El aderezo de esmeraldas - Gustavo Adolfo Bécquer

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  • 8/6/2019 El aderezo de esmeraldas - Gustavo Adolfo Bcquer

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    EL ADEREZO DE ESMERALDAS

    Estbamos parados en la carrera de San Jernimo frente a la casa de Durn yleamos el ttulo de un libro de Mry. Como me llamase la atencin aquel ttuloextrao y se lo dijese as al amigo que me acompaaba, ste, apoyndoseligeramente en mi brazo, exclam:

    -El da est hermoso a ms no poder; vamos a dar una vuelta por la FuenteCastellana; mientras dura el paseo, te contar una historia en la que yo soy el hroeprincipal. Vers cmo, despus de orla, no slo lo comprendes sino que te loexplicas de la manera ms fcil del mundo.

    Yo tena bastante que hacer; pero como siempre estoy deseando un pretexto parano hacer nada, acept la proposicin, y mi amigo comenz de esta manera suhistoria:

    -Hace algn tiempo, una noche en que sal a dar vueltas por las calles sin msobjeto que el de dar vueltas, despus de haber examinado todas la colecciones deestampas y fotografas de los establecimientos, de haber escogido con laimaginacin delante de la tienda de los Saboyanos los bronces con que yoadornara mi casa, si la tuviese, de haber pasado, en fin, una revista minuciosa atodos los objetos de artes y de lujo expuestos al pblico detrs de los iluminadoscristales de las anaqueleras, me detuve un momento en la de Samper.

    No s cunto tiempo hara que estaba all regalndole con la imaginacin a todaslas mujeres guapas que conozco; a sta, un collar de perlas; a aqulla, una cruz de

    brillantes; a la otra, unos pendientes de amatistas y oro. Dudaba en aquel punto aquin ofrecera, que lo mereciese, un magnfico aderezo de esmeraldas, tan ricocomo elegante, que entre todas las otras joyas llamaba la atencin por la hermosuray claridad de sus piedras, cuando o a mi lado una voz suave y dulcsima exclamarcon un acento que no pudo menos de arrancarme de mis imaginaciones

    -Qu hermosas esmeraldas!

    Volv la cabeza en la direccin en que haba odo resonar aquella voz de mujer,porque slo as poda tener un eco semejante, y encontr en efecto que lo era, y deuna mujer hermossima. No pude contemplarla ms que un momento y, sinembargo, su belleza me hizo una impresin profunda.

    A la puerta de la joyera de donde haba salido estaba un carruaje. La acompaabauna seora de cierta edad, muy joven para ser madre, demasiado vieja para ser suamiga. Cuando ambas hubieron subido a la carretela, que por lo visto era suya,partieron los caballos, y yo me qued hecho un tonto, mirndola ir hasta perderlade vista.

    "Qu hermosas esmeraldas!", haba dicho. En efecto, las esmeraldas eranbellsimas; aquel collar rodeado a su garganta de nieve hubiera parecido una

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    guirnalda de tempranas hojas de almendro salpicadas de roco; aquel alfiler sobresu seno, una flor de loto cuando se mece sobre su movible onda coronada deespuma. Qu hermosas esmeraldas! Las desear acaso? Y si las desea, por quno las posee? Ella debe ser rica y pertenecer a una clase elevada; tiene un carruajeelegante y en la portezuela de ese carruaje he credo ver un noble blasn.Indudablemente hay en la existencia de esa mujer algn misterio.

    stos fueron los pensamientos que me agitaron despus que la perd de vista,

    cuando ya ni el rumor de su carruaje llegaba a mis odos. Y en efecto, en su vida, alparecer tan apacible y envidiable, haba un misterio horrible. No te dir cmo; peroyo llegu a penetrarlo.

    Casada desde muy nia con un libertino que, despus de disipar una fortunapropia, haba buscado en un ventajoso enlace el mejor expediente para gastar otraajena, modelo de esposas y de madres, aquella mujer haba renunciado a satisfacerel menor de sus caprichos para conservar a su hija alguna parte de su patrimonio,para mantener en el exterior el nombre de su casa a la altura que en la sociedadhaba tenido siempre.

    Se habla de los grandes sacrificios de algunas mujeres. Yo creo que no hayninguno comparable, dada su organizacin especial, con el sacrificio de un deseoardiente, en el que se interesan la vanidad y la coquetera.

    Desde el punto en que penetr el misterio de su existencia, por una de esasextravagancias de mi carcter, todas mis aspiraciones se redujeron a una sola:poseer aquel aderezo maravilloso y regalrselo de una manera que no lo pudieserechazar, de un modo que no supiese ni aun de qu mano podra venir.

    Entre otras muchas dificultades que desde luego encontr a la realizacin de mi

    idea, no era seguramente la menor el que, ni poco ni mucho, tena dinero paracomprar la joya.

    No desesper, sin embargo, de mi propsito. "Cmo buscar dinero?", deca yopara m, y me acordaba de los prodigios de Las mil y una noches, de aquellaspalabras cabalsticas a cuyo eco se abra la tierra y se mostraban los tesorosescondidos, de aquellas varas de virtud tan grande que tocando con ellas en unaroca, brotaba de sus hendiduras un manantial, no de agua, que era pequeamaravilla, sino de rubes, topacios, perlas y diamantes.

    Ignorando las unas y no sabiendo dnde encontrar la otra, decid por ltimoescribir un libro y venderlo. Sacar dinero de la roca de un editor no deja de sermilagro; pero lo realic.

    Escrib un libro original, que gust poco, porque slo una persona podacomprenderlo; para las dems slo era una coleccin de frases. Al libro lo titul Eladerezo de esmeraldas, y lo firme con mis iniciales solas.

    Como yo no soy Vctor Hugo, ni mucho menos, excuso el decirte que por minovela no me dieron lo que por la ltima que ha escrito el autor de Nuestra Seora;

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    pero, con todo y con eso, reun lo suficiente para comenzar mi plan de campaa.

    El aderezo en cuestin vendra a valer como cosa de unos catorce a quince milduros, y para comprarlo contaba yo con la respetable cantidad de tres mil reales;necesitaba, pues, jugar.

    Jugu, y jugu con tanta decisin y fortuna que en una sola noche gan lo quenecesitaba.

    A propsito del juego, he hecho una observacin en la que cada da me confirmoms y ms. Como se apunte con la completa seguridad de que se ha de ganar, segana. Al tapete verde no hay ms que acercarse con la vacilacin del que va aprobar su suerte, sino con el aplomo del que llega por algo suyo. De m s decirteque aquella noche me hubiera sorprendido tanto el perder como si una casarespetable me hubiese negado dinero con la firma de Rothschild.

    Al otro da me dirig a casa de Samper. Creers que al arrojar sobre el despachodel joyero aquel puado de billetes de todos colores, aquellos billetes querepresentaban para m, cuando menos, un ao de placer, muchas mujeres hermosas,

    un viaje a Italia y champagne y vegueros a discrecin, vacil un momento? Pues nolo creas; los arroj con la misma tranquilidad, qu digo tranquilidad!, con lamisma satisfaccin con que Buckingham, rompiendo el hilo que las sujetaba,sembr de perlas la alfombra del palacio de su amante. Y eso que Buckingham erapoderoso como un rey.

    Compr las joyas y las llev a mi casa. No puedes figurarte nada ms hermosoque aquel aderezo. No extrao que las mujeres suspiren alguna vez al pasar delantede esas tiendas que ofrecen a sus ojos tan brillantes tentaciones. No extrao queMefistfeles escogiese un collar de piedras preciosas como el objeto ms a

    propsito para seducir a Margarita. Yo, con ser hombre y todo, hubiera querido porun instante vivir en el Oriente y ser uno de aquellos fabulosos monarcas que secien las sienes con un crculo de oro y pedrera para poder adornarme con aquellasmagnficas hojas de esmeraldas con flores de brillantes.

    Un gnomo para comprar un beso de una silfa no hubiera logrado encontrar entrelos inmensos tesoros que guarda el avaro seno de la tierra, y que slo ellosconocen, una esmeralda ms grande, ms clara, ms hermosa que la que brillaba,sujetando un lazo de rubes, en mitad de la diadema.

    Dueo ya del aderezo, comenc a imaginar el modo de hacerlo llegar a la mujer aquien le destinaba. Al cabo de algunos das, y merced al dinero que me qued,consegu que una de sus doncellas me prometiese colocarlo en su guardajoyas sinser vista, y a fin de asegurarme de que por su conducto no haba de saberse elorigen del regalo, la di cuanto me restaba, algunos miles de reales, a condicin deque apenas hubiese puesto el aderezo en el lugar convenido, abandonara la cortepara trasladarse a Barcelona. En efecto lo hizo as.

    Juzga t cul no sera la sorpresa de su seora cuando, despus de notar suinesperada desaparicin y sospechando que tal vez haba huido de la casa

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    llevndose alguna cosa de ella, encontr en su secrtaire el magnfico aderezo deesmeraldas. Quin haba adivinado su pensamiento? Quin haba podidosospechar que an recordaba de cuando en cuando aquellas joyas con un suspiro?

    Pas tiempo y tiempo. Yo saba que conservaba mi regalo, saba que se habanhecho grandes diligencias por saber cul era su origen, y, sin embargo, nunca la viadornada con l. Desdear la ofrenda? Ah! -deca yo-, si supiese todo el mritoque tiene ese regalo, si supiese que apenas le supera el de aquel amante que

    empe en invierno la capa para comprar un ramo de flores! Creer tal vez queviene de mano de algn poderoso que algn da se presentar, si lo admiten, areclamar su precio. Cmo se engaa!

    Una noche de baile me situ a la puerta de palacio y, confundido entre la multitud,esper su carruaje para verla. Cuando lleg ste y, abriendo el lacayo la portezuela,apareci radiante de hermosura, se elev un murmullo de admiracin de entre laapiada muchedumbre. Las mujeres la miraban con envidia; los hombres, condeseos. A m se me escap un grito sordo e involuntario. Llevaba el aderezo deesmeraldas.

    Aquella noche me acost sin cenar; no me acuerdo si porque la emocin me habaquitado las ganas o porque no tena qu. De todos modos era feliz. Durante misueo crea percibir la msica del baile y verla cruzar ante mis ojos lanzandochispas de fuego de mil colores, y hasta me parece que bail con ella.

    La aventura de las esmeraldas se haba traslucido, siendo objeto, cuando aparecien su secrtaire, de las conversaciones de algunas damas elegantes.

    Despus de haberse visto el aderezo, ya no qued lugar a dudas y los ociososcomenzaron a comentar el hecho. Ella gozaba de una reputacin intachable. A

    pesar de los extravos y del abandono en que su marido la tena, la calumnia nopudo jams elevarse hasta el alto lugar en que la haban colocado sus virtudes. Sinembargo, en esta ocasin comenz a levantarse el venticello por donde comienza,segn don Basilio.

    Un da me hallaba en un crculo de jvenes, se hablaba de las famosas esmeraldas,y un fatuo dijo al fin, como terminando la cuestin:

    -No hay que darle vueltas; esas joyas tienen un origen tan vulgar como todas lasque se regalan en este mundo. Pas ya el tiempo en que los genios invisibles

    ponan maravillosos presentes debajo de la almohada de las hermosas, y un regalode ese valor no me cabe duda que el que lo hace es con la esperanza de larecompensa... Y esa recompensa, quin sabe si se cobrara adelantada...!

    Las palabras de aquel necio me sublevaron, y me sublevaron sobre todo porqueencontraron eco en los que las oan. No obstante, me contuve. Qu derecho tenayo para salir a la defensa de aquella mujer?

    No haba pasado un cuarto de hora, cuando se me ofreci la ocasin decontradecir al que la haba injuriado. No s a propsito de qu le contradije. Lo que

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    te puedo asegurar es que lo hice con tanta aspereza, por no decir grosera, que, decontestacin en contestacin, sobrevino un lance. Era lo que yo deseaba.

    Mis amigos, conociendo mi carcter, se admiraban, no slo de que hubiesebuscado un desafo por una causa tan ftil, sino de mi empeo en no dar ni admitirexplicaciones de ningn gnero.

    Me bat, no s decirte si con fortuna o sin ella, pues aunque al hacer fuego vivacilar un instante a mi contrario y caer redondo a tierra, un instante despus sentque me zumbaban los odos y que se oscurecan mis ojos. Tambin estaba herido, yherido de gravedad en el pecho.

    Me llevaron a mi pobre habitacin, presa de una espantosa fiebre... All... no slos das que permanec, llamando a voces no s a quien..., a ella, sin duda. Hubieratenido valor para sufrir en silencio toda la vida a trueque de obtener al borde delsepulcro una mirada de gratitud; pero, morir sin dejarle siquiera un recuerdo!

    Estas ideas atormentaban mi imaginacin en una noche de insomnio y decalentura, cuando vi que se separaron las cortinas de mi alcoba, y en el dintel de la

    puerta apareci una mujer. Yo cre que soaba; pero no. Aquella mujer se acerc ami lecho, a aquel pobre y ardiente lecho en que me revolcaba de dolor; ylevantndose el velo que cubra su rostro, vi brillar una lgrima suspendida de suslargas y oscuras pestaas. Era ella!

    Yo me incorpor con los ojos espantados, me incorpor y... en aquel punto llegabafrente a casa de Durn...

    -Cmo! -exclam yo, interrumpindole, al or aquella salida de tono de mi amigo-.Pues no estabas herido y en la cama?

    -En la cama...! Ah, qu diantre...! Se me haba olvidado advertirte que todo estolo vine yo pensando desde casa de Samper, donde en efecto vi el aderezo deesmeraldas y o la exclamacin que te he dicho en boca de una mujer hermosa,hasta la carrera de San Jernimo, donde un codazo de un mozo de cuerda me sacde mi abstraccin frente a casa de Durn, en cuyo escaparate repar en un libro deMry con este ttulo: Histoire de ce qui nest pas arriv, Historia de lo que no hasucedido. Lo comprendes ahora?

    Al escuchar este desenlace no pude contener una carcajada. En efecto, yo no s de

    qu tratar el libro de Mry; pero ahora comprendo que con ese ttulo podranescribirse un milln de historias a cul mejores.

    El Contemporneo

    23 de marzo, 1862