Atilio Boron Teoria Politica Marxista o teoria marxista de la politica

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    LA REFLEXIN POLTICA marxiana debe, por derecho propio y legtima-mente, ocupar un lugar destacadsimo en la historia de las ideas polticasy, ms an, constituirse en uno de los referentes doctrinarios primordialespara la imprescindible refundacin de la filosofa poltica en nuestra poca.

    HUNTINGTONY BOBBIO

    La opinin ms difundida considera a Marx como un economista pol-tico, tal vez como el gran rebelde entre los economistas polticos clsi-cos. Otros, sin embargo, lo consideran como un socilogo, mientras que

    no pocos dirn que fue un historiador. Casi todos, adems, coinciden encaracterizarlo como el ms grande profeta de la revolucin. Autores tandismiles como Joseph Schumpeter y Raymond Aron, por ejemplo, sea-lan reiteradamente este carcter multifactico del fundador del materia-lismo histrico. En efecto, Marx incursion en cada uno de estos cam-pos, pero cmo olvidar que primero y antes que nada fue un brillantefilsofo poltico?1. Sin embargo, hubo que esperar que pasara poco ms

    Atilio A. Boron*

    Teora poltica marxista o

    teora marxista de la poltica

    * Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

    1 He trabajado en profundidad estas ideas en los artculos compilados en Boron (2003).

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    de un siglo de su muerte para que el nombre de Marx comenzara a reso-nar en los rancios claustros de la filosofa poltica. Resear las causas deeste lamentable extravo excedera con creces los objetivos de este art-culo. Bstenos con recordar la opinin de un intelectual ubicado en las

    antpodas de la tradicin marxista; nos referimos al terico neoconser-vador Samuel P. Huntington, quien en su famoso libroEl orden polticoen las sociedades en cambiose hace eco del sentir predominante en estamateria, al decir que un error muy frecuente es el de considerar a Lenincomo un discpulo de Marx. Huntington asegura que, si se toman encuenta los aportes realizados por el primero para la comprensin de yla accin sobre la vida poltica, Marx es apenas un rudimentario prede-cesor de Lenin, el gran sistematizador de una teora del estado, inventorde una teora del partido, y gran terico (y prctico) de las revoluciones.

    Huntington refleja as, desde la derecha, una opinin que es amplia-mente compartida inclusive en los medios de izquierda (Huntington,2002). Su venturoso retorno se relaciona, sin duda, con el agotamien-to y la prdida de relevancia de la filosofa poltica convencional; perofue la provocativa pregunta formulada por un gran pensador italianocomo Norberto Bobbio una suerte de socialista liberal en la tradicinde Piero Gobetti, quien a mediados de los aos setenta preguntaba siexiste una teora poltica marxista, la que abrira la puerta a la recupe-racin del Marx filsofo poltico (Bobbio, 1976).

    En efecto, cmo responder ante esa pregunta?La contestacinde Bobbio, como era de esperarse, fue negativa y mucho ms rotunda

    que la de un terico neoconservador como Huntington. Si, para esteltimo, Marx no tena una teora poltica, para Bobbio, por su parte, niMarx ni ningn marxista como Lenin, por ejemplo haban desarro-llado algo digno de ese nombre. No slo Marx sino todo el marxismocareca de una teora poltica. Su argumento podra, en lo sustancial,sintetizarse en estos trminos. No poda existir una teora poltica por-que Marx fue el exponente de una concepcin negativa de la poltica,lo que, unido al papel tan notable que en su teorizacin general se leasignaba a los factores econmicos, hizo que no prestara sino una oca-sional atencin a los problemas de la poltica y el estado. Si, adems delo anterior, prosigue el profesor de Turn, se tiene en cuenta que su teo-rizacin sobre la transicin post-capitalista fue apenas esbozada en lasdispersas referencias a la dictadura del proletariado, y que la sociedadcomunista sera una sociedad sin estado, puede concluirse, dice Bo-bbio, que no slo no existe una teora poltica marxista sino, ms an,que no haba razn alguna para que Marx y sus discpulos acometieranla empresa de crearla, si se tienen a la vista las preocupaciones intelec-tuales y polticas que motivaban su obra (Bobbio, 1976: 39-51).

    Segn nuestro entender, la respuesta de Bobbio es equivocada y,en cuanto tal, insostenible. Lo es en el caso de la reflexin especfica-

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    mente marxiana, y lo es mucho ms cuando dicho veredicto se refiere almarxismo como una gran tradicin terico-prctica. Suponer que au-tores de la talla de Engels, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky,Bujarin, Gramsci, Mao, entre tantos otros, fueron incapaces de enrique-

    cer en un pice el legado terico del fundador del marxismo en el terre-no de la poltica o de aportar algunas nuevas ideas, en el caso de queMarx no hubiera producido absolutamente nada en este terreno no essino un sntoma del arraigo que ciertos prejuicios anti-marxistas tienenen la filosofa poltica y las ciencias sociales en su conjunto, y ante loscuales ni siquiera un talento superior como el de Bobbio se encontrabaadecuadamente inmunizado.

    Un segundo aspecto que debe ser considerado al analizar la res-puesta bobbiana remite al uso indistinto que hace este autor cuando

    confunde negatividad con inexistencia. Ambos trminos no son si-nnimos y, por tanto, decir que una teora sobre algn tema en parti-cular es negativa no significa que la misma sea inexistente, sino quela valoracin que en dicha teora se hace de su objeto de indagacin esnegativa. Sostendremos en lo sucesivo que un argumento que subrayela negatividad de ciertos aspectos de la realidad de ninguna maneraautoriza a descalificarlo como teora. Y, en este sentido, pese a su con-cepcin negativa de la poltica y el estado, Marx ha escrito cosas su-mamente interesantes sobre el tema. Se puede estar o no de acuerdo

    con ellas, pero su estatura intelectual las coloca en un plano no inferiora las teoras que produjeran las ms grandes cabezas de la historia dela filosofa poltica en el siglo XIX. Por qu colegir que esas ideas deMarx no constituyen una teora? Bobbio no nos ofrece una argumen-tacin convincente al respecto. Nos parece que, ms all de los mritosque indudablemente tiene el diagnstico bobbiano sobre la parlisisterica que afectara al marxismo durante buena parte del siglo XX, suconclusin no le hace justicia a la amplitud y profundidad del legadoterico-poltico de Marx2.

    Finalmente, es preciso sealar que resulta inadmisible buscar unateora poltica marxista sin que tal pretensin entre en conflicto conlas premisas epistemolgicas fundantes del materialismo histrico. Esdecir, la pregunta por la existencia de una teora poltica marxista slotiene sentido cuando se la construye a partir de los supuestos bsicos dela epistemologa positivista de las ciencias sociales, irreductiblementeantagnicos a los que presiden la construccin terica del marxismo.Segn esa visin, dominante en las ciencias sociales, la teora polticase encargara de estudiar, en su esplndido aislamiento, la vida polti-

    2 Sobre esta parlisis consltese la obra de Perry Anderson (1976; 1986) y el artculo de

    Javier Amadeo, Mapeando el marxismo, incluido en este volumen.

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    ca, al tiempoque la sociologa estudiara la sociedad, y la economaestudiara la estructura y dinmica de los mercados, dejando de ladotoda consideracin de factores exgenos como la poltica y la vidasocial. Esta brbara escisin de la realidad propia del pensamiento

    fragmentador y reificador del modo de produccin capitalista, y en elcual el fetichismo de la mercanca inficiona todas sus representacionesmentales es incompatible con las premisas fundantes de la tradicinmarxista. Veamos, entonces, cmo se puede concebir la reflexin sobrela poltica y lo poltico desde el marxismo.

    SOBRELASUPUESTA DESERCIN DELMARXFILOSFICO-POLTICO

    Como seala Umberto Cerroni, la leyenda de los dos Marx se iniciacon la popularizacin de las tesis de Louis Althusser quien, en su obra,distingue entre el Marx humanista e ideolgico de la juventud y elMarx cientfico de la madurez (Cerroni, 1976: 23-27).Para Althusser,la crtica a las categoras centrales de la filosofa poltica hegeliana rea-lizada por el joven Marx no es todava marxista. El verdadero Marx,para el filsofo francs, sera el de la madurez, el cientfico que culmi-na luminosamente su complicado periplo intelectual con un impecableanlisis del capitalismo. Debemos sealar, en principio, que esta muydesafortunada escisin producida por la interpretacin althusserianacontradice explcitamente la visin de Marx sobre su propio derroterointelectual, y lleva a Althusser a desvalorizar la obra terico-polticadel joven Marx, que es arrojada por la borda bajo la acusacin de hu-manista e ideolgica (Althusser, 1975: 25). En esta obra, Althusserfulmina toda la produccin intelectual del Marx anterior a la rupturaepistemolgica de 1845; el Marx cientfico sera, en cambio, aquelque asomara, en Londres, despus de dicha ruptura.

    En la actualidad, ese tajante rechazo del legado terico del jovenMarx suena escandaloso, al igual que la deplorable separacin entre unMarx ideolgico y un Marx cientfico. Cerroni observa con raznque el dogmatismo althusseriano dejara fuera del patrimonio tericodel marxismo nada menos que la crtica metodolgica a Hegel [y] elprimer gran esbozo de una crtica al estado representativo, plasmadosen textos tales como la Crtica de la filosofa del derecho de Hegel, Lacuestin juda y los Manuscritos econmico-filosficos de 1844 (Cerroni,1976: 27). Ecos lejanos y transmutados del estructuralismo althusseria-no se oyen tambin en la obra de Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y, engeneral, los exponentes del mal llamado post-marxismo mal llamadoporque los autores que se identifican bajo esa etiqueta no son continua-dores y desarrolladores de la obra terica de Marx, sino partidarios deun modelo terico desarrollado despus de Marx y en oposicin a l.

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    Es evidente que para esta corriente la superacin del marxismo es unasunto de ingenio retrico, y que se resuelve en el terreno del arte delbuen decir. No caben dudas de que el marxismo habr de ser superadoalgn da, pero esto no es un problema que se resuelve en el plano de

    las controversias tericas, sino en el terreno mucho ms concreto de laprctica histrica de las sociedades. Para que tal superacin se produz-ca ser necesario sepultar primero a la sociedad de clases, tarea nadasencilla por cierto.

    Es preciso, por consiguiente, destacar la unicidad del trabajo filo-sfico-poltico de Marx y, a partir de ese punto, retomar el dilogo conBobbio. Dice nuestro autor que Marx saba muy bien lo que aparente-mente ignoran ciertos marxistas: que la filosofa de la burguesa comoclase en ascenso no era, no poda ser, el idealismo alemn, sino el utili-

    tarismo ingls. Pese a ello, en su reflexin filosfico-poltica Marx optpor dedicarse casi exclusivamente a Hegel, un filsofo excntrico, segnBobbio, y cuyas laboriosas elucubraciones poco o ninguna relevanciaposean a la hora de pretender descifrar la cosmovisin de la burguesay sus urgencias polticas.

    Dos son los errores que encontramos en esta afirmacin del autoritaliano. Es cierto que la filosofa poltica burguesa de mediados del sigloXIX fuera de Alemania, y muy principalmente en Inglaterra, considera-ba prioritarios los temas que obsesionaban a su clase de referencia, es

    decir, la burguesa. De ah que asuntos tales como el individualismo, laidentificacin del bien con lo til, el placer y el dolor como mviles de laconducta humana, y la cuestin del disciplinamiento social, ocupasenun lugar tan prominente en la agenda del utilitarismo ingls. De ahtambin la ntima conexin existente entre esta corriente filosfica y elpensamiento de dos de los padres fundadores de la Economa Poltica:David Ricardo y Thomas Malthus. Pero esto no autoriza a sentenciar lairrelevancia de la obra filosfico-poltica de Hegel.

    Por otra parte, no es verdad que Marx dedicara su tiempo casiexclusivamente al examen del sistema filosfico hegeliano. Las teorasde los padres fundadores de la economa clsica fueron objeto de sumeticuloso estudio, y no tan slo en los aspectos relacionados con suscomponentes econmicos: Marx prest mucha atencin, por ejemplo,a las consideraciones ticas y morales de autores como Adam Smith(cuya Teora de los sentimientos morales era conocida por Marx), el yamencionado Malthus y, en menor medida, Jeremy Bentham y los Mill,padre e hijo. Marx entenda que era imposible comprender las activi-dades econmicas al margen del complejo haz de mediaciones sociales,polticas, simblicas y culturales que las sustentaban. Desarrollemosambos puntos por separado.

    En primer lugar, es correcto decir que la teora hegeliana no pro-duce una radiografa adecuada de la ontologa de los estados capita-

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    listas. Sin embargo, no por ello deja de cumplir una crucial funcinideolgica: nada menos que mostrar al estado burgus como la esferasuperior de la eticidad y la racionalidad de la sociedad moderna, comoel mbito donde se resuelven civilizadamente las contradicciones de la

    sociedad civil. En otras palabras, mostrar al estado como este desea servisto por las clases subordinadas. Si bien la crtica marxiana se con-centr preferentemente en la obra de Hegel, faltara a la verdad quienadujera que la reflexin terico-poltica de Marx apenas se circunscri-bi a realizar un ajuste de cuentas con su pasado hegeliano. Inclusoen los primeros aos de su vida, Marx incursion en una crtica que,sobrepasando a Hegel, tomaba como blanco los preceptos fundantesdel liberalismo poltico, pero no como ellos se plasmaban en tal o cuallibro, sino en su fulgurante concrecin en la Revolucin Francesa y la

    Declaracin de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En un textocontemporneo a los dedicados a la crtica de Hegel nos referimos ala ya citada Cuestin juda Marx desnuda sin contemplaciones los in-superables lmites del liberalismo como filosofa poltica. En trminosgramscianos, podramos decir que mientras el utilitarismo suministra-ba los fundamentos filosficos que la burguesa necesitaba en cuan-to clase dominante, el hegelianismo hizo lo propio cuando esa mismaburguesa se lanz a construir su hegemona. Por consiguiente, no espoca cosa que Marx haya tenido la osada de desenmascarar esta estra-

    tgica funcin ideolgica y legitimadora cumplida por el hegelianismo,as como los alcances de la filosofa poltica liberal. Pese a su alegadaexcentricidad, la reflexin de Hegel constitua un aporte mucho msimportante que el de los utilitaristas para la justificacin del estado bur-gus. Este ltimo mal poda legitimarse apelando a los clculos dife-renciales de placer y displacer ofrecidos por Jeremy Bentham, mientrasque la concepcin del estado de un estado de clase, recordemos comoexpresin y garante de los intereses universales de la sociedad, y comorbitro neutro en el conflicto de clases, ofreca, y an ofrece, un argu-mento mucho ms convincente para dicha empresa. En suma: Marx nose equivoc al elegir como blanco preferente de sus crticas a Hegel.

    Por otra parte, es preciso que tengamos en cuenta el clima de po-ca. La lenta descomposicin de la formacin social feudal haba abiertoun perodo de incertidumbre ideolgica que empez a clausurarse conla aparicin de nuevas teorizaciones surgidas en el campo de la burgue-sa. As, el filsofo poltico holands, nacido en Rotterdam y residente lamayor parte de su vida en Inglaterra, Bernard de Mandeville, publicaraen 1714 un libro de excepcional importancia:La fbula de las abejas, olos vicios privados hacen la prosperidad pblica (1982), texto en el cualel inters egosta es resignificado, en abierta oposicin a las doctrinas ycostumbres medievales, como conducente a la felicidad colectiva. Sinembargo, la frmula indudablemente ms aclamada del exacerbado in-

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    dividualismo de la poca se resume en la famossima metfora de lamano invisible que popularizara, ms de medio siglo despus, AdamSmith. El impacto de la misma ha sido tan fuerte que ha permeado elconjunto de las teoras econmicas, sociolgicas y filosficas de su au-

    tor, quedando indisolublemente unida al nombre de su creador, como sien ella se agotara toda la riqueza de su anlisis. Cabe sealar que Smithproblematiza en no pocas ocasiones la supuesta mecnica de la manoinvisible aludiendo explcitamente a las contradicciones y conflictossociales que atraviesan la nueva sociedad. Smith menciona repetida-mente, y con un claro talante crtico, la tendencia prcticamente irre-sistible de los terratenientes, patronos y mercaderes a conspirar paraesquilmar a los consumidores y los trabajadores ante la ausencia deuna efectiva regulacin gubernamental (Smith, 1981: 145).No obstan-te, la idea de la mano invisible encuentra una justificacin de ultimaratio en la certeza de que su operacin habr de conducir a un ordensocial en el cual los actores, todos ellos, se vern beneficiados. Parael filsofo moral de la Ilustracin escocesa era evidente que, bajo unsistema predominantemente librecambista, los individuos accederan auna vida mejor por comparacin a aquella que les ofreca un sistema deregulaciones mercantilistas como el que prevaleca en Inglaterra duran-te el siglo XVIII. La meridiana claridad de autores como Adam Smith,John Locke y David Ricardo, y de sus contribuciones superadoras de las

    visiones predominantes en su poca, se desvanece cuando sus declara-dos discpulos presentan ese instrumental terico bajo la forma de unabigarrado manto de conceptos y categoras que los entronizan comoprofetas de un capitalismo cada vez ms salvaje. Pero, dejando esto delado, digamos que con la publicacin deLa riqueza de las naciones secierra, con una slida y majestuosa argumentacin filosfica, econmi-ca e histrica, el hiato abierto por la crisis de las filosofas medievales,para otorgar al nuevo sentido comn de la naciente sociedad capita-lista un formidable estatus terico.

    Tomando lo anterior en consideracin, las razones por las queel joven Marx concibe a la poltica de la sociedad burguesa en reali-dad, la poltica de toda sociedad de clases como una esfera alienante yalienada, y como algo negativo, pareceran ahora ser suficientementeclaras. Su reformulacin de la dialctica hegeliana y su crtica al siste-ma de Hegel le permiten descubrir una falla fundamental en la reflexinfilosfico-poltica del profesor de Berln: su renuncia a elaborar teri-camente la densa malla de mediaciones existentes entre la poltica, elestado y el resto de la vida social.

    Situar la originalidad del marxismo, por lo tanto, en el campo delanlisis socio-econmico, como lo hiciera Bobbio, lleva a este autor aincurrir en un equvoco similar al que cometiera el por entonces tericomarxista italiano Lucio Colletti (lastimosamente reconvertido despus

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    a las huestes del neofascismo liderado por Silvio Berlusconi) al afirmarque, incluso en la teora del estado, la contribucin realmente decisivadel marxismo se limita exclusivamente a la exposicin de las condicioneseconmicas necesarias para la extincin del orden estatal (Colletti, 1977).

    El solo planteamiento de la cuestin desde una perspectiva que escinderadicalmente lo econmico de lo poltico, como hace Colletti, instala aeste autor conceptualmente en la jaula de hierro de la tradicin liberal.No sorprende, en consecuencia, que remate su argumentacin sostenien-do que todo discurso acerca de las vinculaciones entre dominacin y ex-plotacin, o entre lo poltico y lo econmico, cae fuera del campo de lateora poltica en sentido estricto (Colletti, 1977: 146-149).

    Sin embargo, y ya para finalizar este punto, no est de ms aclararque nuestro rechazo de la desvalorizacin del legado marxiano en la teo-

    ra poltica, en la clave que proponen Bobbio o Colletti, no nos puede lle-var tan lejos como para adherir a una tesis que se sita en sus antpodas.Nos referimos a la planteada por el historiador ingls Robin Blackburn,para quien lo verdaderamente original de la teora marxista no se en-cuentra en la filosofa ni en la economa, sino en el campo de la poltica.(Blackburn, 1980). Sin menospreciar el aporte de la obra terico-polticade Marx, creemos que la teorizacin que se plasma en El Capital (la teo-ra de la plusvala; la del fetichismo de la mercanca y, en general, de laeconoma capitalista; la de la acumulacin originaria; etc.) se encuentra

    mucho ms desarrollada y sistematizada que la que advertimos en susreflexiones polticas. Si a estas Marx les dedic los turbulentos aos de sujuventud y algunos momentos de su vida adulta, a la economa poltica lecedi los 25 aos ms creativos de su madurez intelectual.

    ELESCNDALODELAPOLTICA

    El punto de partida de nuestra reflexin sobre el carcter negativo dela poltica en Marx exige repensar su significado como una actividadprctica en el conjunto de la vida social. En relacin a esto, identifi-

    caremos tres tesis fundamentales del filsofo de Trveris, que an hoyconservan su capacidad para escandalizar a la filosofa poltica.

    - La crtica radical de la religin y del cielo de los ciudadanoses decir, del estado y de la vida poltica en general slo puedeser tal a condicin de ir acompaada de una simultnea crticadel valle de lgrimas terrenal donde desfallecen productores ytrabajadores. Sera difcil exagerar la importancia y la actualidadde esta tesis, toda vez que el saber convencional de la filosofapoltica en sus distintas variantes el neocontractualismo, el co-munitarismo, el republicanismo y el libertarianismo persiste envolver sus ojos hacia la poltica y hacia el cielo de la vida pblica,con total prescindencia de lo que ocurre en el embarrado suelo

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    de la sociedad burguesa y en las estructuras opresivas y explota-doras de la economa capitalista. El aire de irrealidad y de fanta-sa que preside sus argumentaciones encuentra en esta omisinsu razn de fondo.

    - De acuerdo con lo establecido en la tesis onceava sobre Feuer-bach, la filosofa no puede ser un saber meramente especulativo.Tiene una tarea prctica inexcusable y de la que no debe sustraer-se: transformar el mundo en que vivimos, desenmascarando yponiendo fin a la auto-enajenacin humana en todas sus formas,sagradas y seculares. Para cumplir con su misin, la teora debeser radical, es decir, ir al fondo de las cosas, al hombre mismocomo producto social y a la estructura de la sociedad burguesaque lo constituye como sujeto alienado. La teora debe decir

    cul es la verdad y denunciar todas las mentiras del orden socialprevaleciente.

    - En las sociedades clasistas, la poltica es la principal si bien nola nica esfera de la alienacin, y, en cuanto tal, espacio privi-legiado de la ilusin y el engao. El estado realmente existenteno el postulado tericamente por Hegel, sino aquel contra elcual Marx tuvo que enfrentarse en sus escritos juveniles es enrealidad un complejo dispositivo institucional puesto al serviciode intereses econmicos bien particulares, y garante final de una

    estructura de dominacin y explotacin que la poltica conven-cional jams pone en cuestin.

    Una vez comprobado el carcter irremisiblemente clasista de los esta-dos, y certificada la radical invalidacin del modelo hegeliano del es-tado tico, representante del inters universal de la sociedad, el jovenMarx se aboc a la tarea de explicar las razones del extravo tericode Hegel. Qu fue lo que hizo que una de las mentes ms lcidas dela historia de la filosofa incurriera en semejante error? Simplificandoun razonamiento bastante ms complejo, diremos que la respuesta deMarx se construye en torno a esta lnea de razonamiento: si en Hegella relacin estado/sociedad civil aparece invertida, ello no ocurre acausa de un vicio de razonamiento del filsofo, sino que obedece a com-promisos epistemolgicos ms profundos, cuyas races se hunden enel seno mismo de la sociedad burguesa, como aos ms tarde tendraocasin de argumentar Marx al examinar el problema del fetichismode la mercanca. En otras palabras, si Hegel invirti la relacin esta-do/sociedad civil haciendo de esta un mero epifenmeno de aquel, fueporque en el modo de produccin capitalista todo aparece invertido:las mercancas aparecen ante los ojos de la poblacin como si concu-rrieran por s mismas al mercado, y la sociedad civil aparece ante losojos de los comunes como una simple emanacin del estado. Hegel no

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    fue inmune al proceso de fetichizacin universal que caracteriza a lasociedad burguesa.

    Sin embargo, ms all de estas crticas, es preciso sealar unmrito fundamental de la obra de Hegel: fue l quien plante por pri-

    mera vez de manera sistemtica y no slo en la Filosofa del derechosino tambin en otros escritos, como la Filosofa real la tensin entrela dinmica polarizante y excluyente de la sociedad civil, en realidadde la economa capitalista, y las pretensiones integradoras y universa-listas del estado burgus. No pudo resolver esa contradiccin, pero susealamiento abri la puerta por la cual, tiempo despus, se internarael joven Marx. Nos parece, entonces, que Bobbio no pondera en susjustos trminos el valor de esta aportacin hegeliana. Por eso, si bien suobservacin de que en el siglo XIX el centro de gravedad de la filosofa

    poltica no estaba en Alemania sino en Inglaterra es correcta, su sub-estimacin de la contribucin de Hegel a la filosofa poltica no lo es.Es ms, podra afirmarse, sin temor a exagerar, que Hegel es el primerterico poltico de la sociedad burguesa que plantea una visin realistay descarnada de la sociedad civil estructuralmente escindida en clasessociales, y cuya incesante dinmica remata en una irresoluble polariza-cin. Hegel observ con agudeza y preocupacin ese rasgo, al punto talque, superando las estrecheces del utilitarismo y el laissez-faire predo-minantes en Inglaterra, abog premonitoriamente por una esclarecida

    intervencin estatal para contrarrestar la creciente polarizacin que ge-neraba la sociedad burguesa. Para Hegel, el abismo que separaba ricosde pobres planteaba un grave problema econmico, poltico y moral,toda vez que debilitaba irreparablemente los fundamentos mismos dela vida estatal, fuente de toda eticidad y justicia. Son estas considera-ciones las que, finalmente, convierten a Hegel en una suerte de precozantecesor filosfico del keynesianismo.

    La atenta lectura que el joven Marx realiza del texto hegeliano locoloca en una regin terica inexplorada, de contornos muy poco cono-cidos: en los bordes de la filosofa poltica y a las puertas de la economapoltica. En los bordes, porque la reflexin del profesor de la Universi-dad de Berln haba demostrado dos cosas: la ntima conexin existenteentre la poltica y el estado y, por otra parte, ese tumultuoso reino de loprivado que se subsuma bajo el equvoco nombre de sociedad civil; yla futilidad de teorizar sobre aquellos temas al margen de una cuidado-sa teorizacin sobre la sociedad en su conjunto y, muy especialmente,sobre los fundamentos materiales del orden social. Y a las puertas dela economa poltica, porque si se quera trascender la mera enuncia-cin de la relacin, punto hasta el cual haba llegado Hegel, era precisoavanzar en la exploracin de la anatoma de la sociedad civil y, para esaempresa, el arsenal conceptual y metodolgico disponible en la filosofapoltica era claramente insuficiente. Era indispensable echar mano a

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    una nueva caja de herramientas tericas, a un novsimo instrumentalque, no por casualidad, haba desarrollado una nueva ciencia, la econo-ma poltica, en el pas donde las relaciones burguesas de produccinhaban alcanzado su forma ms pura y desarrollada: Inglaterra. Hacia

    all se dirigi Marx.

    EXISTEUNATEORAPOLTICAMARXISTA?

    Estamos en condiciones, ahora, de retornar a nuestro punto de parti-da: la pregunta bobbiana acerca de la existencia de una teora polticamarxista. Tal como lo anticipramos, segn Bobbio no existe tal teoraen el marxismo, y esto por tres razones bsicas: por el inters exclu-yente de los tericos marxistas en dilucidar las cuestiones inmediatasrelacionadas con lo que se supona sera una inminente conquista delpoder, lo que relegaba a un segundo plano el examen de las temticasms generales del estado capitalista; por el carcter transitorio y, sobretodo, breve que se presuma tendra el estado socialista; y por efectosde lo que Bobbio denominara el modo de ser marxista en el perodohistrico posterior a la Revolucin Rusa y, sobre todo, la Segunda Gue-rra Mundial.

    El resultado de esta combinacin sita a Bobbio en una posicinno demasiado distante del diagnstico que Perry Anderson propone ensu obraConsideraciones sobre el marxismo occidental. Segn Anderson(1976), el fracaso de la revolucin en Occidente y la consolidacin delestalinismo en la Unin Sovitica impulsaron a la reflexin terica mar-xista a alejarse rpidamente del campo de la economa y la polticapara refugiarse en los intrincados laberintos de la filosofa, la estticay la epistemologa, siendo la obra de Antonio Gramsci la ms notableexcepcin del perodo.

    Ahora bien: la forma misma en que Bobbio se plantea la preguntaremite inequvocamente a una perspectiva incompatible con los plan-teamientos epistemolgicos fundamentales del materialismo histrico.En funcin de tales planteamientos, redoblamos la apuesta del filsofoitaliano al sostener que no slo no hay sino que no puede haber unateora poltica marxista. Por qu? Porque para el marxismo ningnaspecto o dimensin de la realidad social puede teorizarse al margen ocon independencia de la totalidad en la cual dicho aspecto se consti-tuye. Es imposible teorizar sobre la poltica, como lo hacen la cienciapoltica y el saber convencional de las ciencias sociales, asumiendo queella existe en una especie de limbo puesto a salvo de las prosaicas rea-lidades de la vida econmica. La sociedad, a su vez, es una engaosaabstraccin que no tiene en cuenta el fundamento material sobre elcual se apoya. La cultura entendida como la ideologa, el discurso,el lenguaje, las tradiciones y mentalidades, los valores y el sentido co-

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    mn, slo puede sostenerse gracias a su compleja articulacin con lasociedad, la economa y la poltica. Como lo recordaba reiteradamenteAntonio Gramsci, las separaciones precedentes slo pueden tener unafuncin analtica, ser recortes conceptuales que permitan delimitar

    campos de reflexin a ser explorados de un modo sistemtico y rigu-roso, pero que de ninguna manera pueden ser pensados en realidad,reificados- como realidades autnomas e independientes. Se convierteuna distincin metodolgica como la que separa la economa de lapoltica, advierte Gramsci, en una distincin orgnica y presentadacomo tal (Gramsci, 1999: 41).

    Es por eso que los beneficios que tiene esta separacin analticade las partes que constituyen el todo social se cancelan cuando el ana-lista reifica esas distinciones y cree, o postula, como en la tradicin

    liberal-positivista, que los resultados de sus planteamientos metodol-gicos adquieren vida propia y se constituyen en partes separadas de larealidad, sistemas (como en Parsons o Luhman) u rdenes (como enWeber) comprensibles en s mismos con independencia de la totalidadque los integra y por fuera de la cual no adquierensu significado y fun-cin. Al proceder de esta manera, la vida social termina tericamentedescuartizada en una pluralidad de sectores autosustentables: la econo-ma, la sociedad, la poltica y la cultura son hipostasiadas y convertidasen realidades autnomas, cada una de las cuales requiere una discipli-

    na especializada para su estudio. Este ha sido el camino seguido porla evolucin de las distintas ciencias sociales: la economa estudia lavida econmica haciendo abstraccin de sus contenidos sociales y po-lticos; la sociologa estudia la sociedad, despreocupada de las distintasmanifestaciones de lo social en los terrenos de la economa y la poltica;y los politlogos se entretienen elaborando ingeniosos juegos concep-tuales en los cuales la poltica es explicada por un conjunto de variablespolticas. Conclusin: nadie entiende nada y las ciencias sociales hoy seenfrentan, en su absurdo aislamiento, a una crisis terminal3.

    Como sabemos, la desintegracin de la ciencia social queinstalaba, por ejemplo, en un mismo territorio a Adam Smith y KarlMarx, en tanto poseedores de una visin integrada y multifactica delo social incompatible con cualquier reduccionismo dio lugar a nu-merosas disciplinas especiales, todas las cuales hoy se hallan sumidasen graves crisis tericas, y no precisamente por obra del azar. Frente auna realidad como esta, la expresin teora poltica marxista no haraotra cosa que convalidar, desde la tradicin del materialismo histri-co, el frustrado empeo por construir teoras fragmentadas y saberes

    3 Hemos examinado in extenso esta situacin en nuestro Tras el bho de Minerva (2000:211-226).

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    disciplinarios que, desde su unilateralismo, deforman la realidad quepretenden explicar. No hay ni puede haber una teora econmica delmercado o del capitalismo en Marx; tampoco hay ni puede haber unateora sociolgica de la sociedad burguesa. Lo que debe haber, y afor-

    tunadamente hay, es uncorpus terico totalizante que unifique diversasperspectivas de anlisis sobre la sociedad contempornea, ninguna delas cuales puede, por s sola, iluminar satisfactoriamente un aspectoaislado de la realidad. Es este, precisamente, al rasgo distintivo del ma-terialismo histrico.

    POLTICA, SOCIEDADDECLASESYALIENACIN

    Resumiendo: la concepcin negativa de la poltica en Marx tiene comouno de sus fundamentos la teora de la alienacin. En efecto, este iden-tific la existencia de un conjunto de prcticas, instituciones, creenciasy procesos mediante los cuales la dominacin de clase se coagulaba,reproduca y profundizaba. Hallazgo fundamental que por s solo le ase-gura a Marx un sitial de privilegio en la historia de la filosofa poltica.El corolario de su indagacin condujo a nuestro autor a concluir quela poltica y el estado, lejos de ser lo que Hegel deca, eran en cambioestratgicas instancias de la alienacin que contribuan a encubrir la ex-plotacin del trabajo asalariado y, de ese modo, a preservar una sociedadradicalmente injusta. El anlisis marxiano despoj al estado y la vida po-ltica de todos los ornamentos sagrados o sublimes que los ennoblecanante los ojos de sus contemporneos, y los mostr en su desnudez declase. Es por eso que la lucha poltica no es para Marx un conflicto quese agota en las ambiciones personales o se motiva en los ms elevadosprincipios doctrinarios, sino que tiene una raz profunda que se hunde,a travs de una cadena ms o menos larga de mediaciones, en el suelo dela sociedad de clases. Desaparecida esta, la poltica pasa a ser otra cosay necesariamente adquiere una connotacin diferente.

    Qu significara, entonces, el fin de la poltica en Marx? Pararesponder este interrogante es preciso subrayar que su visin de la fu-tura sociedad sin clases no es (como an hoy aseguran sus detractores)algo gris, uniforme e indiferenciado. Este es el paisaje que pintan losadversarios de Marx, o los filsofos que celebran la eternidad del capita-lismo. A los ojos del marxista, la sociedad sin clases se revela en cambiocomo una vistosa acuarela en la cual las identidades y las diferenciastnicas, culturales, lingsticas, religiosas, de gnero, de opcin sexual,estticas, etc., sern potenciadas una vez que hayan desaparecido lasrestricciones que impiden su florecimiento: la sociedad de clases y laexplotacin clasista. De lo que se trata, por lo tanto, es de potenciarestas diferencias cuidando empero que no se conviertan en renovadasfuentes de desigualdades y/o de opresin social. En otras palabras, hay

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    una diferencia estratgica que no debe potenciarse ni favorecerse: ladiferencia de clase. Todas las dems son bienvenidas. El progresismoburgus, en cambio, desarrolla un falaz, por indiscriminado y abstrac-to, argumento a favor de las diferencias, que alienta la creciente polari-

    zacin clasista de nuestras sociedades. En otras palabras: debe haber l-mites al florecimiento de las diferencias. Hay una especie de diferenciaque es socialmente daina y debe ser eliminada: la diferencia clasista.

    De lo que se trata, en sntesis, es de aquilatar las contribucionesque el planteamiento epistemolgico marxista est en condiciones deefectuar para el desarrollo de la filosofa poltica. La perspectiva totali-zadora del marxismo y su exigencia de traspasar las estriles fronterasdisciplinarias en pos de un saber unitario e integrado, que articule enun solo cuerpo terico la visin de las distintas ciencias sociales, encie-

    rran la promesa de una comprensin ms acabada de la problemticapoltica de la escena contempornea. En este sentido, una aportacindecisiva de Marx a la filosofa poltica se encuentra en su reivindica-cin de la utopa.

    La consecuencia de esta imprescindible recuperacin de la uto-pa es doble: por una parte, coloca a los filsofos polticos frente a lanecesidad no slo de ser crticos implacables de todo lo existente, sinode proponer tambin nuevos horizontes hacia donde la humanidadpueda avanzar. Por la otra, pone al descubierto la raz profundamente

    conservadora de todos aquellos que renuncian a hablar de la buenasociedad. Sin este horizonte utpico, la filosofa poltica se convierteen un saber inofensivo e irrelevante, en una lastimosa justificacin delorden social existente.

    Como conclusin, entonces, debemos rechazar la pregunta acer-ca de la existencia de una teora poltica marxista, subrayando su in-compatibilidad con las premisas mismas de la concepcin epistemo-lgica del marxismo. Esa pregunta puede formularse en relacin conla teorizacin weberiana, o lade la escuela de la eleccin racional, oneo-institucionalista, porque es congruente con sus presupuestos epis-temolgicos. Es decir, la pregunta de Bobbio es inconducente y errneaen el caso del marxismo, pero es vlida para las otras tradiciones depensamiento. Aceptarla en el caso del marxismo significara nada me-nos que admitir un reduccionismo por el cual la poltica se explicaramediante un conjunto de variables polticas tal y como se ve en laciencia poltica conservadora. A todas luces esto constituye una opcincompletamente inaceptable.

    Contrariamente a lo que sostienen tanto los vulgomarxistascomo sus no menos vulgares crticos de hoy, lo que distingue al mar-xismo de otras corrientes tericas en las ciencias sociales recordar aLukcs no es la primaca de los factores econmicos, ni polticos, sinoel punto de vista de la totalidad. Si alguna originalidad puede reclamar

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    con justos ttulos la tradicin marxista es su pretensin de construiruna teora integrada de lo social en donde la poltica sea concebidacomo la resultante de un conjunto dialctico estructurado, jerarquiza-do y en permanente transformacin de factores causales, slo algunos

    de los cuales son de naturaleza poltica, mientras que muchos otros sonde carcter econmico, social, ideolgico y cultural.

    Lo que hay en el marxismo, en realidad, es algo epistemolgi-camente muy diferente: una teora marxista es decir, totalizante eintegradora de la poltica, que integra en su seno una diversidad defactores explicativos, que trascienden las fronteras de la poltica, y quecombina una amplia variedad de elementos procedentes de todas lasesferas analticamente distinguibles de la vida social. As como desdeel marxismo no hay, ni puede haber, una teora econmica del capi-

    talismo o una teora sociolgica de la sociedad burguesa, tampocohay, ni puede haber, una teora poltica de la poltica. Lo que hay esuna teora que plantea una reflexin integral sobre la totalidad de losaspectos que constituyen la vida social, superadora de la fragmentacincaracterstica de la cosmovisin burguesa. Que dicha teora no hayaalcanzado los niveles de sofisticacin que se encuentran enEl Capital, oque no posea un grado de desarrollo anlogo al que encontramos en laobra de Marx en relacin con el funcionamiento de la economa capi-talista, no significa que no exista una teora marxista sobre la poltica.

    Existe y su situacin actual mal podra ser juzgada como rudimentaria.Es indudable que un esfuerzo muy serio deber hacerse a los efectosde contar con una teorizacin ms adecuada y satisfactoria sobre losdistintos aspectos que hacen a la vida poltica y el orden estatal en lassociedades capitalistas. Pero este reconocimiento no podra nunca re-matar en la lisa y llana negacin de los planteamientos y las perspecti-vas analticas que sobre la vida poltica de las sociedades capitalistas sefueron acumulando a lo largo del ltimo siglo y medio a partir de laspioneras investigaciones de Marx sobre el tema.

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