Biografias Del Chacho
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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIN
Biografas del Chacho
Gnesis de una interaccin polmica entre
Jos Hernndez y Domingo F. Sarmiento
TESIS DOCTORAL EN LETRAS
Doctoranda: Lic. MARA CELINA ORTALE
Directora: Dra. LIDA LOIS
La Plata, mayo de 2012
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0. INTRODUCCIN
0.1. Estado de la cuestinTratndose de dos autores tan significativos y tan ampliamente transitados por
los lectores (tanto en el campo acadmico como fuera de sus lmites precisos), llama la
atencin que ni Rasgos biogrficos del General D. Angel V. Pealoza (o su
reformulacin posterior, Vida del Chacho) de Jos Hernndez,1 ni El Chacho, ltimo
caudillo de la montonera de los Llanos de Domingo F. Sarmiento,2 hayan merecido
atencin pormenorizada.3 En cuanto al establecimiento de vnculos entre ellos,
constituye una excepcin el historiador Len Pomer, que edit las dos biografas con el
ttulo de Proceso al Chacho, precedidas de un breve Estudio preliminar.4 Pero aunque
su edicin y sus breves palabras introductorias ponen el acento sobre la presencia de
dos miradas sobre Pealoza, su atencin se centra en el personaje histrico y la
injusticia de la que es vctima, no en los textos en s mismos ni en la interaccin
polmica que entablan. Nuestra investigacin se propuso en cambio rescatar dos
procesos de textualizacin y hacerlos dialogar.
Ya en un trabajo anterior predominantemente filolgico, adems de geneticista
stricto sensu, habamos advertido que Rasgos biogrficos del General D. Angel V.
1Antes de que se publicara nuestra edicin crtico-gentica de esta obra (J. Hernndez, 2005), la
Vida del Chacho de Hernndez haba merecido en el marco de cuestionamientos de la historiaoficial algunas reediciones de muy escasa circulacin que, a pesar de adoptar el ttulo de laversin de 1875, se basan en el folleto de 1863 que se conserva en la Biblioteca Nacional;
Horacio J. Becco las incluye en su Bibliografa hernandiana (1972a, asientos 303-307). Peroes probable que los pasajes seleccionados por No Jitrik (tan solo fragmentos, pero muysignificativos) para el volumen 16 de la Biblioteca argentina fundamental (la coleccin queacompaaba los fascculos de la 1 edicin de Captulo. La historia de la literatura argentina)hayan constituido durante dcadas el contacto ms estrecho que tuvo esta obra con un pblico
ms amplio (J. Hernndez, 1967, pp. 7-13).2
Aunque al margen de las Obras de Sarmiento a comienzos del siglo XX fue objeto de unaedicin y una reedicin de La Cultura Argentina de Buenos Aires (Sarmiento, 1925) y existeuna publicacin relativamente reciente (Buenos Aires, Stockero, 2003), es una obra escasamentedifundida. Tambin puede leerse on line, por ejemplo, en:
http://constitucionweb.blogspot.com/2010/08/el-chacho-ultimo-caudillo-de-la.htmlhttp://www.biblioteca.clarin.com/pbda/ensayo/elchacho/b-373303.htm3 En principio, no se ha ido ms all de menciones generales en la bibliografa que desplegvisiones panormicas sobre la vida y la obra de sus autores.4
Pomer, 1968. Este libro tuvo muy escasa circulacin, pero se conservan ejemplares en
bibliotecas pblicas. Pomer vena publicando, en Ediciones Caldn de Buenos Aires, una serie
de volmenes que confrontaban puntos de vista opuestos: Proceso a Sarmiento (1967), Procesoa Mitre (1967) y Proceso a la Guerra del Paraguay (1968).
http://constitucionweb.blogspot.com/2010/08/el-chacho-ultimo-caudillo-de-la.htmlhttp://constitucionweb.blogspot.com/2010/08/el-chacho-ultimo-caudillo-de-la.htmlhttp://constitucionweb.blogspot.com/2010/08/el-chacho-ultimo-caudillo-de-la.htmlhttp://constitucionweb.blogspot.com/2010/08/el-chacho-ultimo-caudillo-de-la.htmlhttp://www.biblioteca.clarin.com/pbda/ensayo/elchacho/b-373303.htmhttp://www.biblioteca.clarin.com/pbda/ensayo/elchacho/b-373303.htmhttp://constitucionweb.blogspot.com/2010/08/el-chacho-ultimo-caudillo-de-la.html -
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Pealoza interactuaba polmicamente con el Facundo y con Campaa en el Ejrcito
Grande, a la par que se situaba implcitamente en la lnea poltico-ideolgica abierta por
las Quillotanas.5 Posteriormente, observamos que todas estas obras se interrelacionan
en un complejo hipertexto en el que se integran otras piezas cuyo estudio nadie ha
agotado (y que en algunos casos, nadie ha emprendido).
0.2. Recorrido de la investigacin
Esta investigacin se inici a partir de la formulacin de cuatro hiptesis de
trabajo:
1.El Chacho, ltimo caudillo de la montonera de los Llanos de Domingo F. Sarmiento
(1868) interacta polmicamente con Rasgos biogrficos del General D. Angel V.
Pealoza de Jos Hernndez (1863), aunque su autor no haya avalado con su firma
ningn testimonio acerca de lecturas de la obra periodstica ni literaria de quien
escribira elMartn Fierro.
2. Esa interaccin textual se enmarca en la gran polmica nacional: la que inici
Sarmiento con la publicacin de Campaa en el Ejrcito Grande (1852), provoc la
respuesta de Juan Bautista Alberdi en sus Cartas sobre la prensa y la poltica militante
en la Repblica Argentina (1853) y no concluy con la publicacin deLas ciento y una
de su adversario ni con los otros intercambios polmicos textuales entre ambos autores
en ese mismo ao 1853.
3. La antinomia irreductible civilizacin versus barbarie, como modelo de identidad
nacional y como base para el diseo de una programtica para la organizacin estable
5Nuestra tesis de licenciatura, dedicada a analizar el itinerario textual de la Vida del Chacho de
Hernndez, consisti en una edicin gentica anotada de esa obra, precedida de un Estudiopreliminar (2002); luego, apuntando a un pblico ms amplio que el de los especialistas del campofilolgico, preparamos una edicin crtico-gentica (Ortale, 2005). Imaginamos despus una tesisdoctoral que retomara nuestra lnea disciplinar: una edicin gentica deEl Chacho, ltimo caudillode la montonera de los Llanos de Sarmiento unida a un aparato de lectura que reprodujera el
dilogo polmico que su autor entabla con la primera versin de la biografa de Hernndez. Peronos oblig a desistir la comprobacin de que la 2 edicin de El Chacho, ltimo caudillo de lamontonera de los Llanos publicada en Pars haba sido realizada con las mismas planchastipogrficas que la de Nueva York, y el convencimiento de que por su estado de salud y suescaso inters por las cuestiones especficamente editoriales, Sarmiento no haba intervenido
personalmente en la preparacin de la 3 (informaciones que debo a la generosidad de Javier
Fernndez, ex director de la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Plata y reconocidocoleccionista y conocedor de la obra de Sarmiento). Ver 3.2.4.
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del pas, es el eje de esa interaccin polmica (un bando pretende afianzarla y sus
oponentes resquebrajarla).
4. Vida del Chacho (la reescritura de su primera biografa de Pealoza emprendida por
Hernndez en 1875) se reinscribe en la gran polmica nacional en otra coyuntura
poltica.
Con el fin de validar estas hiptesis, se profundiz el conocimiento del contexto
histrico (1852-1875) y se reuni toda la documentacin que fue posible rastrear (en
particular, material indito que en algunos casos no haba sido estudiado antes o haba
sido considerado desde otros enfoques) para reconstruir los avatares y el intertexto de
esa prolongada interaccin polmica. Durante ese recorrido, se hicieron hallazgos
documentales y se descubrieron problemticas no entrevistas en el punto de partida.
Finalmente, un ltimo hallazgo permiti cerrar la secuencia de interaccin polmica
acotada con el anlisis de un enfrentamiento pblico iniciado por un redactor annimo
que en 1875, desdeLa Tribuna de Buenos Aires, analiza la gnesis de Vida del Chacho
y por ese medio ataca a su autor. Hernndez reconoce en el redactor annimo la voz de
Sarmiento y dirigindose a l responde con una serie de cartas abiertas.
La persistencia de la polmica entre Sarmiento y Alberdi en la poltica nacional
no slo enmarca las primeras biografas del Chacho, que se analizan en el primer
apartado (La gran polmica nacional del siglo XIX como intertexto de las biografas
del Chacho), sino tambin los temas de los restantes: El alineamiento de los
adversarios de Sarmiento (apartado 2), la biografa del Chacho del propio Sarmiento
(Sarmiento contraataca con su biografa del Chacho, apartado 3), la reformulacin de
la primera versin de la suya que emprender Hernndez en 1875 (Vida del Chacho y
El gaucho Martn Fierro: reescrituras de Hernndez en 1875, apartado 4)6 y la ltima
manifestacin de la polmica que estos dos autores entablaron a travs de su prctica delgnero biogrfico (El ltimo eslabn de una polmica: Sarmiento vs. Hernndez,
apartado 5).
0.3. Marco terico-metodolgico
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Sugestivamente, ese mismo ao Hernndez emprendi la reescritura del sociolecto de Elgaucho Martn Fierro cuando prepar la 9 edicin.
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El texto moderno, el que surge de las condiciones de impresin y circulacin que
se consolidan a fines del siglo XVIII en los pases centrales, impone presupuestos
metodolgicos no siempre coincidentes con los que determinaban las fases crticas de la
filologa tradicional (la textologa). En este caso, el tipo de corpus reunido requiri un
enfoque especfico: el de la crtica gentica; pero esta corriente no excluye la aplicacin
de conceptualizaciones provenientes de otros abordajes consagrados al estudio de
procesos de produccin de sentido, como el anlisis del discurso y la teora de la
intertextualidad. De todas maneras, se trata de actividades que slo pueden encararse
desde un paradigma de inferencias indiciales.
0.3.1. Paradigma de inferencias indicialesNuestro trabajo ha sido encarado a partir de fenmenos observables (documentos
de gnesis escritural, de procesos textuales, de conexin intertextual, de una interaccin o
de una evolucin reflexiva, etc.), y cuando un investigador selecciona los indicios que le
permiten construir un sistema de postulaciones con el objeto de adjudicar un sentido a los
datos analizados, las operaciones semiticas desarrolladas se encuadran en el modelo
epistemolgico que Carlo Ginzburg ha denominado paradigma de inferencias
indiciales.7
Cuando lo que se investiga no resulta inmediatamente accesible a la observacin o
se muestra inabarcable por su complejidad, cuando la visin de conjunto se define como
un objetivo impracticable, la atencin se vuelve hacia los detalles y se va desarrollando un
mtodo interpretativo basado en lo secundario, en datos marginales que son juzgados como
reveladores: es as como surge el concepto de indicio (por otra parte, cuando las
causas son inalcanzables, slo se las puede inferir a partir de sus efectos).
Frente a la multiplicidad de indicios, disciplinas diferentes desarrollan una actitudcognoscitiva similar, ya que las operaciones involucradas son idnticas: relevamiento,
anlisis, comparaciones, clasificaciones. Se trata de disciplinas eminentemente
cualitativas, orientadas hacia el examen de una casustica muy concreta: se consagran al
anlisis de casos individuales reconstruibles slo por medio de las huellas que dejan.
Este modo de conocimiento recorta sus objetos, los considera siempre en su singularidad:
por consiguiente, al contrario de las ciencias fcticas (cuantitativas, experimentales y
7 Ginzburg (1994, pp. 138-175).
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generalizadoras), los saberes indiciales constituyen conocimientos indirectos y con-
jeturales. Es precisamente por el peso de lo conjetural que sus resultados tienen siempre
un margen insuprimible de aleatoriedad.8 Adscribir a esta lnea implica reconocer de
entrada la limitacin de las llamadas ciencias sociales: las verdades que enuncian son
probabilsticas, les est vedada la enunciacin de verdades universalmente vlidas.
0.3.2. La crtica-gentica
Un trabajo que estudia la gnesis de una interaccin polmica impone un
marco terico-metodolgico: el de la crtica gentica.9 Esta corriente surgi en el mbito
de los estudios literarios estableciendo un campo de anlisis especfico: el proceso de
produccin de los textos. Para enfocarlo, sus tericos propusieron una categora
descriptiva para recortar un objeto de estudio privativo: el pre-texto (avant-texte),10 es
decir, todos los testimonios de la arqueologa de un proceso creativo. Pero pronto
salieron del campo cerrado de los manuscritos de trabajo para considerar otros tipos de
produccin escritural y para enfocar textos sucesivos ya que, cuando se publica la
reformulacin de una obra ya editada, la primera versin se convierte en un pre-texto:
es lo que sucedi con Rasgos biogrficos del General D. Angel V. Pealoza (1863)
cuando Hernndez lo convirti en Vida del Chacho en 1875.11
El examen del itinerario textual de la biografa de Pealoza escrita por
Hernndez impuso, entonces, una metodologa geneticista stricto sensu: la
reconstruccin de etapas escriturales, el inventario de las reescrituras, la descripcin de
la operatoria reformulativa y un anlisis encaminado a proponer una interpretacin de
esa dinmica de produccin de sentido.
En las ltimas dcadas, la crtica gentica ampli an ms su campo: su ptica
salio del mbito del dossier de trabajo escritural de una obra singular para encarar noslo la evolucin de procesos de produccin simblica en series de textos de un mismo
autor o de diferentes autores, sino tambin itinerarios de gneros textuales y de
estrategias discursivas.12 De all que hayamos analizado con un enfoque gentico tanto
8Ibidem, p. 147.9
Barrenechea, 1983; Lebrave, 1992; Hay, 1993; Grsillon, 1994; de Biasi, 2000; Lois, 2001a.10
Bellemin-Nol, 1972.11
Ortale, 2005.12
En 2010 en el nmero 30 de la revista Genesis (rgano del Institut de Textes et ManuscritsModernes del CNRS, sede de la escuela de crtica gentica) este grupo public una puesta al da
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la prctica de un gnero llevada a cabo por un mismo autor (el diarismo de Hernndez)
como una interaccin polmica que va evolucionando a lo largo del tiempo y que se
manifiesta en diversos gneros textuales (textos biogrficos, polmicas periodsticas)
abordados por distintos autores.
0.3.3. El anlisis del discurso y la perspectiva intertextual
El anlisis del discurso una prctica en la que confluyeron las nuevas teoras
acerca de la comunicacin junto con el post-estructuralismo francs, la lingstica
textual y la sociologa del lenguaje configur un corpus doctrinario en la dcada del 70
(aunque posteriormente continu enriquecindose).13 Su objetivo es el estudio de la
enunciacin, es decir, los enunciados en su situacin, lo que implica considerar las
proyecciones del enunciador (su intencionalidad, las modalidades y las estrategias
discursivas), las expectativas acerca del destinatario y el tipo de conexin que los
vincula en su contexto histrico. Desde esta ptica, las marcas de la enunciacin se
suman a la construccin del sentido y toda prctica lingstica se asume como un acto
social, por eso el investigador busca en ella todo tipo de inscripcin que la relacione con
la sociedad, la cultura, la poltica.
En el anlisis del discurso de los textos analizados se busc un indicio que
pudiera vincularlos y se lo encontr en el campo semntico de la antinomia
civilizacin versus barbarie. El relevamiento y anlisis de sus lexemas en situacin
(textual, intertextual y contextual) fue una metodologa bsica en el examen de cada
texto y en la confrontacin entre ellos, junto con el sealamiento de las marcas
especficas del polemismo.14
Por otra parte, en un examen que consider textos en dilogo, estuvo siempre
presente el concepto de intertextualidad.
15
En esta lnea, los planteos tericos de
de sus postulaciones tericas y mostr a esta lnea de estudios proyectndose ms all de laliteratura para encarar otros lenguajes artsticos (la escritura musical, la ejecucin de obras plsticas
y arquitectnicas, las representaciones escnicas, las realizaciones cinematogrficas), y ms all delos procesos creativos para analizar la gestacin del discurso cientfico. Consecuentemente, hoy susperspectivas de estudio ya se plantean a partir de una semitica de la escritura, y en ltimainstancia, a partir de una semitica de la cultura (AAVV, 2010).13
Maingueneau, 1980; Mignolo, 1986; van Dijk, 1999; Kerbrat-Orecchioni, 1983, 2005 y 2009.14
Angenot, 1982.15
Grard Genette define el concepto de intertextualidad en Palimpsestes (trmino acuadopor Julia Kristeva al cual Genette dota de un sentido propio) como una relacin de copresencia
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Grard Genette se corresponden con los resultados de otro tipo de reflexiones producidas
de modo independiente en otros dominios, como el concepto de hipertexto de la
informtica (un sistema que contiene documentos relacionados entre s por hipervnculos);
y en este sentido, los testimonios de la interaccin polmica que hemos estudiado
configuran un hipertexto.
entre dos o varios textos, y ms especficamente, como la presencia efectiva de un texto enotro (Genette, 1982, p. 8).
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1. LA GRAN POLMICA NACIONAL DEL SIGLO XIX COMO
INTERTEXTO DE LAS BIOGRAFAS DEL CHACHO
1.1. La polmica entre Alberdi y Sarmiento
En los comienzos del siglo XIX se funda la Nacin Argentina, fruto de un
proceso revolucionario fulminante que se integr al de otras repblicas sudamericanas.
Pero, la consecuente argentinidad que debi forjarse no se cre de la nada, sino que
debi implicar el renacimiento y la reorganizacin de una estructura existente;
complejos aspectos sociales y polticos que conformaban la sociedad criolla tuvieron
que ponerse en tensin para lograr adaptarse y recrearse en una sociedad republicanamoderna. Por consiguiente, el perodo de organizacin nacional fue no slo arduo y
delicado, sino ms lento de lo que se esperaba.
En este mar de elementos que estn recolocndose y resignificndose, se destaca
la recreacin de sujetos fundamentales para la modelizacin de la sociedad patria: el
caudillo, los escritores-periodistas (los publicistas), el criollo, el gaucho, el indio y el
inmigrante.
1.1.1. Antecedentes: la problemtica de la identidad nacional (los escritores de laargentinidad)
La literatura es un poderoso agentivo de identidades nacionales. Luego del
perodo neoclsico que acompa las primeras dcadas de las celebraciones
revolucionarias, se dio paso al movimiento romntico que en Europa estaba en su
apogeo, y se consolid en estas tierras al amparo de un ambiente propicio: primero, la
impronta del historicismo romntico inici un proceso autorreflexivo fundacional; en
una segunda etapa, el romanticismo tardo se abism en la historiografa, en la
conformacin del idealismo heroico de los llamados Padres de la Patria. Con esteempeo, andado el siglo casi en su mitad, se fue definiendo el camino de bsqueda de la
identidad regional, del color local, de la americanidad, de la argentinidad, liderada por
los nuevos intelectuales que abrazaron con fervor la esttica romntica.
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Los jvenes escritores de esa primera etapa constituyen lo que se llam la
Generacin del 37, que marc el desarrollo de una reflexin poltica acerca del pas y
tom partido en todos los hechos que lo convulsionaron. Esta elite letrada opina
mediante la publicacin de peridicos y panfletos y se rene hasta en la clandestinidad
para seguir con minuciosidad todos los avatares de la metamorfosis poltica, social y
econmica que comporta el abandono de las prcticas coloniales criollas. Cuando es
inevitable en razn de la persecucin ideolgica, casi todos ellos se exilian y se
expresan desde Chile y Uruguay, conformando as la generacin de proscriptos, pues
ninguno se resigna a guardar silencio; todos ellos siguen siendo escritores, polticos y
periodistas y continan viviendo como tales. El lugar pblico que ocupan es importante
y, como herederos de la mentalidad iluminista, se sienten llamados a conducir la
opinin, a ser los que eduquen al ciudadano.Desde el Saln Literario de Marcos Sastre, Echeverra propona a estos
incipientes literatos dos cuestiones fundamentales ligadas al romanticismo social del
perodo. Por un lado, la difusin popular de la cultura: publicar para el pueblo y servir
de esta manera a la educacin de la patria. Por otro lado pero en el mismo sentido, se
planteaba el compromiso con la accin cvica. Proponan un arte al servicio de lo social
y esta distincin definir el alejamiento de los escritores viejos, cultores del
neoclasicismo.
Ese compromiso poltico ser determinante cuando la persecucin del gobiernode Rosas obligue al grupo a pasar a la clandestinidad y se convierta en la Asociacin de
Mayo. Las ideas fundamentales que se expresarn ms tarde en la Declaracin de
Principios caracterizada como la creencia social de la Repblica Argentina,1 se
concretan en la accin poltica opositora al rgimen tirnico y se definen por luchar por
la libertad de los oprimidos. Con este propsito editan peridicos y panfletos, y cuando
son expresamente censurados y prohibidos, su voz se sigue escuchando desde la
clandestinidad, legitimada por el valor de su participacin personal en el sostenimiento
coherente de sus principios; finalmente, la proscripcin los convierte en los hroes dela causa.
1 Cdigo, o declaracin de principios que constituyen la creencia social de la RepblicaArgentina, Montevideo, El Iniciador, 1 de enero de 1839 (obra colectiva redactada porEcheverra con el fin de dotarla de unidad de estilo editada por Alberdi y conocida tambincomo Credo de la Joven Generacin Argentina).
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En este ambiente se conforma la primera elite literaria del pas, entre la que se
destacaron Echeverra, Alberdi, Mrmol, J. M. Gutirrez, V. F. Lpez, etc., en Buenos
Aires, y organizando actividades paralelas en San Juan, Domingo Faustino Sarmiento.
Respecto de ello dice el sanjuanino que el socialismo romntico haca:
[] concurrir el arte, la ciencia y la poltica, o lo que es lo mismo, los
sentimientos del corazn, las luces de la inteligencia y la actividad de la accin, al
establecimiento de un gobierno democrtico fundado en bases slidas, en el triunfo de la
libertad y de todas las doctrinas liberales, en la realizacin, en fin, de los santos fines de
la revolucin.2
Consecuentemente, estos escritores jvenes, guiados por sus principios cvicos,
irn dando forma al nuevo lector argentino y al nuevo objeto literario argentino: la
geografa nacional, la poltica nacional, los caracteres nacionales, es decir, la
argentinidad. Es en este contexto que los nuevos sujetos sociales y sus mbitos se
transforman en objetos literarios: el caudillo y gaucho junto con la pampa, el indio, el
desierto.
El pueblo deba ser ilustrado para sumarse a la lucha por la libertad, igualdad y
fraternidad. Estos jvenes se autoconsideran los iluminadores de la verdad, de la
justicia y del camino del progreso social, y con estos fines describen la patria, su
espacio, su gente y luchan contra la dictadura opresora. David Vias, considerando la
evolucin literaria como una historia de la voluntad nacional, afirma que la literatura
argentina empieza con Rosas,3 en la lucha contra la dictadura rosista que convierte al
dictador en un tpico literario conformando un frente de ataque concreto a su figura y
a todo lo que l representa.4 Una vez configurado el objeto de su literatura, el paso a
seguir es la conquista de la opinin pblica, del lector, del ciudadano al que deben
ilustrar. Consecuentemente, se planean las obras con un sentido obviamente didctico,
pero adems con un criterio clsico retrico que apunta a lograr la persuasin de la
2 As se expresa Sarmiento en Segunda polmica literaria, cap. VI, (El Mercurio de 29 dejulio de 1842). Ver Sarmiento, 1950, I, p. 316.3 Vias, 1982, p. 14.4 Echeverra hace pblico su desagrado por los mtodos del Restaurador y lo simboliza como laanttesis de los principios de Mayo, del crecimiento de la nacin, la libertad y felicidad delpueblo. Aunados por estos criterios comienzan a escribir todos los jvenes de su generacin.
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opinin pblica o, lo que es lo mismo, de la opinin poltica. Es dentro de este marco
que Sarmiento literaturizar al caudillo haciendo de l un mito nacional, escribiendo
las biografas de Aldao, de Quiroga, de Pealoza, y eligiendo el gnero biogrfico por
considerarlo el ms adecuado a sus fines ejemplificadores e ilustradores. En varias
oportunidades har los elogios de este gnero que es operativo tanto para reflejar al pas
como para atraer al pblico lector e imponerle la aceptacin del mito del caudillo
brbaro que instalar con sus escritos.
1.1.2. Sarmiento vs. Alberdi: el camino hacia la polmica
Juan Bautista Alberdi participa activamente del grupo encabezado por
Echeverra en Buenos Aires. Sarmiento manda su adhesin desde el interior del pas, le
escribe al joven tucumano, y aunque no pueda estar presente en las sesiones del salnporteo, desde San Juan asiste a reuniones anlogas de un grupo de intelectuales
destacados de su provincia.5 La pertenencia a estos crculos pona de manifiesto un
compromiso con sus ideales polticos y aseguraba la notoriedad pblica necesaria para
todo hombre interesado en formar parte de la elite intelectual emergente.6 Si bien las
crticas contemporneas sealaban muchas divergencias de pensamiento y posiciones
polticas entre los concurrentes al saln de Marcos Sastre, las pautas de Echeverra
sirvieron para dar en ese entonces un marco doctrinario suficientemente amplio como
para albergar escritores que con los aos se fueron distanciando.7
Es el caso deSarmiento y Alberdi, protagonistas de una de las polmicas polticas ms importantes
del siglo.8
Slo ocho aos despus de la constitucin de la Asociacin de Mayo, el
sanjuanino publica su Facundo en Chile,9 y adquiere a travs de esta obra una gran
notoriedad. El Facundo es ledo y comentado ampliamente, y el binomio civilizacin y
barbarie se impone como la primera conceptualizacin sociolgica de la Nacin, hasta
5
Aos ms tarde se declara congnere de todos ellos y se encuentra con Echeverra, ya exiliadoen Montevideo, con el cual intercambia impresiones sobre la literatura y la poltica nacional.6 Ver Dominante, residual y emergente (Williams, 1980, cap. 8).7 Weinberg, 1958.8 Diana Sorensen (1998b) analiz esta polmica en forma pormenorizada.9 La obra que, en 1845, Sarmiento public completa con el ttulo de Civilizacion i barbarie.Vida de Facundo Quiroga, i aspecto fsico, costumbres i hbitos de la Repblica Argentinahaba sido difundida de mayo a junio de ese ao, como folletn y con el ttulo Facundo, en eldiario El Progreso de Santiago de Chile.
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de la Amrica entera. Es la primera gran interpretacin de la realidad nacional, ha sido
lograda por un joven escritor de provincias y es aceptada por los porteos, y tambin
fuera del pas. Su repercusin se extiende por Espaa, Francia y Norteamrica, donde se
lo lee y se lo elogia.
De este modo, Sarmiento se consagra como escritor y descubre en la biografa
un gnero muy apropiado tanto para fines didcticos como polticos. Valorado muy
particularmente por l, es tambin muy bien recibido por el pblico argentino y logra
que la figura del caudillo quede estampada en forma indeleble en el imaginario
colectivo. Sarmiento, que ya haba hecho una prctica del gnero (su biografa de
Aldao, anticipada tambin por entregas) y aos ms tarde publicara la del Chacho
Pealoza, expresa al respecto:
La biografa es, pues, el compendio de los hechos histricos ms al alcance de
un pueblo y de una instruccin ms directa y clara. Mucho trabajo cuesta comprender el
enlace de la multitud de acontecimientos que se desenvuelven a un mismo tiempo; pero
nada es ms fcil, ni hay cosa que excite mayor inters y mueva simpatas ms
ardientes, que la historia particular de un hombre a cuyo nacimiento asistimos,
siguindole en seguida a sus juegos infantiles [...].10
Luego de Caseros, Sarmiento ensaya una giro biogrfico en una obra compleja
desde la perspectiva de la teora de los gneros: la Campaa en el Ejrcito Grande,
donde describe la vida del general Urquiza con la clara intencin de mostrarlo como un
caudillo tan brbaro como todos, heredero de Rosas y an peor que l.11 El sanjuanino
haba actuado como boletinero oficial de la Campaa, y a un costado de Urquiza fue
registrando dificultades y errores de la poltica del General en un diario sobre cuya base
elabor un texto en el que se va definiendo un evidente enfrentamiento personal con el
entrerriano. As, el binomio civilizacin y barbarie vuelve a aparecer en estas pginas,
y como consecuencia de su publicacin, esta suerte de taxonoma sarmientina tan
extendida y aceptada pasar a ser cuestionada por Juan Bautista Alberdi, que se
10 De las biografas (Sarmiento, 2001a, I, p. 183).11 Se public con el ttulo de Campaa en el Ejrcito Grande Aliado de Sud Amrica(Sarmiento, 1852). Con el ttulo de Campaa en el Ejrcito Grande fue publicada por laUniversidad Nacional de Quilmes en 1997; en adelante, se citar por esta edicin.
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transformar en su principal detractor a partir de la publicacin de Campaa en el
Ejrcito Grande. 12
Movido por la irnica dedicatoria a su persona que Sarmiento incluye en este
nuevo texto, y considerando que el sanjuanino se haba excedido en las crticas al
vencedor de Rosas, el tucumano publica sus Cartas sobre la prensa y la poltica
militante en la Repblica Argentina (pronto conocidas como las Cartas quillotanas).13
As, dentro de una corriente crtica que ha enfocado a Sarmiento como adversario
poltico, Alberdi inaugura una nueva perspectiva: cuestiona su modelo de interpretacin
de la realidad sudamericana.14 En su dedicatoria, Sarmiento denuncia a Alberdi de tener
una posicin de aquiescencia frente al poder y, maniobrando paralelamente con
estrategias tpicas del discurso panfletario, desliza otras acusaciones: la de haber huido
como un cobarde en el sitio de Montevideo despus de haber inflamado los nimos consus escritos: Hblole de prensa de guerra, porque las palabras que se lanzan en la
primera, se hacen redondas al cruzar la atmsfera y las reciben en los campos de batalla
otros que los que las dirigieron; y contina: Y Ud. sabe, segn consta de los registros
de Montevideo, quin fue el primer desertor argentino de las murallas de defensa al
acercarse Oribe.15
El proceso de esta polmica es complejo. Comprende la sucesin de varios
hechos que se encadenan (adems de la publicacin de la Campaa) y van,
paulatinamente, distanciando a los autores, e incluye adems los mecanismos deautofiguracin que ambos vuelcan en sus textos.16
El 16 de agosto de 1852, Alberdi funda el Club de Valparaso, Club
Constitucional Argentino destinado a apoyar a las Bases como programa. All se
reprueba la revolucin portea del 11 de septiembre de ese ao y se critica a Sarmiento
12 Ver Los ardides de la disputa. Alberdi lee el Facundo (Sorensen, 1998b, pp. 91-108).13 Publicadas con el ttulo de Cartas sobre la prensa y la poltica militante en la RepblicaArgentina (Alberdi, 1853), se las conoce como Cartas quillotanaspor haber sido escritas en lalocalidad chilena de Quillota. Con ese ttulo se public la edicin por la cual se cita el texto en
adelante (Alberdi, 1957). Refirindose al Facundo dice Alberdi: Es la vida de un caudillo conpretensiones de ser explicacin terica del caudillaje argentino, teora incompleta, pues deja enblanco los caudillos de la prensa y de la tribuna que tan bien calific el padre Castaeda con elnombre de gauchi-polticos (ed. cit., p. 104).14 La famosa polmica ha sido analizada desde distintas perspectivas disciplinares (histricas,literarias, lingsticas) y desde diferentes marcos tericos. Entre las ms recientes: Cobas Carral,2003; Pagliai, 2005, pp. 9-32.15 Sarmiento, 1997, p. 119.16 Se toma este concepto de Jos Amcola (Amcola, 2007).
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por su carta de Yungay (13 de octubre) contra Urquiza. En respuesta, Sarmiento funda
el Club de Santiago, que se declara en contra del Pacto de San Nicols; y prosigue la
discusin desde los diarios, con artculos a favor y en contra del Pacto. Es en este
contexto que Sarmiento publica su Campaa el 12 de noviembre de 1852. En febrero
del 53, el abogado tucumano le contesta con sus Cartas sobre la prensa y la poltica
militante en la Repblica Argentina, y en marzo del mismo ao, le responde el
sanjuanino conLas ciento y una.17
Luego de este fuego cruzado, la dura rplica de Alberdi no se hace esperar en su
Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la Repblica Argentina.18
Sarmiento, a su vez, despus de ser aprobada la Constitucin que tiene como sustento
las Bases de Alberdi, da a conocer sus Comentarios adversos,19 y a esta publicacin,
Alberdi responde con los Estudios de la Constitucin Argentina de 1853.
20
1.1.2.1. El intertexto sarmientino (Facundo en la Campaa en el Ejrcito Grande)
La Campaa en el Ejrcito Grande de Sarmiento fue publicada con la irnica
dedicatoria: a mi querido Alberdi, que actuar como un disparador de la polmica
entre ambos:
Mi querido Alberdi: Consgrole a U. estas pginas, en que hallar detallado lo
que en abstracto le dije a mi llegada de Ro de Janeiro, en tres das de conferencias,cuyo resultado fue quedar U. de acuerdo conmigo, en la conveniencia de no mezclarnos
en este perodo de transicin pasajera, en que el caudillaje iba a agotarse en esfuerzos
intiles por prolongar un orden de cosas de hoy ms imposible en la Argentina.21
El texto servir de este modo para reestructurar el sistema ideolgico post-
Caseros, distinguiendo entre los que apoyan a Urquiza y los que nuevamente se
17 Sarmiento, 1852.18
Alberdi, 1853b.19 Sarmiento, D. F. Comentarios de la Constitucion de la Cofederacion Arjentina, connumerosos documentos ilustrativos del texto, Santiago de Chile, Imprenta de Julio Belin i Ca,1853.20 Alberdi, J. B. Estudios de la Constitucin de 1853 en que se restablece su mente alterada porcomentarios hostiles y se designan los antecedentes nacionales que han sido base de suformacin y deben serlo de su jurisprudencia, Valparaso, Imprenta del diario El Mercurio,1853.21 Ed. cit., p. 117.
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disponen a conformar la oposicin. Sarmiento lo expresa con claridad desde las
primeras lneas, en las que desliza la referencia irnica a la posicin semioficial en la
que se encontrara su antiguo camarada Juan Bautista Alberdi, responsable, de este
modo, de la ruptura de un supuesto acuerdo de no intervencin entre ambos escritores,
que habra sido violado.22
Con esta excusa, Sarmiento justifica la divulgacin de un documento ntimo
(Yo vi, yo o, yo hice), supuestamente impulsado por el deseo de rectificar la opinin
equivocada que tendran Alberdi y muchos otros ms sobre la figura del general
Urquiza, que como bien dice es objeto del inters de todos, el hombre de la poca, y
se las ingeniar para llevar a un primer plano la vida ntima de Urquiza en
Gauleguaych (sus costumbres, su familia, sus amores y sus propiedades) y su posterior
actuacin, tanto durante la campaa militar (su relacin con los soldados, los principiosde autoridad, legalidad y humanidad) como durante su nueva vida en Palermo.23 As, la
irrupcin del gnero biogrfico en una seccin de un texto hbrido que se presenta a su
vez como una vivencia testimonial, autobiogrfica, remite ex profeso al universo del
discurso del Facundo y a su modelo de interpretacin de la realidad nacional a partir de
una historia de vida en la que se conjuga e intenta equilibrar la actuacin del
protagonista histrico del momento, Urquiza, con la del propio escritor del diario de
campaa.
La reiteracin de alusiones (y hasta de menciones explcitas) que remiten aCivilizacin y Barbarie acompaa el discurso de la Campaa en el Ejrcito Grande a la
manera de un bajo continuo y reinstala una visin del pas que el autor considera
todava vigente siete aos despus.24 Pero ahora, sobre la base del pacto de lectura que
una obra exitosa ha establecido, la antinomia explicativa se vuelve ms abarcadora y se
subraya su presencia recalcitrante. Por otra parte, si bien desde el comienzo Sarmiento
busca la complicidad de un lector con el que se reencuentra, en la seccin titulada
22
En la Advertencia Sarmiento se defiende atacando nuevamente a Alberdi: A la distanciapuede decirse de los hechos que refiero lo que sin referirlos me deca un amigo: U. ha reidocon Urquiza, y su juicio por tanto est preocupado. Yo no le contest por cierto: U. ha recibidoun nombramiento de Urquiza, y ha adquirido por tanto el don de lenguas (ibidem, p. 119). Estacita refuerza el sentido personal y polmico de la divulgacin del diario.23Ibidem, p. 142.24 T. H. Donghi, en su prlogo de la Campaa en el Ejrcito Grande (Sarmiento, 1997, p. 48),sostiene que no utiliz Sarmiento esta anttesis que tan diestramente haba manejado en elpasado. Sin embargo, el anlisis pormenorizado del texto muestra lo contrario.
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Campaa que adopta el molde genrico de un diario se incrementa la
interrelacin con esa biografa de Facundo Quiroga que haba sido identificado con una
teora de la barbarie, y el procedimiento va sacando a la luz una idea que haba
empezado a funcionar en el subtexto: tambin Urquiza se inserta en esa genealoga.
A pesar de que se lo encubra en un principio, a lo largo del diario Sarmiento
vuelve a retomar el mismo tipo de planteo analtico que en su famosa biografa, pero
volcando ahora una nueva temtica en el molde ya probado. La novedad es el referente,
que se repartir entre Urquiza y su ejrcito, a pesar de que en un primer momento
haban sido apoyados por Sarmiento como los nicos instrumentos capaces de derrocar
la tirana de Rosas. Ellos son, ahora, los brbaros y salvajes, y para lograr esta
desviacin referencial, Sarmiento se basa en una detallada y cuidada ilacin de
documentos y ancdotas orales de testigos presenciales sobre las actitudes del general,paso a paso, desde su estancia en San Jos hasta su establecimiento en Palermo.
Si Rosas fue siempre para el autor el smbolo de la barbarie, Urquiza su
vencedor tendra que haberse instalado como el smbolo de la civilizacin. Sin
embargo, Sarmiento descubre, supuestamente por haberse encontrado en su cercana,
que Urquiza tambin es la barbarie (con otros matices, pero con la misma
sustancia).25
Contribuye a permitir el descubrimiento paulatino de esta nueva verdad la astuta
organizacin del gnero textual del diario, que permite que una desviacin referencialtan significativa pueda ser asumida progresivamente por el lector. La estructura misma
de la obra (slo en apariencia inconexa) combina extractos de cartas, notas y prrafos de
boletines alternando sus fechas con gran minuciosidad y con evidente intencionalidad.
Sarmiento imita las idas y venidas de un razonamiento atribulado por el desarrollo de
los sucesos, pero sus ideas se van trabando con perfecta claridad y unidad. As
enmascara el manejo de esa desviacin referencial presentndola como un proceso que
culmina en la metamorfosis que experimentara el general Urquiza con su entrada a
Buenos Aires. La nueva imagen de Urquiza surgir de los ejemplos de involucin en
25 Con esta necesidad, la de rectificar el error de sus opiniones anteriores ante todo el puebloargentino que sigue sus lecturas a la par del desarrollo de los hecho polticos del pas, se suponeque publica su obra. Retomando las ideas de la Generacin del 37, en cuanto a la funcin socialdel escritor frente a la actualidad poltica, Sarmiento propone su texto como una herramientapara la comprensin del pueblo. Tambin con esta finalidad didctica incluye la carta delGeneral Paz donde habla del escritor como orientador y modelador de la opinin pblica.
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su carcter y en sus obras que nos muestra la Campaa, y a partir de ellos se lo
asimilar a la raigambre rosista, a la barbarie por excelencia. El modelo ya
instalado de la antinomia rige la escritura de Sarmiento, y conduce la interpretacin del
lector transportndolo al mundo del Facundo y a su sistema de valores.
1.1.2.2. Civilizacin, primer trmino de la dicotoma
Al observar la expresa mencin de los dos polos de la antinomia conforme se
van sucediendo en el texto de la Campaa se registran doce presencias, tanto del
trmino civilizacin y sus derivados como de su alusin implcita. Las primeras
pertenecen a un extracto del diarioLa Crnica de Santiago de Chile de 1849 en los que
Sarmiento se describe a s mismo, en relacin con su labor como periodista, consagrado
a una misin civilizadora y conocedor del mundo civilizado. Es el primer planteo sobreun tema que no quiere que se pierda de vista y en donde ya posiciona su yo en el
campo de la civilizacin.26 Luego el trmino califica a Buenos Aires como la ciudad
ms avanzada de Amrica antes de Rosas. Tambin es un extracto deLa Crnica pero
del ao 1850 y remite a tpicos del Facundo: el pasado culto de Buenos Aires, antes del
gobierno del caudillo:
Hay ms todava: es opinin comn en Amrica y en Chile mismo, que en 1831,
cuando principi a gobernar Rosas, Buenos Aires era la ciudad ms culta de la Amrica
del Sur, y la ms avanzada en instituciones europeas y civilizadas [...] 27
El concepto reaparece metafricamente en el contexto de los bocetos que hace
Sarmiento de los pueblos que va conociendo en su viaje con el ejrcito. Describe con
tono exaltado una presunta recepcin calurosa que le hace el pueblo de Rosario por el
26 Conspirar, en fin, por los esfuerzos perseverantes de una vida sin tacha, consagrada a losintereses de la civilizacin, del engrandecimiento y prosperidad de la Amrica, y muyparticularmente, Exm. Sr., de la Repblica Argentina, mi patria; pues que no he renunciado al
ttulo de argentino, y como a tal mi derecho imprescriptible de tomar parte en todos sus actos,como ciudadano que soy de ella [...] (Sarmiento, 1997, p. 60); Y es de extraar Exm. Seor,que despus de haber recorrido el mundo civilizado y atravesado veintin Estados de los queforman la libre cuanto poderosa Federacin Norte-Americana del Norte, no sienta sino el msprofundo desprecio por el gobierno de Buenos Aires, que apoderado de la direccin suprema dela Repblica, no ha sabido producir en veinte aos sino guerras interminables en el exterior,ruina, despoblacin y miseria en el interior? (Ibidem, p. 64). En adelante los destacados ennegrita son mos.27Ibidem, p. 65.
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hecho de acercarles una imprenta, y aqu Sarmiento no pierde la oportunidad de destacar
el poder de esta herramienta para una poltica de civilizacin y progreso como la que
suea. 28 La asocia a la importancia de la educacin, de su obra Educacin Populary de
la nueva era que se inicia para el pas. Y utiliza este episodio para confrontarlo luego
con la actitud de Urquiza, que no slo le ordena en determinado momento dejar de
transportar la imprenta, sino que no le dar a sus boletines la relevancia que l considera
necesaria.
Hay un trabajo literario intencional en el tratamiento de un tema tan vinculado
con la figura del escritor-periodista del siglo XIX y con su afn educador y civilizador.29 La imagen de la imprenta se convierte en una metfora de la civilizacin. Pensada
como una ayuda fundamental para la difusin de la cultura en las masas populares,
Sarmiento la presenta con esta connotacin a lo largo del viaje que realiza el ejrcitohacia Buenos Aires. Los avatares que sufre la imprenta son las mismas dificultades que
tiene la civilizacin para abrirse paso en la Repblica. Los soldados que leen los
boletines simbolizan al pueblo que quiere instruirse. El desinters del general Urquiza
por ella va en paralelo con la evolucin que se describe en el personaje: primero encarga
su compra pero no facilitar ninguna carreta para su transporte, luego no se interesa
prcticamente por los boletines, y finalmente ordenar a Sarmiento que la abandone
porque atrasa la marcha del ejrcito (pero permite, en cambio, que el padre de la
Dolores s lleve carretas con mercadera). El remate es el mismo que le da a su relacincon el escritor: a Urquiza no le parece que la prensa haya logrado nada en su batalla
contra Rosas.
En la reaparicin siguiente se refiere a Pedro II.30 Sarmiento contrasta, frente al
desinters y la ignorancia del general que no lee nada de lo que Sarmiento le enva, el
28 No pudiendo ahora ni ms tarde expresar de otro modo mi gratitud a los habitantes delRosario, lo hago por este medio para que mi nombre se asocie al recuerdo del da ms feliz paraun pueblo civilizado, y es aquel en que se erigi la PRIMERA IMPRENTA, y sus millares de
lenguas llevaron a todas partes la fama del acto de herosmo con que los habitantes se alzabancontra sus tiranos (ibidem, p. 95).29 Aqu hay tambin un eco de las ideas de Echeverra, quien sostena que haba que publicarpara el pueblo y acercar la literatura a las masas populares.30 Poetas, historiadores, publicistas, bigrafos argentinos que han sido en estos ltimos aos lamateria predilecta del solaz y del estudio del Emperador, que empez a ver desde un nuevopunto de vista a este pueblo joven como l, y como l luchando con las contrariedades de unanaturaleza virgen donde las malezas amenazan sofocar a cada momento el rbol implantado dela civilizacin (Sarmiento, 1997, p. 126).
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inters intelectual del joven emperador que tanto se ha ocupado de examinar la carta
geogrfica de nuestro pas como de conocer a los hombres que en ella figuraban.
Tambin emplea el trmino para aludir a la resistencia heroica al sitio impuesto por
Rosas a Montevideo durante 9 aos. 31
Por otra parte, al referirse a su primera visin personal del mbito geogrfico
pampeano, no puede dejar de retomar la conocida tesis del Facundo: las enormes
extensiones desiertas de la pampa son las que engendran a los gauchos y sus hbitos
contrarios a la civilizacin. La recuperacin de la geografa implica tambin la
recuperacin concatenada de los hbitos de sus pobladores, de acuerdo con la lgica
determinista que imperaba en la poca; por lo tanto, al reencontrarse con el tpico de la
pampa insiste una vez ms en los caracteres que engendra.32
El lexema se asocia tambin a su imagen del general Paz, a quien toma comoparadigma del militar para oponerlo indirectamente a la figura de Urquiza, a quien
designar ms adelante como provinciano educado por Ramrez y Artigas. Se trata de
otra recuperacin del Facundo, donde el general Paz ya haba sido descripto como el
militar a la europea con conocimientos estratgicos y cientficos, es decir, como el
modelo a imitar. 33
Tampoco poda faltar la civilizacin como entidad personificada que puede
servirse de sus escritos indiscretos, en tanto no vacila en denunciar las ambiciones de
Urquiza cuando ya la distancia entre ambos es insalvable y l se aleja de su lado paravolver al exilio pasando por Brasil. Adems, alude aqu irnicamente a Alberdi como
constitucionero y como sostenedor de una poltica pragmtica despus de la batalla de
Caseros. Tanto con la desvalorizacin implcita de una obra que l mismo haba
encomiado antes pblicamente como con la alusin a diferencias polticas de peso,
31 Esa administracin tuvo que improvisar (Lamas era el jefe de polica) con materialestomados donde los encontraba, por la ley del peligro supremo, las dbiles murallas destinadas aguardar, en pocas cuadras de terreno, todas las esperanzas de la repblica, todas las de lacivilizacin y de la humanidad en el Ro de la Plata (ibidem, p. 129).32
Parme un rato a contemplarla, me hubiera quitado el quep para hacerla el saludo derespeto, si no fuera necesario primero conquistarla, someterla a la punta de la espada, estaPampa rebelde, que hace cuarenta aos lanza jinetes a desmoronar, bajo el pie de sus caballos,las instituciones civilizadas de las ciudades (ibidem, p. 167).33 Encontrme en el Montevideo con el viejo soldado de la Independencia, el Generalestratgico, el brazo que se ha alzado en veinte aos a parar los golpes dirigidos a la libertadargentina, el salvador de Montevideo, el maestro, en fin, que ense a la parte civilizada de laRepblica Argentina a pararse firme ante el caudillaje y dejar con eso slo en descubierto suarrogante impotencia (ibidem, p. 255).
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Sarmiento va preparando el camino hacia esa ruptura definitiva que se expresar en las
Cartas quillotanas de Alberdi y la respuesta de Sarmiento enLas ciento y una.34
Interesa particularmente observar cmo, cuando Sarmiento define expresamente
su posicin poltica, actualiza y reformula el binomio para enmarcarla:
Para m la guerra posible (y deseada! si ese cliz no puede apartarse de nuestra
infeliz Patria!) es una guerra de libertad por un lado, y de caudillaje por otro, de
estrategia y de ciencia militar de un lado, y de bandalaje [sic] y alzamiento compulsivo
de campaas por otro; de ejrcito de lnea regular por un lado y de milicias de chirip
colorado por otro; de civilizacin en los medios de un lado, y de barbarie en los fines
por otro; de un pueblo que se defiende, y de un caudillaje que ataca; de la justicia en los
motivos de uno, y de las preocupaciones del otro; y guerra tan premiosa, tan
significativa, tan concluyente, vale la pena de desearla, aunque el patriotismo impongael deber de estorbarla si es posible. 35
Por ltimo, en el final de la Campaa enuncia lo que considera una
imposibilidad histrica para el futuro de Urquiza: no ser jefe de la Repblica; y
discurre sobre la impureza y la falsedad del concepto de civilizacin que han utilizado
quienes lo siguen para justificar su apoyo. sta es la segunda correccin que Sarmiento
quiere instalar en la sociedad: por un lado, ha publicado una retractacin (la
rectificacin del juicio sobre Urquiza que hasta l mismo haba llegado a concebir porequivocacin), y por otro, asegura que Urquiza y sus seguidores sostienen de manera
consciente y alevosa, segn l un concepto de civilizacin errado.36 Alude as a los
que apoyaron lo que se defini como la poltica prctica, con Alberdi a la cabeza, a
quien Sarmiento execra explcitamente en esta obra.
1.1.2.3. Barbarie, segundo trmino de la dicotoma:
34 De paso la Repblica, la moral, la civilizacin, y hasta los constitucioneros, como dira elgeneral Urquiza, han de, lo espero, recoger algo de las indiscreciones del ambicioso, que nosabe jota de poltica prctica (ibidem, p. 260).35Ibidem, p. 302.36 Ser Urquiza, en despecho de los que en nmero de quince o veinte, trnsfugas de la difcilpero gloriosa causa de la civilizacin, tratan de dar apariencias civilizadas y morales a aquelresto impuro de nuestros desaciertos pasados (ibidem, p. 306).
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epteto salvajes unitarios y la cinta colorada (prcticas y smbolos de una poca
abominable).39 La recuperacin del epteto paradigmtico le permite caracterizar a
Rosas como brbaro atrabiliario y asociar el calificativo a quien lo resucita en el
presente:
y al gobierno de Buenos Aires y al redactor del Boletn mismo insinules el
general Urquiza el nombre de salvajes unitarios! [...] Quin a quin dice salvaje
unitario, epteto inventado para encubrir su rusticidad un brbaro atrabiliario?40
En la Advertencia, satiriza la gestin de Urquiza luego de su victoria en
Caseros describindola como la marcha de un carro triunfal que va demasiado rpido y
no cuenta con todos los tornillos necesarios para avanzar con seguridad, y frente al
riesgo de tumbarse dice:
Qu brbaro! Qu costalada va a darse!41
Luego asocia el lexema a la desprolijidad y a la vestimenta campesina de las
tropas de Rosas y emblematiza as la barbarie en una marca cultural que le permite
extender despus una calificacin despectiva implcita a las tropas entrerrianas y
correntinas que visten de la misma manera.42 Despus, por medio de una descripcin de
la infantera de Mansilla extiende su descalificacin a todo ejrcito que desconoce las
armas de fuego y se maneja fundamentalmente con el cuchillo.43
39 Bastaba que el entrecejo de algn brbaro se frunciese para hacer rodar la cabeza del quepiensa, como no piensan los que no se tomaron nunca el trabajo de coordinar dos ideas(ibidem, p. 104).40
Ibidem, p. 106.41 Observar que el uso del adjetivo brbaro que hace Sarmiento corresponde a la acepcin dearrojado, temerario; no se trata del uso coloquial corriente en el espaol actual no slo enArgentina (ibidem, p. 120).42 De cuntos actos de barbarie inaudita habran sido ejecutores estos soldados que venantendidos de medio lado, vestidos de rojo, chirip, gorro y envueltos en sus largos ponchos depao? (ibidem, p. 37).43 Cuento estos detalles para mostrar la miseria de nuestros medios de guerra y la impericia delos brbarospara el uso del can (ibidem, p. 155).
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Ms adelante tambin califica de brbaros a la multitud rosarina que lo recibe
exaltada y le pide unas palabras.44 Usa Sarmiento este pasaje para subrayar su
inocencia en las derivaciones posteriores que luego tiene este episodio: asegura que
no quiso responder a esta efusividad para no suscitar las envidias del general.
Justamente, ste es el origen de sus problemas con Urquiza, pues a partir del incidente
surge la irnica respuesta del general respecto de la influencia de la prensa en el nimo
de Rosas. Este disgusto profundiza las diferencias que impulsan la separacin definitiva
entre el militar y el escritor, y Sarmiento transcribe el parte que recibe de Urquiza en su
Ad memorandum para darle ms verosimilitud y agresividad a las palabras del
general, quien manda comunicarle que hace muchos aos que las prensas chillan en
Chile y en otras partes, y que hasta ahora D. Juan Manuel de Rosas no se ha asustado;
que antes al contrario cada da estaba ms fuerte.
45
Este tema ser retomado porAlberdi en la polmica posterior.
El trmino reaparece para acusar la desorganizacin del Ejrcito Grande (que no
tiene ni jefe de da, ronda, rondn, patrullas, ni avanzadas, que no haba orden del da,
ni Estado General, [...] ni oficial ninguno de Estado Mayor). Con su inventario de
detalles acerca de fallas y rusticidades, Sarmiento incrementa la efectividad literaria de
su comparacin con los otros dos ejrcitos aliados, de organizacin europea.46 En esta
lnea, tampoco se olvida de registrar ningn detalle de primitivismo blico ni de
compararlo con los procedimientos anlogos de Rosas.47
El concepto se asocia despus al retomar tpicos del Facundo: el retraso de los
mtodos de explotacin rural, el desinters por la agricultura y la nefasta accin de
Rosas en Buenos Aires como hacendado.48 El tpico de las campaas pastoras le
44 Brbaros! Me deca yo a estos gritos a que responda la multitud con descargas cerradas devivas, me estn asesinando! me van a sofocar con sus abrazos! (ibidem, p. 170).45Ibidem,p. 97.46 Este lujo inaudito de barbarie y de desorden se haca en presencia de brasileros y orientales,que en sus campos respectivos estaban en regla (ibidem, p. 181).47
Rosas haba agrandado el tamao de las mochilas a punto de hacer de ellas un verdaderotercio, como haba alargado la lanza de media vara, y aumentando la capacidad de la cananapara aadirle un paquete; porque estos brbaros presuntuosos a la par que ignorantes estncreyendo que este arte de la guerra que desde los tiempos de Jenofonte, Alejandro, Csar,Federico y Napolen se viene perfeccionando por el genio y la ciencia, lo inventaron ellosviolando las leyes de la dinmica, o los resultados de la experiencia de siglos (ibidem, p. 189).48 Qu barbarie en la explotacin de la propiedad rural! Sin exageracin ninguna la campaade Buenos Aires es el pas ms atrasado de la tierra, si no se le compara con las otras provinciaspastoras (ibidem, p. 201).
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permite insistir en las cualidades que asocian a todos los caudillos: Que son Rosas,
Quiroga y Urquiza? Apacentadores de vacas, nada ms.49 En Gualeguaych se haba
referido a otra faceta del problema: el escaso desarrollo agrcola de los campos de
Urquiza,50 quien no vacilaba en obligar a todos los pobladores a abandonar los cultivos
listos para la cosecha con el fin de incorporarse a las tropas.
Se demora luego en el degello por la nuca de Santa Coloma, ordenado por
Urquiza. As, aunque reconoce que en su momento aprob el castigo del mazorquero,
insiste en destacar la persistencia de estas prcticas brbaras;51 oportunidad que
tampoco desperdicia cuando describe los ahorcamientos ordenados por Urquiza en la
entrada de Palermo.52
Sarmiento ve en las deficientes comunicaciones entre las provincias la causa de
la secesin de Buenos Aires (los gobernadores no reciben la convocatoria de Urquiza alas Juntas porque la invitacin llega tarde) y utiliza otra manifestacin de rusticidad para
marcar la distancia entre sus proyectos civilizadores y el accionar de Urquiza.53 En otra
ocurrencia del lexema, la eficacia retrica de Sarmiento crea un oxmoron irnico para
referirse a una artimaa poltica del caudillo entrerriano: porque hasta esta exquisita
barbarie tena el General; escamotear un diputado ms a Buenos Aires, ponindoles un
provinciano.54
49
Ibidem, p. 248.50 La horticultura est muy desenvuelta, es decir relativamente a aquella barbarie inaudita delas campaas pastoras (ibidem, p. 211).51 No abusar de mi posicin actual para afear este acto, de que gust en ese momento cunirregular era porque era una satisfaccin dada a la vindicta pblica, castigando a uno de losfamosos mazorqueros, que haban espantado a la humanidad con refinamientos de barbarieinaudita (ibidem, p. 219).52 Palermo es un monumento de nuestra barbarie y de la tirana del tirano, tirano consigomismo, tirano con la naturaleza, tirano con sus semejantes (ibidem, p. 222).53 En conversacin confidencial con Alsina le indiqu el deseo que tena de ser administradorde correos, para secuestrarme de la poltica y empezar a desarrollar un sistema decomunicaciones con las provincias que, ligando el vapor de Europa con el correo de Chile,terminase con el establecimiento de la posta diaria por la aplicacin del penny-postage, la de
diligencias a Mendoza, y por fin la de casas de posta fuertes que atravesasen la Pampa,contuviesen a los brbaros, fuesen hoteles, y posadas para emigrantes a pie, y un vnculo deeslabones de edificios y habitaciones, para estrechar las relaciones de la provincias entre s(ibidem, p. 249).54 Jernimo Costa con la guardia ciudadana; los otros coroneles con milicias de campaa;Baldomero con una vacante in partibus; Anchorena en el consejo de Estado, que no era ruedanecesaria; Lahite al Congreso, y Carril, un sanjuanino, de adltere; porque hasta esta exquisitabarbarie tena el General; escamotear un diputado ms a Buenos Aires, ponindoles unprovinciano (ibidem, p. 288).
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Pero adquieren especial significacin, en relacin con la reinstalacin del
segundo trmino de su famosa antinomia, las conexiones intertextuales expresas que
hace Sarmiento con su emblemtico texto de 1845. La primera mencin se lee en una
carta dirigida a Mitre e incluida en el prlogo del Complemento, en donde habla de
cmo los intereses literarios del Emperador lo introducen favorablemente (segn
Sarmiento Pedro II haba ledo el Facundo y eso le haba abierto las puertas en Brasil).55
Tambin explicita con claridad el grado de conexin en el interior del intertexto
sarmientino, apelando al lector para que interprete, en los trminos del 45, el texto
presente: Quien haya ledo en Civilizacin y Barbarie lo que sobre la cinta colorada he
escrito, podr formarse idea de la extraeza, de la preocupacin en que me echaba esta
persistencia en seguir las prcticas de Rosas.56 De este modo busca la complicidad con
el lector como cuando se comenta el paralelo que comienzan a establecer los pobladoresde Buenos Aires entre Urquiza y Rosas.57
Por otra parte, Sarmiento se ha encontrado frente a frente por primera vez con la
realidad geogrfica que, no obstante, haba descripto magistralmente en la obra que para
muchos crticos es la autntica pieza inaugural de una literatura argentina:
A caballo, en la orilla del Paran, viendo desplegarse ante mis ojos en
ondulaciones suaves pero infinitas hasta perderse en el horizonte, la Pampa, que haba
descrito en el Facundo, sentida, por intuicin, pues la vea por la primera vez en mi
vida!58
Pero sobre todo, como se ha dicho, se busca reinstalar un modelo explicativo que se
inscribe en el marco del determinismo filosfico de la poca.
Finalmente, es el propio Sarmiento quien explicita su intencionalidad en el
Eplogo destacando el carcter unitario del conjunto de sus obras:
55 [...] y por lo que a m respecta, habame introducido favorablemente Civilizacin y Barbarie,
hace tiempo, con la primera edicin, habindose procurado despus Sud Amrica (ibidem, p.109).56Ibidem, p. 123.57 Dice refirindose a los porteos: Recuerdan que Rosas se tomaba estas libertades groseras[...] Y de estos incidentes insignificantes las analogas y las asociaciones de ideas empiezan adespertarse. La corte de Palermo como antes, el chaleco y la cinta como antes, los salvajesunitarios como antes, las matanzas de hombres en los alrededores como antes ( ibidem, p. 228).Los destacados son de Sarmiento.58Ibidem, p. 167
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Si la libertad argentina sucumbe, es decir, si el caudillaje triunfa de nuevo,
habr sucumbido yo tambin con los mos y el mismo polvo cubrir Civilizacin y
Barbarie, Crnica, Argirpolis, Sud Amrica y Campaa del Ejrcito Grande, que son
slo captulos de un mismo libro.59
1.1.2.4. El general Urquiza, Don yo y los porteos60
Si bien la evocacin de Rosas retrotrae al lector al Facundo y a su sistema de
interpretacin de la realidad nacional, Sarmiento parecera querer probar al comienzo
que esa figura emblemtica remite a un grado de barbarie que no ha sido superado an,
y que Urquiza representa una barbarie de otro tipo, aunque de la misma especie del
Restaurador, a quien sucede. Sin embargo, por obra del discurso de la Campaa, el
general Urquiza va sufriendo un proceso de barbarizacin, va asemejndose
paulatinamente a Rosas hasta superarlo, y esta metamorfosis se va detallando en el
texto. El proceso de barbarizacin, pormenorizado hasta en sus ms mnimos
aspectos, pareciera ser la estrategia ms clara y contundente de captacin del pblico
porteo. Sobre todo, las miras polticas de Sarmiento no pierden nunca de vista al sector
poltico emergente y para estos espectadores se representa un juego teatral que,
habiendo definido ya a un enemigo, da a conocer al antagonista por excelencia, que ser
l mismo; el pueblo porteo funcionar entonces como un tercer personaje espectador
de este duelo, que en varias oportunidades opinar con voz propia coincidiendo con los
juicios del autor.
De esta manera tambin apela al lector para que asuma la posicin del pueblo
porteo identificndose con su proceso de asociacin de ideas, como cuando dice
refirindose a los porteos:
Recuerdan que Rosas se tomaba estas libertades groseras [...] Y de estos
incidentes insignificantes las analogas y las asociaciones de ideas empiezan a
despertarse. La corte de Palermo como antes, el chaleco y la cinta como antes, los
59Ibidem, p. 306.60 Enrique Anderson Imbert discurre sobre el origen de este conocido apodo con que se referana Sarmiento muchos de sus contemporneos; entre ellos, Alberdi, Hernndez y otros adversarios(Anderson Imbert, 1954).
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salvajes unitarios como antes, las matanzas de hombres en los alrededores como
antes.61
Como se ha dicho, la comparacin con Rosas y sus mtodos se va a sostener en
adelante sobre la base de tres marcadores emblemticos: el empleo del degello, la
imposicin de la cinta colorada y la revitalizacin del epteto salvajes unitarios.
Respecto del degello dice Sarmiento que Urquiza es el ltimo caudillo que usa el
degello como sistema.62 Los degellos indiscriminados que tanto haban espantado a la
sociedad portea son vistos en este caso con un carcter ms negativo: primero, porque
no son coherentes, a algunos se los degella mientras otros pasean tranquilamente por
las calles de Buenos Aires, lo cual desorienta a los porteos,63 y segundo, por la
exposicin pblica de los cadveres que quedan en Palermo.64 Respecto de la cinta
colorada, despus de mencionarla como la causa de su nuevo exilio al Brasil,65 inserta
este motivo en una extensa progresin que se remonta a su ya clebre Facundo,66 y
culmina cuando el general reacciona contra la renuencia de los porteos a reinstalar su
uso.67 Sobre la revitalizacin del calificativo salvajes unitarios, uno de los captulos
del libro lleva este ttulo y cuenta cmo Urquiza le pide que llame a Rosas con ese
epteto. Pero a partir de esta incitacin, la aplicacin del epteto se va extendiendo y a su
vez acotando a su blanco original. Urquiza llama salvaje unitario a Sarmiento
61 Sarmiento, 1997, p. 228.62 El general Urquiza ha proscrito despus su medio de compulsin (ibidem, p. 163).63Ibidem, p. 227.64 Urquiza manda colgar los cuerpos en el jardn de la casa de Rosas y las seoras de la ciudadexclaman: En tiempos de Rosas no nos han colgado cadveres en la va pblica! ( ibidem, p.234).65 [...] siendo mi intencin decidida no suscribir a la insinuacin amenazante de llevar uncintillo colorado por repugnar a mis convicciones (ibidem, p. 100). El destacado es deSarmiento.66 Quien haya ledo en Civilizacin y Barbarie lo que sobre la cinta colorada he escrito, podrformarse idea de la extraeza, de la preocupacin en que me echaba esta persistencia en seguirlas prcticas de Rosas (ibidem, p. 123). Sarmiento detalla que despus de las primeras
entrevistas que ha tenido con Urquiza se le ha comentado que su falta de cinta colorada habasido notada, que despus recibe una intimacin para ponrsela y ms adelante aparecen lasquejas del propio general porque la gente de Buenos Aires no quiere llevarla puesta: Aquencuentro que nadie quiere ponerse la cinta colorada (ibidem, p. 226). El destacado es deSarmiento.67 [...] la insistencia sobre la cinta va hacindose ms exigente (ibidem, p. 227) hasta que sellega a la amenaza violenta: dando orden [...] de colgarlo de un pie en un rbol en el patio sivolva a presentarse sin cinta dirigida a un comandante que no quiere obedecer a Urquiza(ibidem, p. 233).
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repetidas veces; por extensin, a todos los escritores del exilio; luego a Paunero, Aquino
y Pacheco, que comienzan a sentir cierta discriminacin (dice Sarmiento que no les dan
caballos para marchar); a Ascasubi y finalmente a los porteos en general. La
discriminacin no corresponde a la nueva situacin que sucede a la derrota de Rosas.
Sarmiento se anticipa a los resultados sealando la supervivencia de las ideas de estos
antiguos caudillejos como la semilla que contina con el mal de la Repblica, lo que
haca ms desastrosa esta recada en las necedades ridculas y ya gastadas de Rosas.68
En el juego teatral en el que se ha instalado un antagonista (de la barbarie)-
protagonista (de la accin), la pintura del enemigo desliza un complejo sistema
discursivo hacia el gnero biogrfico. Hay un personaje protagnico que se impone en
la prctica de una escritura del yo, y aunque la Campaa no sea una autobiografa
stricto sensu, Sarmiento incluye tantas referencias a su persona que por momentos suobra transcurre por las fronteras del gnero. Pero particularmente, esa estrategia
discursiva pareciera intentar despertar un sentimiento de identificacin personal con ese
pblico porteo al que Sarmiento aspira a conquistar. Anderson Imbert ha propuesto un
rescate de esa modalidad autobiogrfica:
De Sarmiento sabemos, ante todo, lo que l mismo nos ha contado. Fue hombre
de accin, pero tan locuaz que sus escritos, siendo siempre actos polticos, tienen un
peculiar tono autobiogrfico. Y en el modo con que nos cuenta su vida est la clave de
su obra: le rebosa el sentimiento de ser algo ms que un individuo, de ser nada menos
que una fuerza histrica. Tanto insisti en el valor de su personalidad y en el sentido
misional de su conducta que el vulgo lo llamaba Don Yo. Pero la egolatra de Sarmiento
tema favorito de coleccionistas de ancdotas es slo una vista exterior, superficial de
esa ntima plenitud con que viva. Es a su yo apasionado al que deberamos asomarnos
para comprender su mensaje.69
Sin duda, el personaje real es tan rico y complejo que no puede reducirse
limitndolo a una sola mirada. Tampoco a la de Alberdi, que aportar la suya cuando
descalifica la veracidad histrica del diario de campaa subrayando que no se trata de la
68Ibidem, p. 185.69 Anderson Imbert, 1967, p. 56.
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Campaa delEjrcito Grande sino de la Campaa en el Ejrcito Grande (es decir, la
campaa del propio Sarmiento):
Su campaa personal, en vez de ser un diario de las marchas del ejrcito, es la
historia psicolgica de sus impresiones de emulacin contra su general en jefe; la
historia de su desacuerdo con el general Urquiza, [...] que usted mismo revela ser fruto
de sus decepciones de aspiracin y de amor propio.70
La primera aparicin de Urquiza lleva su firma: es la carta que le enva a
Sarmiento incluida dentro de la primera parte de la Campaa (en la seccin denominada
Ad Memorandum). Urquiza destaca all la accin del sanjuanino como escritor y lo
insta a continuar en ese camino.71 En carta de Albarracn, se analiza la oferta de
acercarse al escenario de los sucesos que le manda el general.72 El distanciamiento
progresivo de las dos figuras ir de la mano de la descripcin del camino de
barbarizacin de Urquiza y esa metamorfosis se presenta acompaada por el cambio
de opinin que Urquiza va manifestando sobre el rol de Sarmiento como periodista en
su ejrcito. Abre este proceso la escena en la que el general acoge con reticencias a
Sarmiento, sin darle un lugar destacado en sus tropas (como l esperaba), y sigue ms
tarde con una invitacin no demasiado entusiasta para trabajar como boletinero del
ejrcito, a la que se sumar un serie de contratiempos: la orden de comprar una
imprenta, encargada a ltimo momento y en Montevideo (donde resulta muy difcil
encontrar un instrumento de esas caractersticas luego de los largos aos de sitio que
sufri la ciudad), y el accidentado viaje de la imprenta (es dificultoso conseguir un
medio para transportarla porque es muy pesada), que culmina con la orden de Urquiza
de abandonarla, desobedecida por Sarmiento. El escritor pasa entonces a analizar la
influencia que este tipo de boletines ejercen en el ejrcito. Describe cmo los soldados
se renen a leer sus escritos, y es en relacin con este tema que se desarrolla el episodio
de Rosario, donde Sarmiento es recibido con jbilo por las gentes del lugar, que le piden
unas palabras. El resultado es el mensaje demoledor que Urquiza le enva por
intermedio de su secretario, en donde desestima de manera categrica la influencia de
70 Alberdi, 1957, p. 34.71 Sarmiento, 1997, p. 74.72Ibidem, p.75.
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los peridicos en la vida poltica.73 Lo que define como ya se analiz la ruptura de la
relacin entre ambos. A partir de este episodio, sus encuentros se hacen ms espaciados
y las diferencias de criterio son ya sustanciales e insalvables.74
Todas las referencias a Urquiza, en las que Sarmiento asimila su punto de vista
al de los porteos, subrayan la imposibilidad de un entendimiento entre Urquiza y la
sociedad del Plata, destacando su primitivismo en relacin con la modernidad y finura
de la vida urbana (se insiste incluso en detalles sobre su vestimenta, que alterna la
usanza ordinaria y paisana con un ropaje sobrecargado y ostentoso), y se muestra el
contraste con la elegancia portea y el inevitable rechazo que, frente al mal gusto del
general, enfra los saludos cuando l pasea por la ciudad. Sus modos equvocos, que
provocan que la gente lo apode el loco Urquiza (curiosamente, el calificativo coincide
con el que le adjudicarn tambin a Sarmiento sus propios opositores), ocasionan, comoconsecuencia, la desconfianza de los pobladores de Buenos Aires. As, se presenta el
germen de un rechazo creciente que acarrear como resultado la revolucin del 11 de
septiembre de 1852.
En el universo de este discurso, la instalacin de Urquiza en Palermo lo
barbariza indefectiblemente, y operada la metamorfosis, la situacin de Sarmiento se
vuelve insostenible y sin otro recurso que la fuga (el texto alude a una supuesta
73
Ibidem, p. 97.74 En el anlisis que Sarmiento hace del carcter de Urquiza subraya episodios en que semuestra: la habilidad para engaar del general, sus deseos de ser adulado permanentemente, eldesenfreno y la violencia de su trato (con la presencia de su perro Purvis). Respecto de su vidaamorosa, muestra que Urquiza practica el concubinaje y dice que lo establece como sistemaprovincial y que tiene un harem con varias favoritas que lleva hasta Palermo y cuyos hijosnaturales cumplen all un papel muy importante. Sarmiento elegir permanentemente, comofiguras gravitantes, a la Dolores (una de las amantes ms conocidas) y a su padre; cuenta que elpadre de la Dolores goza de ciertos privilegios, como llevar carretas con barricas de harina,mientras que a l se le niega el transporte de la imprenta con la excusa de apurar la marcha. Otrafalta de la que le acusa es la de utilizar el robo como hostilidad de guerra, sostener el desorden ypropinar castigos exagerados que evidencian una crueldad extrema y se explican segnSarmiento por su calidad de acaudalado terrateniente (otra de las semejanzas con Rosas).
Tambin hablar Sarmiento del poder y de la autoridad que ejerce sobre los hombres en quienesinfunde miedo, como se aprecia en el pasaje del cruce del ro Paran, cuando los soldados seretrasan como resultado de la fascinacin mgica de la presencia del general. Ms adelantedescribe su falta de educacin al no saludar como corresponde segn el rango, y su falta deestudios acadmicos (comenta que la gente confunde su formacin con la de su hijo Digenes).Hace hincapi en su embarazo al hablar en pblico y en su codicia de gloria personal, que lolleva a conspirar para oscurecer a los aliados, grandes defectos para la puesta en marcha de ungobierno constitucional y ordenado. Tambin subraya su pedido indiscriminado de fondos y susimpertinencias de aldeano cuando dice siempre lo que la gente educada sabe que no debe decir.
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amenaza de muerte sobre su persona). Los exabruptos reiterados de Urquiza lo han
llevado a decir en momentos de exaltacin: dgale a su gobierno que fusile unos
cuantos doctores,75 y Sarmiento imagina que en circunstancias semejantes le ha
bromeado a Benavides: dgale a Benavides que lo fusile si va Me parece que oigo la
voz, que veo la guiada del ojo, y la risita con que acompaa estas bromas.76
Se citan adems las opiniones de la gente de Buenos Aires que tampoco deja de
apreciar la semejanza de Urquiza con Rosas. Segn Sarmiento, algunos lo llaman
segundo tomo de Rosas;77 Hornos se pregunta, cuando ve desenvolverse la poltica
de cintajos y caudillejos en Palermo: Qu ha credo, que hemos venido a servirle de
banco para sentarse en la silla de Rosas?78 Ms adelante cita al vicealmirante Venancio
Lpez, que expresa: yo creo que no ha hecho ms que sustituir a Rosas.79 Y
definitivamente, Sarmiento, despojando cualquier indicio de duda, lo nombraomnipotente albacea testamentario de Rosas en las ltimas pginas del texto.80
Sarmiento sostiene que esta involucin de Urquiza lo deja fuera de la nueva
escena nacional cuando afirma: recin el 11 de Septiembre caa verdaderamente Rosas
con su cinta colorada, sus salvajes unitarios, sus campamentos de tropas en todas partes,
su corte, familia y queridas en Palermo.81 As culmina una absoluta identificacin entre
Rosas y Urquiza y se proclama una apasionada defensa del separatismo porteo. En este
diario de la Campaa, Urquiza se exhibe como un nuevo azote para los porteos, un
nuevo perjuicio para su cultura y su civilizacin. La situacin se haba agravadoporque la ilusin del pueblo de Buenos Aires era otra y reclamaba un cambio profundo;
sin embargo, Urquiza, a decir de Sarmiento, no resiste la tentacin y elige resucitar la
corte de Palermo y repetir un estilo ya conocido por todos: Tan lindo aquello! Tan
poblado! Ea provincianos, a Buenos Aires todos! A castigar a la rica, a la orgullosa
Buenos Aires!82 El determinismo fulminante de Sarmiento no lo perdona al sintetizar
en el Eplogo: y mostr en seis meses de poder, que los vicios de conformacin de esta
75 Sarmiento, 1997, p. 255.76Ibidem, p. 255.77Ibidem, p. 234.78Ibidem, p. 148.79Ibidem, p. 263.80Ibidem, p. 283.81Ibidem, p. 291.82Ibidem, p. 304.
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clase de espritus son incurables. Han nacido as y as morirn.83 Por ello, ha
presentado Sarmiento la clase de vida que se llevaba en Entre Ros, en su
Gauleguaych, como el germen que luego de la victoria florece en el mbito propicio de
Palermo y justificar tanto el expreso apoyo de Sarmiento a la revolucin de septiembre
como su reposicionamiento poltico a favor de la separacin de Buenos Aires.
1.1.3. Refutacin de Alberdi en las Cartas sobre la prensa y la poltica militante en la
Repblica Argentina (1853)
Son cuatro las cartas abiertas conocidas popularmente como Cartas quillotanas,
que Alberdi el verdadero interlocutor de Sarmiento84 fech en su quinta de
Quillota, en Chile, inmediatamente despus de que el sanjuanino le dedicara
irnicamente la seccin del libro que present como su diario de campaa (diciembre de1852). Alberdi no deja pasar la ofensa de Sarmiento y, apenas unos meses ms tarde,
utiliza su tiempo de descanso como abogado para componer estos cuatro opsculos. 85
La crtica fundamental que desarrollarn apunta a justificar la necesidad de reencauzar
la labor del periodismo de los escritores del exilio, que ya pueden retornar al pas,
alentando una nueva actitud en toda la intelectualidad antes perseguida por Rosas, pero
ahora ya en paz, frente al nuevo desafo de conformar la Nacin bajo la direccin de
Urquiza.
Puntualmente, Alberdi se concentra en defender de manera contundente lagestin de Urquiza frente a una nueva etapa histrica y en acumular pruebas que
demuestren que la voz de Sarmiento se encuentra en una situacin de imposibilidad
literaria en la nueva realidad socio-poltica del pas. Entre tanto, Alberdi ha sido
nombrado Encargado de Negocios de la Confederacin Argentina en Chile y habla
desde el pedestal que le han construido las Bases (obra reconocida como el fundamento
83Ibidem, p. 305.84 Esta caracterizacin de Alberdi pertenece a Jos Amcola (Amcola, 2007, p. 162).85
Adems, una pieza titulada Carta Quillotana indita. Noticia de los estudios que no ha hechoy de la educacin que no ha recibido el escritor y pedagogo D. Domingo Faustino Sarmiento,que slo se conoci en sus Escritos Pstumos (XII, pp. 13-36). Alberdi parodia all pasajes deRecuerdos de Provincia y lejos del brillo argumentativo de las cartas ditas se burla de susaspiraciones frustradas de ser el Franklin vernculo y de sus anhelos de dividir el poder a lamitad con Urquiza en la batalla de Caseros (la cita se toma de la edicin de Buenos Aires,Imprenta Juan B. Alberdi, 1900). De todas maneras, dada la compleja configuracin del archivoprivado de Alberdi, se ignora si verdaderamente tuvo, alguna vez, la intencin de publicar estaspginas y muchas otras recogidas en los Escritos pstumos (Lois, 2007, pp. 14-16).
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Alberdi reconoce la produccin anterior de Sarmiento como una gran obra al
servicio del progreso, como una accin civilizada, pero considera que ahora el fragor
de la lucha lo ha aturdido y que ya no es capaz de dar marcha atrs. Retomar tambin
aqu al propio Sarmiento (que ha expresado que sin Rosas ya no tiene sentido su vida)
para que sus palabras funcionen como un boomerang:
Para m no hay ms que una poca histrica que me conmueva, afecte e
interese, y es la de Rosas. Este ser mi estudio nico, en adelante, como fue combatirlo
mi solo estimulante al trabajo, mi solo sostn en los das malos. Si alguna vez hubiera
querido suicidarme, esta sola consideracin me hubiera detenido, como a las madres,
que se conservan para sus hijos.89
Lo acusa, as, de pretender repetir la historia, retrotrayendo la realidad del pas a la
poca de Facundo Quiroga, y lo sita permanentemente en contraposicin al hoy,
considerado como una nueva situacin que desconoce quien se ancla en el pasado.
Habla del nuevo rol de la prensa como emisora de paz y de orden constitucional para
procurar el respetos de los nuevos intereses de la Repblica. Sostiene que la accin del
periodismo de combate es destructiva porque, sublevando al pueblo, lo conduce al caos,
a la rebelin. Contrapone esta vieja prensa de guerra, legado de Rosas, que est
acostumbrada a batallar y cuyo terreno favorito es el ataque, con la nueva prensa de
paz que reclama escritores nuevos e inteligentes.
Dice, adems, que Sarmiento se inventa un nuevo Rosas para seguir la lucha y
que a cualquiera llama caudillo. Descalifica la accin de lo que llama mala prensa,
prensa degenerada y bastarda.90 Parodiando las disquisiciones del Facundo, asevera:
En las edades y pases de caudillaje, hay caudillos en todos los terrenos. Los
tiene la prensa lo mismo que la poltica. La tirana, es decir, la violencia est en todos,
porque en todos falta el hbito de someterse a la regla. La prensa sudamericana tiene sus
caudillos, sus gauchos malos, como los tiene la vida pblica en los otros ramos. Y no
por ser rivales de los caudillos de sable, dejan de serlo los de pluma. Los semejantes se
89 Sarmiento, 1997, p. 115.90 Alberdi, 1957, p. 20.
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repelen muchas veces por el hecho de serlo. El caudillo de pluma es planta que da el
suelo desierto y la ciudad pequea: producto natural de la Amrica despoblada.91
Adems de disputar con Sarmiento, Alberdi defender en esta carta el rol social
del gaucho (aspecto que debe haber incrementado la empata de Hernndez con estos
escritos): El da que creis lcito destruir, suprimir al gaucho porque no piensa como
vos, escribs vuestra propia sentencia de exterminio y renovis el sistema de Rosas.92
Ms adelante reclama por la igualdad social: Dad garantas al caudillo, respetad al
gaucho, si queris garantas para todos.93 Y concluye con un juego de analogas entre
gauchos de la prensa y gauchos de los campos: Si los gauchos en el gobierno son
obstculo para la organizacin de estos pases, los gauchos de la prensa podrn ser
auxiliares y agentes de orden y de gobierno regular?94
En la Segunda Carta 95 se refiere en bloque a las ltimas publicaciones de la
prensa liberal, se centra en un anlisis del discurso de la Campaa con el objeto de
poner de relieve las estrategias de autofiguracin puestas al servicio de evidentes
objetivos polticos y concluye con un pantallazo crtico sobre los ltimos artculos de
Sarmiento. Afirma que todos sus escritos son mal intencionados y lo acusa de mantener
una actitud de agitador, que perjudica la tranquilidad pblica.96 De esta manera
Alberdi pretende institucionalizar una nueva funcin para el publicista: concentrarse en
la organizacin institucional de la patria.
El tratadista que Alberdi es (fuera de toda duda) se esfuerza por mantener la
compostura formal cuando se refiere a la ignorancia de Sarmiento como un obstculo
para que ste produzca otro tipo de obra que no sea la de un conspirador de la paz, y
la de un eglatra que slo piensa en su puesto poltico perdido y en el lugar dentro de la
esfera poltica que cree haber ganado con sus publicaciones. Pero esa descalificacin
91Ibidem, p. 24. El destacado es del autor.92 Alberdi, 1957, p. 17.93
Ibidem, p. 19.94Ibidem, p. 26.95 La Segunda Carta va precedida por este listado: Extravo de la prensa liberal despus de lacada de Rosas. Campaa y escritos del seor Sarmiento. Son acusacin, no historia; l es partey no testigo ni juez. Motivos de su oposicin personal acreditados por sus obras. Base de sucrtica militar. Importacin indiscreta de la ciencia francesa en guerra como en poltica. Esa obrasirve al desorden, distrae la opinin de los asuntos serios y compromete la gloria argentina.Caricatura de la batalla de Caseros. Propaganda de la resistencia anrquica.96Ibidem, p. 30.
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intelectual, dirigida a un notable autodidacta que no ha podido disfrutar de formacin