Del deber y del derecho de tener... el afecto debido
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Del deber y del derecho de tener… el afecto debido.
Desde el fondo observaba la habitación como debería ser en realidad a los ojos de Ángel.
Sólo en realidad, porque él hacía ya más de una mañana nublada y fría que no le prestaba
atención, a su acomodada, luminosa, espaciosa, vida exterior… se había perdido en los pasajes
del interior.
María observó hasta el último detalle, estaba llena de mil objetos, cada uno era posiblemente
un recuerdo, una alegría, una tristeza, pero en todos el sentir de los días, las velas de las
noches, la sinceridad de los amaneceres… pero la mayoría le recordaron como era él, no como
había sido, como era, porque después de tanto buscar, sólo quería reconocer en su amigo, la
sonrisa que nunca intentó olvida… y las manos que nunca quisieron soltarse, las palabras que
jamás pudieron evitar, y el afecto que siempre hallaron y hoyaron en ellos.
El rasgado grito de silencio, el que siempre encuentras cuando la emoción está punto de
romperte, se rompió… música… una canción que no le era ajena, melodía acabada en
sentimiento inacabado, le evocaba días, de sus labios empezaron a escapar las primeras
palabras, poco a poco las sílabas ya armadas fueron tarareadas cada vez más altas,
reconocía, era suya, la misma canción que habían escuchado juntos apenas y penas dos o tres
veces…
Sus ojos buscaron el detalle invisible, el que todos intentamos descubrir cuando colonizamos
lo desconocido, cuando pretendemos habitar en ajenos adentros, en el libro más leído, las
escenas y colores de los cuadros, los a veces imposibles objetos cuyo significado insignificante
para otros fue capaz de apreciar, los que llenos de melancolía querían evocar paisajes
imposibles de visitar… e incluso los de relleno, dispuestos por otros ojos ajenos.
¿Qué hace usted aquí?, repentinamente una joven desde la misma nada la apartó de sus
recuerdos.
Y María le respondió con igual…. Nada
… y mucho, le dijo al mismo tiempo que iba perfilando su sincera sonrisa, la que emerge
cuando reconoces a alguien desde el fondo de tu corazón, alguien que sin ser tuyo, es de los
tuyos.
Soy amiga, lejana y cercana, porque a pesar de que estoy lejos de él, me quedé cerca para
siempre; porque él también lo hizo. Llevo años buscando su sonrisa, lo había dado por
perdido, pero ayer al fin, leyendo una reseña donde aparecía su firma, su alias, su avatar… su
cansado destino viajero… a partir de ahí logré averiguar que estaba aquí.
Ah, ya, le contestó la muchacha, te refieres al Poemario, sí, lo encontré entre sus cosas, lo leí, y
me decidí a publicarlo, bajo su nombre, con su alma, por su alma, él lo habría hecho.
Se interrogaron con las miradas, buscando la aprobación de las palabras, el gesto de
comprensión, el sutil parpadeo de sinceridad, el abrazo en silencio, el confía en mí en esta
ventura…
…Y la conversación súbitamente se transformó en cordialidad, afinidad, esperanza de
palabras, de dos personas que se sienten unidas por un mismo motivo.
¿Le lees algo? ¿le pones música? ¿lo abrazas? ¿le das la mano?... preguntó con su exquisita
amabilidad María, sí, se le respondió cariñosamente, también sé las canciones que le gustaban,
muchas horas a su lado, y los libros que leía, tras horas de sueño abandonado dejado todos los
días, y se dormía con alguno entre sus manos todas las noches, yo siempre se lo recogía, y
reponía en su estante, donde su vista ya cansada los reconocería.
Lo abrazo todas las mañanas, y lo beso, en la frente, ya sabes, esos besos especiales que se
dan a quien te daba su cariño, y quizás aún lo tiene, cerca de donde se guardan los recuerdos,
y en las manos, que dibujaron y perfilaron muchas veces en tinta esos recuerdos… él sigue sin
saber o poder mostrarlo , no demostrarlo, porque los sentimientos no se demuestran, se
viven… y quedo esperando algún gesto suyo, pero sólo me responde su mirada perdida, el
silencio de sus labios cerrados, su cara ausente de sentimientos, y por supuesto, cuando creo
que me escucha al leerle las poesías que guarda en su olvidada memoria, le tomo la mano, las
dos manos, y a veces siento, como si él me devolviera el aliento, como si supiera que alguien le
recuerda lo que nunca ha olvidado, como si en su interior no callara jamás su alma, y gritara
inundando de más silencio todo el silencio… porque no sabemos o no podemos escucharle, y
nos dice, estuve, estoy, estaré, solo es cansancio, pero no me rendí, ni me rindo, ni me
rendiré…
Déjame leer a mí hoy, dijo María con la certeza, el gozo, de quién va a ser escuchada y
atendida… ¿sabes? Voy a estar sólo hoy a su lado, posiblemente vuelva, no te lo aseguro, ya
una vez prometí volver, y no pude… pero en otro tiempo hablamos de lo que parece que es
este mal trago de sueño, el olvido involuntario, y que podría derribarse con el afecto, con los
sonidos, con los ecos del pasado cuando vuelven para no ser ecos, para ser presentes, para no
ser recuerdos, para ser realidad, como un cálido abrazo, estando sólo a merced de las palabras
al aire, de los benditas palabras que saben acariciarte…
¿Escojo el libro?, preguntó María, y apenas empezando a escuchar la respuesta había tomado
ya uno.
Al ver el libro, la muchacha casi gritando la miró, … pues entonces yo creo que ésta canción es
la mejor que puede escuchar.
Otra mirada de aprobación mutua recorrió de norte a sur, de este a oeste, el alma de los
sentimientos, pero fue distinta, esta vez empezaron a sentir que había más almas.
María no leía con voz entrecortada, no, no, no …. Ella recitaba aquellos versos porque sus
labios guardaban memoria de todas las sílabas que los conformaban, tantas y tantas veces
leídas y sentidas… aquellas… tristes guerras, tristes, tristes, si no son de amor la empresa… y
una lágrima de cariño infinito escapó y resbaló sin milagro alguno de sus ojos.
La muchacha hizo sonar la canción más escuchadas por Ángel antes de empezar a
desbaratarle la memoria desde el primer suspiro hasta el último de sus recuerdos… gracias a la
vida, que me ha dado tanto….
Las manos empezaron a confluir en el sentimiento, a izquierda y derecha del tiempo buscaron sosegar el presente, sembrar de nuevo la esperanza… Entonces, con un realismo mágico propio de un rayo de luna que escapa en las noches de niebla, las manos para nada, las manos para todo, se reconocieron nuevamente, el olvido fue vencido… Ángel desplegó los párpados y la sonrisa… y apenas musitó… si habito en tu memoria… Entonces los corazones se acomodaron… y las dichas con las alabardas de las sonrisas como una única arma… empezaron a rendir sin espera a las desdichas. Con cariño infinito.
… debo substituir tantos olvidos, llenar de pan las tinieblas, fundar otra vez la esperanza. Pablo Neruda
Hay manos para todo,
y manos para nada.
Mario Benedetti.