Capítulo 4 del Príncipe Inexplicable

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Transcript of Capítulo 4 del Príncipe Inexplicable

Me estaba volviendo loco. No aguantaba más. Quería despertar de esa horrible pesadilla. Cerré los ojos una y otra vez. En esta ocasión, no había un rayo de sol que alumbrase mi rostro, un resplandor que me anunciase una mañana. No sabía cuánto tiempo había pasado en ese lugar; tampoco sabía hasta cuándo estaría allí encerrado. De lo único que estaba seguro era que mi final no se iba a culminar allí. Lo mucho que había aprendido, crecido como ser humano, para que se quedase todo en esas cuatro paredes. Me sentía desmayar, no aguantaba este calor. Cuánto hubiese dado por estar en el bosque; no dudaría ni un momento en faltar a clases y quedarme estudiando en la biblioteca. Comparado con estar allí, solo y sin libertad. ¿Cómo había podido llegar a esa situación? ¿Dónde se encontrarían mis padres cuando David II y la reina Leticia tomaron el poder?

—¿Por qué a mí? —grité esa frase una y otra vez, cada vez más fuerte.—¿Lemuel? —escuché una voz parecida a la de mi padre.

—Sí, padre, soy yo, Lemuel —respondí—. ¿En dónde te encuentras? —Estoy aquí, en la celda de al lado... —escuché una voz interrumpir las palabras de mi padre.

—Hijo, soy yo. Me alegra saber que te encuentras bien —dijo mi madre.—No entiendo. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué me enviaste para el Castillo del Aprendizaje? —Hijo, lo siento. Yo no te he enviado a ese lugar — contestó el rey Fernández—. Fueron David II y Leticia. —Pero ¿cómo es posible? —contesté impresionado—. Si tú mismo me diste el mandato.

—Sí, fue que me engañaron. Te contaré, hijo, lo que sucedió. El día que te envié al Castillo del Aprendizaje fue porque David II se acercó a mí y me informó que

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había una convención de reyes, y me preguntó si Carlota y yo íbamos a asistir, a lo cual le dije que sí. No pasó ni una hora cuando David II se acercó a nosotros para decirnos que el rey Eduardo tenía unas inscripciones y que el mensajero estaba enfermo; no tenía forma de enviarme los documentos. Al otro día, creyendo en las palabras de mi sobrino, te envié hacia el castillo. No te dije que David II era el que tenía la información, porque estaba seguro de que no ibas a ir si te hubieras enterado de que tu primo había sido el que me lo dijo. Quiero disculparme por eso, hijo.

—No te preocupes, papá —respondí un poco triste y apagado.—Ese mismo día se acercó a nosotros una muchacha que se llamaba Leticia, que alegaba que era la prima de Carlota. Nosotros la aceptamos gentilmente. Viene del Castillo Analfabeta y no la vimos como una amenaza. Te iba a avisar para que la conocieras, pero ella quería pasar tiempo con su prima y luego conocer al resto de las personas.

—Madre, ¿para dónde te llevó Leticia? —le pregunté. —Fuimos a pasear por el palacio, hasta llegar a la biblioteca para enseñarle un libro que yo tenía sobre nuestros antepasados. Comenzó a realizar preguntas extrañas, como por ejemplo, cómo era posible que todo el pueblo fuera inteligente, si no extrañaba el Castillo Analfabeta y en dónde estaba el verdadero poder. Lo único que le contesté fue que el poder y secreto de todo estaba en el conocimiento..., en los libros. Ella se me quedó mirando, seguimos caminando hasta llegar al cuarto donde se estaba hospedando. Cuando entré a esa habitación, sentí que una persona me golpeaba la espalda y caí rendida. Cuando me desperté, me encontraba en este lugar. —¿Cómo te enteraste, padre?

—Cuando te busqué en tu habitación, me di cuenta de

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que ya te habías marchado y me fui a realizar trabajos de la realeza, cuando de momento llegó Leticia, diciendo que Carlota, al enterarse de que su abuela seguía viva, se había marchado al Castillo Analfabeta. Me enojé mucho, porque Carlota y yo tenemos buena comunicación, y no podía concebir que tu madre no se despidiera de mí. Me acosté a dormir y cuando me desperté me di cuenta de que...

—Perdona que te interrumpa. Por casualidad, ¿no soñaste con un leopardo? Mi padre continuó hablando como si no le hubiera preguntado nada.

—Cuando desperté, me encontré con que la biblioteca estaba destruida, junto con sus libros. En ese momento, David II y Leticia me retaron a un duelo, en el cual perdí. Nos enfrentamos en el duelo de espada David II y yo, pero fue inútil; ellos no saben lo que es el honor de un caballero. Leticia buscó cinco guardaespaldas para que me atacaran y así fue que pudieron vencerme. Me llevaron entre la reina mala y los dos guardaespaldas al calabozo. Supe que eran también del Castillo Analfabeta por la conversación que tuvieron. “Mi reinita, de verdad que no entiendo”, decía uno de ellos. “Sin los libros, las personas no aprenderán a leer; si no leen, no podrán interpretar, no existirá pensamiento crítico; podré gobernar a las personas a mi manera”, decía ella. “Todavía no entiendo, mi reinita”. Leticia estuvo toda la noche explicándole, pero no entendía... Hasta les dibujó, pero ellos nunca entendieron. Luego me quedé dormido y... —¿Qué viste? —dije apresuradamente—. Quiero saber.

El silencio invadió el lugar. Mis padres no contestaban la pregunta. Era obvio que algo me estaban ocultando. Creo que era el mejor momento para escuchar todos los secretos que ocultaba el Castillo de

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la Biblioteca.—Lo siento, hijo. No creo que estés listo para escuchar.—¿Cuándo estaré listo? —dije un poco molesto. —Cuando aprendas lo que la vida te quiere enseñar. —Padre, no quiero sonar maleducado, pero si se van a dejar llevar por lo que tengo que aprender, pues jamás me van a decir nada, ya que toda la vida el ser humano está aprendiendo algo nuevo.—Hijo, tienes razón —respondió mi padre, asombrado—. Esa noche, te observé llegar en un caballo con unas túnicas resplandecientes. Estabas tomando posesión de un reinado, pero de momento tu rostro cambió y, en lugar de verte, estaba David II tomando el puesto de rey. Luego, vi una reina de la que no podía ver su rostro, era mala; no era tu madre, y trataba de defender mi castillo, pero se me hacía difícil. De momento, se apareció un leopardo con alas de águila para ayudarnos a vencer. Se le hacía difícil pelear solo, y cuando llegué al final del sueño para ver quién había ganado, me desperté.De momento, me sentí inspirado y comencé a ver las cosas claramente en mi mente.—Hay una batalla que hay que pelear —les dije a mis padres—. Solo va a haber un ganador, David II o yo. La reina mala es Leticia, la prima de mi madre. Ella reinará juntamente con David II, mientras que yo... — tomé un poco de aire—, aparentemente seré un rey soltero por un tiempo, ya que en estas visiones no aparezco casado —me llené un poco de tristeza. ¿Cómo era posible que Amanda no apareciera en los sueños, mi dulce amor? —. El leopardo es mi bisabuelo, tu abuelo, Josué.—Hijo, ¿cómo puedes ver todas esas cosas? — preguntaba mi padre—. Que yo sepa, tú no eres astrólogo.

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—No soy astrólogo —sonreí un poco—. Es que yo he tenido esos sueños raros también.—¿De veras, hijo? ¿No me estás tomando el pelo? —No, padre.

—Pues tú eres el elegido —dijo mi padre con autoridad.—¿Qué quieres decir? —pregunté con asombro. —Las únicas personas que tienen ese tipo de sueños son las que están destinadas a ser reyes. No te lo quería decir, porque tenías que pasar por la experiencia: el leopardo es el potencial de tu bisabuelo.

—Padre, qué interesante, yo seré el rey —dije animado.—Bueno, hijo, solo si podemos alcanzarlo. Como acabas de decir, va a ganar David II o tú.—Mientras se nos ocurre un plan, tomaré este tiempo para organizar mi vida y pensar en lo que voy a hacer desde hoy en adelante —dije con entusiasmo. —Perfecto, hijo. Sé que de alguna manera vamos a salir —me animó mi padre.

—En mi caso —interrumpió mi madre—, yo siempre sueño con una dragona que habla.—Bueno, mi amor, qué bueno que fue eso y no mi suegra —dijo mi padre de forma burlona, brindando poca importancia.

Mi mente daba muchas vueltas. Por un momento, pensé que saldría loco de ese lugar, pero me tenía que parar firme y ordenar a mi cerebro no enviar fantasmas, producto de mi imaginación. Me senté sobre una roca, observando que habían dejado unos escritos, analizando lo que significaba cada dibujo. No podía entender. Solo era evidente que la persona que estuvo en este lugar tenía muchas ganas de escribir. —Espera un momento. ¿Ustedes, por casualidad, no tienen una pluma? Tengo un plan.

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Comencé a escribir en la pared del calabozo la historia de mi vida. Todo lo que hacía desde pequeño, mi niñez, la adolescencia... Seguía redactando todo lo que había aprendido en este viaje de la vida. No tenía el control; no sabía si era de día o de noche... Así pasó el tiempo, sin saber cuánto había pasado sin ver la luz, el sol y comiendo diariamente pan y agua. Realizaba mis necesidades en el mismo calabozo. Terminé de escribir. Comencé a leer lo que había escrito en las paredes. Culminé escribiendo:

En la lectura hay conocimientos.

—En la lectura hay conocimiento —decía una y otra vez hasta subir la voz.De momento, mis padres siguieron mi ritmo, sin saber de qué se trataba. Comencé a leer el escrito, en el cual terminaba mi historia de la vida, por lo menos en ese momento.

¡Atrévete a leer! las aventuras inolvidables que te brindan los libros de cuentos. ¡Atrévete a leer! para aprender cosas increíbles y nuevas. ¡Atrévete a leer! Descubrir más allá de lo que puedes observar. ¡Atrévete a leer! mensajes positivos que alimenten tu espíritu. ¡Atrévete a leer y soñar!

Es el impulso que te ayudará a tus metas lograr.

De momento, hubo un gran temblor en el calabozo. La tierra se movió derrumbando todo a nuestro alrededor. El techo comenzó a caer en cámara lenta, brindando oportunidad de esquivarlo. De momento, a mi mano derecha pude ver el sol resplandecer. Salí inmediatamente, al igual que mis padres. Haciendo su entrada frente a nosotros, Josué.

—¿Cómo es posible que estés vivo? —pregunté asombrado—. No me malinterpretes, estoy feliz de

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verte... ¿Cómo reviviste? —Gracias a ti. Resucité en el momento en que comenzaste a escribir y utilizar tu imaginación.—No fue fácil —dije en forma modesta—. ¿Y cómo ganaremos esta batalla? —Esta batalla no es con violencia, sino con el conocimiento. Hay que ganarse al pueblo, motivarlos para que comiencen a leer. —Pero ¿qué van a leer? —dije, bajando mi ánimo—. Leticia destruyó todos los libros. —Mis hijos, el poder está en el conocimiento. Lemuel, comienza con los niños para que utilicen su imaginación, para crear nuevos cuentos. Y usted, Fernández, es momento de enseñar todo lo que sabe, todo lo leído, reescribir y educar.Era momento de levantar un pueblo, de luchar y ganar una batalla que era de mente y capacidades. ¿Cómo realizarlo, si nosotros no teníamos el reinado? —Hijos, no hay que tener un puesto para ser líder — dijo Josué—, solo se necesita el coraje, la dedicación, moral y los deseos de tener un mundo mejor para dirigir a un pueblo. No me malinterpreten, tenemos que seguir reglas, órdenes, mandatos que no violen nuestra moral y ética. Pero en estos momentos, si no detienen a David II y a Leticia, el Castillo de la Biblioteca que levanté con tanto empeño y dedicación se podrá destruir.—No te preocupes —respondí—, no lo vamos a permitir. Padres, tendremos que mudarnos con los campesinos. Cuando Leticia y David II puedan ver lo que le pasó al calabozo nos estarán buscando. —Tienes razón. Móntense, que los llevaré a ese lugar. Mis padres y yo cedimos en viajar con Josué y volar nuevamente por encima del castillo. Con la diferencia de que, en esta ocasión, se encontraban los lugares destruidos y las personas, cometiendo delitos sin

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ningún castigo. Lo único que deseaba era que Amanda y Juan estuvieran bien. No podía seguir mirando hacia abajo, porque veía lo que le estaba ocurriendo a mi pueblo. Todo lo que veía me indignaba y comencé a ver las nubes, a entretenerme con el cielo azul. Llegamos con los campesinos y nos bajamos de Josué; luego se despidió, mirándonos fijamente. Tomó vuelo, marchándose lejos. Mi vista lo perdió rápidamente, mientras los campesinos nos miraban bien extraños.

—Saludos —comenzó a hablar mi padre—. Soy el rey Fernández y vengo a decirles...—¿Qué? ¿Tú, el rey Fernández, con esa apariencia? — interrumpió un hombre—. Ja, ja. De verdad que este castillo va de mal en peor... Escuchen, mi gente. Ese hombre dice que es el rey Fernández.

Todas las personas se burlaban de mi padre. Al parecer, no creían ninguna de sus palabras. —Pero ¿me faltan el respeto? —dijo mi padre, más molesto, mientras que la risa de los campesinos aumentaba.

—Mi amor, te tienes que tranquilizar —dijo mi madre Carlota.—Padres, tranquilos —les hablé, tratando de tranquilizarlos—. Creo saber lo que está pasando. Es que Josué quiere que aprendamos algo de aquí. Entiendo que tenemos que hacernos pasar por campesinos.

—¿Yo, el rey del Castillo de la Biblioteca? Jamás. —Padre, entonces en lo que tú me hablabas sobre la humildad... ¿Todo eso era una falacia? ¿Realmente no creías en lo que estabas enseñando? —lo miré a sus ojos, desilusionado.

—Perdona, hijo, tienes toda la razón. Es que a veces uno se desespera en ver que las cosas se te fueron de las manos —me explicó mi padre.

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—Tranquilo, padre, te entiendo —susurré—, pero es momento de levantarnos. Viviremos como campesinos y comenzaremos a educarlos. A la hora de la verdad, mi bisabuelo les abrirá su mente y nos reconocerán, ya verás.—Hijo —dijo mi madre—, nos hablas como si tuvieras tanta experiencia.—No tanta como ustedes —afirmé—, pero la suficiente para entender que todo en la vida pasa por un propósito y que está en nosotros seguir caminando o detenernos. Créeme, hasta ciego me he quedado para aprender alguna lección.Nos presentamos como extranjeros. Mi padre comenzó a reunir a las personas para instruirlas sobre todo tipo de filosofía y libros que él había leído desde joven. Las personas realizaban círculos a su alrededor para escucharlo, mientras que mi madre Carlota tomaba nota de cada una de sus palabras. Por las tardes, mi madre, aparte de apuntadora, se la pasaba visitando todas las aldeas. Enseñaba a leer a las personas adultas que por alguna razón no sabían leer. Mientras que yo les leía cuentos a los niños de día y por las tardes les enseñaba vocabulario y educación a los jóvenes. Pasamos mucho tiempo así, preparando a nuestro pueblo. Uno de los días que estábamos en nuestra tarea de la tarde se acercaron unas personas en caballos y los campesinos comenzaron a correr para esconderse. Mi padre se encontraba sembrando y yo educaba a los jóvenes; bueno, a nadie, porque ellos también salieron corriendo. De momento, se acercó un hombre con músculos, pelo largo y una barba enorme. Su apariencia no era de alguien que se aseara todos los días; deseaba imitar a un caballero. —Venimos a buscar la comida de la fiesta de hoy. ¿Quién la preparó? —dijo el hombre.—Aquí tiene —salió una señorita—, la preparó mi

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madre.—No me interesa quién la preparó, idiota —dijo, golpeando a la muchacha, que cayó en el suelo. Cuando iba a entrar a defenderla, un joven lo paró con sus quejas.—¿Por qué nos atormentas? Dile al rey David II —dijo el joven— que cada año pagamos por vivir aquí. ¿Cómo es posible que nos quite nuestros alimentos? —No sabes con quién te estás metiendo —dijo el hombre—. Saben que esas son las normas hace cinco años, desde que Leticia y David II tomaron el poder. Si no quieres seguir las órdenes, serás destruido.El hombre se bajó para herir al muchacho con una espada. Mi corazón no pudo soportar más y le pedí piedad por el muchacho.—Te pido disculpas —me arrodillé delante de él—. El muchacho es muy joven y no sabe lo que dice. Te pido piedad.—Bueno, está bien —dijo el hombre—. ¿Cómo usted se llama? —Alejandro, señor —dije ese nombre para que no me reconociera, y siempre manteniendo reverencia delante de él.—Este joven me cayó bien —dijo el hombre—. Quiero que te vayas con nosotros, porque quiero que David II te conozca. Lo más seguro es te convierta en su asesor.—Pero —dije con mucha emoción y drama— es que soy apenas un campesino.—No, Alejandro, tienes algo, no sé lo que es, pero tengo el presentimiento de que puedes serme de utilidad. Además, no te estoy preguntando si quieres, lo que te estoy diciendo es una orden.Me montaron en uno de sus caballos. Después de que el hombre tomó los alimentos, nos marchamos rumbo al Castillo de la Biblioteca. Cuando llegamos por la

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entrada, muchos recuerdos me vinieron a la mente. Mis escapadas en los árboles, donde me había criado cuando pequeño. Las calles lluviosas en donde conocí a Amanda y ver el calabozo donde aparentemente pasé cinco años de mi vida perdidos. Mi corazón comenzó a sobresaltarse y el miedo trató de cubrir todo mi cuerpo. Me llevaban delante de los reyes Leticia y David II. Ellos se veían con un aspecto horrible. Leticia tenía la cara llena de arrugas y la piel no estaba nada de hermosa. David II tenía mucha barba y su olor no era nada agradable.

—¿Quién es ese joven, Carlos? —dijo David II. Al parecer, no me había reconocido—. Respóndeme. —Lo que sucede es —explicó Carlos, mientras que yo me arrodillaba en su presencia— que este hombre defendió a un jovencito que pretendía no darme la comida que usted me ordenó que buscara; le dije que podía ser su asesor.

—¿Desde cuando tú seleccionas quién va a trabajar en el reinado, Carlos? —Lo siento, mi rey...Carlos se dirigió a sacarme delante de la presencia de los reyes, cuando de momento...

—Espera un momento —dijo David II—. Ven acá, muchacho —me dirigí a caminar hacia él, pero mi corazón se quería salir del pecho. Pensé por un momento que me había reconocido—. ¿Cómo te llamas, joven?

—Alejandro, mi rey —me arrodillé nuevamente.—¿Te gusta leer? —preguntó David II.—¿Qué significa leer? —respondí con otra pregunta. —Me gustó tu respuesta, Alejandro —me miró David II—. ¿Sabes?, llévalo al Castillo Analfabeta, que la reina quizá lo necesite, pero no te descuides, muchacho. Yo gobierno ese lugar también y espero que hagas bien tu trabajo como asesor, porque sino te

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espera la muerte.—Gracias, rey, por la oportunidad.Salimos de la presencia de David II y de Leticia. Nos fuimos Carlos y yo hacia el Castillo Analfabeta para dejarme con los supuestos reyes de aquel lugar. Mientras tanto, Carlos comenzó a hablar de las cosas que ocurrían en el Castillo de la Biblioteca.—Cuando David II tomó el reinado del Castillo de la Biblioteca, el pueblo pensó que era por un tiempo, mientras que los reyes se encontraban en una convención. Pasaron cinco años y nunca volvieron. Durante ese tiempo, la reina Leticia y el rey David II han dominado el castillo. En vez de prosperarlo, todo ha sido retroceso. El rey les quita las monedas y los alimentos a los campesinos, no hay un juicio justo; de verdad que extraño a los viejos reyes, llenos de libros, donde reinaban la paz, la armonía, la justicia y la inteligencia.—El príncipe que estaba antes, ¿cómo era? — pregunté, a ver qué me decía.—¿El príncipe Lemuel? —subió la voz—. Era un buen muchacho, pero bien inmaduro; por eso fue que el rey Fernández dejó al mando a David II, pero, en mi opinión personal, entiendo que él ha crecido. Es un muchacho que tengo la fe de que nos sacará de este terrible reinado.—¿De verdad? —dije asombrado.—Seguro, príncipe Lemuel —me dijo Carlos.—Yo soy Alejandro —le dije con voz molesta.—No, mi príncipe, eres Lemuel. No te preocupes, estás a salvo. Gracias al reinado de tus padres aprendí a escuchar mis sueños y un leopardo me dijo que te buscará entre los campesinos. Quiero que sepas, príncipe Lemuel, que estoy seguro de que vas a encontrar la manera de sacarnos de nuestro presente. No sabía cuál era mi destino: ir al Castillo Analfabeta,

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si mi lugar era el Castillo de la Biblioteca... Al menos tenía un aliado, el cual sabía mi verdadera identidad. Eso me ayudaría en cierto modo a cumplir mis propósitos. Aunque no entendiera, tenía la creencia de que todo obraba para bien y sabía que algo recibiría en el Castillo Analfabeta que me ayudaría a reconquistar el Castillo de la Biblioteca.

Continuará..... 14