CANTU-Historia Universal 2b
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Transcript of CANTU-Historia Universal 2b
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C É S A R C A N T Ú PO K
D . N , ICOLÁS I a
S errano
C&teilrútico auxiliar que na sido de la misma Factiltad
y Profesor libro ao Filosofía dol Derecho on la UnlTcrsldad do .Madrid
Abosado de este Colegio. Aoadémloo de la £ooo¿mioa Matritense
Individuo del Cláustro do la Universidad do Salamaaca *
r de otras corporaciones oientincas
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ADMINISTRACION
P L A Z Ü E L A D E L B I O M B O . N Ú M E í£íi) !
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' ‘- Esta obra es propiedad de don Manuel Ro drigues, y nadie sin su consentimiento podrá reimprimirla ni traducirla.
Queda hecho el depósito que marca la ley.
FONDO EMETERIO .VALVERDEYTELLEZ
POCA . SEGUNDA jr.
t D E S D E E L D I L U V I O H A S T A L A S O L I M P I A D A S
Años a. ae J. C., 3348 á m.-Aios de la Creación. 1636 á 3228,
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CAPITULO I i
Aplicación del sentido del libro de Job á la filosofía de la Historia.—Job, patriarca de Idu- me a.—-Providencia de Dios sobre los pueblos extrañ os á Israel.—Lo que era Job.—Su época. Sus b ienes pue stos á discreción de Sataná3. — Sus de sgracias y su resignación. — Su persona puesta á discreción do Satanás.—Sus sufrimientos y su resig nación .—Visitanle tr es rey es ami gos suyos.—Job maldice el dia do su nacimiento.—Vituperios do Eliphaz.—Respuesta de Job-
Vituperios de Baldad.—Respuesta, humildad y súplica de Job.
-i La filosofía de la Historia, tali como queda
expuesta en nuestros estudios preliminares (I), halla al presente, en la maravillosa narración que sigue, una solemne comprobación de la
verdad católica. Nieguen y ridiculicen Renán
y otros racionalistas mas ó ménos explícitos" ó
vergonzantes las bellas y sublimes tradiciones
que la ciencia católica venera y la sábia críti
ca afirma y comprueba, que apenas si sus ecos llegarán ¿ sonar en la liora postrera del siglo
que corremos. La sábia y altísima Providencia vela y guia
los pasos de la humanidad, libre en su carrera, por caminos sólo al infinito pensamiento cono
cidos, abatiendo unas veces y levantando otras
los destinos de los pueblos; ni los justos en me
(1) Tomo I, pág. 30.
tomo n
abundante prosperidad, pueden burlar aquella
justa providencia; todo, así el castigo como el premio, asi el dolor como la felicidad y laventura,
van encaminados al logro de la felicidad de los
imperios y naciones,»y al cumplimiento de los
planes providenciales de Dios en la Historia.
Hé aquí, en concreto, el gran pensamiento
de la doctrina santa y revelada; hé aquí el eco
venerando de los profetas; hé aquí el testimo
nio de las enseñanzas de San Agustín y Bossuet;
hé aquí el lema de la escuela histórico-católica.
¿Dónde leeis, sábios del infecundo raciona
lismo, en esta teoría, palabras de inconsciente
fatalismo? ¿Hay algo en la Historia más gran
de para la dignidad humana, y más raciona
y adecuado á la alteza divina,’ que esta senci
lla expresión de nuestra filosofía de la Historia?
2
en todos los momentos de la existencia de la
humanidad, ya propicios, ya adversos, el pensa
miento filosófico católico, inmóvil como la roca
y seguro como sus cimientos, ni cambia, ni
oscila, ni se muda; siempre la mirada augusta
de la Providencia dirige los destinos de la vida,
y siempre el hombre racional y libre cumple su misión individual y social.
Bien podíamos aquí preguntaros , una vez
sabido lo que la. escuela católica cree: y voso
tros, racionalistas de todos los matices, ¿podréis decirnos lo que creeis? ¿podréis decirnos cómo
explican vuestras escuelas los destinos de los pueblos?
Noche oscura y eterna es en verdad la His
toria, vista fuera de estos luminosos y clarísi
mos horizontes que irradia el sol de la verdad
católica; ni las luchas de los antiguos impe rios, ni Grecia, ni Koma, ni los bárbaros, ni la
edad medía, ni la reforma, ni, las revoluciones,
tienen llana y fáoil interpretación fuera de estos
altísimos, racionales y maravillosos dogmas.
Por do quiera que el sano y reflexivo enten
dimiento católico atienda é indague el por qué
de los destinos humanos, hay algo en la Hisr
toria que responde por las teorías. Ofrécesenos
en el ingreso de este segundo tomo, y en la con
tinuación de la Epoca, segunda , libro IV, en
cuyo estudio nos ocupamos, una historia nota
bilísima, cuyo argumento es de inmenso valor
para aplicarlo á la vida social y á la indaga
ción del destino de los reinos y naciones.
Oigamos á este propósito el genio de nues
tro inmortal maestro fray Luis de León, timbre glorioso de la antigua Universidad de Salaman
ca y ornamento de la literatura española, so
bre el libro de Job, á que nos referimos: cier
tamente pocos habrá que no traduzcan y apli
quen con recto y bien intencionado sentido las
palabras de aquel varón, á los destinos de los pueblos (1).
(1i Alas impugnaciones de Renán y otros orien talistas al libro de Job, puede la ciencia católica es- pañolaoponer, á más déla hermosa traducción v de fensa del maestro fray Luis de León y otros escri tores, la que ven* (Dios mediante) .la luz pública, original de D. Francisco Caminero, digno continua dor de la gloriosa pléyade de escriturarios espaüoles.
HISTORIA UNIVERSAL
Dice asi el maestro fray Luis de León en su
preciosa dedicatoria del libro de Job, á una al
ma llena de pureza y virtudes:
«Todos padecen grandes trabajos, porque el
padecer es debido á la culpa, y todos nacen en
ella; pero no los padecen todos de la misma
manera, porque los malos á su pesar y sin fru
to, y los buenos con utilidad y provecho. Y de
los buenos, unos con paciencia y otros con go
zo y alegría, que es propio efecto de la gracia
. del Evangelio, de que San Pablo dice en su
persona: «Ya nos gozamos en las tribulacio
nes.» De estos sois vos y los demás de su ór-
deñ, que descansan cuando padecen, por mos
trar lo que aman. Que el amor de Cristo que
arde en sus almas, mostrándose descansa y
padeciendo se muestra. Y ansí, padecen con
gozo, y si no padecen, tienen hambre de pade
cer, y la descubren siempre que pueden y en
todo lo que pueden. Y de ella nace agora man
darme vuestra reverencia le declare el libro de
los sucesos y razonamientos de Job; que como
los valientes soldados gustan de conocer los he
chos hazañosos de los que lo fueron, ansí vues tra reverencia, en esta milicia de paciencia que
profesa, desea reconocer este ejemplo excelen te, que tal es el de Job, como por su escritura
parece. La cual escritura es útil de muchas ma
neras; porque no es solo historia, sino doctrina
y profecía; porque demás de que nos cuenta los azotes de Job y su paciencia, también nos com
pone las costumbres y nos profetiza algunos
misterios venideros, y esto en verso y en for
ma de diálogo, porque más se guste y mejor se
imprima. Verdad es que el estilo poético y la
mucha antigüedad dé la lengua y del libro le
hacen muy oscuro en no pocos lugares; mas esta
oscuridad vencerá con sus oraciones vuestra re
verencia, que obligada es á favorecerme con
ellas, pues pone este peso en mis hombros. En
que hago tres cosas: una, traslado el texto del
libro por sus palabras, conservando cuanto es
posible en ellas el sentido latino y el aire hebreo,
que tiene su cierta majestad; otra, declaro en
cada capítulo más exteadidamente lo que se di
ce; la tercera, póngole en verso, imitando mu
chos santos y antiguos que en otros libros sa
grados lo hicieron, y pretendiendo por esta ma
Sagrada Escritora, en que mucha parte de nues
tro bien consiste, á lo que yo juzgo. Pues ansí
como no sabemos con certidumbre el autor de
este libro, que unos dicen que Moisés, y otros
que antes de Moisés, ansí vuestra reverencia
ha de tener por sin duda que es libro sagrado
y canónico. En el cual él Espíritu-Santo nos cuenta, lo primero la virtud y prosperidad de
Job; lo segundó, su azote, y lo tercero, las ra
zones qrie pasó cón unos compañeros suyos, que
viniendo á consolarle, sé pusieron á reprehen derle, que es la mayor dificultad qüe en él hay;
porque muchas veces parece que Job y sus com
pañeros dicen lo mismo, siendo los intentos con trarios.
»Para cuyo entendimiento, advertimos que
Job, querellándose, dió á entender que padecía
sin 'culpa; de que, ofendidos sus compañeros,
porfían que se engaña y que es pecador. Y prué-
banlo ailsí: «Dios es justo; luego castiga á solo
los pecadores. Ti'i eres castigado de Dios; lue
go eres pecador.» Y sobre este argumento, co
mo sbbre quicio, se rodea todo lo que dicen los
primeros tres compañeros. Y en lo que más se
detienen, es en probar: lo primero, que es la justic ia de Dios, que á la verdad es lo más cier
to y lo1ménos necesitado de prueba; mas insis
ten en ello, porque, á su parecer, lo demás na ce de alli por fuerza de consecuencia. Y prué-
banlo con hacer claro por diversas maneras que
Dios es bueno, y sábio, y poderoso, diciendo
grandezas de la bondad de Dios y de su saber
y poder; porque el ser injusto uno siempre le
viene, ó de saber poco, ó de poder ménos, ó de
ser mal inclinado; que, como se sabe, las fuen
tes de todo lo malo son, ó flaqueza, ó ignoran
cia, ó malicia. A esto responde Job, y en lo que
responde, confiésales ésta primera parte, que toca á la justicia de Dios; y no sólo la confiesa,
mas él también la prueba y se extiende en de cir maravillas de estos divinos atributos. Pero
niégales lo que de ellos coligen, y persevera
en defender su inocencia, y les prueba que no
son pecadores todos los que Dios en esta vida
Castiga. En que, en suma, afirma dos cosas:
una, « No siempre castiga Dios en esta vida á
los pecadores, ni son pecadores todos los que
Dios en ella aflige;» otra, «Yo no he pecado de
manera que merezca el mal que padezco.» Y
cuando afirma esto último, agobiado del dolor
y de la porfía de los que sin razón le condenan,
parece alguna vez que excede en palabras, vol
viéndose á Dios y pidiéndole qué le ponga con
él á juicio, y averigüe aqueste azote con él. Por
lo cual, á lo último salé Eliü, el cuarto de los
amigos, y no aprobando las razones de los pri
meros, condena á Job por otra razón nueva, di
ciendo que á lo ménos peca en ponerse con Dios á juicio. Y ansí, lo que pretende es probar, no
que :fué pecador, sino que se debe Job sujetar
á Dios y callar, y tener por bueno lo que hace.
Y pruébalo de aquesta manera: «Las obras de
Dios, y lo que pretende en lo que hace, no lo
puede saber el hombre; luego debe con pacien
cia juzgar bien de lo que Dios hace, y no pe dirle razón de ello.» La primera de estas dos co
sas, de qué la segunda necesariamente se si
gue , pudo Eliú probarla con ejemplos palpa
bles de las cosas que Dios hace y no las enten
demos los hombres; mas no lo prueba por esta
vía, antes multiplicando razones impertinentes, la oscurece y confunde. Y ansí Eliú no erró en lo principal de su intento y en lo que probar
pretendía, sino en no acertar á probarlo. Por
donde Dios al fin se descubre, y lo primero, re
prende á Eliú de que una cosa tan clara como
es no penetrar el hombre las obras y los juicios
de Dios, no supo probarla; y lo segundo, vuelto
á Job,' le prueba con razones claras lo que con
fundía á Eliú con palabras oscuras. Y ansí, el
intento de Dios es el mismo de Eliú, persuadir
á Job que tenga por bueno lo que hace con él,
y no quiera saber por qué causa lo hace, ni pe
dirle cuenta y razón. Y arguye, como Eliú ar-
guia: «El hombre no puede alcanzar las obras
de Dios ni sus fines; luego debe con paciencia
juzgar bien de lo que Dios hace , y no pedirle
cuenta.» Y lo primero desto, prueba Dios en su
discurso por manifiesta manera, haciendo alaT-
de muchas cosas qué tenemos entre las manos, que las hace é l , y el hombre aunque las ve
no las entiende, como con las obras naturales
y ordinarias. De donde necesariamente conclu
ye que, si no conocemos lo ordinario que él ha
ce, mucho ménos podremos alcanzar lo extraor*
Job reconoce su exceso luego, y humillase. Y
Dios, que sabia su sencillez y bondad, y que
habia defendido con verdad su inocencia, no se
enoja con él, y enójase con sus tres amigos,
porque hablaron mal en tres cosas : una, que
impusieron ¿Job que era malo; otra, que afir
maron que Dios no acosa aquí sino á sólo los
malos; la tercera, que destas dos mentiras qui
sieron sacar defensa de la justicia divina. Como
si Dios no pudiera quedar por justo, si queda
ba Dios por bueno, ó si no se valiera de apoyos
tan flacos y tan falsos. Esto, pues, bien enten
dido, en las oscuridades de este libro dará mu cha luz.
Hé aquí el argumento según se halla en un
códice, en que están recogidos los capítulos de
Job, en tercetos, de letra del maestro fray
Luis de León: «Job, natural deHus, provincia
vecina á Idumea y Arabia, entre ajena de Dios,
gran siervo suyo, y de los bienes de la vida
abastado, cercado de hijos y rico de ganados y
de familia, y por esta3 causas en su pueblo y
en los comarcanos señalado y temido, para ma
yor bien suyo y para ejemplo de virtud á los
venideros, es entregarlo de Dios al demonio á
petición suya, no para que le mate, sino para
que le tiente y azote. Quítale la hacienda, má
tale los hijos, llágale fea y cruelmente en el
cuerpo, y tráele á tanto desprecio, que su mis
ma mujer le baldona y le persuade á que ge
mate á sí mismo. Pues estando así lleno de
miseria, y armado de paciencia, y sentado en
un muladar, visítanle cuatro hombres princi
pales y sabios de aquella tierra, y grandes sus
amigos. Con los cuales, despues de un largo
silencio que causó en él el dolor, con la vis
ta de los amigos renovado, y en ellos el es- I
panto de una mudanza de fortuna tan grande,
al fin, comenzando él y respondiendo ellos, trá
base entre todos uá largo y reñido razonamien to. Que en sustancia, de parte de los amigos
es decir que Dios, como justo que es, siempre
os malos pecadores en esta vida los castiga
con miserables sucesos, y que ansí le castiga-
ba a el como i gran pecador; y de parte de Job es defender que Dios, n¡ „asHga n¡ 4
so.os los malos en esta ti,la, ni él lo era enlon-
ces por ser pecador y malo. Sobre lo cual, ansí
por la una como por la otra parte, se dicen ra
zones altísimas, llenas de artificio y de dulzu
ra en las palabras y en las sentencias, preña
das de grandes misterios. Pintanse las condi
ciones de los hombres malvados, el ingenio de
los buenos y justos; engrandécese por extra
ñas maneras la grandeza del poder de Dios y
de su saber; dícese de su grande bondad y jus
ticia; profetízase su venida al mundo, la resur
rección de la carne, el juicio último, con otras
cosas de grande cualidad y provecho. Y al fin
de todo sobreviene Dios, y habla con Job con
forma sensible, y enséñale que, pues es hom
bre, no se ponga con Dios en cuentas ni quie
ra apear sus juicios. Y despues, vuelto á las
amigos de él, díceles que no han acertado en
sus razones, y que han afligido sin causa á sil
amigo, y mándales que se le humillen y le pi
dan que le ruegue por ellos, y que rogándose
lo Job, los perdonará. Hácese ansí, y Dios sana
á Job y restitúyele á su estado primero con
mayor prosperidad que al principio.»
Veamos ahora más extensamente esta nota
ble y maravillosa historia del glorioso siervo de Dios, el patriarca de Idumea.
Tomando á la posteridad de Job para su
pueblo de predilección, Dios no ha abandona
do á los demás pueblos; para la salvación de
todos ellos, escogerá uno, que será el deposi
tario de su ley y de sus oráculos, que será en
todo el Universo una prueba viviente de su
providencia y de su justicia (1). En esta nación
es en la que serán benditas todas las naciones
de la tierra. Entre tanto, los pueblos que pare
cían más abandonados, Dios no los abandona
sin embargo. ¿Qué hay en apariencia más re
probado que la raza maldita de Canaan? Y no
obstante, hemos visto elevarse en medio de ella
á un personaje tan grande como Abraham, un
rey de justicia y de paz, un pontífice del Altí
simo, figura profética, por su nombre, sus ac
tos y su historia, del Pontífice eterno, del Hijo
de Dios. Del mismo modo, Ismael, padre de los
árabes, es arrojado de la casa de su padre;
pero con el recuerdo de la fe de Abraham, lle-
(1) Rorbacher, 1.1, pág. 273.
va á los desiertos una promesa divina para él
y para toda su raza. En fin , Esaú pierde por
sil falta la herencia paterna de las promesas y
de las bendiciones; y no obstante, vamos á
ver entre sus descendientes á un patriarca y
profeta, que será una profecía muy semejante
de Cristo, en sus sufrimientos y en su resur
rección.
José, hijo de Jacob, vivia un hombre en la
tierra de Hus; su nombre era Job: sencillo,
recto, temeroso de Dios, y que se apartaba del
mal. Naciéronle siete hijos y tres hijas. Su ha
cienda consistía en siete mil ovejas, tres mil
camellos, quinientas yuntas de bueyes, qui nientas asnas y un creeido número de domés
ticos y de siervos para su servicio y para la la
branza. De manera, que era reputado por el
más grande y opulento de todo el Oriente.
Sus hijos tenian la costumbre de ir turnan
do por dias, y celebrar cada uno su convite en
su casa, al que convidaban á sus tres herma
nas para comer y beber con ellas. Y cuando se
acababa este turno de. convites, enviaba Job á
llamarlos y los exhortaba á que se purificasen
y preparasen para asistir á los holocaustos, que,
levantándose muy de mañana, ofrecía por cada
uno de ellos; porque decia: «¿Quién sabe si
mis hijos habrán ofendido á Dios de algún mo
do en el calor del banquete?» Y Job repetía
esto siempre que celebraban estos convites (1).
¡Qué adorable familia! ¡qué unión en los hi jos! Y en el padre, ;qué tierna solicitud! ¡qué admirable piedad!
En un antiquísimo fragmento, que está á
continuación del libro de Job en el griego, en
el árabe y en la antigua Ynlgata, se dice que
Job habitaba en la tierra de Ausitides, sobre
los confines de la Idumea y de la Arabia. Su
nombre era desde luego Jobab. Tomó una mu
jer de Arabia, de la cual tuvo un hijo lla
marlo Ennon. Su padre fué Zaré, uno de los
descendientes de Esaú, y su madre Bosorrha;
de suerte, que era el quinto despues de Abra-
ham. Hé aquí los reyes que reinaron en Edom,
región en, la cual él mismo fué príncipe. El
(1) Job, 1.
primero fué Balac, hijo de Beor, y su ciudad se
llama Deunaba; despues de Balac fué Jobab,
que también es llamado Job; despues de él vi
no Asom, jefe de la región themanítida; des
pues de este fué Adad, hijo de Barad, que der
rotó á los madianítas en el llano de.Moab; el
nombre de su ciudad era Gethaim. Los amigos
de Job que vinieron á verle, fueron Elifaz, uno
de los descendientes de Esaú, rey de los thema-
nianos; Baldad, soberano de los sanclieanos, y Sofar, rey de los mineanos.
Este fragmento, recomendable por su an
tigüedad y el común sentir de los Padres y
délos intérpretes, establece suficientemente á
nuestra vista el tiempo en que vivió Job y su
descendencia de Esaú. Hus , en hebreo Uts, en
griego Os, es el nombre de un antiguo princi
pe de Seir, de quien tomaría su nombre la
tierra de Hus ó Ausitides, la tierra donde más
tarde habitó Job. Pero volvamos á la liistoria
de este patriarca, que el apóstol Santiago nos
propone por modelo (1).
entre ellos Satanás. Y díjole el Señor: «¿De
dón4e vendrás tú?» Él respondió: «Señor, ven
go de dar vuelta á la tierra y de recorrerla
toda entera.» «¿Te has puesto á considerar, le
replicó el Señor, á mi siervo Job, que no tiene
semejante sobre la tierra, varón sencillo y rec
to, temeroso de Dios, y que se aparta de toda
sombra de mal ?» Y Satanás respondió al Se
ñor: «¿Acaso Job teme á Dios gratuitamente?
¿no le has pertrechado y guarnecido por toda3
partes en su persona y en su hacienda, de ma
nera que le has prosperado en todo aquello en
que pone la mano, y sus posesiones no han
ido siempre en aumento? Mas extiende algún
tanto sobre él tu mano, y tócale á todo lo que
posee, y verás como te maldice y blasfema.»
El Eterno dijo entonces á Satanás: «Mira, á tu
disposición está todo cuanto posee ; pero cuida
do con que extiendas tu mano contra él (2).»
El Señor aparece aquí como el rey sobre su
trono. Los ministros de su providencia vienen
(1) Jacob, 5, 11. (2) Ibid., 1.
2
á darle Cuenta de las naciones á las cuales les
ha comisionado, y de los individuos que ha so
metido á su guarda. Satanás, el adversario,
viene también á Acusar á los hombres ante Dios, y saber que le sea permitido afligir y
tentar. Está en la presencia de Dios, como el
ciego ante la luz del so l, sin verle. Veamos
ahora cómo usó del permiso que se le dió.
Un dia en que los hijos de Job celebraban
un convite en la casa de su hermano mayor,
vino un mensajero á Job y le dijo: «Señor, es tando arando tus bueyes y paciendo junto á
ellos los asnos, hicieron una irrupción los sa
beos, quitaron la vida á los mozos, se lo lleva
ron todo, y yo sólo he podido escapar para
traerte la noticia.» No bien habia acabado de
hablar este hombre, cuando llegó otro y le
dijo: «Un grande fuego ha descendido del cie
lo, que ha herido á las ovejas y á los pastores,
y todo lo ha devorado y reducido á cenizas; y
yo sólo:he quedado, para venir á darte el avi
so.» Y cuando todavía estaba diciendo esto, so
brevino otre, que le dijo: «Los caldeos, dividi
dos en tres escuadrones, se han echado sobre tus camellos, y quitando la vida á los mozos
que les guardaban, se los han llevado todos; yo
sólo he podido librarme para venir á contárte
lo.» Y cuando aún hablaba esto, entró otro y
le dijo: «Tus hijos é hijas estaban comiendo y
bebiendo en la casa de tu hijo primogénito,. y de repente se levantó un impetuoso viento de
la parte del Mediodía, y haciendo estremecer
las cuatro esquinas de la casa, y desencajándo
la, cayó sobre ellos, y quedaron todos sepulta
dos en sus ruinas; y yo solamente he escapado
para-traerte la noticia.» Entonces Job se levan
tó de su asiento, y dando muestras de dolor,
rasgó sus vestiduras, v mesó los cabellos de su
cabeza; y postrándose en tierra adoró al Señor, y dijo señalando 4 la tierra: «Desnudo salí del
vientre de mi madre, y desnudo volveré á ella El Señor que me lo dió todo, él todo me lo ha
quitado; no se lia hecho en esto más que su vo
luntad; bendito sea su santo nombre.» En todo
esto que pasó, Job no pecó profiriendo por sus
labios palabra alguna indiscreta ó ménos co medida contra Dios.
Satanás se habia alabado de que le haría
blasfemar contra Dios, y ¡hé aquí que le ben
dijo] El rayo, la tempestad, no han podido en él más que los ladrones.'
Habia dos pueblos con el nombre de sabeos.
El uno descendía de Saba, hijo de Regma, hi jo de Cusch, hijo de Cam; el otro de Saba,
hermano de Regina, y por consiguiente' tam bién de Cam. Habitaban la Arabia, los unos
hácia» el mar Rojo, los otros hácia el Golfo Pér
sico. Los caldeos de quienes se habla aquí, son
los de esa nación que, mientras tanto que todos los demás obedecían al imperio de Babilonia,
mantuvieron su independencia- en medio de
sus montañas, de las cuales, aun en tiempo de
Ciro, Salían para vivir del pillaje ó ponerse á
sueldo del que queria pagarles (1). No es extra
ño que el enemigo de todo bien se valiera do
semejantes auxiliares para hacer mal. Sin em
bargo, fué vencido. Job se mostró como Dios lo
habia dicho, perfecto, intachable; porque este es el sentido de la palabra original.
Otro dia en que los hijos de Dios habian
comparecido de nuevo delante del Señor, y so
presentó también entre ellos Satanás, el ¿temo
dijo: «¿De dónde vendrás tú?» El respondió:
«Señor, de rodear la tierra y recorrerla toda entera.» «¿Has considerado, replicó el Seáor, á
mi siervo Job?» «Señor, respondió entonces Sa tanás; todo lo. que no toea al hombre en su
persona, cuanto posee lo dará de buen grado
con tal que no le toquen á la piel. Y si no tóca
le en lo vivo de la carne, y verás entonces las-
bendiciones que te da en tu cara.» Entonces el
Eterno dijo á Satanás: «Pues mira, en tu mano
está; pero bien entendido que no-te permito quitarle la vida (2).»-
Y con esto, partió Satanás de la presencia
del Señor, é hirió á Job-cubriéndole de una as querosa y espantosa llaga, desde la planta de
los piés hasta lo más alto de la cabeza. Y sen
tado en un muladar, con nn pedazo de teja
raía los gusanos y podre que salian de sus
llagas. Su mujer, al verle en aquel estado, le
dijo: «Quieres aún permanecer en esa tu estu
pidez y necedad? Da bendiciones á Dios y mué-
(1) Xenofontc, Ciropedia, 1, 3 (2} Job.,2, 1-S.
rete despues.» «¡Ah! mujer, le respondió Job,
no muestras rastro de juicio, ni de cordura en
lo que has hablado. Si de la mano de Dios he
mos recibido los bienes, ¿por qué no hemos de
recibir también los males?» En todo esto que
pasó, no profirió Job palabra que fuese pecado.
Satanás le habia quitado ganados, casa,
hijos, salud; pero le habia dejado su mujer.
Contaba vencerle por ella, como habia hecho
con el primer hombre; pero por esta vez Sata
nás fué vencido. Job, que sobre sus propios
males guardó silencio, toma la palabra para
justificar la Providencia de Dios. Su mujer le
excitó á la blasfemia; mas él no se rinde ni á
su mujer, ni á los ladrones, ni á Satanás; se
eleva hasta esa mano poderosa que dirige todo
esto por caminos de impenetrable sabiduría; y
continua sufriendo, unos dicen que durante
tres años, otros que hasta siete, y algunos que
hasta diez, pero siempre bastante largo tiempo
para que príncipes extranjeros pudiesen venir á ser testigos.
En efecto, tres amigos de Job, que la ver
sión y el libro de Tobías llaman reyes, oyeron
todos los males que le habian sucedido, y vi nieron á consolarle, cada uno del lugar donde
moraba: Elifaz, de Teman; Baldad, de Suhá, ySofárj'de Naamath. Luego que llegaron, y
que de lejos le alcanzaron á ver, no le conocie ron. Y así, alzando el grito y llorando, rasga
ron sus vestiduras y echaron polvo al aire para,
recibirlo en su cabeza. Y se estuvieron senta dos en tierra, acompañándole siete dias y sie
te noches, sin que ninguno de ellos le dijese
una sola palabra, porque veian el extremo dolor que le afligía (1);
Estos son tres amigos verdaderos; no aban donan á Job en el infortunio, y toman parte en
sus sufrimientos. Mas no comprendían que Dios
puede afligir á los justos, ya para hacer brillar en ellos la gloria de su gracia, ya para hacer
les más justos todavía, ya para darles como
ejemplo á los siglos futuros, ya, por último,
por otra multitud de razones que nosotros no
conocemos. Tenian el celo por Dios, .pero su
celo no era bastante perfecto. Como consecuen
(l) Job, 2, 11-13.
cia de este error, en vez de consolar á Job,
cuando el dolor le arrancara lamentos, le ago
biarán con reflexiones impertinentes é injurio
sas; se esforzarán con discursos llenos de elo
cuencia para arrebatarle el único bien que le
queda, el testimonio de una buena conciencia,
persuadiéndole que Dios no castiga de esta
suerte más que á los malvados. El defenderá
contra ellos, con más elocuencia todavía, la sa biduría de Dios y su propia inocencia.
Habia sin duda notado en ellos estas dispo
siciones, cuando , en fin, abrió la boca y mal
dijo el dia de su nacimiento, diciendo: «¡Perez^.
ca el dia en que yo nací, y la noche en que de
mi se dijo: «¡Concebido ha sido un hombre so-
»bre la tierra!»1¡Conviértase en tinieblas aquel
dia! ¡No tenga Dios cuenta con él desde k» al
to , ni de luz sea alumbrado! ¡Quede sepulta
do en tinieblas y sombra de muerte; cérquele
oscuridad, y sea envuelto en amargura! ¡Sea
aquella noche ocupada de tenebroso torbellino,
y no se cuente más en el número de los’dias,
ni de los meses del año! ¡Quede como excomul
gada y separada de las otras, y no se oigan en
ella voces, n i cánticos de alegría! ¡Maldíganla
todos los infelices que reniegan del dia en que
nacieron, y todos los que se hallan prontos pa
ra despertar á Leviatan. (Estos eran ciertos pue
blos del Africa que maldecían al sol, á causa
de su calor excesivo, y que insultaban al mis
mo tiempo al cocodrilo, acostumbrado á dor
mir durante el dia sobre las orillas del Nilo.)
¡La oscuridad de esta noche ofusque el resplan
dor de las estrellas, que espere la luz del otro
dia, y no llegue á verla, ni nazca la aurora
sobre ella, por cuanto me sacó del vientre de
mi madre para padecer miserias y male 3 en
que me veo! ¿Por qué no morí en el seno de mi
madre? ¿O por qué no perecí en el mismo pun
to en que ñ&cí? ¿Por qué me recibieron en las
rodillas? ¿Por qué me arrimaron al pecho para
que mamase? Estaría ahora durmiendo en el
silencio de la muerte; reposaría en mi sueño,
juntamente con los reyes y potentados de la
tierra, que se erigen mausoleos y magníficos
sepulcros en sitios despoblados, ó con los po
derosos que poseen oro y llenan sus casas de
riquezas, ó bien subsistiría á semejanza de un
abortivo, qu? luego Jo esconden y quitan de la
vista, ó como los que, habiendo sido concebi
dos, no vieron luz. En el sepulcro cesa, por
último, el gran ruido que moviéronlos impíos; allí es donde hallan el reposo aquellos cuyas
fuerzas se gastaron con los trabajos y faenas
de la vida. Allí descansan sin recibir la menor
molestia y sin temer la voz del que ni siquiera
les dejaba respirar; los que estaban destinados
á arrastrar juntos una cadena y á los trabajos
penosos. Allí están los grandes y los pequeños; allí los esclavos, libres ya del rigor con qué
los trataba su señor. ¿Por qué se há concedido
la luz á un desastrado como yo? ¿y por qué se
ha dado la vida á los que la pasan en amargu
ra de corazon? ¿Por qué se concede á aquellos,
que«sperando la muerte y deseándola con ma yor anhelo, que aquel con que se cava en bus
ca de un tesoro, huye de ellos, y se sienten
trasportados de alegría cuando la ven ya cer
cana? ¿Por qué á un hombre que va por un ca
mino que no conoce, ni sabe adónde volverse,
por qué Dios le ha rodeado todo de tinieblas?
Me cuesta pena y suspiras el llegar la comida á la boca, y mi voz ruge como aguas que se
precipitan de los montes. No fueron vanos mis temores, pues veo sobre mí los mismos males
y calamidades que temia. ¿Acaso no llevé con
resignación, con silencio y con paciencia mis
primeras calamidades ? Mas no por eso ha de
jado el Señor de darme muestras de su terrible cólera é indignación (1J.»
(Satanás es aún vencido] Se habia alabado de que Job maldeciría á Dios en su cara; y en
lo más amargo de sus gemidos no maldice más
que el dia de su nacimiento, el dia en que ha
sido eoncebido en iniquidad y engendrado en pecado, porque este pecado es la causa princi
pal de los malea que sufre. Su maldición cae,
finalmente, sobre el pecado y sobre aquel qué
es su autor. Ella no se reduce, en el fondo,
más que á decir en lenguaje más sublime lo
que nosotros decimos todos los dias en un len
guaje más sencillo: «No nos dejes caer en ten tación, mas líbranos de mal.»
Elifaz de Temán veia perfectamente que tal
era el sentido de las palabras de Job, porque
sin hacerle ninguna tacha particular, hé aquí
en qué tono habla: «Temo, Job, que si entra
mos en disputas, te ha de ser muy molesto;
pero ¿quién' podrá dejar de decir lo-que tiene
encerrado dentro de su pecho? Tú en otro
tiempo amaestrabas y dabas consejos á los
otros, alentándolos y consolándolos cuando los
veias tristes y caídos. Con tus palabras soste
nías á los que ya vacilaban, impidiendo que
cayesen. Mas ahora que te ha tocado y venido
sobre tí este azote, veo que flaqueas y que es
tás todo turbado. ¿Qué se ha hecho, díme,
aquel tu antiguo temor de Dios (si fué verda
dero J, tu paciencia y la perfección de tu vida?
Vuelve hácia atrás los ojos, y regis tra si hubo
jamás algún inocente que caminase con cora
zon sano delante de Dios, que haya perecido.
Y o , por el contrario, he visto que los impíos
pararon siempre en mal, y que recogiendo
aquello mismo que sembraron, perecieron sin
recurso al menor soplo de la divina indigna
ción que se encendió contra ellos. No te ten
gas, no, por justo; te diré una palabra que me
ha sido declarada, y una parte de su blando
susurro que llegó á mis oidos-fEneThorror de una visión nocturna, cuando todos los sentidos
del hombre están sepultados en profundo sue
ño, quedé repentinamente poseído de temor y
todo temblando, y se estremecieron todos mis huesos; y pasando por delante de mí un espí
ritu, se me erizaron ios cabellos. Púsose delan
te de mí uno, cuyo semblante no pude cono
cer; ss me presentó á mis ojos un espectro, y
oia una voz delicada, ' como de viento muy suave, que me dijo: «¿El hombre será más
»justo que Dios? ¿0 una criatura podrá creerse »más pura que el mismo que la crió? Si
«aquellos espíritus que Dios crió prevaricaron, »¿qué sera, pues, de los que moran en casas de
»barro, y están cimentados sobre tierra, y que
«serán consumidos como el vestido es consumi d o de la polilla (1)?>
Uno de los primeros errores del Oriente ha sido creer que despues de haber criado Dios el
mundo, le abandonó al gobierno de sus ánge-
(1) Job, 3. (1) Job, 4.
les Sin duda él les emplea como sus ministros;
pero no descansa sobre ellos.
«¡Ojalá, respondió Job á Elifaz, que pudie
ran ponerse en dos balanzas los pecados con
que merecí esta ira de Dios y los males que pa dezco! Se veriá luego que estos, en compara
ción de aquellos, pesaban más que la arena de
la mar. Mis palabras están llenas de dolor,
porque las saetas del Señor están en mí; su
veneno consume mi espíritu, y espantos del
Señor militan contra mi. ¿Quién diese que se
cumpliera mi petición, y que Dios me conce
diera lo que espero? No quiero oponerme á la
voluntad del Santo por esencia; antes, por el
contrario, lo que deseo y lo que seria para mí un gran consuelo, es, que agravando más y más
su mano, me acabara, y muriera yo perfecta
mente resignado en su divina voluntad. Porque
¿cuál es mi fuerza para sufrir siempre, ó cuál
mi fin para portarme con paciencia? Mi forta
leza ¿es la fortaleza de las piedras? ¿Mi carne
es de bronce? No encuentro ¡socorro para mí; aun mis amigos me han abandonado (1).
«Milicia es la vida del hombre sobre la tier- ra, y sus dias parecidos á los dias del jornale ro. Como el esclavo desea la sombra, y como el
jornalero aguarda el fin de su trabajo, así tam bién yo tuve meses de mucha aflicción y conté
noches de insomnio. Si ‘me echo á dormir, di
go : «¿Cuándo será el dia (2)?* Y por la tarde
y por la mañana me hartaré de dolores. Mi car
ne se ha vestido de podre y de inmundi
cias de polvo, y mi piel se ha secado y se ha
encogido. Si digo: mi lecho me consolará,
misTpensamientos aliviarán mi cama, me ater
ras con sueños y me estremeces con horribles
visiones. ¿Qué cosa es el hombre para que le
engrandezcas y pongas sobre él tu corazon?
Le visitas de madrugada, y de repente le prue
bas. ¿Hasta cuándo no me perdonarás y no me permitirás respirar? ¡Pequé! ¿Qué haré contigo,
oh guardador de los hombres? ¿Por qué me has
puesto contra tí y he sido hecho pesado para mí
mismo? ¿Por .qué no quitas mi pecado y por qué
no retiras mi iniquidad? Hé aqui que yo ahora
fl) Job, 6. (2) Según los Setenta.
TOMO II
voy á dormir en el polvo, y si me buscares por
la mañana, no subsistiré (1).»
Baldad Suhita sostiene que las desgracias
de Job son la pena de SU3 pecados; trata su
virtud de hipocresía, y le exhorta á convertirse.
¿Por ventura Dios pervierte el juicio? ¿O el
Omnipotente trastorna lo que es justo? Aunque
tus hijos hayan pecado contra él y los haya de jado en mano de su iniquidad, sin embargo, si
ttí te levantares de mañana á Dios y humilde
rogares al Omnipotente, si limpio y recto ca
minares, se apresurará al p u n to para socorre
ros y volverá la paz á vuestra morada, donde
viviréis en justicia; y vuestra primera fortuna
será pequeña en comparación de la última. Pregunta, pues, á la edad pasada, y escudriña
atentamente las memorias de loa Padres fpor-
que nosotros somos de ayer y lo ignoramos,
pu e3 nuestros dias pasan sobre la tierra como
sombra); ellos te enseñarán, te hablarán, y del
fondo de su corazon sacarán estas sentencias:
«¿Un j unco puede conservarse verde sin hume
dad? ¿ó crecer un carrizo sin agua? Cuando
aún está en flor, si la humedad le falta, se seca
sin que mano le toque antes que las otras yer
bas. Tal es la suerte de todos los que olvidan
á Dios; asi perecerá la esperanza del hipó crita (2).»
«Verdaderamente sé, respondió Job, que así
es> J íllle el hombre no será justificado compa rado con Dios. Si él le pide cuenta de sus accio
nes, entre mil, no podrá justificar una sola.
Dios es sábio de corazon y poderoso de fuerza.
. ¿Quién le resistió y tuvo paz? El trasladó los
montes, sin que ellos se apercibieran; él es
quien los trastorna en su furor. 'El conmueve
la tierra de su lugar, y sus columnas se estre
mecen; él manda al sol y no sale, y cierra las
estrellas como bajo de sello. El solo extendió
los cielos y camina sobre las ondas del mar. El
es quien ha hecho la constelación del Arcturo»
del Orion y las Hiadas, y las que están más
próximas al Mediodía. El hace cosas grandes
é incomprensibles, y cosas maravillosas que
no tienen número. Si viniere á mi, no le veré; y
(1) Job, 7. (2) Ibid., 8. Bt#.ía *
repente, ¿quién le responderá? ó quién puede
decirle: ¿por qué haces esto? El es Dios, y nin
guno puede resistir á su cólera. Debajo de él
se encorvan los que llevan sobre si el orbe.
¿Pues quién soy yo para responderle y para
atreverme á hablarle? Aun cuando yo fuera
justo, no respondería, sino que imploraría á mi
juez. Y aun cuando escuchare mi súplica, no
creo que haya oido mi voz, porque con torbe
llino me quebrantará, y multiplicará mis heri
das aun sin causa. No me deja respirar, y me
llena de amarguras. Sí se busca fortaleza, Él es Omnipotente; se trata de justicia , ¿quién po
drá emplazarle un día? Si quisiere yo justifi carme, mi boca me condenará; si me mostrare inocente, me convencerá que soy malo. Aun
cuando fuere sencillo, lo ignorará mi alma y
me fastidiaré de mi vida. Todo lo que he dicho
se reduce pues á esto: Dios aflige en este mun
do al justo y al impío; por consiguiente, es
una injusticia creer que soy culpable porque soy afligido (lj.
»Oh Señor, yo me recelaba de todas mis
obras, sabiendo que no perdonabas al delin
cuente. Y si aun así soy un impío, ¿por qué he trabajado en vano (2)?
»En el estado en que me veo, me da hastío
el vivir más tiempo; dejad, Señor, que yo hable
un poco en mi defensa; permítase un desahogo
á una alma llena de amargura. Diré á mi Dios:
¿Quereis condenarme? Sea así, condenarme
como queráis; mas decidme, ¿qué modo de pro ceder es este que quereis usar en mi causa? Yo
soy obra de vuestras manos; y esto no obstan
te, parece quef dejais correr libremente las ca
lumnias de mis enemigos, que no entienden
vuestra manera de juzgar, y creen que favore
céis su intención. Para conocer mi inocencia,
no necesitáis de pruebas exteriores; las sabéis
por vos mismo, vuestros ojos no son de carne, ni vuestra vista es limitada como la del hom
bre. Vuestros días y años no son como los días
y años de los hombres. Ni teneis necesidad de días ni de años para indagar si yo he cometi-
HISTORIA ÜNIYEBSAL
(1) Job., 9, 2-22. <2} Ibid. ,28 y 29.
do ó no alguna falta, ó si soy inocente. Vos lo
sabéis sin tantas pruebas, y á la menor insi nuación vuestra estoy en vuestro poder. Siendo
yo de piés á cabeza obra de vuestras manos,
parece que por esta razón debíais conservarme,
y no deshacerme de este modo. Acordaos, que
como barro en manos de alfarero, así me for
masteis; y que por mi natural condicion luego*
he de ser reducido á polvo. Así como de la le
che cuajada y esprimida se forma el queso, del
mismo modo formasteis mi cuerpo. De huesos
y de nervios bien, unidos me formasteis, de piel
y de carne me cubristeis. Vida me disteis, y
' bienes inestimables, y vuestra solicitud y pro
videncia no se han apartado, para conservár
mela hasta este punto. Aunque esto disimuláis
afligiéndome con males tan terribles, esto no
obstante, bien sé que nada se os oculta. Si os
ofendí, y por entonces me perdonasteis, ¿por
qué ahora volvéis á renovar la memoria de mis
culpas pasadas? Si he sido un impío, ¡ay de mí!
no os satisface todo el mal que sufro; y si jus to é inocente, no me vale para no ser azotado
y afligido. lt por mi soberbia, sí me tengo por
justo, me traspasarás; como un cazador á una
leona, me volverás á atormentar de un modo portentoso (1).»
Semejantes ideas y expresiones admirarán A' más de un lector. Los que conocen á dos Santos
modernos, comparables á Job por la eminencia de sus virtudes, la solidez de espíritu y grande
za del alma, Santa Teresa de Jesús y San Juan
de la Cruz, no se admirarán desde luego. Han
aprendido de ellos que por ciertas pruebas in
comprensibles, Dios conduce á las almas privi
legiadas á la cumbre dé ía perfección; pruebas ya dulces, ya terribles, en las que el hombre
muere sucesivamente para la vida de los senti
dos y para la vida,puramente humana, para vivir
en fin una vida enteramente divina; muerte y • vida místicas, de las cuales la vida y la muerte
corporales ño son más que una sombra. Saben
también que todos los dias se verifica, en las
almas santas, lo que ha dicho un filósofo paga
no: Dios que ama apasionadamente á los bue
nos, y que quiere hacerles mejores y más ex
celentes en cuanto posible sea, les asigna un
hado para ejercitarles. Es un espectáculo ver daderamente dignoi de Dios, ver á un varón
fuerte presa del infortunio (1). No hay heroísmo alguno que sea compara
ble á este heroísmo del sufrimiento cristiano:
(1) Mira ris tu , si Deus il le bonorum amantiss imus, gui illa s guam , óptimas esse atgue excellentissimos vultfortu nam Mi s cum gva exerceanlur assignai?— Eece spectaculum dig num , ad guod respiciat Deus: ecceparDeo dignum, vir fortis c mi mala fortuna com- positus. Séneca, De Provident.
HISTORIA UNIVERSAL 15
cuando la mano de la justicia de Dios se deja
sentir sobre la frente de la criatura, y esta se
inclina respetuosamente y acata y venera y
besa la misma mano que le humilla y abate,
entonces aparece digna obra de Dios, y se en
noblece en tan alto grado aquella criatura, que
hace simpática la desgracia y envidiada su
muerte. Igual suerte alcalizan los imperios y
naciones, cuando del seno de sus desventuras
logran alcanzar virtudes para la vida pública y social.
CAPÍTULO II
Vituperios de Sopea r.—Re spu esta de Job y su fe en la resurrección,—Instancia de Eliphaz y respuesta de Job .-In ve ctiv as de Baldad.-Quejas, deseos y esperanzas de Job .-Prueb as de su creencia en la resu rrec ción.—Sus tres am igos continúan amonestando á Job y este respondién doles. Sus protestas.—De scrib e su primitiva prosperidad, en oposicion con su miseria presen te, y prueba su inocencia por la exposición) de su vida pasada.—Invectivas de Eliú á Job y á sus am igos. Dios respond e á Job y le representa su superioridad sobre el hombre.—Job se hu milla.—Dios continúa. R esp ue sta de Job.—Reprensión que Dios dirige á su s tres amigos. _
Restablecimiento de Job en su primitiva prosperidad.—Qué sabiduría era el objeto de las inda gaciones de Job.—Cómo nos conduce á esta sabiduría.—Doctrina del libro de Job—Job figura
de Jesucristo.
de felicitar al santo hombre, porque Dios le juz
gó digno de ser dado así en espectáculo al
mundo entero, á los ángeles y á los hombres,
no busca otra cosa sino el desconsolarle. «¡Ojalá
que Dios te hablase y que abriese sus labios con
tigo para mostrarte los secretos de la sabiduría y la extensión de los preceptos de su ley! Enton
ces cómprenderias que es mucho ménos lo que Él te castiga, que lo que tu maldad merece.» A estas palabras tan duras, añade, para inducirle
á convertirse, reflexiones muy bellas, pero co munes, sobre la Providencia de Dios (1). Tam
bién Job responde con una gran superioridad
de razón y de elocuencia: «Verdaderamente pa rece que sois los únicos sábios que hay en el
mundo, y que la sabiduría morirá con vosotros.
Yo también tengo sentido, y no me considero
ménos sábio que vosotros, porque ¿quién hay
que ignore lo que vosotros sabéis? Ei'que como
yo e,s escarnecido por sus am igos , invocará á
Dios, y DÍ03 le oirá, porque se apiada de los
sencillos que injustamente son mofados y es
carnecidos. Es una antorcha que desdeñan loa dichosos del siglo, pero ella lucirá en su tiem
po. Vemos en abundancia y llenas las casas
de los ladrones y logreros, y provocan audaz
mente á Dios, que ha puesto en sus manos to
do lo que poseyeron. En efecto : pregunta á las
OJ Job, 11,
bestias, y ellas te enseñarán; á las aves del
cielo, y te lo mostrarán. Habla á la tierra, y te
responderá, y á los peces de la mar y te lo di
rán. Porque ¿quién ignora que todo esto es obra
de las manos del Señor? En su mano está el alma de todo viviente y el espíritu de toda car
ne humana. ¿Por ventura no es la oreja la que
discierne de las palabras, y del sabor el pala
dar del que come? En los ancianos está la sa
biduría y en la larga edad la prudencia. Pero
en Dios está la sabiduría y la fortaleza; á Él
pertenecen el consejo y la inteligencia. Si una
vez llegare á destruir, no habrá quien levante el1edificio; si encerrase á un hombre, ninguno
hay que lo abra; si detuviere las lluvias, toda
la tierra se secará; y si las diere un poco de
soltura, la inundará toda y la trastornarán. En
Él residen la fortaleza y la sabiduría; Él cono
ce igualmente al que engaña y al que es en gañado.
»A los que se precian de hombres de conse
jo , l°s conduce á un fin d^acertado, y vuelve
fátuos á los jueces dejándoles sin saber qué ha
cerse. Quita las insignias de autoridad y honor
á los más altos, y los reduce á la miseria de las
cadenas de una cárcel. Despoja de sus glorias
á los mismos sacerdotes, y trastorna á los gran
des. Permite que aquellos mismos que habian
sido tenidos siempre por hombres de verdad y
de rectitud, se alejen de ellas con daño de los
pueblos que siguen sus consejos, y que los an
cianos pierdan el juicio en sus consejos. Lie-
na de confusion á los príncipes, haciendo que
desean el desprecio de sus vasallos, y levanta
á los que mucho tiempo estuvieron abatidos. Pone en lugar elevado á los que el mundo
tuvo oscurecidos, y saca á luz lo que se creia ya sepultado en las tinieblas del olvido. Hace
crecer los reinos y los destruye; y despues de
' haberlos trastornado, los restablece al estado
primero que tenian. Quita á los príncipes que
gobiernan los pueblos de la tierra la luz del
entendimiento; y por sus pecados y los de sus
súbditos, permite que so engañen y anden des
caminados , como los que van por un despobla
do sin vereda siquiera que los lleve. Andarán
á tientas, como el que camina de noche sin luz
y sin noticia del lugar en que se halla, cayen
do y tropezando á cada paso, como sucede á
los borrachos (1).
de trabajos y miserias mientras vive, apenas
se deja ver, cuando, semejante á la flor, es cor
tado y se marchita, desaparece como sombra y
jamás permanece en un mismo estado, porque
es inconstante y mudable. ¿Y vos, Seüor, os in clináis hasta poner sobre él los ojos, y á llamar
le , para que dé cuenta delante de vo9 de todas
sus acciones? ¿Quién podrá hacer limpio al que
de su origen sale súcio y hediondo? Ninguno
sino vos. Limitado es el término de los dias del
hombre; contados están sus meses en vuestra
presencia; señalados teneis los términos de su
vida, de donde no podrá pasar. Bástale la bre
vedad de la vida y su miseria, no le sobrecar
guéis inás; dejadle respirar un poco; sus mis
mos males le hacen desear la muerte, para go
zar de reposo, como desea el jornalero el dia
de huelga. No se quita un árbol sin que deje
de sí esperanzas; despues de cortado arroja de
nuevo, y sus retoños no dejan de brotar. Si se
envejecieran en la tierra sus raíces, y el tronco
por falta de agua llegara á morir, en tocándo
le el agua, brotará por mil partes, y se le verá
rodeado de ramos y de hojas como cuando fué plantado. Mas no así el hombre; una vez muer
to, despojado y consumido, no vuelve á corn
il) Job, 12. TOMO II
HISTOHU UNIVERSAL 1*7
secos para siempre, asi también el hombre, en
muriendo, no despertará del sueño de la muer
te hasta que el cielo sea mudado, como lo se
rá al fin del mundo. ¿Quién me hiciera la gra
cia de que escondieras, aunque fuera en lo más
profundo de la tierra, para ponerme á cubier
to de tu furor, hasta que pasase, y me señala
ras un tiempo en que te acordases; de mí?
»El hombre muere, y sin embargo tornará
á vivir. Durante todos mis dias, esperaré mi
resurrección, hasta que venga el tiempo en
que reverdeceré. Entonces me llamarás, y' yo
responderé; tenderás tu diestra á la obra de
tus manos. Aunque al presente cuentas todos
mis pasos, sin embargo, no mires mi peca
do (1).»
hemos seguido la traducción de un sabio orien
talista de Alemania (2), Job manifiesta su firme
creencia, no solamenté en la inmortalidad del
alma, sino en la resurrección futura de su
cuerpo. Se considera él como un árbol, al cual
la muerte corta el tronco ; pero cuya raiz
permanece en la tierra. Subsiste allí largo
tiempo estéril; mas al fin, cüando hayan desa
parecido los cielos, respirará las aguas de la
vida eterna, y reproducirá al hombre en una juventud eterna.
Se creería que los amigos de Job iban á ser
movidos á causa de sus bellos sentimientos;
pero no. Job habia dicho que Dios, afligiendo
frecuentemente á los justos y á los pecadores,
no se podia deducir contra él que era culpable
porque era afligido. Ellos, preocupados con la idea de que, aun en este mundo, los buenos
son siempre felices y los malos siempre des
graciados, le reprueban su razonamiento como una orgullosa impiedad, bajo pretexto de que
en ese caso Dios no seria justo, y que por tan
to seria inútil suplicarle. Tal es, en sustancia,
el segundo discurso de Elifaz, que termina por
una bella descripción de los remordimientos
(1) Job, 14. (2) Michaelis.
que persiguen al malvado hasta en la prospe ridad (1).
«He oido con frecuencia razonamientos se
mejantes, respondió Job; vosotros todos sois
unos consoladores importunos. ¿Acaso pondréis fin á esas palabras dichas fuera de propósito?
¿Qué he hecho yo para merecer semejantes
respuestas? To mismo podria también hablar
como vosotros; y si cambiada la suerte, nece-
sitáseis vosotros de consuelo, como yo lo nece
sito, yo os consolaría con mis palabras.» Y des
pues de un rápido cuadro de los males que ex
perimenta , aña de: «He sufrido todo esto sin
que la conciencia me acuse de alguna iniqui
dad, cuando para alabar á Dios alzaba mis ma
nos puras. ¡Oh, tierra! no escondas los morta
les dolores que me acaban, ni haya lugar en
ti en donde se encubran mis clamores, porque
testigo ha de ser de mí inocencia el que vive
en los cielos, y en las alturas reside el que pe
netra mi corazon y sabe que es verdad esto que
digo. Vosotros, que os vendeis por mis amigos,
hablad"cuanto queráis; á Dios es á quien con lágrimas apelo (2).»
Ofendido de las palabras de Job, Baldad
replica: «¿Cuándo pondrás fin á tu hablar?
Entiende bien primero lo que se te dice, y lue
go responde, si tiénes qué. No sólo no entien
des lo que té decimos, sino que nos tienes por
bestias, y parecemos á tus ojos una cosa vil y
despreciable. ¿Crees tú que por tu respeto tras tornará Dios el órden de su providencia y que
dejará sin castigo á los impíos? ¿No es cierto
que al malo se le acabará la felicidad, y que
no quedará rastro de ella ni en salud, ni en
hacienda, ni en hijos, como á tí te acontece?»
Estas últimas palabras comienzan un cuadro poético, pero exagerado, de las desdichas de un malvado (3).
La respuesta de Job es admirable y llena de
dolor y esperanza. «¿Cuándo acabareis de an
gustiar mi alma y de molerme con vuestros
discursos'.- Veis que son ya machas las veces
que pretendeis confundirme, imputándome lo
(1) Job, c. 15. (2) Ibid., c. 16. (3) Ibid., c. 18.
que no es, y no os avergonzáis de oprimirme
con vuestra importunidad. Mas demos caso que
yo haya errado; el daño de este yerro no pasa
á otros, en mí se queda. Vosotros os levantais
contra mí, y de mi calamidad tomáis achaque
para acusarme. Acabemos de una vez: enten
ded , por último, que lo que digo es que Dios
no sigue ahora conmigo una tela de juicio en
esto con que me aflige y azota. Veis que opri
mido pido justicia, y no hay quien me oiga; y
que pidiendo que se me hagan cargos, nadio
me los hace. Por todos lados y caminos me tie
ne cerrado; y.así, no puedo dar un paso ade-.
lante; en este estrecho en que me puso estoy
también á oscuras. Me despojó de mi hacienda,
de mi dignidad y familia, por cuyas cosas era
honrado y estimado. Todo me lo quitó: hijos,
casa, tierras, salud, y me veo perecer; y como
árbol que se arranca de raíz, me dejó sin espe
ranza de volver á mi primer estado. Encendió
su saña contra mí, y me trata como si fuera
enemigo suyo. Un escuadrón de mil males, que
son sus soldados ó ministros, vinieron á una
contra mí, y me atropellaron y pisaron, y me
cercaron por todas partes. Hizo que mis her
manos se alejasen de mí, y que mis conocidos
y familiares se me hiciesen extraños y me
abandonasen. Me desampararon mis parientes, y los que tenían de mí conocimiento me olvi
daron. Mis siervos y siervas me miraron y tra
taron como á un desconocido. Aconteció llamar
por mi propia boca á mi siervo, pidiéndole que
de mí se apiadase, y él, torciéndome el rostro,
ni siquiera me dió respuesta. Mi mujer, no pu-
diendo sufrir mi aliento, no quería acercarse á
mí, y tenia que rogar á los hijos de mis entra
ñas. Aun los mentecatos me despreciaban, y en
apartándome de ellos se mofaban de mí y se
burlaban. Aquellos á quienes en otro tiempo
fiaba mis secretos, me aborrecieron; y mis más
íntimos amigos me volvieron las espaldas. Con sumida toda la carne, no me ha quedado sino
la piel sobre los huesos y los labios al rededor
de mis dientes. Apiadaos de mí, apiadaos de
mí, siquiera vosotros, que decís ser mis ami
gos; bien veis de la manera que me ha herido
la mano del Señor. ¿Por qué me perseguís, co
mo Dios me persigue, y no quereis cesar hasta
hartaros de mis carnes? ¡Oh! ¡quién me -diese
que se escribieran con punzón de hierro mis
palabras en un libro, ó en una lámina de plo
mo con buril, ó que con cincel se grabasen en
piedra dura! Porque estoy cierto de- que vive
mi Redentor, y que en el último dia me resu
citará del polvo á que hé" de ser reducido. Y
que de nuevo me ha de rodear de esta misma
piel, y que vestido asi de carne he de ver á mi
Dios. Yo. por mí mismo y por mis ojos le he de
ver, y no otro por mí; y en mi corazon está
de asiento y arraigada la esperanza de esta verdad (1).»
Job, vencedor de los tormentos y raspando
con una teja la podredumbre de su carne, con
solaba sus miserias con la esperanza y la ver
dad de la resurrección. ¿Qué cosa más clara
que esta profecía? Ninguno, despues de Cristo,
habló tan claramente de la Resurrección como
Job antes de Cristo. El Señor no habia muerto
todavía, y este atleta de la Iglesia veia ya á su
Redentor resucitando de entre los muertos. Asi
habla San Jerónimo, y con él todos los santos doctores (2).
En nuestros dias, entre los exegetas protes
tantes, se cuentan algunos que, encontrando
las palabras de Job muy claras, han intentado
oscurecerlas. Pero lió aquí cómo se expresa un
sábio orientalista (3): «En cuanto á mí, no sa
bría entender estas palabras sino como la es-
perajiza de una vida futura despues de la
muerte; si otros, de ordinario medianamen
te conocedores del hebreo, las interpretan en
el sentido de que Job esperaba todavía para
esta vida la vuelta á una mejor fortuna, les es
necesario, no solamente hacer á estas palabras la
más extraordinaria violencia, sino que además,
en esta misma profesión de fe que quiere sea
trasmitida á la posteridad, poner á Job en con
tradicción con todo lo que ha dicho anterior
mente, y esto sobre el punto capital; pues en
verdad la profesión de fe que liace aquí Job
uo se parece en nada á una retractación.»
Los amigos de Job continúan dirigiéndole
(1) Job, c. 19, 2-21. (2) A do. error. Joan, hieras, (3) Michaelis.
la palabra, y él respondiéndoles. Sofar, sin di
rigirle ninguna acusación, describe los casti
gos con que Dios castiga á los malvados; Eli- faz le dice sin rodeos que su malicia ha llega
do á su colmo y que sus iniquidades son infi
nitas; Baldad ensalza la grandeza y santi
dad de Dios; suponiendo siempre los tres que
Dios no castiga en este mundo más que á los
malos. Job sostiene que los impíos gozan fre
cuentemente acá, bajo de una larga prosperi
dad, y que el crimen con frecuencia también
queda impune, porque Dios se reserva ordina
riamente el castigo para despues de esta vida.
Y nada más verdadero. Dios es soberanamente
justo. Bajo él, no hay ningún bien que no de
ba ser recompensado, ningún mal que no deba
ser castigado; pero para ejecutarlo existe no
solamente e l tiempo, sino también la eternidad.
Ahora bien: no hay ningún malvado que no
haga algún bien; Dios le recompensa en este
mundo por alguna prosperidad temporal, espe
rando castigar sus crímenes eternamente en el
otro. Por otra parte, no hay ninguno tan bue
no que no haga algún mal; Dios le castigará
frecuentemente en el tiempo, para no tener más
que recompensarle en la eternidad. Sin embar
go, algunas veces castigará á los malos de una
manera visible, como recompensará también
algunas veces visiblemente á los buenos, á ñn
de que se recuerde siempre que El es el dueño.
Los amigos de Job le habian agraviado de di
ferentes maneras cuando deducían de su des
gracia que debia ser un malvado y un hipócri
ta. También al fin el santo patriarca les res
ponde:
mi alma, que mientras haya en mí aliento y
Dios me deje respirar, no hablarán mis labios
iniquidad, ni mi lengua trazará mentira. Lejos de mi que no os tenga yo por justos; hasta mo
rir no dejaré de defender mi inocencia. No de
sistiré de justificar mi conducta, como he co
menzado á hacerlo; porque mi conciencia d<»
nada me remuerde en todas las acciones de mi vida (1).
(1) Job, 27,2-6.
tiempos pasados, en aquellos dias felices, cuan
do Dios me tenia bajo de su custodia y me de
fendía! Cuando la luz de su divino favor me
alumbraba, y con ella caminaba yo seguro en
medio de las tinieblas y noche oscura de los
peligros. Como fué en los años de mi juventud,
cuando Dios habitaba en mi casa, y tratándo
me familiarmente me comunicaba mis secretos.
Cuando el Omnipotente estaba conmigo, y me
veia rodeado de mis hijos y sirvientes. Cuando
era tan pingüe mi hacienda, y tenia en tanta
abundancia los bienes y los frutos de la tierra.
Cuando salia al lugar del juzgado, y en la pla
za publica me tenian preparado un asiento emi
nente y distinguido. Me veian los mozos, y de
respeto se escondían; y los ancianos, luego que
llegaba, se levantaban y se quedaban en pié.
Los principes cesaban de hablar y me escucha
ban atentos. Los principales ni aun osaban re
sollar estando yo presente. Los que me escu
chaban me llenaban de bendiciones, y los que
rae veian daban testimonio, ensalzando mi rec
titud, porque sentenciaba á favor del pobre,
que por estar agraviado levantaba el grito
hasta el cíelo; y del huérfano, que se veia sin
socorro. Me llenaba de bendiciones aquel que
hubiera perecido si yo no le hubiera alargado
la mano; y llenaba de consuelo el corazon de
la viuda; la justic ia, como en manto y corona
real, resplandecía en todas mis acciones y* en
los juicios que pronunciaba. Fui el maestro de
los ignorantes, y el que volví á poner en cami
no derecho á los que de él se habían extravia
do. Era el padre de los pobres, y estudiaba con
diligencia las causas de los desgraciados. Que
brantaba el poder y violencia de los injustos
sacándoles la presa de entre los dientes. Y me
hacia esta cuenta: en mi casa y en mi descan
so llegaré hasta el dia postrero, y multiplicaré
mis dias como la palma sus ramos. Como ár
bol plantado cerca de agua, estaré siempre ver
de y florido, gozando de la próspera fortuna, y
no me faltará el rocío y favor del cielo. Mi
prosperidad estará siempre en pié, y mi poder
y fuerza se aumentará en mi mano. Los que
me escuchaban, esperaban que yo hubiese ha
blado, y recibían mis avisos con un silencio
HISTORIA UNIVKRSAL
bras, que caían sobre sus oídos como las g o
tas del rocío. Me esperaban como el campo
seco aguar da la lluvia del cielo, y abrían su
boca, como la tierra, para recibir las aguas del
otoño. Si alguna vez me los mostraba risueño
con ellos de gozosos, apenas lo creían; y la ale
gría que les mostraba en el semblante, no les
menoscaba mi autoridad. Si quería ir á estar
entre ellos, me distinguían siempre con el más
honrado asiento, y me rodeaban como á rey,
á quien cercan sus tropas, colgadas de mi bo
ca, como lo están los afligidos del que los está consolando (li).
»Mas al presente, hacen mofa de mi los que
nacieron despues que yo; aquellos cuyos pa
dres me desdeñaba ponerlos con los perros de
mi ganado; habitaban en los barrancos y en
las cavernas de la t ierra; raza innoble y más vil que la tierra.
»Y ahora, dentro de mí mismo, se marchita
mi alma, y dias de aflicción pesan sobre mi ca
beza. De noche siento mis huesos taladrados de
dolores , y no duermen ni reposan los gusanos
que me comen. Mi carne es consumida por su
multitud. Me veo tal, que sólo puedo compa
rarme con el lodo, con el polvo, y con la ceni
za. Os llamo á voces, Dios mío, y no me res
pondéis, y afligido me pongo en vuestra pre
sencia, y no os volvéis1ni siquiera á mirarme.
Os portáis conmigo como si fuérais cruel, y en
el mismo rigor con que me azota vuestra ma
no, parece que sois mi enemigo. Me elevaste,
y teniéndome como suspendido en el aire, me
has estrellado con violencia. Lloraba en otros
tiempos sobre el que estaba afligido, y se com
padecía mi alma del pobre. Esperaba bienes, y
viniéronme males;, aguardaba luz, y sobrevi
nieron tinieblas. Mis entrañas hirvieron sin re
poso alguno; sorprendiéronme días de aflic
ción. Denegrida está mi piel, y mis huesos se
secaron á causa del gran ardor que me consu
me. Mi antig.ua alegría se ha convertido en
llanto, y mis regocijos y festines en voces de lamentos (2).
(1) Job, c. 29. (2) Ibid., c. 30.
»He hecho pacto con mis ojos para apartar
de mí todo pensamiento impuro.
»Si desdeñé de venir enjuicio con mis sier
vos cuando pleiteaban contra mi, ¿qué haré yo
cuando Dios viniere á juzgarme? ¿Y qué le res
ponderé cuando llegue &preguntarme?
»Por ventura, ¿no es uno mismo el que nos
hizo á los dos, y en el mismo lugar y de la
misma manera? .Si negué á los pobres el so-
corroí que pedían y deseaban, y no acudí al
punto á satisfacer sus deseos á la viuda; si co
mí solo mi pan y no "comieron también de él
loa huérfanos, hambrientos y necesitados (por
que desde mi más tierna edad el huérfano ha
encontrado en mí un padre); si desprecié al
que iba á perecer, porque no tenia con qué ves
tirse, y al pobre que no tenia con qué cubrir
se; si no me bendijeron sus costados, por
que se abrigó con los vellones de mis ovejas;
si alcé mi mano contra el huérfano, aun cuan
do la justicia estaba de mi parte y tenia mayor
favor que todos, sepárese del hombre desco
yuntado mi brazo y quiébrese con todos sus
huesos. Si creí que en el oro estaba mi fuerza,
puse jamás en él mi confianza; si fundé mi
contento en la abundancia de mis riquezas, ó
en lo mucho que poseía amasado por mis ma nos... si me holgué de lacaida de mi enemigo,
ó me regocijé del mal que vino sobre él, no
por eso di soltura á mi lengua para mostrar
tal deseo y prorumpir en maldiciones contra
su vida... Si la tierra y surcos de ella, hechos
con gran fatiga por mis jornaleros, gritan con
tra mí; si comí de sus frutos reteniendo el jor
nal y afligiendo el corazon de los infelices que
la trabajaron, en vez de trigo prodúzcame abro jos y espinas por cebada (1).»
Despues de esto, los tres amigos de Job ce
saron de responderle, viendo que él continuaba
creyéndose justo. Entonces aparece un nuevo
personaje, Eliú, hijo de Baraqué!, de la familia
de Ram. Podia ser de los descendientes de Buz,
hijo de Nachor, arameo ó sirio. Ram puede ser
colocado aquí por Aram. Eliú se irrita contra
Job y contra sus amigos; contra Job, porque
decia que él era justo delante de Dios; contra
sus amigos, porque le habian condenado sin
haber encontrado respuesta razonable á sus la
mentos. Como era de ménos edad que ellos, es
peró á que acabasen de hablar. Cuando vió que
no tenian nada que-decir, lleno de indignación,
habló en estos términos: «Soy jóven todavía y
vosotros más avanzados en edad; por tanto, me
he estado callando con la cabeza baja, y no he
osado deciros lo que sentía. Yo decia: «Hablará
»la edad provecta, y los muchos años enseña-
»rán la sabiduría.» Sin duda existe espíritu en
el hombre, pero la inspiración del Omnipoten
te es la que da la inteligencia. Así, no siempre
es dada la sabiduría á los muchos años, ni á los ancianos el que sepan hacer un justo .jui
cio de las cosas. Por tanto, hablaré yo también
ahora; escuchadme mientras digo lo que sien to y sé (1).»
El nuevo interlocutor volvió á decir poco
más ó ménos las’ mismas cosas que los otros
habian dicho jra; toma á mala parte algunas
expresiones de Job^le acusa de orgullo, de pre
sunción, de blasfemia, todo por celo por la cau sa de Dios, y pretextando siempre que no pe
dia más que ser corregido. Ni Job ni sus ami
gos le responden; habla sólo con muchas repe
ticiones, y termina con una descripción del po der y de la sabiduría de Dios.
Entonces Dios respondió'á Job, ó más bien
al hombre en general, desde un torbellino:
«¿Quién es ese que habla sin reflexión, mez
clando verdades y palabras juiciosas con otras
nécias é impertinentes? Ciñe tus lomos como
hombre dispuesto al combate; voy á interro
garte; respóndeme: ¿Dónde estabas, díme,
cuando eché los cimientos de la tierra? Mués-
tramelo, si lo sabes. ¿Quién echó las medidas
de ella, si lo sabes, ó quién extendió sobre el
C É S A R C A N T Ú PO K
D . N , ICOLÁS I a
S errano
C&teilrútico auxiliar que na sido de la misma Factiltad
y Profesor libro ao Filosofía dol Derecho on la UnlTcrsldad do .Madrid
Abosado de este Colegio. Aoadémloo de la £ooo¿mioa Matritense
Individuo del Cláustro do la Universidad do Salamaaca *
r de otras corporaciones oientincas
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ADMINISTRACION
P L A Z Ü E L A D E L B I O M B O . N Ú M E í£íi) !
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' ‘- Esta obra es propiedad de don Manuel Ro drigues, y nadie sin su consentimiento podrá reimprimirla ni traducirla.
Queda hecho el depósito que marca la ley.
FONDO EMETERIO .VALVERDEYTELLEZ
POCA . SEGUNDA jr.
t D E S D E E L D I L U V I O H A S T A L A S O L I M P I A D A S
Años a. ae J. C., 3348 á m.-Aios de la Creación. 1636 á 3228,
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CAPITULO I i
Aplicación del sentido del libro de Job á la filosofía de la Historia.—Job, patriarca de Idu- me a.—-Providencia de Dios sobre los pueblos extrañ os á Israel.—Lo que era Job.—Su época. Sus b ienes pue stos á discreción de Sataná3. — Sus de sgracias y su resignación. — Su persona puesta á discreción do Satanás.—Sus sufrimientos y su resig nación .—Visitanle tr es rey es ami gos suyos.—Job maldice el dia do su nacimiento.—Vituperios do Eliphaz.—Respuesta de Job-
Vituperios de Baldad.—Respuesta, humildad y súplica de Job.
-i La filosofía de la Historia, tali como queda
expuesta en nuestros estudios preliminares (I), halla al presente, en la maravillosa narración que sigue, una solemne comprobación de la
verdad católica. Nieguen y ridiculicen Renán
y otros racionalistas mas ó ménos explícitos" ó
vergonzantes las bellas y sublimes tradiciones
que la ciencia católica venera y la sábia críti
ca afirma y comprueba, que apenas si sus ecos llegarán ¿ sonar en la liora postrera del siglo
que corremos. La sábia y altísima Providencia vela y guia
los pasos de la humanidad, libre en su carrera, por caminos sólo al infinito pensamiento cono
cidos, abatiendo unas veces y levantando otras
los destinos de los pueblos; ni los justos en me
(1) Tomo I, pág. 30.
tomo n
abundante prosperidad, pueden burlar aquella
justa providencia; todo, así el castigo como el premio, asi el dolor como la felicidad y laventura,
van encaminados al logro de la felicidad de los
imperios y naciones,»y al cumplimiento de los
planes providenciales de Dios en la Historia.
Hé aquí, en concreto, el gran pensamiento
de la doctrina santa y revelada; hé aquí el eco
venerando de los profetas; hé aquí el testimo
nio de las enseñanzas de San Agustín y Bossuet;
hé aquí el lema de la escuela histórico-católica.
¿Dónde leeis, sábios del infecundo raciona
lismo, en esta teoría, palabras de inconsciente
fatalismo? ¿Hay algo en la Historia más gran
de para la dignidad humana, y más raciona
y adecuado á la alteza divina,’ que esta senci
lla expresión de nuestra filosofía de la Historia?
2
en todos los momentos de la existencia de la
humanidad, ya propicios, ya adversos, el pensa
miento filosófico católico, inmóvil como la roca
y seguro como sus cimientos, ni cambia, ni
oscila, ni se muda; siempre la mirada augusta
de la Providencia dirige los destinos de la vida,
y siempre el hombre racional y libre cumple su misión individual y social.
Bien podíamos aquí preguntaros , una vez
sabido lo que la. escuela católica cree: y voso
tros, racionalistas de todos los matices, ¿podréis decirnos lo que creeis? ¿podréis decirnos cómo
explican vuestras escuelas los destinos de los pueblos?
Noche oscura y eterna es en verdad la His
toria, vista fuera de estos luminosos y clarísi
mos horizontes que irradia el sol de la verdad
católica; ni las luchas de los antiguos impe rios, ni Grecia, ni Koma, ni los bárbaros, ni la
edad medía, ni la reforma, ni, las revoluciones,
tienen llana y fáoil interpretación fuera de estos
altísimos, racionales y maravillosos dogmas.
Por do quiera que el sano y reflexivo enten
dimiento católico atienda é indague el por qué
de los destinos humanos, hay algo en la Hisr
toria que responde por las teorías. Ofrécesenos
en el ingreso de este segundo tomo, y en la con
tinuación de la Epoca, segunda , libro IV, en
cuyo estudio nos ocupamos, una historia nota
bilísima, cuyo argumento es de inmenso valor
para aplicarlo á la vida social y á la indaga
ción del destino de los reinos y naciones.
Oigamos á este propósito el genio de nues
tro inmortal maestro fray Luis de León, timbre glorioso de la antigua Universidad de Salaman
ca y ornamento de la literatura española, so
bre el libro de Job, á que nos referimos: cier
tamente pocos habrá que no traduzcan y apli
quen con recto y bien intencionado sentido las
palabras de aquel varón, á los destinos de los pueblos (1).
(1i Alas impugnaciones de Renán y otros orien talistas al libro de Job, puede la ciencia católica es- pañolaoponer, á más déla hermosa traducción v de fensa del maestro fray Luis de León y otros escri tores, la que ven* (Dios mediante) .la luz pública, original de D. Francisco Caminero, digno continua dor de la gloriosa pléyade de escriturarios espaüoles.
HISTORIA UNIVERSAL
Dice asi el maestro fray Luis de León en su
preciosa dedicatoria del libro de Job, á una al
ma llena de pureza y virtudes:
«Todos padecen grandes trabajos, porque el
padecer es debido á la culpa, y todos nacen en
ella; pero no los padecen todos de la misma
manera, porque los malos á su pesar y sin fru
to, y los buenos con utilidad y provecho. Y de
los buenos, unos con paciencia y otros con go
zo y alegría, que es propio efecto de la gracia
. del Evangelio, de que San Pablo dice en su
persona: «Ya nos gozamos en las tribulacio
nes.» De estos sois vos y los demás de su ór-
deñ, que descansan cuando padecen, por mos
trar lo que aman. Que el amor de Cristo que
arde en sus almas, mostrándose descansa y
padeciendo se muestra. Y ansí, padecen con
gozo, y si no padecen, tienen hambre de pade
cer, y la descubren siempre que pueden y en
todo lo que pueden. Y de ella nace agora man
darme vuestra reverencia le declare el libro de
los sucesos y razonamientos de Job; que como
los valientes soldados gustan de conocer los he
chos hazañosos de los que lo fueron, ansí vues tra reverencia, en esta milicia de paciencia que
profesa, desea reconocer este ejemplo excelen te, que tal es el de Job, como por su escritura
parece. La cual escritura es útil de muchas ma
neras; porque no es solo historia, sino doctrina
y profecía; porque demás de que nos cuenta los azotes de Job y su paciencia, también nos com
pone las costumbres y nos profetiza algunos
misterios venideros, y esto en verso y en for
ma de diálogo, porque más se guste y mejor se
imprima. Verdad es que el estilo poético y la
mucha antigüedad dé la lengua y del libro le
hacen muy oscuro en no pocos lugares; mas esta
oscuridad vencerá con sus oraciones vuestra re
verencia, que obligada es á favorecerme con
ellas, pues pone este peso en mis hombros. En
que hago tres cosas: una, traslado el texto del
libro por sus palabras, conservando cuanto es
posible en ellas el sentido latino y el aire hebreo,
que tiene su cierta majestad; otra, declaro en
cada capítulo más exteadidamente lo que se di
ce; la tercera, póngole en verso, imitando mu
chos santos y antiguos que en otros libros sa
grados lo hicieron, y pretendiendo por esta ma
Sagrada Escritora, en que mucha parte de nues
tro bien consiste, á lo que yo juzgo. Pues ansí
como no sabemos con certidumbre el autor de
este libro, que unos dicen que Moisés, y otros
que antes de Moisés, ansí vuestra reverencia
ha de tener por sin duda que es libro sagrado
y canónico. En el cual él Espíritu-Santo nos cuenta, lo primero la virtud y prosperidad de
Job; lo segundó, su azote, y lo tercero, las ra
zones qrie pasó cón unos compañeros suyos, que
viniendo á consolarle, sé pusieron á reprehen derle, que es la mayor dificultad qüe en él hay;
porque muchas veces parece que Job y sus com
pañeros dicen lo mismo, siendo los intentos con trarios.
»Para cuyo entendimiento, advertimos que
Job, querellándose, dió á entender que padecía
sin 'culpa; de que, ofendidos sus compañeros,
porfían que se engaña y que es pecador. Y prué-
banlo ailsí: «Dios es justo; luego castiga á solo
los pecadores. Ti'i eres castigado de Dios; lue
go eres pecador.» Y sobre este argumento, co
mo sbbre quicio, se rodea todo lo que dicen los
primeros tres compañeros. Y en lo que más se
detienen, es en probar: lo primero, que es la justic ia de Dios, que á la verdad es lo más cier
to y lo1ménos necesitado de prueba; mas insis
ten en ello, porque, á su parecer, lo demás na ce de alli por fuerza de consecuencia. Y prué-
banlo con hacer claro por diversas maneras que
Dios es bueno, y sábio, y poderoso, diciendo
grandezas de la bondad de Dios y de su saber
y poder; porque el ser injusto uno siempre le
viene, ó de saber poco, ó de poder ménos, ó de
ser mal inclinado; que, como se sabe, las fuen
tes de todo lo malo son, ó flaqueza, ó ignoran
cia, ó malicia. A esto responde Job, y en lo que
responde, confiésales ésta primera parte, que toca á la justicia de Dios; y no sólo la confiesa,
mas él también la prueba y se extiende en de cir maravillas de estos divinos atributos. Pero
niégales lo que de ellos coligen, y persevera
en defender su inocencia, y les prueba que no
son pecadores todos los que Dios en esta vida
Castiga. En que, en suma, afirma dos cosas:
una, « No siempre castiga Dios en esta vida á
los pecadores, ni son pecadores todos los que
Dios en ella aflige;» otra, «Yo no he pecado de
manera que merezca el mal que padezco.» Y
cuando afirma esto último, agobiado del dolor
y de la porfía de los que sin razón le condenan,
parece alguna vez que excede en palabras, vol
viéndose á Dios y pidiéndole qué le ponga con
él á juicio, y averigüe aqueste azote con él. Por
lo cual, á lo último salé Eliü, el cuarto de los
amigos, y no aprobando las razones de los pri
meros, condena á Job por otra razón nueva, di
ciendo que á lo ménos peca en ponerse con Dios á juicio. Y ansí, lo que pretende es probar, no
que :fué pecador, sino que se debe Job sujetar
á Dios y callar, y tener por bueno lo que hace.
Y pruébalo de aquesta manera: «Las obras de
Dios, y lo que pretende en lo que hace, no lo
puede saber el hombre; luego debe con pacien
cia juzgar bien de lo que Dios hace, y no pe dirle razón de ello.» La primera de estas dos co
sas, de qué la segunda necesariamente se si
gue , pudo Eliú probarla con ejemplos palpa
bles de las cosas que Dios hace y no las enten
demos los hombres; mas no lo prueba por esta
vía, antes multiplicando razones impertinentes, la oscurece y confunde. Y ansí Eliú no erró en lo principal de su intento y en lo que probar
pretendía, sino en no acertar á probarlo. Por
donde Dios al fin se descubre, y lo primero, re
prende á Eliú de que una cosa tan clara como
es no penetrar el hombre las obras y los juicios
de Dios, no supo probarla; y lo segundo, vuelto
á Job,' le prueba con razones claras lo que con
fundía á Eliú con palabras oscuras. Y ansí, el
intento de Dios es el mismo de Eliú, persuadir
á Job que tenga por bueno lo que hace con él,
y no quiera saber por qué causa lo hace, ni pe
dirle cuenta y razón. Y arguye, como Eliú ar-
guia: «El hombre no puede alcanzar las obras
de Dios ni sus fines; luego debe con paciencia
juzgar bien de lo que Dios hace , y no pedirle
cuenta.» Y lo primero desto, prueba Dios en su
discurso por manifiesta manera, haciendo alaT-
de muchas cosas qué tenemos entre las manos, que las hace é l , y el hombre aunque las ve
no las entiende, como con las obras naturales
y ordinarias. De donde necesariamente conclu
ye que, si no conocemos lo ordinario que él ha
ce, mucho ménos podremos alcanzar lo extraor*
Job reconoce su exceso luego, y humillase. Y
Dios, que sabia su sencillez y bondad, y que
habia defendido con verdad su inocencia, no se
enoja con él, y enójase con sus tres amigos,
porque hablaron mal en tres cosas : una, que
impusieron ¿Job que era malo; otra, que afir
maron que Dios no acosa aquí sino á sólo los
malos; la tercera, que destas dos mentiras qui
sieron sacar defensa de la justicia divina. Como
si Dios no pudiera quedar por justo, si queda
ba Dios por bueno, ó si no se valiera de apoyos
tan flacos y tan falsos. Esto, pues, bien enten
dido, en las oscuridades de este libro dará mu cha luz.
Hé aquí el argumento según se halla en un
códice, en que están recogidos los capítulos de
Job, en tercetos, de letra del maestro fray
Luis de León: «Job, natural deHus, provincia
vecina á Idumea y Arabia, entre ajena de Dios,
gran siervo suyo, y de los bienes de la vida
abastado, cercado de hijos y rico de ganados y
de familia, y por esta3 causas en su pueblo y
en los comarcanos señalado y temido, para ma
yor bien suyo y para ejemplo de virtud á los
venideros, es entregarlo de Dios al demonio á
petición suya, no para que le mate, sino para
que le tiente y azote. Quítale la hacienda, má
tale los hijos, llágale fea y cruelmente en el
cuerpo, y tráele á tanto desprecio, que su mis
ma mujer le baldona y le persuade á que ge
mate á sí mismo. Pues estando así lleno de
miseria, y armado de paciencia, y sentado en
un muladar, visítanle cuatro hombres princi
pales y sabios de aquella tierra, y grandes sus
amigos. Con los cuales, despues de un largo
silencio que causó en él el dolor, con la vis
ta de los amigos renovado, y en ellos el es- I
panto de una mudanza de fortuna tan grande,
al fin, comenzando él y respondiendo ellos, trá
base entre todos uá largo y reñido razonamien to. Que en sustancia, de parte de los amigos
es decir que Dios, como justo que es, siempre
os malos pecadores en esta vida los castiga
con miserables sucesos, y que ansí le castiga-
ba a el como i gran pecador; y de parte de Job es defender que Dios, n¡ „asHga n¡ 4
so.os los malos en esta ti,la, ni él lo era enlon-
ces por ser pecador y malo. Sobre lo cual, ansí
por la una como por la otra parte, se dicen ra
zones altísimas, llenas de artificio y de dulzu
ra en las palabras y en las sentencias, preña
das de grandes misterios. Pintanse las condi
ciones de los hombres malvados, el ingenio de
los buenos y justos; engrandécese por extra
ñas maneras la grandeza del poder de Dios y
de su saber; dícese de su grande bondad y jus
ticia; profetízase su venida al mundo, la resur
rección de la carne, el juicio último, con otras
cosas de grande cualidad y provecho. Y al fin
de todo sobreviene Dios, y habla con Job con
forma sensible, y enséñale que, pues es hom
bre, no se ponga con Dios en cuentas ni quie
ra apear sus juicios. Y despues, vuelto á las
amigos de él, díceles que no han acertado en
sus razones, y que han afligido sin causa á sil
amigo, y mándales que se le humillen y le pi
dan que le ruegue por ellos, y que rogándose
lo Job, los perdonará. Hácese ansí, y Dios sana
á Job y restitúyele á su estado primero con
mayor prosperidad que al principio.»
Veamos ahora más extensamente esta nota
ble y maravillosa historia del glorioso siervo de Dios, el patriarca de Idumea.
Tomando á la posteridad de Job para su
pueblo de predilección, Dios no ha abandona
do á los demás pueblos; para la salvación de
todos ellos, escogerá uno, que será el deposi
tario de su ley y de sus oráculos, que será en
todo el Universo una prueba viviente de su
providencia y de su justicia (1). En esta nación
es en la que serán benditas todas las naciones
de la tierra. Entre tanto, los pueblos que pare
cían más abandonados, Dios no los abandona
sin embargo. ¿Qué hay en apariencia más re
probado que la raza maldita de Canaan? Y no
obstante, hemos visto elevarse en medio de ella
á un personaje tan grande como Abraham, un
rey de justicia y de paz, un pontífice del Altí
simo, figura profética, por su nombre, sus ac
tos y su historia, del Pontífice eterno, del Hijo
de Dios. Del mismo modo, Ismael, padre de los
árabes, es arrojado de la casa de su padre;
pero con el recuerdo de la fe de Abraham, lle-
(1) Rorbacher, 1.1, pág. 273.
va á los desiertos una promesa divina para él
y para toda su raza. En fin , Esaú pierde por
sil falta la herencia paterna de las promesas y
de las bendiciones; y no obstante, vamos á
ver entre sus descendientes á un patriarca y
profeta, que será una profecía muy semejante
de Cristo, en sus sufrimientos y en su resur
rección.
José, hijo de Jacob, vivia un hombre en la
tierra de Hus; su nombre era Job: sencillo,
recto, temeroso de Dios, y que se apartaba del
mal. Naciéronle siete hijos y tres hijas. Su ha
cienda consistía en siete mil ovejas, tres mil
camellos, quinientas yuntas de bueyes, qui nientas asnas y un creeido número de domés
ticos y de siervos para su servicio y para la la
branza. De manera, que era reputado por el
más grande y opulento de todo el Oriente.
Sus hijos tenian la costumbre de ir turnan
do por dias, y celebrar cada uno su convite en
su casa, al que convidaban á sus tres herma
nas para comer y beber con ellas. Y cuando se
acababa este turno de. convites, enviaba Job á
llamarlos y los exhortaba á que se purificasen
y preparasen para asistir á los holocaustos, que,
levantándose muy de mañana, ofrecía por cada
uno de ellos; porque decia: «¿Quién sabe si
mis hijos habrán ofendido á Dios de algún mo
do en el calor del banquete?» Y Job repetía
esto siempre que celebraban estos convites (1).
¡Qué adorable familia! ¡qué unión en los hi jos! Y en el padre, ;qué tierna solicitud! ¡qué admirable piedad!
En un antiquísimo fragmento, que está á
continuación del libro de Job en el griego, en
el árabe y en la antigua Ynlgata, se dice que
Job habitaba en la tierra de Ausitides, sobre
los confines de la Idumea y de la Arabia. Su
nombre era desde luego Jobab. Tomó una mu
jer de Arabia, de la cual tuvo un hijo lla
marlo Ennon. Su padre fué Zaré, uno de los
descendientes de Esaú, y su madre Bosorrha;
de suerte, que era el quinto despues de Abra-
ham. Hé aquí los reyes que reinaron en Edom,
región en, la cual él mismo fué príncipe. El
(1) Job, 1.
primero fué Balac, hijo de Beor, y su ciudad se
llama Deunaba; despues de Balac fué Jobab,
que también es llamado Job; despues de él vi
no Asom, jefe de la región themanítida; des
pues de este fué Adad, hijo de Barad, que der
rotó á los madianítas en el llano de.Moab; el
nombre de su ciudad era Gethaim. Los amigos
de Job que vinieron á verle, fueron Elifaz, uno
de los descendientes de Esaú, rey de los thema-
nianos; Baldad, soberano de los sanclieanos, y Sofar, rey de los mineanos.
Este fragmento, recomendable por su an
tigüedad y el común sentir de los Padres y
délos intérpretes, establece suficientemente á
nuestra vista el tiempo en que vivió Job y su
descendencia de Esaú. Hus , en hebreo Uts, en
griego Os, es el nombre de un antiguo princi
pe de Seir, de quien tomaría su nombre la
tierra de Hus ó Ausitides, la tierra donde más
tarde habitó Job. Pero volvamos á la liistoria
de este patriarca, que el apóstol Santiago nos
propone por modelo (1).
entre ellos Satanás. Y díjole el Señor: «¿De
dón4e vendrás tú?» Él respondió: «Señor, ven
go de dar vuelta á la tierra y de recorrerla
toda entera.» «¿Te has puesto á considerar, le
replicó el Señor, á mi siervo Job, que no tiene
semejante sobre la tierra, varón sencillo y rec
to, temeroso de Dios, y que se aparta de toda
sombra de mal ?» Y Satanás respondió al Se
ñor: «¿Acaso Job teme á Dios gratuitamente?
¿no le has pertrechado y guarnecido por toda3
partes en su persona y en su hacienda, de ma
nera que le has prosperado en todo aquello en
que pone la mano, y sus posesiones no han
ido siempre en aumento? Mas extiende algún
tanto sobre él tu mano, y tócale á todo lo que
posee, y verás como te maldice y blasfema.»
El Eterno dijo entonces á Satanás: «Mira, á tu
disposición está todo cuanto posee ; pero cuida
do con que extiendas tu mano contra él (2).»
El Señor aparece aquí como el rey sobre su
trono. Los ministros de su providencia vienen
(1) Jacob, 5, 11. (2) Ibid., 1.
2
á darle Cuenta de las naciones á las cuales les
ha comisionado, y de los individuos que ha so
metido á su guarda. Satanás, el adversario,
viene también á Acusar á los hombres ante Dios, y saber que le sea permitido afligir y
tentar. Está en la presencia de Dios, como el
ciego ante la luz del so l, sin verle. Veamos
ahora cómo usó del permiso que se le dió.
Un dia en que los hijos de Job celebraban
un convite en la casa de su hermano mayor,
vino un mensajero á Job y le dijo: «Señor, es tando arando tus bueyes y paciendo junto á
ellos los asnos, hicieron una irrupción los sa
beos, quitaron la vida á los mozos, se lo lleva
ron todo, y yo sólo he podido escapar para
traerte la noticia.» No bien habia acabado de
hablar este hombre, cuando llegó otro y le
dijo: «Un grande fuego ha descendido del cie
lo, que ha herido á las ovejas y á los pastores,
y todo lo ha devorado y reducido á cenizas; y
yo sólo:he quedado, para venir á darte el avi
so.» Y cuando todavía estaba diciendo esto, so
brevino otre, que le dijo: «Los caldeos, dividi
dos en tres escuadrones, se han echado sobre tus camellos, y quitando la vida á los mozos
que les guardaban, se los han llevado todos; yo
sólo he podido librarme para venir á contárte
lo.» Y cuando aún hablaba esto, entró otro y
le dijo: «Tus hijos é hijas estaban comiendo y
bebiendo en la casa de tu hijo primogénito,. y de repente se levantó un impetuoso viento de
la parte del Mediodía, y haciendo estremecer
las cuatro esquinas de la casa, y desencajándo
la, cayó sobre ellos, y quedaron todos sepulta
dos en sus ruinas; y yo solamente he escapado
para-traerte la noticia.» Entonces Job se levan
tó de su asiento, y dando muestras de dolor,
rasgó sus vestiduras, v mesó los cabellos de su
cabeza; y postrándose en tierra adoró al Señor, y dijo señalando 4 la tierra: «Desnudo salí del
vientre de mi madre, y desnudo volveré á ella El Señor que me lo dió todo, él todo me lo ha
quitado; no se lia hecho en esto más que su vo
luntad; bendito sea su santo nombre.» En todo
esto que pasó, Job no pecó profiriendo por sus
labios palabra alguna indiscreta ó ménos co medida contra Dios.
Satanás se habia alabado de que le haría
blasfemar contra Dios, y ¡hé aquí que le ben
dijo] El rayo, la tempestad, no han podido en él más que los ladrones.'
Habia dos pueblos con el nombre de sabeos.
El uno descendía de Saba, hijo de Regma, hi jo de Cusch, hijo de Cam; el otro de Saba,
hermano de Regina, y por consiguiente' tam bién de Cam. Habitaban la Arabia, los unos
hácia» el mar Rojo, los otros hácia el Golfo Pér
sico. Los caldeos de quienes se habla aquí, son
los de esa nación que, mientras tanto que todos los demás obedecían al imperio de Babilonia,
mantuvieron su independencia- en medio de
sus montañas, de las cuales, aun en tiempo de
Ciro, Salían para vivir del pillaje ó ponerse á
sueldo del que queria pagarles (1). No es extra
ño que el enemigo de todo bien se valiera do
semejantes auxiliares para hacer mal. Sin em
bargo, fué vencido. Job se mostró como Dios lo
habia dicho, perfecto, intachable; porque este es el sentido de la palabra original.
Otro dia en que los hijos de Dios habian
comparecido de nuevo delante del Señor, y so
presentó también entre ellos Satanás, el ¿temo
dijo: «¿De dónde vendrás tú?» El respondió:
«Señor, de rodear la tierra y recorrerla toda entera.» «¿Has considerado, replicó el Seáor, á
mi siervo Job?» «Señor, respondió entonces Sa tanás; todo lo. que no toea al hombre en su
persona, cuanto posee lo dará de buen grado
con tal que no le toquen á la piel. Y si no tóca
le en lo vivo de la carne, y verás entonces las-
bendiciones que te da en tu cara.» Entonces el
Eterno dijo á Satanás: «Pues mira, en tu mano
está; pero bien entendido que no-te permito quitarle la vida (2).»-
Y con esto, partió Satanás de la presencia
del Señor, é hirió á Job-cubriéndole de una as querosa y espantosa llaga, desde la planta de
los piés hasta lo más alto de la cabeza. Y sen
tado en un muladar, con nn pedazo de teja
raía los gusanos y podre que salian de sus
llagas. Su mujer, al verle en aquel estado, le
dijo: «Quieres aún permanecer en esa tu estu
pidez y necedad? Da bendiciones á Dios y mué-
(1) Xenofontc, Ciropedia, 1, 3 (2} Job.,2, 1-S.
rete despues.» «¡Ah! mujer, le respondió Job,
no muestras rastro de juicio, ni de cordura en
lo que has hablado. Si de la mano de Dios he
mos recibido los bienes, ¿por qué no hemos de
recibir también los males?» En todo esto que
pasó, no profirió Job palabra que fuese pecado.
Satanás le habia quitado ganados, casa,
hijos, salud; pero le habia dejado su mujer.
Contaba vencerle por ella, como habia hecho
con el primer hombre; pero por esta vez Sata
nás fué vencido. Job, que sobre sus propios
males guardó silencio, toma la palabra para
justificar la Providencia de Dios. Su mujer le
excitó á la blasfemia; mas él no se rinde ni á
su mujer, ni á los ladrones, ni á Satanás; se
eleva hasta esa mano poderosa que dirige todo
esto por caminos de impenetrable sabiduría; y
continua sufriendo, unos dicen que durante
tres años, otros que hasta siete, y algunos que
hasta diez, pero siempre bastante largo tiempo
para que príncipes extranjeros pudiesen venir á ser testigos.
En efecto, tres amigos de Job, que la ver
sión y el libro de Tobías llaman reyes, oyeron
todos los males que le habian sucedido, y vi nieron á consolarle, cada uno del lugar donde
moraba: Elifaz, de Teman; Baldad, de Suhá, ySofárj'de Naamath. Luego que llegaron, y
que de lejos le alcanzaron á ver, no le conocie ron. Y así, alzando el grito y llorando, rasga
ron sus vestiduras y echaron polvo al aire para,
recibirlo en su cabeza. Y se estuvieron senta dos en tierra, acompañándole siete dias y sie
te noches, sin que ninguno de ellos le dijese
una sola palabra, porque veian el extremo dolor que le afligía (1);
Estos son tres amigos verdaderos; no aban donan á Job en el infortunio, y toman parte en
sus sufrimientos. Mas no comprendían que Dios
puede afligir á los justos, ya para hacer brillar en ellos la gloria de su gracia, ya para hacer
les más justos todavía, ya para darles como
ejemplo á los siglos futuros, ya, por último,
por otra multitud de razones que nosotros no
conocemos. Tenian el celo por Dios, .pero su
celo no era bastante perfecto. Como consecuen
(l) Job, 2, 11-13.
cia de este error, en vez de consolar á Job,
cuando el dolor le arrancara lamentos, le ago
biarán con reflexiones impertinentes é injurio
sas; se esforzarán con discursos llenos de elo
cuencia para arrebatarle el único bien que le
queda, el testimonio de una buena conciencia,
persuadiéndole que Dios no castiga de esta
suerte más que á los malvados. El defenderá
contra ellos, con más elocuencia todavía, la sa biduría de Dios y su propia inocencia.
Habia sin duda notado en ellos estas dispo
siciones, cuando , en fin, abrió la boca y mal
dijo el dia de su nacimiento, diciendo: «¡Perez^.
ca el dia en que yo nací, y la noche en que de
mi se dijo: «¡Concebido ha sido un hombre so-
»bre la tierra!»1¡Conviértase en tinieblas aquel
dia! ¡No tenga Dios cuenta con él desde k» al
to , ni de luz sea alumbrado! ¡Quede sepulta
do en tinieblas y sombra de muerte; cérquele
oscuridad, y sea envuelto en amargura! ¡Sea
aquella noche ocupada de tenebroso torbellino,
y no se cuente más en el número de los’dias,
ni de los meses del año! ¡Quede como excomul
gada y separada de las otras, y no se oigan en
ella voces, n i cánticos de alegría! ¡Maldíganla
todos los infelices que reniegan del dia en que
nacieron, y todos los que se hallan prontos pa
ra despertar á Leviatan. (Estos eran ciertos pue
blos del Africa que maldecían al sol, á causa
de su calor excesivo, y que insultaban al mis
mo tiempo al cocodrilo, acostumbrado á dor
mir durante el dia sobre las orillas del Nilo.)
¡La oscuridad de esta noche ofusque el resplan
dor de las estrellas, que espere la luz del otro
dia, y no llegue á verla, ni nazca la aurora
sobre ella, por cuanto me sacó del vientre de
mi madre para padecer miserias y male 3 en
que me veo! ¿Por qué no morí en el seno de mi
madre? ¿O por qué no perecí en el mismo pun
to en que ñ&cí? ¿Por qué me recibieron en las
rodillas? ¿Por qué me arrimaron al pecho para
que mamase? Estaría ahora durmiendo en el
silencio de la muerte; reposaría en mi sueño,
juntamente con los reyes y potentados de la
tierra, que se erigen mausoleos y magníficos
sepulcros en sitios despoblados, ó con los po
derosos que poseen oro y llenan sus casas de
riquezas, ó bien subsistiría á semejanza de un
abortivo, qu? luego Jo esconden y quitan de la
vista, ó como los que, habiendo sido concebi
dos, no vieron luz. En el sepulcro cesa, por
último, el gran ruido que moviéronlos impíos; allí es donde hallan el reposo aquellos cuyas
fuerzas se gastaron con los trabajos y faenas
de la vida. Allí descansan sin recibir la menor
molestia y sin temer la voz del que ni siquiera
les dejaba respirar; los que estaban destinados
á arrastrar juntos una cadena y á los trabajos
penosos. Allí están los grandes y los pequeños; allí los esclavos, libres ya del rigor con qué
los trataba su señor. ¿Por qué se há concedido
la luz á un desastrado como yo? ¿y por qué se
ha dado la vida á los que la pasan en amargu
ra de corazon? ¿Por qué se concede á aquellos,
que«sperando la muerte y deseándola con ma yor anhelo, que aquel con que se cava en bus
ca de un tesoro, huye de ellos, y se sienten
trasportados de alegría cuando la ven ya cer
cana? ¿Por qué á un hombre que va por un ca
mino que no conoce, ni sabe adónde volverse,
por qué Dios le ha rodeado todo de tinieblas?
Me cuesta pena y suspiras el llegar la comida á la boca, y mi voz ruge como aguas que se
precipitan de los montes. No fueron vanos mis temores, pues veo sobre mí los mismos males
y calamidades que temia. ¿Acaso no llevé con
resignación, con silencio y con paciencia mis
primeras calamidades ? Mas no por eso ha de
jado el Señor de darme muestras de su terrible cólera é indignación (1J.»
(Satanás es aún vencido] Se habia alabado de que Job maldeciría á Dios en su cara; y en
lo más amargo de sus gemidos no maldice más
que el dia de su nacimiento, el dia en que ha
sido eoncebido en iniquidad y engendrado en pecado, porque este pecado es la causa princi
pal de los malea que sufre. Su maldición cae,
finalmente, sobre el pecado y sobre aquel qué
es su autor. Ella no se reduce, en el fondo,
más que á decir en lenguaje más sublime lo
que nosotros decimos todos los dias en un len
guaje más sencillo: «No nos dejes caer en ten tación, mas líbranos de mal.»
Elifaz de Temán veia perfectamente que tal
era el sentido de las palabras de Job, porque
sin hacerle ninguna tacha particular, hé aquí
en qué tono habla: «Temo, Job, que si entra
mos en disputas, te ha de ser muy molesto;
pero ¿quién' podrá dejar de decir lo-que tiene
encerrado dentro de su pecho? Tú en otro
tiempo amaestrabas y dabas consejos á los
otros, alentándolos y consolándolos cuando los
veias tristes y caídos. Con tus palabras soste
nías á los que ya vacilaban, impidiendo que
cayesen. Mas ahora que te ha tocado y venido
sobre tí este azote, veo que flaqueas y que es
tás todo turbado. ¿Qué se ha hecho, díme,
aquel tu antiguo temor de Dios (si fué verda
dero J, tu paciencia y la perfección de tu vida?
Vuelve hácia atrás los ojos, y regis tra si hubo
jamás algún inocente que caminase con cora
zon sano delante de Dios, que haya perecido.
Y o , por el contrario, he visto que los impíos
pararon siempre en mal, y que recogiendo
aquello mismo que sembraron, perecieron sin
recurso al menor soplo de la divina indigna
ción que se encendió contra ellos. No te ten
gas, no, por justo; te diré una palabra que me
ha sido declarada, y una parte de su blando
susurro que llegó á mis oidos-fEneThorror de una visión nocturna, cuando todos los sentidos
del hombre están sepultados en profundo sue
ño, quedé repentinamente poseído de temor y
todo temblando, y se estremecieron todos mis huesos; y pasando por delante de mí un espí
ritu, se me erizaron ios cabellos. Púsose delan
te de mí uno, cuyo semblante no pude cono
cer; ss me presentó á mis ojos un espectro, y
oia una voz delicada, ' como de viento muy suave, que me dijo: «¿El hombre será más
»justo que Dios? ¿0 una criatura podrá creerse »más pura que el mismo que la crió? Si
«aquellos espíritus que Dios crió prevaricaron, »¿qué sera, pues, de los que moran en casas de
»barro, y están cimentados sobre tierra, y que
«serán consumidos como el vestido es consumi d o de la polilla (1)?>
Uno de los primeros errores del Oriente ha sido creer que despues de haber criado Dios el
mundo, le abandonó al gobierno de sus ánge-
(1) Job, 3. (1) Job, 4.
les Sin duda él les emplea como sus ministros;
pero no descansa sobre ellos.
«¡Ojalá, respondió Job á Elifaz, que pudie
ran ponerse en dos balanzas los pecados con
que merecí esta ira de Dios y los males que pa dezco! Se veriá luego que estos, en compara
ción de aquellos, pesaban más que la arena de
la mar. Mis palabras están llenas de dolor,
porque las saetas del Señor están en mí; su
veneno consume mi espíritu, y espantos del
Señor militan contra mi. ¿Quién diese que se
cumpliera mi petición, y que Dios me conce
diera lo que espero? No quiero oponerme á la
voluntad del Santo por esencia; antes, por el
contrario, lo que deseo y lo que seria para mí un gran consuelo, es, que agravando más y más
su mano, me acabara, y muriera yo perfecta
mente resignado en su divina voluntad. Porque
¿cuál es mi fuerza para sufrir siempre, ó cuál
mi fin para portarme con paciencia? Mi forta
leza ¿es la fortaleza de las piedras? ¿Mi carne
es de bronce? No encuentro ¡socorro para mí; aun mis amigos me han abandonado (1).
«Milicia es la vida del hombre sobre la tier- ra, y sus dias parecidos á los dias del jornale ro. Como el esclavo desea la sombra, y como el
jornalero aguarda el fin de su trabajo, así tam bién yo tuve meses de mucha aflicción y conté
noches de insomnio. Si ‘me echo á dormir, di
go : «¿Cuándo será el dia (2)?* Y por la tarde
y por la mañana me hartaré de dolores. Mi car
ne se ha vestido de podre y de inmundi
cias de polvo, y mi piel se ha secado y se ha
encogido. Si digo: mi lecho me consolará,
misTpensamientos aliviarán mi cama, me ater
ras con sueños y me estremeces con horribles
visiones. ¿Qué cosa es el hombre para que le
engrandezcas y pongas sobre él tu corazon?
Le visitas de madrugada, y de repente le prue
bas. ¿Hasta cuándo no me perdonarás y no me permitirás respirar? ¡Pequé! ¿Qué haré contigo,
oh guardador de los hombres? ¿Por qué me has
puesto contra tí y he sido hecho pesado para mí
mismo? ¿Por .qué no quitas mi pecado y por qué
no retiras mi iniquidad? Hé aqui que yo ahora
fl) Job, 6. (2) Según los Setenta.
TOMO II
voy á dormir en el polvo, y si me buscares por
la mañana, no subsistiré (1).»
Baldad Suhita sostiene que las desgracias
de Job son la pena de SU3 pecados; trata su
virtud de hipocresía, y le exhorta á convertirse.
¿Por ventura Dios pervierte el juicio? ¿O el
Omnipotente trastorna lo que es justo? Aunque
tus hijos hayan pecado contra él y los haya de jado en mano de su iniquidad, sin embargo, si
ttí te levantares de mañana á Dios y humilde
rogares al Omnipotente, si limpio y recto ca
minares, se apresurará al p u n to para socorre
ros y volverá la paz á vuestra morada, donde
viviréis en justicia; y vuestra primera fortuna
será pequeña en comparación de la última. Pregunta, pues, á la edad pasada, y escudriña
atentamente las memorias de loa Padres fpor-
que nosotros somos de ayer y lo ignoramos,
pu e3 nuestros dias pasan sobre la tierra como
sombra); ellos te enseñarán, te hablarán, y del
fondo de su corazon sacarán estas sentencias:
«¿Un j unco puede conservarse verde sin hume
dad? ¿ó crecer un carrizo sin agua? Cuando
aún está en flor, si la humedad le falta, se seca
sin que mano le toque antes que las otras yer
bas. Tal es la suerte de todos los que olvidan
á Dios; asi perecerá la esperanza del hipó crita (2).»
«Verdaderamente sé, respondió Job, que así
es> J íllle el hombre no será justificado compa rado con Dios. Si él le pide cuenta de sus accio
nes, entre mil, no podrá justificar una sola.
Dios es sábio de corazon y poderoso de fuerza.
. ¿Quién le resistió y tuvo paz? El trasladó los
montes, sin que ellos se apercibieran; él es
quien los trastorna en su furor. 'El conmueve
la tierra de su lugar, y sus columnas se estre
mecen; él manda al sol y no sale, y cierra las
estrellas como bajo de sello. El solo extendió
los cielos y camina sobre las ondas del mar. El
es quien ha hecho la constelación del Arcturo»
del Orion y las Hiadas, y las que están más
próximas al Mediodía. El hace cosas grandes
é incomprensibles, y cosas maravillosas que
no tienen número. Si viniere á mi, no le veré; y
(1) Job, 7. (2) Ibid., 8. Bt#.ía *
repente, ¿quién le responderá? ó quién puede
decirle: ¿por qué haces esto? El es Dios, y nin
guno puede resistir á su cólera. Debajo de él
se encorvan los que llevan sobre si el orbe.
¿Pues quién soy yo para responderle y para
atreverme á hablarle? Aun cuando yo fuera
justo, no respondería, sino que imploraría á mi
juez. Y aun cuando escuchare mi súplica, no
creo que haya oido mi voz, porque con torbe
llino me quebrantará, y multiplicará mis heri
das aun sin causa. No me deja respirar, y me
llena de amarguras. Sí se busca fortaleza, Él es Omnipotente; se trata de justicia , ¿quién po
drá emplazarle un día? Si quisiere yo justifi carme, mi boca me condenará; si me mostrare inocente, me convencerá que soy malo. Aun
cuando fuere sencillo, lo ignorará mi alma y
me fastidiaré de mi vida. Todo lo que he dicho
se reduce pues á esto: Dios aflige en este mun
do al justo y al impío; por consiguiente, es
una injusticia creer que soy culpable porque soy afligido (lj.
»Oh Señor, yo me recelaba de todas mis
obras, sabiendo que no perdonabas al delin
cuente. Y si aun así soy un impío, ¿por qué he trabajado en vano (2)?
»En el estado en que me veo, me da hastío
el vivir más tiempo; dejad, Señor, que yo hable
un poco en mi defensa; permítase un desahogo
á una alma llena de amargura. Diré á mi Dios:
¿Quereis condenarme? Sea así, condenarme
como queráis; mas decidme, ¿qué modo de pro ceder es este que quereis usar en mi causa? Yo
soy obra de vuestras manos; y esto no obstan
te, parece quef dejais correr libremente las ca
lumnias de mis enemigos, que no entienden
vuestra manera de juzgar, y creen que favore
céis su intención. Para conocer mi inocencia,
no necesitáis de pruebas exteriores; las sabéis
por vos mismo, vuestros ojos no son de carne, ni vuestra vista es limitada como la del hom
bre. Vuestros días y años no son como los días
y años de los hombres. Ni teneis necesidad de días ni de años para indagar si yo he cometi-
HISTORIA ÜNIYEBSAL
(1) Job., 9, 2-22. <2} Ibid. ,28 y 29.
do ó no alguna falta, ó si soy inocente. Vos lo
sabéis sin tantas pruebas, y á la menor insi nuación vuestra estoy en vuestro poder. Siendo
yo de piés á cabeza obra de vuestras manos,
parece que por esta razón debíais conservarme,
y no deshacerme de este modo. Acordaos, que
como barro en manos de alfarero, así me for
masteis; y que por mi natural condicion luego*
he de ser reducido á polvo. Así como de la le
che cuajada y esprimida se forma el queso, del
mismo modo formasteis mi cuerpo. De huesos
y de nervios bien, unidos me formasteis, de piel
y de carne me cubristeis. Vida me disteis, y
' bienes inestimables, y vuestra solicitud y pro
videncia no se han apartado, para conservár
mela hasta este punto. Aunque esto disimuláis
afligiéndome con males tan terribles, esto no
obstante, bien sé que nada se os oculta. Si os
ofendí, y por entonces me perdonasteis, ¿por
qué ahora volvéis á renovar la memoria de mis
culpas pasadas? Si he sido un impío, ¡ay de mí!
no os satisface todo el mal que sufro; y si jus to é inocente, no me vale para no ser azotado
y afligido. lt por mi soberbia, sí me tengo por
justo, me traspasarás; como un cazador á una
leona, me volverás á atormentar de un modo portentoso (1).»
Semejantes ideas y expresiones admirarán A' más de un lector. Los que conocen á dos Santos
modernos, comparables á Job por la eminencia de sus virtudes, la solidez de espíritu y grande
za del alma, Santa Teresa de Jesús y San Juan
de la Cruz, no se admirarán desde luego. Han
aprendido de ellos que por ciertas pruebas in
comprensibles, Dios conduce á las almas privi
legiadas á la cumbre dé ía perfección; pruebas ya dulces, ya terribles, en las que el hombre
muere sucesivamente para la vida de los senti
dos y para la vida,puramente humana, para vivir
en fin una vida enteramente divina; muerte y • vida místicas, de las cuales la vida y la muerte
corporales ño son más que una sombra. Saben
también que todos los dias se verifica, en las
almas santas, lo que ha dicho un filósofo paga
no: Dios que ama apasionadamente á los bue
nos, y que quiere hacerles mejores y más ex
celentes en cuanto posible sea, les asigna un
hado para ejercitarles. Es un espectáculo ver daderamente dignoi de Dios, ver á un varón
fuerte presa del infortunio (1). No hay heroísmo alguno que sea compara
ble á este heroísmo del sufrimiento cristiano:
(1) Mira ris tu , si Deus il le bonorum amantiss imus, gui illa s guam , óptimas esse atgue excellentissimos vultfortu nam Mi s cum gva exerceanlur assignai?— Eece spectaculum dig num , ad guod respiciat Deus: ecceparDeo dignum, vir fortis c mi mala fortuna com- positus. Séneca, De Provident.
HISTORIA UNIVERSAL 15
cuando la mano de la justicia de Dios se deja
sentir sobre la frente de la criatura, y esta se
inclina respetuosamente y acata y venera y
besa la misma mano que le humilla y abate,
entonces aparece digna obra de Dios, y se en
noblece en tan alto grado aquella criatura, que
hace simpática la desgracia y envidiada su
muerte. Igual suerte alcalizan los imperios y
naciones, cuando del seno de sus desventuras
logran alcanzar virtudes para la vida pública y social.
CAPÍTULO II
Vituperios de Sopea r.—Re spu esta de Job y su fe en la resurrección,—Instancia de Eliphaz y respuesta de Job .-In ve ctiv as de Baldad.-Quejas, deseos y esperanzas de Job .-Prueb as de su creencia en la resu rrec ción.—Sus tres am igos continúan amonestando á Job y este respondién doles. Sus protestas.—De scrib e su primitiva prosperidad, en oposicion con su miseria presen te, y prueba su inocencia por la exposición) de su vida pasada.—Invectivas de Eliú á Job y á sus am igos. Dios respond e á Job y le representa su superioridad sobre el hombre.—Job se hu milla.—Dios continúa. R esp ue sta de Job.—Reprensión que Dios dirige á su s tres amigos. _
Restablecimiento de Job en su primitiva prosperidad.—Qué sabiduría era el objeto de las inda gaciones de Job.—Cómo nos conduce á esta sabiduría.—Doctrina del libro de Job—Job figura
de Jesucristo.
de felicitar al santo hombre, porque Dios le juz
gó digno de ser dado así en espectáculo al
mundo entero, á los ángeles y á los hombres,
no busca otra cosa sino el desconsolarle. «¡Ojalá
que Dios te hablase y que abriese sus labios con
tigo para mostrarte los secretos de la sabiduría y la extensión de los preceptos de su ley! Enton
ces cómprenderias que es mucho ménos lo que Él te castiga, que lo que tu maldad merece.» A estas palabras tan duras, añade, para inducirle
á convertirse, reflexiones muy bellas, pero co munes, sobre la Providencia de Dios (1). Tam
bién Job responde con una gran superioridad
de razón y de elocuencia: «Verdaderamente pa rece que sois los únicos sábios que hay en el
mundo, y que la sabiduría morirá con vosotros.
Yo también tengo sentido, y no me considero
ménos sábio que vosotros, porque ¿quién hay
que ignore lo que vosotros sabéis? Ei'que como
yo e,s escarnecido por sus am igos , invocará á
Dios, y DÍ03 le oirá, porque se apiada de los
sencillos que injustamente son mofados y es
carnecidos. Es una antorcha que desdeñan loa dichosos del siglo, pero ella lucirá en su tiem
po. Vemos en abundancia y llenas las casas
de los ladrones y logreros, y provocan audaz
mente á Dios, que ha puesto en sus manos to
do lo que poseyeron. En efecto : pregunta á las
OJ Job, 11,
bestias, y ellas te enseñarán; á las aves del
cielo, y te lo mostrarán. Habla á la tierra, y te
responderá, y á los peces de la mar y te lo di
rán. Porque ¿quién ignora que todo esto es obra
de las manos del Señor? En su mano está el alma de todo viviente y el espíritu de toda car
ne humana. ¿Por ventura no es la oreja la que
discierne de las palabras, y del sabor el pala
dar del que come? En los ancianos está la sa
biduría y en la larga edad la prudencia. Pero
en Dios está la sabiduría y la fortaleza; á Él
pertenecen el consejo y la inteligencia. Si una
vez llegare á destruir, no habrá quien levante el1edificio; si encerrase á un hombre, ninguno
hay que lo abra; si detuviere las lluvias, toda
la tierra se secará; y si las diere un poco de
soltura, la inundará toda y la trastornarán. En
Él residen la fortaleza y la sabiduría; Él cono
ce igualmente al que engaña y al que es en gañado.
»A los que se precian de hombres de conse
jo , l°s conduce á un fin d^acertado, y vuelve
fátuos á los jueces dejándoles sin saber qué ha
cerse. Quita las insignias de autoridad y honor
á los más altos, y los reduce á la miseria de las
cadenas de una cárcel. Despoja de sus glorias
á los mismos sacerdotes, y trastorna á los gran
des. Permite que aquellos mismos que habian
sido tenidos siempre por hombres de verdad y
de rectitud, se alejen de ellas con daño de los
pueblos que siguen sus consejos, y que los an
cianos pierdan el juicio en sus consejos. Lie-
na de confusion á los príncipes, haciendo que
desean el desprecio de sus vasallos, y levanta
á los que mucho tiempo estuvieron abatidos. Pone en lugar elevado á los que el mundo
tuvo oscurecidos, y saca á luz lo que se creia ya sepultado en las tinieblas del olvido. Hace
crecer los reinos y los destruye; y despues de
' haberlos trastornado, los restablece al estado
primero que tenian. Quita á los príncipes que
gobiernan los pueblos de la tierra la luz del
entendimiento; y por sus pecados y los de sus
súbditos, permite que so engañen y anden des
caminados , como los que van por un despobla
do sin vereda siquiera que los lleve. Andarán
á tientas, como el que camina de noche sin luz
y sin noticia del lugar en que se halla, cayen
do y tropezando á cada paso, como sucede á
los borrachos (1).
de trabajos y miserias mientras vive, apenas
se deja ver, cuando, semejante á la flor, es cor
tado y se marchita, desaparece como sombra y
jamás permanece en un mismo estado, porque
es inconstante y mudable. ¿Y vos, Seüor, os in clináis hasta poner sobre él los ojos, y á llamar
le , para que dé cuenta delante de vo9 de todas
sus acciones? ¿Quién podrá hacer limpio al que
de su origen sale súcio y hediondo? Ninguno
sino vos. Limitado es el término de los dias del
hombre; contados están sus meses en vuestra
presencia; señalados teneis los términos de su
vida, de donde no podrá pasar. Bástale la bre
vedad de la vida y su miseria, no le sobrecar
guéis inás; dejadle respirar un poco; sus mis
mos males le hacen desear la muerte, para go
zar de reposo, como desea el jornalero el dia
de huelga. No se quita un árbol sin que deje
de sí esperanzas; despues de cortado arroja de
nuevo, y sus retoños no dejan de brotar. Si se
envejecieran en la tierra sus raíces, y el tronco
por falta de agua llegara á morir, en tocándo
le el agua, brotará por mil partes, y se le verá
rodeado de ramos y de hojas como cuando fué plantado. Mas no así el hombre; una vez muer
to, despojado y consumido, no vuelve á corn
il) Job, 12. TOMO II
HISTOHU UNIVERSAL 1*7
secos para siempre, asi también el hombre, en
muriendo, no despertará del sueño de la muer
te hasta que el cielo sea mudado, como lo se
rá al fin del mundo. ¿Quién me hiciera la gra
cia de que escondieras, aunque fuera en lo más
profundo de la tierra, para ponerme á cubier
to de tu furor, hasta que pasase, y me señala
ras un tiempo en que te acordases; de mí?
»El hombre muere, y sin embargo tornará
á vivir. Durante todos mis dias, esperaré mi
resurrección, hasta que venga el tiempo en
que reverdeceré. Entonces me llamarás, y' yo
responderé; tenderás tu diestra á la obra de
tus manos. Aunque al presente cuentas todos
mis pasos, sin embargo, no mires mi peca
do (1).»
hemos seguido la traducción de un sabio orien
talista de Alemania (2), Job manifiesta su firme
creencia, no solamenté en la inmortalidad del
alma, sino en la resurrección futura de su
cuerpo. Se considera él como un árbol, al cual
la muerte corta el tronco ; pero cuya raiz
permanece en la tierra. Subsiste allí largo
tiempo estéril; mas al fin, cüando hayan desa
parecido los cielos, respirará las aguas de la
vida eterna, y reproducirá al hombre en una juventud eterna.
Se creería que los amigos de Job iban á ser
movidos á causa de sus bellos sentimientos;
pero no. Job habia dicho que Dios, afligiendo
frecuentemente á los justos y á los pecadores,
no se podia deducir contra él que era culpable
porque era afligido. Ellos, preocupados con la idea de que, aun en este mundo, los buenos
son siempre felices y los malos siempre des
graciados, le reprueban su razonamiento como una orgullosa impiedad, bajo pretexto de que
en ese caso Dios no seria justo, y que por tan
to seria inútil suplicarle. Tal es, en sustancia,
el segundo discurso de Elifaz, que termina por
una bella descripción de los remordimientos
(1) Job, 14. (2) Michaelis.
que persiguen al malvado hasta en la prospe ridad (1).
«He oido con frecuencia razonamientos se
mejantes, respondió Job; vosotros todos sois
unos consoladores importunos. ¿Acaso pondréis fin á esas palabras dichas fuera de propósito?
¿Qué he hecho yo para merecer semejantes
respuestas? To mismo podria también hablar
como vosotros; y si cambiada la suerte, nece-
sitáseis vosotros de consuelo, como yo lo nece
sito, yo os consolaría con mis palabras.» Y des
pues de un rápido cuadro de los males que ex
perimenta , aña de: «He sufrido todo esto sin
que la conciencia me acuse de alguna iniqui
dad, cuando para alabar á Dios alzaba mis ma
nos puras. ¡Oh, tierra! no escondas los morta
les dolores que me acaban, ni haya lugar en
ti en donde se encubran mis clamores, porque
testigo ha de ser de mí inocencia el que vive
en los cielos, y en las alturas reside el que pe
netra mi corazon y sabe que es verdad esto que
digo. Vosotros, que os vendeis por mis amigos,
hablad"cuanto queráis; á Dios es á quien con lágrimas apelo (2).»
Ofendido de las palabras de Job, Baldad
replica: «¿Cuándo pondrás fin á tu hablar?
Entiende bien primero lo que se te dice, y lue
go responde, si tiénes qué. No sólo no entien
des lo que té decimos, sino que nos tienes por
bestias, y parecemos á tus ojos una cosa vil y
despreciable. ¿Crees tú que por tu respeto tras tornará Dios el órden de su providencia y que
dejará sin castigo á los impíos? ¿No es cierto
que al malo se le acabará la felicidad, y que
no quedará rastro de ella ni en salud, ni en
hacienda, ni en hijos, como á tí te acontece?»
Estas últimas palabras comienzan un cuadro poético, pero exagerado, de las desdichas de un malvado (3).
La respuesta de Job es admirable y llena de
dolor y esperanza. «¿Cuándo acabareis de an
gustiar mi alma y de molerme con vuestros
discursos'.- Veis que son ya machas las veces
que pretendeis confundirme, imputándome lo
(1) Job, c. 15. (2) Ibid., c. 16. (3) Ibid., c. 18.
que no es, y no os avergonzáis de oprimirme
con vuestra importunidad. Mas demos caso que
yo haya errado; el daño de este yerro no pasa
á otros, en mí se queda. Vosotros os levantais
contra mí, y de mi calamidad tomáis achaque
para acusarme. Acabemos de una vez: enten
ded , por último, que lo que digo es que Dios
no sigue ahora conmigo una tela de juicio en
esto con que me aflige y azota. Veis que opri
mido pido justicia, y no hay quien me oiga; y
que pidiendo que se me hagan cargos, nadio
me los hace. Por todos lados y caminos me tie
ne cerrado; y.así, no puedo dar un paso ade-.
lante; en este estrecho en que me puso estoy
también á oscuras. Me despojó de mi hacienda,
de mi dignidad y familia, por cuyas cosas era
honrado y estimado. Todo me lo quitó: hijos,
casa, tierras, salud, y me veo perecer; y como
árbol que se arranca de raíz, me dejó sin espe
ranza de volver á mi primer estado. Encendió
su saña contra mí, y me trata como si fuera
enemigo suyo. Un escuadrón de mil males, que
son sus soldados ó ministros, vinieron á una
contra mí, y me atropellaron y pisaron, y me
cercaron por todas partes. Hizo que mis her
manos se alejasen de mí, y que mis conocidos
y familiares se me hiciesen extraños y me
abandonasen. Me desampararon mis parientes, y los que tenían de mí conocimiento me olvi
daron. Mis siervos y siervas me miraron y tra
taron como á un desconocido. Aconteció llamar
por mi propia boca á mi siervo, pidiéndole que
de mí se apiadase, y él, torciéndome el rostro,
ni siquiera me dió respuesta. Mi mujer, no pu-
diendo sufrir mi aliento, no quería acercarse á
mí, y tenia que rogar á los hijos de mis entra
ñas. Aun los mentecatos me despreciaban, y en
apartándome de ellos se mofaban de mí y se
burlaban. Aquellos á quienes en otro tiempo
fiaba mis secretos, me aborrecieron; y mis más
íntimos amigos me volvieron las espaldas. Con sumida toda la carne, no me ha quedado sino
la piel sobre los huesos y los labios al rededor
de mis dientes. Apiadaos de mí, apiadaos de
mí, siquiera vosotros, que decís ser mis ami
gos; bien veis de la manera que me ha herido
la mano del Señor. ¿Por qué me perseguís, co
mo Dios me persigue, y no quereis cesar hasta
hartaros de mis carnes? ¡Oh! ¡quién me -diese
que se escribieran con punzón de hierro mis
palabras en un libro, ó en una lámina de plo
mo con buril, ó que con cincel se grabasen en
piedra dura! Porque estoy cierto de- que vive
mi Redentor, y que en el último dia me resu
citará del polvo á que hé" de ser reducido. Y
que de nuevo me ha de rodear de esta misma
piel, y que vestido asi de carne he de ver á mi
Dios. Yo. por mí mismo y por mis ojos le he de
ver, y no otro por mí; y en mi corazon está
de asiento y arraigada la esperanza de esta verdad (1).»
Job, vencedor de los tormentos y raspando
con una teja la podredumbre de su carne, con
solaba sus miserias con la esperanza y la ver
dad de la resurrección. ¿Qué cosa más clara
que esta profecía? Ninguno, despues de Cristo,
habló tan claramente de la Resurrección como
Job antes de Cristo. El Señor no habia muerto
todavía, y este atleta de la Iglesia veia ya á su
Redentor resucitando de entre los muertos. Asi
habla San Jerónimo, y con él todos los santos doctores (2).
En nuestros dias, entre los exegetas protes
tantes, se cuentan algunos que, encontrando
las palabras de Job muy claras, han intentado
oscurecerlas. Pero lió aquí cómo se expresa un
sábio orientalista (3): «En cuanto á mí, no sa
bría entender estas palabras sino como la es-
perajiza de una vida futura despues de la
muerte; si otros, de ordinario medianamen
te conocedores del hebreo, las interpretan en
el sentido de que Job esperaba todavía para
esta vida la vuelta á una mejor fortuna, les es
necesario, no solamente hacer á estas palabras la
más extraordinaria violencia, sino que además,
en esta misma profesión de fe que quiere sea
trasmitida á la posteridad, poner á Job en con
tradicción con todo lo que ha dicho anterior
mente, y esto sobre el punto capital; pues en
verdad la profesión de fe que liace aquí Job
uo se parece en nada á una retractación.»
Los amigos de Job continúan dirigiéndole
(1) Job, c. 19, 2-21. (2) A do. error. Joan, hieras, (3) Michaelis.
la palabra, y él respondiéndoles. Sofar, sin di
rigirle ninguna acusación, describe los casti
gos con que Dios castiga á los malvados; Eli- faz le dice sin rodeos que su malicia ha llega
do á su colmo y que sus iniquidades son infi
nitas; Baldad ensalza la grandeza y santi
dad de Dios; suponiendo siempre los tres que
Dios no castiga en este mundo más que á los
malos. Job sostiene que los impíos gozan fre
cuentemente acá, bajo de una larga prosperi
dad, y que el crimen con frecuencia también
queda impune, porque Dios se reserva ordina
riamente el castigo para despues de esta vida.
Y nada más verdadero. Dios es soberanamente
justo. Bajo él, no hay ningún bien que no de
ba ser recompensado, ningún mal que no deba
ser castigado; pero para ejecutarlo existe no
solamente e l tiempo, sino también la eternidad.
Ahora bien: no hay ningún malvado que no
haga algún bien; Dios le recompensa en este
mundo por alguna prosperidad temporal, espe
rando castigar sus crímenes eternamente en el
otro. Por otra parte, no hay ninguno tan bue
no que no haga algún mal; Dios le castigará
frecuentemente en el tiempo, para no tener más
que recompensarle en la eternidad. Sin embar
go, algunas veces castigará á los malos de una
manera visible, como recompensará también
algunas veces visiblemente á los buenos, á ñn
de que se recuerde siempre que El es el dueño.
Los amigos de Job le habian agraviado de di
ferentes maneras cuando deducían de su des
gracia que debia ser un malvado y un hipócri
ta. También al fin el santo patriarca les res
ponde:
mi alma, que mientras haya en mí aliento y
Dios me deje respirar, no hablarán mis labios
iniquidad, ni mi lengua trazará mentira. Lejos de mi que no os tenga yo por justos; hasta mo
rir no dejaré de defender mi inocencia. No de
sistiré de justificar mi conducta, como he co
menzado á hacerlo; porque mi conciencia d<»
nada me remuerde en todas las acciones de mi vida (1).
(1) Job, 27,2-6.
tiempos pasados, en aquellos dias felices, cuan
do Dios me tenia bajo de su custodia y me de
fendía! Cuando la luz de su divino favor me
alumbraba, y con ella caminaba yo seguro en
medio de las tinieblas y noche oscura de los
peligros. Como fué en los años de mi juventud,
cuando Dios habitaba en mi casa, y tratándo
me familiarmente me comunicaba mis secretos.
Cuando el Omnipotente estaba conmigo, y me
veia rodeado de mis hijos y sirvientes. Cuando
era tan pingüe mi hacienda, y tenia en tanta
abundancia los bienes y los frutos de la tierra.
Cuando salia al lugar del juzgado, y en la pla
za publica me tenian preparado un asiento emi
nente y distinguido. Me veian los mozos, y de
respeto se escondían; y los ancianos, luego que
llegaba, se levantaban y se quedaban en pié.
Los principes cesaban de hablar y me escucha
ban atentos. Los principales ni aun osaban re
sollar estando yo presente. Los que me escu
chaban me llenaban de bendiciones, y los que
rae veian daban testimonio, ensalzando mi rec
titud, porque sentenciaba á favor del pobre,
que por estar agraviado levantaba el grito
hasta el cíelo; y del huérfano, que se veia sin
socorro. Me llenaba de bendiciones aquel que
hubiera perecido si yo no le hubiera alargado
la mano; y llenaba de consuelo el corazon de
la viuda; la justic ia, como en manto y corona
real, resplandecía en todas mis acciones y* en
los juicios que pronunciaba. Fui el maestro de
los ignorantes, y el que volví á poner en cami
no derecho á los que de él se habían extravia
do. Era el padre de los pobres, y estudiaba con
diligencia las causas de los desgraciados. Que
brantaba el poder y violencia de los injustos
sacándoles la presa de entre los dientes. Y me
hacia esta cuenta: en mi casa y en mi descan
so llegaré hasta el dia postrero, y multiplicaré
mis dias como la palma sus ramos. Como ár
bol plantado cerca de agua, estaré siempre ver
de y florido, gozando de la próspera fortuna, y
no me faltará el rocío y favor del cielo. Mi
prosperidad estará siempre en pié, y mi poder
y fuerza se aumentará en mi mano. Los que
me escuchaban, esperaban que yo hubiese ha
blado, y recibían mis avisos con un silencio
HISTORIA UNIVKRSAL
bras, que caían sobre sus oídos como las g o
tas del rocío. Me esperaban como el campo
seco aguar da la lluvia del cielo, y abrían su
boca, como la tierra, para recibir las aguas del
otoño. Si alguna vez me los mostraba risueño
con ellos de gozosos, apenas lo creían; y la ale
gría que les mostraba en el semblante, no les
menoscaba mi autoridad. Si quería ir á estar
entre ellos, me distinguían siempre con el más
honrado asiento, y me rodeaban como á rey,
á quien cercan sus tropas, colgadas de mi bo
ca, como lo están los afligidos del que los está consolando (li).
»Mas al presente, hacen mofa de mi los que
nacieron despues que yo; aquellos cuyos pa
dres me desdeñaba ponerlos con los perros de
mi ganado; habitaban en los barrancos y en
las cavernas de la t ierra; raza innoble y más vil que la tierra.
»Y ahora, dentro de mí mismo, se marchita
mi alma, y dias de aflicción pesan sobre mi ca
beza. De noche siento mis huesos taladrados de
dolores , y no duermen ni reposan los gusanos
que me comen. Mi carne es consumida por su
multitud. Me veo tal, que sólo puedo compa
rarme con el lodo, con el polvo, y con la ceni
za. Os llamo á voces, Dios mío, y no me res
pondéis, y afligido me pongo en vuestra pre
sencia, y no os volvéis1ni siquiera á mirarme.
Os portáis conmigo como si fuérais cruel, y en
el mismo rigor con que me azota vuestra ma
no, parece que sois mi enemigo. Me elevaste,
y teniéndome como suspendido en el aire, me
has estrellado con violencia. Lloraba en otros
tiempos sobre el que estaba afligido, y se com
padecía mi alma del pobre. Esperaba bienes, y
viniéronme males;, aguardaba luz, y sobrevi
nieron tinieblas. Mis entrañas hirvieron sin re
poso alguno; sorprendiéronme días de aflic
ción. Denegrida está mi piel, y mis huesos se
secaron á causa del gran ardor que me consu
me. Mi antig.ua alegría se ha convertido en
llanto, y mis regocijos y festines en voces de lamentos (2).
(1) Job, c. 29. (2) Ibid., c. 30.
»He hecho pacto con mis ojos para apartar
de mí todo pensamiento impuro.
»Si desdeñé de venir enjuicio con mis sier
vos cuando pleiteaban contra mi, ¿qué haré yo
cuando Dios viniere á juzgarme? ¿Y qué le res
ponderé cuando llegue &preguntarme?
»Por ventura, ¿no es uno mismo el que nos
hizo á los dos, y en el mismo lugar y de la
misma manera? .Si negué á los pobres el so-
corroí que pedían y deseaban, y no acudí al
punto á satisfacer sus deseos á la viuda; si co
mí solo mi pan y no "comieron también de él
loa huérfanos, hambrientos y necesitados (por
que desde mi más tierna edad el huérfano ha
encontrado en mí un padre); si desprecié al
que iba á perecer, porque no tenia con qué ves
tirse, y al pobre que no tenia con qué cubrir
se; si no me bendijeron sus costados, por
que se abrigó con los vellones de mis ovejas;
si alcé mi mano contra el huérfano, aun cuan
do la justicia estaba de mi parte y tenia mayor
favor que todos, sepárese del hombre desco
yuntado mi brazo y quiébrese con todos sus
huesos. Si creí que en el oro estaba mi fuerza,
puse jamás en él mi confianza; si fundé mi
contento en la abundancia de mis riquezas, ó
en lo mucho que poseía amasado por mis ma nos... si me holgué de lacaida de mi enemigo,
ó me regocijé del mal que vino sobre él, no
por eso di soltura á mi lengua para mostrar
tal deseo y prorumpir en maldiciones contra
su vida... Si la tierra y surcos de ella, hechos
con gran fatiga por mis jornaleros, gritan con
tra mí; si comí de sus frutos reteniendo el jor
nal y afligiendo el corazon de los infelices que
la trabajaron, en vez de trigo prodúzcame abro jos y espinas por cebada (1).»
Despues de esto, los tres amigos de Job ce
saron de responderle, viendo que él continuaba
creyéndose justo. Entonces aparece un nuevo
personaje, Eliú, hijo de Baraqué!, de la familia
de Ram. Podia ser de los descendientes de Buz,
hijo de Nachor, arameo ó sirio. Ram puede ser
colocado aquí por Aram. Eliú se irrita contra
Job y contra sus amigos; contra Job, porque
decia que él era justo delante de Dios; contra
sus amigos, porque le habian condenado sin
haber encontrado respuesta razonable á sus la
mentos. Como era de ménos edad que ellos, es
peró á que acabasen de hablar. Cuando vió que
no tenian nada que-decir, lleno de indignación,
habló en estos términos: «Soy jóven todavía y
vosotros más avanzados en edad; por tanto, me
he estado callando con la cabeza baja, y no he
osado deciros lo que sentía. Yo decia: «Hablará
»la edad provecta, y los muchos años enseña-
»rán la sabiduría.» Sin duda existe espíritu en
el hombre, pero la inspiración del Omnipoten
te es la que da la inteligencia. Así, no siempre
es dada la sabiduría á los muchos años, ni á los ancianos el que sepan hacer un justo .jui
cio de las cosas. Por tanto, hablaré yo también
ahora; escuchadme mientras digo lo que sien to y sé (1).»
El nuevo interlocutor volvió á decir poco
más ó ménos las’ mismas cosas que los otros
habian dicho jra; toma á mala parte algunas
expresiones de Job^le acusa de orgullo, de pre
sunción, de blasfemia, todo por celo por la cau sa de Dios, y pretextando siempre que no pe
dia más que ser corregido. Ni Job ni sus ami
gos le responden; habla sólo con muchas repe
ticiones, y termina con una descripción del po der y de la sabiduría de Dios.
Entonces Dios respondió'á Job, ó más bien
al hombre en general, desde un torbellino:
«¿Quién es ese que habla sin reflexión, mez
clando verdades y palabras juiciosas con otras
nécias é impertinentes? Ciñe tus lomos como
hombre dispuesto al combate; voy á interro
garte; respóndeme: ¿Dónde estabas, díme,
cuando eché los cimientos de la tierra? Mués-
tramelo, si lo sabes. ¿Quién echó las medidas
de ella, si lo sabes, ó quién extendió sobre el