Asistencia devota a la Santa Misa

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Práctica para asistir devotamente al Santo Sacrificio de la Misa

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PRÁCTICAPARA ASISTIRDEVOTAMENTE

AL SANTO SACRIFICIODE LA MISA

Y una devota Semana dirigida al Culto de la Santísima Virgen María, y detestación de los pecados, con los Actos de Fe, Esperan-

za, y Caridad.

Madrid1792

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ADVERTENCIAS

para facilitar el uso de esta Práctica

Un cristiano que desea asistir devotamente a la Santa Misa, debe considerar, que la Santa Misa es la acción más grande, que se ejecuta en la tierra y en el cielo; porque es el mismo sacrificio del Calvario, según nos enseña la Iglesia; y tantas cuantas veces se celebra, tantas se renueva, no solo la memoria, sino la misma obra de nuestra Redención, o Pasión de Jesucristo. Solo es dife-rente el modo con que este Sacrificio se efectuó en la Cruz de el modo con que ahora se ejecuta en nuestros Altares; porque en la Cruz se ofreció Jesucristo por sí mismo al Eterno Padre con de-rramamiento de su sangre y cruelísimos tormentos, y en el Altar se ofrece por medio de sus Ministros, sin esas circunstancias; pe-ro en una y otra ocasión ofrece su misma vida, y para unos mis-mos fines.

Debe considerar también, que son cuatro los fines por los que ofreció Jesucristo su vida por nosotros en la Cruz; y que esos mismos tiene cuando se ofrece en la Santa Misa. Estos son: hon-rar al Eterno Padre por su infinita excelencia, satisfacer a su Jus-ticia los agravios que había recibido de nuestros pecados: agra-decer a su Bondad los beneficios que nos había hecho: y pedirle otros muchos que necesitábamos recibir de nuevo de su Divina Beneficencia. Estos cuatro fines corresponden a cuatro grandes obligaciones que todos tenemos a nuestro Dios, porque todos es-tamos obligados a honrarlo, y darle Gloria correspondiente a su Infinita Grandeza, a aplacar el enojo que le ocasionan nuestras culpas; a agradecerle los innumerables beneficios que nos ha he-cho; y pedirle que nos conceda los que en cada instante de nues-tra vida estamos precisados a recibir de su Bondad amorosa. Pe-ro como nosotros no tenemos caudal para satisfacer estas deudas, ofreció Jesucristo su vida en la Cruz, y la ofrece en la Misa, para

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satisfacerlas por nosotros. No para satisfacerlas él solo, y dispen-sarnos de esa obligación, porque eso es imposible: sino para su-plir nuestra pobreza con el caudal de su vida, e infinitos mereci-mientos, y proporcionarnos por este medio, que nosotros podamos satisfacerlas dignamente.

Por lo dicho debe persuadirse el cristiano cuando asiste a la Santa Misa, que asiste a ella para cumplir esas grandes obli-gaciones que tiene a su Dios, y que para esto ha de ofrecer al Se-ñor ese Sacrificio, uniendo su intención con la de Jesucristo, y el Sacerdote, que la ofrecen para el mismo fin. Todo esto lo entende-rá mejor en los cuatro Ofrecimientos que contiene esta Práctica, y conocerá también, que el asistir devota y fructuosamente a la Mi-sa, no consiste en asistir a ella solo materialmente, ni en rezar Credos, Salves, o otras oraciones devotas; sino en ofrecer aquel Divino Sacrificio para gloria de Dios, satisfacción de sus peca-dos, agradecimiento de los beneficios recibidos del Señor, y para alcanzar los demás que desea conseguir de su Bondad Divina. En pocas palabras: conocerá que el asistir a la Santa Misa es lo mis-mo que asistir al Monte Calvario, a recibir todas las gracias de Redención que allí nos mereció el Salvador, y nos aplica todas cuantas veces oímos con la devoción debida el Sacrificio de la Mi-sa; de modo que si no hubiera muerto por nosotros en la Cruz, y hubiera establecido el Sacrificio de la Misa, una sola era bastante para redimir al Mundo, y para que cualquiera que la oyese con la devoción y afectos convenientes cumpliese las principales obli-gaciones que debe a Dios, y lograse todas las gracias necesarias para conseguir su salvación.

Esta es una pequeña insinuación del grande tesoro que tene-mos en la Santa Misa, que dejamos perder por nuestra poca fe y devoción, y mucha ignorancia. Y para evitar este daño se ha for-mado la Práctica presente. Se divide en ella el Santo Sacrificio de la Misa en cinco partes, atendiendo al modo con que hoy se cele-bra por disposición de la Iglesia. Estas son Preparación, Instruc-ción, Oblación, Comunión, y Acción de Gracias. En cada una se

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pone una breve advertencia para que el que la oye sepa los parti-culares afectos que debe excitar en su corazón, conforme a los que ejercita el Sacerdote, y después se exponen prácticamente es-tos mismos afectos; no todos (porque para esto no bastaría un grueso volumen) sino algunos; pero bastantes para que el que no acierte a excitarlos por sí mismo, pueda leyéndolos despacio lle-nar el tiempo que dura el Sacrificio, y tenga delante una muestra que le guie para aprender con el uso a formar por sí otros mu-chos.

Finalmente el cristiano, que use esta Práctica no se ha de empeñar en ejercitar todos los afectos que contiene, como que es-to sea necesario para oírla con fruto. Si advierte que en algún afecto, particularmente en los Ofrecimientos de la Misa, que es lo más esencial, se excita su devoción, y ésta le sugiere o la repeti-ción del mismo afecto, o de otro nuevo a que se mueve su vo-luntad: deténgase allí despacio, y acabe de satisfacer su devoto deseo, sin pasar a los demás en que tal vez no hallará la devoción que tenía en el que deja. Ni por eso pierde fruto alguno aunque toda la Misa la emplee en aquel solo afecto, antes saca más pro-vecho. Y si alguno experimenta que con uno, o dos de los Ofreci-mientos tiene bastante materia para todo el tiempo de la Misa: acostúmbrese a variarlos, usando unos en una Misa, y otros en otra, aplicándola un día por ejemplo para expiación de sus peca-dos, y agradecimiento de sus beneficios; otro día para Gloria de Dios, o impetrar gracias de su Bondad, pues siendo su deseo unir-se con la intención de Jesucristo y del Sacerdote para ofrecerla por los cuatro fines referidos, aunque solo use de un Ofrecimien-to, le sirve lo mismo, que si los hiciera todos; y mucho más si aquel solo Ofrecimiento lo hace con devoción, y haciendo los cua-tro, los hace con menos fervor. Instruido un cristiano de estas ad-vertencias, y de las que se pondrán al principio de cada una de las cinco partes de la Misa, formará fácilmente la idea del modo con que se ha de utilizar de esta Práctica, que es la siguiente.

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PRIMERA PARTE DE LA MISA

PREPARACIÓN

Se llama así, porque en ella se prepara el Sacerdote para ce-lebrarla; y el que asiste se debe preparar para oírla. Dura desde que el Sacerdote signándose principia el Sacrificio, hasta la Epís-tola. Contiene afectos de humilde confusión por lo indignos que somos de asistir a Acción tan Santa, de Contrición de nuestras culpas, y de Súplicas fervorosas para que Dios nos las perdone, y conceda las virtudes necesarias para asistir dignamente a ella. Esto se ejecuta, signándose el que oye Misa, y excitando en su co-razón los afectos siguientes, u otros semejantes.

PRÁCTICA

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Sí, Dios mío, en vuestro nombre; para vuestra Honra y Gloria, para bien de mi alma, para remedio de mis miserias, y las de mis próji-mos; para cumplir las grandes obligaciones que os tengo; y con la misma intención con que mi Señor Jesucristo se ofreció a Vos en el madero de la Cruz, y se ofrece en este Santo Sacrificio de la Mi-sa, me presento yo a vuestros Altares para asistir a él. Pero ¿cómo me presento yo, Dios mío? ¿Con qué disposición vengo a una ac-ción tan santa, que asombra a los mas sublimes Espíritus? ¡Mise-rable de mí! Yo no reconozco ni en mi corazón, ni en mi mente, sino disipación, tibieza, frialdad, y culpas repetidas incesantemen-te, sin alguna enmienda, que sólo me pueden servir para fastidia-ros, y provocar vuestro enojo, profanando tan asombrosos Miste-

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rios. Así es, Dios mío, esta es la disposición en que me veo, todo lleno de confusión y temor a vista de tanta indignidad y miseria, sin saber qué hacerme. Mis enemigos me dicen que me aparte de vuestros Altares, sino quiero incurrir en vuestra indignación, y la de vuestros Angeles, que llenos de sumo respeto asisten a tan asombrosos Misterios, y veo que tienen razón, porque estos Miste-rios tan Santos no deben ser para pecadores tan indignos. Pero no haré tal, Dios mío, porque Vos no queréis que yo me abandone a mi infelicidad, y miseria. Lo que haré es acudir a vuestra infinita Bondad y Misericordia, avergonzado y confuso a la vista de mis iniquidades. Sí, Dios mío, infinitamente bueno, tened misericordia de este infelicísimo pecador. Perdonadme mis culpas, que tan in-digno me hacen de asistir a tan Santos Misterios. Yo las confieso delante de Vos, delante de mi Madre Bienaventurada la Virgen María, y de todos los Santos de la Corte del Cielo: confieso que son grandes, grandísimas, y abominabilísimas, y las detesto, por-que son contrarias a Vos, Santísimo, Amabilísimo, y Dignísimo de recibir de las criaturas un obsequio inmenso. Perdonadme, pues, Dios mío, por aquel ternísimo amor con que me habéis creado, conservado, y redimido. Por aquel amor con que mi amantísimo Redentor instituyó este Sacrosanto Sacrificio, para que no me im-pidan recibir las gracias que desea comunicarme en tan amoroso Misterio. Dadme para esto por su infinito amor, y por la interce-sión de su Santísima Madre, y de todos los Santos, aquella viva Fe, aquella firme Esperanza, y aquella fervorosa Devoción que ne-cesito para asistir a esta Santa Misa dignamente.

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SEGUNDA PARTE DE LA MISA

INSTRUCCIÓN

Esta parte dura desde la Epístola hasta el Credo, si se dice en la Misa. Se llama Instrucción,. porque en las Epístolas, Evan-gelios, y Credo, se contienen las verdades de nuestra Fe, que nos enseña la Doctrina necesaria para conseguir nuestra salvación. Para asistir devotamente a está parte de la Misa, conviene ejerci-tar un acto de grande reconocimiento por haber recibido el bene-ficio de la fe, acompañado de una humilde confusión, por no ha-berlo aprovechados dignamente, y de una fervorosa súplica, pi-diendo gracia para aprovecharlo más en adelante.

PRÁCTICA

¡Qué dicha para mí, ser ennoblecido con el carácter de cristia-no, cuando no podía, ni merecerlo, ni solicitarlo! De este beneficio asombroso, ¡cuántos otros se han originado para bien, de mi alma! ¡Cuántos desengaños para conocer mi verdadero bien, y la vanidad de los bienes falsos, y engañosos del mundo!

¡Cuántos para conocer la Grandeza de mi Dios, la vileza de mi ser, y la importancia de mi salvación! ¡Ah, Dios mío! Son in-numerables los bienes que he conseguido con esta gracia; y de to-dos hubiera sido privado, si hubiera nacido, como otros innu-merables, fuera del seno de vuestra Iglesia. Bendita sea infinitas veces vuestra Bondad y Misericordia. ¿Pero de qué me ha servido esta dicha, Dios mío? ¿De qué? ¡Ah miserable de mí! No puedo negarlo. Hasta ahora la Fe que recibí en el Bautismo, solo me ha

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servido para mayor infierno, porque no me he aprovechado de ella para arreglar mi vida, que es el fin para que me la habéis concedi-do. Mi Fe ha ido por una parte, y mis costumbres por otra; mi Fe santa, y mi vida perversa; mi Fe de cristiano, y mi vida más abo-minable que la de un Gentil que carece de ella. Yo no hallo en mi vida ni humildad, ni paciencia, ni desprecio de criaturas, ni cari-dad, ni otra alguna de aquellas virtudes que me enseña esta. Fe So-berana} lo que veo es soberbia, vanidad, amor propio, impacien-cia, tibieza y otros desórdenes, que tanto reprueba esta Fe Divina. ¡Qué contradicción tan monstruosa, Dios mío! ¡Qué abuso tan la-mentable! ¿Cuántos paganos han aborrecido estos vicios con solo el conocimiento de la luz de su razón? Y yo los he amado desen-gañado con las luces de vuestra Fe. No permitáis que yo continúe en un abuso de tan grande confusión para mi alma. No, no lo per-mitáis, Dios mío. Así como yo confieso gustoso todas las verdades de vuestra Fe, prontísimo a dar mi vida antes que negarlas, o dudar de ellas: así Vos, concededme las gracias que necesito para arre-glar mi vida a esta Fe Santa. Todos mis pensamientos, obras, y pa-labras, todo, todo, Dios mío, sea arreglado por aquella Fe que pro-feso, para que todo sea agradable a Vos, y todo útil, para que yo consiga mi salvación.

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TERCERA PARTE DE LA MISA

OBLACIÓN

Esta es la parte principal de la Misa. Se llama Oblación por que en ella hace el Sacerdote cuatro Ofrecimientos a Dios del Sa-crificio, correspondientes a los cuatro fines, para que se instituyó; como ya sé ha dicho. Y esos mismos ha de hacer con el Sacerdote el cristiano que la oye. Esta parte de la Misa dura desde que el Sacerdote ofrece a Dios la Hostia y Cáliz, hasta que se prepara para comulgar, diciendo Agnus Dei qui tollis.

El primer Ofrecimiento que hace el Sacerdote cuando ofrece la Hostia, y Cáliz, es para satisfacción o expiación de sus pecados y de los que asisten a la Misa, y de todos los cristianos vivos y di-funtos, que están en el Purgatorio: y esto mismo ha de hacer el que la oye. Para hacer este Ofrecimiento con verdadera devoción es necesario que lo acompañe con una grande confusión, y contri-ción de sus pecados, y con un fervoroso deseo de conseguir el per-dón de todos, satisfaciendo con el Sacrificio de la Misa a la Justi-cia de Dios las deudas de sus culpas, y aplacando su enojo. Lo ha de ofrecer también para expiación de los pecados de todo el mun-do y de las almas del Purgatorio.

Práctica del Ofrecimiento primero

Dios mío, ¿cómo podré volver los ojos para mirarme sin cu-brirme de la más vergonzosa confusión? Mis pecados exceden los pelos de mi cabeza, e igualan, sino exceden los momentos de mi Vida. ¡Desdichado de mí! Si me considero bien, no puedo asegu-

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rarme de haber ejecutado una sola obra, de haber hablado una sola palabra, o de haber formado un solo pensamiento, que esté libre de culpa. Todo lo he inficionado con la tibieza, o con las faltas de pu-ra intención, o con otras imperfecciones. Si esto me ha sucedido en las obras de suyo buenas, como oraciones, sacrificios, limos-nas, y observancia de mis obligaciones, ¿qué será en mis viciosos y desordenados afectos? ¡Ah Señor! ¡Qué objeto de horror seré pa-ra Vos, que sois la infinita Santidad, y aborrecéis al pecado en pro-porción de lo que os amáis a Vos mismo? Cómo podré sufrirme a mí mismo en un estado tan infeliz y lamentable? Pero esperad un poco, Dios mío, que yo aplacaré vuestro enojo, dándoos satisfac-ción de todo, y satisfacción cumplida. Poned los ojos en este Al-tar, Padre Soberano, y veréis en él a vuestro Hijo muy amado, que quiere de nuevo sacrificarse en él a vuestra Majestad Soberana pa-ra aplacar el enojo a que os han provocado nuestras culpas, y da-ros una satisfacción mayor, que la que ellas merecen. Bien lo sa-béis, Señor. Para esto ha instituido este Sacrificio; para esto os ofrece en él aquella misma Vida, y Sangre, que os ofreció en la Cruz, y quiere que yo os la ofrezca para desagraviaros de las ofen-sas que os he hecho. Por eso quiero aprovecharme de tan buena coyuntura, para quedar en paz con Vos, y satisfacer a vuestra Jus-ticia las deudas, que con ella he contraído por mis pecados. Y, qué, Dios mío, ¿rehusaréis Vos recibir esta satisfacción que os ofrezco? No es posible, porque es una satisfacción infinitamente más agradable a vuestra Majestad, que desagradables todos mis pecados, y los pecados de todo el mundo. Y así, lleno de confianza vengo a Vos, y os ofrezco en este Santo Sacrificio a vuestro Di-vino Hijo, os ofrezco Su Santísimo Cuerpo, su Alma, su Sangre, su Divinidad, e infinitos, merecimientos para satisfacción de mis pecados, y establecer con Vos una paz perpetua. No quiero jamás interrumpirla; y para eso junto con vuestro Hijo muy amado, ofrezco también a Vuestra Majestad mi vida, mi cuerpo, mi alma, mis pensamientos, obras, y palabras para que todo lo santifiquéis con la Sangre purísima de vuestro Hijo, y nada veáis en mí el resto

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de mi vida, que ofenda vuestros purísimos ojos y perturbe esta paz dichosa, que desde ahora quiero establecer con Vos para una eter-nidad. No me contento con menos, Dios mío. Acábense ya mis pe-cados, y acábense para siempre; cese del todo aquel enojo a que con ellos os he provocado hasta ahora. Apláquese también por los méritos de vuestro Hijo el enojo que os han ocasionado las culpas de aquellas afligidas almas, qué con tan terribles penas las están expiando en el Purgatorio. Aceptad en satisfacción de ellas la san-gre de vuestro Hijo, que os ofrezco en este Santo Sacrificio y sír-vales para conseguir su libertad y remedio. Aceptad también esta sangre preciosa para expiación de todos los pecados del mundo, y especialmente de los pecados de este Reino; témplese vuestro eno-jo con este Sacrificio adorable y miradnos con compasión a todos los miserables pecadores dándonos las gracias necesarias para no pecar mas en adelante.

Segundo Ofrecimiento

Este le hace el Sacerdote en Acción de Gracias por los bene-ficios recibidos de Dios; y para el mismo fin lo debe hacer tam-bién el que asiste a la Misa. Consiste en reconocer humildemente los muchos beneficios que nos ha comunicado la Bondad Divina, la ingratitud con que se han correspondido, y ofrecer a Dios para repararla el santo Sacrificio, pidiendo gracias al Señor para evi-tar ese abuso en adelante.

Práctica

Dios mío, yo no puedo contar el número de vuestros benefi-cios, ni tampoco conocer el reconocimiento que merecen. Solo vos sois capaz para tanto. Yo no puedo apreciar dignamente el más mínimo de vuestros dones. Pues, ¿cómo podré apreciar el número de tantos dones, el asombroso cúmulo de tantas gracias que habéis hecho a esta miserable criatura? Yo me considero amasado, y ro-

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deado de vuestros beneficios, Dios mío, porque todo cuanto veo en mí, y fuera de mí, todo es beneficio vuestro. Mi cuerpo, mi al-ma, mis sentidos y potencias, los cabellos de mi cabeza, los ner-vios, arterias, huesos, venas, y gotas de sangre que me vivifican, dones vuestros son. La tierra que piso, el aire que respiro, el pan que como, la agua que bebo, el sol que me alumbra, el cielo que me cubre, y todo cuanto veo en cielo y tierra, todo es para mí un don de vuestra liberal mano. Esto es en el orden de la naturaleza. Pero en el orden de la gracia ¿quién, Dios mío, podrá sondear el abismo de vuestros beneficios? ¿Qué dones tan singulares los que me habéis comunicado por los Misterios de la Encarnación, Naci-miento, Vida, Pasión y Muerte de mi amantísimo Redentor, y por el Bautismo y demás Sacramentos de su Santa Iglesia? ¡Ah Señor! ¡Ah Bienhechor liberalísimo! Abrumado me veo con el peso de tantas y tan estimables gracias, no sólo por faltarme caudal para reconocer la más mínima, sino también por haber abusado con la más fea, y infame ingratitud de todas ellas. ¿Qué abuso tan la-mentable el que he hecho de toda mi vida, de todos mis pensa-mientos, obras y palabras, de mi cuerpo, de mi alma, de mis po-tencias y sentidos? No he conseguido don en el orden de la na-turaleza, de que no haya abusado en deshonra de mi amoroso Bienhechor. Y en el orden de la gracia ¿qué uso he hecho yo de las gracias recibidas en mi Bautismo, en la Penitencia, y demás Sacramentos? ¿Qué uso de tantas inspiraciones con que me ha lla-mado a sí, y de tanta paciencia con que me ha tolerado en mis de-sórdenes? Todo me ha servido para ser cada día mas desleal y mas ingrato. ¡O monstruosidad execrable! Yo, Dios mío, me confundo en vuestra presencia a la vista de tan abominable ingratitud, y quiero repararla con un reconocimiento que corresponda a lo que merecen tantos, y tan excesivos dones. Yo no reconozco en mí caudal bastante para agradecer el más mínimo don, es verdad; pe-ro vuestro Santísimo Hijo compadecido de mi pobreza, me ha de-jado en la Santa Misa una Hostia con que pueda agradecerlos to-dos como ellos merecen; porque, ¿qué beneficio me habéis hecho

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que sea mayor, que el don que en este Altar os ofrezco? No podéis rehusarlo, Dios mío. Es vuestro mismo Hijo, su vida, su sangre, y sus infinitos merecimientos el que yo ofrezco a vuestra Soberana Majestad en este Sacrificio. En acción de gracias por todos los be-neficios, que habéis hecho a esta miserable criatura. En acción de gracias de aquella inefable bondad con que me habéis creado, con-servado y redimido, y me habéis sufrido en mis culpas, y infideli-dades. En acción de gracias por haberme dejado en este Sacrificio un medio tan poderoso para agradeceros dignamente vuestros do-nes. En acción de gracias por todas las Prerrogativas de Santidad, y de Gloria que comunicaste a la Sacrosanta Humanidad de mi amoroso Redentor, a su dulcísima Madre, a todos los Angeles y Santos. Y finalmente, en acción de gracias por todos los benefi-cios que habéis concedido a todos aquellos miserables, que arden en el Abismo, y a otras infelices criaturas que tan indignamente han abusado de ellos. Por todos estos beneficios y otros innu-merables que yo no sé estimar, ni conocer, os ofrezco este divino Sacrificio para digno reconocimiento de todos ellos, para reparar la ingratitud con que han sido reconocidos, para conseguir las gra-cias que necesitamos para no abusar de ellos en adelante, y apro-vecharlos dignamente.

Tercer ofrecimiento

Este lo hace el Sacerdote al principiar el Canon de la Misa, para alcanzar de Dios, por medio de el Sacrificio, todos nuestros bienes, pidiéndolos al Señor para todos los Justos y Pecadores, y esto mismo debe hacer el que la oye, reconociendo, que así como todos los bienes que ha logrado en lo pasado, los ha recibido de Dios, así todos los que consiga en adelante, debe recibirlos de su liberal mano, y con este reconocimiento, y el de nuestra indigni-dad, debemos juntar una grande confianza en los méritos de Jesu-cristo para pedirlos a la Bondad Divina.

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PRÁCTICA

¡O Bienhechor amorosísimo! Así como todos los bienes, que he gozado hasta ahora, los he recibido de Vos, así también los bienes que he de lograr en adelante, es preciso que los reciba de vuestra liberal mano. ¡Sí, Dios mío! Siempre estoy necesitado de vuestra Bondad para recibir nuevas gracias, y siempre me veo in-dignísimo de recibirlas. Pero, sin embargo, yo no me acobardo con mi indignidad y miseria, porque vuestro Santísimo Hijo se sacrifi-ca en este Altar para suplirla: Él mismo es el que desde estas Aras levanta su voz, y os pide que favorezcáis a ésta indigna y misera-ble, criatura. No podéis despreciar unos ruegos que os son tan agradables, y que por mucho que los atendáis, nunca serán premia-dos tanto como merecen, pues siempre tendrán término las gracias que concedáis por sus méritos, pero estos no pueden tener límite porque son infinitos. ¡Ay alma mía! ¡Qué pensamiento este de tan-to consuelo! ¡Qué aliento! ¡Qué confianza no te debe infundir de acabar con todas tus miserias! ¡Así es, Dios mío! Ahora que vues-tro Hijo Santísimo os presenta sus ruegos poderosos desde este Altar para pediros mis verdaderos bienes, quiero yo también juntar mis súplicas miserables con las suyas, y pediros por su Vida, por su Muerte, por su Sangre, y infinitos merecimientos que os apia-déis de mí y me libréis de todas mis miserias. ¡Sí, Dios mío! Por atención de vuestro Hijo muy amado concededme una muerte di-chosa, y todas las gracias que necesito para sujetar mis pasiones, y arreglar mi vida, a vuestra Ley Soberana. Aumentad mi Fe, forta-leced mi Esperanza, enfervorizad mi Caridad, y concededme que os conozca a Vos, y me conozca a mí para serviros todos los ins-tantes de mi vida. Dadme paciencia, y humilde resignación en to-das mis adversidades y trabajos, con las demás gracias de Salva-ción, que os pide la preciosa Sangre de vuestro Hijo, clamando desde el Cáliz, que tengáis misericordia de nosotros. ¡Así lo ha-réis, Dios mío! Así lo espero, y no solo espero conseguir de Vos todos mis bienes por la atención y méritos de vuestro Hijo, sino también, que atenderéis la súplica que os hago por todos mis próji-

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mos. Sí, Señor, tened misericordia de todos los mortales, y por la Sangre, y méritos de vuestro Hijo, conservad y aumentad vuestra gracia a los que hubiere justos en el mundo; traed a los pecadores a verdadero conocimiento y penitencia; llenad de resignación y consuelo a los afligidos, y atribulados con las adversidades de esta vida; a los infieles, herejes y judíos, reducidlos al gremio de vues-tra Iglesia; a los que pelean con las angustias de la muerte soste-nedlos con vuestra gracia, para que triunfen de sus enemigos; y a las Almas Santas, que gimen en el Purgatorio, dadlas libertad y consuelo admitiéndolas a vuestra presencia. También, Dios mío, os pido con vuestro Hijo que protejáis la Iglesia su Esposa muy amada, humillando sus enemigos, conservándola en aquella exal-tación que merece, y llenando de el celo de su honra y vuestra Gloria al Sumo Pontífice, Prelados, y Ministros vuestros, para que soliciten la felicidad de esta Santa Madre. Concedednos también la felicidad de este Reino, asistiendo a nuestro Monarca y sus Minis-tros, para que la soliciten con verdadero celo. Todos, Dios mío, to-dos participemos de vuestra Bondad aquellas gracias y bienes, que os pide vuestro amado Hijo en este adorable Sacrificio, y nosotros os pedimos con él, para nuestro bien y remedio.

Cuarto ofrecimiento.

Este es el Ofrecimiento más excelente de la Santa Misa, que se llama Holocausto, porque se dirige al fin más alto y estimable que es la Gloria de Dios, el fin principal de todas las obras del Señor. Este es el último Ofrecimiento que hace el Sacerdote antes de consagrar cuando extiende las manos sobre el Cáliz y la Hos-tia, ofreciéndolas al Señor en señal de nuestra sujeción, y servi-dumbre y reconocimiento de su supremo Dominio. Esto mismo de-be hacer el que la oye, ofreciendo el Sacrificio uniendo su inten-ción con la de Jesucristo para solicitar la Gloria Divina, y cum-plir esta principal obligación, para que fue creado.

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PRÁCTICA

¡Oh, Grande Dios, Trino y Uno! ¡Señor de Grandeza incom-prensible, de Hermosura y Perfecciones infinitas! ¡Santo, Santo, Santo! ¡Qué digno sois de infinita honra por la Soberanía de vues-tro Ser, supremo Dominio que tenéis sobre todas las creaturas, y suma dependencia, que todas tienen de Vos! ¡Cuánto me alegro de que seáis un Señor tan Grande, tan Hermoso y Perfecto, que nada pueda haber en las criaturas, que no proceda de Vos! ¡Cuánto me alegro de ser nada, porque Vos lo seáis todo! ¡Cuánto me alegro de la nada de todas las criaturas, para que ninguna pueda gloriarse de poseer a bien alguno que no venga de Vos! ¡Cuánto me alegro, de que ninguna criatura pueda añadir un ápice de felicidad a la que gozáis por las infinitas perfecciones de vuestro Ser! ¡Cuánto me alegro que ni todos los condenados en el Infierno, ni los pecadores más perversos en la tierra, puedan con sus culpas disminuir un punto dé aquella altísima y infinita felicidad que en Vos mismo poseéis! ¡Ha Señor! ¡Qué pobres somos todas las criaturas para daros la honra, que merecéis! Pero bendito sea infinitamente nues-tro amantísimo Redentor, que se quedó en este Sacrificio de la Mi-sa para honraros por mí y las demás criaturas, ofreciendo a vuestra Majestad una honra y un obsequio todo digno de Vos. ¡Qué dicha para nosotros, poder con este Sacrificio ofreceros una honra infini-ta, y por lo mismo igual a vuestra Grandeza! Ea alma mía, aprové-chate de esta favorable coyuntura. Esta es la ocasión de darle a tu Dios la Honra, y Gloria, que le debes. ¡Sí, Dios mío! quiero apro-vecharla, y para esto quiero entrar en el Corazón de mi amorosísi-mo Redentor sacrificado en este Altar, y ofreceros su Cuerpo, Al-ma, Sangre, Vida e infinitos merecimientos con la misma inten-ción con que se ofrece todo en Honra y Gloria de vuestra Infinita Excelencia, y en reconocimiento de aquel supremo Dominio, que tenéis sobre todas las criaturas. Para esto se abate y humilla en es-te Altar hasta el extremo de hacerse alimento del hombre, y pare-cer una criatura inanimada. Yo me humillo también con este mis-mo sentimiento de mi amoroso Redentor hasta el abismo de mi na-

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da, para reconocer vuestra Grandeza; yo me aniquilo en vuestra presencia, y todo cuanto soy, todo lo consagro a vuestra Gloria. Acepto desde ahora mi muerte en la hora que os dignéis determi-narla para honraros en ella. Acepto todos los trabajos, humillacio-nes, destrozos y desprecios que sean de vuestro agrado para ser en todos una víctima de vuestra Gloria. Este es mi único deseo, Dios mío: no quiero tener un pensamiento, hablar una palabra, ejecutar una obra, o formar un designio, que no sea para vuestra Honra y Gloria. No quiero felicidad o dicha ni en ésta ni en la otra vida, que no sea para Honra y Gloria de vuestra Majestad Soberana. Es-ta, Dios mío, es la mayor y única gracia que os pido y con la que me doy por enteramente satisfecho. Esta es la que yo espero con-seguir de Vos, por aquella Honra y Gloria que os da vuestro Hijo Soberano en este adorable Sacrificio, y os dio todo el tiempo de su vida, y os dará por toda la interminable eternidad. También os ofrezco este Sacrificio en honra y veneración de la Sacrosanta Hu-manidad de mi Amantísimo Redentor, de su Dulcísima Madre, de todos los Angeles y Santos, para que todos me ayuden con su po-derosa intercesión, y consiga yo, y consigamos todos los mortales daros Honra y Gloria todos los instantes de nuestra vida, y con-tinuarla por todos los siglos de la eterna.

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CUARTA PARTE DE LA MISA

COMUNIÓN

Es la Comunión a la que se prepara el Sacerdote diciendo Agnus Dei, con lo que solicita la misericordia de Dios, pidiendo a su Majestad con las oraciones siguientes las gracias que necesita para comulgar dignamente. El que oye la Misa se debe preparar también para comulgar, a lo menos espiritualmente. Esta Co-munión consiste en un fervoroso deseo de recibir los efectos y gracias que comunica el Señor a los que dignamente le reciben, y los puede comunicar igualmente, sin recibirle en el Sacramento. Este deseo se puede variar según los diferentes títulos con que se puede considerar a Jesucristo en este Sacramento, ya como Pa-dre, ya como Maestro, ya como Redentor, ya como Medico, pi-diendo las gracias correspondientes a aquel título con que se le considera con fervoroso deseo de conseguirlas, de los que se en-cuentran varias formulas en los libros devotos, y para que no falte a esta Práctica se pone la siguiente.

PRÁCTICA

Redentor y Padre mío Amantísimo, cuando abrís vuestras ma-nos liberales para favorecer las criaturas, no sois escaso. Todo lo llenáis de bendición y de gracia. No contento de haberos quedado en este Altar como Sacrificio para ofreceros por nosotros a vuestro amado Padre, os habéis quedado también como Sacramento para que os recibamos en nuestros pechos, y nos unamos a Vos con la-

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zo tan estrecho, que respiremos con vuestro mismo aliento, y vi-vamos con vuestra misma vida. ¡Qué felicidad! ¡Qué dicha tan grande para nosotros! Quién pudiera todos los instantes de su vida recibir en su corazón este maná de el Cielo, sin apartarse jamás de esta mesa de la Gloria. Pero si esto no es posible, Dios mío, os es muy fácil a Vos comunicar a mi Alma con una sola palabra los mismos efectos, que comunicáis a los que real y dignamente os re-ciben en este Sacramento adorable. Decidla pues, Salvador mío, ¿qué os cuesta? Decidla y venid a mí con los dones de vuestra gra-cia. Venid a mí, y curad las llagas y enfermedades de mis culpas, como Médico amoroso que sois de nuestras Almas. Curad mis ig-norancias y flaquezas, santificad mis pensamientos, obras y pala-bras; llevaos mi Corazón y unidlo al vuestro, para que viva en él todos los instantes de mi vida, y de la eternidad.

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QUINTA PARTE DE LA MISA

ACCIÓN DE GRACIAS

Esta parte solo contiene la Acción de gracias que se deben dar a Dios por haber asistido a ella, pidiendo perdón al Señor de las faltas de devoción, y auxilios para oírla con más devoción en adelante.

PRÁCTICA

Jesús mío., mi tesoro, mi consuelo, y esperanza. ¡Qué dicha para mí si hubiera asistido al Monte Calvario, y hallándome pre-sente a vuestra muerte, hubiera recibido sobre mi Alma aquella preciosa Sangre, que vertiste sobre la Cruz para mi bien y reme-dio! ¿Pero qué es lo que digo?. Esta misma dicha acabo de con-seguir ahora, asistiendo a esta Santa Misa, que es una verdadera renovación de aquel Misterio asombroso. ¡Qué poco lo he con-siderado hasta ahora! ¡Qué mal lo he aprovechado! ¡Perdón, Dios mío, Perdón y Misericordia de tan lamentable ceguedad, y tan abominable abuso! No será así en adelante. Avivad mi Fe, para que yo conozca los bienes inefables que ha depositado vuestra Bondad en este Sacrosanto Sacrificio para enriquecer mi alma con el tesoro de vuestros infinitos merecimientos, y procurar cada día más fervor y devoción para no desperdiciarlos. Bendita sea la Bondad con que me habéis concedido tiempo y oportunidad para asistir a este Santo Sacrificio que ha celebrado el Sacerdote. Yo os doy gracias por ello, y por todos los piadosos afectos que en el me habéis comunicado. Todo sea para vuestra Gloria, Dios mío, y di-

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simulando los defectos de devoción, y fervor con que he asistido a este Misterio asombroso, dadme con el Sacerdote vuestra amorosa bendición, Para que me acompañe en todas las acciones de mi vi-da, y me conduzca después de ella al Puerto de la dichosa eterni-dad.

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Al elevar la Hostia

Padre Eterno y Soberano, poned los ojos en vuestro amado Hijo. Vedlo en manos de vuestro Ministro que lo presenta a vues-tra Majestad, para daros Gloria, aplacar vuestra justicia e implorar para nosotros miserables vuestra infinita Misericordia. Yo le adoro con todo mi respeto, como a mi Dios y Salvador. Yo le adoro con las adoraciones de todos los Angeles y Santos.

Al elevar el Cáliz

Padre mío amorosísimo. Ved aquí en el Cáliz la preciosa San-gre de vuestro Hijo, que clama a Vos, para que contengáis la ira que merecen nuestros pecados. Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los Ejércitos, por la Sangre de Jesús, tened misericordia de noso-tros.

Advertencia

Como uno de los efectos del sacrificio de la Misa, es el fruto de satisfacción por las penas debidas a los pecados ya perdona-dos; y este fruto lo puede aplicar el que la oye, o por sus pecados, o por los de las almas del Purgatorio; de cualquiera modo convie-ne aplicarlo antes de la consagración de la Hostia y Vino; que es en lo que esencialmente consiste el Sacrificio, porque después ya viene tarde esa aplicación. Por eso el que va a oír Misa, conviene que o antes de oírla, o en el mismo acto antes de consagrar, deter-mine en su intención la persona, o personas a quien quiere apli-

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car ese fruto, especialmente si es alguna, o algunas almas del Purgatorio; y por esto el Sacerdote encargado de aplicar una Mi-sa por alguna persona, la aplica antes de la consagración, porque de otro modo no cumple la obligación que tiene de aplicarle todo el fruto que debe. cuando se elevan la Hostia y Cáliz consagrados para la pública adoración; es conveniente que el que asiste a la Misa haga algunos actos de profunda adoración; aunque in-terrumpa alguno de los Ofrecimientos, en que se esté ejercitando, porque lo puede continuar después; y esos actos de adoración le pueden servir para continuarlo con más fervor.

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DEVOTA SEMANA DIRIGIDA AL CULTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, Y DETESTACIÓN DE

LOS PECADOS

DOMINGO

Se invoca como Madre

Oh, gran Madre de Dios, que con la Alteza de vuestra digni-dad sois superior a todas las cosas creadas. Cuando yo me miro tan vil, ¿cómo es posible, que yo también os nombre Madre? Y sin embargo, así es. Vos que sois Madre de Dios, Vos misma, digo, Vos sois también Madre mía, que se me dejó por tal en la do-nación solemne, que Jesús moribundo me hizo sobre la Cruz, de todos sus bienes. No quiero pues, que mis miserias me perjudi-quen para conservar la posesión de tanto bien, pues tengo los mé-ritos de vuestro Hijo, acompañados de su última voluntad en mi favor. Quiero llamaros Madre, y quiero esperar, que aunque soy tan indigno, sin embargo, me reconoceréis por vuestro. Ea pues, mostraos para mí, tal como sois para mí: mostrad que sois Madre; y si no queréis oír mis voces, oíd las de mi Señor, que entre sus penas atrocísimas, olvidado de sí, me encomienda a Vos con aque-llas dulces palabras: ves aquí a tu Hijo: veis aquí a vuestro Hijo, o gran Señora, le veis aquí a vuestros pies. No dejéis de que yo goce de tanta honra, pues me la ha merecido aquel Primogénito, que por mi amor nació de Vos en un pobre establo; por mi amor vivió con Vos en una pobre casilla, y a vuestros ojos murió también en una Cruz por mi amor. Así lo veáis adorado algún día de todas las gen-tes, como yo lo deseo; y así os veáis reconocida a Vos por su gran Madre. Dadme entre tanto, que yo viva como hijo vuestro; dadme, que yo conozca mi dignidad; dadme, que yo corresponda a mi

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obligación; dadme que yo aborrezca sobre todo mal el pecado, que solo me hace indigno de vuestra adopción, y de vuestro amor. Amen.

Querido Señor mío, ¿qué habrá que me pueda consolar en mi pecado? Sola una cosa, sola una cosa; y es: que el daño es todo mío. Es verdad, que pecando, me he atrevido a tirar como rayos contra Vos; mas estos rayos mismos han vuelto finalmente todos sobre mi cabeza, pues a ninguno he hecho mal, mas que a mí. Así pues, como me arrepiento sumamente de mi malicia, así también me alegro sumamente de que mi malicia no haya llegado a dismi-nuir un punto de aquella altísima felicidad que gozáis. Gozadla, Señor mío, que os está bien; y dadme gracia a mí por vuestra pie-dad, para que yo no me cuide de vivir, sino he de vivir solo para agradaros.

LUNES

Como Reina

¡Oh Reina del Universo!, que como Hija, Madre, y Esposa del Altísimo, tenéis tan gran derecho sobre todas las criaturas: también yo pertenezco a Vos por mil títulos; también yo soy vues-tro. Pero no me contento con ser vuestro por aquella tan alta juris-dicción que tenéis sobre todos; quiero ser vuestro por una razón más especial, que es por la elección de la voluntad. Veis aquí, pues, que postrado delante del Trono de vuestra Grandeza, os elijo por mi Señora, pretendiendo con esta ofrenda que os hago de todo mi mismo, doblar en Vos aquel Señorío, que ya por otra parte go-záis sobre todos. Desde este momento quiero, que me poseáis por nueva razón, quiero depender de Vos, y quiero que Vos seáis la Ejecutora de aquellos designios que la Divina Providencia ha esta-blecido sobre mi persona. Disponed pues de aquí en adelante de todos los negocios de mi vida, como os agradare. Templad las co-

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sas prósperas con las adversas, y las adversas con las prósperas, en la forma que os pareciere. Todo me será sino dulce, a lo menos, menos áspero pasando por las manos de una Señora tan amable, cómo Vos sois. Me basta solo, que después de las continuas mu-danzas de este tiempo engañoso, llegue por vuestro medio al Reino de la Eternidad a reconoceros, a amaros, y a regocijarme con aquella Gloria que Dios os ha conferido como a Reina, por to-dos los siglos. Amen.

Único Señor mío: Me veis aquí a vuestros pies todo confuso, por la consideración de tantas injurias gravísimas como os he he-cho. Os pido perdón; y en cuanto me es posible, las detesto por ser Vos quien sois, Santísimo, Sapientísimo, Amabilísimo, y digno de recibir de todas las criaturas un obsequio inmenso. Quisiera haber padecido antes todos los males, que haberos ofendido, y quiero también padecer antes todos los males que volveros a ofender. Concededme Vos por aquel amor tiernísimo con que me habéis creado, conservado y redimido, que esto sea así, y entre tanto, dadme gracia para que me sepa confesar bien de los pecados he-chos, pues propongo que los quiero decir todos con toda sinceri-dad, y con toda llaneza, como si os los manifestara a Vos mismo, que los sabéis.

MARTES

Como Maestra

¡Oh Virgen de las Vírgenes! ¡O Maestra de Pureza! ¡Qué her-mosa Escuela abristeis en la tierra con vuestro ejemplo! Vos fuis-teis la primera en ofrecer con voto a Dios la Santa Virginidad, y se la ofrecisteis con voto tan resuelto, que para mantenerla estabais, prontísima para renunciar aquel honor sumo, que al presente go-

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záis, como Madre del mismo Dios. Detrás de Vos veo una multi-tud inmensa de vírgenes que instruidas de vuestros documentos, dan envidia a los Ángeles mismos del Paraíso, viviendo en el cuerpo, como si no tuvieran cuerpo.

Y yo miserable, viendo esto, ¿qué he de hacer? Ya no me atrevo a poner el pie en el umbral de una Escuela tan Sacrosanta como la vuestra, por no contaminarla, mas sin embargo, desde tan lejos os hago una súplica en esta forma: Un pecador todo de cieno, postrado delante de la Madre de la Pureza, la ruega con todo el rendimiento posible, que le consiga tantas lágrimas, que basten pa-ra lavar todas las manchas de su vida pasada, y tanta gracia, que le dé fuerzas para elegir antes la muerte, que volver a mancharse. ¿He de temer que no admitáis la súplica? No, no, porque es muy según vuestro corazón. Sino me amáis 3 no por eso podréis dejar de amar aquella Pureza que os pido, y de haceros su Protectora, como ya habéis sido Maestra. Fijad, pues, los ojos en este misera-ble pecador, y no los retiréis, hasta que mudándome en otro del que soy, me concedáis que os siga ahora en la vida, y os acompañe en la Gloría, después de la muerte; de suerte, que si no pudiere cantar también yo aquella sublime canción virginal, que os tocará a Vos entonar con tanta honra por todos los siglos, la pueda por lo menos oír. Amen.

Dios de infinita Grandeza: Vos como inmenso asistís a cual-quier lugar, todo lo veis, todo lo oís, a todo estáis presente: y yo, sabiendo muy bien esto, he tenido sin embargo animo de pecar, como si no pecara, en vuestro acatamiento. Detesto una desa-tención tan horrenda, y sumamente la aborrezco, y la abomino, por la afrenta que no he temido hacer con ella a vuestra Majestad. Re-conozco que merezco, que Vos me echéis por esto de delante de vuestra cara. ¡Pero qué os puedo decir, o Dios mío! Aunque Vos me quisierais tan grande mal, me desagradara del mismo modo to-da ofensa cometida contra Vos, por ser Vos quien sois, digno de ser amado infinitamente, aun por todos aquellos que aborrecéis.

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MIÉRCOLES

Como Abogada

¡Oh Madre del Santo Amor, oh Vida, oh Dulzura, oh Espe-ranza nuestra!, pues no le bastó a Jesús hacerse Abogado mío con su Padre, si no os hacía también a Vos Abogada mía consigo mis-mo! Bien se ve cuánto ama mi salud, pues después de haberla pro-curado con tantos medios, aun no contento, quiere concurran con sus méritos para conseguirla también vuestros ruegos; esto es, aquellos ruegos a que ha dado tanta Fuerza que se respetan como Leyes. Si así es, me veis aquí para la ejecución de un designio tan piadoso en mí. Señor, vengo a vuestros pies, como a Altar de re-fugio, y aquí postrado, aunque me reconozco por la más indigna de todas las creaturas, sin embargo declaro que espero en vuestra ayuda, y espero tanto, que si mi salud estuviera toda en mis ma-nos, la quisiera luego trasladar de mis manos a las vuestras: tanto más justamente me fio de Vos más que de mí mismo. Es verdad, que yo con mis pecados corto el camino a aquellos socorros, que Vos me procuráis del Cielo con vuestras instancias; mas con todo eso espero que Vos venceréis también este perjuicio que yo me causo, y me alcanzaréis que yo ayude con una buena vida vuestras súplicas, no las derribe con una vida mala. No se sabe que alguna causa protegida eficazmente por Vos, se haya hasta ahora perdido, ¿y temeré que la primera que se pierda sea la mía? No, no. ¡Olví-

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dese todo el mundo de mí, con tal que Vos os acordéis, o mi amo-rosísima Protectora! Dignaos solamente de mirarme; y si no se conmueven al punto vuestras entrañas sobre mí miserable, vengo en quedar abandonado de Vos: decidle a Dios, que yo soy vuestro, y después no rehusó perecer, si esto no basta para salvarme: esta esperanza me confía, con esta quiero vivir, y en esta quiero morir: mi única esperanza es Jesús; y después de Jesús, la Virgen María;. Amen.

Dios de infinito poder, es tanta la reverencia que se os debe, que delante de Vos tiemblan todos los Espíritus más sublimes del Paraíso, los Principados, y las Potestades. Y yo, gusano vilísimo de la tierra, no me he abstenido sin embargo de haceros continuos ultrajes. ¡Oh, cuánto Señor mío me desagrada un atrevimiento tan grande! Os pido perdón!, y esto, no por más que por daros aquella Gloria que recibís de tener sujetos los rebeldes. Confieso que yo he sido el mayor de todos, el más arrogante, el más altivo. Por eso me quiero ahora humillar otro tanto a Vos, como os desprecié, contento de ser por vuestro poder reducido a nada, si Vos veis que he de comenzar más a no respetarlo.

JUEVES

Como Bienhechora

La más justa pena que se le debe a un ingrato, es despojarle del beneficio. Veis aquí pues, lo que a mí se me debe tan benefi-ciado de Vos, y tan desconocido. Merecía, ¡oh Gran Madre de Dios!, que Vos volvieseis a otra parte aquellos ojos llenos de mi-sericordia, con que habéis tantas veces mirado piadosamente mis miserias, y las habéis piadosamente socorrido; lo merecía, es ver-dad; lo merecía mas, sin embargo, reparad cuán alta es la estima-

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ción que he formado de vuestra bondad. Espero que no os dejaréis aun vencer de mi suma malicia, mas que os haréis esta honra a Vos misma, de no obrar según mis deméritos, mas según la incli-nación de vuestro Corazón. ¿Y por ventura he de quedar engañado de esta tan piadosa esperanza? No sea jamás verdad. Ea Madre de Amor, Tesorera de las Gracias Divinas, Refugio de los pecadores. Ea pues, no os canséis de sufrirme: yo me pongo delante de Vos, como la más pobre de todas las criaturas. Oíd las voces de quien llama; abrid el seno de vuestra Misericordia a quien es tan misera-ble; dadle la mano al que caído os invoca para levantarse; acor-daos de que si sois la Madre del Salvador, sois la Madre también de mi salud, y por eso cuántos títulos faltan en mí para obligaros a socorrerme, tantos hallaréis qué sobreabundan en Vos, para que me socorráis. Entre tanto yo os prometo, que si por vuestro favor me salvare, no os seré más ingrato; mas compensando: con eternas alabanzas mi pasado desconocimiento, cantaré con todos los Bien-aventurados aquéllas misericordias que tan liberalmente me ha dispensado Dios por vuestras manos. Amen...

Dios de infinita Justicia, veis aquí a vuestros pies a aquel reo que tantas veces ha provocado altamente vuestro enojo. Si me queréis castigar finalmente, como yo lo merezco, dueño sois, he-ridme, fulminadme. ¡Qué mal me podrá venir más atroz que aquel en que ya incurrí ofendiéndoos a Vos! Este es el que yo estimo por mucho mayor que cualquier otro; este me aflige, este me angustia, el haber hecho de Vos tan poco caso. Querido Señor mío, no será mas así; y en señal de esta firme resolución, recurro a Vos, y me ofrezco prontísimo a cualquier castigo, por grande que sea, que me aparte del pecar, por no volver a caer en culpa.

VIERNES

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Como Libertadora

¿Qué fuera ahora de mí, oh mi Gran Señora, si vos no hubie-rais sido tan piadosa? ¡Cómo podréis tolerar más el mal temple de mi corazón, que no se enternece, ni con los bienes que le habéis hecho, ni con los males de que le habéis librado! ¿Cuántas veces he llegado yo hasta sobre los bordes de aquel precipicio horrible del infierno; y Vos, o Reina de Misericordia, mientras los demo-nios aguardaban con los brazos abiertos allá abajo en aquella sima mi Alma, que ya se caía; mientras mis culpas me daban furiosa-mente el empellón, para que cayese más presto; mientras la Divina Justicia quería fulminar sobre mí la sentencia final, y permitir la caída: Vos, no llamada, acudisteis a mi gran peligro, y mostrándo-le al Padre las llagas de vuestro Hijo, y a vuestro Hijo mismo vuestro seno, me conseguisteis la salud, cuando yo estaba ya para correr a la perdición? Me. hubiera perdido para siempre. ¿Y no bastará todo esto para ablandarme? ¿No bastará para que yo con-sagre al honor de tan gloriosa favorecedora todos mis días? Cierto es que bastará. Esta vez me quiero dar por vencido. Quiero que tengáis, o Poderosa Virgen, esta Gloria de haber domado a un co-razón tan terrible, como es el mío; solo os pido, que prosigáis en ser mi perpetua libertadora: libradme de otro infierno aun peor; es-to es, del pecado. Libradme de mí mismo, que me soy para mí tan frecuentemente el peor demonio de todos. Libradme de vivir in-grato a aquel Dios que, por vuestro medio, tan misericordiosa-mente me libró de todos mis males. Amen.

Dios de infinita misericordia, si alguna vez habéis mostrado verdaderamente, que vuestra clemencia excede todos los términos, sin duda alguna es ésta, supuesto que habéis llegado hasta to-lerarme. ¡Oh Paciencia inaudita! ¡Oh Piedad indecible! ¿Qué Prín-cipe de la Tierra hubiera tolerado uno solo de los desprecios que os he hecho a Vos, sin echarme del mundo? Confieso la verdad. El ver en Vos este proceder tan amable, hace que yo compungido, me duela mucho más, al presente, de mis pecados. ¿Cómo he podido

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tener tanto atrevimiento, y tanta arrogancia, como era menester para ofender a un Dios tan bueno? Antes se abra debajo de mis pies la tierra, que yo te vuelva a ofender más. Señor mío, resuelto estoy. Aunque fuera certísimo que jamás se me había de dar algu-na pena por mis culpas, he de querer siempre aborrecerlas, y abs-tenerme siempre de ellas, por no abusar, cometiéndolas, de vuestra Bondad.

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EL SÁBADO

Como Consoladora.

¡Qué hermosa harmonía hacen a vos, oh Madre de Misericor-dia, la alteza de vuestro grado, y la benignidad de vuestro corazón! Si levanto los ojos a la sublimidad de aquel Trono al que fuisteis asunta, me vacila el pensamiento, y me tiembla la mente. Vos sois con inmenso exceso la mayor de todas las puras criaturas. Vos me-nor que solo Dios. Vos la más bella obra, que salió de sus manos; Vos, digo, constituís en el Cielo un orden por Vos sola, y por aquel vínculo tan estrecho de Sangre, que os junta con Jesús, en-tráis en un grado como Divino; y, sin embargo, en medio de tanta grandeza, no solamente no os olvidáis de los miserables: mas por eso vuestro poder os es más de gusto, porque lo podéis emplear en su alivio. Los otros amigos nos abandonan en nuestras calamida-des; mas Vos, por el contrario, nos miráis en ellas con ojos más amorosos; invocada, luego corréis a consolarnos, y muchas veces previendo nuestras súplicas, os introducís no invocada, a serenar nuestras tempestades, y en medio de los naufragios mismos, os ha-céis para nosotros doloridos Puerto de Paz. ¡Bendita, pues, mil ve-ces la mano de aquel Dios que os hizo a un tiempo tan Poderosa y tan Piadosa, y juntó en Vos un corazón de Madre tan tierno, con una Majestad de Reina tan venerable! Gozad vuestro Reino, que os está bien; yo desde acá abajo, arrebatado de vuestro amabilísi-mo espíritu, me alegro de vuestra Grandeza, como si fuera tam-bién mía; y declaro, que para que no os faltase un rayo solo de aquella altísima luz, que os rodea, estuviera a todas horas pronto para dar más de una vida, si tuviera más que una. Vos, que entre tantos títulos tan sublimes, no desdeñáis tampoco éste de mi Con-soladora, alentadme siempre más en los trabajos que me asaltan, y en el mayor de todos; esto es, en el punto de mi muerte traeros la

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gloria de haber encontrado una miseria proporcionada, más que to-das las otras, a vuestra Misericordia. Amen.

No os he conocido, o Rey de la Gloria, no os he conocido; si yo os hubiera llegado a conocer un poco, ¿cómo os hubiera podido trocar a Vos, Fuente de vida Eterna, por las hediondas cisternas de mis placeres? Vos, Señor mío, siempre habéis sido, y siempre se-réis mi Dueño; y los deleites que me he buscado, ya han dejado de ser, han desaparecido como sombra. Y sin embargo, os he pos-puesto a esta sombra vanísima, con un insulto tan malvado y tan extraño, que sí hubiera sido posible, os hubiera hasta quitado del mundo con mis pecados. No, pues, no, vuelvo a decir con infinita amargura de mi corazón, no os he conocido. Mas cierto es que no será en adelante así. Yo declaro en presencia de toda la grande Corte Celestial, que está al rededor de vuestra Majestad, que mien-tras Vos fuereis Dios, yo seré vuestro verdadero siervo. Elijo antes no ser, que volveros a ser mas infiel.

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ORACIONES

Para implorar la Divina Providencia, y la Protec-ción de la Virgen María.

Se dicen un Credo, Padre nuestro y Ave María.V. Alabemos a la Divina Providencia en todo tiempo.R. Alabémosla, y ensalcémosla por los siglos de los siglos.

ORACIÓN

Señor Dios Omnipotente, que con amorosa e inefable Provi-dencia nos habéis creado, conservado y redimido, haced que con-formemos nuestros pensamientos, obras y palabras, con los amo-rosos designios de vuestra Providencia Soberana, para que amán-dola, honrándola, y glorificándola en esta vida, merezcamos amar-la, honrarla, y glorificarla en la eterna. Amen.

V. Ruega por nosotros, y protégenos, Madre Benignísima. R. Ahora, y en la hora de nuestra muerte. Amen.

ORACIÓN

Santísima María, mi Señora, y amorosa Madre: en el seno de vuestra protección, y benignísima Misericordia encomiendo hoy, y todos los días de mi vida, mi alma, mí cuerpo, mis esperanzas, mis consuelos, mis angustias, mis miserias, mi vida, y fin de mi vida; para que con tus grandes méritos, y poderosa intercesión dirija mis pensamientos, obras y palabras, según tu Santísima voluntad, y la voluntad Santísima de vuestro Hijo. Amen.

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ACTOS DE FE, ESPERANZA, CARIDAD, CONTRICIÓN Y DE ATRICIÓN

ACTO DE FE

Mi Dios, porque tú que eres Verdad Infalible que no puede engañarse, ni engañar, por medio, de la Santa Iglesia Católica Ro-mana, que tú mismo diriges para librarla de error, nos propones que creamos los Artículos siguientes. Yo firmísimamente creo que existes desde la eternidad, y que después de resucitados nos con-servaras para siempre: Creo que has de premiar con eterna Bien-aventuranza a los buenos, y que has de castigar con penas eternas a los malos. Creo que por tus infinitas perfecciones eres por ti mis-mo muy amable, y muy digno de nuestros deseos, como que eres nuestra Bienaventuranza sobrenatural. Creo que eres un sólo Dios en tres Personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que el Hijo, habiéndose hecho hombre en las entrañas de la Virgen Ma-; ría, murió, resucitó, y está el Cielo y en el Augusto Sacramento de la Eucaristía, y que por sus méritos, y por tu infinita misericordia has prometido el perdón de los pecados, la eterna Bienaventuran-za, y los medios necesarios para conseguirla a todos los que ayu-dados de tu gracia hicieren cuanto está de su parte; y que comuni-cas tu gracia a quien recibe dignamente los Santos Sacramentos. Creo que eres sumamente Fiel, Poderoso, Misericordioso, Sabio, y Veraz, que nunca faltas a tus promesas, y que eres de sumo Poder y Autoridad. Creo que has revelado a la misma Santa Iglesia, estas y otras verdades que nos propone dignas de nuestra creencia; por lo que todas ellas una y mil veces firmísimamente las creo.

ACTO DE ESPERANZA.

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Dios mío, yo tengo vivas ansias de gozarte en la Gloria, por-que eres mi sumo bien, y única Bienaventuranza digna de todos mis deseos, y espero firmemente que he de alcanzar de ti no sólo el perdón de mis pecados, y la Gloria eterna, mas también los me-dios necesarios para ello. Porque tú que eres infinitamente Podero-so, Misericordioso, y fiel en cumplir lo que ofreces, has prometido todas estas cosas por los méritos de tu Hijo, y tu Misericordia a los que ayudados de tu gracia hicieren cuanto está de su parte, lo que yo mismo propongo ejecutar ayudado de tu divina gracia.

ACTO DE CARIDAD.

Dios mío, porque tu me amas tanto que me has creado, redi-mido, y hecho innumerables beneficios, y principalmente, o por mejor decir, únicamente porque mereces ser infinitamente amado, yo te amo con todo mi corazón más que a todas las cosas, y por tu amor amo también a mi prójimo como a mí mismo.

ACTO DE CONTRICIÓN

Mi Dios, pues eres digno de ser sumamente amado por tus in-finitas perfecciones, te amo con todo mi corazón sobre todas las cosas, y así me pesa sobre manera de haberte ofendido, y pro-pongo firmísimamente con la ayuda de tu gracia no ofenderte ya más.

ACTO DE ATRICIÓN Y CONTRICIÓN

Dios mío, me pesa muy de veras de haberte ofendido con tan-tos pecados, como contra ti he cometido, por el temor de las penas del Infierno que he merecido, por la fealdad de mis pecados y por la pérdida de la eterna Bienaventuranza, mayormente, porque ya te

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amo con todo mi corazón sobre todas las cosas y porque por tus. infinitas perfecciones debes serlo: proponiendo firmísimamente de no volver a ofenderte von la ayuda de tu Divina Gracia.

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