Douglas Adams - Informe sobre la Tierra: Fundamentalmente Inofensiva

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Quinta parte de La Guia del Viajero Intergalactico

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INFORME SOBRE LA TIERRA: FUNDAMENTALMENTE INOFENSIVA Douglas Adams

Ttulo original: Mostly Harmless Traduccinr: Benito Gmez Ibez 1992 by Douglas Adams a d Pan Books, Londres 1992 Editorial Anagrama S.A. P. de la Creu 58, Barcelona De psito Legal B.34800-1994 Escaneado por Sadrac, Junio de 2000 A Ron Con sincero agradecimiento a Sue Freestone y Michael Bywater por su apoyo, ayuda e insultos constructivos. Todo lo que ocurre, ocurre. Todo lo que al ocurrir, origina otra cosa, hace que ocurra algo ms. Todo lo que al ocurrir, vuelve a originarse, ocurre de nuevo. Aunque todo ello no ocurre necesariamente en orden cronolgico. 1 La historia de la Galaxia se ha vuelto un poco confusa por una serie de motivos. En parte porque los que intentan seguirle la pista andan un poco perplejos, per o tambin porque de todos modos han ocurrido cosas muy desconcertantes. Una de las complicaciones se refiere a la velocidad de la luz y a los consiguien tes obstculos para rebasarla. Es imposible. Nada viaja ms deprisa que la velocidad de la luz con la posible excepcin de las malas noticias, que obedecen a sus prop ias leyes particulares. Los habitantes de Hingefreel, de Arkintoofle Menor, trat aron de construir naves impulsadas por malas noticias, pero no les sali muy bien y, cuando Ilegaban a algn sitio donde realmente no tenan nada que hacer, solan disp ensarles un recibimiento de lo ms desagradable. De manera que, en general, los pueblos de la Galaxia acabaron empantanados en su s propias confusiones locales y, durante mucho tiempo, la historia de la Galaxia tuvo un carcter marcadamente cosmolgico. Ello no quiere decir que no fuesen emprendedores. Intentaron enviar naves a luga res remotos, con fines guerreros o comerciales, pero normalmente tardaban miles de aos en llegar. Y cuando finalmente alcanzaban su destino, va se haban descubier to otros medios de viajar que sorteaban la velocidad de la luz a travs del hipere spacio, de modo que las batallas a las que haban enviado las flotas menos veloces que la luz ya estaban dirimidas desde haca siglos. Eso no impeda, desde luego, que sus tripulaciones quisieran librarlas a toda cost a. Estaban entrenadas y dispuestas, haban dormido un par de milenios, venan desde muy lejos a cumplir una dura misin, y por Zarquon que la cumpliran. Entonces fue cuando se produjeron las primeras confusiones importantes de la his toria de la Galaxia, con guerras que volvan a estallar siglos despus de que las cu estiones por las que al parecer se haban suscitado ya estuvieran arregladas. No o bstante, tales confusiones no eran nada comparadas con las que los esforzados hi storiadores tenan que resolver una vez descubiertos los viajes a travs del tiempo, cuando empezaron a pre-estallar guerras cientos de aos antes de que se produjera n siquiera los contenciosos. Cuando apareci la Propulsin de la Improbabilidad Infi nita y planetas enteros empezaron inesperadamente a volverse completamente majar as, la gran Facultad de Historia de la Universidad de MaximgaIon acab por tirar la toalla, cerrando sus puertas y cediendo sus edificios a la Facultad conjunta de Teologa y Waterpolo, que experimentaba un rpido crecimiento y desde haca aos andaba tras ellos. Eso est muy bien, desde luego, pero casi con toda seguridad significa que nadie s abr exactamente, por ejemplo, de dnde procedan los grebulones ni qu pretendan. Y es u na pena, porque si nadie hubiera sabido nada de ellos es posible que se hubiera evitado una catstrofe de lo ms terrible; o al menos hubiera ocurrido de un modo di ferente. Clic, hum. La enorme nave gris de reconocimiento de los grebulones viajaba en silencio por el negro vaco. Iba a una velocidad fabulosa, de vrtigo, pero frente al destellante marco de billones de estrellas remotas pareca no moverse en absoluto. No era ms q ue una mota oscura, fija sobre una noche infinita de brillantes granulaciones.

A bordo de la nave, todo segua como desde haca milenios: profundamente oscuro y si lencioso. Clic, hum. Bueno, casi todo. Clic, clic, hum. Clic, hum, clic, hum, clic, hum. Clic, clic, clic, clic, clic, hum. Hummm. Un programa de control de nivel bajo despert a un programa de control de nivel li geramente superior en las profundidades del semisooliento cibercerebro de la nave y le inform de que siempre que emita un clic lo nico que reciba era un hum. El programa de control de nivel superior pregunt qu tena que recibir, y el programa de control de nivel bajo contest que no lo recordaba exactamente, pero probablem ente una especie de suspiro lejano y satisfecho, no? Ignoraba qu era ese hum. Clic , hum, clic, hum. Eso era lo nico que reciba. El programa de control de nivel superior consider la respuesta y no le gust. Pregu nt al programa de control bajo qu era lo que estaba supervisando, y el programa de control de nivel bajo contest que tampoco se acordaba, slo que era algo que deba h acer clic y suspirar cada diez aos o as, lo que normalmente ocurra sin falta. Haba i ntentado consultar su tabla de comprobacin de errores pero no la encontr, por lo q ue comunic el problema al programa de control de nivel superior. El programa de control de nivel superior fue a consultar una de sus tablas de co mprobacin de errores para averiguar qu deba supervisar el programa de control de ni vel bajo. No la encontr. Qu raro. Volvi a mirar. Slo recibi un mensaje de error. Intent comprobar el mensaje de error en su tabla de comprobacin de mensajes de error pero tampoco la encontr. Volvi a re petir la operacin, dejando pasar unos nanosegundos. Luego despert a su control fun cional de sector. El control funcional de sector detect problemas evidentes. Llam a su agente superv isor, que tambin tropez con dificultades. Al cabo de unas cuantas millonsimas de se gundo, circuitos virtuales que haban estado inactivos, unos durante aos, otros sig los, empezaron a dar seales de vida por toda la nave. En alguna parte haba algo qu e iba horriblemente mal, pero ninguno de los programas de control saba de qu se tr ataba. En todos los niveles faltaban las instrucciones fundamentales, pero las d irectrices sobre qu hacer en caso de descubrir que faltaran instrucciones fundame ntales tambin faltaban. Pequeos mdulos de soporte magntico -agentes-aparecieron en todas las pistas lgicas, agrupndose, celebrando consultas, volviendo a agruparse. Rpidamente establecieron que toda la memoria de la nave, hasta el mismo mdulo de misin central, estaba hech a un pingajo. Por muchas indagaciones que se hicieron, no pudo determinarse lo q ue haba sucedido. Incluso el mdulo de misin central pareca averiado. Lo que hizo que el problema pudiera abordarse de la forma ms sencilla: cambiando el mdulo de misin central. Haba otro, una copia de seguridad, duplicado exacto del original. Deba sustituirse fsicamente porque, por motivos de seguridad, no poda rea lizarse interconexin alguna entre el original y la copia. Una vez sustituido, el mdulo de misin central se encargara de supervisar la reconstruccin del resto del sis tema hasta el ltimo detalle, y todo marchara bien. Los robots recibieron rdenes de sacar de la cmara acorazada, donde se guardaba, la copia de seguridad del mdulo de misin central para instalarla en la cmara lgica de la nave. Ello supuso un largo intercambio de cdigos y protocolos de emergencia mientras lo s robots interrogaban a los agentes sobre la autenticidad de las instrucciones. Los robots quedaron al fin satisfechos, todos los procedimientos eran correctos. Desembalaron el mdulo de misin central, lo sacaron de la cmara de almacenamiento, se cayeron de la nave y se precipitaron vertiginosamente en el vaco. Lo que dio la primera pista importante de lo que andaba mal. Nuevas investigaciones dejaron pronto aclarado lo que haba sucedido. Un meteorito haba chocado con la nave, produciendo un enorme agujero. La nave no lo haba detec

tado antes porque el meteorito se estrell precisamente en la parte que contena el equipo de proceso de datos que deba detectar si algn meteorito entraba en colisin c on la nave. Lo primero que haba que hacer era tratar de cerrar el agujero. Result imposible, p orque los sensores de la nave fueron incapaces de localizarlo y los controles qu e deban indicar cualquier fallo en los sensores no funcionaban como era debido y repetan que los sensores marchaban perfectamente. La nave slo poda deducir la exist encia de una cavidad por el hecho evidente de que los robots se haban cado por un agujero, llevndose con ellos el cerebro de repuesto que hubiera permitido detecta rlo. La nave trat de pensar lgicamente, fracas y se qued un rato completamente en blanco. No se dio cuenta de que se haba quedado en blanco, claro est, porque se haba queda do en blanco. Slo se sorprendi al ver brincar las estrellas. Al tercer salto de es trellas, la nave comprendi al fin que deba haberse quedado en blanco, y que ya era hora de tomar alguna decisin seria. Se tranquiliz. Entonces se dio cuenta de que an no haba tomado ninguna decisin seria y le entr pnico . Volvi a quedarse en blanco otro rato. Cuando volvi a activarse, cerr todos los ma mparos en torno a la zona donde supona que estaba el agujero. Evidentemente an no haba llegado a su destino, pens con vacilacin, pero como ya no t ena la menor idea del sitio adonde se diriga ni de cmo llegar, le pareci que no tena mucho sentido seguir. Consult los pocos fragmentos de instrucciones que pudo reco nstruir del pingajo de su mdulo de misin central. -Su misin anual es aterrizar a distancia prudencial y vigilar Lo dems era una autnt ica basura. Antes de quedarse en blanco permanentemente, la nave deba transmitir dichas instrucciones, tal como estaban, a sus sistemas auxiliares ms primitivos. Adems, tena que revivir a toda la tripulacin. Haba otro problema. Mientras la tripulacin estaba en hibernacin, la mente de todos sus miembros, sus recuerdos, identidades y comprensin de lo que haban ido a hacer, se haba trasladado al mdulo de misin central de la nave para que todo ello se mant uviera en las debidas condiciones de seguridad. Los miembros de la tripulacin no iban a tener la menor idea de quines eran ni de qu estaban haciendo all. Vaya, homb re. Poco antes de quedarse definitivamente en blanco, la nave se percat de que los mo tores tambin estaban cediendo. La nave y su revivida y confusa tripulacin siguieron navegando bajo el control de los sistemas automticos auxiliares, que simplemente tendan a aterrizar siempre qu e encontraban tierra y a vigilar todo lo que estuviese a su alcance. En cuanto a lo de encontrar algn sitio donde aterrizar, no se les dio muy bien. E l planeta que encontraron era fro, desolado, tan dolorosamente lejos del sol que deba calentarlo que, para hacerlo parcialmente habitable, fueron necesarios todos los mecanismos Ambient-O-Forma y los sistemas Sustent-O-Vida de que disponan. En las proximidades haba planetas mejores, pero como el Estrateg-O-Mat estaba en mo do Latente se decidieron por el planeta ms lejano y discreto y, adems, nadie poda o ponerse salvo el Primer Oficial Estratgico de a bordo. Como en la nave todo el mu ndo haba perdido la cabeza, nadie saba quin era el Primer Oficial Estratgico ni, en caso de que hubieran podido identificarlo, cmo deba proceder para oponerse al Estr ateg-O-Mat de la nave. Pero en cuanto a lo de encontrar algo que vigilar, dieron con una verdadera mina . 2 Una de las cosas extraordinarias de la vida es la clase de sitios donde est dispu esta a prosperar. En cualquier lugar donde pueda encontrar cierta especie de asi dero. Ya sea en los embriagadores mares de Santraginus V, donde parece que a los peces les importa un bledo saber en qu direccin nadan, o en las tormentas de fueg o de Frastra, donde, segn dicen, la vida empieza a los 40.000 grados, o bien ahon dando en el intestino delgado de una rata simplemente por puro placer, la vida s iempre encuentra un medio de aferrarse a alguna parte. Y existir vida incluso en Nueva York, aunque es difcil saber por qu. En invierno la

temperatura cae bastante por debajo del mnimo legal o, mejor dicho, as sera si alg uien tuviera el sentido comn de establecer un mnimo legal. La ltima vez que elabora ron una lista de las cien cualidades ms destacadas del carcter de los neoyorquinos , el sentido comn ocupaba el puesto setenta y nueve. En verano hace demasiado calor. Una cosa es pertenecer a una forma de vida que p rospera con el calor y considera, como los frastrianos, que una fluctuacin entre 40.000 y 40.004 representa una temperatura estable, y otra muy distinta ser la especie de animal que tiene que envolverse en montones de otros animales en un punto de su rbita planetario, para luego encontrarse, media rbita despus, con que la piel se l e est llenando de ampollas. La primavera est sobrevalorada. Muchos habitantes de Nueva York parlotean exagera damente sobre los placeres de la primavera, pero si conocieran realmente los mnim os placeres de esa estacin sabran por lo menos de cinco mil novecientos ochenta y tres sitios mejores que Nueva York para pasar la primavera, y slo en la misma lat itud. El otoo, sin embargo, es lo peor. Pocas cosas son peores que el otoo en Nueva York . Algunas de las formas de vida que habitan en los intestinos delgados de las ra tas no estaran de acuerdo, pero como en cualquier caso la mayora de las cosas que viven en el intestino delgado de las ratas son desagradables, su opinin puede y d ebe descontarse. En otoo, en Nueva York el aire huele a fritanga de cabra, y si s e es muy aficionado a respirar, lo mejor es abrir una ventana y meter la cabeza dentro de un edificio. A Tricia McMillan le encantaba Nueva York. No dejaba de repetrselo. La parte alta del West Side. S. El centro. Vaya, menudas tiendas. Soho. East Village. Ropa. Li bros. Sushi. Comida italiana. Comestibles finos. Ah! Cine. Ah!, otra vez. Tricia acababa de ver la ltima pelcula de Woody Allen, que tra taba de la angustia de ser neurtico en Nueva York. Ya haba hecho un par de ellas q ue exploraban el mismo tema y Tricia se preguntaba si alguna vez se le haba ocurr ido marcharse a vivir a otro sitio, pero le dijeron que era totalmente contrario a la idea. As que, ms pelculas, pens ella. A Tricia le encantaba Nueva York porque el hecho de que a uno le gustara esa ciu dad supona una buena oportunidad de ascenso profesional. Buena oportunidad para c omprar y comer bien, no tan buena para coger un taxi ni disfrutar de aceras de g ran calidad, pero indudablemente era una buena baza profesional que se contaba e ntre las mejores y de primer orden. Tricia era un personaje central de la televi sin, una presentadora, y Nueva York era donde se centraba la mayor parte de la te levisin mundial. Hasta entonces, Tricia haba desarrollado su actividad de presenta dora principalmente en Gran Bretaa: noticias regionales, luego el telediario del desayuno y despus el primero de la noche. Si el lenguaje lo permitiera podra habrse la denominado un personaje central en rpida ascensin, pero..., bueno, hablamos de televisin, as que no importa. Era un personaje en rpida ascensin. Tena lo necesario: una cabellera esplndida, profundo conocimiento estratgico del jarabe de pico, inte ligencia para comprender el mundo y una leve y secreta indiferencia interior que revelaba un total desapego. A todo el mundo le llega el momento de la gran opor tunidad de su vida. Si se deja perder la que de verdad interesa, todo lo dems res ulta misteriosamente fcil. Tricia slo haba perdido una oportunidad. Por entonces, al pensar en ello ya no se pona a temblar tanto como antes. Supona que esa pequea parte de ella era lo que se haba apagado. La NBS necesitaba una nueva presentadora. Mo Minetti iba a tener un hijo y dejab a el programa matinal USIAM. Le haban ofrecido una cantidad de dinero capaz de vo lver tarumba a cualquiera para que diese a luz durante el programa pero, contra todo pronstico, se neg por motivos de buen gusto e intimidad personal. Equipos de abogados de la NBS pasaron su contrato por un tamiz para ver si dichos motivos e ran legtimos, pero al final, de mala gana, tuvieron que dejarla marchar. Eso les result especialmente mortificante, porque dejar marchar a alguien de mala gana era una expresin que fcilmente podan aplicarles a ellos. Se deca que, a lo mejor, quiz no viniera mal un acento ingls. El pelo, el tono de p iel y la ortodoncia tenan que estar a la altura de una cadena de televisin norteam

ericana, pero haba un montn de acentos britnicos dando gracias a sus madres por los Oscar o cantando en Broadway, y cierto pblico inslitamente numeroso prendido de a centos britnicos con peluca en el Masterpiece Theatre. Acentos britnicos contaban chistes sobre David Letterman y Jay Leno. Nadie entenda los chistes pero todos re spondan muy bien al acento, as que, a lo mejor, quiz fuese el momento. Un acento br itnico en USIAM. Bueno, venga. Por eso estaba all Tricia. Por eso el hecho de que le encantase Nueva York era un a esplndida oportunidad profesional. sa no era, desde luego, la razn oficial. Su emisora de televisin en el Reino Unido no se habra hecho cargo del billete de avin ni de la factura del hotel para que el la fuese a buscar trabajo a Manhattan. Y como quera un salario diez veces superio r al que ahora reciba, quiz hubiesen considerado que era ella quien deba correr con sus propios gastos. Pero Tricia invent una historia, encontr un pretexto, tuvo mu y callado todo lo dems y la emisora se hizo cargo del viaje. Billete de clase tur ista, claro est, pero era una cara conocida y, sonriendo, logr un asiento en prefe rente. Las gestiones adecuadas le consiguieron una estupenda habitacin en el Bren twood y all estaba, pensando qu deba hacer a continuacin. Una cosa eran los rumores y otra establecer contacto. Tena un par de nombres, un par de nmeros, pero la hicieron esperar indefinidamente un par de veces y ya esta ba de nuevo en el punto de partida. Hizo sondeos, dej recados, pero hasta el mome nto no haba recibido contestacin. El trabajo que haba venido a hacer lo despach en u na maana; el trabajo imaginario que buscaba slo brillaba tentadoramente en un hori zonte inalcanzable. Mierda. Tom un taxi a la salida del cine para volver al Brentwood. El taxi no pudo arrima rse a la acera porque una enorme limusina ocupaba todo el espacio disponible y T ricia tuvo que apretarse contra ella para pasar. Dej atrs el aire ftido a cabra fri ta y entr en el vestbulo, fresco y agradable. El fino algodn de la blusa se le pega ba como mugre a la piel. Tena el pelo como si lo hubiera comprado en una verbena pegado a un palito. En recepcin pregunt si tena algn recado, con la sombra impresin d que no habra ninguno. Pero s haba. Vaya... Bien. Haba dado resultado. Tena que haber ido al cine slo para que sonara el telfono. No p oda quedarse sentada en la habitacin de un hotel, esperando. Se pregunt si deba abrir el recado all mismo. Le picaba la ropa y ansiaba quitrsela y tumbarse en la cama. Haba puesto el aire acondicionado en la posicin ms baja de t emperatura y en la ms alta de ventilador. En aquel momento, lo que ms le apeteca en el mundo era tener carne de gallina. Una ducha caliente, luego una ducha fra y d espus tumbarse sobre una toalla de nuevo en la cama, para secarse con el aire aco ndicionado. Luego leera el recado. Quiz ms piel de gallina. A lo mejor, toda clase de cosas. No. Su mayor deseo era un trabajo en la televisin norteamericana con un sueldo di ez veces superior al que ahora tena. Lo que ms deseaba en el mundo ya no era una c uestin vital. Se sent en una butaca del vestbulo, bajo una kentia, y abri el sobre con ventana de celofn. Llama, por favor, deca el recado. No estoy satisfecha y daba un nmero. El nombre era ail Andrews. Gail Andrews. No era el nombre que esperaba. La cogi desprevenida. Lo reconoci, pero de momento no supo por qu. Era la secretaria de Andy Martin? La ayudante de Hilary Bass? Marti n y Bass eran las dos Llamadas de contacto principales que haba hecho, o intentad o hacer, a la NBS. Y qu significaba aquello de No estoy satisfecha? No estoy satisfecha? Estaba absolutamente perpleja. Era Woody Allen, que trataba de ponerse en contact o con ella con un nombre supuesto? El nmero llevaba el prefijo 212. As que era una mujer que viva en Nueva York. Y no estaba satisfecha. Bueno, eso reduca un poco l as posibilidades, no? Volvi a dirigirse al recepcionista.

-No entiendo este recado que acaba de entregarme -le dijo -. Una persona que no conozco ha intentado llamarme y asegura que no est satisfecha. El recepcionista examin la nota con el ceo fruncido. -Conoce a esta persona? - inquiri. -No - contest Tricia. -Hummm - repuso el recepcionista -. Parece que no est satisfecha por algo. -S. -Aqu hay un nombre. Gail Andrews. Conoce a alguien que se llame as? -No. -Tiene alguna idea de por qu no est satisfecha? -No - contest Tricia. -Ha llamado a ese nmero? Aqu hay un nmero. -No. Acaba usted de darme la nota. Solo i ntento recabar ms informacin antes de llamar. Quiz podra hablar con la persona que c ogi la llamada. -Hummm -dijo el recepcionista, estudiando la nota atentamente. Me parece que no tenemos a nadie que se llame Gail Andrews. -No, me parece muy bien - repuso Tricia -. Pero... -Yo soy Gail Andrews. La voz son a espaldas de Tricia. Se volvi. -Cmo dice? -Soy Gail Andrews. Me ha entrevistado usted esta maana. -Ya. Pues claro, santo cielo - dijo Tricia, un tanto aturdida. -Hace horas que le dej el recado. Como no me ha llamado, he venido. No quera que s e me escapase. -Ah, no. Desde luego - repuso Tricia, intentando zanjar el asunto cuanto antes. -De eso no s nada -anunci el recepcionista, para quien arreglar las cosas cuanto a ntes no era una cuestin decisiva -. Quiere que le marque ahora este nmero? -No, est bien, gracias - le contest Tricia -. Ya me ocupo yo. -Puedo llamar a esta habitacin, si le sirve de ayuda -sugiri el recepcionista, mirando la nota de nuev o. -No, no es necesario, gracias. se es el nmero de mi habitacin. El recado era para m. Creo que ya est arreglado. -Pues que usted lo pase bien - concluy el recepcionista. Tricia no quera especialmente pasarlo bien. Estaba ocupada. Tampoco quera hablar con Gail Andrews. Era muy estricta en lo que se refera a fraternizar con los cristianos. Sus colegas llamaban cristianos a los sujetos de sus entrevistas, y a veces se santiguaban cuando los vean entrar inocentemente e n el estudio para enfrentarse con Tricia, sobre todo si sonrea afectuosamente ens eando Los dientes. Se volvi con una sonrisa petrificada, preguntndose qu hacer. Gail Andrews era una mujer bien arreglada de unos cuarenta y cinco aos. Llevaba r opa cara que, si bien dentro de los cnones permitidos por el buen gusto, se situa ba claramente en el extremo ms fluctuante de sus lmites. Era astrloga, famosa y, si los rumores eran ciertos, bastante influyente; segn decan, no era ajena a una ser ie de decisiones tomadas por el difunto presidente Hudson que iban desde qu sabor de nata montada tomar en qu da de la semana hasta si bombardear o no Damasco. Tricia se haba excedido un poco al atacarla. No en la cuestin de si las historias sobre el presidente eran ciertas, eso era agua pasada. En aquella poca, Ms. Andre ws neg rotundamente que hubiese aconsejado al presidente en asuntos que no fuesen personales, espirituales o dietticos, lo que evidentemente no inclua el bombardeo de Damasco. (Damasco no, nada personal!, clam entonces la prensa sensacionalista.) No, Tricia utiliz hbilmente un enfoque centrado en el tema general de la astrologa. Ms. Andrews no haba estado completamente preparada para eso. Por otro lado, Tric ia no estaba enteramente preparada para un nuevo encuentro en el vestbulo del hot el. Qu hacer? -Si necesita unos minutos, puedo esperarla en el bar -dijo Gail Andrews -. Pero me gustara hablar con usted, y esta noche salgo de viaje. Ms que ofendida o furiosa, pareca un tanto inquieta por algo.

-Muy bien - contest Tricia -. Dme diez minutos. Subi a su habitacin. Aparte de todo lo dems, confiaba tan poco en que el empleado d e la recepcin tuviese capacidad para ocuparse de algo tan complicado como dar un recado, que quiso asegurarse doblemente de que no tena una nota debajo de la puer ta. No sera la primera vez que los mensajes dados en recepcin y los recibidos por debajo de la puerta fuesen completamente distintos. No haba ninguno. Pero la seal luminosa del telfono destellaba, indicando que tena un recado. Puls la tecla correspondiente y le contest la telefonista del hotel, que le anunci: -Tiene usted un recado de Gary Andress. -S? - contest Tricia. Era un nombre desconocido -. Qu dice? -Que no es hippy. -No es qu? -Hippy. Eso dice. Ese individuo dice que no es hippy. Supongo que quera hacrselo saber. Quiere su nmero? Cuando empez a dictarle el nmero, Tricia comprendi de pronto que el recado no era s ino un versin confusa del que acababan de darle. -Muy bien, ya est - dijo -. Hay ms recados para m? -Nmero de habitacin? Tricia no comprenda por qu la telefonista le haba preguntado el nmero de su habitacin a aquellas alturas de la conversacin, pero se lo dio de todas formas. -Nombre? -McMillan, Tricia McMillan. Se lo deletre, pacientemente. -No mster MacManus? -No. -No hay ms mensajes para usted. Clic. Tricia suspir y volvi a marcar. Esta vez le dio de entrada su nombre y el nmero de habitacin. La telefonista no di o la

menor seal de acordarse de que haban hablado menos de diez segundos antes. -Estar e n el bar -explic Tricia -. En el bar. Si tengo alguna llamada, querra pasrmela al ba r, por favor? -Nombre? Lo repitieron un par de veces ms hasta que Tricia tuvo la seguridad de qu e todo lo que poda estar claro lo estaba dentro de lo posible. Se duch, se cambi de ropa, se retoc el maquillaje con rapidez profesional y, mirando a la cama con un suspiro, volvi a salir de la habitacin. A punto estuvo de escabullirse y esconderse en algn sitio. No. En realidad, no. Mientras esperaba el ascensor, se mir en el espejo del pasillo. Tena aspecto tranq uilo y seguro, y si era capaz de engaarse a s misma, podra engaar a cualquiera. Para zanjar la cuestin, no tena ms remedio que ponerse desagradable con Gail Andrew s. De acuerdo, se lo haba hecho pasar mal. Lo siento, pero todos estamos en ese j uego: esa clase de cosas. Ms. Andrews haba aceptado la entrevista porque acababa de publicar un libro, y salir en televisin era publicidad gratis. Pero no haba lan zamientos gratuitos. No, desech esa argumentacin. Esto es lo que haba pasado: La semana anterior los astrnomos anunciaron que al fin haban descubierto un dcimo p laneta, ms all de la rbita de Plutn. Haca aos que lo buscaban, guindose por determin s anomalas orbitales de los planetas ms lejanos, y ahora que lo haban encontrado es taban tremendamente satisfechos y todo el mundo se alegraba mucho, y as sucesivam ente. El planeta recibi el nombre de Persfone, pero en seguida le llamaron Ruperto , mote derivado del loro de un astrnomo -en torno a esto haba una historia aburrid a y sensiblera-, y todo era maravilloso y encantador.

Por diversas razones, Tricia haba seguido la historia con sumo inters. Entonces, cuando intentaba encontrar una buena justificacin para viajar a Nueva Y ork a expensas de su compaa de televisin, ley por casualidad una resea periodstica so re Gail Andrews y su nuevo libro, T y tus planetas. Gail Andrews no era exactamente un nombre conocido, pero en cuanto se mencionaba el presidente Hudson, nata montada y la amputacin de Damasco (el mundo haba avanz ado desde los ataques quirrgicos; en realidad, el nombre oficial haba sido Damascec toma, que significaba extirpacin de Damasco), todo el mundo recordaba quin era. Tricia vio en ello una idea interesante y se apresur a convencer a su productor. Desde luego, la idea de que unos peascos gigantescos que giraban en el espacio es tuvieran al corriente de algn aspecto desconocido del destino personal deba quedar bastante en entredicho por el hecho de que repente apareciese por ah un nuevo mo ntn de piedras cuya existencia se ignoraba hasta entonces. Deba invalidar algunos clculos, no? Qu pasaba con todas aquellas cartas astrales, movimientos planetarios y dems? Todos sabamos (claro est) qu ocurra cuando Neptuno estaba en Virgo y esas cosas, pero qu o urra cuando el ascendiente estaba en Ruperto? Tendra que reconsiderarse toda la ast rologa? No sera una buena ocasin para reconocer que no era sino un montn de bazofia p ara cerdos y dedicarse en cambio a la cra de esos animales, cuyos principios tenan cierta especie de fundamento racional? Si se hubiera conocido tres aos antes la existencia de Ruperto, habra degustado el presidente Hudson el sabor a moras los j ueves en lugar de los viernes? Seguira Damasco en pie? Esa clase de cosas. Gail Andrews se lo haba tomado relativamente bien. Empez a recuperarse del asalto inicial cuando cometi un error bastante grave: intent librarse de Tricia hablando alegremente de arcos diurnos, de ascensiones completas y de los aspectos ms abstr usos de la trigonometra tridimensional. Descubri pasmada que todo lo que le haba largado a Tricia le vena de vuelta a mayor velocidad de la que ella era capaz de asimilar. Nadie haba advertido a Gail que, para Tricia, ser una estrella de televisin constitua su segunda actividad en la v ida. Tras el carmn Chanel, la coupe sauvage y las lentes de contacto azul claro h aba un cerebro que haba logrado por s solo, en una fase anterior y abandonada de su vida, una licenciatura cum laude en matemticas y un doctorado en astrofsica. Al entrar en el ascensor, Tricia, con cierta aprensin, se dio cuenta de que se ha ba dejado el bolso en la habitacin y dud en volver por l. No. Probablemente estaba ms seguro all y no necesitaba nada en especial. Dej qu la puerta se cerrase tras ella . Adems, pens con un profundo suspiro, si algo haba aprendido en la vida era esto: Nu nca vuelvas por el bolso. Al iniciar el descenso, contempl con atencin el techo del ascensor. Quien no conoc iese bien a Tricia McMillan habra pensado que sa era exactamente la manera como a veces se levantan los ojos cuando se intenta contener las lgrimas. Pero estaba ob servando la minscula cmara de seguridad montada en una esquina. Un momento despus sali del ascensor y, a paso bastante vivo, se dirigi de nuevo al mostrador de recepcin. -Bueno, voy a escribirlo - anunci - porque no quiero que haya ninguna confusin. Es cribi su nombre con letras maysculas, su nmero de habitacin y EN EL BAR, y tendi el el al recepcionista, que lo examin. -Por si acaso hay algn mensaje para m. De acuerdo? El recepcionista sigui mirando la nota. -Quiere que vea si est en su habitacin? - pregunt. Dos minutos despus cruz la puerta giratoria del bar y se sent junto a Gail Andrews, que estaba en la barra frente a una copa de vino blanco. -Tena la impresin de que era usted de las personas que prefieren sentarse en la ba rra en vez de discretamente a una mesa - le dijo. Era cierto, y pill a Tricia un poco de sorpresa. -Vodka? - sugiri Gail. -S -convino Tricia, recelosa. Apenas pudo reprimir la pregunta: Cmo lo sabe? Pero Gai l se lo dijo de todos modos. -He preguntado al barman - le explic con una amable sonrisa. El barman ya le tena preparado el vodka y, con un elegante movimiento, lo desliz p

or la reluciente caoba. -Gracias - dijo Tricia, removiendo bruscamente la copa. No saba cmo interpretar aq uella repentina amabilidad, y decidi no dejarse confundir por ella. En Nueva York , la gente no era amable sin razn. -Ms. Andrews -dijo en tono firme -. Lamento que no est satisfecha. Probablemente pensar que esta maana he sido un poco dura con usted, pero al fin y al cabo la ast rologa no es ms que un pasatiempo popular, lo que est muy bien. Forma parte de la i ndustria del espectculo, le ha reportado a usted buenos beneficios, y eso es todo . Es divertido. Pero no es una ciencia, y no debemos confundir las cosas. Creo q ue eso es lo que hemos demostrado perfectamente esta maana, al tiempo que entrete namos al pblico, cosa con la que ambas nos ganamos la vida. Siento que no le haya parecido bien. -Yo estoy completamente satisfecha - asegur Gail Andrews. -Ah -repuso Tricia, no del todo segura de cmo interpretar aquello -. En su recado deca que no estaba sati sfecha. -No. En mi mensaje deca que, en mi opinin, usted no estaba satisfecha y me preguntaba por qu. Tricia tuvo la impresin de que le daban una patada en la nuca. Parpade. -Cmo? - inquiri con voz queda. -Tena algo que ver con los astros. En nuestra discusin pareca usted muy enfadada e insatisfecha por algo relacionado con los astros y los planetas, y me qued preocu pada. Por eso he venido a ver si se encontraba bien. -Ms. Andrews -empez a decir Tricia, sin apartar los ojos de ella, pero se dio cue nta de que, por el tono que acababa de emplear, pareca precisamente enfadada e in satisfecha y eso debilitaba bastante la protesta que trataba de manifestar. -Llmeme Gail, por favor, si le parece bien. Tricia se qued perpleja. -Ya s que la astrologa no es una ciencia -prosigui Gail -. Claro que no. No es ms qu e un conjunto arbitrario de normas como el ajedrez, el tenis o cmo se llama ese ex trao juego que practican ustedes en Gran Bretaa? -Humm... El crquet? El desprecio de s mismo? -La democracia parlamentaria. Las normas por las que se rige, ms o menos. No tien en sentido alguno salvo por s mismas. Pero cuando esas normas se aplican, se dese ncadena toda clase de procesos y se empieza a descubrir toda clase de cosas sobr e la gente. Resulta que en la astrologa las normas se aplican a los astros y los planetas, pero las consecuencias seran las mismas si se refiriesen a los patos y los nades. No es ms que una forma de meditar que permite poner al descubierto la e structura de un problema. Cuanto ms normas haya, cuanto ms reducidas y arbitrarias sean, mejor. Es como arrojar un puado de polvo de grafito sobre un papel para ve r dnde estn las marcas del lpiz. Permite ver las palabras escritas en el papel que estaba encima. El grafito no tiene importancia. Slo es el medio de revelar las ma rcas. As que ya ve, la astrologa no tiene nada que ver con la astronoma. Slo con per sonas que meditan sobre otras personas. De modo que, cuando esta maana enfoc usted de forma tan emocional el tema de los as tros y los planetas, empec a pensar: en realidad no le molesta la astrologa, est fu riosa e insatisfecha precisamente con los astros y los planetas. Normalmente, la s personas slo se sienten tan furiosas e insatisfechas cuando han perdido algo. E so es lo nico que se me ocurri, y no pude encontrar otra explicacin. As que vine a v er si se encontraba bien. Tricia se qued pasmada. Una parte de su mente ya haba empezado a elaborar toda clase de argumentos. Prepa raba todas las refutaciones posibles sobre la ridiculez de los horscopos publicad os en la prensa y los trucos estadsticos que presentaban a los lectores. Pero esa actividad se fue apagando paulatinamente al comprender que el resto de su mente no le haca caso. Estaba absolutamente perpleja. Acababa de escuchar, por boca de una completa desconocida, algo que haba mantenid o en secreto durante diecisiete anos. Se volvi a mirar a Gail. -Yo... Se interrumpi.

Detrs de la barra, una diminuta cmara de seguridad se haba desplazado para seguir sus movimientos. Eso la despist completamente. La mayora de la gente no habra repar ado en ello. No estaba pensado para que lo notaran. No se pretenda dar a entender que, hoy da, ni siquiera un hotel caro y elegante de Nueva York poda estar seguro de que sus clientes no iban a sacar de pronto una pistola o no llevar corbata. Pero por cuidadosamente oculta que estuviera tras la botella de vodka, no poda en gaar al finsimo instinto de una presentadora de televisin, acostumbrado a saber exa ctamente en qu momento se mova la cmara para enfocarla. -Ocurre algo? - pregunt Gail. -No, yo... tengo que confesar que me ha dejado bastante perpleja -contest Tricia. Decidi no hacer caso de la cmara de seguridad. No eran ms que imaginaciones suyas, debido a que aquel da ya tena demasiada televisin en la cabeza. No era la primera vez que le pasaba. Estaba convencida de que una cmara de control de trfico se volv i para seguirla cuando pas frente a ella, y en los almacenes Bloomingdale una cmara de seguridad pareci tener especial inters en vigilarla mientras se probaba unos s ombreros. Era evidente que se estaba volviendo chalada. Incluso lleg a imaginar q ue un pjaro la observaba con particular atencin en Central Park. Decidi quitrselo de la cabeza y dio un sorbo al vodka. Alguien recorra el bar preguntando por mster MacManus. -Muy bien - dijo Tricia, soltndolo de pronto -. No s cmo lo ha descubierto, pero yo ... -No lo he descubierto, como usted dice. Me he limitado a escucharla. -Me parece que me he perdido una vida completamente distinta. -Eso le pasa a todo el mundo. A cada momento del da. Cada decisin, cada aliento qu e tomamos, abre unas puertas y cierra otras muchas. La mayora de las veces no lo notamos. Pero otras s. Parece que usted ha cado en la cuenta. -S, claro que s. Perfectamente. Se lo voy a contar. Es muy sencillo. Hace muchos ao s conoc a un chico en una fiesta. Dijo que era de otro planeta y me invit a irme c on l. Le contest que muy bien, de acuerdo. Era esa clase de fiesta. Le dije que me esperase mientras iba por el bolso y que me gustara marcharme con l a otro planet a. Me asegur que no necesitara el bolso. Repuse que estaba claro que vena de un pla neta muy atrasado, pues de otro modo sabra que una mujer siempre necesita llevar consigo el bolso. Se impacient un poco, pero yo no estaba dispuesta a ser presa fc il slo porque dijese que era de otro planeta. Sub al primer piso. Tard un rato en encontrar el bolso y luego estaba ocupado el cu arto de bao. Cuando baj, l ya no estaba. Hizo una pausa. -Y...? - dijo Gail. -La puerta del jardn estaba abierta. Sal a la calle. Haba luces. Un objeto destella nte. Llegu justo a tiempo de ver cmo se elevaba en el aire para luego desaparecer a toda velocidad entre las nubes. Eso fue todo. Fin de la historia. Fin de una v ida y comienzo de otra. Pero apenas pasa un momento de esta vida sin que me preg unte por mi otro yo. Un yo que no hubiese vuelto por el bolso. Tengo la impresin de que ese otro yo anda por ah, en alguna parte, y yo soy su sombra. Un miembro del personal del hotel recorra ahora el bar preguntando por mster Mille r. Nadie se llamaba as. -Cree verdaderamente que esa... persona era de otro planeta? - pregunt Gail. -S, desde luego. Estaba la nave espacial. Ah, y adems tena dos cabezas. -Dos? Y nadie ms se dio cuenta? -Era ua fiesta de disfraces. -Ya entiendo... -Llevaba encima una jaula de pjaro, claro est. Cubierta con un pao. Deca que tena un loro. Daba golpecitos en la jaula y salan graznidos y un montn de estpidos Lorito bo nito y esas cosas. Luego retir el pao un momento y solt una estruendoso carcajada. H aba otra cabeza que rea al tiempo que l. Le aseguro que fue un momento preocupante. -Creo que quiz hizo usted lo que deba, no le parece, querida? -No -asegur Tricia -. No hice lo que deba. Ni tampoco pude seguir haciendo lo que

haca. Era astrofsica, sabe usted. No se puede ser una buena astrofsica si no se con oce realmente a alguien de otro planeta con dos cabezas y una de ellas finge que es un loro. Simplemente, no se puede. Al menos yo no pude. -Comprendo que le resultara duro. Y probablemente es por eso por lo que usted ti ende a ser un poco dura con otras personas que hablan de cosas que parecen compl etamente absurdas. -S - convino Tricia -. Supongo que tiene razn. Lo siento. -No tiene importancia. -A propsito, es usted la primera persona a quien cuento esto. -Me pregunto si es usted casada. -Pues no. Hoy resulta difcil adivinarlo, verdad? Pero hace bien en preguntar, porq ue sa fue probablemente la razn. He estado a punto ms de una vez, sobre todo porque quera tener un nio. Pero todos los chicos acababan preguntando por qu no les quita ba la vista del hombro. Qu poda decirles? Una vez hasta pens en dirigirme a un banco de esperma y conformarme con lo que viniese. Tener un hijo de un desconocido, a l azar. -En serio? No sera capaz de hacer eso, verdad? -Probablemente no -dijo Tricia, riendo -. No llegu a ir, as que no lo averig. No lo hice. La historia de mi vida. jams he llegado a hacer nada en serio. Por eso trab ajo en televisin, supongo. Ah no hay nada serio. -Disculpe, seora. Es usted Tricia McMillan? Tricia se volvi, sorprendida. Era un hombre con gorra de chfer. -S - contest, volvindose a tranquilizar de inmediato. -Hace una hora que la estoy buscando, seora. En el hotel me dijeron que no conocan a nadie con ese nombre, pero lo comprob otra vez con la oficina de mster Martin y , sin ningn gnero de duda, me aseguraron que era aqu donde se alojaba usted. De mod o que volv a preguntar, y cuando me repitieron que no la conocan hice que la busca ra un botones de todos modos, pero no la encontraron. As que ped a la oficina que me enviaran por el FAX del coche una fotografa suya para echar un vistazo persona lmente. Mir su reloj. -Quiz ya sea un poco tarde, pero quiere venir de todos modos? Tricia se qued pasmada. -Mster Martin? Se refiere a Andy Martin, de la NBS? -Exactamente, seora. Prueba de pantalla para USIAM. Tricia baj disparada del asien to. Ni quera pensar en todos los recados que haba odo para mster MacManus y mster Mil ler. -Pero tenemos que apresurarnos -advirti el chfer -. He odo que mster Martin es parti dario de probar un acento britnico. En la emisora, su jefe est absolutamente en co ntra de la idea. Es mster Zwingler, y resulta que s que toma el avin para la costa esta tarde, porque yo soy el que tiene que recogerlo para llevarlo al aeropuerto . -Muy bien - dijo Tricia -. Estoy lista. Vamos. -Perfectamente, seora. Es la gran limusina estacionada frente a la entrada. -Lo siento - dijo Tricia, volvindose a Gail. -Vaya! Vaya usted! -repuso la astrlogo -. Y buena suerte. Me alegro de haberla conocido. Tricia hizo ademn de coger el bolso para sacar dinero. -Maldita sea - exclam. Se lo haba dejado arriba. -Yo pago las copas - insisti Gail -. De veras. Ha sido muy interesante. Tricia suspir. -Mire, siento de verdad lo de esta maana y... -No diga una palabra ms. No es ms que astrologa. Es inofensiva. No se acaba el mund o por eso. -Gracias - dijo Tricia, abrazndola en un impulso. -Lo lleva todo? - inquiri el chofer -. No quiere recoger el bolso ni nada? -Si hay algo que he aprendido en la vida - repuso Tricia -, es a no volver por e

l bolso. Poco ms de una hora despus, Tricia se sent en una de las camas gemelas de la habita cin del hotel. Estuvo unos minutos sin moverse, mirando fijamente el bolso, que r eposaba inocentemente encima de la otra cama. En la mano tena una nota de Gail Andrews, que deca: No se sienta demasiado decepcio nada. Llmeme si quiere hablar de ello. Yo que usted, no saldra de la habitacin hast a maana por la noche. Descanse un poco. Pero no me tome en serio y no se preocupe . No es ms que astrologa. No el fin del mundo. Gail. El chfer haba estado completamente en lo cierto. En realidad pareca saber ms de lo q ue ocurra en el interior de la NBS que cualquier otra persona con quien hubiese h ablado en la organizacin. Martin se haba mostrado favorable. Zwingler, no, le hici eron una toma para demostrar que Martin tena razn y ech a perder la oportunidad. Qu lstima. Qu lstima, qu lstima, qu lstima. Hora de volver a casa. Hora de llamar a las lneas areas y ver si an poda coger el av in de la noche para Heathrow. Cogi la enorme gua telefnica. Bueno, lo primero es lo primero. Volvi a dejar la gua, cogi el bolso y se dirigi al bao. Sac del bolso la cajita de pl ico en que guardaba las lentes de contacto, sin las cuales haba sido incapaz siqu iera de leer debidamente el guin ni de saber cundo tena que empezar a hablar. Mientras se aplicaba en los ojos las diminutas concavidades de plstico, pens que s i haba aprendido una cosa en la vida era que hay veces que no se debe volver por el bolso y otras que s conviene. Slo le quedaba aprender a distinguir ambas situac iones. 3 En eso que en broma llamamos el pasado, la Gua del autoestopista galctico tena much o que decir sobre el tema de los universos paralelos. No obstante, muy pocos asp ectos de la cuestin resultan comprensibles para quien est por debajo del nivel de Dios Avanzado, y como ya est perfectamente demostrado que todos los dioses conoci dos cobraron existencia unas tres millonsimas de segundo despus del inicio del uni verso y no la semana anterior, como ellos mismos solan afirmar, ahora, tal como e stn las cosas, tienen mucho que explicar y, por consiguiente, de momento no estn e n condiciones de comentar asuntos de fsica profunda. Una cosa alentadora que la Gua tiene que decir con respecto a los universos paral elos es que no hay ni la ms remota posibilidad de comprenderlos. En consecuencia, puede decirse Qu? y Eh?, incluso quedarse bizco y ponerse a hablar por los codos si emor a quedar en ridculo. Lo primero que hay que entender de los universos paralelos, dice la Gua, es que n o son paralelos. Tambin es importante comprender que, estrictamente hablando, tampoco son universo s, pero eso resulta ms fcil si se trata de entenderlo un poco despus, cuando se hay a comprendido que todo lo que se ha entendido hasta ese momento no es cierto. Y no son universos debido a que todo universo dado no es realmente una cosa en s, sino una forma de enfocar lo que tcnicamente se conoce como TCRG, o Toda Clase d e Revoltijo General, que tampoco existe realmente, sino que es la suma total de todas las diversas formas de enfocarlo en caso de que tuviese una existencia rea l. Y no son paralelos por la misma razn por la que el mar no es paralelo. No signifi ca nada. Puede dividirse el Toda Clase de Revoltijo General en las partes que se quiera y, en general, se obtendr algo que alguien llamar hogar. Por favor, no tenga reparos en ponerse a hablar por los codos ahora mismo. La Tierra que ahora nos ocupa, a causa de su particular orientacin en el Toda Cla se de Revoltijo General, fue alcanzada por un neutrino del que se salvaron las d ems Tierras. Ser alcanzado por un neutrino no significa gran cosa. En realidad, resulta difcil pensar en nada ms pequeo con lo que pueda justificarse la esperanza de ser alcanzado. Y no es que el ser alcanzado por neutrinos fuese un acontecimiento especialmente inslito en algo del tamao de la Tierra. Todo lo co ntrario. No pasara un inslito nanosegundo sin que la Tierra fuese alcanzada por va rios billones de neutrinos de paso. Todo depende del sentido que se d a alcanzado, claro est, puesto que como materia eq

uivale prcticamente a nada. Las posibilidades de que un neutrino llegue a alcanza r algo en su recorrido por todo el bostezante vaco son aproximadamente semejantes a la de arrojar un cojinete de bolas al azar desde un 747 en pleno vu elo y acertar, pongamos, a un sandwich de huevo. Sea como fuere, aquel neutrino alcanz algo. Nada tremendamente importante en la e scala de las cosas, podra decirse. Pero el problema de afirmar algo as es que hay que ponerse bizco y hablar escupiendo a la gente. Siempre que llega a ocurrir ve rdaderamente algo en alguna parte de algo tan complicado como el Universo, Kevin sabe en qu acabar todo, en donde Kevin es cualquier sujeto aleatorio que no sabe na da de nada. Aquel neutrino choc con un tomo. El tomo formaba parte de una molcula. La molcula formaba parte de un cido nucleico. El cido nucleico formaba parte de un gen. El gen formaba parte de una receta genti ca para crecer..., y as sucesivamente. El resultado fue que a una planta le acab c reciendo una hoja de ms. En Essex. O lo que, tras un montn de absurdas discusiones y problemas de carcter geolgico, llegara a ser Essex. Esa planta era un trbol. Extendi su influencia o, mejor dicho, su semilla, alreded or de forma sumamente rpida y eficaz y se convirti en el tipo de trbol predominante en el mundo. La exacta relacin causal entre ese minsculo azar biolgico y otras cua ntas variaciones menores que existen en esa parte del Toda Clase de Revoltijo Ge neral -como la de que Tricia McMillan no se marchara con Zaphod Beeblebrox, las ventas anormalmente bajas de helado con sabor a nuez tropical y el hecho de que la Tierra en que ocurra todo esto no fuese demolida por los vogones para construi r en su lugar una nueva desviacin hiperespacial-est actualmente clasificada con el nmero 4.763.984.132 en la lista de prioridades del programa de investigacin de lo que a ntiguamente fue la Seccin de Historia de la Universidad de Maximgalon, y ahora par ece que ninguno de los que se congregan para la oracin al borde de la piscina con sidera urgente el problema. 4 Tricia empez a creer que el mundo conspiraba contra ella. Comprenda que era una fo rma de pensar absolutamente normal despus de un vuelo nocturno en direccin Este, c uando de pronto uno se encuentra ante otra jornada entera, plagada de oscuras am enazas, para la cual no se est preparado en lo ms mnimo. Pero aun as. Haba marcas en su jardn. En realidad no le importaban mucho las marcas en el jardn. En lo que a ella se re fera, podan largarse a hacer grgaras. Era sbado por la maana. Acababa de volver de Nu eva York y estaba cansada, de mal humor y paranoica, y lo nico que quera era irse a la cama con la radio encendida y el volumen bajo para irse quedando dormida mi entras Ned Sherrin deca cosas tremendamente inteligentes sobre cualquier tema. Pero Eric Bartlett no iba a consentir que se quedara sin hacer una completa insp eccin de las marcas. Eric era el viejo jardinero que vena del pueblo todos los sbad os por la maana para hurgar con un palo por el jardn. No crea en la gente que vena d e Nueva York a primera hora de la maana. No lo aprobaba. Era algo contra natura. Pero crea prcticamente en todo lo dems. -Seres del espacio, probablemente -sentenci inclinndose para tantear con el palo l os bordes de las pequeas hendiduras -. Estos das se habla muchos de aliengenas. Sern ellos, supongo. -Ah, s? -repuso Tricia, mirando furtivamente su reloj. Diez minutos, calcul. Sera ca paz de seguir en pie diez minutos. Luego se desplomara, simplemente, ya estuviera en su cuarto o all, en el jardn. Y eso si slo tena que estar de pie. Si adems deba a entir con aire inteligente y decir Ah, s? de cuando en cuando, el plazo poda reducirse a ci nco. -Pues claro -continu Eric -. Bajan por aqu, aterrizan en tu jardn y luego se largan , a veces con tu gato. El gato de mistress Williams, la de la oficina de correos , ya sabe, esa pelirroja, fue secuestrado por extraterrestres. Claro que al da si guiente lo trajeron de vuelta, pero estaba de un humor muy raro. Por la maana no haca ms que dar vueltas por ah y luego se pasaba la tarde durmiendo. Lo curioso es que antes era al revs. Dorma por la maana y zancadilleaba por la tarde. Iba atrasad

o, comprende?, por el viaje en una nave interplanetaria. -Comprendo. -Lo tieron de atigrado, dice ella. stas son exactamente la clase de marcas que pro bablemente dejaran las patas articuladas de su tren de aterrizaje. -Y no pueden ser de la cortacsped? - insinu Tricia. -Si fuesen ms redondas, dira que s, pero stas se abren hacia fuera, no ve? Una forma absolutamente ms espacial. -Es q ue usted mencion que la cortacsped estaba dando la lata y haba que arreglarla o emp ezara a hacer hoyos en la hierba. -S que lo dije, miss Tricia, y lo mantengo. No descarto totalmente la cortacsped, slo digo lo que me parece ms probable, vista la forma de los agujeros. Vienen por encima de esos rboles, comprende?, con las patas articuladas del tren de aterrizaj e... -Eric... - dijo Tricia, pacientemente. -Pero le dir lo que voy a hacer, miss Tricia -anunci Eric -. Echar un vistazo a la cortacsped, tal como tuve intencin de hacer la semana pasada, y la dejar tranquila para que haga lo que guste. Gracias, Eric. En realidad me voy a acostar. Srvase lo que quiera en la cocina. Gracias, miss Tricia, y buena suerte. Eric se agach y cogi algo del csped.

-Mire - dijo -. Un trbol de tres hojas. Da buena suerte, ve? Lo examin con atencin p ara asegurarse de que efectivamente se trataba de un trbol de tres hojas y no uno ordinario de cuatro al que se le hubiese cado una. -Pero en su lugar, yo estara atento a ver si hay seales de aliengenas por esta zona prosigui Eric, escudriando sagazmente el horizonte -. Sobre todo por ah, en la dir eccin de Henley. -Gracias, Eric - repiti Tricia -. Lo har. Se acost y so a intervalos con loros y otras aves. Por la tarde se levant y se puso a dar vueltas por la casa, inquieta, insegura sobre qu hacer el resto del da, o in cluso el resto de su vida. Presa de incertidumbre, tard al menos una hora en deci dir si iba al pueblo a pasar la velada en Stravro's, que por entonces era el loc al de moda de los profesionales ms encopetados de los medios de comunicacin y ver a algunos amigos que la ayudasen a recuperar la normalidad. Al fin decidi ir. No estaba mal. Era divertido. Apreciaba mucho a Stavro, un griego de padre alemn, co mbinacin bastante extraa. Un par de noches antes Tricia haba estado en el Alpha, qu e era el club original de Stavro en Nueva York y que ahora llevaba su hermano Ka rl, quien se consideraba alemn de madre griega. Stavro se pondra muy contento al s aber que su hermano no daba una dirigiendo el club de Nueva York, as que Tricia l e dara una alegra... Entre Stavro y Karl Mueller la antipata era mutua. Luego pas otra hora de incertidumbre, sin saber qu ponerse. Finalmente se decidi po r un elegante vestidito negro que haba comprado en Nueva York. Telefone a un amigo para saber con quin podra encontrarse en el club, y se enter de que aquella noche estaba cerrado al pblico porque se celebraba un festejo de bodas. Pens que el tratar de vivir con arreglo a un plan trazado de antemano era como ir al supermercado a comprar los ingredientes justos para una receta de cocina. Se coge uno de esos carritos que no avanzan en la direccin en que se les empuja y se acaba ad quiriendo cosas completamente diferentes. Qu hacer con ellas? Qu hacer con la receta ? Ni idea. De todas formas, aquella noche aterriz en su jardn una nave espacial. 5 La vio venir por la direccin de Henley, al principio con leve curiosidad, preguntn dose qu eran aquellas luces. Como no viva a un milln de kilmetros de Heathrow, estab a acostumbrada a ver luces en el cielo. Normalmente no a hora tan avanzada de la noche, ni tan bajo, y eso le extra un poco.

Cuando lo que fuese empez a acercarse cada vez ms, su curiosidad se torn en estupef accin. Hummm, pens, y en eso consisti ms o menos todo su razonamiento. An estaba aletargada con la sensacin del desfase horario, por lo que los mensajes que una parte de su cerebro se dedicaba a enviar a la otra no llegaban necesariamente en el momento justo ni en la forma adecuada. Sali de la cocina, donde se haba preparado un caf, y fue a abrir la puerta trasera que daba al jardn. Aspir profundamente el fresco a ire de la noche y alz la cabeza. A unos treinta metros por encima del csped haba un objeto aproximadamente del tamao de una amplia furgoneta de recreo. Era de verdad. Estaba all, suspendido. Casi sin ruido. Algo se removi en el fuero interno de Tricia. Dej caer los brazos a los costados, despacio. Apenas not el caf candente que se le derramaba en el pie. Casi no respiraba mientras la nave descenda poco a poco, cen tmetro a centmetro. Sus luces se desplazaban suavemente por el suelo, como tantendo lo, sintindolo. Se detuvieron en l. No poda esperar que se le volviera a presentar otra oportunidad. Es que l la estaba buscando? Haba vuelto? La nave sigui descendiendo hasta posarse finalmente en el cs ped. No era como la que tantos aos antes haba visto despegar, pens, pero en el ciel o nocturno era difcil que unas luces destellantes cobraran formas bien definidas.

Silencio. Luego, un clic y un hum. Despus, otro clic y otro hum. Clic, hum; clic, hum. Se abri una puerta suavemente, derramando luz por el csped, hacia ella. Esper, temblando. Apareci una silueta recortada en la luz, luego otra, y otra. Ojos grandes que la miraban parpadeando, despacio. Manos que se elevaban lentame nte, saludndola, -McMillan? - dijo al fin una extraa y tenue voz, articulando las slabas con dificul tad -. Tricia McMillan? Ms Tricia McMillan? -S - contest Tricia, casi sin voz. -La hemos estado vigilando. -V..., vigilando? A m? -S. La miraron de arriba abajo durante unos momentos, moviendo muy despacio los gran des ojos. -Parece ms baja al natural - dijo al fin uno de ellos. -Cmo? - inquiri Tricia. -S. -No... no entiendo -confes Tricia. No lo esperaba, claro est, pero, en primer luga r, incluso para ser algo inesperado no iba de la forma que poda esperarse -. Viene n..., es de parte... de Zaphod? La pregunta pareci causar cierta consternacin entre las tres siluetas. Conferencia ron en una especie de lenguaje saltarn propio de ellos y luego se dirigieron de n uevo a ella. -Creemos que no - dijo uno -. Al menos que nosotros sepamos. -Dnde est Zaphod? - pregunt otro, alzando la cabeza al oscuro cielo. -Pues... no s - contest Tricia con aire de impotencia. -Est lejos de aqu, En qu direccin? No lo conocemos. Con el corazn encogido, Tricia comprendi que no tenan ni idea de a quin se refera. Ni siquiera de lo que estaba hablando. Y ella no tena ni idea de lo que hablaban el los. Puso resueltamente a un lado sus esperanzas al tiempo que volva a poner en m archa las ideas. Decepcionarse no tena sentido. Haba que despabilarse, porque tena delante la primicia periodstica del siglo. Qu deba hacer? Entrar en casa y coger la c ara de vdeo? Y si se haban marchado cuando volviera? Se encontraba absolutamente pe rpleja sobre la estrategia que deba adoptar. Hacer que sigan hablando, pens. Ya se me ocurrir algo. -Me han estado vigilando... a m? -A todos. Todo el planeta. Televisin. Radio. Telecomunicaciones. Ordenadores. Cir

cuitos de vdeo. Almacenes. -Qu? -Estacionamientos. Todo. Lo vigilamos todo. Tricia los mir de hito en hito. -Eso debe ser muy aburrido, no? - dijo bruscamente. -S. -Entonces, por qu...? -Menos... -S? Menos qu? -Menos los concursos de televisin. Nos gustan mucho. Hubo un silencio tremendamente largo mientras Tricia observaba a los extraterres tres y ellos le devolvan la mirada. -Quisiera entrar en casa a coger algo -dijo T ricia con mucha parsimonia -. Les propongo una cosa. A alguno de ustedes le gusta ra pasar a echar una mirada? -Muchsimo! - contestaron todos, entusiasmados. Se quedaron los tres en el saln, un tanto cohibidos, mientras ella se apresuraba a coger una cmara de vdeo, una cmara de treinta y cinco milmetros, un magnetfono, cua lquier aparato grabador al que pudo echar mano. Los seres del espacio eran delga dos y, expuestos a la luz casera, de un apagado color verde prpura. -Slo tardar un momentito, en serio, chicos -dijo Tricia mientras hurgaba en los ca jones en busca de cintas y pelculas de repuesto. Los seres del espacio miraban las estanteras donde guardaba sus CD y sus viejos d iscos. Uno de ellos dio a otro un ligero codazo. -Mira - dijo -. Elvis. Tricia se inmoviliz y volvi a mirarlos con fijeza. -Les gusta Elvis? - pregunt. -S. -Elvis Presley? -S. Pasmada, sacudi la cabeza mientras trataba de poner una cinta nueva en la cmara de vdeo. -Algunos de ustedes -coment sin mucha decisin uno de los visitantes -creen que Elv is fue secuestrado por seres del espacio. -Cmo? - inquiri Tricia. -Y es verdad? -Puede ser. -Quieren decir que ustedes han secuestrado a Elvis? -jade Tricia. Trataba de mante nerse lo ms tranquila posible para no hacerse un lo con los aparatos, pero aquello casi era demasiado para ella. -No. Nosotros no -dijeron sus invitados -. Seres del espacio. Es una posibilidad muy interesante. A menudo hablamos de ello. -No tengo que alzarla -murmur Tricia para s. Comprob la cmara de vdeo: estaba conveni entemente cargada y funcionando. Los enfoc. No se la llev a la cara porque no quera asustarlos. Pero tena la experiencia suficiente para no fallar desde la cadera. -Muy bien. Ahora dganme tranquilamente y despacito quines son. Usted primero dijo al de la izquierda -. Cmo se llama? No lo s. No lo sabe. -No. -Bueno. Y ustedes dos? -No sabemos. -Bien. Vale. A lo mejor pueden decirme de dnde son. Sacudieron la cabeza.

-Que no saben de dnde son? Volvieron a negar con la cabeza. -Entonces, qu hacen... humm...? Estaba perdiendo el hilo, pero como era una profesional, mientras lo perda no dej aba de mantener firme la cmara. -Estamos en una misin - dijo uno de los seres del espacio. -Una misin? Qu clase de misin? -No lo sabemos. Sigui sujetando la cmara con firmeza. -Entonces, qu estn haciendo en la Tierra? -Hemos venido a buscarla. Firme, firme como una roca. Igual poda estar sobre un trpode, en realidad, se preg unt si deba utilizarlo. Se lo pregunt porque tard unos momentos en digerir lo que ac ababan de decirle. No, pens, dirigindola con la mano tena ms flexibilidad. Tambin pen s: Socorro, qu voy a hacer? -Por qu han venido a buscarme? - pregunt con calma. -Porque hemos perdido la cabeza. -Disclpenme - dijo Tricia -. Tengo que ir por un trpode. Parecan bastante complacidos de quedarse all sin hacer nada mientras Tricia buscab a rpidamente un trpode y montaba la cmara. No cambiaba en absoluto de expresin, pero no tena la menor idea de qu pasaba y no saba qu pensar. -Muy bien - prosigui cuando lo tuvo todo preparado -. Por qu...? -Nos gust su entrevista con la astrlogo. -La vieron? -Lo vemos todo. La astrologa nos interesa mucho. Nos gusta. Es muy interesante. N o todo lo es. La astrologa, s. Lo que nos dicen los astros. Lo que predicen. Nos c onvendra cierta informacin al respecto. -Pero... Tricia no saba por dnde empezar. Reconcelo, pens, no tiene sentido buscarle las vueltas a esto. As que dijo: -Pero yo no s nada de astrologa. -Nosotros s. -De verdad? -S. Leemos los horscopos. Los devoramos. Miramos todos sus peridicos y revistas, co n verdadera ansia. Pero nuestro jefe dice que tenemos un problema. -Tienen un jefe? -S. -Cmo se llama? -No sabemos. -Cmo dice l que se llama, por amor de Dios? Lo siento, tengo que corregir esto. Cmo d ice l que se llama? -No lo sabe. -Entonces, cmo saben ustedes que es el jefe? -Tom el mando. Dijo que alguien tena que poner orden por all. -Ah! - exclam Tricia, aprovechando la indicacin -. Dnde es all? -Ruperto. -Qu? -Ustedes lo llaman Ruperto. El dcimo planeta de su sol. Hace muchos aos que nos in stalamos all. Hace muchsimo fro y no hay nada interesante. Pero est bien para vigila r. -Por qu nos estn vigilando? -Es lo nico que sabemos hacer. -Muy bien -concluy Tricia -. De acuerdo. Qu problema dice su jefe que tienen ustede s? -Triangulacin.

-Cmo ha dicho? -La astrologa es una ciencia muy precisa. Eso s lo sabemos. -Pues... - repuso Tricia, dejndolo en eso. -Pero slo para ustedes, aqu, en la Tierra. -S... s... - tuvo la horrible sensacin de percibir un vago destello de algo. -Porque cuando Venus ingresa en Capricornio, por ejemplo, eso es visto desde la Tierra. Cmo nos vale eso a nosotros si estamos en Ruperto? Qu ocurre cuando la Tierr a pasa sobre Capricornio? No lo sabemos. Entre las cosas que hemos olvidado, que suponemos numerosas y profundas, est la trigonometra. -A ver si entiendo bien esto -dijo Tricia -. Quieren que vaya con ustedes a... Ru perto... -S. -Para volver a calcular sus horscopos de modo que puedan tener en cuenta las posic iones relativas de la Tierra y Ruperto? -S. -Me conceden la exclusivas -S. -Soy su chica - asegur Tricia, pensando que como mnimo podra venderla al National E nquirer. Al abordar la nave que la llevara a los ms alejados confines del sistema solar, lo primero que le salt a la vista fue una serie de pantallas de vdeo en las que se s ucedan millares de imgenes. Un cuarto extraterrestre las observaba sentado, aunque centraba especialmente la atencin en una pantalla donde se vea una secuencia comp leta. Era la proyeccin de la improvisada entrevista que Tricia acababa de hacer a sus tres compaeros. Al verla entrar con aire temeroso, el ser del espacio alz la cabeza. -Buenas noches, Ms McMillan - la salud -. Ha hecho un buen trabajo con la cmara. 6 Al caer al suelo, Ford Prefect iba va corriendo. El suelo estaba veinte centmetro s ms lejos del conducto de ventilacin de lo que recordaba, de modo que no calcul bi en el momento en que tocara terreno firme, empez a correr antes de tiempo, tropez d e mala manera y se torci un tobillo. Maldita sea! De todos modos sigui corriendo po r el pasillo, cojeando ligeramente. Por todo el edificio, las alarmas se dispararon con su habitual conmocin y frenes. Se puso a cubierto tras los familiares armarios, ech una mirada para comprobar s i le haban visto y empez a hurgar precipitadamente en la mochila en busca de las c osas que habitualmente necesitaba. El tobillo, de manera inhabitual, le dola muchsimo. El suelo no slo se encontraba veinte centmetros ms lejos del conducto de ventilacin de lo que recordaba, sino que adems estaba en un planeta diferente; sin embargo, lo que le pill de sorpresa fueron los veinte centmetros. Las oficinas de la Gua del Autoestopista Galctico solan trasladarse con bastante frecuencia a otro planeta s in previo aviso, en razn del clima o la hostilidad local, el recibo de la luz o l os impuestos, pero siempre volvan a construirlas exactamente de la misma forma, c asi hasta la misma molcula. Para muchos empleados de la compaa, la disposicin de las oficinas representaba la nica constante en un universo personal gravemente disto rsionado. Pero haba algo raro. Lo que por s solo no era sorprendente, pens Ford, sacando su toalla arrojadiza, po co pesada. En mayor o menor grado, en su vida todo era extrao. Slo que esto era ra ro de un modo ligeramente distinto de las cosas raras a que estaba acostumbrado, que eran, bueno, extraas. De momento no lograba situarlo. Sac la llave del tres. Las alarmas sonaban de la misma forma que siempre, que l conoca bien. Tenan una esp ecie de msica que casi poda tararear. Todo era muy familiar. Aunque el mundo en qu e se encontraba haba sido una novedad. Nunca haba estado en Saquo-Pila Hensha, y l e gust. Tena un ambiente como de carnaval. Sac de la mochila un arco y una flecha de juguete que haba comprado en un mercadil lo. Haba descubierto que el ambiente carnavalero de Saquo-Pila Hensha se deba a que la

poblacin celebraba la fiesta anual de la Asuncin de San Antwelmo. En vida, San An twelmo fue un monarca noble y famoso que enunci una hiptesis grandiosa y popular. La asuncin del Rey Antwelmo consisti en postular que, prescindiendo de todo lo dems , lo que ansiaba la gente era ser feliz, pasarlo bien y divertirse juntos lo ms p osible. A su muerte leg toda su fortuna personal para financiar unos festejos anu ales que recordaran su asuncin a todo el mundo, con montaas de buena comida, baile s y juegos muy tontos, como la Busca del Wocket. Su Asuncin fue tan esplndida y lu minosa que le hicieron santo. Y no slo eso, sino que todos los que anteriormente alcanzaron la santidad por hechos como morir lapidados de forma absolutamente cr uel o vivir boca abajo en barriles de estircol, fueron inmediatamente degradados y pasaron a considerarse como gente bastante molesta. El familiar edificio en forma de H de las oficinas de la Gua del Autoestopista Ga lctico se elevaba en las afueras de la ciudad, y Ford Prefect se haba introducido en l con su mtodo habitual. Siempre entraba por el sistema de ventilacin en vez de por la puerta principal, porque en el vestbulo patrullaban robots encargados de i nterrogar a los empleados que pasaban a presentar su cuenta de gastos. Las factu ras de gastos de Ford Prefect eran asuntos notoriamente complejos y difciles, y en general haba comproba do que los robots del vestbulo no estaban bien dotados para comprender los argume ntos que l deseaba exponer en relacin con el tema. consiguiente, prefera entrar por otro lado. Lo que supona disparar todas las alarmas del edificio menos la del departamento d e contabilidad, y eso le vena perfectamente a Ford. Se acurruc tras el armario, chup la ventosa de la flecha de juguete y la aplic a la cuerda del arco. Al cabo de unos treinta segundos apareci por el pasillo un robot de seguridad del tamao de una sanda pequea, volando ms o menos a la altura de la cadera de una perso na y dirigiendo los sensores a izquierda y derecha para detectar cualquier anorm alidad. Con impecable precisin, Ford lanz la flecha de juguete al paso del robot. El dardo cruz el pasillo y se peg, tembloroso, en la pared de enfrente. El robot, captndolo inmediatamente con los sensores, dio un giro de noventa grados para seguir su t rayectoria y ver de qu demonios se trataba y adnde se diriga. Mientras el robot miraba en direccin contraria, Ford dispuso de un precioso segun do. Le lanz la toalla y lo alcanz en pleno vuelo. Debido a las diversas protuberancias sensoriales con que iba festoneado, el robo t no poda maniobrar bajo la toalla y se sacuda de un lado para otro, incapaz de vo lverse y enfrentarse a su captor. Ford lo atrajo rpidamente hacia s y lo inmoviliz contra el suelo. Empez a gimotear c on voz lastimera. Con un movimiento rpido y preciso, Ford meti la mano bajo la toa lla con la llave del tres y destap el pequeo panel de plstico que daba acceso a sus circuitos lgicos. La lgica es algo maravilloso, aunque, tal como han puesto de manifiesto los proce sos evolutivos, tiene ciertos inconvenientes. Cualquier cosa que piense con lgica puede ser engaada por otra que piense con la m isma lgica. La forma ms fcil de engaar a un robot enteramente lgico consiste en sumin istrarle la misma secuencia de estmulos una y otra vez hasta dejarlo encerrado en un crculo vicioso. Eso lo demostraron los famosos experimentos de las islas Sand wich de Arenque, que se llevaron a cabo hace milenios en el INDELPSOM (Instituto para el Descubrimiento Lento y Penoso de lo Sorprendentemente Obvio de Maximgalo n). Programaron a un robot para que le gustaran los emparedados de arenque. En reali dad, esa parte fue la ms difcil de todo el experimento. Una vez que el robot fue p rogramado para que le gustaran los emparedados de arenque, le pusieron delante u n emparedado de arenque. Ante lo cual el robot dijo para sus adentros: Ah! Un empar edado de arenque! Me gustan los emparedados de arenque. Entonces se inclinaba, coga el emparedado de arenque con su cuchara para comer em paredados de arenque y se incorporaba de nuevo. Lamentablemente, el robot estaba ajustado de tal modo que la accin de erguirse haca que el emparedado de arenque s e le escurriera de la cuchara de emparedado de arenque y cayera al suelo delante

de l. Ante lo cual, el robot deca para s: Ah! Un emparedado de arenque..., etc., y r peta la misma operacin una y otra vez. Lo nico que impeda al emparedado de arenque a burrirse de todo el puetero asunto y largarse a rastras en busca de otra forma de pasar el tiempo, era el hecho de que, al tratarse simplemente de un trozo de pe scado metido entre dos rebanadas de pan, estaba algo menos alerta que el robot a lo que suceda a su alrededor. Los cientficos del Instituto descubrieron as la fuerza impulsora de todo cambio, d esarrollo e innovacin en la vida, que era la siguiente: emparedados de arenque. P ublicaron un informe al respecto, que fue muy criticado por su extrema estupidez . Repasaron los clculos y se dieron cuenta de que lo que en realidad haban descubi erto era el aburrimiento o, mejor dicho, la funcin prctica del aburrimiento. En una excit acin febril continuaron descubriendo otras emociones, como irritabilidad, depresin, gana, repulsin, etc. El siguiente descubrimiento importante se produjo cuando dejaro n de utilizar emparedados de arenque, despus de lo cual se encontraron de pronto ante una verdadera avalancha de nuevas emociones que podan estudiar, como alivio, al egra, vivacidad, apetito, satisfaccin y, la ms importante, el deseo de felicidad se fue el mayor descubrimiento de todos. Ya podan sustituirse con la mayor facilidad bloques enteros de complejos cdigos in formticos reguladores del comportamiento de los robots en todas las situaciones p osibles. Lo nico que necesitaban los robots era la capacidad de aburrirse o ser f elices, aparte de algunas condiciones que deban cumplirse para suscitar tales est ados. Luego solucionaran el resto por s solos. El que Ford tena inmovilizado bajo la toalla no era, de momento, un robot feliz. Era feliz en movimiento, cuando poda ver otras cosas. Y lo era especialmente cuan do las vea moverse, en particular si esas otras cosas se desplazaban haciendo cos as que no deban, porque entonces, con enorme placer, l las comunicaba. Ford arreglara eso en un momento. Se agach sobre el robot y lo sujet entre las rodillas. La toalla segua cubriendo to dos sus mecanismos sensores, pero Ford ya le haba destapado los circuitos lgicos. El robot empez a girar inquieto y excitado, pero slo lograba agitarse, en realidad era incapaz de moverse. Utilizando la llave inglesa Ford sac un pequeo chip de su alvolo. En cuanto estuvo fuera, el robot se inmoviliz por completo y cay en coma. El chip que haba sacado Ford era el que contena las rdenes para el cumplimiento de todas las instrucciones que haran sentirse feliz al robot. El robot sera feliz cua ndo una insignificante descarga elctrica lanzada desde un punto justo a la izquie rda del chip llegara a otro punto justo a la derecha del chip. El chip determina ba si la descarga llegaba o no a su destino. Ford quit un trocito de alambre prendido en la toalla. Introdu jo un extremo en el agujero superior izquierdo del alvolo del chip, y el otro en el izquierdo. Eso era todo lo que se necesitaba. Ahora, el robot sera feliz pasara lo que pasas e. Ford se incorpor rpidamente y retir la toalla de un tirn. El robot se elev extasiado en el aire, describiendo una especie de sinuosa trayectoria. Se volvi y vio a For d. -Mster Prefect! Cunto me alegro de verlo! -Yo tambin me alegro, amiguito - repuso Ford. El robot se apresur a informar a su control central de que ahora todo iba bien en el mejor de los mundos posibles, las alarmas se calmaron de inmediato y la vida volvi a la normalidad. Bueno, casi a la normalidad. Haba algo raro en el ambiente. El pequeo robot gorgoteaba de placer elctrico. Ford ech a andar deprisa por el pasi llo, dejando que el objeto lo siguiese con breves sacudidas y le dijera lo delic ioso que era todo y lo que le alegraba poder decrselo. Ford, sin embargo, no estaba contento. Se haba cruzado con personas que no conoca. No le gustaba su aspecto. Demasiado bi en arreglados. Ojos demasiado apagados. Cada vez que pensaba reconocer a alguien a lo lejos y se apresuraba a saludarlo, resultaba ser otro, con un peinado ms el

egante y aire mucho ms dinmico y resuelto que, bueno, que ningn conocido suyo. Haba una escalera desplazada unos centmetros a la izquierda. Un techo ligeramente ms bajo. Un vestbulo renovado. Todo eso no era preocupante en s mismo, aunque desor ientaba un poco. Lo inquietante era la decoracin. Antes sola ser ostentosa y reluciente. Cara, s -porque la Gua se venda muy bien en toda la Galaxia civilizada y poscivilizada-, pero divertida. Haba mquinas de fantsticos juegos alineadas por l os pasillos. De los techos colgaban pianos de cola demencialmente pintados, mali gnas criaturas marinas del planeta Viv surgan de las fuentes en patios llenos de r boles, camareros robot con absurdas camisas correteaban por los pasillos en busc a de manos donde depositar bebidas espumantes. En los despachos, la gente sola te ner vastodragones cogidos con correas y pterospondios encaramados en perchas. La gente saba cmo divertirse y, si no, haba cursos en los que podan matricularse para remediarlo. Ahora no haba nada de eso. Alguien haba estado por all haciendo un trabajo de malsimo gusto. Ford torci bruscamente, se introdujo en una pequea cavidad, abarc al robot volador con la mano y lo arrastr con l. Se puso en cuclillas y mir al gozoso cibernauta. -Qu ha pasado aqu? - inquiri. -Pues slo cosas estupendas, seor, lo mejor que poda pa . Me puedo sentar en sus rodillas, por favor, -No -dijo Ford, apartndolo con desdn. Al robot le gust tanto que lo rechazaran de a quel modo que empez a desfallecer, contonendose de gozo. Ford volvi a cogerlo y lo mantuvo firmemente en el aire, a unos treinta centmetros de su cara. El robot int ent permanecer donde lo haban puesto, pero no pudo evitar unos ligeros temblores. -Algo ha cambiado, verdad? - dijo Ford, entre dientes. -Ah, s -chill el pequeo robot -. De la manera ms increble y maravillosa. Y me parece muy bien. -Y entonces, cmo estaba antes? -De rechupete. -Pero te gusta cmo lo han cambiado? -Me gusta todo -gimi el robot -. En especial que me grite as. Hgalo otra vez, por f avor. -Dime solamente qu ha pasado! -Oh! gracias, gracias! Ford suspir. -Vale, de acuerdo -jade el robot -. Otra empresa ha absorbido la Gua. Hay una

nueva direccin. Es tan magnfica que me derrito. La antigua direccin tambin era fabul osa, desde luego, aunque no estoy, seguro de que pensara lo mismo entonces. -Eso era antes de que te metieran en la cabeza un trozo de alambre. -Qu cierto es eso. Qu maravillosamente cierto. Qu rebosante, burbujeante, espumeant e, maravillosamente cierto. Qu observacin tan correcta y verdaderamente inductora de xtasis. -Qu ha pasado? -insisti Ford -. Quin es esa nueva direccin? Cundo se produjo la abs Yo..., bueno, no importa -aadi cuando el pequeo robot empez a farfullar de incontro lable alegra frotndose contra su rodilla -. Voy a averiguarlo yo mismo. Ford se arroj contra la puerta del despacho del redactor jefe, se encogi hasta hac erse una bola mientras el marco ceda y se astillaba, rod velozmente por el suelo h acia donde sola estar el carrito de las bebidas, cargado con los brebajes ms fuert es y caros de la Galaxia, lo cogi y, utilizndolo como proteccin, lo empuj por la amp lia zona sin amueblar del despacho hasta donde se erguan las valiosas y sumamente groseras estatuas de Leda y el Pulpo, refugindose tras ellas. Mientras, el pequeo robot de seguridad, que haba entrado a la altura del pecho de una persona, se de dicaba encantado a recibir de forma suicida los disparos destinados a Ford. se, al menos, era el plan. Y resultaba esencial, porque el actual redactor jefe, Estagiar Zil Dogo, era un hombre peligroso y desequilibrado que consideraba con intenciones homicidas a los colaboradores que se presentaban en su despacho sin artculos nuevos debidamente corregidos, y tena una batera de armas guiadas por lser y conectadas a unos dispositivos de exploracin colocados en el marco de la puerta para disuadir a todo aquel que se limitara a llevarle razones sumamente buenas de por qu no haba escrito nada. As se propiciaba un alto grado de produccin.

Lamentablemente, el carrito de las bebidas no estaba. Ford se lanz desesperadamente de costado, dando un salto mortal hacia la estatua de Leda y el Pulpo, que tambin haba desaparecido. En una especie de azaroso pnico, rod y tropez por la estancia, dio traspis, gir, se golpe contra la ventana, que afort unadamente estaba construida a prueba de cohetes, rebot y, magullado y sin alient o, cay hecho un ovillo tras un elegante y deteriorado sof de cuero gris que nunca haba estado all. Al cabo de unos segundos alz despacio la cabeza y atisb por encima del sof. Igual q ue la falta del carrito de las bebidas y la estatua de Leda y el Pulpo, tambin ha ba notado una alarmante ausencia de disparos. Frunci el entrecejo. Aquello era per o que muy raro. -Mster Prefect, supongo - dijo una voz. La voz perteneca a un individuo de rostro lampio que estaba tras un amplio escrito rio de verdadera ceramoteca. Estagiar Zil Dogo quiz fuese un individuo de cuidado , pero por toda una serie de razones nadie le habra calificado de lampio. Aqul no e ra Estagiar Zil Dogo. -Por su forma de entrar, imagino que de momento no tiene usted ningn artculo nuevo para la... humm, Gua -dijo el individuo lampio. Estaba sentado con los codos sobr e la mesa y las puntas de los dedos juntas en una actitud que, inexplicablemente , nunca se ha considerado como un delito punible con la pena capital. -He estado ocupado -repuso Ford sin mucha firmeza. Se puso en pie tambaleante y se sacudi el polvo. Entonces pens que por qu demonios tena que decir las cosas sin m ucha firmeza. Tena que dominar la situacin. Tena que saber quin coo era aquel tipo, y de pronto se le ocurri un medio de averiguarlo. -Quin coo es usted? - inquiri. -Soy su nuevo redactor jefe. Esto es, si no decidimos prescindir de sus servicio s. Me llamo Vann Harl. -No le tendi la mano. Slo aadi -: Qu le ha hecho a ese robot d seguridad? El pequeo robot daba vueltas muy despacito por el techo, gimiendo suavemente. -Le he hecho muy feliz - contest Ford en tono brusco -. Es una especie de misin que t engo. Dnde est Estagiar? Mejor dicho, dnde est el carrito de las bebidas? -Mster Zil ogo ya no forma parte de esta organizacin. El carrito de las bebidas, supongo, le ayuda a consolarse. -Organizacin? -grit Ford -. Organizacin? Qu palabra tan gilipol ca para un tinglado como ste! -sa es precisamente nuestra impresin. Falta de estruc tura, exceso de recursos, gestin insuficiente y demasiadas copas. Y slo me refiero - aadi Harl - al redactor jefe. -De los chistes me encargo yo - rezong Ford. -No - repuso Harl -. Usted se encargar de la columna gastronmica. Lanz una ficha de plstico sobre el escritorio. Ford no hizo ademn de recogerla. -Que usted se encargar de qu? -No. Yo, Harl. Usted, Prefect. Usted har la columna ga stronmica. Yo, redactor jefe. Yo, aqu sentado, le encargo la columna gastronmica. En tendido? -Columna gastronmica? -repiti Ford, demasiado perplejo todava para enfadarse de vera s. -Sintese, Prefect -orden Harl. Dio la vuelta en su silln giratorio, se puso en pie y mir por la ventana las diminutas manchas que festejaban el carnaval veintitrs pi sos ms abajo. -Es hora de levantar este negocio, Prefect -anunci bruscamente -. En empresas Dim ensinfn somos... -Empresas qu? -Empresas Dimensinfn. Hemos adquirido todas las acciones de la Gua. -Dimensinfn? -Ese nombre nos ha costado millones, Prefect. Si no le gusta, ya puede ir recogi endo sus cosas. Ford se encogi de hombros. No tena nada que recoger. -La Galaxia est cambiando -explic Harl -. Hay que acomodarse a los cambios. Ir de acuerdo con el mercado, que est en ascenso. Nuevas aspiraciones. Nuevas tcnicas. E

l futuro es... -No me hable del futuro -le interrumpi Ford -. Yo he andado por todo el futuro. H e pasado en l la mitad de mi vida. Es lo mismo que en cualquier otra parte. Que e n cualquier otro tiempo. Lo que sea. Lo mismo de siempre, slo que con coches ms rpi dos y el aire ms emponzoado. -se es un futuro -arguy Harl -. Su futuro, si es que lo acepta. Tiene que aprender a pensar bajo un punto de vista multidimensional. Existe una infinidad de futur os que se extienden en todas direcciones a partir de este instante; desde aqu, de sde ahora mismo. Billones de futuros que se bifurcan a cada instante! En toda posi cin que pueda adoptar cada posible electrn surgen billones de probabilidades! Billo nes y billones de luminosos y radiantes futuros! Sabe lo que significa eso? -Se le cae la baba por la barbilla. -Billones y billones de mercados! -Entiendo - repuso Ford -. As que venden billones y billones de Guas. -No -repuso Harl, buscando el pauelo sin encontrarlo -. Disclpeme, pero este asunto me excita mucho. Ford le tendi su toalla. -No vendemos billones y billones de Guas -prosigui Harl tras limpiarse la boca debido a los gastos. Lo que hacemos es vender una Gua billones y billones de vece s. Explotamos el carcter multidimensional del universo para reducir los costes de produccin. Y no vendemos a esos autoestopistas sin un cntimo. Qu idea tan absurda e ra sa! Dirigirse al segmento del mercado que, ms o menos por definicin, no tiene di nero, y tratar de venderle el producto. No. Vendemos al viajante de comercio aco modado y a su ociosa mujer en un billn de futuros diferentes. Es la empresa ms rad ical, dinmica y emprendedora de todo el infinito multidimensional del espacio tie mpo probabilidad que haya existido jams. -Y usted pretende que yo sea su crtico gastronmico. -Tendremos en cuenta sus prestaciones. -Mata! - grit Ford. Se diriga a la toalla. La toalla salt de las manos de Harl. No porque tuviera fuerza motriz propia, sino porque Harl se sobresalt ante la ide a de que pudiera tenerla. Volvi a sobresaltarse al ver que Ford Prefect se abalanzaba sobre l por encima del escritorio esgrimiendo los puos. En realidad, Ford slo prete nda apoderarse de la tarjeta de crdito, pero nadie ocupa un puesto como el de Harl sin desarrollar un sano sentido paranoide de la vida. Tom la sensata precaucin de lanzarse hacia atrs, se dio un fuerte golpe en la cabeza contra el cristal a pru eba de cohetes y se sumi en unos sueos inquietantes y muy personales. Ford, de bruces sobre el escritorio, se sorprendi de lo esplndidamente que haba sal ido todo. Lanz una rpida mirada al trozo de plstico que ahora tena en la mano -era una tarjeta de crdito Nutr-O-Cuenta, con su nombre ya grabado y fecha de expiracin a dos aos vista, y posiblemente se trataba del objeto ms emocionante que Ford hub iese visto jams-, y luego trep por el escritorio para examinar a Harl. Respiraba acompasadamente. A Ford se le ocurri que respirarla aun mejor sin el pe so de la cartera oprimindole el pecho, de modo que se la sac del bolsillo interior y le ech un vistazo. Una buena cantidad de dinero. Bonos de crdito. Tarjeta de so cio del club Ultragolf. Tarjetas de otros clubs. Fotografas de la mujer y la fami lia de alguien, probablemente de Harl, pero en estos tiempos es difcil estar segu ro. Con frecuencia, los atareados directivos carecen de tiempo para tener esposa y familia a tiempo completo y se contentan con alquilarlas para los fines de se mana. Ja! No poda creer lo que acababa de encontrar. De la cartera sac despacio un trozo de plstico locamente excitante cobijado entre un puado de recibos. Su aspecto no era locamente excitante. En realidad era bastante soso, traslcido, ms pequeo y un poco ms grueso que una tarjeta de crdito. Al ponerlo a contraluz se v ea una holografa con informacin en clave y unas imgenes ocultas a unos pseudocentmetr

os bajo la superficie. Era un Ident-i-Klar, y llevarlo en la cartera era algo temerario y estpido por pa rte de Harl, aunque perfectamente comprensible. En aquellos das se estaba obligad o a dar pruebas concluyentes de la propia identidad de santsimas maneras distinta s, que la vida poda resultar sumamente pesada nicamente por ese factor, sin contar los problemas profundamente existenciales de tratar de asumir una conciencia co herente en un universo fsico epistemolgicamente ambiguo. No hay ms que fijarse en l os cajeros automticos, por ejemplo. Colas de gente que esperaban la comprobacin de las huellas dactilares, la exploracin de la retina, el raspado de piel de la nuc a y el anlisis gentico inmediato (o casi inmediato, unos buenos seis o siete segun dos de tediosa realidad), para luego tener que contestar preguntas capciosas ace rca de la familia que ya ni recordaban tener y de sus consignadas preferencias s obre el color de los manteles. Y eso slo para conseguir un poco de dinero para lo s gastos del fin de semana. Si se pretenda pedir un prstamo para un coche a reaccin , firmar un tratado sobre misiles o pagar toda la cuenta del restaurante, las co sas podan ser verdaderamente penosas. De ah el Ident-i-Klar, que codificaba todas las informaciones relativas al fsico y la vida de una persona en una tarjeta de utilidad general que cualquier mquina p oda leer y se llevaba cmodamente en la cartera, por lo que hasta la fecha represen taba el mayor triunfo de la tcnica tanto sobre s misma como sobre el sentido comn. Ford se la guard en el bolsillo. Acababa de ocurrrsele una idea extraordinaria. Se pregunt cunto tiempo permanecera inconsciente Harl. -Oye! -grit al robot del tamao de una sanda pequea que continuaba baboseando de eufor ia por el techo -. Quieres seguir siendo feliz? El robot, gorgoteando, dijo que s. -Entonces ven conmigo y haz todo lo que yo te diga, sin falta. El robot repuso que ya era bastante feliz donde estaba, en el techo, y que mucha s gracias. Nunca se haba imaginado cunta excitacin pura poda hallarse en un buen tec ho, y quera explorar ms profundamente sus impresiones sobre los techos. -T qudate ah, que pronto volvern a capturarte -le advirti Ford -y a ponerte otra vez tu chip condicionante. Si quieres seguir siendo feliz, ven conmigo. El robot dej escapar un largo y hondo suspiro de apasionada melancola y se dej caer a regaadient es del techo. -Oye -le dijo Ford -. Puedes hacer que el resto del sistema de segu ridad siga contento unos minutos? -Una de las alegras de la verdadera felicidad -sentenci gorgojeando el robot -es c ompartirla. Desbordo, espumeo, reboso de... -Vale -le cort Ford -. Slo esparce un poco de felicidad por la red de seguridad. N o comuniques informacin alguna. Slo haz que se sientan bien para que no tengan nec esidad de pedir datos. Recogi la toalla y, alegremente, se dirigi corriendo hacia la puerta. La vida haba sido un poco aburrida ltimamente. Ahora tena todos los indicios de volverse sumame nte interesante. 7 Arthur Dent haba estado en algunos sitios infectos a lo largo de su vida, pero ja ms haba visto un puerto espacial con un letrero que dijera: Incluso viajar sin espe ranza es mejor que venir aqu. Para dar la bienvenida a los visitantes, en el vestbu lo de llegadas se exhiba una foto del presidente de Ahoraqu, que sonrea. Era la nica fotografa que poda encontrarse de l, y la haban tomado poco despus de que se pegara un tiro, de modo que aun retocada lo mejor posible la sonrisa era ms bien aterrad ora. Un lado de la cabeza estaba dibujado a lpiz. Y no haban cambiado de fotografa porque no se haba encontrado sustituto p