Duby-El Gran Dominio
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Duby- gran dominio
Son grandes conjuntos territoriales de muchas centenas y a veces de miles de hectáreas; su nombre
es generalmente el de una aldea de hoy, y se puede establecer en algunos casos que la superficie
del dominio coincidía con la del término actual. Sin embargo, la tierra se hallaba dividida en
múltiples explotaciones, una muy amplia, cuya explotación se reservaba el dueño en cultivo, y las
demás, en número variable, mucho más reducidas, otorgadas a familias campesinas. La reserva
señorial recibe el nombre de manso del señor, mansus indominicatus. Se organiza alrededor de un
espacio cercado y edificado que se llama «corte» (curtis). A este centro están unidas grandes
extensiones de tierras de cereal, las coutures, los mejores prados, viñas siempre que era posible
cultivarlas, y la mayor parte de los terrenos incultos. La superficie atribuida a las diversas
explotaciones campesinas, en las que podemos pensar que las parcelas cultivadas, los mansos, se
agrupan alrededor de la vivienda señorial, es mucho más reducida. en la mayor parte de los casos
aparecen fuertes desigualdades, algunas de las cuales parecen tener su origen en el estatuto jurídico
de los mansos. Algunos mansos son calificados, en ciertos inventarios, de «libres», y parecen
claramente mejores que otros llamados «serviles». Pero las disparidades son generalmente mucho
más profundas. Ante todo, entre dominios diversos. se ve un manso servil que dispone de cuarenta
y cinco veces más tierra que otro. Tan fuertes desproporciones parecen ser consecuencia de una
movilidad prolongada de la posesión territorial en manos de los campesinos. El mecanismo de las
divisiones sucesorias, las compras y los intercambios han determinado el enriquecimiento de unos
y el empobrecimiento de otros. Esta misma movilidad ha roto, por otra parte, la coincidencia entre
el estatuto del manso y el de los agricultores que lo explotan: mansos libres son ocupados por
esclavos; mansos serviles por «colonos», es decir, por trabajadores considerados libres. Por
último, como hemos señalado ya, junto a mansos ocupados por una sola familia hay otros en los
que habitan dos, tres, a veces cuatro matrimonios. Sin embargo, el dueño hace caso omiso de todo
este desorden, en apariencia más o menos profundo, según que la organización del gran dominio
sea más o menos antigua. Impone cargas equivalentes a todos los mansos de una misma categoría
jurídica, cualesquiera que sean la dimensión y el número de trabajadores que explotan las parcelas,
es decir, cualesquiera que sean las capacidades de producción. De los mansos dependientes el
señor espera una renta, unos censos que, en fecha fija, le son llevados a su vivienda. El propietario,
tal como nos lo presentan los polípticos sólo de modo accesorio es un rentista. Es ante todo un
cultivador de tierras. De los masoveros exige esencialmente una colaboración de mano de obra
para las necesidades de su propia tierra. La función económica primordial de la pequeña
explotación satélite es cooperar a la explotación de la grande.
A causa de las deficiencias técnicas, la reserva exige trabajadores en gran número. Algunos están
completamente a disposición del señor. No hay duda de que en la «corte» de cada dominio
continuaba siendo alimentada una tropa servil de hombres y mujeres. Difícilmente se puede
admitir que las casas de los señores hayan estado proporcionalmente peor provistas que las de sus
masoveros. Las cabañas de madera que flanqueaban la vivienda señorial en el interior de la «corte»
acogían de hecho a numerosos trabajadores no libres. Según todas las evidencias, en el siglo IX la
esclavitud doméstica seguía siendo muy numerosa en todos los campos que describen los
polípticos, y desempeñaba un papel fundamental en la puesta en cultivo de las explotaciones
grandes y pequeñas. A medida que aumenta la importancia de los cereales y del vino la esclavitud
se adapta mal a las necesidades de la producción de una gran explotación. Los trabajos de los
campos de cereal y del viñedo están muy desigualmente repartidos a lo largo del año. Habría sido
ruinoso para el cultivador mantener durante todo el año al personal necesario en las estaciones de
mayor actividad; no conservaba permanentemente más que un equipo limitado. Este refuerzo
procedía a veces de los asalariados. Pero esclavos y temporeros no eran suficientes, y la principal
aportación de mano de obra procedía de los mansos, que la suministraban de múltiples maneras.
En principio, los cultivadores de mansos serviles debían ceder una parte mayor de su tiempo. Si se
les concedían menos tierras era porque, retenidos durante más tiempo al servicio del señor, no
podían consagrarse tanto como los masoveros libres al cultivo de sus propias parcelas. Más
extensos, mejor equipados de instrumentos aratorios y de ganado de tiro, los mansos llamados
libres debían, en principio, realizar trabajos más estrictamente limitados. Se les imponía cercar los
campos, los prados, la «corte» señorial en una determinada longitud; cultivar enteramente, en
beneficio del señor, un lote previamente fijado en las tierras de labor de la reserva. El «régimen
señorial» estaba organizado en función de una agricultura muy extensiva cuya productividad no
contribuía a mejorar, sino a empeorar el modo de explotación, por las punciones enormes que
llevaba a cabo sobre un campesinado famélico, desprovisto de lo más elemental y desigualmente
repartido sobre el terreno alimenticio. Su capacidad de requisar sin medida una mano de obra
gratuita hacía a los grandes propietarios territoriales indiferentes a las mejoras técnicas. todo
dominio era un organismo en movimiento. Las divisiones sucesorias, cuando el dueño era un laico,
las donaciones, las compras, las confiscaciones, la presión de los poderes competidores
modificaban sin cesar sus límites y su estructura interna. Este movimiento desequilibraba
continuamente el sistema cuando desembocaba en una extensión de la superficie de la reserva, o
cuando separaba de la gran explotación algunos mansos y la mano de obra que proporcionaban.
Los cambios introducían en el sistema señorial una perturbación que dificultaba su
funcionamiento, que en todo caso obligaba a continuos reajustes. 1. Las estructuras que hemos
descrito parecen continuar propagándose en el siglo IX. Se introducen, en particular, en las
provincias menos evolucionadas de la cristiandad latina. En esta época se ven nacer y organizarse
poco a poco grandes dominios en los países flamencos. se prolonga la evolución secular, que, por
un lado, modifica insensiblemente, gracias a la multiplicación de asentamientos de esclavos, el
papel de la servidumbre en los mecanismos económicos, y, por otro, no deja de reforzar la
autoridad de la alta aristocracia sobre el campesinado independiente. 2. Sin embargo, parece que el
gran dominio está muy lejos de cubrir el conjunto de los campos de Occidente. Los capitulares
carolingios que reparten las obligaciones militares entre los poseedores de uno, dos o tres mansos
suponen la tenaz supervivencia de los pequeños propietarios libres. El mantenimiento, en la
sombra, de un importante sector de la economía rural, mantenido por una aristocracia de tipo
medio o por el campesinado, y que no entra, o muy ligeramente, en el marco del régimen señorial
«clásico». 3. Por lo que se refiere al gran dominio, sus rasgos se deforman en cuanto se abandona
Neustria, Austrasia o Borgoña. Aparecen profundas disparidades regionales. Este sistema, ya viejo
cuando los pesquisidores visitaron a comienzos del siglo IX las posesiones de Saint— Germain-
des-Prés, se ve transformado en el curso del siglo por una evolución que perturba sensiblemente su
funcionamiento. La más clara es la progresiva desaparición de las diferencias entre mansos serviles
y mansos libres. Hombres libres debían servir como esclavos porque su manso no era libre, y eran
más duramente explotados que sus vecinos, de origen servil, pero en posesión de una tierra libre.
La costumbre hacía difícil admitir estas discordancias, y poco a poco fueron impuestas las mismas
cargas a todos los mansos. Tan diverso en sus estructuras, tan dúctil y de una extensión sin duda
menor de lo que normalmente se cree, el gran dominio ocupa el centro de toda la economía de la
época, por la función que realiza y por la influencia que ejerce sobre los campos de los
alrededores. Su papel consiste en mantener el nivel de vida de las grandes casas aristocráticas. La
primera preocupación de los señores, cuando se interesan en una administración más rigurosa de su
fortuna, es calcular por adelantado, y de la forma más exacta posible, las exigencias de su casa.
dado que el consumo orienta en realidad la producción del dominio, el verdadero motor del
crecimiento hay que buscarlo en las necesidades de la alta aristocracia, que tiende irresistiblemente
a utilizar su poder sobre la tierra y sobre los hombres para gastar más. El deseo de ostentación
desarrolla la rapacidad y el espíritu de agresión mucho antes de que lleve a una mejora de los
procedimientos de explotación de la fortuna territorial. La reconstrucción del Estado y el
afianzamiento de la paz pública en el siglo IX han podido estimular el desarrollo: orientando la
avidez de los señores hacia la búsqueda de un acrecentamiento de los beneficios del dominio. el
organismo señorial, por su propio peso, tendía a ampliarse continuamente. No sin razón las actas
promulgadas por los soberanos carolingios llaman «poderosos» a los poseedores de los grandes
dominios, y se esfuerzan por sustraer a los «pobres» a su influencia. De ellos dependen la paz y la
justicia. Ellos y sólo ellos pueden ofrecer una parcela a las familias errantes o a los hijos menores
de los campesinos del lugar, acogiéndolos en un pequeño manso creado en los límites de la
reserva, en uno de los hospitia, de los accola. este poder llevaba a los pequeños campesinos
todavía independientes a someterse a la autoridad del gran propietario. La amplitud de la red de
«encomendaciones» que se anudaron a través de este mecanismo y que terminaron por unir a la
villa a la mayor parte de los campesinos independientes de la vecindad. Las mayores conquistas
del gran dominio se han realizado a expensas no de los dominios próximos, sino del campesinado
independiente. La propiedad independiente se resistió, en el marco de la comunidad aldeana
naciente y de las solidaridades entre «vecinos» que se reforzaban poco a poco alrededor de la
iglesia parroquial y de la posesión colectiva de los derechos de utilización de bienes comunales.
los campesinos hayan creado asociaciones claramente destinadas a protegerlos de la opresión de
los ricos. El continuo y sordo combate en el que se enfrentaron las fuerzas campesinas a los dueños
de la tierra no era en la práctica tan desigual como puede parecer, y sus resultados fueron diversos.
Ningún gran propietario disponía de los medios, y tal vez ni siquiera tuviera intención de impedir
el juego activo de ventas o de intercambios de tierras que conducían a romper poco a poco la
unidad de las cargas campesinas. Los límites del gran dominio se borraron, minados por las
resistencias, conscientes o no, de estos hombres muy «pobres», muy «humildes», muy «débiles»,
que trabajaban los campos y que, en su indigencia y bajo los piadosos calificativos con que los
designa el vocabulario de nuestras fuentes, llevaban en sí el germen del crecimiento. Pese a todo,
el gran dominio favorecía las tendencias al progreso de la economía rural, porque los señores, en
su interés por aumentar los beneficios, construyeron máquinas para moler el grano que liberaban
una parte de la mano de obra rústica; porque se inclinaron poco a poco a dar preferencia a los
censos en dinero. Incitaron a los cultivadores de los mansos a trabajar no sólo para subsistir, sino
también para vender. El régimen señorial intervino por último de modo muy directo para acelerar
en los campos el desarrollo de los intercambios y de la circulación monetaria. No sólo porque la
moneda se introdujo poco a poco en el circuito de las prestaciones y porque la necesidad de pagar
en dinero obligó a los pequeños cultivadores a frecuentar con regularidad los mercados semanales.
La extrema dispersión de las grandes fortunas incitó a los administradores a negociar en cada villa
los excedentes de la producción y a dirigir el importe amonedado de estas ventas hacia la
residencia del señor. Por esta razón, los dominios reales más rentables se hallaban situados en los
principales ejes de la circulación comercial, que su presencia contribuía a vivificar. La
concentración económica, cuyo agente era el gran dominio, contribuyó de manera eficaz a que el
trabajo de la tierra y sus frutos se relacionara con las actividades comerciales.
Estas son las células de producción más poderosas a partir del S.VIII y se dividen en dos partes: La
reserva señorial: Es el centro económico, social, y religioso, donde se establece el señor y que
ocupa la mayor parte de las posesiones de este. Los mansos campesinos: Son parcelas de cultivos
entre las que parece haber una distinción entre libres y serviles, aunque también existen grandes
diferencias entre mansos de la misma condición jurídica y sabemos que esta clasificación no
determina la clase de individuos que las ocupan, ni la cantidad de familias en cada uno. Las rentas
que se exigen son iguales dentro de cada tipo de manso, por lo cual existía un desequilibrio en
cuanto al pago de las cargas. Las cargas establecidas en rentas únicamente son una pequeña parte
de lo que exige el propietario, que es prioritariamente una contribución laboral en las tierras de la
reserva, donde se requería mucha mano de obra. La mano de obra servil, está en decadencia ya que
los señores no los establecen en los mansos, porque son improductivos con la implantación de
cultivos estacionales (vid y cereal). Para sustituir esta mano de obra, cuando existe mucho trabajo
en el manso se contrata a jornaleros a los que se alimenta. Finalmente esta disponibilidad de mano
de obra fue una de las causas del anquilosamiento de las técnicas de producción agrícola.
El comercio: Fue una actividad de suma importancia en la economía carolingia, de hecho su
recuperación fue en parte de la mano de la monarquía que se preocupó de que hubiera una cierta
estabilidad en las plazas comerciales y favoreció su creación. Pero además potenció una reforma
monetaria que regulaba el peso y la forma de la moneda (denarius) y veló por su integridad
imponiéndose un sistema monetario fuerte en toda Europa. También se procuró regular el
comercio a larga distancia debido a las sospechas que despertaban los negociatores. Estos están
bajo el control del monarca por lo cual se les protege y exime de algunos impuestos, debiendo de
contribuir únicamente al arca de palacio. Los negociatores ahora controlados se reúnen
periódicamente en establecimientos protegidos y en las ferias, y se pueden englobar en dos etnias:
Los judíos. Los frisones (Mar del Norte). Se potenciaron las plazas del Norte de Italia: Génova,
Venecia y Pavía.