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DAN THOMPSON Reflexiones sobre la oración en los Salmos Conversaciones FRANCAS Conversaciones FRANCAS Reflexiones sobre la oración en los Salmos

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D A N T H O M P S O N

Reflexiones sobre la oración en los Salmos

Conversaciones FRANCAS

Casi todos oramos. Es posible que tengamos sentimientos encontrados en cuanto a la oración, pensando que no lo hacemos muy bien, o que no entendemos completamente lo que estamos haciendo pero, aún así, al menos oramos. ¿Por qué requiere tanto esfuerzo? Este libro toma varias lecciones de los Salmos para enfocarse en la verdadera pregunta: “¿Cómo logro que mi corazón desee más a Dios, para entonces desear dedicar más tiempo para hablar con Él?”. Todo comienza con “Conversaciones francas”.

Dan Thompson nació en Placetas, Cuba. Es el segundo de los cuatro hijos del Rev. Les Thompson. Luego de graduarse del Moody Bible Institute, la Universidad de Miami y el Reformed Theological Seminary, fue pastor en iglesias de Carolina del Sur y Mississippi. Hoy día es pastor de Christ Community Church en Titusville, Florida, la cual se fundó bajo su tutela hace más de 25 años.

Dan y su esposa Margaret tienen cuatro hijos y un nieto. Dan es un ávido pescador y amante de la naturaleza.

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Reflexiones sobre la oración en los Salmos

D A N T H O M P S O N

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Conversaciones FRANCAS – Reflexiones sobre la oración en los Salmos por Dan Thompson© 2015 Todos los derechos reservadoswww.logoi.org

Ninguna parte de este libro podrá reproducirse de ninguna forma sin permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves en revistas o reseñas.

Traducción: Raúl Lavinz RocaAngie Torres MoureEditora: Angie Torres MoureDiseño: Meredith Bozek

ISBN: 978-1-938420-52-8

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DEDICATORIA

Este libro lo dedico a la familia de Christ Community Church en Titusville, Florida.

Gracias por darme la libertad para dedicar tiempo a la oración semana tras semana

y para estudiar la Palabra de Dios.

Agradezco especialmente a mi esposa, Margaret, quien ha orado fielmente junto a mi y por mi,

por más de 30 años.

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INDICE

Dedicatoria

Introducción ......................................................................................... 7

Capítulo 1: Cuando ores ................................................................ 14

Parte I: “Padre nuestro que estás en los cielos...”................................ 29

Capítulo 2: ¿Es la oración una conversación de una sola vía? ..... 30

Capítulo 3: Cuando Dios permanece en silencio ............................... 44

Parte II: “Santificado sea tu nombre” ................................................. 59

Capítulo 4: Examíname, oh Dios .................................................. 60

Capítulo 5: Piensa antes de orar ................................................... 78

Capítulo 6: Habla con Dios acerca de lo que él ha hecho ............ 92

Parte III: “Venga tu reino, hágase tu voluntad” ................................ 108

Capítulo 7: Sediento de Dios ....................................................... 110

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Capítulo 8: Proclama su gloria entre las naciones ..................... 122

Parte IV: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy...” ..................... 137

Capítulo 9: ¿Puedes decir gracias? .............................................. 138

Parte V: “Perdónanos nuestras deudas como también hemos perdonado

a nuestros deudores”. ........................................................................ 153

Capítulo 10: La confesión no es suficiente ................................. 154

Capítulo 11: Un corazón contrito y humillado ........................... 171

Parte VI: “No nos metas en tentación” ............................................. 187

Capítulo 12: Solamente Dios ....................................................... 189

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INTRODUCCIÓN

s irónico que yo esté escribiendo acerca de la oración. No soy un experto en el tema. Con frecuencia me encuentro decepcionado con mi vida de oración y me siento culpable por no orar con más frecuencia o

pasión. Tengo buenas intenciones pero no las llego a materializar. Sé algunas cosas acerca de la oración, pero eso no necesariamente significa que oro bien. El origen de los capítulos que vienen a continuación es una serie de sermones que prediqué en la primavera y verano de 2013, en respuesta a un pedido de parte de los ancianos de la iglesia donde llevo 24 años como pastor. Mientras me encontraba terminando una serie de sermones basados en el evangelio de Marcos, estos ancianos me pidieron que predicara unos cuantos sermones sobre la oración basados en los Salmos. Uno de ellos dijo, “He empezado a darme cuenta que no sé orar. Necesito un poco de estímulo y ayuda para entender el tema de la oración a cabalidad”. A medida que empezaba a preparar los sermones, mi deseo no era darle a la gente técnicas para orar, o un mejor método de oración. He escuchado gran cantidad de consejos, con el paso de los años, acerca de cómo orar, que no han producido en mi vida un deseo mayor para, realmente, orar. Sé lo que debería hacer. Sin embargo, lo que con frecuencia está faltando es el deseo de hacerlo. Así que la pregunta que me hice fue: “¿Qué hago para que mi corazón tenga un mayor deseo por Dios de tal manera que me vuelva hacia El con más frecuencia y disfrute hablándole en oración más de lo que lo hago ahora? ¿Qué tiene que ocurrir en mi corazón para que la oración sea una parte más natural de mi vida en vez de un deber que debo cumplir?” La razón por la cual me agradó la idea de hablar acerca de la oración relacionada con los Salmos, fue porque los Salmos presentan un rico cuadro acerca de la persona y el carácter de Dios. Pienso que nadie va a orar más, o mejor, a menos que crezca su deleite en Dios. ¿Qué mejor lugar que los Salmos puede uno encontrar, en la Escritura, al cual volverse para hallar

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expresiones de deleite en Dios? Empecé la serie de sermones con una introducción al tema de la oración. En nuestra iglesia tenemos primero el culto de adoración seguido por un tiempo de conversación. Comencé a hacer esto hace cinco o seis años porque quería saber lo que la gente estaba realmente escuchando en los sermones que yo predicaba. Es fácil para un pastor suponer que la gente ha entendido lo que él está explicando, que la aplicación ha sido clara y que la gente se iría a sus casas y reflexionaría sobre lo que se había dicho y seguirían las sugerencias hechas en la aplicación. Pero ese no es necesariamente el caso. Para las personas es muy sencillo irse, después de un servicio de adoración, y decir que el sermón fue bueno pero nunca más volver a pensar sobre el mismo. Pensé que un tiempo de discusión, luego del sermón de cada semana, podría ayudar a reforzar las ideas presentadas en el mismo. De manera que ese ha sido nuestro patrón durante varios años. Siempre hay cosas que quisiera decir en un sermón pero que tengo que dejar fuera a causa de restricciones de tiempo. El rato de discusión me permitía tratar el tema con un poco más de profundidad. También le daba a la gente la oportunidad de hacer preguntas sobre algo que no hubiera quedado claro en el sermón. También me daba una oportunidad de hacer preguntas que ayudarían a las personas a que aplicaran las ideas presentadas en el sermón. Después de hacer la introducción al tema de la oración, y ubicarme en los Salmos, invitaba a la gente a que hicieran las preguntas que tuvieran acerca del tema y la práctica de la oración. Tomaba nota de sus preguntas y les prometía hacer todo lo que pudiera para abordar algunas de esas preguntas. Sus preguntas no me sorprendían. Me han hecho esas mismas preguntas durante años y yo mismo me he hecho muchas de ellas: “¿Realmente la oración cambia a algo?” “¿Por qué, con frecuencia, Dios parece estar tan lejano?” Jesucristo nos invita a pedirle al Padre por aquello que está en nuestros corazones, pero

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¿qué debería yo pensar cuando Dios parece no responder mis oraciones? A veces se siente como que si Dios ¡ni siquiera estuviera presente!” “¿Es correcto exigir que Dios escuche, como algunos de los salmistas lo hicieron?” “¿Podemos cuestionar lo que Dios decide hacer en nuestras vidas, o sería eso falta de fe y un insulto a Dios?” “¿Cuál es la relación entre la soberanía de Dios y nuestras oraciones? Si Dios ya ha determinado lo que va a hacer en una situación dada, ¿qué diferencia puede causar mi oración?” “¿Qué papel juega mi fe en las oraciones?, es decir, ¿debería yo suponer que la razón por la cual Dios no ha respondido mis oraciones es porque no tengo la suficiente fe; que si yo creyera más fervientemente mis peticiones se cumplirían?” “¿Por qué debería Dios preocuparse por mis insignificantes peticiones cuando hay tanta gente en el mundo por la cual se tiene que preocupar? ¿Molesto a Dios con mis peticiones?” A medida que escuchaba las honestas preguntas de la gente, y las escribía, nuevamente me daba la impresión de que lo que la gente necesitaba no era una serie de respuestas simplistas a aquellas preguntas. Necesitaban una visión mayor acerca de quién es Dios y lo que significa para nosotros estar en relación con él. Obviamente hay mucho más de lo que yo dije sobre la oración, que se pudo haber dicho, en esos mensajes. Hay muchos buenos libros sobre la oración que están disponibles para aquellos quienes quieran leer más al respecto. Hay libros disponibles acerca de hombres y mujeres cuyas prácticas de oración son, o fueron, mucho más ricas de lo que han sido las mías, y quienes, por consiguiente, están más cualificados para dar los consejos que yo no me siento cualificado a dar. Como ya mencioné, no soy un experto en la oración—pueden preguntarle e mi esposa—, necesito estímulo como cualquier otra persona, cuando se trata de la práctica de la oración. Así que

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mi aproximación a todo esto es como la de un compañero de lucha. Lo que he tratado de hacer es proveer algo de reflexión, acerca de la persona y el carácter del Dios a quien oramos, y aplicaciones relacionadas con lo que los Salmos dicen acerca de Dios y nuestra relación con El. He hallado que disfruto más de la oración, y que con más frecuencia me dirijo a Dios en oración, cuando me estoy deleitando en la persona y obra de Dios. Probablemente, la mayoría de nosotros sabe algunas cosas respecto a la oración. Hemos escuchado sermones y leído libros, o artículos de revistas, acerca de la oración. Sabemos algunas cosas respecto a la teoría y teología de la oración. Sería fácil convencernos a nosotros mismos de que el saber algunas cosas acerca de la oración es tan bueno como orar. Sin embargo, saber algunas cosas sobre la oración no es lo mismo que ser una persona de oración. Tal como lo expresó el teólogo J.I. Packer: “Si hallas un vago disfrute en una investigación de biblioteca acerca de la oración, pero terminas sin tiempo, energía, o motivación para hacer más que balbucear unas cuantas palabras de buenas noches a Dios al final del día, antes de irte a dormir, no eres una persona de oración” (J.I. Packer en: La Oración: Encontrando nuestro camino al deleite a través del Deber, p. 9). En un ensayo titulado, “Meditación debajo de un cobertizo”, el escritor cristiano C.S. Lewis escribió:

“Hoy estaba parado bajo el oscuro cobertizo. El sol brillaba afuera y, a través de la grieta, en lo alto de la puerta, entró un rayo de sol. Desde donde yo estaba parado, ese rayo de luz con motas de polvo flotando en el mismo, fue lo más impactante en ese lugar. Todo lo demás tenía un tono casi negro. Yo estaba viendo el rayo, no estaba viendo las cosas que alumbraba.

“Luego me moví así que la luz cayó sobre mis ojos. Instantáneamente todo el cuadro anterior se desvaneció. No ví más el cobertizo, y (sobre todo) ningún rayo. En su lugar, ví, teniendo como marco

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la irregular rendija en la parte alta de la puerta, hojas verdes moviéndose en las ramas de los árboles afuera, y más allá de eso, unos 135 millones de kilómetros a la distancia, el sol. Ver con el rayo de luz y ver el rayo de luz son experiencias muy distintas”.

Lewis termina su analogía con una aplicación: “…es perfectamente fácil ir, durante toda tu vida, dando explicaciones acerca del amor, la religión, la moralidad, el honor, y cosas por el estilo, sin haber estado dentro de ninguna de ellas…Continúas explicando una cosa sin saber lo que es (C.S. Lewis, Dios en el Muelle).

La semana que me topé con ese ensayo había estado en Miami para ver a mi sobrino David jugar su primer partido de béisbol como miembro del equipo de la Universidad de Miami. He observado a David jugar béisbol, siempre que podía ir a un partido, desde que él tenía cinco o seis años de edad. Durante años, el sueño de David había sido jugar en el equipo de esa universidad. Debido a que soy pastor y tenía que estar en casa a tiempo para predicar el domingo, sólo pude observar el primero de una serie de tres partidos. Los otros partidos los escuché por radio. Ellos ganaron los tres juegos en su serie de apertura y David tuvo un gran fin de semana en el plato. Cuando fue entrevistado en la radio, después de la serie, David dijo, “Todo lo que aprendí acerca del béisbol lo aprendí de mi papá”. Decir eso fue algo verdaderamente hermoso (el ama a su padre—mi hermano Ed—quien toda su vida ha sido el fanático más grande de David). Sin embargo, eso fue un poco exagerado. Ed jugó fútbol en la secundaria y en la universidad (o, como el dice, donó sus dos rodillas al fútbol universitario). Nosotros jugamos bastante béisbol en el patio trasero de la casa mientras crecíamos. Creo que todos mis hermanos y yo hicimos una corta temporada en las Pequeñas Ligas y jugamos en la Liga de sofbol de la iglesia cuando estábamos en secundaria. A todos nosotros nos gusta el béisbol.

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Ed ha estado observando a David jugar béisbol desde el tiempo en que David casi empezaba a caminar. La primera palabra que pronunció David fue “pelota”. Ed fue, probablemente, la primera persona en lanzarle una pelota a David de modo que la pudiera golpear con un bate. Ed le mostró cómo lanzar y atrapar. Ed hizo que David jugara en equipos organizados, tan pronto como David tuvo la edad suficiente. A través de los años Ed ha aprendido bastante acerca del béisbol: ha escuchado las cosas que los entrenadores de David han comentado. Ha estudiado el juego. Ha observado a David jugar cientos de partidos, desde las ligas menores pasando por los campeonatos estadales de secundaria, y ahora en el béisbol universitario. Durante años, Ed y David han ido a partidos de béisbol en la universidad de Miami. Han visto a los Marlins de Miami en vivo y en televisión. Ellos, inclusive, compraron las camisetas cuando Miami ganó la serie mundial en 2003. En la actualidad, Ed sabe bastante acerca del juego de béisbol. El ama el béisbol. Puede hablar durante horas acerca del mismo. Sin embargo, aparte del patio trasero de la casa y, a lo mejor, algo de las pequeñas ligas, realmente ¡nunca ha jugado béisbol! Nunca se ha parado en el plato de bateo para enfrentar un lanzamiento de bola rápida a una velocidad de 135 kph. No estoy menospreciando a mi hermano menor. Estoy seguro que si él no hubiera estado en una prueba de selección, después de cada temporada de fútbol, probablemente habría sido un buen jugador de béisbol—él era un buen atleta todo terreno. Sin embargo, como ocurrió con el rayo de luz de C.S. Lewis, hay una diferencia abismal entre saber acerca del béisbol y experimentarlo en realidad al jugarlo. He sido pastor durante treintiún años. En esos años he leído muchos libros y sermones acerca de la oración escritos por personas como Charles Spurgeon, Martín Lutero, y otros. He leído colecciones completas de oraciones de los puritanos. He escuchado algunos sermones muy buenos acerca de la oración. He orado con, y por, mucha gente—personas que estaban enfermas, otros agonizando, gente que venía pidiendo consejo pastoral. He guiado

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oraciones colectivas semana tras semana, año tras año. He predicado acerca de la oración y enseñado en relación con pasajes de la Escritura que tienen que ver con el tema de la oración. Sin embargo, conocer acerca de la oración y orar verdaderamente, son dos cosas diferentes. La mayoría de nosotros probablemente sabe lo suficiente, acerca de la oración, como para auto-convencernos de que saber algo acerca de la oración es tan bueno como hacerlo. Sin embargo, saber algunas cosas acerca de la oración no es lo mismo que ser una persona de oración. Mi deseo, al ir a los Salmos para considerar los patrones y modelos de oración, fue animar a la gente de nuestra congregación a disfrutar a Dios y aprender a expresar ese placer simplemente hablando con Dios más frecuentemente. Espero que estos sermones sean un estímulo para usted y fomenten que usted vaya al Padre con más frecuencia y naturalidad en oración.

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Capítulo 1

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ómo aprendiste a orar? Si estás con cristianos por un tiempo, tarde o temprano vas a oír a alguien orar más o menos así: “Te suplicamos,

misericordioso Señor y Padre Celestial, que atiendas nuestras peticiones al humillarnos delante de ti esta mañana…”. Por alguna razón la persona que está orando piensa que Dios todavía habla el lenguaje antiguo de la Biblia. En el otro extremo, recientemente escuché decir, a alguien a quien se le había pedido que orara antes de una reunión: “Oye, Jesús. Sí. Solo queremos venir a ti y agradecerte, Señor…”. ¿Oye, Jesús?, eso suena un tanto informal para dirigirse a un rey, ¿no crees? La gente aprende a orar, generalmente, escuchando orar a otras personas. Tú escuchas orar a alguien a quien respetas, como cristiano, y supones que esa es la forma correcta de orar. Consciente, o inconscientemente, imiítas esas oraciones o, al menos, el vocabulario y estilo de dichas oraciones. Si creciste dentro de una familia cristiana y asististe a la iglesia toda tu vida, el concepto de oración te es familiar. Es algo que los cristianos hacen o, al menos, algo que ellos deberían hacer. Honestamente, el tema de la oración es, probablemente, algo acerca de lo cual te sientes culpable. Sabes que no lo

Cuando ores

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haces tan bien o tan frecuentemente como debieras. Sin embargo, la idea de lo que es la oración no te suena como algo extraño. Ahora bien, si no creciste asistiendo a la iglesia, o en una familia cristiana, la idea de lo que es la oración probablemente te sea un tanto extraña. Imagina que nunca has visitado ninguna iglesia de ningún tipo ni has oído nada acerca de la Biblia. Entonces, un amigo que es cristiano te invita a su casa a un estudio bíblico y piensas que eso lo alegraría así que accedes y vas. Te pareció interesante. Un grupo de personas se sentó y conversó acerca de algo que leyeron en la Biblia. Luego la reunión se volvió algo rara. Todos cerraron sus ojos y empezaron a hablar en voz alta a alguien que uno no podía ver. Nadie dio una miradita, sólo tú lo hiciste. Pensaste, “¿Por qué todos cierran sus ojos si de todas maneras no pueden ver a Dios?”. Escuchaste, y algunas personas del grupo le hablaron a Dios, y otros no. En verdad tú no lo hiciste porque pensaste, “No sabría qué decir…”. Tenías temor de que si empezabas a hablarle a Dios justo allí, en frente de otras personas, aun cuando sus ojos estuvieran cerrados, reconocerían tu voz y sabrían de inmediato que no tenías ni idea de qué se trataba esto. Sin embargo, puede ser que después de unas semanas, o meses, lo que estabas escuchando acerca de Dios, en la Biblia, empezó a tener sentido y te convertiste en cristiano. Empezaste a ir a un servicio de adoración en el local de una iglesia. Por fin, cuando te reuniste con un grupo de cristianos tuviste la suficiente valentía para tratar de orar en público. Como ya habías escuchado a otros del grupo, tomaste el vocabulario. De esa manera, una semana en que el grupo se reunió para cenar te ofreciste para orar antes de la comida.

Oraciones a la hora de comer Probablemente fue algo como esto: “Padre celestial, bendice esta comida para que nutra nuestros cuerpos, y a nosotros para servirte. En el nombre de Jesucristo. Amén”. Entonces pensaste, “¡Lo hice. Oré y nadie se rió!”. No tenías

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ni idea de lo que esas palabras realmente significaban, sin embargo oraste en público. Ahora, ya sabías cómo orar. Además, a su tiempo, hasta corriste el riesgo de hacer una oración un poco más larga en el tiempo de oración del grupo. Luego de esto, lo intentaste en tu casa. Después de todo se supone que los cristianos deben orar. Así que por un sentido de deber lo intentaste. No oraste en voz alta porque no había nadie alrededor. Sólo fue como pensando las palabras, y pediste a Dios que ayudara a alguien que estaba enfermo, o bendijera a un misionero al cual la iglesia estaba apoyando. Tal vez intentaste eso durante unos días. Sin embargo, después de un tiempo daba la sensación que era algo sin sentido. No era tan significativo o divertido. Honestamente era un poco aburrido. Le hablabas a Dios, pero El no te hablaba. Era difícil mantener tu mente enfocada, así fuera durante unos pocos minutos. De esa manera, decidiste dejar la oración para los expertos (el pastor y los líderes de la adoración en la iglesia). De vez en cuando, si algo te recuerda que deberías orar, o cuando parece ser una buena idea, haces una corta oración. Aparte de eso, la oración no es parte de tu vida diaria. Tengo la sospecha de que tu experiencia es mucho más común de lo que te imaginas. Puede ser que parte del problema sea que no entendemos lo que es la oración y no hemos acudido a las fuentes adecuadas para aprender cómo orar. El salmista escribe, “Guíame, Señor, por tu camino…” (Salmo 27:11). El está pidiéndole instrucciones a Dios. Esa es la fuente adecuada cuando se trata de aprender a orar. Si quieres aprender cómo orar, necesitas ir a Dios, a través de su palabra, la Biblia. No seas simplemente imitador de alguien cuya oración te impresione. Tampoco supongas que aprenderás a orar, de manera instintiva, a medida que transcurra tu tiempo de vida como cristiano. La forma correcta de acercarse a Dios en oración se aprende de Dios en la medida que él nos enseña mediante su Espíritu, obrando a través de su palabra. Además, él nos ha dado excelentes instrucciones en la Escritura,

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particularmente en los Salmos: ciento cincuenta modelos de alabanza, acción de gracias, petición, intercesión, y meditación que deberían ponernos al corriente sobre la forma de acercarnos, y hablarle, a Dios.

Enséñanos a orar Estoy seguro que fue algo accidental, pero los discípulos de Jesús se hicieron eco del pedido del Salmo 27 (Guíame, Señor, por tu camino) cuando le pidieron a Jesús “Señor, enséñanos a orar, así como Juan le enseñó a sus discípulos” (Lucas 11:1). Jesús estaba orando y sus discípulos lo vieron, y oyeron, cuando oraba. Había algo diferente acerca de la forma en que Jesús oraba. El no trataba de impresionar a nadie. Era genuino, verdadero y atractivo. No recitaba oraciones memorizadas, si no ellos podrían haber memorizado las palabras usadas por Jesús y orar como El lo hizo. De manera que le dijeron: “Señor, enséñanos a orar”. En el relato de Lucas, Jesús les dio lo que nosotros llamamos el Padrenuestro. Mateo, al relatar el mismo hecho nos dice que, primero, Jesús les dijo algunas cosas a ser evitadas:

“Cuídense de no hacer sus obras de justicia delante de la gente para llamar la atención. Si actúan así, su Padre que está en el cielo no les dará ninguna recompensa. Por eso, cuando des a los necesitados, no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente les rinda homenaje. Les aseguro que ellos ya han recibido toda su recompensa. Más bien, cuando des a los necesitados, que no se entere tu mano izquierda de lo que hace la derecha, para que tu limosna sea en secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará. Cuando oren, no sean como los *hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su recompensa” (Mateo 6:1-5).

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Aquellos a quienes Jesús identificó como hipócritas oraban a fin de ser vistos y admirados. Estaban más preocupados por lo que otras personas pensaran acerca de ellos, que por lo que Dios pensaba. Ellos no estaban orando, estaban actuando. Cuando Jesús oraba era diferente. Jesús le hablaba a Dios como un niño habla con su padre. Sus oraciones eran espontáneas, plenas de la convicción de que Dios no está distante sino cercano. Jesús continuó, diciendo:

“Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará” (Mateo 6:6).

Soy pastor y tengo que orar en público cada semana. ¿Está Jesús diciendo que orar en público es una mala idea? No. Es la actitud del corazón lo que importa. Estoy seguro que te has encontrado en situaciones en las cuales sabías que había otras personas que esperaban que oraras en voz alta. Puedo recordar el terror verdadero que eso me causaba cuando era más joven. El pastor de jóvenes nos pidió que oráramos alrededor de un círculo formado. Yo estaba en el círculo. Todos se darían cuenta si yo no oraba. Tenía que decir algo. Mientras otras personas estaban orando, yo contaba cuántos faltaban antes de que me correspondiera orar. Mentalmente, iba practicando lo que iba a decir de manera que no pareciera un idiota cundo llegara mi turno. ¿Era eso orar? De ninguna manera. Yo no estaba pensando acerca de Dios ni hablándole en absoluto. Estaba preocupado de lo que otros en el grupo pensarían de mí. Estaba “orando” para ser visto por los hombres, para obtener su admiración. Jesús les dijo a sus discípulos que no fueran como los hipócritas que se aseguran de terminar en la esquina de una calle en las horas prescritas del día para la oración, de manera que pudieran tener audiencia. Deseaban ser

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admirados, que la gente los admirara. Ellos recibieron su “recompensa”—la aprobación de otros hombres. Sin embargo, Dios no se deja impresionar con todo aquello. Eso no es oración.

Frases vacías Además, Jesús continuó,

“Y al orar, no hablen sólo por hablar como hacen los *gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan” (Mateo 6:7-8).

Algo parecido a lo que nosotros llamamos “oración” está ocurriendo en todo el mundo, ahora mismo, en todos los tipos de religiones: se están ofreciendo oraciones a varios dioses en la India, a Allah en el Medio Oriente, a los ancestros en varias culturas, a los santos y a la vírgen María, la madre de Jesús, por parte de los católicos romanos. Los cristianos no son los únicos que oran. Sin embargo, en todas estas “oraciones”, ¿qué puedes discernir acerca del concepto que la gente tiene de Dios, o de sus dioses, por la forma en que oran? Posiblemente hayas visto fotos de ruedas de oración en las montañas de Nepal. A un molinete impulsado por el viento se le adjuntan fragmentos de papel con oraciones escritas. Simplemente piensa cuántas veces da la vuelta la oración en un día verdaderamente ventoso. ¿Qué piensan, acerca de cómo son sus dioses, aquellos que colocan sus oraciones en un “molinete” de oración”? Lo que parece importar no es el corazón de la persona que ora, sino el número de veces que se hace la oración. Los dioses son movidos a dar una respuesta por el número de veces que una petición es hecha. La persona que hace la petición no sabe cuál es ese número (cuántas veces la oración tiene que dar la vuelta para obtener la atención de los dioses), sin embargo hace que la petición vaya dando vueltas, una y otra vez, esperando que llegue al número preciso y obtenga una respuesta de

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parte de los dioses. En el Islamismo, los musulmanes devotos oran a Allah en los momentos prescritos, cinco veces al día. No importa dónde estén, cuando se hace el llamado a la oración, se arrodillan con el rostro en la dirección correcta, se inclinan ante Dios, que es la posición correcta, y repiten las oraciones prescri-tas. Probablemente hayas visto cuadros de musulmanes de rodillas tocando el piso con sus frentes, en sus esterillas de oración. Día tras día ellos siguen sus patrones prescritos para la oración como parte de su devoción a Dios. Aquí hay, probablemente, algo que podemos aprender de los budistas acerca de la persistencia en la oración por algo que nos interese. Además, hay algo que podríamos aprender de los musulmanes sobre ser devotos a la oración persistente. Sin embargo, ¿qué tipo de Dios se deja impresionar más con el mero volumen de palabras y horas invertidas orando que con las actitudes de corazón de la persona que ora? ¿Qué tipo de Dios se preocuparía más por el momento del día en que oras que por los deseos y actitudes de tu corazón? Jesús nos dijo que no fuéramos como los gentiles quienes piensan que serán escuchados porque usan una gran cantidad de palabras. Por otra parte, la forma en que tú oras y las palabras que usas cuando oras, ¿qué revelan acerca de lo que tú crees sobre cómo es Dios?

Una ayudita, por favor Jack Miller, el fundador de la Misión Cosecha Mundial, dijo que una vez le preguntó a su esposa, “Rose Marie, si pudieras cambiar algo de mí, ¿qué sería?” Ella le respondió, “Tú no sabes escuchar”. De esa forma, Jack empezó a orar así, “Señor, perdóname por no escuchar a mi esposa. Ayúdame a ser un mejor oyente”. ¿Ves algún problema con esa oración? Simplemente, en base a esas palabras, ¿qué era lo que Jack Miller creía acerca de Dios y de sí mismo? Al decir, “Ayúdame”, lo que Jack quiso decir fue, “Dios, yo lo puedo hacer. Puedo

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ser un mejor oyente con un empujón de tu parte. Todo lo que necesito es algo de ayuda”. Un año más tarde, después de haberle pedido a Dios que lo ayudara a ser un mejor oyente, volvió a preguntarle a su esposa, “Rose Marie, si pudieras cambiar algo de mí, ¿qué sería?”. Ella le respondió, “Tú no sabes escuchar”. El se sintió impactado. Comentó que le había tomado un tiempo entender que no se podía cambiar a sí mismo sólo con una pequeña ayuda de Dios. Necesitaba un cambio de corazón, y sólo Dios podría cambiar su corazón. Esa convicción operó un cambio en su manera de orar. En vez de decir solamente, “Ayúdame a hacer esto”, comenzó a pedirle a Dios que cambiara en él lo que él no podía cambiar mediante sus propios esfuerzos. Algunas veces, cuando le pedimos ayuda a Dios, reconocemos nuestra dependencia de El. Sin embargo, a veces ello representa pronunciar “frases huecas”, palabras que suenan piadosas, pero que no significan nada. ¿En qué otro contexto tendemos a repetir oraciones que se convierten en palabras huecas? ¿Qué tal con nuestras oraciones antes de las comidas? ¿Con qué frecuencia has escuchado, u orado, algo parecido a esto: “Bendice estos alimentos para que nutran nuestros cuerpos…”. Eso suena muy espiri-tual, así que tomaste, y usaste, esas palabras. Pero, ¿qué significan? ¿Acaso la comida no sería una bendición o no nutriría nuestros cuerpos físicos si no le pidiéramos a Dios que la usara para esos fines? ¿Es que Dios lleva a cabo un milagro especial cuando se le pide que bendiga la comida para el nutrimiento de nuestros cuerpos? ¿Elimina Dios los gérmenes que podrían habernos enfermado si no hubiésemos orado? ¿Es esa la razón para orar antes de comer? ¿Qué es lo que quieres decir cuando le pides a Dios que “bendiga esta comida”? En cierta oportunidad estuve en una reunión familiar y uno de mis sobrinos llegó tarde a la cena. Todos lo saludamos y alguien le dijo, “Toma asiento y come, la comida ya ha sido bendecida”. ¿Qué significa eso? ¿Significa que repetimos el conjuro mágico prescrito para invocar la protección de la deidad sobre la comida y que ahora está apta para comerla?

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¿No es acaso la razón para orar antes de una comida el recordar que todas las cosas provienen de Dios? Jesús nos enseñó a orar, “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Dios nos ha dado comida que comer, de modo que venimos delante de El, recordamos nuestra dependencia en él y expresamos nuestra gratitud por su bendición sobre la comida y la bebida. Jesús les dijo a sus discípulos que, en vez de un montón de palabras repetidas vez tras vez, oraran con sinceridad. Es el corazón lo que importa y tu creencia acerca de quién y cómo es Dios moldeará la forma en que ores.

La oración tiene que ver con las relaciones Si hablaras con tu esposa sólo cuando otras personas pudieran ver y oír lo que dices y si tu propósito fuera el de impresionar a esas personas para que pensaran cuán maravilloso esposo eres, debido a tus amorosas expresiones, ¿crees que a tu esposa le gustaría escuchar tus palabras? Ella quiere que le hables, no con floridas palabras que has memorizado, o diciendo exactamente lo mismo que has venido diciendo todos los días durante años. ¡Ella quiere que le hables verdaderamente! Ella quiere que desees conocerla y que le permitas conocerte diciéndole lo que piensas y cómo te sientes acerca de cosas que hayan ocurrido. Dios es una persona. El nos ha hablado mediante la creación y, más claramente, en su palabra escrita. Nos ha dado su espíritu para abrir nuestras mentes a lo que dice en su palabra. También nos invita a conversar con él, a expresarle lo que pensamos, lo que sentimos, lo que tememos, lo que no nos gusta y lo que sí nos gusta.

Un modelo de oración Después de haberles advertido en contra de orar simplemente para impresionar a otros, y contra la repetición de palabras sin sentido, Jesús les dio a sus discípulos un modelo de oración. Lo llamamos El Padrenuestro, pero no es una oración que Jesús haya hecho una y otra vez. ¡No puede

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ser! La petición “Perdónanos nuestras deudas (nuestras transgresiones)”, está incluida. Jesús nunca necesitó pedirle al Padre que lo perdonara. El nunca pecó. Así que, habiendo advertido a sus discípulos que no hicieran de la oración un asunto de repetir palabras una y otra vez, con toda certeza no les habría dado una oración que debieran memorizar y orar palabra por palabra, día tras día. No hay nada equivocado en recitar el Padrenuestro en un contexto de adoración. Sin embargo, lo que Jesús nos dio es un modelo de oración. El les dijo:

“Vosotros, pues, oraréis así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos,santificado sea tu nombre. Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal’” (Mateo 6:9-13).

En los capítulos que siguen vamos a observar patrones de oración que podemos encontrar en los Salmos. Lo que se encuentra en este modelo de oración, que Jesús nos dio, son aspectos de la oración profundamente arraigados en los Salmos. El Padrenuestro es una oración modelo, un patrón para orar. Jesús les dio a sus discípulos algunos tipos de cosas por las cuales orar. Dichos tipos de cosas por las cuales orar las vamos a encontrar en los Salmos. En un sentido, al esqueleto del Padrenuestro se le da cuerpo en los Salmos. Permítanme explicarlo brevemente demostrando cómo se pueden encontrar en los Salmos cada una de las peticiones del Padrenuestro.

Padre nuestro que estás en el cielo Ningún judío piadoso, antes del tiempo de Jesús, se dirigía a Dios como “padre”. Ese íntimo término relacional fue introducido por Jesús. Los

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salmistas, escribiendo cientos de años antes del tiempo de Jesús, no se dirigieron a Dios como “Padre”. Esa es una forma distintivamente cristiana de dirigirse a Dios. Sin embargo, a medida que prestes a tención a las distintas formas en que los salmistas se dirigían a Dios, lo que encuentras son términos que implican una relación de intimidad.

“Oh SEÑOR, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8:1).

“¡Sálvame, SEÑOR mi Dios, porque en ti busco refugio!” (Salmo 7:1).

El término SEÑOR (todo en mayúsculas), en nuestras traducciones bíblicas, es la palabra Yahweh. Cuando Moisés se encontró con Dios en la zarza ardiente y Dios le ordenó que regresara a Egipto para decirle al Faraón que dejara en libertad al pueblo de Israel, Moisés le dijo a Dios: “Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?” —YO SOY EL QUE SOY —respondió Dios a Moisés. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: “YO SOY me ha enviado a ustedes” (Éxodo 3:13-14). Cuando un Salmo comienza dirigiéndose a Dios como SEÑOR, el nombre que se usa es este nombre revelado por Dios. Literalmente se puede traducir como “Yo soy”. Sin embargo, en el contexto del Pacto del Antiguo Testamento esta expresión significa “Yo estoy contigo para bendecirte”. De tal manera, el nombre de Dios al comienzo del Salmo refleja una intimidad, una cercanía, un cierto privilegio que le pertenece al pueblo de Dios. Jesús intensificó ese sentido de intimidad con Dios al animarnos para dirigirnos a Dios como “padre”. Sin embargo, la oración en la Biblia siempre ha asumido una relación de cercanía con Dios.

Santificado sea tu nombre A la oración le concierne la gloria de Dios. Los Salmos son una rica fuente, no sólo de información acerca de Dios sino para aprender maneras de

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deleitarse en la majestad, belleza y gloria de Dios. Dios es santo. Dios está en lo alto y es exaltado. El es trascendente—está muy por encima de nosotros. Nuestro Padre en el cielo es infinitamente santo y esa realidad crea un equivalente de reverencia y temor al venir ante Dios. Somos pecadores—perdonados, justificados, adoptados, pero todavía pecaminosos. Esta petición, “santificado sea tu nombre” tiene su paralelo en los Salmos: “¡Exaltad al SEÑOR!”, “¡Magnificad al SEÑOR!”. Exaltar es poner en lo alto, desde una posición de humildad a una posición de honor. Aumentar en estatus, dignidad y honor. No podemos hacer que Dios esté en un estatus más alto que en el cual ya está. No podemos hacer que Dios sea más dignificado o más digno de honor. No podemos hacer que Dios sea más santo de lo que ya es. Entonces, ¿por qué los salmistas nos llaman a exaltar y magnificar a Dios? ¿A qué estatus más alto puedes elevarlo? ¿Qué posición más elevada se le puede dar a Dios que la de Rey de Reyes y Señor de Señores? ¿Quién es más alto que el Dios altísimo? Exaltar a Dios significa que nuestra estima de él sea elevada, o levantada más alto. De la forma en que pienses de Dios depende que él sea santificado y honrado con el respeto que le corresponde.

Venga tu reino Dios gobierna sobre todas las cosas. El es soberano sobre hombres y naciones. En esta petición no le estamos solicitando a Dios que empiece a reinar. Estamos expresando un anhelo porque el reino visible de Dios se extienda en este mundo. Estamos pidiendo que la gente, incluyéndonos a nosotros mismos, honre a Dios y reconozca su señorío. Si Dios está reinando como rey soberano sobre toda la tierra, ¿por qué existe tanto mal y quebrantos en nuestro mundo? Los Salmos te darán ejemplos del tipo de preguntas honestas que le puedes hacer a Dios y de la perspectiva que él te dará a medida que hagas esas preguntas. Los Salmos están repletos de expresiones de deseos porque el rReino de Dios sea evidente

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en la vida. Los anhelos expresados en los Salmos son para que las personas y las naciones de este mundo conozcan y honren a Dios.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo Las oraciones en los Salmos están, con frecuencia, enfocadas en las dificultades que las personas experimentan en este mundo caído. Lo que experimentamos en la vida no tiene sentido si es que Dios gobierna sobre todas las cosas. Lo que tiene lugar en nuestro mundo con frecuencia no parece ser la voluntad de un Dios bueno y amoroso. A menudo nos confundimos porque lo que experimentamos no encaja con las ideas que tenemos acerca de cómo debiera obrar Dios en nuestras vidas. Por lo tanto el pueblo de Dios clama a él por justicia, por cambios, por entendimiento.

Danos hoy nuestro pan de cada día El hecho de que podamos ir a la tienda de víveres y comprar lo que necesitamos sin ninguna dificultad, así como que tengamos comida en la despensa, y el refrigerador, hace que nos sea fácil olvidar que Dios es quien nos provee cada día lo que necesitamos para vivir. Cuando estás sin trabajo y no puedes encontrar un empleo, y se empiezan a amontonar las deudas, te ves forzado a reconocer cuán desesperadamente necesitas que Dios te provea lo que necesitas para vivir. Cuando tienes hambre y se te provee la comida, ser agradecido es sencillo. Cuando tienes todo lo que necesitas es fácil olvidar el darle gracias a Dios por su provisión. Los Salmos están repletos de acciones de gracias y aprecio por las provisiones de Dios para su pueblo. Los escritores de los Salmos expresaron su dependencia de Dios para todas las cosas.

Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores Somos pecadores. El pecado crea una deuda relacional con Dios—no le hemos honrado como debiéramos. Pecamos contra Dios, contra otras

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personas, y otras personas pecan contra nosotros. Jesús les enseñó a sus seguidores a reconocer sus deudas de pecado ante Dios en forma habitual. También a enfrentar la verdad acerca de la forma en la cual nuestros pecados afectan nuestra relación con Dios y entender que necesitamos su perdón. A veces comprendemos la forma en que nuestros pecados impactan a Dios al sentir el impacto de los pecados de otras personas contra nosotros. En los Salmos hay grandes ejemplos de remordimiento, confesión y arrepentimiento. Necesitamos entender que hay una gran diferencia entre admitir simplemente que hemos pecado, y arrepentirnos verdaderamente volviéndonos a Dios reconociendo nuestra necesidad de la misericordia y gracia de Dios. Los Salmos nos proporcionan una comprensión más profunda de lo que significa orar pidiendo, “perdónanos nuestras deudas…”.

Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal Mientras leemos los Salmos no nos tomará mucho tiempo encontrar a los salmistas pidiéndole protección a Dios, reconociendo sus debilidades, y buscando a Dios para que les libre de sus enemigos, de la oposición y del maligno. En los Salmos hay una honestidad en relación al quebranto de nuestro mundo, a los males que sufrimos y a la sensación que tenemos, cuando sufrimos injusticias, de que necesitamos un defensor y un vengador. Cuando pecan contra nosotros, la tentación es querer tomar la venganza en nuestras propias manos. No queremos solamente estar a mano, queremos ir adelante en el marcador. Sin embargo terminamos empeorando las cosas. Es más, las experiencias de injusticias en contra nuestra, a menudo nos conducen a la tentación de rechazar a Dios. Las mentiras y tentaciones de Satanás no han cambiado a lo largo de los siglos. “¿En verdad Dios dijo eso? Dios sabe que eso no sucederá. Dios no es bueno, les está ocultando algo que sería bueno para ustedes”. En esos momentos en los cuales Dios permite que experimentemos sufrimiento, o que pequen contra nosotros en forma dolorosa, sentiremos la tentación de no creer que Dios es sabio en lo que elige y que no es bueno en lo que hace.

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Los Salmos nos enseñan a traerle a Dios aquellas formas en que hemos sufrido injusticias e implorarle que se encargue de quienes han pecado contra nosotros—que nos libre del mal. Y, los Salmos nos traen de vuelta nuestras preguntas, no respondidas, acerca de la obra de Dios en nuestras vidas para recordarnos que Dios es bueno y sabio en todo lo que hace.

La oración es un privilegio Los Salmos no fueron escritos para darnos un método de oración, o proveernos instrucciones sobre la técnica correcta para orar. En realidad ellos son una colección de cantos. Sin embargo, en esos cantos de alabanza y adoración, de confesión y petición, podemos aprender mucho acerca del Dios al cual oramos. No estoy diciendo que tengamos que ir más allá de lo que Jesús nos enseñó acerca de la oración. Estoy diciendo que lo que Jesús expresó también se encuentra en los Salmos. Jesús conocía estos cantos y oraciones de Israel. Con frecuencia estaban en su mente—hasta cuando estaba clavado en la cruz (el Salmo 22 empieza y termina con palabras que Jesús clamó en la cruz). El Dios que Jesús describió, cuando les enseñó a sus discípulos a entender la disposición de Dios de escuchar sus oraciones, es el mismo Dios que se puede encontrar en los Salmos. La oración bíblica asume esta verdad acerca de Dios: El es una persona que quiere conocernos y ser conocido. Una fuerza, o un poder impersonal, no puede escuchar ni responder. Dios es una persona que escucha, que se preocupa, que invita, que ama, que protege y se deleita en ser conocido. El privilegio de aproximarnos a Dios de esta manera es impactante. Jesús es exclusivamente el hijo de Dios, y Dios es exclusivamente su pPadre. Cuando Jesús oraba se acercaba a su padre como su hijo único. Sin embargo, ahora el deja en claro que aquellos que están en relación con él han sido traídos a esta relación íntima con Dios. Ahora podemos llamar a Dios “Padre” y venir a él como hijos amados. En última instancia, es lo que creemos acerca de Dios en nuestros corazones lo que moldeará la forma en que oramos.

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“Padre nuestro que estás en los cielos...”

ESÚS NOS ENSEÑÓ A ORAR A DIOS COMO “PADRE”. Un aspecto clave de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas es convencernos de que somos hijos e hijas adoptivos de Dios. Él

nos enseña a clamar a Dios como “¡Abba! ¡Padre! “ Si Dios es nuestro Padre, ¿por qué a menudo sentimos que la oración es una conversación de una vía? A menudo pensamos que Dios está muy lejos, difícil de alcanzar, indiferente a nuestra vida cotidiana. Muchas veces le pedimos a Dios que intervenga en una situación difícil o para mostrar su gloria y poder cambiando circunstancias que tienen que cambiar, pero Dios no parece intervenir y las circunstancias no cambian. ¿Por qué a menudo sentimos que Dios no nos está escuchando cuando oramos? Los salmistas nos recuerdan de muchas maneras que Dios no está callado – él está hablando todos los días en formas que son claras y personales. Y los salmos nos invitan a derramar nuestros corazones a Dios cuando la vida no tiene sentido y parece que Dios está muy lejos.

PARTE I

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UE UNA MANERA INOPORTUNAMENTE SILENCIOSA de comenzar un seminario sobre la oración. Antes de comenzar la enseñanza, Paul Miller pidió a aquellas personas que habían llegado para aprender más acerca de la oración que

pasaran cinco minutos orando. Luego, les pidió que le dijeran lo que habían experimentado en esos cinco minutos de silencio mientras oraban. Ellos respondieron:

“Parecía una conversación de una sola vía. Yo solo fui el que habló”.

“Fue aburrido”.

“Parecía que el tiempo se prolongaba—dio la sensación que fueron más de 10 minutos. Me pregunté a mí mismo, ‘¿no han pasado ya los cinco minutos’?”.

“Mi mente se distrajo. No me pude concentrar”.

“Parecía que Dios no estaba allí y yo simplemente estaba pensando en palabras”.

¿Es la oración una conversación de una sola vía?

Capítulo 2

F

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Luego de haber escrito sus respuestas en una pizarra, las leyó al grupo y pasó a lo que la gente había dicho en seminarios anteriores. Después, les preguntó qué pensarían de alguien que describiera su relación con su padre biológico así:

“Cuando hablo con mi papá es como si fuera una conversación en una sola vía. El nunca dice nada. Es aburrido. Mi mente divaga. No me puedo concentrar. El tiempo parece prolongarse”.

¿Qué pensarías acerca de la relación de esa persona con su padre? Eso habla de una relación disfuncional. Esa es una relación muy triste. ¿Qué clase de padre cruel se sentaría sin decir nada mientras su hijo intenta conversar? ¿Qué tipo de hijo pasa un rato difícil disfrutando, aunque sean cinco minutos, de hablar con su padre? El señalamiento que Paul Miller quería hacer es muy importante: ¿Qué tiene que ver la forma en que oramos con lo que pensamos acerca de quién es Dios como nuestro padre? Gran parte de la batalla para disfrutar de la oración no es tanto el aprender las técnicas correctas como aprender más acerca de tu padre celestial y entender cómo te habla. En los albores de la creación, Adán y Eva caminaban con Dios en el huerto y hablaban con él, cara a cara, como amigos que pasean juntos en la tarde. Pero, cuando se rebelaron contra Dios fueron sacados del huerto y un fiero ángel con una espada encendida vigilaba el camino de regreso al huerto. El mensaje era claro: Adán y Eva habían perdido su acceso directo a Dios. Su pecado les mantenía alejados de la presencia inmediata de Dios. La sorprendente promesa que encontramos en la Escritura es que ha de llegar el día en que veremos a Dios cara a cara. Estaremos con Dios y disfrutaremos del tipo de conversación cara a cara con El que Adán y Eva disfrutaron en el huerto. ¿Y qué de la actualidad? Jesús dijo que debemos orar siempre sin cesar. Nos advirtió en contra de usar la oración como una herramienta para dejar en otros la impresión de cuán maduros somos

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espiritualmente, o convertirla en un tipo de balbuceo sin sentido, repitiendo palabras que han perdido cualquier significado real para nosotros. Nos dio un modelo de oración. Así que, obviamente, Jesús, nuestro salvador y rey quiere que oremos. La oración no es sólo para algunas personas. Es para todos los que somos salvos por la gracia de Dios. El quiere que oremos. Sin embargo, ¿cómo ha sido tu experiencia con la oración? Muchos dirían: “Honestamente, pareciera como una conversación de una sola vía. Yo soy el único que hablo mientras que Dios está callado”.

Confusión Lo que hace todo esto aún más confuso es que tienes amigos cristianos, o has oído a algunos cristianos que dicen: “Estaba orando el otro día y Dios me dijo…”. De inmediato pensaste para ti mismo: “¿En serio? ¡Dios le habló a ella? ¿Por qué Dios no me habla a mí”? Por otra parte, el haber oído a personas hablando acerca de lo que ellos aseguran que Dios les dijo, hace que te preguntes si en verdad escucharon a Dios o se lo imaginaron. Algunas veces, las cosas que la gente asegura que Dios les dijo son bastante inofensivas. Otras veces, las palabras que ellos aseguran que vienen de parte de Dios suenan como algo de la Biblia (y es fascinante que Dios todavía hable el castellano antiguo de la versión Reina Valera). Sin embargo, algunas veces la cosa se pone más que un poco extraña. En una oportunidad un hombre me dijo que Dios le había asegurado que se casaría con una dama soltera de la iglesia. Tal como se desenvolvieron las cosas, parece que Dios no cumplió con informar a la dama. De modo que cuando el hombre le manifestó que Dios le había dicho que ella se casaría con él, ella no le creyó y se casó con otro. Por tanto, este hombre se convenció de que esa dama había escogido ir en contra de la voluntad de Dios. También escuché a otro hombre que estaba enseñando acerca de cómo escuchar a Dios. Mencionó que todos los pensamientos que pasan por tu

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mente, todo el tiempo, son la forma en que Dios te está hablando. Además, que si tan solo te detienes un poco y escuchas esos pensamientos, vas a oír a Dios. Yo pensé, “¿Realmente le atribuiría a Dios muchos de los pensamientos que pasan por mi cabeza? No lo creo”. Cuando se trata del tema de la oración, y de escuchar a Dios, como parte de la oración, existen muchas ideas confusas. No quiero defender ni negar lo que la gente afirma acerca de cómo Dios les habla. Dios tiene la potestad de hacer mucho más de lo que yo puedo imaginar. Sin embargo, la Biblia es clara al manifestar que Dios se está comunicando con nosotros todo el tiempo. Por tanto, si tú vas a crecer en términos del disfrute de la oración y el deleite en Dios, tienes que creer que Dios se está comunicando y necesitas oír lo que está diciendo.

Razón para orar La razón por la cual la Biblia nos convoca y anima a orar, es porque cuando Dios deja caer Su gracia sobre nosotros se nos hace partícipes de una relación con Dios que no es como una relación esclavo-rey. A un rey no le interesa saber lo que piensa, o siente, el esclavo. No le preocupa lo que piensa o siente su esclavo. Sólo quiere que el esclavo esté quieto y trabaje fuertemente. Nuestra relación con Dios no es así.

“Pero cuando se cumplió el plazo Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos. Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ‘¡Abba! ¡Padre!’. Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero” (Gálatas 4:4-7).

Si Dios te ha salvado por su gracia y te ha dado vida por su Espíritu, algo dentro de ti empieza a volverse, instintivamente, hacia Dios como Padre. “Abba” es un término de intimidad, como cuando mi hija me llama “Papi”.

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Una de las potentes maneras en que el Espíritu Santo obra en el pueblo de Dios es dándoles la convicción de que Dios es su Padre.

“Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!» El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo…” (Romanos 8:15-17a).

Cuando uno piensa acerca de la intimidad en el matrimonio, una de las maneras más sencillas de definir intimidad, es definirla como la experiencia de estar cerca a otra persona. La intimidad es conocer a alguien, y ser conocido, en un ambiente seguro y confiable. Es disfrutar de alguien y que esa persona te disfrute. La intimidad brota de entregarse uno mismo a otra persona y que esa persona se entregue a sí misma a nosotros. Dios nos creó con la capacidad de conocer y ser conocidos además de la necesidad de conocer y ser conocidos. Esta necesidad es satisfecha a través del proceso de comunicación. La comunicación es esencial para una relación matrimonial. En muchas maneras, no te conoces a ti mismo hasta que tienes que expresar lo que sientes y piensas acerca de tu cónyuge. En la medida que expresas tus más profundos pensamientos y sentimientos, empiezas a entenderte mejor a tí mismo. La comunicación, en el matrimonio o en una buena amistad, requiere compartir no sólo hechos e ideas, sino también conversar acerca de lo que sientes—decepciones, temores, penas, alegrías, esperanzas, anhelos. Todo eso no me ha sido fácil en mi matrimonio. Sentía temor de que si le decía a Margaret lo que pensaba, o cómo me sentía acerca de algo, ella no me querría. Lo que hallé fue que, de hecho, nuestra cercanía aumentó en la medida que aprendí a compartir lo que había en mi corazón. También ha aumentado mi comprensión de lo que mueve mi corazón al tratar de expresar mis pensamientos y sentimientos. La conozco mucho mejor que

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cuando estábamos recién casados, y ella también me conoce mejor. Ambos podemos comprender, con mayor claridad, cuán diferentes somos en temperamento, cómo difieren nuestras respuestas ante las mismas situaciones, y ahora sabemos, mucho mejor que al comienzo de nuestro matrimonio, cómo amarnos y animarnos el uno al otro. Ese crecimiento ha llegado como producto de una larga, y a veces difícil lucha, por comunicarnos mejor el uno al otro. Lo mismo también es cierto en relación a la oración. A medida que escuchas lo que Dios dice acerca de sí mismo y acerca de ti, y a medida que le dices lo que hay en tu corazón—dudas, preguntas, asuntos que no puedes entender, cosas que te molestan, lo que te gusta o disgusta—tu intimidad con Dios irá aumentando en profundidad, tu amor por El se hará más fuerte, y tu confianza en Su bondad y fidelidad llegará a ser más inconmovible.

Comunicación constante Los Salmos nos dicen que Dios se está comunicando con nosotros todo el tiempo. Cuando te diga cómo está Dios llevando a cabo esta comunicación me vas a decir, “Ah, sí, ya sabía eso…”. Sin embargo, te recuerdo que tener algo en tu cabeza como conocimiento, es una cosa, pero creerla en tu corazón y experimentarla en la práctica es algo muy distinto. Puedes saber mucho acerca de algo sin haberlo experimentado jamás por ti mismo. Esto es lo que las Escrituras afirman respecto a que Dios nos está hablando:

Dios nos habla todos los días a través de las cosas que ha hecho.

Dios nos habla con mayor claridad a través de Su Palabra escrita.

Teológicamente tú sabes eso. Sin embargo, ¿qué tiene que ver esto con la oración? Quiero que prestes atención al hecho de que la oración no es una conversación de una sola vía en la cual tú eres el único que habla y Dios permanece en silencio. En la medida que creas esto se conformará, y

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moldeará, la forma de tu aproximación, y el disfrute que encuentres, en la oración.

Un idioma universal En uno de nuestros himnos cantamos, “En el crujido de la grama yo le oigo pasar, El me habla por doquier”. ¿Alguna vez pensaste en lo que decías al cantar estas palabras y te preguntaste, ‘¿En verdad, Dios me habla por doquier?’”. Ciertamente. Los salmistas lo afirman. ¡Dios nos habla todos los días en voz alta y audible!

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos. Un día comparte al otro la noticia, una noche a la otra se lo hace saber. Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible” (Salmo 19:1-3).

Declarar algo significa anunciarlo claramente—¡expresarlo! Proclamar significa el equivalente de: manifestar, declarar. Los poetas hebreos encontraban belleza en el paralelismo de enunciados, no en las líneas que rimaban. Compartir la noticia significa que hay un constante flujo de palabras. Lo que Dios está diciendo a través de la obra de sus manos está claro en todos los idiomas del mundo. ¡Dios es un comunicador erudito! Sin embargo, es una cosa para que alguien la diga—inclusive bien dicha y con claridad. Es algo diferente y la gente debe entender lo que se está diciendo. Si alguien llegara a un servicio de la iglesia, se pusiera frente al auditorio y empezara a declarar algo importante y a proclamarlo en voz alta en Japonés, ninguno de nosotros podría entender una sola palabra de lo dicho. La Proclamación diaria de Dios no está en un lenguaje que no podamos entender. “Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible” (Salmo 19:3). No

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importa qué idioma o palabras use alguien, lo que Dios dice está claro. Se comunica. Sus palabras llegan (v. 4) “hasta los confines del mundo”. Declarando la verdad acerca de sí mismo y proclamando cosas acerca de sí mismo, a través de lo que ha hecho, el mensaje es comunicado a las personas de toda cultura, en todo lenguaje, en todo el mundo, en un idioma que se pueda entender. Hay verdades acerca de Dios de que literalmente El está, desde los cielos, hablando a gritos cada día de nuestras vidas. Yo vivo en el estado de la Florida (en USA). Algunas veces en la primavera, el olor de las flores de naranjo es inexorable. Me encanta la época del año en la cual las Azaleas florecen con su rica gama de colores. En Florida casi no tenemos cambios de estación, sin embargo, hay algo placentero acerca del primer frente frío del otoño, cuando llega la humedad y, finalmente, está el indicio de un cambio que se avecina. Una estación sigue a la otra en un orden predecible. Las aves que se habían ido durante todo el verano empiezan a aparecer nuevamente y oímos su trino en el bosque detrás de nuestra casa. Pronto las naranjas estarán maduras y, nuevamente, probaremos su dulce sabor. Sal afuera en una noche fría, despejada y mira las estrellas. Si nos trepamos en el techo de nuestra casa, que está frente al patio trasero, el arco del techo impide que entre la luz de los postes que están al frente, en la calle. A veces trepamos allí para dar un vistazo a las estrellas. Cierta noche, toda mi familia estaba allí para observar una lluvia de meteoritos que fue espectacular. Enfoca la luna llena, con unos buenos binoculares, o mira fotos, por internet, de galaxias distantes, tomadas con el telescopio Hubble. Son indescriptiblemente hermosas. Dependiendo de donde vivas, podrás experimentar tornados, terremotos, poderosas tormentas eléctricas, o aún huracanes. Se puede ver el poder de la naturaleza en esas fuerzas aterradoras y destructivas.

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Dios nos habla constantemente ¿Qué está diciendo Dios acerca de sí mismo a través de todo esto que podemos ver, oler, sentir y escuchar? El nos está diciendo continuamente, “Soy majestuosamente glorioso. Soy terriblemente poderoso. Me deleita la rica gama de colores, sonidos, sabores y olores”. Está diciendo, “Soy bondadoso. Soy el Dios que, diariamente, da la provisión para las aves, los peces y los otros animales. Soy hermoso. Soy más grande de lo que puedes imaginar. En el universo existe orden y diseño porque soy un Dios de orden e intencionalidad”. Existe una sorprendente variedad de plantas y especies animales en nuestro mundo. Los científicos nos informan que, en la actualidad, se han extinguido cientos, aun miles, de especies sobre este planeta, que una vez fueron comunes. Piensa en la persona con la creatividad para inventar tal variedad, y con el poder de realmente hacer lo que ha ideado. ¿Qué está diciendo Dios? Está declarando, “Soy infinito en sabiduría”. En Romanos 1, el apóstol Pablo destaca que nadie se podrá presentar delante de Dios el Día del Juicio diciendo, “No sabía que tú existías”:

“Me explico: lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo ha revelado. Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó” (Romanos 1:19-20).

Tú puedes decir, “Sí, no puedo entender que tantas personas no crean que Dios creó el universo sino que elijan creer en un proceso de evolución mecánico, sin dirección, para explicar el origen del universo. Yo creo lo que la Biblia dice acerca de la creación”. Eso es fabuloso. Sin embargo, ¿valoras lo que Dios todavía te está diciendo, día tras día, a través de lo que ha hecho? El ver, probar y oler lo que Dios ha hecho, ¿te motiva a decir: “Prefiero recordar las hazañas del Señor, traer a la memoria sus milagros de antaño.

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Meditaré en todas tus proezas; evocaré tus obras poderosas. ¿qué dios hay tan excelso como nuestro Dios? Tú eres el Dios que realiza maravillas” (Salmo 77:11-14a). Probablemente el salmista está refiriéndose al hecho de recordar las grandes cosas que Dios hizo en la historia de Israel al darse a conocer a Su pueblo. Dios les libró de sus enemigos. Los alimentó. Los guió en el desierto. Sin embargo, creo que el salmista está diciendo más que eso cuando declara, “Evocaré todas tus obras”. Dios se está comunicando constantemente. Si hay alguien que pudiera pensar que la oración es una conversación de una sola vía, ese es Dios. El habla constantemente. El declara su gloria, poder y majestad en todas partes, todos los días. Y nosotros le respondemos, de vez en cuando. Deleitarse en lo que Dios ha hecho es, en los Salmos, parte de la oración. “Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste” (Salmo 8:3). Piensa en ello de esta manera: si tu papá fuese un artista de renombre mundial y tu estuvieses visitándolo en su casa, y te mostrase su último cuadro, ¿le dirías?, “Está lindo. Pero, hablemos de algo más importante. Necesito que me ayudes con…”. Está bien que le pidas ayuda a tu padre. Sin embargo, ¿no sería mejor si te interesaras en lo que ha expresado a través de su obra de arte? ¿No sería honroso para él que observaras con detenimiento la forma en que ha volcado su corazón en su obra de arte? Si quieres conocer a un artista, observar lo que es importante para él, a través de algo que haya hecho, te indicará las cosas que ama. La primera vez que veas su cuadro, puede que digas, “Es muy bonito…realmente me gusta”. Mientras más lo veas serás más capaz de poder decirle, específicamente, qué es lo que te gusta del mismo o qué es lo que no entiendes. Necesitamos aprender a ver a Dios, y a oír su voz, en lo que él ha hecho, así como disfrutar y deleitarnos en Dios, en oración, respondiendo a lo que nos está diciendo. Una forma de orar es decirle a Dios, “Me gusta eso. Es muy

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amable de tu parte dejarme verlo. Cuán glorioso debes ser como para haber hecho algo tan precioso. Si este mundo está caído y aun así es tan glorioso, ¿cómo será el mundo venidero? Anhelo ese mundo…y te anhelo a ti”.

¿En qué otra forma nos habla él?

“La ley del SEÑOR es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del SEÑOR es digno de confianza: da sabiduría al sencillo. Los preceptos del SEÑOR son rectos: traen alegría al corazón. El mandamiento del SEÑOR es claro: da luz a los ojos. El temor del SEÑOR es puro: permanece para siempre. Las sentencias del SEÑOR son verdaderas: todas ellas son justas. Son más deseables que el oro, más que mucho oro refinado; son más dulces que la miel, la miel que destila del panal. Por ellas queda advertido tu siervo; quien las obedece recibe una gran recompensa” (Salmo 19:7-11).

“¡Bendito seas, SEÑOR! ¡Enséñame tus decretos!”.

“Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley… ¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día medito en ella”.

“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la miel a mi boca! Tu siervo soy: dame entendimiento y llegaré a conocer tus estatutos” (Salmo 119:12, 18, 97, 103, 125).

La Escritura afirma que Dios se está comunicando, con claridad, todo el tiempo, a través de sus obras y a través de su palabra. Por eso cantamos: “El habla y escuchando su voz nueva vida el muerto recibe, Los acongojados y rotos corazones se regocijan, el humilde pobre cree…ESCUCHEN, ustedes sordos; su alabanza, ustedes mudos, empleen vuestras lenguas aflojadas”…

Aprendamos a escuchar a Dios Ahora bien, la pregunta es, “¿Cómo puede uno aprender a escuchar a Dios

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cuando habla a través de supalabra?”. La respuesta más sencilla se encuentra en el Salmo 1: “En su ley medita el justo día y noche”. Escucha cuando la Escritura es leída en público. Léela por tu cuenta. Luego piensa y medita en ella. Esas palabras asustan a algunas personas. Generalmente, las técnicas de meditación tratan de ayudar a la gente a vaciar sus mentes como una forma de aliviarse del estrés y la ansiedad. Eso no es lo que la Biblia quiere decir con meditar. Cuando el salmista dice, “¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día medito en ella” (Salmo 119:97), significa claramente que está pensando en lo que Dios ha dicho a lo largo del día. Tómate un poco de tiempo para encontrar una porción de la Palabra de Dios antes de tener algo en lo que tu mente y tú reflexionen. Al hacer eso, entiende que lo que has leído en la Biblia no es sólo lo que dijeron Moisés, David o Pablo. Esto es lo que Dios dice:

“Toda la Escritura es inspirada por Dios”...(2 Ti. 3:16).

“Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros ante-pasados en otras épocas por medio de los profetas”…(Hebreos 1:1).

Este tipo de reflexión en lo que Dios ha dicho crea un tipo de diálogo en tu mente. Puedes decirle a Dios qué es lo que te gusta de algo de lo que has leído, o qué es lo que no entiendes, y pedirle que te dé perspicacia. Es más, en la medida que cavilas en estas palabras, el Espíritu de Dios las personaliza. Empiezas a escuchar a Dios diciéndote: “He quitado tus pecados como está lejos el oriente del occidente. Te he amado con un amor eterno. Te he adoptado como mi hijo. Quiero que me conozcas como tu padre”. Dios te está hablando mediante su espíritu a través de su palabra. ¡Ahora tú le respondes! Puedes decirle, “Padre, creo lo que has dicho, sin embargo ayuda mi incredulidad. Tú satisfaces mi sed, pero sigo bebiendo de otras fuentes. Perdóname. Cambia mi corazón”. Cuando te menciono esto, probablemente piensas, “Está bien. Pero lo que

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acabas de describir no es todavía el cuadro de una persona sentada hablando conmigo cara a cara. Todavía siento que la oración es una conversación de una sola vía”. Lo que tú sientes no es la determinación final de lo que es verdad. Te estoy animando a creer lo que dice la Biblia—que Dios está, a diario, comunicando tiernamente su poder, realidad, fidelidad, bondad, suficiencia y amor por ti. Estas no son solamente figuras de lenguaje. Dios desea que lo conozcamos verdaderamente ¡La verdad es que Dios quiere intimar contigo! El te hizo para que conozcas y para ser conocido, y quiere que le conozcas y experimentes su presencia y poder. El no está en algún lugar alejado y por lo tanto difícil de ser contactado. El está cerca. Está contigo. El está dentro de tí a través del don del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios quien abre nuestras mentes y corazones para que creamos lo que Dios dice. Dios es aquel que nos da oídos para oír y corazones para creer lo que ha dicho en su Palabra. El Espíritu de Dios es aquel que nos conduce a que apliquemos, personalmente, la palabra de Dios de modo que el mensaje no sea simplemente un tipo de carta para la raza humana en general, sino que se convierta en una carta, que Dios te dirige, en la que manifiesta su amor por ti. Puede que sea de ayuda el comenzar leyendo algo de la palabra de Dios. Los planes de lectura bíblica son de gran valor. La mayoría de esos planes te hacen leer los Salmos completos una o dos veces en el año. Al leer alguna porción de las Escrituras hazte las preguntas, “¿Qué me dice este pasaje acerca de Dios? ¿Cómo me señala a Jesús? ¿Qué dice acerca del amor de Dios por mí?”. Deja que ese pasaje, y sus aplicaciones, rueden por tu mente y se sumerjan en tu corazón. Díle a Dios qué es lo que te gusta del pasaje.

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Díle qué es lo que no entiendes—El no se ofenderá si algo te confunde o si no entiendes algo. Pídele que abra tus ojos para que puedas ver cosas maravillosas en su palabra. Agradécele por las cosas que te ha prometido. Alábale por lo que estás viendo acerca de su carácter.

Dios nos llama a entrar en esta relación Dios se paseaba y conversaba con Adán y Eva, en el huerto del Edén, cuando el mundo había sido recién creado. Algún día Dios se paseará, y conversará, con nosotros. Entonces será cara a cara, como lo fue en el huerto cuando la tierra era joven. Sin embargo, ¿crees que ser hijo de Dios por su gracia quiere decir que Dios te da la bienvenida a este tipo de relación ahora? La Biblia no promete que algún día Dios estará contigo. Promete que él está siempre contigo. Que no te dejará solo. El nunca dejará ni abandonará a aquellos que han sido rescatados por su gracia. Dios nos llama a disfrutar está relación mientras nuestras almas se deleitan en él, en adoración y oración.

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UE HACE CASI DOS AÑOS CUANDO RESPONDÍ una llamada en la que me decían que a mi padre lo estaban llevando a una operación de emergencia. Conduje mi auto hasta Miami

y pude verlo en la sala de recuperación donde parecía estar mejorando. Luego lo mudaron a un cuarto privado en el hospital. Sin embargo un par de días después lo tuvieron que llevar nuevamente para volverlo a operar. Entendiendo que la primera operación no había sido exitosa, mi padre sabía que estaba a punto de morir. Mi mamá y mi hermano eran las únicas personas con él y el doctor nos recomendó reunir a la familia porque parecía que mi padre ya no viviría mucho tiempo. A medida que empezaron a llegar mis familiares para visitarlo, mi papá se fortaleció. Él se recuperó. Oró con sus nietos y pudo decirles cuánto significaban para él. Parecía que se recobraría, pero a un buen día le seguía otro malo. Estuvo en el hospital y luego en un hogar de cuidado durante cerca de dos meses antes de morir. En esos dos meses sufrió mucho dolor, quería morir, le rogaba a Dios que le permitiera morir para terminar con el sufrimiento, pero Dios no le dejaba morir.

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Capítulo 3Cuando Dios permanece en silencio

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Me sentía tan inútil. Yo quería que él viviera, pero no de esta manera. Podía escuchar sus oraciones en las que le pedía a Dios que se lo llevara y empecé a sentirme molesto con Dios. Le preguntaba a Dios, “¿Por qué no nos concedes esta petición y le dejas morir? Él está listo. Está sufriendo. ¿Por qué no acabas con su sufrimiento?”. En una oportunidad un hombre se acercó a Jesús y le dijo, “’…si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos’. Y Jesús le dijo, ‘¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible’. ‘¡Sí creo!’ exclamó de inmediato el padre del muchacho. ‘¡Ayúdame en mi poca fe!’” (Marcos 9:22-24). El hombre no le dijo, “si tienes la disposición”, sino que le dijo “si puedes”. “Poder” implica “capacidad”. Lo que estaba diciendo era, “Jesús, si eres capaz de hacer algo, te lo agradecería”. En su respuesta, Jesús hace que brote la duda de este hombre sobre su capacidad y poder para sanar. La razón por la cual me sentía molesto porque Dios no contestaba la oración de mi papá es que yo creía que él podía hacer lo que mi padre le pedía. Dios tiene la capacidad de sanar. Sino era eso lo que él iba a hacer, ciertamente era capaz de dejar que se acabaran las miserias de mi padre, dejando que pasara pacíficamente de esta vida a la presencia de Dios. Parecía una crueldad de Dios dejar a mi padre sufrir. En vez de eso, Dios permitió que sufriera, día tras día, durante semanas. Si yo creía que Dios quería responder su oración pero que era impotente para actuar no tenía razón para molestarme. Sin embargo, lo que yo creía acerca de Dios hacía que fuera, verdaderamente, más difícil aceptar Su silencio. En el gran cuadro de las cosas, lo que mi padre experimentó fue intrascendente, en comparación a lo que han experimentado otras personas. Su sufrimiento llegó a su fin y el pasó a la presencia de Dios, pacíficamente, al final de cuentas. Sin embargo, hay muchas personas, a las cuales conozco, que han experimentado el silencio de Dios. Personas

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que han orado pidiendo a Dios que hiciera algo que nunca llegó a ocurrir. En nuestra familia de la iglesia, hay una dama de edad avanzada quien ha estado postrada en cama durante seis años. Nunca se casó, así que no tiene hijos que la visiten o la cuiden. Por varios años, cada vez que iba a visitarla, ella me susurraba al oído: “Si firmo una carta y doy mi permiso, ¿podrías hacer que un doctor me inyectara algo para que me durmiera y no me despertara?” Durante seis años la ví irse debilitado más y más. Ella quería morir pero su cuerpo no la dejaba. Le ha rogado a Dios que la deje morir, pero él no le ha concedido lo que ella ha pedido. Tarde o temprano ella va a morir. ¿Qué habría de malo en dejarla partir? Tengo otra amiga que le ha pedido a Dios, durante varios años, encontrar a alguien con quien casarse. No quiere vivir soltera y solitaria toda la vida. Sin embargo, Dios no ha contestado su oración. Tengo un amigo que perdió su empleo hace un par de años y no le ha sido posible conseguir otro. Le ha pedido a Dios que le permita tener cualquier tipo de empleo, pero ninguna oportunidad de trabajo se le ha presentado. La familia de nuestra iglesia se le ha unido pidiéndole a Dios que le provea un trabajo, pero hasta ahora el sigue sin empleo. Una devota dama, en la familia de nuestra iglesia, es la única cristiana en su familia extensa. Uno de sus más profundos deseos es que alguien de su familia llegue a la fe en Jesucristo. Ha orado durante años por la conversión de miembros de su familia, y ninguno ha llegado a Cristo. Tengo un amigo cercano que ha orado durante años porque Dios traiga cambios en su matrimonio. Que su esposa muestre alguna señal de querer, verdaderamente, continuar su matrimonio con él. Sin embargo, esto no ha ocurrido. Tengo amigos que le han rogado a Dios que les libere de algún hábito pecaminoso que los ha esclavizado, sin embargo parecen no hallar dicha libertad. Tengo otra amiga a quien se le diagnosticó cáncer. Ella oró por sanidad

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y Dios sanó su cuerpo cuando ella se sometió a las quimioterapias. Sin embargo, tengo otro amigo a quien se le diagnosticó cáncer, sufrió mucho al someterse a la quimioterapia y radiación para, finalmente, morir. Recuerdo una pareja de la familia de nuestra iglesia. Ellos podrían haber sido unos padres maravillosos y oraron para que Dios les permitiera tener hijos. Sin embargo, nunca han podido concebir un niño.

Religiones en el mundo Si tú fueras Hindú y creyeras en el Karma, cosas como el cáncer, la pérdida de empleo, incapacidad para tener hijos y la muerte de seres amados harían que te sintieras triste. Pero no pensarías que hay algo que no está bien ni te molestarías por eso. Es simplemente el karma y nada ni nadie lo puede cambiar. La palabra sánscrita “karma” significa “acciones” u “obras”. Más específicamente, Karma es una manera de entender lo que ocurre en la vida cuando las cosas son difíciles. Las acciones y obras en perspectiva son aquellas que se hicieron en una vida anterior y que afectan lo que uno experimenta en esta vida. La ley del karma dice que toda la vida está gobernada por un estricto sistema de causa y efecto, de acción y reacción. Lo que le ocurre a cualquiera, en este mundo, es el resultado directo de cosas hechas en una vida anterior. Es una forma de explicar el mal y la mala fortuna en el mundo, especialmente cuando le suceden cosas malas a alguien que parece no merecerlas. Debe ser que ellos hicieron cosas equivocadas en una vida previa. Si ese es el caso, no tienen por qué molestarse con nadie sino consigo mismos. Los musulmanes que experimentan sufrimientos o decepciones en la vida sienten tristeza como cualquier otra persona. Sin embargo, ellos no piensan que algo anda mal. Se les ha enseñado a creer que el destino no se puede cambiar. Todo lo que pueden hacer cuando sufren es someterse a la voluntad de Dios y aceptarla. Tienen que resignarse y aceptar las cosas como son. No ayuda en nada molestarse con Dios. Dios no va a cambiar su voluntad para para adaptarse a la de un ser humano.

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Cuando los cristianos asumen Sin embargo, como cristianos, como personas que leemos la Biblia, y creemos en ella, hay un conjunto de supuestos que traemos cuando vamos a orar: Dios gobierna este mundo. Él es todopoderoso. Él es capaz de hacer lo que determine hacer. Nada puede detener a Dios de hacer lo que él desee. No hay poder superior al de Dios, como el destino, al que se tenga que rendir. Además, es bueno, bondadoso, amoroso, generoso y dadivoso. Es un padre más amoroso que cualquier padre humano. Dios no está lejano ni despreocupado por lo que pasa en nuestras vidas. Él está cercano a nosotros y nos llama a traerle nuestras preocupaciones y a pedirle cosas que sean importantes para nosotros. ¿De dónde sacamos la idea de que Dios es todo lo anterior? Pues de Dios mismo: “Tan compasivo es el SEÑOR con los que le temen como lo es un padre con sus hijos…” (Salmo 103:13). Es de Jesús, quien es Dios encarnado, de quien obtenemos la idea de que Dios es bueno, compasivo, cuidadoso, ansioso por escuchar nuestras peticiones: “¿Quién de ustedes que sea padre, si su hijo le pide un pescado, le dará en cambio una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!” (Lucas 11:11-13). El pasaje paralelo en Mateo 7:11 lo pone de esta manera: “¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!”. Dios no es como aquel juez injusto, en la parábola de Jesús, quien se da por vencido porque está cansado de escuchar que alguien se está quejando. No fue difícil conseguir su atención, como en el caso de los profetas de Baal en el Monte Carmelo, quienes pasaron medio día clamando, “¡Oh Baal, escúchanos!”, mientras se cortaban para mostrar cuán sinceros eran. Dios no es así. Él está al tanto de nuestras necesidades antes que le pidamos algo. El apóstol Pablo nos dice que pensemos en Dios como alguien que “…puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir…”

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(Efesios 3:20). También Jesús añadió, a nuestras expectativas en la oración, lo siguiente: “Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre” (Mateo 7:7-8). Como cristianos no somos fatalistas, ni pensamos que sólo tenemos que someternos a cualquier cosa que ocurra como si fuera la inalterable voluntad de Dios. No creemos en el karma, que es inalterable, o que nuestro sufrimiento sea, de alguna manera, merecido a causa de nuestra conducta en vidas pasadas. Sabemos que vivimos en un mundo caído. Experimentamos, tanto como otras personas que no tienen fe en Cristo, el quebranto de nuestro mundo. Sufrimos, nos enfermamos, perdemos nuestros empleos, y morimos, porque compartimos la naturaleza caída de la raza humana.

Tiempo de tensión Sin embargo, también creemos que Dios nos está redimiendo de este quebranto. Él nos salvó en la esperanza (Romanos 8) de que el mundo será liberado de su esclavitud a la corrupción, y que nosotros que somos hijos e hijas adoptivos de Dios seremos libres de todas las formas en que el pecado afecta nuestro mundo y nuestras vidas. Pero vivimos en un tiempo de tensión, el tiempo entre la segunda venida de Jesucristo y la restauración final de todas las cosas, cuando Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Además, gemimos interiormente, tal como lo expresa Pablo en Romanos 8, mientras aguardamos la redención de nuestros cuerpos. Algunas veces ese gemido es porque no entendemos el porqué Dios escoge obrar en nuestras vidas en una manera particular, que no tiene sentido para nosotros. Nuestro gemir se intensifica porque creemos en un Padre celestial que es personal, cuidadoso, y amoroso. Sabemos que Dios podría cambiar nuestras circunstancias ya que no está limitado por el destino o el karma. Creemos que él gobierna con sabiduría y que él es bueno. De esa manera acudimos a Dios en oración y clamamos diciendo: “¿Por qué demoras

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tanto en responder mis oraciones? ¿Acaso no puedes escuchar mi gemir?”. Sin embargo, esto es lo que ocurre. En nuestra experiencia, con frecuencia pedimos y no recibimos. No entendemos por qué eso es así. El apóstol Santiago dice en su epístola, “ustedes piden pero no reciben porque piden con motivaciones egoístas”. Ciertamente, eso es verdad a veces, pero no siempre. Nuestra experiencia es que pedimos creyendo que Dios es capaz de intervenir y cambiar una situación difícil, pero pareciera que Dios no está presente. No hay cambios. Dios no responde. Pedimos, pero no recibimos. Nuestra experiencia colisiona con la revelación de Dios en la Escritura y terminamos preguntándonos, “Si Dios es bueno, ¿por qué permite que esto ocurra?”. En su libro Alejándose de la Fe, Ruth Tucker escribe:

“…la muerte de mi mamá fue algo que no pude reconciliar fácilmente con mi percepción de Dios. El accidente no fue un choque en cadena de veinte autos en medio de una tormenta de nieve en Wisconsin. Sucedió en una despejada tarde a principios del otoño en una remota intersección de una carretera en el campo. Y por si fuera poco, ocurrió a la distancia de un tiro de piedra de la casa en que mi madre pasó su infancia y como a cinco kilómetros de la granja en la cual yo crecí. Yo había cruzado por esa intersección (que no tenía señal de pare) cientos de veces y NUNCA había visto un carro que se estuviera aproximando. Sin embargo, ese día hubo dos carros aproximándose a la misma intersección y ninguno de los dos conductores vió al otro a tiempo para detenerse.

“Aparte de las dudas abstractas con las que ya estaba luchando, ahora tenía dudas muy personales acerca del Dios al que adoraba y la forma en que este incidente, este accidente, se correspondía con mi fe. ”Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman”—conozco el versículo (Romanos 8:28) de memoria. Sin embargo, grité

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¡No, no, no todas las cosas obran para bien. Y en este caso, si es que verdaderamente hay un Dios todopoderoso allá afuera, ¿por qué, oh Dios, por qué—pregunté—no impediste este terrible accidente…?” (p. 21).

Esa es una pregunta que sólo tiene sentido si crees que Dios pudo haber impedido un terrible accidente. Si crees que Dios es todopoderoso y también bueno, algunas de las cosas que experimentas en la vida no van a tener sentido. Y, si oras cuando enfrentas una situación difícil, dolorosa, o que pone en peligro tu vida, creyendo que Dios es capaz de cambiar tus circunstancias, pero las cosas no cambian, tus creencias están siendo puestas a prueba. ¿Has malentendido las promesas que hay en la Biblia sobre la oración? ¿Has malentendido el carácter de Dios?

Seamos honestos No estamos solos cuando hacemos esas preguntas. Puedes encontrar que en los Salmos se hace el mismo tipo de preguntas:

“¿Por qué, SEÑOR, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?” (Salmo 10:1).

“¿Hasta cuándo, SEÑOR, me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar angustiado y he de sufrir cada día en mi *corazón? ¿Hasta cuándo el enemigo me seguirá dominando? SEÑOR y Dios mío, mírame y respóndeme; ilumina mis ojos. Así no caeré en el sueño de la muerte; así no dirá mi enemigo: «Lo he vencido»; así mi adversario no se alegrará de mi caída” (Salmo 13:1-4).

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos estás para salvarme,lejos de mis palabras de lamento. Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo” (Salmo 22:1-2).

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“Escucha, oh Dios, mi oración; no pases por alto mi súplica. ¡Óyeme y respóndeme, porque mis angustias me perturban! Me aterran las amenazas del enemigo y la opresión de los impíos, pues me causan sufrimiento y en su enojo me insultan. Se me estremece el corazón dentro del pecho, y me invade un pánico mortal” (Salmo 55:1-4).

Hacer este tipo de preguntas hace que algunas personas se sientan muy incómodas. Una cosa es leerlas en los Salmos y otra es verbalizar preguntas similares que pueden ser inquietantes para los cristianos. Por alguna razón pensamos que los cristianos no deberían hablar de esta manera. Sabemos por experiencia que compartir este tipo de pensamientos y sentimientos con amigos cristianos tiende a producir consejos inútiles y trillados: “Bueno, tú sabes, todas las cosas ayudan para bien…”. “¡Sólo necesitas tener más fe!”. “Puede ser que tengas algún pecado en tu vida que impide que Dios te oiga”. ¡Los amigos de Job están vivitos y coleando en la comunidad cristiana! Sin embargo, seamos honestos. ¿Qué ocurre en tu corazón cuando ruegas a Dios por algo que verdaderamente tiene importancia para tí, confiando en que él es capaz de hacer mucho más de lo que le estás pidiendo, y sigues pidiendo durante un largo tiempo y te parece que Dios está callado? Lo que le pides a Dios no sucede. Dios parece lejano. ¿Cómo has experimentado el silencio de Dios? ¿Cómo has experimentado la sensación de un Dios distante? ¿En qué forma has manejado dicha experiencia? Como pastor he conversado con muchas personas que han abandonado todo lo que tiene que ver con la oración debido a que han experimentado a un Dios distante y silencioso. Las personas me han dicho, “la oración no funciona”. Al preguntarles qué esperaban que sucediera, podía oír sus penas, su desencanto, su ira contra Dios por causa de la decepción experimentada con la oración. Ellos decían, “Dios no se manifestó conmigo”. “Parecía que allí no había nadie. Oraba, pero Dios nunca respondía”.

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¿Qué podemos aprender de estos Salmos? Lo primero que podemos aprender de Salmos, como los antes mencionados, es que está bien hacerle a Dios este tipo de preguntas. Está bien ponerle voz a lo que sientes. Dios no se va a sentir ofendido si le preguntas por qué parece estar tan lejos, tan silente. Estos Salmos son parte de la Escritura, inspirados por Dios. Los Salmos nos enseñan cómo alabar a Dios, cómo deleitarnos en El, cómo darle gracias, cómo confesar nuestros pecados y venir ante él en arrepentimiento. Dada la cantidad de Salmos que contienen lamentos y preguntas acerca del silencio de Dios, yo planteo que los Salmos también nos enseñan cómo orar cuando lo que Dios hace en nuestras vidas no tiene sentido. Parte de la oración es contarle a Dios las tensiones que experimentamos cuando lo que creemos ser cierto acerca de él no parece amoldarse a lo que experimentamos en la vida. Estos Salmos no nos ofrecen técnicas para conseguir que Dios haga lo que queremos, como si le despertáramos y señaláramos en qué está fallando de manera que él dé un salto y haga lo que pensamos que debe ser hecho. Parte de nuestro problema con la oración es que nuestras expectativas están moldeadas por nuestras propias definiciones. Jesús nos dice que pidamos. Nos dice que nuestro Padre celestial no está distante ni despreocupado y que responderá con rapidez a sus hijos que le claman. Así que pensamos que el hecho de que Dios responda nuestras oraciones quiere decir que nos otorgará lo que le pedimos al hacer exactamente lo que le es solicitado. Los Salmos nos enseñan que es bueno, y adecuado, volcar ante Dios nuestra confusión en oración. Como los salmistas, puedes decirle a Dios lo que no tiene sentido y pedirle que lo ponga en perspectiva. Necesitas saber la razón por la cual puedes confiar en Dios y creer lo que él dice en la Escritura, aun cuando tu experiencia en relación a la providencia de Dios sea confusa. A medida que leas estos Salmos de lamento, estos clamores pidiendo

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entendimiento, muchos de ellos se van transformando en expresiones de confianza en Dios. Aun cuando los salmistas no recibían una respuesta a todas sus preguntas, ellos todavía expresaban confianza en el carácter de Dios: Él es sabio y bueno, está lleno de un amor inalterable por su pueblo. Pudiera ser que, a su tiempo, llegues a entender por qué Dios no hizo lo que le pediste. En algún momento de tu existencia, puede que su silencio tenga sentido, con el paso del tiempo. Pero también pudiera ser que nunca llegues a saber, en este mundo, por qué Dios escogió actuar en tu vida de la manera que lo hizo. ¿Podrías aún confiar en él? ¿Podrías descansar en su amor? ¿Podrías regocijarte en su bondad? En última instancia, las preguntas que debes hacer son estas: ¿Quién va a decidir lo que es mejor para tu vida, tú o Dios? ¿Qué criterios usarás para decidir lo que es verdad acerca de Dios, tu experiencia o su auto-revelación en la Escritura? Para mí es de ayuda encontrar en los Salmos expresiones de confusión acerca de la providencia de Dios. Me ayuda saber que no estoy solo en la experiencia de clamar a Dios y sentir que está distante y silente. También me es de ayuda ver que aquellos que le expresan a Dios estos sentimientos todavía se aferran a él en fe. Algo sucede cuando somos honestos con Dios, cuando le decimos lo que sentimos y le rogamos que nos dé entendimiento, ello nos ayuda a retomar la perspectiva de las cosas.

Nuestra ineficaz razón Un himno escrito en 1774 por William Cowper se titula “Dios se Mueve de Maneras Misteriosas”. Escucho a personas usar esa frase como una figura de lenguaje para expresar “nunca seremos capaces de encontrar sentido en lo que Dios hace”. Encogen sus hombros y se resignan al hecho de que, lo que Dios hace es algo desconcertante. Sin embargo, eso no fue lo que Cowper quiso decir. Él estaba expresando confianza en Dios. Cuando atraviesas una tragedia, o una experiencia difícil de algún tipo, las palabras de este

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himno aconsejan: No juzgues al Señor con ineficaz razón sino confía en Él por Su gracia”. “Ineficaz razón” describe a nuestros sentidos, que son limitados y débiles. Sabemos tan poco de lo que Dios hace, y aun así emitimos juicios acerca de él basados en nuestra limitada comprensión: “no está actuando como un buen Dios”. “Él no está haciendo lo que es sabio, o lo mejor, en esta situación”. Sin embargo, esas conclusiones provienen de nuestra poca comprensión, de nuestra ineficaz razón de la realidad. En vez de eso, Cowper nos urge a confiar en Dios por su gracia. Nuestra seguridad, nos dice, es ésta: “Detrás de una fruncida providencia él esconde un rostro sonriente”. Una “fruncida providencia” significa esos tiempos en que pareciera que Dios está molesto contigo, o que ha quitado su sonrisa, o aprobación, porque tú no sientes que te está bendiciendo. En esos momentos, lo que necesitas saber es que la sonrisa de Dios no se te ha quitado. Está guardada para ti detrás de la “fruncida providencia”. Sin embargo, la sonrisa de Dios por tí, o su aprobación, como su hijo adoptivo, no ha cambiado. Su amor por tí no ha cambiado. Puede que no lo veas, pero él siempre está actuando con amor para contigo. Cowper no miraba la vida a través de un par de cristales de color rosa. Él conocía la realidad del sufrimiento y del mal. Sin embargo, sí rechazaba la idea de que el mal y el sufrimiento fuesen la última palabra – que vencieran al final. Se necesita valentía en el evangelio para aferrarse a Dios frente a una “fruncida providencia”. He aquí las palabras de su himno:

Dios se mueve de una manera misteriosa para llevar a cabo sus mara-villas; El Planta sus huellas en el mar y cabalga sobre la tormenta.

En inconmensurables y profundas minas de pericia infalible, atesora sus brillantes designios y obra Su soberana voluntad.

Vosotros santos temerosos tomen fresco valor, las nubes que

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vosotros tanto teméis, están llenas de misericordia, y romperán en bendiciones sobre sus cabezas.

No juzgues al Señor con ineficaz razón, sino confía en Él por su gracia; Detrás de una fruncida providencia Él esconde un rostro sonriente

Sus propósitos rápido madurarán desplegándose a toda hora; el capullo un sabor más amargo puede tener pero dulce será la flor.

La ciega incredulidad seguro errará y en vano su trabajo oteará; Dios es su propio intérprete y lo dejará todo en claro.

¿Puedes confiar en él? ¿Y si Dios no lo deja en claro durante el tiempo que vivas? ¿Qué ocurre si nunca, durante tu vida, llegas a comprender por qué Dios escogió permitir cualquier cosa que fuera, o por qué no escogió hacer lo que tú pensaste que era bueno? ¿Podrías confiar en Él? El valor de expresar tus quejas, confusión, ira o frustración sobre lo que cause la impresión de que Dios está distante y silente, es que ayuda a poner las cosas en perspectiva. Profundiza tu comprensión de Dios.

“¿Hasta cuándo, SEÑOR, me seguirás olvidando?¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?¿Hasta cuándo he de estar angustiado y he de sufrir cada día en mi corazón?¿Hasta cuándo el enemigo me seguirá dominando? SEÑOR y Dios mío, mírame y respóndeme; ilumina mis ojos. Así no caeré en el sueño de la muerte; así no dirá mi enemigo: «Lo he vencido»; así mi adversario no se alegrará de mi caída. Pero yo confío en tu gran amor; mi corazón se alegra en tu salvación. Canto salmos al SEÑOR. ¡El SEÑOR ha sido bueno conmigo!” (Salmo 13:1-6).

Puede que no entiendas qué es capaz de hacer Dios en tu vida, pero esto es lo que puedes saber acerca de Dios: él es bueno, compasivo, amable, paciente, longánimo, abundante en amor incondicional. Él es sabio—sabe lo

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que es mejor en toda situación. Es competente – omnicompetente. No hay nada que suceda en nuestro mundo que Dios no sea capaz de manejar. Nos concentramos en la manera en que el mundo nos impacta. Dios gobierna un mundo con miles de millones de vidas que se intersectan e impactan mutuamente. Además, él está entretejiendo todas estas historias perfectamente para conseguir, al final, la mayor de las glorias. Dios tiene un corazón atractivo. Él no se ofende cuando le decimos lo que pensamos. Nos invita a que acudamos a pedirle y promete darnos el Espíritu Santo para consolarnos, aconsejarnos y guiarnos. Pocas personas consideran que existe la posibilidad de que sus desilusiones sean el resultado de perspectivas equivocadas acerca de Dios, o suposiciones erradas acerca de la vida. Probablemente el problema no es Dios sino la expectativa que tienes de cómo debe ser él y cómo debe ser la vida. Cuando eres joven la gente te pregunta, “¿Qué quieres ser cuando crezcas?” En tu mente empiezas a escribir un guión para tu vida: “Voy a ir a la universidad, obtener una buena educación, encontrar un buen empleo, casarme, tener unos cuantos hijos, disfrutar la vida, jubilarme, finalmente, y disfrutar de lo que trabajé durante mi vida”. Sin embargo, la vida rara vez sigue el guión que escribimos para nosotros. Lo mismo hacemos en términos de nuestras vidas como cristianos: “Si hago estas cosas bien, Dios me bendecirá. Y ser bendecido por Dios significa esto…” Tenemos un guión mental sobre cómo debería transcurrir nuestra vida como seguidores de Jesucristo. Sin embargo, rara vez Dios se ciñe a nuestros guiones. Cuando te sientas desanimado o decepcionado, pregúntate, “¿Qué era lo que yo quería? ¿Qué esperaba yo que se suponía ocurriera?”. Así es como lograrás visualizar tus expectativas (tu guión). En algún punto, a lo largo de la línea, necesitamos darnos cuenta de que Dios nos está incluyendo dentro de Su historia en vez de venir a nuestro lado para ayudarnos a escribir nuestras propias historias. Él nos atrae a la gran historia de la redención que está escribiendo, y sus planes y propósitos para

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nosotros son mucho más grandes que los planes y propósitos que tenemos para nosotros mismos.

La gracia para confiar Hay otro antiguo himno que dice, “Oh, qué paz la que con frecuencia abandonamos, Oh que innecesarios dolores sufrimos, esto es porque no llevamos todo a Dios en oración”. Es muy probable que, si creciste cantando ese himno, hayas tomado esas palabras en el sentido de que si tan sólo orabas sobre ciertas cosas, la paz no sería perturbada, y el dolor no se presentaría, en tu vida. Sin embargo, ¿qué sucede cuando oras y la paz es destrozada? ¿Qué piensas cuando a pesar de que oras el dolor no se aleja? No hay ninguna promesa en la Biblia que nos asegure que jamás experimentaremos dolor o pérdida de paz si tan solo oramos lo suficiente. Lo que dice el escritor del himno es útil si entiendes lo que significa: No eres lo suficientemente grande para llevar los sufrimientos que la vida coloca en tu camino, pero Dios sí lo es. Llévale a él esos sufrimientos. Pídele la gracia para confiar en él cuando no hace lo que tú piensas que es mejor. Pídele la capacidad para confiar en él. Tú no necesitas sufrir “innecesario dolor” si aprendes a llevar todo a Dios en oración. Puede que no entiendas de lo que Dios es capaz, pero puedes saber por qué Dios es digno de tu confianza y, a medida que le digas lo que te es confuso y difícil de sobrellevar, Dios renovará tu perspectiva. No estás solo. Dios no está silente ni distante. Él ha puesto Su Espíritu dentro de tí. Es el Espíritu de Dios quien te guía a clamar, “Abba, Padre”, y te asegura que la sonrisa de Dios, o su aprobación, no ha sido quitada.

No juzgues al Señor con ineficaz razón, sino confía en Él por Su gracia; Detrás de una fruncida providencia Él esconde un rostro sonriente. – William Cowper

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OR QUÉ EL NOMBRE DE DIOS NO SE HONRA EN EL MUNDO COMO DEBE SER? Si Dios creó y sostiene todo lo que existe, ¿por qué la gente no reconoce, respeta y honra a Dios? Es más, ¿por qué no

honro a Dios en mi corazón y mente, como él merece ser honrado? Cuando Jesús nos enseñó a orar: “Santificado sea tu nombre”, nos enseñó a preocuparnos por la reputación de Dios en el mundo. Tenemos que pedirle a Dios que trabaje en nuestras vidas de manera que lo pudiéramos considerar sagrado. Los salmos nos animan a reflexionar sobre la gloria y majestad de Dios. Pasar tiempo pensando en lo que Dios ha dicho en su Palabra, y meditando sobre las obras de Dios en la creación, la providencia y en la redención nos ayuda a desarrollar una visión más amplia de quién es Dios. Un deseo de honrarlo como se merece crece a partir de una comprensión más amplia de su grandeza.

“...Santificado sea tu nombre”.

PARTE II

¿P

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ACE POCO, MI ESPOSA Y YO FUIMOS A LA TIENDA DE APPLE en un centro comercial en Orlando. No sabía que la gente todavía iba a los centros comerciales. Estaba equivocado.

El lugar estaba repleto. Hay más de siete mil millones de habitantes en el mundo actualmente y cerca de una tercera parte de ellos estaban en la tienda de Apple la noche que estuvimos allí. Había gente de Brasil, China, América Central y al menos dos personas de Florida. No me gustan las multitudes. Mi esposa adora los gentíos. Amo a mi esposa, así que me dispuse a estar con ella en medio de ese gentío. Las multitudes más grandes que alguna vez he visto se encontraban en estadios de fútbol. Mi papá era un ávido fanático del equipo de fútbol Miami Dolphins [Delfines de Miami], allá por los años 70, cuando ese equipo era un equipo ganador. Él tenía entradas para la temporada en el antiguo estadio Orange Bowl, en Miami, que tiene capacidad para 72.000 personas. Recuerdo haber ido a ver partidos con mi papá y haberme sentido como sardina en lata. Recuerdo que al mirar a todas esas personas pensaba, “Yo no conozco a ninguna de estas personas y ellos no me conocen”. Yo vivo en lo que muchas personas podrían considerar una ciudad pequeña – un poco menos de 44.000 habitantes. Es sorprendente con cuan

Examíname, oh Dios

Capítulo 4

H

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poca frecuencia veo hasta a personas que conozco en una ciudad de este tamaño. Cuando voy a la tienda por departamentos Walmart veo personas que nunca había conocido. Me siento perdido entre la multitud aun en una ciudad como Titusville, en Florida. Hay actualmente en el mundo millones de personas que dicen ser cristianas. En un domingo típico, en el estado de Florida, se podrá encontrar algo así como entre dos y tres millones de personas en las iglesias. ¿Te has preguntado alguna vez, “¿Cómo puede Dios conocer a todas esas personas? ¿Cómo se puede Dios preocupar por una sola persona – yo – cuando hay tanta gente en el mundo?”. Un amigo, en la familia de nuestra iglesia, dijo una vez, “Hay tantas personas con problemas verdaderos que no quiero molestar a Dios con mis pequeños problemas”. El no podía imaginarse que Dios es capaz de manejar las oraciones y necesidades de tanta gente. En una mañana de domingo, cuando toda esa gente está en las igle-sias por todo el mundo, ¿cómo puede Dios escuchar las oraciones de cada persona siendo que todos están orando al mismo tiempo? ¿Cómo puede Dios mantenerse al tanto de todas esas oraciones? Tú sabes la respuesta teológica: Dios es omnisciente. Él sabe todo lo que hay que saber. Él es infinito en conocimiento.

Uno entre millones Sin embargo, cuando te sientes solo como un número en una inmensa multitud; cuando te sientes insignificante en relación a un enorme mundo, es difícil creer que Dios verdaderamente te conoce o, que en realidad quiere conocerte.

“¡Cuán bueno, Señor, es darte gracias y entonar, oh Altísimo, salmos a tu *nombre…” (Salmo 92:1).

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Tú puedes ser agradecido y expresar gratitud a una gran institución que no conoce tu nombre. Yo estoy agradecido a la Universidad de Miami por permitirme que me inscribiera como estudiante y la educación que recibí. También agradezco el hecho de haberme podido graduar. Cuando en algún momento me siento agradecido, puedo escribir una carta de gratitud. Si estoy particularmente agradecido, envío una donación al fondo de ex-alumnos. He conducido autos en autopistas de países extranjeros y estoy agradecido por las buenas autopistas en el estado de Florida. Podría escribir una carta dando las gracias al departamento de carreteras. Estoy agradecido por la seguridad y paz en Estados Unidos. Supongo que podría escribir algunas cartas de gratitud a los servicios militares o al FBI. Sin embargo, soy uno de muchos millones de personas. Probablemente sería un caso raro si me tomara el tiempo para decir gracias, pero seguiría agradeciendo a instituciones que no me conocen y a las cuales, particular-mente, no les preocupa si soy agradecido o no. La persona que abriera mi carta de gratitud podría ver mi nombre y apreciar mis amables palabras. Sin embargo, me olvidará pronto y seguiré siendo un individuo desconocido, en medio de una gran multitud, hablándole a ocupados administradores y burócratas que tienen mucho que hacer. Una expresión de gratitud a una institución no genera una relación personal. La oración se asemeja a eso. Los salmistas nos dicen “es bueno dar gracias a Dios”. ¿Bueno para quién? ¿Conmigo? Ciertamente lo es: reconocer que mi lugar en la vida se debe a la bondad de un Dios que me ha dado todo lo necesario en todas las formas posibles hace que me humille. Me hace menos egoísta y centrado en mí, como para detenerme a dar las gracias. Es bueno hacer un alto y recordar específicamente en qué formas él ha sido bueno conmigo. Sin embargo, soy sólo una persona en un mundo con miles de millones. ¿Realmente me conoce Dios? ¿O, cuando oro, será como si los escribas angelicales estuvieran sentados haciendo anotaciones para poder hacer el

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seguimiento porque Dios está muy ocupado con detalles más importantes?

“Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense! Que su amabilidad sea evidente a todos. El Señor está cerca No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias” (Fil. 4:4-6).

Decir “el Señor está a la mano…” significa que Dios está cerca. Él no está lejos, en el cielo, ignorando tus preocupaciones. No es como si él no supiera lo que pasa en tu vida a menos que se lo dijeras. Él está cerca. Sabemos que teológicamente eso es cierto. Lo creemos en nuestra mente. Sin embargo, no lo creemos en nuestros corazones. No vivimos como si Dios estuviera a la mano. No actuamos como si estuviera cerca de nosotros.

¿Cómo nos conoce Dios? ¿Cómo podemos obtener, en nuestros corazones, la sensación de la cercanía de Dios a nosotros? ¿Cómo podemos orar con la sensación de que Dios nos escucha, que se preocupa por nosotros, que tiene tiempo para escucharnos aun cuando millones de personas estén orando al mismo tiempo? El Salmo 139 es una meditación: el salmista está reflexionando sobre la realidad de que Dios nos conoce íntimamente. Al pensar acerca del conocimiento personal que tiene Dios, y hablar acerca del mismo ante Dios, el salmista nos provee un modelo excelente. Haríamos bien en examinar las cosas que él dice en este salmo y hacer la oración que se encuentra al final del mismo. Vamos a revisarlo.

“Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos” (Salmo 139:1-3 RV1960).

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Las palabras “examinar”, “conocer” y “entender” son cognitivas. Dios me analiza, me examina, me prueba y sabe la verdad acerca de mí. Cuando el salmista dice que Dios está familiarizado con todos “mis caminos”, no se refiere a que Dios sabía a dónde había ido el salmista ese día mientras caminaba por las calles de su ciudad natal. Dios se está refiriendo al carácter y conducta del salmista. Está diciendo, “Dios tú sabes cómo soy espiritualmente. Sabes quién soy en el fondo”. El que Dios sepa todo eso no quiere decir que ha reunido todos los datos y los ha registrado en una computadora celestial a la cual puede acceder después. La palabra ‘conocer’, en la Biblia, con frecuencia implica intimidad “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió…” (Génesis 4:1 RV1960). Que Dios conozca a alguien de esta manera implica una decisión e intimidad, implica cuidado y protección. Podría parecer un poco intimidatorio pensar que Dios te conoce por completo. Sin embargo el que Dios te conozca no es para confrontarte – él no está reuniendo información sobre ti para usarla en tu contra el día del juicio. Su conocimiento es cariñoso. Es personal. Es íntimo. Esta es la asombrosa verdad: Dios desea conocerte. De hecho, ¡Él ha elegido conocerte! Observa los contrastes en la primera mitad del Salmo: sentarse, pararse; en la senda – acostado; detrás – delante; ir – huir; los cielos – el seol (la tumba); oscuridad – luz/día. No hay situación alguna que puedas imaginar en la cual Dios no esté al tanto de lo que te está ocurriendo. Dios es omnisciente y omnipresente. Dios te conoce. Algunas veces ese pensamiento es reconfortante y otras muy aterrador. Yo no estoy seguro de que me gustaría que alguien me conociera de esa manera.

“No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, SEÑOR, ya la sabes toda” (Salmo 139:4).

¿Te reconforta pensar de ese modo? Posiblemente no. Dios sabe lo que

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piensas. En cierta forma es asombrosamente reconfortante escuchar que Dios me conoce por completo. Sin embargo, ese tipo de conocimiento es incómodo y, esa incomodidad está allí, en las palabras y figuras que usa el salmista:

“Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano”(Salmo 139:5).

El escritor Bruce Waltke dice que estas son realmente metáforas militares. La expresión ‘Tu protección’ conlleva un tono escalofriante. La metáfora implica hostilidad. Se podría traducir como “encerrar”. La segunda mitad del verso continúa con este simbolismo intimidatorio: “me cubres con la palma de tu mano”. El escritor Waltke manifiesta: “Cuando uno posa su mano sobre otro, el objeto está definitivamente bajo el control del sujeto, no bajo el suyo propio”. La mano de Dios puede darte refugio. Sin embargo, “con mayor frecuencia la figura significa la imposición de una voluntad, que de alguna manera se opone a otra propia” (Bruce Waltke, Los Salmos en la Adoración Cristiana, pág. 549).

“Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo”(Salmo 139:6).

El hecho de que Dios me conoce de esa manera lleva al respeto y al asombro. Tal conocimiento es “demasiado alto” para mí. Este es otro término militar. Se podría traducir como “impenetrable, seguro”. El salmista está diciendo, “No tengo el poder para sobrepasar tu conocimiento. Ante ti soy impotente”. ¿Verdaderamente quieres que Dios te conozca de esa manera? “El conocimiento que Dios tiene está siendo representado como un acantilado ante el que ni un guerrero del calibre de los del rey David puede competir” (Waltke). Todo lo que el salmista puede hacer es inclinarse ante el misterio y poder del conocimiento que Dios tiene. La verdad del conocimiento infinito que tiene Dios te deja con una sensación interior de asombro, agobio y un tanto de inquietud.

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“¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu?” (Salmo 139:7).

El salmista se refiere al espíritu de Dios. Como Espíritu puro, Dios no está limitado a permanecer en un solo lugar a la vez. De manera que no puedes encontrar un lugar donde poderte escapar de Dios.

“…¿A dónde podría huir de tu presencia?”

La mayoría de las veces la palabra traducida “huir”, que se usa en la Escritura, significa escapar de un grave peligro. A eso se le llama asombrosa honestidad. Dios sabe lo que pienso, lo que deseo con intensidad, lo que he dicho y lo que he hecho. La presencia de Dios puede ser, a veces, reconfortante, y otras se puede percibir como rotundamente peligrosa. Él es infinitamente santo y yo no soy santo. Parece ser contencioso que Dios conozca al salmista de esa manera. Estar en la presencia de Dios me hace sentir agobiado por mi pecaminosidad. Además, no hay ningún lugar a donde ir para escapar de Dios. No hay ningún sitio donde esconderse de su ojo escrutador.

“Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí” (Salmo 139:8).

El contraste lo causan el lugar más alto y el más bajo en el universo. El cielo sería el sitio preferible para estar, el lugar de la presencia de Dios. El sepulcro (Seol), es el lugar de los muertos. Podrías pensar que puedes escapar de la presencia aterradora de Dios cuando estés muerto. Sin embargo, él está enérgicamente presente en el ámbito de los muertos. No podemos ir lo suficientemente alto, o lo suficientemente profundo para escapar de Dios. ¿Y qué acerca del oriente y el occidente?

“Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extre-mos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha!” (Salmo 139:9-10).

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La mañana irrumpe por el oriente, así que tomar las alas del alba es una manera de describir el amanecer. Los extremos del mar, para la gente que vivía en Israel, significaba mirar hacia el occidente. De modo que, sea el este o el oeste, tan lejos como puedas ir, Dios está allí. El sol se pone sobre el Mar Mediterráneo. Si continúas yendo hacia el oeste, en esta imagen, terminas en tinieblas.

“Y si dijera: «Que me oculten las tinieblas; que la luz se haga noche en torno mío», ni las tinieblas serían oscuras para ti, y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz!” (Salmo 139:11-12).

Bruce Waltke expresa lo siguiente: “Tinieblas, en la Biblia, es más que la ausencia de luz: hay algo acerca de las tinieblas que es destructivo para la vida. Es un ámbito que ha sido amputado de la luz, hostil hacia aquello que provee seguridad, libertad y éxito; es el ámbito del maligno y de los perversos…del desastre…y de la muerte…” (ibid, pág. 556). Sin embargo, ¡ni esos ámbitos tenebrosos, son tenebrosos para Dios!

Amorosa, cuidadosa y singularmente creados El Salmo 139 es mejor conocido en círculos cristianos, probablemente por los siguientes versos:

“Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre” (Salmo 139:12).

Piensa en un tejedor, tejiendo hábilmente los hilos para hacer un hermoso tapiz. Así nos creó Dios. Él nos creó a cada uno de nosotros con ese cuidado personal y destreza. Conocemos acerca del ADN y la genética: cuando el óvulo de tu madre y el esperma de tu padre se juntaron, se combinaron 23 cromosomas de cada uno de ellos en una secuencia singular diferente a la de cualquier otra

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persona que alguna vez haya nacido. Toda la información que dieron esas células acerca de cómo multiplicarse y qué rasgos tendría tu composición estaban presentes desde el momento de tu concepción. Con muy poca frecuencia escucharás a los científicos, que entienden y estudian genética y el código del ADN, alabar al creador de los filamentos del ADN. Tristemente hablando, para muchos científicos modernos no hay lugar para Dios en su perspectiva de la realidad. Sin embargo, científicamente, esa es la forma en que Dios te hizo. Él usó la información genética legada por tus padres y le dió forma. Sin embargo, el salmista no está dando una declaración científica sobre genética. Él no sabía nada respecto al código genético. Él está dando una declaración teológica. Los pensamientos de Dios fueron dirigidos hacia ti en el vientre de tu madre. Dios no observó impasiblemente tu embrión en desarrollo en el vientre de tu madre – lo programó enérgicamente. Escribió el código y soberanamente reunió la información genética que dio como resultado tu existencia. Como alguien que había crecido en una sociedad rural (después de todo David había sido pastor de ovejas) el salmista sabía algo sobre las características hereditarias que hacen que la cría sea como el padre. Sin embargo, vuelve la mirada atrás y ve a Dios trabajando en la formación de cada individuo.

“¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos” (Salmo 139:14-16).

Dios está escribiendo una historia y te ha escrito a ti dentro de su historia. Él te hizo como eres para sus buenos propósitos. El cuidado amoroso está implícito en la obra de Dios de moldearte en el vientre. Dios escogió dónde y cuándo nacerías. Determinó por adelantado cuánto tiempo vivirías, aun antes

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de que tuvieras un día de haber nacido. Él lo sabe todo acerca de ti. Sabe mucho más sobre ti que tú mismo. Tú no entiendes por qué tienes ciertas características genéticas, pero Dios sí. No sabes cuántos días vivirás sobre esta tierra, pero Dios lo sabe.

“¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si me propusiera contarlos, sumarían más que los granos de arena. Y si terminara de hacerlo, aún estaría a tu lado” (Salmo 139:17-18).

Hasta aquí todo va bien. Sin embargo, ¿por qué están las siguientes oraciones en este Salmo?

“Oh Dios, ¡si les quitaras la vida a los impíos! ¡Si de mí se apartara la gente sanguinaria…” (Salmo 139:19).

Cuidado al tratar a Dios Pudiera ser que reflexionar sobre el cuidado íntimo y amoroso que tiene Dios, hace que el salmista piense en cómo es tratado Dios en nuestro mundo. Él es ignorado, odiado, descartado y se le considera irrelevante. Si tú amas a alguien te duele ver que esa persona sea maltratada o calumniada. Aún más, pedirle a Dios que le quite la vida a los impíos no es común, ni en los Salmos. Generalmente, las peticiones que encontramos son ruegos para ser liberados de aquellos que aborrecen a Dios, posiblemente pidiéndole que haga justicia con ellos, que los castigue por sus maldades. Pero aquí, el salmista pide a Dios que los destruya.

“Porque blasfemias dicen ellos contra ti; Tus enemigos toman en vano tu nombre” (Salmo 139:20 RV1960).

El salmista ha estado hablando honesta y respetuosamente acerca de Dios. Sin embargo, hay mucha gente que habla maliciosa e irrespetuosamente acerca de Dios.

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“¿Acaso no aborrezco, Señor, a los que te odian, y abomino a los que te rechazan? El odio que les tengo es un odio implacable; ¡los cuento entre mis enemigos!” (Salmo 139:21-22).

Dejaré que Bruce Waltke explique este tipo de lenguaje: “El salmista odia a quienes odian a Dios, pero no con malevolencia ni deseos de venganza, sino porque en la comunidad del pacto los enemigos de Dios son enemigos de Israel. En esta batalla espiritual no puede haber neutralidad” (Waltke, pág 565). “Los aborrezco” no sólo significa ‘no me agradan’. El celo por Dios se manifiesta poderosamente en estas palabras. “Su celo por Dios no podía ser expresado de forma más enfática que con estas palabras; el celo desenfrenado es necesario para contrarrestar efectivamente al enemigo en la batalla de los afectos religiosos” (Waltke, pág 566). Juan Calvino lo expresa de esta manera: “Nuestro apego a la piedad debe estar interiormente defectuoso si el mismo no genera un aborrecimiento del pecado, tal como David lo dice en el presente escrito” (citado por Waltke, pág 567). David ha estado hablando honestamente, en contraste con el lenguaje falso, aborrecible, de aquellos que odian a Dios. Sin embargo, también sabe que sus motivos pudieran no ser puros, de modo que hace un cambio de marcha y pide a Dios que evalúe la veracidad de sus palabras:

“Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno” (Salmo 139:23-24).

En vez de resistirse al conocimiento que Dios tiene de su corazón, el salmista puso su corazón al descubierto para Dios. Percibe que sus motivos, al pedir a Dios la destrucción de los impíos son puros, pero sabe que él mismo no conoce sus propios motivos.

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Conoce mi corazón De modo que le ruega a Dios, “Examíname. Pruébame”. No le pide a Dios que examine y pruebe a sus enemigos, sino que dice “Examíname”. Le está pidiendo a Dios que haga un examen de su corazón, que sólo Dios puede hacer. El propósito de este examen es que Dios lo llegue a conocer íntima y completamente, en lo profundo de su ser – “conoce mi corazón”. En la imaginería bíblica tu corazón es el lugar de tus más profundos pensamientos, motivos, deseos, añoranzas y sentimientos. Haberle pedido a Dios que destruya a los impíos, es como si David hubiera pensado, “¿Soy tan enteramente devoto a ti como acabo de decir que lo era? Necesito que Dios me muestre si hay en mí algún camino de impiedad”. La partícula “Si”, quiere decir que el salmista no sabía con certeza lo que había en su corazón. En el pasado, el profeta Jeremías había declarado: “Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?” (Jeremías 17:9). Él no dice, “Antes mi corazón era engañoso y perverso pero, ahora que he llegado a amar a Dios, es puro. Ya no me engaña más. Ya no produce más pecado”. Lo que dice es que el corazón está todavía más allá de su capacidad personal de sanarlo. Algo parecido es lo que David está diciendo. Él es incapaz de conocer y juzgar por completo su propio corazón. Hay, en el mismo, profundidades que no puede desentrañar. Hay motivos que no puede entender y deseos que no puede ver. ¡Sólo Dios sabe lo que hay en tu corazón! El que Dios encuentre un “camino de perversidad” en tu corazón quiere decir que Dios vea si hay alguna ofensa que le cause dolor. Aunque pueda ser aterrador el que Dios te examine de esta manera y te muestre lo que hay en tu corazón, es al descubrirte ante Dios, de esta manera, como puedes cambiar.

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“Su propia integridad no es suficiente para esto. De hecho, sus propios caminos podrían conducirle al dolor y la destrucción. Sólo si Yahweh coloca su mano sobre él para guiarle, sostenerle y controlarle totalmente, podrá el poeta tener la esperanza de que sus caminos se conformen al camino de Yahweh” (Lovitt, citado por Waltke pág. 569).

¿Qué podemos aprender del Salmo 139 acerca de la oración? Tú y yo decimos que queremos aprender a orar, y experimentar mayor gozo en la oración. Decimos que queremos una mayor profundidad de intimidad con Dios. Sin embargo, la verdad es que hay una parte, en cada uno de nosotros, que no quiere eso. Se puede definir la intimidad como la experiencia de cercanía, que es producto de conocer y ser conocido, en una relación que sea segura. Está muy bien conocer más acerca de Dios, pero es incómodo pensar que Dios sabe más acerca de mí de lo que yo quiero que sepa – más de lo que yo sé. Es aterrador pensar que él sabe lo que hay en mi corazón. Por naturaleza, como pecadores, hacemos lo que Adán y Eva hicieron en el huerto – nos escondemos de Dios, de otros y de nosotros mismos. Cuando Adán y Eva descubrieron que eran pecadores, cosieron hojas de higuera para hacerse cubiertas protectoras no sólo para ocultar su desnudez el uno del otro, sino para esconderse de Dios. Tenían la esperanza de que Dios no se diera cuenta que ellos habían cambiado. Nosotros, quienes descendemos de Adán y Eva y heredamos de ellos una naturaleza pecaminosa, hacemos lo mismo: creamos defensas impenetrables para proteger nuestros corazones de ser conocidos. Nos decimos a nosotros mismos (consciente o inconscientemente), “No quiero que nadie me conozca – que realmente me conozca. Les permitiré que conozcan a la persona que he fabricado, que está a salvo de que la conozcan. Sin embargo, usaré una máscara para protegerme de que me conozcan muy en profundidad”. Nosotros no confiamos en nadie que tenga el tipo de conocimiento

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que el Salmo 139 le atribuye a Dios. Uno no se siente seguro cuando se le conoce de esta manera e instintivamente asumimos ante Dios la siguiente postura:

“¡Ay de los que, para esconder sus planes, se ocultan del Señor en las profundidades; cometen sus fechorías en la oscuridad, y piensan:«¿Quién nos ve? ¿Quién nos conoce?»! ¡Qué manera de falsear las cosas! ¿Acaso el alfarero es igual al barro? ¿Acaso le dirá el objeto al que lo modeló: «Él no me hizo»? ¿Puede la vasija decir del alfarero: «Él no entiende nada»?” (Isaías 29:15-16).

Para experimentar una relación profunda y honesta con Dios tienes que confesar que no puedes escapar del conocimiento que Dios tiene de ti, no te puedes esconder de Él. Necesitas ser honesto con Dios respecto a lo que hay en tu corazón. Dios conoce todo acerca de ti. Tú también puedes ser honesto con él acerca de lo que piensas y sientes. Puedes acoger el conocimiento que tiene de ti, o puedes resistirte a la idea de que Dios te conoce de esta manera. Sin embargo, esto es lo que las Escrituras afirman: Dios no está en tu contra. Está a tu favor. Él no es tu adversario. Su motivación de conocerte por completo es una motivación de amor.

“¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?…Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios,[a] ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:31-32, 38-39).

No tienes por qué sentirte atemorizado por lo que Dios encontrará

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cuando examine tu corazón. Él ya sabe lo que hay allí y a pesar de eso te ama. Dios no necesita que se le ponga al corriente acerca de lo que hay en tu corazón, pero tú sí lo necesitas. Tú no entiendes qué es lo que cada día te conduce a tomar las decisiones que tomas, y decir las cosas que dices. Hay profundidades en tu alma y corazón que no comprendes. Para Dios es bueno mostrarte la verdad acerca del pecado que está conduciendo tu corazón. El pecado siempre genera esclavitud hasta el punto que tus palabras y acciones son impulsadas por motivos y supuestos pecaminosos, lo cual no te permite ser libre. Dios quiere que experimentes la verdadera libertad. Pero, no puedes experimentar esa libertad hasta que empieces a ver lo que hay en tu corazón. Entonces, qué tal si oras así, “Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno”. ¿Qué pasaría si Dios contestara esa oración? ¿Cómo podría Dios mostrarte lo que quiere que veas en relación a lo que está ocurriendo en tu corazón? Él te puede dar una percepción profunda de tu pecado, cuando estás orando o leyendo las Escrituras a solas, al pasar tiempo en su presencia. Puede hacer que seas consciente de algo que necesitas confesar y mostrarte de qué necesitas arrepentirte. Él puede despertar tu conciencia sin que nadie más esté involucrado. Sin embargo, generalmente, necesitamos algo de ayuda para ver lo que hay en nuestros corazones. ¿Estarías dispuesto a escuchar lo que Dios tiene que decirte, a través de otra persona, en relación a los motivos, deseos, o patrones pecaminosos que hay en tu corazón? Las personas más cercanas a ti saben algunas cosas, respecto a cómo pecas, que tú mismo puede que no sepas. Tu esposa, tu esposo, tus padres, tu hijo, un amigo honesto – ¿estarías dispuesto a creer que Dios te puede mostrar tu pecado mediante alguien cercano a ti? Puede que digas, “¿Dispuesto? Podría ser, si no lo puedo evitar. Pero no tengo la más mínima intención de buscar ese tipo de escrutinio. No quiero escuchar lo que alguien piensa de mis fallas. Es demasiado doloroso. Destroza

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lo que he estado tratando de creer toda mi vida: Toda mi vida he tratado de hacer para mí, lo que necesitaba ser hecho, de hacerlo por mí mismo y tan rápidamente como me fuera posible. Es doloroso escuchar a alguien que ve imperfecciones”. Nunca diríamos eso, sin embargo pensamos: “Quiero ser perfecto, o, al menos, razonable y consistentemente más que suficiente”. En un libro muy útil, titulado El Trauma de la Transparencia, su autor escribe:

“Quiero ser perfecto. Sé que no lo soy. Así que oculto mis imperfecciones, ¿de quién? Bueno, hay muchas cosas que son cier-tas acerca de mí que tampoco yo sé, o, que no estaría dispuesto a admitir. ¡Me escondo de mí mismo! ¡Me escondo de otros! ¡Me escondo de Dios!...¿cuándo dejaré de esconderme?”

La respuesta es:

“Dejaré de esconderme cuando sea perfecto. Entonces, será seguro y fácil ser abierto y honesto con todos, todo el tiempo, en relación a cualquier asunto. No tendré nada que esconder. Pero eso no va a ocurrir en esta vida sobre esta tierra. De modo que seguimos escondiéndonos…rehusando enfrentar aquello con lo que tenemos que lidiar (J. Grant Howard, pág 41-42).

Te puedes seguir escondiendo de otros pero no te puedes esconder de Dios. En vista que te ama, quiere lo mejor para ti – quiere que seas libre de las suposiciones, creencias, motivos y acciones pecaminosas que te esclavizan. De manera que Él va a exponer tu pecado, de una u otra manera. Es únicamente cuando ves tu pecado y te concientizas de tu imposibilidad para cambiar tu propio corazón que acudirás a Jesús buscando su gracia. Además, para conocer la profundidad del amor que Dios tiene por ti, necesitas ver con mayor claridad lo que Jesucristo hizo por ti en la cruz. Necesitas ver la enormidad de la obra de la gracia de Dios por ti en los sufrimientos y muerte de Cristo en tu lugar.

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Si puedes creer que Dios expone tu pecado porque te ama, estarás más dispuesto a orar así, “Examíname y conóceme…”. ¿Qué crees que pasaría si, después de haber pronunciado algunas palabra de enojo, hacia alguien que te ama, te calmaras lo suficiente para reflexionar sobre lo que ha ocurrido? Si, entonces, después hubieras orado, “Padre, obra en mi, cámbiame, libérame de la esclavitud del pecado que todavía queda en mí. No entiendo por qué lo hago y por qué actúo de esta manera. Temo que estés viendo quién soy verdaderamente. Pero tu me elegiste con amor. Me adoptaste como hijo tuyo. Me has prometido no rechazarme o esconderte de mi. Dame la gracia para confiar en ti, para ver mi pecado y limpiar mi corazón”. Esa es la oración que puede cambiar tu vida.

Pide a Dios que examine tu corazón Cuando Jesús les enseñó a orar a sus discípulos, “Santificado sea tu nombre”, ¿qué tenía en mente? Es aceptable orar para que el nombre de Dios sea tenido en honor (santificado) por la gente en tu ciudad, o en nuestra nación. Es algo bueno pedir que las personas pertenecientes a culturas, tribus y naciones que no conocen a Jesús como Salvador y Señor lleguen a santificar el nombre de Dios. Pero, ¿qué respecto a que se santifique el nombre de Dios en tu corazón y mente? Necesitamos al Espíritu de Dios para que nos muestre cuando no honramos a Dios en nuestros corazones. Necesitamos que Dios nos muestre la verdad en relación a nuestros deseos, motivos, actitudes y suposiciones pecaminosas. Pedirle a Dios que examine tu corazón y te conozca es pedirle que santifique su nombre en tu vida. “Señor, muéstrame tu santidad para que pueda ver con mayor claridad la profundidad de mi pecado. Y, no me dejes allí, sino muéstrame cómo la obra de Jesús en la cruz es suficiente para cruzar el gran abismo que me distancia de ti. Sólo al ver más claramente tu santidad

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y anhelar fervientemente que tu nombre sea santificado en mi vida, podré enfrentar la verdad acerca de la profundidad del pecado en mi corazón. Si rehúso enfrentar la verdad acerca de lo que está conduciendo mi corazón, es porque no valoro suficientemente tu misericordia en Cristo”. Venir ante Dios con esta clase de honestidad, solicitando que examine tu corazón y pidiéndole que te muestre cualquier camino repudiable que haya en ti, te abre la puerta a una comprensión más profunda de ti mismo. Eso, a su vez, conduce a una mayor intimidad con Jesús, el “amante de tu alma”.

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L SALMO 1 ES UN PREFACIO AL LIBRO DE LOS SALMOS: DE ESTO ES DE LO QUE TRATAN TODOS LOS SALMOS. Es la puerta al mundo de los Salmos.

Salmo 1: “¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera. No así los impíos, que son como paja que se lleva el viento. Por tanto, no se sostendrán los impíos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos. Porque el SEÑOR conoce el camino de los justos, mas el camino de los impíos perecerá” (LBLA).

El primer Salmo describe a la persona que medita en la ley de Dios día y noche. La meditación es algo que, generalmente, asociamos con las religiones de la nueva era o el budismo. Sin embargo, en realidad la

Piensa antes de orar

Capítulo 5

E

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meditación tiene su lugar en la oración cristiana. Los Salmos estimulan la meditación en dos direcciones: reflexionando en las palabras de Dios y en las obras de Dios. La meditación cristiana involucra la elección de aquello en lo que tu mente reflexionará. En este capítulo nos concentraremos en la meditación en las palabras de Dios. En el próximo, consideraremos la meditación en las obras de Dios. El Salmo coloca ante nosotros un contraste entre dos sendas: la senda de los justos frente a la senda de los impíos. No se trata de alguien que es justo porque se esfuerza muy arduamente en guardar todos los mandamientos de Dios y verdaderamente lo logra en contraste con alguien que fracasa en guardarlos. La palabra “Justo” implica una categoría: alguien que es recto para con Dios. La categoría opuesta es el término “Impío”. En la Biblia la palabra “impío” es un término conductual que significa maligno. Algo impío es moralmente incorrecto. Más específicamente, es un patrón de vida fijado en oposición a Dios. Estas dos sendas son contrastadas a lo largo de todos los Salmos. Hay dos opciones entre las cuales puedes elegir: el camino de la vida y el de la muerte. Hay dos sendas que puedes recorrer en tu vida: la senda justa o la impía. Una de las sendas produce una estabilidad que trascenderá esta vida (como un árbol plantado junto a corrientes de agua). La otra senda produce un tipo de vida que por inherencia es inestable, como la paja que arrastra el viento. Cuando los granos se cosechaban, en los tiempos previos a las maquinarias, el trigo se colocaba en cestas y se arrojaba al aire. El grano era más pesado que la cáscara, la parte herbosa de la planta era llevada por el viento mientras que el grano de trigo caía dentro de la cesta. A la parte menos valiosa que era arrastrada por el viento se le llamaba “tamo”. Nadie la quería y no pesaba lo suficiente como para durar, así que volaba con el viento. Similarmente es la senda del impío. En lugar de estabilidad, como un árbol plantado junto a aguas nutrientes, la senda del impío no es

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permanente. Decir que la senda del impío “perecerá”, o, “se perderá”, no significa simplemente la muerte, sino la muerte espiritual, la muerte eterna.

Bienaventurado es el hombre ¿Qué significa ser bienaventurado? Algunas versiones de la Biblia dicen, “Feliz es el hombre…”. Tal vez los traductores pensaron que la palabra “bienaventurado” era obsoleta, pero su significado es mucho más rico que el sentido de la palabra “feliz”. Estar feliz significa que te sientes bien, estás de buen humor, las cosas marchan fabulosamente. Estás feliz cuando no tienes problemas. Estás feliz cuando no estás triste. La palabra “Feliz” describe tu experiencia en algún momento temporal. Te sientes feliz porque estás teniendo un buen momento. Cuando las cosas no van bien te sientes triste. Sin embargo ser bendecido por Dios, en términos bíblicos, es tener el testimonio de Dios reposando sobre ti: “¡Que el SEÑOR te bendiga… ¡Que el SEÑOR haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia!” (Números 6:24-26 RVC). Estar bendecido por Dios no depende de cómo te sientas. Puedes estar atravesando tiempos difíciles, tiempos de decepción, llenos de tristeza, de dolor, emocional o físico, en los que no te sientes, particularmente, muy contento, y todavía tener la bendición de Dios sobre tu vida. Ser bendecido es tener la sonrisa de aprobación de Dios sobre ti a causa de que estás unido a Jesucristo por la gracia de Dios. Eres bendecido cuando la culpabilidad de tu pecado es perdonada y eres adoptado como hijo o hija de Dios. Esa es una condición que trasciende a esta vida presente. La persona bendecida del Salmo 1 también es llamada “el justo”. Esa es una referencia a alguien que ha elegido vivir obedeciendo la Palabra de Dios, confiando en Dios, persiguiendo a Dios, recto para con Dios a través de su gracia salvífica. Puedes regresar a este Salmo y leer lo que significa ser recto delante de Dios a través de la gracia justificante de Jesucristo:

“A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios

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para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los *gentiles. De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin, tal como está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’” (Romanos 1:16-17).

Esa no es solo una idea sacada del Nuevo Testamento sino que también estaba en el Antiguo Testamento, aunque ciertamente se hizo más evidente con la venida de Cristo. Necesitamos justicia. No la tenemos en nosotros mismos. Sin embargo Dios nos provee la expiación y nos otorga su gracia para creerle y confiar en Él. Ser justo para con Dios, mediante su gracia salvífica en Jesucristo, es el resultado de ser bendecido. Ahora, observa la progresión: Bienaventurado el hombre que no… anda, se detiene, se sienta.

Un camino traicionero Imagina que vas caminando por la calle y pasas por un café al aire libre. Ves a personas comiendo y conversando. El olor de la buena comida penetra en tus fosas nasales y dejas de caminar. Luego vas caminando hacia la puerta y allí te detienes a leer el menú. Antes que pase mucho tiempo estás sentado a la mesa haciendo tu pedido de algo bueno para almorzar. Esa es una progresión muy inofensiva. Pero aquí en el Salmo 1 no encontramos que se ofrece buena e inofensiva comida en un café. Es una progresión decreciente que conduce a “el consejo de los impíos”. Este no es un camino inocente. Es un camino por una calle que te lleva hacia personas, lugares, pensamientos y acciones totalmente opuestos a Dios. Es un camino a la maldad. Otra vez, la palabra impío significa maligno, moralmente malo. Es una manera de vivir en oposición a lo que Dios dice que es correcto y verdadero. El consejo del impío sería lo que ellos sostienen en oposición a lo que Dios dice que es bueno, verdadero y correcto. Cuando llegas a ser cristiano no por eso dejas de vivir en este mundo. No

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puedes proteger a tus hijos del consejo de los impíos educándolos en el hogar o enviándolos a una escuela cristiana, o deshaciéndote del televisor. Estamos rodeados por la penetrante actitud de las personas caídas. Hasta cierto punto no puedes evitar el estar alrededor del consejo de los impíos, pero no tienes que andar en el mismo por decisión propia. Con mucha frecuencia ni siquiera pensamos acerca de lo que estamos permitiendo que influya en nuestras mentes y corazones. Pensamos que muchas cosas de nuestra cultura son inofensivas. Sin embargo, no hay una posición neutral en todo esto. Sólo hay dos sendas: una que desecha a Dios y trata de definir el bien y el mal, lo correcto y lo erróneo, lo verdadero y lo falso sin ninguna referencia a Dios y Su Palabra. La otra senda define el bien y el mal, lo correcto y lo erróneo, lo verdadero y lo falso a la luz de la revelación de Dios en Su Palabra escrita.

Sigue la progresión Todo comienza con una caminata. En esta progresión, o caminata intencional hacia un lugar donde sabes que no perteneces, vas hacia un sitio de pensamientos, acciones e ideas lejanas a Dios. Te acercas a la “senda de los pecadores”. Te detienes en los alrededores. Quieres escuchar más. La sabiduría, el consejo, la mentalidad, el pensamiento y las perspectivas que está escuchando no te parecen ofensivas. Las personas que viven en base a estos consejos parecen normales y muy buenas. Te sientas. Estás “sentando en la silla de los mofadores”. “Los mofadores” son quienes se burlan de lo que Dios dice. Ellos comentan “es una estupidez vivir de la forma que Dios ordena”. Piensan que es ridículo creer lo que Dios dice en la Biblia. Las perspectivas y opiniones morales de la Biblia sobre lo que es verdadero son obsoletas e irrelevantes para el mundo moderno. En los Salmos las palabras “los impíos”, se refieren a personas que de manera desafiante eligen una senda contraria a lo que Dios ordena. Las

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personas más endurecidas son los mofadores o burladores quienes orgullosa-mente opinan que es algo estúpido creer lo que dice la Biblia, o edificar sus vidas enteras en torno a Dios.

El fin del impío Sin embargo, “la senda de los malos termina mal” (Salmo 1:6). La “senda” de los malos se refiere a su rumbo de vida, su patrón de vida, sus decisiones, comportamiento y, finalmente, a las consecuencias de vivir así. La senda de los impíos es una trayectoria de vida con un final inevitable. Así que el Salmo le advierte a la gente que quiere vivir bajo las bendiciones de Dios que eviten la espiral descendente que empieza poniendo el pie en esta senda: de pensar como aquellos prejuiciados contra Dios, pasando por escoger un estilo de vida pagano hasta estar en casa con una vida atea. Ni siquiera se te ocurra aun iniciar esa senda.

El camino bienaventurado ¿Por qué la persona bendecida no toma esa senda? Porque “se deleita en la ley del Señor”(Salmo 1:2). La razón por la cual escoge no ir por la senda declinante del impío es porque su corazón se deleita en algo diferente y su mente está absorta en distintos pensamientos “en la ley del SEÑOR ...día y noche medita”. En la superficie, pensar “en la ley del Señor día y noche” no suena tan motivante. ¿Qué quiere decir eso? La “ley” de Dios no solo se refiere a la ley moral de Dios resumida en los Diez Mandamientos. Para los creyentes del Antiguo Testamento toda la Escritura era la ley de Dios. Lo que está diciendo el salmista es que el hombre justo medita en la Palabra Escrita de Dios. Meditar sobre la ley de Dios significa enfocarse en lo que Dios ha revelado acerca de sí mismo. Se deleita en la estructura y orden dados por Dios que nos señalan a Cristo y nos liberan del poder esclavizante del pecado. En virtud de que su mente y corazón están centrados en esto, el resultado, en su vida,

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está descrito en el verso 3: “es como un árbol plantado junto a los arroyos”. Él obtiene la fuerza refrescante a través de la Palabra de Dios. Como un árbol bien regado que produce fruto en la estación correcta, la persona que medita en la Palabra de Dios nunca se seca ni se vuelve estéril. En todo lo que hace, prospera. Eso no significa que nunca va a tener contratiempos ni dificultades. Sin embargo, en el transcurso de su vida ha optado por lo que es eterno, lo mejor – ha puesto su corazón en un tesoro que nunca se puede perder. La trayectoria de su vida está orientada hacia Dios y la vida bajo la bendición de Dios. Por el contrario, los impíos son como el tamo que el viento se lleva. Ellos no se sostendrán en pie en el juicio. No habrá lugar para ellos con el pueblo redimido por Dios. Al final el impío perecerá. Los Salmos desarrollan estas verdades de muchas maneras y en base a estas ideas fundamentales se van extendiendo. A medida que vas leyendo los Salmos observa con cuanta frecuencia se contrasta la senda del justo con la del impío. Ahora, vamos a centrarnos en lo que dice el verso 2: “sino que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche!”.

¿Meditar? La idea de meditar nos es un poco ajena. ¿Qué nos viene a la mente cuando leemos la palabra “meditación”? Quizá piensas en religiones que hablan mucho acerca de la meditación: el Budismo, la Meditación Trascendental, las religiones de la Nueva Era que han surgido de las ideas budistas. En esas religiones, el objetivo de la meditación es dejar de pensar, dejar tu mente en blanco. Supón que tienes un problema o estás lleno de tristeza, entonces la forma de encontrar paz es limpiar tu mente de todo tipo de pensamiento. El budismo enseña a pensar en la vida como una ilusión – el dolor no es real. La meditación tiene que ver con el aprendizaje de técnicas para calmar la ansiedad en tu corazón al no pensar. ¿Alguna vez has tratado de no pensar en nada? En algunas oportuni-

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dades cuando me siento tranquilamente en el sofá mi esposa me dice, “¿En qué piensas?”, y yo le respondo, “Oh, en nada”. Con eso no quiero decir que mi mente ha estado por completo en blanco y que ningún pensamiento ha pasado por mi cabeza. Lo que quiero decir es que no he pensado en nada importante, o en nada de lo que quisiera hablar. Es literalmente imposible no pensar en nada. Todo el tiempo hay algo que pasa por tu mente. La palabra “reflexionar” proviene de una palabra latina “pensare” que significa ‘pensar’. Cuando se le añade la letra “i” a “reflexionar”, eso la convierte en negativa: no reflexionar, o irreflexiva. Sin embargo, cuando observas un DVD o un juego de video, algo está ocurriendo en tu mente porque ella no está completamente en blanco. Tú no dejas de pensar por completo, es sólo que lo que piensas es una distracción de tu rutina diaria. En ese sentido, reflexionar es una distracción que elimina algunos pensamientos de tu mente al permitir que pienses en algo diferente, algo desenfadado o lo suficientemente absorbente como para no dejar que pienses en lo que normalmente ocupa tu mente. Cuando los Salmos nos animan a meditar en la ley de Dios, nos están ani-mando a escoger aquello en lo que nuestra mente reflexionará. En interesante con cuanta frecuencia en los Salmos surge la idea de la meditación:

“Meditaré en tus preceptos, y consideraré tus caminos. Me deleitaré en tus estatutos, y no olvidaré tu palabra…tu siervo medita en tus estatutos...” (Salmo 119:15-16, 23 LBLA).

“¡Cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación...” (Salmo 119:97 LBLA).

“…tus testimonios son mi meditación...” (Salmo 119:99 LBLA).

Los salmistas le dicen a Dios que se deleitan en meditar. Para un cristiano, meditar es reflexionar sobre lo que es cierto en cuanto al universo a la luz de lo que Dios ha dicho en Su Palabra y de lo que ha revelado y llevado a cabo en Jesucristo. En la terminología del Salmo 1 tú siempre estarás caminando

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en una de las dos sendas. Siempre estarán escuchando y reflexionando – meditando – en uno de los dos tipos de consejo. En su carta a los corintios, el apóstol Pablo dice: “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu…” (1 Corintios 1:20; 2:5,13).

Medita sobre esto Muchos de los Salmos son oraciones, pero son también meditaciones en las cuales el salmista reflexiona sobre algunos aspectos del carácter de Dios. Por ejemplo, en el Salmo 139 reflexiona sobre el conocimiento íntimo que tiene Dios de cada uno de nosotros: “Oh Señor, tú me has escudriñado y conocido… Aun antes de que haya palabra en mi boca, he aquí, oh SEÑOR, tú ya la sabes toda…”. Él está reflexionando sobre estas cosas delante de Dios, en oración, hablándole sobre lo que le sorprende acerca del conocimiento que Dios tiene. Nuevamente, el Salmo 1 nos dice que el hombre justo medita día y noche en la ley de Dios. Hace que las cosas circulen en su mente, al trabajar, al ir caminando por la vía, cuando se levanta en la mañana, y cuando se acuesta a dormir en la noche. Piensa acerca de la Palabra de Dios, lo que significa que está pensando acerca de lo que Dios ha revelado sobre sí mismo. Está reflexionando en lo que significa relacionarse con Dios, ser amado por Dios, ser conocido por Dios, pertenecer al pueblo del pacto de Dios, experimentar la tierna misericordia de Dios, su paciente amor y mucho más – “en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche!”.

¿Cuál es el lugar de la MEDITACIÓN al aprender a orar? La gente a veces me pregunta, “¿De qué debo hablar cuando oro? Siempre termino pidiéndole a Dios cosas que necesito. Le pido que me perdone. Confieso mis pecados y me arrepiento. Y, ¿después qué? ¿Cómo aprendo a disfrutar hablando con Dios de manera que la oración no se sienta como un deber aburrido? ¿Cómo se puede convertir la oración en algo deleitoso?”. Piensa en la forma en que el conversar con alguien aumenta tu

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disfrute. Tienes que conocer a esa persona. Tienes que estar suficientemente interesado en lo que piensa, o hacerle preguntas y escuchar lo que tiene importancia para él. Además, tienes que decidir pasar tiempo con él. La oración involucra tu mente ya que requiere pensar. Tienes que saber algo acerca del Dios con quien hablas. Además, Dios se ha dado a conocer a sí mismo en Su Palabra. Así que la oración fluye de una creciente conciencia de lo que Dios ha dicho que es cierto en relación a sí mismo. Tal vez, esa es la razón por la cual el salmista dice que medita en la Palabra de Dios. No se puede conocer a Dios, realmente, excepto por lo que ha dicho acerca de sí mismo en la Escritura. Se puede saber que algunas cosas deben ciertas acerca de Dios al observar el mundo que te rodea. Sin embargo, para conocer a Dios, Él te debe hablar acerca de sí mismo. La oración involucra tu corazón. Tú puedes orar por un sentido del deber – porque se supone que debes orar. Sin embargo, si le hablaras a tu esposa porque es tu deber pasar algo de tiempo, cada día, conversando con ella, ¿Cuál sería su respuesta? Ella desea saber que estás interesado en ella, que quieres conocerla y saber lo que hay en su corazón. De manera parecida, la oración se convierte en un deleite cuando realmente deseas a Dios, cuando tienes hambre y sed de Él. La oración involucra tu voluntad. Esto quiere decir que elijas pasar tiempo de esta manera y preparándote para decirle a Dios lo que hay en tu mente y corazón. La oración se convierte más en un deleite a medida que aprendes a vivir consciente de estar en la presencia de Dios todo el tiempo.

Algunas sugerencias prácticas:1. La meditación requiere tener contenido (…en su ley medita…). Si vas a meditar en la Palabra de Dios, de hecho necesitas tener

alguna parte de Su Palabra delante de ti para pensar en ella. No hay ningún mandato en la Biblia acerca de cuándo deberías leer la Biblia (mañana o tarde) o de cuánto de la Escritura debieras leer. Hay veces en que es bueno leer una sección larga, tal vez hasta una carta completa

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como Gálatas o Colosenses, de una sola vez. (Después de todo, estas fueron cartas destinadas a ser leídas por completo, no un poco a la vez.) Sin embargo, en otras oportunidades el tema para la meditación pueden ser unas pocas palabras.

Con todos los avances tecnológicos de nuestros días, puedes escuchar, en tu computadora o tu iPhone, a alguien que lea las Escrituras. Simplemente encuentra una porción de la Escritura que puedas colocar delante de ti. A medida que lees, o escuchas, pregúntate, ¿Qué me dice este pasaje acerca de Dios? De acuerdo a este pasaje, ¿Cómo es Dios? Eso te dará algo en lo cual reflexionar. En vez de adivinar cómo es Dios, deja que Su Palabra instruya a tus pensamientos acerca de Dios.

2. Si vas a reflexionar en lo que acabas de leer u oír, no puedes dejar que otros pensamientos ocupen tu mente.

Para mucha gente en nuestra generación esto es difícil de creer, sin embargo yo puedo asegurarte que es cierto: el silencio es bueno. De hecho, necesitas algo de silencio si vas a dejar que tu mente reflexione sobre la verdad que acabas de leer, u oír, en la Palabra de Dios.

Eso te ayuda a minimizar las distracciones. Mi padre podía sentarse en un cuarto, donde había personas hablando y, aun así, leer un libro. Él podía desconectarse de todo el ruido y pensar en lo que estaba leyendo. Sin embargo, si se prendía el televisor su atención se dirigía al mismo. Se distraía lo suficiente, como para no poder pensar, con el televisor prendido.

Algunas personas parecen ser capaces de leer y pensar con música sonando, o con el televisor prendido. Ellos dicen, “Es sólo ruido de fondo. Yo lo desconecto”. En lo personal, nunca me ha sido posible hacer eso, especialmente si la música de fondo es una que conozco, o si es jazz.

Yo necesito silencio, sin distracciones, si es que voy a meditar sobre cosas que he leído en la Biblia. He encontrado que, para mí, el mejor momento para reflexionar en lo que he leído en la Escritura es cuando estoy solo en el carro, o cuando estoy cortando la grama. Yo no escucho

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música en el carro porque he aprendido a disfrutar el silencio ya que me da tiempo para pensar. También he aprendido a dirigir mis pensamientos hacia Dios y a hablarle acerca de lo que ha dicho sobre sí mismo en la Escritura.

Tus oraciones no tienen por qué ser largas o cuidadosamente formuladas. Le puedes decir a Dios lo que estás pensando o, que se te hace difícil entender algo que leíste en la Biblia. Dile que quieres conocerle y deleitarte en Él.

3. Si vas a meditar en la Palabra de Dios, ¿deberías tener momentos determi-nados o debería ser espontáneo?

La respuesta es “Sí”. El salmista habla acerca de reflexionar en la Palabra de Dios en la mañana y en la noche, cuando se levanta, cuando va por el camino y cuando se acuesta en la noche.

Necesitas conocerte bastante bien para elegir los momentos en los cuales tu mente funciona mejor. Para algunas personas es temprano en la mañana. Pero no es así para todos. Otras personas funcionan mejor cuando es tarde en la noche.

Establecer los momentos es muy bueno e incluirlos en tu horario es sabio. Si no estableces los momentos para la lectura de la Escritura y la meditación, otras cosas acapararán tu tiempo. Sin embargo, por otra parte, es bueno pensar en sacar ventaja del tiempo que, generalmente, ocupas en distracciones.

Además está el tiempo que diariamente utilizas para desplazarte al trabajo. Si tienes que ir al trabajo manejando, en vez de escuchar música en el radio puedes escuchar un sermón o un pasaje de las Escrituras en una versión de la Biblia en CD. Escúchalo, luego apagas el radio y reflexiona en lo que acabas de escuchar. Conviértelo en un tiempo de reflexión y oración.

También lo puedes hacer mientras cortas la grama. En lugar de colocarte unos audífonos y escuchar música, qué tal si lees un pasaje

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de la Escritura antes de prender la cortadora de grama y después, cuando estés cortando la grama, reflexionas sobre ese pasaje.

Algo más que puedes hacer es tomar algo de tiempo antes de irte a dormir, para leer algo de la Palabra de Dios, y luego, antes de quedarte dormido, reflexionas sobre lo leído.

4. Ora antes de meditar: puedes pedirle a Dios: “abre mis ojos para que pueda ver cosas maravillosas en tu ley”.

5. Aprende a hacer preguntas acerca del pasaje de la Escritura que estás leyendo.

Por ejemplo, mientras lees el Salmo 1, puedes preguntar: ¿Por qué los impíos no se sostendrán? ¿Por qué el justo prospera? ¿Qué significaría para mí el ser como un árbol plantado junto a

corrientes de agua, un árbol que produce fruto y no se marchita? ¿Qué significa ser bendecido por Dios? ¿En qué forma tiendo yo a seguir esa espiral descendente: andar

en la senda, detenerse, sentarse – en qué lugar tiendo a hacer eso? ¿Qué significa ser uno de los justos que no sigue esa senda? ¿Qué otras cosas dice la Biblia, que me ayudan a entender esto?

En base a todo lo anterior, ¿qué necesito decirle a Dios? ¿Qué necesito preguntarle en relación a lo que debo hacer en mi corazón? ¿En qué aspectos necesito que Su gracia me conduzca a Jesús en arrepentimiento y fe?

Piensa Haz preguntas del pasaje. Luego pídele a Dios que profundice tu percepción. Ora con la Palabra de Dios retornándosela. Thomas Watson expresó lo siguiente: “Se estudia para descubrir una verdad, se medita para el mejoramiento espiritual de una verdad; la una busca la veta de oro, la otra excava para sacar el oro”. Después de la meditación ya tienes algo por lo cual orar. Puedes decir:

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“Padre he estado pensando acerca de lo que dijiste. Esto es lo que puedo ver con mayor claridad acerca de cómo eres tú. Esto es lo que no entiendo. Esto es lo que puedo ver con mayor claridad acerca de mí mismo. Esto es lo que me trae gozo…”. El pastor puritano Thomas Manton manifestó lo siguiente: “La palabra nutre la meditación y la meditación nutre la oración”. Si esta es una idea nueva para ti – si no acostumbras tomarte un tiempo para reflexionar y meditar en una porción de la Escritura, o algunas palabras de un pasaje que hayas estado leyendo, va a ser como tratar de encender un fuego con madera mojada. Tomará un tiempo. Pero persevera. Pídele al Espíritu Santo que te ayude para concentrarte en lo que te dice el pasaje acerca de Dios. Pídele que te ayude a concentrar tu mente y corazón en la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. Lo que tú piensas, aquello en lo que reflexionas, el contenido de tu meditación, revela lo que te importa. Alguien dijo: “Si los granjeros piensan acerca de sus tierras y sus cosechas; si los médicos piensan en los pacientes a quienes desean ayudar; si los abogados piensan en sus últimos casos; si los dueños de tiendas piensan en cómo pueden vender más; ¿no deberían acaso las mentes de los cristianos ser atraídas a la contemplación de la verdad sobre Dios nuestro Salvador?”. Lo que vas a encontrar a medida que tomes el tiempo para meditar en la Palabra de Dios y hablarle sobre lo que estás descubriendo en Su Palabra, es que el mismo Dios llegará a ser una delicia para tu alma.

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RANCIS BACON (1561-1626), el hombre de estado y científico inglés, expresó que Dios nos ha dado dos libros, o volúmenes para que se estudien: las Escrituras y el ámbito natural. Dijo que, para conocer a Dios necesitamos ambos libros. La Biblia

revela la voluntad de Dios, pero para comprender la grandeza del Dios que se ha revelado a sí mismo en la Biblia, necesitamos ser atraídos a una reflexión cuidadosa sobre el infinito poder de Dios, el cual es mayormente visto en sus obras. Junto con las instrucciones de meditar en las palabras de Dios, en la Escritura, los Salmos nos invitan a reflexionar en las obras de Dios:

“Te exaltaré, mi Dios y rey; por siempre bendeciré tu nombre. Todos los días te bendeciré; por siempre alabaré tu nombre. Grande es el Señor, y digno de toda alabanza; su grandeza es insondable. Cada generación celebrará tus obras y proclamará tus proezas. Se hablará del esplendor de tu gloria y majestad, y yo meditaré en tus obras maravillosas” (Salmo 145:1-5).

Meditar en las obras de Dios incluye el reflexionar en la obra de Dios en la

Habla con Dios acerca de lo que él ha hecho

Capítulo 6

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creación, su cuidado diario de todo lo que ha hecho y sus obras de redención que son relatadas en la Biblia.

La obra creativa de Dios desplegada En un día despejado, los grandes campos de hielo y los glaciares de la costa de Alaska parecen interminables, al verlos desde la ventana de un avión yendo en la ruta de Seattle hacia Anchorage. De cerca, los colores azul y verde del hielo reflejaban cómo enormes trozos de hielo salían de un extremo del glaciar y se estrellaban en el mar. La belleza de los glaciares y su poder para esculpir canales a través de las montañas es impresionante. Sin embargo, se puede observar toda esa belleza y poder, quedar impresionado y aún perderse algo significativo. En el verano de 1881, el naturalista estadounidense John Muir pasó tres meses explorando y levantando mapas de lo que hoy es Glacier Bay National Park and Preserve (Parque Nacional y Reserva Bahía de los Glaciares). Su compañero de viaje era Samuel Young, un misionero presbiteriano. Muir era cristiano. El vio la gloria de Dios, su poder y majestad por todas partes en el reino de la naturaleza, y su deleite en Dios se reavivó (su relato está disponible en un libro titulado, Viajes en Alaska). Después de un día emocionante, explorando juntos un glaciar, Muir escribió que bajó de la montaña, “gozoso por haber obtenido un día tan bendecido y sintiendo, como una verdad muy fundamental, que habíamos estado en uno de los templos propios del mismísimo Dios y lo hemos visto y escuchado obrando y predicando como un hombre”. Muir estaba describiendo una demostración extraordinaria de luces del norte (aurora boreal) como la Palabra de Dios en “majestuosos jeroglíficos pregonados a voz en cuello por todo el cielo”. Cuando Muir exploró los glaciares, vio más que ríos de masas de hielo. El describió un glaciar como una ventana a la obra continua y creativa de Dios: los valles están siendo esculpidos para nuevos ríos, las cuencas están siendo

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vaciadas para nuevos lagos, la tierra que alimentará nuevos bosques está siendo triturada por el lento movimiento del hielo y el cieno que fluye hacia el océano se está convirtiendo, lentamente, en nuevas y hermosas montañas y paisajes que Dios planeó hace mucho tiempo. Ver el mundo de esta manera, saber que el Dios que creó tal majestad y belleza todavía sigue obrando en lo que vemos a nuestro alrededor, debería impulsarnos a una doxología – a alabar a Dios. Dios nos habla sobre su poder y gloria, clara y poderosamente, en la majestad del mundo en derredor nuestro. Y todo lo anterior está a la vista a diario. El consejo de Muir a su amigo misionero es un consejo que nuestra generación necesita escuchar:

“Mantente cerca del corazón de la naturaleza, por ti mismo; de vez en cuando rompe las distancias y escala una montaña o pasa una semana en el bosque. Mantén limpio tu espíritu de las manchas de tierra de esta sórdida multitud de buscadores de oro, en el aire puro de Dios. Esto te ayudará en tus esfuerzos por traer a estos hombres algo mejor que el oro. No pierdas tu libertad ni tu amor por la tierra, tal como Dios la hizo”.

Ese es un consejo que todos necesitamos. Ve afuera. Abre tus ojos y contempla lo que Dios ha hecho. Considera la sabiduría y el poder que se necesitan para hacer lo que ves en los cielos y en el mundo que te rodea. Si el mundo que Dios ha hecho es magnífico y hermoso, ¿cómo no lo debe ser el creador? Un científico, de nombre Charles Misner, especialista en teoría general de la relatividad, expresó lo siguiente:

“Yo puedo ver el diseño del universo, esencialmente, como un asunto religioso. Es decir, uno debería tener cierto tipo de respeto y asombro por todo el asunto…Es muy grandioso y no debería darse por sentado. De hecho, creo que esa es la razón por la cual Einstein tuvo

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muy poco que ver con la religión organizada, aunque me impacta el hecho de que, básicamente, era un hombre muy religioso. Él debe haber observado lo que decían los predicadores acerca de Dios, y llegado a la conclusión de que estaban blasfemando. Einstein había contemplado mucha más majestuosidad de la que ellos, alguna vez, pudieran haber imaginado, y simplemente no estaban hablando sobre la realidad. Mi conjetura es que Einstein simplemente consideró que las religiones por las que había transitado no tenían un respeto apropiado…por el autor del universo” (citado por John Piper, Piensa, pág. 194).

Lo que Einstein no sabía Puede que Misner tenga la razón, pero no creo que su crítica sea una evaluación justa del Dios presentado por los cristianos, o de las inclinaciones religiosas de Einstein. La religión de Einstein, según él mismo afirmaba, era “un conocimiento de la existencia de algo en lo cual no podemos penetrar, de las manifestaciones de la más profunda razón y de la belleza más radiante – es este conocimiento y esta emoción lo que constituye la verdadera actitud religiosa. En este sentido, y sólo en este, soy un hombre profundamente religioso”. Su comprensión de la inmensidad del espacio creó un profundo sentido de sorpresa y asombro. No podía explicar cómo se inició el universo, cómo se organizó tan perfectamente, o, por qué era tan hermoso. Mediante su conocimiento de las matemáticas y sus observaciones de los planetas, estrellas y galaxias a través de telescopios, Einstein llegó a conocer algo de la inmensidad del espacio de tal manera que no podía negarse que existía orden y diseño. Todo esto lo llenó de sorpresa y asombro. Su sentido de estupefacción era como un tipo de devoción. Sin embargo, si tú estás asombrado con algo hermoso y quieres expresar alabanza, ¿a quién dirigirías esos sentimientos y expresiones de adoración? Einstein no sabía.

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Einstein hablaba, algunas veces, en una manera que armonizaba con los cristianos. Por ejemplo:

“Estamos en la posición de un pequeño niño que entra en una inmensa librería llena con libros en muchos idiomas diferentes. El niño sabe que alguien debe haber escrito esos libros. No sabe cómo. No entiende los idiomas en que están escritos. El niño vagamente sospecha que existe un orden misterioso en la disposición de los libros pero no sabe cuál es. Me parece que esa es la actitud, para con Dios, hasta del ser humano más inteligente. Vemos un universo maravillosamente dispuesto y que obedece ciertas leyes, sin embargo, entendemos muy vagamente esas leyes. Nuestra mentes limitadas no pueden captar la fuerza misteriosa que mueve las constelaciones”.

Es como si él pudiera sentir la presencia y poder de Dios, pero no ser capaz de dar el siguiente paso y reconocer la realidad y existencia del Dios de la Biblia:

“Yo no creo en un Dios personal y nunca he negado esto sino que lo he expresado con claridad. Si hay algo en mí que pudiera ser llamado religión, es la infinita admiración por la estructura del mundo hasta donde nuestra ciencia la puede revelar”.

Él dijo, “Yo creo en el Dios de Spinoza quien se revela a sí mismo en la ordenada armonía de lo que existe, no en un Dios que se preocupa por los destinos y acciones de los seres humanos”.

En sus intentos por apreciar la grandeza y majestad de Dios que podía ver en la creación, Einstein, en realidad, minimizó a Dios al limitarlo y rehusarse a creer que Dios es una persona que desea ser conocida. Si hay un Dios que habló y llamó a existencia al universo, tendría que ser más grande que el universo que hizo, y el universo parece ser infinito. Sin embargo, Einstein pensó, ¿cómo puede un Dios de tal poder e inmensidad ser conocible?, y, ¿por

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qué, un Dios como ese, habría de preocuparse por un pequeño planeta o, una especie en particular, en ese planeta? Nosotros haríamos bien en reflexionar sobre la inmensidad del universo, como lo hizo Einstein. Contamos con fotos tomadas con el telescopio Hubble, e información sobre galaxias distantes que Einstein nunca vio con sus telescopios. Nos haría bien sentir la sensación de misterio que él sintió cuando pensó acerca del tipo de poder que se necesitaba para hacer algo tan infinitamente inmenso y llenarlo con planetas y estrellas. Tal vez necesitamos un mayor respeto por el autor del universo.

¿Es Dios demasiado grande y majestuoso para conocerme? Al mismo tiempo, deberíamos reflexionar sobre el misterio del amoroso cuidado de Dios por los seres humanos. No es una opción. El Dios al que adoramos es infinitamente poderoso, gloriosamente majestuoso, y, al mismo tiempo, personal y conocible.

“’¿Con quién, entonces, me compararán ustedes? ¿Quién es igual a mí?’, dice el Santo. Alcen los ojos y miren a los cielos: ¿Quién ha creado todo esto? El que ordena la multitud de estrellas una por una, y llama a cada una por su *nombre. ¡Es tan grande su poder, y tan poderosa su fuerza, que no falta ninguna de ellas!” (Isaías 40:25-26).

Dios mismo nos anima a reflexionar sobre el universo cuando necesitemos un sentido de su grandeza. Sin embargo, continúa diciendo, “¿Por qué murmuras, Jacob? ¿Por qué refunfuñas, Israel: ‘Mi camino está escondido del Señor; mi Dios ignora mi derecho’?” (Isaías 40:27). ¡Allí está! El Dios quien hizo y sostiene el universo está completamente consciente de lo que sucede en nuestras vidas. Él se preocupa por personas como nosotros. Es bastante grande como para crear y sostener todo el universo. Sin embargo, no está tan ocupado, dirigiendo el universo, que no pueda detenerse para cuidar un pequeño planeta en un remoto sistema solar.

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Así es este majestuoso Dios, quien hizo todo lo que existe y se da a conocer a sí mismo, a nosotros, en Jesucristo, así como también nos invita a entrar en relación con Él. Ahora, eso ya es algo en qué reflexionar. ¿En qué manera podría alentarte, a responder a Dios, el tener una mayor conciencia del mundo que te rodea? Si nuestras conversaciones acerca de Dios no despiertan en nosotros un sentido más profundo de maravilla, asombro, reverencia y respeto por Dios, algo anda mal. Además, si nuestras oraciones no generan un cierto sentido de maravilla, asombro, respeto y reverencia por la grandeza y majestad de Dios, ¿cuán conscientes estamos de quién es Dios? En el capítulo anterior, enfocamos la meditación, en las palabras de Dios, en la Escritura. Para alguien que ha sido liberado del dominio de las tinieblas y acercado al reino del Señor Jesús, la Palabra de Dios se va convirtiendo, progresivamente, en una delicia porque revela a DIOS. No se puede amar a quien no se conoce. Dios quiere que le conozcas. Él ha hecho que Jesús sea conocido por ti. Él mismo se te ha dado a conocer a través del testimonio escrito de la Biblia. Meditar en la Palabra de Dios es reflexionar en lo que Dios ha dicho en la Escritura de manera que la verdad se incruste en tu corazón para que te deleites en Cristo y seas movido a un amor más profundo por Cristo.

Medita sobre las obras de Dios Sin embargo los Salmos también nos animan a meditar sobre las obras de Dios. Lo que se encuentra repetidamente en los Salmos es un sentido de asombro y deleite en la majestad de Dios el cual es despertado por una debida consideración de las obras de Dios, y si los Salmos nos van a enseñar algo respecto a la oración sería bueno que le prestemos atención a esto.

“Te exaltaré mi Dios, oh Rey, y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre. Todos los días te bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente y para siempre. Grande es el SEÑOR, y digno de ser ala-

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bado en gran manera; y su grandeza es inescrutable. Una generación alabará tus obras a otra generación, y anunciará tus hechos poderosos. En el glorioso esplendor de tu majestad, y en tus maravillosas obras meditaré. Los hombres hablarán del poder de tus hechos portentosos, y yo contaré tu grandeza. Ellos proclamarán con entusiasmo la memoria de tu mucha bondad, y cantarán con gozo de tu justicia. Clemente y compasivo es el SEÑOR, lento para la ira y grande en misericordia. El SEÑOR es bueno para con todos, y su compasión, sobre todas sus obras. SEÑOR, tus obras todas te darán gracias, y tus santos te bendecirán. La gloria de tu reino dirán, y hablarán de tu poder, para dar a conocer a los hijos de los hombres tus hechos poderosos, y la gloria de la majestad de tu reino. Tu reino es reino por todos los siglos, y tu dominio permanece por todas las generaciones. El SEÑOR sostiene a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos. A ti miran los ojos de todos, y a su tiempo tú les das su alimento. Abres tu mano, y sacias el deseo de todo ser viviente. Justo es el SEÑOR en todos sus caminos, y bondadoso en todos sus hechos. El SEÑOR está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad. Cumplirá el deseo de los que le temen, también escuchará su clamor y los salvará. El SEÑOR guarda a todos los que le aman, pero a todos los impíos destruirá. Mi boca proclamará la alabanza del SEÑOR; y toda carne ben-decirá su santo nombre eternamente y para siempre” (Salmo 145 LBLA).

“Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos la luna y las estrellas que allí fijaste” (Salmo 8:3).

En el sitio web del Telescopio Hubble hay un vínculo que te lleva al “Hubble Deep Field” [Campo Profundo del Hubble]. Los astrónomos observaron lo que parecía ser un espacio oscuro, en los cielos, sin estrellas. Con el Telescopio Hubble pudieron enfocar esa área oscura y revelar una película de 30 a 40 minutos de duración. Lo que encontraron los dejó sorprendidos. Lo que parecía

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ser un punto oscuro y vacío estaba, realmente, pleno de galaxias distantes, en rotación. La conclusión a que llegaron fue que no hay ningún espacio vacío. No importa en qué dirección enfoquen los telescopios, van a encontrar estrellas y planetas. Algunas están tan lejanas que aparecen ante nuestros ojos, aun a través de los telescopios, como espacios vacíos y oscuros.

Nuestra gran galaxiaLa luz viaja a una velocidad cercana a los 5,87 trillones de millas al año. La galaxia de la cual nuestro sistema solar forma parte está como a 100.000 años luz de diámetro – alrededor de 587 mil trillones de millas. Es una de cerca de un millón de dichas galaxias, en el rango óptico de nuestro telescopio más potente. En nuestra galaxia existen alrededor de 100 mil millones de estrellas. El sol alrededor del cual se mueve nuestro planeta es sólo una entre las muchas estrellas de nuestra galaxia – una modesta pequeña estrella que arde a una temperatura de 6.000 grados centígrados en la superficie y viaja en una órbita de 155 millas por segundo. Eso significa que demorará cerca de 200 millones de años para completar una vuelta alrededor de la galaxia. Además, nuestra galaxia es sólo una entre millones que existen. ¿Cómo se pueden comprender esos tipos de distancias, o la inmensidad del universo? Considerando algunas de las fotos que hemos recibido a través del Telescopio Hubble, Dallas Willard escribió:

“Hace un momento el Telescopio Espacial Hubble nos hizo llegar fotos de la Nebulosa Eagle [Águila], mostrando nubes de gas y polvo microscópico que alcanzaban seis trillones de millas de arriba abajo. En la misma había cientos de estrellas, emergiendo por aquí y por allá, más calientes y grandes que nuestro sol…Los seres humanos se pueden perder en juegos de cartas o trenes eléctricos y se creen afortunados. Sin embargo, para Dios están disponibles… “Elevadas nubes de gases de trillones de millas de altura, iluminadas por fuegos nucleares en estrellas recientemente formadas, galaxias dando

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volteretas en medio de choques y enviando ondas de choque explosivas hirviendo, a través de millones de años luz de tiempo y espacio”. Todas estas cosas están ante él, junto a innumerables capullos, almas y canciones desplegándose – e inmensurablemente más, de lo cual no tenemos el menor conocimiento” (La Conspiración Divina, pp. 63-64).

Piensa en ello: el Dios que hizo todo esto y lo mantiene unido momento a momento es el Dios que se ha revelado a sí mismo como un Dios amoroso y personal que desea relacionarse contigo. Él mantiene el universo, sin embargo también se preocupa por ti.

La obra redentora de Dios

“¡Oh SEÑOR, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra, que has desplegado tu gloria sobre los cielos! Por boca de los infantes y de los niños de pecho has establecido tu fortaleza, por causa de tus adversarios, para hacer cesar al enemigo y al vengativo. Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos ellos, y también las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar, cuanto atraviesa las sendas de los mares. ¡Oh SEÑOR, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8 LBLA).

Si Dios es infinitamente poderoso, que debería serlo para mantener el universo, y si puede hablar y llamar a existencia todo lo que hay, tendría que ser más grande que el universo creado. El universo parece ser infinito: no tiene fin.

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Reflexionando en esa inmensidad nos sentimos pequeños. ¿Por qué un Dios así habría de querer conocernos? ¿Por qué habría de preocuparse por nuestras vidas y asuntos? Por razones que nunca comprenderemos Dios decidió hacer a los seres humanos a su imagen y semejanza porque quería prodigarles su amor. Nos hizo para relacionarnos con Él. Quiere que le conozcamos y nos deleitemos en Él. Nosotros, que hemos llegado a la fe en Jesucristo, que hemos sido acercados a una relación con el Dios viviente, el creador y sustentador de todas las cosas deberíamos ser los más reverentes por la majestad, grandiosidad y magnificencia de Dios. Creemos que el Dios que hizo todo lo que existe es conocible y personal. Él ha demostrado claramente en sus obras de redención (relatadas en toda la Biblia) que quiere una relación con nosotros, una relación de amor padre-hijo.

“Dad gracias al Señor porque El es bueno, porque para siempre es su misericordia... Al que con sabiduría] hizo los cielos…Al que extendió la tierra sobre las aguas” (Salmo 136:1,5-6 LBLA).

Esas son las obras de Dios de la creación. Pero el Salmo continúa:

“…Al que hirió a Egipto en sus primogénitos…” (Salmo 136:10 LBLA).

Nuestro redentor Reflexionando en las obras de la creación de Dios con un sentido de sorpresa y asombro, el Salmo se desplaza a las obras de la Redención de Dios. Este Dios infinitamente sabio y poderoso quien por su entendimiento hizo los cielos y todo lo que los llena; este Dios que hizo el majestuoso planeta en el cual vivimos, es el Dios que se preocupa por los seres humanos y se desplaza en el tiempo y la historia para redimir a un pueblo, de este mundo caído y distorsionado por el pecado. Cuando los Salmos nos hablan acerca de las maravillosas obras de

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Dios, ¿nos están hablando de que debemos maravillarnos con las cosas que Dios ha hecho, o de las maneras específicas en que Dios actuó en favor de Israel? Pienso que ambos están en perspectiva. Podemos alabar a Dios por sus obras en la creación y alabarle por su sorprendente despliegue de amor, poder, misericordia, paciencia y bondad en la forma en que ha obrado a través de los siglos al haber llamado y redimido a un pueblo para su propia gloria.

“Dad gracias al Señor, porque El es bueno…Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:1, 31 LBLA).

Vamos a estar claros: la naturaleza por sí sola no te va a conducir a la verdad con respecto a Dios. Puedes reflexionar sobre la majestad del mundo a tu alrededor y aun así no llegar a una comprensión más profunda de quién es Dios. Por eso Dios nos dio dos libros, como lo expresó Francis Bacon. Al fin del día, Dios se dio a conocer a sí mismo más claramente – Nos ha hablado con mayor claridad – en su Hijo Jesucristo. Si realmente quieres saber lo que le disgusta a Dios, necesitas reflexionar sobre la obra redentora de Dios acabada en la cruz de Cristo. Es allí donde se puede ver la mayor demostración de la sabiduría, bondad, misericordia y amor de Dios. Es allí donde puedes ver la misericordia condescendiente y tierna de Dios y su poder salvador. ¿Por qué tuvo que ser crucificado Jesús? Si los problemas de nuestro mundo pudieran ser resueltos con más educación, mejores métodos científicos o mayores avances tecnológicos, no hubiera habido la necesidad de que Dios enviara a Su Hijo al mundo para sufrir y morir como un hombre. Nuestro mayor problema es nuestro alejamiento de Dios. El pecado ha acarreado la ruina en el mundo en todas las dimensiones. Todo ha sido distorsionado, de manera que ahora, a pesar de ver la belleza y la majestad vivimos con quebrantos y tristeza. Vivimos con la sensación de que las cosas no son como debieran ser.

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104 / Honest Conversations

Reflexiona en la obra de redención de Dios. Dios ha sido claro: las cosas no son como una vez lo fueron. Sin embargo, las cosas no son ahora como serán después. La obra de la redención de Dios traerá consigo la restauración de este mundo cuando Dios lo disponga. La redención está marchando hacia su gloria final y eterna. Tú puedes encontrar, en tu corazón, un anhelo vehemente por esa gloria eterna. Dios lo ha colocado allí. Además, es al reflexionar sobre la majestad de la creación y lo maravilloso que es el amor redentor de Dios, que podrás colocar todo en la perspectiva adecuada.

Obras de providencia de Dios Entre las obras de Dios también está, lo que los teólogos denominan, su providencia. Dios es santo, sabio y poderoso, en la forma en que preserva y gobierna todas las criaturas que ha hecho. Puedes reflexionar sobre la forma en que Dios te ha cuidado a lo largo de tu vida.

“Los que descienden al mar en naves y hacen negocio sobre las grandes aguas, ellos han visto las obras del SEÑOR y sus maravillas en lo profundo. Pues El habló, y levantó un viento tempestuoso que encrespó las olas del mar. Subieron a los cielos, descendieron a las profundidades, sus almas se consumían por el mal. Temblaban y se tambaleaban como ebrios, y toda su pericia desapareció. Entonces en su angustia clamaron al SEÑOR y El los sacó de sus aflicciones. Cambió la tempestad en calma y las olas del mar callaron. Entonces se alegraron porque las olas se habían aquietado, y El los guió al puerto anhelado. Den gracias al SEÑOR por su misericordia y por sus maravillas para con los hijos de los hombres. Exáltenle también en la congregación del pueblo, y alábenle en la reunión de los ancianos” (Salmo 107:23-32 LBLA).

¿No te preguntas si los discípulos de Jesús, quienes lo vieron hablarle al viento, a las olas y calmar una tormenta en el mar, recordaron este Salmo y relacionaron que Jesús hizo lo que sólo Dios puede hacer? Él habló, el viento

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se detuvo y el agua se volvió cristalina y quieta – instantáneamente. Ellos se preguntaron: “¿Quién es este a quien el viento y las olas obedecen?”. Tú sabes la respuesta: Él es el Dios descrito en el Salmo 107. ¿En qué formas has sentido en tu vida el cuidado personal y paternal de Dios? ¿Cómo te han sido evidentes las obras de la providencia de Dios? ¿En qué forma has experimentado la bondad de Dios en tu vida? ¿Se lo puedes decir, en forma de alabanza y gratitud?

“Tú has experimentado la bondad de Dios cada día de tu vida. ¿Te ha conducido esa experiencia al arrepentimiento y la fe en Cristo?...Cada comida, cada placer, cada posesión, cada pizca de sol, cada vez que duermes de noche, cada momento de salud y seguridad, todo lo demás que mantiene y enriquece tu vida es un don divino. ¡Y cuán abundantes son esos dones!” (J.I. Packer, Conociendo a Dios, pág. 147).

¿En qué se te hace difícil ver la bondad de Dios en lo que ha permitido? ¿Cómo podría la reflexión en las obras de Dios, entre su pueblo en el pasado, animarte a que confíes en él? ¿Si Dios sabe el nombre de cada estrella y planeta (y hay miles de mil-lones de ellos), por qué tendrías que pensar que Dios no sabe lo que está pas-ando en tu vida, o que no es capaz de ocuparse de tus necesidades? Si Dios, diariamente, conserva el orden natural, ¿podrías confiarle el cuidado tuyo y el de tu familia?

“Hazme entender el camino de tus preceptos, y meditaré en tus maravillas” (Salmo 119:27 LBLA).

¿Qué tiene que ver esto con la oración? C.S. Lewis escribió:

“Los placeres son rayos de gloria ya que dan contra nuestra sensibilidad [nuestros sentidos – experimentamos el mundo a través del gusto, tacto, olfato, vista y oído]…¿Pero, acaso no hay placeres

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106 / Conversaciones Francas

malos, ilegales? Ciertamente los hay. Sin embargo, al llamarlos “malos placeres” entiendo que estamos usando un cierto tipo de clave. Queremos decir “placeres, tomados como actos ilegales”. Es el robar las manzanas lo que es malo, no el sabor dulce de ellas. El sabor dulce es todavía un rayo de la gloria…Desde entonces he tratado…de hacer de cada placer un canal de adoración. No quiero decir que simplemente hay que dar gracias por el mismo. Por supuesto que uno debe dar gracias, pero quise decir algo diferente…La gratitud pronuncia, muy correctamente, “Qué bueno de parte de Dios el haberme dado esto”. La adoración declara, “¿Cuál será la cualidad de ese ser cuyos destellos, desde lejos y momentáneos, son así? La mente de uno corre de nuevo del rayo de sol al mismo sol…Si esto es hedonismo, también es, de alguna manera, una ardua disciplina. Sin embargo, cuesta algo de trabajo”.

En esta oración, Lewis se pregunta si los vistazos breves y resplandecientes que tenemos de la belleza de Dios, en las cosas que ha hecho, son maravillosas, cuánto más hermoso y maravilloso debe ser Dios mismo. Su consejo es hacer de cada placer un canal de adoración. Puede que te tome algo de tiempo adiestrarte para pensar de esta manera. Sin embargo, cada cosa hermosa que veas, cada sabor agradable que experimentes, cada sonido hermoso que oigas, puede ser un canal de adoración. No sólo podrás decir, “Qué bueno de tu parte haberme permitido experimentar esto”. Más bien, puedes decir, “Cuán asombroso y precioso debes ser para haber hecho algo tan exquisito”. Al hacer eso, el reflexionar en las obras de Dios te conduce a la oración de adoración.

Tu Dios personal Dios no es el Dios no-conocible de Spinoza y Einstein, un Dios que ordena y crea pero que permanece impersonal, distante y despreocupado. Él se ha acercado a nosotros en Jesús. Él nos ha acercado a sí mismo, tiernamente, con

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afecto paternal.

“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos ellos, y también las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar, cuanto atraviesa las sendas de los mares. ¡Oh Señor, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8)

Contemplar la majestad del mundo de Dios es como salir adelante. Te pone a pensar acerca de la grandeza de Dios. Reflexiona también en la forma en que Dios te ha dado la provisión y ha mantenido tu vida. Cómo ha obrado en tu vida para llevarte a donde te encuentras ahora. ¿Has visto su bondad en la providencia? También, reflexiona sobre la Gloria de Dios en Jesucristo. Piensa en profundidad acerca del hecho de que Jesús se humilló a sí mismo, puso de lado sus derechos como Señor, Rey y Creador para tomar forma humana – para ser uno de nosotros a fin de salvarnos. Piensa en este Dios infinito que estuvo dispuesto a sufrir a fin de rescatar a sus criaturas. Piensa en el amor redentor de Dios, por ti, en Cristo. Luego, dile lo que piensas: “Si lo que hiciste es así de hermoso, cuánto más hermoso debes ser tú. Si eres capaz de mantener todos estos ecosistemas, de dar la provisión a los peces, las aves, los animales, perdóname por dudar de tu capacidad para cuidarme. Perdóname por llenarme de tanta preocupación o rabia por la forma en que pienso (erróneamente) que no estás cuidando de mí…”.

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108 / Conversaciones Francas

UESTRA CULTURA nos enseña a enfocarnos en nosotros mismos. Es fácil pensar en lo que deseo, lo que me haría feliz, y lo que creo que se debe hacer en una situación

determinada. Tiendo a llevar esa forma de pensar en mi relación con Dios y en mi vida de oración. Puedo pensar fácilmente que Dios existe para ayudarme a lograr mis metas. Sé que estoy pensando así cuando me siento decepcionado o frustrado por algo. La decepción revela que las expectativas no se han cumplido. Me detengo y considero lo que yo quería que ocurriera y no sucedió. Y empiezo a ver que yo esperaba que Dios que me ayudara a escribir el guión que ya yo había escrito para mi propia vida. Dios está escribiendo una historia de redención, y es una historia que va mucho más allá de mi entendimiento. Y cuando Dios me libró del dominio de las tinieblas y me trajo al Reino de su Hijo, él me añadió a su guión. En lugar de pedir a Dios que apoye mis puntos de vista sobre lo que la vida debe ser, la Biblia me llama a algo mucho más grande. Lo que importa no es mi voluntad y lo que deseo. Lo que Dios quiere –su voluntad– es lo que más importa. Lo que Dios quiere es, en definitiva, lo mejor. Jesús nos enseñó a orar para que la voluntad de Dios se haga en la tierra

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad…”

PARTE III

N

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Contrario a lo que la mayoría de los cristianos piensan o quieren, porque hasta Jesús mismo dejó en primer lugar la voluntad del Padre a la de Él mismo...
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de la misma manera que se hace en el cielo. No me puedo imaginar a los ángeles en el cielo cuestionando la bondad de Dios o su sabiduría cuando les da una orden. Sólo las personas caídas hacen eso. ¿Cómo sería si nos deleitáramos en hacer lo que Dios pide, y sintiéramos el gozo de seguir la voluntad de Dios como lo hacen los ángeles? ¿Qué tal si nuestro mayor deseo fuese el ascenso del reino de Dios en nuestro mundo, en lugar de promover nuestros pequeños reinos? ¿Cómo desarrollamos un deseo para promover la voluntad de Dios y sus propósitos este mundo? Los Salmos nos brindan modelos de oración que nos ayudarán a entender lo que significa decir: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.”

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110 / Conversaciones Francas

A NOCHE QUE FUE TRAICIONADO, Jesús instituyó lo que llamamos La Cena del Señor. Él podía haber usado lenguaje teológico abstracto para explicarles a aquellos

hombres lo que significaría su muerte. Podría haber dicho, “Estoy a punto de convertirme en la propiciación por el pecado; es sólo a través de la expiación sustitutiva que Dios puede ser justo y, a la vez, el que justifica al culpable”. Eso hubiera sido cierto, pero sus discípulos se hubieran quedado boquiabiertos. Sin embargo, Jesús entendía el poder de la metáfora. Él utilizaba figuras de lenguaje que hacían que las ideas fueran más frescas y animadas, para las mentes y corazones de la gente. Jesús no usó ideas abstractas para comunicar las verdades que necesitamos escuchar. El usó imágenes que podemos entender. Él dijo: “Si permanecen en mí, llevarán mucho fruto”. Sus seguidores, todo el tiempo veían viñedos. Un racimo de uvas no puede vivir separado de la vid. No tiene vida en sí mismo. Las uvas se secan, y son esparcidas, si son cortadas de la vid. El sentido es claro: permanecer conectados a Cristo es vital para nosotros. Jesús dijo, “Yo soy el buen Pastor”. “Yo soy la luz del mundo”. “Yo soy el

Sediento de Dios

Capítulo 7

L

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111Dan Thompson /

pan de vida”. Cuando lees todas estas metáforas, podrías preguntar, “¿Cuál de todas eres Jesús? ¿Eres la vida, el pastor, la luz o el pan?”. Sin embargo, todas estas metáforas nos ayudan a captar la verdad acerca de quién es Jesús y lo que significa estar unido a él por fe. Piensa un poco más acerca de Jesús como el pan. En Juan, capítulo 6, el apóstol Juan relató la historia de Jesús alimentando a cinco mil personas, tomando el almuerzo de un niño que constaba de cinco panes y dos peque-ños peces. La gente estaba con hambre. No había ningún lugar cercano al cual Jesús pudiera enviar a la gente para que compraran comida para ellos mismos. Siendo así, él multiplicó milagrosamente la comida del niño y alimentó a una enorme multitud de gente hambrienta. Había alrededor de cinco mil hombres en la multitud, además de mujeres y niños – esa es mucha gente que alimentar. Cuando ya todos habían comido hasta saciarse, se quedaron asombrados. Querían hacer rey a Jesús, por la fuerza, así que él tuvo que escabullirse tranquilamente del gentío. Sin embargo, al día siguiente, vinieron a buscarlo. Nuevamente tenían hambre y un hombre que pudiera alimentarles milagrosamente sería un gran rey. Cuando encontraron a Jesús, él les dijo:

“En verdad, en verdad os digo: me buscáis, no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el cual el Hijo del Hombre os dará” (Juan 6:26-27).

Ellos respondieron preguntándole a Jesús qué señal podría darle para que creyeran en él. Ellos dijeron,

“Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Les dio a comer pan del cielo’. Jesús les dijo, ‘En verdad, en verdad os digo: no es Moisés el que os ha dado el pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo, y da vida al mundo’. Ellos dijeron, ‘Señor,

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danos siempre este pan’. Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” (Juan 6:31-35).

Ellos no entendieron a qué se refería Jesús porque no habían comprendido quién era él. Ellos estaban buscando otro Moisés que pudiera darles lo que el pueblo recibió después de la salida de Egipto – comida por la cual ellos no tuvieron que trabajar. Jesús les estaba ofreciendo algo mucho mejor. Era comida por la cual no tendrían que trabajar, pero esa comida iba a satisfacer un hambre más profunda. Sus ancestros fueron alimentados por Dios en el desierto a través de un tipo de pan que les proveyó cada mañana – maná. El pan, aun el pan provisto de manera sobrenatural, satisface el hambre por un tiempo. Sin embargo, la gente necesita algo más que pan físico. Existe un hambre en nuestras almas que nada en este mundo puede satisfacer. En otra ocasión Jesús dijo; “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: ‘De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva’” (Juan 7:37b, 38 LBLA). ¿Entiendes de qué estaba hablando Jesús? ¿Comprendes lo que significa estar hambriento o sediento de algo que no puede ser satisfecho por nada que este mundo te pueda brindar?

¿A quién está invitando Jesús? Cuando Jesús dice “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” suena como si estuviera invitando, a venir la fe, a gente que todavía no lo conoce como Salvador y Señor. Es cierto que la gente pecadora está hambrienta y sedienta y que tratan de satisfacer sus anhelos de maneras pecaminosas: Algunas personas tienen hambre de poder – quieren controlar. La codicia es un tipo de hambre o sed. La codicia dice, “Realmente estaré feliz si tan solo llego a tener un poco más de lo que ahora tengo”. La rabia a menudo revela un hambre más profunda – una demanda de tener las cosas a mi manera. La lujuria es un tipo de hambre. Los hombres y las mujeres hacen

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todo tipo de acciones destructivas para satisfacer esa hambre. Pero no son sólo los no salvos, la gente perdida, quienes están hambrientos y sedientos. Si transferimos lo que la Biblia dice, acerca de ser hambriento y sediento, a gente que va tras el sexo, el alcohol, las drogas o la gula, terminarás perdiéndote algo que necesitas ver acerca de ti mismo. Todos nosotros somos personas hambrientas y sedientas, que tratamos de encontrar satisfacción para nuestra hambre y sed en cosas que, finalmente, no satisfarán. El pecado distorsiona nuestros deseos vehementes y las formas en que buscamos satisfacción. Sin embargo, las cosas de las que tenemos hambre y sed no son, necesariamente, pecaminosas en sí mismas. Estamos hambrientos de cosas buenas, placeres legítimos. Cosas que Dios creó y quiere que las disfrutemos. Quién no anhela con vehemencia las siguientes cosas buenas:

• Ser amado y valorado por sus padres.

• Estar felizmente casado con un hombre, o mujer, que se preocupe por ti profundamente.

• Disfrutar de buena comida.

• Tener hijos que te amen y quieran estar contigo.

• Poder levantarte día tras día e ir contento a trabajar porque es exactamente lo que siempre quisiste hacer.

• Poder ganar suficiente dinero para no tener preocupaciones sobre cómo vas a pagar las cuentas.

• Saber que tu vida importa – que el hecho de que la hayas vivido, tiene significado para alguien.

• Saber que has usado tus dones y habilidades de una forma que honra a Dios.

• Ser respetado por personas cuya opinión te interesa.

Estos deseos son, a veces, tan intensos como el hambre o la sed. Realmente, en ocasiones estos deseos son más fuertes que el deseo de comer.

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Consumimos nuestras energías, dedicamos nuestra fuerza y habilidades a satisfacer esas expresiones de hambre y sed. Cuando Jesús usó las figuras del hambre y la sed usó palabras que han debido serles familiares a las personas que conocían las Escrituras:

“Todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad vino y leche sin dinero y sin costo alguno. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan, y vuestro salario en lo que no sacia? Escuchadme atentamente, y comed lo que es bueno, y se deleitará vuestra alma en la abundancia. Inclinad vuestro oído y venid a mí, escuchad y vivirá vuestra alma…” (Isaías 55:1-3a).

Somos personas hambrientas. Somos personas sedientas. Pensamos que si ganamos lo suficiente podremos comprar lo que necesitamos para satisfacer nuestra hambre y sed. Sin embargo, terminamos gastando nuestro dinero en cosas que no satisfacen. Derrochamos el producto de nuestro arduo trabajo en cosas que no duran. Dios nos dice: “Ven a mí y te daré la comida y bebida que realmente satisface. Saciaré esa hambre y satisfaré esa sed en tu alma. Ven a mí y encontrarás vida”. Jesús ofreció exactamente lo mismo. Se ofreció a sí mismo como aquel que puede satisfacer lo que nuestras almas vehementemente anhelan con profundidad.

¿Qué es lo que más deseas en la vida? Si eres honesto, ¿qué es lo que deseas más que cualquier otra cosa? A estas alturas, tú sabes que se supone que respondas así “Deseo a Dios más que cualquier cosa”. Sin embargo, ¿qué implican tus decepciones en relación a aquello de lo cual estás hambriento? ¿Qué implican tus decisiones de la semana pasada en cuanto a aquello de lo que estás sediento? Dios le dijo a Israel:

“Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jeremías 2:13).

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Él no está describiendo simplemente a personas que nunca han llegado a la fe en Cristo. Nos está describiendo. Esto es lo que hacen los pecadores – aun los pecadores redimidos. Dios se ofrece a sí mismo como una fuente pura y refrescante, de agua que da vida. Pero nosotros nos damos la vuelta y empezamos a cavar nuestros propios pozos en un intento por satisfacer nuestros distintos tipos de sed, sin Dios. Generalmente, lleva algo de tiempo, pero tarde o temprano, descubrimos que los pozos que cavamos por nuestra cuenta no pueden retener el agua. Tomamos las cosas buenas y las elevamos al sitial de cosas finales. Tomamos deseos legítimos y buenos, como el tener hijos, estar casados, tener seguridad financiera y ser respetados, y los convertimos en las cosas más importantes de la vida. Tarde o temprano empezamos a sentir que todavía falta algo. Cuando las cosas buenas son elevadas al nivel de lo mejor, se llegan a convertir en ídolos – dioses sustitutos, y los dioses falsos no pueden satisfacer las necesidades reales. Una cosa es que se nos diga que los pozos que cavamos por nuestra cuenta no van a satisfacer, y otra, es que experimentemos por nosotros mismos ese vacío. Nosotros estamos intelectualmente de acuerdo con la evaluación que hace Dios respecto a nuestro problema, pero eso no quiere decir que vamos a dejar de cavar dichos pozos. Una experiencia fresca de decepción es todo lo que se necesita para sacar a la luz la excavación de pozos en nuestros corazones. Sin embargo, no es como si te dieras cuenta, en algún momento de tu existencia, y dejaras de cavar tus propios pozos. Aun como personas redimidas esta es nuestra tendencia por defecto – esto es lo que hacemos. Continuamos cavando nuestros propios pozos para tratar de satisfacer una sed que sentimos en el interior, en vez de beber de la fuente de agua viva que Dios ofrece en su persona.

“Jesús, Tú, gozo de corazones amorosos; Tú, fuente de vida; Tú, luz de los hombres; del mejor éxtasis que la tierra imparte, nos volvemos,

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Una cosa es entender que tenemos un problema y otro es dejar de hacer lo que hacemos solo por entender que tenemos el problema...
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vacíos, a ti nuevamente” (Bernard de Clairvaux).

El escritor del himno no negó la bondad de las cosas que perseguimos en este mundo. Dios nos ha dado cosas buenas para que las disfrutemos. Sin embargo, aun “el mejor éxtasis que la tierra imparte” nos deja vacíos. Tú has experimentado eso mismo, en una u otra forma. Todos nosotros, a algún nivel, hemos experimentado el “mejor éxtasis que la tierra imparte” – comida agradable, agua fría en un día caluroso, buenas amistades, hermosa música, sorprendentes espectáculos. Experimentamos momentos de éxtasis, momentos de satisfacción con anhelos vehementes legítimos. Sin embargo, esos momentos no perduran. El éxtasis se desvanece. Un anhelo interno, vehemente, en lo más profundo de nuestro ser queda insatisfecho. Sin embargo, por instinto no hacemos lo que dijo Bernard de Clairvaux: “vacíos, nos volvemos a ti nuevamente”. En vez de eso, vacíos, nos volvemos a otro intento por satisfacer nuestra hambre y sed, cavando un nuevo pozo del cual beber. Todos nosotros somos gente hambrienta, sedienta, que buscamos algo, aparte de Dios, para satisfacer nuestros anhelos vehementes. Tú sabes que eso es cierto. Puedes confirmar lo que estoy diciendo y asentir con tu cabeza. Sin embargo, ¿Cómo hacemos que nuestros corazones anhelen con fervor a Dios más que anhelar otras cosas?

Tenemos un problema de corazón Lo que Dios le dijo a Israel, y lo que Jesús le dijo a la gente hambrienta y sedienta, es que únicamente él puede satisfacer nuestra hambre y sed más profundas. Sabemos eso en nuestro intelecto, pero es nuestro corazón el que nos engaña una y otra vez. Jesús dijo,

“No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará

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también tu corazón” (Mateo 6:19-21).

Lo que tú más deseas es lo que atesoras. Tu corazón seguirá, o andará tras lo que valoras más. Si tu corazón valora cosas que pueden ser robadas o destruidas por el óxido y las polillas, tarde o temprano te vas a decepcionar. Hay sólo un lugar seguro para acumular tesoros – en el cielo. También hay sólo un tesoro que real, y eternamente, satisfará tu corazón – el mismo Dios. De manera que, ¿cómo haces llegar tu corazón a ese lugar? ¿Cómo haces que cambien tus deseos y anhelos fervientes? Sólo decirte que debes desear algo diferente no va a cambiar tus anhelos vehementes. No puedes cambiar tu corazón intentando, más arduamente, anhelar a Dios con fervor. La fuerza de voluntad, elaborar resoluciones, y tratar de disciplinarte más arduamente no van a cambiar los deseos de tu corazón. Sin embargo, Dios puede hacer lo que tú eres incapaz de hacer. Dios puede cambiar los deseos de tu corazón. La forma en que Dios cambia nuestros deseos es mediante la obra del Espíritu Santo quien, tranquila y gradualmente, hace que seamos capaces de ver a Jesús más deseable y hermoso que cualquier otra cosa. A medida que el Espíritu de Dios te atraiga, y despierte en tu corazón un anhelo vehemente por Dios, empezarás a ver la gloria de Dios en maneras que nunca antes habías visto. ¿No te encantaría ser capaz de decir lo que los salmistas dicen y, dan a entender:

“Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán” (Salmo 63:1-3 RV 1960).

“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42:1-2 RV 1960).

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“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Salmo 73:25-26 RV 1960).

“Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado. Oh alma mía, dijiste a JEHOVÁ: Tú eres mi Señor; No hay para mí bien fuera de ti…JEHOVÁ es la porción de mi herencia y de mi copa…Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:1-2,5,11 RV 1960).

Por ti mismo no puedes llegar a estar sediento de Dios. Sin embargo, puedes pedirle a Dios que cambie tu corazón y te dé nuevos anhelos vehementes. Puedes pedirle a Dios que haga que tengas más sed por él. Podrías orar con palabras como estas: “Padre, muéstrame en qué cosas tiendo a darte la espalda para cavar mis propios pozos. Permite que vea la verdad en relación a cómo estoy tratando de satisfacer la sed de mi corazón aparte de ti. Muéstrame tu belleza y tu Gloria. Muéstrame la riqueza de tu amor. Muéstrame cómo puedes llegar a ser más deseado que cualquier cosa en que busque felicidad en la vida. Haz que esté sediento por ti”. Para tener una mayor hambre y sed de Dios necesitas crecer en tu comprensión respecto de quién es él. El Espíritu de Dios te puede mostrar la belleza y gloria de Jesús a través de las Escrituras. Pídele a Dios, mientras lees una sección de la Escritura, que te muestre algo más de su majestad, gloria y belleza.

“Cuando [David] proclamó, ‘Tu amor es mejor que la vida’, no estaba diciendo ‘Tu amor hace que valga la pena vivir’, o, ‘Con tu amor puedo lograr cualquier cosa’; más bien, estaba diciendo, ‘Me encanta más ser amado por ti, que estar vivo’. ¿Cómo es que el corazón de uno cobra vida para este tipo de relación con Dios?

“…David escribió estas palabras desde un caluroso desierto judío en momentos de grandes conflictos y agotamiento interno. Entre otras angustias, su propio hijo, Absalón, buscó matar a David. Las

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circunstancias difíciles y las rígidas previsiones se convierten, con frecuencia, en los medios fundamentales por los cuales el Espíritu Santo estimula nuestra sed por la fuente que únicamente Dios puede abrir. Nadie, ni nada, sino sólo Dios puede satisfacer las ansias que ha colocado en el interior de los corazones de sus hijos. Somos de lo más sensatos y libres cuando vivimos a la luz de esta verdad

“Spurgeon habló acertadamente cuando dijo, ‘Este es un anhelo vehemente insaciable, después de uno de los fundamentos de la vida. No existe razonamiento para este anhelo, ni olvido, tampoco menosprecio, ni se puede superar con indiferencia estoica. La sed va a ser escuchada. La persona íntegra debe rendirse ante su poder. Es así, con el poder divino, que la gracia de Dios crea. Estar sediento de Dios es un don’” (Scotty Smith, Objetos de su Afecto, pp. 85-86).

Lucha por ese gozo Si es Dios quien crea en tu corazón este tipo de sed por él, como una obra de gracia, pedirle ese don debería convertirse en una parte habitual de nuestras peticiones de oración. Necesitamos pedirle a Dios que haga en nuestros corazones lo que nosotros somos incapaces de hacer. Además, necesitamos rogar a Dios que haga esta obra de gracia, a diario, en nuestros corazones. Cuando escuchas a John Piper predicar, o leer uno de sus libros, su pasión por Dios es impactante. De manera que es algo sorprendente, escuchar al Dr. Piper decir que tiene que luchar por tener gozo cada día. Seguidamente se cita lo que dijo acerca de su lucha y cómo ora para que Dios obre en su corazón:

“Casi todos los días oro temprano en la mañana porque Dios me dé deseos por él y su Palabra, ya que los deseos que debo tener están ausentes o débiles…Así es como oro:

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“ INCLINAR. Lo primero que mi alma necesita es una inclinación hacia Dios y su Palabra. Sin eso, ninguna cosa de valor ocurrirá en mi vida. Debo querer conocer a Dios, leer su Palabra y acercarme a él. El Salmo 119:36 nos enseña a orar, ‘Inclina mi corazón hacia tus estatutos y no hacia las ganancias desmedidas’. De manera muy sencilla le pedimos a Dios que tome nuestros corazones, los cuales están más inclinados al desayuno y al periódico, y que cambie dicha inclinación. Le estamos pidiendo a Dios que cree deseos que no están presentes.

“ABRIR. A continuación, necesito tener los ojos de mi corazón abiertos de manera que cuando mi inclinación me conduzca hacia la Palabra, pueda ver lo que realmente está allí, y no sólo mis propias ideas. ¿Quién abre los ojos del corazón? Dios lo hace. El Salmo 119:18 nos enseña a orar, ‘Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley’. Tantas veces leemos la Biblia y no vemos nada maravilloso. Su lectura no produce gozo. ¿Qué podemos, entonces, hacer? Podemos clamar a Dios, ‘Abre los ojos de mi corazón, Oh Señor, para ver lo que dice en cuanto a ti como un Dios maravilloso’.

“UNIR. Luego, mi preocupación es que mi corazón está gravemente fragmentado. Algunas partes están inclinadas y otras no lo están. Algunas ven maravillas, mientras que otras dicen, ‘Eso no es tan maravilloso’. Lo que anhelo vehementemente es un corazón integrado en el cual todas sus partes pronuncien un gozoso Sí, a lo que Dios revela en su Palabra. ¿De dónde vienen esa integración y unidad? Vienen de Dios. El Salmo 86:11 nos enseña a orar, ‘Dame integridad de corazón para temer tu nombre’. No te escandalices con la palabra temor, pensando que estábamos buscando gozo. El temor del Señor es una experiencia gozosa cuando renuncias a todo pecado. Una tempestad puede ser un gozo trémulo cuando sabes que los rayos no te pueden destruir. ‘Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído...

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a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre’ (Neh. 1:11 RV 1960). ‘Él se deleitará en el temor del SEÑOR’ (Is. 11:3). Por lo tanto, ora porque Dios integre tu corazón para que temas gozosamente al Señor.

“SATISFACER. Lo que realmente quiero de todo este compromiso con la Palabra de Dios y la obra del Espíritu, en respuesta a mis oraciones, es que mi corazón esté satisfecho con Dios y no con el mundo. ¿De dónde proviene esta satisfacción? Proviene de Dios. El Salmo 90:14 nos enseña a orar, ‘De mañana sácianos de tu misericordia, Y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días’ (RV 1960).

“…por mi parte, la única esperanza que tengo de amar a Dios como debiera es que él derrote toda mi falta de inclinación y ligue mi corazón a él, en amor. Esa es la gracia que debo tener para ser cristiano y vivir con gozo.

“De esa forma… Yo oro a Dios continuamente: Inclina mi corazón. Abre los ojos de mi corazón. Integra mi corazón. Satisface mi corazón. Por lo tanto, la oración es, no solo, la medida de nuestros corazones, la cual pone al descubierto lo que realmente deseamos; es también el remedio indispensable para nuestros corazones cuando no deseamos a Dios en la manera en que debiéramos hacerlo” (John Piper, Cuando No Deseo a Dios, páginas 150-153).

Quiero animarte a que le pidas a Dios que te haga estar sediento por él, no sólo por cualquier tipo de dones, que te pueda dar, por buenos que sean. Pídele que obre en tu corazón de manera que lo anheles con vehemencia. Pídele que abra Su Palabra para ti para que le llegues a conocer. Por último, pídele que te muestre su bondad, belleza, sabiduría y atractivo, en tu experiencia. ¡Estar sediento de Dios es un don!

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I ESPOSA Y YO TUVIMOS UNA DEMORA DE NUEVE HORAS en el aeropuerto de Newark hace unos meses cuando regresábamos de una conferencia en España. Nuestro vuelo

de conexión a Orlando fue cancelado a causa del mal tiempo, así que pasamos un rato largo en espera, y mientras esperábamos yo observaba a la gente. Había cientos de personas movilizándose por los pasillos de sólo esa parte del aeropuerto. Había gente de todos los tipos de formas, tamaños, colores y nacionalidades. Vi a un monje copto, unos cuantos judíos hasídicos, gente de la India, Japón, China, el medio oriente y Filipinas. Había personas con sobrepeso, otras delgadas, algunos con tatuajes, ancianos, jóvenes. Había gente alegre y otros molestos, sin duda por los vuelos cancelados. Tanta gente, todos yendo a algún lugar tan rápido como pudieran caminar. Todo ello me recordó una colonia de hormigas. Tal vez hayas visto esas cajas angostas llenas de arena, con vidrios a los lados, repletas de hormigas. Las hormigas construyen túneles sobre el vidrio y todas las hormigas que están en un lado de la caja deciden que tienen que estar en el otro lado, así que van y vienen tan rápidamente como pueden. Entonces me pregunté, “¿Es así como Dios ve a la gente en un aeropuerto?

“Proclama su Gloria entre las naciones”

Capítulo 8

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Luego pensé, ¿cómo le es posible a Dios conocer a toda esta gente? Sin embargo, hay millones más de personas andando en diversas partes del mundo ahora mismo. ¿Es así como Dios nos ve, como hormigas corriendo de un lado a otro, en una colonia? ¿Cómo puede Dios, en verdad, conocer a todas estas personas?”. ¿Cuántas personas conoces tú? Probablemente eso depende de cómo definas la palabra “conocer”. Si “conocer” significa que los he visto anteriormente en alguna parte, quizá yo conozca muchas personas. Puedo reconocer sus rostros. Los he visto en una tienda, en algún sitio, o en la calle. Sin embargo, no sabes sus nombres. El círculo de personas que conoces por nombre es pequeño: amigos, miembros de la familia, gente con la que trabajas. Sabes más sobre ellos. Has compartido experiencias con ellos. Sin embargo, a cuántas personas conoces bien realmente, tan bien que podrías describir lo que ellos desean más en la vida, lo que despierta sus corazones? ¿Conoces cómo reaccionarían ellos ante una situación dada? ¿Sabes cuáles son sus temores y que los aflige? De seguro, en esa categoría, probablemente, no hay muchos que verdaderamente “conozcas”. Por razón de que podemos conocer y preocuparnos por un número limitado de personas, no podemos imaginarnos cómo puede Dios conocer y preocuparse por un número ilimitado de personas. Sin embargo, la capacidad de Dios para relacionarse es infinita – no la limitan el tiempo, la distancia ni el conocimiento. Él no depende de lo que la gente le diga sobre sí mismos, debido a lo que él ya sabe de ellos. Él sabe todo respecto a cada ser humano que alguna vez haya vivido. El salmista dijo, “SEÑOR, tú me examinas, tú me conoces” (Salmo 139:1). Dios sabe lo que vas a decir antes que lo digas... él conoce tus pensamientos, y el salmista dice que ese tipo de conocimiento es “demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender”. Que Dios me conoce mejor de lo que yo me conozco a mí mismo es una verdad asombrosa. Pero, darse cuenta que

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Dios conoce a todo ser humano con ese tipo de conocimiento completo está más allá de mí – no puedo comenzar a comprender ese tipo de conocimiento. Tal vez las más grandes preguntas son: ¿Por qué querría Dios conocer a toda esa gente? ¿Por qué tendría que preocuparse Dios por todos ellos? Pero, otra vez, quizá esas preguntas revelan más acerca de mí que de Dios. Honestamente, yo no quería conocer a toda esa gente que vi en el aeropuerto. No me interesaban. De modo que yo me pregunto, ¿por qué Dios habría de preocuparse por ellos, o querer conocerlos?

Dios desea relacionarse La buena noticia es que Dios no se parece a mí. Por eso, tampoco es como tú.

“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmo 8:3-4 RV 1960).

Es algo asombroso que el Dios que creó la inmensidad del espacio, con sus billones de estrellas y planetas, tenga cuidado de los seres humanos en este pequeño planeta. No se trata simplemente de que Dios se preocupe de los seres humanos en general. El deseo de Dios por relacionarse es inmenso, y su capacidad para establecer relaciones es infinita. De hecho, él quiere conocer a un gran número de personas. Además, Dios nos llama a que nos unamos en Su pasión por reunir a gentes de las naciones de este mundo para que sean posesión suya, para su gloria eterna.

“Cantad a Jehová cántico nuevo; Cantad a Jehová, toda la tierra. Cantad a Jehová, bendecid su nombre; Anunciad de día en día su salvación. Proclamad entre las naciones su gloria, En todos los pueblos sus maravillas” (Salmo 96:1-3 RV 1960).

La orden es de proclamar, de declarar la gloria y grandeza de Dios en

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todas las naciones. Pero, empieza con un mandato de cantar. No puedes invitar a que la gente le cante al Señor si tú no estás cantando, es decir, si no estás emocionado, ni alentado, por el hecho de quién es Dios y lo que ha hecho.

“Proclamen su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos. ¡Grande es el Señor y digno de alabanza, más temible que todos los dioses! Todos los dioses de las naciones no son nada, pero el Señor ha creado los cielos. El esplendor y la majestad son sus heraldos; hay poder y belleza en su santuario” (Salmo 96:3-6).

Dios nos llama a proclamar la verdad. A decirle a las naciones y los pueblos de la tierra la verdad acerca de quién es Dios. A mostrarles su grandeza sin par. Las cosas en las que ellos confían son vacías e inútiles, pero el poder y la belleza le pertenecen a Dios. Los dioses que la gente adora y en los cuales confían son impotentes para hacer algo en sus vidas. Esos dioses no los salvarán. No son capaces de ayudarles. No hay belleza en los dioses falsos. Tenemos que contarle a la gente las cosas maravillosas que Dios ha hecho, no sólo en la creación y la providencia, sino también en la obra de redención. Ese no es un mensaje aburrido. No es simple información religiosa. Tenemos que declarar la majestad y Gloria de Dios y hablar acerca de sus maravillosas obras. También tenemos que invitarlos a unirse en alabanza a Dios

“Tributen al Señor, pueblos todos, tributen al Señor la gloria y el poder. Tributen al Señor la gloria que merece su nombre; traigan sus ofrendas y entren en sus atrios. Póstrense ante el Señor en la majestad de su santuario; ¡tiemble delante de él toda la tierra! Que se diga entre las naciones: «¡El Señor es rey!»” (Salmo 96:7-10).

También tenemos que advertir a las naciones sobre el juicio venidero

“Ha establecido el mundo con firmeza; jamás será removido. Él juzga a los pueblos con equidad. ¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra!

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¡Brame el mar y todo lo que él contiene! ¡Canten alegres los campos y todo lo que hay en ellos! ¡Canten jubilosos todos los árboles del bosque! ¡Canten delante del Señor, que ya viene! ¡Viene ya para juzgar la tierra! Y juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con fidelidad” (Salmo 96:10-13).

Dios demanda la lealtad de toda la gente, de toda cultura y lugar imaginables. Todo ser humano se presentará, al final, ante Dios, por lo cual la forma en que reaccionen ante Dios, ahora, tiene repercusiones eternas. A medida que lees los Salmos buscando lo que puedes aprender acerca de la oración, es fácil concentrarse en cosas como las siguientes:

• Dar gracias.• Confesar a Dios tu pecado, acudiendo en honesto arrepentimiento.• Expresar tus necesidades y pedir sabiduría. Puedes decirle a Dios lo

que te confunde en relación a la forma en que él obra en tu vida. • Deleitar tu alma en Dios, meditando en sus palabras y obras…

El amor de Dios por las naciones Hay mucho que puedes encontrar en los Salmos sobre la forma en que debes relacionarte con Dios. Sin embargo, los Salmos también nos muestran qué es lo que le preocupa a Dios y nos invitan a compartir la pasión por lo que está en el corazón de Dios. Esto es lo que Dios revela acerca de sí mismo: Él no es un tipo de deidad tribal, sólo el Dios de Abraham y sus descendientes conforme con tener un grupo de gente que le pertenezca. El amor de Dios, para con las familias, tribus y naciones de este mundo, se muestra con claridad en toda la Biblia. Cuando él llamó a Abraham a la fe y entró en un pacto con Abraham, una de las promesas que Dios le hizo a Abraham fue: “…¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!” (Génesis 12:3b). El Salmo 2 es un Salmo mesiánico que también confirma el amor de Dios por las naciones:

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“«Tú eres mi hijo», me ha dicho; «hoy mismo te he engendrado. Pídeme, y como herencia te entregaré las naciones; ¡tuyos serán los confines de la tierra! Las gobernarás con puño de hierro; las harás pedazos como a vasijas de barro.» Ustedes, los reyes, sean prudentes; déjense enseñar, gobernantes de la tierra. Sirvan al SEÑOR con temor; con temblor ríndanle alabanza. Bésenle los pies, no sea que se enoje y sean ustedes destruidos en el camino, pues su ira se inflama de repente. ¡Dichosos los que en él buscan refugio!”

¿A quiénes se refiere con “los que en él buscan refugio”? ¿A todo el pueblo judío que, a través de los siglos, oyeron estas palabras leídas en el templo o la sinagoga? No, se refiere a gente de todas las naciones del mundo que buscan refugio en él; a todos quienes “besan al Hijo” al someterse a él, honrarle como SEÑOR; a todos quienes encuentran su refugio en Dios. El amor de Dios por las naciones, que se manifiesta con tanta frecuencia en los Salmos halla eco a través de las páginas de toda la Biblia. El profeta Isaías nos dice lo que está en el corazón del Mesías venidero, el Siervo del SEÑOR:

“… Y ahora dice el SEÑOR, que desde el seno materno me formó para que fuera yo su siervo, para hacer que Jacob se vuelva a él, que Israel se reúna a su alrededor; porque a los ojos del SEÑOR soy digno de honra, y mi Dios ha sido mi fortaleza: «No es gran cosa que seas mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacob, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra.” (Isaías 49:5-6)

“Sobre este monte, el SEÑOR Todopoderoso preparará para todos los pueblos un banquete de manjares especiales, un banquete de vinos añejos, de manjares especiales y de selectos vinos añejos. Sobre este monte rasgará el velo que cubre a todos los pueblos, el manto que

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envuelve a todas las naciones. Devorará a la muerte para siempre; el SEÑOR omnipotente enjugará las lágrimas de todo rostro… En aquel día se dirá: «¡Sí, éste es nuestro Dios; en él confiamos, y él nos salvó! ¡Éste es el SEÑOR, en él hemos confiado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación!»” (Isaías 25:6-9).

Siglos más tarde, el apóstol Pablo le explicó a la gente de Atenas:

“El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres, ni se deja servir por manos *humanas, como si necesitara de algo. Por el contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios. Esto lo hizo Dios para que todos LO BUSQUEN y, aunque sea a tientas, lo encuentren. En verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros…” (Hechos 17:24-27).

Las naciones y los grupos de personas están divididos por diferencias culturales y barreras de lenguaje. Hubo un tiempo en que todos hablaban una lengua común. Génesis 11 cuenta la historia de cómo Dios dispersó a la gente alrededor del mundo y confundió sus lenguas. Así fue como Dios creó toda la diversidad de idiomas, razas y culturas que encontramos alrededor del mundo. Dios determinó dónde y cuándo habrían de vivir los individuos. Las diferencias étnicas son algo que Dios creó, como se lo dice Pablo a la gente de Atenas, con el deseo de que lo busquen y encuentren. No se trata de que algunas personas puedan buscar a Dios, eventual-mente, y tal vez lo encuentren. Siempre ha sido la intención de Dios juntar a un pueblo para sí, de todos estos grupos de razas, tribus y lenguas. Dios anhela con vehemencia ver que la gente llegue al arrepentimiento.

“El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere

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que nadie perezca sino que todos se arrepientan” (2 Pedro 3:9).

La increíble paciencia de Dios Lo que Pedro nos dice en ese pasaje es que Dios pacientemente retrasa la venida de Jesús porque no está dispuesto a dejar que la gente perezca. Él se propone salvar a más personas antes del día final. Cuando Pedro dice, “porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan”, ¿qué está dando a entender con la palabra “quiere”? La Biblia habla sobre la voluntad soberana de Dios por la cual él lleva a cabo cualquier cosa que desee. Cualquier cosa que Dios “quiera”, en este sentido, llega a ocurrir. Sin embargo, eso no puede ser lo que Pedro quiere decir en 2 Pedro 3, o lo que estaría diciendo es que Dios soberanamente ha determinado que toda persona será salva. Eso no es lo que el resto de las Escrituras enseña. Por ello, la English Standard Version [versión de la Biblia en inglés, denominada Versión Normativa Inglesa] ha intentado capturar el significado al traducir “no deseando” que ninguno vaya a perecer. Eso significa que Dios no se deleita en que la gente se pierda sino que anhela con vehemencia que todo tipo de personas lleguen al arrepentimiento. Tratar de reconciliar la soberanía de Dios en la salvación y el libre albedrío de las personas al escoger si van a confiar, o no, en Cristo, no le resta importancia a la inmensidad del corazón misionero de Dios que se expresa en esa oración. De hecho, Dios desea la salvación de un gran número de personas de todas las tribus, grupos de lenguas, grupos de pueblos, y naciones de este mundo. Esa es la razón por la cual ha retrasado el retorno de Jesús y el Día del Juicio.

“Canten al Señor un cántico nuevo; Canten al Señor, toda la tierra. Canten al Señor, bendigan Su nombre; Proclamen de día en día las buenas nuevas de Su salvación. Cuenten Su gloria entre las naciones, Sus maravillas entre todos los pueblos” (Salmo 96 NBLH).

Cuando el salmista nos llama a declarar la Gloria de Dios entre las

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naciones, nos está llamando a compartir la pasión de Dios por las misiones. Parte de nuestro gozo, como personas redimidas y amadas que conocemos la gracia y misericordia de Dios en Jesucristo, es ver a todos los pueblos ser salvos.

Pasión por otros Mi esposa, Margaret, y yo, tuvimos la oportunidad de pasar una semana en España con la familia de World Harvest Mission [Misión Cosecha Mundial]. Cada tres años ellos reúnen a todos sus misioneros de los distintos lugares donde se encuentran sirviendo, para tener una semana de reflexión, restauración, ánimo, adiestramiento y compañerismo. Nosotros fuimos porque Margaret es parte de la junta directiva. Misión Cosecha Mundial es una pequeña organización misionera (cuentan con, alrededor de 170 misioneros) y esta es sólo una organización misionera entre las muchas que hay en Estados Unidos. Había unas 400 personas que hacían parte de la conferencia. Yo me alegré de que todos tenían etiquetas de identificación con sus nombres. Durante la cena, la primera noche, le dije a Margaret, “Esto es de ensueño para los extrovertidos y una pesadilla para los introvertidos”. Margaret estaba muy emocionada – lo podía ver en sus ojos. Se sentía en la obligación de conocer a cada una de esas cuatrocientas personas. Por mi parte, yo pensaba, ¿tengo que conocer a todas estas personas? (Recuerda, soy el que, estando en el aeropuerto, no quería saber nada de todas esas personas ni preocuparme por ellas). Para ser un introvertido, creo que lo hice muy bien. Conocí a muchas personas y escuché muchas grandes historias de lo que Dios estaba haciendo en las vidas de otros. No fue sólo divertido, fue muy impactante. Algunos de esos misioneros han trabajado al servicio de Misión Cosecha Mundial durante treinta años (desde el tiempo en que Jack Miller fue a Uganda y dio inicio a la organización misionera). Sin embargo, la mayoría de los misioneros eran jóvenes – estaban en sus veinte o treinta. Había un grupo

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de cinco o seis médicos, y sus familias, quienes se habían mudado a Burundi para trabajar sirviendo en un hospital. El líder del grupo es cincuentón, pero el resto de los médicos son jóvenes. Había un grupo de hombres, que podrían haber tenido un buen nivel de vida en los Estados Unidos, pero que habían decidido levantar apoyo, ir a una escuela de idiomas durante un año, para aprender francés, y mudarse con sus familias al África central para trabajar en una comunidad pobre, en el nombre de Cristo. Una de las tardes escuché el informe de un grupo de jóvenes solteros, y parejas: médicos, dentistas y artistas, quienes decidieron ir a países islámicos. Habían mudado a sus familias dentro de áreas que eran altamente resistentes al evangelio. Yo pasé una semana en El Cairo, Egipto, hace un par de años y no puedo imaginarme que elegiría vivir en ese tipo de cultura. Cierto día almorcé con un sicólogo clínico y su esposa. Él ha dado clases a nivel universitario y, ahora, está levantando apoyo para ir a Viena (muy adecuado para un sicólogo – de esa ciudad era Freud). Ellos me dijeron que la razón por la cual querían mudarse a Viena es que menos del uno por ciento de la población de Viena son cristianos. Conocí a una pareja joven que hacía poco se había mudado a una remota ciudad cerca de la frontera Himalaya en la India. Ellos contaban que grandes cantidades de personas querían saber acerca del cristianismo. Estaban viendo una gran hambre por el evangelio. Sin embargo, pensé muchas veces durante esos días, “¿Qué motiva a gente joven a abandonar el “Sueño Americano” y entregar sus vidas en aras de las misiones?”. Pienso que es la convicción de que lo que dice el Salmo 96 es absolutamente cierto:

“Todos los dioses de las naciones no son nada, pero el Señor ha creado los cielos. El esplendor y la majestad son sus heraldos; hay poder y belleza en su santuario”.

La razón por la cual hay personas dispuestas a renunciar a una vida cómoda

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en una cultura de abundancia, en porque asumen convicciones como las siguientes:

• Sin Cristo, la gente está perdida y sin esperanza.• Al ser proclamada la Palabra de Dios, él mismo atraerá gente a la fe.• Dios verdaderamente tiene la intención de reunir gente de todas las

naciones y pueblos.• Dios llama a Su pueblo a proclamar Su gloria entre las naciones.

“Proclamen su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos” (Salmo 96:3).

Proclamen su gloria “Proclamen su gloria” es otra manera de describir la tarea de proclamación. ¿Cómo va a escuchar alguien el evangelio de la gracia de Dios en Jesucristo a menos que alguien se lo cuente? ¿Cómo podrá alguien contarles a menos que algunos sean enviados con el mensaje? Dios ha enviado a su pueblo a las naciones, a todas las gentes del mundo, con el mensaje de la gracia salvadora de Dios en Jesucristo. ¿Cómo lo harán? ¿Cómo proclamaremos nosotros, en la familia de esta iglesia, su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos? A través de los años, Dios ha levantado personas, de la familia de nuestra iglesia quienes sintieron el llamado de Dios para ir otros grupos de personas, en una nación distante, para proclamar la gloria de Dios.

Craig y Debbie Rice dejaron el ejercicio de la odontología para trabajar en Nueva Guinea.

Joe y Elise Armfield fueron a trabajar con Traductores Bíblicos Wycliff.

James y Joyce Repp fueron a Japón.

Carolyn y R.J. March fueron a Londres.

Brett y Taylor Rayl fueron a Japón.

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Jamie Amick fue a Irlanda.

John y Cathy Drobnick se jubilaron tempranamente para trabajar sirviendo con la Misión Nuevas Tribus.

Muchos otros han ido en viajes misioneros de corto tiempo.

Algunos de nosotros seremos llamados por Dios para ir a otra nación, o grupo de personas, para aprender un nuevo idioma, para convertirnos en parte de una cultura diferente, a fin de proclamar la gloria de Dios a gente que no ha escuchado hablar acerca de Jesús. Sin embargo, la mayoría de nosotros colaboraremos, para declarar la gloria de Dios a las naciones, ofrendando para que sean enviados los que son llamados por Dios.

Ir y enviar En términos del mandato – “Proclamen su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos” – algunos serán llamados para ir. La mayoría de nosotros seremos parte del enviar. Sin embargo, ¿es eso todo? Permítanme sugerir un par de cosas más. Las misiones no tienen que ver únicamente con lo que sucede en otros lugares. Dios está trayendo las naciones a nosotros. Cientos de estudiantes de China llegan a la Universidad de Florida Central cada año. En el cercano Port Canaveral [Puerto Cañaveral] hay un ministerio para personas de todo el mundo que trabajan en cargueros y transatlánticos, quienes no pueden salir de esos barcos porque carecen de pasaporte o visa. En nuestra ciudad tenemos gente de América del Sur y Central, la India, Brasil, el Medio Oriente y muchos sitios más. También hay gran cantidad de puros norteamericanos que todavía no están cantando alabanzas a Dios porque sus corazones están entregados a dioses falsos. Tu puedes tener una parte en alcanzar a gente con el evangelio de la gracia de Dios al hacer amistad con otras personas. También puedes orar por la gloria de Dios entre las naciones. Algunos de ustedes son buenos para orar

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por las misiones e interceder por los misioneros que apoyamos. Sin embargo, la mayoría de nosotros cuando nos preguntamos, “¿Por qué debería orar?”, no solemos recordar a las misiones o la pasión de Dios por las naciones. Quiero instarles a que aprendan, de los Salmos, a orar por las naciones, por la gente y por la gloria de Dios entre las naciones. Dios decreta el fin – la salvación de una inmensa cantidad de personas de toda tribu, lengua, pueblo y nación – y Dios decreta los medios para llevar a cabo esta obra de salvación, al proveer a alguien que les hable de Cristo. Dios salva a la gente a través de la proclamación del evangelio al haber personas enviadas con el mensaje. Además, Dios decreta que todo esto se haga a través de las oraciones de Su pueblo. John Piper, en su excelente libro sobre misiones, Que las Naciones se Regocijen, dice lo siguiente:

“…Dios no sólo ha hecho que el cumplimiento de sus propósitos dependa de la predicación de la palabra; él también ha hecho que el éxito de esa predicación dependa de la oración. El objetivo de Dios de ser glorificado no tendrá éxito sin la poderosa proclamación del evangelio, y ese evangelio no será proclamado con poder a todas las naciones sin las predominantes, serias y fieles oraciones del pueblo de Dios”.

Muchos años atrás, un hombre llamado A.T. Pierson dijo:

“Cada Nuevo Pentecostés ha tenido su tiempo preparatorio de súplica…Dios ha forzado a sus santos a que le busquen en el trono de gracia, para que cada nuevo avance esté tan plenamente adecuado a Su poder que hasta el no creyente se vea constreñido a declarar: ‘Verdaderamente este es el dedo de Dios’. Cuando las misiones marchan adelante por la oración, ello magnifica el poder de Dios. Cuando marchan hacia adelante por la gestión del hombre, ello magnifica al hombre.”

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Yo te insto a orar por el apoyo a los misioneros. ¿Cómo vas a orar? Consigue sus boletines informativos – ellos tienen peticiones por las cuales te piden que ores.

En general, puedes orar por este tipo de cosas mientras piensas en uno de nuestros misioneros:

• Por un derramamiento del Espíritu Santo en esa ciudad, esa cultura, esa nación, un derramamiento como el de Pentecostés.

• Porque esa familia misionera encuentre ánimo en el evangelio.

• Por audacia (era lo que Pablo pedía a la gente que orara en su nombre).

• Por protección, especialmente para aquellos que trabajan sirviendo en lugares hostiles al cristianismo.

• Porque haya un amor creciente por la Gloria de Dios como la motivación impulsora para la misión.

• Por el pan de cada día.

• Por descanso y restauración.

• Por una capacidad sobrenatural para amar lo desagradable.

Ora por tu iglesia Pídele a Dios que te de la visión para ver las personas que ha traído hacia tu iglesia. Pídele a Dios que te dé la oportunidad de entablar amistad con personas de diferentes trasfondos étnicos. Ora por un derramamiento del Espíritu Santo en tu ciudad. Ora por valentía para que la familia de tu iglesia proclame el evangelio. Ora para que tengan amor por la gloria de Dios. Ora para ver a otros con los ojos con que Dios los ve – hostigados y desamparados, como ovejas sin pastor. Pide la capacidad para amar lo desagradable. Pide a Dios que haga lo que no eres capaz de hacer. No puedes convencer a la gente para que crea en el evangelio, pero Dios puede traer la gente a la fe, a través

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de la proclamación de Su Palabra.

“Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: ‘¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?’” (Salmo 8:3-4).

Yo no te puedo explicar por qué Dios se preocupa por la gente de la manera que lo hace. Es algo asombroso que el Dios que creó la inmensidad del espacio, con sus billones de estrellas y planetas, se preocupe por seres humanos en este pequeño planeta. Sin embargo, lo hace. También, él nos llama a compartir su pasión por juntar un pueblo, de todas las naciones, para su gloria.

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UANDO LA MAYORÍA DE LA GENTE TE PIDE QUE ORES POR ELLOS, están pidiéndote que envíes una petición a Dios en su nombre. La oración es más que enviar peticiones delante de

Dios, implica preguntar. Dios nos invita a venir a él y preguntarle. Cuando preguntamos, reconocemos nuestra dependencia de Dios en todo. Al pedir a Dios por las cosas que son importantes para nosotros, también debemos darle las gracias por todo lo que ha hecho.

“Danos hoy nuestro pan de cada día...”

PARTE IV

C

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UÉ HA HECHO DIOS POR MÍ?”. La pregunta fue hecha con toda seriedad, pero yo no podía creer lo que estaba escuchando. En la actualidad la mayoría de la gente, y mucha

gente que haya vivido alguna vez en este planeta, considerarían altamente privilegiado al joven que hizo la pregunta. Este chico creció con padres que lo amaban y le proporcionaron toda clase de oportunidades para aprender y explorar la vida. Había sido fuerte y saludable toda su vida. Era inteligente y bien educado, además había estudiado en los mejores colegios hasta llegar a la universidad. También había viajado alrededor del mundo y había visto lo que muchas personas nunca tendrán la oportunidad de ver. Además, había crecido asistiendo a la iglesia con su familia y oyendo la lectura de la Biblia y recibiendo enseñanzas de la misma por sus padres, pastores y talentosos maestros de la Biblia. Sin embargo, en algún punto de su existencia había decidido que ya no creería en lo que la Biblia decía. Él no pretendía ser ateo. Tampoco negaba que existiera un Dios en alguna parte. Pero, que si lo había, no estaba involucrado en nuestras vidas en ninguna forma práctica o significativa. Después de todo, como lo expresaba, “¿Qué ha hecho Dios por mí?”.

¿Puedes decir gracias?

Capítulo 9

¿Q

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Su desengaño surgía, en parte, de su experiencia con la oración. Él había orado y le había pedido a Dios que interviniera en ciertas situaciones, pero lo que le pidió a Dios que hiciera no ocurrió. Este joven no podía ver la generosi-dad ni bondad de Dios en todo lo que Dios había hecho para él porque estaba concentrado en su decepción respecto a lo que Dios no había hecho por él. Todavía no se le había ocurrido que el problema pudiera no ser la existencia, o la bondad, de Dios, sino su perspectiva acerca de él. Su desilusión con Dios estaba ligada a un concepto de Dios muy superficial. Un Dios que sea un poco más que un San Nicolás celestial, que exista para responder a nuestra lista de deseos no tendrá sentido cuando uno experimente desilusiones que quebrantan el corazón o se afronten situaciones destructivas como colapsos matrimoniales, maltrato violento, cáncer, hambruna y guerra. Cuando la gente le pide a este San Nicolás celestial que les ayude, o que termine algo, o les provea algo que quieren, y eso no ocurre, se molestan y se resienten con Dios y con los cristianos que sí creen lo que la Biblia dice acerca de Dios. ¿Cómo puedes darle las gracias a un Dios que no hace lo que tú piensas que debería hacer? ¿Cómo puedes ser agradecido si no obtienes, en la vida, lo que quieres?

¿Un Dios irrelevante? Ese joven no está solo con su ingratitud. Una falta de gratitud hacia Dios es característico de toda la raza humana. Es una de las señales de nuestra condición caída, pecaminosa. En alguna oportunidad el escritor cristiano C.S. Lewis definió a los seres humanos como “Los bípedos ingratos”. La ingratitud es una de las características de la falta de fe:

“Lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo ha revelado. Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza

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divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón” (Romanos 1:19-21).

Pablo no está insinuando que todas esas personas habían llegado a ser ateas. La mayoría de las personas en el mundo antiguo creían que en alguna parte había dioses. Sin embargo, Dios era irrelevante para ellos. Ellos prefirieron ir tras algo más para satisfacer los deseos de sus corazones, con algo aparte de Dios. Lo mismo es también cierto con la mayoría de las personas en nuestra cultura. En la actualidad, no muchos se declaran ateos. Ellos no negarían la posibilidad de que haya un Dios en algún lado. Sin embargo, él es irrelevante para el diario vivir. Si, de todas maneras, Dios está por ahí, él tiene buenas intenciones pero no puede proteger a nadie de las cosas malas que ocurren. Hasta en las iglesias se pueden escuchar estas ideas acerca de Dios. Hace unos años estuve en el funeral de un amigo que falleció en un accidente automovilístico. El pastor se puso en pie y dijo: “Dios no quería que esto sucediera. Esta no era su voluntad. Sin embargo, como él concedió el libre albedrío a la gente, no puede evitar que ocurra lo malo”. Así que te quedas con un Dios que no es todopoderoso, omnisciente, ni está en completo control de su mundo; un Dios que tiene buenas intenciones pero no puede protegerte de las cosas malas ni hacer algo por ti. Puedes orar. Puedes pedirle a Dios cualquier cosa que esté en tu corazón, pero cuando en realidad tiene que ver con algo que importa no puedes contar con que él se te manifieste.

¿Cómo darle gracias a un Dios así?Cuán distinta es la perspectiva de la Biblia acerca de Dios: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué presumes como si no te lo hubieran

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dado?” (1 Corintios 4:7). Habilidades, talentos, oportunidades – no te creaste a ti mismo ni te dotaste a ti mismo con el nivel de inteligencia que tienes, cualquiera que sea, o con el don, cualquiera que fuera, que te permitió encontrar un empleo. Todo lo bueno proviene de Dios, quien te hizo.

“El SEÑOR observa desde el cielo y ve a toda la humanidad; él contempla desde su trono a todos los habitantes de la tierra. Él es quien formó el corazón de todos, y quien conoce a fondo todas sus acciones” (Salmo 33:13-15).

Vivimos en un mundo quebrantado, caído. No se nos evitan las aflicciones y dolores del sufrimiento que son comunes a la raza humana. Sin embargo, la tristeza de nuestro mundo no termina allí.

“El hijo de Dios, que vive en el mundo de la Biblia, sabe que es una muy pequeña persona en un universo grandioso y asombroso. Con todo, se le ha dado un vistazo del eterno consejo del amor de Dios, en el cual, antes de la fundación del mundo, el Hijo tomo para sí el papel del Cordero al que se le daría muerte por los pecadores; en el cual, el Padre predestinó dar a sus escogidos, como novio, a Su Hijo. Es contra este telón de fondo que al hombre, aunque débil en su ignorancia y retorcido en su pecaminosidad, se le ve como el objeto del amor de Dios” (J.I. Packer, Conociendo a Dios, pág. 48).

La gratitud florece con esta perspectiva mayor de la realidad: Dios es Bueno. La vida es un regalo. El hecho de que estés vivo hoy es un don de Dios, el que puedas ver, oler, oír, gustar y sentir; que tengas suficiente comida para comer y ropas que ponerte, que tengas un techo sobre tu cabeza, para protegerte del viento y la lluvia; que no vivas cada día con el temor de la posibilidad de ser atacado por enemigos hostiles – todas las anteriores son evidencias de la bondad de Dios.

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“El SEÑOR es bueno con todos; él se compadece de toda su creación…Los ojos de todos se posan en ti, y a su tiempo les das su alimento. Abres la mano y sacias con tus favores a todo ser viviente” (Salmo 145:9, 15-16).

Por encima de todo, el que Dios nos amara y proveyera un Salvador, para gente pecadora como nosotros, es un don infinitamente glorioso y generoso. Dios no nos trata como merecemos por causa de nuestros pecados, o nos paga conforme a nuestras iniquidades (Salmo 103). Dar gracias a Dios por sus bondades debería ser una parte habitual de nuestras oraciones y compañerismo con Dios.

Demos gracias“Tú eres mi Dios, y gracias te doy; tú eres mi Dios, yo te exalto. Dad gracias al Señor, porque El es bueno; porque para siempre es su misericordia” (Salmo 118:28-29 LBLA).

“Aclamad con júbilo al SEÑOR, toda la tierra. Servid al SEÑOR con alegría;venid ante El con cánticos de júbilo. Sabed que El, el SEÑOR, es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos y ovejas de su prado.Entrad por sus puertas con acción de gracias,y a sus atrios con alabanza.Dadle gracias, bendecid su nombre. Porque el SEÑOR es bueno; para siempre es su misericordia, y su fidelidad por todas las generaciones” (Salmo 100).

“Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento…” (Colosenses 4:2).

“Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16-18).

“Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y

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súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios…” (Filipenses 4:6 LBLA).

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias” (Colosenses 2:6-7 RV1960).

Esto es lo que Dios quiere para ti y es lo que Él ordena, no porque esté inseguro y necesite ratificación. Dios nos dice que demos gracias, no para su beneficio sino para el nuestro. Ser agradecido produce en nuestras vidas cosas que son buenas, cosas como la humildad, el gozo y la dependencia en Dios. Al ordenarnos que seamos agradecidos Dios no coloca una carga pesada sobre nuestros hombros pidiendo algo irrazonable o algo extremadamente difícil de hacer. Por el hecho de que Dios es bueno quiere lo que sea mejor para nosotros. Las personas desagradecidas tienden a ser infelices. Las personas desagradecidas, generalmente, no están contentas. Están absortas en sí mismas: “¡Todo tiene que ver conmigo!”. Generalmente no son personas dadivosas ni generosas. Es como si el mundo les debiera algo que aún no se ha hecho patente para ellas.Siempre llevan la peor parte en la vida y eso no es justo. Nada es jamás lo suficientemente bueno. Ellas siempre pueden señalar qué es lo que no está bien respecto a cómo se les ha tratado. Al ordenarnos ser agradecidos, y expresar acciones de gracias, Dios no está sólo dando un buen consejo o una recomendación amigable. Nos está diciendo lo que es mejor para nosotros. Sin embargo, hay unas cuantas cosas que necesitamos comprender respecto a las órdenes que encontramos en la Biblia.

1. Cuando Dios te ordena hacer algo, no se supone que tengas la capacidad innata para hacerlo.

“Ama al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma,

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con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27). Dios conoce la realidad de nuestros corazones. Él entiende lo que el PECADO nos causa. Él conoce, mucho mejor que nosotros, nuestra incapacidad para hacer lo que ordena. Sin embargo, todavía ordena lo que más nos conviene.

Hasta cierto punto, puedes disciplinarte y adiestrarte para hacer lo que Dios ordena. Puedes enseñarle a tus hijos a decir “gracias”. Los observas cuando alguien les da un regalo y no oyes una respuesta que salga de sus labios, entonces les preguntas, “¿Qué se dice?”. Entonces ellos salen con un insulso “gracias”. Después de un tiempo, se dan cuenta y darán las gracias en las situaciones adecuadas.

¿Significa eso que realmente están agradecidos? Por supuesto que no. Puedes enseñarle a un loro a decir “gracias”. Decir “gracias” y ser agradecido no son exactamente lo mismo.

Cuando yo estaba en mi último año de secundaria, mis padres me regalaron en navidad una máquina de escribir. Yo quería una moto y lo que conseguí fue una máquina de escribir eléctrica. En mi pensamiento una moto era sinónimo de diversión, y una máquina de escribir significaba trabajo. ¿Qué estaban pensando mis padres? Una máquina de escribir no era lo que yo quería y no me sentí muy agradecido. El egoísmo y la desilusión por no tener lo que quería fue más poderoso que cualquier sentido de gratitud. Sin embargo, dije: “Gracias. Es justo lo que necesitaba!”. Yo sabía lo que se suponía que dijera. No me sentía agradecido, pero de todas maneras dije las palabras.

Esa máquina de escribir permaneció conmigo durante todos mis estudios en la universidad y en el seminario. La tuve hasta

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que me casé y compramos nuestra primera computadora descubriendo la belleza de los programas para procesar palabras.

La máquina de escribir fue un buen regalo. Simplemente me llevó un tiempo estar agradecido por ella. (De paso, hace unos años estaba hablando con algunas de nuestras sobrinas y sobrinos acerca de la universidad, y les dije que tuve que hacer todos mis trabajos con una máquina de escribir ya que no tenía una computadora. Una de mis sobrinas, con una mirada de perplejidad en su rostro me preguntó muy sinceramente, “¿Cómo hacías entonces para recibir tus correos electrónicos?”). Mis padres, en su sabiduría me dieron lo que ellos sabían que yo necesitaba, no lo que yo quería.

Tengo la sospecha de que Dios también es así.

Dios nos ha ordenado dar gracias. Sin embargo, lo que encuentras en tu corazón es ingratitud o, en el mejor de los casos, indiferencia. Cada día de nuestra vida ha habido aire que respirar, comida que comer, y ropa que usar. Así que ni siquiera piensas que todas las cosas que disfrutas cada día son un regalo inmerecido de un Dios amable y dadivoso.

De modo que, decir “gracias” es una cosa. Ser agradecido requiere un cambio en el corazón. No puedes cambiar tu corazón diciéndote a ti mismo que deberías ser más agradecido. Necesitas que Dios cambie tu corazón, y Dios está abocado a la tarea de hacer justamente eso. Él te ha dado un nuevo corazón con una nueva capacidad de hacer lo que Dios ordena. Te ha dado al Espíritu Santo para que cambie los deseos de tu corazón. Puedes dar por sentado que Dios obrará en tu vida para hacer de ti una persona agradecida, porque Dios quiere lo mejor para ti.

Dios nos ordena ser agradecidos y obra en nosotros para cambiar

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nuestros corazones de modo que, realmente, lleguemos a ser más agradecidos. Sin embargo, todavía el crecer en gratitud no te sucederá así porque sí, tan solo si esperas un tiempo.

Hay una forma de crecer en este aspecto: Puedes pensar, recordar y prestarle consideración a lo que Dios ha hecho por ti.

2. Siempre hay razones para la gratitud

“Dad gracias al Señor, porque El es bueno; porque para siempre es su misericordia” (Salmo 118:28-29 LBLA). La manera de desarrollar un corazón más grato, la manera de crecer en la forma de expresar las gracias en la oración, es pensar en lo que Dios ha hecho por ti.

Una de mis hijas ha estado escribiendo un blog durante unos pocos años. Este año decidió que trataría de pensar en una cosa por la cual estar agradecida en cada día del año. Ella está a mitad del año y ha sido muy divertido leer su lista a medida que reflexiona sobre la bondad de Dios para con ella, de tantas maneras, y expresa su gratitud.

Si recuerdas las palabras de este canto de alabanza, has estado allí durante un tiempo: “Cuenta tus bendiciones, nómbralas una por una, y te sorprenderá lo que el Señor ha hecho”. Esos no son sólo consejos buenos y prácticos. Eso es lo que los salmistas nos animan a hacer cuando nos invitan a agradecer a Dios:

“Alaba, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de Sus beneficios” (Salmo 103:2). Luego, el salmista empieza a narrar las muchas formas en que Dios nos ha bendecido: “Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas” (Salmo 103:3-5). El salmista

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continúa diciendo que Dios no me trata como lo merezco. Me ha amado con un amor inquebrantable. Ha quitado mis pecados y se los ha llevado tan lejos como está el oriente del occidente.

“No olvidar” ninguno de sus beneficios no es un comentario trillado. Es una orden seria, la cual producirá gozo profundo en tu vida en la medida en que atiendas lo que Dios ordena – ser agradecido.

“Den gracias al SEÑOR por su misericordia y por sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:21 LBLA). En el Salmo 107, el salmista narra cómo Dios ha rescatado a personas, ha dado provisión a personas y los ha librado en tiempo de dificultades.

Siempre hay razones para estar agradecidos.

3. La gratitud necesita un rumbo: ella es relacional.

Debido a razones que no puedo explicar por completo, este año vi en televisión el programa de la entrega del Oscar. Fue interesante escuchar tantas expresiones de gratitud: “Quiero agradecer a mi productor, a mi director, a mi madre, a mis colegas, a la academia por su razonable perspicacia al escogerme para este premio, este año, sobre todos los demás…”. Todos los que recibían los premios parecían reconocer que no habían llegado a ese momento de la vida por sí solos. Sus amigos los ayudaron, hubo personas que les dieron oportunidades. Los miembros de la familia se sacrificaron para que ellos pudieran trabajar (me agradó escuchar a muchos maridos darles las gracias a sus esposas).

Cuando un ateo sufre un accidente automovilístico y sobrevive, me imagino que las palabras “gracias” pasan por su mente.

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Alguien que sabe que estuvo a punto de morir, repentinamente tiene una sensación de gratitud. Pero, ¿a quién le agradece? ¿Al fabricante del vehículo; al que le arregló los frenos; al departamento de autopistas que colocó la barrera que impidió que su carro se fuera por el barranco? Probablemente la respuesta sea “a todos los ya mencionados”.

Si no crees que Dios existe, o si piensas que puede estar por ahí pero que es una suerte de poder que permea el universo (no una persona que puedas conocer y con la cual relacionarte) Dios no figurará, muy a menudo, en tus expresiones de agradecimiento. Sin embargo, supongo que hasta un ateo, a veces, siente agradecimiento. Simplemente que no sabe a quién agradecer.

Esos sentimientos espontáneos de gratitud – que él debería ser agradecido - son indicios de que existe un Dios en el universo. Si algo se percibe como un don es porque hay un dador:

“Cada comida, cada placer, cada posesión, cada pizca de sol, cada sueño nocturno, cada momento de salud y seguridad, todo lo demás que sustenta y enriquece la vida son dones divinos. ¡Y cuán abundantes son esos dones!” (J.I. Packer, Conociendo a Dios, p. 147).

Te puedes sentir agradecido por los dones que has recibido en la vida. Con honestidad, puedes sentir que hay tantas cosas en tu vida que son dones inmerecidos de parte de Dios. Puedes valorar esos dones y apreciarlos mucho sin pensar tanto en el dador de toda buena dádiva, o puedes decirle “Gracias”. Expresar las gracias implica una relación: hay alguien que ha dado. Tú has recibido. Lo correcto es darle las gracias. Cuando le doy a mi esposa algo pequeño, o cuando les hago regalos

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de navidad a mis hijos, quiero escucharlos decir “gracias”. Sé que mis motivaciones son egoístas: quiero reconocimiento por mi generosidad, amabilidad y consideración. Quiero saber que ellos reconocen mi bondad. Puede haber una motivación egoísta en el hecho de querer que alguien exprese gratitud por lo que has hecho en favor de ellos. Sin embargo, dar y recibir implica una relación, y recibir las gracias sinceras por un regalo dado es una especie de completar el dar – le añade gozo al hecho de dar. Un regalo es algo que se da gratuitamente, no por obligación o por un sentido del deber, de mala gana. Dar un regalo no es una transacción financiera (como en el sentido de “Si yo te doy esto, esperoque me des algo de igual valor”). Yo les doy regalos a las personas que amo porque es una manera de expresarles amor y es una forma de disfrutar la relación. Dios no nos ordena dar gracias porque necesite nuestra aprobación, afirmación y reconocimiento. Él nos ordena ser agradecidos de modo que entendamos algo acerca de la realidad – que no nos hemos hecho a nosotros mismos, no somos personas independientes ni auto-suficientes. En última instancia, Dios quiere que expresemos gracias de modo que crezcamos en la dimensión de conocerle a Él quien es el dador de toda buena dádiva y don perfecto. Puede que no parezca espiritual el hablar acerca de bendiciones materiales (cosas materiales como comida, agua, tener un techo sobre nuestras cabezas, ropa que ponerse, un medio para llegar al trabajo). Sin embargo, el hecho es que Dios nos ha colocado en un mundo físico, material. Para vivir otra semana necesitas comida y agua, y sería agradable que tuvieras un techo sobre tu cabeza, y ropa que ponerte cuando afuera hace frío. Vivimos en una cultura que depende de los carros y camionetas para ir a las tiendas de víveres y al trabajo. La comida, la ropa, una casa y un carro no son buenos ni malos en sí mismos. Si los recibes con gratitud, como dones de

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Dios, ellos son bendiciones de Dios. Dar gracias por estas sencillas cosas del diario vivir es una parte básica y fundamental de la oración. Todas estas cosas materiales como comida, agua, ropa y una casa, son insignificantes en comparación con el don de la gracia en Jesucristo. Lo que necesitas más hoy en día es el perdón y la paz con Dios. Si tienes toda la comida, la bebida, la ropa y cosas que quieres, pero no tienes la gracia de Dios en Jesucristo, eres un pobre. Todas las demás cosas son temporales. Tu vida en este mundo presente llegará a su fin. Lo que más necesitas es la vida que se encuentra en Jesucristo. Sin embargo, saber que Dios te ha mostrado su misericordia y gracia en Cristo, y saber que cualquier cosa más que tengas en la vida proviene de Dios, hace que tengas mucho por lo cual estar agradecido. Si la acción de gracias está arraigada en los regalos recibidos de una persona que se preocupa por ti, ello implica una relación personal.

¿En qué formas has experimentado la bondad de Dios en tu vida? ¿Cómo es que las cosas malas que has experimentado te han impedido ver la bondad de Dios, o no te han permitido estar agradecido por las cosas buenas que Dios te ha dado?

“Ciertamente hay males terribles en el mundo, pero si vamos a ver las cosas en su justa dimensión, no nos atrevamos a obsesionarnos exclusivamente con ellas. Puede que haya veces en que sintamos que toda la tierra es un lugar repugnante y nunca queramos leer un periódico, o ver nuevamente un programa de noticias. Con todo, pensar en esos términos representa, evidentemente, sólo una verdad a medias. Casi todos nosotros tenemos una multitud de recuerdos, si tenemos cuidado en reunirlos, de placeres exquisitos y que nos dejan sin aliento – el gozo de la amistad y el humor, del hogar y el amor, el gozo de las aventuras, del mundo natural, del descubrimiento mental, de la literatura, del drama…Si alguna vez tomamos en serio nuestro pecado

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y quitamos todos los males causados por el pecado, desde nuestra perspectiva del mundo, tenemos que admitir que la mayor parte de lo que queda luce como algo digno de un Creador bueno y glorioso” (John Wenham, La Bondad de Dios, p. 48).

Siendo agradecidos por adelantado Cuando el apóstol Pablo nos invita a acercarnos a Dios en oración, nos dice “El Señor está cerca” (Filipenses 4:5b). Pablo dice que Dios no está lejano ni es difícil de alcanzar. Está cercano a nosotros, disponible para nosotros, dándonos la bienvenida cuando nos acercamos a él.

“El Señor está cerca.Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:5b-6 RV1960).

Aun cuando colocas tus peticiones delante de Dios, puedes estar seguro de que la bondad de Dios no depende de que haga exactamente lo que le pides. La fe implica que confíes en que Dios te ama, que sabe lo que necesitas, que él quiere que pidas y que se preocupa por ti. La fe implica la confianza en que Dios es infinitamente sabio – él hará lo que sea mejor para ti. No tienes por qué afanarte por las dificultades que estés enfrentando. Esto es fácil de decir y mucho más difícil de hacer, cuando eres tú quien está enfrentando alguna dificultad, una situación aparentemente imposible, pero es así como se nos invita a vivir ante Dios. En vez de estar afanosos, llevar nuestras preocupaciones a Dios “con acción de gracias” – estando agradecido aun cuando vuelcas tus peticiones ante Dios. Díle lo que hay en tu corazón. Agradécele porque le puedes llamar Padre, porque te ama, porque él hará lo que sea mejor para ti, porque no te dejará ni abandonará, porque nada en la creación te puede separar de su amor. No tienes que fingir que todo está bien. Dios no nos pide que creamos que las cosas malas que nos pasan son, en realidad, cosas buenas. El mal sigue

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siendo el mal. El pecado desagrada a Dios. El no quiere que finjamos que todo está bien cuando verdaderamente no lo está. Nos pide que creamos que El es bueno. No hay ningún mal en Dios. Él no tiene un lado oscuro que se deleita en herir a las personas. Él siempre es bueno en todo lo que hace. Todavía permanece como un misterio, que no será explicado hasta que la historia de este mundo llegue a su fin, el por qué Dios tolera el mal en su mundo. Simultáneamente, se nos pide que confiemos en él y creamos que está obrando en todas las circunstancias, aun en las cosas malas y pecaminosas que él permite que la gente haga, para llevar a su cumplimiento el mayor bien posible. Recuerda que tu historia no ha llegado a su fin. No puedes ver todavía con claridad lo que Dios está haciendo. No entiendes cómo, las cosas que parecen malas y las que realmente son malas, y que te suceden, serán usadas por Dios para bien en tu vida cuando todo termine. Sin embargo, puedes saber y descansar en la verdad de que Dios sabe lo que está haciendo y que está obrando para llevar a cabo el mayor bien en tu vida. Cuando crees que Dios es bueno, puedes ser agradecido sin importar las circunstancias que enfrentes.

“Dad gracias al SEÑOR, porque El es BUENO…Den gracias al SEÑOR por su misericordia y por sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:1, 31 LBLA).

Has experimentado la bondad de Dios todos los días de tu vida. ¿Puedes decirle a Dios, “gracias”?

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O PODEMOS NEGAR EL HECHO DE QUE SOMOS PECADORES. Pecamos contra Dios en palabras, pensamientos y obras. No

hacemos lo que Dios nos ordena que hagamos y hacemos lo que Dios nos ordena que no hagamos. Al mismo tiempo, pecamos contra otras personas. En ese sentido somos deudores. Le debemos una deuda relacional a Dios (debemos honrarlo y obedecerlo y fracasamos en hacerlo) y creamos deudas relacionales con otras personas al no amarlas como debiéramos. Sin confesión ni arrepentimiento, terminamos amargados, llenos de resentimiento, y con actitudes indiferentes. Nos ponemos a la defensiva, sintiendo que le tenemos que probar a todos que tenemos la razón en todo lo que hacemos. Jesús nos enseñó a incluir la confesión y el arrepentimiento en nuestras oraciones, y los Salmos nos dan unos modelos maravillosos de confesión.

“Perdónanos nuestras deudas como también hemos perdonado a nuestros deudores…”

PARTE V

N

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UANDO ERA PASTOR DE UNA IGLESIA que tenía una reunión habitual de oración a la semana, había un hermano que, todas las semanas, terminaba su oración diciendo, “y perdónanos nuestros

pecados, que son muchos”. Yo desearía haberle preguntado, “¿En alguna ocasión eres más específico?”. Cuando Jesús les enseñó a sus discípulos a incluir la confesión de pecados en sus oraciones – “Perdónanos nuestras deudas…” – él no quiso decir que deberíamos añadir estas palabras a nuestras oraciones como una especie de petición general de perdón. El Salmo 139 termina con una petición aterradora: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos;Y vé si hay en mí camino de perversidad,Y guíame en el camino eterno”. Mientras medita en las profundidades del conocimiento de Dios, el salmista está consciente de que Dios conoce su corazón con mucha mayor claridad que él. Tendemos a ser ciegos ante los deseos, actitudes y suposiciones que moldean nuestras decisiones. Al tiempo que estamos conscientes de algunos de nuestros pecados, generalmente no estamos conscientes de las actitudes del corazón que guían nuestro comportamiento y palabras pecaminosas. El salmista está abierto a

La confesión no es suficiente

Capítulo 10

C

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que Dios le muestre la verdad respecto a sus pensamientos y actitudes. ¿Y tú? ¿Estás dispuesto a que Dios te muestre lo que hay en tu corazón? Si eres honesto tienes que admitir que no estás tan emocionado con la perspectiva de descubrir la verdad acerca de la profundidad del pecado en tu corazón. Personalmente, te acompaño en ello. Yo no puedo decir que estoy tan emocionado, como parece estarlo el salmista, con conocer “la lamentable senda” que hay en mi corazón. Me agrada la filosofía de que la “ignorancia es dicha”, o, “lo que no sé no me puede dañar”. Cuando Adán y Eva pecaron contra Dios en el huerto del Edén sintieron vergüenza y trataron de esconderse. Eso es lo que hacen los pecadores. La gente pecadora no desea afrontar la verdad en relación a su pecado. Evitamos enfrentar la verdad acerca de nuestros corazones. Esa es la razón por la cual la Confesión de Fe de Westminster declara que el arrepentimiento es una “gracia evangélica”. La palabra “evangélica” proviene de la palabra “euangel” que significa “evangelio”. Siendo así, el arrepentimiento es una gracia del evangelio. El hecho de que verdaderamente yo haya de arrepentirme es una evidencia de que Dios está obrando en mí, que su Espíritu ha creado una nueva vida dentro de mí. Cuando encuentro en mi corazón una disposición al arrepentimiento y a enfrentar la verdad acerca de mi pecado, ello me debería emocionar con gozo. Nunca hubiera estado dispuesto a enfrentar la profundidad del pecado en mi corazón a menos que Dios hubiera obrado en mi vida. Una disposición honesta hacia el arrepentimiento es una evidencia de la presencia salvífica de Dios.

Gracia Evangélica El arrepentimiento comienza con ver la verdad acerca de tu pecado – viéndolo como una ofensa contra Dios, como opuesto a la naturaleza de Dios y como una rebelión en contra de sus justos mandatos. El arrepentimiento es una gracia del evangelio. No es algo que produces dentro de ti o que llevas a cabo por tu determinación propia y lo resuelves. Es una obra de gracia – un

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regalo inmerecido que Dios te da. La inclinación hacia el arrepentimiento, la disposición a arrepentirse y, de hecho, el arrepentimiento, son cosas que Dios despierta en ti. Al mismo tiempo, confesar nuestro pecado y arrepentirnos del mismo es una lucha. Algo dentro de nuestro corazón se resiste a admitir la verdad acerca de nuestro pecado. Aun el hablar sobre el pecado y nuestra necesidad de confesión y arrepentimiento parece algo negativo. Quizá estés pensando, “¿es que no hay otro tema más agradable del cual podamos hablar?”. Confesar la verdad acerca de tu corazón y arrepentirte del pecado es algo intolerable si se pone de lado el evangelio. La vergüenza es un sentimiento muy fuerte. El pecado no solo produce un sentido de culpabilidad sino también sentimientos de vergüenza y suciedad. Esa es la razón por la cual escondemos la verdad acerca de nuestros corazones y la negación de nuestro pecado es algo real, o lo confinamos en lo más profundo de nuestro ser. La culpabilidad es saber que has hecho algo malo. La vergüenza es sentir que algo anda mal contigo. Sin embargo, si sabes y crees que Jesucristo cargó la culpabilidad de tu pecado y que también llevó tu vergüenza al morir en tu lugar, puedes venir ante él y enfrentar la verdad acerca de tu corazón sabiendo que Dios, en su asombroso amor por ti está obrando para liberarte de la esclavitud que el pecado causa en tu vida. El arrepentimiento es el otro lado de la fe. Si sabes que eres amado y aceptado no tienes que temer lo que otras personas piensen acerca de ti, si es que saben la verdad acerca de tu pecado. Al final, todo lo que cuenta es que Dios sabe la verdad y que te perdona y restaura cuando vienes arrepentido delante de él.

Cómo enfrentar la verdad El arrepentimiento involucra sentir pesar por tu pecado, afligirte por tu pecado, detestarlo, darle la espalda y volverte a Dios rogándole que cambie

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tu corazón. El arrepentimiento involucra depender de Dios para que coloque en ti nuevos deseos que produzcan un cambio de comportamiento. Como Dios está de tu lado puedes enfrentar la verdad acerca de tu corazón pecaminoso. La oración tiene que ver con la intimidad con Dios – conocer y ser conocido en un contexto de seguridad. Al confiar en que él te ama y acepta, no tienes por qué esconderte, con temor, de Dios. La gracia te hace libre para confiar en Dios. No tienes por qué tener miedo de lo que vas a descubrir si Dios te muestra lo que hay en tu corazón. Él no está en tu contra. Él está a tu favor y lo demostró dando a su propio hijo para que llevara, en nuestro lugar, el castigo por el pecado. Supongamos que encuentras el valor para orar así: “Padre, quiero conocerte. Quiero tener sed y hambre de ti. Quiero que mi alma se deleite en ti. Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón. Pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay algún camino de perversidad en mi y guíame en el camino eterno”. ¿Cómo contestaría Dios esa oración? Qué pasaría, si más tarde en el día, después que le has pedido a Dios que te muestre la verdad acerca del pecado en tu corazón, tienes un desacuerdo con tu esposa. En el proceso, le dices algo que sabes va a herir sus sentimientos. Te empiezas a sentir mal por lo que le dijiste, así que vas donde está y le dices; “Lo siento. Por favor perdóname”. Pero en vez de perdonarte de inmediato, supón que ella encuentra valor para decir, “¿qué significa eso? ¿qué me estás pidiendo que perdone? Sería de ayuda si pudieras decirme específicamente qué fue lo que hiciste que necesita mi perdón”. Podrías decir, “Bueno, siento haber herido tus sentimientos. No debí haber dicho lo que dije y herir tus sentimientos”. Ella lo piensa y dice, “Todavía no tengo claro lo que piensas que hiciste que necesita perdón. ¿Acaso estás pidiendo perdón porque yo me ofendí por lo que dijiste… porque entendí mal lo que dijiste? Entonces ¿es mi culpa que me sienta dolida? O, acaso ¿me estás diciendo, ‘No deberías ser tan sensible

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– no estaríamos teniendo esta discusión si no fueras tan sensible’? ¿Podrías ayudarme a entender qué es lo que quieres de mí cuando me pides que te perdone? Específicamente, ¿qué piensas que hiciste que necesita mi perdón?”. Ese interrogatorio honesto resulta en una actitud defensiva y molesta. Esa ha sido mi experiencia. Cuando yo le pedía a mi esposa que me perdonara, siendo ella una dulce mujer cristiana, estaba obligada a decir, “está bien, te perdono”. Yo consideraba que eso significaba que la discusión había terminado. Después de todo, si perdonas a alguien, no vuelves a mencionar la ofensa. Vez tras vez, yo concluía todas las discusiones pidiéndole rápidamente a mi esposa que me perdonara. No me veía forzado a ver lo que estaba guiando a mi corazón. Por fin, un amigo me sugirió que en vez de pedirle a Margaret que me perdonara cuando yo sabía que la había ofendido, debía decir algo como esto: “Siento mucho haberte herido con lo que dije. Me podrías decir en qué forma te afectaron mis palabras? ¿Me ayudarías a entender lo que te causo cuando te respondo en la forma en que lo hice?”. Mi amigo me sugirió que debía de esperar su respuesta y pensar en la misma sin defenderme o tratar de explicar por qué lo que dije o hice era razonable. Cuando comencé a escuchar, verdaderamente, a mi esposa, me di cuenta que la había ofendido en maneras que yo no había considerado o intentado. Me llevó a Cristo con tal arrepentimiento que nunca antes había experimentado. No quería enfrentarme a la verdad de mi pecado. Hice todo lo que pude para evitar ver lo que estaba en mi corazón. Pero Dios, en su gracia, me permitió ver claramente lo que llevaba en mi corazón para entender cuán desesperadamente necesitaba cambiarlo.

Bajo la superficieEl arrepentimiento es una gracia del evangelio. Porque Dios nos ama qui-ere lo mejor para nosotros – quiere liberarnos de patrones de control del pecado que quedan en nuestros corazones y el primer paso es ver la verdad

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acerca de lo que está impulsando nuestros pensamientos, palabras y acciones pecaminosas. Si confiesas el pecado, en general, nunca vas a poder confrontar las actitudes pecaminosas del corazón que están detrás de los pecados superficiales. Hay una gran declaración en la Confesión de Fe de Westminster acerca de ser específicos cuando se llega al punto de la confesión de pecados:

“Los hombres no deberían contentarse a sí mismos con un arrepen-timiento general, sino que es el deber de todo hombre empeñarse en arrepentirse en forma particular de sus pecados también particulares” (Confesión de Fe de Westminster, capítulo 15, sección 5).

Si fuera de ayuda, se puede sustituir la palabra “específico” por la palabra “particular” – es nuestro deber arrepentirnos de pecados específicos de manera también específica. Una confesión general, como por ejemplo, “perdóname por mis pecados”, no te obligará a ver cuán desesperadamente necesitas un salvador. Es una gracia del evangelio el que Dios te muestre lo que hay en tu corazón y te impulse al arrepentimiento. ¿Cómo te mostrará Dios la verdad acerca de tu pecado y te conducirá al arrepentimiento? Si le perteneces, él obrará en ti para mostrarte tu pecado y conducirte al arrepentimiento. Una falta de arrepentimiento, durante un tiempo, debería hacer que te preguntes si es que el Espíritu de Dios está contigo del todo. ¿Cómo hará Dios esto? A veces, producirá una convicción de pecado en tu conciencia. Otras, a través de un amigo, uno de los padres, tu cónyuge – alguien que te dice algo que necesitas escuchar. En algunos casos hará falta algo adicional.

El pecado de DavidCuando lees en la Biblia el relato de la vida de David puedes ver a Dios

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obrando de diferentes maneras para que David sea consciente de su pecado: Temprano en su vida, cuando Saúl lo perseguía para matarlo, David tuvo la oportunidad de asesinar a Saúl. El rey estaba solo en una cueva y David se arrastró y cortó una esquina del manto de Saúl. Los hombres de David estaban convencidos de que Dios había entregado a Saúl en manos de David así que David podía matarlo. Sin embargo David tuvo un remordimiento de conciencia luego que cortó el borde de la capa de Saúl. Sintió culpabilidad. Al haber demostrado esa pequeña señal de irrespeto hacia Saúl, David sintió que había pecado contra el rey ungido por Dios. Entonces hizo venir a Saúl y le dijo lo que había hecho. Sin ninguna insinuación de alguien cercano a el, la conciencia de David le dio convicción de pecado. En otra oportunidad estuvo a punto de matar a un hombre por ser insolente, y la esposa de ese hombre, Abigail, vino y le rogó que no hiciera lo que estaba a punto de hacer. Dios usó a una persona honesta para mostrarle a David su pecado antes que fuera más allá. Pero, en cierta oportunidad hizo falta una confrontación mayor. En algunas versiones de la Biblia en castellano hay una nota antes del verso uno del Salmo 51 que dice: “Al músico principal. Salmo de David, cuando después que se llegó a Betsabé, vino a él Natán el profeta”. Ese es el marco para este gran salmo de arrepentimiento. El trasfondo se encuentra en 2 Samuel 11 y la confrontación de Natán con David se encuentra en 2 Samuel 12. Es una historia conocida: David estaba en un punto alto de su exitoso reinado. Ya no tenía que ir más a la guerra para pelear contra los enemigos de Israel. Enviaba a sus generales a pelear y él se quedaba en Jerusalén.

“Ocurrió, una tarde ya avanzada, cuando David se levantó de su sofá y estaba caminando sobre el terrado de la casa real, que vio desde allí a una mujer bañándose y era muy hermosa. Así, David envió a averiguar sobre la mujer y alguien dijo, ¿no es esta Betsabé, la hija de Eliam, la mujer de Urías el heteo?” (2 Samuel 11:2-3).

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Urías era uno de los fieles amigos de David. Así que Betsabé no era la esposa de un extraño. Era la esposa de un hombre que amaba a David y había permanecido a su lado fielmente durante muchos años.

“De esta manera, David envió mensajeros y se la trajeron, y él se acostó con ella…luego ella regresó a su casa. Y la mujer concibió y envió a decirle a David, “Estoy encinta” (2 Samuel 11:4-5).

Este es el tipo de cosas que causan escándalos nacionales. Piensen en el expresidente de los Estados Unidos cuando dijo: “Yo no mantuve relaciones con esa mujer…”. También el gobernador que se vio obligado a confesar su infidelidad a su esposa cuando salió a la luz la verdad acerca de su aventura en Argentina. David sabía que este era el tipo de cosas que pueden arruinar una buena trayectoria. Siendo así, David hizo lo que cualquier rey hubiera hecho. Trató de encubrir lo que había hecho. Hizo que trajeran a Urías del campo de batalla pensando que pasaría un tiempo con su esposa y que todos, incluyendo a Urías, pensarían que el bebé era de Urías. Como eso no funcionó, David hizo los arreglos para que Urías muriera en batalla haciendo que lo colocaran en lo más recio de la batalla y que, luego, los otros soldados lo dejaran solo para que el enemigo lo pudiera agobiar y, por último, matarlo. David no tomó una espada para abatir a Urías con sus propias manos. Aún así, fue un asesinato. La intención clara era que Urías fuese asesinado. Simplemente, David usó soldados enemigos para que lo hicieran por él. Cuando Urías murió, David tomó como su esposa a la afligida viuda lo cual daba la impresión de ser una maravillosa expresión de amor por Urías. David daría la impresión de ser un fiel amigo y cuando Betsabé diera a luz todo parecería normal. Ese era el plan de David.

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Desagradar al Señor “Pero lo que David había hecho desagradó el SEÑOR” (2 Samuel 11:27b). ¿Por qué eso no desagradó a David? A él se le conocía como un “hombre conforme al corazón de Dios”. Al leer los Salmos verás a un hombre que claramente amaba a Dios profundamente. He escuchado a algunas personas decir que, después de todo, David no ha de haber sido salvo porque alguien salvo nunca hubiera hecho lo que él hizo. Eso me parece bastante ingenuo. Lo que dice el profeta Jeremías respecto al corazón humano se aplica tanto a personas “salvas” como a “no salvas”: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9 RV1995). Si eres honesto respecto al pecado que todavía hay en tu corazón, lo que hizo David no debería sorprenderte. Las semillas de todo tipo de pecados también está en nuestros corazones. Lo interesante de esta historia es que, en todo esto, David parecía estar inconsciente de sus pecados. Adulterio, mentiras, encubrimiento, tramar la muerte de un hombre que le amaba y confiaba en él, conspirar con amigos para ejecutar el asesinato – ¡y no parece haber conciencia de culpabilidad! Nos ayuda el recordar que solo conocemos parte de la historia que Dios escogió revelarnos en la Escritura. No se nos dice que David se haya sentido culpable por nada de esto. Eso no necesariamente quiere decir que no haya tenido sentimientos de culpa o vergüenza. Lo que sí sabemos es que David no se había arrepentido abiertamente. No hubo confesión pública de pecado. La verdad fue enterrada e ignorada. Lo sorprendente es que, de todas maneras, la historia es contada. Si los hombres que escribieron la Biblia estaban escribiendo una historia judaica para la posteridad, o un documento para convencer a la gente de modo que creyeran lo que ellos creían, ¿por qué no eliminar este relato? Si estaban escribiendo la Biblia para atraer a otras personas hacia el Dios en quien ellos creían , ¿por qué no solo presentar a David como un héroe, un gran hombre

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de estado, un rey? Después de todo “un hombre conforme al corazón de Dios” no hace este tipo de cosas. La conciencia de David no parecía convencerle. Quienes sabían lo que David había hecho (quienquiera que le hubiera ayudado a traer a Betsabé a su casa) y quienes obedecieron a David, asegurándose que Urías fuese asesinado, no fueron y le hablaron acerca de lo mal que había estado que hiciera eso. David era el rey. Los reyes hacen cualquier cosa que quieran. ¡Ellos están por encima de las leyes que gobiernan a otras personas! No, no lo están.

“Entonces el Señor envió a Natán donde David. Y vino a él y le dijo: ‘Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. Pero el pobre no tenía más que una corderita que él había comprado y criado, la cual había crecido junto con él y con sus hijos.

‘Comía de su pan, bebía de su copa y dormía en su seno, y era como una hija para él. Vino un viajero al hombre rico y éste no quiso tomar de sus ovejas ni de sus vacas para preparar comida para el caminante que había venido a él, sino que tomó la corderita de aquel hombre pobre y la preparó para el hombre que había venido a él’. Y se en-cendió la ira de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: ‘Vive el Señor, que ciertamente el hombre que hizo esto merece morir; y debe pagar cuatro veces por la cordera, porque hizo esto y no tuvo compasión’.

“Entonces Natán dijo a David: ‘Tú eres aquel hombre. Así dice el Señor, Dios de Israel: ‘Yo te ungí rey sobre Israel y te libré de la mano de Saúl. Yo también entregué a tu cuidado la casa de tu señor y las mujeres de tu señor, y te di la casa de Israel y de Judá; y si eso hubiera sido poco, te hubiera añadido muchas cosas como éstas. ¿Por qué has despreciado la palabra del Señor haciendo lo malo a sus ojos? Has matado a espada

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a Urías hitita, y has tomado a su mujer para que sea mujer tuya, y lo has matado con la espada de los hijos de Amón. Ahora pues, la espada nunca se apartará de tu casa, porque me has despreciado y has tomado la mujer de Urías hitita para que sea tu mujer…’

“…Entonces David dijo a Natán: ‘He pecado contra el Señor’. Y Natán dijo a David: ‘El Señor ha quitado tu pecado; no morirás. Sin embargo, por cuanto con este hecho has dado ocasión de blasfemar a los enemigos del Señor, ciertamente morirá el niño que te ha nacido’…” (2 Samuel 12:1-13).

Este es el trasfondo del Salmo 51: “Para el director del coro. Salmo de David, cuando después que se llegó a Betsabé, el profeta Natán lo visitó”.

Consecuencias del pecado David estaba ciego ante su ofensa contra Dios hasta que Dios lo confrontó con la verdad. Sin embargo, David era un hombre conforme al corazón de Dios y ello se evidenció en la forma en que respondió. No se encuentra ni un intento de negar la verdad, no hay intentos por excusar su comportamiento, no hay enojo contra Natán por haberse atrevido a hablarle tan osadamente al rey. Lo que se encuentra es un corazón quebrantado y, más que eso, un profundo deseo de estar en orden con Dios.

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas” (Salmo 51:1-4).

¿Qué palabras tenia David en mente?¿A qué juicio se refería? El se está refiriendo a las palabras que Dios le habló a través del profeta Natán. Dios

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anunció un juicio. El niño moriría. La espada nunca se apartaría de su casa. Betsabé era, probablemente, la hija de un héroe de guerra llamado Eliam, a su vez hijo de Ahitofel, quien parece haber sido incapaz de perdonar a David por lo que había hecho. Más adelante, Ahitofel aconsejó al hijo de David, Absalón, para que deshonrara a las mujeres de su padre. También, parecía que mucha gente en la nación no podía perdonar a David y se unieron en la rebelión de Absalón contra David. Regresaremos a esta historia en los próximos dos capítulos.

Ten piedad de mi, oh Dios Pedir misericordia, sincera y honestamente, es admitir que mereces algo diferente, de parte de Dios, de lo que le estás pidiendo. No mereces nada bueno de parte de Dios. Mereces su ira y descontento. Mereces ser castigado porque has ofendido a un Dios bueno, amoroso y santo quien te ha tratado con bondad. ¿Qué había hecho Dios por David? El era un pastor, un don nadie, uno de los muchos hijos de un hombre llamado Isaí. No era ni el mayor ni el más grande. Sin embargo, Dios lo elevó y ungió para que fuese el futuro rey de Israel en lugar de Saúl. Dios también lo protegió durante varios años cuando Saúl intentaba matarlo. Dios le dio el reino. Dios le dio esposas, hijos, riqueza y victoria en las batallas. Al comenzar esta oración, David está profundamente consciente de que ha saldado el menosprecio a la bondad de Dios. ¿Cómo describe Dios el pecado de David? Dios dijo, “Has despreciado la palabra del SEÑOR…me has despreciado…has menospreciado por completo al SEÑOR”. Muchos de nosotros no pensamos en esos términos sobre nuestros pecados. Generalmente decimos:

“Tomé una mala decisión”.

“Cometí un error”.

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“Sé que estuvo mal, pero…”.

Si Dios dijo que David le despreció y menospreció por completo al haber tomado malas decisiones, ¿podría decirse lo mismo, acerca de nosotros, cuando pecamos? No pienso que David haya escogido conscientemente tratar a Dios con desdén. No pensó que sus decisiones despreciaban o menospreciaban a Dios más de lo que nosotros lo hacemos cuando pecamos. Él amaba a Dios. Sin embargo, la evaluación del comportamiento de David, de parte de Dios, reveló actitudes del corazón que David no había notado hasta que Dios lo confrontó a través del profeta Natán. David prosigue: “Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Salmo 51:4). Él no está negando el hecho de que había pecado contra Urías, contra Betsabé y contra la nación. Le había hecho daño a mucha gente con su pecado. Sin embargo, en última instancia todo pecado es contra Dios. Tú no puedes pecar contra tu esposa o esposo, o tu madre o padre, o contra tu hijo o amigo, sin que al mismo tiempo y, de manera más profunda, estés también pecando contra DIOS. Jesucristo dijo que el mandamiento más importante es este: “Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, tu alma, tu mente y tus fuerzas. El segundo mandamiento más importante es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-38). No puedes quebrantar el segundo gran mandamiento sin quebrantar, al mismo tiempo, el mandamiento más importante. Dios creó a esa otra persona contra quien pecaste. Dios te ordena que la ames. Al fracasar en amar a tu prójimo como a ti mismo, has despreciado el mandamiento de Dios, has devaluado a alguien hecho a su imagen y semejanza, y al hacer esto has menospreciado a Dios. Nunca confesaremos bien nuestros pecados, o nos arrepentiremos bien

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de ellos, si no percibimos nuestros pecados como lo que son, en esa dimensión.

Confesión honesta Supón que tienes un “desacuerdo” con tu esposa y te enojas. Piensas que ella está siendo injusta, que está exagerando, que no te está dando mucho crédito. Así, de tu interior afloran algunas palabras hirientes, mordaces. Tu conciencia empieza a molestarte cuando te calmas. Te preparas y te dispones a ir donde ella y decirle, “Lo siento por haberte hablado de esa manera. Usé palabras que te hirieron. Me equivoqué al permitir que mi enojo fuera una excusa para herirte. Lo siento mucho, ¿me ayudarías a entender la forma en que mis palabras te afectaron?”. Ella duda en responder y te mira con lo que tu consideras que es recelo y te sientes ofendido por eso. Aquí estás, haciendo el papel de hombre piadoso. Te humillaste e hiciste vulnerable y ella respondió con una falta de confianza. Pudiera ser que alguna experiencia previa la haya vuelto asustadiza. Lo que, en tu nobleza, interpretaste como recelo y falta de confianza, podría ser temor. ¿Podría ella confiar en que si te dice la verdad acerca de cómo la has afectado, no le darías la espalda con más palabras hirientes, o la castigarías de alguna manera (tal vez con desprecio silencioso)? Supongamos que ella te dice la verdad, como se la dijo Natán a David, y al oírla sientes convicción de tu pecado delante de Dios. ¿A qué se parecería, o cómo sonaría, una oración de confesión y arrepentimiento? ¿Qué te parece esto?: “Dios, confieso que me enojé con mi esposa. Le dije algunas cosas hirientes. Te pido que me perdones”. ¿Es eso suficiente? No, es demasiado general. Recuerda lo del arrepentimiento de pecados particulares en forma particular. ¿De qué manera tu ira se ha convertido en pecado contra Dios? ¿En qué forma has despreciado a Dios por el modo en que trataste a tu esposa?

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Este sería un buen momento para orar así, “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón”. ¿Qué te parece si oras de esta manera?:

“Señor, apenas veo la punta del iceberg de mi pecado. Veo las cosas sobre la superficie del agua, pero no veo cuán grande y peligroso es el iceberg debajo del agua. Veo algo de mis pecados, pero no conozco mi propio corazón.

“En mi enojo me siento justificado, como si tuviera buenas razones para sentirme molesto. Me siento justificado al hablar motivado por enojo cuando siento que he sido perjudicado.

“Sin embargo, en mi predisposición a usar palabras que hirieran a mi esposa, no he valorado a la mujer que me diste. No la he amado como Jesucristo amó a su esposa. He despreciado el regalo que me diste – esta mujer para que fuera mi esposa. Al hacerlo te he menospreciado. He obrado como si fueras insensato y no fueras bueno al haberme unido a ella en matrimonio”.

Eso es un poco más particular. ¿Cambiaría eso tu concepto de lo que quiere decir el necesitar piedad y gracia de Dios? Si piensas que tu pecado es leve, que no es gran cosa, realmente nunca vas a pensar que necesitas piedad de Dios. David dijo, “Necesito piedad. Necesito una meticulosa limpieza de mi pecado. Te necesito, Dios, para que me laves en una forma que yo no puedo hacerlo por mí mismo. Sé que he hecho algo malo ante tus ojos, así que estás en lo correcto al condenarme por mi pecado. Sin embargo, te imploro por piedad”.

¿Es suficiente confesar tu pecado? Hay una gran diferencia entre admitir tu pecado, confesarlo (aun en público) y arrepentirte delante de Dios. Estás muy familiarizado con figuras públicas quienes se han visto obligados a hacer una confesión pública de

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sus ofensas. Quizá hayas observado al gobernador del estado de Carolina del Sur, Mark Sanford, confesando su pecado en la televisión. Estuvo bien en lo que respecta a la confesión. El dijo, “Le he sido infiel a mi esposa. He tenido una aventura con una amiga de la familia, de Argentina. Lo que he hecho ha lastimado a muchas personas – a mi esposa, mis hijos, mi familia, al estado de Carolina del Sur”. El fue honesto en relación a lo que había hecho. Sin embargo, confesar el pecado y arrepentirse del mismo no es exactamente la misma cosa. Uno de mis amigos solía decir, “No sabría decir si él está confesando o se está jactando”. Cuando se escuchan algunas confesiones públicas es difícil notar la diferencia. Hay un principio bíblico acerca de la confesión que se puede resumir en lo siguiente: el pecado en privado, debe ser confesado en privado. Sin embargo, el pecado escandaloso y público, debería ser confesado públicamente. Sin embargo, nuevamente hay una diferencia entre este tipo de confesión pública y el arrepentimiento según la Biblia. Existe un tipo de libertad terapéutica que viene como resultado de admitir la equivocación que has cometido. Sentirás una sensación de alivio al hablar de tus fracasos y luchas. Hay una sensación de bienestar por no tener que volver a esconderse. Entonces, lo que vas a descubrir, con frecuencia, es que cuando eres honesto la gente te acepta y te perdona. Eso te hace sentir un poco liberado. Así que la confesión puede causar una sensación de alivio.

Arrepentimiento verdadero Sin embargo, la confesión sola no te va a cambiar. No es de eso de lo que se trata la confesión bíblica y el arrepentimiento. La confesión involucra reconocer el pecado y admitir que eres culpable. Sin excusas. Sin defender tu comportamiento. Sin racionalizar lo que has hecho. La confesión involucra decir la verdad acerca de tu pecado. El arrepentimiento continúa donde la confesión ha comenzado. El arrepentimiento requiere un reconocimiento de tu necesidad de piedad –

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necesitas que Dios haga lo que no puedes hacer por ti mismo. Necesitas que Dios limpie y cambie tu corazón. Arrepentirse involucra un profundo deseo de estar en orden con Dios – preocuparte más sobre cómo le ha afectado a él tu pecado que sobre la forma en que ha lastimado a otras personas. Ciertamente, tu pecado afecta a otras personas, pero en última instancia va en contra de Dios. Cuando Dios te otorga la gracia evangélica del arrepentimiento, te preocupa más cómo le ha afectado a Él tu pecado, de lo que te preocupa tu reputación, o lo que otros piensen de ti. Mientras camines más con Dios, verás más la verdad acerca del pecado en tu corazón, el cual produce pecados en tus pensamientos, palabras y acciones. Sin embargo, al mismo tiempo, el evangelio llegará a ser más precioso. El amor de Dios por ti no depende de tu bondad. Él conoce tu corazón. Él te conoce íntimamente. Antes que una palabra esté en tus labios, él ya la sabe toda. Sin embargo, todavía ha elegido prodigar gracia sobre ti. De manera que es su amor lo que le conduce a exponer tu pecado, a fin de que seas liberado. La oración tiene que ver con intimidad con Dios, conocer y ser conocido en una relación segura de amor. Cuando comprendes que Dios ha provisto un salvador, y que Jesucristo ha pagado por completo la deuda por tu pecado, eres liberado para ser honesto acerca de tu pecado. Jesucristo llevó tu culpa y quitó tu vergüenza al morir, en tu lugar, en la cruz. Cuando vayas ante Dios en confesión, que te brinde la gracia del arrepentimiento.

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STO SOLO OCURRIRÍA EN UN SUEÑO, pero prosigamos. Imagina que es agosto en el estado de Florida. Es sábado por la mañana. El nivel de humedad está en 95%. La temperatura ya va por

los 85ºF. Estás afuera, con el sol de media mañana quemándote, mientras terminas de cortar el césped. Sonríes, pensando, “Ah, esto es grandioso. Esta es exactamente la razón por la que me mudé a Florida”. Probablemente no lo sea. Estás empapado en sudor. Hay trozos de tierra y suciedad, arrojada por la cortadora de césped, que están por todas partes de tus zapatos y piernas. De pronto, una camioneta negra se atraviesa en tu entrada para autos y un par de hombres grandulones con vestimenta y lentes negros te invitan a que entres en la camioneta. Entonces, preguntas si primero te puedes ir a asear. Ellos responden, “No hay tiempo para eso. Entra”. No te dan ninguna explicación mientras te colocan en el asiento trasero. Luego de un corto trayecto, te dejan, con tu ropa, empapada de sudor, en una reunión con el presidente de los Estados Unidos. Las cámaras de televisión están grabando el evento. Observas que todos los demás están vestidos con trajes finamente confeccionados, mientras que tú estás con ropa sucia, vieja, sudada y de trabajo en el jardín.

Un corazón contrito y humillado

Capítulo 11

E

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¿Qué sentirías al pararte allí ante el presidente con tu ropa sucia, empapada en sudor y de trabajo en el jardín? A menos que seas muy poco común e informal respecto a la vida, te sentirías incómodo y apenado. Te sentirías avergonzado y fuera de lugar. De hecho, algo parecido le ocurrió al profeta del Antiguo Testamento, Isaías. En una visión, se vio a sí mismo parado delante del trono de Dios en el cielo. La manifestación de Dios que pudo contemplar fue deslumbrantemente preciosa. Dios estaba rodeado de aterradores ángeles, y había humo, como hubo también un terremoto.

“Entonces dije: ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos” (Isaías 6:5) .

Un hombre común, repentina y sorpresivamente se encuentra, parado ante Dios, en toda su majestad y santidad. Se sintió sucio, terriblemente incómodo y profundamente avergonzado. Cuando venimos a adorar un domingo en la mañana, nos reunimos en un cómodo salón, con aire acondicionado, con un grupo de personas que conocemos. Decimos estarnos reuniendo en la presencia de Dios para adorarle, pero no lo podemos ver, no podemos ver a esos aterradores ángeles alrededor de su trono. En lugar de eso, vemos a nuestros amigos sentados aquí y allá. La mayoría de los domingos en la mañana, en nuestra iglesia, la gente llega corriendo a última hora. Algunos, dan la impresión de acabar de salir de la cama. Otros, parecen un poco molestos porque llegaron tarde y se tuvieron que sentar más cerca del frente, pues las bancas traseras ya estaban ocupadas. La apariencia de sus rostros dice, “No puedo creer que alguien haya ocupado mi puesto. Todos saben que ese es mi sitio”. ¿Qué es lo que observas cuando entras al local donde tu iglesia adora? En los Estados Unidos la mayoría de los templos se parecen mucho a una sala

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de conciertos, o a un teatro, o a un salón de conferencias. Todos los asientos están dispuestos de frente a la tarima, o estrado. Siendo así, es fácil suponer que nosotros, los que estamos reunidos, somos la audiencia que observa a una cuantas personas haciendo un tipo de representación religiosa. Somos espectadores. Sin embargo, en la concepción bíblica – cada persona en la congregación es un actor. Los músicos y el pastor están allí para recordarte tu guión. El pastor te hace un llamado a adorar: “Vengan, vamos a adorar y postrarnos…”. Los músicos te invitan a responder a Dios entregando tus palabras para expresar alabanzas al Rey. Al predicar, el pastor te recuerda quién es el Rey y lo que significa pertenecerle, por la gracia de Dios. En las imágenes bíblicas, Dios, el Rey, es la audiencia. Él es quien observa mientras nosotros adoramos. Si has, realmente, entendido que te sientas, te pones de pie y te arrodillas en la presencia de Dios, cuando te reúnes para adorar con el pueblo de Dios, ¿cómo te hace sentir ese hecho? Pudiera ser que te sientas como si te presentaras a una entrevista con el presidente, con tus ropas de trabajar en el jardín, sucias, sudadas y malolientes. Pero, lo cierto es que el contraste es mucho mayor que ese. Dios es infinitamente santo. Es absolutamente omnisciente. Ninguna palabra que hayas dicho esta semana, nada que hayas hecho, ni un pensamiento, ni deseo, ni actitud que hayas observado, la semana pasada, le es desconocida, o no la ha visto. Ante él estamos completamente desnudos. No pienses que puedes esconder algo de Dios. Es imposible. No sorprende, que en las más antiguas tradiciones de la iglesia, la adoración comenzara con la confesión personal de pecados. La Didache (un documento que no está en el Nuevo Testamento, pero que data del primer siglo, da instrucciones a la iglesia en base a las enseñanzas apostólicas) tiene escrito este renglón: “En la iglesia confiesa tus pecados y no vengas a la oración con una conciencia culpable” (Didache 4:14).

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Lo que necesitas ¿Qué es lo que más necesita un pecador, como tu, cuando se presenta delante de Dios? Necesitas un salvador. Allí es donde la adoración nos debe llevar: hay un salvador para los pecadores, Dios perdona a aquellos que vienen a él en arrepentimiento y fe. Dios no nos trata como lo merecemos, a causa de nuestro pecado, ni nos retribuye conforme a nuestra iniquidad. En su amor, nos ha mostrado gracia y misericordia. Es por esa razón que algunas de las cartas del Nuevo Testamento comienzan así: “Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (2 Corintios 1:2). Antes de decir cualquier otra cosa más, necesitamos saber que Dios nos perdona y nos da la bienvenida. Hay un tipo de flujo, del evangelio, hacia el servicio de adoración. De algunas maneras, un servicio de adoración es un tipo de recreación del evangelio. Va de la confesión de pecados a un recordatorio del perdón. Luego, se mueve a la alabanza y acción de gracias. Cuando te ha sido asegurado el perdón de tus pecados, el resultado debería ser expresiones gozosas de acción de gracias y alabanza, una nueva disposición a escuchar a Dios hablándote a través de su Palabra y un renovado compromiso de entregarle tu vida a él en obediente servicio. Solo Dios puede perdonar pecados y, para aquellos que saben que son pecadores, este es el punto inicial de la adoración. Dios ama la verdad, de modo que si vamos a adorarle honestamente, si vamos a entonar himnos y cantos que hablen del amor hacia Dios y la devoción que le debemos, necesitamos comenzar siendo honestos acerca del pecado que está allí, en nuestros corazones. Si le vas a pedir a Dios que perdone tus pecados, necesitas estar consciente de cuál es tu pecado. Necesitas ser específico: ¿qué es exactamente lo que necesitas que Dios te perdone? ¿En qué forma has pecado contra él? Como pudimos ver en el capítulo anterior, el rey David había sido llevado,

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repentinamente, a una avasallante concienciación de cuán profundamente había ofendido a Dios con su pecado. A medida que empieza a derramar su corazón delante de Dios en el Salmo 51, hay una intensa concienciación de lo que su pecado merecía. David no le dirigió a Dios una oración general de confesión (“Por favor perdóname si he pecado”). Él fue honesto en relación a su pecado. Probablemente ha habido personas que se han disculpado contigo en una forma muy general: “Si te he ofendido, lo siento”. “Siento mucho, sea lo que sea que haya hecho, que te molestó”. Eso no es muy útil. Si alguien viene a ti para pedirte perdón quieres que sea específico contigo. Tú quieres saber que ellos entienden específicamente lo que fue ofensivo o hiriente y, por el bien de nuestras propias almas, necesitamos aprender a arrepentirnos de “pecados particulares, en forma particular”. David era culpable de adulterio, asesinato y encubrimiento de su escandaloso pecado. A través del profeta Natán Dios le dijo a David, “Has menospreciado mi palabra…me has menospreciado…me has desdeñado por completo”. David no se defendió. No dio excusas. Puedes ver lo cierto de la afirmación bíblica de que David era un hombre conforme el corazón de Dios por la manera en que respondió: estaba contrito, es decir, estaba genuinamente dolido por su pecado. No estaba solo dolido por haber sido encontrado y expuesto, sino también por lo que su pecado había causado a Dios. En el caso de David, su pecado fue público. Su confesión necesitaba ser pública por el propio bienestar espiritual de David y para enseñarle a otros acerca de la gracia de Dios. También puedes ver en el Salmo 51 un arrepentimiento genuino. David se volvió, de su pecado, hacia Dios. Más que nada, él quería ser restaurado a una relación correcta con Dios. Su arrepentimiento puso en claro que no tenía el poder, en sí mismo, para cambiar su corazón. Él vino ante Dios en una actitud de dependencia y le pidió a DIOS que cambiara su corazón.

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La oración de David Veamos las palabras que David usó en su oración. Nota, en primer lugar las palabras que usó para describir el PECADO:

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones.Lávame por completo de mi maldad,y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis transgresiones,y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti sólo he pecado,y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas” (Salmo 51:1-4).

Esa es toda una lista: transgresiones, iniquidad, pecado, maldad. Para entender lo que él está diciendo, necesitamos definir esas palabras. Una transgresión es la violación de una regla, o normativa, que se ha hecho a sabiendas, no por casualidad. David hizo lo que sabía estaba mal. Traspasó un límite moral sabiendo que Dios lo había establecido claramente. La palabra iniquidad, significa torcer o doblar algo que está recto, o desviar de un patrón. Pecado significa, quedarse corto, no alcanzar, o errar el blanco. El pecado es una ofensa que descalifica. Es un término relacional, es una ofensa contra alguien con quien tienes una relación, en última instancia, contra Dios. Malo, es un término que la mayoría de nosotros raramente usa para describir nuestras acciones, pensamientos o deseos. No nos gusta pensar de lo que decimos, o hacemos, como algo que es malo. Que algo sea malo significa que está desprovisto de la cualidad de bueno – es algo injusto.

Súplica por piedad David está parado al fondo de un agujero, cavado por sus propias decisio-

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nes, mirando hacia arriba y viendo su necesidad de Dios en una forma en que alguien que no ve su pecado nunca podría entender. Entonces, le suplica a Dios, “Ten piedad”. Le está pidiendo a Dios que le demuestre una aceptación que no tiene el derecho de pedir o pretender. Cuando pide piedad está apelando al carácter de Dios, “conforme a tu misericordia”. Él sabe que Dios está lleno de un amor a toda prueba. David clama por “abundante piedad”. La piedad de Dios es más que compasión por alguien que está herido. Dios muestra su compasión hasta para personas que le escupen en su rostro. Al clamar por piedad, David está admitiendo sus crímenes y reconociendo el castigo que merece. No puede exigir perdón de parte de Dios. Solo puede suplicar. Observa las peticiones que él usa al pedirle a Dios que lo perdone: “purifícame, lávame, borra mis transgresiones”. El pecado merece castigo – es un asunto legal, o judicial. Una norma se ha violado, las leyes han sido rotas. Sabiendo su culpa, David pide piedad. Pero, el pecado también mancha al corazón humano, por eso encontramos a David pidiendo limpieza, un lavamiento interno de modo que pueda alabar y adorar al Señor. El pecado también interrumpe una relación, de manera que David le pide a Dios que borre sus transgresiones y restaure una relación correcta. Su conciencia de culpa es como las ropas sucias, así que le pide a Dios que lave su conciencia: lávame por completo. Cuando te hallas, realmente, contrito ante Dios, no sacas tu historial de buenas obras como una especie de compensación del peso de la culpa presente. No le dices a Dios, “Sé que lo que hice está mal, pero quiero recordarte todas las cosas buenas que he hecho”. Además, una persona contrita no culpa a otros por haber tenido parte en su pecado. David no dice nada, acerca de Betsabé, en su oración. ¿Cuánta culpa tuvo ella en todo esto? Cuando leemos acerca de David viéndola bañarse, enviando a un mensajero para que se la traiga y luego adulterando con ella, no encontramos ni una evidencia de que Betsabé le haya dicho que no a David. Hasta donde sabemos, ella no se rehusó a venir cuando el siervo

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llegó para invitarla a que se encontrara con el rey. Ella no intentó decirle a su esposo, cuando tuvo la oportunidad, lo que había sucedido. Dio la impresión de cooperar en el intento de David por encubrir su embarazo. No estoy culpando a Betsabé. En ese momento y lugar, se debe haber sentido impotente para negarse al rey. Solo estoy señalando que David no la culpa para nada en su oración. Él habla de su propio pecado, no del de ella. Él lo hace en primera persona: “Yo sé, mi pecado, delante de mí”. Debido a que el pecado, por definición, implica que una norma ha sido violada – una norma de Dios – todo pecado es, en última instancia, contra Dios, aunque involucre y afecte a otros. Además, solo Dios puede juzgar y perdonar pecados.

La confesión de David En el capítulo anterior observamos los comienzos de la confesión de David. Vamos a considerar el resto de la misma.

“He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría” (Salmo 51:5-6).

David no está culpando a sus padres, o diciendo que había algo pecaminoso en la forma que había sido concebido. No dice que su madre era una pecadora. Está admitiendo su propia impotencia moral. Nació como un pecador. Desde una temprana edad estuvo consciente de lo bueno y lo malo. Sin embargo, desde el momento de su concepción había tenido un corazón pecaminoso. La confesión involucra ser honesto delante de Dios. Esta es la verdad: nacemos con una naturaleza pecaminosa que nos conduce, inevitablemente, a decisiones pecaminosas. Dios ha incorporado dentro de todos nosotros un sentido básico de lo bueno y lo malo. Sin embargo, escogemos violar nuestras propias conciencias.

“Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que

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la nieve” (Salmo 51:7).

“Purifícame con hisopo” es una alusión a los rituales de lavamientos del Antiguo Testamento. Un sacerdote sumergía una rama de la planta de hisopo, en agua (o a veces en sangre) y rociaba el agua sobre la gente en señal de limpieza. El pecado de David lo hizo inmundo e impuro delante de Dios. Él está pidiendo tanto, perdón por su pecado, como limpieza de la mancha del pecado. Los rituales de expiación en el Antiguo Testamento anticipaban el sacrificio que Jesús haría sobre la cruz. Así, el Nuevo Testamento recoge el simbolismo del lavamiento sacerdotal del pecado mediante el rociamiento de sangre:

“Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, por un camino nuevo y vivo que El inauguró para nosotros por medio del velo, es decir, su carne, y puesto que tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura” (Hebreos 10: 19-22).

Como un creyente, de la época del Antiguo Testamento, David no sabía cómo llevaría a cabo Dios la expiación a través del sacrificio sustitutivo de su propio Hijo. Sin embargo, está expresando su fe en la obra expiatoria de Dios: “lávame así y seré limpio”.

“Hazme oír gozo y alegría; que se regocijen los huesos que has quebran-tado” (Salmo 51:8).

El Día de la Expiación, el sumo sacerdote imponía sus manos sobre un macho cabrío y confesaba los pecados de Israel transfiriendo, simbólicamente, los pecados de Israel al “chivo expiatorio”. Luego, el macho cabrío era llevado fuera, al desierto, lejos del campamento del pueblo de Israel. En el simbolismo visual, Dios enseñó a su pueblo que sus pecados serían colocados

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sobre un sustituto y llevados lejos de la presencia de Dios. Entonces, el sacerdote tomaba la sangre de un segundo macho cabrío y la llevaba al lugar más santo en el tabernáculo y rociaba la sangre sobre el propiciatorio. La gente no podía ver el propiciatorio ya que solo se le permitía al Sumo Sacerdote entrar en esa parte del tabernáculo (y, más tarde, del templo). Sin embargo, este simbolismo les enseñó a entender la forma en que Dios salva. Nosotros merecemos morir, a causa de nuestro pecado. Se le debe hacer un pago a Dios, por el pecado, ya que él no tomará parte en ninguna injusticia. Sería injusto que se pasara por alto nuestro pecado como si no fuéramos culpables. Sin embargo, Dios acepta la muerte de un sustituto en nuestro lugar. Cuando el sacerdote rociaba la sangre sobre el propiciatorio, la sangre se interponía entre Dios y el pecador. En base a que Dios aceptaba la sangre de la expiación, el sacerdote podía declarar perdón. Aquellos quienes, en fe, buscaban a Dios para obtener perdón podían saber que habían sido perdonados y aceptados. Cuando sabes que eres culpable, y que mereces ser castigado por tus pecados y entonces escuchas la declaración de perdón, dada por Dios, la respuesta es gozo y alegría. David hace alusión a la obra expiatoria de Dios cuando dice, “Hazme oír gozo y alegría; que se regocijen los huesos que has quebrantado”. Lo que está queriendo decir es, “Hazme oír palabras de perdón y que yo sepa que no seré legalmente aplastado por mi pecado”.

Una relación restaurada

“Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades” (Salmo 51:9).

La preocupación de David no es solo escapar del castigo que merecía. También se preocupaba por lo que su pecado había causado respecto a su relación con Dios. No quería que nada se interpusiera entre él y Dios. Si Dios

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no se apartaba de los pecados de David, y los colocaba detrás de él, el pecado de David seguiría estropeando su relación con Dios. Si le digo a mi esposa algo que hiera sus sentimientos, ella no deja, de repente, de ser mi esposa. Ella no deja de amarme. Sin embargo, si no voy donde ella y reconozco lo malo que he hecho, ello lastima nuestra relación. No me puedo sentir próximo a mi esposa, ni esperar que ella se sienta próxima a mí si no estoy dispuesto a buscar su perdón y ser reconciliado. Dios no deja de ser tu Padre cuando pecas. No pierdes tu condición como hijo adoptivo de Dios. Sin embargo, no te vas a sentir cercano a Dios cuando te aferras al pecado pues te va a distanciar de Dios. Siendo así, David le pide a Dios que borre sus iniquidades. Que no haya nada que estropee su cercanía a Dios. El arrepentimiento honesto se interesa por la restauración de una relación abierta y cercana con Dios, no solo por lo que otras personas puedan pensar de ti si supieran en qué forma pecaste.

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10).

Este es el punto donde el arrepentimiento se diferencia de, simplemente, confesar tu pecado. El profeta Natán le había dicho a David que Dios había perdonado su pecado y que no iba a morir, como lo merecía, a causa de su pecado. Sin embargo, el solo escuchar un anuncio de perdón no era suficiente para limpiar su conciencia profundamente manchada. Él necesitaba, de parte de Dios, gracia espiritual interior para creer que Dios lo aceptaba porque la culpa del pecado había sido puesta de lado. Necesitaba la gracia para creer que Dios lo había perdonado. De tal manera, él pide una transformación interna. Le pide a Dios que le otorgue un corazón cambiado y un espíritu recto. Las personas que confiesan sus pecados pueden contentarse con solo experimentar una sensación de alivio. Se siente bien cuando uno ya no

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tiene que esconder más los fracasos. Sin embargo, una persona arrepentida reconoce su debilidad e incapacidad para cambiar. Una persona arrepentida sabe que necesita a Dios para que cambie su corazón. David pide, “Crea en mi un corazón limpio…”. Si no estás seguro que Dios te ha limpiado de la contaminación del pecado, que ha lavado la suciedad, todavía te vas a sentir sucio. Seguirás inquieto con tu fracaso y tu pecado será el que te determine. Si tu pecado sigue determinando quién eres, ello probablemente producirá fracasos repetidos. Dios es el creador. Nosotros no podemos crear un corazón limpio dentro de nosotros mismos, pero Dios sí puede. Él puede hacer lo que nosotros no somos capaces de hacer por nosotros mismos. “…y renueva un espíritu recto dentro de mi”. Un espíritu recto significa una actitud interna que sea firme en su propósito, en vez de un espíritu terco y rebelde. David no le está pidiendo a Dios que le otorgue el regalo de la salvación (la regeneración – un nuevo corazón). Con su actitud de arrepentimiento se hace evidente que Dios ha regenerado su corazón. En su lugar, le está pidiendo a Dios que restaure el tipo de aptitud inquebrantable que una vez tuvo.

Intimidad con Dios

“No me eches de tu presencia, y no quites de mí tu santo Espíritu” (Salmo 51:11).

En el mundo antiguo, ser echado de la presencia del rey significaba quedar desterrado del reino por haber desagradado al rey. Para David, ser echado de la presencia de Dios significaría que su relación con Dios había terminado. Si Dios lo hubiera echado de su presencia no estaríamos hablando sobre este Salmo. Pero, ¿qué es la presencia de Dios? En un sentido, todo ser humano vive cada momento de su vida en la presencia de Dios. Esa es una realidad

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inexorable. Sin embargo, para la gente en tiempos de David, la presencia de Dios estaba ubicada en el tabernáculo. En la historia del Éxodo, cuando se terminó el tabernáculo, la gloria de Dios apareció y se instaló en forma visible sobre el tabernáculo. La gloriosa nube que iba delante del pueblo se instaló sobre el tabernáculo. Eso quería decir que la presencia de Dios estaba en medio de su pueblo. Para David, ser echado de la presencia de Dios hubiera significado ser enviado fuera de Jerusalén, lejos del tabernáculo, ya no ser bienvenido delante de Dios para adorar. Cuando Dios le mostró a David su pecado, la mayor preocupación de David fue que pudiera perder la cercanía de su relación con Dios la cual él anhelaba más que cualquier otra cosa. Esa es la actitud de un pecador arrepentido – no simplemente evitar el castigo, sino tener un corazón quebrantado por lo que se ha causado a la relación con Dios. Hay, en este Salmo, una intimidad con Dios que aparece en pocos salmos. Cualquiera que fuere el castigo temporal, como consecuencia de su pecado, David le está pidiendo a Dios que le mantenga cerca del lugar donde la presencia de Dios habitaba con su pueblo. “…y no quites de mi tu Santo Espíritu”. La posibilidad de que Dios quitara de David al Espíritu Santo no significaba quitarle la salvación a David. Cuando David fue ungido como rey, el Espíritu de Dios lo apartó para ese llamado y lo empoderó para esa tarea. De manera que, David está pidiendo que Dios no quite ese espíritu empoderado que le hizo rey. Pedir, “No quites de mi” implica que Dios no lo había hecho. Cuando el rey Saúl pecó, Dios quitó de él ese poder de la unción. Cuando Sansón pecó, Dios le quitó su fuerza. David le pide a Dios que, en su caso, no haga eso.

Un espíritu dispuesto

“Restitúyeme el gozo de tu salvación, y sostenme con tu espíritu de poder” (Salmo 51:12).

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Si David va a continuar como rey, con todos los efectos secundarios que resultarían de este pecado público, necesita un espíritu dispuesto, un tipo de fortaleza que provenga de Dios para mantener el gozo en la gracia de Dios. Él quería un espíritu obsecuente – no estar forzado a absorberlo y llevarlo, como rey – sino de regocijo en el llamado, un deseo por el mismo, y una disposición para servir a Dios en ese posición. Lo que necesitamos cuando nos arrepentimos de nuestro pecado es un espíritu dispuesto a hacer lo que Dios ordene. No podemos producir ese tipo de espíritu dispuesto por nuestra propia decisión y determinación. Necesitamos que Dios nos dé ese corazón dispuesto. El arrepentimiento involucra una toma de conciencia de nuestra propia incapacidad para hacer lo que sabemos que Dios ordena. Todas nuestras decisiones, y determinación, de ser mejores fracasarán. Necesitamos que Dios continúe suscitando un deseo por obedecerle.

“Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de delitos de sangre, oh Dios, Dios de mi salvación; entonces mi lengua cantará con gozo tu justicia. Abre mis labios, oh Señor, para que mi boca anuncie tu alabanza” (Salmo 51:13-15).

Al principio estas palabras parecen fuera de lugar en una oración de confesión y arrepentimiento. David es el gran transgresor. Sin embargo, está hablando sobre enseñarles a otros transgresores acerca de los caminos de Dios y de ayudar a los pecadores a volverse a Dios. ¿Por qué habla él acerca de enseñarle a otros los caminos de Dios? Una persona verdaderamente arrepentida se preocupa más por la reputación de Dios que por la suya propia. Una persona arrepentida no está absorta en sí misma ni preocupada por lo que otras personas vayan a pensar de él si supieran acerca de su pecado. Está preocupada por la gloria de Dios. Habiéndosele perdonado mucho, David tenía algo que ofrecer a otras personas que habían caído en pecado y anhelaban ser perdonadas. Si Dios

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pudo perdonar a David por su adulterio y asesinato, ¿cuánto más no podría perdonar los pecados de otras personas?

“Porque no te deleitas en sacrificio, de lo contrario yo lo ofrecería; no te agrada el holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás” (Salmo 51:16-17).

Generalmente pensamos de alguien con un espíritu quebrantado como una persona que ha perdido toda la energía y vitalidad para vivir. Quebrar el espíritu de un caballo es someterlo, es quebrar su estado salvaje para que pueda ser montado. David está diciendo que toda su disposición se ha humillado bajo la poderosa mano de Dios. Un espíritu humilde está presente en alguien que sabe de su indefensión sin la gracia de Dios. Una persona con un corazón quebrantado y contrito es lo opuesto a una persona autosuficiente, dura de corazón.

“Haz bien con tu benevolencia a Sion; edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto y el sacrificio perfecto; entonces se ofrecerán novillos sobre tu altar” (Salmo 51:18-19).

Nuevamente, la preocupación de David es la reputación y gloria de Dios. Si Jerusalén florece, aumenta su influencia en el mundo, lo cual trae mayor gloria a Dios. Ese es el deseo de una persona cuyo corazón se ha vuelto tierno para con Dios por causa de la gracia de Dios.

Encuentra piedad Cuando oyes a gente que hace confesión de algún fracaso o pecado, con frecuencia parece que todo es un espectáculo egoísta: “(Yo) Quiero sentirme mejor. (Yo) Quiero alivio. (Yo) Quiero que mi reputación sea restaurada”. David estaba más interesado en la gloria de Dios. David sabía que su pecado había dado ocasión para que los enemigos de Dios se burlaran de él y lo

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blasfemaran. Eso quebrantó su corazón. Cuando tú amas a alguien egoístamente te centras en lo que esa persona pueda hacer por ti. Cuando amas bien a alguien, quieres lo que sea mejor para esa persona. El amor de David por Dios es evidente debido a su anhelo porque el nombre de Dios fuese honrado y glorificado, a pesar del daño que él le había causado a la reputación de Dios. Cuando eres consciente de la profundidad de tu pecado, sabes lo que es estar de pie delante de Dios, en su aterradora santidad, y sentirte avergonzado e impuro. Lo que más necesitas, cuando eres consciente de tu pecado, es un Salvador. Necesitas saber que Jesucristo ha cruzado la brecha que te separa, como pecador, de Dios, en su santidad. Necesitas saber que él llevó el castigo que tu pecado merecía y cargó, en tu lugar, con la ira justa de Dios para que fueras limpio, purificado, lavado y rociado. Jesús contó la historia de dos hombres que fueron al templo, para orar. Uno le dijo a Dios todas las cosas buenas que había hecho y por qué era digno de su amor. El otro, solo pudo decir, “Dios, ten piedad de mí que soy un pecador”. Jesucristo dijo que son los pecadores quienes hallan piedad – aquellos que son honestos acerca de lo que hay en sus corazones, honestos acerca de su culpabilidad, transgresiones y pecados. Son los pecadores, que vienen a Dios pidiendo piedad, los que encuentran justificación ante Dios. Cuando sabes que se te ha perdonado mucho, el amor hacia Dios aumenta grandemente y la alabanza a Dios se vuelve más gozosa. El arrepentimiento es una gracia del evangelio. No quiere decir que haya que encogerse de vergüenza y culpabilidad. Significa que hay que correr hacia Dios por su gracia y para encontrar paz con él a través de nuestro Señor Jesucristo. Mientras más te guíe Dios, en su gracia, a ver tu pecado y arrepentirte del mismo, será mayor tu comprensión de lo que Jesucristo ha hecho por ti, y eso significa que el asombro, el gozo y la gratitud crecerán al arrepentirte y creer en el evangelio una y otra vez. ¡Que Dios haga de nosotros gente arrepentida!

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A TENTACIÓN es algo que todos nosotros enfrentamos de una manera u otra. Nos vemos tentados a hacer lo que Dios prohíbe o elegimos alguna forma de vida que no está en

armonía con los mandamientos de Dios. Jesús nos recuerda que pidamos a Dios que nos preserve cuando nos enfrentamos a la tentación y que nos proteja del mal. Pero, ¿qué experimentaste cuando pediste a Dios que quitara una cierta tentación de tu vida? ¿Desapareció simplemente esa tentación? Dios puede ciertamente quitar una tentación de tu vida, pero a menudo no lo hace. ¿Por qué no? ¿Por qué Dios no nos libera de la tentación, sobre todo si es en un área donde hemos luchado –y fracasado– a menudo? Se podría pensar que, al eliminar la tentación de tu vida para no tener que luchar con ella, te haría más piadoso. Y ¿no quisiera Dios que creciéramos en santidad? Es difícil entender que Dios podría saber mejor que tú lo que traerá mayor crecimiento en tu vida. Si no lucharas con la tentación, tuvieras decepciones, y preguntas acerca de lo que Dios está haciendo, ¿cómo vas a aprender a depender de él más, en vez de usar tu propia fuerza de voluntad y determi-

“No nos metas en tentación, mas líbranos del mal…”

PARTE VI

L

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nación? Dios sabe lo que necesitamos para aprender a depender de él. El Salmo 62 nos anima a derramar nuestros corazones a Dios y descansar en él, en lugar de confiar en los métodos humanos, la determinación o el ingenio. ¿Puedes confiar en Dios, incluso cuando entiendes lo que él está haciendo en tu vida? Los tiempos de algún tipo de prueba son también oportunidades que podrían tentarte a rechazar lo que Dios dice sobre su bondad y sabiduría. Descansar en Dios no es algo que sucede meramente al tratar tú solo de controlar tu ansiedad. Cambiar tu corazón no es tan fácil como esforzarse más para hacer lo correcto. No puedes cambiar tu corazón inquieto por pura fuerza de voluntad. Es por eso que la oración dependiente es tan importante.

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ACE UNOS AÑOS TUVE la oportunidad de viajar a Alaska para pasar un par de semanas pescando y visitando lugares de interés. Un amigo de muchos años posee un campamento

de pesca y me había invitado a pasar una semana con él en su alojamiento. Mientras viajaba, pensé que sería divertido que mi esposa se me uniera durante una semana, después de mi viaje de pesca, para visitar el Parque Nacional Denali, Seward y otros lugares turísticos. Estuve a punto de perder mi vuelo de conexión hacia el lugar de pesca. Mi primer vuelo se retrasó un par de horas para salir de Orlando, a causa de tormentas eléctricas. Por esa demora, perdí mi vuelo de conexión en Houston, pero, por fin, pude irme en el último vuelo que salió a Seattle, a donde llegué a las 2:00 a.m. Para entonces, ya había perdido mi vuelo de Seattle a Anchorage, sin embargo pude entrar en una lista de espera para el vuelo de las 5:00 a.m. Traté de dormir en el piso del aeropuerto, pero cada quince minutos me recordaban que no debía dejar mi equipaje descuidado. Pude irme en el primer vuelo que salía y apenas el avión aterrizó en Anchorage llamé al pequeño avión, al cual se suponía que debía llegar, para viajar al alojamiento de mi amigo. Llamé justo a tiempo. El avión ya estaba

Solamente Dios

Capítulo 12

H

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cargado y se estaba preparando para partir, sin embargo me esperaron. Si hubiera perdido ese vuelo, hubiera tenido que hacer arreglos para viajar al alojamiento (a casi 400 kilómetros al oeste de Anchorage) por cuenta propia. Durante tres días disfruté de la pesca, con mi amigo y sus invitados, en el aislado campamento al lado de un hermoso río de Alaska. Sin embargo, la tercera noche fue otra noche de insomnio. Después de una hora de haberme acostado, me desperté con un fortísimo dolor. Parecía como que alguien me estuviera introduciendo un cuchillo en la espalda. Pensé que, a lo mejor la comida me había intoxicado y me las arreglé para esperar hasta la mañana para pedir ayuda. Me encontraba a unos 400 kilómetros del hospital más cercano, en un área en la cual no había carreteras. El yerno de mi amigo es un piloto de avioneta y acordó en llevarme de regreso a Anchorage en uno de los pequeños aviones. Llegamos cerca de Anchorage, pero tuvimos que devolvernos debido a un techo de nubes bajas – esos pequeños aviones tienen limitaciones y no cuentan con los instrumentos para ese tipo de vuelos. Él me llevó en el avión a un aeropuerto cercano y allí compré un pasaje para un vuelo en un avión más grande. Finalmente, llegué a Anchorage, alquilé un carro en el aeropuerto y me fui manejando hasta llegar a la sala de emergencia del hospital más próximo. Allí los médicos confirmaron mi sospecha: tenía un cálculo renal. Me enviaron a un hotel hasta que se me pasara el dolor, pero no se me pasó. Mi esposa había planificado llegar a Anchorage para que viajáramos durante una semana, y yo me encontraba viviendo de una pastilla para el dolor a la próxima. Cuando ella llegó, tratamos de ir, conduciendo el carro, hasta el Parque Nacional Denali, y de allí a la posada donde ya teníamos hecha una reservación. Sin embargo, el dolor que me causó haber viajado en el carro fue demasiado para mí. Tuvimos que detenernos y encontrar un lugar donde quedarnos. Las vacaciones que había esperado, durante tantos meses, y planeado

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tan meticulosamente, se arruinaron por una minúscula piedrita. Por último, tuvimos que regresar al hospital para que me operaran y me sacaran la piedra de modo que pudiera regresar a casa por avión. Yo creo que Dios es soberano y que nada de lo que ocurre en mi vida ocurre por casualidad, o fuera de su control. Algunas veces, el creer esto causa frustración. Dios pudo haber evitado todos estos problemas y dolor, pero no lo hizo. ¿Era realmente necesario que Dios dejara que yo tuviera un cálculo renal, en ese momento y lugar? ¿Por qué no un par de semanas después, cuando ya hubiera estado en casa? Yo había esperado esas vacaciones por largo tiempo. Las había planeado con mucho esmero. Esperaba disfrutar de Alaska con Margaret. Pero, en vez de eso tuve que dormir mucho (gracias a las pastillas para el dolor) y salir a ver los lugares de interés solo en breves arranques bajo el efecto de mareos. Probablemente hayas tenido semanas como esa. Probablemente haya habido momentos en los que la única manera en que pensabas orar era: “Señor, ¿fue esto realmente necesario? ¿Qué propósito bueno hay en estas cosas molestosas?”. Pudiera ser que el día de hoy digas cientos, o quizás miles de palabras en voz alta. Sin embargo, eso es nada en comparación con el flujo de palabras en tu mente y corazón. En tu mente hay un flujo incesante de palabras y pensamientos: “Señor, ¿por qué dejarías que esto me ocurriera? ¿O, por qué experimento tantas decepciones y tanta frustración? ¿Por qué, los planes que hago no funcionan como lo esperaba?”. Todas estas preguntas mariposean en tu mente. ¿Qué conversaciones están ocurriendo en tu alma? ¿Está todo, en tu interior, bullicioso o quieto? Cuando apagas la televisión o el reproductor de CD, o la computadora; cuando vas manejando, a algún sitio, en silencio, sin música ni alguien hablando en la radio; cuando realmente estás en quietud, ¿qué palabras fluyen a través de tu mente?

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Abuso de poder Nadie está completamente seguro sobre cuándo fue escrito el Salmo 62 o, qué circunstancias en la vida de David encajan en este salmo. David era rey de Israel, unos tres mil años atrás, sin embargo sabemos bastante acerca de él. David era el hijo menor de un hombre llamado Isaí. Fue ungido, para ser rey, por el profeta Samuel, durante el reinado de Saúl. David soportó una tormentosa relación con Saúl, quien lo tomó como un hijo pero luego, dio un vuelco, e intentó matarlo en varias oportunidades. David tuvo que escond-erse, como un prófugo. Vivió huyendo, junto a su creciente banda de hombres (todos ellos prófugos, a los ojos de Saúl), moviéndose de una cueva a otra. Después de muchos años de vivir huyendo, Saúl murió en una batalla y David ascendió al trono, desde donde gobernó bien. Su reinado es recordado como la edad dorada en la historia judía. Las cosas marchaban bien para David, hasta el episodio con Betsabé. Desde un terrado, David la vio bañándose y usó su poder real para que se la trajeran. Luego, una cosa condujo a la otra, y ella salió encinta. Para encubrir su relación adúltera con ella, hizo que mataran a su esposo. Después, confrontado por el profeta Natán, David reconoció su pecado y llegó a arrepentirse verdaderamente. Dios perdonó su pecado. Sin embargo, los problemas acosaron a su familia durante el resto de su vida. Sus últimos años presenciaron un intento de golpe de estado, causado por su hijo Absalón, la violación de su hija, por otro de sus hijos, y la creciente amenaza de división en su reino.

Calma entre tormentas El intento de Absalón por derrocar a David como rey pudiera ser el trasfondo del Salmo 62. Pero para captar el corazón de este salmo, no necesitas saber qué fue lo que motivó al escritor a manuscribir estas palabras. Lo que

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él dice aquí es lo que todos nosotros experimentamos en diferentes épocas de nuestras vidas. Solo piensa, en un momento en el que hayas estado inquieto. Piensa, en un momento en el que problemas inesperados golpearon tu vida. Piensa, en un momento en el que parecía que todos estaban en tu contra. Ahora, reflexiona en este salmo y lo que dice acerca de la oración.

“En Dios solamente espera en silencio mi alma; de El viene mi salvación. Sólo El es mi roca y mi salvación, mi baluarte, nunca seré sacudido” (Salmo 62:1-2).

Esperar en silencio quiere decir tener quietud interior, estar en paz. ¿No sería agradable experimentar ese tipo de paz interior verdadera, al menos de vez en cuando? Lo que dice David en este corto salmo no es una posibilidad teórica. Él dice que había aprendido a vivir así. Además, lo que él está describiendo no es como el tipo de paz que enseña el budismo a la gente, para que la persiga: “Lo que estás experimentando no es real, es una ilusión. El budismo te dice que el dolor es una ilusión y que necesitas meditar y vaciar tu mente de todos estos temores y dolores que estás sintiendo”. En ese instante de la vida de David, esperar en silencio ante Dios no significaba que no tenía presiones, conflictos, o problemas, y que todo estaba en paz. Sus enemigos estaban divulgando mentiras acerca de él (v. 4) y conspirando para derribarlo. Esa es una situación muy estresante. La quietud interna que él describe es algo que había experimentado en medio de todo tipo de circunstancias, relaciones y problemas. Él no halló la paz tratando de vaciar su mente para pretender que no había problemas. Era una entereza aprendida. No era solamente un sentimiento que le sobrevenía. Era algo que había aprendido, algo que había elegido. Él eligió responderle a la vida en una forma que impidiera, a las palabras e imágenes internas, tomar control de sus sentimientos y acciones. Cuando entonamos este salmo en nuestros servicios de adoración,

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decimos: “Halla mi alma descanso solo en Dios”. Literalmente David dice: “En Dios solamente espera en silencio mi alma”. A través de todos los altibajos de su vida David conoció a Dios. Por ejemplo, considere lo que está descrito en 1 Samuel 30:

“Mientras David y sus hombres estaban en una incursión, los amalecitas habían asaltado sus hogares y se llevaron a sus esposa e hijos como cautivos.

“Y David estaba muy angustiado porque la gente hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba amargado, cada uno a causa de sus hijos y de sus hijas. Mas David se fortaleció en el Señor su Dios”.

Las circunstancias de esa situación dejaron a los hombres de David al borde de la desesperación. Estaban casi abrumados con aflicción y amargos sentimientos de decepción. Sin embargo, David fue capaz de encontrar reposo y fortaleza en Dios. Había aprendido cómo silenciar su mente y corazón ante Dios, aun en circunstancias dolorosas y difíciles. Regresando al Salmo 62, verso 3:

“¿Hasta cuándo atacaréis a un hombre, vosotros todos, para derribarlo, como pared inclinada, como cerca que se tambalea?”.

Mientras me encontraba haciendo pesquisas por internet, de las palabras de una canción, fui al sitio de YouTube para encontrar la letra y escuchar la canción. Debajo de la letra había un diálogo de respuestas a la canción. La respuesta de un hombre estaba llena de palabras vehementes, grotescas y cargadas de odio en contra de los cristianos. Me sorprendió que alguien que pretendía no creer en Dios, en primer lugar se tomara la molestia de escupir tal odio hacia Dios en respuesta a una canción cristiana. ¿Por qué se había tomado la molestia de leer la letra de una canción cristiana si tenía opiniones tan firmes en contra del cristianismo? Pero, allí estaba – se sintió impulsado a escribir comentario tras comentario contra el cristianismo.

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Pudiera ser que David hubiese estado pensando en quienes se le oponían, como un triste hombre derrochando su odio a los cristianos en YouTube. Pudiera ser que él haya estado queriendo decir que son como una pared inclinada o una cerca tambaleante sobre ellos o David. (Esa pudiera ser la burla lanzada en su contra cuando fue obligado a huir, para salvar su vida, de su propio hijo, Absalón).

Verso 4: “Solamente consultan para derribarlo de su eminencia;en la falsedad se deleitan; bendicen con la boca, pero por dentro maldicen (Selah)”.

Generalmente, pasamos por alta esa palabra, Selah, como si fuera un signo de puntuación hebreo, un punto al final de la frase. De hecho, es una palabra de instrucción para la persona que estuviera cantando este salmo. Significa, “Detente y piensa acerca de esto. Has una pausa larga”. Si David quiere decir que sus enemigos son como una cerca tambaleante que está a punto de derrumbarse, está diciendo que ellos parecen fuertes y sólidos, pero que su destrucción se acerca. ¡Reflexiona sobre esta verdad! Aquellos enemigos que se te oponen y que parecen tan Fuertes y peligrosos, son realmente como una débil pared que está a punto de desplomarse. El gran predicador inglés, C.H. Spurgeon, interpretaba el verso 3 como una descripción de lo que estaba a punto de sucederle a los enemigos de David, y a nuestros enemigos: “ellos se tambalean a su caída; sería sabio de nuestra parte guardar nuestra distancia ya que nadie saca ventaja estando cerca de una pared que se está cayendo. Si no aplasta con su peso, puede sofocar con su polvo”. Los enemigos de David lo maltrataron, pensando que podrían derribarlo y acabar con él. Si pudieran haberlo arrojado con mentiras, se podrían haber deleitado en falsedades. Podían haber aparentado ser personas solícitas e interesadas, solo luchando por la verdad, pero sus corazones estaban llenos de maldiciones. Sin embargo, David sabía cómo terminarían, porque conocía

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el carácter de Dios. “Selah”. Has un alto y reflexiona con asombro en la vana violencia de los hombres que se endurecen contra Dios y sus propósitos, y recuerda la completa seguridad que cobija a quienes descansan en Dios. David continúa en el verso 5:

“Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de El viene mi esperanza”.

Eso suena grandioso, pero ¿cómo es posible descansar (estar en silencio interiormente) en esos momentos cuando el mundo amenaza con despedazarte? Solo cuando estás convencido en tu corazón de que Dios está contigo es que puedes esperar por él y descansar, solamente en él. Solo cuando estás convencido que únicamente él pude satisfacer tu necesidad más profunda, en las circunstancias que estás enfrentando, serás capaz de descansar en silencio. Cuando sientes que todo lo que tienes, quieres y esperas se encuentra en Dios, puedes tener gozo, sin importar cuáles sean las circunstancias de la vida. Pablo estaba en prisión, enfrentando la muerte, cuando escribió:

“Regocijaos en el SEÑOR siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos! Vuestra bondad sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús” (Filipenses 4:4-7).

Fuera de control En el Salmo 131 David dice que él ha calmado y acallado su corazón delante de Dios. Él dice: “no ando tras las grandezas, ni en cosas demasiado difíciles para mí” (Salmo 131:b). Eso no puede significar que no había preguntas en su mente. Estoy seguro

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que él se preguntaba qué estaba haciendo Dios. Hubiera sido normal que se preguntara por qué Dios permitía que le sucedieran cosas difíciles. Cuando experimentas circunstancias problemáticas, no puedes evitar preguntarte por qué tolera Dios las cosas malas y por qué no hace que las cosas mejoren, para las personas buenas, y empeoren para las personas que no le honran. ¿Por qué no hace Dios lo que nosotros pensamos que debería hacer? David dijo que había aprendido una importante verdad: Hay cosas que no podía empezar a entender (“no ando tras las grandezas, ni en cosas demasiado difíciles para mí”). Hay cosas que no puedo controlar. Debo dejar esas cosas en las manos de Dios, ellas están más allá de mi capacidad de entendimiento. David había aprendido a hacer una elección: en vez de permanecer en aquellas cosas y frustrarse, con lo que no entendía y no podía controlar a su alrededor, había aprendido a dejar esas cosas en manos de Dios. Piensa en todo el ruido interno que se suscita dentro de ti. ¿Cuánta frustración experimentas por causa de la rabia respecto a las cosas que no puedes controlar? La gente no hace lo que quieres que hagan. Tus hijos no responden en la forma en que tú piensas que deberían. Tu esposo no dice lo que tú deseas que diga. Tu esposa no tiene tu misma perspectiva acerca de una situación. ¿Cómo sería si tu pudieras entregarle a Dios esas cosas y confiar en él para tus preguntas no respondidas? Hay tantas cosas que no puedes controlar, tantas cosas que no entenderás. ¿Podrías confiar a Dios esas cosas? Para poder confiar en Dios necesitas saber porqué él es confiable.

Re-enfoca Cuando las personas enfrentan dificultades inesperadas y serias, con frecuencia les oigo decir algo como esto: “Simplemente no se si creer lo que se me ha dicho acerca de Dios. Mi fe es débil”. Yo no creo que ese sea verdaderamente el problema. Si estás tratando de generar una fe más fuerte, te estás enfocando en la persona errónea. Te estás

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concentrando en ti mismo y en tu capacidad de creer, en vez de concentrarte en Dios y en su carácter. Observa el enfoque de David en el Salmo 62:

“Sólo El es mi roca y mi salvación, mi refugio, nunca seré sacudido. En Dios descansan mi salvación y mi gloria; la roca de mi fortaleza, mi refugio, está en Dios” (versos 6 y 7).

Observa la forma en que el salmista personaliza esto. Mira, en retrospectiva, a través del Salmo, y observa que él dice: “Mi roca, mi salvación, mi fortaleza, mi gloria, mi roca, mi refugio”. No es una verdad general el que Dios sea todas estas cosas. Es la palabra “mi” la que hace toda la diferencia. ¿De qué sirve saber que Dios es “un” refugio, “una” roca fuerte, si no lo es para ti personalmente? David reivindica el carácter de Dios en acción para con David. David prosigue:

“Confiad en El en todo tiempo, oh pueblo; derramad vuestro corazón delante de El; Dios es nuestro refugio” (verso 8).

Una cosa es confiar en Dios cuando puedes ver muy bien lo que está haciendo. Pero, es otra, confiar en él en aquellos momentos en los cuales todo parece oscuro y no puedes ver lo que Dios va a hacer. Sin embargo, ¿cómo sabes que puedes confiar en Dios? Bueno, ¿por qué piensas que él cuenta todas esas historias en la Biblia, que tienen que ver con personajes reales que tenían problemas reales? Ellos confiaron en Dios y hallaron en él su Roca, su Defensor, su Fortaleza. La necesidad de una Roca, un Defensor, una Fortaleza, un Refugio – la necesidad de salvación implica que estás en problemas. Es cuando te hallas en una terrible tormenta y tu barco se está hundiendo, el momento en el cual necesitas un refugio y protección de la tormenta. Es al estar rodeado por enemigos hostiles, la ocasión en que necesitas una fortaleza sólida. Sin embargo, te puedes preguntar, ¿qué pasa con las personas que confían en Dios, cuando necesitan un refugio y una fortaleza, y no son liberados de

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sus problemas? ¿Qué pasó con las personas descritas en Hebreos 11, quienes tuvieron fe en Dios, pero murieron? Ellos murieron creyendo y confiando en Dios. No fueron rescatados en el último minuto. El escritor de Hebreos dice que ellos murieron en fe, es decir, murieron creyéndole a Dios. ¿Cómo hubiera sido si hubieran creído acerca de Dios? ¿Hubiera sido justo que fueran rescatados del peligro físico inmediato y que Dios los hubiera librado del sufrimiento? ¡No! Considera a Sadrac, Mesac y Abednego, quienes estaban ante el rey Nabucodonosor. Cuando fueron amenazados con la muerte inmediata y el sufrimiento, en un horno ardiente, por rehusar inclinarse y adorar una estatua del rey, ellos dijeron: “Dios puede salvarnos. Pero, aun si no lo hace, no nos inclinaremos ni adoraremos la estatua…” (Daniel 3:17-18). Ellos confiaron en que Dios tenía el poder y la capacidad para rescatarlos del fuego. Pero pudiera ser que Dios los salvara a través del fuego, es decir, que Dios llevara a cabo su última liberación de este mundo caído dejándoles morir en el fuego y llevándolos a su presencia. Mucho antes que el apóstol Pablo hubiera manuscrito aquellas hermosas palabras al final del capítulo 8 de la carta a los Romanos, ellos creían que nada, en toda la creación, los podría separar del amor de Dios – ni siquiera la muerte.

Selah Nuevamente, el Salmo 62 nos señala hacia la confiabilidad en Dios:

“Confiad en El en todo tiempo, oh pueblo; derramad vuestro corazón delante de El; Dios es nuestro refugio” (verso 8).

Cuán asombrosa y hermosa amonestación: “derramad vuestro corazón delante de El”. ¿A dónde más puedes ir con todo esto en tu corazón? El corazón de Dios está abierto para ti en las Escrituras. Ahora, tú le abres tu corazón a él y le dices lo que piensas y sientes, lo que te atemoriza, lo que no tiene sentido para ti. No le escondes nada a Dios (como si pudieras). Descargas tu alma en

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él. Que sea él a quien le hables sobre lo que piensas y sientes. Si te guardas tu aflicción, terminarás amargado. Derrama tu corazón delante de Dios. Qué gran invitación a una oración honesta, personal. Dios es un refugio para ti. Él es un lugar seguro. Puedes derramar tu corazón ante otras personas, pero, con frecuencia ellos no pueden entender lo que les dices. Descubres que la gente se abruma con rapidez cuando derramas tu alma ante ellos. Sin embargo, Dios nunca se abruma. Él puede tratar con tus interrogantes, aflicción y decepciones. En este punto del Salmo 62, el escritor introduce nuevamente la palabra “Selah”. Otra vez, se hace necesario un silencio oportuno. Pausar para pensar, larga y profundamente, acerca de esto. Luego continúa:

“Los hombres de baja condición sólo son vanidad, y los de alto rango son mentira; en la balanza suben, todos juntos pesan menos que un soplo” (verso 9).

Con mucha frecuencia, cuando enfrentamos situaciones difíciles, buscamos a alguien que nos pueda ayudar a entender qué hacer. Buscamos a alguien que arregle el problema, por nosotros. Buscamos soluciones humanas a nuestros problemas. ¿Alguna vez te has preguntado por qué la gente no puede ayudarte a entender alguno de tus difíciles problemas? La verdad es que las personas no son muy buenos dioses. No pueden ser tus defensores en la forma en que Dios sí puede. La sencilla razón es que, ellos “sólo son vanidad “. Son mortales y finitos.

Una palabra es suficiente El salmista dice:

“No confiéis en la opresión, ni en el robo pongáis vuestra esperanza; si las riquezas aumentan, no pongáis el corazón en ellas” (verso 10).

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El comentario de Spurgeon sobre este verso es genial: “Las ganancias y la fama son tanto como espuma en el mar. Toda la riqueza y honor que el mundo pueda ofrecer sería un hilo demasiado delgado para sostener la felicidad de un alma inmortal”. No coloques tu corazón en una solución que el dinero puede proveer. Es muy poco fidedigno. El Salmo 62 finaliza con estas palabras:

“Una vez ha hablado Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder; y tuya es, oh Señor, la misericordia, pues tú pagas al hombre conforme a sus obras” (versos 11 y 12).

Dios es tan inmutable e inalterable que solamente necesitamos que él diga algo una sola vez. Él es infalible: no comete errores cuando hace una promesa. Es todopoderoso (omnipotente). Una sola palabra de lo que Dios se propone es todo lo que se necesita para que él haga lo que dice. Sin embargo, presta atención: “dos veces he oído esto”. Tal vez esto significa que el salmista escucha el eco, en su alma, una y otra vez, de lo que Dios ha dicho. Este es el mensaje que da vueltas en la cabeza del salmista. El poder y la misericordia le pertenecen a Dios. Así es el carácter de Dios. Esto es lo que Dios ha revelado acerca de sí mismo. David dice, “Esto es lo que voy a creer”. Dios puede hacer lo que promete, porque el poder le pertenece a Dios. Además, Dios está dispuesto a hacer lo que promete porque es un Dios de misericordia. Por eso, confiar en Dios no conducirá a la decepción.

“Pues tú pagas al hombre conforme a sus obras” (Salmo 62:12).

Este es un verso difícil de interpretar porque lo leemos en términos de lo que sabemos sobre la gracia salvífica de Dios. Somos justificados por la gracia de Dios a través de la fe en Jesucristo, poniendo de lado las obras que podamos haber hecho. David no está refiriéndose, aquí, a la justificación. Está hablando acerca de la confianza en Dios en tiempos de dificultades así

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como de descansar en la capacidad y bondad de Dios. Lo más probable es que esta frase quiera decir, en este contexto, que Dios mostrará su poder a quienes confíen en él. Tu confianza en Dios (“en base a tus obras”) no será en vano. Dios hará lo que tú no tienes el poder de hacer. El que Dios sea tu defensor y fortaleza no quiere decir que no vayas a tener problemas. Vivimos en un mundo caído. No nos vemos libres de los efectos secundarios de todo lo que el pecado causa para distorsionar y alterar la vida. En ninguna parte Dios les promete a los cristianos que van a escapar a los dolores y tristezas de la vida. Lo que él promete es redención. Él te preservará a través de, cualesquiera que sean, las dificultades, problemas y tristezas que decida permitir en tu vida, y llevará a cabo la restauración final de este mundo, la redención final (vea la segunda mitad del capítulo 8 de la carta a los Romanos). Nada le impedirá llevar a cabo lo que ha prometido. Nada te separará de su amor en Cristo Jesús. En lugar de permitir que tus deseos, temores, opiniones, preocupaciones, o las cosas que te molestan, controlen tu vida, puedes elegir empujarlas y colocarlas en su sitio. ¿Cómo hacer eso? No pretendiendo que tus problemas no son reales, o que no son dolorosos. Las cosas malas que te suceden, siguen siendo malas. Las circunstancias dolorosas, todavía hieren. No es que vayas a vaciar tu corazón de toda preocupación. La fe bíblica es realista. Vivimos en un mundo quebrantado, caído, lleno de dolor. Sin embargo, ese quebranto no es la última palabra. No es la realidad final. El carácter de Dios todavía es de misericordia y su poder no ha disminuido en lo más mínimo. Así que, no dejes que las dificultades, o las decepciones que experimentas, gobiernen tu corazón y tu mente.

Confía en Dios Es importante entender esto: no puedes doblegar las inquietudes de tu

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corazón con pura fuerza de voluntad. Puedes tratar de decirte a ti mismo: “No me molestaré por esto. No permitiré que me fastidie”. Sin embargo, no funcionará. Como dice la Escritura, ¿podrá el leopardo cambiar sus manchas? No puedes hacer eso. No tienes la suficiente fuerza. Tu corazón es bastante fuerte y, sin embargo, no puedes cambiar tu corazón con solo repetirte que necesitas calmarte y pesar en forma diferente. La fe bíblica no nos dice “simplemente, no permitas que estas cosas te gobiernen”. En vez de eso, se nos enseña a reemplazar los temores, e inquietudes en nuestros corazones, con otra cosa. Es un proceso de susti-tuir las inquietudes y actitudes, que suscitan frustración en tu alma, con la confianza en Dios. Cuando tu corazón está lleno de confianza, el temor es desplazado. Cuando tu corazón está lleno con la seguridad de que Dios sabe lo que es mejor para ti, y que aquello que ha permitido es sabio, dejas de ir contra ello. Descansas en él cuando empiezas a confiar en él. Aquí es donde la oración entra en la ecuación. Cuando sabes que no puedes cambiar tu propio corazón, o derrotar tus temores y dudas con pura fuerza de voluntad, vuélvete a Dios en oración y pídele que haga en ti lo que tú no eres capaz de hacer para ti mismo. Derrama tu corazón delante de él. Esta es una parte enorme del propósito de la oración. Hojea los Salmos y observa con cuanta frecuencia los salmistas derraman sus confusiones, temores, decepciones y hasta su rabia, delante de Dios. No les atemoriza decirle a Dios lo que están pensando y sintiendo. Al hacer eso, retoman la perspectiva. No tienes por qué entender todo lo que Dios está haciendo. No tienes por qué ser capaz de explicar lo que está sucediendo en tu vida. Puedes confiarle a Dios esas cosas, si estás seguro que él está a tu favor, que el poder le pertenece y que la piedad y la misericordia se encuentran en Dios.

“Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, mas las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre,

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a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29:29).

¿Vas a creer que Dios es sabio y que es bueno? ¿Vas a confiar en que está obrando en todas las cosas para el bien de aquellos a quienes ama? Este tipo de calmada seguridad en Dios es la que se desarrolla a medida que aprendes a derramar tu alma y corazón delante de él en oración.

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D A N T H O M P S O N

Reflexiones sobre la oración en los Salmos

Conversaciones FRANCAS

Casi todos oramos. Es posible que tengamos sentimientos encontrados en cuanto a la oración, pensando que no lo hacemos muy bien, o que no entendemos completamente lo que estamos haciendo pero, aún así, al menos oramos. ¿Por qué requiere tanto esfuerzo? Este libro toma varias lecciones de los Salmos para enfocarse en la verdadera pregunta: “¿Cómo logro que mi corazón desee más a Dios, para entonces desear dedicar más tiempo para hablar con Él?”. Todo comienza con “Conversaciones francas”.

Dan Thompson nació en Placetas, Cuba. Es el segundo de los cuatro hijos del Rev. Les Thompson. Luego de graduarse del Moody Bible Institute, la Universidad de Miami y el Reformed Theological Seminary, fue pastor en iglesias de Carolina del Sur y Mississippi. Hoy día es pastor de Christ Community Church en Titusville, Florida, la cual se fundó bajo su tutela hace más de 25 años.

Dan y su esposa Margaret tienen cuatro hijos y un nieto. Dan es un ávido pescador y amante de la naturaleza.

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