Dementes Al Futuro Mazzaro

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Dementesalfuturo I Concurso Escolar de Relato Corto y Poesía

Declarado de interés municipal por el Honorable Consejo Deliberante de la Ciudad de La Plata el día 7 de julio de 2010.

Cecilia Mazzaro y Edgardo Quinteros (Coordinadores)

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Editorial de la Universidad �acional de La Plata (Edulp) 47 N.° 380 / La Plata B1900AJP / Buenos Aires, Argentina +54 221 427 3992 / 427 4898 [email protected] www.editorial.unlp.edu.ar Edulp integra la Red de Editoriales Universitarias (REUN) Primera edición, 2012 ISBN N.º 978-950-34-0883-4 Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 ©2012 - Edulp Impreso en Argentina

Mazzaro, Cecilia Dementesalfuturo : I Concurso Escolar de Relato Corto y Poesía / Cecilia Mazzaro y Edgardo Quinteros. - 1a ed. - La Plata : Universidad Nacional de La Plata, 2012. E-Book. ISBN 978-950-34-0883-4 1. Literatura Argentina. 2. Relatos. 3. Poesía. I. Quinteros, Edgardo II. Título CDD A860

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Índice

Algunas palabras del jurado. Prólogos de María Rosa Bordagaray y Néstor Villoldo………..…5

Introducción…………………………………………………………………………..…………..7

Primer premio en relato corto: “El bosque de cemento”, por María Sol Oliva…………………..8

Primera mención en relato corto: “La flauta”, por Victoria Ana Margarita Szelagowski............10

Segunda mención en relato corto: “Pacto de Amor”,

por Michelle Eugenia Belén Tartaruga Amoroso……….………………………………………14

Tercera mención en relato corto: “Matices”, por Ernesto Domingo Barragán……………........16

Cuarta mención en relato corto: “Zapatillazo”, por Malena Embon……………………………18

Quinta mención en relato corto: “Realidad soñada”, por Julieta Vecchiola……………………19

Sexta mención en relato corto: “De cacería por el bosque”, por Agustina Wolcan…………….23

Séptima mención en relato corto: “Vuelo de fénix”, por Dara Crivos Gandini………………...26

Octava mención en relato corto: “Quizás”, por Betsabé Naím Sanz……………………………29

Primer premio en poesía: “El placer de despertar”, por María Sol Oliva………………………31

Segundo premio en poesía: “No pude comprender”, por María del Pilar Ríos…………………32

Epílogo………………………………………………………………………………………….34

Coordinadores ………………………………………………………………………………….35

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Agradecimientos

Dementesalfuturo había planeado ser un programa educativo, cultural, trabajado con humor, y a veces desde el periodismo. Pero a pesar de todo lo que intentamos ofrecer, siempre resultó de mayor valor lo que aprendimos de aquellos que compartieron este espacio con nosotros. Agradecemos a los que pasaron por este programa-escuela a enseñarnos todos los domingos algo nuevo: A los locutores Leónidas Porto y Yesica Gallo; a los periodistas Laura Martinez Vai y Mariano Cattaneo; al diseñador en comunicación visual Lucas Folegotto y a la socióloga Clara Ungarini; al relacionista público Nicolás Montani; a los futuros profesionales: Rodrigo Gallay Ducret y Leonardo Moreno Velazques. Al equipo de hoy: Celeste Loyola, Irma Britez, Pilar de Francesco, Iván Epifanio; A los dementes vitalicios: Yanina Bragagnolo y Jorge Grassi; A nuestro operador estrella, Juan Antonio, y a todos los que nos ayudan a sacar el programa al aire. A todos los que hacen Radio Universidad y apoyan este proyecto (autoridades, administrativos, operadores, locutores, productores, editores…) Al equipo de la EDULP, y especialmente a todos los que aportaron su paciencia y trabajo para concretar este libro. A los directivos de las escuelas que nos abrieron las puertas; A todos los jóvenes que participaron del concurso; A nuestras familias; A los amigos.

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Algunas palabras del jurado Cuando me invitaron a formar parte de este jurado sentí mucha responsabilidad, y quizás un poco de “temor”. Se trataba de juzgar, y de elegir… ambas tareas difíciles, cuando se trata de trabajos creativos. El sentimiento que me embargó en todo el proceso (lectura de los trabajos, re-lectura crítica, acuerdos con los otros miembros del jurado, elección final) fue de una inmensa alegría. El futuro, estaba presente. Un futuro que implicaba jóvenes y libros, si hay jóvenes escritores hay jóvenes lectores. Un futuro que de la mano de la lectura nos habla de una comunidad que es heredera de los trágicos griegos, de los monjes medievales, de las mil historias de las Mil y una noches, de las leyendas populares y los cuentos folklóricos, de Borges, Cortázar, Shakespeare… Muchas veces escuchamos, casi como muletilla: “los jóvenes no leen”. Se ha demostrado que la lectura no puede ser un acto impuesto: sólo valorando las propias formas de leer y de escribir, estimulando el desarrollo de todos los sentidos, es que se podrá tener niños, adolescentes y adultos lectores. Este concurso va en ese camino ya que apela al desafío de la expresión, la crítica, la creatividad, promoviendo lazos comunitarios, solidaridades nuevas, libertades. Resulta verdaderamente esperanzador. Las formas literarias abordadas por estos escritores fueron variadas, transitando por la ciencia ficción, lo policial, el amor. No es mi intención adentrarme en cuestiones de técnica literaria. Va más allá. Es expresar que fue un verdadero placer formar parte de este colectivo lector-escritores. Es celebrar el compromiso, el desafío, y sobre todo celebrar la palabra. Finalmente sólo me gustaría cerrar con unas estrofas del poeta Gabriel Celaya cuando dice: “…Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho. No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos. Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos…”

María Rosa Bordagaray Librera y docente

Jurado del Concurso Literario Dementesalfuturo 2010

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Antes de la palabra. ¿Qué hay antes de la palabra? ¿Qué hubo en estos chicos antes de la palabra? El hecho creativo. Y a eso quiero referirme, sin convenciones, sin biografías, ni pinceladas introductorias para el lector. El hecho creativo, el instante, la puesta en movimiento del mundo interior; es lo que vale en la instancia de estos escritores… Imagino a uno de estos jóvenes coqueteando con una idea… Ella se acerca… Se escapa… El joven la persigue, la toma, la amasa, la estruja, la ama y la abandona. Después camina entre papeles… Busca, se busca, la busca… Encuentra formas distintas, atrevidas, arrogantes, impúdicas, sencillas e inverosímiles… Y todas ellas son mutaciones de la idea inicial. Él ha ido creando. A raíz de los locos que miran hacia el futuro, se ha introducido en el mundo de la creatividad y difícilmente pueda salir de él… Sus letras se hacen papel más liviano que el aire, y me sobrevuela un movimiento que me permite escribir esto, que va antes de la palabra… Que va hacia la palabra…

Néstor Villoldo Actor y escritor

Jurado del Concurso Literario Dementesalfuturo 2010

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Introducción Cuando en 2009 Dementesalfuturo iniciaba sus emisiones, Juanita -la hija del productor Edgardo Quinteros-, todavía no caminaba, Mariano Cattaneo estaba a punto de enterarse de que iba a trabajar un tiempo en el diario La Nación y yo acababa de terminar mi segunda carrera de grado, por lo que éste era el primer proyecto en el que participaba como licenciada en Planificación Comunicacional. Con todas las ganas, tres éramos pocos, y a la inminente ida de Mariano sumamos a Leónidas para la locución, y después a Laura, y a Yesica, y a Rodrigo… Queríamos hacer un programa por el simple placer de hacer radio; queríamos hablar de cultura, de educación, de eventos y espectáculos, pero especialmente buscábamos dar la palabra a los jóvenes y generar actividades para que los que están hoy en el colegio puedan tener esa misma posibilidad de expresar lo que son, y movilizar el futuro. Ninguna otra casa podría habernos cobijado mejor que Radio Universidad Nacional de La Plata, por sus orígenes fuertemente vinculados a la extensión y al fortalecimiento de los lazos entre la comunidad y las instituciones universitarias. De a poco, en el éter ruidoso y de antaño de la amplitud modulada, fuimos forjando una comunión con los jóvenes y con el espacio, aportando cada cual su cuota de anécdotas, saberes, humor, espontaneidad, y profesionalidad. Así es como Dementesalfuturo se fue transformando en “un programa de juegos, entretenimiento, cultura, juegos sobre cultura, juegos sobre entretenimiento, entretenimiento sobre cultura, y cultura sobre juegos”, tal como solemos presentarlo en la radio. Pero no consideramos el aspecto lúdico como una excusa sino como una estrategia para contribuir al desarrollo del proceso educativo de los jóvenes, e incentivar en ellos una postura responsable hacia la educación y el conocimiento. Cada vez que juegan lo hacen por regalos para ellos pero también para beneficiar al colegio al que asisten o a una escuela pública de la región a la que ellos mismos le elijen y entregan personalmente un premio. Con esta consigna y luego de tres años en el aire, han pasado por este ciclo más de 600 jóvenes, sin contar a las escuelas que fueron para visitar la radio durante el programa, los entrevistados y los oyentes que fueron a buscar sus premios y charlar con los conductores. En este proceso fue fundamental el aporte de los invitados especiales que, al tratarse de directivos de escuelas, estudiantes de carreras universitarias y profesionales egresados, aportaron nuevas visiones y expectativas respecto del sistema educativo y de la situación actual del mercado laboral profesional. El efecto que estas nuevas perspectivas tuvieron en el público se tradujo en la necesidad de establecer más canales de comunicación y nuevas propuestas de participación. Ese es el origen del “I Concurso Literario Escolar de Relato Corto y Poesía Dementesalfuturo” al que fueron convocados todos los jóvenes que estuvieran cursando los últimos tres años del colegio secundario. El resto es historia escrita y la cuentan sus propios protagonistas a través de sus obras. Por nuestra parte, sólo nos queda expresar el orgullo que sentimos al haber podido incentivar ese proceso que deseamos tenga en cada nuevo autor el impulso suficiente para seguir andando.

Cecilia Mazzaro Coordinadora General de Dementesalfuturo

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Primer premio en relato corto El bosque de cemento Por María Sol Oliva

Colegio �acional “Rafael Hernández” de la Universidad �acional de La Plata

Afuera, el sol picaba. A pesar de las espesas capas de metal anti-radioactivas en derredor del mismo, numerosos rayos se esforzaban por atravesarlas y azotar las escasas porciones de tierra que todavía flotaban en el planeta. Mir yacía sentado sobre el cemento con sus extensas y raquíticas piernas estiradas, y sus brazos dispuestos al costado del tronco, determinando una simetría perfecta. Su rostro se mostraba extremadamente relajado, de tal modo que hacía parecer que esa inmutable sonrisa de perlas se caería de su cara en cualquier instante. Su pelo enmarañado y ya grisáceo se le metía en los ojos, ojos que no tenían nada que percibir, de modo que se limitaban a perderse en el chillido metálico de las máquinas que lo rodeaban. Incontables hematomas poblaban sus extremidades, siendo ya imposible reconocer la verdadera tonalidad de su cuerpo. Las renovaciones diarias de essence eran las causantes de tales contusiones, insertadas en el individuo vía intravenosa, dándole así vida a los órganos. El muro que lo sostenía sudaba partículas de mugre apilada durante siglos, y adosado a él, en la esquina de la habitación, se presentaba un aparato blancuzco y cúbico, encargado de esterilizar la jeringa, cargarla hasta el tope con la sustancia en estado puro e inyectarla en el organismo carente de fluidos. Aquel era el momento de reposo de Mir, cuando generalmente aprovechaba para efectuar sus renovaciones, por lo que se desplazó hasta el rincón arrastrando sus pies descalzos que dificultosamente se distinguían del cemento y aguardó por el inicio del procedimiento. La máquina había superado los parámetros normales de la dosis, en consecuencia, la jeringa chorreaba essence sobre su antebrazo. Las gotas negras se deslizaban sobre su fina piel y la aguja se disponía a adentrarse en las oscuras venas. No obstante, el brazo se alejó bruscamente de la jeringa. El pavimento crujió, al igual que los parámetros establecidos. La actitud era incompetente a lo señalado, en Mir lo que siempre se había creído dominado se filtraba hacia un indefectible retorno a aquello de antaño y recuperaba su identidad. Retrocedía, y si la regresión existía, también lo hacía el avance hacia lo ulterior. De esa suerte se volvía todo inacabado, creándose un boceto de la secuencia que hace tiempo había sido suprimida. Y la noción de cambio se introducía como por inercia. Efectivamente, sin querer, Mir pensó. Mir gritó que no había fin. Y peor aún, se preguntó. Sus labios parecían temblar y articularse, rompiendo con la sonrisa lustrosa. Expulsaban murmuraciones peregrinas, quizá palabras, esas unidades arcaicas de un lenguaje ya extinto. -¿Quién soy?- se demandó Mir. La interrogación retumbó en algunas neuronas tapadas por el polvo, pero todavía en actividad, las cuales precipitaron la respuesta de su memoria universal. La luna se hacía un lugar entre las nubes y los lobos aullaban. El río regaba los valles. La polis se alzaba indestructible y el opulento reía. El profeta supo. Y la Iglesia

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también, cercana al cielo, y casi apropiándose de la cima. Cuerpos agotados. Manchas. El renacimiento de los olvidados. Tierra mojada, tierra fecunda, tierra nueva. Humos foráneos. Frías, duras, superiores e indestructibles. El mar se abría y los barcos se anclaban, junto con las aspiraciones, las expectativas. Las diagonales se cortaban azarosas. Y allí resbalaba por vías hechas de tipas y tilos, cuyo aroma asaltaba sus pulmones; y se detenía perplejo frente al color de las flores de un jacarandá, que lo habían engañado fingiendo ser celestes en una melodía archivada en lo que le quedaba de memoria, en tanto asimilaba una sinfonía de cotorras que sobrevolaban su cabeza. Y luego el llamado, la incitación de un bosque claro, con una ventana redonda que lindaba con el Universo, y de una pequeña caja que contenía encerrados todos los misterios de la naturaleza de fácil acceso. Y él, extasiado, acudía, sorteando lobos y leones, pero el esquema lo conducía al eje geométrico del espacio, desde donde se divisaban dos torres que se creían infinitas, y que para él lo eran. Mir abrió sus grandes ojos ovalados, tiró su cabellera hacia atrás, destapó sus oídos y nariz, y salió de la habitación. Caminó sin rumbo fijo, pretendiendo aquella fragancia, aquellos sonidos, aquellas fieras, aquellos intentos por llegar al cielo. Avanzó ansioso esquivando cables, números y luces rojas que se empeñaban en impedirle el paso. Los recuerdos no se correspondían con lo que estaban tragando sus sentidos. Distraído con sus pensamientos chocó con un cartel roído por el tiempo, ya prácticamente ilegible, que atisbaba a hacer creer que “a este bosque lo cuidamos todos”. Detrás de éste se levantaban cientos de cubos blancos desinfectados y relucientes, sujetos al cemento caliente. Mir se arrimó al centro de la extensa placa que cargaba los cubos, sin encontrar en el trayecto ni ventanas, ni cajas mágicas, ni colores, ni sonidos; y giró su cabeza hacia el sudoeste, pero no vio más que cuartos uniformes, uno sobre el otro, configurando la mayor parte del cielo. Ya era de día, así lo marcaban los relojes. Sus párpados se cayeron tapando sus pupilas, su boca se desmoronó y su figura perdió la simetría. El camión de basura lo recogió. El sol no tardó en quemarle la piel.

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Primera mención en relato corto

La flauta

Por Victoria Ana Margarita Szelagowski

Bachillerato de Bellas Artes “Prof. Francisco A. De Santo” de la Universidad �acional

de La Plata

Mi nombre no importa ahora, lo importante aquí es mi historia.

Nací en una pequeña villa en Irlanda del Sur llamada Little Glashow, en 1866, cuando aún los pueblos no habían sufrido el proceso de industrialización. Allí fue donde viví toda mi infancia y adolescencia, rodeado de la tranquilidad del inmenso campo irlandés.

Al morir mi padre, me vi obligado a vender todas sus tierras y a mudarme a una casa común en Londres con mi hermana menor, Georgiana. En ése entonces yo contaba con 32 años. Allí, en una casona al final de la calle Lancaster, nos recibió una mujer madura y bajita, con rastros de felicidad en sus ojos grises, la señora King.

- Bienvenidos a Londres, Señor y Señorita Morgan- exclamó con una voz cansada. Luego de enseñarnos nuestras habitaciones, el comedor común que compartiríamos con los otros huéspedes y el baño, nos retiramos a descansar luego de un viaje agotador.

En la casa vivía gente de toda clase, desde músicos expertos, como el señor Brown, hasta el pastor de la iglesia local; por lo que era normal todo tipo de ruidos.

A los pocos días de estar residiendo en la ciudad, Georgiana fue admitida en la Escuela de Artes Escénicas de Londres donde resultó ser la joven más habilidosa de su año; nadie había conocido, hasta ese momento, el talento que mi adorada hermana tenía. En cuanto a mí, conseguí un trabajo en una fábrica metalúrgica vecina al Soho, donde, gracias al destino, tuve un grato reencuentro con el que había sido mi mejor amigo en los campos de Irlanda: Benjamin James. Fue como si nunca nos hubiésemos separado, ambos seguíamos teniéndole al otro el mismo afecto que antes. Aquel día, luego del trabajo decidimos ir a cenar a un Pub cerca de Picadilly Circus, donde mi amigo comenzó a relatarme su historia en la que, por supuesto, omitiré mi nombre:

–Verás, cuando dejaste Little Glashow tras la muerte de tu padre, la vida para mi nunca fue tan monótona. Ya no contaba con un amigo con quien trabajar el campo o pastar las ovejas –soltó una risa nostálgica y continuó– Por lo tanto, en cuanto pude reunir suficiente dinero, vine a probar suerte a Londres y aquí estamos, los dos, con treinta y tantos sentados en una mesa de bar tomando el mejor whisky inglés que jamás se probó.

Finalizó con una embriagada voz mientras bebía rápidamente de su pequeña copa; me sonrió y se desvaneció, por lo que tuve que pedirle a una camarera que me ayudara a subirlo al carruaje más cercano. Como desconocía su paradero, decidí llevarlo a mi

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habitación. Cuando llegamos a la casa común, tuve que arreglármelas por mi cuenta; sostuve su brazo y su cintura y traté de subir a mi inconsciente amigo por las escaleras.

En el corredor me encontré con Georgiana, vestida para dormir; la habían despertado los ruidos que la calle y yo habíamos causado. Sorprendida, me ayudó a acomodar a Benjamin en mi cama. Él abrió los ojos y miró fijamente a mi hermana, le sonrió y volvió a dormirse. No podía hacer más esa noche que sólo esperar al otro día.

A la mañana, me desperté sobre el sillón de mi cuarto debido a unas risas que provenían de la cocina. Tratando de aclarar mis ideas, me fui aproximando con paso torpe hacia los ruidos que escuchaba; allí encontré, charlando animadamente con Benjamin, a Georgiana, que ya estaba vestida con ropa de diario y su hermoso pelo rubio recogido; en sus manos, sostenía una pequeña flauta negra, que reconocí inmediatamente: pertenecía a Benjamin, que la llevaba consigo siempre en los días de pastoreo en Irlanda. Al verme, Georgiana se iluminó y en mí, despertó una alegría incomparable.

– ¡Feliz cumpleaños hermana! – exclamé mientras corría a abrazarla. Veintidós años… ¡qué grande era! Nadie se podía imaginar qué tan orgulloso estaba yo de ella.

Esa misma noche, organizamos junto con la señora King, los demás huéspedes y Benjamin una fiesta en honor de Georgiana. Fue una velada estupenda. Mi hermana dio un pequeño concierto de flauta y toda la audiencia quedó impresionada por la hermosa melodía que ella ejecutaba. Al final de la noche, yo, un poco pasado de copas, pude observar desde la ventana cómo mi hermana se despedía de Benjamin. Sin pensarlo dos veces, él depositó un beso en su mejilla. Mi mente se confundió. Me sentí traicionado por un instante; sin embargo, me convencí de que no podía estar celoso de mi propia hermana. Lo dejé pasar.

Sorpresivamente, el hombre para el que yo trabajaba, comenzó a notar mi especial dedicación para con las tareas y se preocupó personalmente en proporcionarme distintos tipos de beneficios, como por ejemplo, aumento de salario y ascenso en el cargo, lo que me hizo trabajar hasta ya muy altas horas en la noche, pero no hay mal que por bien no venga.

Y en efecto, el bien vino.

Una fría tarde de otoño, caminando por el parque y gracias a un malentendido con un policía, conocí a una hermosa muchacha no mucho menor que yo, con hermosos ojos pardos y sonrisa encantadora. Su nombre era Joanne. Al instante de hablar, me enamoré perdida y sinceramente de ella. Afortunadamente, su amor me era correspondido, y creí ser la persona más feliz de la tierra. Nuestros sentimientos eran tan fuertes que a los pocos meses ya habíamos concretado nuestra relación en un compromiso. Todos estaban felices con nuestra decisión.

Sin embargo, el destino me tenía preparado lo peor.

Joanne no sobrevivió al verano. Nos había ocultado a todos, a mí inclusive, que tenía una extraña enfermedad. Creí que mi corazón no iba a poder soportar semejante dolor, quise morir, pero el amor que le tenía a Georgiana y que ella me tenía a mi, me hizo retroceder.

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–Joanne estaría orgullosa de ti– solía decirme mi hermana.

Semanas más tarde, Benjamin se presentó en la casa común con actitud solemne. Fue recibido por la señora King, ya que en ese momento yo estaba trabajando en la fábrica como normalmente hacía. Dijo que necesitaba hablar conmigo, por lo que le mandé a decir que viniera al siguiente día por la mañana. Cuando llegó, empapado por la lluvia, lo hice pasar y le ofrecí una taza de té que aceptó.

– Amigo mío, lamento mucho por lo que has pasado y quiero que sepas que cualquier cosa que necesites estaré aquí para ofrecerte mis servicios y darte una mano con lo que precises– dijo sin quitar sus ojos celestes de los míos–. También, el motivo de mi visita es para informarte buenas nuevas: voy a casarme…

A lo que yo respondí, realmente sorprendido:

– Me parece estupendo que hayas encontrado el amor en este mundo tan frío, tan egoísta…

Sin dejarme terminar la frase, él ya había pronunciado: “amo a Georgiana y ella me ama a mí”, por lo que mi expresión cambió súbitamente. ¿Cómo era posible que, siendo ella tan joven y pura, estuviese enamorada de un joven que era considerablemente mayor que ella?

Sin decir más, le pedí que se retirara. Acto seguido, luego de haber cerrado la puerta detrás de él, tomé mi pluma y un papel y le escribí una carta en la cual yo le prohibía explícitamente a Benjamin volver a ver a mi hermana. No escribí la carta por el hecho de que no me pareciera correcto la unión entre personas con una diferencia de edad importante; la escribí porque estaba celoso. Celoso de su felicidad, de sus triunfos en la vida. ¿Por qué a ellos la vida les daba todo lo que querían y a mí me habían quitado lo que más amaba en el mundo: Joanne? No se lo permitiría, no por lo menos a Benjamin.

Pasaron varios meses luego de haberle mandado la carta al que antes consideraba mi amigo. Georgiana al principio se comportó de una manera extrañamente triste, casi deprimida. Sin embargo, yo la alentaba para que siguiese adelante con la música que ella era excelentemente capaz de dominar. Tuvo su primer concierto en donde fue aclamada por decenas de espectadores. Un éxito. Su nombre estaba en boca de todos. Estaba muy orgulloso del éxito que mi pequeña hermana había conseguido.

Sin embargo, comencé a sospechar que Georgiana hacía algo más que sólo ir a la Escuela de Artes Escénicas ya que regresaba tarde y se la veía distraída; por consiguiente decidí perseguirla en secreto. La esperé luego del colegio y la seguí hasta la estación King’s Cross. Allí, Benjamin James la esperaba sentado con una rosa roja en la mano. Se saludaron con un beso; fue entonces cuando mi mente se cegó por la ira y los celos. Se estaban burlando de mí, a mis espaldas. ¿Acaso no había sido yo específico cuando le prohibí a Benjamin el encontrarse con mi hermana? No dudé y me abalancé sobre él, lo derribé e intenté golpearlo mientras Georgiana rogaba entre lágrimas que tuviese piedad. No podía tenerle piedad a alguien que siempre había conseguido todo lo que había querido. Arrastré a mi hermana hasta la casa común, donde me encerré con ella y comencé a gritarle como nunca antes, tomándole cada vez más fuerte del brazo hasta hacerla llorar de dolor. Al escuchar los gritos, la señora King se presentó asustada. Junto con el señor Brown, me llevaron a mi habitación donde intentaron calmarme.

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Me desperté súbitamente, había un extraño zumbido retumbando en mi oído. Era un sonido ahogado. Traté de investigar de donde provenía. Abrí la puerta de mi habitación y caminé silenciosamente por el pasillo procurando no ser escuchado. La música, si así puede llamarse, iba creciendo a medida que me acercaba al final del corredor, a la habitación de Georgiana. Me detuve frente a la puerta de madera y traté de contener la respiración. El sonido provenía de detrás de la puerta, acerqué mi oído y pude reconocerlo: era una flauta. Estaba por tomar el picaporte cuando el sonido cesó, me quedé inmóvil y esperé un momento a que volviera la música nuevamente, pero en vez de música, lo que llegó a mí ser desde el otro lado de la puerta fueron murmullos y dos gritos ahogados, uno más grave que el otro. Con desesperación traté de abrir la puerta pero fue en vano: estaba trabada desde adentro.

-¡Georgiana! ¡Abre la puerta!- grité. Estaba asustado, empapado de transpiración.- ¡Ayuda! ¡Que alguien venga!

Con todas mis fuerzas traté de abrir la puerta, pero mis brazos eran muy débiles. Entonces recordé que Georgiana mantenía escondida una copia de la llave de su habitación sobre el marco de la puerta; rogué al cielo de que siguiera en su lugar. Levanté la mano y toqué algo de metal frío, era la llave. La introduje por el ojo de la cerradura y giré. Esperé un momento antes de entrar, mis manos temblaban.

Ojala nunca hubiese presenciado semejante cuadro. Una flauta negra rodó hacia mis pies, levanté la vista y vi, frente a mí, ataviada con un vestido celeste, a Georgiana sostenida por el cuello por una soga, sin vida. Sus ojos estaban abiertos y tenían la expresión inocente que la caracterizaba. A su lado, en la misma posición se encontraba el hombre de la estación de trenes; ambos estaban tomados de la mano. Mi mente estaba cegada, no podía creer que Georgiana, mi adorada hermana, estaba muerta.

Nunca podré perdonarme semejante asesinato que, pasivamente, había cometido; tampoco las inmortales palabras que estaban escritas en un trozo de papel junto a los jóvenes muertos: “ahora podremos estar en paz, juntos”.

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Segunda mención en relato corto Pacto de amor Por Michelle Eugenia Belén Tartaruga Amoroso

Escuela de Educación Media �°12

Tomé mi té con miel y me dirigí hacia el dormitorio. No dejaba que nadie entrara allí, a pesar de que ya hacía unos cuantos años no recibía visitas, por motivos que no deseo contar. Ese mismo día esperé que dieran las 20:40 hs. y comenzaron los preparativos. Tomé mi camisa negra, la pollera del mismo color, y lustré los zapatos hasta acabar la pomada. Más tarde, con la vestimenta ya lista, los cabellos recogidos y los labios punzó, recordé que ese era nuestro gran día y finalmente escribiríamos una nueva historia juntos de alguna manera. Mis llaves estaban en compañía de las monedas, todas fabricadas el mismo año por cierto, no me gusta mezclar el presente con el pasado. Todo estaba listo, sólo quedaba cruzar a la vereda de enfrente y resignarme una vez más a la espera del ómnibus. Ya en la parada, impacientándome por la llegada, contaba las monedas una y otra vez, verificando que todo estuviese en perfecto orden, cuando oí ese sonido tan familiar, aquel motor viejo que rechinaba todo el tiempo. Subí al carcacho, y luego retiré mi boleto, que con el mínimo contacto su tinta quedaba, como siempre, impresa en mi mano. Dando un suspiro me senté como era de costumbre en el último asiento. Lejos estaba yo de los niños y sus berrinches, de ancianas cascarrabias, mujeres con sus ropas osadas y malolientes, y hombres de trajes relojeando, deseando no ser reconocidos, sudando perfume barato de mujer. Después de media hora llegué a nuestra cita, compré una flor riéndome internamente, pensando en mi ridícula actitud, ¿Dónde se ha visto que las damas compren flores a los hombres?, pero la persona justificaba la excepción. Entré en aquel lugar y no había mucha gente, menos de la que imaginaba. Como no podía faltar estaba ella, sí, La Señora Alujo; justamente haciendo alusión a su apellido, lujos es lo que nunca se pudo dar. Ella lloraba dentro de su papel berreta, de viuda triste, gritando “¿por qué?”, “¿por qué?”, como unas diecisiete veces, hasta que por fin se calló. Yo estaba junto a la madre de mi querido Héctor, rezando un Padre Nuestro. Muy tensa y con las manos mojadas me acerque a él; “luces perfecto hoy”, murmuré al verlo. Luego de siete horas, con mi café frío dentro de aquel sucio vaso descartable, nos dirigimos hacia un lugar, tan frío, gris y silencioso como yo. Allí estuvimos un largo rato. Al finalizar la reunión, todos se marcharon a sus respectivas casas; todos menos yo. Deambulé dos horas por aquel sitio, hasta dar con el compañero del sereno llamado Daniel, con quien cerré el trato. Éste consistía en darle al cuidador unas copas de anís, sacando provecho de su adicción, dejándolo en un profundo sueño, que nos daría tiempo para poder sacar a Héctor de allí. Finalmente lo logramos. El reloj marcó las tres y dieciocho de la madrugada, cuando Daniel y yo subimos a Héctor al Siam.

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Nos dirigimos a mi casa, estando allí le entregué el dinero que habíamos acordado y más, ya nada me importaba, sólo necesitaba a Héctor a mi lado. Lo deposité sin hacer ruido en mi bañera llena de formol. Con una infinita paz interior, tomé mi camisón, y me guardé dentro de aquel sobre de raso. Dos días me tomó la disección, él me miraba agradeciéndome no haber sido sucumbido por los gusanos, sentado en el mejor sillón mientras yo escribía poemas dedicados a él como: Eres la esencia letal que libera mi piel Luces invisible a los ojos pero demasiado visible para mi ser. Invades mi alma y solo te quedas allí a vivir, Pareces una flecha que día a día atraviesa mi corazón Pero siento por dentro que esa flecha ya se instaló. La fragancia de tus labios me deja anonadada, y el perfume de tus ojos realmente hipnotizada. Respiro esa esencia una y otra vez, no logro descifrarla, no logro saber qué es y al mirarte nuevamente descubro el perfume que me hizo entender el porqué de mi existir. Eres tú la esencia perfecta, la más rica de las fragancias, el mejor perfume, tan único e inigualable, eres tú el amor que desata el placer. Éstos escritos se volaban cada vez que abría mi ventana, por eso decidí utilizar su corazón, bañado en cera, como pisapapeles. Ese fue el único órgano que no enterré en el pequeño jardín. Pasado un mes, como todos los jueves, fui a comprar habanos para mi amado. Cuando volvía en el ómnibus, éste giró a la izquierda; en ese momento, comencé a sospechar que algo andaba mal. Miré por sobre mi hombro derecho y pude observar a la ambulancia, la policía y toda la vecindad en la vereda de mi casa. Ya no podía volver atrás, tampoco bajarme para despedirme de Héctor, diciéndole cuánto lo amaba, besando sus fríos labios. Recién logré calmarme a unas treinta cuadras de allí y de esa manera recordar con claridad la fase “b”, del Pacto de Amor. Ya en la Terminal pude descender de aquel infierno. Rápidamente busqué un taxi, me subí y le dije al chofer: “al convento de Santa Rosa”. En ese lugar se encontraba la “madre superiora”, o mejor dicho mi gran amiga de la secundaria, Adela. Me recibió con los brazos abiertos diciendo “¡Qué bonito, que hayas venido a visitarme!”, “Tanto tiempo amiga mía”. Veintiocho años pasé en aquel convento “bonito” diría Adela, (solía calificar con este adjetivo a cualquier circunstancia que la atravesara, ya sean momentos, objetos, personas…). Años vacíos, sin Héctor a mi lado pero, con la conciencia tranquila de que el cartero Eustaquio, ya no se encontraba en el manicomio debido al fuerte shock que sufrió aquel jueves, en mi ausencia, cuando por curiosidad, debido a que nadie atendía a su llamado, osó mirar por la hendija del correo, ubicada en el centro de la puerta, el interior de mi mundo, y de esta manera descubrió al testigo silencioso que reposaba cómodamente. Hoy lo observo desde mi ventana arreglando los canteros. Él suele regalarme una rosa cada día, y cuando dan las cinco, juntos tomamos un rico té con miel. P.D.: Si algún día llegaras a leer esta confesión, no la delates, ella sólo cumplió su Pacto de Amor.

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Tercera mención en relato corto Matices Por Ernesto Domingo Barragán

Escuela de Enseñanza Media �°2 de Berisso

Camina un rato, hasta que llega al lugar deseado. Se adentra en la obscuridad, donde ahora quiere estar. Olvida sus sentimientos, sus acciones, sus recuerdos por un momento incluso, aunque sea por un momento, olvida lo que lo llevó al lugar donde está ahora. Luego recuerda todo, y eso lo deprime. Busca estar solo en la inmensidad de la obscuridad, pero aún no puede, sus recuerdos lo persiguen. Piensa un instante en lo ocurrido, se siente mal, luego vuelve a recordarlo, y así por un rato. Pasa un tiempo, él no sabe qué hacer, comienza a caminar entre las sombras, sabiendo que allí no va a encontrar nada bueno. Camina y ve cosas que creía olvidadas, cosas que no quería volver a ver. Decide cerrar los ojos, pero una fuerza superior se los abre, decide volver pero ya es tarde. Como un circo fúnebre los recuerdos espantosos se van apareciendo delante de él, como burlándose. En primera instancia, se siente mal, luego empieza a sentirse indiferente con lo que ve, incluso llega a disfrutarlo. De repente todo desaparece y vuelve a quedar solo en la obscuridad. Una voz… – ¿Quién es? – dice él. – Soy yo. – Ya sé que eres tú, pero ¿quién eres tú? – Creo que no me entendiste, dije que soy yo, o sea, tú. – ¿Cómo que eres yo? – Soy yo, soy tú, ¿qué tiene eso de raro? – Solo existe un yo, y soy yo. – Eso es lo que tú crees, pero nunca has estado solo, ¿quién crees que te ha ayudado recién? – ¡Le dices ayuda a eso! – dice él, medio enojado y confuso – ¡Yo no quería hacer eso! – Claro que sí querías. Es lo que quería hacer yo, y yo soy tú. – dice la voz en tono burlón y echando una risa. Él se deja caer hacia la nada y llora, confuso por un momento. Luego otra voz aparece. – ¿Quién anda ahí? – dice él. – Soy tu otro yo. – ¿Has venido tú también a burlarte? – No, yo nunca haría eso. – ¿Entonces a qué viniste? – A hacerte entender que yo también estuve contigo, y te quise ayudar en ese momento, pero no quisimos. – Querrás decir “no quise”. – Claramente, pero somos dos en pensamiento. Volvió a dejarse caer en la nada, pero esta vez pensando. La primera voz volvió a aparecer. – No lo escuches a ese. – ¿A quién? – Al de recién.

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– ¿Pero no es tú? – No te confundas. Dije que era tú porque somos un solo ser, pero somos muchos en pensamiento. Ahora él entendió lo que la otra voz le decía, entonces quiso volver para hablar con ella, pero no estaba. – ¿Ves lo que te dije? No debes escuchar esa otra voz. Apenas te diste vuelta te dejó, pero yo siempre estuve aquí. – Tienes razón, tú siempre estás conmigo. – ¡Claro! – dijo con un tono siniestro. Entonces escuchó la otra voz. – Yo siempre estoy contigo– dijo la voz. – No mientas, tú me dejaste. – No fue eso, tú elegiste. – Sí, y ahora elijo no querer escucharte nunca más. Luego de esto reinó el silencio. – Ven conmigo – dijo la primera voz, y los dos juntos se adentraron la obscuridad, donde él quiere estar.

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Cuarta mención en relato corto Zapatillazo Por Malena Embon

El dilema con mis zapatillas se resolvió hoy por la mañana cuando después de una larga charla decidimos que mamá cambiaría los cordones por abrojos. Últimamente estamos teniendo una serie de desencontronazos, lo admito, ¿pero como el de ayer? No creo. Me miró a través de sus ocho ojales y trató de hablarme por sus cordones. Se presentó en mi habitación como nunca lo había hecho. Pensé que vivía bien en casa, salía a pasear más de dos veces a la semana y recorría lugares que otros pares no recorrían, pero supongo que el reclamo se debía a otra cosa. Me había estado reclamando despegándose un poco de la suela, pidiéndome a gritos que la atienda. Más que obvio. Mis zapatillas eran especiales. No por nada en particular. No, no me las había regalado ni mi abuela ni mi bisabuela, ni venían de tradición familiar como suele suceder en la mayoría de las historias corrientes. El problema ahora eran los cordones. Según mis zapatillas y yo, los malos de la historia eran ellos, ya que por su culpa perdemos tiempo de nuestras vidas dedicándonos a sus tan odiosos nudos, que por momentos se tornan cursis entre moñito y moñito, y no hacen otra cosa que desatarse y desatarse una y otra vez. Aparte ya habían sido causantes de varias revolcadas en zonas públicas que nos habían avergonzado a los dos. Con todo, mis zapatillas prometieron portarse excelente, se mantendrían sanas, impecables, como nuevas. Así mamá no querría que las reemplace. En conclusión, les prometí por mi parte usarlas siempre, aunque su fachada se torne un tanto pantufoide. Tratos son tratos. ¿No?

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Quinta mención en relato corto Realidad soñada Por Julieta Vecchiola

Instituto Virgen del Pilar de La Plata

Mallqui Nina (árbol de fuego) despertó de golpe. Su cabello castaño le cubría la cara, su piel morena estaba cubierta de sudor y sus ojos marrones sobresaltados. Había soñado con una horrible batalla y se sentía muy asustada, lo único que veía era muerte. Ella había sido elegida por su pueblo, Allppa (tierra), como la bruja, aquella con el don de entender a los dioses y comunicarse con las fuerzas de la naturaleza. Su mundo sufría por los Chon Ktauktau (hombres del infierno) y ella no veía la forma de ayudarlos, ya que no entendía qué querían decirles los dioses y eso la mantenía despierta. Todo “humano” surgía de la naturaleza, pertenecía a un pueblo dependiendo del lugar donde aparecía y cuando moría llegaba otro para tomar su lugar. El nombre era dado por donde lo encontraran, por ejemplo, a ella la hallaron a los pies de un árbol que parecía estar prendido fuego. Nina, para sus amigos, relajó su mente y trató de concentrarse en lo que la rodeaba; escuchó los ruidos de los animales, sintió la ropa que llevaba puesta y los cuerpos de aquellos con los que compartía la carpa. Esperó hasta acostumbrarse a la oscuridad y salió. Una vez fuera, caminó con sigilo para evitar llamar la atención, llevaba puesto un pantalón y una remera de piel que le permitían movilidad y sigilo; llegó entre los árboles que rodeaban al campamento a un claro y se quedó mirando la noche. La luz del campamento de los Chon Ktauktau indicaba su existencia a pesar de la distancia y eso la ponía incómoda. Los pueblos se habían unido para vencer a estos terribles monstruos que acababan con la vida a su paso. En este mundo se respetaba mucho la vida y matar se consideraba contra lo natural, sólo lo podían cometer los dioses, la naturaleza o los cazadores, para alimentar a sus pueblos. Pero estas criaturas de trajes negros y capuchas no respetaban nada, por lo que consideraban correcto matarlos. Nina se dio cuenta de que la observaban y se dio vuelta rápidamente preparada para defenderse desenfundando su espada. En estos tiempos nunca se podía saber qué se encontraría en los bosques, todos se habían entrenado duramente desde que llegaron los Chon Ktauktau y ella no era la excepción. Se encontró con Nawuel (tigre), un guerrero del pueblo Pùllù (alma), que la miraba fijamente y con una sonrisa burlona. Gisela se despertó temprano, tomó el cuaderno que estaba cerca de su cama y empezó a escribir un sueño que hacía tiempo había empezado a tener sobre una chica igual a ella llamada Mallqui Nina. Una vez que terminó se cambió, desayunó y se fue a la escuela. Fue un día sin penas ni glorias. Ya de vuelta en su casa se cambió para ir a una fiesta en la casa de su mejor amiga, Andrea. Como era de disfraces se puso un vestido de colores violeta, azul y celeste, con un corsé negro, unas pulseras y un pañuelo en la cabeza, como una gitana. Mientras sus hermanos jugaban a la play ella daba vueltas por el departamento esperando a su mamá para que la llevara, todavía no tenía registro. — ¿Te podés quedar quieta que me distraés? —la retó Agustín, su hermano mayor.

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—Andate a tu cuarto —le sugirió Marcos, el más chico. Gisela se tiró sobre su cama y cerró los ojos. — ¿Te asusté? —le preguntó Nawuel. Nina guardó la espada. —Si —dijo con cara seria. Nawuel dejó de sonreír, se acercó a ella y la tomó por la cintura. Era alto, no muy fornido, de piel morena, cabello y ojos negros. — ¿Estás bien? —le preguntó más serio. Ellos eran amantes hacía algún tiempo, se habían conocido en uno de los viajes de Nawuel. Al principio se detestaban por el orgullo de él y la terquedad de ella. —Tengo miedo por lo que pueda pasar mañana —confesó Nina y hundió su cara en su pecho. —Tranquila, algo me dice que sobreviviremos —dijo él, pero ella no le contó lo que había soñado. Él le levantó la cara y la besó. Se quedaron abrazados largo rato hasta que tuvieron que volver con los otros a prepararse para pelear, pues pronto empezaría la batalla. En el campamento se comió en silencio, todos tenían miedo y estaban nerviosos, era la primera vez que matarían a alguien que no fuera un animal para alimentarse. El más viejo de todos se puso enfrente y tomó la palabra. —Sé que lo que están a punto de hacer no está permitido por nuestras creencias, que va contra lo natural, pero deben recordar que si no detenemos a los Chon Ktauktau hoy nuestro mundo morirá y nosotros con él. Ustedes pelearan por la vida. Todos asintieron seguros de las palabras pero el silencio perduró: aunque fuera por una buena causa, seguía siendo asesinato. Algunos le pidieron consejo a Nina pero ella tuvo que mentir porque ni ella sabía qué planeaban los dioses y no podía quitarles las esperanzas. Ya estaba por amanecer, sintieron el temblor del avance de sus enemigos. Nawuel se acercó a Nina y tomó su mano. —Cuando esto acabe juro que nos vamos juntos —le dijo sonriendo. Ella se emocionó a pesar del momento en el que se encontraban. —En medio del bosque, lejos de tod…—Nina no terminó de hablar porque Nawuel la besó. —Terminemos rápido —dijo, y Nina le sonrió. Gisela se levantó, volvió a tomar su cuaderno y empezó a escribir. Al rato escuchó a su mamá entrar al departamento, ya que siempre hacía ruido con sus tacones y decía un fuerte “Hola” cuando llegaba. —Gi, ¿estás lista? —preguntó a los gritos después de saludar a los chicos. —Ya voy —respondió ella y dejó el cuaderno sobre la cama. Una vez en la casa de Andrea, saludó al resto de sus amigos y compañeros, charló, bailó, comió y jugó a las cartas. Cerca de las cuatro empezó a vencerla el sueño, estaba parada en el medio de la sala de estar y no había lugar para sentarse, la música aturdía sus oídos así que cerró los ojos y trató de relajar su cabeza. Nawuel y Nina estaban tomados de la mano escondidos entre los árboles, con el corazón latiendo rápidamente, esperando la llegada de los Chon Ktauktau. Cada vez se escuchaba y se sentía el fuerte avance de éstos. Algunos rezaban y los más fuertes se concentraban en su objetivo.

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Un movimiento de los árboles los hizo contener el aire, la nube negra que señalaba la llegada de sus enemigos salió al claro donde esperaban emboscarlos y les nubló la vista. Un grito ensordecedor y aterrador demostraba su presencia y provocó el silencio en todo ser vivo que se encontraba cerca, el mejor cazador dio la señal y todos salieron de su escondite. Los Chon Ktauktau no esperaban el ataque pero no les importó empezar una batalla: vivían listos para pelear. Nawuel y Nina se defendieron las espaldas y mataban a todo aquel que tuviera las capas negras y las armas con huesos. A pesar de que había salido el sol, el polvo levantado y la nube negra los tenía casi ciegos, por eso se movían guiados por sus otros sentidos. Chocaron con varios cuerpos muertos de sus enemigos tanto como de los suyos. Estaban nerviosos, no sabían como iba la batalla, quién perdía o ganaba, no querían separarse porque la espalda del otro les daba seguridad y tampoco hablaban para no llamar la atención. Escucharon un grito, que más parecía una orden, oyeron un chasquido y de pronto a Nina la alcanzó una flecha que se clavó en su corazón. Sentía cómo la sangre fluía hacia fuera y las fuerzas la abandonaban. Nawuel la agarró antes de que cayera y la besó. —Te seguiré hasta la muerte, aunque lo que mas valore sea la vida —le susurró al oído, la dejó en el suelo y arrodillado a su lado se clavó su espada en el pecho. Ambos se sintieron envueltos por una bruma blanca. Gisela sintió que caía y como estaba distraída no tuvo la fuerza ni el tiempo para sostenerse, cayó y se golpeó la cabeza con una mesa ratona. Quedó inconsciente. Se sentía volando, todo estaba oscuro, le costaba formular algún pensamiento y le dolía todo. Abrió lentamente los ojos y se encontró en un cuarto blanco con luz entrando por una ventana. Se concentró y logró sentarse, se dio cuenta de que estaba sobre una cama, que había una tranquila música sonando y que no recordaba nada, salvo que la envolvía una bruma blanca. La puerta se abrió y entró una mujer de mediana edad, cabello rubio, cuerpo delgado, alta, ojos marrones y unas ojeras enormes. Cuando se dio cuenta de que la miraban se quedó sorprendida y al verla empezó a llorar. —Gi…—alcanzó a decir antes de que se tirara sobre ella y la abrazara con fuerza. ¿Gi?, se preguntó a sí misma. ¿Quién era esta mujer? Entró un hombre también alto, un poco más robusto, cabello y ojos marrones y con las mismas ojeras que la mujer. Se quedo helado ante la situación que se encontró, también empezó a llorar, sonrió y las abrazó, confundiéndola más. Llegó el médico, que les pidió a los dos que lo dejaran hablar con ella, ambos la soltaron pero se quedaron cerca, sonriéndose. El médico diagnosticó que tenía amnesia. Sus “padres” empezaron a contarle todo sobre ella, pero nada le parecía conocido. Siguió llevando la vida de Gisela, volvió a conocer gente que supuestamente la conocía, ir a la escuela, hacer natación y reunirse con amigos y familia, pero algo le decía que esa no era su vida. Una vez, estaba recorriendo su cuarto y encontró un cuaderno con la historia de una chica llamada Mallqui Nina, que le sonaba muy familiar. En la fiesta de “su” amiga Andrea se separó del grupo de gente y se quedó en el patio mirando la noche, sentía que esto lo había hecho muchas veces antes, pero no se acordaba.

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—Te extrañé —dijo alguien detrás suyo. Se sorprendió y se dio vuelta para ver quién era. Nawuel la miraba con una sonrisa pícara en la cara— Mallqui Nina.

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Sexta mención en relato corto

De cacería por el bosque

Por Agustina Wolcan

Bachillerato de Bellas Artes “Prof. Francisco A. De Santo” de la Universidad �acional

de La Plata

“A pesar de que sus blandas patas no producían el menor sonido, uno notaba cómo la

tierra temblaba bajo su peso.”

Las crónicas de Narnia, El sobrino del mago. C.S Lewis.

Lo primero que me despertó fue una luz cálida, amarilla, que entró por mi ventana.

El día anterior había llovido, por eso la mañana estaba renovada y fresca. Me levanté de

la cama, ya no tenía sueño. Me calcé mis botas, y fui a desayunar. Unas tostadas con el

dulce de la abuela (¡que delicia!), acompañadas con un té. Le serví la comida a Balto,

que se había despertado al mismo tiempo que yo. Los dos desayunamos tranquilos en

esa cálida mañana de diciembre.

Lavé mi taza, el plato de Balto, y volví a mi dormitorio. La cabaña estaba silenciosa,

sólo mis pasos y las uñas del perro en el piso eran lo que se oía. Era un lindo día, decidí

aprovecharlo saliendo a cazar. Observé por la ventana. En el barro se veía alguna que

otra huellita de venado, y una colita que se metía rápido en la espesura del bosque. No

lo dejé salir a Balto porque podría llegar a quitarme a mi presa.

No quería perder más tiempo. Me prendí la camisa, me calcé la chaqueta. Agarré mi

escopeta, vieja, pero segura. Le puse la correa larga al perro, apagué las luces, y abrí la

puerta principal. Como de costumbre Balto salió primero, pero como la correa era larga,

me dio tiempo a trabar la puerta. La ventaja de vivir en el medio del bosque, que uno

sale de su cabaña y lo tiene ahí. A unos metros nada más.

Le dije a Balto que viniera a mi lado. Escuché un ruido, tenue como unas hojas rotas.

No le di demasiada importancia. Probablemente fuera alguna ardilla voladora, esas que

se pasan de un árbol a otro. No me importó. Empezamos a meternos en el bosque. Al

principio los arboles aparecen esporádicamente pero cuando caminás unos 100 metros

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adentro, ahí empieza la acción. Antes de seguir me di vuelta, y observé la cabaña,

diminuta, a lo lejos. Caminamos con Balto, unos cuantos metros, entre dos hileras de

pinos. Eran tan altos, que se me hacía difícil ver el celeste del cielo. Luz entraba muy

poca por arriba. Las copas eran tan frondosas que pasaban unos pocos rayos. Y detrás

mío, nada. Oscuridad total. Había un silencio perturbador, me ponía nervioso. El bosque

normalmente está lleno de ruidos. Pequeños animales, ciervos, pájaros. Nada. Hoy no

había nada.

Habíamos caminado más o menos media hora cuando Balto emitió un ladrido sordo, y

apuntó con su nariz a unos arbustos detrás de dos pinos. Le solté la correa

cautelosamente, sin hacer ningún ruido. Él no se movió, esperando alguna señal mía.

Me acerqué con cuidado, y de improviso salió un cervatillo. No reaccioné a tiempo, sino

hubiera sido mío. Disparé pero el ciervo ya había pegado la media vuelta hacia un grupo

de árboles. Balto, sin saber que era una causa perdida, lo siguió. Por unos segundos

escuché sus ladridos y sus patas contra las hojas. Lo llamé para que regresara junto a mí,

pero no respondió. Saqué mi silbato, lo hice sonar. Esperé unos minutos y no obtuve

respuesta. Lo único que me faltaba era llegar a mi cabaña sin presa y sin mi mejor

amigo. No iba a renunciar a él así nomás. Recogí su correa y me dirigí hacia donde

recordaba que el ciervo había ido. Para colmo, la luz empezaba a bajar, las copas se

hacían más frondosas en esta parte del bosque. Pude darme cuenta para dónde habían

ido porque las hojas estaban revueltas en el piso. Intenté seguirles el rastro, sin dejar de

llamarlo por su nombre durante todo el camino.

Me preocupaba, una vez que lo encontrara, regresar a la cabaña. Se supone que un

cazador debe tener un sentido de orientación excelente. No era éste mi caso. Balto sí

conocía el camino; además, como todos los perros, tiene un olfato extraordinario. Eso

me tranquilizó un poco. Seguí caminando, nunca dejé de caminar y llamarlo por su

nombre.

No sé cómo llegué a parar a una especie de círculo de árboles. Ahora sí se veía un poco

más, y logré divisar, muy en lo alto, un círculo celeste de cielo. Escuché un fuerte

gemido de dolor, reconocí la voz de Balto. Más fuerte grité su nombre para que viniera

junto a mí, herido o no. Despacio, reconocí una nariz negra entre unos ligustros. Corrí

en su ayuda.

Salió de entre las plantas y lo abracé. Quedamos los dos tirados entre las hojas en el

medio del círculo. Lo examiné con cautela, para no provocarle más dolor. Tenía la

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patita derecha delantera levantada. Se la toqué, y me tiró un tarascón del dolor que le

provoqué.

No la tenía quebrada. Pero se había raspado fuerte y le sangraba. Me alivié al ver que no

era muy grave. Saqué un poco de alcohol y se la vendé con un retazo de tela que

arranqué de mi camisa. Se quejó, pero ya estaba mucho mejor que antes. Podía caminar

bien, si no apoyaba la pata. Le coloqué la correa nuevamente, y le dije que era hora de

volver a casa.

Empezamos a caminar, lentamente, pero a paso firme. Yo me ubiqué bastante bien, pero

Balto también hacía su parte. Decidí volver a la cabaña. Salimos del círculo de árboles y

nos envolvió una oscuridad escalofriante. Saqué mi farol y continuamos. Por alguna

razón apuramos el paso.

Sentí que no estábamos solos. Advertí pisadas. No podía discernir de dónde provenían.

Balto se adelantó, ahora caminaba más rápido, delante de mí. Yo también me apresuré.

Ahora las pisadas estaban más cerca, las sentía más cerca. El miedo dentro de mí me

incitó a correr. El perro no se quejaba de la pata y ahora corríamos los dos. El camino se

iba haciendo más oscuro, a mi farol se le acababa la luz. Una desesperación corrió por

todo mi cuerpo. Corríamos muy rápido los dos. Sentimos un fuerte rugido, y una figura

enorme y negra se abalanzó sobre nosotros. Saqué mi escopeta, no sé si serviría de algo.

Disparé.

El pobre animal no pudo hacer nada. Mi inteligencia y mi rapidez dieron sus frutos.

Flaco estaba el pobre, muy flaco. Se ve que tenía hambre. Por eso estaba solo en esa

parte del bosque, buscando qué comer. Lo acomodé para que me resultara más fácil

cargarlo, pero igual no pesaba nada. Regresé a casa, satisfecho, habiendo realizado una

buena caza. Chico el animal, pero mejor que nada. Sano y salvo, a excepción de un

rasguño, pero se me curaría en menos de una semana. Llegué a casa, deposité al animal

en el suelo, y me recosté a descansar. Había sido una larga mañana. Pero si se ponen a

pensar, no tenía oportunidad el pobre. Además estaba acompañado de un pequeñísimo

animal peludo y marrón, que no le sirvió de mucho. La pata le sangraba y salió

corriendo como venado.

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Séptima mención en relato corto

Vuelo de Fénix

Por Dara Crivos Gandini

Bachillerato de Bellas Artes “Prof. Francisco A. De Santo” de la Universidad �acional

de La Plata

“Para alcanzar una conclusión es necesario armar todo el rompecabezas con un montón

de piezas cuya cifra se ignora. Y uno sólo alcanza a saberla tras armar toda la imagen.”

(Sebastian Fitzek)

Llegaba tarde al colegio. Me estaban esperando los chicos en el hall. Presentía que algo

era diferente, pero dudaba de qué se trataba.

- Lucas, apurate, llegamos tarde.

- Sí, ya voy.

No me sentía como siempre. Había algo distinto en el ambiente. Traté de no prestarle

atención a la ansiedad que sentía dentro mí, pero no pude hacerlo.

Cuando entré al salón la vi por primera vez. Ella era de estatura media y piel pálida. Sus

ojos claros brillaban en su rostro, enmarcado por largos mechones de color castaño

claro. Nadie se sorprendió, excepto yo. Mantuvimos la vista unida por unos segundos y

luego la desvié porque sus ojos eran demasiado hipnóticos. Me senté en el banco que

tenía designado, detrás de ella. Su perfume, impregnado en mi nariz, no me cansaba.

No pude quitarle la vista de encima durante todo el día, sabía que estaba ocultando algo,

tendría que averiguarlo en un futuro, no me quería preocupar de ello en ese momento.

Era una chica que aparentaba ser del todo normal, pero había algo extraño en ella que

no lograba convencerme.

Cuando regresé a mi casa me enteré de que Chimuelo, mi mascota, se había escapado.

Al principio no caí en la cuenta de su ausencia, pero luego se hizo notoria, me entristecí

lo suficiente como para encerrarme en mi habitación y no permitir que nadie me

molestara. En ese momento que estuve a solas conmigo mismo me plantee diferentes

formas de hablarle, de acercarme a ella, pero ninguna de ellas parecía buena.

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En el colegio todo seguía igual excepto mi vida, que había dado un giro y nada iba en su

rumbo deseado. Quería relacionarme con ella, pero no encontraba la manera, para ella lo

único que existían eran los profesores, puesto que no establecía comunicación con nadie

y esto lo hacía aun más difícil.

Me entregaron el examen de Historia, lo había desaprobado, sentía un sabor amargo en

todo aquello, no era normal que me fuera mal en el colegio, siempre había sido un buen

alumno salvo en algunas ocasiones que desaprobaba algún que otro examen, pero no

sentía que aquella fuera alguna de ellas y me era difícil saber por qué pensaba de ese

modo, pero tampoco me importaba demasiado, quizás fuera solamente una falsa

corazonada.

Desde que ella había aparecido ya no me juntaba con mis amigos ni hablaba tan seguido

con mi novia. Todo había cambiado vertiginosamente y quería saber qué incidencia

tenia ella en todo esto.

Y así pasaron los días, las notas iban de mal en peor y ella seguía sin dirigirme la

palabra. Mis amigos de a poco, se fueron alejando, ya no asistía tan seguido a mis

entrenamientos de tenis y la relación con mi novia se estaba deteriorando, ya no sabía

qué era de su vida. La relación duró hasta ese día, ella me dejó antes de entrar a clase,

no sabía cómo reaccionar, me dejó hecho pedazos. No quería que nada sobrepasara el

límite que ya había excedido. Decidí hablar con ella lo más rápido posible, la encontré

sentada en el patio, mirando fijamente a dos diminutas hormiguitas caminando por el

suelo. Me acerqué y la saludé con un tímido “Hola”, ella me respondió a mi saludo,

acompañado de una deslumbrante sonrisa, se paró y se encamino hacia mí. Me puse

nervioso, qué pasaría ahora, me rozó el brazo, una electricidad me recorrió todo el

cuerpo y al oído me dijo “Tené cuidado”. Sus susurros resonaron en mi mente y no supe

cómo reaccionar. Al principio pensé que me estaba formando una mala idea, pero no

podía dejar de pensar en sus palabras.

Los días avanzaban y cada vez hablaba más con ella. No comprendía que era lo que

tanto me atraía de ella, a veces se me cruzaba por la mente la idea de que era una veela,

hermosas jóvenes de cabello largo y suelto que son bondadosas pero muy

temperamentales, pero rápidamente me decía que no era posible, porque las veelas eran

personajes mitológicos. Era el único que parecía verla. Era con la única que me

relacionaba últimamente. Siempre le quise preguntar que me había querido decir con

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aquellas palabras la primera vez que hablamos, pero nunca tuve la suficiente decisión

para preguntárselo.

Un día ella me llevó a un lugar apartado de todo el bullicio del recreo y allí me dio su

primer beso. Fue corto pero apasionado. Cuando me separé de ella, sentí que un fuego

me recorría todo el cuerpo. La miro: una enorme lengua de fuego nos tenía atrapados.

Traté de moverme para socorrerla, pero mis pies no respondían a mis órdenes. Traté de

gritar, pero en vez de mi voz salió un fuerte graznido que se asemejaba al sonido de un

ave. Mire su cuerpo tan frágil y no sabía lo que estaba ocurriendo. En mi piel estaban

saliendo pequeñas plumas de color rojo, anaranjado y amarillo. Ella estaba pasando por

la misma metamorfosis sus brazos lentamente se fueron transformando en perfectas alas

y de nuestro rostro salió un fuerte pico. El fuego se fue desvaneciendo y los dos salimos

de él volando, ella me miro y sin ni siquiera mirarla supe que estaba feliz.

Estábamos hechos el uno para el otro.

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Octava mención en relato corto

Quizás

Por Betsabé �aím Sanz

Escuela de Educación Media �°28 de Villa Elisa

Pensaba, imaginaba, pero es imposible. Siempre buscando un por qué a todo, me

desesperaba suprimir la vida en una respuesta pero al final caía desafortunadamente en

el mismo agujero, no se podía y no se puede porque no existe un breve sentido para

demostrar con exactitud lo que significa ya que todo se halla entrelazado.

Encontramos a cada paso vida, por más desdichada o prolija siempre está, como una

obra de arte que espera ser admirada, pero la pasamos con una aplanadora como si nada,

y sin darnos cuenta perdimos oro para el alma.

Cada paso es una constancia cronológica, desde que nacemos hasta que… hasta que las

funciones biológicas de nuestro cuerpo caen y quizás en una fantasía la recta siga con

un espíritu, o una reencarnación, según cada cual; pero el transcurso sigue mientras

tanto y vamos en compañía continua de la esencia interna que nos desnuda a lo que

puramente somos: personas, supuestamente pensantes, la raza superior, los

evolucionados; como si fuéramos perfectos.

La carrera prosigue y nos detenemos en un inicio, comienza un día, se enciende la

racionalidad, la conciencia y el ritmo estándar que poseemos. De la nada recibimos

señales y otra vez queremos respuestas o una interpretación certera que cese con el

capricho. Así es tanto el anhelo egoísta que por ese motivo no se halla respuesta.

Y como en una obra de teatro, vemos escenas, los libretos, los personajes y demás

caracteres que solemos predecir, a veces le atinamos en un gran porcentaje y en raros

casos le erramos.

Escrutamos cada milésima con inmensa eficiencia; notamos esa parodia y complicidad

del mundo.

Por eso es más fácil la autonomía y la independencia propia, porque nos desliga de los

grilletes oxidados, hace volar a los ilusos, guía a los apasionados, encarrila a los

malvados para que con su modo rapaz sigan en su mismo pozo y nos hace libres si

usamos un poco suficiente de la inteligencia.

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No es casual, es causal, es el antídoto relativo para el capricho durando sólo segundos

un esquema hipotético con un sentido científico y no con la idea de la revelación, sino

con la idea de nuevamente complacer un pedido.

El crecimiento y el paso del tiempo una vez más me demuestran su fuerza como suelo

pensar, es un arma cruel y tirana, el bastardo tiempo dispara sin piedad pero no finge.

La sangre circula aún, no se congela y el corazón siempre en una clara calidez quiere

resguardarnos y ocultar irrealidad, pero se ve imposibilitado porque lo que uno es no

cambia, lo que uno siente no cambia, puede mutar pero siempre está.

Y siendo piezas de este ajedrez o maqueta que llamamos universo formamos parte de

los interrogantes, por qué amamos, por qué sufrimos, por qué pensamos, por qué

existimos, para quién existimos e infinidades de cuestiones que podemos encontrarle

vueltas de vida pero no el misterio eterno.

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Primer premio en poesía El placer de despertar Por María Sol Oliva

Colegio �acional “Rafael Hernández” de la Universidad �acional de La Plata

No pretextes certeza, vacila sin cesar. Y más, y más. Hasta el delirio. No aguardes a que te ataque, sólo deja que brote, porque es tuya y quizá de alguien más. No niegues el nuevo mundo al que te arrastrará, ese sí será únicamente tuyo, repleto de morisquetas y libélulas azules, cansadas de esperar. Allí escarba, entre hilos mojados, sin enhebrar. Tal vez halles el que te es propio, dando con lo efímero de una contestación, o tal vez el enredo se vuelva todavía mayor. Y si lo deseas, huye, pero jamás lo abandones, a no ser que prefieras, y lo dudo, que la verdad por sobre el titubeo se entrone. Entretanto, el vacío inicial atenderá cauteloso, e indistinto al estirón que te has llevado, pero tú lo oirás, zumbando en tu cabeza, desnudándote la piel. Y tu sonrisa lo acaparará todo, para luego perderse, sumisa a la cotidiana impericia.

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Segundo premio en poesía

No pude comprender

Por María del Pilar Ríos

Colegio Virgen del Pilar

Veo la lluvia

Otra vez

Mi alma se estremece

Al ver que no pude comprender

Ahora

Es ya tarde

Es…

Irreparable

Pero en mi cabeza

Una constante

Me repite la frase…

Esa

Que dice

¿Cómo no comprendías

Lo que sucedía?

Si era tan evidente

Como el sol en septiembre

Mi alma se estremece

Al comprender

Que nada va a volver

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Que no vas

A estar más

Aunque no deje

De pensar

Nada va a cambiar

Ahora

Es cuando veo

Cuando todo está hecho

Veo que lo más bello

Que tengo

Es recordarte

Con felicidad

Y tener

De estandarte

Esa música

Que tanto

Amaste…

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Epílogo

Desde la génesis de Dementesalfuturo supimos que no era una tarea fácil involucrarnos

en el mundo de los jóvenes. Afortunadamente son muchos los que se suman a esta

iniciativa, que a la mayoría le parece de locos pero que aún así tiene inmenso apoyo y

aliento desde afuera, lo que nos motiva y renueva nuestras fuerzas.

Resulta complejo brindar a los jóvenes, especialmente a los adolescentes, un espacio de

manifestación extracurricular, donde tendrán que esforzarse por algo por lo que no

obtendrán beneficios a corto plazo y que no tiene una contraparte económica. Pero

también es estimulante mostrarles que el esfuerzo tiene premios mejor valuados y que

se reflejan en la esencia del ser.

Queremos que dejen sus huellas, no grandes, sino aquellas que puedan dejar, con la

simpleza y la grandeza del esfuerzo como una continuidad de acciones que definan sus

vidas. Así tendrá sentido nuestro camino.

Este es el desafío que les presento a todos, trabajar porque no podemos descansar hasta

haber cumplido nuestro cometido que concluya en una sociedad atravesada por el

humanismo.

A todos, muchas gracias.

Edgardo Quinteros

Productor General de Dementesalfuturo

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Coordinadores:

Cecilia Mazzaro es Licenciada y Profesora en Comunicación Social por la Universidad

Nacional de La Plata. Continuó sus estudios en la maestría en Ciencia, tecnología y

sociedad de la Universidad Nacional de Quilmes pero trabaja en el área de Investigación

y Posgrado de su facultad de origen, donde además es docente, extensionista e

investigadora por el Laboratorio de Investigación de Lazos Socio-Urbanos.

Edgardo Quinteros estudió la Licenciatura en Planificación en la Facultad de

Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Trabajó en

la gestión corporativa de instituciones públicas y privadas, y como productor comercial

y general de programas de radio como “Nada que Perder”, “Náufragos en el olvido”,

“Octavo día” y, desde 2009, Dementesalfuturo, por Radio Universidad.

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