Carroll, Lewis - Cartas

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8/13/2019 Carroll, Lewis - Cartas http://slidepdf.com/reader/full/carroll-lewis-cartas 1/83 Niñas  L e w i s C a r r o l l Lumen,Barcelona,1998

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Niñas

 L e w is C a r r o l l 

Lumen, Barcelona, 1998

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32 Niña de pura y apacible frentey de asombrados ojos soñadores,aunque el tiempo es veloz y una del otro

estemos separados la mitad de una vida,tu adorable sonrisa acogerá, gozosa,el presente amoroso de mi cuento.Ya no veo tu rostro deslum brante,ya no oigo tu risa plateada:no habrá lugar para un recuerdo m íoen años juveniles que se te avecinan.

Me basta con que ahora no te nieguesa escuchar este cuento.Un cuento empezado en otros días,cuando el sol del verano refulgía

 —un sim ple carillón acom pasabael ritmo de los remos-cuyos ecos perduran en mi menteaunque el tiempo, envidioso, diga «olvida».

Ven, pues, escucha, antes de que la voz de un[sueño,

 presagio de amargas ataduras,te reclame al malamado lecho,doncella m elancólica.Querida, somos niños mayores,

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 Ella Balfour

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también tenemos miedo a que llegue la noche.Fuera, la escarcha, la nieve cegadora,la locura del viento de tormenta.Dentro, el destello rojo del fuego en el hogar

y el nido de alegría de los años de niño.Estas palabras mágicas cautivarán tu alma;no escucharás el huracán, violento.Y aunque, quizás, la sombra de un suspiroatraviese el relato, temblorosa,

 por los felices días del verano idosy el esplendor perdido del estío,no empañará un aliento de amargurael placer de este cuento.

L e w i s C a r r o l lDe  A través del espejo

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Fio rence B i cke rsteth

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C arta a M ary M acDonald

23 de mayo de 1864

Q uerida niña:Aquí reina un calor tan horrible que he estado,

hasta hoy, demasiado débil para aguantar el man-go de la pluma. Por otra parte, aunque hubiera si-do capaz de hacerlo, no tenía tinta: se había eva-

 porado com pletam ente en una nube de vapornegro; no ha dejado de flotar así por toda la habi-tación, ennegreciendo las paredes y el techo, hastael punto de que me dan tanto asco que ya no pue-do ni mirarlos. Hoy hace más fresco, y ha regresa-

36 do un poco de tinta al tintero en form a de nievenegra: pronto habrá suficiente para permitirme es-

cribir y encargar aquellas fotografías que tu mamádesea.Este calor me pone muy triste y de muy mal

humor: a veces me cuesta mucho trabajo conser-var la calma. Por ejemplo, hace unos instantes elobispo de O xford ha venido a hacerme una visita:era muy amable por su parte, y el pobre hom bre

llevaba las mejores intenciones del mundo; perome ha contrariado tanto verle entrar que le he tira-do un libro a la cabeza, cosa que me temo ha debi-do hacerle bastante daño. (Nota bene: Esto no esdel todo verdad, por lo mismo no es necesario quete lo creas.) La próxima vez no te apresures tantoen creer todo lo que te cuenten, y voy a decirte

 por qué. Si te esfuerzas en creértelo todo, vas a

cansar los músculos de tu espíritu, después de locual te quedarás tan débil que serás incapaz decreer las verdades más sencillas. Hace menos deuna semana uno de mis amigos se esforzó en creerla historia de Jack-el-Matador-de-Gigantes. L oconsiguió; pero después se sintió tan agotado que,cuando le dije que llovía (lo que era cierto), fue

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Ge rt rucie Dykes

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absolutamente incapaz de creérselo y se precipitóa la calle sin sombrero ni paraguas: el resultadofue que se empapó todo el pelo y que uno de sus bucles tardó dos días en encontrar su forma nor-

mal. (Nota bene: Mucho me temo que una partede esa historia no sea enteramente cierta.)

Dile a Greville que me ocupo de su retrato(¿sabes cuál?, es el que debe ir en el marco ovala-do), y que espero podérselo enviar de aquí a un

 par de días. Dile también a tu mamá que, muy a38 pesar mío, ninguna de mis hermanas irá este vera-

no a Londres.Mis más cordiales saludos a tu papá y a tu ma-

má. Para ti y los otros niños todo mi afecto.

C h a r l e s   L . D o d g s o n

La única cosa desagradable que me sucedió el

viernes pasado fue no recibir carta tuya. ¡Ya estádicho!

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 M ary Ellis

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Otra carta a M a r y M a cD o n a ld

14 de noviembre de 1864

Querida M ary:Érase una vez una niña que tenía un viejo tío

gruñón (sus vecinos decían de él que era un «gri-gón», pero ignoro lo que esta palabra quiere de-cir), y esta niña había prometido copiar para él unsoneto que el señor Rossetti escribió sobre Sha-kespeare. Naturalmente, ella no hizo nada, y la nariz del pobre viejo tío se alargaba cada vez más, ysu paciencia disminuía cada vez más, y loscorreos se sucedían de día en día, y no llegabaningún soneto.

Aquí debo interrumpirme para explicarte cómose expedían las cartas en aquella época: los pilares

que cercan los buzones no estaban obligados a perm anecer siempre en el mismo sitio; y por tantoerraban a través de todo el país; y por tanto, si unoquería enviar una carta a alguna parte, bastabaatarla a un pilar que iba en la dirección deseada(pero podía ocurrir que los pilares cam biasen deopinión durante el camino, lo que era muy moles-to). Esto se llamaba: «Enviar una carta por co-

rreo». En aquella época las cosas se hacían conmucha sencillez: cuando se tenía mucho dinero, secavaba un agujero en una hondonada, bajo una ha-ya, y se llenaba de dinero; entonces se decía quese había puesto el dinero en el banco, y se perma-necía muy tranquilo. Y se viajaba así: a lo largodel camino había unas verjas de hierro; uno seencaramaba a ellas y avanzaba guardando el equi-

librio lo mejor que podía, hasta el momento enque caía. A eso se le llamaba: «Viajar por ferro-carril».

Volvamos ahora a la niña mala. Te diré cómoacabó: llegó un gran lobo negro y... no puedo pro-

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Con stance y M ary Ellison

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seguir; el caso es que sólo encontraron de ella treshuesecitos.

Me abstengo de todo comentario. Es una histo-ria suficientem ente atroz.

Tu querido amigo,

C h a r l e s   L . D o d g s o n

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 Margaret Gatey con M ary y Charlotte Webster 

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La mayoría de las historias del señor Dodgsonnos fueron explicadas en el curso de las excursio-nes que hacíamos con él por el río hasta Nunehamo Godstow, cerca de Oxford. Mi hermana mayor,

convertida luego en Mrs. Skene, era «Prima», yyo era «Secunda», y mi hermana Edith era «Ter-tia». Creo que el principio de  Alicia  nos lo contóuna tarde de verano en la que el sol quemaba tantoque tuvimos que poner pie en tierra en medio delos prados del camino de vuelta, abandonando la

 barca, para refugiarnos en el único trozo de som- bra que pudimos descubrir, que se encontraba bajouna hacina de heno recién cortado. Allí llegó, delas tres, la habitual petición: «Cuéntenos una his-toria», y así empezó el delicioso cuento inmortal.De vez en cuando, para hacernos rabiar —y quizás porque realmente estaba cansado—, el señor D odg-son se paraba de pronto, diciendo: «Esto es todohasta la próxim a vez». «¡Oh! Ahora es la próxim a

vez», exclamábamos las tres a un tiempo; y, trasalgunos esfuerzos de persuasión, la historia se rea-nudaba aún más bonita. Otro día, me parece, lahistoria empezó en la barca y el señor Dodgson,en la mitad misma del relato, pretendió, ante nues-tro gran desánimo, que iba a dormirse inmediata-mente...

M r s . H a r g r e a v e s , a n t e s A l i c i a   L i d d e l l

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 Beatrice H atch

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 Nos conocimos por vez primera en los jardinesde Forbury, en Reading. Creo que él estaba espe-rando el tren. Yo estaba jugando con mis herma-nos y hermanas en los jardines. R ecuerdo que me

senté en sus rodillas y me enseñó un acertijo, auno de los cuales se refiere la siguiente carta. (És-te era, dicho sea de pasada, uno de sus acertijosfavoritos. El problema consiste en dibujar trescuadrados entrelazados sin pasar por encima delas mismas líneas dos veces o levantar el lápiz del

46 papel.) La carta que sigue es totalmente caracte-

rística de él y de su curioso sentido del humor.

I s a b e l   S t a n d e n

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 B eatr ic e H enley

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Carta a Isabel Standen

22 de agosto de 1869

Querida Isabel:Aunque estuve en contacto contigo sólo duran-

te quince minutos, aun así, y puesto que no haynadie más en Reading a quien yo conozca desdehace tiempo, espero que no te molestará que teimportune. Antes de conocernos en los jardines,ayer, compré unos libros viejos en una librería deReading, que dejé para recogerlos más tarde, y notuve tiempo de volver por ellos. Ni siquiera me fi-

 jé en el nombre de la librería, pero puedo decir«dónde» estaba, y, si puedes enterarte del nombrede la señora que atiende la tienda, lo escribes en el

espacio en blanco que dejo en esta nota y se lamandas, cosa que te agradeceré mucho... Un ami-go mío, llamado Lewis Carroll, me dice que pien-sa mandarte un libro. Es un amigo al que «quiero»mucho. Le conozco de toda la vida (tenemos lamisma edad) y «nunca» me he separado de él. Es-taba conmigo en el jardín, a menos de una yarda

de distancia... cuando te estuve dibujando aquellosacertijos. Me pregunto si lo viste.Tu amigo de quince minutos.

C. L . D o d g s o n

¿Has conseguido d ibujar los tres cuadrados?

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Sidney Owen

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C arta a Gaynor Simpson

27 de diciembre de 1873

Mi querida Gaynor:Mi nombre se escribe con G, es decir, «Dodg-

son». ¡Cualquiera que lo pronuncie como este mi-serable (me refiero por supuesto al presidente de

Comités de la Cámara de los Com unes) me ofen-de «profundamente y para siempre»! ¡Es algo que puedo «olvidar, pero que nunca «perdonaré»! Sivuelves a hacerlo, te llamaré a ti «Aynor». ¿Po-drías vivir feliz con un nombre como éste?

En cuanto a bailar, querida mía, yo «nunca»50 bailo, a menos que me permitan hacerlo a mi

«propio modo particular». Es inútil tratar de des-cribirlo: hay que verlo para creerlo. En la últimacasa donde lo intenté, quedó destrozado el suelo.Claro que entonces había un suelo de lo más bi-rria... las tablas sólo medían seis pulgadas de es- pesor y unas tablas así no merecen siquiera elnombre de tablas. Desde luego, las losas de piedraresultan algo mucho más adecuado cuando baila

alguien de «mi singular especie». ¿Has visto algu-na vez en los jardines zoológicos a un rinocerontey un hipopótamo intentando bailar el minué? Esun espectáculo conmovedor.

Dale a Am y algún m ensaje mío que te parezcaadecuado para sorprenderla, y considéram e tuafectuoso amigo

L e w i s   C a r r o l l

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 A my Hughes

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Carta a  Julia y Ethel  Arnold1874

¡Sois unas niñas increíblemente malas!Yo creo que, en toda la historia del mundo,

aunque nos remontáramos a los tiempos de Neróny de Heliogábalo, no se podría encontrar ningún

ejemplo de niñas tan crueles y descuidados comovosotras a la hora de devolver los libros de cuen-tos.

Ahora que lo pienso, ni Nerón ni Heliogábaloolvidaron nunca devolver los libros de cuentosque les habían prestado.

De eso sí que estoy seguro. Primero porque

nunca les prestaron ninguno, y después porque enaquellos tiempos todavía no existían los libros im- presos.

Con mucho cariño, vuestroC.L.D.

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 El izabeth Lay Hussey

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 M arcus Keane

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Conocí al señor Lewis Carroll en un pueblo demar, en Sandown en la Isla de Whight, durante elverano de 1875, cuando yo era una niña.

Toda la familia nos habíamos trasladado allí para cambiar de aires y, en la casa vecina, vivía unanciano señor —es decir, en cualquier caso me pa-recía anciano-, que me interesó inmensamente.Salía a su balcón, que estaba unido al nuestro, ol-fateando el aire de mar con la cabeza echada haciaatrás; bajaba erguido las escaleras hacia la playacon el mentón levantado, apurando las brisas fres-cas, como si nunca tuviera suficiente. No sé porqué esto excitaba tanta curiosidad en mí, pero re-cuerdo perfectam ente que, en cuanto oía sus pa-sos, salía para verle llegar, y cuando en una oca-sión me habló mi dicha fue completa.

Así nos hicimos amigos y, en muy poco tiem- po, su casa me resultó tan familiar como la mía.

Por mi parte, sentía el interés normal de los ni-ños por los cuentos de hadas y maravillas, y su fa-cultad de contar cuentos, como es natural, me fas-cinaba. Solíamos estar sentados durante horas enlos peldaños de madera que iban de nuestro jardínhasta la playa, mientras me contaba los cuentos

más maravillosos que alguien pueda imaginar, amenudo ilustrando los momentos más interesantescon un lápiz mientras iba contándolos.

Algo que hacía que sus cuentos fueran particu-larmente encantadores para una niña era que amenudo su ingenio surgía de un comentario de laniña: una pregunta, por ejemplo, lo llevaba hacia

todo un nuevo caudal de ideas, por lo que unacreía que había ayudado a hacer la historia, y tam-

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 Xie Kitchin

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Eran las más encantadoras pequeñeces que conce- birse puedan y, naturalm ente, me regocijaba conellas. Su vívida imaginación volaba de un tema aotro, y nunca se sentía atado en modo alguno por

las apariencias de la realidad.Para «mí» todo resultaba perfecto, pero es ex-

traordinario que «él» nunca pareciera cansarse odesear otro tipo de gente. En una ocasión se lo di-

 je, puesto que ya me había hecho mayor, y mecontó que su mayor placer era conversar libre-mente con una niña y descubrir las profundidades

de su pensamiento.Se acostumbró a escribirme y yo a él también

después de este verano, y la amistad, que comen-zó de esta manera, perduró. Sus cartas constituye-ron una de las grandes alegrías de mi infancia.

 No creo que nunca llegara a comprender quenosotras, a las que había conocido como niñas,

 pudiéramos dejar de serlo. Pasé unos días en sucompañía hace tan sólo unos pocos años, en East-

 boum e, y me sentí, m ientras estaba a su lado, niñauna vez más. Nunca pareció darse cuenta de quehabía crecido, excepto cuando se lo recordé, y en-tonces sólo dijo: «No importa, tú siempre serásuna niña para mí, incluso cuando tengas el cabello

gris».

G e r t r u d e   C h a t a w a y

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 Xie Kitch in

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Carta a Gertrude Chataway 

9 de diciembre de 1875

Querida Gertrude:¿Sabes una cosa? Ya no se pueden enviar besos

 por correo: el paquete pesa tanto que resulta muycaro. Cuando el cartero me trajo tu última carta, me

miró con aire severo y me dijo: «Tiene que pagardos libras, señor. Exceso de peso». (Creo que me ti-ma. Siempre me hace pagar dos libras cuando debe-rían ser dos peniques.) «¡Por favor, señor cartero»,le dije hincando gentilmente una rodilla en tierra(tendrías que haberme visto arrodillándome delantede un cartero; es una imagen muy bonita), «perdó-

neme por esta vez! Es de una niña.» «¿De una ni-ña?», gruñó, «¿y qué tienen de especial las niñas?»«Que son de azúcar y canela», empecé a decir, «yde todo lo que...» Pero él me interrumpió: «¡No merefiero a esto! Quiero decir qué tienen de bueno lasniñas que mandan cartas tan pesadas». «La verdad,no mucho, francamente», dije yo con tristeza.

«Procure no recibir más cartas como ésta», dijoél, «al menos, que no sean de esta niña. La conozco bien y es bastante mala.» ¿Verdad que no es cierto? No creo que te haya visto siquiera. Y tú no eres ma-la, ¿o sí? Con todo, le prometí que nos escribiría-mos muy poco. «Sólo dos mil cuatrocientas setentacartas», le dije. «¡Ah!», dijo él, «si son tan pocas no

tiene importancia. Lo que yo quise decir es que noescribiesen “muchas”»Ya ves, a partir de ahora tendrás que llevar la

cuenta y, cuando lleguemos a la dos mil cuatrocien-tos setenta, no nos escribiremos más, a menos queel cartero nos dé permiso.

Tu querido amigo

L e w i s   C a r r o l l

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 Xie Kit chin

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Otra carta a Gertrude21 de ju lio de 1876

Mi querida Gertrude:Explícame cómo voy a disfrutar de Sandown

sin «ti». ¿Cómo voy a pasear solo por la playa?¿Cómo voy a estar sentado solo en estos peldaños

de madera? Ya ves que, como no puedo vivir sinti, tienes que venir. Si viene Violet, le diré que teinvite a venir con ella, y entonces iré yo a buscaros en el Heather-Bell.

Si es que voy, no podré volver el mismo día, ytendréis que reservarme una cama en Swanage, y,si no la encontráis, espero que pasaréis la nocheen la playa y me cederéis vuestra habitación. Alos invitados se les debe más consideración que alas niñas, y estoy seguro de que en estas nochestempladas la playa estará muy bien para «voso-tras». Si tenéis un poco de frío, os podéis meter enuna caseta de baño, donde, como es sabido, seduerme «muy» cómodamente: ya sabéis que ha-cen el suelo de madera blanda precisamente para

esto. Te mando siete besos (para que te duren todala semana), y sigo siendo

tu querido amigo

L e w i s   C a r r o l l

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 Xie Kitch in

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Tercera carta a Gertrude

28 de octubre de 1876

Mi queridísima Gertrude:Sentirás pena, sorpresa y desconcierto cuando

sepas la extraña enfermedad que tuve desde que tefuiste. Llamé al médico y le dije: «Déme algunamedicina porque me siento cansado». Él contestó:«¡Tonterías! Usted no necesita medicinas, ¡métaseen la cama!». Yo insistí: «No, no es esa clase decansancio que se cura metiéndose en cama. Tengocansada la cara». Él se puso serio y me dijo: «Loque usted tiene cansada es la nariz; una personasuele hablar demasiado cuando cree que tiene mu-cho olfato». Yo le dije: «No, no es la nariz. Quizás

es el pelo». Entonces él se puso más serio y con-testó: «Ahora lo entiendo: se ha desmelenado us-ted tocando el piano». «No, le aseguro que no lohe hecho», repuse. «Y no es exactamente el pelo,es más bien entre la nariz y la barbilla.» Entoncesél se puso todavía más serio y dijo: «¿Ha estadousando mucho la barbilla últimamente?».Yo dije:

«No». «¡Vaya!», dijo él, «esto me desconciertamucho. ¿Cree usted que se trata de los labios?»«¡Claro!», dije. «¡Se trata exactamente de esto!»Entonces él se puso más serio y dijo: «Creo queha estado usted dando dem asiados besos». «B ue-no», dije, «le di un beso a una amiguita mía.»«Piénselo bien», me dijo él, «¿está seguro de quefue sólo uno?»  Yo lo pensé bien y dije: «Quizáfueron once». Después el médico dijo: «No tieneque darle más besos hasta que sus labios hayandescansado». «¿Pero qué voy a hacer?», dije,«porque verá, yo le debo todavía ciento ochenta ydos besos más.» Entonces él se puso tan serio quelas lágrimas le corrieron por las mejillas, y dijo:«Puede mandárselos en una caja». Y entonces me

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 Xie Kitch in

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acordé de la cajita que había comprado una vez enDover, con la idea de regalársela a alguna niña.Por lo tanto, los he guardado allí con mucho cui-dado. Dime si han llegado bien o si se ha perdidoalguno por el camino.

Te quiere

L e w i s   C a r r o l l

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 X ie K it chin

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C arta a M enella W ilcox

Grosvenor House, 44, Grand Parade,Eastbourne

14 de julio de 1877

Mi querida Nella:Si Eastbourne estuviera sólo a una milla de

distancia de Scarborough iría a verte mañanamismo, ¡pero está tan lejos! Ayer había en el pa-

seo una niña que no paraba de correr arriba yabajo, y siempre se paraba justo donde yo estabasentado; me miraba un momento a la cara y lue-go echaba a correr de nuevo. A la quinta o sextavez, le sonreí, y ella me devolvió la sonrisa yvolvió a marcharse corriendo; la siguiente vez, leofrecí la mano y ella enseguida me dio la suya;

entonces le dije: «¿Me das ese trocito de plan-ta?», y ella contestó: «No», y se fue corriendouna vez más.

Cuando volvió le dije: «¿Podrías cortar untrocito de planta para mí?», y ella dijo: «¡Pero sino tengo tijeras!».

Entonces le presté mis tijeras de bolsillo y ellacortó un pedacito con mucho cuidado, me lo dioy se marchó a toda carrera de nuevo.

Pero volvió al cabo de un momento para de-cirme: «¡Me temo que mi madre no le permitiráque se la quede!». Así que se la devolví y le dijeque le pidiera a su madre que cogiera aguja e hi-lo y cosiera los dos trozos de planta; ella se echóa reír y dijo que pensaba guardar los dos trocitos

en el bolsillo.¿No te parece que aquella niña era una extra-

ña criatura vegetal?Me alegro de que tú no andes yendo y vinien-

do a todo correr continuamente cuando estamoscharlando.

¿Está bien Matilda Jane? ¿Ha vuelto a salir

corriendo descalza bajo la lluvia?

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 Xie Kit chin

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Saluda de mi parte a tu mamá y a tu tía Lucy;no te confundas con mi tía Lucy, porque ella estáen Guildford.

C h a r l e s   L . D o d g s o n

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 Louise D. Barry

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C arta a Jessie S in clair

Ch. Ch., Oxford, 22 de enero de 1878

Mi querida Jessie:Recibir tu carta ha supuesto para mí la mayor

alegría de los últimos tiempos. Podría decirte al-gunas de las cosas que también me producen ale-

gría porque me gustan; así, cuando quieras hacer-me un obsequio por mi cumpleaños (micumpleaños es el quinto martes de abril, una vezcada siete años), sabrás qué regalarme.

Pues bien, me gusta muchísimo una pizca demostaza con una fina loncha de carne de terneraencima; me gusta el azúcar moreno, siempre ycuando esté mezclado con una compota de manza-

nas que lo haga menos dulce; pero quizá lo quemás me gusta sea la sal, echándole un poquito desopa por encima. La sopa es necesaria para evitarque la sal quede demasiado seca y, además, ayudaa disolverla.

Hay otras muchas cosas que me gustan, porejemplo los alfileres, con tal de que vayan acom-

 pañados de un acerico que los mantenga calenti-tos.Me gustan dos o tres mechones de cabello, pe-

ro deben contar siempre con una cabeza de mu-chacha en la que crecer; de lo contrario, ¿sabes?,se desperdigan por toda la estancia cada vez quese abre la puerta, y al final acaban perdiéndose.

Dile a Sally que ha sido muy lista resolviendoel acertijo de los dos ladrones y las cinco manza-nas; ¿pero será lo bastante lista para resolver eldel zorro, la oca y el saco de trigo?

Un hombre los transportaba del mercado a ca-sa, para lo que tenía que atravesar un río; pero la barca era tan pequeña que no podía llevarlo todode una vez. Si dejaba juntos al zorro y a la oca, el

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 Xie Kit chin

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zorro se habría comido a la oca; si dejaba la oca yel trigo, la oca se habría comido el trigo. Lo únicoque podía dejar junto era el zorro y el trigo, por-que nunca se ha visto que un zorro coma trigo, y

menos que menos, trigo que se coma a un zorro.Pídele que resuelva este problema.Creo que iré de nuevo a verte... digamos que a

intervalos de dos años entre una visita y la si-guiente. Me imagino que así, al cabo de unos diezaños, llegaremos a ser buenos amigos, ¿no te pa-rece?

Estaré encantado de recibir noticias tuyas

siempre que tengas ganas de escribirme, y tam- bién de Sally, si le apetece probar a redactar unmanuscrito.

Si no lo consigue con un manuscrito, que prue- be con un piescrito.

Una buena piedografía es más que suficiente.Transmítele mis más afectuosos saludos, y

también a Kate y a Harry; pero sobre todo procuraguardar un poco para ti también.

Tu sincero amigoL e w i s   C a r r o l l

Dale las gracias a tu madre por su carta, que

acaba de llegarme en este preciso m omento.

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 Xie Kitch in

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C arta a A gnes Hull

Ch. Ch., 5 de marzo de 1879

Queridísima Agnes:¿De qué serviría volverte a enviar el libro aho-

ra? No he añadido nada nuevo. Sigo inventandonuevos acertijos, pero cuando abro el libro paraescribir alguno de ellos, descubro que ya lo habíainventado antes; y allí está el acertijo, mirándomea la cara, grande como la vida, más grande que lavida, el más grande de la vida... tan grande que sa-le fuera del libro y se establece por cuenta propia.

Ahora el libro está casi vacío, tantos son losacertijos que han escapado de ese modo. Se hanmarchado todos a Londres; podrás reconocerlos

fácilmente mientras pasees por las calles de esaciudad. Todos se llaman «Smith», y comercian so-

 bre todo con «té, café, tabaco y rapé: puestecillos para consum ir al momento».

Te mando cierta cantidad de afecto de la mejorcalidad y otro poco de un afecto de calidad algoinferior para que tú los repartas como te parezca

mejor. Sólo te pido que se los dés a quienes meaprecian.

Tu sincero amigoC . L . D o d g s o n

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 Agries G rate Welci corno «Caperucita Roja»

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Otra carta a Agnes Hull15 de diciembre de 1879

Querida A... g... nes: Naturalmente, sé cuál es la razón por la que

Eveline no quiere escribir: está terriblemente en-fadada porque la he excluido en mi segunda inv i-

tación. Primero había sugerido llevarla a ella, aJessie y a Amyatt al Pinafore para los niños, yahora he decidido llevar sólo a Jessie y Amyatt alStrand.

En cualquier caso, ésta es la forma en que re- parto mis diversiones:

Tragedias

Alicia  El mercader de VeneciaOferta rechazadaAmyatt Todavía ningunaAgnes  El mercader de Venecia

Propuesta aceptada, pero sin verda-dera intención de acudir

Eveline Todavía ningunaJessie  Bunchy

Comedias musicalesAlicia  M adame F avar t ,4 de octuAm yatt La misma. Para el 20 de diciembreAgnes La misma. 4 de octubreEveline La misma. 4 de octubreJessie La misma. Para el 20 de diciembre

Otras diversionesAlicia Una conferen cia sobre la «Teoría de

la Reducción»Oferta rechazada

Am yatt M is felicitaciones por su éxito enCharterhouse

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 Irene M acD on ald 

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Agnes Un besoOferta rechazada

Eveline Acoger a Furia durante un par dedías

Jessie Una presentación para el PapaOferta aceptada

Así pues, lo que realm ente corresponde a Eviees una tragedia.

Intenta hacérselo entender y convencerla deque no se enfade tanto: dile que «la furia» no re-sulta adecuada para niñas como ella.

Tu amigo sincero

C.L.D.

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 / rene McicDonaId 

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C arta a A dela ide

8 de marzo de 1880

Querida Ada:(¿Es así la abreviación de tu nombre? «Adelai-

de» está muy bien, pero comprende que estoy muy

ocupado y no tengo tiempo para escribir palabrastan largas, particularmente cuando se tiene que pensar durante media hora en cómo se deletrean, eincluso luego se tiene que coger un diccionario pa-ra ver si se han deletreado correctamente y, pordescontado, el diccionario está en otra habitación,en el estante más alto de la librería —donde ha es ta-

do durante meses y meses, por lo que está cubiertode polvo—; por tanto, ante todo uno tiene que cogerun paño para el polvo y quedarse blanco al sacár-selo. Y cuando, al fin, se ha esclarecido lo que esel diccionario y lo que es el polvo, incluso «enton-ces» se tiene el trabajo de recordar por qué partecae la «A», teniendo en cuenta que uno está casi

seguro de que no es por el «medio». Más tarde,hay que lavarse las manos antes de volver las ho- jas, puesto que están pegadas por el polvo y no selas reconoce con sólo mirarlas. Y, aunque cuestecreerlo, se ha perdido el jabón , la jofaina está va-cía, no hay ninguna toalla, y hay que pasar horas yhoras buscando estas cosas —y tal vez, al fin, hay

que ir a una tienda para comprar una pastilla de ja - bón—. Así, con todas estas molestias, espero que note importará que te escriba brevemente diciéndote:«Querida Ada»).Me dijiste en tu última carta quete gustaría tener una sem blanza mía: ahí la tienes yespero que te guste. No olvidaré visitarte la vezanterior a la próxima vez que esté en Wallington.

Tu muy devoto amigo,

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 Irene McicDoncild 

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C a r ta a  Alicia(adjuntándole un ejemplar de  Rh ymeand Reason

21 de diciembre de 1883

Querida señora Hargreaves:Tal vez el día más corto del año no es la oca-

sión más apropiada para recordar las largas y so-ñolientas tardes de verano de tiempos pasados, p-

ro, sin embargo, si recibir este libro le proporciona la mitad del placer que me da a mímandárselo, será un éxito completo.

Le deseo toda la felicidad durante esta feliz es-tación del año.

Sinceramente,

C. L. D o d g s o n

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 Alicia Liddell

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Otra carta a Alicia

1 de marzo de 1885 (prob.)

Querida señora H argreaves:Me imagino que esta carta le llegará casi como

de una voz de ultratumba, después de un silenciotan largo. Sin embargo, no se ha producido ningún

cambio del que yo pueda darme cuenta en «mi»facultad de recuerdo de los tiempos en que mante-níamos correspondencia. Voy apercibiéndome delo que significa la pérdida de memoria en un hom-

 bre viejo, y me refiero a nuevas amistades (porejemplo, hice amistad, hace unas pocas semanas,con una niña de unos doce años, con la que di un

 paseo, ¡y ni siquiera puedo recordar su nombre eneste momento!); pero mi memoria visual de aque-lla que fue, a través de tantos años, mi ideal ami-ga-niña, es más clara que nunca. Desde aquellaépoca he tenido docenas de amigas-niñas, perocon ellas todo ha sido diferente...

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 A lic ia L id dell 

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Carta a Edith Rix

febrero de 1886 (prob.)

Mi querida niña:Por lo que parece no es absurdo pensar que po-

damos alcanzar un tono verdaderamente amistosoen nuestra correspondencia si seguirnos como has-ta ahora. No quiero decir, naturalmente, que vaya

a suceder con toda seguridad -ésa sería una afir-mación demasiado arriesgada-, sino sólo que pue-de llegar a producirse.

Tu observación acerca de la posibilidad de ha-cer pantuflas para elefantes, con la salvedad deque no serían exactamente pantuflas sino más bien botas, me lleva a creer firmemente que una rama

de tu familia vive en Irlanda. Quién soy (oh, pobrede mí, pobre de mí, me estoy volviendo loco. Hayuna señora en la casa de enfrente que se pasa eldía entero cantando. Todas sus canciones parecenlamentos, y las melodías, tal como ella canta, sontodas iguales. Hay una nota particularmente agudaen su registro de voz y ella lo sabe, ¡vaya si lo sa-

 be! Creo que se trata de un «la natural» , pero yono tengo mucho oído. ¡Cuando llega hasta esa no-ta, aúlla!). ¿Quién soy, decía? Los O’Rixes, meimagino.

Por lo que respecta a tus aburridos y poco inte-resantes vecinos, comparto tus sentimientos, pero,¡ah!, me gustaría que estuvieras aquí para ense-ñarte que no debes decir: «¡Qué difícil es visitar a

tus vecinos en el barrio, como hace todo elmundo!».

Pero ahora llego a la parte más interesante detu carta.

¿Que si puedes considerarme como un amigode verdad y escribirme cualqu ier cosa que se teocurra para pedirme consejo? ¡Pues claro que pue-

des, mi niña! ¿Para qué estoy yo aquí si no? ¡Ay,

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Gertrude Dyk.es

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ay, mi querida amiguita; no tienes ni idea de loque significan esas palabras para mí! El hecho deque alguien recurra a mí... te lo confieso, hace queme sienta más humilde que orgulloso, creo; un po-

co avergonzado de pensar cómo soy en realidad,íntimam ente, y avergonzado por la estima queotras personas me profesan. «Tú, que das leccio-nes a tu prójimo, ¿sabes enseñarte a ti mismo?»

Pero bueno, no quiero hablar de mí; es un temaque no trae buena suerte. Puede que lo que voy adecirte ahora sea una norm a válida para cualquier persona de este mundo que sienta cariño por otra:si uno de los dos pudiese ver en el interior delotro, quizá todo el afecto desaparecería. No lo sé.

Sin embargo, yo deseo contar con el cariño demis pequeños amigos, aunque no me lo merezca.Te lo ruego, escríbeme con toda libertad, comomás te guste hacerlo.

El viernes de la semana pasada fui a la ciudad

y me llevé conm igo a Phoebe; pasamos una buena parte del sábado en la playa. Phoebe estuvo cha- poteando en el agua, «como un pajarillo volando por el cielo» (ésas eran las palabras de la tonadillaque cantaba la primera vez que la vi).

La tarde del martes le llegó un telegrama en elque le comunicaban que debía presentarse en el

teatro a la m añana siguiente. Así que, en lugar deirse a la cama, Phoebe hizo las maletas; partimoscon el último tren y llegamos a su casa a la unamenos cuarto de la mañana. De todas formas, creoque, aunque sólo fueran cuatro días, disfrutar deun poco de aire del mar y de una forma para ellainsólita de ser feliz le habrá sentado muy bien.

Ahora que ella se ha ido me siento un poco so-

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 M ary M illa is

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lo. Es una niña muy dulce, pero también muy re-flexiva.

Todos los días leíamos algún fragmento de laBiblia; yo intenté en todo momento no olvidar que

mi pequeña amiga, además de cuerpo, tenía un al-ma de la que cuidar. Quiero decir que era realmen-te conmovedor ver brillar en sus ojos aquella mi-rada arrebatada cuando hablábamos de Dios y delCielo, como si su ángel de la guarda, que contem- pla constantemente Su rostro, le estuviese hablan-do. Por supuesto, las posibilidades de entendi-

miento espiritual entre un viejo y una niña sonlimitadas, pero el punto hasta el que se puedellegar, es muy dulce... y yo creo que también salu-dable.

C.L.D.

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 A l ¿ce M urdoch

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Carta a Agnes Hughes

diciembre de 1887 (prob.)

Mi querida Agnes:¡Perezosa, más que perezosa! ¿Cómo? ¿Que

tendría que ser yo quien repartiera los besos?¡No tengo la menor intención de molestarme

en hacer nada parecido!

Pero te explicaré cómo tienes que hacerlo. Pri-mero coge cuatro besos y... Pero esto me recuerdauna cosa muy rara que me pasó ayer, a las cuatroy media. Tres visitantes llamaron a la puerta pi-diéndom e que les dejara entrar.

Y cuando abrí la puerta, ¿te imaginas quiéneseran?

 No lo adiv inarías nunca. ¡Eran tres gatos! ¿Note parece raro?Pero tenían los tres un aspecto tan rabioso y

 parecían tan antipáticos que cogí lo primero quetenía a mano (un rodillo, por si quieres saberlo) ylos dejé tendidos en el suelo, ¡los aplasté, los hice

 papilla!«Si vosotros venís a golpear a mi puerta, yo os

lleno de golpes la cabeza.»Hice bien, ¿verdad?

Tuyo incondicional,L e w i s   C a r r o l l

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 Agnes Hughes

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C arta a E.

31 de marzo de 1890

¡Qué sinceramente simpatizo contigo cuandodices que los niños te inspiran timidez mientrastienes que entretenerlos! A veces son para mí unverdadero «terror»... especialmente los mucha-chos: con las niñas puedo tratar de vez en cuando,

si son pocas. Con facilidad están «de trop». Perocon los chicos estoy totalmente fuera de mi ele-mento. Envié Silvia y Bruno  a un amigford y, tras darme las gracias, añadió: «Tengo quellevarle a mi hijito para que usted lo conozca».Entonces yo le escribí: «No lo haga», o algo pare-cido, y él me escribió de nuevo diciendo que no

 podía salir de su asombro cuando recib ió mi nota.Pensó que yo quería a «todos» los niños. Pero nosoy omnívoro como un cerdo. Elijo y selecciono.

L e w i s   C a r r o l l

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Polly y Floren ce Ferry

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C arta a Sidney B ow les

Ch. Ch., Oxford, 22 de mayo de 1891

Mi querida Sydney:¡Lo siento muchísimo y estoy profundamente

avergonzado! ¿Puedes creer que yo no sabía ni si-quiera que existías? ¡Y ha sido una sorpresa tan

grande para mí enterarme de que me habías enviadotu cariño! ¡Para mí ha sido como si de repente hu- biera entrado Nadie en mi habitación y me hubieradado un beso! (Eso es lo que me pasa casi todos losdías últimamente.) Si por lo menos hubiese tenidonoticias de tu existencia, hace ya tiempo que te ha-

 bría mandado un montón de cariño. Claro que, aho-

ra que lo pienso, hubiera debido mandarte mi afectosin más, sin preocuparme tanto de saber si existías ono. Mira, en cierto modo es mucho más simpática lagente que no existe que la que existe de verdad.

Por ejemplo, las personas que no existen no es-tán nunca enfadadas, nunca te llevan la contraria,¡no te dan pisotones! ¡Ay, son tantísimo más simpá-ticas que la gente que existe! Pero no importa, ¡quéle vamos a hacer! Tú no puedes evitar el hecho deexistir, y me atrevería a decir que eres simpática,tan simpática como si no existieses.

¿Cuál de mis libros quieres que te envíe, ahoraque sé que eres una jovencita de carne y hueso?¿Prefieres  A licia en el país de las maravillas o A li- cia en el mundo sub terráneo?(Este últimmismo libro pero en su versión original, con dibujoshechos por mí.)

Todo mi cariño para Weenie, para Vera y para ti(te lo ruego, no olvides darte un beso de mi parte: elmejor sitio es en la frente).

Tu amigo que te quiere,L e w i s   C a r r o l l

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 M aría White

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Carta a Maggie Bowman

7 Lushington Road, Eastbourne,

17 de septiembre de 1893

¡Ah, mi desvergonzada delincuente, que noeres más que una pequeña delincuente! Si al me-

nos pudiese llegar volando hasta Fulham provistode una buena vara (tres metros de larga y gruesadiez centímetros, ésas son mis preferidas), ¡cuán-tos azotes te daría en tus despectivas manitas! Pe-ro tampoco has causado una gran desgracia, asíque te castigaré con moderación, sólo a un año decárcel. No tienes más que decírselo al policía de

Fulham y él se encargará de todo: te buscará un par de comodísimas esposas, te encerrará en unaoscura celda muy bonita y te dará buenos mendru-gos de pan seco de comer y deliciosa agua frescade beber.

¡Pero qué mal escribes las palabras! He tenido

que exprimirme el cerebro para entender lo del«montón de besones y el cestito de besinos».Al final he comprendido, naturalmente, que lo

que querías decir era «un bolsón de guantones yun cestito de mininos». Y me he enterado de loque había recibido. De hecho, justo en ese mo-mento entraba la señora Dyer para decirme quehabían llegado una bolsa grande y un cestito. ¡Ha- bía tal coro de maullidos en mi casa que parecíaque todos los gatos de Eastbourne hubieran veni-do a visitarme!

 —¡Por favor, señora Dyer, le ruego que los abray haga recuento de todo lo que contienen!

A los pocos minutos la señora Dyer volvió yme dijo:

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<1

 Eve lyn Wilson

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nos ! Maggie es muy amable, pero ¿por qué mehabrá mandado tantos guantes? Porque, verá, se-ñora Dyer, yo no tengo 1.000 manos.

Y la señora Dyer dijo: —No, desde luego. Le faltan 998 manos parallegar a las mil.

Sin embargo, al día siguiente tomé una deci-sión, cogí el cestito, rae dirigí a la escuela del ba-rrio -la escuela femenina, ya la conoces- y le pre-gunté a la directora:

 —¿Cuántas niñas han venido hoy a la escuela? —Exactamente 250, señor. —¿Y se han portado bien durante todo el día? —Se han portado como los ángeles, señor.Entonces me quedé esperando a la puerta de la

escuela y, en cuanto salía una niña, sin perder unsegundo, le ponía en las manos un suave gatito.¡Oh, qué alegría les daba! ¡Las niñas se fueron asus casas bailando de contento y estrechando entrelos brazos a sus mininos mientras el aire se llena-

 ba de un sonoro ronroneo!Luego, a la mañana siguiente volví a la escue-

la, antes de que abriera, para preguntarles a lasniñas cómo se habían portado los mininos duran-te la noche. Y empezaron a llegar todas dolidas ylloriqueando, con la cara y las manos llenas dearañazos; llevaban a los gatitos envueltos en sus

 batas de colegia las para evitar que volvieran aarañarlas. Y no paraban de lamentarse sollozan-do: «Los gatitos se han pasado toda la noche ara-ñándonos».

Entonces me dije para mis adentros: «¡Miraqué niña más divertida y simpática es esta Mag-

i ! ¡Ah ti d é h i d t d

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 Lizzie Wilson

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esos guantes y por qué había justamente cuatroveces más guantes que mininos!».

Y, dirigiéndome a las otras niñas, les dije: «Noimporta, mis queridas niñas; estudiad bien vues-tras lecciones y dejad ya de llorar; cuando lleguela hora de salir del «cole» me encontraréis espe-rando en la puerta... ¡y ya veréis qué sorpresa!

Así que, por la tarde, cuando las niñas salieroncorriendo de la escuela con los gatitos todavía en-vueltos en sus batas, yo estaba allí junto a la puer-ta, cargado con un enorme saco. ¡Y en cuanto sa-lía una niña, sin perder un segundo, le ponía en las

manos dos pares de guantes! Y todas las niñas de-sataban la bata y sacaban de ella a un minino en-furecido, que bufaba, rechinaba los dientes y saca- ba las uñas como si fuera un puerco espín. ¡Perono les daba tiempo de arañar a nadie porque, enun periquete, se encontraban con las cuatro zarpasenfundadas en cuatro suaves guantes! Entonces

los gatitos se quedaron más tranquilos y se convir-tieron en unos animalitos muy dóciles, y empeza-ron otra vez a hacer gracias y carantoñas.

Las niñas se fueron a sus casas bailando decontento, y a la mañana siguiente, al volver a laescuela, todavía iban bailando. Los arañazos se leshabían curado, y todas me dijeron: «¡Los gatitoshan sido muy buenos!». Y cuando un gato quierecazar un ratón, se quita un guante; y si quiere ca-zar tres, se quita tres guantes; y cuando quiere ca-zar a cuatro ratones, va y se quita los cuatro guan-tes. Pero en cuanto han cazado los ratones, sevuelven a poner enseguida los guantes, porque sa-

 ben que no podemos ser cariñosos con ellos si nollevan puestos los guantes... [...]

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«

 A ileen WiIson - Todd 

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El caso es que todas las niñas me han dicho:«Por favor, dale las gracias a Maggie de nuestra

 parte; ¡le mandamos 250 grandísim os besones y1.000 besinos a cambio de sus 250 mininos y de

sus mil guantones!».Tu viejo tío que te quiere,

C.L.D.

Muchos besos y abrazos para Nella y Emsie.

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      ✓

    V  ~    í

 D esconocid a

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 A Dymphna Ellis

enero de 1895 (prob.)

Mi querida Dymphna:El álbum de fotografías ha llegado sano y sal-

vo, con sus autógrafos y todo lo demás... aunquelos trabajadores del ferrocarril (que lo estuvieronmirando con gran interés), dijeron que tu firma leda al libro «un valor superior a las 10 libras es-terlinas», y que hubiera debido ser enviado como

 paquete certificado.Le dije al empleado que eso era una tontería,

y que en Cranbourne tu firma no se valoraba enmás de dos peniques; pero el hombre meneó lacabeza muy serio y dijo que «él no se dejaba en-gañar».

Por cierto que, cuando te pedí la lista de tusnombres de pila me refería a los nombrescompletos, y tú me has dado sólo una serie deiniciales, tan sugerente y evasiva que me dejalo bastante perplejo como para quitarme elsueño.

Por ejemplo, ¿qué significa aquella «F» de-

lante de «Dym phna»?¿Fátima? ¿Fenella? ¿O Fedora? ¿O quizá (nome atrevo a esperar que corresponda a un nom -

 bre tan bello) Foscofornia?Lamento mucho que mi partida haya hecho

tu vida más m onótona. Ahora está perfectam en-te claro que no hubiera debido venir de ningúnmodo.

Sin embargo, la nuestra ha sido una amistadincreíblemente breve, por lo que es posible queme olvides con la misma rapidez. Así que ¡aní-mate!

Me temo que tendrás que esperar una semanao quizá más para tener las fotos.

Mis saludos al señor y a la señora Ellis, y todo

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 Desconocida

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mi afecto para las pequeñas, desdichadas mendi-gas (¿cómo están sus pobres piececitos?)

Siempre incondicionalmente tuyo,C . L . D o d g s o n

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 Xie Kitchin

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Carta a una dama

Siempre siento una especial gratitud hacia lasamigas que, como usted, me han dado su amistadde niñas y su amistad de mujeres. Nueve entrediez de mis amistades con niñas se hunden en el punto crítico «cuando la corriente y el río conflu-

yen», y las niñas amigas, en un tiempo tan cariño-sas, se convierten en amistades carentes de interésen las que no siento deseos de fijar mis ojos denuevo.

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