Claves para interpretar Qué me quieres, amor (I)

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Claves para la interpretación de los cuentos de ¿Qué me quieres, amor?, de Manuel Rivas (I) ¿Qué me quieres, amor? Los versos que aparecen como epígrafe al principio son de un poeta gallego de finales del siglo XIII, cuando en las cortes de los nobles de Galicia, los poetas cortesanos (o de cancionero) imitaban con sus canciones la poesía trovadoresca provenzal, que había empezado a extenderse por toda Europa. Se imitó, sobre todo, el tratamiento del tema amoroso: la convención (o invención) trovadoresca del amor cortés. Según esta convención (cuyas normas recoge Andreas Capellanus en el s. XII, en su tratado De amore), la dama aparece como la mi señora, o señor, que hace sufrir al enamorado, quien debe servirla bien, para merecer y alcanzar su amor, lo que unas veces sucedía y otras no. En los versos del epígrafe, del poeta gallego Fernando Esquio, el Amor aparece personificado por la mayúscula. El poeta se queja a él, porque insiste en venir a turbar sus noches, aun cuando sabe que su señora lo rechaza. El relato empieza y acaba igual; posee, por tanto, una estructura circular: «Sueño con la primera cereza del verano. Se la doy y ella se la lleva a la boca, me mira con ojos cálidos, de pecado»; así empieza. Y acaba: «Tiene ojos cálidos, de pecado, y la boca entreabierta. Sueño con la primera cereza del verano». Un principio y un final repetidos, además, en simetría: la secuencia sueño-cereza, boca, ojos cálidos, de pecado, al inicio; se ordena, al final, ojos cálidos, de pecado, boca, sueño-cereza. Un círculo perfectamente cerrado, que sugiere la espiral del sueño en el que está atrapado el protagonista. A medida que avanza el cuento, nos damos cuenta de que ese sueño es un punto intermedio entre la vida y la muerte, y de que su amor sin esperanza por Lola es el que, como al poeta gallego del s. XIII, lo mantiene atrapado.

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Claves para la interpretación de los cuentos de¿Qué me quieres, amor?, de Manuel Rivas (I)

¿Qué me quieres, amor?Los versos que aparecen como epígrafe al principio son de un poeta gallego de finales del

siglo XIII, cuando en las cortes de los nobles de Galicia, los poetas cortesanos (o de cancionero) imitaban con sus canciones la poesía trovadoresca provenzal, que había empezado a extenderse por toda Europa.

Se imitó, sobre todo, el tratamiento del tema amoroso: la convención (o invención) trovadoresca del amor cortés. Según esta convención (cuyas normas recoge Andreas Capellanus en el s. XII, en su tratado De amore), la dama aparece como la mi señora, o señor, que hace sufrir al enamorado, quien debe servirla bien, para merecer y alcanzar su amor, lo que unas veces sucedía y otras no.

En los versos del epígrafe, del poeta gallego Fernando Esquio, el Amor aparece personificado por la mayúscula. El poeta se queja a él, porque insiste en venir a turbar sus noches, aun cuando sabe que su señora lo rechaza.

El relato empieza y acaba igual; posee, por tanto, una estructura circular: «Sueño con la primera cereza del verano. Se la doy y ella se la lleva a la boca, me mira con ojos cálidos, de pecado»; así empieza. Y acaba: «Tiene ojos cálidos, de pecado, y la boca entreabierta.

Sueño con la primera cereza del verano».Un principio y un final repetidos, además, en simetría: la secuencia sueño-cereza, boca,

ojos cálidos, de pecado, al inicio; se ordena, al final, ojos cálidos, de pecado, boca, sueño-cereza. Un círculo perfectamente cerrado, que sugiere la espiral del sueño en el que está atrapado el protagonista. A medida que avanza el cuento, nos damos cuenta de que ese sueño es un punto intermedio entre la vida y la muerte, y de que su amor sin esperanza por Lola es el que, como al poeta gallego del s. XIII, lo mantiene atrapado.

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La lengua de las mariposas

La historia de este cuento transcurre durante el curso escolar previo al verano del estallido de la Guerra Civil Española, a raíz de la sublevación militar (lo que llamaron el Alzamiento Nacional) del 18 de julio de 1936.

Algunos detalles históricos nos contextualizan el relato: La “Instrucción pública” es como se llamó el Ministerio de Educación durante la República: el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. “Azaña” es Manuel Azaña, presidente de la República en el momento de la revuelta militar. “¡Arriba España!” fue la consigna del ejército rebelde contra la República y sus partidarios, los llamados “nacionales”. Los “hombres con camisa azul y pistola al cinto” eran los falangistas, cuyo uniforme incluía una camisa azul. La Falange fue un partido político de orientación fascista creado en 1933, durante la República. Franco lo adoptó como brazo político para la creación de su nuevo estado (el Régimen), convirtiéndose en el único partido político permitido. Durante la Guerra Civil, los falangistas se encargaron de la “limpieza” de opositores políticos por pueblos y ciudades en la retaguardia; y en la zona republicana, actuaron como quintacolumnistas, una especie de espías infiltrados o agentes dobles. Los “¡Rojos!” eran los partidarios de la República, o, simplemente, los que quedaron en zona republicana. El régimen promovido por Franco los identificó con el color rojo de las banderas comunistas, aunque no todos los defensores del gobierno republicano lo fueran.

En este relato, como en otros de Manuel Rivas, aparece como motivo secundario la emigración gallega a América (sobre todo a Argentina, pero también a Chile, Venezuela, Uruguay, Cuba, Méjico y Colombia), que se produjo a finales del s. XIX y principios del s. XX. Una segunda oleada migratoria se produjo, durante el franquismo, a países europeos como Francia, Suiza, Alemania y Reino Unido. Actualmente se calcula que hay unos 10 millones de descendientes de gallegos dispersos por el mundo, fuera de Galicia.

Las causas de esta emigración han sido políticas, económicas y sociales. En el caso de los tíos del Pardal, la causa es política: huyen para no ser reclutados como quintos en la guerra de Marruecos, la que empezó en 1909 con el levantamiento independentista de Abd el Krim (y provocó en Cataluña la Setmana tràgica) y se prolongó, con más o menos intensidad, hasta 1927. En los relatos de Manuel Rivas, América aparece frecuentemente como un lugar mítico, como un remoto paraíso donde realizar los sueños. El Pardal, el protagonista-narrador de este relato tiene la “ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires”.

La jeada (o geada) es un uso fonético que hay en muchas zonas, sobre todo rurales, de Galicia. Consiste en pronunciar el fonema /g/ (de gato, por ejemplo) como una “j” más o menos suave, según las zonas, o una “h” aspirada (como en el inglés house, por ejemplo). La Real Academia Gallega lo admite en la lengua oral como un dialectalismo, pero no en la lengua escrita. En el relato La lengua de las mariposas, este detalle sirve para caracterizar a los personajes: los niños de la escuela proceden de familias humildes, casi analfabetas. Y la escuela que recuerdan los padres del Pardal (anterior a la de la República), se presenta como un instrumento represor, que uniformiza la cultura y desprecia las tradiciones locales. La escuela de la época republicana, en cambio

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Un saxo en la niebla

Este cuento hay que situarlo en los años 40, los de la inmediata posguerra y los de la época dorada de las orquestas de música; al estilo de las famosas orquestas norteamericanas de Benny Goodman o de Glenn Miller, o de las que triunfaban en el cabaret Tropicana de La Habana. Fueron mitificadas por el cine de Hollywood de los años 40, donde es recurrente su aparición, como telón de fondo, en muchas escenas.

En la España de los 40, las orquestas tocaban en las fiestas de los pueblos y barrios, en casinos, en las sociedades recreativas creadas por el franquismo… Los músicos solían compaginar esta actividad con otros trabajos.

En la primera página, un detalle nos sitúa en la época histórica del relato: el amigo del padre que le regala el saxo había tocado «tiempo atrás, cuando había un sindicato obrero y este sindicato tenía una banda de música». Ese tiempo atrás es un recuerdo todavía vivo de la etapa republicana, cuando existía la libertad de sindicación.

El primer oficio del protagonista, ir a llenar el botijo a la fuente para dar de beber a los albañiles de una obra, es indicio de una época y un país con escasos recursos económicos (tal y como ocurrió durante los años de la posguerra). Y un ejemplo de la miseria moral del periodo es el personaje del pequeño cacique local, Boal, de quien nos sorprende su sórdida relación con la chinita.

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La lechera de Vermeer

La lechera (a la izquierda) es uno de los cuadros más conocidos del pintor flamenco Johannes Vermeer. Está datado hacia 1660 aproximadamente y actualmente se exhibe en el Rijksmuseum (Museo Real) de Amsterdam.

Otro de sus cuadros más famosos es La joven de la perla (a la derecha).

La pintura de esta escuela flamenca se caracterizó por el retrato de escenas íntimas, privadas, de interiores burgueses.

La mujer del cuadro La lechera es, probablemente, una criada, que, abstraída, vierte leche en un recipiente. La obra está valorada por el tratamiento de la luz, que entra desde la ventana, y por la sensación de sosiego que transmite.

Vermeer nació, vivió y murió en la pequeña ciudad holandesa de Deft, donde también se casó con Catherina Bolnes y tuvo hasta quince hijos. Hubo una oposición inicial a este matrimonio por parte de la familia de Catherina, que era católica (Vermeer era protestante calvinista) y más rica que la del pintor. El matrimonio se trasladó a vivir a casa de la madre de Catherina, María Thins, una mujer de carácter dominante y que usó sus influencias para ayudar a Vermeer a triunfar como pintor. Había un hermano de Catherina, Willem Bolnes, de vida desordenada y problemático, que dejó embarazada a una joven criada, Mary Gerrits, la cual tuvo que irse de la casa.

Todos estos hechos de la vida de Vermeer aparecen en el poema de Manuel Rivas que empieza “Hace siglos, madre, en Delft, ¿recuerdas?”.

Tanto el motivo de la madre como el de la luz, aparecen también en el breve poema del escritor portugués del s. XX Miguel Torga, que encabeza el cuento:

"Correio"Coimbra, 3 de Setembro de 1941

Carta de minha Mãe.Quando já nenhum Proust sabe mais enredos,a sua letra vema tremer-lhe nos dedos-«Filho» ...e o que a seguir se lêé de uma tal pureza e de um tal brilho,que até da minha escuridão se vê.

Miguel Torga, in Diário II

“Correo”Coímbra, 3 de septiembre de 1941

Carta de mi madre.Cuando ya ningún Proust es capaz de más enredos,su carta vienea temblarle en los dedos- “Hijo”…Y lo que a continuación se leees de una pureza tal y de un brillo talque hasta desde mi oscuridad se ve.

Miguel Torga, en Diario II

En el poema de Miguel Torga aparece un último motivo, que es preciso aclarar para comprender el cuento: la alusión a Proust. Marcel Proust fue un importante escritor francés de finales del s. XIX y principios del siglo XX. Su obra fundamental son siete novelas recogidas bajo el título genérico de En busca del tiempo perdido. Está considerada una obra cumbre en la literatura del s. XX, porque en ella se utiliza por primera vez, como hilo conductor de la

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narración, el monólogo interior de un personaje. Mediante ese monólogo interior, el flujo mental, caprichoso y errático, de los recuerdos del protagonista, va evocando su infancia y otros episodios de su vida. El estilo de esta obra es difícil, oscuro.

Uno de los primeros recuerdos surge cuando el protagonista, durante el desayuno, moja una magdalena en la leche, y su sabor le lleva a revivir un episodio de su infancia.

Desde la aparición de esta novela, hablar de la magdalena de Proust sirve para describir cómo, a veces, una pequeña sensación –un sabor, un olor, una música…–, puede hacernos revivir de golpe una situación del pasado que había quedado olvidada en el subconsciente.

Pues bien, en el cuento de Manuel Rivas La Lechera, el narrador-protagonista también va oscilando erráticamente de un recuerdo a otro (como el monólogo interior de Proust), hasta centrarse en el recuerdo fundamental del que quiere hablar: él, con tres años, en 1960, mirando cómo su madre (que trabajaba como lechera, repartiendo la leche que producía la familia) vierte la leche de una jarra. En su recuerdo infantil, la luz de la madre lo iluminaba todo (igual que hace, en el poema “Correio”, la palabra “Filho”, al ser leída por el poeta en la carta de la madre).

Años más tarde, cuando el narrador (Manuel Rivas), ya mayor, visita el Rijksmuseum de Amsterdam con la idea de ver Los comedores de patatas (de Vincent Van Gogh), el narrador se tropieza con el cuadro de Vermeer de La lechera (de 1660) y su visión le devuelve de golpe el recuerdo de su infancia. Escribe entonces un poema, que después mostrará a su madre, junto con una imagen del cuadro. La madre quedará sorprendida al verlo. El porqué de la sorpresa lo descubrimos al final.