Cesar Imperator - Max Gallo

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    El inmenso Imperio romano rein en el mundo durante cuatro siglos, y Julio

    Csar, su creador, fue un hombre de una talla excepcional, ambicioso y

    fascinante.

    Sabemos que venci a Vercingetrix y sedujo a Cleopatra, y que fue unescritor brillante y un excelente orador. Pero es imposible imaginar la

    energa, el valor y la habilidad poltica y militar que necesit para lograr

    conquistar por s solo todo el mundo mediterrneo, desde Espaa hasta

    Asia, Egipto y otros enclaves de la costa africana, al tiempo que libraba una

    guerra civil contra Pompeyo. Csar terminara, as, proclamndose vencedor

    y nico gobernante de Roma.

    Csar fue un hombre solo, aunque estuvo casado varias veces; incluso

    cuando se hallaba en los brazos de sus jvenes y bellos secretarios, ytambin cuando el pueblo romano lo aclamaba. As, sentado en un trono de

    oro, dictador y cnsul a perpetuidad, sumo pontfice e imperator, cegado por

    su propia gloria, no supo ver los puales que lo acechaban en la sombra.

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    Max Gallo

    Csar imperator

    ePub r1.0Titivillus 22.03.15

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    Ttulo original: Csar imperatorMax Gallo, 2003Traduccin: Claudia Casanova

    Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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    Para Bernard Fixot,

    en recuerdo de otro emperador

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    CAESAR

    Cowards die many times before their deaths;The valiant never taste of death but once,Of all the wonders that I yet have heard,It seems to me the most strange that men should fear,

    Will come when it will come[1].

    WILLIAMSHAKESPEARE,Julio Csar, II, ii

    Se habla mucho de la suerte de Csar; pero este hombre extraordinario posea tantas virtudes, y ni unsolo defecto pese a sus numerosos vicios, que habra sido harto difcil que, fuera cual fuese suejrcito, no hubiera sido un vencedor, y que, sin importar la Repblica donde naci, no hubieraterminado gobernndola.

    MONTESQUIEU,Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia, cap. XI

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    PRLOGO

    Vayamos all donde nos llaman los signos de los dioses y lainjusticia de nuestros enemigos.

    Alea jacta est!

    El procnsul Cayo Julio Csar recorre las calles de Rvena. Con los brazos cruzadosse sostiene los bordes de la toga, agitada por el viento helado de ese da invernal. Oyelos murmullos de los centuriones de la decimotercera legin, que lo siguen a pocos

    pasos. Junto a l camina Asinio Polin, un joven de cabellos rizados en quien confaciegamente. Csar se detiene al borde de los prados que rodean la ciudad.La hierba se dobla a causa de las rfagas de viento, y en el extremo de la gran

    extensin ondulada se adivinan las suaves olas grises del Adritico.En este mar viene a morir el Rubicn, un riachuelo, apenas un torrente de aguas

    embarradas que se desliza desde los Apeninos y que delimita la frontera entre Italia yla Galia Cisalpina.

    La ley romana es precisa: un procnsul que cruce el Rubicn a la cabeza de sustropas desde la orilla norte cisalpina a la orilla italiana se convierte en un criminal

    proscrito de la Repblica.Es necesario correr ese riesgo?Csar recuerda el sueo que ha tenido esa misma noche, en el que apareca una

    mujer con el rostro cubierto por un velo. Ella lo invitaba lasciva a su cama,ofrecindose para que la amase. Se acerc a ella, la abraz como un amanteimpetuoso, y experiment un intenso placer, tal vez el mayor que jams haya sentido;l, que ha posedo tantos cuerpos, de hombres y mujeres Pero, en el sueo, en elinstante en que se levanta de la cama, la mujer se quita el velo y en sus rasgos

    reconoce a su madre, Aurelia Cota.Despierta de golpe, con el cuerpo empapado de sudor, intentando comprender el

    sentido de este sueo incestuoso, y se acuerda de otro igual, en Hispania, al principiode su carrera, casi veinte aos atrs. Pero qu significa hoy esta unin con su madre?Debe acaso violar la prohibicin, penetrar en Italia con sus legiones y llegar hasta lamisma Roma?

    Julio Csar levanta la vista. El cielo de este 11 de enero del 49[2]est teido de unazul tan oscuro que casi es un manto negro sobre el ocano. Tal vez sea una seal delos dioses. Acaso le quieren hablar? Invitarlo a cruzar el Rubicn para convertirse

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    en el amo de Roma y as dejar de ser solamente un procnsul ambicioso de cincuentay dos aos que acaba de conquistar la Galia que se extiende ms all de los Alpes;que ha enviado a Roma tesoros y prisioneros, entre ellos el arvernio Vercingetrix, elmismo que se arrodill frente a l bajo las murallas de Alesia, dejando caer sus armasa los pies del conquistador?

    Es que esa victoria no es una seal de los dioses? La fortuna lo acompaa desdesu nacimiento, el da 13 de julio del ao 101, en el seno de una familia cuyos orgenesse pretenden divinos. Acaso no es el heredero, el descendiente de Venus, el granpontfice de Roma desde el ao 63?

    Cmo podran abandonarlo los dioses ahora, justo cuando se dispone por fin acoronar su vida, a darle un sentido, reuniendo en torno de Roma y de s mismo todaslas tierras conquistadas, las provincias de Oriente y de Hispania, de Grecia y de estaGalia que acaba de doblegar, atndola ya para siempre a Roma?

    Debe cruzar el Rubicn!Qu se puede esperar de los senadores que gobiernan Roma, que ya no es sinouna sombra de la Repblica que una vez fue?

    Csar se vuelve. Con un gesto de la cabeza llama a su lado a los hombres queacaban de llegar a Rvena tras haber huido de Roma. Observa a Curin, Antonio,Casio e Hircio; quizs este ltimo, el jefe de su secretara, sea el ms fiel de todos.Algunos se han visto obligados a abandonar la ciudad disfrazados, por miedo a serdetenidos o asesinados. Hircio le ha contado que los senadores estn decididos aprivar a Csar de cualquier poder, pues temen a sus legiones y a su voluntad degobernar como nico monarca, apoyndose en el pueblo. Han optado por Pompeyo,el imperatorvencedor de Oriente, para que lo derrote. No defienden a la Repblica,sino slo sus intereses particulares, su influencia, sus bienes personales. No deseanlas reformas de Csar, pues en qu se convertiran ellos si se instaurara la monarquaque l desea?

    Csar se inclina, escucha a Curin relatarle que el 7 de enero los senadoresdecidieron retirarle el proconsulado de la Galia. Han designado para reemplazarlo auno de sus enemigos, Domicio Ahenobarbo. Si le quitan sus legiones, qu le queda?

    Con ellas se esfumar su futuro poltico. Pero, si no cede, se convertir en enemigopblico de Roma.

    Csar aprieta los brazos, tiene fro. Nunca haba sentido antes esa sensacin comode un puo helado aplastndole la nuca. No obstante, ha luchado muchas veces en lasprimeras filas de sus legiones, ha arrancado la ensea de manos de los cobardes paraseguir avanzando, siempre adelante. Ha dejado atrs su caballo y se ha adentrado en

    el campo de batalla, espada en mano, para demostrarles a todos que era capaz deluchar cuerpo a cuerpo, como un simple legionario. Se ha enfrentado a piratas, hanavegado por el Ocano, a lo largo de las costas de Armrica, y ha cruzado el mar

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    para ser el primer romano que desembarc en la gran Britania. Incluso ha cruzado dosveces el ro ms inmenso, aquel que bordea los bosques de Germania, el Rin.

    Y, sin embargo, vacila ante la idea de cruzar este riachuelo, este Rubicn.Se acerca a Asinio Polin y le susurra:Renunciar a cruzar este ro ser mi desgracia, pero avanzar quiz cause la

    desgracia de la humanidad.Habr que batirse, legin contra legin. Romanos contra romanos, en una guerra

    contra el Senado y contra Pompeyo. Pero es que hay ms ley que la de la fuerza? Noes posible que la fortuna y la victoria escojan favorecer a un hombre que renuncia a lafuerza.

    Csar empua su espada. En un gesto tantas veces repetido desde sus primeroscombates, cuando apenas tena veinte aos y guerreaba en Oriente, aferra con fuerzala espada y dice con voz ronca:

    He aqu lo que me proteger.Es la hoja que le servir para triunfar.Habla rpidamente con sus hombres, que se renen a su alrededor.Centuriones y jinetes, hombres preparados y curtidos, cruzarn el Rubicn bajo el

    mando de Quinto Hortensio.Posa la mano en el hombro del joven.Irn armados slo con sus espadas y debern tomar la primera ciudad de Italia

    que encuentren una vez cruzado el ro: Ariminum (Rimini). No deben crear tumultosni matar ni herir a nadie y, una vez dueos de la ciudad, slo les quedar esperar.

    Csar aprieta el hombro de Hortensio. Siente el joven cuerpo tensarse como lacuerda de un arco, con una excitacin mezclada de emocin. Es el jefe, al que loshombres siguen y por quien estn dispuestos a dar la vida, porque encarna la fuerza,la fortuna, la victoria; ya lo han visto vencer a Ariovisto el germano y a Vercingetrixel galo.

    En marcha ordena.Los hombres se alejan.

    Ahora es necesario burlar este largo da, este 11 de enero del 49, pues Rvenabulle con los espas de Pompeyo y del Senado, y la fuerza se multiplica con lasorpresa.

    Csar se sienta en las gradas de un pequeo anfiteatro. En la arena, losgladiadores se enfrentan entre grandes gritos. Aunque finge seguir los duelos, enrealidad su pensamiento est lejos, en esos prados que el Rubicn atraviesa, en esemar adonde el ro va a morir.

    Luego, esforzndose por dar la sensacin de estar interesado, examina los planosde una escuela de gladiadores. De vez en cuando levanta la cabeza hacia el cielo, quese oscurece. Cae la noche, llega el momento de la verdad. Hablarn los dioses?

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    Abandona el anfiteatro a paso lento. Lo siguen con respeto. Se dirige a su casa, yse prepara para la cena. Los esclavos se afanan por complacerlo. La habitacin dondeentra est llena de un vapor clido. Se estira, le dan un masaje. Las manos se deslizanpor su piel, por su cabeza calva, por su cuerpo musculado y huesudo. Disfruta de estemomento, cuando cada msculo se relaja bajo la caricia de los dedos, bajo la presin

    de las palmas de las manos. Cierra los ojos. No es ahora el momento para los placeresa los que tanto se ha abandonado en el pasado. Hay mayor placer que la victoriacoronando la fuerza?

    Se levanta poco a poco, con los ojos entrecerrados, los labios prietos. Con ungesto, pide agua fra. Todo su cuerpo se tensa, se siente joven e invencible. Entra enla sala donde esperan sus invitados, amigos cercanos. Sonre y observa, esperando sinimpaciencia que se haga por fin de noche. Entonces llegar el momento de engaar alos comensales e instarlos a que prosigan la cena. l saldr y, al alba, se reunir al

    borde del Rubicn con algunos de sus hombres, ya prevenidos, para partir en ladireccin opuesta, en un carro tirado por asnos que han tomado de un panadero de lavecindad.

    La noche del 11 al 12 de enero del 49 es una masa negra y helada. Hablarn losdioses por fin?

    El paso de los asnos es lento y trabajoso, y el viento sopla por entre losmatorrales. Se han perdido. Es una seal, una advertencia divina? Un hombre quepasa les indica el camino del ro.

    He aqu que se dibujan en la noche las orillas del Rubicn, todava envueltas enuna espesa niebla. Csar baja del carro, camina hacia el puentecillo que cruza el ro.Distingue, a unos pasos, a las cohortes de la decimotercera legin, con sus enseasresplandecientes bajo la luz griscea. Se siente a un tiempo decidido y vacilante.

    An podemos volver atrs murmura. Pero, una vez que crucemos esepuente, todo deber resolverse por las armas.

    De nuevo deja descansar la mano en el puo de su espada.

    Avanza hacia la orilla, y la niebla se disipa. Los prados descienden por una suavecolina hacia el ro, que riega el valle con las crecidas. Con un gesto, da una orden:que liberen a unos cuantos caballos para que vayan a pacer a las orillas del Rubicn,como una ofrenda para que los dioses les sean propicios.

    Despus de todo dice contemplando largamente el galope de los caballos,cmo se frotan entre ellos, resoplando y relinchando, elevando la cabeza, slopodemos jugarnos la vida una vez. Adelante!

    As es la vida. No vale nada si no se recorre tan libremente como esos caballos.

    Su galope a lo largo del Rubicn es la imagen del destino de un hombre que losdioses han elegido para la victoria.

    De repente, un sonido agudo se eleva en el aire, procedente de la orilla.

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    Hay un hombre sentado, casi desnudo a pesar del fro, los cabellos enredados enla rizada barba. Toca el caramillo, y sus giles dedos recorren el tubo, haciendo nacerun canto que poco a poco llena el alba.

    Unos pastores lo rodean, y los soldados tambin se acercan. Algunos llevan sutrompeta colgada del cuello.

    Csar observa la escena, iluminada por la clara luz del nuevo da. Bruscamente, elmsico se levanta. Es alto, y su belleza es deslumbrante, iluminada por el solnaciente. Es por fin la seal esperada?

    El hombre toma la trompeta de un legionario y se dirige al Rubicn, mientras tocauna marcha con un ritmo alegre y embrujador. Cruza el ro y all sigue tocando.

    Hay que atrapar ese instante. Csar se acerca al puente, y a cada paso que dasiente que su pecho se abre, se llena de fuerza, y que su cuerpo se lanza haciaadelante.

    Se vuelve hacia sus cohortes.Vayamos all donde nos llaman los signos de los dioses y la injusticia denuestros enemigos exclama.Alea jacta est!La suerte est echada.

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    PRIMERA PARTE

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    CAPTULO PRIMERO

    No debes aprender slo a luchar con los brazos, sino tambincon la palabra y el espritu

    Csar se acuerda primero de su madre.La ve, erguida y orgullosa, recibiendo a los visitantes en su gran villa romana del

    distrito de Subura, desde la que se dominan las colinas Esquilino, Viminal y Quirinal.Hace un calor abrasador, pero el jardn de la villa es vasto. El rumor de las callesllenas de tiendas, las voces que resuenan en los inmuebles de varios pisos donde seamontona la plebe y los gritos de los boyeros quedan en parte ocultos por elmurmullo de las fuentes del parque.

    Cerca de una de las fuentes, ornada con la estatua de Venus, est su madre, a lasombra de un pino cuyas amplias ramas cubren un lado del jardn.

    Los visitantes, que descienden por la va de Argileta desde las villas patriciasconstruidas sobre la colina Esquilino, se inclinan ante ella, Aurelia Cota, nieta e hijade cnsules y prima de tres senadores.

    Csar espera a que ella le ponga la mano en el hombro y que diga con voz clara y

    firme:He aqu a mi hijo, Cayo Julio Csar, que por la estirpe de su padre desciende de

    los fundadores de Roma, de Julo, hijo de Eneas, prncipe troyano, quien a su vez erahijo de Venus.

    Nota el peso de la mano materna, como si as Aurelia quisiera que sus palabraspenetraran en l, que no se olvide jams ni de su origen ni de su familia, de una gensemparentada con los dioses y con uno de los ltimos reyes legendarios de Roma,Anco Marcio.

    l lo comprende. Es heredero de dioses. Heredero de reyes.Es consciente de que debe ser digno de su madre, de la familia, de la gensJulia,

    de su padre, Cayo Julio, magistrado de Roma, aunque primero slo cuestor y luegopretor. El padre es un hombre silencioso, discreto, que a menudo se ausenta durantelargos perodos de tiempo, mientras viaja por Grecia, y que a su vuelta parece noreparar en ese hijo delgaducho, de cabellos negros y ojos penetrantes que brillan encontraste con la plida tez.

    Entonces Csar se vuelve hacia su madre, una vez terminada en el jardn la

    leccin de manejo de las armas, donde ha hecho gala de sus reflejos deteniendo todoslos golpes, de su agilidad saltando sin parar, de su fuerza al golpear con dureza elescudo del maestro de armas, que lo felicita y luego lo obliga a correr, nadar, luchar,

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    y que en los momentos de desfallecimiento lo insta a seguir, recordndole que lleva elnombre de Csar.

    Uno de sus antepasados escogi por primera vez ese patronmico para recordarque haba dado muerte a un elefante cartagins, pues en el idioma de la ciudad rival,hoy destruida, elefante se dice caesar. Ha de recordar que tambin es descendiente de

    hroes, de uno de los que defendieron a Roma y vencieron a Cartago. Tambin debeser digno de ese pasado.

    Su madre se acerca, pero no lo felicita como l esperaba, sino que lo aleja delmaestro de armas y lo conduce a esa parte del jardn donde el sol no llega jams. Alllos arbustos son densos, y el agua cae en cascadas. Csar se sienta a su lado en unbanco de mrmol.

    Ella le dice:No debes aprender slo a luchar con los brazos, sino tambin con la palabra y

    el espritu. No podrs servir a Roma y honrar a tu estirpe si no actas sirvindote detodas las fuerzas que hay en ti. EscchameSe levanta y lo lleva hasta el muro de ladrillos que rodea el jardn. Los esclavos,

    que estn cuidando de los rboles y cavando la tierra, se apartan.Escchame repite ella.Los gritos tambin golpean el muro, como poderosas olas de mar.Es necesario, dice Aurelia Cota, que su hijo sepa que la vida de un descendiente

    de reyes y dioses es como una travesa en el mar embravecido. No puede quedarse alabrigo del puerto. Debe emprender el viaje valindose de su fuerza, su espritu, y sloentonces la fortuna y la victoria estarn a su lado. Venus Victrix lo guiar, Venus laVictoriosa.

    Levanta la mano para sealar las colinas, el vecino Foro, el distrito de Subura, yprosigue:

    En Roma siempre hay batallas; se persigue a los hombres, se los degella. Alos proscritos se los detiene.

    Csar debe comprender aunque no sea ms que un nio de pocos aos, apenassiete. Aurelia Cota se interrumpe, y le confa que fue en lo ms caluroso del ao 101,

    con el trigo maduro y el aire inmvil, cuando todos, su padre, ella misma, esperabanque despus del nacimiento de dos hijas llegara un varn. Y lleg: Cayo Julio Csar.

    l es, pues, descendiente de la gensJulia, y su ta Julia, la hermana de su padre,est casada con el cnsul Mario, el soldado que, a la cabeza de sus legiones, detuvo alos teutones y a los cimbrios, y as salv a Roma de los brbaros germanos el mismoao de su nacimiento.

    El pueblo quiso que fuera cnsul aade su madre y por seis veces elSenado se inclin frente a la voluntad de la plebe. Pero los senadores, los poderosos

    que se llaman patres, padres de la patria, temiendo perder sus privilegios, hanescogido esta vez a Sila para que se enfrente a l, y desde entonces hay guerras,luchas, combates de romanos contra romanos que debilitan a Roma, y los pueblos

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    antao sometidos se rebelan, tanto en Grecia como en Oriente.Csar escucha, mientras ella habla de Cinna, el aliado de Mario en esta guerra

    civil de un pueblo que se deja seducir, comprar, que se inclina por uno u otro.Finalmente, vencen aquellos que disponen de oro y de legiones

    Los gritos se hacen ms agudos, y los esclavos se detienen, estn ojo avizor, bajan

    la cabeza para ocultar sus ojillos brillantes, sus rictus de odio.Se rebelaron en Sicilia prosigue Aurelia Cota. La ley de Roma slo puede

    imponerse por la fuerza.El nio sigue a su madre, que se aleja y se detiene cerca de la fuente en cuyo

    centro se yergue Venus.La madre lo abraza, le acaricia el cabello, las mejillas, y anuncia con voz sorda:Vas a vivir un tiempo de guerras que ya han empezado. Slo terminarn el da

    en que un hombre fuerte, victorioso y protegido de los dioses impida que los romanos

    se maten entre s. Pero eres tan joven, hijo mo, que antes vers cmo los romanosluchan contra romanos, partidarios de Mario y Cinna contra soldados de Sila, y elpueblo permanecer dividido. Y tambin estarn las guerras contra los brbaros.

    Con el brazo arropa la espalda de su hijo, y mira a su alrededor.Sila fue designado por el Senado para liderar las legiones que van a batirse

    contra el rey Mitrdates, el que degella a todos los ciudadanos romanos y a aquellosque comercian con Roma. Algn da t tambin tendrs que enfrentarte a losbrbaros, a los de Oriente y a los que habitan los bosques del norte.

    El rumor del distrito de Subura se hace ms fuerte. Los gritos de las mujeres, losuramentos de los soldados, las rdenes de los centuriones y las amenazas de los jefes

    de bando, tan violentas como ladridos de perros.Habr que darle su parte al pueblo contina Aurelia Cota. Los ricos, los

    senadores, los patricios seala las villas que rodean la colina Esquilino nopueden quedarse con el botn de las conquistas de Roma, ni con sus tierras. Es sabiocompartir. Todo ciudadano de Roma debera poder sobrevivir en esta tierra!

    La sigue hasta el peristilo.Llega la hora de reunirse en la biblioteca con Marco Antonio Grifn, que ya debe

    de haber dispuesto la tablilla de cera y el estilete para los ejercicios de escritura, y elbaco para aprender a contar. Luego ser el momento de la lectura, el preferido deCsar, dedicado a repetir las frases de Homero. Est enamorado de la lengua griega,que da tras da va conociendo tan bien como el latn. Para terminar, Marco AntonioGrifn lo obligar a declamar, a hablar con la fuerte voz de los oradores. Csar se dacuenta de que su madre est en el umbral de la puerta de la biblioteca y que lo estescuchando, y entonces se yergue con aplomo e improvisa en griego o en latn, paraver pintarse en el rostro de Aurelia Cota esa expresin de satisfaccin que lo llena de

    felicidad.Despus Marco Antonio Grifn le habla de la Galia Cisalpina ms all del Po, la

    que est separada de Italia por el Rubicn, y luego de la Galia Interior, ms all de los

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    Alpes, la que se reparten las tribus galas, siempre amenazada por los germanos alnorte y flanqueada al sur, a lo largo del Mediterrneo, por la Galia Narbonense.

    El grammaticusGrifn evoca emocionado esos pases, pues sus races son galas,y a continuacin narra sus viajes por Alejandra, Atenas, Rodas, all donde seencuentran las grandes escuelas de retrica y donde se ensea a conocer a los

    escritores y filsofos griegos.

    Csar recibe las lecciones del grammaticus cada da despus de sus ejerciciosfsicos y del aprendizaje del combate y del manejo de las armas. Ms tarde llegan lasdulces y perfumadas horas de los baos y los masajes. Jvenes mujeres y hombres lolavan, lo untan con aceites que borran la fatiga, que relajan y aligeran los msculos, ysus hbiles manos no olvidan ninguna parte de su cuerpo.

    A veces, Csar adivina que su madre lo observa y, desnudo en la calurosa estanciallena de vapor gris, siente turbacin ante la silueta que permanece en la entrada. Ellaavanza, y Csar se tensa. Sabe que pedir que lo duchen con agua helada y que leadvertir que no debe temblar, sino convertirse en una estatua de mrmol, insensible.Slo as se har fuerte, y slo as vencer.

    Pues tendrs que combatir, Cayo Julio Csar, a los romanos y a los brbaros, ydesconfiar de todos. Tambin de sos seala a los esclavos, que espan comochacales la debilidad de los hombres libres.

    De nuevo caminan bajo el peristilo, y l va observando los frescos, que a lasombra de las columnas representan a Venus, Marte, Apolo, Jpiter, dioses tutelaresde los reyes, fundadores de Roma, y las escenas de batallas libradas por Roma contralos galos, los teutones y los cimbrios. En uno de los mosaicos aparece el primer JulioCsar, matando con su lanza a un elefante cartagins.

    Debes ser ms fuerte que cada bestia salvaje, que cada hombre le diceAurelia Cota. Y si no puedes serlo con tu cuerpo, tendrs que serlo gracias a laagilidad de tu espritu. T eres un hijo de dios, hijo de rey, hijo de dos familiasgloriosas, las estirpes de los Cota y los Julia. T eres mi hijo, Cayo Julio Csar.

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    CAPTULO II

    An no ha cumplido los diecisis aos. [] Ya sabe que eldinero es, junto con la espada y la palabra, una de las fuentes

    del poder.

    Csar se vuelve y busca a su madre con la mirada. Aurelia Cota est dos pasos tras ly, pese a que su rostro muestra una expresin grave, lo anima con la mirada.Alrededor de su madre hay hombres envueltos en togas blancas, mujeres

    engalanadas, senadores y patricios, miembros de las familias Julia y Cota, y en laprimera fila de la pequea multitud que llena el atrio estn Mario y Cinna, los amosde Roma desde que Sila ha partido con las legiones para enfrentarse a Mitrdates en elreino del Ponto, que se extiende en las costas del Ponto Euxino (Mar Negro), y enGrecia, donde se dice que las tropas del brbaro han matado a ms de ochenta milciudadanos romanos.

    Vuelve a girarse, y su madre le indica con la cabeza que avance, que se acerque alos dioses lares y deposite en el centro del sacrarium, frente a ellos, la bula de oroque contiene el amuleto que su padre le colg al cuello el da de su nacimiento para

    que lo protegiera durante toda su infancia.Pero hoy la infancia ha terminado. Esta maana los esclavos le han llevado la

    toga viril, blanca, y su madre ha entrado en su habitacin un poco ms tarde, llevandocon emocin la toga pretexta, blanca pero con una amplia banda prpura en el borde.

    Csar da unos pasos y deposita la bula de oro en el hogar de los lares. Acontinuacin contempla a su madre y a sus parientes. El patio est inundado por laluz del sol de marzo, que penetra a travs de la abertura central del atrio.

    Aurelia Cota se acerca y lo abraza, pero su actitud parece haber cambiado. Se

    muestra ms distante, como si le manifestara un cierto respeto. l percibe este cambioy se siente orgulloso, exaltado y ligeramente triste.

    Es l quien encabezar el cortejo, precedido por los esclavos que abren paso entreel gento de Subura, para ir al Foro, donde ya lo han inscrito en la lista de ciudadanosde Roma.

    Avanza lentamente, sin mirar a su alrededor, hacia esa algaraba abigarrada y

    ruidosa que forma la plebe, donde se mezclan los ciudadanos romanos y los italianosque han hecho la guerra para obtener de Mario la ciudadana y los derechos quecomporta. Como ciudadanos, desean tener derecho a votar en los comicios para poder

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    elegir a los tribunos de la plebe. Tambin reclaman una parte de la distribucin de lastierras, las grandes propiedades o las colonias que Mario y Cinna, contra la opininde la mayora de los patricios y de los senadores, quieren distribuir mediante su granley agraria, un proyecto que se parece a lo que intentaron casi cincuenta aos atrs lostribunos de la plebe Tiberio y Cayo Graco, ambos muertos. Uno asesinado, y el otro

    vencido, suplicndole a un esclavo que le diera muerte.A pesar del tumulto, Csar siente que la plebe de Subura le es favorable, porque

    es el sobrino del cnsul Mario y porque pertenece, como Cinna, a ese grupo depatricios favorables a la ley agraria que gobiernan con el apoyo de la plebe,favoreciendo a los ms pobres.

    La gente aplaude al cortejo cuando entra en el Foro, saluda a los populares,abuchea a los senadores optimates, que se oponen a la ley agraria y que se mantienenapartados en los peldaos que conducen a la Curia.

    All, en la parte norte del Foro, Cayo Julio Csar va a convertirse en un ciudadanode Roma. An no ha cumplido los diecisis aos.Contempla las altas columnas de los templos que jalonan la Va Sacra. Sabe que

    su vida va a desarrollarse all, siempre dependiendo de lo que se decida en la Curia,en los concilibulos de los senadores y en las redes de intrigas. Y el pueblo tambinpesar en su destino mediante las asambleas, donde se escoge a los candidatos aciertas magistraturas. Adems, la plebe puede rebelarse, y por eso hay que seducirla,comprarla y alimentarla para que, una vez apaciguada su hambre, no se enfurezca. Eigualmente hay que contenerla, y saber castigarla.

    Csar presiente todo esto en este da de marzo. Para ser digno de sus orgenesdebe aprender el arte de la poltica.

    Vuelve a la villa. All, en los jardines del atrio, los esclavos estn solos, limpiandoel desorden de la fiesta. Se inclinan con respeto y humildad cuando se cruza conellos. No son nada.

    El debe llegar ms alto, y para eso, del mismo modo que ha aprendido a manejar

    las palabras y las armas, deber volver al Foro, asistir a las sesiones del Senado y alas asambleas de los comicios, frecuentar a los patricios de la plebe, conocer acuestores y pretores. Tendr que escuchar a los mejores oradores y aprender adistinguir quines son los caballeros plebeyos, miembros de la orden ecuestre, puesoyendo a su padre ha comprendido que poseen dinero, que controlan la recaudacinde los impuestos, que se enriquecen prestando a todo el mundo, despojando a los mspobres y especulando con el precio del trigo y el valor de los terrenos.

    Ya sabe que el dinero es, junto con la espada y la palabra, una de las fuentes del

    poder. Quiz sea la ms importante, as que l tambin deber poseerlo.Entra en la biblioteca, recordando la frase de un filsofo griego, Platn, que

    Marco Antonio Grifn le ha enseado: El oro y la virtud son como dos pesos

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    colocados en los platillos de una balanza. Uno no puede subir sin que el otrodescienda.

    Pero acaso la virtud proporciona fuerza?

    A menudo Csar se mezcla entre la multitud que ocupa el Foro, que rodea laCuria. El adolescente delgado y de cortos cabellos escucha los discursos de lossenadores, las acusaciones de los tribunos de la plebe. No huye cuando surgen bandasde hombres armados que persiguen a los partidarios de Mario y Cinna, ni tampoco delas que, a su vez, acosan a los que apoyan a Sila, de quien se dice que regresar aRoma encabezando sus legiones despus de haber vencido al rey Mitrdates.

    Amenazado durante un tiempo, Mario ha optado al final por huir para escapar a lamuerte. Csar lo ve reaparecer con las ropas destrozadas y la barba hirsuta, pero

    rodeado por sus soldados, que a una orden suya matan a los hombres de Sila. Lossenadores, sometidos y aterrorizados, designan por sptima vez a Mario como cnsul.La fuerza lo puede todo! Obliga a los hombres a cambiar de opinin, a escoger a

    Mario y Cinna despus de haberlos proscrito. Y la plebe est a merced de los que leproporcionan trigo o tierras, de los que saben emocionarla, convencerla oaterrorizarla.

    Csar est fascinado por las oscilaciones de un pueblo que va y viene como lamarea. Tiene la impresin de que se puede utilizar al pueblo contra el adversariocomo si se tratara de una espada, contra todos estos patricios ciegos, los optimatespreocupados por sus bienes y su poder, y no por Roma.

    Los observa, permanece a veces durante largas horas en el campo de Marte, entrela multitud que se arremolina frente a las listas de proscritos para leer los nombres delas vctimas que, sucesivamente, anuncian Sila, Mario y Cinna.

    Sobre las losas de piedra, sobre las columnas de mrmol, quedan restos de sangre.Parece imposible detener esta masacre entre romanos, esta matanza mutua. Es queno hay calma tras la tempestad para que, una vez conquistado el poder, reine laclemencia sin por ello perder la fuerza?

    Cuando entra en la villa de Subura, la inquietud es palpable. Las legiones de Silaestn en marcha y, si ganan, el terror caer sobre los partidarios de Mario y Cinna;Csar, como sobrino de Mario, correr peligro. Hay que protegerlo, y Mario piensaen la posibilidad de designarlo para que ocupe el cargo de sacerdote de Jpiter,flamen dialis, lo que lo pondra a salvo de cualquier venganza contra su persona. Paraser elegido es necesario pertenecer a una familia patricia.

    El honor ofrecido lo tienta, pues es un cargo que lo situara de golpe entre losdignatarios de Roma, a l, un adolescente apenas revestido con la toga viril.Emocionado, camina a solas por el jardn de la villa, un tanto ebrio de esta gloria

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    nueva que se le presenta. Su madre se le acerca, y le sorprende el tono violento conque lo interpela, la severidad de su expresin. No debe aceptar, dice ella con voztajante. El cargo le exigira que no abandonara jams Italia, no pasar dos nochesseguidas fuera de Roma. No podra ni montar a caballo ni empuar una espada niliderar hombres armados, y eso no es futuro para un descendiente de dioses y reyes,

    para un hijo cuyo destino es acceder a los ms altos cargos, cuya ambicin ltimadebe ser gobernar Roma. Pero cmo negarse a aceptar el cargo sin romper conMario y Cinna, con el partido de la plebe, sin que parezca que se une a las filas deSila? Le presta odos a su madre, que lo obliga a sentarse a su lado. Ella habla con loslabios apenas entreabiertos, mirndolo fijamente.

    Debes desearlo todo le dice y subordinar todos y cada uno de tus actos aeste destino. Debes evitar todas las trabas.

    Csar baja la cabeza y acepta que no ser jams sacerdote de Jpiter. Se somete a

    la decisin de Aurelia Cota.Bastan unos das para que su madre organice un matrimonio con la hija de uno deesos caballeros que comercian con dinero y cuya nica nobleza radica en sus bienes.Cosutia est ah, una tmida morena, an una nia. Pero es plebeya, y eso impedir aCsar convertirse en sacerdote. La estratagema es hbil.

    Csar escruta el rostro de Cosutia, turbado por la pasividad de la chica, por sumirada sumisa. Siente por primera vez la tentacin de tomar a una joven, de abrazarlaall y sentir su piel, que imagina fresca, sus manos dulces como las de las esclavasque lo masajean despus de sus ejercicios de combate.

    Por fin se queda a solas con ella, que permanece inmvil, su cuerpecillocomprimido en la tnica. La sensacin que experimenta es tan intensa que se veobligado a cerrar los ojos. El deseo se apodera de l como una expresin ms defuerza. Con un gesto lento retira el gran chal que ella lleva sobre los hombros. Deseaeste cuerpo desnudo.

    La vida es fuerza y, por tanto, deseo. La victoria tambin es la conquista de uncuerpo, poseerlo de igual forma que se quiere poseer el poder.

    Despus de una semana, su madre dice que ya basta de juegos. Ha organizado elmatrimonio, y ahora quiere un divorcio rpido, puesto que Csar ya no puedeconvertirse en flamen dialis.

    Cmo puede negarse? Ella insiste: l debe levantar el vuelo, iniciar su carrera.Mario acaba de morir, y pocos das despus fallece tambin su padre. Los cuerpos setransportan a sus tumbas, fuera de Roma. Los esclavos portan los retratos en cera delos difuntos, mientras que las plaideras gritan, haciendo or sus lamentaciones por

    encima de los cnticos.Al lado de su madre, Csar sigue el cuerpo de su padre. Aurelia Cota avanza con

    rostro ptreo. Csar no puede verle los ojos, pero oye su murmullo, su advertencia de

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    que la tempestad se acerca.Ya saben, segn dice, que su hijo es una fuerza que hay que romper antes de que

    se despliegue. El sumo pontfice Metelo, cabeza de la religin, ha cargado a Csar depenalizaciones por haberse casado con la plebeya Cosutia. Quieren arruinarlo,privarlo del poder del dinero, y Mario ya no est all para protegerlo. Su madre

    levanta un poco la voz: debe casarse con la hija de Cinna, Cornelia, y as tener comoaliada a su poderosa y rica familia. sta es su decisin.

    Y, si Sila vuelve a Italia, entonces habr guerra. Y, si vence por las armas y entraen Roma, entonces habr que luchar con la fuerza del espritu.

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    CAPTULO III

    Quin puede fiarse de la palabra de Sila, que acaba dedeclararse dictador?

    Csar le tiende a Cornelia el pastel de espelta que hombre y mujer deben compartir elda de su boda. Tiene prisa por terminar la ceremonia, pues el ambiente est cargado.Slo su madre sonre, complacida al ver a su hijo entrar en la familia de Cinna, quedespus de la muerte de Mario reina como dictador en Roma. Aterroriza a la ciudad,impone su poltica en el Senado y favorece a los caballeros, a la plebe, se enfrenta ala supremaca de la nobleza, organiza repartos de trigo para los ms pobres y nombraa Sila enemigo pblico.

    Pero a Csar le basta con mirarlo para ver en la faz tensa de Cinna que ste temeel regreso desde Asia del antiguo cnsul. Se sabe que Sila ha cerrado un tratado enDardanos, y que sus clusulas son favorables al rey del Ponto. Pero Sila y suslegiones han arrasado los pueblos de Asia, exigiendo importantes tributos, y hanllenado con ellos sus cofres. Sila ha recompensado bien a sus soldados, que leguardan por ello fidelidad, y no piensa sino en desembarcar en Brundisium (Brindisi),

    en la costa adritica de Italia, para retomar el poder de Roma. Ha escrito al Senado,anunciando que vengara a sus amigos y a todos los que han sufrido el gobierno delos populares y el terror ejercido por Mario y Cinna. Y el Senado y los optimatesesperan su regreso para tomarse a su vez la revancha y anular las medidas a favor dela plebe.

    Todos los que rodean a Aurelia Cota lo saben, y piensan en el terror que va acambiar de signo. Los amos de hoy se convertirn en los proscritos de maana!

    Csar lee el miedo en los rostros. Cinna est rodeado de guardias, como si temiera

    que los asesinos a sueldo de Sila caigan sobre l, persiguindolo hasta all, la villa delos Julia, el da de la boda de su hija. Julia, la viuda de Mario y ta de Csar, semantiene apartada, y su actitud expresa un altanero desdn. Csar se acerca a ella,pues quiere y respeta a esta mujer que, en medio de esta reunin de cobardes, hacegala de tanta dignidad. Nadie se le ha aproximado, como si temieran comprometerseante los ojos de quienes, en esta pequea multitud, se convertirn en cortesanos deSila si ste regresa a Roma como vencedor.

    Csar abraza con fuerza a su ta, y luego a su madre. No se inquieta, pues slo

    tiene diecisiete aos y no puede imaginar que su vida se detenga en la orilla deldestino que los dioses le reservan, puesto que lo han hecho nacer en el seno de unafamilia distinguida por la victoria y la fortuna.

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    Est alegre, lleno de nimos. Ya querra estar a solas con Cornelia, pues desde sumatrimonio con Cosutia conoce el sabor de un cuerpo de mujer. Ni siquiera concibetener que privarse de dicho placer, y durante los das posteriores a su divorcio hapedido a las jvenes y expertas esclavas que le dieran satisfaccin. Con los ojosentrecerrados, ha amado en el calor hmedo de la sala de termas de la villa, dejndose

    acariciar y esforzndose por permanecer inmvil para concentrarse mejor en el placerque poco a poco se desliza por todo su cuerpo. Tambin ha experimentado lasensacin aguda, casi dolorosa, de retrasar al mximo el instante de la satisfaccin,orgulloso de poder dominarse, feliz porque puede imponerle su voluntad a su cuerpo,hasta el lmite absoluto.

    Ha descubierto que el amor, como la palabra y el manejo de las armas, como lapoltica el arte de dominar a los hombres, de seducirlos o combatirlos, tambinexige un aprendizaje, y que, al igual que en las dems acciones humanas, el espritu y

    la voluntad ocupan un lugar primordial. Ha comprendido que, para que su cuerpopueda doblegarse frente a su alma, tiene que ser tan flexible y tan duro como el metal.Debe conservar su delgadez, ser duro como el acero, negarse a convertirse en ungordo senador, uno de esos hombres pesados y ahtos, envueltos en grasa y en elmiedo a perder la vida.

    Le tiende a Cornelia un pedazo del pastel, pero el sumo pontfice y la mayora delos sacerdotes de Jpiter, que deberan desvelar los augurios y pronunciar las frasesque protegern la unin de los dos esposos, no estn presentes. Ellos tambin esperanel regreso de Sila y piensan que, si se muestran amigables con Cinna, su condicin desacerdotes no los proteger de los asesinos que estn al servicio del vencedor deMitrdates.

    Antes de volver a su habitacin en compaa de Cornelia, Csar observa a loshombres y mujeres que se aprestan a dejar el atrio, a huir de la villa de los Julia, aalejarse de Cinna y de la viuda de Mario, intentando olvidar que se han sometido a ladictadura de los jefes de los populares, que han inclinado la cabeza bajo el yugo del

    terror y que ahora se disponen a unirse a las filas de Sila y de los optimatesporque unterror nuevo los volver a doblegar.

    As son los hombres, y Csar no siente por ellos sino desprecio y piedad. Con estacobarda, con esta materia humana deber dar forma a su destino.

    Se lleva a Cornelia. l tiene que ser una lmina de hierro afilada y un bloque demrmol de ngulos duros, puesto que los hombres no estn hechos ms que de arenay de barro.

    Aprecia el cuerpo de Cornelia. El placer no tiene la misma intensidad con ella quecon las esclavas que lo hacen surgir, lentamente, entre sus dedos y sus labios, pero la

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    dulce joven se deja amar y parece feliz, esposa en cuerpo y alma, tan claros amboscomo el agua de una fuente. No parece albergar exigencias, satisfecha de esperarsimplemente el regreso de su esposo.

    Y desde su matrimonio Csar apenas est en la villa de Subura, donde hainstalado a su joven esposa junto a su madre, Aurelia Cota. Se dedica a recorrer el

    Foro y la ciudad, asiste a las sesiones del Senado en la Curia y se mezcla con laplebe. Observa a los senadores, que aceptan las leyes impuestas por Cinna, el cnsulautodesignado sin pedir su opinin y que trata de apoyarse en los popularesy en laplebe que halaga y alimenta, para oponerse al regreso de Sila.

    Csar calla y aprende de poltica, de hombres, de poder y, por lo tanto, de traiciny cobarda, de cumplidos y vanidad, de ambicin y avidez, y tambin de lo precariaque es la fuerza. Ve a Cinna intentando reclutar tropas, conseguir trigo, recaudarimpuestos para organizar su defensa contra las legiones de Sila, cuyos navos se

    acercan a Brundisium. Pero, si desembarcan, quin podr resistirse a los soldados,an ms impacientes a causa de los botines de Asia y que, despus de tantos aos deguerra lejos de Italia y de Roma, ansan obtener dinero, tierras y los derechos de losveteranos?

    A Csar no le sorprende enterarse de que Cinna, que haba viajado a Ancona paratomar el mando de sus tropas, ha sido asesinado durante un motn. Qu hacer? Lasgaleras de Sila han desembarcado seis legiones en Brundisium, casi treinta y seis milhombres decididos a vencer, que se benefician del apoyo en Roma de los optimates,de la mayora del Senado, de todos los que han sufrido la ley agraria o que hanaceptado de mala gana la concesin de Mario de la ciudadana romana a todos lositalianos que viven al sur del Po. Los galos y los cisalpinos ya reclaman el mismoderecho. Y los optimates, que han visto menguar la supremaca de la nobleza,tambin desean la victoria de Sila.

    Csar no desea participar en los combates que libran los ltimos partidarios deCinna con tropas compuestas en buena parte por italianos, pues no tienen ninguna

    oportunidad de imponerse a las veteranas legiones. Espera, durante unos das deincertidumbre que disfruta. Cornelia est embarazada y da a luz a una nia de nombreJulia el mismo da que las tropas de Sila entran en Roma. Se oyen sus gritos detriunfo desde los jardines de la villa de los Julia. En su camino, de Brundisium aRoma, aplastan las ciudades que se resisten. Ahora quieren verter la sangre de Roma.No muy lejos del distrito de Subura masacran a varios miles de prisioneros, a los quehan conducido al Circo Flaminio, cerca del Capitolio, el Foro y la Curia. Lossenadores, como Csar desde su villa, oyen el gritero y las splicas de las vctimas.

    Las bandas armadas recorren la ciudad, amenazadoras, matando a todo aquel queparece hostil, escogiendo al azar pero atacando sobre todo a los ricos caballeros queapoyaron a Mario y Cinna. Los matan para despojarlos de sus bienes, un botn que se

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    reparten mientras Sila se hace nombrar dictador por un Senado que una vez msinclina la cerviz.

    Csar ha decidido que no huir, pues nadie puede escapar a su destino, y el suyo

    es alcanzar la cima, como un hijo de dioses y reyes, y no morir a los dieciocho aosbajo la espada de un mercenario de Sila. Se queda largo rato junto a su hija Julia, obien prosigue su entrenamiento con las armas en el jardn. Luego sale para recorrer laciudad, sin preocuparse por el peligro, protegido slo por unos pocos esclavos. Nadiese atrever a atacar a un descendiente de Venus y de Marte, un joven que an no harecibido ningn nombramiento poltico, a quien nada parece importar excepto el gocede los placeres de la vida, y del que se empieza a murmurar que aprecia demasiadolos placeres del cuerpo y que siempre va en busca de mujeres, y de algn joven

    muchacho tambin.Es cierto que es el sobrino de Julia, la viuda de Mario, y que su esposa esCornelia, hija de Cinna, pero l no ha tomado parte en el terror. Adems, es unpatricio, hijo de una de las familias ms nobles de Roma, y sabe que su madre estdirigiendo a todos los miembros de la gensde los Cota para que le arranquen a Sila lapromesa de no atentar contra la vida de un joven inofensivo. Pero quin puede fiarsede la palabra de Sila, que acaba de declararse dictador?

    En respuesta al senador que le pide que haga pblica la lista de futuras vctimas,pues no deseamos pedir que se perdone a aquellos cuya muerte ya has decidido, sinodisipar la duda de los que has decidido salvar, Sila contesta que no sabe an a quinha decidido salvar.

    Declara al menos a quines deseas ver muertos le insisten.A Csar le cuentan que Sila ha sonredo y ha aceptado publicar las listas de

    proscritos, pero slo de los que se acuerde, ochenta nombres un da, doscientos veinteal siguiente. Y Sila aade frente al pueblo que cada da proscribir a aquellos cuyonombre recuerde.

    Csar escucha. Slo los dioses decidirn cul es su destino, pero hay que saber

    ayudarlos. No dejar que lo sacrifiquen como a una oveja.

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    CAPTULO IV

    Es la primera vez que su vida corre peligro, la primera vez quese avanza a la decisin de los dioses.

    Csar camina por las calles de Roma, lejos del Foro y de la Curia. Mira a lasmuchachas, se deja querer, las sigue, sucumbe a su atractivo. Sale de sus abrazos conla toga mal ceida, como uno ms de los jvenes amantes del placer que pasan de losbrazos de una mujer a los de un muchacho. Por el modo en que se perfuma y se hacedepilar, afeitar varias veces al da, masajear, y por cmo se ocupa de tener el cuerposiempre cubierto de aceites aromticos, se creera que efectivamente es un herederoms que prefiere el placer al poder, el disfrute y el lujo a la virtud.

    Ama los juegos del cuerpo, pero permanece ojo avizor, engaando a todos,intentando que los asesinos se olviden de l, que se olviden de su existencia todos losque matan en nombre de Sila, que persiguen a los proscritos para recibir unarecompensa o para recomprar sus bienes saldados a bajo precio. Desea que loconsideren slo un joven despreocupado de menos de veinte aos, que recita poemasantiguos en griego y latn.

    Cuando vuelve a su villa en Subura, su madre le cuenta las medidas que Sila hatomado. Su gobierno se apoya en el asesinato de sus enemigos y en devolver alSenado los poderes adquiridos por los caballeros y los tribunos de la plebe, al tiempoque se asegura de la lealtad de las veteranas legiones, y tambin del pueblo,distribuyendo parcelas agrcolas o no derogando los derechos de ciudadanaconcedidos a los italianos. Sila mantiene al Senado bajo su frreo control aun cuandolospopularesestn ya vencidos. Quiere que todo el mundo sepa que el poder est enmanos de una sola persona, que Sila es un dictador cuyo poder no acepta lmites.

    Csar escucha a su madre. Aquel que mate a un proscrito recibir una prima dedos talentos, incluso si el asesinado es padre, hijo, hermano o amo del asesino.Recompensar a un esclavo por la muerte de un ciudadano! Y el que sea generoso yacoja a un proscrito se convertir a su vez en proscrito. Los hijos del proscritotambin quedan condenados, y sus bienes confiscados. Las listas de proscritos sellenan de nombres, pues los asesinos codician sus bienes. Se dice que Quinto Aurelio,que jams tom partido en los debates polticos, descubri que su nombre estaba en lalista y exclam ante su desgracia: Oh, desdichado! Mi casa de Alba ser la causa de

    mi muerte. Aurelia Cota se inclina y aade dulcemente que Quinto Aurelio apenaspudo dar dos pasos antes de que los espas acabaran con su vida.

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    Csar calla. Podr escapar a la proscripcin y a las masacres? Se dice que Sila seha presentado en la ciudad de Prenesto y ha ordenado all que se reuniera a ms dedoce mil hombres para a continuacin pasarlos a todos por la espada. El terror queinspira, el botn que reparte, el robo y el despojo de bienes que autoriza le garantizansus apoyos.

    En Roma, entre los asesinos se destaca Lucio Sergio Catilina, que hace inscribiren la lista de proscritos el nombre de su propio hermano, al que ha dado muerte antesdel regreso de Sila. Para darle las gracias al dictador, mata tambin a uno de losadversarios polticos de Sila. Aurelia Cota baja la voz y prosigue:

    Mostr en pblico la cabeza del muerto, se la entreg a Sila en medio del Foro,y despus fue a lavarse las manos manchadas de sangre en una pila sagrada deltemplo de Apolo.

    Todo el mundo acepta este terror. As, Marco Licinio Craso, tras haber ayudado a

    las tropas de Sila en su regreso a Roma, se enriquece despojando a los proscritos,recomprando sus bienes en las subastas y convirtindose con ello en uno de loshombres ms ricos de Roma. Sila se alegra, as como se congratula de la adhesinque le muestra un rico joven, Pompeyo, que rene por su cuenta a un grupo dehombres para luchar a su lado y los constituye en una legin. Sila le otorga el ttulode imperator, pero le exige que repudie a su esposa; Pompeyo acepta, pues el temorque Sila le inspira es grande.

    Mezclado entre la gente, Csar asiste al triunfo del dictador. Observa los rostros

    de hombres y mujeres de la plebe romana, que contemplan fascinados el espectculode cadveres reales amontonados en los carros, de prisioneros encadenados y, sobretodo, de los poderosos patricios que Mario y Cinna haban expulsado y que,restablecidos sus derechos, cortejan a Sila, llamndolo padre y salvador.

    La plebe muda de afectos con facilidad; adora el reflejo del oro, los desfiles y eloropel. Quien posee fuerza y dinero siempre puede seducirlos y arrastrarlos.

    Csar se aleja hacia el distrito de Subura. Es posible que Sila, habiendo llegadotan lejos y animado por ese impulso vengativo y exterminador, olvide que Csar esesposo de la hija de Cinna y sobrino de Mario? l espera, consciente de que la vidadisoluta de la que hace gala en pblico no podr engaar al dictador por muchotiempo.

    No se equivoca. Los enviados de Sila se presentan en la villa, amenazadores.Exigen que Csar repudie a su esposa como prueba de su fidelidad, de su ruptura conla familia de Cinna y con lospopulares. Si se niega, ser un proscrito, y sus bienes yla dote de Cornelia Cinna sern confiscados. Naturalmente, pondrn precio a su

    cabeza.Csar no duda un instante. Aquel que cede a la amenaza, el que abjura de sus

    creencias y abandona a los suyos para salvar la vida, rompe el hilo dorado que lo une

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    a los dioses y a la fortuna. Por lo tanto es necesario huir para salvar algo mucho msimportante que su vida: su destino. Su madre lo abraza, aprueba su decisin, y luegollegan Cornelia y Julia, acompaadas por una esclava. Hay que huir de prisa, ahoraque an es de noche. Se dirige a la regin de los montes Sabinos, llena de vallesestrechos y repleta de cuevas, al noreste de Roma. Pero las bandas de asesinos

    persiguen a los proscritos y cada noche es necesario cambiar de escondrijo, ocultarsede da, esperar.

    Al cabo de unos das siente el cuerpo debilitado, cubierto de sudor. Es por elagua que ha bebido o quiz por la proximidad de los pantanos? Pierde elconocimiento y, cuando abre los ojos, unos hombres lo rodean: los cazadores de Sila,y su jefe Cornelio Fagita. Cuando ve sus rostros salvajes y crueles, Csar recupera lasfuerzas. Es ahora cuando hay que demostrar a los dioses que es digno de ellos. Ahoradebe invocar a la fortuna, desafiando su suerte.

    No duda, habla con autoridad y adivina que su calma y su lgica impresionan alefe de los mercenarios. Se sabe tan superior a l como si perteneciera a otra raza, laraza de los elegidos.

    Le propone a Cornelio Fagita pagarle al instante ms que la prima que cobrarpor su captura. Qu har con un hombre enfermo, que tendr que transportar hastaRoma? Y, para cuando llegue, tal vez Sila haya cambiado de opinin. Porque sufamilia est intentando que ste rectifique la condena de Cayo Julio Csar

    Sabes quin soy? Sabes quines son mis antepasados?Cornelio lo escucha. Csar ni siquiera necesita insistir: ha vencido y el trato se

    cierra.Csar jams se ha sentido tan fuerte. Es la primera vez que su vida corre peligro,

    la primera vez que se avanza a la decisin de los dioses, que ha vencido con ayuda dela fortuna. No queda ninguna duda de que los dioses le permitirn llegar hasta el finde su destino.

    Ahora ya puede volver a Roma. Todos han intervenido: sus parientes, Cayo

    Aurelio Cota, Mamerco Emilio Lpido. Y las vrgenes sacerdotisas de la diosa Vestahan cedido a las presiones de las dos familias, Julia y Cota, y ellas, que son lasguardianas de la llama sagrada del templo del Foro, han logrado hacer ceder a Sila.

    Csar, sin embargo, se entera de que el dictador se ha puesto furioso.Triunfad y conservadlo! ha exclamado. Pero sabed que este hombre cuya

    salud os es tan cara ser un da la causa de que el partido de los aristcratas, que tantohabis defendido a mi lado, sea vencido. En Csar hay muchos Marios!

    Csar se hace repetir la frase, que lo turba como un orculo. Los dioses velan por

    l, pero es necesario ir a su encuentro cada vez, provocar su intervencin, recoger losdesafos que le lanzan. Actuar, mostrando as que es digno de su confianza.

    Se pone de acuerdo con su madre; no debe quedarse en Roma, repite Aurelia

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    Cota. Sila es cruel y caprichoso, sensible a las presiones de su entorno, y los bienesde los Julia y los Cinna pueden despertar la codicia de muchos asesinos.

    No hay que huir, sino marcharse lejos, al servicio de Roma, a una provincia deAsia gobernada por un propretor prximo a Sila, el general Marco Minucio Termo.En ese lugar, al menos, se defiende a Roma y no al dictador de turno.

    Ve, Cayo Julio Csar, ve, sigue tu destino!

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    SEGUNDA PARTE

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    CAPTULO V

    Arde en deseos de intervenir. Los dems se encogen de hombros.Slo tiene diecinueve aos y ninguna experiencia en la guerra.

    Csar est de pie en la proa de la galera. Observa cmo se acerca la costa rocosa que,a la luz prpura del crepsculo, se yergue como una muralla negra por encima de unmar que el sol hace relucir.

    Debe dominar sus emociones. Hace semanas que esperaba este momento, lallegada a Colofn, el puerto de la provincia de Asia donde reside el general MarcoMinucio Termo. Desde su partida de Brundisium, desde que ha visto alejarse la costaitaliana, est impaciente, pero disimula sus sentimientos ante los centuriones que loacompaan, ante el capitn de la galera y ante todos los curiosos y los espas.

    Tiene diecinueve aos y es la primera vez que viaja fuera de Italia, que navega enalta mar, codendose con los rudos marineros y soldados de las galeras. Observacmo duermen los legionarios, envueltos en sus capas, con la cabeza reclinada en suescudo o sobre el saco en el que transportan un pequeo hornillo donde cuecen susopa de trigo.

    Sin duda saben que es el sobrino de Mario, el cnsul que fue uno de los grandesgenerales de Roma, que reorganiz el ejrcito para que se reconocieran los mritosmilitares en lugar del origen familiar, para que se admitiera a filas a los pobres

    roletarii y para que, en cada centuria, en cada manpulo y cada cohorte, lasrecompensas se otorguen a los mejores. Los hombres que van a reunirse con laslegiones de Asia lo observan, pero nunca se dirigen a l. Es uno de los jvenes noblesque servirn junto al general para conocer desde dentro, antes de empezar su carrera,cmo funciona el ejrcito. Los centuriones y los principales saben que vivir en el

    entorno del general, que formar parte de su estado mayor y compartir tienda conotros nobles y que, sin haber combatido jams, recibir todos los honores de untribuno militar.

    Csar ha evaluado el respeto ligeramente hostil que le dispensan, y durante todoel viaje oculta lo que siente. Debe permanecer impasible, sin que nadie adivine laexaltacin que lo embarga ante las costas de Grecia, cuando, en cada isla entre lasque se desliza la galera, distingue los templos, los anfiteatros y las estatuas erguidasen la cima de las montaas, testimonios de mrmol de la grandeza griega, hoy

    sometida al poder de Roma.Est orgulloso de las conquistas romanas que la nave va costeando, de los puertosdonde a veces se detienen; y, en el muelle, velando por las galeras de combate

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    amarradas, ve a los soldados, armados con su espada corta, su lanza y su escudo.Roma est presente por doquier. Mare nostrum. Nuestro mar. Qu queda por

    conquistar? Egipto. Pero antes es necesario defender las provincias.

    Cuando se disponan a partir de Brundisium lleg un mensajero para anunciar quela guerra contra Mitrdates se haba reanudado y que se combata en las costas delPonto Euxino, el mar que llaman Negro.

    Desde ese instante Csar se ha sentido impaciente por participar en esa guerra,feliz de poder alejarse de Roma para encontrarla de nuevo poderosa, unida,disciplinada, encarnada en el ejrcito donde se dispone a servir. Piensa que Romatiene que ser como una nave, guiada por una mano segura, pilotada con vistas al biende todos y con cada miembro de la tripulacin concentrado en su tarea. El capitn

    tiene el derecho de dar la vida y la muerte entre los suyos y, conocedor de la ruta, eldeber de evitar los arrecifes y vencer al enemigo, o esquivarlo con una finta.Hay espas a lo largo de todo el trayecto y, desde que salen del Adritico para

    entrar en el mar Jnico, se oyen a menudo gritos de alerta que anuncian la presenciade un velamen sospechoso, quizs alguno de los veloces navos piratas que infestanesas aguas

    Csar aprieta los puos cuando oye la orden del capitn: cambiar el rumbo,deslizarse detrs de una isla. Es que acaso debe un romano huir ante los piratas?

    La ley y el orden deberan ser respetadas en todas las tierras donde Romagobierna. Eso es lo que ha dicho, pero ha advertido las miradas llenas de irona delcapitn y los centuriones. Los piratas son un veneno que se extiende por doquier;vienen de Cilicia, donde se ocultan en pequeas calas, y asuelan todas las costas,incluso las de la misma Italia. Saquean las villas aisladas, incluso si estn cercanas aPuteoli (Pozzuoli), Ostia o Brundisium. Se apoderan de barcos mercantes, capturan alos pasajeros, los matan o los revenden como esclavos o exigen rescates de susfamilias, si son ricas.

    Csar est indignado. La paz romana debe imponerse! Arde en deseos de

    intervenir. Los dems se encogen de hombros. Slo tiene diecinueve aos y ningunaexperiencia en la guerra. Y slo ha mandado a esclavos, y no a soldados que debencombatir y por lo tanto aceptar el riesgo de perecer en la lucha.

    l tambin quiere combatir, manifestar su fuerza! Sabe que el primer ordenpoltico es el orden militar. Y sabe que no hay poder sin legiones. Para imponer la pazy la ley en Roma, y entre todos los pueblos que domina, primero hay que ser el jefede un ejrcito.

    Quiere actuar, le dice al general Marco Minucio Termo, que lo acoge con

    benevolencia al tiempo que le hace saber que no ignora en absoluto las razones que lohan conducido a abandonar Roma. No ha acudido all para descubrir la provincia deAsia y el arte de la guerra, sino para alejarse de Sila. Pero Marco Minucio le dice que

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    lo primero es la grandeza de Roma y por lo tanto vencer a sus enemigos.Csar aprueba sus palabras. Desde el primer momento comprende que Marco

    Minucio, compaero de Sila en las guerras contra el rey Mitrdates, no se ensaarcon l por sus orgenes. All, frente a los brbaros, se es ante todo ciudadano romano.Las luchas por el poder en Roma parecen lejanas, y slo cuentan el rigor y la

    inteligencia.Csar ama esta vida militar. Asiste a todas las reuniones de los tribunos de las

    legiones a las rdenes de Termo, comparte las cenas en la gran sala del palacio. Nohay menos lujo que en las ms ricas villas romanas. Los manjares a menudo sondesconocidos. Los esclavos, hombres y mujeres, son numerosos y bellos, de mirada ypiel oscura y cabellos negros. A Csar le parece que la vida se ha hecho de prontoms grande y ms abierta, que respira ms ampliamente.

    Cabalga al lado del general por las ridas montaas que se precipitan hacia el mar.Desde la cima de las cumbres se distingue el Egeo y las grandes islas que, comopuestos de vanguardia, crean una lnea de fuertes que protege la provincia de Asia.

    All est Rodas, dice Termo sealando una gran lnea oscura. Csar recuerda que,segn su gramtico Grifn, en esta isla viven los mejores maestros del mundo. Alllos filsofos griegos ensean a sus alumnos, provenientes de todas las provincias deRoma. All se ensea elocuencia e historia de Grecia, y se estudian las sabiasdeducciones de Pitgoras, los textos de Homero, de Esquilo y de Sfocles, y lasabidura heroica de los estoicos que saben morir.

    All, frente al puerto de Colofn, est Samos, y all, aade Termo tendiendo elbrazo hacia el horizonte, hacia el estrecho del Helesponto, que separa Europa deAsia, estn Lesbos y su ciudad Mitilene, orgullosa como un estado.

    La voz de Termo ha cambiado. Mitilene es una espina clavada en el taln deRoma, y hay que extirparla, exclama.

    Csar lo escucha, comprende que a veces slo hace falta una nfima herida paraparalizar a un hombre, y Mitilene, que controla el Helesponto, es aliada de Mitrdates

    y se niega a someterse a Roma, es esa herida.A qu esperamos? pregunta.Se encuentra en el palacio que ocupa Marco Minucio Termo. El peristilo se abre

    sobre el pueblo de Colofn. Marco se acerca y seala la cala del puerto, donde no hayms que dos galeras amarradas. Cmo se puede vencer a Mitilene sin tener barcoscon los que establecer un bloqueo? Termo coge a Csar por el hombro y le habla de laflota que el rey de Bitinia, aliado de Roma, debe enviar para el ataque contraMitilene. Pero el rey est demorndose, se escabulle.

    Termo mira a los ojos a Csar. Es que acaso este joven noble de piel rasurada yperfumada, de cuerpo depilado, piel suave y msculos firmes, sabe siquiera quin esel rey de Bitinia? Se llama Nicomedes y es retorcido, corrupto y astuto. Reina sobre

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    la orilla sur del Ponto Euxino y ama el lujo y el placer. En su palacio de Nicomediaamontona tapices, estatuas, cofres y todo lo que los barcos piratas le llevan de susrapias.

    Pero es nuestro aliado contra Mitrdates aade Termo. Una alianza que lereporta un botn, que le permite exigir una tasa a los barcos por el derecho a cruzar el

    Helesponto. Es astuto y perverso.Termo arrastra consigo a Csar mientras camina a lo largo de las columnas del

    peristilo.Nicomedes IV prosigue se refugi en Roma durante la guerra entre Sila y

    Mitrdates. Conoce nuestros vicios y nuestros placeres, nuestra fuerza y nuestrasdivisiones. Ha prometido el apoyo de su flota de guerra contra Mitilene, pero sabeque si seguimos con esa espina clavada en el taln cojearemos, lo justo para quetenga ms libertad sin que ello, sin embargo, nos excuse protegerlo contra Mitrdates.

    Debemos convencerlo para que se atenga a su palabra. Siente nostalgia de Roma y delos romanos murmura Termo.No es ms que un estremecimiento, pero Csar conoce esta sensacin, una

    comezn que se desliza por la piel a lo largo de la espalda. La ha sentido ya, cada vezque se ha enfrentado a un nuevo reto o se ha acercado a un cuerpo nuevo que seofrece a su deseo.

    En esa sensacin se mezclan el placer y la inquietud, incluso quizs el miedo. Yeste estremecimiento nace cada vez que debe hacer frente a un desafo o que adivinaque los dioses lo observan para saber, una vez ms, si es digno de sus esperanzas.

    Se sentir halagado, honrado y seducido de que un joven romano de tu estirpe,Cayo Julio Csar, lo visite y le recuerde as sus deberes hacia Roma dice Termo.

    Csar da un respingo. Por qu negarse a esta aventura que los dioses le ofrecen?Por fin podr actuar, servir a Roma, demostrar de lo que es capaz, tener xito yconvertirse en la voz y el rostro de Roma en estos reinos brbaros, que lo atraen porsu exotismo, por ser lugares donde el peligro se da la mano con el placer, donde todoes posible.

    Parte a encontrarse con Nicomedes IV, rey de Bitinia, en su palacio a las orillas

    del Ponto Euxino.

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    CAPTULO VI

    Vive como te parezca. Todo est aqu para ti, si as lo deseas,le dice Nicomedes, echndose a su lado.

    Csar camina con paso lento recorriendo la galera, cuyos muros estn cubiertos detelas doradas. A uno y otro lado, nichos pintados de azul acogen estatuas de mrmol yde oro, cuyos ojos brillan como diamantes. Tiene la impresin de penetrar en unmundo de seda, dulce como los tapices sobre los que se hunden sus pasos. El sueloest sembrado de ptalos de rosa.

    Est embriagado por un perfume enloquecedor. La msica se desgrana, obsesiva.Le parece que en comparacin la ciudad y los edificios de Roma son austeros, fros,una mera masa de bloques de mrmol, mientras que aqu, en el palacio del rey deBitinia, todo es ligero, como los velos que tornan ms deseables a los jvenesesclavos de cuerpos grciles, tan verdes todava que no se sabe si son muchachos omuchachas. Sus pies parecen rozar el suelo, tanta es su gracia y su habilidad. Aqucunde el lujo, el deseo, el placer.

    Un hombre cuyo rostro parece ms delgado por su barba puntiaguda, de cabellos

    negros y rizados, con pendientes en las orejas y anillos en los dedos, y una tnica deseda que deja entrever su vigoroso torso perfumado, se acerca hacia l con las manostendidas.

    Eres el enviado de Marco Minucio Termo. Bienvenido, t cuyo cuerpo nostrae la belleza de Roma!

    Es el rey Nicomedes IV. Csar se deja conducir a una vasta estancia en cuyocentro hay bailarines haciendo piruetas y en la que esclavos desnudos llenan lascopas. Hay hombres gordos tendidos sobre cojines y alfombras. Reconoce a

    ciudadanos romanos, mercaderes que estn all para comprar en las orillas del PontoEuxino seda, oro, armas y joyas. Cruza con ellos miradas cmplices y, por uninstante, se reencuentra al verlos con la atmsfera de Roma, donde los cotilleos, lasintrigas y las conspiraciones enfrentan o unen a los hombres. Csar gira la cabeza.Poco importa. Le sirven vino con azcar. Los esclavos se inclinan, lo acarician.

    Vive como te parezca. Todo est aqu para ti, si as lo deseas le diceNicomedes, echndose a su lado.

    Csar nota la mano del rey sobre su muslo. En Roma jams ha conocido este

    fausto, este desenfreno de los cuerpos que se proponen; jams ha bebido un vino tandulce ni jams un rey se le ha acercado, un rey al que debe convencer y seducir.Nicomedes se inclina una vez ms hacia l.

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    Deseas retirarte, enviado de Roma?Con un gesto imperioso, Nicomedes indica a los guardias y a los esclavos que se

    acerquen para guiar al joven y apuesto noble romano hasta la habitacin del rey, paraque pueda reposar de su larga travesa. Csar se levanta y cruza la gran sala. Sedetiene en el umbral de una habitacin cuyas puertas acaban de abrirle. Sobre la

    cama, cubierta de telas doradas, hay unas ropas de color prpura. Jvenes esclavos loacompaan a las estancias contiguas, donde el agua mana fresca y perfumada. Se dejadesvestir por esas manos que apenas lo rozan y que empiezan a verter aceites sobre sucuerpo, ligeras como plumas.

    l es el descendiente de Venus. Puede, y debe incluso, abandonarse al placer y allujo. El goce es una celebracin de la divinidad, una manera de honrarla, de celebraresta vida que ella marca con su huella y protege. Bebe, se viste con la tnica prpuray se acuesta en su cama de oro.

    Las antorchas se encienden, el da ha terminado. El tiempo se desliza como unagua ligera que resbala por el cuerpo, acaricindolo. Se duerme y se despierta. Lesirven una bebida, los jvenes esclavos le dan un masaje, las muchachas lo frotan consus senos desnudos, y he aqu que, a la luz de las antorchas recin encendidas, el reyaparece y se echa junto a l. Su cuerpo es nervudo, y su abrazo dulce.

    T eres el enviado de Roma. Yo soy el aliado de Roma. Yo amo a Roma.Csar nota las manos de Nicomedes deslizarse sobre su torso, entre sus muslos.

    Se abandona. Est en el pas de Venus, de Apolo y de Dionisio. Los dioses hanquerido que est all, acostado al lado de este rey brbaro y fastuoso, que lo abraza, lopenetra, le da un placer que Csar an no haba conocido y al que se abandona.

    Beben de nuevo. El rey se levanta, y Csar lo sigue a la sala de los banquetes.Coge un nfora y le sirve una bebida al rey, que sonre, con los ojos entrecerrados, ytiende su copa.

    Se hace de da, y luego de noche. Y, a la luz de las antorchas, Csar percibe lascaras guasonas de los mercaderes romanos, oye sus murmuraciones, adivina sus

    palabras.Prostituido, dice uno sealndolo con un gesto de la cabeza; reina de Bitinia,

    dice otro, riendo. No es ms que una mujer Ha ocupado el lugar de un esclavo Ybeben soltando grandes risotadas, cogiendo por la cintura a las jvenes que pasan a sulado, obligndolas a arrodillarse frente a ellos.

    Csar se aleja y no se siente herido, aunque sabe que difundirn susmaledicencias desde el mismo momento en que toquen suelo italiano y que sereencuentren con las miserias y rivalidades de Roma. Otros utilizarn estas palabras

    para impedirle algn da desempear un papel poltico. Pero no siente inquietud, puesla fortuna vela por l. Y l ama ese placer de los sentidos, esos cuerpos que loabrazan, jvenes y vigorosos, y el cuerpo del rey, tan joven pero ya tan poderoso.

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    Los dioses, Venus y Apolo, Dionisio y Jpiter, sin duda aprueban su deseo deplacer y de dejarse amar por este rey aliado de Roma. De esta forma honra a suanfitrin, pues lo seduce. Y rinde culto al placer y al amor, con los que los dioses hanrecompensado a los hombres.

    Ya no cuenta los das ni las semanas, pues los laberintos del placer no seterminan. Le gusta que su cuerpo guste. Y le gusta dejarse envolver por los velos, lastelas tejidas con hilo de oro, y dejar que los brazos del rey lo abracen, lo rodeen.

    Por fin llega el tiempo de hablar, y Csar comienza:Los navos que debes a Roma, tu aliada, para que pueda doblegar a Mitilene

    dice, esa flota que te has comprometido a enviar a Marco Minucio Termo, cundola enviars?

    Csar se asombra ante su propia facilidad para abandonar el placer del cuerpo poreste placer del espritu que es lograr el xito en un propsito.Pero esto tambin lo han hecho posible los dioses. Venus, la diosa del placer, y

    Venus Victrix, la diosa de la victoria.Toma las naves y llvatelas le responde Nicomedes.Ha cumplido su misin! Vencer es el placer supremo.

    Toma el mando del navo ms grande y dirige la flota. Contempla cmo la proaabre en este mar de la Propntide (el mar de Mrmara) un camino negro orlado deblanco. Y despus el Helesponto, y ms tarde el mar Egeo. Las costas de Lesbos sedistinguen a lo lejos, y tambin los muros de Mitilene. Muy pronto llegarn las navesesperadas.

    He dado a Roma las armas para vencer. Qu importan los medios con los que

    las haya conseguido!

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    CAPTULO VII

    As es la ley. El vencido muere o se convierte en esclavo. Y quiense enfrente a Roma conocer esta suerte.

    Quiere estar al lado de los centuriones, los portaestandartes y los legionarios de laprimera centuria que saltan desde las naves al muelle de Mitilene. Esgrime su espada,el gladius que tantas veces ha manejado en el jardn de la villa de Subura con sumaestro de armas, pero ya no es ningn ejercicio. Una lluvia de flechas y piedrassurge de los muros de la ciudad y se abate sobre los soldados, rebota contra losescudos.

    Corre con sus hombres en la primera lnea de asalto, y varias veces debe retirarsea causa de las flechas que mellan su coraza. Pero no siente ningn temor, no morir.Los dioses no lo quieren. Est convencido de ello.

    Los griegos salen por una puerta de la ciudad, gritando, con sus lanzas en ristre.Rodean a un grupo de soldados romanos, con intencin de masacrarlos. Csar selanza hacia adelante, seguido por varios soldados, y ataca a los griegos, que,sorprendidos, se retiran y regresan a la ciudad, pero sin tiempo de cerrar las puertas

    tras ellos. Ms centurias desembarcan y se unen a la vanguardia en columnas cerradasque irrumpen en las callejuelas de Mitilene. El acre olor de la sangre lo invade todomientras los cuerpos caen, se elevan los gemidos y se degella a los vencidos.

    Tiene veintin aos y combate por primera vez. Es un nuevo placer. Se acerca altemplo de Venus y de Apolo que hay en la parte ms elevada de la ciudad, donde losgriegos se han congregado. Arrojan sus armas. Se arrodillan, suplican por su vida.

    Pero los legionarios les clavan la espada en el cuello y los griegos caen uno tras otro.La sangre tie las tnicas de rojo oscuro. Csar observa a los legionarios, que entranen las casas, saquean, arrastran a las mujeres por los cabellos. Oye los gritos de estasltimas, y luego sus voces ahogadas. l est tranquilo y sereno, pues nada de lo queve lo sorprende. As es la ley. El vencido muere o se convierte en esclavo. Y quien seenfrente a Roma conocer esta suerte. ste es el orden del mundo.

    Los tribunos y los centuriones lo rodean y lo miran con respeto y asombro. Quimaginaban, pues! Que tendra miedo como una mujer, que sera uno de esos

    venes nobles y afeminados que slo saben gozar del placer del cuerpo de una joveno de un adolescente? Ignoran que Venus tiene dos caras, que tambin es VenusVictrix, la luchadora victoriosa, y que en su estirpe se cuentan reyes legendarios y el

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    propio Marte, dios de la guerra.Se esfuerza por no aparentar ninguna euforia y, sin embargo, se siente exultante y

    orgulloso. Es un soldado que ha visto y vertido la sangre de los enemigos de Roma.No es esa reina de Bitinia de la cual se han burlado los mercaderes, esaprostituida que ha ofrecido su cuerpo al rey Nicomedes para conseguir que ste

    enve sus naves a los romanos.Lo puede y lo quiere todo! Marco Minucio Termo se acerca. Csar permanece

    impasible mientras escucha cmo el general lo felicita por su valor. Gracias a suarrojo ha salvado a ciudadanos romanos, a esos soldados rodeados. Se merece lacorona cvica, que demostrar a ojos de todos que es un valiente, un heroico hijo deRoma, digno de servir en sus legiones. Csar no responde.

    Qu ms quieres, Cayo Julio Csar? pregunta Termo.Csar est seguro de que el tono del general ha cambiado, como si para l

    tambin fuera una sorpresa el valor que ha mostrado. Comprende que ahora consideraun aguerrido legionario a este joven guerrero que se ha mostrado sereno e indiferenteante la muerte.

    Qu quieres? repite.Csar se adelanta. Piensa en los placeres que disfrut en el palacio de Nicomedes,

    en el lujo y el fausto con que el rey lo regal. Despus del olor a sangre quiererespirar de nuevo el perfume de la lujuria. Dice que debe volver a Bitinia, pues deberecuperar un dinero que le adeudan a uno de sus libertos. Las palabras salen sin quetenga necesidad de buscarlas.

    Termo vacila. Quin puede creer ese pretexto? Pero la apariencia es tambin otromodo de verdad.

    Haz lo que debas dice Termo.As pues, Csar se rene con Nicomedes, con las telas de hilo de oro y las copas

    llenas de vino azucarado. As le parece que honra tambin a Venus, que acaba deproporcionarle su victoria por la espada.

    Regresa unas semanas ms tarde, con el cuerpo alegre y ligero despus de haberconocido el amor tras la guerra. Sorprende la burla en los ojos de Termo y sustribunos, pero basta con que les sostenga la mirada para que desven la vista. Tiene laimpresin de que, a su alrededor, tanto los hombres ms valientes como los mspervertidos, los que han luchado en las campaas contra Mitrdates al lado de Sila ylos que no piensan sino en conseguir un botn y en darse da tras da al desenfreno,todos reconocen que l es distinto. Y as lo siente cuando los ve, cuando adivina sufuturo frustrado, sus ambiciones limitadas. l es de otro temple. Un hombre aparte,

    destinado a lo excepcional.Escogido por los dioses y amante de un rey. Y con apenas veintin aos. Es por

    eso por lo que no se siente impaciente? Los dioses son amos del tiempo y disponen a

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    placer los obstculos que debe superar. Ellos se encargarn de preparar lascircunstancias que l tendr que utilizar para lograr avanzar un paso ms y acercarseas a su destino final.

    Ese camino que debe recorrer es una obra surgida de la voluntad comn de losdioses y de l mismo. l ha de saber reconocer los signos y los designios divinos, los

    desafos que le lancen, las puertas que se abran. Pero al elegir, al decidir entre uno uotro camino, estar solo.

    La vida es un laberinto que los dioses dibujan, pero que recorre el hombre. Y elnico hilo del que dispone para escapar de los peligros es su confianza en s mismo yen los dioses, en su inteligencia y su obstinacin. No sirve de nada ir con la cabezabaja, como un toro ciego que rasca el suelo con las pezuas. Cada paso requierereflexin y aprendizaje.

    Debe aceptar, pues, permanecer largos meses en el estado mayor de MarcoMinucio Termo, ocupndose de tareas sin gloria, y no quejarse. As aprende cmo sedirige una legin, cmo hay quien olvida servir a Roma para servirse a s mismo.Evala el poder de los publicanos, los caballeros que adelantan a Roma los impuestosque se encargan de recaudar para su propio provecho en las provincias, desenmascaraal tribuno que se queda con el sueldo y el botn de sus soldados, y descubre que portodas partes la avidez destruye a la Repblica, que el poder del dinero es tan grandecomo el de las legiones. Los prestamistas ahogan a placer a los ms valientescenturiones, y los caballeros amontonan en sus graneros el trigo que Roma necesitapara as hacer que los precios suban. Y luego hay hombres que tienen el don dehacerse amar y obedecer, pero eso tambin es un arte. Hay que ser el ms valiente enel combate, mostrar que no se es avaro con la propia vida. Hay que seducir, dar,prometer. A los veteranos, cansados de tantos combates, hay que ofrecerles unaparcela de tierra. Y hay que distraer al pueblo con juegos que le hagan olvidar sumsera condicin.

    En estos espectculos, frente a una multitud entusiasta y fascinada, se entrega a

    los prisioneros brbaros a las bestias para que los devoren. Se organizan combates degladiadores hasta que todos mueren y el nico superviviente es a su vez entregado,entre el gritero de la gente, a una jaura de bestias salvajes de la que no puedeescapar. Csar observa, impasible. Aprende las leyes del gobierno de los hombres.

    A sugerencia de Termo visita al procnsul de Cilicia, Publio Servilio Vatia, al quellaman Isurico porque ha vencido a los nativos de Isauria. En esta provincia de la

    costa sur de Asia Menor, Csar se siente orgulloso de ver cmo la lejana Roma, avarias semanas de viaje de distancia, sigue reinando suprema. Recorre a grandespasos con el procnsul el puente de las galeras que persiguen a las naves piratas hasta

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    el fondo de las calas. Estas aves de rapia son hbiles y crueles, y saben que paraellos no existe el perdn. Csar presencia la crucifixin de los capturados, y observala muerte de los hombres sin que nada se estremezca en su interior. La muerte es larecompensa del fracaso, y es necesario matar para que se respete la ley de Roma.

    sa es la leccin que le han enseado las costas de Cilicia. Y presiente que cada

    da que pasa, cada combate librado y cada mujer poseda, toda la sangre vertida y elplacer tomado, lo han transformado.

    Ya no es el joven que hua de Roma para escapar de la venganza de Sila. Hanpasado casi cuatro aos. Su cuerpo, de piel bruida por los vientos del mar, es msfuerte. Est delgado, su rostro es huesudo. Sabe disfrutar del combate y del amor.

    Un da del ao 78 se entera de que Sila acaba de morir y se apresura a regresar a

    Roma. Slo en esta ciudad, en el corazn del poder, podr desplegar la fuerza quesiente en su interior. Pues slo en Roma, en el Foro, en la Curia, mediante las vocesde la plebe y del Senado, se pueden recoger los frutos de la gloria ganada por laslegiones en las fronteras de la Repblica.

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    TERCERA PARTE

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    CAPTULO VIII

    Hay que vencer a Pompeyo! Cuando caiga, con la espadaquebrada, el Senado no tendr poder.

    Csar camina por las calles de Roma. Le parece que recorre por primera vez estaciudad embriagadora. Reconoce los monumentos, los olores, el rumor hecho degritos, del chirriar de los carromatos, de los juramentos y los anuncios de losmercaderes de vino, de los tenderos y de los alcahuetes que llaman desde el umbralde sombros portales. Y distingue a las mujeres medio desnudas que se acercan a lacalle y se retiran haciendo un gesto con la mano para invitarlo a entrar. Siente latentacin de seguirlas, de poseerlas, como si as pudiera convertirse en el amo de estaciudad, la de sus antepasados reales.

    Pero sigue su camino. Se dirige al Capitolio. Quiere volver a ver la Curia, elCirco Mximo, el campo de Marte, los templos. No la haba olvidado, y sin embargono era consciente del poder de esta ciudad inmensa, poblada, con su plebe, susinnumerables mujeres, las prostituidas y las engalanadas, los senadores que pasan consus literas, los mercaderes y esta multitud de esclavos, de libertos, de veteranos, que

    se adivinan atareados, al acecho de un hurto, de una limosna, de un motn. Recuerdalas ciudades de Bitinia, de Cilicia, de la provincia de Asia, la ciudad de Mitilene, yRoma podra contenerlas a todas. Es la capital del mundo, y quien la posea seconvertir en amo del universo.

    Vuelve a su villa. Sus familiares estn all, esperndolo para abrazarlo y darle labienvenida. Se acerca a su esposa, Cornelia, por la que an siente ternura. Pero haconocido tantos cuerpos jvenes, placeres tan agudos, que ya no experimenta ningndeseo por ella. La observa y ella no le pide nada; slo le sonre, le habla de Julia, su

    hija. Y luego, de repente, Csar distingue a su madre un poco apartada. Va hacia ella,se inclina, la abraza. Aurelia Cota se echa hacia atrs y lo coge por los hombros. ltiene la impresin de que su mirada lo penetra, que ella ya lo sabe todo de la vida queha llevado durante estos cuatro aos lejos del distrito de Subura. Sin duda le hanhablado de su visita al rey Nicomedes Se azora, pero Aurelia no parece percibirlo.

    Roma te necesita! le dice. Jams lo olvides, no importa dnde ests ni loque hagas!

    Se sienta, y los esclavos depositan a sus pies frutas y vino fresco. Ansa

    comprender lo que ha sucedido desde su partida. Las noticias no le llegaban hastasemanas despus de que los sucesos se haban producido. Sila ha muerto, pero quha pasado con la Repblica, con los dos cnsules nombrados por el Senado, Lpido y

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  • 7/24/2019 Cesar Imperator - Max Gallo

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    Ctulo? Es cierto que Sila abandon voluntariamente el poder, que abdic?Se inclinan a su lado, le explican. Y l entrecierra los ojos. Cmo es posible que

    Sila renunciara a la fuerza, l que haba aterrorizado a Roma, perseguido y asesinadoa sus enemigos? Qu locura le sobrevino? Es que no comprendi que, una vezconquistado, el poder no se abandona, que dejarlo es injuriar a los dioses que han

    permitido la victoria? Asiente cuando le explican que el Senado, despus de haberrecuperado gracias a Sila su autoridad y privilegios, lo oblig a retirarse. Y sonre.Podra decir lo que piensa, que si un da est en la cima del poder se aferrar a ellahasta su ltimo aliento de vida. Es un sacrilegio rechazar lo que se logra con ayudade los dioses! Sila no mereca el poder. Y, de hecho, la forma en que despus de suvictoria persigui y despoj de sus bienes a todos aquellos que no se mostraban lealesa l revel su verdadera naturaleza, su ceguera. Csar se acuerda de los das y lasnoches durante los cuales se vio obligado a huir, de su forzado destierro de Italia

    hacia la provincia de Asia, y murmura:Sila no era digno de honores y poder. El hombre fuerte, aquel que sabe que esten manos del destino, que ha recibido el mensaje de los dioses, no renuncia jams alo que le han concedido.

    Observa a cada uno de los hombres que lo rodean, todos parientes suyos.Pertenecen a la familia de los Aurelio Cota o a la de los Julia; su destino est ligadoal suyo y esperan de l que acte de prisa. Desean recuperar los bienes que Sila lesarrebat y le explican que el cnsul Lpido, que era uno de los partidarios de Sila, hacambiado de bando desde que el dictador se march. No ha devuelto las riquezas quehaba robado a los proscritos, pero ha halagado a la plebe haciendo votar una leyfrumentaria que otorga gratuitamente a los pobres de Roma ms de cuarenta y treslitros de trigo al mes. Ahora incita a los populares a burlarse de los ricos, y haorganizado un ejrcito mientras el otro cnsul, Ctulo, permanece al servicio delSenado. Los poderosos han solicitado la ayuda de ese joven general Cneo Pompeyo,que sus soldados han coronado con el ttulo de imperator.

    Csar los escucha con los ojos entrecerrados. Hablan con pasin, y en sus vocesse advierte la inquietud. Se preguntan si han escogido bien el bando o si una vez ms