Dinesen Isak - Memorias de Africa

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Tanto relato de aventuras, como registro social y antropológico, este libro de memorias que dió lugar al filme "Out of Africa"

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Isak Dinesen

Memorias de frica

Isak Dinesen Memorias de fricaEquitare, Arcum tendere, Veritatem dicere.

1. KAMANTE

Y

LUL

Desde los Bosques y las Tierras Altas, venimos, venimos.

I LA GRANJADE

NGONG

Yo tena una granja en frica, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el da te sentas a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la maana y las tardes eran lmpidas y sosegadas, y las noches fras. La situacin geogrfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje nico en el mundo. No era ni excesivo ni opulento; era el frica destilada a seis mil pies de altura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cermica. Los rboles tenan un follaje luminoso y delicado, de estructura diferente a la de los rboles en Europa; no crecan en arco ni en cpula, sino en capas horizontales, y su forma daba a los altos rboles solitarios un parecido con las palmeras, o un aire romntico y heroico, como barcos aparejados con las velas cargadas, y los linderos del bosque tenan una extraa apariencia, como si el bosque entero vibrase ligeramente. Las desnudas y retorcidas acacias crecan aqu y all entre la hierba de las grandes praderas, y la hierba tena un aroma como de tomillo y arrayn de los pantanos; en algunos lugares el olor era tan fuerte que escoca las narices. Todas las flores que encontrabas en las praderas o entre las trepadoras y lianas de los bosques nativos eran diminutas, como flores de las dunas; tan slo en el mismsimo principio de las grandes lluvias creca un cierto nmero de grandes y pesados lirios muy olorosos. Las panormicas eran inmensamente vacas. Todo lo que se vea estaba hecho para la 1

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grandeza y la libertad, y posea una inigualable nobleza. La principal caracterstica del paisaje y de tu vida en l era el aire. Al recordar una estancia en las tierras altas africanas te impresiona el sentimiento de haber vivido durante un tiempo en el aire. Lo habitual era que el cielo tuviera un color azul plido o violeta, con una profusin de nubes poderosas, ingrvidas, siempre cambiantes, encumbradas y flotantes, pero tambin tena un vigor azulado, y a corta distancia coloreaba con un azul intenso y fresco las cadenas de colinas y los bosques. A medioda el aire estaba vivo sobre la tierra, como una llama; centelleaba, se ondulaba y brillaba como agua fluyendo, reflejaba y duplicaba todos los objetos, creando una gran Fata Morgana. All arriba respirabas a gusto y absorbas seguridad vital y ligereza de corazn. En las tierras altas te despertabas por la maana y pensabas: Estoy donde debo estar. La montaa de Ngong se extiende, como una larga cordillera, de norte a sur y est coronada por cuatro majestuosos picos que, como olas inmviles azul oscuro, se recortan contra el cielo. Tiene una altura de ocho mil pies sobre el nivel del mar y al este dos mil pies sobre la tierra que le rodea; pero hacia el oeste la vertiente es ms profunda y empinada: las colinas bajan verticalmente hacia el valle de la Falla Grande. El viento en las tierras altas soplaba de modo continuo de norte a nordeste. Es el mismo viento que por las costas de costas de frica y Arabia llaman el Monzn, el viento del este, que era el caballo favorito del rey Salomn. All arriba se senta simplemente la resistencia del aire, como la tierra al lanzarse hacia adelante en el espacio. El viento corra directamente contra las colinas de Ngong y sus laderas ofrecan un lugar ideal para los planeadores, que podan ser levantados por las corrientes por encima de la montaa. Las nubes, que viajaban con el viento, chocaban contra las laderas de la colina y quedaban colgadas o eran atrapadas en la cima y rompan en lluvia. Pero las que iban ms altas y evitaban el escollo se disolvan hacia el oeste, sobre el ardiente desierto del valle de la Falla. Muchas veces he seguido desde mi casa el avance de esas maravillosas procesiones, admirando sus orgullosas masas flotantes, que en seguida pasaban las colinas, se perdan en el aire azul y desaparecan. Las colinas, vistas desde la granja, cambiaban de aspecto muchas veces durante el da, en ocasiones parecan muy cercanas y otras muy lejanas. Por la tarde, al oscurecer, pareca al principio como si en el cielo se hubiera dibujado una delgada lnea plateada siguiendo la silueta de la montaa ensombrecida; luego, al caer la noche, los cuatro picos parecan planos y alisados, como si la montaa se hubiera extendido y estirado. Desde las colinas de Ngong se tiene una vista nica: hacia el sur se extienden las vastas llanuras del gran cazadero que llegan hasta el Kilimanjaro; hacia el este y hacia el norte la regin que es como un parque, de colinas bajas con bosques detrs, y el terreno ondulante de la reserva kikuyu, que llega hasta el monte Kenya, a cien millas de 2

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distancia un mosaico de pequeos campos de maz cuadrados, huertos de pltanos y pastos, el humo azul aqu y all de una aldea nativa como un pequeo grupo de toperas puntiagudas. Pero hacia el oeste, muy abajo, yace el seco, el lunar paisaje de las tierras bajas africanas. El desierto pardo est irregularmente moteado por pequeas matas de arbustos espinosos, los serpenteantes lechos de los ros siguen el trazo de tortuosas sendas de color verde oscuro; esos son los bosques de las poderosas mimosas con sus grandes ramas, con espinas como pas; all crecen los cactus y es el hogar de la jirafa y el rinoceronte. Cuando se penetra en la regin de las colinas una se da cuenta de que es tremendamente grande, misteriosa y pintoresca; variada, con sus largos valles, matorrales, verdes laderas y peascos escarpados. A gran altura, bajo uno de los picos, hay incluso un bosquecillo de bambes. Hay manantiales y pozos en las colinas; he acampado all arriba junto a ellos. En mi poca en las colinas de Ngong vivan el bfalo, el alce africano y el rinoceronte los nativos ms viejos recordaban un tiempo en que haba elefantes; y siempre lament que la montaa entera de Ngong no estuviera dentro de la Reserva. Slo una pequea parte estaba dentro de ella y el faro del pico del sur sealaba su lmite. Al prosperar la colonia y convertirse Nairobi, la capital, en una ciudad grande, las colinas de Ngong podran haber sido un cazadero sin par. Pero durante mis ltimos aos en frica muchos de los jvenes que trabajaban en el comercio de Nairobi venan hasta las colinas los domingos en motocicleta y disparaban contra todo lo que vean, y supongo que la caza mayor se habr ido de las colinas, ms hacia el sur, a travs de los matorrales espinosos y el terreno pedregoso. Se caminaba fcilmente por las colinas y hasta por los cuatro picos; la hierba era tan corta como la de un prado y entre ella aparecan de vez en cuando piedras grises. A lo largo de la cordillera, subiendo y bajando los picos, como un tren de cremallera suavemente empinado, haba un estrecho sendero de caza. Una maana, cuando estaba de acampada, sub y recorr el sendero y encontr huellas frescas y estircol de una manada de alces africanos. Los grandes y pacficos animales debieron de subir hasta all arriba al amanecer, caminando en una larga fila, y no puedo imaginarme que tuvieron otra razn ms que la de mirar, flanqueados por grandes profundidades, la tierra que se extenda muy abajo. En mi granja cultivbamos caf. La tierra, sin embargo, era un poco alta, demasiado para ello y resultaba muy difcil sacarlo adelante; nunca nos hicimos ricos con el cafetal. Pero un cafetal es algo que se apodera de ti y no te suelta, y siempre hay algo que hacer: por lo general siempre ests atrasada en el trabajo. En la fragosidad e irregularidad de la regin, un trozo de tierra cultivado y cuidado segn las reglas pareca muy hermoso. Ms tarde, cuando vol sobre frica y me familiaric con el aspecto que ofreca mi granja desde el aire, empec a admirar mi cafetal, que resplandeca de 3

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un verde brillante en medio del gris verdoso de las tierras que lo rodeaban, y me di cuenta de cunto necesitan las mentes humanas de las figuras geomtricas. Toda la zona de Nairobi, especialmente el norte de la poblacin, est dividida de la misma forma y all vive una gente que piensa y habla constantemente de plantar, podar o recolectar caf, y que durante la noche, en la cama, contina meditando sobre cmo mejorar sus cafetales. Cultivar caf es trabajo que requiere mucha paciencia. No se parece en absoluto al que te imaginabas cuando joven y llena de esperanza cogas tus cajas de relucientes esquejes de caf del vivero, bajo una lluvia torrencial, y veas cmo los trabajadores de la granja ponan las plantas en hileras regulares de agujeros en la tierra hmeda y luego las protegan del sol con ramas arrancadas de los arbustos, porque la oscuridad es privilegio de lo que es joven. En cuatro o cinco aos los rboles comienzan a dar frutos, pero entre tanto hay sequas, enfermedades y crecen tenaces semillas de maleza nativa black jack , cuyas largas y speras vainas se pegan a tus ropas y a tus medias. Algunos de los rboles, mal plantados, con sus races primarias torcidas, morirn al empezar a florecer. Se plantan poco ms de seiscientos rboles por acre; y yo tena seiscientos acres de tierra con caf; pacientemente mis bueyes arrastraban las escarbadoras por los campos, arriba y abajo, entre las hileras de rboles, muchos miles de millas, esperando una futura recompensa. Hay momentos de gran belleza en un cafetal. Cuando floreca la plantacin, al principio de las lluvias, haba una visin radiante, como una nube de tiza en la neblina y la llovizna, en seiscientos acres de tierra. La flor del caf tiene un delicado aroma, ligeramente amargo, como la flor del endrino. Cuando los frutos maduros enrojecan el campo, todas las mujeres y nios, a los que denominaban totos, eran llamados para recoger e! caf de las plantas, junto con los hombres; luego los carros y carretas llevaban el caf hasta la factora cercana al ro. Nuestra maquinaria nunca fue muy buena, pero nosotros proyectamos y construimos la factora y la aprecibamos mucho. Una vez la factora se quem y tuvimos que reconstruirla. El gran secador de caf daba vueltas y vueltas, haciendo sonar los granos en sus tripas de hierro como si fueran guijas que el mar lava en sus orillas. A veces el caf se secaba en plena noche y entonces haba que sacarlo del secador. Era un hermoso momento, con las linternas encendidas en la grande y sombra sala de la fbrica, llena por todas partes de telaraas y cscaras de caf, y los impacientes y relucientes rostros oscuros, a la luz de las lmparas alrededor del secador; sentas como si la factora estuviera suspendida en la gran noche africana como una joya resplandeciente en la oreja de un etope. Despus el caf era descascarillado, clasificado y seleccionado a mano, y luego empaquetado en sacos cosidos con una aguja de talabartero. Al final, a primera hora de la maana, cuando todava estaba oscuro y yo an no me haba levantado, oa los carros cargados hasta los topes de sacos de caf, doce una tonelada, con diecisis bueyes por carro, que iniciaban su camino hacia la estacin de ferrocarril de 4

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Nairobi, subiendo la larga cuesta de la factora entre gritos y matraqueo, y a los carreteros que corran junto a los carros. Me gustaba pensar que esa era la nica cuesta que iban a encontrar en su camino porque la granja estaba mil pies ms alta que la ciudad de Nairobi. Por la tarde sala a encontrarme con la procesin que volva: los agotados bueyes, con la cabeza baja, tiraban de los carros vacos, guiados por un pequeo y agotado toto, y los cansados carreteros arrastraban su ltigo por el polvo de la carretera. No podamos hacer ms. El caf estara navegando por el mar en uno o dos das y lo nico que podamos hacer era esperar a tener buena suerte en las grandes subastas de Londres. Tena seis mil acres de tierra y, por tanto, mucho terreno sobrante, adems del cafetal. Parte de la granja era bosque nativo y uno mil acres tierras de aparceros, a los que llamaban shambas. Los aparceros eran nativos que, con sus familias, tenan unos cuantos acres en la granja de un hombre blanco y a cambio trabajaban para l un cierto nmero de das al ao. Me parece que mis aparceros vean la relacin de una manera diferente, porque muchos haban nacido en la granja, al igual que sus padres, y muy probablemente me consideraban una especie de aparcera superior asentada en sus propiedades. La tierra de los aparceros tena ms vida que el resto de la granja y cambiaba con las estaciones del ao. El maz sobresala sobre tu cabeza cuando ibas caminando por los estrechos senderos endurecidos por los pasos, entre los altos, verdes y susurrantes regimientos, y luego se cortaba. Las mujeres recogan y desgranaban las alubias que maduraban en los campos, juntaban los tallos y vainas y los quemaban, as que, en determinadas estaciones, en la granja se elevaban delgadas columnas de humo azul. Los kikuyus tambin cultivaban boniatos, de hojas parecidas a las de la via, que se extendan por el suelo como una tupida y complicada estera, y calabazas grandes de diversos tipos moteadas de amarillo y verde. Al entrar en las shambas de los kikuyus lo primero que te llamaba la atencin era el trasero de una anciana rastrillando el suelo, como el cuadro de un avestruz que esconde su cabeza en la arena. Cada familia kikuyu tiene varias cabaas pequeas, redondas y puntiagudas, y otras que sirven de almacn; el espacio entre las cabaas est lleno de vida y su suelo es duro como el cemento; all se muele el maz, se ordean las cabras y corren los nios y las gallinas. Sola cazar faisanes con espolones en los campos de boniato en torno a las cabaas, a la luz azulada del crepsculo, y las palomas torcaces zureaban su sonora cancin en los rboles de troncos altos y flaqueados, restos que an quedaban en las shambas de los bosques que una vez cubrieron toda la granja. Tena, adems, dos mil acres de pradera en la granja. Las altas hierbas corran y huan como las olas del mar azotadas por el viento y los pastorcillos kikuyus apacentaban las vacas de sus padres. En las estaciones fras llevaban consigo carbones encendidos en cestitas de mimbre, lo que a veces provocaba grandes incendios que eran desastrosos para el pastoreo en la granja. En los aos de sequa las 5

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cebras y los alces bajaban hasta los prados de la granja. Nairobi era nuestra ciudad, a doce millas de distancia, all abajo en una porcin de tierra llana entre colinas. All estaba la casa del Gobierno y las grandes oficinas centrales; desde all se gobernaba el pas. Es imposible que una ciudad no desempee un papel en tu vida, no importa lo bueno o lo malo que puedas decir de ella, tu espritu se siente atrado por la ley mental de la gravitacin. La luminosa calina del cielo sobre la ciudad por la noche, que se vea desde algunos lugares de mi granja, me haca pensar y me recordaba las grandes ciudades de Europa. Cuando llegu por primera vez a frica no haba coches en el pas y tenamos que cabalgar hasta Nairobi o bamos en un carro arrastrado por seis mulas, que dejbamos luego en los establos de The Highland Transport. Durante toda mi poca Nairobi fue una ciudad variopinta, con unos cuantos nuevos y esplndidos edificios de piedra y zonas enteras de viejas tiendas, oficinas y bungalows construidos de chapa ondulada, con hileras de eucaliptos, en calles desnudas y polvorientas. Las oficinas del Alto Tribunal, el Departamento de Asuntos Nativos y el Departamento Veterinario estaban instalados de cualquier manera: senta un gran respeto hacia aquellos funcionarios gubernamentales capaces de trabajar en unas habitaciones asfixiantes y oscuras como un pozo. A pesar de todo Nairobi era una ciudad donde podas hacer compras, enterarte de noticias, almorzar o cenar en los hoteles y bailar en el club. Un lugar animado que se mova como agua fluyendo y creca como algo joven, que cambiaba de ao en ao, mientras estabas fuera en un safari. La nueva casa del Gobierno estaba ya construida y era un edificio majestuoso y fresco, con un esplndido saln de baile y un bonito jardn; se levantaban grandes hoteles, se celebraban grandes e impresionantes exposiciones agrcolas y florales, y nuestra Quasi Gente Bien de la colonia de vez en cuando animaba la ciudad con trifulcas de melodrama ligero. Nairobi te deca: Aprovchate lo que puedas de m y del tiempo. Wir kommen nie wieder so jung, tan indisciplinada y rapaz, zusammen. Por lo general, Nairobi y yo nos entendamos muy bien y una vez en que iba conduciendo por la ciudad y pens: .El mundo no existira sin las calles de Nairobi. Los barrios de los nativos y de los emigrantes de color eran muy grandes en comparacin con la ciudad europea. La ciudad Swaheli, en la carretera al Club Muthaiga, gozaba de dudosa reputacin; era un lugar animado, sucio y chilln, en donde a cualquier hora ocurran cosas. Estaba construida fundamentalmente con latas viejas de parafina aplanadas a martillazos y en diversos grados de oxidacin, como el coral, de cuya estructura fosilizada el espritu de la civilizacin avanzada se alejaba continuamente. La ciudad Somal estaba ms lejos de Nairobi debido, supongo, al sistema somal de aislamiento de sus mujeres. En mis tiempos haba unas cuantas muchachas somales, jvenes y hermosas, cuyos 6

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nombres conoca todo el mundo, que se fueron a vivir al Bazaar y le tomaban el pelo a la polica de Nairobi; eran inteligentes y cautivadoras. Pero a las mujeres somales honradas nunca se las vea en la ciudad. La ciudad Somal estaba expuesta a todos los vientos, sin sombra y con polvo, y a los somales les deba de recordar sus desiertos nativos. Los europeos, que viven durante mucho tiempo, generaciones incluso, en el mismo sitio, no pueden acostumbrarse a la completa indiferencia ante lo que les rodea que caracteriza a las razas nmadas. Las casas somales estaban diseminadas irregularmente por el terreno desnudo y pareca como si hubieran sido sujetas por clavos de cuatro pulgadas para que duraran una semana. Lo que resultaba sorprendente es que cuando entrabas en ellas te encontrabas con interiores ordenados y frescos, perfumados con inciensos rabes, con preciosas alfombras y tapices, vasijas de bronce y de plata, y espadas con empuaduras de marfil y nobles hojas. Las mujeres somales posean unos modales dignos y corteses, eran hospitalarias y alegres, con una risa que sonaba como campanillas de plata. Me senta a gusto en su aldea somal gracias a mi criado somal, Farah Aden, que estuvo conmigo durante roda mi poca africana, y asist a muchas de sus fiestas. Una boda somal es una soberbia celebracin tradicional. Como invitada de honor me llevaban a la habitacin de la novia, de cuyas paredes y lecho nupcial colgaban antiguos tejidos resplandecientes y bordados, en medio de los cuales se vea a la muchacha de oscuros ojos, derecha como el bastn de un mariscal, vestida con pesadas sedas, oro y mbar. Los somales eran tratantes de ganado y comerciaban por todo el pas. Para el transporte de las mercancas empleaban burritos grises y a veces camellos, que eran altivos, endurecidos productos del desierto, ms all de los sufrimientos terrenales, como los cactus y los somales. Las terribles disputas tribales perjudicaban mucho a los somales. En este aspecto sentan y razonaban de un modo distinto al resto de la gente. Farah perteneca a la tribu Habr Yunis, as que personalmente, cuando haba una ria, me pona de su parte. Una vez hubo una verdadera batalla entre las dos tribus de Dulba Hantis y Habr Chaolo, con disparos e incendios, y muriendo diez o doce personas antes de que pudiera intervenir el Gobierno. Farah tena un joven amigo de su propia tribu, llamado Sayid, muy simptico, que sola venir por la granja, as que me apen cuando me contaron los sirvientes que estaba de visita en una casa de los Habr Chaolo ruando un miembro iracundo de los Dulba Hantis dispar dos tiros al azar a travs del muro de la casa, rompiendo la pierna del muchacho. Le dije a Farah que senta la desgracia de su amigo. Qu? Sayid? exclam con vehemencia. Se lo mereca. Quin le mand ir a tomar el t a casa de un Habr Chaolo? Los indios de Nairobi dominaban el gran barrio nativo del Bazaar y sus grandes mercaderes posean pequeas villas en las afueras de la ciudad: Jevanjee, Suleiman Virjee, Allidina Visram. Les encantaban las escaleras de piedra labrada, las balaustradas y los jarrones, no muy 7

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bien tallados en la blanda piedra del pas como las construcciones que hacen los nios con piezas de color rosa. Daban t en sus jardines, con pastelillos indios al estilo de las villas, y eran gente astuta, viajada y sumamente corts. Pero los indios de frica son comerciantes tan codiciosos que una nunca saba si estaba frente a un ser humano o ante el cerebro de una firma comercial. Estuve en la casa de Suleiman Virjee y cuando una vez vi la bandera a media asta sobre su complejo comercial, le pregunt a Farah: Ha muerto Suleiman Virjee? Muerto a medias dijo Farah. Ponen las banderas a media asta cuando uno est medio muerto? Suleiman ha muerto dijo Farah. Virjee est vivo. Antes de hacerme cargo de la direccin de la granja me gustaba mucho cazar y particip en numerosos safaris. Pero en cuanto me convert en granjera, guard mis rifles. Los masai, la nacin nmada y ganadera, eran vecinos de la granja y vivan al otro lado del ro; de vez en cuando alguno vena a casa a quejarse de que un len mataba sus vacas y me peda que lo cazara; lo haca, si poda. Algunos sbados, seguida de una alegre comitiva de jvenes kikuyus, iba tambin a las llanuras de Orungui a cazar una o dos cebras para que las comieran mis jornaleros. Mataba pjaros en la granja, faisanes con espolones y gallinas de Guinea, que eran una excelente comida. Pero durante muchos aos dej las expediciones de caza. Sin embargo, con frecuencia en la granja hablbamos de los safaris que habamos hecho. Los lugares de las acampadas se fijan en tu mente como si hubieras vivido durante mucho tiempo en ellos. Recordabas la huella de una curva de tu carro en la hierba de la pradera como los rasgos de un amigo. En los safaris haba visto una manada de bfalos, ciento veintinueve, que emergan de la niebla matinal bajo un cielo cobrizo, de uno en uno, como si aquellos oscuros y enormes animales, como de hierro, con sus poderosos cuernos que se balanceaban horizontalmente no se acercaran, sino que se fueran creando ante mis ojos y desaparecieran a medida que quedaban terminados. Vi a una manada de elefantes que viajaba por el espeso bosque nativo, donde la luz solar se derrama entre las espesas trepadoras formando manchitas y franjas, y que caminaban pausadamente como si tuvieran una cita al fin del mundo. Era, en tamao gigantesco, como el reborde de una viejsima e infinitamente preciosa alfombra persa, con matices de verde, amarillo y negro amarronado. Muchas veces a travs de las palmeras vi el paso de las jirafas con su curiosa e inimitable gracia vegetal, como si no fuera una manada de animales, sino una familia de flores enormes, raras, de tallos largos y moteados, que avanzara lentamente. Haba seguido a dos rinocerontes en su paseo matinal, cuando resoplaban y olisqueaban en el aire del amanecer tan fro que duele la nariz, y que parecan dos enormes pedruscos angulares retozando en el largo valle y disfrutando juntos de la vida. Y tambin haba visto al len real, 8

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antes del alba, bajo la luna menguante, cuando cruza la pradera gris camino de casa despus de la matanza, y deja una oscura estela en la hierba plateada, con el rostro todava rojo hasta las orejas, o durante la siesta, al medioda, cuando reposaba satisfecho en medio de su familia sobre la hierba corta y a la delicada sombra primaveral de las anchas acacias de su parque africano. Era agradable evocar esas cosas en los momentos aburridos en la granja. Y la gran caza estaba all todava, en su propio pas; poda ir en su busca una vez ms si quera. Su proximidad otorgaba brillo e inters a la granja. Farah aunque con el tiempo lleg a ocuparse ms de los asuntos de la granja y mis antiguos servidores de safari vivan con la esperanza de otras caceras. En la espesura aprend a recelar de los movimientos bruscos. Las criaturas con quienes tratas son tmidas y vigilantes, saben esquivarte cuando menos te lo esperas. Ningn animal domstico es capaz de una quietud igual a la de un animal salvaje. La gente civilizada ha perdido la capacidad de estarse quieta y debe aprender en silencio de la vida salvaje antes de que sta te acepte. El arte de moverse suavemente, sin brusquedades, es lo primero que debe estudiar el cazador, sobre todo si lleva una cmara. Los cazadores no pueden hacer lo que quieran, deben mezclarse con el viento y con los colores y olores del paisaje y adaptarse al tempo de todo el conjunto. A veces un movimiento se repite una y otra vez y deben copiado. Cuando atrapas el ritmo de frica te das cuenta de que es el mismo que el de toda su msica. Lo que aprend de la caza en el pas me fue til con los nativos. El amor a la mujer y a la feminidad es una caracterstica masculina, y el amor al hombre y a la masculinidad es una caracterstica femenina, y hay una sensibilidad especial hacia los pases y razas del sur que es una cualidad nrdica. Los normandos debieron enamorarse de los pases extranjeros, Francia primero, luego Inglaterra. Aquellos viejos milords de la historia y literatura del siglo XVIII que estn siempre viajando por Italia, Grecia y Espaa no tenan nada de meridional en sus naturalezas, sino que les atraa y les fascinaba algo que era completamente distinto a ellos. Los antiguos pintores, filsofos y poetas germnicos y escandinavos cuando llegaban por primera vez a Florencia y Roma, se arrodillaban, para adorar al sur. Aquella gente tan impaciente tena una curiosa e ilgica paciencia con respecto a aquel mundo ajeno. De la misma manera que es casi imposible que una mujer irrite a un hombre verdadero, y que ningn hombre desdea por completo a las mujeres, ni las rechaza del todo, as la impulsiva y pelirroja gente del norte era capaz de soportar cualquier cosa de los pases y razas tropicales. Haba cosas que no hubieran soportado ni en sus pases ni a sus allegados, pero aceptaban las sequas de las tierras altas africanas, las insolaciones, la ictericia hematrica del ganado y la incompetencia de los sirvientes nativos, con humildad y resignacin. Su misma sensacin de individualidad se iba perdiendo por las infinitas posibilidades de relacionarse que existen 9

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entre personas que pueden llegar a formar una unidad, aunque sea a travs de las muchas diferencias de carcter que las separan. La gente de Europa meridional y las personas de sangre mezclada no tienen esa cualidad; la condenan o la desprecian. As, los hombres muy varoniles desprecian a los enamorados melanclicos y las mujeres muy racionales, que no tienen paciencia con sus hombres, se sienten indignadas ante Griselda. En cuanto a m, desde mis primeras semanas en frica sent un intenso afecto por los nativos. Era un sentimiento muy fuerte que comprenda a todas las edades y los dos sexos. El descubrimiento de las razas de piel oscura fue una magnfica ampliacin de mi mundo. Como una persona con una simpata innata hacia los animales que crece en un medio donde no los hay y entra en contacto con ellos en su madurez; o como una persona a la que le gustan instintivamente los bosques y las selvas y entra en uno de ellos por primera vez en su vida cuando tiene veinte aos; o como alguien con odo para la msica que la oye por primera vez ya mayor, casos as pueden ser similares al mo. Una vez que hube conocido a los nativos acord la rutina de mi vida cotidiana con la orquesta. Mi padre fue oficial de los Ejrcitos dans y francs y cuando era un jovencsimo teniente en Dppel, escribi a casa: All en Dppel fui oficial de una columna grande. Era un trabajo duro, pero esplndido. El amor a la guerra es una pasin como cualquier otra, amas a los soldados como amas a las mujeres jvenes, hasta la locura; pero un amor no excluye al otro, como saben las chicas. El amor a las mujeres es para una cada vez, mientras que el amor a los soldados abarca al regimiento entero, que te gustara que fuera lo mayor posible. A m me pasaba lo mismo con los nativos. No era fcil llegar a conocer a los nativos. Eran rpidos de odo y evanescentes; si los asustabas, en un segundo podan retirarse a su mundo, al igual que los animales salvajes desaparecen ante un brusco movimiento que t hagas: simplemente ya no estn ah. Hasta que no conoces bien a un nativo es imposible conseguir una respuesta suya a derechas. Ante una pregunta directa de cuntas vacas tiene, te responde evasivamente: Tantas como le dije ayer. Va contra los sentimientos de los europeos ser respondidos de una manera semejante, como muy probablemente va contra los sentimientos de los nativos ser interrogados de esa forma. Si les presionbamos o acosbamos para que nos explicaran su comportamiento, esquivaban la respuesta cuanto podan y luego empleaban una grotesca fantasa humorstica para conducimos a una pista falsa. Hasta los nios pequeos, en una situacin de ese tipo, adquiran las cualidades de un veterano jugador de pker, que no se preocupa si sobrevaloras o infravaloras su jugada con tal de que no conozcas sus cartas verdaderas. Cuando realmente logrbamos entrar en la existencia de los nativos actuaban como hormigas cuando metes un palo en un hormiguero; reparaban el dao con una incansable energa, rpida y silenciosamente, como si borraran una accin vergonzosa. No podamos saber ni imaginar qu clases de peligros teman que les 10

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podan deparar nuestras manos. Yo creo que nos (teman de la misma manera que se teme un terrorfico ruido repentino, no como se teme a la muerte o al dolor. Pero era muy difcil de saber, porque los nativos poseen el gran arte del mimo. En las shambas, por la maana, te encontrabas a veces faisanes con espolones que corran ante tu caballo como si tuvieran el ala rota y temieran que le cogieran los perros. Pero su ala no estaba rota ni tenan miedo de los perros podan alzar el vuelo ante ellos cuando quisiera, lo que pasaba es que su nidada de polluelos estaba cerca y queran llamar nuestra atencin para que no la descubriramos. Al igual que el faisn, los negros simulaban que nos tenan miedo, porque haba otra amenaza ms profunda cuya naturaleza no podamos adivinar. O quiz resultara que su comportamiento con nosotros entraaba una extraa broma y que aquella gente tan tmida no nos tema en absoluto. Los nativos tienen mucho menos sentido de los riesgos de la vida que los hombres blancos. A veces en un safari o en la granja, en momentos de suma tensin, mi mirada se encontraba con la de mis compaeros nativos y senta que estbamos muy lejos unos de otros y que ellos no comprendan mi temor ante el peligro. Pens que tal vez fueran en su vida, dentro de su elemento, como nosotros no podremos ser nunca, como peces en aguas profundas que por mucho que se esforzaran no podran entender nuestro temor a ahogamos. Esta seguridad, este arte de nadar, lo tenan, en mi opinin, porque haban conservado un conocimiento que para nosotros se ha perdido con nuestros primeros padres; entre todos los continentes es frica quien nos lo puede ensear: que Dios y el Diablo son una unidad, la majestad coeterna, no dos seres increados, sino uno slo, y los nativos nunca confunden a las personas ni dividen la sustancia. En nuestros safaris y en la granja mi conocimiento de los nativos lleg a convertirse en una relacin estable y personal. ramos buenos amigos. Acept el hecho de que nunca llegara a conocerles ni a entenderles del todo, mientras que ellos me conocan perfectamente y saban qu decisin iba a tomar antes de que yo misma estuviera segura. Durante algn tiempo tuve una pequea granja all arriba, en Gil-Gil, donde viva en una tienda de campaa y viajaba por ferrocarril entre Gil-Gil y Ngong. En Gil-Gil a lo mejor decida de pronto volver a casa cuando comenzaba a llover, pero cuando llegaba a Kikuyu, que era nuestra estacin en la lnea de ferrocarril, y desde donde haba diez millas hasta la granja, uno de los mos estaba all, con una mula, para que hiciera el camino cabalgando. Cuando les preguntaba cmo saban que iba a bajar, miraban para otro lado, parecan sentirse incmodos, asustados o aburridos, de la misma manera que nos sentiramos nosotros si una persona sorda se empeara en que le explicramos una sinfona. Cuando los nativos se sentan a salvo de nuestros ruidos repentinos y de nuestros bruscos movimientos, nos hablaban con mucha ms franqueza de lo que lo hacen los europeos entre s. Nunca eran de fiar, pero s noblemente sinceros. Un buen nombre lo que se llama de prestigio significaba mucho en el mundo nativo. Pareca como si en 11

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un momento determinado hubieran hecho una valoracin conjunta sobre ti, de la que nunca se echaran atrs. A veces la vida en la granja era muy solitaria y en la quietud de los atardeceres, cuando los minutos goteaban del reloj, la vida pareca caer goteando de ti tambin slo porque no tenas gente blanca con la que hablar. Pero durante todo el tiempo tuve conciencia de que la existencia silenciosa y apartada de los nativos corra paralela con la ma, en un plano diferente. Los ecos pasaban de la una a la otra. Los nativos eran frica en carne y hueso. El alto volcn extinguido de Longonot, que domina el valle de la Falla, las grandes mimosas que se alzan a lo largo de los ros, los elefantes y las jirafas, no eran ms africanos que los nativos pequeas figuras en un vasto escenario. Todas eran expresiones diferentes de una idea, variaciones sobre el mismo tema. No era un revoltijo congnito de tomos heterogneos, sino un revoltijo heterogneo de tomos congnitos, como ocurre con la hoja de roble, la bellota y el objeto hecho de roble. Nosotros, mandando y siempre con prisas, chocbamos frecuentemente con el paisaje. Los nativos estn en armona con l y cuando esa gente de talla elevada, esbelta, oscura y de ojos negros viaja siempre en fila india, as que hasta las grandes venas del trfico nativo son estrechos senderos, trabajan la tierra, cuidan del ganado, celebran sus grandes danzas o te cuentan un cuento, es frica la que vaga, danza y te entretiene. En las tierras altas recordaba las palabras del poeta: Siempre encontr noble al Nativo e inspido al emigrante. La colonia cambia y ya ha cambiado mucho desde que viv all. Cuando escribo con toda la precisin que me es posible mis experiencias con la granja, con el pas y con algunos de los habitantes de las llanuras y de los bosques, puede que tenga algn tipo de inters histrico.

II UNNIO NATIVO

Kamante era un pequeo kikuyu, hijo de uno de mis aparceros. Sola conocer a los hijos de mis aparceros porque trabajaban para m en la granja y porque solan rondar mi casa, dejando a sus cabras pastar en el prado, a la espera de que ocurriera algo de inters. Pero Kamante deba de llevar viviendo unos aos en la granja antes de que yo le viera; supongo que haba llevado una vida de reclusin, como un animal enfermo. Me encontr con l la primera vez cuando yo iba cabalgando por la llanura de la granja y l estaba apacentando las cabras de su gente. Era el objeto ms digno de piedad que podas imaginar. Tena la cabeza grande y su cuerpo era terriblemente pequeo y delgado, sus 12

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codos y sus rodillas parecan como los nudos de una caa y sus piernas estaban cubiertas de llagas abiertas, desde los muslos hasta los talones. All, en la llanura, se le vea extraordinariamente pequeo, tanto, que te impresionaba que semejante cantidad de sufrimiento se concentrara en un solo punto. Cuando me detuve y le habl no me contest y pareci no verme. En su rostro inexpresivo, anguloso, acosado e infinitamente paciente sus ojos carecan de brillo; eran opacos como los ojos de un muerto. Pareca como si no fuera a vivir ms de unas semanas y esperabas ver buitres, que nunca estn lejos de la muerte en la pradera, all arriba, en el plido y ardiente aire sobre su cabeza. Le dije que viniera a casa a la maana siguiente porque iba a intentar curarle. Yo haca de mdico para la gente de la granja casi todas las maanas, de nueve a diez, y, como todos los grandes curanderos, tena un numeroso crculo de pacientes, y generalmente entre dos y doce enfermos me esperaban alrededor de la casa. Los kikuyu estn preparados para lo imprevisto y acostumbrados a lo inesperado. En esto son diferentes de los blancos, que en gran medida se esfuerzan en precaverse contra lo desconocido y de los asaltos del destino. Los negros estn en buenas relaciones con el destino, porque toda su vida est en sus manos desde siempre; en cierto modo para ellos es su hogar, la penumbra familiar de la cabaa, el molde profundo de sus races. Se enfrentan con cualquier cambio en sus vidas con gran calma. Entre las cualidades que buscan en un amo, en un mdico o en Dios, la imaginacin, me parece, ocupa uno de los primeros lugares. Quiz esta inclinacin sea la que haga que el califa Harun al Raschid conserve en los corazones de frica y de Arabia su posicin de gobernante ideal; con l nadie saba nunca lo que iba a hacer ni qu pensaba. Cuando los africanos hablan de la personalidad de Dios hablan como en las Mil y Una Noches o como los ltimos captulos del Libro de Job; lo que les impresiona es esa misma cualidad, el poder infinito de la imaginacin. Fue esa caracterstica de mi gente la que me proporcion tanta popularidad o fama como mdico. Cuando vine por primera vez a frica viaj en el mismo barco que un gran cientfico alemn, que haca su vigsimo tercer viaje para estudiar la cura de la enfermedad del sueo, y que tena ms de cien ratas y conejillos de Indias consigo. Me cont que su principal dificultad con los pacientes nativos resida no en que carecieran de valor frente al dolor o a una importante operacin quirrgica generalmente mostraban poco miedo, sino en su profunda animosidad contra todo lo que significara regularidad, tratamiento continuado, sistematizacin; yeso era algo que el gran mdico alemn no poda comprender. Pero cuando yo llegu a conocer a los nativos esa cualidad suya fue la que ms me gust. Posean un coraje autntico: un gusto no adulterado del peligro verdadera respuesta creativa a la manifestacin de su suerte, el eco de la tierra cuando ha hablado el cielo. A veces he pensado que en el fondo de sus corazones lo que teman de nosotros era la pedantera. En manos de un pedante se moran de pena. 13

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Mis pacientes esperaban en una terraza pavimentada fuera de casa. Se sentaban en cuclillas los viejos esqueletos de hombres con toses desgarradoras y ojos llorosos, los jvenes alborotadores de cuerpo esbelto y terso con ojos hinchados y bocas magulladas, y las madres con sus nios febriles, como florecillas resecas, colgados de sus cuellos. Con frecuencia tena que tratar quemaduras graves porque los kikuyus duermen por la noche alrededor de las fogatas de sus cabaas y a veces se les caan encima las pilas de madera ardiendo y de carbn de lea entonces, cuando se me agotaba la reserva de medicamentos, descubr que la miel no era mal ungento para las quemaduras. El ambiente de la terraza era animado, electrizante, como el de los casinos en Europa. El murmullo de las bulliciosas conversaciones se detena al salir yo, pero el silencio estaba preado de posibilidades, haba llegado el momento en que poda ocurrir cualquier cosa. Sin embargo, siempre esperaban a que escogiera a mi primer paciente. Yo saba muy poco de medicina, slo lo que aprendes en un cursillo de primeros auxilios. Pero mi renombre como mdico se extendi por pura casualidad gracias a unas cuantas curas afortunadas y no mengu por los errores catastrficos que comet otras veces. Si hubiera sido capaz de garantizar la curacin de mis pacientes en todos los casos, quin sabe si su crculo no hubiera disminuido? Hubiera adquirido prestigio profesional he aqu una doctora muy eficiente de Volaia, pero estaran seguros de que el Seor segua conmigo? Porque conocan al Seor por los largos aos de sequa, por los leones que por la noche vagaban por la llanura, por los leopardos que merodeaban las cabaas cuando estaban los nios solos en ellas y por los enjambres de langostas que descendan sobre el suelo, nadie saba de dnde, sin dejar una brinza de hierba a su paso. Lo conocan por las horas de increble felicidad cuando los enjambres pasaban sobre los campos de maz sin detenerse, o en primavera, cuando las lluvias llegaban temprano y en abundancia, haciendo que prados y llanuras florecieran y dieran buenas cosechas. As que aquella doctora tan eficiente de Volaia poda ser una intrusa en lo que respecta a las cosas verdaderamente importantes de la vida. Para mi sorpresa Kamante apareci en casa a la maana siguiente de nuestro primer encuentro. Se qued all, de pie, un poco apartado de los tres o cuatro enfermos que haba, erguido, con su rostro lleno de signos de muerte, como si despus de todo sintiera ms apego a la vida y hubiera decidido intentar aprovechar esa ltima oportunidad de agarrarse a ella. Con el tiempo demostr ser un excelente paciente. Vena cuando le ordenaba que viniera, sin falta, y saba medir el tiempo cuando le deca que volviera cada tres o cuatro das, cosa poco habitual entre los nativos. Soportaba el difcil tratamiento de sus llagas con un estoicismo como jams haba visto. En todos estos aspectos poda presentarlo como modelo a los dems, pero no lo hice porque al mismo tiempo me produca una gran inquietud en el espritu. 14

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Raras, muy raras veces, haba conocido a una criatura tan salvaje, a un ser humano tan totalmente aislado del mundo, y, con una especie de resignacin tenaz e implacable, totalmente cerrado a la vida que le rodeaba. Poda hacer que me contestara cuando le preguntaba algo, pero nunca deca voluntariamente una palabra y nunca me miraba. No tena ninguna piedad y se rea despectivamente, como si estuviera de vuelta de todo, ante las lgrimas de los otros nios enfermos cuando les lavaba y vendaba, pero tampoco les miraba nunca. No senta ningn deseo de contacto con el resto del mundo, los contactos que haba tenido debieron de ser demasiado crueles. Su entereza de nimo frente al dolor era la entereza de un viejo guerrero. Ningn mal poda ya sorprenderle porque estaba, por su vida y su filosofa, preparado para lo peor. Todo ello con gran estilo y haciendo recordar la profesin de fe de Prometeo: El dolor es mi elemento y el odio es el tuyo. Podis hacerme pedazos. No me importa, y Tu perfidia es atroz. Eres omnipotente. Pero en una persona de aquel tamao te resultaba incmodo, era algo que te descorazonaba. Y Dios qu pensar, me dije, al ver ese nimo en un ser humano tan pequeo? Recuerdo muy bien la primera vez que me habl y me mir espontneamente. Debi de ser bastante despus de nuestro primer encuentro, porque haba renunciado al tratamiento primitivo y estaba probando uno nuevo, una cataplasma caliente que vena en mis libros. Mi deseo de hacer las cosas lo mejor posible me llev a calentada demasiado y cuando le puse la cataplasma en la pierna y apret la venda con fuerza excesiva, Kamante habl: Msabu dijo, y me mir profundamente. Los nativos usan esa palabra india cuando se dirigen a una mujer blanca, pero la pronuncian de un modo un poco diferente, convirtindola en una palabra africana, con una resonancia distinta. En boca de Kamante era un grito de auxilio, pero tambin una palabra de advertencia, como la que poda decirte un amigo leal para que dejaras de hacer algo indigno de ti. Pens en ello con esperanza despus. Tena mis ambiciones como doctora y sent haberle aplicado una cataplasma demasiado caliente, pero por otra parte me alegr porque fue el primer atisbo de entendimiento entre aquel nio salvaje y yo. El duro sufridor, que no esperaba ms que sufrimiento, no lo esperaba de mi mano. Pese a las curas que yo le suministraba, las cosas no parecan muy esperanzado ras. Durante mucho tiempo segu lavando y vendando la pierna, pero la enfermedad me superaba. De vez en cuando mejoraba un poco, pero entonces las llagas aparecan en nuevos sitios. Por fin decid llevarle al hospital de la Misin escocesa. Esta decisin ma result dramtica y tuvo la virtud de impresionarle: no quiso ir. Su vida y su filosofa le impedan protestar mucho contra cualquier cosa, pero cuando le llev a la Misin y le dej en el largo edificio del hospital, en un ambiente totalmente extrao y misterioso para l, temblaba. 15

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Tena como vecinas la Misin de la Iglesia escocesa a doce millas al noroeste, quinientos pies ms alta que la granja; y la Misin de la Iglesia catlica francesa, a diez millas ms al este, sobre tierra ms llana y a quinientos pies menos de altitud. No senta ninguna simpata por las misiones, pero personalmente me llevaba bien con ellas y lamentaba que vivieran entre s en un estado de hostilidad constante. Los padres franceses eran mis mejores amigos. Sola ir a caballo con Farah a or misa con ellos los domingos por la maana, en parte porque as poda hablar un poco en francs y en parte porque haba un hermoso paseo hasta la Misin. Durante un largo trecho el camino corra a travs de una plantacin de acacias del Departamento Forestal, y su viril y fresco olor a pino era dulce y grato por las maanas. Es extraordinario comprobar cmo la Iglesia de Roma lleva su atmsfera doquiera que vaya. Los padres haban proyectado y construido su iglesia ellos mismos, con ayuda de su congregacin nativa, y estaban, con toda razn, muy orgullosos de ella. Era una iglesia grande y hermosa, de color gris con su campanario; se ergua sobre un amplio atrio sobre terrazas y escalinatas, en medio de un cafetal, que era el ms antiguo de la colonia y que administraban muy hbilmente. En el atrio, a un lado, estaba el refectorio con sus arcadas y al otro el convento, con la escuela y el molino junto al ro, y para llegar hasta la iglesia tenas que pasar por un puente de arcos. Todas las construcciones eran de piedra gris y cuando bajabas cabalgando se las vea, ordenadas e impresionantes en el paisaje, de manera que podan estar en un cantn del sur de Suiza o en el norte de Italia. Cuando la misa haba terminado, los amables padres me esperaban a la puerta de la iglesia para invitarme a un petit verre de vin en el espacioso y fresco refectorio, al otro lado del atrio; era magnfico or cmo estaban al tanto de todo lo que ocurra en la colonia, hasta sus rincones ms remotos. Tambin, so capa de una conversacin tranquila y benevolente, te sonsacaban toda clase de noticias, como un pequeo y animado grupo de abejas pardas y peludas porque todos tenan espesas y largas barbas pegado a una flor para proveerse de miel. Pero a la vez que se les vea tan interesados en la vida de la colonia seguan siendo, a su estilo francs, exiliados, paciente y alegremente sometidos a elevadas rdenes de misteriosa naturaleza. Si no fuera por la desconocida autoridad que les haca permanecer en aquel lugar te dabas cuenta de que no estaran all, ni tampoco la iglesia de piedra gris con su alto campanario, ni las arcadas, ni la escuela, ni su ordenado cafetal, ni la Misin. Porque cuando les llegara la orden de relevo dejaran que los asuntos de la colonia se cuidaran por s mismos y volveran lo ms rpido posible a Pars. Farah, que se quedaba cuidando a los dos ponies mientras yo estaba en la iglesia y en el refectorio, de vuelta a la granja perciba mi buen humor. Era un piadoso mahometano y no tocaba el alcohol, pero consideraba que el vino y la misa eran parte de los ritos de mi religin. A veces los padres franceses venan hasta la granja en sus 16

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ciclomotores para almorzar, me citaban fbulas de Lafontaine y me daban buenos consejos sobre mi cafetal. No conoca tanto la Misin escocesa. Desde all arriba se contemplaba una vista esplndida, que abarcaba todo el pas kikuyu, pero de todos modos la Misin me daba una impresin de ceguera, como si no pudiera ver nada por s misma. La Iglesia de Escocia haca lo posible para que los nativos se pusieran ropas europeas, lo que en mi opinin no era bueno desde ningn punto de vista. Pero tenan un hospital muy bueno en la Misin: cuando yo viva all lo diriga el doctor Arthur, un mdico filantrpico e inteligente. Salvaron la vida de mucha gente de la granja. En la Misin escocesa tuvieron a Kamante durante tres meses. En todo ese perodo le vi una vez. Cabalgaba yo ms all de la Misin, camino de la estacin ferroviaria Kikuyu, por la carretera que corre paralela durante un trecho a los terrenos del hospital. Vi a Kamante, estaba solo, a cierta distancia de los grupos que formaban los dems convalecientes. Por entonces se haba recuperado notablemente y poda correr. Cuando me vio se acerc hasta la valla y corri conmigo mientras sta bordeaba el camino. Sigui trotando como un potrillo en su corral por su lado de la valla mientras yo pasaba cabalgando y clav sus ojos en mi poni, pero no dijo una palabra. Al llegar a la esquina de los terrenos del hospital tuvo que detenerse, y mientras yo segua mi camino, mir hacia atrs, le vi de pie, totalmente inmvil, con la cabeza erguida mirndome fijamente, como hace un potrillo cuando te alejas. Le dije adis con la mano un par de veces; la primera no reaccion en absoluto, luego su brazo se alz como un asta de bomba pero solamente una vez. Kamante volvi a mi casa la maana del domingo de Pascua y me entreg una carta del hospital en la que me decan que estaba mucho mejor y que crean que estaba curado para siempre. Deba de conocer algo de su contenido porque mir con atencin mi rostro mientras lo lea, pero no quera hablar porque haba cosas ms importantes en su mente. Kamante tena un porte de serena o refrenada dignidad, pero esta vez se le vea resplandeciente de un reprimido triunfo. Todos los nativos poseen un fuerte sentido de los efectos dramticos. Kamante se haba atado cuidadosamente viejas vendas a las piernas, hasta la rodilla, para darme una sorpresa. Era evidente que se daba cuenta de la vital importancia del momento, no porque l estuviera bien, sino, generosamente, por la alegra que me iba a dar. Probablemente recordaba los tiempos en que me vea descorazonada por los continuos fracasos de mis curas y saba que el resultado del tratamiento en el hospital era asombroso. As que lenta, muy lentamente, desenroll las vendas desde las rodillas hasta los talones y debajo aparecieron sus piernas, totalmente lisas, slo ligeramente marcadas por cicatrices de color gris. Cuando Kamante, con su estilo sosegado, hubo disfrutado completamente de mi asombro y de mi placer, dio otro golpe de efecto declarando que se haba hecho cristiano. 17

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Soy como t dijo. Aadi que crea que deba darle una rupia, porque Cristo haba nacido en ese mismo da. Se march a ver a su gente. Su madre era viuda y viva muy lejos en la granja. Por lo que ella me cont ms tarde, aquel da contrari sus costumbres y se franque con ella contndole sus impresiones de la gente extraa y cmo le haban tratado en el hospital. Pero despus de esa visita a la cabaa de su madre volvi a mi casa, como si diera por sentado que formaba parte de ella. Estuvo a mi servicio desde entonces hasta que abandon el pas: durante doce aos. Cuando vi a Kamante por primera vez pareca como si tuviera seis aos, pero tena un hermano con aspecto de andar por los ocho, y los dos se mostraban de acuerdo en que Kamante era el mayor, as que supongo que su crecimiento se vio retrasado por su larga enfermedad; probablemente tena entonces nueve aos. Creci, pero siempre dio la impresin de ser un enano o deforme de alguna manera, aunque no pudiera concretarse cmo. Su rostro anguloso, con el tiempo, se redonde; caminaba y se mova fcilmente, y no creo que fuera feo, aunque quiz yo le mirara con ojos de creadora. Sus piernas siguieron siendo delgadas como palos. Siempre fue una figura fantstica, con algo de travieso y algo de diablico; con unos ligeros toques podra haberse sentado mirando hacia abajo en lo alto de la catedral de Ntre Dame de Pars. Haba algo en l brillante y vivaz; en una pintura sera una mancha de color extraordinariamente intensa; daba una pincelada de pintoresquismo a mi casa. Nunca estuvo del todo bien de la cabeza o al menos fue siempre lo que tratndose de un blanco llamaramos una persona muy excntrica. Era reflexivo. Tal vez los largos aos de sufrimiento que haba vivido desarrollaron en l una tendencia a reflexionar sobre las cosas y sacar sus propias conclusiones sobre todo lo que vea. Fue durante toda su vida, a su manera, una figura aislada. Hasta cuando haca las mismas cosas que los dems las haca de un modo diferente. Tena una escuela nocturna para la gente de la granja con maestros nativos. Consegu mis maestros de una de las misiones y en mis tiempos tuve tres: uno catlico romano, otro de la Iglesia de Inglaterra y otro de la Iglesia de Escocia. La educacin nativa era rigurosamente religiosa; por lo que yo s no hay otros libros traducidos al swaheli que la Biblia y los libros de himnos. Yo misma, mientras viv en frica, pens en traducir las fbulas de Esopo para los nativos, pero nunca encontr tiempo para llevar a cabo mi proyecto. Sin embargo, tal como fueron las cosas, mi escuela se convirti en mi sitio favorito en la granja, el centro de nuestra vida espiritual, y pas muchas horas agradables en el viejo almacn alargado, construido de chapa ondulada, donde estaba instalada. Kamante se vena conmigo, pero no se sentaba con los nios en los bancos de la escuela, permaneca un poco aparte, como si conscientemente cerrara los odos a la enseanza, rindose de la simplicidad de los que consentan en ser engaados, para escuchar. Pero en la intimidad de la cocina lo vea copiar de memoria, muy lenta 18

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y absurdamente, algunas de las mismas letras y cifras que observara en la pizarra de la escuela. No creo que hubiera podido tratar con otra gente, aunque hubiera querido; cuando era muy nio algo haba sido retorcido y cerrado en su interior y ahora, por as decirlo, para l lo normal era estar fuera de lo normal. Era consciente de su aislamiento con la arrogante grandeza de alma de un enano verdadero que, cuando se ve distinto a los dems, sostiene que los dems son los deformes. Kamante era astuto en materia de dinero: gastaba poco e hizo ventajosos tratos de cabras con los otros kikuyus, se cas joven y el matrimonio en el mundo kikuyu es un caro empeo. Al mismo tiempo le escuchaba filosofar profunda y originalmente sobre la inutilidad del dinero. Mantena una relacin peculiar con la existencia en su conjunto; la dominaba, pero no tena una idea muy alta de ella. No estaba dotado para la admiracin. Poda reconocer y respetar la sabidura de los animales, pero durante el tiempo que lo trat nicamente le o hablar aprobadoramente de un ser humano: era una joven somal que aos despus vino a vivir a la granja. Tena una risa burlona, que utilizaba en todas las circunstancias, pero sobre todo ante la suficiencia o grandilocuencia de otras personas. Todos los nativos tienen una fuerte vena de malicia, un agudo deleite cuando las cosas van mal, lo que en s hiere y repugna a los europeos. Kamante elev esa caracterstica a una rara perfeccin, hasta conseguir una especial irona consigo mismo que le haca disfrutar con sus decepciones y desastres casi tanto como con los de la dems gente. Encontr ese mismo tipo de mentalidad en las ancianas nativas que haban pasado por muchas pruebas, que haban mezclado su sangre con la fatalidad, y reconocan su irona al encontrarla, acogindola con simpata, como a una hermana. En la granja sola decir a los sirvientes que repartieran rap tombacco le dicen los nativos a las ancianas los domingos por la maana, mientras yo estaba en la cama. Por esa razn haba muchas mujeres estrafalarias en torno a mi casa los domingos, parecidas a viejas gallinas arrugadas, calvas y huesudas; y su dbil cacareo porque los nativos casi nunca hablan en voz alta entraba por las ventanas abiertas de mi dormitorio. Una maana de domingo el vivaz flujo de las conversaciones kikuyu se levant en rizos y cascadas de jbilo; algn incidente muy humorstico deba de haberse producido fuera y llam a Farah para que entrara y me lo contara. Farah no senta el menor deseo de contrmelo porque resulta que se haba olvidado de comprar rap, as que aquel da las ancianas haban hecho un largo camino para nada boori como ellas dicen. El hecho se convirti en fuente de diversin para las ancianas kikuyus. A veces, cuando me encontraba con alguna de ellas en un sendero en medio de los maizales, se quedaba quieta frente a m, sealndome con un dedo huesudo y torcido, con su rostro viejo y oscuro disolvindose en carcajadas, como si las arrugas fueran estiradas y fruncidas por una cuerda escondida al tensarse, mientras me recordaba lo que les haba sucedido con el rap a ella y a sus hermanas aquel domingo, en que haban caminado y caminando hasta 19

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mi casa para encontrarse con que yo me haba olvidado y que no haba ni un gramo en casa: Ja, ja, Msabu! Los blancos suelen decir que los kikuyus no saben lo que es la gratitud. En cualquier caso, Kamante no era un ingrato e incluso expres su sentimiento de obligacin hacia m con palabras. Muchas veces, aos despus de nuestro primer encuentro, se esforzaba por hacerme un servicio que no le haba pedido y cuando le preguntaba que por qu lo haca, me responda que si no hubiera sido por m estara muerto haca mucho tiempo. Tambin demostraba su gratitud de otra forma, con una especie de actitud especial de benevolencia, de ayuda, o tal vez la palabra indicada fuera condescendencia. Puede ser que pensara que l y yo pertenecamos a la misma religin. En un mundo de tontos yo era para l, me parece, de los mayores. Desde el da en que entr a mi servicio y lig su destino al mo, sent sus ojos vigilantes y penetrantes sobre m y mi modus vivendi entero sujeto a una crtica clara y sin prejuicios; creo que desde el principio consider el esfuerzo que haba hecho para curarle como una muestra de excentricidad sin sentido. Pero siempre mostr hacia m un gran inters y simpata, y se esforzaba por vencer mi gran ignorancia. Algunas veces descubr que haba gastado tiempo y reflexin preparando e ilustrando sus instrucciones para que fuera ms fcil para m comprenderlas. Kamante comenz a trabajar en mi casa como toto de perros, pero luego se convirti en auxiliar mdico mo. As me di cuenta qu buenas manos tena, lo que no se hubiera credo mirndoselas, y lo envi a la cocina como pinche, como marmitn, bajo las rdenes de mi viejo cocinero Esa, que fue asesinado. Despus de la muerte de Esa le sustituy y sigui siendo mi chef hasta que me march. Generalmente a los nativos no les importan mucho los animales, pero en esto, como en otras cosas, Kamante era diferente; fue un autoritario cuidador de perros y se identific hasta tal punto con los animales que vena a comunicarme lo que deseaban, lo que les faltaba o lo que pensaban sobre las cosas. Les quitaba las pulgas, que en frica son una peste, y en numerosas ocasiones l y yo, en la mitad de la noche, despertados por los ladridos de los perros, acudamos y, a la luz de una linterna, les quitbamos de una en una las enormes hormigas asesinas, las siafu, que viajan solas y devoran todo lo que encuentran en su camino. Tambin debi de tener los ojos muy abiertos mientras estuvo en el hospital de la Misin aunque como siempre en l, sin el menor asomo de reverencia o entrega porque fue un auxiliar mdico concienzudo e ingenioso. Despus de dejar de ser mi ayudante en la consulta, sala de vez en cuando de la cocina para intervenir en algn caso y darme consejos muy tiles. Pero como chef era muy diferente y de difcil clasificacin. La naturaleza haba dado un salto y se haba burlado del orden de precedencias de facultades y talentos, convirtindose en algo mstico e 20

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inexplicable, como ocurre siempre cuando tratas con genios. En la cocina, en el mundo culinario, Kamante posea todos los atributos del genio, incluso su fatalidad la impotencia del individuo frente a sus propios poderes. Si Kamante hubiera nacido en Europa y hubiera cado en manos de un maestro inteligente se habra hecho famoso, pasando a la historia como una curiosa figura. Y aqu en frica se hizo un nombre, su actitud hacia su arte era la de un maestro. A m me interesaba mucho la cocina y en mi primer viaje a Europa tom lecciones de un chef francs de un celebrado restaurante, porque pens que sera divertido hacer buenas comidas en frica. El chef, monsieur Perrochet, me hizo una oferta para asociarme a su negocio por la devocin que demostr a ese arte. Cuando me encontr a Kamante a mano, un espritu familiar con quien poda cocinar, aquella devocin se apoder de m de nuevo. Se abran grandes perspectivas para m al trabajar juntos. En mi opinin nada haba ms misterioso que ese instinto natural de un salvaje para el arte culinario. Me hizo ver con una nueva luz nuestra civilizacin; despus de todo quiz fuera divina y estuviera predestinada. Me senta como un hombre que recuperara su fe en Dios porque un frenlogo le mostrara el lugar donde se asienta la elocuencia tea lgica en el cerebro humano: si se puede probar la existencia de la elocuencia tea lgica, se puede probar la existencia de la propia teologa y, por tanto, del mismo Dios. En materia de cocina Kamante tena una sorprendente destreza manual. Los grandes artificios y tours-de-force de la cocina eran juegos de nios en sus torcidas manos oscuras; saban por s solas todo lo que haba que saber de tortillas, vol-au-vent, salsas y mayonesas. Tena un don especial para hacer ligeras las cosas, al igual que en la leyenda el Nio Jess forma pjaros de barro y luego les manda volar. Despreciaba todos los utensilios complicados, como si le impacientara que fueran tan independientes, y cuando le di una mquina para batir huevos la dej oxidar, batiendo las claras con un cuchillo que yo usaba para quitar maleza, y sus claras de huevo se esponjaban como nubes livianas. Como cocinero tena un ojo penetrante e inspirado, saba escoger el pollo ms gordo del gallinero y sopesaba un huevo en la mano con gran seriedad y saba cundo haba sido puesto. Se le ocurran ideas para mejorar mi mesa y, mediante algn tipo de comunicacin con un amigo suyo que trabajaba para un mdico en una lejana zona del pas, me consigui las semillas de una lechuga realmente excelente que llevaba aos buscando en vano. Posea una gran memoria para las recetas. No saba leer y tampoco nada de ingls, de modo que no le servan de nada de los libros de cocina, pero debi de almacenar todo lo que haba aprendido en su poco agraciada cabeza, de acuerdo con una clasificacin hecha por l mismo, que nunca supe cmo era. Nombraba a los platos segn el acontecimiento que se haba producido el da en que los haba aprendido, as que hablaba de la salsa del rayo que hendi al rbol y de la salsa del caballo gris que muri. Pero jams las confunda. Slo hubo una cosa que intent grabar en su mente sin xito, y era el orden 21

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de los platos durante una comida. Tuve, cuando haba invitados, que hacer una especie de men pictrico para mi chef: primero, un plato de sopa; luego, pescado; despus, perdiz o una alcachofa. No estaba convencida de que ese defecto se debiera a fallos de memoria, sino, me parece, a que en su corazn crea que todo tena un lmite y que no pensaba gastar el tiempo en semejantes menudencias. Es emocionante trabajar junto a un demonio. Normalmente yo mandaba en la cocina, pero durante nuestra cooperacin me di cuenta que no slo la cocina, sino el mundo entero en el que cooperbamos, pasaba a manos de Kamante. Porque comprenda a la perfeccin lo que yo quera de l y a veces realizaba mis deseos antes de que los hubiera expresado; pero no acababa de comprender cul era el secreto de su trabajo. Me pareca de lo ms extrao que alguien fuera tan grande en un arte cuyo verdadero significado no comprenda y por el cual no senta ms que desprecio. Kamante no tena ni la menor idea de cmo deba saber un plato nuestro y, a despecho de su conversin y de su relacin con la civilizacin, su corazn segua siendo el de un kikuyu errante, enraizado en las tradiciones de su tribu y creyendo en ellas como la nica manera de vivir dignamente de un ser humano. A veces probaba la comida que haca, pero con expresin de desconfianza, como una bruja que toma un sorbo de su caldero. Segua apegado a la mazorca de maz de sus padres. Aqu incluso le fallaba su inteligencia y me ofreca un manjar kikuyu un boniato asado o un burujo de grasa de oveja como un perro civilizado que ha vivido durante mucho tiempo con personas y deja un hueso delante de ti, como regalo. En su fuero interno me parece que consideraba los trabajos que nos tombamos con la comida como cosa de lunticos. A veces intent sacarle su opinin sobre esas cosas, pero aunque hablaba con gran franqueza de muchos temas, en otros se mostraba muy reservado, as que trabajbamos uno junto a otro en la cocina sin tocar las ideas de cada cual sobre la importancia del cocinar. Envi a Kamante a hacer prcticas en el club Muthaiga y con los cocineros de mis amigos en Nairobi en cuyas casas haba probado un plato que me gustara, y una vez realizado su aprendizaje mi propia casa se hizo famosa en la colonia por su buena mesa. Lo cual me procuraba un gran placer. Anhelaba un pblico para mi arte y me alegraba mucho cuando mis amigos venan a cenar conmigo; pero a Kamante no le importaban los elogios de nadie. Pese a ello recordaba los gustos individuales de aquellos amigos mos que venan ms a menudo a la granja. Har pescado al vino blanco para bwana Berkely Cole deca gravemente, como si estuviera hablando de un loco. l mismo te enva el vino blanco para hacer el pescado. Para conseguir la opinin de una autoridad invit a mi viejo amigo, el seor Charles Bulpett de Nairobi, a cenar conmigo. El seor Bulpett era un gran viajero de la generacin anterior, slo una generacin posterior a Phineas Fogg; haba viajado por todo el mundo y haba probado lo mejor que ste poda ofrecerle, y no se preocupaba del 22

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futuro con tal de poder disfrutar del presente. Los libros de deportes y montaismo de hace cincuenta aos hablan de sus hazaas como atleta y como montaero en Suiza y en Mxico, y hay un libro de apuestas famosas, titulado Como viene se va, en el que se lee cmo, por una apuesta, nad por el Tmesis vestido de etiqueta y con sombrero de copa pero despus, ms romnticamente, atraves nadando el Helesponto como Leandro y Lord Byron. Me senta muy contenta cuando vena a la granja para una cena tte-a-tte; se siente una felicidad especial en dar a un hombre que te gusta mucho una buena comida que t misma has cocinado. A cambio me daba buenas ideas sobre cocina y sobre otras muchas cosas en el mundo, y me dijo que jams haba cenado mejor en ningn sitio. El Prncipe de Gales me hizo el gran honor de venir a cenar a la granja y elogiarme la salsa Cumberland. Fue la nica vez que vi a Kamante escuchar con gran inters cuando repet los elogios que haba hecho de su cocina, porque los nativos tienen una idea muy elevada de los reyes y les encanta hablar sobre ellos. Muchos meses despus sinti el deseo de escuchar los elogios una vez ms y me pregunt repentinamente, como un libro de lecturas francesas: Le gust al hijo del Sultn la salsa de cerdo? La comi toda? Kamante mostraba tambin su buena voluntad hacia m fuera de la cocina. Quera ayudarme de acuerdo con sus ideas hablndome de las ventajas y peligros de la vida. Una noche, medianoche pasada, entr repentinamente en mi habitacin con una lmpara en la mano, silenciosamente, como si estuviera de guardia. Debi de ser poco despus de que viniera a mi casa por primera vez, porque era muy pequeo; se puso junto a mi cama como un oscuro murcilago extraviado en la habitacin, con sus grandes orejas desplegadas, o como un pequeo fuego fatuo africano, y con la lmpara en la mano. Msabu dijo muy solemnemente. Creo que debes levantarte. Me sent en la cama desconcertada; pens que si hubiera ocurrido algo serio sera Farah quien vendra a avisarme. Pero cuando le dije a Kamante que se marchara, no se movi. Msabu repiti, creo que debes levantarte. Creo que viene Dios. Cuando o eso me levant y le pregunt por qu lo pensaba. Me condujo solemnemente al, comedor orientado al oeste, hacia las colinas. A travs de las cristaleras de las ventanas vi un extrao fenmeno. Haba un gran incendio en las praderas y en las colinas, y la hierba arda desde la cima hasta la llanura; desde la casa era casi como una lnea vertical. Pareca como si una figura gigantesca se moviera y viniera hacia nosotros. Permanec un rato mirando con Kamante a mi lado, luego comenc a explicrselo. Mi intencin era tranquilizarlo porque cre que haba recibido un gran susto. Pero mi explicacin no pareci hacerle mucha impresin, ni para bien ni para mal; se vea claramente que pensaba que haba cumplido con su deber al llamarme. Bueno dijo, puede que sea as. Pero pens que era mejor que te levantaras en el caso de que viniera Dios. 23

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III ELSALVAJE EN LA CASA DEL EMIGRANTE

Un ao no hubo grandes lluvias. Es una experiencia terrible, tremenda, y el granjero que ha pasado por ella no la olvida jams. Aos despus, lejos de frica, en el clima hmedo de algn pas del norte, se incorporar por la noche al escuchar el ruido de una lluvia repentina, y gritar: Por fin, por fin. En los aos normales la estacin de las lluvias comienza en la ltima semana de marzo y duran hasta mediados de junio. Hasta que llegaba el tiempo de las lluvias, el mundo se iba calentando progresivamente y hacindose ms seco, febril, como en Europa antes de una gran tormenta, slo que mucho ms. Los masai, mis vecinos del otro lado del ro, en esa poca prendan fuego a las llanuras de esparto para que creciera hierba verde para su ganado con las primeras lluvias, y el aire de las praderas danzaba en un gran incendio; las largas capas grises y teidas como el arco iris del humo rodaban sobre la tierra, y el calor y el olor a quemado llegaba en oleadas al terreno cultivado como si vinieran de un horno. Nubes gigantescas se reunan y se disolvan de nuevo sobre el paisaje; una lejana llovizna pintaba una raya azul al sesgo en el horizonte. Todo el mundo pensaba lo mismo. Una tarde, justo antes de la puesta de sol, el paisaje se cerraba en torno a ti, las colinas se acercaban y adquiran un aspecto slido, expresivo en su colorido claro, azul oscuro y verde. Un par de horas despus salas y veas que haban desaparecido las estrellas y que el aire nocturno era suave, profundo y preado de beneficios. Cuando el sonido cada vez ms acelerado pasaba sobre tu cabeza, era el viento en los altos rboles del bosque, y no la lluvia. Cuando corra a lo largo de la tierra, era el viento en los arbustos y en las largas hierbas, y no la lluvia. Cuando susurraba y sonaba sobre la misma tierra, era el viento en los maizales donde sonaba de una forma tan parecida a la lluvia que te engaaba una y otra vez y hasta cierto punto te compensaba, como si estuvieras viendo una representacin de lo que deseabas, y no la lluvia. Pero cuando la tierra responda como una caja de resonancia, con un ruido frtil y profundo, y el mundo cantaba en torno tuyo, en todas las dimensiones, por encima y por debajo, esa era la lluvia. Era como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de l, como el abrazo de un amante. Pero un ao no vinieron las lluvias. Entonces fue como si el universo te diera la espalda. Empez a hacer ms fresco, incluso en algunos das hizo fro, pero no haba el menor signo de humedad en la atmsfera. Todo se volvi ms seco y ms duro, y fue como si toda la fuerza y la gracia se hubieran retirado del mundo. No es que hubiera buen tiempo o malo, sino que era la negacin de cualquier tiempo, 24

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como si se hubiera postergado sine die. Un viento sombro, como una corriente, pasaba sobre tu cabeza, desaparecan los colores de todas las cosas; desaparecan los olores de los campos y de los bos ques. Te oprima el sentimiento de haber cado en desgracia ante los grandes poderes. Al sur, las llanuras quemadas yacan negras y desoladas, listadas de cenizas grises y blancas. Cada da en que esperbamos en vano la lluvia las perspectivas y expectativas de la granja iban disminuyendo, hasta que desaparecan. Arar, podar y plantar en los ltimos meses resultaron trabajos de insensatos. El trabajo de la granja se haca cada vez con mayor lentitud y, finalmente, se acab. En las llanuras y en las colinas se secaron las charcas y muchas nuevas clases de patos y gansos venan a mi estanque. Al estanque, en el lmite de la granja, las cebras venan a primera hora de la maana y a la puesta del sol, a beber, en largas filas de doscientas o trescientas, y los potrillas caminaban junto a las yeguas y no sentan miedo de m cuando cabalgaba entre ellas. Pero intentbamos echadas de nuestra tierra por el bien de nuestro ganado, porque cada vez haba menos agua en el estanque. Pero, con todo, era un placer bajar hasta all, donde los juncos que crecan en el barro formaban una mancha verde en un paisaje pardo. Los nativos se volvan silenciosos con la sequa, no poda sacarles ni una palabra de lo que pensaban, aunque sin duda comprendan mejor los signos del tiempo que nosotros. Se jugaban la propia existencia; para ellos no era algo inslito y tampoco lo haba sido para sus padres perder las nueve dcimas partes de su ganado en los grandes aos de sequa. Sus shambas estaban secas, con unas cuantas plantas de boniato y de maz cadas y marchitas. Despus de un cierto tiempo aprend a comportarme como ellos y dej de hablar de los tiempos difciles o a quejarme como una persona desdichada. Pero yo era una europea y no haba vivido el tiempo suficiente en el pas como para adquirir la absoluta pasividad de los nativos, como hacen algunos europeos que llevan muchos decenios en frica. Yo era joven y por instinto de conservacin tena que concentrar mis energas en algo si no quera dejarme arrastrar como el polvo de los caminos de la granja o el humo en la llanura. Por las tardes comenc a escribir cuentos de hadas y relatos fantsticos que me llevaban lejos, a otros pases y a otros tiempos. Haba contado alguno de aquellos cuentos a un amigo cuando vena a visitar la granja. Cuando me levantaba y sala, afuera soplaba un viento insoportable, el cielo estaba despejado y engarzado de millones de duras estrellas; todo estaba seco. Al principio escriba nicamente por las tardes, pero despus empec a escribir tambin por las maanas, cuando tena que estar fuera, en la granja. Era difcil, all fuera, decidir si debamos arar de nuevo los maizales y plantar una segunda vez, o si debamos arrancar los granos marchitos de caf de las plantas para salvadas o no. Retrasaba las decisiones de un da para otro. 25

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Sola sentarme y escribir en el comedor, con papeles esparcidos por toda la mesa, porque tena que hacer las cuentas y los presupuestos de la granja, entre mis relatos y las notitas desoladas del administrador, a las que tena que contestar. Mis sirvientes me preguntaban qu haca; cuando les dije que estaba intentando escribir un libro lo consideraron como el ltimo intento de salvar la granja en los malos tiempos y se interesaron. Luego me preguntaban cmo iba mi libro. Entraban y permanecan largo rato mirndome trabajar, y como sus cabezas eran de un color muy parecido al de la madera de las paredes, por la noche tena la sensacin de estar en compaa de batas blancas, con las espaldas apoyadas en la pared. Mi comedor se orientaba hacia occidente y haba tres largas ventanas que se abran sobre una terraza pavimentada, el prado y el bosque. La tierra formaba una pendiente que bajaba hacia el ro, que era el lmite entre los masai y yo. No se poda ver el ro desde la casa, pero s seguir su serpenteante curso por la silueta de las grandes acacias verde oscuro que corran a lo largo de l. Al otro lado se alzaba de nuevo la tierra cubierta de bosques y ms all estaban las verdes llanuras que llegaban hasta el pie de las colinas de Ngong. Y si mi fe fuera tan fuerte que moviera las montaas, esa sera la montaa que hara venir hacia m. El viento soplaba del este: las puertas del comedor, a sotavento, estaban siempre abiertas, y por esa razn el lado occidental de la casa gustaba mucho a los nativos; se reunan all para saber qu pasaba dentro. Por esa misma razn los pastorcillos nativos traan sus cabras y las hacan pastar en el prado. Esos chiquillos, que vagaban por la granja apacentando los rebaos de cabras y de ovejas de sus padres y buscando pastos, formaban una especie de vnculo entre la vida de mi civilizada casa y la vida salvaje. Mis sirvientes no se fiaban de ellos y no les gustaba verlos entrar y salir de las habitaciones, pero aquellos nios sentan verdadero amor y entusiasmo por la civilizacin; para ellos no encerraba ningn peligro, porque podan dejarla cuando quisieran. El smbolo central de la civilizacin era un viejo reloj de cuco alemn colgado en el comedor. Un reloj era un objeto de lujo en las tierras altas africanas. Durante todo el ao podas saber la hora por la posicin del sol, y como no tenas que preocuparte por los ferrocarriles y podas organizar tu vida en la granja segn tus propios deseos, el reloj no tena importancia. Pero era un reloj muy bonito. El cuco daba la hora con una voz clara e insolente mientras se abra una puertecilla de par en par, que estaba rodeada por un ramillete de rosas. Su aparicin fascinaba a los muchachos de la granja. Mirando la posicin del sol saban con precisin el momento del toque de medioda y a las doce menos cuarto se les vea acercarse a la casa por todos los lados tras los rabos de sus cabras, que no se atrevan a abandonar. Las cabezas de los chicos y de las cabras flotaban entre los arbustos y las largas hierbas del bosque como las cabezas de las ranas en un estanque. Dejaban sus rebaos en el prado y entraban descalzos, sin hacer 26

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ruido; los mayores tenan unos diez aos y los ms pequeos, dos. Se portaban muy bien, siguiendo un ceremonial inventado por ellos mismos, que consista en lo siguiente: podan circular libremente por la casa con tal de que no tocaran nada, ni se sentaran, ni hablaran al menos que alguien les dirigiera la palabra. Cuando el cuco se disparaba hacia ellos un gran movimiento de xtasis y de risas reprimidas recorra el grupo. Tambin ocurra a veces que un pastorcillo muy pequeo, que no senta ninguna responsabilidad con respecto a sus cabras, volva muy temprano y permaneca durante un largo rato ante el reloj, ya cerrado y silencioso, y se diriga a l en kikuyu, con un lento sonsonete, declarndole su amor, y luego se marchaba con toda solemnidad. Mis sirvientes se rean de los pastorcillos y me confiaban que los nios eran tan ignorantes que crean que el cuco estaba vivo. Luego eran mis propios sirvientes quienes venan a ver el funcionamiento de la mquina de escribir. A veces Kamante se quedaba apoyado en la pared durante una hora por la tarde, sus ojos corran de un lado a otro como gotas oscuras bajo los prpados, como si intentara aprender cmo funcionaba la mquina de escribir, para luego armada y desarmada. Una noche, al levantar la vista, me encontr con aquellos ojos profundos y atentos, y al cabo de un momento me dijo: Msabu, crees que t misma puedes escribir un libro? Le respond que no lo saba. Para figurarse una conversacin con Kamante hay que imaginarse una pausa larga y grvida antes de cada frase, como si tuviera una profunda responsabilidad. Todos los nativos son maestros en el arte de las pausas y de este modo dan perspectiva a una discusin. Kamante hizo una pausa as, y luego dijo: Yo no lo creo. Yo no tena a nadie con quien hablar de mi libro; as que dej a un lado mi papel y le pregunt por qu no. Descubr que haba estado pensado en aquella conversacin previamente y que se haba preparado para ella; tena detrs suyo la mismsima Odisea y la deposit sobre la mesa. Mira, Msabu dijo, este es un buen libro. Est unido de un extremo a otro. Hasta si lo levantas y lo sacudes con fuerza no se hace pedazos. El hombre que lo ha escrito es muy listo. Pero lo que escribes prosigui con una mezcla de desprecio y de amable compasin est un poco ah y otro poco all. Cuando la gente se olvida de cerrar la puerta, el viento lo mueve, se cae al suelo y entonces te enfadas. No ser un buen libro. Le expliqu que en Europa lo juntaran todo. Tu libro ser tan pesado como ste? pregunt Kamante sopesando la Odisea. Cuando vio que yo vacilaba me lo dio para que pudiera juzgar por m misma. No le dije, no lo ser, pero hay otros libros en la biblioteca, como t sabes, que son ms ligeros. 27

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Y tan duro? pregunt. Le dije que era caro hacer un libro tan duro. Permaneci durante un tiempo en silencio y luego expres mayores esperanzas hacia mi libro, y quiz algn arrepentimiento de sus dudas, recogiendo las pginas esparcidas por el suelo y colocndolas sobre la mesa. Aunque no se march; sino que permaneci junto a la mesa. Despus de un rato me pregunt muy serio: Msabu, qu hay en los libros? Como ejemplo le cont la historia de la Odisea, del hroe y de Polifemo, de cmo Ulises se llam a s mismo Nadie, cmo le arranc su ojo a Polifemo, y cmo se escap sujeto a la barriga de un cordero. Kamante me escuch con gran atencin y expres su opinin de que el carnero deba de ser de la misma raza que las ovejas del seor Long, de Elmentaita, que haba visto en una exposicin de ganado en Nairobi. Volvi a Polifemo y me pregunt si haba sido negro como los kikuyus. Cuando le dije que no, quiso saber si Ulises era de mi tribu o familia. Cmo me pregunt dijo la palabra Nadie en su propia lengua? Dime. Dijo Outis le contest. Se llam a s mismo Outis, que en su lengua significa Nadie. Tienes que escribir sobre lo mismo? me pregunt. No le dije. La gente puede escribir sobre lo que quiera. Quiz escriba sobre ti. Kamante, que se haba mostrado muy abierto en el curso de la conversacin, se cerr sbitamente de nuevo, se mir a s mismo y me pregunt en voz baja de qu parte de l me gustara escribir. Tal vez escriba de cuando estabas enfermo y estabas con las ovejas en la pradera dije. Qu pensabas entonces? Sus ojos iban de un lado a otro de la habitacin; por fin dijo vagamente: Sejui. No s. Tenas miedo? le pregunt. Despus de una pausa: S dijo con firmeza. Todos los chicos en la pradera lo tienen alguna vez. De qu tenas miedo? le pregunt. Kamante se mantuvo en silencio durante un ratito, su rostro adquiri una expresin de sosiego y seriedad, sus ojos miraron dentro de s. Luego me mir con una mueca ligeramente burlona. Ve Outis dijo. Los chicos en la pradera tienen miedo de Outis. Unos das ms tarde o cmo Kamante le explicaba a los otros sirvientes que en Europa el libro que yo estaba escribiendo poda ser pegado y que con un costo muy grande lo haran tan duro como la Odisea, que les ense de nuevo. Sin embargo, pensaba que no poda ser azul. Kamante posea una facultad especial que le result muy til en mi 28

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casa. Poda, me parece, llorar cuando quera. Si le rea en serio se mantena erguido ante m y me miraba a la cara con aquella vigilante y profunda tristeza que adquieren de pronto los rostros de los nativos; luego sus ojos se llenaban de lgrimas que lentamente, de una en una, se derramaban por sus mejillas. Saba que eran simplemente lgrimas de cocodrilo y en otras personas no me hubieran afectado. Pero con Kamante era diferente. Su rostro chato e inexpresivo, en estas ocasiones se sumerga en el mundo de oscuridad e infinita soledad donde haba vivido tantos aos. Aquellas lgrimas pesadas y silenciosas se parecan a las que derramaba cuando era un chiquillo en la pradera, rodeado por sus ovejas. Me hacan sentirme incmoda y le daban a los pecados por los que le rea un aspecto diferente, insignificante as que no quera seguir hablando de ellos. En cierto modo era desmoralizante. Sigo creyendo que debido a la fuerza de la autntica comprensin humana que exista entre nosotros, Kamante saba dentro de su corazn que yo conoca lo que haba tras sus lgrimas de contricin y no las tomaba por ms de lo que eran para l no eran ms que una ceremonia que se deba a los altos poderes, y no un intento de engao. Con frecuencia hablaba de s mismo como cristiano. Yo no s qu ideas vinculaba a ese nombre y una o dos veces intent catequizarle, pero l me explic luego que crea lo que crea yo, y puesto que yo tena que saber lo que crea, no tena ningn sentido que le hiciera a l preguntas. Me di cuenta que era ms que una evasin, que era a su modo un programa positivo o una profesin de fe. Se haba entregado al Dios de los blancos. A su servicio estaba dispuesto a cumplir cualquier orden, pero no vea por qu tena que dar las razones de una forma de actuar que poda ser tan irracional como la de los propios blancos. A veces suceda que mi comportamiento chocaba con las enseanzas de la Misin escocesa donde le haban convertido; entonces me preguntaba qu era lo justo. La carencia de prejuicios en los nativos es algo que te resulta llamativo porque esperas encontrar siempre oscuros tabes en la gente primitiva. Se debe, supongo, a su trato con una variedad de razas y tribus y al intenso intercambio humano que ha habido en el frica oriental, primero con los antiguos comerciantes de marfil y de esclavos y, en nuestros das, con los colonos y cazadores. Casi todos los nativos, hasta los pastorcillos de las praderas, se han encontrado alguna vez con una amplia gama de naciones tan diferentes entre s y de ellos mismos, como un siciliano de un esquimal: ingleses, judos, boers, rabes, indios, somales, swaheli, masai y kavirondo. En cuanto a la aceptacin de ideas, el nativo es mucho ms hombre de mundo que los colonos de los suburbios o provincianos, o que los misioneros, que se han desenvuelto en una comunidad uniforme y de ideas estables. Muchos de los malentendidos entre los blancos y los nativos tienen ah su origen. Es una experiencia alarmante que tu persona represente a la 29

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cristiandad para los nativos. Haba un joven kikuyu llamado Kitau, que proceda de la reserva kikuyu, al que tom como sirviente. Era un muchacho reflexivo, observador y un competente sirviente, as que estaba contenta con l. Al cabo de tres meses un da me pidi que le diera una carta de recomendacin para mi viejo amigo el jeque Al bin Salim, el Lewali de la costa, en Mombassa, porque lo haba visto en casa y quera ir all y trabajar para l. Yo no quera que Kitau se fuera cuando ya haba aprendido el trabajo de la casa y le dije que prefera aumentarle el sueldo. Me dijo que no. No se iba en busca de una paga ms alta, pero no poda quedarse. Me cont que haba decidido en la reserva convertirse en cristiano o en mahometano, pero que no saba an. Por esa razn haba trabajado para m, porque yo era cristiana y haba permanecido tres meses en mi casa para ver las testurde las maneras y costumbres de los cristianos. Desde aqu se ira tres meses con el jeque Al en Mombassa para estudiar las testurde de los mahometanos; luego decidira. Creo que hasta un arzobispo hubiera dicho, o al menos hubiera pensado, lo mismo que yo dije ante su conducta: Dios mo, Kitau, podas habrmelo dicho cuando viniste. Los mahometanos no pueden tomar carne de ningn animal si no ha sido degollado por otro mahometano de manera ortodoxa. Con frecuencia eso es origen de problemas en un safari, donde llevas pocas provisiones, y dependes de la caza que consigas para tus sirvientes. Cuando disparas a un kongoni y se cae, tus mahometanos corren hacia l, como si tuvieran alas, para llegar a tiempo de cortarle el cuello antes de que muera y entonces permaneces mirando impaciente, con ojos inquietos, porque si se quedan con los brazos colgando y la cabeza gacha quiere decir que el kongoni ha muerto antes de que pudieran llegar, y tendrs que cazar otro o tus porteadores de rifles no comern. En una ocasin, a principios de la guerra, iba a salir con mis carros de bueyes, y la noche anterior me encontr con el jerife mahometano en Kijabe; le pregunt si no podra dispensar de la ley a mi gente mientras durara el safari. El jerife era un hombre joven, pero prudente, y habl con Farah e Ismail, y luego se pronunci: Esta seora es discpula de Jesucristo. Cuando dispare su rifle dir, o al menos lo dir en su corazn: En el nombre de Dios, lo que har que las balas equivalgan al cuchillo del mahometano ortodoxo. Durante todo ese viaje podris tomar la carne de los animales que ella mate. El prestigio de la religin cristiana en frica se debilita por la intolerancia que las Iglesias cristianas muestran entre s. Siempre que estaba en frica en Navidad sola ir a la Misin francesa para or la Misa del Gallo. Generalmente en esa poca del ao haca calor; mientras atravesabas conduciendo la plantacin de acacias escuchabas el campaneo de la torre de la Misin en el aire lmpido y 30

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caluroso. Cuando llegabas la iglesia estaba rodeaba por una alegre y bulliciosa multitud, all estaban los tenderos italianos y franceses de Nairobi con las monjas de la escuela del convento y la congregacin nativa vestida con chillones ropajes