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ARTÍCULO Violencia fundante, memorias de la Dictadura y políticas del reconocimiento RICARDO SALAS Universidad Católica de Temuco-Chile Doctor en Filosofía Resumen Este artículo elabora una tesis filosófica acerca de la vio- lencia fundante de los procesos políticos latinoamerica- nos; y por ello, no pretende constituir un planteo directo acerca de la Dictadura militar, en otras palabras, elabo- ramos una hipótesis general acerca de la “violencia fun- dante” de las sociedades conformadas en América Latina, aludiendo a muchos hechos de fuerza que acontecieron en esos duros 17 años, vividos por la sociedad chilena —muchos años más en otras versiones latinoamericanas. Este trasfondo permite entender, a partir de una fenome- nología histórica, las violencias y crueldades derivadas de la Dictadura chilena. La principal idea que subyace es que el Golpe Militar de 1973 no es un hecho violento azaroso ni un fenómeno nuevo, sino que es parte de una permanente “lógica de la negación” presente en nuestra sociedad chilena, que ha marcado el espacio-tiempo de la sociabilidad nuestra. Es por esto, que refiere tanto a una cuestión ligada con la memoria de larga y corta duración, como con la reparación de las víctimas, lo que es parte de una política del reconocimiento. De este modo, es necesa- rio proponer una mirada filosófica de la violencia fundan- te de la política, en contraposición a lo político. Palabras clave: Violencia - política - reconocimiento - víctimas. Abstract This article develops a philosophical thesis about foundational violence on Latin American political processes, and therefore is not a direct approach about the military dictatorship, in other words, we propose a general hypothesis about the “founding vio- lence” formed societies in Latin America, and deter- mines many violent situations that occurred in those hard 17 years experienced by the Chilean society and many more in other Latin American versions. This background allows to understand, from a historical phenomenology, the resulting violence and cruelty of the Chilean dictatorship. The main idea underlying is that the 1973 military coup is not a random violent act or a new phenomenon, but it is part of an ongo- ing “logic of negation” present in Chilean society, which has marked the space-time of our sociability, and therefore refers both to a question connected with memory in both long and short terms, and to the reparation of victims that is part of recognition poli- tics. Thus, it is necessary to propose a philosophical view of the founding of political violence, as opposed to the political. Key words: Violence - Politics - Recognition - Victims.

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  • ART

    CULO

    Violencia fundante, memorias de la Dictaduray polticas del reconocimiento

    RICARDO SALASUniversidad Catlica de Temuco-ChileDoctor en Filosofa

    Resumen

    Este artculo elabora una tesis filosfica acerca de la vio-lencia fundante de los procesos polticos latinoamerica-nos; y por ello, no pretende constituir un planteo directo acerca de la Dictadura militar, en otras palabras, elabo-ramos una hiptesis general acerca de la violencia fun-dante de las sociedades conformadas en Amrica Latina, aludiendo a muchos hechos de fuerza que acontecieron en esos duros 17 aos, vividos por la sociedad chilena muchos aos ms en otras versiones latinoamericanas. Este trasfondo permite entender, a partir de una fenome-nologa histrica, las violencias y crueldades derivadas de la Dictadura chilena. La principal idea que subyace es que el Golpe Militar de 1973 no es un hecho violento azaroso ni un fenmeno nuevo, sino que es parte de una permanente lgica de la negacin presente en nuestra sociedad chilena, que ha marcado el espacio-tiempo de la sociabilidad nuestra. Es por esto, que refiere tanto a una cuestin ligada con la memoria de larga y corta duracin, como con la reparacin de las vctimas, lo que es parte de una poltica del reconocimiento. De este modo, es necesa-rio proponer una mirada filosfica de la violencia fundan-te de la poltica, en contraposicin a lo poltico.

    Palabras clave: Violencia - poltica - reconocimiento - vctimas.

    Abstract

    This article develops a philosophical thesis about foundational violence on Latin American political processes, and therefore is not a direct approach about the military dictatorship, in other words, we propose a general hypothesis about the founding vio-lence formed societies in Latin America, and deter-mines many violent situations that occurred in those hard 17 years experienced by the Chilean society and many more in other Latin American versions. This background allows to understand, from a historical phenomenology, the resulting violence and cruelty of the Chilean dictatorship. The main idea underlying is that the 1973 military coup is not a random violent act or a new phenomenon, but it is part of an ongo-ing logic of negation present in Chilean society, which has marked the space-time of our sociability, and therefore refers both to a question connected with memory in both long and short terms, and to the reparation of victims that is part of recognition poli-tics. Thus, it is necessary to propose a philosophical view of the founding of political violence, as opposed to the political.

    Key words: Violence - Politics - Recognition - Victims.

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    ISSN 0718-9524

    LA CAADA N4 (2013): 232-255

    Violencia fundante, memorias de la Dictaduray polticas del reconocimiento1

    RICARDO SALAS

    1. Prlogo

    La propuesta de pensar la Dictadura chilena en el marco de una violencia fundante, que atraviesa la sociedad chilena y a las sociedades latinoamericanas, no busca justificar de ningn modo un cierto determinismo histrico de lo que sera la facticidad del poder militar o armado como algo inevitable o necesario en la definicin del poder, sino que se trata de esbozar una urdimbre filosfica que logra aprehender los hechos polticos a partir de una lgica de la violencia, y que en el caso especfico de este trabajo, recorre tres principales figuras del poder definido por las peripecias de la violencia estructural en tierras americanas. Nos referimos a la violencia del Conquistador, a la violencia inde-pendentista propia de los nacientes Estados, y sus guerras posteriores, y a la violencia estatal contra civiles, definida por la Doctrina de la Seguridad Nacional.

    1 Este trabajo se enmarca en el Proyecto Fondecyt del que soy investigador res-ponsable, N 1120701: Teoras contem-porneas del reconocimiento.

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    En este sentido, se trata de asumir una larga historia de guerras, horrores y asesi-

    natos asociados a la constitucin de poderes muy diversos, cuyas consecuencias trgicas

    las han vivido los sujetos y las comunidades de vida hasta el da de hoy. La nuestra, es

    una historia que esconde las marcas definidas por la permanente recomposicin de los

    poderes fcticos, donde el poder militar chileno ha tenido un papel preponderante, tal

    como se manifiesta en el imaginario de ser un Flandes Indiano, o bien en un ejrcito

    vencedor y jams vencido. La militarizacin de la sociedad colonial y del naciente pas

    republicano es un hecho decisivo, que ha tenido un papel en la democracia en Chile. No

    somos, entonces, los chilenos una excepcin, como se ha pretendido en ciertas historio-

    grafas, sino que, en nuestro caso, el Estado fuerte est ms asociado a la violencia y al

    poder de las lites, siendo igualmente parte de aquellas sociedades a-simtricas con-

    figuradas por la violencia del poder. Por ello, la violencia no resulta algo espordico o

    casual en la configuracin sociolgica de cmo se resuelven las controversias. Esto nos

    permite aludir al controvertido y emblemtico lema de nuestra patria chilena: Por la

    razn o la fuerza.

    Ahora bien, tampoco se trata de hacer de la vida poltica un simple resultado de

    la violencia y caer en una cierta seduccin de la violencia, que ha caracterizado cierta

    intelectualidad de la izquierda europea. Al hablar de una violencia fundante quere-

    mos indicar algo sealado por el pensamiento poltico actual que existe algo ambi-

    guo e invisible en el poder poltico de lo que uno puede observar en algunos trazos

    heterogneos y a-simtricos de su expresin en ciertos momentos de la trama histrica

    de nuestras naciones y por el cual debe ser asumido este momento de irrupcin de la

    facticidad. Existe, por lo tanto, una permanente tensin entre idealidad y realidad que

    constituye lo propio de una Filosofa Poltica contextualizada.

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    Esta tensin constituir una parte del anlisis histrico de nuestra trama poltica

    concreta. Sin embargo, aqu se propone como una sugerencia metodolgica: no con-

    centrarse en tales procesos empricos sometidos a disciplinas cientficas la Historia, la

    Ciencia Poltica, la Sociologa, etc., sino al desarrollo de una fenomenologa del poder

    que d cuenta de una estructura de la sociabilidad, v.g. En efecto, lo que aqu nos interesa

    es analizar la violencia y el poder manteniendo una permanente ambigedad entre los

    hechos y las idealidades. Veremos aqu slo algunos rasgos de estas tres figuras de la vio-

    lencia oscilante de lo poltico y de la poltica en contexto latinoamericano. Se trata de la

    figuras que ya hemos caracterizado en otros trabajos y que hemos caracterizado como: la

    Invasin de Indo-Amrica y el trauma de la conquista; Civilizacin-Barbarie y la lucha de

    la nacionalidad; y la defensa del Estado occidental junto con la lucha anti-insurgencia.2

    2. Pensando la Violencia fundante y la autonoma de lo poltico

    Las ideas principales que queremos explorar aqu se derivan de un planteo explcita-

    mente poltico de la teora del reconocimiento, el que es parte de la actuales vetas de

    la investigacin filosfica, que se preocupan no slo del modo en que se definen las re-

    laciones de igualdad y diferencia, sino cmo se establecen las formas de humillacin y

    exclusin que estructuran las relaciones sociales. Para una teora filosfica del reconoci-

    miento, al menos si se considera la propuesta de A. Honneth, las relaciones de encuen-

    tro y de desencuentro se hallan en esferas diferenciadas como el amor, el derecho y la

    solidaridad. La violencia establecida aparece as en lo cotidiano, lo jurdico y lo econ-

    mico. En este sentido, el propsito especfico que recorre este trabajo es explicar cmo

    el enorme movimiento represivo llevado adelante desde el Golpe Militar en estas tres

    2 Cfr.: mis trabajos: Salas, Ricardo, Filosofa intercultural. Polticas del Reconocimiento y Violencia inter-t-nica en Tierras Mapuches (Chile), en G. Meinhardt (org.) Ateridade Peregrina, So Leopold: Nova Harmonia-OIKOS Editora, 2008, pp. 96-106, y Para pensar tpicos e temporalidades do en-contro-desencontro na filosofia inter-cultural, in J. Pizzi, Pensamento critico IV: Mundo da vida, Interculturalidade e Educao, Pelotas: Ediciones UFP, 2012, pp. 119-38.

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    esferas, no slo se ensa con ciertos sujetos: los militantes de los partidos y lderes de

    movimientos sociales, que propugnaron una profundizacin de la democracia en Chile,

    sino con civiles inocentes y con el conjunto de la sociedad chilena.

    La Dictadura militar chilena es parte entonces de una profunda patologa de la

    razn poltica, que se expres concretamente en el desprecio por la vida, la humillacin

    de las personas y la violacin sistemtica de los Derechos Humanos, con el apoyo silen-

    cioso de una mayora que profitaba de este disciplinamiento de la sociedad. La negacin

    del otro y el apremio fsico y psquico, se volvieron una constante en la vida social chilena

    constituyndose como una prctica represiva que fue tolerada y aceptada por todas las

    elites econmicas. Estos graves hechos de violencia generaron una cultura del silencio,

    de la aceptacin de los arbitrios y de un descrdito del imaginario de la lucha social, que

    muy pocos sectores de la sociedad chilena intentan cuestionar.

    Esta preocupacin actual por pensar la violencia poltica prolonga, de algn

    modo, una hiptesis anterior donde analizamos el fenmeno de las animitas a partir

    de la nocin de violencia en el mundo popular. Aqu desarrollbamos en parte la idea de

    R. Girard sobre la violencia como parte central para comprender la forma de concebir lo

    sagrado de los pobladores y de los campesinos pobres.3 En esta revisin de la hiptesis

    queremos avanzar en una formulacin mucho ms apropiada a la Filosofa Poltica y, en

    este sentido, buscamos explorar la idea de que la violencia no slo atae al mundo de lo

    sagrado popular, sino que refiere a todo lo que atae a las estructuras e instituciones del

    mundo profano del poder, i.e., al mundo socio-poltico y socio-cultural en que se desen-

    vuelven las relaciones en el mundo cotidiano.

    Nos interesa sobre todo demostrar, siguiendo a Paul Ricoeur en su clebre artcu-

    lo La Paradoja de la Poltica, que no pueden entenderse los fenmenos polticos utili-

    zando la nomenclatura existente, y que es menester distinguir con claridad lo poltico, y 3 Cfr.: mi libro Lo Sagrado y lo Humano,

    Santiago: San Pablo, 1996, p. 62.

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    lo que es la poltica; es decir, uno que refiere a la idealidad del poder, y la otra que refiere

    a su momento fctico. Un estudioso del tema nos seala al respecto: A despecho de toda

    racionalidad, siempre permanece dentro del Estado una violencia residual incorporada,

    por as decirlo, por la autoridad a la cual se le garantiza la capacidad de decisin. Y es a

    partir de estos rastros violentos que pueden surgir nuevos estallidos de violencia, los

    cuales se inscriben en la estructura misma de lo poltico.4

    En otras palabras, queremos demostrar que la violencia sistemtica, que surge

    desde el inicio del Golpe Militar, hace 40 aos, y que conduce a las instituciones del

    mismo Estado a menospreciar sistemticamente la vida humana y los derechos de sus

    ciudadanos, no debe ser referida slo a una orquestacin que viene desde el exterior o a

    la demonizacin de los agentes individuales que tuvieran papel preponderante en esta

    guerra sucia, sino que refiere a un tipo de poder ya constituido y de violencia estruc-

    tural ya instalada previamente en el Estado. Si existe un lazo que une la violencia an-

    cestral que estudiamos con el imaginario de la sacralidad popular y la violencia poltica

    de la sociedad chilena post-golpe, es que ella es un fenmeno constitutivo que afecta a

    todos los seres humanos en sus relaciones objetivas y subjetivas: no hay posibilidades

    de escaparse de la violencia. La violencia que activa el Estado, dirigido por los lderes

    castrenses, no queda reducida al terreno de las fuerzas militares y a sus aparatos de

    represin, sino que se entroniza en el seno de la sociedad chilena: es una violencia que

    se traspasa al conjunto del modelo econmico, y que hace de la violencia cotidiana un

    elemento constituyente en la sociedad chilena.

    Es clave recoger la distincin presente en el pensar poltico contemporneo, pre-

    cisando el orden de lo poltico y el de la Poltica, ya que permite definir la autonoma del

    orden poltico en relacin a otras esferas de la vida social, permitiendo, asimismo, acla-

    rar la profunda crisis poltica de la Democracia en el pas.5 Aunque exista esa dimensin

    4 Marchant O., El pensamiento poltico pos-fundacional, Buenos Aires: FCE, 2009, p. 57.

    5 Cfr.: los textos de . Balibar, Violencias, identidades y civilidad, Barcelona, Gedisa, 2005; Z. Bauman, (2001) En busca de la poltica, Buenos Aires, FCE, 2001 y J.M. Ferry, Les puissances de lexprience, Paris: Cerf, 1991, 2 tomes. Asimismo: Del autoritarismo y la in-terminable transicin: notas sobre la discusin de la democracia en Chile, en Revista de Ciencia Poltica de la UN de Colombia, N 7, 2009, pp. 89-112. En co-autora con Pablo Salvat Bologna.

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    razonable del poder en la que crey una parte importante de los que propugnaron el

    cambio social y la radicalizacin de la democracia en Chile; al mismo tiempo, co-existan

    poderes fcticos que no se regan por los mecanismos institucionales de la propia demo-

    cracia. Es preciso, para entender la tensin de la democracia chilena, entenderla a partir

    de esta oscilacin, por la que la razn poltica y los poderes fcticos configuran esta pro-

    funda ambigedad que sigue presente en la sociedad actual y que tiene consecuencias

    dramticas para muchas sociedades latinoamericanas. Por ello, lo que se vuelve central

    en este anlisis es precisar el sentido en que la violencia se vuelve constituyente de la

    dimensin poltica. Pero no se trata de una violencia subjetiva que aparece determinada

    por la categora de la reflexividad y de la crtica, inherente a los sujetos y las comuni-

    dades de vida que tienen un protagonismo definido, sino a las formas de la violencia

    objetiva, como lo indica Zizek.6

    Estas ideas acerca de una violencia fundante de lo poltico necesitan ser estudia-

    das en paralelo por una fenomenologa de la memoria que site al poder en una din-

    mica histrica, quedando instalada en el recuerdo de las vctimas, de los sobrevivientes

    y de los que resguardan esta presencia de la heterognea configuracin de la violencia.

    Por ello, la permanente imposicin de unos grupos dominantes por otros, constituye

    de algn modo el sufrimiento social, quedando de la destruccin del enemigo interno

    la permanente interpelacin. La memoria del sufrimiento social es una tnica perma-

    nente de los procesos de construccin y destruccin de las formas de convivencia post-

    dictadura. En un sentido amplio, se trata de elaborar una fenomenologa que recupere

    el desenvolvimiento temporal y espacial de los poderes de la facticidad, principalmente

    desde la llegada masiva de los conquistadores al continente, en el pasado lejano, hasta

    los nuevos y sofisticados dominadores de la globalidad.

    6 Nos referimos en especial a las tesis ela-boradas en: S. Zizek, Sobre la violencia, Barcelona: Paidos, 2009.

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    Me parece que la obra de Fornet-Betancourt Crtica intercultural del pensamien-

    to latinoamericano, ha explicitado una serie de observaciones acerca de este carcter

    fundante de la poltica latinoamericana, a partir de la fecha simblica de 1492. No

    se pueden exponer aqu las aristas del debate, pero el resultado permite pensar que la

    gran propuesta poltica de los procesos de liberacin exige obligatoriamente un pensa-

    miento crtico donde se plantea la cuestin de la visibilizacin efectiva de los poderes

    fcticos contextualizados, que vincula la violencia socio-cultural con las memorias socio-

    polticas. Se trata de avanzar en una recuperacin de las memorias y dar plena cabida

    a la fuerza de las resistencias socioculturales y polticas basadas en un proyecto nuevo

    nuestroamericano.7

    Tal cuestin empuja la reflexin directamente hacia una comprensin crtica del

    terreno donde se instala una teora de la ambigedad de lo poltico, donde resulta pre-

    ciso interrogarse por la cuestin del modo en que se avanza en un tipo de poder libera-

    dor al alero de sociedades asimtricas, que contempla el vnculo de dominacin y los

    contextos culturales, lo que implica salir del terreno, de un cierto modo pacfico, de la

    tica intercultural, para entrar en la beligerante y compleja temtica de la dominacin

    como parte esencial del protagonismo de una accin contextualizada, considerando,

    por cierto, el necesario camino en pos de avanzar hacia una cultura de la emancipacin.

    Esta clave poltica es la nica que permite definir procesos de hetero-reconocimientos

    de sujetos y colectividades que han sido negados en su protagonismo. Para decirlo nue-

    vamente, al destacar el papel de una violencia fundante no lo hacemos para consolidar

    una cultura del inmovilismo ni menos del derrotismo; se trata, en cambio, de compren-

    der esta historia violenta para desfundamentar una visin ingenua de estos procesos

    vividos y sufridos, de modo que se hace necesario destacar estas tres figuras bsicas de

    la violencia histrica, para lograr avanzar en las posibilidades de una Poltica limitada.

    7 Cfr. la propuesta de R. Fornet-Betancourt, La transformacin intercul-tural de la filosofa, Bilbao: Descle de Brouwer, 2003.

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    3. Reconstruyendo la historia del poder y la memoria de las vctimas

    Por todas las referencias sealadas, consideramos que una perspectiva poltica de la vio-

    lencia fundante de la sociedad chilena y latinoamericana necesita avanzar de otro modo,

    ms all de lo que se ha denominado en el contexto anglosajn: poltica del reconoci-

    miento, ya que requiere asumir como una cuestin central la permanente dialctica de

    la negacin del otro, que se ha expresado en la diversidad de formas violentas y destructi-

    vas que configuraron las estructuraciones fcticas del poder que dieron origen a las socie-

    dades coloniales, y que mantuvieron dicha estructuracin en el periodo republicano. Se

    podra decir que el modo de construir el poder en la expansin de los imperios europeos

    desde el siglo XVI, se mantuvo, en buena parte, en la estructura poltica que caracteriza

    a las oligarquas durante el siglo XIX. En efecto, la reconstruccin del poder postindepen-

    dencia en Amrica Latina no cambi radicalmente la composicin del poder, de tal suerte

    que muchos sectores de la vida social continuaron siendo denostados y humillados, sin

    el debido reconocimiento. Esa fue la suerte de los indgenas, de los campesinos y de los

    afrodescendientes, de modo que no es exagerado indicar que tales procesos de discrimi-

    nacin siguen sacudiendo y aquejando a las sociedades desde hace cinco siglos, negando

    el valor y dignidad de todos los hombres y mujeres en tanto seres humanos, y como comu-

    nidades histricas enteras. No es exagerado entonces sealar que existe una conexin

    estructural de una facticidad del poder asociada a las elites que derivan sus prcticas de la

    violencia a partir de la que fundaron los Imperios coloniales, y que les llevaron a recons-

    truir las Naciones acorde a sus propias ideologas, que se mantuvieron obsecuentes en el

    orden dictatorial del Estado definido por la Ideologa de la Seguridad Nacional.

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    Esta permanente recomposicin del poder fctico en sociedades a-simtricas exi-

    ge reconfigurar una ptica histrica de la dominacin violenta, no como algo espor-

    dico o casual en la vida poltica de nuestros pueblos, sino de lo que denominamos una

    violencia fundante que define el carcter heterogneo y a-simtrico de la permanente

    construccin poltica de las instituciones latinoamericanas, donde se han definido las

    estructuras del nosotros y de los otros, de los nacionales y de los extranjeros y de los ami-

    gos y enemigos en base a un grupo selecto de grupos familiares que tienen las riendas

    del poder. Tal como ya lo indicamos, nos concentraremos en tres hitos de algn modo

    prototpicos no como procesos histricos sometidos a la explicacin de una disciplina

    cientfica, sino como figuras de una fenomenologa del poder y de la violencia, que

    sirven como base para estudiar la heterognea configuracin de lo poltico y la poltica

    latinoamericana. Esta configuracin ha sido histricamente definida por la violencia

    hacia los denominados brbaros, por la imposicin de unos grupos dominantes sobre

    otros y por la destruccin del enemigo interno antipatriota, en un sentido que recu-

    pere un desenvolvimiento temporal y espacial de la violencia que ejercen los poderes

    fcticos. Veamos algunas caractersticas de estas tres figuras de la violencia fundante.

    Invasin de Indo-Amrica y el trauma de la conquista

    Tal como ha dejado en evidencia la obra de Dussel y Fornet-Betancourt acerca de 1492,

    la Poltica latinoamericana se inicia en un hecho estructural de extraordinaria fuerza,

    en el que los recin llegados imponen por las armas las estructuras europeas del poder

    por sobre las existentes. Es el predominio del Ego conquiro. Aunque en algunas situacio-

    nes existieron superposiciones entre unas estructuras preexistentes y otras que traen

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    los invasores, todos los esfuerzos se concentraron en legitimar la validez post-factum,

    de un tipo de poder militar y religioso en detrimento del otro. En este sentido histri-

    co, el poder en Amrica Latina se ha definido casi siempre desde esta colonialidad del

    poder. En todas las sociedades que surgirn a partir de ese arrollador proceso se deja

    en evidencia que las diversas empresas coloniales espaolas, portuguesas, francesas e

    inglesas se construyen con la desposesin de los legtimos derechos de las autoridades

    preexistentes en Amrica.

    El modo de hacer Poltica latinoamericana mantiene un claro vnculo con esa fi-

    gura de la Conquista, ya que ella no es un conjunto de hechos histricos que se puedan

    entender a partir de las regulaciones de un Derecho de Gentes, el cual constituy slo

    un acto segundo de los hechos de fuerza. En este sentido fundante, la poltica aparece

    para una ptica crtica, como una trama de instituciones que surgen luego de la incur-

    sin e imposicin de una maquinaria de guerra en los territorios indgenas ocupados. En

    este plano, la Poltica considera los territorios y los cuerpos como inexplorados, donde

    las tierras y las gentes podan ser objetos de posesin, dominados y destruidos. Es cla-

    ramente un tipo de poder a la bsqueda de instaurar un sistema de dominacin que

    genera y asegura la legitimidad de la riqueza del encomendero, lo que culminara en las

    arcas de los imperios de la poca y de los inversionistas que buscaban el retorno de sus

    prstamos.

    Este modelo bsico de poder se expresa obviamente diferenciadamente en el te-

    rritorio indoamericano; por ejemplo, logr resultados aplastantes en los grandes impe-

    rios teocrticos de los nacientes Virreinatos de Mxico y de Per, en el que la habilidad

    de los Corts y los Pizarros, dominaron desde el inicio, superponindose a estos siste-

    mas precolombinos altamente estratificados. Mucho ms complejos fueron los esfuer-

    zos por doblegar a poblaciones autctonas que vivan de un modo no centralizado sus

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    relaciones de poder y no contaban con la administracin de una casta superior. No fue

    demasiado difcil pasar de un sistema de contribuciones anuales, en dichos imperios

    pre-hispnicos, a un sistema de tributacin que requera sostener el sistema.

    En las diversas formas de produccin colonial se planteaba tambin una clara

    vinculacin entre los sistemas teocrticos asociados a la Cristiandad =la cruz que

    definieron y legitimaron los lmites del poder del Imperio =la espada. La perspecti-

    va de personas como Las Casas, que denunciarn la destruccin de la Indias, queda

    como la configuracin ms relevante de este imaginario de la protesta, en los inicios

    de la Modernidad. Sabemos que esta discusin lascasiana es algo que atraviesa a toda

    la Amrica, en particular en Chile, donde existe una notable tradicin ligada a algunos

    obispos y a la figura seera del P. Luis de Valdivia, los que consideraban que el sistema

    de encomienda era profundamente injusto, y que los indios tenan todas las razones de

    tener su parte porque el servicio personal era profundamente injusto. Dems est de-

    cir que el extraordinario descenso de la poblacin es claramente parte de una accin de

    guerra, de hambruna y de migracin, no pudiendo ser atribuido a la difusin de enfer-

    medades. En efecto, durante este primer inicio de la naciente Capitana General, en

    cincuenta aos, la poblacin indgena se redujo en ms de un 80%.8

    Para un anlisis de la poltica, tal como se ha ido pensando en las ltimas dcadas,

    siguiendo la veta abierta por la Teologa y la Filosofa de la Liberacin y por la ptica

    de una Historia crtica, la protesta lascasiana o valdiviana son relevantes para nuestra

    hiptesis, ya que permiten captar esa idealidad del poder, en contra de lo que represen-

    taban las tesis del filsofo Gins de Seplveda y que tuvieron sus epgonos en nuestra

    Capitana General. Estos cuestionamientos profticos han demostrado, con una gran

    fuerza, ms all de la destruccin, el carcter estructurador de una violencia fundante

    basada en el mero poder de la espada, ms all del derecho. 8 De Ramn Armando, Historia de Chile,

    Santiago de Chile: Catalonia, 2003, p. 26.

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    Civilizacin - Barbarie y la lucha de la nacionalidad

    La violencia no slo se constituye a partir de una invasin inicial de Indoamrica, como

    lo ha mostrado Enrique Dussel, sino que configura las propias relaciones histricas de

    nuestros pueblos mestizos. La violencia armada no solo se mantiene en todo el perodo

    de la colonia sino que resurgir con nuevos bros durante las guerras de Independencia y

    de estructuracin de las fronteras del Estado-Nacin. El conflicto blico ser permanen-

    te: no slo guerra contra los sostenedores del orden imperial, sino guerras a provincias

    y a comarcas vecinas, guerras contra los indgenas y negros; a todos los que amenaza

    la constitucin del poder estatal naciente. Miradas desde esta perspectiva, las mismas

    sociedades indgenas, locales y provinciales aparecern como obstculos para una deli-

    mitacin territorial basada sobre la reconstruccin de un poder homogneo ligado a los

    Estados emergentes que respondieron, en muchos casos, a los intereses de los grupos

    dominantes ligados a la Capital, y que, finalmente, terminan imponindose a los inte-

    reses regionales y locales.

    Pero, al igual que la Revolucin Francesa, las nacientes repblicas no logran cons-

    tituirse sin las consecuencias de la Terreur. La independencia est plagada de juicios y de

    ejecuciones sumarias que no estn en contra de los representantes de l`Ancien Rgime,

    sino de todos aquellos que no aceptan la lgica propia de un Estado que no se constituye

    en nombre de todos, sino del modo en que algunos miembros de la elites consideran

    que se debe consolidar. Los que no fueron ejecutados, fueron deportados, y no es nada

    nuevo que los principales impulsores de la Independencia terminaran sus das fuera del

    pas que ayudaron a construir; un manto de silencio tiene nuestras historias frente a

    estas afrentas profundas a los gestores de la Independencia.

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    En nombre de la civilizacin tambin surge una poltica permanente de agresin

    al mundo indgena en toda Amrica que, desde Norteamrica hasta la Patagonia, se

    inicia con una accin concertada por los Estados nacientes en una ampliacin de la do-

    minacin territorial y del desarrollo de procesos de exterminio, que recuerdan el naci-

    miento de las Colonias. La sociedad mapuche termina derrotada en lo que conocemos

    como Guerra del Desierto en Argentina y la Pacificacin de la Araucana en Chile9.

    El desastre de la invasin de los territorios indgenas ha quedado documentado en la

    Comisin de Verdad Histrica y Nuevo Trato. Mucho menor suerte tuvieron las tres et-

    nias patagnicas que vivieron un verdadero Holocausto, como ha quedado probado por

    la obra monumental de Martin Gusinde, quien ha expuesto una de las mejores obras

    etnogrficas y de defensa denodada de los antiguos habitantes de Tierra del Fuego en

    su verdadera dignidad de seres humanos.

    La defensa de occidente y la lucha anti-insurgencia

    La tercera figura de la violencia entre nosotros, aparecer ligada en el contexto de la

    Guerra Fra constituyendo los dispositivos simblicos y prcticos de la guerra interna,

    tal como es definida por la denominada Seguridad Nacional que es un producto de

    las elites castrenses de las grandes potencias occidentales, que les llev a adoctrinar a

    muchos miembros de la alta oficialidad latinoamericana en su lucha en contra de la ex-

    pansin mundial del comunismo. Es esta ideologa la que caracteriz en Amrica Latina,

    la tercera y ms horrenda violencia en contra de los supuestos enemigos de la Nacin.

    Esta violencia vivida y sufrida hace pocas dcadas, surge no solamente como una de-

    limitacin de un espacio de mero control territorial en contra de los enemigos de la

    9 Cfr.: el aporte que entregan los tes-timonios de los sobrevivientes de La Guerra del Desierto y la Ocupacin de la Araucana, en el libro edita-do por M. Canio y G. Pozo, Historia y Conocimiento oral mapuche, Santiago de Chile: LOM, 2013.

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    Patria, sino como un refinado aparataje en vistas al control fsico de todos los cuerpos.

    La prctica sistemtica y refinada de la tortura presupone un imaginario de los cuerpos

    indciles que requieren ser doblegados, lo que implica dispositivos simblicos acerca de

    los eventuales insurgentes, los que para los agentes ya no son seres humanos, sino

    meras apariencias, tal como ya lo discutan los partidarios de la Conquista; esta nueva

    ideologa, que reduce al otro a una cosa proclive o claramente enemiga, conducir a

    legitimar la eliminacin fsica del otro, e incluso el ocultamiento de los mismos rastros

    fsicos de su muerte.

    En estos casos se podra hablar de un genocidio deliberado de lderes sociales y

    polticos. An hoy, existen en Amrica Latina muchos sujetos desaparecidos y comuni-

    dades mayoritarias que han sido desconocidas por las estructuras del poder de las so-

    ciedades mayoritarias. El genocidio de ms de cien mil detenidos desaparecidos en casi

    dos dcadas es una cuestin que sigue esperando una preocupacin de una Filosofa

    Poltica latinoamericana. Para graficar esto en un solo pas, uno puede referir a las

    principales conclusiones del informe final del Documentos de la Comisin de Verdad

    y Reconciliacin del Per, donde se ha demostrado que las vctimas indgenas han sido

    mayoritarias, y que permite afirmar que La CVR ha constatado que la tragedia que su-

    frieron las poblaciones del Per rural, andino y selvtico, quechua y ashaninka, campe-

    sino, pobre y poco educado, no fue sentida ni asumida como propia por el resto del pas;

    ello delata, a juicio de la CVR, el velado racismo y las actitudes de desprecio subsistentes

    en la sociedad peruana a casi dos siglos de nacida la Repblica.10

    Para comprender, entonces, una parte relevante de la historia latinoamericana

    debemos ceirnos a estas reglas y estructuras del poder que definieron la compleja

    interseccin a-simtrica que se constata en una permanente lgica de negacin, pre-

    sente en los diversos pases. Por medio de sta, se consagra la inexistencia de sujetos y

    10 Documento final de la Comisin de Verdad y Reconciliacin del Per, Conclusiones N 9. Se puede consultar ntegramente en http://www.cverdad.org.pe/ifinal/index.php

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    comunidades, y se admite una relacin de subalternidad, donde los sujetos negados es-

    tn profundamente minusvalorados e igualmente desconocidos en sus derechos.

    En sntesis, en estas tres figuras de la violencia histrica no se bosqueja una ta-

    xonoma histrica de la violencia, sino un intento filosfico de explicitar la estructura

    fenomenolgica de la violencia que devuelve como tema central la memoria de las vc-

    timas en su relieve tico-poltico, recuperando su dignidad de seres humanos. Se trata

    entonces de pensar una idealidad que permita elaborar una estructura poltica diferen-

    te, por la que la relacin fundamental no es nicamente el recuerdo de los que fueron

    asesinados y exterminados. En efecto, no es slo el sufrimiento de hombres y mujeres,

    y de comunidades enteras por la maquinaria del poder, sino que se trata de la exigen-

    cia mediante la cual la cultura de aquellos que sobrevivieron mantiene como legado el

    sufrimiento, el dolor y la muerte. Nos parece que se trata de honorar con una memoria

    pblica que recuerda como una indicacin simblica la violencia del ayer, pero que ac-

    tualizada permite recontextualizarla, mostrarla activa y actuante en el presente. Nos

    referimos a la violencia que es anterior a todo lazo social e histrico, a una nueva forma

    de hacer poltica, entre nosotros, que constituye el lmite que requiere ser sobrellevado

    por nuevas luchas, que permitan repensar otro tipo de humanidad. La hiptesis central

    esbozada, en este sentido, logra ser comprendida, ya que la Poltica y lo poltico tienen

    que ser siempre repensados de nuevo en un contexto de una poltica latinoamericana

    del reconocimiento que es nuestro ltimo acpite, la que no est nunca cerrada sino

    abierta a los nuevos desafos polticos.

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    4. Una poltica contextualizada del reconocimiento

    Las ideas referidas acerca de los hitos de la violencia latinoamericana permiten definir

    de otro modo una propuesta poltica del reconocimiento, porque refiere a una discusin

    filosfica diferente acerca de la crtica del poder, en el marco de las relaciones moder-

    nas del reconocimiento entre subjetividades, al modo definido por A. Honneth11; y tam-

    bin refiere a otros aspectos ligados a la cuestin de los derechos de las comunidades en

    el mundo anglosajn, especialmente tal como ha sido referida por Ch. Taylor12, como

    tambin por algunos de sus detractores.

    En este breve trabajo no podemos analizar las implicancias de dichas teoras

    del reconocimiento en relacin con el menosprecio, la humillacin y la violacin de

    los derechos, pero nos parece relevante la sinergia observada con lo elaborado en el

    pensamiento latinoamericano actual; adems, es posible sintonizarlas con la tradicin

    enraizada en las ideas hegelianas, particularmente con el tema central de la lucha por

    la afirmacin de s inherente a la filosofa de Arturo Andrs Roig, o bien a la poltica

    crtica de la liberacin de Enrique Dussel. Tambin es posible observar una relacin con

    un pensamiento crtico intercultural, que responde a la recuperacin de las memorias

    obliteradas, de las luchas y resistencias obstinadas de las comunidades de vida.13

    En este sentido, el anlisis filosfico de la violencia sistmica del modus operandi

    de la Dictadura chilena, aparece siendo parte de un enorme choque contemporneo de

    las racionalidades en disputa por el poder y no se reduce solamente a los problemas vi-

    vidos por la sociedad chilena. Lo que es relevante para pensar es que ella es parte de un

    proceso sistemtico de disciplinar sociedades que buscaban profundizar sus procesos

    democrticos. Las dictaduras latinoamericanas son parte de una forma de hacer poltica

    que tiene muchos elementos transversales, y por ello la poltica de la memoria no puede

    11 Cfr.: A. Honneth, Kampf um Anerkennung-Zur moralischen Grammatik sozialer Konflikte, Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1992 (Trad. Castellana 1997).

    12 Cfr.: Ch. Taylor, Multiculturalism and the Politics of Recognition, Princeton, 1992 (Trad. Castellana 1997).

    13 Fornet-Betancourt, Crtica intercultural de la filosofa latinoamericana, Madrid: Trotta, 2004.

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    estar destinada nicamente a las vctimas de un pas, ya que refiere a la necesaria com-

    prensin de los derechos atropellados por siglos en todos los pases, y refiere, por tanto,

    a una particular configuracin histrica de sociedades asimtricas, donde el poder que-

    da prendado de la violencia estructural.

    En este plano de lo poltico y de la memoria pblica, nos interesa destacar princi-

    palmente la deuda de nuestra hiptesis con el pensar presente en el actual movimiento

    latinoamericano. Es sabido, que en estas ltimas tres dcadas, se han replanteado, de un

    modo decisivo, una determinada manera de entender la tradicin filosfica del poder, la

    memoria socio-cultural de la violencia y el modo de entender el vnculo entre la crtica

    poltica y cultural. En las tres expresiones en que ella se reconoce hoy, como Filosofa

    Latinoamericana, como Filosofa de la Liberacin y como Filosofa Intercultural, y ms

    all de sus innegables convergencias, diferencias y matices expuestos en este libro re-

    ferido de Fornet-Betancourt, me parece que el estado de la cuestin del pensamiento

    poltico hoy responde, por sobre todo, a una re-elaboracin de una teora de una poltica

    crtica del reconocimiento, que complementa una tica de la liberacin, y una Filosofa

    Poltica crtica, como la ha denominado en la actualidad Dussel.

    Una perspectiva latinoamericana avanza entonces mucho ms all de lo que se

    ha denominado en el contexto anglosajn como poltica del reconocimiento, ya que

    este pensar asume decisivamente la permanente dialctica de la negacin del otro, que

    se ha expresado en la multidiversidad de las formas violentas y destructivas que confi-

    guran las estructuraciones fcticas del poder y que sacuden y aquejan a las sociedades

    latinoamericanas desde hace cinco siglos, lo que llega hasta nuestros das, negando el

    valor tanto de cada ser humano y de cada vida humana potencial, como de comunida-

    des histricas, para consolidar simplemente la pervivencia de una facticidad del poder.

    Sin embargo, no debemos considerar un pensar que queda atrapado en el derrotismo o

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    inmovilismo, sino que traspone la memoria en una nueva accin poltica, con un sentido

    nuevo del futuro y responsabilidad por lo vivido en el pasado.

    Desde nuestra ptica, se trata de reelaborar una poltica contextualizada del reco-

    nocimiento que busca, en forma rigurosa, responder por nuestras memorias mltiples

    de la vida social y de la violencia inherente en ellas; donde las memorias de la violencia

    se han insertado en nuestras formas contextuales de vida, pero por sobre todo tratamos

    de recuperar el sentido poltico de la accin histrica. En estos trminos, se pretende

    dar origen a una cultura de la emancipacin que responda a una estructura de la domi-

    nacin encarnada. Por ello, se trata de una postura crtica que se juega en la permanen-

    te des-invisibilizacin de los des-encuentros, y se propone una accin mancomunada

    donde el recuerdo abra nuevas vas para dibujar de otro modo el proyecto poltico, hon-

    rando a las vctimas directas e indirectas de la represin. Se trata asimismo de asumir

    crticamente una perspectiva histrico-cultural, que asumiendo la negacin mltiple de

    los otros indgena, africano, campesino, mujer, pobre, etc., pueda responder con pro-

    yectos innovadores que atiendan a matrices culturales emergentes. Dicho as, se trata

    de redefinir las alternativas posibles para modificar los intercambios asimtricos entre

    comunidades y sujetos y para, as, proyectar nuevas formas de reconocimiento de pro-

    yectos polticos.

    Tal poltica crtica no slo refiere a la explicitacin terica de los principios, sino al

    modo cmo se ocultan las relaciones fcticas entre unos y otros, donde se niega la pro-

    blematizacin argumentada de la exclusin de los otros, que no reconoce pblicamente

    el derecho a la reparacin que exige asumir en forma pblica el dolor de las vctimas.

    Asumiendo tal desafo central de la cuestin de la asimetra del poder en nuestras so-

    ciedades se puede reorientar de otro modo la cuestin de las prcticas de la democracia

    actual en torno a la imparcialidad y a la inclusin, que permiten ir articulando ciertos

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    principios universalizables para imaginar un otro modo de hacer poltica en un mundo

    globalizado, que traspase las viejas y nuevas violencias estructurales. En este sentido,

    me parece que la tesis de Fornet-Betancourt es relevante porque se plantea una temti-

    ca central en Filosofa Poltica, que no es otra que la cuestin de la reflexin y de la crti-

    ca acerca de la violencia invisible; asimismo, de las carencias de espacios y tiempos para

    dar paso a la recuperacin de las memorias de los males sufridos durante 500 aos,

    desde donde se van definiendo y articulando los principales hitos de nuevas luchas por

    el reconocimiento.

    Lo que exige este desafo de repensar la poltica del reconocimiento es no quedar-

    se en esta violencia estructural, y tampoco quedarnos prisioneros de un hecho produci-

    do hace 40 aos, sino que constituye el desafo consiste en no permanecer en el pasado

    lejano y cercano, y ver que justamente el problema es cmo avanzar en la resolucin de

    muchas de estas violencias que siguen encriptadas en el sistema econmico y poltico

    contemporneo. Lo que puede permitir un recuerdo filosfico del Golpe Militar, a 40

    aos, es partir de la experiencia de las vctimas entendiendo nuestro complejo presente

    poltico, y avizorar un nuevo modo de hacer poltica en contextos culturales donde la

    dominacin extra e intracultural contina siendo parte esencial de ellos. Esto permi-

    tira adems des-implicar otras exigencias de parte de la Filosofa Poltica para criticar

    la permanencia de los poderes hegemnicos, implementando procesos para desnudar

    dinmicas contumaces de invisibilizacin.

    En este sentido, cabe reconocer que la Filosofa Poltica es un quehacer terico

    pero asimismo eminentemente prctico, ya que est inserto en contextos sociales, pol-

    ticos y culturales, donde se van constituyendo los entramados del discurso y del poder.

    Este nuevo pensar poltico propiciado por una hermenutica crtica y sobre todo por

    una Filosofa Poltica intercultural traspasa esta cultura del silencio y lo definido por

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    violencia y por dominacin crnica, donde no se puede esquivar el problema de levantar

    un espacio comn ms all de un cierto vaco intercultural, ligado a la lgica de la ne-

    gacin de las sociedades, de las culturas y de los cuerpos. ste nos parece ser el desafo

    central de la Poltica latinoamericana. En efecto, la Filosofa Poltica latinoamericana ha

    logrado efectivamente dar en esta rica complejidad, que constituye el entramado del

    pensamiento crtico latinoamericano un paso substantivo, a saber, que el desmontaje

    de los sistemas de dominacin y las funciones ideolgicas asociadas al poder, se va lo-

    grando siempre gradualmente en la conquista de la reflexividad y criticidad, vinculadas

    a unas subjetividades emergentes, pero tambin a las prcticas polticas de las orga-

    nizaciones socio-culturales.

    5. Para no concluir

    Una Filosofa Poltica, atenta al espritu descrito por un pensamiento crtico, exige dar

    cuenta de una doble interpretacin del movimiento integrativo y des-integrativo en que

    operan los mecanismos actuales del encuentro y del desencuentro, donde se requiere

    asumir que el terreno de la recuperacin de la memoria es siempre un campo en dis-

    puta, donde hay conflictos inherentes al imaginario de las propias comunidades y a los

    proyectos de vida social en disputa. Las formas polticas de una sociedad concreta mues-

    tran que la poltica tiende a ser casi siempre reducida a la gestin de poderes, privilegios

    y reconocimientos que no son horizontales, lo que nos introduce en el campo de la asi-

    metra histrica de las comunidades y sociedades. La historia del poder es casi siempre

    la lucha de grupos humanos y sociedades poderosas contra grupos y sociedades ms

    dbiles, como lo demuestra claramente el trato injusto y violento de los conquistadores

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    y de nuestras elites oligrquicas, frente a las regiones y a las comunidades indgenas,

    afroamericanas y pobres de Amrica. Pero la Poltica con su carga dramtica no es todo,

    ya que lo conflictivo aparece como el dominio de una racionalidad ideal, donde se juega

    la gestin de la memoria conflictiva y el respeto a las vctimas que siguen siendo una

    parte sustantiva de la vida cultural y poltica.

    En este plano de ambivalencia entre la Poltica y lo poltico, el proyecto del reco-

    nocimiento se urde en medio de una tensin destacada entre inclusin-exclusin, en-

    tre memoria y olvido, lo que nos permite demostrar que en este ejercicio se juega la

    posibilidad de entender la paradoja entre las tradiciones contextuales a las que ella da

    origen. Se podra complementar esto concluyendo que la violencia fundante no quita

    de ningn modo el valor del quehacer poltico, entendido como una accin social con

    sentido histrico y no reducida a mero instrumento de la facticidad del poder por ende

    ms all de la violencia y de la guerra, es justamente lo poltico lo que permite abrir el

    espacio de la articulacin de los saberes contextuales y locales a una articulacin cada

    vez ms universal y suficientemente crtica, donde la memoria de las vctimas pueda

    ser plenamente honrada. En este sentido, lo que exigimos hoy al reconocimiento tico-

    poltico del holocausto judo es lo que permite ser exigido para el holocausto indgena y

    de los africanos en Amrica.

    En las tres figuras de la violencia bosquejadas, lo que tratamos de hacer, no fue

    poner en el tapete de la discusin a una taxonoma historicista de la violencia, sino a una

    fenomenologa del poder, que devuelva a la memoria de las vctimas su relieve tico-po-

    ltico en el conjunto de la historia de Nuestramrica. Se trata entonces de pensar la pol-

    tica de una Patria Grande donde cabe madurar la relacin fundamental entre las diver-

    sas luchas de resistencia, emancipacin y revolucin por las que se proyectaron mundos

    sociales nuevos, en nombre de los cuales fueron muchos asesinados y exterminados,

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    hombres y mujeres, comunidades enteras por la maquinaria de los poderes fcticos, los

    que merecen no slo su reconocimiento como parte de la herencia moral y poltica, sino

    de tradiciones de luchas y de resistencias que permitan renovar la energa del compro-

    miso social y poltico. La nueva cultura poltica se enraza simblicamente en una violen-

    cia del ayer, apuntando a redefinir lo poltico desde su contextualizacin en el presente,

    que es la base para hacer Poltica entre nosotros en la sociedad emergente que adviene.

    La mirada poltica del reconocimiento que desplegamos aqu, no surge ciertamen-

    te de una lectura de textos actuales en la Filosofa Poltica, sino que surge a partir de la

    dinmica de saberes localizados, en apertura tanto con la problemtica de la memoria

    latinoamericana como con los procesos socio-polticos de integracin. Reconocemos,

    entonces, la deuda que tenemos con una experiencia ligada estrechamente con la histo-

    ria poltica reciente del pas en que vivimos y, asimismo, reconocemos las deudas hist-

    ricas con todos los que han sufrido. En especial, en cuanto a las que implican una proble-

    mtica conflictiva respecto de los necesarios lmites del poder poltico y de los esfuerzos

    necesarios que debe realizar una Democracia para reconstruir una nueva memoria

    pblica que vaya ms all del marco del Bicentenario. Este desafo terico-prctico, a

    nuestro parecer, constituye la nica base donde puede situarse una posible inclusin

    del otro, como sugiere la poltica del reconocimiento; que vaya ms all de la lgica y de

    la maquinaria de guerra interna.

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