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Año XV / coleccionable nº 30 4,50 euros / US$ 7 / 10 pesos Director: Beltrán Gambier INTRAMUROS BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS www.grupointramuros.com AUTOBIOGRAFÍAS MÍNIMAS Naglaa Ahmed ABD EL MONEM I Ludovic ASSÉMAT I Hector E. CALDERÓN I Juan E. CAMBIASO I Abdelkader CHAUI I Enrique de PEDRO ALFARO I Nabil DRIOUCH I Takis EMMANUÍL I Mauro EVANGELISTA I Said MESSARI I Landry-Wilfrid MIAMPIKA I Lana MONTALBÁN I Fernando OLMEDA I Pablo RECA I Celina ROMANY SIACA I Alberto TARSITANO I Diego VALVERDE VILLENA I Richard S. WERKSMAN Verano / Otoño 2009 EDICIÓN INTERNACIONAL Foto: Daniel Schäfer

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Año XV / coleccionable nº 304,50 euros / US$ 7 / 10 pesos

Director: Beltrán Gambier

INTRAMUROS BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS

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AUTOBIOGRAFÍAS

MÍNIMASNaglaa Ahmed ABD EL MONEM I Ludovic ASSÉMAT I Hector E. CALDERÓN I Juan E. CAMBIASO I Abdelkader CHAUI I Enrique de PEDRO ALFARO I Nabil DRIOUCH I Takis EMMANUÍL I Mauro EVANGELISTA I Said MESSARI I Landry-Wilfrid MIAMPIKA I Lana MONTALBÁN I Fernando OLMEDA I Pablo RECA I Celina ROMANY SIACA I Alberto TARSITANO I Diego VALVERDE VILLENA I Richard S. WERKSMAN

Verano / Otoño 2009 EDICIÓN INTERNACIONAL

Foto: Daniel Schäfer

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Director: Beltrán Gambier

Editores: María Sheila Cremaschi, Beltrán Gambier

Patronos: Juan E. Cambiaso, Elena Calparsoro, Juan Carlos

Cassagne, Luis Felipe Castresana Sánchez, Clara María de

Amezúa, Marta Fernández Patrón Costas, Magdalena Mora,

Marta Moreno Hueyo, Marga Muñoz Vargas de Macaya, María

Antonia Otero Monsegur, Lucy Pujals de Pescarmona

Colaboran en este número: Naglaa Ahmed Abd el Monem, Ludo-

vic Assémat, Héctor E. Calderón, Juan E. Cambiaso, Abdelkader

Chaui, Enrique de Pedro Alfaro, Nabil Driouch, Takis Emmanuíl,

Mauro Evangelista, Said Messari, Landry-Wilfrid Miampika, Lana

Montalbán, Fernando Olmeda, Pablo Reca, Celina Romany Siaca,

Alberto Tarsitano, Diego Valverde Villena, Richard S. Werksman

Traducción: Luigi Fummo (Universidad “L’Orientale” de Nápo-

les), Lucia Monia Vernó, Alicia Villar Lecumberri, Donatella Di

Candia (Web Intramuros y correspondencia)

Corrección: SC Estudio de Traducción,

[email protected]

Asistentes del director: Donatella Di Candia (Universidad

“L’Orientale” de Nápoles), Mirko Vamvakinos (Universidad

“L’Orientale” de Nápoles), Lucia Monia Vernó (Universidad de

Macerata)

Asistentes de producción: Luigi Fummo, Alessandra Gatti

(Universidad Suiza Italiana USI), Laura Vignali (Universidad de

Perugia)

Créditos fotográficos, gráfica e ilustraciones: Angèle Etoundi

Essamba, Mauro Evangelista, Daniel Schäfer, Matth Van Mayrit,

Derek Latta

Portada: Entrada al edificio de CaixaForum de Madrid

Diseño y maquetación: PinkPepper / www.pinkpepper.com.ar

Agradecimientos: Celia Ayllón de Gambier Ballesteros

Oficina en MadridAyala 7, 2º derecha, Madrid 28001

Tel + 34 915 779 506 / Fax + 34 917 811 402

Grupo Intramuros: www.grupointramuros.com

Director / editor: [email protected] [email protected]: [email protected]

Impresión: Monterreina, Cabo de Gata,

Área Empresarial, Andalucía

Registro de la Propiedad Intelectual Nº 957 237

Depósito legal av 184-1997 i.s.s.n. 0329 34 16

Intramuros es una marca registrada.

Intramuros es una publicación propiedad de Beltrán Gambier y María

Sheila Cremaschi.

Las notas firmadas no reflejan necesariamente la opinión editorial.

Prohibida la reproducción total o parcial sin previa autorización.

Foto de Ricardo Labougle E D I T O R I A L

A Ñ O X V / N º 3 0 / V E R A N O - O T O Ñ O 2 0 0 9

BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS

INTRAMUROS

ESTA REVISTA HA RECIBIDO UNA SUBVENCIÓN DE LA COMUNIDAD DE MADRID PARA EL AÑO 2008

UNIVERSIDAD DE BARCELONABoletín De La Unidad De Est. Biográfi cos

Una de las notas distintivas de la primera etapa de Intramuros fue la de incluir, en cada número, una “autobiografía mínima”. Han pasado ya quince años desde el escrito fundacional de Ernesto Schoo. Así fue como publicamos más de una decena de valiosos textos escritos, principalmente, por personalidades de Argentina y España. Más tarde segui-mos nuevos caminos y comenzamos a trabajar sobre ciudades y países.Este número ESPECIAL dedicado a las “AUTOBIOGRAFÍAS MÍNIMAS” no supone un cambio de rumbo, de momento, sino un circunstancial y exigido retorno a los orígenes y una nueva exploración por el universo de la escritura del yo.Personas de distintas nacionalidades, generaciones, trayectorias, profesiones y creencias nos enriquecen y entu-siasman con el relato de sus vidas. Sus miradas, sus miedos, sus angustias, sus afanes, sus alegrías y sus tristezas son espejos en los que todos podemos mirarnos, descubrirnos y medirnos.La recepción de los textos fue la confirmación de que la apuesta tenía sentido. La lectura me conmovió y emocionó por el coraje que cada uno de los participantes tuvo en esta mirada introspectiva. Es por eso que deseo que llegue pronto el momento de que unos se lean a otros y todos me cuenten sus impresiones. El formato de mil palabras puede parecer exiguo o enorme, pero exige, en cualquier caso, la necesidad de seleccionar unos hechos y excluir otros. Y en esa ardua labor de autoanálisis, sin duda terapéutica, el individuo ajusta cuentas con su pasado y sale renovado y fortalecido hacia su porvenir. ¡Muchas gracias Naglaa, Ludovic, Héctor, Juan, Abdelkader, Enrique, Nabil, Takis, Mauro, Said, Wilfrid, Lana, Fernando, Pablo, Celina, Alberto, Diego y Richard!

Beltrán GambierDIRECTOR

"UNA AUTOBIOGRAFÍA REQUIERE DE CIERTA FORMA DE PLENITUD (UN ESTADO DE FIDELIDAD, UN HORIZONTE); EN LA DECLINACIÓN NOS RESULTA INSOPORTABLE RECONOCERNOS."

PABLO RECA, UNA SOSPECHA SOBRE EL TIEMPO

ESTA REVISTA HA RECIBIDO UNA AYUDA DE LA DIRECCIÓN GENERAL DEL LIBRO, ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS DEL MINISTERIO DE CULTURA PARA SU DIFUSIÓN EN BIBLIOTECAS, CENTROS CULTURALES Y UNIVERSI-DADES DE ESPAÑA, PARA LA TOTALIDAD DE LOS NUMEROS DEL AÑO

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Tan sólo una palabra puede cambiar el destino. Du-

rante un curso de traducción de la ONU en la Univer-

sidad Americana de El Cairo, primavera de 2002, me

dijo un compañero de clase: “Estoy aprendiendo el

español y es muy fácil. Tienes que intentarlo”.

Después de estar muchos años dedicada a la len-

gua inglesa, estas palabras me abrieron una nueva

puerta. Me animé a empezar un nuevo camino y

acudí al Instituto Cervantes de El Cairo en agosto de

2002. Me gustó desde el primer momento y siem-

pre estuve muy motivada, a pesar de que mis califi-

caciones en los exámenes no eran muy buenas.

Con el tiempo descubrí el intercambio. Entré en

contacto con españoles residentes en El Cairo que,

a su vez, me introdujeron a una gran colonia de ex-

tranjeros de muchas nacionalidades. Me gustaba la

sensación de estar con gente nueva. Ellos me acep-

taron como era, una chica egipcia, velada, joven y

con inquietudes. Me sentí tratada con respeto y

cada vez pasaba más tiempo con ellos. Compartía

sus comidas, sus cumpleaños, sus dificultades en

el país. Descubrí mucho de mí y de Egipto a través

de ellos. Dedicaba gran parte de mi tiempo al inter-

cambio español-árabe con mucha gente distinta,

me daba igual su sexo o su edad.

Javier fue un gran encuentro en mi vida. Tras unos

meses de clases y de amistad me invitó a pasar

unos días en su casa en España. Me pagó el billete y

me arregló el aburrido trámite del visado. Tenía mu-

chas ganas de viajar, era mi primera oportunidad

Soy una egipcia de Guiza, la tierra del NiloNaglaa Ahmed Abd El Monem*

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

ME GUSTABA LA SENSACIÓN DE ESTAR CON GENTE NUEVA. ELLOS ME ACEPTARON COMO ERA, UNA CHICA EGIPCIA, VELADA, JOVEN Y CON INQUIETUDES

Naglaa con su madre

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de poder visitar Europa. Mi intuición me decía que

tenía que conseguirlo. Javier me transmitía muy

buenas impresiones.

En Barcelona ocurrió lo insólito. De repente quería

quitarme el velo. Después de seis años con él, po-

día sentir de nuevo las caricias del sol en mi piel y

el aire en mi cuello. Por momentos, me sentía des-

nuda y me inundaba el pudor. Mis manos, como

un acto reflejo, querían protegerme e intentaban

taparme.

“Nuestro pelo es demasiado rizado y seco. Hay que

recogérselo o alisarlo”, en ese momento recordé

estas palabras de mi madre. Sin embargo, tocaba

mi pelo y me miraba en el espejo. ¡Me gustaban mis

rizos y aceptaba mi cabello como era! Estaba deci-

dida a dejarlo al aire.

De vuelta a Egipto después de un mes de vacacio-

nes, se me planteó el dilema de la vuelta a casa sin

estar velada. Sabía que esta decisión haría daño a

mi madre, una mujer que siempre ha creído que el

velo me protegía y me identificaba con mi cultura.

Decidí explicarle mi decisión poco a poco. Entramos

en interminables discusiones que no tenían fin. Llo-

raba inconsolablemente y se arrepentía de haber-

me permitido viajar a España.

La decisión estaba tomada. Me quité el velo duran-

te un viaje fuera de El Cairo y de regreso a casa mi

madre enmudeció. Fue en el mes de noviembre de

2004.

Durante esta primera fase, salir por la calle era una

aventura. Los vecinos me reprochaban mi decisión

e, incluso, gente desconocida opinaba sobre mi as-

pecto, con un “pelo tan rizado y seco”.

El proceso de cambio continuó con la ropa y los

accesorios. Empecé a comprarme adornos para el

pelo y muchos pendientes. Hasta entonces nunca

había disfrutado de estos complementos.

Mi vida se transformó a mi alrededor. Ya no podía

quedarme con la mayoría de mis amigos de toda la

vida porque no entendían cómo se había produci-

do el cambio. Cuando me pedían explicaciones, yo

simplemente les sonreía sin decir nada. De hecho,

algunas personas de esa época todavía no saben

que ya no estoy velada porque no he vuelto a verlos

nunca.

Sin embargo, mi círculo de amistades se amplió

considerablemente con la colonia de extranjeros

que en ese momento me rodeaba. Ellos sí me apo-

yaban, pero lo importante era lo que yo sentía por

dentro y por fuera. Mi nuevo estilo se adecuaba

más a mi forma de pensar y de vivir, pero repercu-

tía negativamente en mi madre. Tuve que mentir-

le para no dañarla. Tuve que mantener las buenas

formas para que los familiares no recriminaran a

mi madre, para que me dejasen continuar con mis

nuevos contactos personales y profesionales. Cada

vez encajaba menos en el ambiente que me había

rodeado toda la vida. Soñaba con viajar a España

para conseguir mi libertad e independencia.

En julio de 2007 ocurrió el milagro. Encontré traba-

jo en Madrid donde tengo algunos amigos que me

siguen animando para esta nueva vida. También

mantengo contacto con todo el círculo de amista-

des que hice en Egipto y que ahora están en diver-

sas partes del mundo y que me ofrecen la oportuni-

dad de visitarles.

Nunca pensé que España iba a ser un paraíso, pero

sabía que iba a ser libre e independiente, lo que

para mí era fundamental. Aún me cuesta asimilar

que soy inmigrante y que tengo que arreglar “pape-

les” regularmente.

En el verano de 2008, mi madre vino a visitarme por

primera vez. Me recordaba a mí misma en mi prime-

ra vez en España. Su cara reflejaba asombro por lo

nuevo y lo desconocido. Le atraía la diferencia pero,

sin embargo, se sentía perdida. Sabía que éste no

era su mundo y que nunca podría pertenecer a él.

Vuelvo a Egipto cuando se me presenta una opor-

tunidad. Ahora para mí Egipto es mi madre, el Nilo

y mi gente. Se trata de una visita para reunirse de

vez en cuando con mis raíces. La relación con mi

madre ha mejorado mucho, ha comenzado a com-

prenderme, al igual que yo a ella. Ahora no sólo me

entiende, sino que se ha matriculado en el mismo

Instituto Cervantes en el que yo empecé a estudiar

español y ha puesto su primer cartel para realizar

intercambios.

Soy una egipcia de Guiza, la tierra del Nilo. Sin em-

bargo, los egipcios me ven como una afroamerica-

na y los españoles me confunden con brasileña o

cubana.

Nunca he agradecido bastante al amigo que me

aconsejó que estudiase la lengua española y, mis-

terios del destino, él ha dejado de practicarla. Yo he

seguido mi propia voz interna, la que me ha traído

hasta aquí. Estoy orgullosa de haberlo conseguido.

*Naglaa Ahmed Abd El Monem. Nació en 1976 en Egip-

to. Es licenciada en Filología y Literatura Inglesa de la Uni-

versidad de El Cairo. Estudió traducción e interpretación

en la Universidad Americana en El Cairo (1999-2004). En

2002 comenzó a estudiar español en el Cervantes. Trabajó

como profesora de inglés, de árabe y de español. También

fue encargada de la logística de un proyecto de cooperación.

Lleva casi un par de años trabajando en España. Está con-

validando sus estudios y tiene pensado hacer un master en

traducción español-árabe.

MI VIDA SE TRANSFORMÓ A MI ALREDEDOR. YA NO ME PODÍA QUEDAR CON LA MAYORÍA DE MIS AMIGOS DE TODA LA VIDA, PORQUE NO ENTENDÍAN CÓMO SE HABÍA PRODUCI-DO EL CAMBIO. CUANDO ME PEDÍAN EXPLI-CACIONES, YO SIMPLEMENTE LES SONREÍA SIN DECIR NADA

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Me acuerdo de mí, de pie, en mitad del patio de re-

creo, con mi amigo de aquel entonces: Pierre (pa-

rece un tópico pero así se llamaba). Le comentaba

con gran seriedad que la forma blanca que se veía

en el cielo aquella tarde era la puerta de salida del

mundo. Para mí no existía la menor duda al respec-

to. No se podía tratar de la luna porque la luna sale

solamente de noche...

Le expliqué con total seguridad que nos encontrá-

bamos en una especie de botella. El azul laqueado

del cielo del sur de Francia no era más que la capa

de pintura del interior y la bolita blanca que veía-

mos en el cielo era la boca de la botella. “Entonces...

¿tienen que apuntar a ese hoyo cuando lanzan los

cohetes?”, me preguntó mi amigo. “Obvio”, respon-

dí.

Mi asombro se debía a que nunca antes había vis-

to esa puerta de salida al universo. ¿Cómo harán

entonces los astronautas para localizar el punto

exacto donde saltar al espacio sideral sin estrellar-

se contra el interior de nuestra botellamundo si no

se ve siempre la salida? Eran científicos y nosotros

demasiado jóvenes para entenderlo todavía, así

sentenciamos la duda y finalizamos nuestra con-

versación.

No recuerdo cuándo ni cómo descubrí mi error (que

posteriormente califiqué de medieval) pero me

quedé con esa imagen grabada en la memoria y con

la expresión “puerta de salida del mundo”.

Cuatro años más tarde, esa misma expresión re-

gresó en boca de mi padre. Estaba jugando con

mi hermano, cuando nos llamó para que fuéramos

en seguida con él a ver el informativo de la noche.

Esto nos extrañó porque el tiempo del telediario era

nuestro momento para jugar antes de acostarnos

y no solíamos quedarnos delante de la televisión.

Nos sentamos en el sofá, sin entender muy bien

qué ocurría. Mi padre nos dijo entonces: “Lo que

estáis viendo es muy importante, chicos. Es algo

histórico, que va a cambiar ¡al mundo!”. Veíamos a

mucha gente subida en un muro repleto de graffitis

intentando derrumbarlo con martillos y palos de

hierro. Mi padre, hombre de gran conciencia cívica,

nunca hablaba de política. Sin embargo, aquella no-

che se tomó su tiempo para contarnos lo sucedido.

Yo tenía 8 años y la reportera de la cadena públi-

ca francesa hablaba desde Berlín. Buscamos en el

mapamundi, que cubre completamente una pared

del salón, hasta encontrar la ciudad. Mi padre nos

contó que ese muro dividía una misma ciudad y que

muchas familias estaban separadas sin poder ver-

se desde hacía años. Con la caída del muro iban a

poder reencontrarse con los suyos. Para ellos era la

puerta de salida hacia el mundo occidental. No en-

tendí muy bien lo de “occidental”. Pensé que se tra-

taba de otra expresión de las que había escuchado

como: “mundo astral”, “terrenal” o incluso “fiscal”...

Pero una vez más, había encontrado una puerta de

salida del mundo, una puerta de salida al universo.

Y esta vez era mi padre quien me la enseñaba, así

que no podía estar equivocado.

Mi di cuenta con los años de que existían muchas

puertas de salida, pero recuerdo una en concreto: la

del Ministerio de Defensa Serbio en Belgrado. Tres

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

D’aussi loin que je me souvienne...Ludovic Assémat*

NO RECUERDO CUÁNDO NI CÓMO DESCUBRÍ MI ERROR (QUE POSTERIORMENTE CALIFI-QUÉ DE MEDIEVAL) PERO ME QUEDÉ CON ESA IMAGEN GRABADA EN LA MEMORIA Y CON LA EXPRESIÓN “PUERTA DE SALIDA DEL MUNDO”

Ludovic Assémat Foto: Matth Van Mayrit

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años habían pasado desde que la OTAN bombardea-

ra la capital serbia. Bailábamos en una glamurosa

discoteca en la novena planta de una nave indus-

trial abandonada. Al asomarme por las ventanas del

club se veía, no muy lejos de allí, su imponente edi-

ficio de hormigón, casi en ruina por los impactos de

misiles en la fachada. “Lo habéis dejado fino”, ironi-

zó mi amiga Zorana al ver que me fijaba en el edifi-

cio del Ministerio, mientras yo pensaba en la ironía

de lo que habíamos visto esa tarde en el parque de

Kalemegdan: el “Spomenik Zahvalnosti Francus-

koj“, uno de los monumentos construidos en 1930

que conmemoran la relación fraternal entre Serbia

y Francia desde la Primera Guerra Mundial. Con el

reconocimiento de Kósovo, mis amigos serbios me

señalaron que se había cambiado la inscripción ini-

cial por algo más lapidario y frío...

Le pregunté a Zorana si se podía visitar el Ministe-

rio. Me contestó que no pero que me podía llevar

para verlo de cerca. El sol amanecía y caminábamos

hacia las impresionantes ruinas silenciosas. Saqué

varias fotos y cuando íbamos de vuelta al hotel, vi

una puerta de salida totalmente abierta sostenida

por una sola bisagra. Se podía leer en un cartel en

la parte interior: “En caso de emergencia evacuar

el edificio con calma”. Estaba escrito en serbio y...

en francés. En la puerta medio calcinada todavía se

podían notar las huellas de las manos que la habían

forzado. No pude dejar de pensar en esas huellas a

pesar de que no eran de víctimas, ya que el edificio

había sido desalojado antes del bombardeo.

Esa puerta de salida era uno de los últimos vesti-

gios casi en pie del Ministerio pues todas las salas

de reuniones, pasillos y otros despachos estaban

abiertos al viento que rugía por los centenares de

ventanales rotos.

“Hay puertas al mar que se abren con palabras”

Rafael Alberti

Se juzga por los actos pero, ¿cuántas palabras pue-

den cerrar el porvenir?

*Ludovic Assémat. Licenciado en Ciencias Políticas del

Institut d'Etudes Politiques de Toulouse (Francia) y diploma-

do de un master en Dirección de Proyectos Culturales (Gre-

noble), trabajó para varias instituciones públicas y privadas

relacionadas con la gestión cultural en Europa (Ministerio

de Cultura francés) y en América del Sur (Alianza Francesa

de Buenos Aires, Fundación Konex Argentina). Agregado

cultural adjunto a cargo del Departamento del Libro en la

Embajada de Francia en Madrid, se dedicó a la promoción

de las expresiones literarias e intelectuales francesas de este

lado de los Pirineos, apoyando de manera constante las prin-

cipales editoriales independientes españolas y organizando

giras de escritores y seminarios de pensadores en toda Es-

paña. En 2006 creó Ubik Europa para la promoción y la di-

fusión de las culturas europeas en España. Esta actividad se

desarrolla, por una parte, en el ámbito de los medios con la

plataforma Internet del mismo nombre y el programa sema-

nal de actualidad cultural europea en Radio Círculo, y, por

otra parte, en el campo de la gestión cultural, asesorando, di-

rigiendo y participando en la organización de varios eventos

y festivales en el país (Festival Gutun Zuria de Bilbao, Leer

León y La Noche de los Libros de Madrid).

MI PADRE, HOMBRE DE GRAN CONCIENCIA CÍVICA, NUNCA HABLABA DE POLÍTICA; SIN EMBARGO, AQUELLA NOCHE SE TOMÓ SU TIEMPO PARA CONTARNOS LO SUCEDIDO

PERO UNA VEZ MÁS HABÍA ENCONTRADO UNA PUERTA DE SALIDA DEL MUNDO, UNA PUERTA DE SALIDA AL UNIVERSO. Y ESTA VEZ ERA MI PADRE QUIEN ME LA ENSEÑA-BA, ASÍ QUE NO PODÍA ESTAR EQUIVOCADO

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Será difícil relatar una vida bilingüe, bicultural, bi-

nacional. El niño junto al gallinero nació gringo, en

el desierto del Imperial Valley de California, en Ca-

léxico, y vivió sus primeros años en español, en la

frontera entre Estados Unidos y México. Mi abuela

materna, Amada Triana, zacatecana, me llenó la

cabeza de historias y cuentos de un México en con-

vulsión por la Revolución Mexicana de 1910. Conocí

a caciques como don Natividad del Toro, batallas

como la toma de Zacatecas y luchas entre zacate-

canos y los apaches del Norte. Jamás olvidaré esos

años de un mundo regido por el catolicismo, el ca-

lendario litúrgico y la tradición oral mexicana: Navi-

dad, Pascua, Día de Muertos, el 16 de Septiembre.

El México contemporáneo, el Mexicali de los años

‘50 y ‘60, estaba a unos pasos de mi casa en la calle

Imperial. Mexicali, la capital de Baja California Nor-

te, también fue mi ciudad. Aprendí a leer y escribir

en español con los periódicos y revistas mexicanas

del otro lado de la línea: el ABC, las revistas ilus-

tradas de El Santo, El Enmascarado de Plata. En el

Teatro Azteca, mi abuela y yo nos echamos todos

los filmes de la Época de Oro del cine mexicano: No-

sotros los Pobres, Angelitos Negros, El Derecho de

Nacer, El Hijo Desobediente. Ese fue el mundo mexi-

cano de mi niñez.

Dejé de ser enteramente “Mexican norteño” al en-

trar al sistema educativo en Caléxico. De pronto,

el niño Héctor se convirtió en Jéctor Calderoun. El

idioma es poder, es identidad. El niño mexicano

callado, tímido, fue clasificado ignorante, tonto. A

través del idioma inglés entré al mundo de las divi-

siones sociales, de culturas superiores e inferiores.

El mundo angloamericano llegó a ser dominante en

la vida del adolescente “Mexican American”. Y, aun-

que ciudadano de Estados Unidos, para los anglos

yo seguía siendo mexican, y para los mexicanos de

Mexicali era un pocho, un mexicano no auténtico,

un vendido. Pero el idioma es poder; hay que pensar

y hablar como ellos.

EL JOVEN UNIVERSITARIO

Cambié mi mundo infernal del Valle Imperial y la

vida de campesinos por el paraíso del Pacífico y Los

Angeles, California. Dejé mi pueblo de espejismos,

mi mundo medieval mexicano de pecado y culpa-

bilidad para ingresar en el siglo XX. Luz y Bernabé,

mis padres, hipotecaron la casa para apoyarme en

el primer año en la Universidad de California, Los

Angeles (UCLA). El muchacho de pueblo se convir-

tió en el joven meditativo, hijo reciente de la histo-

ria. Viví los ’60 -“drugs, sex, and rock ‘n’ roll”-, y los

movimientos por derechos civiles de los afro-ame-

ricanos, nativos americanos y los chicanos cuando

estudiaba en la UCLA. Una tarde de marzo de 1967,

llegó el momento de la identidad chicana. Mi ser

social -mi mexicanidad mestiza- había sido forjado

por luchas lingüísticas, culturales y militares entre

dos países vecinos. No era completamente anglo ni

mexicano: era chicano con mi propia historia.

Mi actitud frente a la historia me llevó a los princi-

pios de los ’60: la Revolución Cubana de 1959, las

luchas por la descolonización de África, que empe-

zó en Argelia en 1954 y que se logró en Ghana en

1957. Este proceso histórico nos pegó fuerte en Es-

tados Unidos; la Guerra en Vietnam, donde la raza

mexicana de mi valle perdió sus vidas, campesinos

luchando contra campesinos. Los ’60 fue la déca-

da cuando las minorías como africanos, indígenas,

chicanos y los marginados e hijos del imperialismo

encontraron una voz colectiva.

En América, los autores del boom tomaban la histo-

ria de colonización y de dependencia y las injustas

condiciones sociales y las convertían en arte de

compromiso social y político. Encontré mi futuro. La

literatura de raíz oral en Pedro Páramo y Cien años

de soledad y el inglés-español de los cuentos de

Borges fueron una vindicación de mi condición de

mexicano de clase obrera y del mestizaje lingüísti-

co de mi adolescencia. En lo personal, el proceso de

descolonización fue determinante en mi decisión

por una carrera académica.

EL ABUELO MEXICANO

Me encuentro a los 63 años huérfano de padres

pero no huérfano de tradición. He regresado a mis

raíces históricas. Mayo de 2009, en México, es un

momento de retoño en mi vida, un proceso que ini-

cié hace cinco años cuando acepté ser director eje-

cutivo de la Casa de la Universidad de California en

México. Sigo siendo un ser fronterizo, viajando en-

tre la ciudad de Nuestra Señora la Reyna de Los An-

geles y la Gran Tenochtitlan. Como en la niñez, sigo

pasando por mi frontera, pero ahora por Mexicana

de Aviación. Anuncia el piloto en mis vuelos: “Cruza-

remos la frontera internacional por Caléxico-Mexi-

cali”. Todavía soy “gringo” en muchos sentidos. Mi

carrera de profesor en la UCLA, mis hijas, mis nietos

El niño junto al gallinero

Héctor Enrique Calderón Castañeda*

MI SER SOCIAL -MI MEXICANIDAD MESTIZA- HABÍA SIDO FORJADO POR LUCHAS LINGÜÍS-TICAS, CULTURALES Y MILITARES ENTRE DOS PAÍSES VECINOS. NO ERA COMPLETAMENTE ANGLO NI MEXICANO; ERA CHICANO CON MI PROPIA HISTORIA

EL IDIOMA ES PODER, ES IDENTIDAD. EL NIÑO MEXICANO CALLADO, TÍMIDO, FUE CLASIFICADO IGNORANTE, TONTO. A TRAVÉS DEL IDIOMA INGLÉS ENTRÉ AL MUNDO DE LAS DIVISIONES SOCIALES, DE CULTURAS SUPERIORES E INFERIORES

Héctor Calderón de niño

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serán una constante en mis migraciones a Estados

Unidos. Pero también he establecido residencia en

México, en la Colonia Santa Ursula Xitla, Delegación

Tlalpan, México, D.F. El niño junto al gallinero ahora

es el Dr. Héctor Enrique Calderón Castañeda.

Cuando llegué a la UCLA, en 1963, venía de la fron-

tera, o sea, de un lugar al margen de la historia. Y

era un mexicano americano, un pocho, con doble

identidad que hablaba inglés y español. En nuestro

mundo globalizado todos vivimos en la frontera,

todos somos migrantes. Soy ciudadano cultural

de una América mexicana que existe más allá de la

República Mexicana. En 2009, hay mexicanos en

todos los estados de la Unión Americana. México

siempre tendrá una población fuera de su fronte-

ra política, el México Grande/Greater Mexico. Gran

parte de la población de origen mexicano en Nor-

teamérica será bilingüe, bicultural y binacional. Mis

nietos son hijos de padre mexicano, un migrante de

Durango. Mis nietos y yo somos parte de una nueva

historia. Mi vida comienza de nuevo.

*Héctor Enrique Calderón Castañeda. Licenciado en

Empresa en la Universidad de California, obtuvo una

maestría y un doctorado en Literatura Hispanoamericana

y Literatura Comparada. Docente e investigador en varias

Universidades de Estados Unidos, es fundador y director

del Centro de Estudios Chicanos César E. Chávez (Univer-

sidad de California, Los Angeles, 1994-1996), director en la

Universidad de California (Centro de Estudios en México,

2004-2008), fundador y director ejecutivo de la Casa de la

Universidad de California en México, A.C., 2006-2008. Ha

publicado: Conciencia y lenguaje en el Quijote y El obsce-

no pájaro de la noche, Pliegos, Madrid, 1987; Criticism in

the Borderlands: Studies in Chicano Literature, Culture and

Ideology, Duke University Press, 1991; Narratives of Grea-

ter Mexico: Essays on Chicano Literary History, Genre, and

Borders, University of Texas Press, 2004

Y ERA UN MEXICANO AMERICANO, UN PO-CHO, CON DOBLE IDENTIDAD QUE HABLABA INGLÉS Y ESPAÑOL. EN NUESTRO MUNDO GLOBALIZADO TODOS VIVIMOS EN LA FRON-TERA, TODOS SOMOS MIGRANTES

El autor en la Universidad

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Nací en febrero de 1944. Mi padre provenía de una

familia de empresarios genoveses con negocios en

Argentina, Chile y Liguria. Mi madre tenía un padre

de raigambre vasca, médico exitoso y apasionado

por sus caballos de carrera. Mi padre nos contagió

su sagacidad y la capacidad de goce; mi madre, su

rigor, el amor por los libros y el conocimiento en ge-

neral.

Cuando nací, el mundo estaba envuelto en una gue-

rra que costó 50.000.0000 de vidas. Perón se enca-

minaba al poder omnímodo copiándolo a Mussolini

y admirando a Hitler. A los once años vi el bombar-

deo de Plaza de Mayo por la aviación que abandonó

a Perón. Recorrí de la mano de mi padre las iglesias

quemadas por la furia del dictador. En septiembre

de ese año, Perón huía.

Hice la escuela secundaria en el Colegio Nacional de

Buenos Aires, del que salieron desde la generación

de 1880 que hizo grande al país, hasta los Monto-

neros, la guerrilla peronista. Estos últimos fueron

mis compañeros de estudio. Muchos murieron en

combate o desaparecieron. Algunos secuestraron,

mataron e hirieron a gente que yo quería.

En 1970, ya abogado, me casé con la mujer con

La cultura es mi oxígenoJuan E. Cambiaso*

MI PADRE COMPRABA DISCOS DE JAZZ; MI MADRE, DE LOS CLÁSICOS CULTOS. MIS PA-DRES TENÍAN LA CASA LLENA DE CUADROS Y DIERON EL EJEMPLO

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quien comparto la vida hoy. En 1971 nos fuimos

a Londres, una gran urbe que ignoraba el confort y

la buena mesa, para entrenarme como abogado en

lengua inglesa. Disfruté y aprendí mucho. Devine

bilingüe. En 1972 estaba en Buenos Aires trabajan-

do de abogado. En 1973 dejé el país y me fui a Bra-

sil, para ahorrarme la experiencia desgraciada de

un país violento. Fue y sigue siendo una aspiración

frustrada. Volví pronto lleno de saudades, para vivir

la guerra sucia y los años de plomo. Trabajé junto a

dos grandes abogados.

En 1976 recalé en una firma importante de aboga-

dos a la que, gracias a la buena compañía de mis

socios, supe hacer crecer. Siempre trabajé una

barbaridad, tanto por vicio como por ambición, y

con éxito. No le esquivé el bulto a la acción cívica

y estoy muy próximo a una universidad de elite in-

telectual.

Tengo cuatro hijos y cinco nietos. El 50% de mis

hijos y el 80% de mis nietos viven fuera de Argen-

tina. Dios me colmó de buenos amigos por todo el

mundo.

Me tocó despedir a mis padres antes que la mayoría

de mis amigos. Mi padre compraba discos de jazz;

mi madre, de los clásicos cultos. Mis padres tenían

la casa llena de cuadros y dieron el ejemplo. A las

artes plásticas entré de la mano de Jorge Povarché,

dueño de la galería de arte Rubbers. Despunté con

un dibujo de Pettoruti por sesenta dólares. Desde

entonces, con mi mujer fuimos haciendo una colec-

ción que mantenemos recatada.

Me crié entre libros, discos y obras de artes, sin lujo.

Así vivo todavía. Gozo leyendo en algún café amis-

toso de Buenos Aires. Galerías de arte y museos

son mi promenade preferida. Inicialmente el mun-

do de las artes visuales resultó el compañero ideal

de mi vida itinerante, pues ir a conciertos y óperas

requiere más tiempo.

Como miembro de la comisión de Amigos del Museo

de Arte Moderno pude inaugurar la sede que tuvo

por años y que cerró en la esperanza de tener una

mejor. Con un grupo de entusiastas organizamos la

feria de arte de Buenos Aires, arteBA, que lleva una

veintena de exitosas ediciones. La presidí varios

años. Los amigos del Museo de Bellas Artes y del

Prado me han invitado a incorporarme, lo que acep-

té honrado.

Del arte visual destaco las charlas con los artistas

sobre temas humanísticos. Sin saberlo, son el me-

jor think tank del planeta. Anticipan, ven lo que los

demás mortales ni imaginan. Al descuido hablan

sobre las verdades por venir. Leo mucho y compro

más libros de los que mis ojos pueden procesar.

Una vez escribí un librito sobre arte argentino y es-

cribí en diferentes medios artículos de opinión.

Hace unos cuatro o cinco años la música fue ga-

nándole terreno a las artes plásticas. No las ha des-

plazado, pero viene mordiéndoles los talones. Los

clubs no me atraen para nada, prefiero los grandes

hoteles que dan mejor servicio y que no tienen me-

moria ni cuota mensual.

Fracasé con la náutica, más por temor que por no

haber gastado en equipamiento. Viajé y viajo in-

cansablemente. La cultura es mi oxígeno. Pesqué

en muchos lagos y ríos, en el Atlántico y en el Pa-

cífico durante cuarenta años. Cacé bastante. Me

entusiasma tener juguetes de los '40 a los '60, de

lata litografiada, de esos cuyos bordes cortan como

cuchillos.

Me es muy difícil trabajar en ámbitos que no haya

decorado a mi gusto. No entiendo de proyectos sin

una escenografía específica. Tengo 65 años y es-

toy volcado a construir una nueva etapa de mi vida

activa. Cuarenta años de abogado son más que

suficientes. Mi vida requiere una nueva puesta en

escena.

*Juan Ernesto Cambiaso. Nació en Buenos Aires en

1944. Graduado en la Universidad de Buenos Aires (UBA),

es abogado de empresas y productor agropecuario. Es co-

leccionista de arte contemporáneo argentino, miembro de

la comisión directiva de la Asociación Amigos del Museo

de Arte Moderno de Buenos Aires, ex presidente y actual

miembro del consejo asesor de la Fundación arteBA, Pa-

trono Internacional de la Asociación Amigos del Museo del

Prado y Sponsor de RIAA, Residencia Internacional de Ar-

tistas en Argentina (ediciones 2007, 2008 y 2009). Es pre-

sidente del Consejo de Desarrollo de la Escuela de Derecho

de la Universidad Torcuato Di Tella, miembro del consejo

económico y social de la Fundación Torcuato Di Tella, del

consejo asesor de la Fundación Poder Ciudadano y de la

Red de Acción Política (RAP) y del consejo directivo de

la Fundación Compromiso. Ha publicado varios artículos

sobre coleccionismo en las revistas Arte y Antigüedades

(1999), Intramuros (2000), Ramona (2001, 2006), Arte al

Día (2003, 2006) y en los diarios La Nación (2001, 2003) y

Cronista Comercial (2004, 2007). Es autor de un vademé-

cum educativo titulado Pintura Argentina (Editorial Maizal,

2004).

ASÍ VIVO TODAVÍA. GOZO LEYENDO EN AL-GÚN CAFÉ AMISTOSO DE BUENOS AIRES. GALERÍAS DE ARTE Y MUSEOS SON MI PROMENADE PREFERIDA

SIEMPRE TRABAJÉ UNA BARBARIDAD, TAN-TO POR VICIO COMO POR AMBICIÓN Y CON ÉXITO. NO LE ESQUIVÉ EL BULTO A LA AC-CIÓN CÍVICA Y ESTOY MUY PRÓXIMO A UNA UNIVERSIDAD DE ELITE INTELECTUAL

Juan Cambiaso en su despacho

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Soy el otroAbdelkader Chaui*

Casi no veía nada desde aquella altura... era segu-

ramente el colmo de todas las barbaridades infligi-

das. Me refiero al aislamiento, la soledad, la desola-

ción íntima que me arrancaba el alma y otras cosas

que suelen doler mucho más. Pero, por fin, me cayó

encima toda la nostalgia que, sinceramente, me in-

citó a contar los periplos de un recorrido que decía

mi madre -sí, madre- que es humanamente único y

estremecedor. Listo estoy:

EL SER

Pertenezco a otro tiempo, tiempo de grandes con-

trariedades.

Tiempo único, que recupero gracias a los poemas

que me quedan, abofeteando mi soledad:

“En el sueño queda todavía algo parecido a un viaje,

un trayecto que se ha hecho ya muy largo, llegando

hasta confines en cuyos vientos sigue habiendo

espacio para el eco que se repite, que extiende su

mano para convertir la piedra en polvo o en rocío. En

el espíritu queda todavía un algo de agonía reseca,

pálida y juguetona, que vocea desde lejos, como si

los años fugaces no hubiesen quemado, sobre las

brasas del insomnio, las monturas de los durmien-

tes.”

Me recupero a mí mismo.

Me recupero a mí mismo en esa antigua fotografía a

color. Allí, dominando el patio, en un punto situado

justo en frente del naranjo, hacia el paseo de los do-

lores, negándole la tristeza que emanaba de aque-

llos ojos apagados. Recupero la fotografía como si

fuera “otra soledad, o más bien un espejismo que

pareció un temblor confuso que ya no habría de

volver, como si se dirigiera hacia Dios. He olvidado

ya esa época, o mejor dicho, esas tinieblas que ya

nunca más me traerán rescoldo alguno, ni añoran-

zas, ni siquiera una mirada”. Ya no es una fotogra-

fía, sino una mera impresión que traiciona la memo-

ria mancillada. Los de la fotografía son mi clan, mi

grupo. La tribu. Los días pasados, las noches, con

aquellas largas veladas repletas de razones y ar-

gumentos. Si Ahmed se levantara de su tumba para

enjugar nuestras andanzas erráticas, para sacudir

la fotografía inerte de manera que cayeran sobre él,

como si fueran hojas, los cuerpos mortales... Si Idrís

pudiera acariciar los rostros y aliviar el desdén del

exilio... Si su carta dijera que nunca estuvimos allí...

Si Mustafá alzara su voz entonando aquellas can-

ciones andalusíes que hacían salir de sus cubiles

las aflicciones de los insomnes... Si...

Veo, en particular, el jueves, porque el jueves es día

de evasión, cuando Barranda hace fluir en torno a

mí vagos recuerdos. Es como si ella no me pertene-

ciera, ni yo fuese suyo, como si ninguno de los dos

tuviese nada que ver con el otro, como si no inter-

cambiáramos ni un mero saludo. Basta, ya se nos

han quemado esas naves que ni siquiera pudieron

alcanzar la costa anhelada. Así pues, procuraremos

atracar a la vuelta, cuando descendamos hasta el

fondo del mar. El jueves, aunque es mi día, es día

de todos. Aunque es el día del pueblo, es día de heri-

das. Pienso en aquella súbita partida, en “la mucha-

cha que sale de la calle Alhambra, aborda la puerta

de la ciudad vieja; ella es la que me abandonó en la

infancia, la que fue por una vez amarga, la que, de

dulce que era, parecía gota de rocío en mis labios.

Aquí estoy yo, el hombre, o más bien es mi padre,

que no es el hombre quien dice aquí estoy”.

Marcha el camino y nosotros somos la ruta. Esta

ruta que nos engaña y nosotros somos la ruina.

Esta ruina se alza sobre la verdad y, sobre ella, se

alza el polvo. ¿Qué va a quedar en el libro? Una sola

línea en la que ni siquiera cabe un saludo. ¿Es ésta

la última palabra?

Pertenezco a otro tiempo, tiempo de gran negación.

Burda negación agazapada en viscosos saludos de

pálida languidez, de un silencio amante de impen-

sados dolores. Pertenezco a un tiempo que engen-

dró únicamente lo imposible.

Me recupero a mí mismo en la fotografía:

“Veo un gran cuadro

con un marco bien pulido;

es el cuadro que el emir adquirió para el dormitorio.

Y cuando llegaron los huéspedes, antes de la no-

che,

se quedaron un rato en sus aposentos,

y luego se durmieron en el cuadro.”

Me recupero a mí mismo en la jarcha que ciñe los

márgenes de esas antiguas canciones:

“¿Dónde están las noches que me hicieron soñar?

¡Ay, jamás pude soñar antes de aquella noche!”

La huida hacia Barranda fue como una jarcha de

despedida, mas la despedida se transformó en un

viaje mar adentro y, luego, ese viaje se convirtió

en un extravío. Las mismas escenas de antes, el

mismo pasado, las mismas fiestas, el mismo dolor.

Los rostros viejos, igual que los nuevos, danzaban

en torno a mí, algunos macilentos, otros de mejillas

sonrosadas. Los mismos discursos. Las mismas

ilusiones. Los mismos libros, las mismas pugnas y

peleas.

HUELLAS

Me recupero a mí mismo en el momento en que las

nubes giran formando un velo. Me aparezco a mí

mismo en este feroz exilio en el que quisiera estar

lo más lejos posible de mi tiempo, pero mi cuerpo

no me obedece de este modo:

“En este preciso instante nada hay,

es sólo un lecho que trae de nuevo lo más anhelado

del pasado,

como un espejismo que da vueltas.

Bebo de la copa en la que flota la espuma,

entre el primer sorbo,

y la última añoranza,

y ya nada queda en el fondo,

ni en los dolores de la copa,

ni en cuentas ni pensares.

La mano traiciona y hace dudar de lo que veo,

o me ve a mí con certeza,

y yo veo sin duda alguna.”

Recupero los lugares del mapa que me lanzaron al

peligro, haciéndome vagar por los páramos, carga-

do de pesares, llegando a países que no me vieron

nacer, abriendo corazones que no me acogieron

bien, y no hallo mi patria. Pero, ¿qué patria es esa

cuya sangre es derramada por el pasado? ¿Cómo

puede darme muerte y después traerme el último

regalo, esperando el perdón? ¿Cómo es posible que

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me humille así y yo sienta pena por él? ¿Cómo es

posible que me arroje por su boca y yo le sea fiel?

¿Cómo es posible que me lleve tan lejos, me maree,

y yo siga acatando su memoria?

“No es mi país, es sólo un puñado de tierra

que el viento ha escondido en mi morral.

Esta tierra sobre la que penden las trazas de las

fronteras

es un mensaje de ausencias.”

LA PÉRDIDA

Todos aquellos días pasaron por mi país únicamen-

te para abrirme una puerta hacia el cielo. Mi rostro

no es rostro, mi certeza no es certeza; ni mi tristeza,

tristeza; ni mi desesperación, desesperación. No

hay nada que pueda saciarme; mi voz no es canto,

ni mi mejor flor es gloria, ni siquiera mi amor es esa

ola espumosa que podría sembrar algo de fragor en

mi corazón. No.

*Abdelkader Chaui. Nació en Bab-Taza, Marruecos, en

1950. Entre 1968 y 1969 estudió fi losofía en la Universidad

de Rabat. En 1970 se graduó en la Escuela Superior de Pro-

fesores. Licenciado en Literatura Moderna (1983), realizó

estudios superiores en esta materia en 1984. Ha trabajado

como profesor en Casablanca. Es miembro destacado de la

Unión de los Escritores Marroquíes (UEM) y, a principios

del ’90, fue su vicepresidente. También ha cultivado la no-

vela autobiográfi ca, narrando las torturas y la vida carcela-

ria. En 1997 se doctoró en la Universidad de Rabat con una

tesis sobre la autobiografía en Marruecos que editó en 2000.

Ha publicado más de veinte libros, unos de los cuales redac-

tó durante los quince años de su encarcelamiento. Entre sus

títulos de ensayo podemos destacar El poder del realismo o

La escritura y la existencia y, entre sus novelas, Bab-Taza

y La place d´honneur (por la que fue galardonado con el

Premio de la Creatividad Literaria en 2000). Esta última ha

sido traducida al castellano (Patio de honor) y publicada en

la Editorial Quórum, en 2005.

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Cuando el sueño común comienza a convertirse en

la antesala del Gran Sueño y sólo la nostalgia nave-

ga por el presente, la vida se atrinchera en recuer-

dos que se caricaturizan y parecen grandezas com-

paradas con el presente, un presente duro y difícil

al que sólo la fuerza de voluntad -esa esclavitud que

siempre me ha acompañado- obligan a deshacer mi

verdad y retrotraer la memoria hacia el camino an-

dado, en un ejercicio doloroso pero culminado con el

premio al esfuerzo de lo inútil.

Nací siete, estuve a punto de ser cero y hoy soy

seis. Parece una adivinanza y lo es, pero es fácil de

desentrañar. Soy el séptimo de una familia, estuve

a punto ser nada tras un grave accidente de tráfi-

co que me dejó como estigma una silla de ruedas,

y ahora soy sexto, por la dolorosa pérdida de un

hermano. Dónde y cuándo vine al mundo es asunto

baladí.

Todo lo anterior hace presagiar una biografía negra,

pero no, lector, con claroscuros pero blanca, muy

blanca; porque las pocas cualidades que heredé

genéticamente para vivir fueron salvadoras para mi

segunda vida. Antes de los veinticinco, tres frases

resumen mis andanzas: felicidad en la niñez, miedo

en la adolescencia y terror en la juventud. Pero cuan-

do intentaba tomar las riendas de mi vida, surgió el

avatar que marcaría mi nueva existencia. Todas las

carencias que habían lastrado mis andares se con-

virtieron, junto a la suerte de haber nacido en buena

cuna, en acicates para mi nuevo periplo. Recuerdo la

felicidad que sentía en la cama del hospital. Ningún

esfuerzo, nada, todo hecho. Después, los primeros

giros y otra vez el trabajo, la fuerza de voluntad para

poder arrostrar el futuro y, mezclado con ello, el po-

der compartir con el resto de aquella masa de gente

dolorida. Vida cuartelera donde mi personalidad se

imponía por el reparto de alegría entre todos que, ya

lo imaginaba, al final se tornó en enemistad con el

Desde el pesimismo agradecidoEnrique de Pedro Alfaro*

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ME DI CUENTA DE QUE TENÍA DOTES PARA HACER AMIGOS Y, A LA PAR DE MI TRABAJO, DESARROLLÉ EL DON DE GENTES, QUE ME DIO ALAS PARA VIVIR

En el centro, con mis amigos de la infancia

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poder que no comprende a alguien que intenta vivir

con libertad. Y cuando creía que éste sería el resto

de mi existencia, la cruda realidad me puso otra vez

en la calle. Había que seguir y, con un poco de ayuda

y mis cualidades, comencé a practicar mi profesión

periodística, en la que me desempeñé durante casi

treinta años.

Me di cuenta de que tenía dotes para hacer amigos

y, a la par de mi trabajo, desarrollé el don de gentes,

que me dio alas para vivir. Una terrible carga arras-

traba desde que un día, después del desastre, pre-

gunté tímidamente por el futuro de mis relaciones

sexuales. La callada por respuesta fue el presagio

de un problema endémico que me sumió en unos

años de fracaso tras fracaso. Pero la vida que quita

a veces da, y un buen día surgió una joven que co-

gió mi carencia por los cuernos y, con una paciencia

propia de Job, hizo que de nuevo brotara aquella

semilla que siempre pensé que quedaría dentro de

mí. Nuevas posibilidades se abrían ante mis ojos y,

desde entonces, mis nuevas capacidades comen-

zaron a dar frutos, algunos maduros y otros, como

siempre ocurre, podridos.

Otro asunto que zozobraba mi vida era la movili-

dad: los viajes, a los que temía, y que se arreglaron

anecdóticamente. Un día, reunido en casa con unos

amigos, vimos en la televisión el Carnaval de Río de

Janeiro. “Nunca podré estar allí, qué pena”, expresé

en voz alta, y al instante un grupo de minusválidos

aparecieron desfilando por el Sanbódromo. Fue de-

finitivo. Al año siguiente estaba allí, y mi disfrute fue

tal que ya no paré. He recorrido América de Norte a

Sur, he viajado por Europa y por África y no he para-

do de dar vueltas desde entonces.

Ya he hablado de mi dedicación profesional al pe-

riodismo. Siempre he tenido gran facilidad para la

escritura, pero esa afición nació muerta por mis pro-

blemas con la voluntad. Escribir cuesta y la palabra

trabajo no era la favorita de mi diccionario. Por ello,

no le he dedicado a la pluma más que pequeñas in-

cursiones, eso sí, siempre con éxito, un triunfo muy

relativo, pero triunfo, porque la satisfacción por el

trabajo bien hecho es un premio que nadie te puede

quitar. A pesar de ello, también tuve mis momentos

de gloria. Un editor y grabador vio uno de mis cuen-

tos e hizo con él una primorosa obra, cuyo éxito fue

tal que hasta el Museo Metropolitano de Nueva York

se interesó y la compró para sus fondos. Otra monu-

mental obra sobre la historia del cine del periodismo,

una de mis grandes aficiones, se quedó en mis ca-

jones por falta de editor, pero nadie pudo quitarme

la felicidad de haberla construido. También dos cor-

tometrajes, uno como encargado de la producción y

otro del guión y producción, que me proporcionaron

enseñanza y mucha satisfacción personal, además

de una gran apertura de miras.

En fin, una vida plena, con muchos agujeros negros

pero plena, sin quejas ni lamentaciones. Una silla no

es obstáculo para tener una vida agradable, si bien

-reconozco- desde una vida acomodada, a la que la-

mentablemente no todos tienen acceso.

Hoy, ya retirado por cuestiones de salud y con una

existencia bastante comprometida que poco a poco

se va deteriorando, veo el futuro algo negro y ello

me lleva a vivir cada día como si éste fuera el último,

lo cual añade problemas a una existencia a la que un

día u otro tendré que poner fin, pero no un fin valien-

te, sino -y aquí vuelvo a mi gran lastre vital- cobar-

de. Hoy, sólo la presencia de una mujer que cuida

de mi vida con mimo y la ausencia presente de mis

hermanos hace posible la prolongación de algo que

está tocando su fin, un fin que procuraré que no sea

gravoso para nadie. El destino manda y no pienso

alterar sus planes. Mínima biografía que hoy pongo

en negro sobre blanco para todos, pero que siempre

ha sido de los míos y que dedico con todo el cariño

del mundo a los que me quisieron y, sobre todo, a

esa mujer que, repito, hoy es casi mi único engan-

che con la vida.

*Enrique de Pedro Alfaro. Periodista y escritor.

Juventud robada

Durante uno de mis viajes

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Una hora después de que mi madre diese a luz, quiso

darme pecho y yo no sabía cómo se hacía para ma-

mar, así que ya estaba planteando preguntas sobre

mi llegada a este mundo que ignoraba totalmente;

mi madre y mi abuela intentaron varias veces que

yo mamara, pero fue en vano. Años después sabría

que las preguntas son mi pan cotidiano.

Viví la infancia en Casablanca, la tierra prometida

para los marroquíes. Todos habían venido de distin-

tos lugares del país en busca de una vida digna y

mejor. Mi abuelo era imán en una mezquita y mi pa-

dre, obrero en una fábrica de vino, una gran parado-

ja en el seno de una familia musulmana; de ahí que

mi madre siempre me dijera que tenía que guardar

ese secreto, o sea, no decírselo a cualquiera. Fue

de ese modo como tuve que vivir toda mi infancia:

guardando un secreto que me resultaba mucho

más grande que mi cuerpo.

En aquellos años, ya lejanos, yo era un niño tran-

quilo. Observaba más que hablaba. Al menos así me

veían todos, mis abuelos, mis padres e, incluso, la

hija de los vecinos que quiso ser mi novia y de cuyo

nombre no me acuerdo. Pero, en verdad, yo era muy

ruidoso; llevaba un ruido dentro de mí que oía cons-

tantemente: era el ruido del alma que iba a conver-

tirme en lo que soy ahora.

Todo empezó cuando me llegó una carta (en un

sobre amarillo) en la que me informaban que había

aprobado el examen de periodismo en el instituto.

Todo cambió en aquel momento: me convertía en el

primer chico de mi barrio y de mi familia que iba a

estudiar en Rabat, esa ciudad que nos daba miedo

por ser la capital donde vive el rey y la gente de las

altas esferas que veíamos cada noche por televi-

sión.

Tenía que dejar Casablanca, la única ciudad que

había conocido en mi vida. Me acuerdo de aquel día

como si fuera ayer: era un joven de 19 años, flaco y

moreno, con la cabeza llena de sueños.

Llegué a Rabat, por segunda vez en mi vida, para

estudiar periodismo, a los pocos meses del falleci-

miento del rey. Ese hecho me marcó profundamen-

te porque era el fin de una etapa y el comienzo de

otra que yo viviría intensamente en la historia de mi

país. Tras la muerte de Hassan II, todo el mundo em-

pezó a hablar del pasado político de Marruecos y de

la esperanza. Yo quería saber lo que había pasado,

así que leí decenas de libros sobre la vida política de

Marruecos. Eso llamó la atención de mis profesores

con quienes, más tarde, tomaría mis primeras cer-

vezas. Mientras mis compañeros daban sus prime-

ros pasos en el mundo femenino, yo los daba en el

de la política y la cultura.

Una vez que tuve el título en mis manos, no fue difí-

cil encontrar un primer trabajo en el diario marroquí

Assabah. Durante dos años escribí sobre temas po-

Hecho de preguntas...Nabil Driouch*

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

FUE DE ESE MODO COMO TUVE QUE VIVIR TODA MI INFANCIA: GUARDANDO UN SE-CRETO QUE ME RESULTABA MUCHO MÁS GRANDE QUE MI CUERPO

Nabil presentado su libro Epopeyas pequeñas (2008) en la Universidad de Murcia junto al profesor Pablo Beneito

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17A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

líticos y sociales. Los recuerdo como años de duro

trabajo de terreno y de encuentros con ministros y

altos responsables. Transcurrido poco más del pri-

mer año de vida laboral, estuve a punto de ganar el

Premio Nacional de Periodismo al quedar finalista

frente a uno de los periodistas más destacados de

la televisión marroquí.

Poco después me llamaron desde Londres para pro-

ponerme la corresponsalía de Asharq Alawsat, el pe-

riódico arabófono de mayor tirada del mundo árabe.

Durante tres años corrí de un lado para otro tratando

de dar cobertura a todo lo que ocurría en la capital

marroquí e, incluso, obteniendo exclusivas para el

periódico. Cubrí atentados, viví momentos de gran

dificultad con familias de terroristas y víctimas del

terrorismo, asistí a fiestas de altos responsables gu-

bernamentales y hasta viajé en aviones privados.

Siempre he sentido que no soy solamente periodis-

ta; también me he sentido novelista. En literatura

siempre se pueden decir cosas que el redactor jefe

no acepta porque disienten de la línea editorial del

periódico. Además, siempre me queda algo en el

tintero tras terminar mis reportajes o artículos, una

sensación que surge en mi alma o en algún rincón

olvidado de mi memoria. Así fue como empecé a

escribir relatos y salieron todos de golpe, como si

hubieran estado esperando que se les abriera un

día la puerta. Ese fue mi nacimiento como escritor;

y aquellos primeros veinte relatos cortos que re-

sumían lo que yo había vivido hasta entonces me

llevaron a ganar el Premio de la Unión de Escritores

Marroquíes en el año 2007 con un éxito que nunca

había imaginado.

La traducción de un repertorio de artículos del famo-

so escritor español Juan Goytisolo y la publicación

de mis relatos, bajo el título de Pequeñas epopeyas,

fueron las dos últimas cosas que hice en Marruecos

antes de preparar las maletas para encaminarme a

España, empujado por un antiguo sueño: vivir en el

mundo que está más allá de Tánger.

*Nabil Driouch. Nació en Casablanca, Marruecos, en 1980.

Entre 1999 y 2003 estudió ciencias de la comunicación y

periodismo. Trabajó en el diario nacional marroquí Assabah

hasta fi nales de 2004. Cubrió el terremoto de Alhuciemas

y los atentados de Casablanca. Fue fi nalista en el Premio

Nacional de Prensa de 2004 con un reportaje sobre los in-

migrantes subsaharianos en el norte de Marruecos. En 2005

comenzó un nuevo trabajo en la corresponsalía del periódi-

co panárabe Asharq Alawsat. Hizo entrevistas con dirigen-

tes españoles y marroquíes como Miguel Ángel Moratinos,

Manuel Chávez y André Azoulay, consejero del rey de Ma-

rruecos. En 2007 ganó el Premio Nacional de los Jóvenes

Escritores, otorgado por la Unión de Escritores Marroquíes.

A fi nales de 2007 publicó Fronteras de cristal, traducciones

de artículos del escritor español Juan Goytisolo editados en

las páginas de El País en la última década. Ese mismo año se

marchó a España para trabajar como corresponsal de varios

medios acreditado en La Moncloa. Es miembro de la Unión

de los Escritores Marroquíes (UEM) y de la Asociación de

Corresponsales de Prensa Extranjera en Madrid.

Nabil leyendo sus cuentos en árabe y español en un café literario de Murcia

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18 A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Nací en Mesolongui, una pequeña ciudad conocida

por su histórica resistencia a los turcos en la revo-

lución de 1821. Los extranjeros la conocen porque

en esta ciudad murió el filoheleno inglés y poeta

Byron.

Mi infancia... si es que se puede llamar infancia,

dado que al abrir los ojos en este mundo me vi vi-

viendo la dictadura de Metaxás, la guerra de 1940,

la ocupación alemana, la guerra civil, la posguerra...

Todo esto en medio de muertes de parientes y ami-

gos de la familia, persecuciones, encarcelamientos,

exilios, hambre, frío...

Mis años de colegio, cuando tenía unos doce años,

los recuerdo más como un campo de concentración

que como un colegio. Para empezar, las chicas te-

nían que llevar, dentro y fuera del colegio, la bata

colegial azul y sólo los domingos, cuando las lleva-

ban a misa obligatoriamente, podían ponerse otra

ropa. Nosotros, los chicos, teníamos que ir con el

pelo cortado con maquinilla y llevar el gorro escolar

que tenía que tener el número de registro de alum-

nos.

Tendría 14 ó 15 años cuando fui por primera vez al

cine a ver la película española Juárez, de 1939. Me

quedé entusiasmado y, a partir de ese momento,

cuando conseguía ahorrar unos dinerillos, me iba al

cine de verano y veía Tarzán, El Zorro, Fu Man Chu...

En aquella época vi, por primera vez en mi vida,

teatro. Nos llevaron también del colegio a ver la

tragedia Edipo Rey. El papel principal lo interpreta-

ba un monstruo sagrado del teatro griego, Aimilios

Veakis.

Cuando tenía 16 años mi familia se trasladó a

Atenas,donde terminé la secundaria. Por supuesto

que ni hablar de estudios superiores, de universi-

dad. Entonces la enseñanza no era gratuita y la fa-

milia luchaba por sobrevivir. Así que me vi obligado

a ponerme a trabajar. Al principio trabajé de mozo

de carga de cemento y hierro en una fábrica que

vendía materiales de construcción.

Vivo en este monstruo actual que se sigue llaman-

do Atenas. ¿Y por qué? Quizás porque sigue tenien-

do la Acrópolis, el Partenón, la Antigua Agora, las

columnas del templo de Zeus Olímpico, el Teatro de

Dioniso, muchos emplazamientos arqueológicos, el

sol y el mar.

Durante los años que trabajé en la fábrica, en uno

de los barrios más pobres y degradados de Atenas,

aprendí muchísimo. Fueron mi primera universi-

dad. Allí vi, aprendí y conocí a todo tipo de gente,

desde ladrones, fumadores de hachís, carteristas,

trapicheadores, navajeros, hasta señores de buena

reputación social, contratistas, empresarios, que

la única ley que no habían infringido en su vida era

la Ley de la Relatividad. Pero también conocí a otro

tipo de personas, a aquellos que habían vivido años

en la clandestinidad porque los perseguían por sus

ideas políticas izquierdistas. A éstos les debo mu-

cho, especialmente a uno, que fue un buen amigo.

Desde los libros que me daba para que leyera y las

conversaciones que teníamos, mi credo político,

y hasta me enseñó a bailar danzas tradicionales

griegas -seibékico y jasápico-, a pasármelo bien y

a amar a las mujeres.

Mi segunda universidad fue el Byzantino, un café

en la plaza de Kolonaki, frecuentado por todos los

intelectuales de Atenas. Pintores, poetas, literatos,

profesores de universidad, actores, directores de

cine y teatro, políticos, compositores... De alguna

manera, en algún lugar, algún día, no recuerdo bien

cómo, me vi en una pandilla de nuevos actores. En-

Lo primero es la vida y el amorTakis Emmanuíl*

Takis Emmanuíl (derecha) junto a Christopher Plummer durante la filmación de Edipo Rey, dirigida por Philip Saville

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tre ellos había una chica muy guapa, Margarita Pa-

pageorgiu, la protagonista de las primeras películas

de Nikos Kúnduros. Ella fue quien me lo presentó un

día en el Byzantino.

Poco tiempo en compañía de éstos bastó para que

yo cambiara y ya no podía aguantar la fábrica. Así

que la dejé. Di examen e ingresé en la Escuela Dra-

mática del Conservatorio de Atenas donde dictaba

clase Dimitris Rondiris, uno de los mejores directo-

res de teatro, que fue director del Teatro Nacional.

Al principio me llevaba bien con Rondiris, pero

cuando en las vacaciones de verano, entre primero

y segundo, trabajé en la película El Río, de Kúndu-

ros -esta fue la primera en la que trabajé- nuestra

relación se vio afectada porque por alguna razón

personal a Rondiris no le gustaba el cine. En cuanto

terminé la Escuela trabajé en cuatro de las mejores

películas griegas que se rodaron en aquella época:

en Electra, donde conocí a Irene Papas, que era la

protagonista, y desde aquel momento nos hicimos

amigos inseparables; en Zorba, de Cacogiannis; en

El Cielo, de Kanelópulos; y en las Pequeñas Afrodi-

tas, de Kúnduros. En esta última película interpreté

el papel del protagonista. Fue premiada en el Festi-

val de Cine de Berlín.

En aquella época los actores de cine alternábamos

el cine con el teatro y con programas radiofónicos.

Pero el teatro se convirtió en una rutina. Trabajá-

bamos de seis de la tarde a doce de la noche, dos

representaciones por día, así que eran unas 12 ó

14 por semana. De ahí que me interesara más por

el cine. Pero cuando empezó a mejorar la situación,

antes de que nos diera tiempo a decir: “Gracias a

Dios”, volvimos a caer en el “Virgen Santa, ayúda-

nos”. Y es que acaeció la Junta de los Coroneles.

En aquel tiempo había firmado dos contratos para

trabajar en mis dos primeras películas extranje-

ras, que se rodarían en Grecia. La primera era Edi-

po Rey (1968). El director era Philip Saville; Edipo

era Christopher Plummer; Yocasta, Lilly Palmer;

Creonte, Richard Johnson; Tiresias, Orson Welles;

y el corifeo, Donald Sutherland. Entonces conocí a

mi segunda amiga del alma, después de Irene Pa-

pas: Diana Ring, quien era entonces la esposa de

Philip Saville. La segunda película que había filma-

do era El Mago (1968), una producción de FOX, con

la dirección de Guy Green, con Anthony Quinn -nos

habíamos conocido en el rodaje de Zorba-, Michael

Caine, Candice Bergen y Anna Karina. Esta película

se rodó en Mallorca. Gracias al contrato que tenía

con la FOX conseguí hacerme un pasaporte y mar-

charme de Grecia. Mallorca fue el primer lugar que

conocí en España. Allí conocí a Michael Caine, con

quien trabajé en Play Dirty.

En aquellos años elegí a Londres de base y trabajé

en dos series de televisión de la BBC: en un episo-

dio de la serie Jazz Age, basada en relatos de D.H.

Lawrence, y en Who Pays The Ferry Man. En aquella

época, debió ser en 1972, comencé a ser famoso

por haber trabajado en todas estas películas y salí

en la portada de LIFE.

En cierta ocasión vino a Londres mi amiga Irene Pa-

pas y me convenció de que me fuera a vivir a Roma...

que tenía sol. Le hice caso. Por entonces, Roma era,

junto con París, centro de emigrantes intelectuales

de la resistencia. Luego de trabajar en tres pelícu-

las con Anthony Quinn, me fui a Los Angeles. Me di

cuenta de que para mí lo primero era la vida, el amor

y después la carrera profesional. Al poco tiempo de

estar allí decidí interrumpir mi carrera profesional y

aprender a escribir guiones.

En 1981 regresé a Atenas. Un mes antes se habían

celebrado elecciones, había ganado Papandreu y al-

gunos amigos de la resistencia de Roma se habían

convertido en ministros o habían obtenido grandes

puestos en el mecanismo estatal. Me convertí en

productor de programas de televisión.

Un día decidí ser escritor. El primer libro que escri-

bí no pudo ver la luz porque justo cuando estaba a

punto de editarse, el editor se arruinó. Conservo un

ejemplar y quizás lo publique ahora. Después escri-

bí La séptima fotografía, en el que la protagonista

es hispanohablante, una argentina, cuyo bisabuelo

era un eupátrida español.

En los años en que iba y venía de España conseguí

aprender algo de español, pero ya lo he olvidado. No

es que aprendiera gran cosa, pero sí lo necesario:

“Vino, comer y... hablar con mujeres”.

Traducción: Alicia Villar Lecumberri

*Takis Emmanuíl. Nació en Mesolongui. Estudió en la

Escuela Dramática del Conservatorio de Atenas, con Dimi-

tris Rondiris. Posteriormente, participó en el rodaje de una

cuarentena de películas griegas, bajo la dirección de Nikos

Kúnduros y junto a Irene Papas o Anthony Quinn. Fue el

protagonista en Pequeñas Afroditas (1963), la película de

Nikos Kúnduros que ganó en el Festival de Berlín. Estudió

producción y guión en el Sherwood Oaks College y asis-

tió a seminarios de cine impartidos por R. McKee, en Los

Angeles. Ha interpretado diversos papeles en el teatro y en

la televisión. Ha escrito guiones y dos libros. El último, La

séptima fotografía, espera ser publicado en español.

UN DÍA DECIDÍ SER ESCRITOR. EL PRIMER LIBRO QUE ESCRIBÍ NO PUDO VER LA LUZ PORQUE JUSTO CUANDO ESTABA A PUNTO DE EDITARSE, EL EDITOR SE ARRUINÓ. CONSERVO UN EJEMPLAR Y QUIZÁS LO PUBLIQUE AHORA

Takis Emmanuíl (izquierda) durante la filmación de la película Zorba el griego de Michael Cacogiannis (derecha)

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20 A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Los primeros años de mi vida transcurrieron en

Umbría, donde mis padres se mudaron desde Ma-

cerata. Este es el escenario de mi primera experien-

cia estética: los colores de las colinas, el luminoso

Románico, las iglesias llenas del espíritu de Giotto

o Simone Martini y el estilo de las decoraciones

grotescas “le grottesche” de la cerámica de Deruta,

representan mis orígenes ontológicos. La vida se

me manifestaba como una constante explosión de

belleza. Pero los tiempos cambiaban y yo aún no

sabía que había nacido al llegar el invierno. Cuando

nos volvimos a mudar a Macerata, todavía el ’68 no

había estallado y en la escuela tuve que enfrentar-

me a una sociedad que seguía siendo fuertemente

clerical y clasista. Yo, que era hijo de obreros, no

casados y comunistas, me sentaba en el último

asiento junto a un chico hijo de Testigos de Jehová.

En estas situaciones, o sucumbes al máximo nivel

de conformismo o te acostumbras a nadar contra

corriente. El dibujo representó mi propio salvavidas

para aprender a nadar.

Luego vino la carrera artística, la “Accademia” y, en

los ‘80, el encuentro veneciano con Emilio Vedova.

En ese momento no le aprecié; tenía un rechazo

instintivo por sus clases. La verdad era que huía de

lo académico de Vedova. Pero ver cómo trabajaba y

la libertad de su línea me iluminó, aunque sólo más

tarde entendí hasta qué punto me había influido.

Ya desde muy joven percibía, a nivel más existen-

cial que racional, que estaba viviendo, por privi-

legio de nacimiento, en una sociedad totalmente

nueva y que había realizado un corte definitivo con

la propia historia. Esta ruptura, entre otras cosas,

fue caracterizada por la desaparición de cualquier

valor social del arte. Si no se me permitía producir

otra cosa que mercancías, entonces escogí hacerlo

para los que entre los humanos siempre merecen

nuestra esperanza. El arte es principio incuestiona-

ble y exige la máxima radicalidad.

Todo ese conjunto de situaciones me llevó a traba-

jar, desde el ‘94, en el mundo de la editorial infantil.

Publiqué más o menos treinta libros con editoriales

internacionales, ilustrando textos de Oscar Wilde,

Rudyard Kipling, León Tolstoi y de autores italianos

como Dario Fo y Fabrizio de André.

Paralelamente me dedicaba a organizar exposicio-

nes y talleres de ilustración y fundé la asociación

“fabbrica delle Favole”. Sentía la necesidad de con-

tribuir a crear un punto de encuentro entre los ilus-

tradores para dar relieve a un arte que aún hoy no

parece valorarse.

En Italia, las carreras de las Academias de Bellas

Artes no incluían clases de ilustración, cómic y nue-

vos lenguajes. El primer objetivo de la asociación

fue la fundación de una escuela de ilustración y,

Un Ícaro en cuatro latasMauro Evangelista*

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aunque el trabajo fue duro por lo innovador, recibi-

mos reconocimientos cada vez más importantes y

numerosos de año en año. Alumnos de toda Euro-

pa, muchos de España, han llegado al curso donde

destacados maestros ilustradores impartían sus

clases. El intento de liberar este arte del ambiente

provincial produjo resultados sorprendentes hasta

culminar, el año pasado, en la primera edición del

“Master in Illustrazione per l’Editoria”, un curso de

alta formación co-organizado con la “Accademia di

Belle Arti di Macerata”.

Junto al éxito de la escuela y de las exposiciones

sigo haciéndome preguntas acerca de mi profesión

de dibujante y mantengo una continua inquietud

que me estimula para seguir la búsqueda de nue-

vas vías y aplicaciones.

Hoy, con 45 años, sigo reflexionando sobre el signi-

ficado del papel de un artista en la sociedad.

Es muy duro sentirse como un Ícaro que ni siquiera

tiene un sol que alcanzar, resistir contra las tenta-

ciones al hermetismo y continuar luchando para

afirmar tu propio testimonio y tu propia verdad,

sean éstos grandes o pequeños.

Traducido por Lucia Monia Vernó y Luigi Fummo

*Mauro Evangelista. Nació en Macerata, en el centro de

Italia, en 1963.

Después de diplomarse en Arte, asiste a la Accademia di

Belle Arti di Macerata, donde estudia el arte de la incisión

con Maurizio Olivotto. Más tarde se muda a Venecia, donde

asiste a clases impartidas por Emilio Vedova. Se especializa

en el arte de la incisión en la Oland Grafi nska Skola, en Sue-

cia, asistiendo a un curso organizado por la Accademia di

Belle Arti di Brera (Milano) y dirigido por Hsiao Chin. Con

Stephan Zavrel comienza su formación como ilustrador.

Llegan los primeros reconocimientos ofi ciales: Premio Spe-

ciale per l’incisione en la Expo Arte di Bari - Fiera Inter-

nazionale di Arte Contemporanea (1987) y Primo Premio

IBBY “Il battello a vapore” de Verbania, elegido por un

jurado integrado por niños. Después de trabajar un tiempo

en el sector de la publicidad, decide dedicarse a los libros

para la infancia.

Sus trabajos se publican sucesivamente: en Italia, con Edi-

zioni Arka, Gallucci Editore, Fabbri-Rizzoli, Giunti; en

Inglaterra, con Dorling Kindersley, Penguin, Ragged Bear,

Usborne; en Asia, con Grimm Press, Kyowon. Ilustra libros

con gran difusión internacional: Pinocchio, I racconti di

Tolstoy, Isaac Newton, Fidelio, Il mago di Oz, Il Principe

Felice, de Oscar Wilde.

En 1994, contribuye a la organización de Libriamoci: Mos-

tra Internazionale di Illustrazione, evento patrocinado por

el Ayuntamiento de Macerata, donde se exponen obras de

los maestros de la ilustración internacional: Carll Cneut,

Dusan Kallay, Kamila Stanclova, Josef Wilkon, Anna Laura

Cantone.

En 2007, Evangelista fue invitado a la Feria Internacional

del Libro de Torino y, en el mismo año, fi rmó dos éxitos

editoriales: Ma che aspettate a batterci le mani, de Dario

Fo (Gallucci Editore, Roma) y Lettera a un fi glio, inspira-

do en el texto de Rudyard Kipling (Fabbri-Rizzoli Editore,

Milano), también publicado en España con el título Carta

a un hijo (Editorial Edelvives) y, en Francia, por Grasset

Jeunesse.

Entre sus trabajos hay colaboraciones con diarios como La

Repubblica y publicaciones con Fabbri-Rizzoli en adjunto

con Il Corriere della Sera e Il Sole 24 Ore.

En 2008 recibió el Premio Andersen al Mejor Ilustrador y el

Premio Emanuele Luzzati por la Ilustración.

Actualmente, Evangelista es el director artístico de Ars in

Fabula, Formazione Artistica per l’Editoria. El proyecto

comprende el Primer Master Italiano en Illustrazione per

l’Editoria, reconocido por el Ministero dell’Universitá e de-

lla Ricerca para la habilitación de la profesión de ilustrador,

además de talleres de ilustración impartidos por destacados

artistas internacionales (Roberto Innocenti, Javier Zabala,

Ricki Blanco, Pablo Auladell) y con la participación de las

principales editoriales europeas. Esta intensa actividad, or-

ganizada por la asociación Fabbrica delle Favole y por la

Accademia di Belle Arti di Macerata, ha convertido la ciu-

dad en una pequeña capital de la ilustración internacional.

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1956 es el año de la independencia de Marruecos y

es también el de mi nacimiento. Una fecha inolvida-

ble para los marroquíes, que representaba el nuevo

camino hacia la construcción y el desarrollo. Para

mi familia supone la mirada hacia el futuro y su-

pongo que mis padres y hermanos estaban felices

aquel año, con fiesta por partida doble, nacional y

familiar. Mi madre quiso que me llamaran Said y mi

padre, Abdelkarim. En la tradición árabe musulma-

na, con cada nombre se sacrifica un cordero. En mi

caso fueron dos y debí figurar en el registro como

Said Abdelkarim, pero mi padre registró sólo Abde-

lkarim -nombre del líder rifeño- y de ahí viene otra

complicación en mi identidad personal. Desde mi

infancia todo el mundo me llamaba Said, salvo mi

padre, los profesores y las administraciones.

Antes de ingresar en Bellas Artes, mi familia sufrió

mucho con mi formación escolar. Me llevaron de un

colegio a otro, de un centro a otro, hasta que final-

mente me metieron en el internado Jabir ibn Hayan

en la misma ciudad de Tetuán. Fue una especie de

condena familiar para obtener disciplina y madu-

rez junto con responsabilidad. Mi estancia durante

aquellos años se vio interrumpida por una huelga

general de estudiantes. Año blanco. Muchos de

nosotros encontraríamos dificultades para seguir

estudiando por haber participado en aquella huelga

histórica aunque yo, que también la hice, no sabía

a ciencia cierta qué pedíamos. Sin embargo, sentía

que eran años difíciles en cuanto a la estabilidad

del país, pero no era consciente de qué pasaba real-

mente.

De nuevo Said se convertía en un problema existen-

cial para la familia. Y esta vez me enviaron a otro

centro de formación profesional en otro internado

en la ciudad de Fez. Pero la experiencia fue muy in-

teresante. Nuevo paisaje, nuevos amigos y nueva

etapa. Entre mecánica básica y electricidad, obtu-

ve un título profesional con opción de continuar los

estudios en el extranjero, especialmente en Euro-

pa, como era el deseo de cualquier joven marroquí.

En el barrio de Touta (que significa el fruto mora)

todo el mundo viajó a Europa. Se había convertido

en un fenómeno social, no sólo en mi barrio sino en

toda la ciudad, en todo el Norte de Marruecos, a la

búsqueda de las mejoras de Europa, especialmen-

te Francia, Bélgica y Holanda. La fiebre de emigrar

era un objetivo común a casi todos los jóvenes. Es-

cribí una carta de solicitud a una escuela industrial

en Holanda para continuar mi carrera profesional

y especializarme en la tecnología del tejido. Me

contestaron inmediatamente aceptando mis títu-

los, a condición de tener el conocimiento del ho-

landés. Una gran desesperación, porque lo único

que sabía de Holanda es que estaba en Europa y

nos exportaba la mantequilla holandesa a granel,

la más popular en aquellos tiempos en Tetuán. No

tenía más alternativa que trabajar en una fábrica

de tejido de unos empresarios sirios en Tánger. Mi

hermana me acompañó a casa de un hermano de

una amiga suya que era ingeniero botánico, donde

me podía quedar hasta que encontrara un alquiler.

Todo lo que había estudiado en el centro profesio-

nal era inservible para las chapuzas de los técnicos

que dirigían la fábrica. Mis profesores, que habían

sido todos ingenieros franceses u holandeses, nos

enseñaron métodos científicos para configurar las

máquinas, tanto mecánicas como electrónicas. Ya

no veía el futuro como lo había pensado. Una ma-

ñana, en vez de ir a mi puesto de trabajo, me fui a la

dirección para pedir mis títulos y cobrar los honora-

rios de las dos semanas de trabajo. Mientras lo ha-

cía, pensaba en mis padres y en mis hermanos, en

¿cómo se lo iban a tomar...? Entre la culpabilidad y

el miedo, la cabeza se me llenaba de preguntas sin

respuesta. Suponía lo que iba a pasar cuando llega-

se a casa de mis padres en Tetuán.

La última carta que me quedaba era volver a es-

tudiar. Me presenté al concurso de acceso para la

Escuela de Bellas Artes y me admitieron. Disminu-

yó la tensión con mi familia. Fueron tres años. Un

magnífico plan de estudios y profesorado marroquí

formado en distintos países de Europa. Se me abrió

un camino inesperado, un camino en el que uno va

creciendo con lo que hace, un camino individual,

pero donde se comparte mucho con los demás.

A los 24 años obtuve mi título de Bellas Artes por la

Haciendo arte y amigosSaid Messari*

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Said Messari en el Instituto de Cuero y Tejido de Fez

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Escuela de Tetuán. Llegué a Madrid en los ochen-

ta. Gracias a la convalidación de mis estudios de

Bellas Artes de Marruecos, terminé en tres años la

carrera de cinco de la Facultad de Bellas Artes de

la Universidad Complutense. Comencé así a liberar-

me de aquel niño acomplejado. Me sentía aún más

realizado por los amigos que tuve la suerte de ir ha-

ciendo a lo largo de mi vida madrileña. Una amistad

de respeto, consideración y trabajo, una amistad

teñida por el propio desarrollo político, artístico

y cultural de aquella España moderna y abierta,

donde las puertas del conocimiento estaban espe-

rando a todos los que quisieran abrirlas. Y se acabó

lo bueno, la vida de estudiante. Tuve entonces que

tomar muchas decisiones, tanto personales como

profesionales. Había sido un viaje de formación de

nueve años, una transformación continua, pero sin

ninguna experiencia profesional aplicada. Con la

titulación que tenía, podía haberme vuelto a Ma-

rruecos para trabajar como docente. Hubiera sido

una trayectoria normal en aquel entonces, estando

como estaban las puertas abiertas. Pero aposté por

una aventura artística y profesional, consciente de

las dificultades de la vida laboral en el sector artís-

tico. He conocido a muchas personas muy valiosas,

trabajadoras y autodidactas, con fuerza suficiente

para afrontar los contratiempos que pueblan los

caminos del arte. Me resultó muy difícil. Pero poco

a poco, borrando el fantasma del miedo, empecé a

transitar por esa senda.

1992 es una fecha clave para mí: la de la regulariza-

ción de mi situación laboral. Una transformación de

la vida estudiantil hacia la independencia personal

y la autonomía profesional. El primer tórculo que

compré era, curiosamente, holandés y lo instalé

en mi casa, donde estuvo años y años hasta que

conseguí separar mi vida cotidiana de la profesio-

nal alquilando una buhardilla en la calle Segovia. Ahí

comencé a convivir con mis inquietudes creativas,

perdiendo en ocasiones el hilo conductor entre el

compromiso del arte y el desarrollo individual. To-

das mis obras están firmadas como Said y todas las

facturas para el fisco como Abdelkarim. El puzzle de

la infancia iba encajando con la adolescencia y con

la madurez, el fruto de las múltiples experiencias e

identidades que es la vida.

*Said Messari. Nació en Tetuán, Marruecos, en 1956. Se

graduó en Bellas Artes, rama Decoración, en la Escuela Na-

cional de Bellas Artes de Tetuán, Marruecos, en 1979. Es

licenciado por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad

Complutense de Madrid (1985). Hizo cursos monográfi cos

de Tercer Ciclo en el Departamento de Historia del Arte de

la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autó-

noma de Madrid (1985-1987). De las últimas exposiciones

individuales se destacan: Refl exiones especulares, obra

gráfi ca, pintura, instalaciones, organizada por Casa Ára-

be, Cruce Madrid, 2007, e Incisione, installazione e video,

Museo Archeologico Nazionale de Cagliari, organizado

por la Casa Falconieri, Sardegna, Italia, 2006. De las úl-

timas exposiciones colectivas, caben mencionarse: Madrid

Tentación, Salón Internacional de Colectivos de Creadores

Independientes y Nuevos Espacios de Arte, Parque de Re-

tiro, Madrid, 2008; Lenguaje Independiente, The Guardian

Hay Festival Segovia, junto con Michèle Magema, Casa

de Siglo XV, Segovia, 2008; XXX MOUSSEM, Festival

Cultural Internacional de Asilah; Six artistes vivant sous d´

autres cieux, organizado por la Fundación Forum de Asi-

lah, Marruecos, 2008; XXX BIENAL DE PONTEVEDRA

Sen fronteiras, converxencias artísticas Hispanomagrebís,

Museo de Pontevedra, 2007; GENAPIII, Tercera Gran Ex-

posición Nacional des Artes Plastiques, La vuelta a la fi -

guración (Bab Rouah, Bab Lekbir y Mohammed El Fassi),

organizada por la Association Village des Ateliers d´artistes

y el Ministerio de Cultura, Rabat, Marruecos, 2006; Modos

de Ver 16 Artistas Hispano-marroquíes, Instalaciones en la

Estación Marítima del Puerto de Algeciras, dirigida por la

galerista Magda Bellotti, dentro del marco del Centenario

del Acuerdo de Algeciras.

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Said Messari en el Instituto de Cuero y Tejido de Fez

El autor en el Festival de Assilah

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¿A partir de qué momento una vida o, más bien,

unas vivencias merecen ser contadas? ¿Cuándo

una biografía -como una sucesión de pruebas e ini-

ciaciones dolorosas o no- se vuelve autobiografía?

¿Por qué contar lo vivido y no lo ficticio? ¿Acaso

una autobiografía no es un acto de vanidad? ¿Cuá-

les son los momentos más memorables y apasio-

nantes de lo que llevo de vida? Siempre he tenido

cierto pudor a exhibir en voz alta sucesos y hechos

de mi vida. Creo, ingenuamente, en la distancia de

lo privado y lo público: los afectos, las amistades,

los amores, los odios e, incluso, las heridas tienen

más sentido cuando no sobrepasan, de forma rui-

dosa, lo estrictamente personal o íntimo. Confieso

que carezco de una vida ejemplar. “Digo que no soy

un hombre puro”, como el título de un poema de

Guillén.

A decir verdad, no recuerdo cuándo mi memoria

tuvo uso de razón. Tengo pocos recuerdos. No me

gusta recordar. E, incluso, es posible que no quiera

recordar. Pero los recuerdos me invaden inevita-

blemente. Sobre todo los recuerdos de mi infancia

transcurrida en Pointe-Noire. Cómo no recordar

a Pointe-Noire, esa ciudad donde nací y crecí, de

donde mis recuerdos son fragmentos de un niño

como otro (que juega al fútbol, que le gustaba

sentir la lluvia en su cuerpo... que muchas veces

hace novillos). De un niño que siempre está en la

calle: para sentir, ver, oler y oír el misterioso pulso

de la ciudad. De un niño con pequeñas comodida-

des materiales que diferencia su infancia de otra

en un entorno de considerables penurias. Mis más

lejanos recuerdos están ligados a Pointe-Noire, mi

ciudad, esta ciudad, a ese puerto... a esos 170 kiló-

metros de mar y donde el Atlántico es salvajemen-

te implacable.

Mi primer recuerdo es, ante todo, una noticia. Lue-

go será un hecho que cambiará definitivamente

mi infancia. Es una noticia que me da mi padre en

uno de esos atardeceres aterciopelados que sue-

le tener Pointe-Noire. Con cara seria, no exenta de

alegría y de orgullo, me anuncia: “Estoy haciendo

los papeles para que te vayas a estudiar al extran-

jero. Todo va bien. Espero confirmarlo pronto”. La

noche anterior había sorprendido fragmentos de

conversaciones entre papa y mamá: “Es un niño

demasiado travieso, que sólo trae problemas”. “No

llegará nada lejos”. “Pero siempre está metido en-

tre libros”. “Es un buen niño. Es un niño imprevisi-

ble. Hay que alejarlo de todo esto”.

De vacaciones de verano con mamá en casa de la

familia materna se confirma la noticia. De regreso

a Pointe-Noire, mi padre y yo nos salvamos de un

brutal accidente de coche. Nuestras acompañan-

tes (dos tías lejanas) llevan aún, en sus cuerpos,

las marcas de dicho accidente tras varios meses

de hospitalización. Del accidente me queda una ní-

tida foto: mi padre y yo posando delante del irreco-

nocible Toyota amarillo. Cada vez que veo esa foto

me pregunto cómo pudimos salir ilesos.

Por fin el viaje. Adiós a mi deseo de entrar en la Es-

cuela de Cadetes. El viaje es un inesperado paso de

la niñez a la edad adulta. Ante todo, precauciones:

la abuela paterna anda por allí con mucha autori-

dad y saber de la palabra. Menuda pero imponente,

le corresponden los últimos consejos. El primero

de todos: “A donde vayas, haz siempre como los

habitantes del país”. Aún me sorprende esta lec-

ción de pragmatismo y de psicología de contex-

tos, proveniente de una persona que no sabía ni

leer ni escribir. Nuestra conversación suena a una

reconciliación tras una relación teñida de profun-

dos y frecuentes desencuentros. Al punto de que

yo tenía un régimen especial cuando pasaba las

vacaciones en su finca en Brazzaville. Pero un últi-

mo consejo y el más contundente de todos: “No te

juntes con las mujeres de otros países que no sea

el nuestro... mucho menos quiero que vuelvas por

aquí con una de ellas”. Como ella, sin duda alguna,

sospechaba, no le hice caso.

Los efusivos abrazos. Las dolorosas despedidas.

El viaje aplazado por un huracán en el Caribe. Otra

vez, abrazos, despedidas. El 747. Por fin, La Ha-

bana. Y los años en la Isla de la Juventud (antigua

Isla de Pinos). De todos estos años en Las Villas,

y luego, en La Habana, en la famosa Escuela de

Letras, quedan: los primeros escarceos amorosos,

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Uno es extraño a sí mismoLandry-Wilfrid Miampika*

Wilfrid Miampika en la Universidad de California-Merced (2009)

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25A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

las amistades sólidas, la formación académica e

intelectual, la disciplina, los tempranos compromi-

sos políticos, el amor por las humanidades y por el

“saber alegre” (Nietzsche) como manda el Caribe,

pero también las primeras rebeldías.

Luego vino la llamada de París: ciudad de tantas

luces como sombras. París es un cuerpo que se en-

trega al que puede. Como era de los que no podían

poseerla, la lectura y escritura fueron mis hogares.

París es un libro abierto: ofrece cultura por doquier

y mucho respeto por ésta. Los libros estaban a

mano. Nunca he escuchado tanta música. Nunca

he leído tanto en mi vida. Nunca he contemplado

tantas obras de arte. De todo.

He vuelto a Pointe-Noire. Pocas veces. Aún no he

podido volver para ver la tumba de mi madre. A

Cuba volví una vez. A París siempre he vuelto. Por

lo menos, dos veces al año. He viajado mucho. Via-

jo mucho. ¿De dónde soy? ¿Quién soy? ¿De aquí

o de allá? De aquí y allá. Escindido entre mundos,

culturas, lenguas. ¿Cómo escoger? ¿Por qué esco-

ger? Uno casi siempre es extraño a sí mismo. Y mu-

cho más al Otro. El amor, los afectos, las amistades

compensan las ausencias, la lejanía y la levedad

de la existencia. Pero he aprendido a no avergon-

zarme de lo que uno es y de lo que no es. Aún más.

Soy el mismo de siempre: las lecturas, la escritu-

ra, la contemplación del arte y la enseñanza de la

literatura me siguen ocupando, cuando puedo. Un

aprendizaje de la vida: además del cotidiano apren-

der a aprender, que el ser humano es el mismo en

todas partes, complejo y contradictorio, capaz de

sueños envolventes y de bajezas repugnantes.

Mientras escribo estas líneas, el alboroto de Álva-

ro, Aina y Alex alegra la tarde sin dejar de ser otra

prueba de paciencia. Han hecho de mí un hombre

un poco más paciente. Estoy en Casa. Estoy feliz.

Estoy en Madrid. Es mi morada. De momento.

*Landry-Wilfrid Miampika. Es crítico literario, comisa-

rio independiente de arte y profesor de Filología Francesa

en la Universidad de Alcalá de Henares. Es doctor en Filo-

logía Hispánica, licenciado en Filología Hispánica por la

Universidad de La Habana, Cuba, y titular de un Diploma

de Estudios Avanzados (DEA) en Estudios Hispánicos y

Latinoamericanos por la Universidad de París 8, Saint-De-

nis, Francia. Además de colaborar en diversos medios, es

director de una colección de literaturas francófonas en Edi-

ciones del Cobre y de la colección Biblioteca Hispanoafri-

cana en Verbum Editorial. Ha publicado: Voces africanas:

Poesía de expresión francesa 1950-2000, Transculturación

y poscolonialismo en el Caribe: versiones y subversiones

de Alejo Carpentier (2005) y Migraciones y mutaciones

interculturales en España: sociedades, artes y literaturas

(2007).

Aina, Álvaro y Alex Foto: Angèle Etoundi Essamba

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¿Mi “hoja de vida” en mil palabras o menos?

¿Cómo se reduce una vida entera, llena de expe-

riencias, en tan sólo mil palabras?

La mejor manera de averiguarlo es intentándolo.

Mi nacimiento, a pocas cuadras del obelisco porte-

ño, mostró claros y precoces rasgos de mi futura

personalidad: el médico y la enfermera apenas lle-

garon a tiempo para atajar mi cabeza.

Decidida a salir al mundo de una buena vez, no es-

taba como para esperar a ningún experto.

Al año y medio aún tomaba mamadera (o bibe-

rón), lo cual recuerdo claramente, mientras veo a

mi papá, del tamaño de un gigante, parado al lado

de una carpa en la playa. Y lo recuerdo por lo trau-

mático del momento: recién despierta de la siesta,

me acerqué y le tiré de la parte inferior del short de

baño (estirando mi brazo hacia arriba). Y él contes-

tó, como hacemos los grandes sin pensar: “Volvé a

dormir. Mamá te fue a buscar la mamadera”. Mi sen-

sación de soledad y abandono continúa hasta el día

de hoy (exagero enormemente).

A pesar de que mi nacimiento demostraba una tem-

prana independencia, fui una niña extremadamen-

te tímida y retraída; leía los premios Nobel de litera-

tura a los 13 años en el living de mi casa, mientras

mis amigos se dedicaban a otras cosas.

A los 18 tuve un momento de transición: decidí que

esa persona sin posibilidad de comunicarse no era

quien yo quería ser. Así que me propuse cambiar.

Uno de tantos cambios que he tenido a lo largo de

la vida. Para mayores referencias, mi madre atesti-

guará hasta frente a una corte.

Así que, mediante bastante esfuerzo y gran tesón,

logré socializar fuera de mi reducido círculo, conocí

a mi primer novio y amor de mi vida (de entonces),

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Cada día sé más quien soyLana Montalbán*

A LOS 18 TUVE UN MOMENTO DE TRAN-SICIÓN: DECIDÍ QUE ESA PERSONA SIN POSIBILIDAD DE COMUNICARSE NO ERA QUIEN YO QUERÍA SER. ASÍ QUE ME PRO-PUSE CAMBIAR

Lana Montalbán Foto: Derek Latta

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27A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

y un día decidí conocer el mundo.

Viajé por Oriente Medio y Europa durante dos años,

haciendo dedo (auto stop), trabajando en donde

podía para reunir más dinero y seguir transpor-

tando mi ya más experimentada humanidad hacia

fronteras desconocidas.

A los 20 me quedé sin un peso y volví al nido paren-

tal, muy a mi pesar, y me reencontré con mi herma-

no, una relación conflictiva y que ha marcado mu-

chos de mis comportamientos posteriores.

Estudié, trabajé, volví a independizarme y comen-

cé, de casualidad, a trabajar en TV.

Hacía comerciales. Salí en tapas de revistas. Me

reconocían por la calle... y todo eso me molestaba

más de lo que me gustaba.

Así que a la primera oportunidad, volví a huir hacia

la izquierda, y me instalé en New York City. Una ciu-

dad que me deslumbró de tal forma desde el primer

momento en que la pisé que la amaría por muchos

años. Al menos hasta que ladrones entraron por la

ventana mientras dormía y, para mí, la Gran Manza-

na nunca volvió a ser igual.

Entre los 9 años que viví allí, pasé dos en Miami,

donde me convertí en la conductora del noticiero

Nacional Telemundo HBC en ese entonces, la se-

gunda cadena en español de los Estados Unidos.

Más experiencias, más gentes diversas que forja-

ron mis subsiguientes personalidades.

Un día, una llamada desde Buenos Aires cambiaría

nuevamente mi vida. Una oferta de volver a Buenos

Aires para conducir un programa de investigación

periodística que se llamaría Edición Plus.

Estaba de vacaciones. Me tomé una licencia (que

resultó ser eterna) y partí nuevamente hacia la ciu-

dad que me vio nacer, pero que ya había cambiado

tantas veces como yo.

El menemismo estaba en pleno auge (1992) y Ar-

gentina había pasado mágicamente de ser un país

del subdesarrollo a una nación del primer mundo.

Me llevó un tiempito darme cuenta de que más allá

de los titulares de los diarios, no era un país del pri-

mer mundo.

Entusiasmada y honrada, conduje ese programa

que hizo historia en la televisión argentina.

En 1994, un hecho sin precedentes cambió mi vida

para siempre, pero más radicalmente que ningún

viaje ni trabajo ni premio hasta ese momento: me

convertí en mamá de una niña.

Repentinamente, todas las piezas del juego de mi

vida se reacomodaron y comenzaron a girar, no ya

alrededor mío, sino alrededor de ese ser indefenso

y dependiente que había salido de mis entrañas,

aunque con bastante más trabajo que el que le di

yo a mi madre.

Años más tarde, una vez más, mi querida Argentina

tuvo un ataque de epilepsia, coleccionó media doce-

na de presidentes en una semana, y todo el infierno

se destapó por las callecitas de Buenos Aires.

Sin trabajo en ese momento, casada y con una hija

de 8, en agosto de 2002, levantamos campamento

y nos vinimos a vivir a Miami.

Para quien no es turista, ésta no es tierra de shop-

pings y playa, sino un lugar que exige trabajo duro

para poder sobrevivir.

Eso es lo que he estado haciendo en los últimos

años.

Nicole ya tiene 14 y está en el secundario.

Contenta con mi vida, me dedico a infinidad de co-

sas (no exagero) y soy más feliz que nunca.

No soy famosa. No soy rica. No tengo más marido.

Pero cada día sé más quién soy, qué quiero, qué ne-

cesito y cómo conseguirlo.

Sé que esta autobiografía es poco convencional y

es posible que no tenga más lectores que el editor

y mi madre.

Pero después de tantas experiencias de vida,

¿cómo se hace para resumirlas?

En el camino quedaron amores y decepciones,

triunfos y fracasos.

Creo que la conclusión que saco de mi misma, si me

lo permitieran, es que no puedo estar quieta... en

ningún sentido.

Necesito mudarme de ciudad, de país, de profesión,

de...

Lo que nunca querré cambiar son los afectos que

he encontrado y “coleccionado” a lo largo de mis

años. Los atesoro y los necesito. De hecho: es lo

único que necesito.

Para todo lo demás, puedo volver a mudarme y

abandonarlo todo en cualquier momento.

*Lana Montalbán. Comenzó su carrera de periodismo tele-

visivo conduciendo el Noticiero Nacional HBC de la cadena

Telemando en 1987; luego cumplió las mismas funciones en

WNJU Canal 47 de Nueva York. En 1992, volvió a su Bue-

nos Aires natal para conducir el renombrado y multi pre-

miado programa de investigación periodística Edición Plus.

También en Argentina condujo los programas Panorama In-

ternacional. Red de Noticias, Telefé; Talk Show Pura Lana,

Canal Siempre Mujer; Noticiero de Canal 9; Noticiero de

Canal 7, ATC. Fue corresponsal sudamericana de Canal de

Noticias NBC (Estados Unidos) y Freelance de CNN en

inglés (Estados Unidos). En Miami ha sido productora de

Univision y productora, directora y conductora de proyectos

para Perfi les Productions. Habla inglés, portugués, italiano

y algo de francés. Ha recibido numerosos premios por su

carrera profesional. Está divorciada y reside en Miami con

su hija Nicole, de 14 años.

ME LLEVÓ UN TIEMPITO DARME CUENTA DE QUE MÁS ALLÁ DE LOS TITULARES DE LOS DIARIOS, NO ERA UN PAÍS DEL PRIMER MUNDO

PARA QUIEN NO ES TURISTA, ESTA NO ES TIERRA DE SHOPPINGS Y PLAYA, SINO UN LUGAR QUE EXIGE TRABAJO DURO PARA PODER SOBREVIVIR

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28 A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Marqué goles a puñados en los polvorientos potre-

ros de mi barrio. Las mujeres chabolistas lavaban

ropa en fuentes de las que nacían malolientes cau-

ces de agua gris. Unos bloques más abajo, las mu-

las asomaban por las ventanas de los pisos de los

gitanos.

Ajusticiábamos hormigas con azufre sobre patíbu-

los de tierra, descuartizábamos cangrejos de cinco

pesetas a petardazo limpio, apedreábamos autobu-

ses municipales. No había horizonte más allá de las

vías del tren. Éramos salvajes y peloteros, pioneros

en los confines de la ciudad. Manoteras. Madrid.

Sólo nos desbravaba la televisión. Recuerdo la serie

El túnel del tiempo: catapultados por una máquina

secreta, dos científicos aventureros viajaban por la

historia, pero nunca lograban cambiar su curso. La

elipse psicodélica que les transportaba al pasado

me hipnotizó. Aprendí que lo hecho, hecho queda.

Que nunca hay que mirar atrás. Aprendí a distinguir

fact de fiction.

Mi juventud no fue un estado de felicidad repentino.

El primer muerto real de mi vida fue un chaval del

barrio, que se cayó de la moto y se partió la cabeza.

Otro amigo del bloque se acostó una noche y nunca

más despertó. Aprendí que no éramos inmortales.

Pasé las tardes reventando pinballs. Esquivé pandi-

llas de macarras con navaja. Conquisté besos feme-

ninos arriesgando el pellejo. Nadie regalaba nada.

Aprendí que la vida adulta sería, más o menos, así.

Debajo de los adoquines no estaba la playa. Nunca

me avergoncé de haber crecido en un barrio obrero.

Aprendí de memoria las canciones de The Beatles.

Jugando a las chapas me convertí en aprendiz de

locutor de radio. De fondo, Lucecita, Ustedes son

formidables, Carrusel deportivo. De la radio proce-

día el sustento familiar. "Hemos comido un día más,

gracias a Dios y al señor Fontán", decíamos en casa.

Pasado el tiempo yo también trabajé para él. No re-

cuerdo otra aspiración que la de ser periodista. Fue

mi vocación. No hubo otra ocupación. Es lo único

que sé hacer -y oficios menores, pero no merece la

pena enumerarlos-.

Era universitario y soldado cuando Antonio Tejero

se puso España por tricornio durante unas horas.

Vi lágrimas en los rostros de los suboficiales de mi

cuartel. Ese año, un profesor ultraderechista me re-

galó una matrícula de honor por ser un buen espa-

ñol. Aprendí que en España, además de rojos, había

azules. Y no eran hermanitas de la Caridad.

A lomos de unicornio galopé la rosa de los vientos.

Amé y fui amado. Al regreso, la intuición de la muer-

te, una mano sobre la tuya, doce meses, un es-

truendo, sin tiempo para decir adiós. Caminé como

una sombra errante. Naufragué una y mil veces y

una y mil veces alcancé tierra firme. Nunca me di

por vencido. A veces sentí que dentro de mí habita-

ba una persona extraña, que no me pedía permiso

ni daba explicaciones. Caí en ensueños criminales

de textura semejante a la realidad. Quizá cometí al-

gún crimen perfecto que, por su propia naturaleza,

nadie ha venido a reclamar hasta el momento.

Arranqué ilusión de la desesperanza. Amé y fui ama-

do. Escribí para reconocerme, viajé para saberme.

Fui un sentimental, imperdonable achaque. Lamen-

té el abandono de quienes creí incondicionales.

Aprendí que los desmemoriados viven en la gloria,

pero yo no sé olvidar. Saboreé la miel del éxito. Fir-

mé autógrafos. Quemé los días definiendo riesgos,

buscando una mano, domeñando ambiciones. No

me vendí. Nada me dolió tanto como la deslealtad.

No sé cómo sobreviví a la jauría de devoradores de

hombres.

Me parece milagroso que, después de tan larga

convivencia conmigo mismo, no haya dejado de ser

quien soy. Que haya sido siempre, más o menos, el

mismo. Nada especial. Voy cumpliendo con lo que

se demanda de un hombre. Planté un árbol, nació

una hija, publiqué unos cuantos libros. Amo el fút-

No recuerdo otra aspiración que la de ser periodistaFernando Olmeda*

MI JUVENTUD NO FUE UN ESTADO DE FELICIDAD REPENTINO. EL PRIMER MUERTO REAL DE MI VIDA FUE UN CHAVAL DEL BARRIO QUE SE CAYÓ DE LA MOTO Y SE PARTIÓ LA CABEZA. OTRO AMI-GO DEL BLOQUE SE ACOSTÓ UNA NOCHE Y NUN-CA MÁS DESPERTÓ. APRENDÍ QUE NO ÉRAMOS INMORTALES

Con mi hermana en el Parque del Retiro de Madrid

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bol. No mato ni en pesadillas. Temo perder lo que

tengo, no alcanzar aquello a lo que aspiro. Es la arci-

lla que moldea nuestras vidas.

Quiero vivir junto al mar, rodeado de unicornios y de

niños con zapatos y libros; transitar por alamedas

abiertas, junto a mujeres sin miedo y hombres sin

quemaduras de guerra. Sueño revoluciones y, en

su defecto, ciudades con bicicletas y parques con

libros de Valente, de Benedetti, de Hierro, de Gon-

zález. Soy candidato permanente a experimentar el

vertiginoso misterio de dos cuerpos que se rozan.

Estaré despierto cuando se presente ante mí esa

espléndida mujer llamada belleza. Estoy prepara-

do para incluir lo que venga en la autobiografía de

la segunda parte de mi vida. Ligero de equipaje, a

ser posible.

Toda confesión implica el descubrimiento de innu-

merables debilidades. Quizá usted piense que así

no se puede ir por el mundo. Que mi fracaso es se-

guro. Que la vida es otra cosa. Es posible. Pero yo me

comprometí a escribir una autobiografía sincera.

*Fernando Olmeda. Nació en Madrid en 1962. Es perio-

dista desde 1982. Trabajó primero en la radio Cadena SER

y, desde 1989, en los canales de televisión Telemadrid y

Telecinco. Ha sido editor-presentador de noticias en ambas

cadenas y ha dirigido numerosos espacios informativos,

programas de actualidad y documentales. Ha publicado

la novela Contraseñas íntimas (2006), la biografía Gerda

Taro, fotógrafa de guerra (2007) y los ensayos El látigo y

la pluma (2004) y El Valle de los Caídos. Una memoria de

España (2009). Es licenciado en Ciencias de la Información

y en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de

Madrid.

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

NAUFRAGUÉ UNA Y MIL VECES, Y UNA Y MIL VECES ALCANCÉ TIERRA FIRME. NUNCA ME DI POR VENCIDO. A VECES SENTÍ QUE DEN-TRO DE MÍ HABITABA UNA PERSONA EX-TRAÑA QUE NO ME PEDÍA PERMISO NI DABA EXPLICACIONES

Fernando Olmeda, en 1986, informando sobre el tráfico de Madrid para la Cadena Ser

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Cuando Beltrán me convocó a este desafío emocio-

nal, la espontánea respuesta fue la disposición fra-

ternal al amigo. Esa actitud instintiva que expresa

las afinidades que enlaza el tiempo, la reciprocidad

que macera la confianza. Es decir, hice poco. Me

quedé convencido de que la inspiración dibujaría un

abrazo y que nuestra imagen, la que me acompaña

desde hace tantos años, decantaría las más de mil

palabras.

Algo después percibí la importancia de la invitación,

no era por la amistad sino desde ella. El director

de Intramuros, esa decisiva y prestigiosa publica-

ción de memorias, me sumaba generosamente a

esta nueva edición que rememoraba su cadencia

original. Me asaltó una repentina perplejidad: qué

aristas interesantes podría tener mi vida y, en todo

caso, de haberla, cuál (que no fuera pura literatu-

ra) podría despertar la curiosidad del lector. Rea-

licé distintos bosquejos repasando instantáneas

y así fluyeron algunos momentos; como aquella

imborrable aventura en Europa cuando teníamos

veinte años, esa estadía de postgrado en Madrid

poco tiempo después, ese decano joven que fui, el

doctorado con Eduardo García de Enterría, algunas

publicaciones jurídicas, la intensa docencia, algún

libro de poesía y varios ensayos que en ediciones

de autor circularon con amabilidad; naturalmente,

Claudia y el ovillo de ecos y certidumbres que cons-

truimos. Pero esos episodios y algunos otros que

bullían enervados en la narración no dejaban de ser

el simple testimonio de una biografía.

Sabía que tantos valiosos colaboradores (artistas,

escritores, diplomáticos, juristas) habían contri-

buido con su pluma desde sus realizaciones. No

había leído la farragosa acumulación de minucias y

afanes que llevaron a ese fin. Por el contrario, las

semblanzas tenían la implicancia de la reflexión, la

miscelánea, los datos inéditos o la contagiosa refe-

rencia a ese ancho y versátil mundo que desde la

sensibilidad conforma la cultura.

Pero yo no tenía obra o, en todo caso, ésta sólo re-

flejaba el valor singular de lo lugareño. ¿Qué haría

ante ese páramo, ante la ausencia de ese “yo tras-

cendente” que nos presenta?

Para colmo, hace tiempo que me dejaron de intere-

sar mis antecedentes, esa narración puntillosa de

insinuaciones y constancias. No sé cuándo (ni si-

quiera si el hecho merece ser referido) sentí esa cu-

riosa ajenidad cuando veía mi nombre en un relato

de actividades. Naturalmente me resistí (la lógica

nos preserva de zozobras esenciales) y en varias

oportunidades, con apasionado desgano, retomé

la actualización de lo hecho; solamente se suma-

ron páginas que no hicieron más que acentuar mi

lejanía. Es decir, me quedaba también sin ese “yo

testimonial” que alimenta nuestra representación

con disciplinada y laboriosa conciencia.

Rompí los borradores y me detuve -quizás para

justificarme- en el sentido de una autobiografía; en

esa inmersión, en esa despersonalización que sig-

nifica hablar de nosotros sin uno, esa tarea casi te-

rapéutica como si me viera compelido a definirme o

aproximarme, como si en ese indiscutido tamiz que

es la vida tuviera que hilvanar los impactos íntimos

con invisible congruencia.

El otoño pasado estuve internado. Una infección

silenciosa y corrosiva me debilitó sin tregua. La

autobiografía bien podrían ser esos días, sólo esos.

La sensación por la luz en la ventana, la emoción

desgastada, la profunda añoranza por esa serena

mirada que siempre me contuvo, el cuerpo inerme

en una sucesión de estudios y expectativas, la vul-

nerabilidad que reduce todas nuestras pretensio-

nes y desvelos en un solo y único momento.

Pienso que una autobiografía requiere de cierta

forma de plenitud (un estado de fidelidad, un hori-

zonte); en la declinación nos resulta insoportable

reconocernos.

El hospital donde me alojé queda a media cuadra

de la que fuera nuestra casa paterna, en un barrio

que hace cuarenta años, cuando nos mudamos, era

un archipiélago de jardines y veredas amplias que

favorecían la imaginación. Todo era imperturbable-

mente inmóvil.

Al volver en esas circunstancias (a pesar de vivir

en la misma ciudad no suelo hacer peregrinaciones

nostálgicas), el encuentro casual con un rostro de

aquel tiempo me pareció una parábola, un relato

circular, un paréntesis que estrechaba a ese joven

que fui y a este adulto en ese único espacio.

Pienso que una autobiografía exige perspectiva, au-

sencia de constatación.

Por esos días, un entrañable amigo común me visi-

taba. Un ser luminoso, que amaba intensamente la

vida, los suyos, la abogacía, la literatura y el café,

ese escenario imaginario donde construía con hu-

mor e inigualable talento su arte efímero. Gustavo

murió ese 21 de septiembre. Su ausencia fue la mía

y todas las ausencias.

Siento que una autobiografía es un pudoroso acto

de supervivencia.

Me olvidaba decir que La Plata es el lugar al que alu-

dí. Ciudad capital, universitaria y con un paso demo-

rado que el tiempo fue mutando con ferocidad. Fue

creada por la llamada Generación del ‘80 en medio

de una tensión política definitoria. Sus habitantes

sellaron el inconfundible estilo de quienes se ins-

talaron con esa inaugural identidad que otorga la

jerarquía de los sueños.

Mis bisabuelos formaron una familia de seis hijas y

Una sospecha sobre el tiempoPablo Reca*

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

... ES DECIR, ME QUEDABA TAMBIÉN SIN ESE “YO TESTIMONIAL” QUE ALIMENTA NUES-TRA REPRESENTACIÓN CON DISCIPLINADA Y LABORIOSA CONCIENCIA

Con mis padres, hace casi treinta años. Todo era plenitud

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un poeta, López Merino, cuyos versos reflejaron el

tono de una época y, en nosotros, una música de-

finitiva. Mi abuela se enamoró de Calvo, un orador

que parecía conocer todos los libros de Alejandría.

Mi madre hablaba y escribía en “tono menor” y una

tarde de 1951, en Villa La Angostura, cautivó con

sus canciones en francés a un joven idealista que,

ya médico, cumplía un destino de castigo en San

Julián por esa visceral integridad que heredó de los

Reca. En su escritorio había varios secretos, una

foto de su padre, el escudo en relieve de la Univer-

sidad, nosotros cinco y, en los estantes, enrollado

entre volúmenes y manuscritos, el título de primer

campeón argentino de ajedrez de su inefable tío

Damián.

Toribio, América, Belmira, Sara, Jacinto, Orfilio, Ermi-

nia, Atanasio, Martina son algunos de los nombres

de ayer. Mis padres, Estela y Ricardo. Mis certidum-

bres, Sofía y Joaquín.

Creo que una autobiografía es una sospecha sobre

el tiempo. Un haz difuminado, una idea conjetural e

imprecisa sobre los pliegues que nos habitan.

Parece necesario decir que nací el 9 de abril de

1954; mi infancia fue feliz, una completitud aními-

ca que todo lo funde en una especie de olvido. La

adolescencia, el Colegio Nacional, “esa vieja piedra

gris del bosque”, donde recogimos el alboroto se-

sentista, una inquietud permanente que se expre-

saba en una latente transgresión a los límites de

la formación y los rostros de aquellos que urdimos

una amistad para siempre.

La facultad fue el ámbito donde concebí los profun-

dos valores del Derecho, que el país por ese enton-

ces desconocía, con sus luctuosos contrastes y ab-

surdo dolor. La democracia fue el preámbulo de la

Constitución reclamado por un espíritu republicano

que plasmó en mí una fe para siempre y un compro-

miso político que asumí en diversas oportunidades

de nuestra vida pública.

Tengo una mimesis por la otredad que intento di-

simular. La palabra me transporta en su universo

anímico, en una realidad tan intensa como narra-

tiva, tan definitiva como fugaz, tan aleatoria como

constitutiva. Escribir es una manera de encallar en

la diversidad, un espacio de realización multívoco,

una liberación. Escribir una autobiografía es tam-

bién pensar sobre lo que todavía no hicimos.

Me resta decir que mido un metro noventa y ocho

centímetros, quizás el único dato extravagante que

me diferencia de cuantos cumplimos un ciclo con la

perseverante intimidad del anonimato.

*Pablo Reca. Abogado argentino y doctor en Derecho por

la Universidad Complutense de Madrid, ha realizado diver-

sas actividades de posgrado en la Universidad Internacional

Menéndez Pelayo de Santander y en la Academia de Dere-

cho Internacional de La Haya, entre otras casas de estudio,

y ha obtenido el Diploma en Altos Estudios Internacionales

en la Sociedad de Estudios Internacionales Francisco de

Vittoria. Ha cumplido una destacada actividad universita-

ria como decano, consejero superior, consejero académico,

secretario académico y coordinador de los institutos de in-

vestigación de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales

de la Universidad Nacional de La Plata, en la Argentina.

Actualmente es profesor titular de la cátedra de Derecho Pú-

blico Provincial y Municipal y director del Instituto de Po-

lítica y Gestión Pública de esa casa de estudios. Ha dictado

seminarios sobre Derecho Público, con especial referencia

a cuestiones de Ordenamiento Territorial, Medio Ambiente

y Preservación del Patrimonio Cultural. Ha sido profesor de

esa última especialización en la Facultad de Derecho de la

Universidad Nacional de Buenos Aires y en la Universidad

Nacional de Tucumán. También ha sido profesor invitado en

varias instituciones como la Universidad Externado de Co-

lombia y la Universidad de Castilla-La Mancha, en el mas-

ter sobre Derecho Comunitario. En sus diversas actividades

y aportes se ponen de manifi esto esenciales intereses asocia-

dos al campo político, el ensayo, la oratoria y la poesía.

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

PIENSO QUE UNA AUTOBIOGRAFÍA REQUIE-RE DE CIERTA FORMA DE PLENITUD (UN ESTADO DE FIDELIDAD, UN HORIZONTE); EN LA DECLINACIÓN NOS RESULTA INSO-PORTABLE RECONOCERNOS

MIS BISABUELOS FORMARON UNA FAMILIA DE SEIS HIJAS Y UN POETA, LÓPEZ MERINO, CUYOS VERSOS REFLEJARON EL TONO DE UNA ÉPOCA Y, EN NOSOTROS, UNA MÚSICA DEFINITIVA

Con Don Eduardo García de Enterría en su estudio. Una inaltera-ble referencia

Con Gustavo Millán, en el Parque del Retiro de Madrid, emulando esa clásica foto de López Merino con Borges

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Cuentan que mi primer acto de independencia ocu-

rrió cuando a los tres años aproveché una puerta

abierta en mi casa del pueblo de Río Piedras y me

lancé a recorrer calles pobladas de seres gigantes

y vitrinas de comercios burbujeantes que no tenían

mucho que envidiar a los mercados turcos. Aprendí

que eso de tomarme el permiso no debía de ser muy

bueno que digamos, cuando gracias al rescate de un

policía amigo (han dejado de serlo cuando los llevo

a los tribunales por violaciones de derechos civiles)

encontré en el Cuartel de la Plaza a una madre aho-

gada en sollozos a la cual empapaban con dosis ma-

sivas de Alcoholado Superior 70, y quien apenas po-

día decir palabra cuando me vio llegar muy risueña.

El espíritu andariego (quizás ayudaron mis largas

piernas) fue maestro de los ángulos profundos; así

lo comprendí una tarde -atenta al itinerario del co-

razón- en una plaza de Zagreb en la que uno de sus

árboles me confesó dolerle las raíces... y extrañar a

los pájaros que se han marchado (y a su picoteo de

besos), esos ingratos que pueden volar mientras él

se mantiene encadenado a la tierra.

La andariega fraguó su primera fuga a los dieciséis

años para respirar en la metrópolis las contradic-

ciones de esa democracia perfecta que enseñaban

en las escuelas de su isla, afroamericanos que en-

tonces eran simplemente negros, puertorriqueños

e inmigrantes, protagonistas que experimentaban

en ese orden la segregación del momento. En la

mismísima capital del imperio aprendí a cantar los

primeros acordes contestatarios a esa capacidad

de manejar la hipocresía en materia internacional y,

masticando un inglés que apenas comenzaba a do-

minar (porque eso de dominarlo me seducía), mar-

chaba con miles al canto de “make love, not war...”

mientras con esa creatividad juvenil demonizaba a

LBJ.1

Fue en esa misma capital, mucho antes de que se

derrumbaran los muros y fronteras y en la cual es-

cribía mis ensayos a maquinilla (volviendo demente

a la editora obsesiva), que viví mi prematura expe-

riencia de globalización, con todos esos otros que

confluían en universidades, embajadas y organis-

mos internacionales. Fue allí que en un internado

con el primer congresista puertorriqueño viví la nota

al calce que en esos pasillos constituía la colonia

puertorriqueña. Allí el amor, siempre el amor, per-

mitió además que latinoamericanos algo desorien-

tados entendieran nuestra travesía como pueblo. Y

De andariegas...Celina Romany Siaca*

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

1 Lyndon B. Johnson

EL ESPÍRITU ANDARIEGO (QUIZÁS AYUDA-RON MIS LARGAS PIERNAS) FUE MAESTRO DE LOS ÁNGULOS PROFUNDOS...

Celina Romany Siaca aceptando el premio "Hostosiano" - Jurista Total (Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, Mayagüez, Puerto Rico, 2008)

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con un montevideano se inició un mutuo aprendiza-

je Caribe-Cono Sur, que siempre quedó conmigo.

Quién diría que la niña a la cual diagnosticaban casi

muda-autista, la que escapaba a ver obreros de la

caña machetear el tubo dulce con sueldos de ham-

bre bajo un sol implacable, generosos, compartien-

do sus fiambreras de arroz y habichuelas (y cuyo

traje blanco con encaje organdí coronado con lazo

gigante muchas veces regresaba a la casa converti-

do en el ocre-fango que más tarde intentaría recrear

en el lienzo); la que se llevaba todos los méritos por

ser tan calladita y la que desfilaba como Hija de Ma-

ría -paloma blanca- en la misa del colegio; a la que un

primer noviecito a los trece años dictaminara que le

sería muy difícil encontrar a alguien que pudiera

competir con su mundo interior... quién diría... que

ella acabaría por tomar la palabra y que no dejaría de

hablar y abogar por aquellos del silencio impuesto.

Quién diría que la calladita que salvaba abejas a

punto de ahogarse en el estanque de la plaza y que

conocía todas las líneas y grietas de las aceras -las

que daban fe de las pisadas, caídas, meadas de pe-

rros, la sangre de algún desgraciado agredido, del

último quejido del sorprendido por la pelona o de

las lagartijas aplastadas por alguna bicicleta ase-

sina (para la exasperación de su madre, “camina

derechita muchachita... te crecerá una inmensa jo-

roba”)- dirigiría huelgas estudiantiles y cuestionaría

a maestros de discursos obsoletos en una facultad

de derecho.

Fue muy sencillo. Nuestra invisibilidad ante igual-

dades formales congeladas en textos jurídicos abrió

las compuertas a una carrera de distancias largas,

plena de victorias, derrotas, alegrías y sinsabores,

como la vida misma.

Y decidí regresar a la metrópolis para educar y liti-

gar desde las entrañas del monstruo y aprovechar

la plataforma neoyorquina para recorrer el mundo

y enfrentar -con la sabiduría heredera de los años

de observación y silencio- un discurso de derechos

humanos, al cual le reconocía el mayor potencial de

universalidad. Eso sí, había que ajustarse los panta-

lones y mostrar la apertura necesaria ante el recla-

mo de nuevas membrecías en un club internacional

controlado por estados aferrados a la uniformidad

artificial impuesta por el hombre de la Ilustración;

había que atreverse (porque es cuestión de atrever-

se) a reconocer la particularidad de las identidades

de la mano de los denominadores comunes; aban-

donar el mundo de la abstracción conceptual y co-

dearse con mis amigos de la caña, con las mujeres

asesinadas o deformadas física y espiritualmente

por agresores impunes; ponerle dientes a las varia-

ciones de la autodeterminación; reconocer las ac-

ciones afirmativas/positivas que toda segregación

histórica requiere en ruta hacia una plena igualdad;

derrumbar barreras artificiales entre los mundos

públicos y privados, entre los derechos civiles y

aquellos económico-sociales...

Por esos caminos anduvo la andariega, abogando en

heterogéneos escenarios por el rescate -en la teoría

y en la práctica- de la dignidad que nos permite ser...

en casa o en la fuga.

A los andariegos que creen que regresan les pueden

aguardar muchas sorpresas. Así fue como me tocó

ser interlocutora-puente, explicar la diáspora puer-

torriqueña a los que nunca salieron de la isla rodea-

da de espejos; aquellos trabajadores rurales (como

mis amigos obreros de la caña) expulsados con el

propósito de desinflar las filas de desempleados en

el recién creado Estado Libre Asociado (ni libre, ni

asociado), forzados a vivir el guión de la segrega-

ción y de los fríos grises del Norte y a quienes tuve

el honor de re-encontrar como hijos/nietos alumnos

en las aulas neoyorquinas.

Debe hacerse constar en el registro que la muda-Ce-

linita, sigue vivita y coleando y, para nada, estorba

a la apalabrada. Sigue igual de andariega y atenta a

los trazos en las aceras, redescubriendo, en la poe-

sía y en un lienzo, el verbo del silencio que le regalan

nuevos compañeros de viaje.

*Celina Romany Siaca. Profesora de Derecho y abogada

puertorriqueña. Fue la primera puertorriqueña en ocupar

una cátedra permanente en derecho en los Estados Unidos.

Fundó la Primera Clínica Legal de Derechos Humanos In-

ternacionales de la Mujer en los Estados Unidos, desde don-

de desempeñó un rol destacado en lograr que la violencia

contra la mujer fuera considerada una violación de derechos

humanos. Ha sido profesora en las universidades de la Ciu-

dad de Nueva York, de Pennsylvania, de Connecticut y de la

American University en Washington. Su trabajo en derechos

humanos en defensa de la mujer ha recibido reconocimiento

internacional. Fue integrante del Comité de Expertas que

redactó la Primera Convención Internacional sobre Violen-

cia Contra la Mujer, así como del Comité de Expertas del

Comité de la Mujer de las Naciones Unidas convocado en

Zagreb, en torno a la intersección de raza y género. Tuvo

una destacada participación en las conferencias mundiales

de Viena, Beijing y Durban y es activista defensora de la

descolonización de Puerto Rico. Sus publicaciones han sido

ampliamente reconocidas por organismos internacionales y

son asignadas en prestigiosas universidades del mundo. En

Puerto Rico ha litigado casos pioneros en las áreas de hos-

tigamiento sexual, discriminación en el empleo y derechos

civiles, y fue la segunda mujer en ocupar la presidencia del

Colegio de Abogados. Desde Puerto Rico publica sus poe-

mas y columnas periodísticas y exhibe sus cuadros.

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

NUESTRA INVISIBILIDAD ANTE IGUALDADES FORMALES CONGELADAS EN TEXTOS JU-RÍDICOS ABRIÓ LAS COMPUERTAS A UNA CARRERA DE DISTANCIAS LARGAS, PLENA DE VICTORIAS, DERROTAS, ALEGRÍAS Y SIN-SABORES, COMO LA VIDA MISMA...

Isla Flotante, de Celina Romany Siaca

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Siempre discuto con mi hermano mayor por el

mismo tema. Me dice que no es posible que yo me

acuerde, que sólo rememoro lo que él me contó.

Pero yo lo recuerdo bien. La noche previa a comen-

zar el primer grado del colegio, junté cuanta revis-

ta encontré a mi paso, las apilé sobre la mesita de

luz, me calcé el guardapolvo blanco y me metí en

la cama, ansioso. Estoy seguro de haber pensado:

“Mañana me enseñan a leer, así que cuando vuelva

de la escuela, me las leo todas”. Como sea, dormí

mal a causa de las sensaciones que estrenaba.

Tengo una vivencia nítida de mi deseo, aunque

olvidé mi frustración, probablemente, por la expli-

cación de mis padres: una maestra jardinera y un

médico psicoanalista.

No nací ese día, pero es el primer recuerdo claro que

tengo; los anteriores son más bien reminiscencias

fugaces, evaporables.

Quizá la memoria rescata el momento como un au-

gurio, porque me fue bien en la vida, aunque, como

el común de los mortales, no poseo un talento es-

pecial, ni inspiración ni olfato, y sí podría enumerar

las habilidades de que carezco y computar más de

una torpeza. Acaso sea la razón por la que tuve que

sacar de otro mazo mis cartas ganadoras: las ga-

nas, la voluntad y el método -el mío- que consiste

en hacer las cosas tan bien como puedo, las que

elijo y las que no.

Cumplí los mandatos familiares y sociales para “ser

alguien”. Aquellos que sentenciaban que si uno ha-

cía lo que le indicaban, “triunfaría”. Hoy me jacto de

que mi logro consiste en ser, más que en tener. Si

bien es cierto que la suerte y las posibilidades me

acompañaron, fundamentalmente hubo familia,

ejemplos, maestros, amigos y personas de bien que

influyeron en mí positivamente. También, escuela

y universidad; canciones y libros, y un barrio con

partidos de fútbol en las veredas, con camisetas de

River (la mía) y de Boca, de Racing e Independiente,

o sin ellas: sólo aquella mezcla de cueros oscuros

y claros juntados en la calle, que entonces no era

peligrosa, sino el teatro en donde se representaban

las mil y una obras de la integración social.

La realidad me enseñó que no se aprende a leer en

un día. Fueron sus límites los que también me de-

cidieron a estudiar derecho, cuando advertí que la

filosofía, la historia, la literatura y otras disciplinas

apasionantes anunciaban la dificultad para ganar-

se el pan haciendo de ellas una profesión. Luego

me dediqué a los impuestos. Esta decisión no tuvo

en cuenta la voluntad o la intuición; fue simplemen-

te ese encuentro que se produce en la búsqueda,

acuciante, del primer trabajo: en este caso una re-

latoría en un tribunal fiscal. Y fue entonces cuando

inicié mi romance con el derecho y las palabras.

Mi experiencia me convirtió en una suerte de ateo

vocacional, que tiende a creer que la vocación no

está en hacer lo que se quiere sino en querer lo que

se hace. Quizá mi única vocación haya sido la de

“aprender y enseñar”, pero eso, como lo sabe todo

abogado, no es una vocación sino un derecho.

Aprendí también a realizar otro ejercicio: pensar la

vida humana como una novela, para encontrar el

argumento, el secreto o el nervio que la mueve. En

mi caso, la sensibilidad -la del alma- hecha senti-

miento parece ser la que domina el pensamiento y

la acción. Desde que ello puede ser tan bueno como

malo, según la intensión (con s) y la intención (con

c), he tratado de reconocerlo como un legado reli-

gioso y humanista: aceptar al distinto, comprender

al otro, ayudar al que lo necesite y no renunciar a

ser mejor persona. A veces, lo logro.

Como todo hombre recibí la influencia de mi época.

Los años sesenta, de la Argentina luminosa, el país

grande en el que se reflejaba un chico ilusionado.

Los convulsionados setenta, con mi juventud eli-

giendo los caminos de la vida y las lecturas funda-

mentales que abarcaban la historia y la cultura; y el

ingreso a la Universidad de Buenos Aires, en donde

se cocinaban todas las pasiones. Los ochenta, con

la vuelta a la democracia, una familia a cuestas y

la lucha por ganar prestigio y dinero. Los noventa,

de apertura al mundo, con la práctica profesional

intensa y una madurez que empieza a dar frutos.

Y el nuevo siglo, de crisis en crisis, ahora que estoy

grande y el país se volvió chico.

Con lo dicho, no sostengo que el legado generacio-

nal haya prevalecido sobre mi libre albedrío o condi-

ción personal. Simplemente que entre esa realidad

social y mi vida íntima se marca un espacio domina-

do por mi voluntad.

Estoy en la edad en que, por cada cosa que hago,

me quedan otras tantas sin hacer. ¿Cómo guiar las

elecciones? Pues haciendo lo que me importa a mí,

aunque no sea importante para otros, o parafra-

seando a Julián Marías: cada vez me importan me-

nos cosas, pero esas cosas cada vez me importan

más.

Mi vida en mil palabras Alberto Tarsitano*

CUMPLÍ LOS MANDATOS FAMILIARES Y SO-CIALES PARA “SER ALGUIEN”. AQUELLOS QUE SENTENCIABAN QUE SI UNO HACÍA LO QUE LE INDICABAN, “TRIUNFARÍA”. HOY ME JACTO DE QUE MI LOGRO CONSISTE EN SER, MÁS QUE EN TENER

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Con mi hermano en Palermo, en 1962

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35A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

Los ideales que guiaron y modelan mi carácter, las

personas que amo y que me aman, los pensamien-

tos que transformé en acciones, las que concreté y

las hojas que sigo garabateando me alcanzan para

decir que, de vez en cuando, soy feliz.

Entre muchas dudas, me habitan tres certezas: mis

hijos han crecido, sobrellevé la muerte de mi padre

y viví lo suficiente para ser quien soy. Conozco los

caminos recorridos y alcanzo a vislumbrar el tra-

yecto que me falta transitar. Mi eslabón es lo úni-

co que cuenta, pero no pierdo la perspectiva de su

insignificancia en la cadena del tiempo. Sé que soy

un punto en el tejido de la vida que soñé. Tal vez por

eso, algo en mí protesta y se consuela con que la

vida me sorprenda con su azar impetuoso y fasci-

nante.

Si me fuera concedida la gracia de cumplir un de-

seo, no formularía otro que la posibilidad de seguir

deseando, de volver a acostarme ansioso por en-

frentar el día siguiente, con el guardapolvo blanco

puesto desde la noche anterior.

Mayo 2009

*Alberto Tarsitano. Nació en Buenos Aires en 1955. Es

abogado y ejerce la profesión en un importante estudio ju-

rídico argentino. Es profesor de Derecho Tributario en las

carreras de grado y posgrado de la Universidad de Buenos

Aires; también dirige la Maestría en Derecho Tributario de

la Universidad Católica Argentina. Asimismo, es director de

las publicaciones Revista Derecho Fiscal (editorial Abeledo

Perrot) y Suplemento Tributario, de la revista jurídica El

Derecho. Fue presidente de la Asociación Argentina de Es-

tudios Fiscales y del Instituto Latinoamericano de Derecho

Tributario (ILADT).

SI ME FUERA CONCEDIDA LA GRACIA DE CUMPLIR UN DESEO, NO FORMULARÍA OTRO QUE LA POSIBILIDAD DE SEGUIR DESEANDO, DE VOLVER A ACOSTARME AN-SIOSO POR ENFRENTAR EL DÍA SIGUIENTE, CON EL GUARDAPOLVO BLANCO PUESTO DESDE LA NOCHE ANTERIOR

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Nací en Lima una vez, nací muchas veces. Nací

en Lima aún antes de nacer, como hubiera escrito

Sterne, pues allá se conocieron mis padres. Nací

también en París, cuando mi bisabuelo decidió

aceptar una oferta y se fue a Bolivia a construir la

red de ferrocarriles. Nací cuando mi padre, madri-

leño y profesor de filosofía, se fue a América a dar

clases en varias universidades y cuando mi madre,

potosina y periodista, fue a Lima como locutora de

radio y televisión, en aquella época próspera del

Perú.

Me recuerdo muy niño jugando con las puertas

automáticas de los aeropuertos y siendo feliz al

quitar el papel de plata que envolvía la comida de

avión. Feliz viajando junto a mis padres y colmado

de atenciones por las azafatas. Desde entonces

siento una predilección absoluta por los viajes.

Me enseñó a leer una antropóloga de Baton Rouge,

Nicole Maxwell, amiga de mi madre, con un piza-

rrín de letras magnéticas, en una mañana limeña

mientras esperábamos a mis padres.

A los tres años viví el terremoto del ‘70 en Lima,

que fue decisivo para que nos mudáramos a Espa-

ña al año siguiente.

Viví en Valladolid muchos años. Allí estudié en el

colegio de los jesuitas, lo que me valdría para re-

conocer al detalle las descripciones de Joyce en el

Retrato del artista adolescente, y para entrar en

esa larga cofradía de escritores que han estudiado

con la Compañía de Jesús.

Casi no fui al jardín de infancia ni similar: aprendí

en casa la mayor parte de las cosas. Sigo haciendo

las mismas cosas que ya sabía hacer a los cuatro

años: hablar, leer y escribir. De ellas vivo y para

ellas vivo.

Recuerdo entristecerme cuando se fue la señorita

del parvulario, que era linda y dulce. Cuando la sus-

tituyó otra, malencarada y seca, decidí no volver

por allí. A mi madre le costó mucho trabajo que yo

aceptara volver a otra escuela.

Mi padre no se sabía cuentos de niños, así que

me contaba las vidas de Alejandro Magno, el Cid y

otros muchos personajes históricos y mitologías

y leyendas. También me hablaba de filosofía, me

hablaba de todo. En mi casa siempre me trataron

como a un igual, sólo más joven.

No se me permitían los caprichos como a otros hi-

jos únicos, pero sí tenía la gracia de ver la televi-

sión hasta tarde. Gracias a ello -y a la televisión de

entonces- pude ver muchísimas películas y series

magníficas. He amado el cine desde niño y, gracias

a él, he vivido muchas vidas.

Mi primer interés -muy niño, alrededor de los seis

años- fue la historia militar, sobre todo las dos gue-

rras mundiales. A los doce vi en televisión una serie

que me fascinó, Las reglas del juego, del antropó-

logo José Antonio Jáuregui, que me decantó hacia

la antropología, una pasión que no me ha dejado.

Podría haber sido antropólogo, pero a los trece

años cayeron en mis manos dos libros de Borges

-El Aleph y Ficciones-, y luego todos los demás.

Borges hizo que me decantara por la literatura, y

por su influencia me matriculé en Filología Inglesa

y Filología Alemana, con clara orientación hacia

la literatura medieval y la literatura comparada.

A ambas carreras añadí Filología Hispánica y, por

aquellos años universitarios -bastante menos bri-

desheadianos de lo que yo hubiera querido- hice

de beca en beca un periplo de estudios por varias

universidades: Edimburgo, Dublín, Wroclaw, Oxford,

Heidelberg, Tubinga, Chicago...

Desde niño se me dieron bien las lenguas. Mi ma-

dre me enseñó inglés, que ella había aprendido en

Nueva York, y mi padre me puso los cimientos del

latín y el griego. Después, con un poco de oído y

muchas ganas de leer a los autores en su lengua

Soy un Orfeo criolloDiego Valverde Villena*

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

SIGO HACIENDO LAS MISMAS COSAS QUE YA SABÍA HACER A LOS CUATRO AÑOS: HABLAR, LEER Y ESCRIBIR. DE ELLAS VIVO Y PARA ELLAS VIVO

En mi casa de Madrid

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original, vinieron el alemán, el francés, el italiano,

el portugués, rudimentos de lenguas nórdicas,

juramentos y piropos en polaco y otras lenguas

eslavas y, recientemente, algunas entradas en el

árabe cairota que me han llevado a pensar que,

comparadas con las semíticas, todas las lenguas

indoeuropeas son bastante asequibles.

Desde niño me ha fascinado viajar. Los viajes son

el territorio en el que la rutina desaparece, en el

que la vida se hace más intensa y lo asombroso se

presiente cercano. Los viajes son propicios para el

destino y para el amor.

Quien lea estas páginas habrá observado que uso

con frecuencia la expresión “desde niño”. Todo lo

que soy ahora estaba ya en ese niño de cuatro

años que dejaba Lima para ir a España. La curiosi-

dad insaciable ya estaba en mí y la mirada que lo

busca todo. Sigo siendo ese niño.

Creo que fue durante un viaje a Paraguay -en esos

veranos en los que volvíamos a La Paz y a Lima, a

“la tierra”, como se decía en casa- la primera vez

que sentí que quería ser poeta. A los niños, como

siempre, nos preguntaban qué queríamos ser de

mayores. Yo iba añadiendo nuevas profesiones,

según las iba descubriendo, y me quedaba una

retahíla bastante larga. Una lista a la que, no sé

por qué, decidí añadir “y escritor y poeta”. Supon-

go que la imagen de mi padre recitándome a César

Vallejo tiene mucho que ver con la elección, o más

bien asunción, de mi destino literario.

Hay un momento que recuerdo especialmente. Yo

estudiaba el curso preuniversitario. Pasaba por mi

librería y, con el dinero que sacaba de dar clases

particulares, me compré dos libros: una biografía

de Rimbaud y una antología bilingüe del Minne-

sang alemán. Esos dos libros me hicieron querer

ser poeta.

Soy español, peruano y boliviano. Eso quiere decir

que estoy condenado a echar siempre de menos a

dos de mis patrias, a uno de mis continentes.

Soy un Orfeo criollo que recorre el mundo buscan-

do a una Eurídice a la que nunca ha visto.

Desde 2002 vivo en Madrid, que cada día me ofrece

sus innúmeros bálsamos para curar mi soledad.

*Diego Valverde Villena. Nació en Lima en 1967. Poeta,

ensayista y traductor, es licenciado en Filología Hispáni-

ca, Filología Inglesa y Filología Alemana. Ha realizado

estudios de doctorado en las universidades de Oxford,

Heidelberg, Tubinga, Chicago y Complutense de Madrid.

Ha publicado los poemarios El difícil ejercicio del olvido

(1997), Chicago, West Barry, 628 (2000), No olvides mi

rostro (2001), Infi erno del enamorado (2002), El espejo

que lleva mi nombre escrito (2006) y Sir Hasirim (2006).

Su poesía aparece en numerosas antologías y ha sido tradu-

cida a varios idiomas. Ha traducido, entre otros, a Conan

Doyle, Kipling, George Herbert, Ezra Pound, Nuno Judice,

Paul Éluard, Valery Larbaud y Paul Celan. Como ensayista

ha prestado especial atención a Borges, Mutis, la literatu-

ra medieval y la literatura comparada. Ha sido profesor de

literatura en varias universidades europeas y americanas y

escribe en revistas literarias de Europa y América.

LOS VIAJES SON EL TERRITORIO EN EL QUE LA RUTINA DESAPARECE, EN EL QUE LA VIDA SE HACE MÁS INTENSA Y LO ASOMBROSO SE PRESIENTE CERCANO. LOS VIAJES SON LU-GAR PROPICIO PARA EL DESTINO Y PARA EL AMOR

» TEXTOS JURÍDICOS, COMERCIALES, TÉCNICOS, CIENTÍFICOS, LITERARIOS

» CORRECCIÓN Y EDICIÓN

» DESGRABACIÓNSC [email protected]

+54 11 4784-2249 / 156 510 6168

Estudio de Traducción

Diego Valverde Villena en Lisboa

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Nací durante el inicio de la Gran Depresión en la ciu-

dad industrial de Passaic, Nueva Jersey. Aunque no

tengo recuerdos de haber sufrido por esta circuns-

tancia, debo decir que el evento tuvo mucha in-

fluencia sobre mi etapa formativa. Así como llegué a

creer que el gobierno federal de los Estados Unidos

tuvo un papel importantísimo en rescatar a mi país

de esa crisis, creo hoy que tiene un papel importan-

te en solucionar la crisis que estamos viviendo.

Una parte de esa influencia vino de varios sim-

bólicos esfuerzos del presidente Franklin Delano

Roosevelt para sacar la nación de su miseria eco-

nómica. Por ejemplo, en mi querido trineo, que era

mi joya durante los años jóvenes, estaba impresa el

águila azul, logotipo de la Administración Nacional

de Recuperación (National Recovery Administra-

tion); cuantas veces he visto y continúo viendo se-

ñas en los puentes y otras estructuras públicas que

fueron construidas por la Agencia de Obras Públicas

(Public Works Authority), una de las dependencias

creadas por el New Deal. En las paredes del primer

piso del edificio en el que comencé mi carrera en el

gobierno federal se encuentran los murales pinta-

dos por artistas en el servicio del New Deal y, desde

muy joven, he visto en las puertas de los bancos la

inscripción “Cuentas protegidas por la Federal De-

posit Insurance Corporation”, otro recordatorio de

la manera en que el gobierno federal ha estableci-

do un mecanismo para proteger a los ciudadanos

que no tienen ni el poder ni los recursos que utilizan

los más pudientes para mantener su control y su

riqueza.

Al considerar las vicisitudes de la vida, uno tiene

que recordar ciertas decisiones que resultaron muy

significativas, a pesar de no haberlo parecido en el

momento de tomarlas. Para mí, una de las primeras

de esas decisiones tuvo lugar cuando al entrar en

la escuela superior, después de haber recibido una

educación excelente en la escuela primaria (donde

siempre tenía razón la profesora desde el punto de

vista de mis padres, a pesar de mis opiniones en

contrario), escogí el castellano como idioma extran-

jero. Como si fuera hoy veo el libro El Camino Real

encima de mi pupitre puesto por la señorita Card y

oigo como ella lee la primera frase: “El bur-r-ro (sic)

es un animal muy importante”. Tengo que decir que

desde ese momento en que entré al mundo en es-

pañol, mi vida se fue enriqueciendo ilimitadamente

por mis experiencias con esa lengua. Y ello tanto

en lo personal como en lo profesional, en el terreno

de la amistad, de los viajes y de mis lecturas. Sin el

español eso no hubiera ocurrido, aunque nunca he

estado más cerca del burro que en esa aula.

Otra decisión clave en mi vida tiene que ver con la

elección de la asignatura del derecho administra-

tivo en mi segundo año de la Escuela de Derecho

de Columbia University. Tal vez tuvo algo que ver

mi idea desde joven, influido por el New Deal, de

servir como abogado en el gobierno federal. Re-

cuerdo muy bien el primer día en esa clase. Al en-

trar el profesor Walter Gellhorn, todos los alumnos

se pusieron de pie y aplaudieron fuertemente. Sin

saber por qué, yo también hice lo mismo. Resulta

que el profesor acababa de regresar de Washington

en donde había declarado como testigo llamado por

el senador Joseph McCarthy, que había acusado a

la Unión Americana por los Derechos Civiles (Ame-

rican Civil Liberties Union), de la que el profesor era

uno de los fundadores, de ser un frente de los co-

munistas. Aprovechando su liderazgo liberal y sus

dones como profesor, le seguí como estudiante en

varios cursos sobre derecho administrativo.

Poca sorpresa causa, entonces, que después de

graduarme como doctor en leyes y pasar dos años

de servicio obligatorio en el ejército a cargo de una

máquina eléctrica de escribir en el Pentágono, y de

pasar el examen de abogacía en Washington, haya

entrado en el servicio del gobierno federal como

abogado administrativista. Comencé en el viejo De-

partamento de Salud, Educación y Previsión Social

preparando memorándums para funcionarios que

ni siquiera conocía, pero poco tiempo después tuve

la suerte de ser trasladado para desempeñarme en

la inauguración de la denominada “Guerra contra la

Pobreza” del presidente Johnson, como uno de los

primeros abogados en la Oficina de Oportunidades

Económicas (OEO), bajo el liderazgo de Sargent

Shriver. Ese trabajo me puso en contacto casi co-

tidiano con funcionarios del Estado Libre Asociado

de Puerto Rico, que participaba plenamente en los

programas antipobreza.

Muy afortunadamente tuve la oportunidad de to-

mar otra decisión clave en mi vida cuando se creó

un puesto de la OEO en San Juan y gané el concur-

so. Llegué a la Isla del Encanto con mi señora y los

tres chicos y mi humilde dominio del español (mi

castellano no sobrevivió al aula de la señorita Card).

Pasamos más de cuatro años en Puerto Rico, don-

de además de aprender bastante del contenido y la

práctica de derecho administrativo en un ambiente

latino, mis chicos aprendieron mucho más tempra-

no en sus vidas que yo, que el inglés no es el idioma

necesariamente dominante o exclusivo, que perso-

nas de colores y razas diferentes pueden vivir y tra-

bajar al lado en puestos profesionales tanto como

en otros campos de trabajo, y que no todo el mundo

está de acuerdo en que la manera en que viven los

norteamericanos es la única forma que tiene el ser

humano de poder desempeñar sus dones o poten-

ciales.

La siguiente etapa significó para mí la posibilidad

de desarrollar mis sueños, con todos mis dones y

potenciales. Fue cuando el presidente Nixon termi-

nó la Guerra contra la Pobreza. Volví a Washington y,

Hijo afortunado del New DealRichard S. Werksman*

A U T O B I O G R A F Í A M Í N I M A

AL CONSIDERAR LAS VICISITUDES DE LA VIDA, UNO TIENE QUE RECORDAR CIER-TAS DECISIONES QUE RESULTARON MUY SIGNIFICATIVAS, A PESAR DE NO HABERLO PARECIDO EN EL MOMENTO DE TOMARLAS

AL ENTRAR EL PROFESOR WALTER GELL-HORN, TODOS LOS ALUMNOS SE PUSIERON DE PIE Y APLAUDIERON FUERTEMENTE. SIN SABER POR QUÉ, YO TAMBIÉN HICE LO MISMO

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después de experiencias que es mejor olvidar bajo

unas administraciones del Partido Republicano que

tenían por finalidad eliminar los programas sociales

en vez de hacerlos más eficientes y efectivos, me

encontré al fin en la dependencia de la USIS (United

States Information Agency) como oficial de ética, y

con la oportunidad de viajar a los países de Améri-

ca Latina para explicar el sistema recientemente

instalado en los Estados Unidos como resultado

del escándalo de Watergate. Esa combinación de

tareas, de trabajar en el campo de la ética pública,

un ideal en el que creí desde muy joven, y de utili-

zar mi interés en el idioma español y en los países

donde se habla, era la realización profesional más

satisfactoria que cualquiera podría esperar.

En 1995 tuve el honor de participar como miembro

de la delegación estadounidense en el desarrollo

de la Convención Interamericana contra la Corrup-

ción, que fue el fruto de la Cumbre de las Américas

de 1994, donde los presidentes de todos los paí-

ses del hemisferio, excepto Cuba, declararon por

primera vez que la corrupción era un flagelo que

amenazaba el desarrollo del hemisferio y la expan-

sión de la democracia. En 2001 me nombraron el

primer representante de los Estados Unidos en el

Comité de Expertos del Mecanismo de Seguimiento

de la Convención, donde serví hasta mi jubilación

en 2006. Al leer aún ahora los informes del Comité

sobre el progreso en los esfuerzos y, por supuesto,

los desafíos de los países del hemisferio en cumplir

con su empeño de disminuir (nunca uso la palabra

“eliminar”) la corrupción, aprecio aún más mi opor-

tunidad de contribuir en esa lucha.

Hoy continúo participando en las actividades del

Grupo de Trabajo contra la Corrupción y el Lavado

de Dinero de la Federación Interamericana de Abo-

gados y el Comité de Derecho Administrativo, toda-

vía inspirado por las influencias ya mencionadas,

incluyendo el New Deal y El Camino Real.

*Richard S. Werksman. Abogado. Experto en temas de

transparencia gubernamental y lucha contra la corrupción.

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PROGRAMA

Encuentro Internacional de Creadores. Barrio de las Letras de Madrid

Ciudad invitada: Buenos Aires

» Del 7 al 12 de julio de 2009RETROSPECTIVA SOBRE EL CINE DE DANIEL BURMANCíRCULO DE BELLAS ARTES

Películas que se proyectarán:ESPERANDO AL MESÍAS, Daniel Burman, España / Argentina / Italia, 2000, 98’

TODAS LAS AZAFATAS VAN AL CIELO, Daniel Burman, España / Argentina, 2002,

96’

EL ABRAZO PARTIDO, Daniel Burman, Argentina / España / Francia / Italia,

2004, 99’

DERECHO DE FAMILIA, Daniel Burman, Argentina / España / Francia / Italia,

2006, 102’

EL NIDO VACÍO, Daniel Burman, Argentina / España / Francia / Italia, 2008,

91’

» Martes 7 de julio de 200918.00 hs.ACADEMIA DE LAS ARTES Y LAS CIENCIAS CINEMATOGRÁFICAS DE ESPAÑAC/Zurbano, 3Proyección de la película de Eliseo Subiela Últimas imágenes del naufragio

(131 minutos)

20.00 hs.FUNDACIÓN ALIANZA HISPÁNICAC/San Pedro, 22Inauguración de la muestra Cinco artistas argentinos esperando a Borges:

Jacqueline Bonacic-Doric, Lidia Buente, Osvaldo Giuliani, Martín Pérez

Irusta y Pablo Sobisch, y presentación de la colección Borges, imágenes y

manuscritos

Participan: Tomás Paredes, Alejandro Vaccaro, Roberto Alifano, Alejandro

Roemmers, Pablo Sobisch y Gloria Solas Gaspar

EXPOSICIONES QUE ACOMPAÑAN A LETRA

Arteselección presenta a Cristina Santander

La exposición estará abierta entre el 4 de junio y el 30 de julio de 2009. Hora-

rio: de lunes a sábado de 11:30 a 14:30 hs. y de 17:00 a 21:00 hs. Domingo

12 de julio: de 11:30 a 14:30 hs.

Lugar: Galería Arteselección

C/ Santa María 25

El Estudio Felipe Acevedo presenta a Renata Schussheim

La exposición estará abierta desde el martes 7 de julio hasta el viernes 10 de

julio entre las 19.00 y las 21.00 hs.

Lugar: Estudio Felipe Acevedo

C/ Argensola 25- 3A

» Miércoles 8 de julio de 200918.00 hs. ACADEMIA DE LAS ARTES Y LAS CIENCIAS CINEMATOGRÁ-FICAS DE ESPAÑAC/Zurbano, 3Proyección de la película de Eliseo Subiela El resultado del amor (94 minutos)

20.00 hs.FUNDACIÓN ALIANZA HISPÁNICAC/San Pedro, 22Encuentro de poetas de Buenos Aires y Madrid

Participan por Madrid: Octavio Uña, Luis Alberto de Cuenca y Sergio Macías.

Participan por Buenos Aires: Roberto Alifano, Alejandro Roemmers y Antonio

Requeni. Modera: Diego Valverde Villena

22.30 hs. TABERNA ALABANDAC/Miguel Servet, 15Creo que creo en lo que creo que no creo. Una aproximación a la poética de

Oliverio Girondo

Voces: Ramiro Vayo (actor) y Florencia Saraví Medina (actriz). Dramaturgia:

Alexis Fries

» Jueves 9 de julio de 200918.00 hs.ACADEMIA DE LAS ARTES Y LAS CIENCIAS CINEMATOGRÁFICAS DE ESPAÑAC/Zurbano, 3Proyección de la película de Eliseo Subiela El lado oscuro del corazón (127

minutos)

20:15 hs.Coloquio con Eliseo Subiela

20:00/21.15 hs. CENTRO DE ESTUDIOS LITERARIOS HOTEL KAFKAC/Hortaleza, 104Entrada libre

España: 5, Argentina: 5

Cinco escritores contemporáneos españoles reinvindicarán la obra de cinco

autores argentinos. Con la presencia de los escritores: Javier Azpeitia, Rafael

Reig, Jordi Doce, Ramón Pernas y Eduardo Vilas, Modera: Manuel Fernández

Cuesta

21:30/22:30 hs. CALLE HUERTAS (entre la intersección de la calle de León y la calle San José) Performance de la artista Alba Soto: Amparo para la vehemencia

» Viernes 10 de julio de 200912:00 hs. TEATRO ESPAÑOL C/ Príncipe, 25. Plaza Santa AnaActo de inauguración presidido por el Sr. Alcalde de Madrid, D. Alberto Ruiz-

Gallardón (a conf.) con la presencia del Sr. Ministro de Cultura del Gobierno

de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, D. Hernán Lombardi

El grupo Ensamble Nuevo Tango abrirá el acto ejecutando Verano porteño de

Astor Piazzolla y Evaristo Carriego de Eduardo Rovira

14:00/15:00 hs. CENTRO DE ARTE MODERNO Y DANZA ESPAÑOLA AMOR DE DIOS C/ Santa Isabel, 5 - 1ª plantaClase abierta de fl amenco ofrecida por el Centro de Arte Moderno y Danza

Española Amor de Dios

17:30/19:30 hs. ATENEO DE MADRID C/ Prado, 21Poesía en el Barrio de las Letras: lectura de poesía de los vecinos del Barrio

de las Letras y de los participantes de las diferentes tertulias y lugares

de encuentro poético del barrio (Asociación Arte Total, Tertulia Indio Juan,

Café Trocha, Poetas del Ateneo de Madrid, Tertulia del Café Alambique) y los

poetas Ramiro Lagos, José Sergio Cuervo, Miguel Pastrana, Roberto Alifano,

Alejandro Roemmers, Diego Valverde Villena, Eva Aladro Vico, entre otros.

Coordinan la lectura y presentan el acto: Antonino Nieto Rodríguez y Maribel

Alonso

19:30 hs. CINE DORÉ (Sala 1)C/Santa Isabel, 3Proyección de la película: Honor de caballería (2005) (dirección: Albert Serra,

duración: 110 minutos) y de los cortos: Lope de Vega (director-escritor Jesús

Santos Fernández, duración 10 minutos, 1964) y Quevedo (director Jesús

Santos Fernández, 1966, duración 11 minutos)

24:00 hs.DISCOTECA KAPITAL: El Siglo de Oro en la Discoteca KapitalC/ Atocha, 125

» Sábado 11 de julio de 200910:30/11:30 hs. CAIXAFORUMPaseo del Prado, 36Encuentro sobre cineJuan José Campanella se encuentra con David Trueba

Modera: Enrique Bocanegra

12:00/13:00 hs. CAIXAFORUMPaseo del Prado, 36Encuentro sobre cineEliseo Subiela se encuentra con Manuel Gutiérrez Aragón

Presenta Víctor del Campo

13:30/14:30 hs. ATENEO DE MADRIDC/ Prado, 21Encuentro sobre literaturaAbel Posse se encuentra con Fernando Rodríguez Lafuente

Presenta Beltrán Gambier

17:00/18:00 hs. TEATRO ESPAÑOLC/ Príncipe, 25. Plaza Santa AnaEncuentro sobre teatro dedicado a Margarita XirgúAntonina Rodrigo se encuentra con Sancho Gracia

Presenta Víctor del Campo

18:30/19:30 hs. CASA MUSEO LOPE DE VEGAC/ Cervantes, 11 Encuentro sobre literaturaÁlvaro Abós se encuentra con Fernando Olmeda

Presenta Beltrán Gambier

19:00 hs. MEDIALAB PRADOC/ Alameda, 15Encuentro AVLAB: Manifiesto perfopoéticoLa poesía expandida y el arte de la conducta. Dirigido y presentado por

Gonzalo Escarpa. Creadores invitados: Martín Bakero (Chile, Pa-rís, Barcelona), Eugenio Tisselli (Barcelona) y Gerard Altaió (Barcelona)

19.30 hs. IGLESIA DEL MONASTERIO DE LAS TRINITARIAS DES-CALZASC/Lope de Vega, 18Misa en la iglesia del Monasterio de las Trinitarias Descalzas en sufragio

de los escritores del Siglo de Oro

20:00/21:00 hs. MUSEO THYSSEN-BORNEMISZAPaseo del Prado, 8Encuentro sobre arteAlicia de Arteaga se encuentra con Alberto Corazón

Presenta Víctor del Campo

21:30/22.30 hs. FUNDACIÓN ALIANZA HISPÁNICAC/San Pedro, 22Borges en Madrid. Con la participación de Roberto Alifano, Alejan-dro Vaccaro, Alejandro Roemmers y Antonio Requeni

» Domingo 12 de julio de 200912:00/13:00 hs. TEATRO ESPAÑOLC/ Príncipe, 25. Plaza Santa AnaEncuentro sobre teatroRafael Spregelburd se encuentra con Mario Gas

Modera: Mora Apreda Valenzuela

13.30 a 14:30 hs. TEATRO ESPAÑOLC/ Príncipe, 25. Plaza Santa AnaTertulia abierta con los creadores porteños y el Ministro de Cul-tura de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán LombardiModera: Fernando Rodríguez Lafuente

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