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ACERCA DEL AUTOR
El licenciado David Noel Ramírez Padilla nació en San Juan de los Lagos, Jalisco. Obtuvo el título de
Contador Público (1972) en el Tecnológico de Monterrey y la maestría en Administración (1974) en la misma
institución.
Es profesor titular en el Tecnológico de Monterrey desde 1972 y ha desempeñado cargos como director de
la carrera de Contaduría Pública (1976-1981), director del Departamento Académico de Contabilidad (1978-
1981), director de la División de Administración y Ciencias Sociales (1981-1990), rector de la Zona Norte
(1991-2008) y rector de las zonas Norte, Sur y Occidente (2008-2010) del Tecnológico de Monterrey. Desde
enero de 2011 es rector del Tecnológico de Monterrey.
Es un enamorado de la docencia. Mentor de generaciones, ha impartido clases durante 97 semestres
consecutivos.
Autor de nueve libros: Contabilidad administrativa; Contabilidad de costos; Empresas competitivas; Felicidad, ¿dónde
estás?; Parejas sedientas de felicidad; Integridad en las empresas; Edad dorada: vívela a plenitud; Hipoteca social, y Formar
para trascender, todos editados por McGraw-Hill Interamericana. Además, los últimos dos han sido editados, en
versión digital, por la Editorial Digital del Tecnológico de Monterrey. Varios de sus títulos se utilizan como
texto en universidades de México y América Latina. También ha escrito cientos de artículos.
Es consejero de varias empresas, instituciones financieras, asociaciones universitarias y organizaciones de
la sociedad civil; presidente de la Asociación Mexicana de Universidades Privadas; presidente de Dividendo
para la Comunidad, A.C., y de Padre Pío Asistencia Social, A.B.P; ex presidente asociado de la Asociación de
Facultades y Escuelas de Contaduría Pública y Administración; ex presidente del Instituto de Contadores
Públicos de Nuevo León; consultor de empresas; conferencista para México y otros países, y ponente en
congresos del Instituto Mexicano de Contadores Públicos, de la Asociación Nacional de Facultades de
Contaduría Pública y Administración, y del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas.
A lo largo de su trayectoria ha recibido innumerables reconocimientos, entre los que se encuentran los
premios Pricewaterhouse, Elizundia Charles y Ramón Cárdenas Coronado al mejor estudiante de
Contabilidad en 1972; Profesor Distinguido 1997, por el Instituto Mexicano de Contadores Públicos; medalla
al Mérito Cívico 1999, por el Gobierno de Nuevo León; Caballero de la Orden de San Gregorio Magno 2002,
por Su Santidad Juan Pablo II; las preseas Jalisciense Distinguido 2005, por el Gobierno de Jalisco,
Participación Ciudadana Ricardo Margáin Zozaya 2006, por el Consejo Cívico de las Instituciones de Nuevo
León, y San Rafael Guízar y Valencia 2014, por la Conferencia del Episcopado Mexicano; medalla al Mérito
Ciudadano Mónica Rodríguez 2014, por el ayuntamiento de San Pedro Garza García, N. L.; en 2014, el
ayuntamiento de San Juan de los Lagos, su tierra natal, lo honró otorgando al malecón que circunda la ciudad
el nombre de ‘David Noel Ramírez Padilla’ y le entregó la presea Dr. Pedro de Alba; en 2016, recibió el
reconocimiento Rotario a la Responsabilidad Social Dr. Carlos Canseco González, y la presea al Mérito
Cívico por el Club Harvard de Monterrey.
David Noel Ramírez Padilla participa activamente en proyectos de compromiso social para el desarrollo de
diferentes comunidades. Es un promotor incansable de los valores, la ética y la hipoteca social, pues considera
que “son la piedra angular para tener una sociedad más humana y justa para todos”. Esa ha sido su filosofía de
vida y visión del ser humano, que ha plasmado tanto en sus obras como en las innumerables conferencias que
ha impartido a nivel nacional e internacional.
A Magdalena, a mis hijos y a mis nietos.A mis amigos y compañeros del Tec.
A los comprometidos con México.A San Juan de los Lagos.
INTRODUCCIÓN
Vivimos un momento crucial que debe llevarnos a cambiar el rumbo para sanar las heridas y las llagas que
han lastimado y desfigurado el rostro de México en las últimas décadas. Una de esas heridas, quizá la más
lacerante, es la pobreza en la que viven más de la mitad de los mexicanos, los cuales gritan desesperados,
“¡ayúdennos!”, ante la miseria y exclusión en la que están sumergidos. Si fusionáramos las lágrimas de cada
uno de ellos, formaríamos un océano de desolación que brama vehementemente: “¡apóyennos para ser
liberados de esta situación en la que nos encontramos!”.
Se han hecho varios intentos para sanar este rostro sufriente de México; sin embargo, lejos de curar y
cerrar las heridas, éstas se han abierto aún más. Culpamos a algunos, pero se nos ha olvidado que todos somos
responsables. Sin duda, la situación que hoy priva tiene que ver, en gran parte, con la indiferencia de la
mayoría de los mexicanos, así como de las instituciones que conforman este país. Por ello, a esta obra la
hemos titulado Basta de indiferencia.
Presentamos una visión global, mas no exhaustiva, de la situación actual de nuestra nación y de los grandes
desafíos que se nos presentan para transformar a nuestra sociedad, para que todos los mexicanos tengan una
vida digna. El objetivo de esta obra es concientizar a los ciudadanos mexicanos y, en especial, a los
protagonistas de este país, de la responsabilidad que tenemos de heredar a las nuevas generaciones un mejor
hogar, un mejor México.
Este libro está integrado por diez capítulos. Al final de cada uno se presenta un decálogo, en el cual se
sintetizan las principales acciones que debemos llevar a cabo para transformar a nuestra nación en un hogar
digno para todos los mexicanos.
En el primero nos referimos al hartazgo que hoy tenemos en la sociedad mexicana, y que está siendo el
detonador principal para propiciar el punto de inflexión que tanto necesitamos. Dicho hartazgo es fruto de las
siguientes situaciones y comportamientos que constituyen un decálogo destructivo para los mexicanos:
corrupción, pobreza, desigualdad social, injusticia, inseguridad, ilegalidad, impunidad, ausencia de respeto a
los derechos humanos, cinismo de los líderes y desempleo, que encontramos a lo largo y ancho del país; todas
ellas, condiciones insoportables para los mexicanos que las viven.
En el segundo, hacemos referencia a determinados patrones de comportamiento que impiden la
transformación que necesitamos, como la indiferencia, el machismo, la pereza, el malinchismo y la
irresponsabilidad, entre otros. También nos referimos a ciertos patrones externos de conductas que estamos
importando de otras sociedades y que tampoco nos ayudan a transformarnos, como son el individualismo
consumista, la gratificación inmediata, la superficialidad y lo efímero, la cultura del descarte, entre otros.
Asimismo, mostramos el decálogo de competencias y habilidades que debemos tener los mexicanos para
responder al mundo complejo y competitivo que hoy vivimos.
En el tercero, abordamos un reto esencial para poder construir un país digno para todos: resolver la crisis
de confianza que hoy impera en México, generada en gran parte por la falta de credibilidad que tenemos los
mexicanos hacia los líderes políticos y sus partidos. Esta pérdida de credibilidad ha sido originada por la
ausencia de moralidad con la que la mayoría de la clase política se comporta en su actuar diario, lo cual ha
provocado un fuerte debilitamiento de las instituciones. Urge, por ello, fortalecer la confianza para construir
un México nuevo mediante la transformación de los partidos políticos y sus líderes.
En el cuarto, hacemos un análisis del modelo económico que hemos tenido en las últimas décadas el cual,
en un principio, debió haber generado una mejor calidad de vida para todos. Pero, a raíz de que las
instituciones mexicanas y los mexicanos hemos fallado en nuestra forma de actuar, no ha sido posible —entre
otras cosas— lograr disminuir la pobreza y la desigualdad social. Un porcentaje significativo de la población
sigue siendo igual de pobre que hace tres décadas y, aunque la desigualdad social es menor, continúa alta en el
referente mundial. Urge que los protagonistas del modelo renuncien a buscar sólo su beneficio personal y se
comprometan a lograr el bien común.
En el quinto, compartimos los objetivos, la situación que prevalecía antes de las reformas y los beneficios
que generarán cada una de ellas. Dichas reformas constituyen el mejor cimiento para construir una patria
mejor. Si no aprovechamos esta oportunidad, estaremos condenando a México a un retroceso sin retorno.
En el sexto, presentamos un cambio disruptivo que urge que todos los líderes de México experimenten.
Consiste en migrar de un liderazgo por poder a un liderazgo por autoridad; este último se logra por medio del
servicio y el sacrificio en favor de los demás y no por la embriaguez del poder y el dinero, que son las
columnas en las que se basa el liderazgo por poder. Nuestros líderes deben tener como credo de vida el servir
a la sociedad, anteponiendo el bien común a sus intereses personales. Deben siempre crear valor y no
destruirlo, como hasta ahora muchos de ellos lo han hecho.
En el séptimo, hacemos un llamado a vivir la cultura de la meritocracia, de tal manera que se genere un
auténtico desarrollo, como ha sucedido en los países avanzados. Es urgente que prevalezca esta cultura y que se
rechace la cultura del privilegio, que tanto daño ha causado a nuestro país. No es un reto fácil de lograr, pero
es esencial si en verdad queremos transformar a nuestra patria.
En el octavo, presentamos un decálogo de cómo dar respuesta a las situaciones que destruyen valor, las
cuales analizamos en el primer capítulo: fortalecer el Poder Judicial, respetar el Estado de derecho,
incrementar la participación ciudadana, reducir la pobreza y la desigualdad social. Lo anterior, mediante
diversas acciones como el desarrollo social, propiciar políticas públicas para generar empleos, crear una nueva
constitución, ofrecer educación de calidad para todos, erradicar la corrupción, migrar de la cultura del
bienestar a la cultura del bien común y empezar esa transformación desde el municipio. Todas estas acciones
implican un fuerte compromiso de involucramiento por parte de nosotros para lograrlas y, de esta manera,
transformar a nuestra nación.
En el noveno, hacemos hincapié en la importancia de trabajar, apoyados en una tolerancia colaborativa,
creativa y solidaria, para construir el México nuevo; ejercitando en este proceso tres verbos fundamentales:
pensar, dialogar y actuar. Proponemos este enfoque de colaboración y solidaridad como un modelo para
implementar y remover las situaciones lacerantes que prevalecen en México, el cual requiere de una fuerte
participación y tolerancia.
Por último, en el décimo capítulo, exhortamos a todos aquellos que no pertenecen a los más de cincuenta
millones de mexicanos que viven en la pobreza y miseria, a que asumamos el compromiso de rechazar la
indiferencia. Hacemos una invitación a convertirnos en protagonistas de un nuevo amanecer para las nuevas
generaciones, en el que impere la justicia y se sanen las heridas que tanto han lastimado y siguen haciendo
sufrir a millones de mexicanos.
Agradezco el invaluable apoyo que me brindaron Adán Pérez Treviño, Amado Villarreal González, Jaime
Rangel Mancha, Jorge Ibarra Salazar, José de Jesús Salazar Cantú, Luz Araceli González Uresti, Marcela
Beltrán Bravo, Michael Elías Rodríguez, Sandra Luz Sánchez Sandoval, Vidal Garza Cantú y Zidane Zeraoui el
Awad. A través de las reflexiones que hicimos de manera conjunta, me apoyaron y motivaron a escribir este
libro, que es un llamado urgente para todos los mexicanos ante la situación que vivimos y la oportunidad que
tenemos de colocar a México entre los diez mejores jugadores del mundo, y, a través de ello, ofrecer un nivel
de vida justo para todos los mexicanos.
CAPÍTULO I
El hartazgo de la sociedad, detonador de la transformación deMéxico
En este capítulo presentamos las diez principales situaciones y comportamientos que, con el paso de los años,
se han convertido en culturas destructoras de valor en la sociedad mexicana. Este escenario, que ha
obstaculizado la transformación de México, es una de las principales razones del porqué hemos escrito este
libro. Urge reconstruir una nueva nación, que sea liberada del entorno que hoy priva, el cual ha impedido una
vida digna para todos los mexicanos. México no puede esperar.
En la historia moderna de nuestra nación, los miembros de la sociedad nunca antes habíamos llegado a
tal nivel de fastidio, de cansancio, de deseo de repudiar a aquellos gobernantes y funcionarios que defienden
al pueblo con sus palabras, pero con sus hechos lo traicionan, como ha sucedido actualmente. Hoy vivimos
un momento histórico, en el que la ciudadanía ha empezado a despertar de su letargo para asumir el rol que
le corresponde como sociedad civil, para elegir a quienes deben ser sus servidores y exigirles rendición de
cuentas, lo cual debe conducirnos no sólo a demandar el castigo merecido ante las fallas, sino sobre todo a
repudiarlos y excluirlos. Tristemente, hoy nos sentamos a la mesa con ellos y los saludamos como si hubieran
sido grandes constructores del bien en nuestras comunidades, cuando lo que han hecho es destruir valor y
empobrecer a nuestro pueblo. Esta situación es una de las principales causas de lo que hoy padecemos. Por
ello urge cambiar nuestro comportamiento al respecto; hay que castigarlos por su corrupción y pésima
administración, y repudiarlos como ha ocurrido en Guatemala, Brasil y Argentina.
Este hartazgo de la sociedad debe ser la punta de lanza para construir las bases de un nuevo amanecer
para México. La indignación que hoy experimentamos es fruto del siguiente decálogo de situaciones y
comportamientos destructivos que lastiman profundamente a los mexicanos: impunidad, corrupción, pobreza,
desigualdad social, inseguridad, desempleo, ilegalidad, injusticia, falta de respeto a derechos humanos y
cinismo de los líderes. Este decálogo nos genera violencia interna a quienes amamos a nuestro país y
anhelamos contemplar un México libre de este entorno. Esta violencia interna nos debe mover a la acción,
que permita liberarnos de la indiferencia, y de esta manera, convertir a nuestra gran nación en un jugador
de las ligas mundiales: tenemos todo para lograrlo, pues somos un país rico en recursos naturales, con grandes
talentos y con una posición geográfica privilegiada.
A continuación, analizamos cada uno de estos comportamientos y circunstancias, los cuales se encuentran
sustentados con datos objetivos, con el ánimo de crear conciencia y compromiso de todos, para erradicarlos lo
más pronto posible y lograr que en pocos años pasen a formar parte de las páginas oscuras e indignantes de la
historia de México.
IMPUNIDAD
Es de todos sabido el alto nivel de impunidad que prolifera en nuestro país, así como las nefastas
consecuencias que acarrea. La impunidad es un problema que rebasa a todas las instancias de gobierno y
demanda la atención y participación inmediata de otros actores no gubernamentales como la sociedad civil, el
sector privado, la academia y las organizaciones internacionales.
La palabra ‘impunidad’ viene del latín impunitas, que significa “sin pena”, “sin castigo”, “sin
consecuencias”. Esto ha generado una gran frustración en todos nosotros, al contemplar la cantidad de
crímenes y actos de corrupción que se cometen sin consecuencia en los niveles federal, estatal y municipal, en
los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, en el ámbito empresarial y en la ciudadanía. Lo más absurdo radica
en que las mismas leyes, que deberían castigar, se usan para blindar y proteger a muchos funcionarios y
empresarios corruptos que han hecho de la impunidad su principal aliada; así, han convertido a México en
un país carente de Estado de derecho y han elevado la pobreza y la desigualdad social.
Según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, 2014 (Envipe) del Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) (2015), la impunidad en el país, entendida como el delito sin
castigo, alcanza márgenes de 96.5% tomando en cuenta que se denuncian siete de cada diez delitos, y
solamente 5% del total de delitos denunciados obtiene sentencias condenatorias. En todos los estados de la
República los delitos no denunciados o denunciados sin castigo rebasan 80%.
México ocupa el segundo lugar en el índice de impunidad global: estamos en el lugar 58 de 59 países. El
país que registra el mayor índice de impunidad es Filipinas, con un índice de 80; México ocupa el segundo
lugar con 75.7, como se puede ver en la gráfica 1.1.
En México, todas las semanas se nos informa de diferentes actos de corrupción cometidos por funcionarios
públicos y algunos empresarios que quedan sin castigo: no pasa nada. Esto se debe, en gran parte, a que hemos
caído en una cultura permisiva. Conocemos muchos casos que no respetan la ética, pero resulta imposible
castigar a los culpables ante la ley.
Esta impunidad que vivimos es fruto de una mala aplicación y administración de las leyes, así como de una
cultura errónea, producto de quienes afirman que quizá no sea ético lo que hacen, pero es legal, y se basan
muchas veces en lagunas o recovecos de la ley. Lo único que han logrado quienes actúan de esta manera es
incrementar la falta de respeto a nuestras leyes.
La impunidad que priva en nuestra nación ha sido el principal detonador de una crisis de confianza, de
credibilidad en las instituciones y, al mismo tiempo, ha influido en que cada vez más mexicanos se unan a
esta cultura de hacer legales los actos inmorales, debido a que la mayoría piensa que “al fin y al cabo, no
pasa nada”. De esta manera, cada día lastimamos más y hacemos más endeble nuestro tejido social. Si no
revertimos en un corto plazo esta cultura de impunidad, corremos el riesgo —como lo hemos visto en el
mundo y en nuestro país— de que los ciudadanos hagan justicia por su propia cuenta y convirtamos a México
en una selva, por culpa de esta cultura errónea que no debe formar parte de la vida de los mexicanos.
CORRUPCIÓN
Después de reflexionar en torno a la impunidad, nos queda claro que ésta ha sido, en gran parte, la que ha
fomentado el incremento tan aberrante que hemos experimentado en torno a la corrupción, como se puede
constatar en la tabla 1.1, publicada por Transparencia Internacional del Índice de Percepción de la
Corrupción (CPI, por sus siglas en inglés). De acuerdo con el último reporte del CPI (2015), México ocupa el
lugar 95 de 168 países de referencia. El índice de corrupción que tuvimos fue 35 para 2015, un índice más
cercano a 100 significa un país menos corrupto y cero el más corrupto. Realmente en México no ha existido
un cambio en la percepción de la corrupción durante los últimos 20 años; si bien existen reformas que se
están llevando a cabo en este periodo para combatir la corrupción, por parte de la población no se han
percibido los cambios positivos en temas de anticorrupción o transparencia.
Tabla 1.1 Índice de percepción de la corrupción de México
Año Ranking de la corrupción Índice de corrupción
2015 95º 35
2014 103º 35
2013 106º 34
2012 105º 34
2011 100º 30
2010 98º 31
2009 89º 33
2008 72º 30
2007 72º 35
2006 70º 33
2005 65º 35
2004 64º 30
2003 64º 36
2002 57º 36
2001 51º 37
2000 59º 33
1999 58º 34
1998 55º 33
1997 47º 27
1996 38º 33
1995 32º 32
Fuente: Datosmacro.com. Recuperado de: http://goo.gl/clKypB
Este índice sobre la percepción de la corrupción respecto a México se confirma por medio del indicador
sobre desvío de recursos públicos del Foro Económico Mundial, publicado recientemente. En 2015, México
pasó de la posición 119 en 2014 a la posición 125, empeorando de manera significativa, al igual que en el
índice referente a ética y corrupción, en el cual pasó de la posición 110 en 2014, a la posición 121 en 2015.
También en relación con el índice que publica el mismo Foro sobre el favoritismo en las decisiones
gubernamentales, nuestro país pasó del lugar 99 en 2014, al 117 en 2015. Todos estos índices confirman que la
corrupción se ha convertido en una gran ponzoña que los mexicanos debemos erradicar, sin importar lo
difícil y doloroso que sea eliminar este comportamiento que tanto ha envenenado a la sociedad y que ha
provocado mayor pobreza y desigualdad social.
Urge que la reforma constitucional del Sistema Nacional Anticorrupción, que fue aprobada en mayo de
2015, empiece a dar frutos. Ello será a través de la Ley del Sistema Nacional Anticorrupción y de la Ley
General de Responsabilidades Administrativas vigentes a partir de julio de 2016, de tal forma que quienes
incurran en cualquier acto de corrupción sean castigados, independientemente del nivel de gobierno al que
pertenezcan. Sin embargo, de nada servirá el Sistema Nacional de Anticorrupción y sus leyes, si los mexicanos
no modificamos nuestro comportamiento con respecto a este vicio que tanto daño ha generado a la sociedad.
Asimismo, urge que seamos capaces de excluir y rechazar públicamente a los corruptos.
Además de la impunidad, existe otra variable que ha sido pieza esencial para que se incremente la
corrupción. Hemos caído en una moral colectiva errónea, que consiste en creer que lo que la mayoría hace
es lo correcto, lo cual es un error debido a que existe un principio ético que afirma que “la bondad o maldad
de los actos humanos no se dan nunca por democracia”, son inherentes a la naturaleza de los actos. En la
medida en que cada día más mexicanos nos hemos vuelto corruptos, las nuevas generaciones se acostumbran a
considerar este comportamiento como algo normal y correcto: ni siquiera lo cuestionan. La moral colectiva
que ha fomentado dicha conducta está haciendo mucho daño al país y nos coloca en una posición denigrante
ante el mundo, como se constata en la tabla 1.1 y en los índices del Foro Económico Mundial, mencionados
previamente.
Hemos comentado que la impunidad y la moral colectiva errónea han sido las dos variables más
importantes que han contribuido a incrementar la corrupción en nuestro país. Pero si profundizamos en el
sentido de estos dos elementos, podremos reconocer y aceptar que se originan debido a que la mayoría de los
mexicanos hemos perdido la conciencia del mal, es decir, ya nada es malo, todo se permite. La única verdad
que se respeta es “mi beneficio personal a costa de lo que sea”. Estamos convencidos de que es urgente
restaurar en nuestra sociedad la conciencia sobre lo que está bien y lo que está mal. Es inconcebible que una
persona que conoce el bien y ama el bien cometa el mal. Pero si no se conoce el bien, o se ha confundido, o
se entiende como algo trivial, es muy fácil llevar a cabo el mal y creer que lo que se hace es correcto. Por lo
tanto, es indispensable que, desde el hogar y en las escuelas, se haga el esfuerzo requerido para que todos
conozcamos el bien, amemos el bien y disfrutemos haciendo el bien, en ese orden. Nadie puede amar lo que
no conoce y nadie puede hacer el bien si no se ama.
Así, todos los mexicanos hemos de asumir como credo de vida que el mal es mal, aunque todo mundo lo
haga, y el bien es bien, aunque nadie lo practique. A medida que vivamos este credo, la corrupción
disminuirá rápidamente y, lo más importante: podremos erradicarla. Además, tenemos que castigar sin
miramiento a quien la practique, sin importar de quién se trate, porque lo único que hace el corrupto es
llevar pan sucio a sus hijos y ellos, al igual que la sociedad, tienen hambre de dignidad, de un pan limpio
que sea llevado al hogar por un padre que mantenga la frente en alto y las manos limpias.
Como mal social, la corrupción debe ser atacada desde el hogar y en las escuelas. Es fácil detectar cómo se
ha generalizado entre los niños y adolescentes la cultura de: ¿para qué estudiar, si se puede copiar? Y, más
tarde, ellos mismos afirman y lo viven: ¿para qué trabajar, si se puede robar o transar?, poniendo en práctica
esa moral colectiva errónea que tanto daño nos ha hecho. Por otra parte, he escuchado a varios líderes
políticos afirmar que, en la toma de decisiones gubernamentales, no existe la alternativa entre el bien y el
mal, y que las decisiones se toman entre lo malo y lo menos malo, con lo que justifican que el bien o lo
ético no tiene cabida en el ámbito público. Asimismo, afirman que en la política continuamente se
administran los recursos del pueblo a través de negociaciones e intercambio de fichas. De esta manera, se
lavan las manos para decir que el fin sí justifica hacer el mal. Esto nos conduce a concluir que quienes
tienen a la ética como credo de vida no tienen cabida en la política ni en la administración pública.
POBREZA
Conforme pasa el tiempo, muchos nos hemos acostumbrado aconsiderar la pobreza como una característica
normal en nuestra sociedad. Percibimos la riqueza y la pobreza como algo natural. Se cree que así como hay
hombres flacos y gordos, altos y bajos, es normal que haya pobres y ricos. Pero esta visión nos ha llevado al
conformismo y a la falta de compromiso para comprometernos a reducir y erradicar la pobreza. Nos ha
conducido a una tremenda apatía que no abona en nada para mejorar las circunstancias en las que hoy viven
millones de mexicanos. No olvidemos que no habrá igualdad ante la ley si la justicia está ausente.
Ciertamente, en nuestro país se han hecho esfuerzos para reducir la pobreza y la desigualdad social, como
se presenta en el Informe de pobreza en México, 2014 (2016) del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval), sobre el cual profundizaremos en el cuarto capítulo. Sin embargo, no han sido
suficientes, pues los índices de pobreza y desigualdad social se siguen manteniendo en un nivel alarmante.
Nos debe quedar claro que los programas tendientes a dar respuesta a estos desafíos no deberían ser
asistencialistas, sino un detonante que permita a las personas en condiciones de pobreza salir adelante,
recuperar sus capacidades e incorporarse a la vida productiva.
Internacionalmente, el método más común para la medición de esta situación es la línea de pobreza. El
ingreso o el gasto en consumo se toman como medida del bienestar, y se establece un valor per cápita de una
canasta mínima de consumo necesario para la sobrevivencia.
En los últimos doce años México ha mantenido niveles de pobreza mayores a los niveles alcanzados por
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), como lo podemos verificar en la
gráfica 1.2, que refleja los porcentajes de índice de pobreza de México. Por otro lado, en la gráfica 1.3 tenemos
una radiografía del porcentaje de población en situación de pobreza que tiene cada uno de los estados de la
República Mexicana. Como podemos contemplar, hay bastantes entidades en donde los pobres superan la
mitad de su población.
Muchos piensan que quien tiene trabajo ha salido de su pobreza. Sin embargo, existe un índice que
demuestra lo contrario: el Índice de tendencia laboral de la pobreza, el cual tristemente se ha incrementado
en los últimos cuatro años, como se refleja en las gráficas 1.4 y 1.5. Este índice muestra la cantidad de
personas que no pueden adquirir la canasta básica con el ingreso que reciben de su trabajo. Es lamentable
escuchar que el nuevo salario mínimo es de 73 pesos y, por lo tanto, legalmente es lo que se paga. Sin
embargo, que no nos quede duda: esta cantidad será la legal a pagar, pero es inmoral. Preguntémonos si un
trabajador que gana 73 pesos diarios y gasta 25 o 30 pesos diarios en transportarse será capaz de llevar pan a
sus hijos y de cubrir sus necesidades elementales como ser humano, con el diferencial.
Quizá ya nos acostumbramos a leer estas cifras sobre la pobreza en nuestra patria y no hemos tomado
conciencia de que estas cantidades expresadas en millones no son simples números u objetos: son seres
humanos como tú y yo. Esa certeza nos lleva a un fuerte cuestionamiento: ¿qué mérito tenemos tú o yo para
no irnos a la cama con hambre, para haber tenido una oportunidad de educarnos, para tener acceso a un
empleo? Ante esta reflexión sólo nos queda una respuesta: urge nuestra participación activa para reducir, lo
más pronto posible, estas cifras que denigran a nuestra sociedad.
Creemos que un detonante notable que ha influido para incrementar la pobreza y la desigualdad social es
la baja calidad educativa que reciben y han recibido los mexicanos en las últimas décadas, lo cual impide que
cuenten con las capacidades y competencias necesarias para alcanzar un empleo digno.
Resulta vergonzoso que nuestro país ocupe el último lugar, entre los países que conformamos la OCDE, en
comprensión de lectura, en rendimiento de matemáticas y en ciencias.
La OCDE define educación de calidad como aquella que “asegura a los jóvenes la adquisición de los
conocimientos, capacidades, destrezas y actitudes necesarias para equiparles para la vida adulta”. Esta
organización tiene estudios en donde se demuestra que la falta de calidad en la educación está correlacionada
con el contexto socioeconómico de los estudiantes, sus familias y escuelas. Este indicador sobre educación
de calidad se deriva de tres índices: máximo nivel ocupacional de los padres, máximo nivel educativo de los
padres en años de escolarización e índice de posesiones en el hogar.
Estamos convencidos de que la necesidad de elevar la calidad en la educación es impostergable. Se
requieren cambios radicales para mejorar la calidad en la educación y dar respuesta a la demanda de millones
de mexicanos sumergidos en la miseria. Debemos superar esta situación lo más rápido posible, sin importar
los esfuerzos y recursos que haya que invertir, ni los paradigmas que haya que eliminar.
DESIGUALDAD SOCIAL
La desigualdad social que prevalece no es nueva, la sociedad mexicana ha sido marcada por grandes
desigualdades sociales desde la época precolombina. Aun cuando México en el último siglo ha logrado
incrementar su ingreso nacional a tasas muy por encima de las de su crecimiento poblacional, y convertirse
incluso en un importante exportador de manufacturas a nivel mundial, no ha logrado vencer su herencia de
desigualdad. El país ha vivido bajo diversos sistemas económicos; se ha transitado de la producción
mayoritariamente primaria a la secundaria y ahora a la de servicios; de la autarquía a un modelo
prácticamente abierto y que opera en el marco de múltiples acuerdos de libre comercio con un amplio grupo
de países —y de gobiernos con alta intervención— en donde el gasto público, como proporción del Producto
Interno Bruto (PIB), ha llegado a niveles cercanos al 40%, hasta alcanzar uno como el actual donde, en 2015,
representó el 19.1%. En todos los casos, la desigualdad de ingresos ha sido una constante, que ha mantenido
al país como uno de los más desiguales del mundo, al tiempo que el grupo poblacional en pobreza ha
seguido siendo el mayoritario.
Las tendencias de desigualdad y exclusión no son privativas de México, cada vez están más presentes en el
mundo y son, en parte, un producto del sistema económico dominante, así como del sesgo individualista
de los miembros de la sociedad actual. Mario Luis Fuentes (2008) señala: “La exclusión social implica
rechazo, violencia y negación de derechos a veces de la propia existencia de personas, familias o comunidades
enteras” (p. 187). Eduardo Almeida y María Sánchez (2014) refieren que los tiempos actuales no son propicios
para reforzar los lazos comunitarios y señalan: “En el mundo globalizado, el rasgo más distintivo del sistema
económico-político y sociocultural en el que estamos inmersos es la desigualdad” (p. 168).
Johan Galtung, en su conferencia “Educación para la paz: desafío de nuestro tiempo”, dictada en su visita
al Tecnológico de Monterrey en octubre de 2011, afirmó que la violencia no se acaba matando a los
narcotraficantes y a los criminales; para lograr el cese de violencia en México es necesario primero acabar con
la pobreza y con la desigualdad social que existen en el país. La desigualdad social y la pobreza son
inaceptables y contribuyen al narcotráfico: aunque se acabara con todos los narcotraficantes, la desigualdad y
la pobreza quedarían, y esa pobreza encontraría otras salidas, quizá no en las drogas, pero sí en alternativas
similares.
Un desafío importante, como lo hemos comentado, consiste en ir reduciendo la disparidad de ingresos
entre las personas pertenecientes a diferentes comunidades. Esta situación se debe, en parte, a la cultura de
corrupción que impera en nuestro país. El corrupto daña no sólo por lo que robó, sino por el mensaje que
transmite a toda la sociedad: “no me interesan los demás, sólo me importa lo mío”, “lo único importante es
acumular riqueza para mí; no me importa que mi conciencia me interpele”. Esta actitud es producto del
hondo individualismo actual, por el cual cada sujeto sólo busca lo que a él lo beneficie e ignora lo que le
ocurre a su comunidad.
Sobre la base de estudios econométricos en más de 100 países, los investigadores concluyen que existe una
estrecha correlación entre desigualdad y corrupción: cuanto más altos son los niveles de inequidad, mayor es
la corrupción esperable.1
En las sociedades altamente polarizadas, los grupos de mayor poder tienen más oportunidades e incentivos
para prácticas corruptas y mayores posibilidades de impunidad, además de que poseen amplio acceso a la
compra de influencias legales e ilegales. En cambio, los grupos pobres y los de clase media alcanzan limitados
niveles de articulación política y enfrentan mayores dificultades de organización: son débiles para monitorear
a los poderosos y defenderse de sus prácticas. La corrupción, a su vez, es uno de los principales
multiplicadores de desigualdad, pues afecta regresivamente la composición del gasto público, los niveles de
inversión, el crecimiento económico y el funcionamiento democrático.2
Thomas Piketty (2014), en El capitalismo del siglo XXI, afirma que “el capitalismo genera automáticamente
desigualdades arbitrarias e insostenibles” (p. 4). Piketty hace un llamado urgente, un S.O.S. a todos los líderes
del mundo y a todos aquellos que podemos y debemos contribuir a disminuir esta gran herida de la
humanidad, que es la desigualdad social, señalando que si seguimos estirando y debilitando el tejido social,
éste se puede reventar y generar consecuencias fatales, difíciles de reparar, para empezar por arrebatarnos lo
más sagrado que todos deseamos: la paz. Los pueblos resisten por años el maltrato, hasta que su espíritu se
llena de impaciencia y coraje, y tristemente con violencia se liberan de los lazos de la esclavitud: la pobreza y
la marginación.
La desigualdad social que priva en la sociedad es fruto en gran parte de la avaricia o codicia desmedida de
algunos, quienes se olvidan de que este comportamiento genera grandes injusticias, las cuales a su vez
provocan odios y rencores y éstos, invariablemente, nos han llevado a una violencia innecesaria, como lo
hemos visto en la historia de la humanidad. La desigualdad en la distribución del ingreso en nuestro país
mantiene niveles superiores a los de los países de la OCDE, como lo podemos contemplar en la gráfica 1.6,
referente al índice Gini, que es el indicador aceptado para medir la desigualdad en la distribución del ingreso
a nivel mundial.
El nivel de desigualdad en la distribución del ingreso en nuestro país nos ha llevado a tener el liderazgo
entre los países de la OCDE, como lo podemos constatar en la gráfica 1.7.
El coeficiente Gini también es una de las medidas más populares y extendidas en uso en organismos
internacionales que miden la pobreza y desigualdad social; tiene un rango de cero (igualdad total) a uno (total
desigualdad).
Ante los datos anteriores, los ciudadanos debemos buscar y generar transformaciones audaces e
innovadoras. Urge cambiar el enfoque y la inercia del gobierno, que ha mantenido ataduras clientelares, las
cuales ofrecen un beneficio a corto plazo y cuya única consecuencia reside en impulsar la desigualdad social,
lo que puede orillar a las mayorías a una reacción violenta que de nada le serviría al país. La historia de la
humanidad está plagada de ejemplos de quienes ostentaban el poder político y económico y que no fueron
capaces de detectar a tiempo la pobreza y la desigualdad social que prevalecían en sus países, lo cual generó
revoluciones que se habrían evitado, si hubiera existido la conciencia y el compromiso de reducir a tiempo la
desigualdad social.
INSEGURIDAD
La inseguridad repercute negativamente en la vida de miles de personas, de familias, de nuestras comunidades
y del país entero: afecta la paz pública, golpea la economía y siembra desconfianza. Esto, a su vez, inhibe la
inversión extranjera y nacional, daña la cohesión social, genera resentimiento, miedo, angustia y el deseo de
venganza entre los que han sido lastimados en sus escenarios. Actualmente, debido a la alta violencia que
vivimos, siete de cada diez mexicanos se sienten inseguros, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Seguridad
Pública Urbana (ENSU) del INEGI (2015). Los factores fundamentales que han contribuido a que se produzca este
ambiente de violencia y de inseguridad que impera en nuestra patria son ante todo el desempleo, de acuerdo
con una investigación publicada recientemente en una revista del Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE); también la ausencia de un Estado de derecho, el incremento de la pobreza y de la
desigualdad social, son situaciones que abonan para una mayor delincuencia organizada, y negocios ilícitos
que generan grandes utilidades en el corto plazo. Esta situación resulta el mejor caldo de cultivo para fomentar
el crimen y la violencia en las sociedades. Es una gran tentación afiliarse a una banda criminal cuando se vive
en el límite de la sobrevivencia y no se tiene acceso a un empleo digno. Por otro lado, esta ausencia del Estado
de derecho nos ha llevado a que, con la mayor tranquilidad, algunos jueces
de nuestro país puedan cancelar los efectos de una ley para quien la ha infringido y difícilmente tenemos un
contrapeso real en nuestro marco legal que evalúe si la decisión tomada por el juez fue justa. Al no sufrir
consecuencias por comportamiento fuera de ética, es fácil encontrar jueces corruptos que, en nuestro país,
aplican la ley con parcialidad y privilegian a unos cuantos a cambio de una retribución.
La violencia en México es uno de los principales problemas. Reflejada tanto en las calles como dentro de
nuestros hogares, la violencia lejos de reducirse se expande cada vez más en nuestra sociedad. Esta situación
es sin duda una de las causas que ha ahuyentado la inversión extranjera y la nacional en muchas regiones
del país, impidiendo la generación de empleos tan necesarios en nuestra nación, especialmente en aquellos
estados donde más se requieren dichas oportunidades de trabajo, como lo son Chiapas, Guerrero,
Michoacán, Oaxaca, entre otros.
El desempleo y el subempleo que vivimos en México, como lo comentaremos en el apartado respectivo en
este capítulo, contribuyen a la inseguridad y a la violencia. También la falta de ética de algunos medios de
comunicación ha contribuido a fomentar la violencia y la inseguridad, pues si bien son responsables de
informar la verdad, lo cual nadie cuestiona, lo que lastima y abona a la violencia es la manera en que se
informa esta verdad. Constantemente, en la transmisión de contenidos violentos, se recurre al
sensacionalismo sangriento, que narra con lujo de detalles las acciones criminales y los hallazgos macabros,
que repite una y otra vez los modos de operar de los delincuentes, la manera en que torturan y quitan la vida a
sus víctimas. Todo esto provoca mayor miedo y desconfianza en la sociedad, afecta la convivencia social y, por
supuesto, aporta al daño del tejido social. Es triste que se transmita una gran cantidad de noticias sin el más
mínimo pudor ni respeto para las víctimas ni para sus familiares al exponer con crudeza cuanto acontece,
todo con el fin de tener mayor audiencia o lectores.3
Como lo hemos comentado, siete de cada diez mexicanos dicen sentirse inseguros, mientras que uno de
cada tres comercios dicen ser víctimas de algún delito. Como podemos apreciar en la gráfica 1.8 y la tabla 1.2,
el número de delitos que se cometen por cada 100 mil habitantes en México se había ido incrementando al
paso de los años; sin embargo, en los últimos dos años ha permanecido constante, prácticamente, sin lograr
una mejoría.
Tabla 1.2 Tasa de incidencia delictiva a través de los años
MéxicoEnvipe
Tasa deincidencia delictiva
2011 30 535
2012 29 200
2013 35 139
2014 41 563
2015 41 655
Fuente: INEGI-Envipe. Recuperado de: http://goo.gl/TtrezK
Tristemente, en los primeros seis meses de 2016 se ha incrementado la inseguridad con respecto a los
mismos meses de 2015.
Es innegable el gran porcentaje de criminales que provienen de una familia donde se vivía un ambiente de
violencia entre esposos y entre padres e hijos. En la familia se forja un ambiente propicio para que germinen,
maduren y prosperen conductas que permitan actuar, ya sea para bien o para mal, de acuerdo con la educación
que cada uno recibe. Por ello, la mejor estrategia para reducir la violencia social es fortalecer la familia y
eliminar la violencia entre sus miembros.
Si queremos atacar de frente a la violencia, necesitamos esforzarnos para que las nuevas generaciones
tengan una formación con una gran solidez de principios y valores, así como competencias que les den
acceso a un empleo digno y, sobre todo, a un auténtico sentido para sus vidas. Para ello es indispensable la
institución de la familia. Urge formar bien a los niños, para no tener después que reparar adultos. De esta
manera estaremos reduciendo la inseguridad y propiciando una sana convivencia entre los mexicanos.
DESEMPLEO
Como hemos afirmado en el apartado anterior, uno de los retos vitales para resolver la inseguridad en México
es la creación de empleos, para dar oportunidades a quienes ingresan al mercado laboral. En la gráfica 1.9
podemos observar que al paso de los últimos años el nivel de desocupación ha disminuido ligeramente; sin
embargo, no podemos ignorar que las condiciones de trabajo y el salario que recibe un gran porcentaje de
mexicanos dista mucho de lo que demanda la dignidad del ser humano. Actualmente la tasa de desocupación
desestacionalizada ocupa los menores niveles desde noviembre de 2008, aunque los más bajos se dieron en
2006, como se puede ver en la gráfica 1.9. Esta mejoría se debe también al incremento de empresas
informales, que se han transformado en formales, lo cual nos permite concluir que la reducción real de
desocupación es relativa. No fueron muchos los empleos nuevos generados, de los cuales un buen
porcentaje se debe a la formalización de empresas.
A continuación, en la gráfica 1.10 podemos analizar la tasa de subocupación que consiste en el porcentaje
de la población ocupada que tiene la necesidad y disponibilidad de ofertar más tiempo de trabajo de lo que
su ocupación actual le permite. Ahí vemos que los niveles de subocupación se han incrementado durante los
últimos cinco trimestres.
Lamentablemente estos análisis dejan fuera a los denominados “disponibles”, por el Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (INEGI), que son aquellos que han desistido de buscar trabajo, porque no lo
encuentran, pero desean y necesitan trabajar, los cuales en septiembre de 2015 sumaban 6 073 022 personas,
que son más del doble de los desempleados. Esto es una omisión grave, pues ellos son un ejemplo de
exclusión laboral y social.
Dada la composición de nuestra población, en México se requiere generar al menos 1 200 000 empleos
anuales;4 en los últimos diez años, el promedio de empleos generados fue solamente de 500 000 por año, en
2015 se generaron sólo 600 000 empleos, como se ve en la gráfica 1.11, la cual muestra la brecha que hay entre
los empleos que deberían generarse y los que se han generado. Necesitamos crecer a una tasa de 4 o 5% del
PIB anual, de tal manera que demos respuesta a la demanda de 1 200 000 puestos laborales que cada año
requieren los jóvenes que ingresan a la población económicamente activa del país. En los últimos 30 años, el
crecimiento de México ha sido, en promedio, de 2.2 puntos porcentuales por año; si a este crecimiento le
restamos el crecimiento anual de la población, concluimos que el crecimiento es de 0.3 puntos
porcentuales por año; es decir, prácticamente no ha habido.
En las zonas más populosas de las áreas metropolitanas del país se siguen padeciendo los estragos de
madres de familia sin empleo o con un pobre salario, lo cual les impide hacer frente a las necesidades básicas
de la familia, afecta la nutrición y la educación de los hijos y los condena a seguir viviendo en situaciones
infrahumanas. Es necesario reconocer también que no es sano, ni para la sociedad ni para la humanidad,
que los niños trabajen. Los niños y adolescentes que trabajan enfrentan diferentes situaciones de riesgo: la
falta de educación y la deserción escolar, la explotación en trabajos sin seguros, mal pagados y delictuosos; son
presas fáciles de las redes del narcotráfico, de explotación sexual y embarazos no deseados. México posee la
tasa más alta en número de nacimientos de hijos de adolescentes entre los 15 y 19 años, entre los países de la
OCDE. Urge que todos los niños y adolescentes se dediquen a prepararse, que tengan acceso al deporte, a la
cultura y al arte, para tener una auténtica permeabilidad social. Es necesario que gobierno y sociedad tomen
decisiones con profundo sentido social y de justicia, para promover empleos dignos y estables para todos. El
trabajo debe ser la expresión y la oportunidad de desarrollo de un ser humano: si no lo logramos, nuestra
sociedad seguirá enferma.
Como vemos, la creación de empleos es vital para México. Por lo tanto, resulta indispensable generar el
entorno propicio para que esto suceda y no sigamos en el círculo vicioso actual. Que no nos quede duda:
todos tenemos derecho a tener techo y trabajo. Todos tenemos derecho a llevar pan a nuestros hijos. Por
consiguiente, el reto de generar empleos suficientes y dignos es un desafío no negociable para todos. En la
gráfica 1.12 se muestra la población ocupada remunerada por nivel salarial, en la cual se puede apreciar que
los mexicanos que ganan menos se han incrementado al paso del tiempo.
ILEGALIDAD
Al paso de los años, en nuestro país se ha incrementado la ilegalidad, ante la ausencia del Estado de
derecho. Constantemente las leyes no se respetan, al no respetarse debería haber sanciones y castigos para
quienes las pisotean; sin embargo, no pasa nada. Por eso, la ciudadanía cada vez más lleva a cabo actos que
reflejan esta cultura equivocada, lo cual se debe a que la sociedad tiene la percepción, no errada, de que en
los diferentes niveles del propio gobierno se viola la ley constantemente, cuando los funcionarios públicos
deberían dar ejemplo del respeto a las leyes y ser los primeros guardianes de su cumplimiento. Esto lo
podemos contemplar en la gráfica 1.13, en la cual se percibe que la mayoría de los ciudadanos encuestados
consideran que los funcionarios de gobierno cumplen muy poco con la ley y sólo 9.47% de los encuestados
piensa que los funcionarios cumplen mucho con la ley.
Para fortalecer la cultura de la legalidad, en Nuevo León se implementó una cultura que ha ido
transformando el entorno, la cual debería ser transferida a todos los estados de la República Mexicana:
“Hagámoslo bien”. Este esfuerzo ha sido consecuencia del involucramiento y la suma de los diferentes actores
de la sociedad para concientizar a toda la ciudadanía, desde los niños hasta los adultos, acerca de lo
importante que es vivir y cumplir con el Estado de derecho.
INJUSTICIA
En una sociedad, lo que más molesta y provoca violencia interna en los ciudadanos es percibir injusticias
por parte de quienes ejercen alguna autoridad, cuando su responsabilidad debería consistir en hacer valer la
justicia ante todos los mexicanos, sin importar dónde nacieron y a qué clase social pertenecen. En los datos
que aparecen en la tabla 1.3 podemos contemplar que la policía de tránsito, la policía preventiva municipal y
las procuradurías y los ministerios públicos, al administrar la justicia, en la percepción de la sociedad son los
más injustos, mientras que la marina es la más justa. De 2014 a 2015, la percepción sobre la manera como los
diferentes grupos del gobierno hacen valer la justicia disminuyó significativamente en todos los grupos. Esto
confirma la percepción que tiene la sociedad respecto a la manera en que se imparte la justicia por parte de
los diferentes responsables de hacerla valer.
Tabla 1.3 México: Percepción sobre el actuar justo de las instituciones del gobierno
Autoridad 2014 2015
Marina 84.4 81.6
Ejército 80.7 77.6
Policía Federal 57.7 56.2
Procuraduría General de la República 51.4 49.2
Jueces 47.4 46.2
Policía Estatal 44.1 42.5
Policía Ministerial o Judicial 42.5 42.4
Ministerio Público y Procuradurías 41.9 41.5
Policía Preventiva Municipal 37.5 36
Policía de Tránsito 33.5 31.5
Fuente: INEGI-Envipe. Recuperado de: http://goo.gl/xYjZsn
Además de esta tabla, es interesante el índice que reporta el Foro Económico Mundial sobre la
independencia judicial en su toma de decisiones: en 2014 México tenía la posición 98, y en 2015 ocupaba la
número 100.
AUSENCIA DE RESPETO A LOS DERECHOS HUMANOS
No se podrá forjar el desarrollo de un país si no se tiene como premisa fundamental el respeto a la dignidad
de la persona. Es esencial si de verdad se desea un México robusto. A continuación, presentamos un análisis
de México respecto a la OCDE de 1975 a 2013, en relación con el respeto que se tiene a los derechos humanos.
Como podemos apreciar en la gráfica 1.14, en comparación con la OCDE, México ha mantenido menores
niveles sobre el respeto a los derechos humanos. Esta situación interpela a las autoridades para que corrijan
aquellas áreas de oportunidad vinculadas con este rubro.
El respeto a los derechos políticos también es un buen indicador para reflejar qué tanto se respetan los
derechos humanos en un país, lo cual nos permite analizar qué tan bien se ejerce la democracia en una
nación. Este índice considera cuatro aspectos: Libertad de expresión y creencia (LEyC), Derecho a organizarte
y asociarte libremente (DOyA), Estado de derecho (ED), y Autonomía personal y derechos individuales (APyDI).
En el caso de México, dichos índices también reflejan que hay mucho por hacer con respecto a los derechos
humanos, como se observa en la tabla 1.4. Si queremos migrar a una auténtica democracia, en la que la
dignidad de un ser humano sea respetada sobre cualquier interés político mezquino, resulta vital aprovechar
estas áreas de oportunidad.
Tabla 1.4 Respeto a los derechos políticos
Dato 2015 LEyC DOyA ED APyDI
México 12/16 8/12 6/16 10/16
X/Y X = Calificación otorgada a México Y = Mejor puntuación posible
Fuente: Freedom House, Reporte 2015. Recuperado de: https://www.freedomhouse.org/
CINISMO DE LOS LÍDERES
El último aspecto de este decálogo se refiere al comportamiento cínico de muchos de nuestros líderes
gobernantes —en los diferentes niveles de gobierno—, ante el reclamo de la ciudadanía por sus actos de
corrupción y mala administración.
En la gráfica 1.15 se comprueba que la ausencia y el cinismo de los líderes de México han permanecido
desde 1975 hasta 2013 por arriba del índice de la OCDE, entre menor sea el índice, refleja mayor presencia de
cinismo, lo que debe provocar en nuestros políticos y gobernantes una modificación en su actitud de estar
alejados de la ciudadanía y de ignorarla. Deben estar atentos a sus reclamos, teniendo presente que ella les dio
el poder para gobernar. Es importante que recuerden que el poder que se les ha confiado es para servir a la
sociedad, no para servirse de ella ni para aprovecharse de su posición, restándole valor a la sociedad y
llevándola —como hasta ahora ha sucedido— a una tremenda pobreza y lacerante desigualdad social.
Este cinismo también lo podemos comprobar por medio de tres factores: Procesos electorales (PE),
Pluralismo político y participación (PPyP) y Funcionamiento del gobierno (FG), los cuales han estado por
debajo del promedio de la OCDE, como lo vemos en la tabla 1.5.
Tabla 1.5 Procesos electorales (PE), Pluralismo político y participación (PPyP)y Funcionamiento del gobierno (FG)
Calificación 2015 PE PPyP FG
México 9/12 12/16 7/12
X/Y X = Calificación otorgada a México Y = Mejor puntuación posible
Fuente: Freedom House, Reporte 2015. Recuperado de: https://www.freedomhouse.org/
Esta situación debe entenderse como un llamado de atención para que quienes ostentan el poder
renuncien a su cinismo y escuchen a los ciudadanos, respeten la voluntad popular, toleren el pluralismo
político, promuevan la participación, y para que el gobierno actúe de una manera ética y eficiente en el
manejo de los recursos de la sociedad. Los resultados de las elecciones de 2015 y 2016 son un reflejo del costo
que están pagando los políticos y los gobernantes por no escuchar, ni estar cerca de la ciudadanía.
Después de analizar estos diez comportamientos y situaciones que tanto daño nos han causado, sólo nos
resta decir que “México no puede seguir viviendo en este escenario” en donde:
I. Ocupamos el segundo lugar en el índice de impunidad global, de 59 países. Sólo se denuncian siete de
cada diez delitos y solamente 5% de los denunciados obtiene sentencias condenatorias.
II. Respecto a la corrupción, en 2015 ocupamos el lugar 95 entre 168 países, con una calificación de 35
sobre 100, en el índice de percepción de la corrupción y en el índice sobre el desvío de recursos
públicos. Según el Foro Económico Mundial, en 2015 teníamos la posición 125, cuando en 2014
ocupábamos la posición 119.
III. En los últimos 12 años México ha mantenido niveles de pobreza mayores a los alcanzados por la
OCDE. Tenemos más de 50 millones de mexicanos que viven con algún tipo de pobreza; lejos de
mejorar esta situación prácticamente permanece estancada.
IV. Tenemos el liderazgo de desigualdad social entre los países de la OCDE. Esta situación es vergonzante
ante el mundo. Aun cuando hemos logrado incrementar el ingreso nacional a tasas muy por encima
de las del crecimiento poblacional, no hemos logrado vencer la herencia de la desigualdad social.
V. Siete de cada diez mexicanos nos sentimos inseguros, de acuerdo con la Encuesta Nacional de
Seguridad Pública Urbana. La inseguridad afecta la paz pública, golpea la economía, siembra
desconfianza, inhibe la inversión, daña la cohesión social, genera resentimientos, miedos, angustia y
el deseo de venganza, por parte de aquellos que son lastimados. Tristemente en 2016 se ha
incrementado la inseguridad respecto a 2015.
VI. Sólo se están generando 500 mil empleos, cuando deberían generarse al menos un millón 200 mil
empleos por año. Tenemos cerca de 6 073 022 mexicanos que están excluidos laboral y socialmente,
los cuales son más del doble de los desempleados. No olvidemos que todo el mundo tiene derecho a
tener techo y trabajo.
VII. De acuerdo con la encuesta sobre política y prácticas ciudadanas, los mexicanos perciben que sólo
9.47% de los funcionarios públicos respeta las leyes.
VIII. El actuar por parte de las instituciones de gobierno, de acuerdo con los ciudadanos, es
frecuentemente injusto, al no hacer valer la justicia como debería ser su misión, como indican los
resultados de la encuesta de Envipe-INEGI. Esto ha generado graves injusticias en la sociedad.
IX. Seguimos manteniendo, en comparación con los países de la OCDE, menores niveles en cuanto al
respeto a los derechos humanos, circunstancia que en nada abona a nuestra imagen a nivel
internacional.
X. Por último, el cinismo y la ausencia de nuestros líderes políticos ha permanecido desde 1975 hasta
2013 por arriba del índice de la OCDE. Se les ha olvidado escuchar a la ciudadanía y que el poder que
se les ha confiado es para servir al pueblo, no para servirse de él.
NOTAS DEL CAPÍTULO I
1 Bernardo Kliksberg, Más ética, más desarrollo, Buenos Aires, Editorial Temas, 2005, p. 72.2 Ibid., p. 73.3 Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), "Para que México tenga vida digna", en Exhortación del
Episcopado Mexicano para la construcción de la paz, México, CEM, 2010.4 “Generación de empleos formales”, México ¿cómo vamos?, Instituto Mexicano para la Competitividad, México
Evalúa. Centro de Análisis de Políticas Públicas, 2016. Recuperado de: http://ow.ly/apR5303wiGS