Cuentos para el andén Nº37
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Transcript of Cuentos para el andén Nº37
metroligero [31]
brevemente [24]
Relatos en cadena
dindondin [26]
entrecocheyandén [28]
Corazón Marino, Amelia Arévalo
andéndos [8]
El regreso a Roma, Luisgé Martín
elmuro [3]
decamino [27]
cuentoscomochurros [16]
lapuertadelanevera [19]
abril2015nº36
andénuno [5]
Las dos cerillas, Robert Louis Stevenson
Estrenamos sección con Sinopsis: proponemos a nuestros lectores el título del
próximo éxito editorial y les pedimos una buena sinopsis. Publicamos aquí las
mejores. Participa en www.grupoanden.com.
diccionariodesaturno [20]
sinopsis [21]
IIcursoconcurso [22]
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com
Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.
Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina)
y Mónica Pano (Argentina)
Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com
Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com
Ilustración portada e interior: © Lorenzo Montatore | http://www.lorenzomontatore.com/
nove
dade
s
Con la colaboración de:
andéntres [14]
Tres microrrelatos de Martín Gardella
nueva estación
Fe de erratas
3
Este número es una muestra cosmopolita de
textos breves: traemos una fábula desde la Escocia
del XIX de la mano de un clásico como R.L.
Stevenson; desde Argentina desembarca una selec-
ción de microrrelatos del gran Martín Gardella y
desde España Luisgé Martín nos trae un relato que
habla sobre un regreso a Roma. Tendremos algo de
prensa rosa de Saturno, cosas salvajes en la nevera,
relatos de alumnos de taller… Y más cosas. No te
quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
Cuentos para el andén
@cuentosanden
www.grupoanden.com
Te escuchamos:
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a [email protected] las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.comTema del próximo concurso: El sonido del silencio
elmuro
Finalistas:
Extranjero residente, autóctono regularizado
Rosa María García - Gran Canaria (España)
Oteadero privilegiado
Carlos Rivero - Badajoz (España)
Sin título
Ángel José Málaga - Lima (Perú)
Tema: Fauna autóctona Ganador: Cruz del Sur, Rafael Ramírez - México DF (México)
andénuno
CIERTO día, un viajero atravesaba los bosques de
California en plena estación seca, cuando los vientos
alisios soplaban con fuerza. Había cabalgado un buen
trecho y, sintiéndose cansado y hambriento, desmon-
tó para fumar una pipa. Pero resultó que al llevarse la
mano al bolsillo sólo encontró dos cerillas. Rascó la
primera, y no prendió.
—Bonita situación —dijo el viajero—. Me
muero por fumar y no me queda más que
una cerilla. ¡Y seguro que no prende!
¿Hubo alguna vez hombre más desdi-
chado? —Sin embargo —caviló—,
supongamos que enciendo la cerilla,
me fumo mi pipa y la vacío
aquí, en la hierba: la hierba
podría incendiarse, porque
está seca como la yesca. Y
mientras intento sofocar a
manotazos las llamas
de delante, escapan,
me persiguen por
detrás y prenden esas
matas de zumaque.
Habrían ardido por
completo antes de que
pudiera alcanzarlas. Más
Las dos cerillasRobert Louis Stevenson
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andénuno
allá de las matas veo un pino cubierto de musgo:
también el pino se incendiaría al instante, hasta su
rama más alta. Y la llama de esa larga antorcha… ¡los
alisios la arrastrarían, blandiendo con ella el bosque
inflamable! Ya oigo el bronco rugido que componen
las voces combinadas del viento y del fuego. Ya me
veo escapando al galope para salvar mi alma, mien-
tras el incendio surca el aire en pos de mí y me encie-
rra entre los montes. Ya veo arder durante días este
agradable bosque, y al ganado achicharrado, y las
fuentes secas, y al granjero arruinado, y a sus hijos
arrojados al mundo. ¡Todo un mundo depende de
este momento!
Y tras esto, rascó la cerilla, que no prendió.
—Gracias a Dios —dijo el viajero, guardándose la
pipa en el bolsillo.
tw Del libro: Fábulas. Ed. Rey Lear, 2010Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850 - Samoa, 1894). Autor de obras como La isladel Tesoro o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en sus últimos años enfermó detuberculosis y se trasladó a Samoa, donde los aborígenes le bautizaron como Tusitala (elcontador de historias). Sus Fábulas se publicaron dos años después de su muerte.
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andéndos
CUANDO cumplió diecisiete años, los doctores le aconsejaron al
marqués Albert Ludovic de la Villiers que hiciera un viaje para curar su
melancolía. El muchacho, que tenía el rostro macilento y el cuerpo
enflaquecido por la anemia, se pasaba las horas del día y de la noche
tendido en la cama. Sólo tenían permiso para entrar en su cámara los
mayordomos, que cada mañana le daban friegas en la carne con
agua tibia para quitarle los olores, y el cardenal de París, con quien el
joven se confesaba de sus pecados. La señora Fabignon, su precep-
tora, le visitaba también algunas tardes y le leía novelas de aventuras
para vivificar con ellas su espíritu y azuzarle a emular las hazañas de
sus héroes, pero ni D'Artagnan ni Julien Sorel le remediaban el ensi-
mismamiento y la pesadumbre.
Fue el cardenal, quebrantando con prerrogativa papal el secreto
de confesión, quien les explicó a los doctores el origen de los males
del marqués: el muchacho, huérfano de padre y madre desde muy
pequeño, tenía un miedo aterrador a la muerte y creía que los aires
del mundo sólo servirían para enfermarle. Soñaba cada noche con la
guadaña y sentía en la piel el corte frío de su hoja afilada. En una oca-
sión se despertó incluso con una tajadura sangrante en el brazo, y
aunque el mayordomo aseguraba que se la había hecho descuidada-
mente durante el sueño con un hierro suelto del dosel de la cama, él
estuvo siempre convencido de que había sido obra de la Muerte,
quien esa noche había logrado acercar más su segadera y había esta-
do a punto por fin de llevarse su pellejo.
Desde niño, Albert Ludovic había buscado panaceas que le per-
mitieran vivir eternamente. A los doce años había ingresado en una
hermandad de alquimistas que experimentaban con la planta del
cacao, con excrementos macerados en alcohol y con hígados de
yeguas para elaborar un ungüento maravilloso que, bebido, debía
El regreso a RomaLuisgé Martín
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andéndos
regenerar todos los humores del cuerpo y dispensar la salud perpe-
tua. Dos años más tarde se unió a una cofradía de monjes gnósticos
que aseguraban que leyendo los capítulos del Antiguo Testamento
en un orden determinado se alcanzaba la purificación más alta y se
conseguía la vida eterna sin necesidad de cumplir el trámite de la
muerte. Y a los quince años, por fin, hizo amistad con un astrónomo
soñador que estaba dibujando un mapa de las estrellas porque tenía
la convicción de que los hombres, como la Virgen María, podían
ascender al cielo sin haber muerto.
Ninguna de estas filosofías alivió las congojas del marqués, que
vio morir en pocos meses, sin componenda, al patrón de la herman-
dad de alquimistas, a tres monjes gnósticos emponzoñados por el
tifus, al astrónomo, ya anciano, y a su tío abuelo Dominique, que
había sido capaz de sobrevivir en la corte a las intrigas de Robespierre
y de Fouchet pero no había podido librarse luego con bien de los
daños de una hidropesía. Albert Ludovic se encerró entonces en su
palacio, desinfectó los muebles y los muros con detergentes, y se
puso a gemir dolientemente mientras buscaba en los libros de su
biblioteca, más metafísicos que los que le leía la señora Fabignon,
una solución a la muerte.
Cuando los doctores le examinaron, después de un desmayo, lle-
garon a la conclusión de que su enfermedad no era sanguínea, sino
mística. Uno de los cirujanos lo expresó sin palabrería: "Al marqués se
le ha chiflado la cabeza -dijo-. No se le puede curar con cataplasmas,
pócimas y bebedizos, sino con fantasías. Búsquenle una hembra que
le aturda o llévenle a un lugar exótico en el que se olvide de sus
penas". La preceptora Fabignon, que tenía propensión a tomar deci-
siones categóricas, mandó empacar de inmediato la ropa del mucha-
cho en un baúl, dio instrucciones a los cocheros para que prepararan
el carruaje y escribió cartas a una prima suya que vivía en Roma
anunciándole su visita y rogándole que tuviera avisados a los mejo-
res médicos de la ciudad por si acaso se producía algún contratiem-
po con la salud del marqués durante el camino. Albert Ludovic, con
el gesto descompuesto por el terror, se negó a salir del palacio con
rumbo tan lejano, pero la señora Fabignon, perentoria, amenazó con
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envenenarle las comidas si no obedecía, de modo que el muchacho,
que conocía el temperamento agrio de su preceptora, eligió de entre
las dos muertes la menos cierta.
Emprendieron el viaje sin más tardanza. En el equipaje, además de
las ropas, las pócimas curativas y los pertrechos, Albert Ludovic lleva-
ba hasta cien libros de nigromancia y de teología en los que espera-
ba encontrar, a tiempo todavía de salvarse, un auxilio o un consuelo.
Cuando el carruaje arrancaba cada mañana, él, molido por las pesa-
dillas de la noche, se acomodaba entre los cojines de la cabina y
comenzaba a leer algún tratado sentencioso para instruirse. Poco a
poco, sin embargo, fue distrayéndose con el paisaje. A la altura de
Burdeos, después de varias jornadas de trayecto, se dejó embeber
por el verdor de los bosques y la turbulencia de los ríos que vadea-
ban. Sus cavilaciones no se volvieron más amables, pues a cada ins-
tante pensaba que toda aquella hermosura que veía a través de la
ventanilla se malograría pronto, pero su rostro, extenuado y pálido,
empezó a engordar y a atezarse por el sol.
Recalaron en Marsella, donde el marqués vio por primera vez el
mar, que le llenó de nuevo de melancolía. Desfilaron por los Alpes,
nevados y fragosos. Durmieron en Génova y en Pisa. Recorrieron la
campiña toscana, que tenía, a principios ya de otoño, colores escarla-
tas y rosáceos. Y llegaron por fin a Roma, la ciudad de Dios, donde
Albert Ludovic esperaba encontrar alguna señal de sus quimeras. La
prima de la señora Fabignon les alojó en un palacio renacentista
desde el que se podían ver las aguas grises del Tíber y más allá los
muros circulares del castillo de Sant'Angelo y la cúpula blanquecina
del Vaticano. Al asomarse a la ventana de su alcoba la primera noche
y contemplar aquel paisaje iluminado por el fuego de hachones
gigantescos, el marqués se puso a llorar desconsolado. Cuando el
paje italiano que habían contratado para que le atendiera acudió
alarmado a preguntarle qué le disgustaba, Albert Ludovic le mostró
los ojos llenos de lágrimas y, mientras señalaba por la ventana todo
lo que iba enumerando, le explicó que aquellas pupilas pronto esta-
rían mordidas por gusanos, descompuestas, y no podrían ver ya los
tejados de las casas, ni los pretiles de los puentes, ni los ropajes colo-
andéndos
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ridos de los romanos que jaraneaban en la plaza que había frente al
palacio. El mozo, asustado, le sacudió el colchón, le caldeó la ropa de
la cama con bolsones de agua caliente y se fue espantado.
Albert Ludovic, que a pesar de su aflicción tenía la salud muy
mejorada desde que salieran de París, visitó los mausoleos, los pan-
teones y los capitolios, pero enseguida comenzó a citarse con perso-
najes estrafalarios que, como él, anhelaban la inmortalidad. Un mili-
tar lombardo, que había luchado en Oriente como mercenario, le
contó que una doctrina siria sostenía que el hombre que fuera capaz
de eliminar de su cuerpo el semen hasta la última pizca quedaría
purificado por completo y no tendría que sufrir la pudrición de la
carne. Un cocinero que servía en los fogones del Papa le aseguró que
no era el ayuno, sino la glotonería, lo que purgaba las vísceras de sus
corrupciones. Y un ermitaño que vivía en las afueras de Roma, al lado
del mar, le mostró las sangrías que se hacía en la piel, rebanándola
para que los demonios se fueran del cuerpo. Albert Ludovic escurrió
su semen, comió hasta indigestarse y se hizo heridas sangrantes en
los brazos, en el vientre y en las piernas, pero todo eso, más que ayu-
darle en sus desvelos, le debilitó aún más.
Una mañana de comienzos de diciembre, el marqués, que pasea-
ba por la ciudad apoyado en un bastón, vio cómo una dama anciana
arrojaba una moneda de oro en una fuente gigantesca y de piedras
atronantes que llamaban Fontana di Trevi. Sorprendido por el gesto,
que no sabía si era de demencia o de filantropía, se acercó a ella para
observarla, y como oyó que hablaba en francés con sus criados, la
saludó ceremoniosamente y le preguntó por qué había arrojado una
moneda de tanto valor a una fuente callejera donde cualquier men-
digo podía robarla. La dama le explicó entonces que con ese acto se
aseguraba de que regresaría a Roma algún día. "La Providencia, caba-
llero, garantiza a quien arroja una moneda en estas aguas que volve-
rá a la ciudad antes de morir", le dijo afablemente.
Al marqués le impresionaron aquellas palabras, pues creyó encon-
trar en ellas, misteriosamente, la respuesta a sus plegarias. Con la
cabeza desovillada por aporías, silogismos y jeroglíficos, fue hilando
un razonamiento en el que se figuraba que podía estar la eternidad:
andéndos
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andéndos
tw Del libro: Todos los crímenes se cometen por amor. Ed. Salto de Página, 2013.Luisgé Martín (Madrid, 1962). Ha publicado los libros de relatos Los oscuros (Alfaguara, 1990) y Elalma del erizo (Alfaguara, 2002). Ha participado, asimismo, en diversos libros colectivos de rela-tos. En el año 2009 ganó el Premio Antonio Machado con el cuento Los años más felices, y en 2012el Premio Mario Vargas Llosa con Los dientes del azar.
si lanzaba una moneda a la fuente antes de marchar a París, no mori-
ría hasta regresar a Roma, de modo que para seguir vivo bastaría con
no regresar nunca. Mientras tejía esas conjeturas y deducciones, de
camino a casa, comenzó a sentir un júbilo extraordinario. Entró al
palacio dando órdenes a todos para que comenzaran a recoger el
equipaje. Él mismo se puso en faena con un brío que la señora
Fabignon no le había conocido nunca.
A la mañana siguiente, con las primeras luces del día, Albert
Ludovic, que no había podido conciliar el sueño, dio orden de que
cargaran los baúles en el carruaje mientras él iba a la fuente a arro-
jar la moneda. Se llevó la faltriquera llena para amarrar mejor su des-
tino: si una moneda era el precio tasado por la Providencia, un
puñado de ellas garantizaría más aún el derecho a regresar a Roma.
Al llegar a la fuente, emocionado, tomó en un puño los francos de
oro, se acercó a la barbacana que rodeaba el agua y arrojó con deci-
sión las monedas, que brillaron durante un instante en el aire y cha-
potearon luego retumbantemente. Hicieron ruido como de lluvia
fuerte o de granizo, pero Albert Ludovic no pudo oírlo, pues un cor-
cel que se había desbocado cruzó al galope la plazuela de la fuen-
te y le arrolló. Su cuerpo quedó tumbado bocabajo en el empedra-
do, con la nuca partida en dos trozos por una de las herraduras del
caballo. Uno de los limosneros que rondaban por allí le cerró los
ojos piadosamente y luego, con los pantalones remangados, entró
en la fuente a por las monedas.
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Pasión alienígena
ELLA es una chica de otro planeta. Tiene una nave
espacial camuflada en la cocina de su casa, pero lo
niega (dice que sólo es un electrodoméstico un poco
antiguo, que hace un ruido muy particular). Disimula,
prefiere ocultar su origen. Habla perfecto español, toma
mate, come empanadas. Apaga las luces de su dormito-
rio cuando la desvisto, alegando ser un poco vergonzo-
sa. Quiere convencerme de que es una mujer normal,
pero no lo logra. Las caricias de sus manos de ocho
dedos la descubren. Y sus besos hechiceros, tan distin-
tos a todo lo antes conocido, tienen el sabor caracterís-
tico de las estrellas.
Los caminantes
ME encanta pasear por la calle Florida. Es divertido
observar en silencio a los veloces transeúntes de múlti-
ples razas, escuchar a los artistas callejeros y dejarme
tentar por las ventas ambulantes. Pero lo que más dis-
fruto son los encuentros fortuitos, en medio del gentío,
con esos sujetos exánimes que deambulan por el
microcentro, invisibles a los demás caminantes, y tan
parecidos a mí.
Tres microrrelatos de Martín Gardella
andéntres
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Las mil y una bodas
MIENTRAS el centro comercial permanece abierto, un
vestido blanco se exhibe inmóvil en el escaparate. Cada
noche, apenas el sereno abandona la sala, comienza la
fantástica escena de la boda, en la que la novia imagina-
ria contrae matrimonio con un muñeco elegante de la
sección de hombres. Todo el mobiliario los observa,
mientras bailan un mágico vals vienés entre los perche-
ros. La fiesta continúa alegremente hasta el alba, en que
vuelven la quietud, el desamor, la indiferencia. Antes que
se enciendan las luces del salón, los recién casados acuer-
dan su divorcio, sólo por las dudas. Saben que así sufrirán
menos por la ausencia, en caso que uno de ellos tuviera
la desgracia de partir.
tw Del libro: Instantáneas. Ed. Andrómeda, 2010.Martín Gardella (La Plata, Argentina, 1973) Es abogado, escritor y profesor universitario. Trasla publicación de Instantáneas, compiló y prologó en 2013 Brevedades: Antología argentinade cuentos re-breves. Es miembro fundador de la revista Internacional Microcuentista. Variosde sus cuentos cortos y microrrelatos han sido incluidos en múltiples antologías.
andéntres
16
cuentoscomochurros
Avestruz
17
cuentoscomochurros
ERES un avestruz. Llevas una existencia de mierda sacando
adelante unos huevos asquerosos del tamaño de un melón.
Corres, corres que te las pelas. Andas todo el día como de pun-
tillas para dar relevo a tu pareja en el cuidado de los huevos.
Levantas mucho polvo con tus patas ortopédicas, con tu culo
gordo, como si te persiguieran. Eres un avestruz (macho, hem-
bra, casi da lo mismo), un centro de mesa con plumas, y estás
harto de tanto tedio. Miras el azul del cielo sobre tu cabeza
pelada como una posible escapatoria. Te dices que deberías
echar a volar porque allá, tan lejos, tienen que pasar cosas.
Pero no vuelas. Eres un avestruz (viejo, joven, da igual) y lo
jodido es que no vuelas. Tienes las alas como de adorno y un
cuello tan largo que solo sirve para mirar a lo lejos y beber el
agua sucia de los charcos. Tienes miedo de las hienas, de la
noche, tienes miedo de los otros avestruces. Lo tuyo es tener
miedo, vigilar los huevos, correr de aquí para allá como si te
cerraran las tiendas. Ocupas tu lugar en el nido y observas las
bandadas de patos pasar sobre tu cabeza rumbo a alguna
parte. Les miras cómo vuelan en formación de punta de fle-
cha. Ellos son muchos, piensas, ellos se organizan. Has pensa-
do algunas veces charlarlo con tu pareja. Te gustaría ir detrás
de los patos, unirte a la comitiva, que pasen cosas. Pero te que-
das en el nido. Tienes las alas cortas, unos huevos que cuidar.
Eres un avestruz.
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro fotografíasseleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. La fotografíaes de Rosa María García, finalista de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
Juan Carlos SantaRetirar todos los papelitos de la puertade la nevera. Esa fue mi
condena.
José M. Iarussi
¿Hay una condena para la
berenjena que has olvidado
en el estante de las verduras?
Rescátala de la nevera.
cochemandarinoLas mandarinas salvajes seatrincheraron en el cajón
de la fruta, luchando amuerte para que nadie
arrancara su piel.
M. Caballero
¡Condena de cien años!
-sentenció el juez. Eso está a
la vuelta de la esquina
-dijo el optimista asesino
nonagenario.
Rosi García
Encontró en la basura,
un pequeño paraíso,
siempre rodeada de
iguales.
Marco GarcíaNo te limites por tu
entorno ni por quieneste rodean; hasta entre labasura nace vida.
Basura
Renato Restrepo
Planeta educado,
humanidad salvaje.
http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
https://fotosdesdelabase.wordpress.com/
http://www.wattpad.com/user/ManoloCaballero
http://www.letracero.com.ar/
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
SSaallvvaajjee
CCoonnddeennaa
19
lapuertadelanevera
TURISMO
1. Viajar a la m
ente propia o ajena,
soñando o leyendo re
spectiv
amente.
Sandra. http://d
esiertosyjardines.blogspot.com.es/
2. Reconocerse en otro
s lares. Antonio.
http://e
lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/
REBAJAS
1. Periodos d
e tiempo en lo
s que lo
s que lo
s
escaparates y las e
tiquetas h
acen campaña en favor
de las matemátic
as. Maribel Rodríguez.
2. Doblegamiento del precio ante el yugo de un
comprador tacaño. Iván Pacheco.
PRENSA ROSA
1. Lectura color chicle que se
mastic
a para salivar y
no
se debe tragar. Im
ma Gallimó de Caste
llarnau.
2. Área de la comunicación que no llegó a tie
mpo
de elegir el "a
marillo" e
n el reparto
de colores.
Maribel Rodríguez.
3. Pérdida de tiempo m
ientras s
e gana dinero
de form
a parasitaria
. Antonio.
http://e
lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/
Una nueva civilización está empezando de cero en
Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,
¿les echas una mano con el diccionario?
Participa en www.grupoanden.com
2
3
1
20
diccionariodesaturno
En este volumen se reúnen con una prosa única y magistral, los
enredos y vicisitudes de una compañía de embaucadores y
proscritos que buscarán a toda costa, hacerse de un lugar en
los altos mandos de la sociedad moderna. ¿Lo conseguirán?
Descúbralo, usted mismo.
Carlos Gómez González
Miguel Strogonoff: Basado en el libro homónimo de Julio
Verne, la película narra las vicisitudes de un filete ruso que ha
de atravesar las 5200 verstas de la estepa caucasiana para que
el antojadizo zar se ponga ciego a proteínas. Al final, llega.
Buenaventura
En un mundo donde ya no existen los derechos humanos ni el
amparo de la justicia, el gobierno y el pueblo traman aniquilar-
se mutuamente. Representantes de ambos bandos se reunirán
en un congreso a partir del cual el tiempo y el espacio comen-
zarán a jugar un papel insospechado.
Sandra http://desiertosyjardines.blogspot.com.es/
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la sinopsis
¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
«El congreso»
21
sinopsis
22
CATEGORÍA GORRIÓN (9 años)
Primer premioBrújula huracán, Marina Sanabria (9 años)
HABÍA una vez un pueblo y en ese pueblo había dos niños llamados Carmen y Mario.
Un día estaban paseando por la calle, Carmen tropezó con algo. Era una brújula muy
rara que parecía de otro mundo, enganchada a ella había un papel con las instrucciones
de uso:
Ellos, llenos de curiosidad, pulsaron el botón verde, pasaron unas series de cosas, el
viento cambió de brisa a viento, y de viento a remolino con huracán. El remolino les llevó
a un mundo extraño, las personas eran de viento, aunque se podían tocar.
Un niño viento gritó alarmado:
- ¡Humanos!, ¡humanos en la ciudad!
Unos hombres les llevaron ante el Rey Muchoviento, que dijo:
- ¡Cómo os atrevéis a entrar en Huracán, nuestra preciada ciudad!
- Perdone, Rey Muchoviento, Carmen se encontró esta brújula y nos llevó hasta aquí.
- ¡Aun así, encerradlos en la celda! -chilló el Rey
En la celda en que les habían encerrado había una chica llamada Remolino.
- Me encerraron aquí intentando tener paz en vuestro mundo y el mío.
Entonces Mario tuvo una idea para escapar, cogió un palo y abrió la puerta, pero la
puerta tenía alarma y los guardias les persiguieron. Remolino dijo que se fueran sin ella.
De repente, se encontraron en el lugar donde se había tropezado Carmen. Ellos jamás
olvidaron esa brújula y a Remolino, quienes les habían salvado.
Fin.
Segundo premioEl huracán, Andrea Prieto (9 años)
ÉRASE una vez un huracán que soplaba muy flojo,
pero a medida que iba creciendo, el huracán soplaba
más fuerte. Un día el huracán era muy grande, pero no
tenía amigos. Entonces decidió hacerse un amigo, su
amigo era un niño llamado Víctor. Los dos decidieron buscar
muchas aventuras juntos.
IIcursoconcurso
FE DE ERRATAS: en el nº36 de Cuentos para el andén, pág. 24, entre los textos ganadores de la categoría
“Gorrión” del II CursoConcurso, figuraba por error que la autora del cuento “El huracán” era Marina Sanabria,
cuando debía figurar Andrea Prieto. Publicamos aquí de nuevo la página ya corregida.
Presente y ausenteSemana 27 de concurso: 4 de mayo de 2015Ganador: Miguel Ángel Flores
El incómodo cadáver del mediador familiar seguía en
la alberca flotando. El chacho lo empujaba con el cayao,
empeñado en hundirlo y olvidarse. Mi madre, en ente-
rrarlo junto a las tomateras; que le daría jugo a los toma-
tes, decía. Papá, que cerrara esa boca, que picado los
marranos se lo comerían tan ricamente. Barbacoa, gritó
el abuelo, que aún estamos a tiempo, y en mi casa
mando yo. Los niños suplicábamos, chillones, ponerlo
de espantapájaros mientras durara. De nuevo todos una
jauría. Volvieron las amenazas, los juramentos. Y lo peor
es que, aunque seguía allí como buscando en el fondo,
ya no podíamos contar con él.
LapsusSemana 28 de concurso: 11 de mayo de 2015Ganadora: María Elejoste Larrucea
Ya no podíamos contar con él, llevaba un tiempo
haciendo cosas raras: a veces hacia girar tanto su cola
que salía volando como un helicóptero y con el torbe-
llino tiraba las figuritas del armario, otras se colgaba de
la lámpara, se sacudía y nos llenaba toda la alfombra de
pelos, pero lo peor es cuando adoptaba la figura de
caza, inmóvil como una estatua y la cola se le ponía
morada.
Hoy ha venido el veterinario y dice que no hay que
sacrificarlo, nos ha explicado que las pastillas anti-pul-
gas son estas marrones, y las azules, las del abuelo.
mayo
24
brevemente
25
brevemente
tw Relatos finalistas de mayo de 2015 del concurso Relatos en Cadena, organizado porla Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados enwww.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
Una herencia peligrosaSemana 29 de concurso: 18 de mayo de 2015Ganador: Pepe Fuertes Tarazona
- ¿Y las azules, las del abuelo? -preguntó Marius
sacando dos varitas del arcón.
- ¿Funcionan? - le contestó su madre sin mirar.
El niño las examinó despacio. Una era celeste con
un remate blanco en la punta. Tipo Merlín, sin duda.
Conjuros de transformación. Hizo una filigrana y un
chorro de chispas salió disparado, impactó sobre una
tela y la convirtió en hierro.
La segunda era muy oscura. De Nigromancia. Hizo
un movimiento y un humo negro y espeso serpenteó
hasta alcanzar una mosca muerta, que empezó a frotar-
se las patitas.
- Sí. Las dos.
- Pues escóndelas aquí, rápido. La Inquisición no tar-
dará en llegar.
26
dindondin
Cuatro mil verdades Muestra sobre el legado de Tomás Eloy Martínez
Hasta el 28 de junio. Entrada gratuitaEl Cultural San Martín. Buenos Aires. Capital Federal.
http://agendacultural.buenosaires.gob.ar
Viejóvenes Hasta el 8 de junio. Entrada 20€. Teatro La Latina. Madrid
http://www.teatrolalatina.es
Animales y faraones: el reino animal en el antiguo EgiptoHasta el 23 de agosto. Entrada: 4€. Caixaforum. Madrid
http://agenda.obrasocial.lacaixa.es
XX Premio internacional del libro ilustrado infantily juvenil. Convocatoria 2015Hasta el 25 de junioConsejo Nacional para la Cultura y las Artes
(Conaculta) - Dirección General de Publicaciones.
México DF
http://www.filij.conaculta.gob.mx
decamino
www.bosquescuela.com
La iniciativa Bosquescuela, desarrollada por
Interprende y la Fundación Félix Rodríguez
de la Fuente, pretende impulsar la educación
infantil al aire libre en España. En ella lo más
característico es que La Naturaleza es el
Aula, los niños y niñas pasan la mayor parte
del tiempo al aire libre y la mayoría de los
recursos didácticos provienen del medio
natural. Se trata de una metodología educati-
va muy vivencial que aprovecha la curiosidad
como motor de aprendizaje y la gran diversi-
dad que ofrece la naturaleza. Este tipo de
educación empezó a desarrollarse en los
años 50 en Dinamarca donde se extendió a
otros países del norte de Europa con gran
éxito. En Alemania existen más de 1000
escuelas infantiles al aire libre.
“
”
tw El primer centro Bosquescuela abrirá sus puertas en el mes de septiembre de 2015 en Cerceda (Madrid).Se trata de un centro de segundo ciclo de educación infantil (niños y niñas de 3 a 6 años) que cuenta con lahomologación de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. El plazo de preinscripción y matrí-cula ya está abierto. Además Bosquescuela desarrolla un Programa de Formación dirigido a maestros,padres y educadores y Campamentos de Verano.
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NORMAN no recuerda un día tan caluroso como éste. Se
agita y siente ahogos. Atiende, como todos los días, a los clien-
tes del banco. Un trabajo pesado y agotador, según él. Suda a
chorros. El aire acondicionado no funciona bien, por lo que
pone a máxima potencia, sin sentir alivio alguno, el pequeño
ventilador que tiene bajo del mostrador. Respira con dificultad,
usa el inhalador. Oye sus tripas y mira el reloj, no aguanta más.
Inclina y mueve la cabeza de un lado a otro, apoya las manos
en los brazos del sillón para desencajarse y dice a la gente que
espera a ser atendida que pase por la mesa de su compañero.
—Enseguida vuelvo —dice.
En la sala, coge la mochila, la abre y ve que en su interior
solo hay una cucharilla y un yogur.
—¡Otra vez! —murmura vaciando la bolsa. No hay nada, ni
un pequeño bocadillo, ni una mísera galleta, nada. —Maldito
viejo —dice convencido de que su padre cambió el bocadi-
llo por ese ridículo yogur—. Pero ¿qué querrá? ¿Que me muera
de hambre?
La silla cruje al sentarse. Resignado destapa el yogur, chupa
la tapa y, al dejarla en la mesa, observa algo escrito en ella. Lee:
«¡PREMIO! Pide un deseo. Hoy te será concedido». «Ya no saben
qué hacer para vender» piensa consternado. Con su pañuelo
seca los goterones que le corren por la frente y el cuello. «No
puedo más, este calor me está matando… Pues mira que hoy
sí que me gustaría ser una foca y estar en el Polo Norte». Y se
levanta con la intención de ir a comer como Dios manda.
Empuja la pesada puerta giratoria. Arrastra los pies. Sale
fuera y el calor amenaza con asfixiarle. Otra vez abre la boca,
Corazón marinoAmelia Arévalo Alumna del taller de escritura La mano izquierda
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afloja el nudo de la corbata, saca el pañuelo del bolsillo de su
americana y se lo pasa por la cara, toda roja, por la frente y el
cuello. Con pasos cortos, balanceándose, cruza la calle.
Aturdido por el ruido de gente y del tráfico entra en la hambur-
guesería.
—Una hamburguesa doble, doble de patatas fritas y una
Coca-Cola, para llevar, por favor —pide sofocado al camarero.
Al poco rato, sale con su bolsa de comida. Al cruzar la calle
mira a ambos lados, adelanta la pierna derecha para andar y
asustado ve que la carretera es un agujero. Retrocede y, sin
querer, suelta la bolsa de comida, trata de recuperarla, tropieza,
pierde el equilibrio y cae en un oscuro túnel. Al contrario de lo
que esperaba, el golpe no es doloroso. Justo antes de perder el
conocimiento, se espanta al ver toda su comida descompues-
ta en mil pedazos, tirada por el suelo.
Despierta con el sonido de unas voces, sin duda vienen en
su ayuda; las oye cada vez más cerca. Intenta levantarse pero
no puede. Levanta la cabeza y ¡está en un inmenso mar de
hielo! Aterrado ve un montón de focas que le observan. A lo
lejos, dos hombres corren con mazas en las manos. Quiere
pedir auxilio pero no tiene voz, de su garganta solo salen unos
gruñidos que no reconoce pero que dan resultado porque los
hombres se fijan en él.
—Mira, mira esa —dice uno señalando a Norman.
—Tiene que tener la piel muy sedosa con tanto sebo —dice
otro-. ¡A por ella, que no se escape!
«Pero, ¿qué dicen» ¿A por quién van esos imbéciles?».
Cuando los tiene casi encima, Norman comprende que vienen
a por él. Indefenso y asustado quiere retroceder y huir, pero cae
de morros. Se mira las manos pero no tiene; en su lugar hay
unas aletas negras. Se arrastra intentando avanzar, alza su cuer-
po y lo deja caer una y otra vez con tanta fuerza que, justo
cuando van a asestarle el mazazo en la cabeza, el hielo se parte
y cae al agua.
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Norman es hombre muerto, no sabe nadar y ha caído en un
mar helado. Pero …qué raro, el agua no está fría y, además,
nada como pez en el agua. ¡Qué alegría! ¡Está a salvo!
La negrura dentro del agua es casi total, solo un haz de sol
que se filtra le permite ver a un montón de focas que nadan
tras un banco de peces. Sigue con un hambre atroz, recuerda
la hamburguesa y las patatas fritas pero le producen náuseas.
Sin embargo, aunque siempre ha odiado el pescado, le atrae
tanto, que no puede por más que unirse al grupo, perseguir y
engullir él también a los peces que nadan en círculo. Por prime-
ra vez se siente ágil, ligero como una pluma. Y nada y nada
hasta perder la noción del tiempo.
El mar está tranquilo. Durante unos instantes permanece en
la superficie con la cabeza fuera del agua y observa con alivio
que los dos hombres han desaparecido. Se acerca a la orilla,
toma impulso y sale. Mira a los lados y queda pensativo. Ahora es
una foca, sin calor, sin nada. Atrás queda su vida vacía, monóto-
na en el banco, atrás quedan los yogures de su padre, atrás
queda Emi, la vecina del cuarto a quien nunca dijo que le gusta-
ba, atrás queda todo y, por primera vez en su vida, se siente feliz.
Norman se queda quieto y erguido, apoya las aletas en el
frío suelo de hielo, mira el maravilloso cielo de colores. Mueve
los bigotes, cierra los ojos y deja que su pesado cuerpo se des-
lice de nuevo dentro del agua.
tw Me llamo Amelia Arévalo Díaz. Nací en Madrid pero mis raíces son de Nombela,un pueblo de Toledo. Me apunté a un taller de literatura para escribir la historiade mi abuela. De allí surgió un relato, publicado y titulado Operación biquini. Ahorahe comenzado a esbozar mi primera novela.
metroligero - holakokoro
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tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.
© Jasten Fröjen