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Septiembre 13 al 17 de 2016 Cartagena, Colombia
“EL ENCUENTRO CON EL OTRO EN LA CONFIGURACIÓN
DE UN CUERPO DESBORDADO”
María de los Milagros Morales Vázquez, Ricardo García Valdez
Eje temático: Cuerpo en la clínica
Descriptores: exceso de peso, Otro, consideraciones psíquicas.
Resumen
Si bien el exceso de peso constituye una condición compleja, prevalece su concepción
como problema de salud; idea ampliamente difundida por el discurso médico, frente a la cual
abundan propuestas orientadas a normalizarlo. Sin embargo, generalizar el exceso de peso
como problema de salud se torna problemático —en tanto condición que no se configura de
la misma manera para todos: habrá en quienes éste tuvo lugar a consecuencia de cambios en
su devenir subjetivo, sobre todo cuando éste se torna angustiante—. En niños que presentan
exceso de peso a consecuencia del consumo desmedido de alimentos, se advierte la
incidencia de un encuentro complicado con el Otro originario, presente -con dificultades-
para sostenerse en la prohibición, así como con complicaciones para simbolizar la desazón;
falla en la que el alimento se gesta como recurso -pernicioso- para aliviar el propio malestar,
que luego devendrá objeto de goce para ese ser en ciernes, al que difícilmente podrá
renunciar. Consideraciones que constriñen a reparar en la dimensión psíquica del sujeto que
se presenta con un cuerpo desbordado, en vías de discernir el sentido que este padecimiento
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ocupa en su vida y posibilitar que se construyan otros modos de habitar el mundo, menos
estragantes.
Desarrollo
La presencia de sujetos con exceso de peso ha acompañado a la humanidad desde
tiempo atrás; Vigarello (2011) señala que en la edad media los cuerpos voluminosos
encarnaban atributos relacionados con la riqueza, el poder y la abundancia, e incluso con la
salud. Sus portadores pertenecían a clases sociales privilegiadas.
Sin embargo, paulatinamente el exceso de peso se ha tornado más frecuente en la
población; gradualmente dejó de ser exclusivo de clases sociales pudientes y se convirtió en
una condición común en muchos sujetos; de acuerdo con lo reportado por la Organización
Mundial de la Salud, la OMS, (2015), en el año 2014 más de la mitad de adultos en el mundo
presentaba sobrepeso u obesidad.
Dado el incremento estrepitoso del exceso de peso, éste dejó de ser concebido como
un atributo saludable y devino enfermedad; una pandemia a la que la OMS llamó globesidad,
calificativo con el que señala la incidencia de las actuales condiciones de vida, mediatizadas
por los procesos de globalización en el incremento del sobrepeso y la obesidad; época en la
que impera el consumo desmedido de objetos como artificios para la felicidad, como señala
Bauman (2007).
Así, desde la mirada de la medicina, se instituye la concepción del exceso de peso
como problema de salud, vinculado a las coordenadas socioculturales, en razón de lo cual se
han formulado una serie de propuestas orientadas a controlarlo, que de acuerdo con Company
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y Rubio (2013), inducen la regulación y el control de la alimentación1 así como el fomento de
la actividad física como los preceptos que permitirán normalizar lo problemático del exceso
de peso.
Se trata de propuestas fundamentadas en una concepción medicalizada del exceso de
peso, destinadas a atender tanto su costado biologicista como sociocultural, en las cuales,
como señala Bauzá (1966b), en la presentación que hace en Psicoanálisis y medicina de
Jacques Lacan, impera el proyecto de esta medicina que aboga por “…desalojar el síntoma
para desembarazar al enfermo del mismo y para aliviar su sufrimiento y prolongar su vida.”
(p.1). Enfoque que deja al margen cualquier otra consideración atinente al sujeto que se
presenta con este padecimiento, así como el malestar psíquico y las dificultades o
inconsistencias que pueda presentar relacionadas con su peso.
Bajo esta lógica, las propuestas sustentadas por la práctica médica y por la nutrición
pretenden normalizar la alimentación y el cuerpo, reduciendo el tratamiento a tales
propósitos, que no resultan suficientes para atenderlo en su complejidad y menos aún para
abordar al sujeto que lo presenta; se trata de medidas en las que, como señala Lacan (1966a)
con respecto a la ciencia, opera la suturación del sujeto, efectos que se hacen sentir por la vía
del fracaso del tratamiento, condición que prevalece en la atención del exceso de peso, según
lo señalan Guerra, Pousa, Charro y Becoña (2009), tanto como Brosens (2009) y Fernández
(2005). En este mismo sentido, Cosenza (2013) señala la futilidad de todo intento que
pretenda la pérdida de peso cuando éste proviene de la demanda del Otro2 bajo el imperativo
1 Al respecto, Gracia (2007) puntualiza que desde el discurso médico se promueve la idea de comer
menos o de comer distinto, señalando qué comer, cuánto comer y cómo hacerlo, disposición a través del cual se
pretenden modificar las prácticas alimentarias, en vías de lograr una normalización dietética. 2 Cabe señalar una precisión respecto al Otro y la acepción que del mismo se considera para los fines de
esta presentación; de acuerdo con Evans (1997), Lacan, establece una diferencia puntual entre el Otro y el otro,
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“…¡tienes que adelgazar!” (p.59), en tanto se torna una imposición para el sujeto, a la que no
se ciñe, menos aún si no considera problemática su condición.
En otras palabras, en la atención del exceso de peso impera la lógica de la medicina
instaurada como discurso amo, como un lazo social, sostenido en el lenguaje, orientado,
como señala Lacan (1970), a abarcarlo todo, pretendiendo representar al sujeto en su
totalidad, eludiendo que éste no es unívoco, que siempre hay algo del mismo que escapa a ser
acogido, ello se muestra “…bajo las especies del inconsciente, … bajo la forma de saber
disjunto… extraño al discurso de la ciencia.” (p.95), de ahí lo imposibilidad de suturarlo.
Siendo así, se advierte que el exceso de peso remite a considerar su costado psíquico
también, el cual se hace evidente en sujetos en los que se gestó a consecuencia de la ingesta
en la demasía; casos que evidencian que el vínculo que se establece con la comida dista de
ceñirse a las necesidades del organismo; no es una relación natural establecida a priori y sí
una operación compleja que se gesta en la intersubjetividad, e incide en la configuración del
cuerpo.
De la alimentación y sus contornos subjetivos, el encuentro con el Otro
Si bien la alimentación se inaugura por la necesidad, el encuentro inicial del sujeto
con el alimento sólo puede ocurrir por intermedio de quien se ocupa no sólo de nutrir, sino de
el primero alude fundamentalmente a la alteridad radical que trasciende lo imaginario, equiparada con el
lenguaje y con la ley, encargada de regular el deseo; ese Otro está inscrito en lo simbólico, que se torna singular
para cada sujeto, es el lugar en el que está constituida la palabra, que se origina en el Otro. Así mismo, el Otro
alude también a un lugar, mismo que de manera inicial lo ocupa la madre en tanto “…es ella quien recibe el
llanto y los gritos primitivos de la criatura, y retroactivamente los sanciona como un mensaje particular.”
(p.143). Mientras que el otro constituye un reflejo y proyección del yo, se encuentra en el imaginario y se
relaciona también con el semejante y la imagen especular.
Siendo así, el Otro al que se alude en este trabajo corresponde al lugar que, de manera inicial, ocupa una madre,
y en razón de lo cual se encarga de posibilitar la simbolización del malestar.
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ofrecer el alimento acompañado de miradas, de palabras, de caricias, hechos que lo tornan un
acto libidinal en el que es fundamental el lugar que ocupa el Otro en el devenir subjetivo.
Sobre la alimentación y sus efectos en la configuración psíquica, Freud
(1950[1895]/1975) se encargó de señalar la importancia de ese encuentro temprano en el que
al comienzo, el organismo humano por su condición de desvalimiento es incapaz de poner
coto al malestar experimentado en el propio cuerpo, mismo que sobreviene a causa de la
necesidad sentida como señala Freud, en tanto fuerza insistente que produce desasosiego.
Para mitigarla el pequeño ser precisa del amparo ajeno.
Auxilio que, de acuerdo con Freud (1950[1895]/1975), llegará de manera originaria a
través del prójimo, encarnado fundamentalmente por la madre, quien puede aliviar la tensión
del infante proveyéndolo de alimento, acto en el que se torna inherente el acercamiento del
objeto sexual, y que en suma, tiene la fuerza de cancelar el malestar y de generar la vivencia
de satisfacción, condición de profundos alcances en la constitución del sujeto, dado que traza
los cimientos del deseo al posibilitar que se geste una huella mnémica vinculada a la
cancelación de malestar, de manera que en adelante, cada vez que éste sobrevenga “…se
suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella
percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la
situación de la satisfacción primera.” (Freud (1900/1975) p. 557).
De esta manera, el encuentro inicial con el Otro constituye un momento fundante en el
que se gestan los recursos de los que dispondrá el pequeño ser en ciernes para aliviar el
malestar, no sólo físico, sino psíquico también. Proceso complejo que se gesta no sin
contingencias.
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La alimentación y sus vicisitudes, efectos en la configuración del cuerpo
La alimentación encarna una operación que se fragua en la intersubjetividad; a través
de ella, como señala Amigo (2005), el Otro dinamiza un entramado pulsional en el que
confluyen tanto pulsión3 de vida como pulsión de muerte; la primera conformada por la
pulsión oral a través de la leche, por la pulsión invocante mediante la palabra y por la pulsión
escópica intercedida por la mirada, avivación pulsional precedida por el deseo, íntimamente
vinculada a la vida.
Mientras que en lo tocante a la pulsión de muerte, ésta se moviliza a través del goce
que se activa de manera inherente cuando la madre ofrece una parte de su cuerpo para
alimentar, el pecho; goce que puede tener distintos derroteros, uno de ellos es el de ser
simbolizado si la alimentación se acompaña con palabras; el segundo desenlace puede tomar
la forma de goce mudo bajo la insistencia de comer en exceso, sin interrupción, sin
posibilidades de simbolización; expresión flagrante de la pulsión de muerte, de la cual Amigo
(2005) señala:
…un modo en que se deja ver Tánatos en la pulsión, es por ejemplo aquella situación
clínica donde se ve actuar una pulsión sola, no mezclada con las otras. Cuando la comida
es sólo comida, entonces es tanática; si una madre diera de comer sólo leche -con el bebé
colgado de la teta- estaría vectorializando un goce mortal, no escandido por el significante
ni bañado por la mirada. La pulsión erótica se diferencia de la tanática en el punto en que
3 Entendida la pulsión como una fuerza constante que opera en el sujeto, la cual, como subraya Lacan
(1964/2006), en alusión a Freud, se deslinda de la biología y, contrario a lo que parezca, apunta a lo imposible
de la satisfacción en tanto no se dirige a ningún objeto, éste es un artificio; el sentido de la pulsión es dar la
vuelta alrededor del mismo, “…su meta no es otra que ese regreso en forma de circuito.” (p. 186), lo cual
evidencia uno de sus aspectos más importantes, el de la repetición, insistencia que encamina al sujeto al goce.
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la pulsión erótica está intrincada con otras pulsiones; mientras que un plano de Tánatos
pulsional es una pulsión aislada.” (p. 131).
Siendo así, el encuentro con el Otro se torna humanizador cuando se sostiene en la
palabra, en tanto ésta opera como mecanismo fundamental de puntuación del goce; a través
de ella, de acuerdo con Amigo (2005), la madre vehiculiza la prohibición mediante cortes que
marcan horarios, ritmos y tiempos para alimentar, evitando así que la alimentación se torne
goce incesante y propiciando a su vez la inscripción del infante al registro simbólico, vasto
universo en el que devendrá como ser de palabra, a consecuencia de la intercesión de los
recursos que ese Otro pueda ofrecer para que ello ocurra; se trata de un encuentro
mediatizado por el deseo de quien ocupa inicialmente ese lugar, así como acompañado de sus
inconsistencias y dificultades también, embrollo con el que el pequeño ser en ciernes se
topará en su experiencia fundante.
Sobre esta última consideración, Lacan (1956-1957/2010) señala que el encuentro
originario entre el niño y la madre constituye la primera relación amorosa en la que la madre
ofrece objetos para satisfacer la necesidad, uno de ellos es el pecho, y el ofrecimiento del
mismo se torna un Don de amor, más cuando la madre toma distancia, su ausencia es vivida
por el infante como una frustración de amor que genera malestar, desazón que suele
compensar recurriendo a la satisfacción de la necesidad, es decir, recurriendo al objeto que la
mitiga, de manera que:
“… Si el niño llama, si se aferra al pecho y éste se convierte en lo más significativo de
todo, es porque la madre le falta. Mientras tiene el pecho en la boca y se satisface con él,
por una parte el niño no puede ser separado de la madre, y por otra parte esto le deja
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alimentado, descansado y satisfecho. La satisfacción de la necesidad es aquí la
compensación de la frustración de amor…” (p. 177).
Así, Lacan señala el lugar que puede ocupar el objeto que originariamente estaba
destinado a colmar la necesidad, el alimento -bajo la forma del pecho-, mismo que mediante
una fina operación, puede devenir objeto para mitigar el malestar psíquico que causa la
privación de amor, hecho que ocurrirá, dice Lacan, si la madre falta. Falta que alude, más que
a la ausencia real de la madre, a las dificultades que presenta para sostener la simbolización,
la prohibición y con ello, la transmisión de la ley.
De esta manera, la falta de la madre, tiene al menos dos vertientes: por un lado, la
falta alude a la falla que ella muestra para simbolizar su ausencia, para apalabrarla y con ello
calmar la angustia mortificante vivida por el infante; mientras que su segunda falta ocurre
cuando ante la desazón, ella aproxima sin palabras el objeto para satisfacer la necesidad, para
aliviarla, como recurso para mitigar el malestar psíquico del infante, ya sea que ella ofrezca el
alimento o bien, consiente darlo ante la demanda de él.
Siendo así, la madre (desde un lugar privilegiado por tener la función de amamantar)
hace operar al Otro originario, ocupándose de establecer los precedentes de los que el infante
podrá disponer para aliviar su propio malestar, operación en la cual se fundan también los
elementos para la configuración del cuerpo; operaciones psíquicas complejas en las que ese
encuentro puede tomar distintos derroteros, e incluso tornarse estragante, reconociéndose en
una clínica caso por caso.
Una muestra palmaria de los efectos estragantes que pueden devenir a consecuencia
de las vicisitudes en el encuentro inicial con el Otro lo constituyen los padecimientos en los
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que la alimentación se torna problemática y el cuerpo comprometido. Éstos comprenden tanto
los llamados trastornos de la alimentación, como casos en los que el exceso de peso tuvo
lugar a partir de una ingesta en la demasía, expresiones del cuerpo en las que se aprecia,
como señala Soria Nieves para el exceso de peso, “…el ser hablante, con el instinto
trastocado, llega a encontrarse lejos de la regulación con que el ritmo del instinto de
autoconservación preserva habitualmente la vida en los demás seres vivos…” (Cosenza,
2013, p.5).
A propósito de las vicisitudes del encuentro con el Otro comentamos el caso de L, una
niña con exceso de peso de quien la madre comentó,“… yo veía que empezaba a comer
mucho, a toda hora, como con ansiedad, no sé qué le pasó, empezó a comer mucho después
de que nació su hermanita, desde entonces subió de peso, yo la veía que comía así y a veces
la regañaba pero ella no hacía caso, al rato ya estaba igual, comiendo de nuevo; me daba
cuenta que faltaba comida y sabía que había sido ella pero nosotros pensábamos que se le iba
a quitar, por eso ya no le tomábamos tanta atención…”.
La madre solicitó atención nutricional para L después de que el médico familiar lo
sugirió a consecuencia de su dificultad creciente para respirar, tanto en vigilia como en el
sueño, “…como que se ahogaba, la llevamos al médico porque vimos que en las noches había
como pequeños lapsos en los que le costaba mucho trabajo respirar, como si dejara de
respirar…”, comentó la madre.
A través de esta viñeta nos interesa mostrar la presencia del Otro que venimos
comentando, bajo la operación de la madre, quien aunque identifica que L comenzó a comer
de manera inusual -en exceso- a partir del nacimiento de su hermana menor, ella no intervino
para preguntarse sobre qué le estaría ocurriendo a L quien, como decíamos, empezó a comer
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de más; tampoco lo hizo para simbolizar este nuevo hecho, que marca un cambio en el
devenir subjetivo de L y que ella por sí misma no pudo tramitar, quedándose instalada en una
condición angustiante que intenta mitigar con los recursos de los que dispone; entre ellos,
mediante el consumo desmedido de comida.
De la misma manera, se advierte que ese Otro metaforizado por la madre se muestra
con dificultades para vehiculizar y sostener la prohibición. Aunque la madre regañaba a L por
su manera de comer, expresaba su enojo sin ir más allá de ello, es decir, sin simbolizarlo ni
acompañarlo de un corte en acto que le pusiera límite, instalando y manteniendo a L en el
lugar de la desaprobación y con ello del rechazo, dejándola entonces fuera de los efectos de la
prohibición, distante de la posibilidad de ocupar un lugar distinto.
El consumo de comida en exceso se mantuvo en L, con mayor insistencia cuando la
madre faltó en su función simbólica al dejar de prestarle atención; cuando… ya ni el regaño
sostuvo, dando paso con ello al goce incesante, mortífero, que hizo estragos en la salud de L,
acto que hizo un corte en lo real del cuerpo y que hasta entonces, una vez comprometido el
cuerpo, obligó a considerar la condición problemática del exceso de peso en L, pero no en
función de sus implicaciones subjetivas, sino a partir de la enfermedad del cuerpo, condición
que, en un segundo momento, llevó a la madre a pedir atención psicológica para L, solicitud
que encubría su propia demanda y las dificultades que presentaba en el vínculo con L, en el
que develaba el rechazo como elemento central.
Conclusiones
Si bien se insiste en concebir el exceso de peso como condición compleja conformada
por múltiples aristas, prevalece su concepción como problema de salud necesario de
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controlar, idea que ha sido ampliamente difundida y en razón de la cual descollan esfuerzos y
propuestas orientadas a normalizar el peso, valiéndose de distintos recursos presentados por
la mirada médica, que se instituye como discurso Amo.
Sin embargo, se advierte lo problemático de generalizar el exceso de peso como un
problema de salud, en tanto no todos los sujetos que lo presentan lo viven como tal y tampoco
se trata de una condición que se configure de la misma manera para todos, es decir, habrá
casos en los que sobrevenga a consecuencia de un cambio en el devenir subjetivo de quien lo
padece, sobre todo cuando éste se acompaña de angustia, condición ante la cual, el consumo
desmedido de alimento puede tornarse como la única vía del que el sujeto dispone para paliar
el malestar psíquico, a falta de otros recursos menos estragantes, aunque de ello el sujeto no
esté anoticiado.
Por lo que, no considerar la dimensión subjetiva de quien se presenta con exceso de
peso, independientemente de las causas que lo hayan originado, lo coloca como un ser sin
palabra, sobre el que se puede decidir qué hacer con su cuerpo, con su peso, sin considerar
que éste algo no considerado, podría enunciar sobre el problema de “salud”, una cuestión
esencial de la estructura psíquica, sobre todo cuando le resulta problemático y experimenta
malestar o dificultades para ceñirse a un tratamiento; o bien, en casos en los que el peso
desbordado se configuró a partir de la ingesta en la demasía, que llegó a una situación tan
mortífera como es la de cargar un cuerpo pesado.
Suma de consideraciones que constriñen a insistir en lo necesario de reconocer y
atender la dimensión psíquica del sujeto que se presenta con un cuerpo desbordado, en vías
de discernir el sentido que este padecimiento ocupa en la vida del sujeto.
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En el caso de niños que presentan exceso de peso a consecuencia de una ingesta
desmedida de alimentos, se advierte el lugar del Otro en la configuración del cuerpo
desbordado en tanto se ocupa de trazar los vectores destructivos de la relación que el pequeño
ser tendrá con el alimento, a consecuencia de sus propias condiciones e inconsistencias para
sostener la prohibición, falla en la que el vínculo con el alimento se establece de manera tal
que éste deviene recurso para aliviar el propio malestar psíquico.
En razón de ello, cuando se trata de niños con exceso de peso se torna fundamental
acoger las elaboraciones que los padres puedan formular sobre el peso de sus hijos en vías de
interrogarlas, a fin de que puedan cuestionarse sobre lo que ellos han posibilitado en la
configuración de ese cuerpo.
Siendo así, se considera necesario seguir insistiendo en lo necesario de dar lugar al
sujeto del inconsciente, en vías de ofrecer dispositivos de atención a los padecimientos del
hombre, incluidos los actuales, en los que el costado psíquico se hace escuchar.
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