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  • VERBOrevista bimestral de formacin cvica y de accin cultural segn el derecho natural y cristiano

    ESTUDIOS Y NOTASMons. Ignacio Barreiro CarmbuiaLa tradicin com o deber de vivirla y transmitirlaJuan Manuel Rozas ValdsLa libertad m oderna de conciencia y de religin, una mquina de guerra contra la Cristiandad

    CUADERNO: CUESTIONES ECONMICO-SOCIALES (III)Carlos Biestro, Javier de Miguel, Juan Manuel de Prada g Brian M. McCall

    CRNICASINFORMACIN BIBLIOGRFICA

    aoLH . n.525-526-mayo-junio-julio2014

  • JAVIER DE MIGUELen prim er lugar a la caridad y la justicia, y a continuacin a las dems virtudes.

    Un cambio de paradigma econmico es posible, pero slo lo ser si todo el conglomerado social y la vida de los individuos y las comunidades giran entorno a la virtud, y no a la utilidad. De esa manera, el liberal dejar de ser el nico m undo que somos capaces de imaginar. En concreto, es necesario superar la idea providencialista de que es la libertad la que permite alcanzar la justicia, a travs de mecanismos ocultos insertos en las leyes autnomas del mercado. Por el contrario, la justicia, fin autntico de las relaciones econmicas, se funda en la caridad. La teora de la escasez, dentro de los lmites y matices expuestos, no debera ser conducida a un afn por el acaparamiento, ni mucho menos servir de sustento a teoras estrafalarias y, en algunos casos, criminales, de control de la poblacin, sino precisamente a un fom ento de la distribucin equitativa de los bienes.

    En la medida en que seamos capaces de interiorizar definiciones de economa como la actividad hum ana enderezada a satisfacer las necesidades materiales, y con ello espirituales, del hombre, dentro del orden moral con una dinmica de cambio progresivo (61), entonces posiblemente hayamos podido empezar a desprendernos de esa mscara liberal-capitalista que ha secuestrado la imagen de la verdadera economa durante casi tres siglos. Es necesaria la vuelta a los orgenes de la economa: La economa, como la misma palabra indica, debera ser el arte de alcanzar una adecuada administracin de la casa comn, que es el m undo entero (62), la familia de las naciones (63).

    (61) Jos Luis G utir rez G a rca , Introduccin a la Doctrina Social de la Iglesia, Barcelona, Ariel, 2001, pg. 369.

    (62) F r a n c isco , Evangelii Gaudium (2013), 206.(63) PO XII, Mensaje de Navidad de 1944.

    464 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 1 9 4 6 4 .

    GRANOS DE TRIGO Juan Manuel de Prada

    1. Nuevo orden mundialEl profeta Daniel, en su visin sobre la consumacin de

    los tiempos, contem pla a una bestia con diez cuernos, que representan a una multitud de reyes; y a continuacin narra cmo, de entre esos diez cuernos, nace otro cuerno pequeo que, hablando con gran arrogancia, vence o somete a los dems reyes y acaudilla con poder om nm odo una gran confederacin de naciones que quebrantar a los santos y pretender m udar los tiempos y la ley. Recordando quiz aquella profeca de Daniel, afirmaba Donoso Corts: En el m undo antiguo la tirana fue feroz y asoladora; y sin em bargo, esa tirana estaba limitada fsicamente, porque los Estados eran pequeos y las relaciones universales imposibles de todo punto. Hoy, seores, las vas estn preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso... Ya no hay resistencias ni fsicas, ni morales (...), porque todos los nimos estn divididos, y todos los patriotismos estn muertos. Hacia la entronizacin de ese tirano gigantesco vamos caminando inexorablemente; poco a poco descubrimos que su ndole no es poltica, sino econmica, tal como Po XI vislum brara profticam ente en su encclica Quadragesimo anno: Un dominio ejercido de la m anera ms tirnica por aquellos que, teniendo en sus manos el dinero y dom inando sobre l, se apoderan de las finanzas y seorean sobre el crdito; y por esta razn dirase que administran la sangre de la que vive toda la econom a y tienen en sus manos as como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad. Tal dominacin, horrendam ente dura, cruel, atroz, tras lograr la hegem ona econmica -prosigue Po XI-, entablar rudo combate para aduearse del poder pblico, para poder abuVerbo, n m . 5 2 5 - 5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 4 8 5 . 465

  • JUAN MANUEL DE PRADAsar de su influencia y autoridad en los conflictos econm icos, trayendo consigo la cada del prestigio del Estado, que debera ocupar el elevado puesto de rector y supremo rbitro de las cosas y se hace, por el contrario, esclavo, entregado y vendido a la pasin y a las ambiciones humanas.

    Lo que avizoraron Daniel, Donoso Corts y Po XI, entre otros hom bres clarividentes, ya est formndose ante nuestras narices: un Nuevo O rden Mundial tirnico que se impone sin resistencias fsicas ni morales; y que -oh , misterio de iniquidad!- aparece a los ojos atnitos de las masas cretini- zadas como la nica salvacin posible ante las catstrofes que l mismo ha originado, en su apetito insaciable de poder. Su estrategia salta a la vista: extensin del pnico, m ediante mecanismos especulativos, entre los Estados debilitados, que acaban entregando su soberana para convertirse en lacayos obedientes del Nuevo Orden Mundial y acceden a som eter a sus sbditos a las privaciones ms mprobas, bajo la amenaza de una estampida de los inversores que sostienen la deuda hipertrofiada de tales Estados. Y as, uno tras otro, sucumben los reyes de la tierra ante la pujanza de este nuevo tirano de poder omnm odo, mientras las masas cretinizadas aceptan, acojonaditas, todo tipo de cambios estructurales; o, dicho en romn paladino: aum ento de los impuestos y reduccin de los salarios. Pero esto slo es el principio: las arrogancias de este nuevo tirano no han hecho sino em pezar; acabarn siendo sangrientas.

    Slo nos resta el consuelo de saber que su dominio ser breve, como ocurre siempre con los tiranos envanecidos de su poder. Pero, entre tanto, devorar y triturar cuanto halle a su paso, con el beneplcito lacayuno de los reyes de la tierra, ahora reunidos en Bruselas.

    (ABC, 10 de diciembre de 2011)

    2. Doctrina socialMuchos catlicos creen que sobre las realidades sociales,

    polticas y, muy especialmente, econmicas, no pueden hacer466 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Ose juicios de naturaleza teolgica o moral, por pertenecer dichos mbitos a una esfera enteram ente secular. Por eso, cuando hablan de economa, aceptan categoras radicalm ente anticristianas, sin examinar los presupuestos antropolgicos, o ms precisamente teolgicos, que convierten la econom a m oderna en un nuevo Moloch al que alegremente se sacrifican millones de vidas humanas. Pero renunciar al anlisis de estas realidades desde presupuestos teolgicos y morales es tanto como dimitir de la fe.

    A finales del siglo XVIII, con la revolucin de Adam Smith, los economistas quisieron liberar la econom a de la teologa; despus, a lo largo del siglo XIX, los economistas quisieron desvincular la economa de la teora poltica, hasta llegar a la situacin presente, en que la econom a se ha convertido en una ciencia cada vez ms abstracta y matemtica (pero de una matemtica que siempre yerra, por cierto). El Papa Po XI, en su encclica Quadragesimo anno, nos recordaba que, aunque el fin de la Iglesia es sobrenatural, no puede renunciar a interponer su autoridad, no ciertam ente en materias tcnicas, para las cuales no cuenta con los medios adecuados, sino en todas aquellas que se refieren a la moral, incluyendo la promocin de un orden social justo. Muchos han sido los Papas, de Len XIII hasta nuestros das, que han condenado el socialismo, por concebir la sociedad y la naturaleza hum ana de un modo incompatible con la visin cristiana. Tambin han condenado las formas de capitalismo que han hecho del lucro el m otor esencial del progreso, olvidando que la economa est al servicio del hom bre. Sin condenarlo en trminos absolutos, Po XI no vacil en denunciar los vicios que aquejaban al sistema capitalista; y en su encclica Divini Redemptoris afirmaba que el liberalismo ha abierto la senda del comunismo, pues los trabajadores estaban preparados para su propaganda por el abandono religioso y moral en que haban sido dejados por la econom a liberal. Habra que preguntarse, pues, si el capitalismo es un mero modelo de organizacin econmica, o si por el contrario incluye -com o el propio socialismo- una concepcin mecanicista del hom bre y de las relaciones sociales.Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 . 467

  • Es corriente aducir que las propuestas de la doctrina social de la Iglesia no sirven para dilucidar los arduos problemas suscitados por las nuevas realidades econmicas en un m undo globalizado que sufre los zarpazos de una crisis financiera arrasadora. Pero una lectura atenta de las grandes encclicas sociales basta para desm ontar estos tpicos. As anticipaba Po XI, en un fragm ento p roftico de Quadragesimo anno, la emergencia de un nuevo poder tirnico, fundado en la concentracin del dinero, que llega a convertir a los Estados en marionetas a su servicio: La libre concurrencia se ha destruido a s misma; la dictadura econmica se ha adueado del mercado libre; por consiguiente, al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambicin de podero; la economa toda se ha hecho horrendam ente dura, cruel, atroz. A esto se aaden los daos gravsimos que han surgido de la deplorable mezcla y confusin entre las atribuciones y cargas del Estado y las de la economa, entre los cuales daos, uno de los ms graves, se halla la cada del prestigio del Estado, que debera ocupar el elevado puesto de rector y supremo rbitro de las cosas y se hace, por el contrario, esclavo, entregado y vendido a la pasin y a las ambiciones humanas.

    En esta misma encclica, por cierto, Po XI escriba: Se equivocan de medio a medio quienes no vacilan en divulgar .el principio segn el cual el valor del trabajo y su rem uneracin debe fijarse en lo que se tase el valor del fruto por l producido ( Quadragesimo anno, 68). Para que el trabajo pueda ser valorado justam ente y rem unerado equitativamente, es preciso, afirmaba Po XI, que el salario alcance a cubrir el sustento del obrero y el de su familia, ajustndose a las cargas familiares, de modo que, aum entando stas, aum ente tambin aqul. Es, desde luego, muy comprensible que los adoradores de Moloch se preocupen de que la doctrina social de la Iglesia sea desconocida, aun para los propios catlicos; ms inquietante resulta que las jerarquas eclesisticas no se esfuercen por combatir este desconocimiento, con la que est cayendo.

    (XL SEMANAL, 15 de enero de 2012)

    JUAN MANUEL DE PRADA

    468 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G O

    3. TrabajoHace casi un siglo, Chesterton, analizando la obra de

    Aldous Huxley Un mundo feliz, donde se nos describe una sociedad futura sometida a un feroz proceso de alienacin, escriba:

    Pero esta misma obra se est realizando en nuestro mundo. Son gente de otra clase quienes la llevan a cabo, en una conspiracin de cobardes. (...) Nunca se dir lo suficiente que lo que ha destruido a la familia en el m undo m oderno ha sido el capitalismo. Sin duda podra haberlo hecho el comunismo, si hubiera tenido una oportunidad fuera de esa tierra salvaje y semimonglica en la que florece actualmente. Pero, en cuanto a lo que nos concierne, lo que ha destruido hogares, alentado divorcios y tratado las viejas virtudes domsticas cada vez con mayor deprecio, han sido la poca y el poder del capitalismo. Es el capitalismo el que ha provocado una lucha moral y una competencia com ercial entre los sexos; el que ha destruido la influencia de los padres a favor de la del empresario; el que ha sacado a los hom bres de sus casas a la busca de trabajo; el que los ha forzado a vivir cerca de sus fbricas o de sus empresas en lugar de hacerlo cerca de sus familias; el que ha alentado por razones comerciales un desfile de publicidad y chillonas novedades que es por naturaleza la muerte de todo lo que nuestras madres y nuestros padres llamaban dignidad y modestia.

    Chesterton defina el capitalismo como una conspiracin de cobardes, porque tal proceso de alienacin social no lo desarrolla a las bravas, al modo del glido cientifismo comunista, sino envolvindolo en coartadas justificativas ms o menos merengosas (pero con un parejo desprecio de la dignidad hum ana). Lo vemos en estos das, en los que se nos trata de convencer de que una reforma laboral que limita las garantas que asisten al trabajador en caso de despido o negociacin de sus condiciones laborales... favorece la contratacin! Es algo tan ilgico (o cnicamente perverso) como afirmar que el divorcio exprs favorece el matrimoVerbo, n m . 5 2 5 - 5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 . 469

  • nio, o que la retirada de vallas favorece la propiedad; pero el martilleo de la propaganda y la ofuscacin ideolgica pueden lograr que tales insensateces sean aceptadas como dogmas econmicos. Lo que tal reforma laboral favorece es la conversin del trabajador en un instrum ento del que se puede prescindir fcilmente, para ser sustituido por otro que est dispuesto a trabajar -a modo de pieza de recambio ms ren tab le- en condiciones ms indignas, a cambio de un salario ms miserable. Pero toda afirmacin ilgica encierra una perversin cnica: del mismo modo que de un divorcio se pueden sacar dos matrimonios, de un despido tambin se pueden sacar dos puestos de trabajo (y hasta tres o cuatro); basta con desnaturalizar y rebajar la dignidad de la relacin laboral que se ha roto, sustituyndola por dos (y hasta tres o cuatro) relaciones degradadas, en las que el trabajador es defraudado en su jornal. Y defraudar al trabajador en su jo rnal es un pecado que clama al cielo; lo recordaba todava Juan Pablo II en su encclica Laborem exercens.

    Lo que subyace en esta reforma laboral es la conversin del trabajo en un mero instrumento de produccin; en donde se quiebra el principio m edular de la justicia social, que establece que el trabajo es siempre causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de produccin, es slo un instrum ento o causa instrum ental (Laborem exercens, 12). La quiebra del orden social del trabajo, la conspiracin de los cobardes que avizorase Chesterton hace casi un siglo, prosigue implacable sus estrategias. Y llegar, ms pronto que tarde, la venganza del cielo.

    (.ABC, 1,3 de febrero de 2012)

    4. CapitalismoCul es el alma del capitalismo? No es, como ingenua

    m ente se cree, el mercado libre, ni la propiedad privada, ni la iniciativa individual: todo esto ya exista antes de que el capitalismo adquiriese credenciales como sistema econmico; y en su evolucin hacia un capitalismo internacional y

    JUAN MANUEL DE PliADA

    470 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -1 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Ofinanciero lo nico que ha hecho ha sido erosionar tales pilares, hasta dejarlos inoperantes o irreconocibles. Lo que en verdad distingue al capitalismo, lo que define su esencia es la limitacin de la responsabilidad del capitalista respecto de su capital, separando su persona individual de la personalidad jurd ica de la empresa que dirige. La idea de limitacin de la responsabilidad rom pi con los conceptos tradicionales de propiedad y de sociedad, ligados indisolublem ente a la responsabilidad personal de sus titulares, para propiciar la conversin de la propiedad en un ente con vida propia, una suerte de kfir monstruoso e insaciable, que mientras crece reparte beneficios entre los titulares, pero que cuando se declara en quiebra deja a acreedores y trabajadores a dos velas, obligados a repartirse los exiguos despojos de la sociedad, mientras el capitalista disfruta a salvo de su patrim onio intacto. Esta idea de la limitacin de la responsabilidad, en volandas de la burbuja especulativa propiciada por las bolsas de valores, es la que ha favorecido la concentracin propietaria, la economa transnacional, la quiebra de los bancos y la deuda externa desenfrenada; y todos estos males, en lugar de remediarlos en su origen, pretenden nuestros mandamases arreglarlos con parches que no hacen sino expoliar la maltrecha econom a real. A esto se reduca aquel eslogan canallesco -esto lo arreglamos entre todos- popularizado hace algn tiempo por los amos del cotarro: los dividendos nos los llevamos unos pocos; las prdidas las pagamos entre todos, porque nuestros patrimonios son intocables, gracias al principio de responsabilidad limitada.

    El otro da quebraba un peridico de progreso, y sus trabajadores hacan pblico un comunicado en el que reclamaban a la empresa editora que sea fiel ahora a sus pretendidos principios progresistas. Pero sospecho que a los titulares de tal empresa editora, que contemplan la laceria de sus trabajadores con los patrimonios intactos, les ocurrir lo mismo que le ocurri a Bemard Shaw, en palabras de Chesterton: Despus de castigar durante aos a gran nm ero de personas por no ser progresistas, Shaw ha descubierto que es muy dudoso que pueda resultar progresista ningn ser hum anoVerbo, n m . 5 2 5 - 5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -1 8 5 . 471

  • JUAN MANUEL DE PRADAexistente. Al dudar que la humanidad pueda combinarse con el progreso, las ms de las personas habran elegido abandonar el progreso y quedarse con la humanidad. El seor Shaw, no contentndose con cualquier cosa, decide rom per con la hum anidad y opta por el progreso por su propio bien. Optar por el progreso por su propio bien y rom per con la hum anidad es lo que hace el capitalismo en la hora presente: lo hacen las empresas editoras autctonas y lo hacen los bancos europeos, que segn acaba de revelarnos el publicano Almunia han recibido, entre los aos 2008 y 2010, 16 billones de euros en rescates, como inyeccin de liquidez y para tapar sus activos txicos. Dado que, en el caso de los bancos, el capitalismo refuerza todava ms el principio general de limitacin de la responsabilidad que rige para cualquier empresa, podemos imaginamos fcilmente de dnde sale ese pastizal. Cedamos nuevamente la voz a Chesterton: Rothschild y Rockefeller son partidarios de la propiedad; pero no desean la propiedad propia, sino la ajena. Que en esto se resume, al fin y a la postre, el alma del capitalismo.

    (ABC, 27 de febrero de 2012)

    5. Cazando gamusinosDesde que estallase la llamada crisis econmica hemos

    escuchado mil veces la misma monserga (a veces, incluso, propagada por gentes de buena voluntad): Detrs de esta crisis econmica hay una crisis de valores (los ms intrpidos se atreven, incluso, a hablar de crisis moral). La frase me parece de una tibieza farisaica, pues pretende aparecer como un diagnstico que penetra en las primeras causas del mal que padecemos, cuando lo cierto es que se queda nadando entre dos aguas, tan incapaz de ascender a esas primeras causas como de agarrar por los cuernos el toro de sus consecuencias funestas. De este modo, ni siquiera se pone trono a las causas y cadalso a las consecuencias, como es propio de la hipocresa contem pornea, sino que se entronizan por igual causas y consecuencias y se aplica la medicina en472 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Oun mbito interm edio tan inconcreto y difuso que, inevitablemente, el tratamiento resulta inoperante; y acaba conduciendo a la frustracin.

    Detrs de todo error moral hallamos siempre un error teolgico: la corrupcin de las costumbres es siempre el resultado de un abandono religioso; esto es una evidencia, verificable en todos los crepsculos de la Historia, y contra los hechos no valen argumentos. Quienes hablan de una crisis moral subyacente a la crisis econmica suelen ser personas creyentes, seguram ente bienintencionadas pero pusilnimes, que antes que irritar al pluralismo ambiental (o antes de que el pluralismo ambiental los destierre a los arrabales del desprestigio) prefieren disfrazar -a tem perar- su diagnstico, llamando eufemsticamente crisis moral a lo toda la vida de Dios se ha llamado aggsjas^Pero el eufemismo, empleado en un dgllSlR, es claudicacin del lenguaje; y el lenguaje que claudica es expresin de otra claudicacin ms grave.

    Quienes optan por la expresin crisis de valores suelen ser, por el contrario, personas descredas, o de creencias ms relajadas o acomodaticias; pero hablar de crisis de valores es hacer brindis al sol. Hoy se habla incansablemente de valores sociales, valores polticos, valores educativos, etctera. Pero lo cierto es que los llamados valores (subterfugio lxico de cuo burstil para tapar el hueco que han dejado las viejas virtudes depuestas) son percepciones subjetivas sobre la realidad de las cosas, acuaciones culturales que en tal o cual poca se reputan beneficiosas; y que, como todas las acuaciones culturales, son necesariamente cambiantes. Por lo dems, referirse en una sociedad pluralista a los valores es como referirse a los gustos personales: pues cada quisque se construye los suyos; y tratar de entenderse en medio de un enjambre de valores voltarios, interesados, caprichosos, incluso antitticos, es tan ilusorio como pretender hacerlo entre los escombros de la torre de Babel. El relativismo que anega nuestra poca y que la hace im potente al esfuerzo vital es, precisamente, la consecuencia lgica de la exaltacin de dichos valores adventicios; pues, faltndonos la capacidad para m edir el bien conforme a un criterioVerbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 . 473

  • JUAN MANUEL DE PRADAobjetivo, es inevitable que acabemos cifrndolo en aquello que nos conviene o beneficia.

    Pero tal vez vivamos en un tiempo tan ofuscado que ascender hasta las primeras causas resulte ya casi imposible. Lo ms exasperante de la frase que comentamos (Detrs de esta crisis econmica hay una crisis de valores, o crisis moral) es que tampoco se atreve a poner remedio a las consecuencias funestas, instalndose en una tierra de nadie ire- nista. Pues si aceptamos que existe una crisis econmica y una crisis moral, por qu no empezar -ya que somos incapaces de establecer sus causas- por moralizar las relaciones econmicas? Fiarlo todo a una reforma de las costumbres (que, por lo dems, no sabemos en qu consiste, pues nos negamos a reconocer normas morales objetivas) sin una reforma de las instituciones es como arar en el mar. Pretender que en la crisis econmica subyazca una crisis moral y, al mismo tiempo, negarse a establecer una vinculacin entre la gnesis y el desarrollo del capitalismo y la difusin de la inmoralidad es, en verdad, una pirueta cnica de proporciones descomunales. Pero el piruetismo contem porneo ha logrado que nos traguemos semejante maula como si tal cosa, olvidando que -com o afirmaba C hesterton- lo que ha destruido hogares, alentado divorcios y tratado las viejas virtudes domsticas cada vez con mayor deprecio, han sido la poca y el poder del capitalismo. De este modo, la restauracin de la moralidad se convierte en una caza del gamusino.

    (XL SEMANAL, 15 de abril de 2012)

    6. Familia y trabajoLa festividad de San Jos Obrero, instituida por Po XII,

    nos viene de perlas para reflexionar sobre la ntima conexin existente entre familia y trabajo. Desde hace algunos aos, recibo desde el mbito (seudo) catlico reproches por tratar en mis artculos asuntos de orden econmico; y exhortaciones a tratar cuestiones de orden moral. Pero, como nos recordaba Po XI (Quadragesimo anno, 42), aun474 Verbo, n m . 5 2 5 - 5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Ocuando la econom a y la disciplina moral, cada cual en su mbito, tienen principios propios, es errneo que el orden econmico y el moral estn distanciados y ajenos entre s; y Juan XXIII (Mater et Magistra, 222) insista en lo mismo, afirm ando que la doctrina social de la Iglesia es inseparable de la doctrina que la misma ensea sobre la vida hum ana. Y es que, en efecto, poco sentido tendra defender la vida y la familia si al mismo tiempo no se defendiera una concepcin del trabajo que permita a las personas criar dignam ente a sus hijos y cuidar de sus familias; pues el trabajo , segn nos recordaba Juan Pablo II, es una condicin para hacer posible la fundacin de una familia (Laborera exercens, 10). Que hoy se puedan denunciar las lacras que destruyen la familia sin denunciar al mismo tiempo las relaciones econmicas inicuas nos dem uestra que -com o ya nos advirtiera C hesterton- las viejas virtudes cristianas se han vuelto locas.

    Esta ntima conexin entre familia y trabajo la recordaba Po XI, al afirmar (Quadragesimo anno, 71) que al trabajador hay que fijarle una remuneracin que alcance a cubrir el sustento suyo y el de su familia; y Juan Pablo II llegaba todava ms lejos (Laborem exercens, 19), abogando por la introduccin del salario familiar, o en su defecto de subsidios y ayudas a la madre que se dedica exclusivamente a la familia. Y, puesto que la tendencia ha sido exactamente la contraria (es decir, salarios de miseria que apenas si sirven para m antener a quien lo percibe, obligando a los dems miembros de su familia a trabajar a su vez, a cambio de otros salarios de miseria), hemos de concluir que las relaciones laborales existentes son las que prim eram ente conspiran contra la familia, obligando a cada uno de sus miembros a ganarse malamente el sustento fuera de su casa; y las que, consecuentem ente, fomentan el divorcio y la baja natalidad (con su inevitable secuela de abortos a troche y m oche), al ligar la percepcin de un salario a la subsistencia puram ente individual, nunca a la cobertura de las necesidades familiares. As, puede concluir Po XI (Quadragesimo anno, 132) que las bajas pasiones que han favorecido estas relaciones laborales inicuas son raz y origen de esta descristianizacinVerbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 . 475

  • JUAN MANUEL DE PRADAdel orden social y econmico, as como de la apostasa de gran parte de los trabajadores que de ella se deriva.

    La restauracin de un orden social y econmico cristiano slo podr lograrse, nos recuerdan incansablemente los Papas, a travs de una reforma de las costumbres. Pero tal reforma debe realizarse en un doble plano, personal e institucional: pues de poco vale que las personas se esfuercen en form ar familias cristianas si las instituciones jurdicas y polticas favorecen unas relaciones econmicas descristianizadas, fomentando un rgimen de trabajo que crea obstculos a la unin y a la intimidad familiar (Quadragesimo anno, 135). D enunciar una doctrina econmica apartada de la verdadera ley moral es, en fin, tan obligatorio para un catlico como denunciar las agresiones a la familia; entre otras razones porque ambas denuncias son la misma. A no ser, claro est, que queramos convertirnos en catlicos esquizofrnicos que enarbolan virtudes que se han vuelto locas. Que San Jos Obrero nos libre de esa tentacin.

    (ABC, 30 de abril de 2012)

    7. Idolo de iniquidad. Resulta acongojante pensar que todos los sufrimientos y

    zozobras que padece nuestro m undo los provoca algo que no tiene una realidad fsica, algo que en s mismo no vale nada y que no es sino un signo creado para representar el valor de las cosas: el dinero. Los estragos de la llamada crisis econmica no estn causados por realidades ciertas, al m odo de los estragos causados por una epidem ia de peste, una sequa o un terremoto, sino por una convencin de naturaleza ficticia: si m aana los reyes de la tierra decidieran m ancom unadam ente condonarse sus deudas, dejaramos de penar; y el m undo seguira funcionando como si tal cosa. Pero esto -b ien lo sabem os- no va a ocurrir; pues el dinero, que en su origen era tan slo un signo que representaba el valor de los bienes, ha sido elevado a la condicin de dolo de iniquidad (Mammona iniquitatis, en expresin476 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Oevanglica): es decir, se ha desligado de la riqueza real, se ha espiritualizado (en el sentido demonaco del trmino) de tal modo que puede multiplicarse sin que los bienes que representa se hayan a su vez multiplicado.

    Sobre esta multiplicacin del dinero, que se vende, se compra y se alquila, desligado de los bienes reales a los que en origen representaba, se funda el orden econmico moderno, que en su esencia es una ficcin, o si se prefiere una estafa. Leonardo Castellani explicaba as el mecanismo de esta ficcin: El Rey Guillermo III necesitaba 1.200.000 libras esterlinas. Se las prest un prestamista judo de Frankfurt llamado Rothschild, con esta condicin: el Rey reciba esa cantidad en oro, y la deba a Rothschild. Rothschild reciba autorizacin para emitir 1.200.000 billetes y prestarlos; eso se llam el activo del Banco. De modo que se ve claramente que el dinero se ha multiplicado: es decir, el Rey tiene 1.200.000 libras en oro, y las gasta; el Banco tiene otro 1.200.000 en billetes, y lo presta; y el Rey sigue debiendo 1.200.000 de libras esterlinas. El dinero se ha duplicado, como por arte de birlibirloque; pero los bienes no lo han hecho, por lo que los bienes pasan a costarle el doble al consumidor.

    Los banqueros -prosigue Castellani- se dieron cuenta pronto que la gente que pone dinero en los bancos, para que ellos lo vendan o alquilen, no lo saca de golpe. Como mximo un 5% o 10% es exigido al Banco habitualm ente como reserva, contando lo que entra habitualmente. Pongamos 20% para mayor seguridad -dice el banquero-, por lo tanto podemos alquilar el 80%; es decir, podemos alquilar dinero que no existe, que le llaman crdito. El Banco presta y saca dinero del prstamo, no solamente por todo el activo que tiene, sino por cuatro veces ms de dinero que no existe y de bienes que no existen. Suponiendo que tiene 20 libras depositadas, que son reales, hace prstamos por 100 libras; y cobra inters. No solamente fabrica dinero, sino que saca dinero del aire: dinero fantasma. Esta gran fantasmagora es la que ahora se derrum ba ante nuestros ojos; y la que los inicuos adoradores de Mammn tratan de m antener en pie a toda costa, mediante el nico procedimiento posible: saqueando los depsitos cada vez ms exhaustos de la riqueza real. LosVerbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 . 477

  • JUAN MANUEL DE PRADAllamados recortes, o en versin todava ms eufemstica reformas (aumento de impuestos, rebaja de los sueldos, saqueo del ahorro, etctera), no son sino intentos desesperados de dar corporeidad al dinero fantasma que previamente han fabricado de la nada, dinero sacado del aire que ahora necesita realizarse; y, para realizarse, necesita arrancarnos libras de nuestra propia carne, como haca Shylock, el personaje de Shakespeare.

    A este sistema usurario que encum bra el dinero como dolo de iniquidad slo podran ponerle coto los gobiernos. Pero los gobiernos se han convertido en lacayos de las grandes finanzas, esos mercados financieros en los que operan actores cuyo patrimonio (en realidad, una acumulacin inmensa de dinero fantasma) es superior al producto interior de muchas naciones; y cuyas decisiones, tan arbitrarias como implacables (subidas de la prima de riesgo, etctera), a la vez que esquilman la riqueza de las naciones, hacen tambalear a los gobiernos. Y as, con los gobiernos convertidos en patticos zombis y los mercados financieros dispuestos a arrancarnos hasta la ltima libra de carne, nuestro destino no es otro sino una nueva forma de esclavitud, mucho ms terrible que la antigua: pues los esclavos de antao trabajaban a cambio de la seguridad de la subsistencia y la posibilidad de la manumisin; y esa seguridad y esa posibilidad nosotros no las tenemos.

    (XL SEMANAL, 15 de julio de 2012)

    8. Como el ave para volarEl hom bre ha nacido para el trabajo, como el ave para

    volar, escriba Po XI en su encclica Quadragesimo anno. Es una frase sabia y hermosa que no atribuye un sentido instrumental, sino constitutivo de nuestra naturaleza humana, al trabajo: del mismo modo que el ave no vuela para conseguir alimento, o para huir de sus enemigos, o para emigrar a zonas ms clidas cuando llega el invierno, sino para ser ave (aunque a travs del vuelo pueda, desde luego, realizar todas478 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Oesas acciones que le permiten seguir existiendo como tal), el hom bre no trabaja para satisfacer sus necesidades bsicas, ni para allegar ahorros, ni para prosperar socialmente (aunque sea legtimo que a travs de su trabajo alcance tales logros), sino para ser hombre, para reconocerse como tal, para alcanzar la realizacin plena de su humanidad, su perfeccionamiento personal. Esta consideracin del trabajo como la actividad ms especficamente humana, derivada de la dignidad de la persona y de su condicin social, se fue difuminan- do a travs de la historia, primero con la introduccin del trabajo asalariado, despus con la supeditacin del trabajo al capital propugnada por el economicismo materialista, que converta el trabajo en una especie de mercanca o instrum ento al servicio de la produccin, en una inversin completa del orden natural. As, poco a poco, el trabajo desnaturalizado dej de ser algo constitutivo de nuestra hum anidad, para reducirse a la condicin de medio para alcanzar otros fines secundarios; y, desnaturalizado por completo, lo hallamos en nuestra poca, en la que todos los ajustes y reformas propugnados por la doctrina econmica en boga postulan que el trabajo debe supeditarse a la consecucin del lucro, objetivo que ampara la imposicin de legislaciones laborales que desprotegen y debilitan progresivamente al trabajador, legislaciones que ya no respetan el bien comn, ni la justicia social, ni aun la misma dignidad de la persona.

    As, repercutiendo todos los ajustes y reformas sobre el trabajo, piensan los reyes de la tierra que podrn detener el colapso de la economa. Pobres ilusos! Incurren en un error desquiciado, tan desquiciado como creer que los boquetes que afloran en el tejado de una casa pueden repararse excavando sus cimientos y em pleando la tierra sobre la que se asientan sus pilares para fabricar tejas; y en tal error subyace una concepcin antropolgica aciaga, puram ente mecanicista, en la que el hom bre queda reducido a la m era condicin de mquina, cuyo rendim iento se puede m antener inalterado, apretando tal o cual tuerca o engrasando tal o cual engranaje. Pero todo ajuste o reforma que se funda en la desnaturalizacin del trabajo est condenado irremisiblemente al fracaso, ms pronto que tarde; porqueVerbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 . 479

  • una vez que el trabajo deja de ser una actividad constitutiva de nuestra naturaleza, para degenerar en actividad odiosa que niega nuestra naturaleza, en condena que acatamos con el exclusivo fin de subvenir nuestras necesidades (cada vez peor subvenidas, por cierto), el hom bre deja de reconocerse como tal en su trabajo; y la aversin hacia ese trabajo que le resulta cada vez ms y ms abominable (y que siente como una abolicin de su propia hum anidad) la manifiesta con un desapego creciente hacia la empresa para la que trabaja. Y toda empresa en la que participan personas que no la sienten como propia es una empresa condenada al fracaso.

    El hom bre necesita am ar y sentirse vinculado a lo que hace; en esta necesidad de ligazn o vnculo se resume el sentido de nuestra vida, presente y futura. Nada existe en el m undo de forma aislada o independiente: necesitamos ligarnos a otras personas, necesitamos vivir unos por otros y para otros; y necesitamos ligarnos al trabajo que sale de nuestras manos, porque as encontramos la com unin que restablece la arm ona de lo creado. Cuando dejamos de m irar con orgullo y sereno am or el trabajo que sale de nuestras manos, cuando el trabajo deja de ser el vuelo a travs del cual expresamos nuestra hum anidad y se convierte en una crcel cada vez ms angustiosa, cada vez ms aniquiladora de nuestra creatividad, cada vez peor rem unerada y ms exclusivamente enfocada a la mera supervivencia, se produce una quiebra muy profunda, una herida irrestaable en nuestro ser; y esa herida mata, a corto, medio y largo plazo toda posibilidad de recuperacin econmica, porque el hom bre es fundam ento, causa y fin de todas las instituciones sociales. Y n orden econmico que desnaturaliza el trabajo est negando al hom bre; est, en fin, condenado a perecer, aplastando entre sus ruinas a los nicos que podran haberlo salvado.

    (XL SEMANAL, 30 de septiembre de 2012)

    JUAN MANUEL DE PRADA

    480 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G O

    9. Una casa sin cimientosEn algn artculo anterior hemos com parado la preten

    sin quimrica de nuestros gobernantes por poner remedio a la crisis de deuda que nos sofoca sustrayendo recursos de la econom a real con el em peo de reparar el tejado de una casa excavando sus cimientos, para emplear la tierra removida en la fabricacin de tejas. Nuestra situacin econmica se parece, en verdad, a una casa de cimientos precarios rem atada por un tejado que hace aguas. Pero no un tejado normal y corriente, sino un tejado al que un arquitecto dem ente hubiese incorporado torres y pinculos que aspiran a hacerle cosquillas al cielo; torres y pinculos que, en sucesivas reformas de la casa encomendadas siempre al mismo arquitecto dem ente, han ido acrecentado su altura, en desafo flagrante al sentido comn, hasta que los cimientos no pueden soportar su peso. Los cimientos de la casa empiezan a resquebrajarse; y las torres y pinculos inverosmiles erigidos sobre el tejado amenazan con el derrum be, incapaces de m antener el equilibrio. Entonces, ante esta expectativa fatal, el arquitecto dem ente decreta que se retiren los pilares de la casa y se excaven los cimientos, para em plear los materiales arrancados en el sostenimiento de las torres y pinculos, e incluso para acrecentar un poco ms su altura, de tal modo que luzcan todava ms vistosos.

    Nadie quiere reconocer que tales torres y pinculos son insostenibles; nadie quiere reconocer que irrem isiblem ente term inarn cayendo sobre la casa de cimientos cada vez ms precarios; y que, cuando por fin lo hagan, aplastarn entre sus escombros a sus moradores, que ya sienten como el piso se hunde bajo sus pies. No hace falta aclarar que tales torres y pinculos que, cual nueva torre de Babel, aspiraban a hacer cosquillas al cielo es la deuda financiera; y que los sufridos habitantes de esa casa deshabitada son los trabajadores y cotizantes, que cada da ven dism inuir sus sueldos, si es que todava los cobran, y aum entar las exacciones.Verbo, n m . 5 2 5 - 5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 ^ 8 5 . 481

  • JUAN MANUEL DE PRADANos hemos acostumbrado a leer en la prensa noticias

    sobre la deuda financiera de administraciones y empresas que incluyen cifras pavorosas, imposibles ya de enjugar aunque tales administraciones y empresas durasen mil aos (que, evidentemente, no durarn); e, increblem ente, nos hemos acostumbrado a fingir que creemos que tales cifras sern algn da (tal vez cuando las ranas cren pelo) enjugadas: lo fingen nuestros gobernantes, lo fingen nuestros banqueros, lo fingen nuestros empresarios, en una cerem onia de unnim e simulacin enloquecedora. En la prensa, por ejemplo, podemos leer que el coste de los intereses de la deuda del Estado espaol para 2013 se aproxima a los 10.000 millones de euros, cantidad que duplica con creces todos los ahorros introducidos por el gobierno en todos sus ministerios; cantidad que supera la partida de prestaciones por desempleo; cantidad slo superada (de m om ento) por la partida destinada a pensiones. De veras alguien que no haya perdido el juicio puede creer que una deuda cuyos meros intereses se han convertido ya en la segunda partida de los presupuestos puede enjugarse? Sinceramente, aquel propsito del nio o ngel que San Agustn se tropez en la playa, que pretenda encerrar el agua del inmenso ocano en un hoyo excavado en la arena, se me antoja menos quimrico.

    Tambin en la prensa podemos leer, por ejemplo, que empresas y corporaciones que han entrado manifiestamente en prdidas acumulan deudas bancadas de miles de millones de euros, mientras sus directivos siguen cobrando sueldos fastuosos. Los bancos acreedores de tales empresas saben perfectam ente que las cantidades que les adeudan son irrecuperables, como lo saben los gobernantes que permiten que tales deudas sean condonadas m ediante dudosos mecanismos de capitalizacin, o aplazadas sine die, a la vez que aprueban recortes en las nminas o despidos a mansalva, para flexibilizar el mercado laboral.

    Las empresas sofocadas por la deuda, como sus bancos acreedores, como las administraciones que tienen que destinar la partida mayor de sus presupuestos a pagar intereses no ignoran que las torres y pinculos financieros que ame482 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -4 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Onazan derrum be jam s podrn ser reparados. Tampoco ignoran que, tarde o tem prano (y cuanto ms tarde sea, mayor ser el estropicio que su derrum be ocasionar), tales torres y pinculos erigidos por la vesania y el engreim iento caern sobre la casa, aplastndola. Pero siguen mortificando a sus inquilinos, debilitando los cimientos cada vez ms precarios que sostienen a duras penas la casa en pie. A esto se le llama misterio de iniquidad. (< J L r i f a )

    (XL SEMANAL, 2 de diciembre de 2012)

    10. Granos de trigoHace unas semanas, en el programa de televisin que

    dirijo, Lgrimas en la lluvia, uno de los invitados, Francisco Gmez Camacho, S.J., profesor de historia del pensamiento econmico, para tratar de explicar qu es eso del capitalismo financiero, recurri a un smil, rescatado de la Teora general de Keynes, que me pareci sumamente instructivo. Imaginemos a un agricultor que, tras sem brar su predio con granos de trigo, entra a casa y descubre en el barm etro que las circunstancias atmosfricas no son las idneas para que los granos germinen. Vuelve entonces este agricultor a su predio y desentierra los granos de trigo; al rato, o al da siguiente, comprueba, tras consultar otra vez el barm etro, que las condiciones son ptimas y corre a sembrar de nuevo su predio; sin embargo, tales condiciones cambian drsticam ente a las pocas horas, lo que lo empuja a desenterrar de nuevo las semillas... Inevitablemente, tal agricultor jam s llegar a recoger una cosecha. Sin embargo, slo quien as acta puede llegar a cosechar frutos en la econom a financiera.

    El smil me pareci extraordinariam ente didctico; y, a medida que lo medito, le extraigo nuevas enseanzas. En prim er lugar, salta a la vista que el funcionam iento de la economa real nada tiene que ver con el de la economa financiera: en efecto, si un agricultor se comportase igual que un inversor en bolsa, su tierra jam s dara fruto; por elVerbo, n m . 5 2 5 - 5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 4 8 5 . 483

  • JUmmANUELBEPBADAcontrario, ese mismo comportamiento, que en el agricultor calificaramos de voltario y zascandil, al inversor en bolsa podra rendirle pinges beneficios. Lo que, inevitablemente, nos lleva a pensar que la econom a real y la econom a financiera tienen funcionamientos por completo distintos: el agricultor (o el fabricante de tornillos, o el dueo de una tienda) tiene que anticipar las circunstancias cambiantes, pero apechugar con ellas, arbitrando remedios que mitiguen sus consecuencias adversas; el inversor, por el contrario, a la vez que anticipa tales circunstancias trata de soslayarlas y de desprenderse de su inversin, para evitar las consecuencias adversas. Y si los funcionamientos de la econom a real y la econom a financiera son por completo distintos hemos de concluir que nos hallamos ante actividades de naturaleza tambin distinta, incluso antpoda: mientras el agricultor (o el fabricante de tornillos, o el dueo de una tienda) liga su destino al de la actividad que desarrolla, entablando con ella una relacin vital de entrega y dependencia a travs del trabajo, el inversor se desliga de las actividades a las que su inversin se refiere, en las que slo se implica mientras resulten rentables. Y puede darse el caso de que el inversor se enriquezca mientras el agricultor se empobrece; incluso de que el em pobrecim iento del agricultor se corresponda exactam ente con el enriquecim iento del inversor, que podra haberse anticipado -m ediante el uso de los barmetros que em plea la econom a financiera- al colapso del sector agrcola, cuando las circunstancias todava parecan favorables.

    El smil rescatado por el profesor Gmez Camacho nos descubre, a la postre, que la econom a financiera no slo se rige por reglas por completo distintas de las que rigen la econom a real, sino que tambin puede nutrirse con el descalabro de la economa real; o que, incluso, puede necesitar tal descalabro para seguir nutrindose (como comprobamos hoy, cuando todos los recortes y reformas que im ponen los mercados financieros se logran a costa de la econom a real). Y es que la econom a financiera se funda en la espiritualizacin del dinero; es decir, en la obtencin de un dinero desligado de los bienes y servicios que, en origen, el484 Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 5 -1 8 5 .

    G R A N O S D E T R I G Odinero representa. Tal espiritualizacin del dinero se logra eliminando un com ponente primordial de la ecuacin econmica, que es el trabajo: si el agricultor del smil no se dedica a sem brar y exhum ar y volver a sembrar los granos de trigo en su predio es porque hacerlo lo dejara exhausto; y en su trabajo, ms o menos capaz de hacer frente a las circunstancias adversas, se cifra a la postre el xito de su actividad. En la econom a financiera, en cambio, el inversor puede jugar con sus inversiones, sembrndolas y exhum ndolas y volvindolas a sembrar, porque no le cuesta trabajo.

    Esta eliminacin del factor del trabajo, que en la economa real es causa eficiente y primaria, es lo que a la postre define la econom a financiera; y lo que explica que la econom a financiera, aunque se ponga el disfraz filantrpico, conspire contra el trabajo. Porque esta en la naturaleza de las cosas sentir aversin hacia todo aquello que no est en su naturaleza.

    (XL SEMANAL, 10 de febrero de 2013)

    Verbo, n m . 5 2 5 -5 2 6 ( 2 0 1 4 ) , 4 6 S 4 8 5 . 485

    VERBO

    revista bimestral de formacin cvica y de accin cultural segn el derecho natural y cristiano

    Mons. Ignacio Barreiro Carmbuia

    Juan Manuel Rozas Valds

    Carlos Biestro, Javier de Miguel, Juan Manuel de Prada g Brian M. McCall

    aoLH . n.525-526-mayo-junio-julio2014

    GRANOS DE TRIGO Juan Manuel de Prada

    1.Nuevo orden mundial

    2.Doctrina social

    3.Trabajo

    6.Familia y trabajo

    7.Idolo de iniquidad