Buscando un nuevo Lucas

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Por: Alicia Molina Con el ánimo de explorar su fase creativa, emprendió Lucas un viaje a Canadá. Este joven de 29 años (en ese entonces), Ingeniero de Producción, graduado de una universidad prestigiosa y con un puesto en una empresa reconocida, sentía que le faltaba algo. En Colombia dejó viejos sueños: carros de lujo, mansiones, la gerencia de una multinacional…Empacó unas cuantas prendas y una sola idea: encontrar talentos ocultos. Lucas recuerda al mochilero original: vagabundo, pelo largo-lavado hace tres días-alto, barbado, de ropa suelta, sin rumbo fijo, sin prisa alguna. Salió de Colombia sin un plan definido. Se inscribió en un curso de francés que pagó con ahorros de su viejo salario. Le concedieron una visa por cuatro meses, tiempo que duraba el curso. En otoño de 2007 llegó a Montreal, uno de los sectores francófonos del “sombrero de América”. Luego de haber estudiando tres meses de francés, pensando que hasta allí llegaría su experiencia creativa, recibió la llamada de una amiga, quien con residencia canadiense, estaba instalada en Toronto. Sin pensarlo dos veces, Lucas se mudó a Toronto. Allí concluiría sus estudios de francés. Sandra, su amiga, le explicó el procedimiento para obtener asilo del gobierno canadiense, reconocido en el mundo por su acogida a los inmigrantes. Lucas aplicó, y por un tiempo, se olvidó del asunto. “Viví en Toronto y me involucré en la cultura. Los amigos de Sandra eran canadienses que vivían en medio de la música, yo disfrutaba eso. Los martes, había un círculo de tambores que se reunían a tocar y a bailar”, recuerda emocionado. En medio de su experiencia, Lucas realizó labores domésticas: lavó ventanas, limpió gimnasios. Cuando no trabajaba, recibía una ayuda social, 550 dólares mensuales. En el verano acompañó a una amiga a Montreal, y enamorado de la ciudad, del olor veraniego de su brisa, permaneció allí: “Inmediatamente dije ´me devuelvo´. La energía de la ciudad en verano es increíble”. Así se la pasaba este hombre, nómada como mochilero que se respete, de un lado a otro. “Libertad” así es como define a los viajeros como él, “todo el tiempo con fe en la vida”, explica. Podría haber buscado un trabajo como ingeniero, sin embargo, como lo declara convencido, él iba en otro plan. Al finalizar el año, entrado el invierno, decidió viajar para explorar un poco más el país. Inicialmente pensó en Vancouver, pero, cambió de Buscando un nuevo Lucas Cansado de la ingeniería, Lucas se lanzó a buscar la creatividad. Emprendió un viaje a Canadá y a su propio interior. Sus hallazgos: la música y el valor de las cosas esenciales.

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mochilero en Canadá

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Por: Alicia Molina

Con el ánimo de explorar su fase creativa, emprendió Lucas un viaje a Canadá. Este joven de 29 años (en ese entonces), Ingeniero de Producción, graduado de una universidad prestigiosa y con un puesto en una empresa reconocida, sentía que le faltaba algo. En Colombia dejó viejos sueños: carros de lujo, mansiones, la gerencia de una multinacional…Empacó unas cuantas prendas y una sola idea: encontrar talentos ocultos. Lucas recuerda al mochilero original: vagabundo, pelo largo-lavado hace tres días-alto, barbado, de ropa suelta, sin rumbo fijo, sin prisa alguna. Salió de Colombia sin un plan definido. Se inscribió en un curso de francés que pagó con ahorros de su viejo salario. Le concedieron una visa por cuatro meses, tiempo que duraba el curso. En otoño de 2007 llegó a

Montreal, uno de los sectores francófonos del “sombrero de América”. Luego de haber estudiando tres meses de francés, pensando que hasta allí llegaría su experiencia creativa, recibió la llamada de una amiga, quien con residencia canadiense, estaba instalada en Toronto. Sin pensarlo dos veces, Lucas se mudó a Toronto. Allí concluiría sus estudios de francés. Sandra, su amiga, le explicó el procedimiento para obtener asilo del gobierno canadiense, reconocido en el mundo por su acogida a los inmigrantes. Lucas aplicó, y por un tiempo, se olvidó del asunto. “Viví en Toronto y me involucré en la cultura. Los amigos de Sandra eran canadienses que vivían en medio de la música, yo disfrutaba eso. Los martes, había un círculo de tambores que se reunían a tocar y a bailar”, recuerda emocionado.

En medio de su experiencia, Lucas realizó labores domésticas: lavó ventanas, limpió gimnasios. Cuando no trabajaba, recibía una ayuda social, 550 dólares mensuales. En el verano acompañó a una amiga a Montreal, y enamorado de la ciudad, del olor veraniego de su brisa, permaneció allí: “Inmediatamente dije ´me devuelvo´. La energía de la ciudad en verano es increíble”. Así se la pasaba este hombre, nómada como mochilero que se respete, de un lado a otro. “Libertad” así es como define a los viajeros como él, “todo el tiempo con fe en la vida”, explica. Podría haber buscado un trabajo como ingeniero, sin embargo, como lo declara convencido, él iba en otro plan. Al finalizar el año, entrado el invierno, decidió viajar para explorar un poco más el país. Inicialmente pensó en Vancouver, pero, cambió de

“Un mochilero puede ser un millonario que le

huye a las agencias de viajes"

Buscando un nuevo Lucas

Cansado de la ingeniería, Lucas se lanzó a buscar la creatividad. Emprendió un viaje a

Canadá y a su propio interior. Sus hallazgos: la música y el valor de las cosas

esenciales.

idea y optó por Victoria, una isla de la costa oeste, la “Ciudad de los Jardines”. A Victoria llegó solo con 60 dólares. Por un amigo, supo que podía trabajar en un hostal y cubrir así los costos de su estadía. Preguntó por el hostal más cercano y el taxista le dio referencias. “Pagué la primera noche, 20 dólares, pero siempre tranquilo, con fe en la vida, uno va por lo que quiere y lo encuentra”. Comía en un comedor público pasta, café, pan, entre otros. Muchos visitantes del hostal, dejaban al partir, algo de comer en la nevera.De Victoria tiene excelentes recuerdos, allí encontró un grupo de amigos, una hermandad. Entre ellos estaba Emma, una joven cantante, también mochilera, quien con su guitarra, recorría países. Juntos pasarían meses de música, de fiesta. Lucas llevaba consigo solo lo necesario: tres o cuatro prendas, un diario de viaje y el cepillo de dientes.Después de seis meses cambió de ruta: “Me quitaba mucha energía todo el día en fiestas, la mala alimentación”, comenta. Era verano de nuevo, tiempo de ir a Montreal, pero esta vez, se propuso una hazaña: cruzaría de occidente a oriente, más de 4000 Km “a dedo”. La meta: llegar a tiempo para disfrutar con su amigo colombiano el Festival de Música Electrónica.Primero debía cruzar en ferri al continente, y para esto, logró

vender un collar de alambre, justo por el valor del trayecto: 13 dólares. Le habían comentado que en verano conseguía trabajo recogiendo frutas en las granjas, además, podía acampar en el lugar, solo era cuestión de llegar a Columbia Británica (BC en inglés). Al llegar al continente, Lucas se encontraba sin dinero e hizo algo que había aprendido de Emma: en los basureros podía conseguir comida que la gente botaba todavía envuelta. “En el

primer basurero encontré una hamburguesa de Mc Donalds que alguien no había querido y la había botado entera”. Las personas que paraban para acercarlo, se mostraban muy amables, algunos incluso, le regalaban comida o unos cuantos dólares. En total fueron seis personas hasta llegar a BC. Se dirigió a una oficina, y aunque no era época de recoger frutas, consiguió un trabajo en un cultivo de manzanas. “En los arboles de manzana hay que dejar espacio entre racimo y racimo para que las frutas crezcan grandes y jugosas, eso lo pagaban por hora”, explica Ya había tenido la experiencia de dormir a la intemperie y no encontraba problema alguno para dormir en cualquier parte.

“...siempre tranquilo, con fe en la vida, uno va por lo que quiere y lo

encuentra… ”.

Flor de manzana

Encontró dos amigos en el cultivo, uno de ellos, tenía una carpa; “Y así conseguí carpa”, comenta entre risas. Su amigo anhelaba un pan fresco y se dieron a la tarea de construir un horno de barro en la tierra. Después de un mes, reanudó su ruta hacia Montreal. A Calgary llegó “a dedo”, pero en este punto no tuvo tanta suerte para conseguir un “aventón”, entonces caminó, 9 horas en total. Solo la falta de sol pudo detenerlo. “Llegué a un pueblo, después de haber caminado 25 km. Me acosté en el primer lugar que encontré”, relata mientras piensa en sus hazañas. Al día siguiente se despertó preocupado, faltaban solo unos días para el festival y su amigo lo estaba esperando, a esto se sumaba el trayecto de cuatro horas desde Montreal hasta el lugar del evento. Siguió caminando desesperanzado hasta que se le acercó un joven

y le preguntó hacia donde se dirigía. “Al responderle que iba para Montreal, soltó una risita y me respondió que él también. Venía desde Vancouver”. Desde allí hasta la meta, siguió con su nuevo compañero. Lucas contribuía al viaje con la mitad de la gasolina, y en la noche, paraban a descansar en algún parque natural. Lucas recuerda con agradecimiento a su compañero, solo había un detalle que no resultaba de su agrado, pero hoy hace parte de sus anécdotas: el hombre escuchaba música pesada y un poco de country, este último, dice él, “era el descanso”. Juntos, llegaron a la meta,

Lucas con un día de retraso, pero a tiempo para gozarse el festival. Después de un tiempo de ir y venir, de unas cuantas fiestas más, unos cuantos trabajos más, de algunos descubrimientos, de haber aprendido a tocar guitarra, de andar de aquí para allá con sus grupos de amigos; luego de que su petición fuera rechazada y su apelación también, habiendo permanecido cuatro años y medio en Canadá, Lucas se vio obligado a volver a su país. Ahora en Medellín, su ciudad natal, dice haber cumplido su objetivo: descubrió la guitarra, su fase creativa. Manifiesta que todo el viaje constituye un renacimiento: “Antes de irme tenía unos sueños superficiales, me avergonzaba que alguien me viera barriendo. Pensaba en comprar un Audi, ser gerente.Esta experiencia me hizo más humilde, me ayudó a valorar las cosas esenciales en vez de tratar de encontrar un montón de sueños materiales, que a la final, no me van a dar felicidad. Es más importante estar en paz con uno mismo”. No se arrepiente de su carrera profesional, al contrario, la valora más. Ahora se dispone a buscar trabajo, algo que le permita viajar. Un poco cansado, después de dos horas de relatos y anécdotas, este mochilero concluye “esa es mi historia”.

““Llegué a un pueblo, después de haber

caminado 25 km. Me acosté en el primer lugar que encontré”

Montreal, la mayor ciudad de la provincia de Quebec