Amor y Habitus

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    NmadasUniversidad Complutense de [email protected]

    ISSN (Versin en lnea): 1578-6730ESPAA

    2007

    Miguel Ferreira

    AMOR, REFLEXIVIDAD Y HABITUS

    Nmadas, enero-junio, nmero 015

    Universidad Complutense de Madrid

    Madrid, Espaa

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina y el Caribe, Espaa y Portugal

    Universidad Autnoma del Estado de Mxico

    http://redalyc.uaemex.mx

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    AMOR, REFLEXIVIDAD Y HABITUS

    Miguel FerreiraUniversidad de Murcia

    I. UN ERROR CULTURAL

    Comentaba Sigmund Freud (2004) el error que para l supona entender que el sentimientoreligioso, para el ser humano, era la respuesta y el refugio existencial que encontraba ante susituacin de desamparo en el Mundo; la Religin, bajo esta ptica, pasaba a ser consideradacomo un sentimiento ocenico de comunin universal con el resto de la humanidad. De igualmodo, y en un sentido tambin ocenico, tendemos a considerar el amor (que as nombrado,por otra parte, no deja de ser un mero concepto, vaco, abstracto y harto insignificante... excusapara poetas y manaco-depresivos...): esa nocin culturalmente condicionada del amor romn-tico, de la relacin didica entre hombre y mujer impulsada por la irracional e irreprimible atrac-cin emocional y fsica. No es despreciable la seria erosin que dicha visin cultural del amorha sufrido con el progresivo reconocimiento de las relaciones de pareja homosexuales, que nohan sido nunca propiciatorias de esta interpretacin cultural del amor (se aman lo gays y laslesbianas?)

    Ese sentido prevaleciente del amor en nuestra cultura puede ser interpretado igualmente comouna manera de evitar la soledad radical a la que el ser humano se enfrenta en su existenciaterrena; si la religin podra ser entendida como comunin universal de todos los seres huma-nos solitarios en su inexorable senda hacia la muerte, el amor podra, a su vez, ser concebidocomo la comunin particular de dos seres humanos en esa misma senda, esperando que alfinal de la misma algo haya que compartir ms all. De este modo, esa idea asociada a estaconcepcin del amor segn la cual estaramos predestinadosa encontrar nuestra media na-ranja.

    Respecto de lo que sea el amor, habra que comenzar del mismo modo en el que Woolgar(1992) lo hace refirindose a la ciencia: la peor de las preguntas posibles, si la intencin es unacomprensin sociolgicadel fenmeno, sera la de qu esel amor?. Partiendo del presu-

    puesto de que nos hallamos ante una construccin cultural, una opcin esencialista, universa-lista y objetivista, cual es la que implica dicha pretunta, sera la peor de las soluciones posiblespara llegar a una respuesta adecuada. No hablemos de la abstracta, inasible y evanescentecuestin de El Amor, sino de algo ms mundano, concreto y evidente (posicin que, de partida,tiene una cierta filiacin positivista, filiacin que, de conjunto, rechazamos tajantemente):hablemos de las relaciones humanas que podran entenderse como relaciones amatorias. Esdecir, de entre todas las posibles dimensiones que abarcara lo amatorio, consideremos nica-mente aquella que atae al modo en el que los seres humanos lo viven y, por as decirlo, lopractican entre s. En esencia, no se trata ms que de tomar un punto de partida weberianosegn el cual la cuestin central de los fenmenos a estudiar es la de la accin social(Weber,1984), entendida como una accin que tiene un sentido subjetivo para el agente que la lleva acabo y que est orientada hacia el otro, que toma en consideracin a los dems.

    El amor podra ser definido de infinitas maneras; definiciones todas ellas, seguramente, insufi-cientes e insatisfactorias; pero en lo que se refiere a la realidad humana de sus manifestacio-nes (y por esto se mencionaba la componente positivista, dado que se alude a la condicinobservable del fenmeno), el amor se expresa como una relacin entre personas (y no necesa-riamente dospersonas: prcticas culturales abundan que lo certifiquen los colegas antroplo-gos- que indican la presencia de lo amatorio entre ms de dos partcipes). Por tanto, y que meperdonen los romnticos, a efectos de elucidacin sociolgica, el amor puede ser entendidocomo una actividad y, en tanto que tal, puede ser analizada en sus especificidades.

    Cmo! el amor una actividad antes que un sentimiento? No. El amor como la expresin acti-va de un sentimiento. Permtaseme clarificar que aqu se pretende apuntar, no una interpreta-cin integral del amor, sino la compresin de alguna de sus componentes. El que ama, de lamanera y modo que sea, se manifiesta, expresa y relaciona de forma particular condicionado

    por se su estado amatorio, y lo hace especialmente con la persona amada (no exclusivamen-

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    te, pues de todos es conocido ese fenmeno del embobamiento generalizado que inunda aenamorados y enamoradas).

    Para clarificar el sentido de lo que aqu se pretende exponer, me gustara situar al oyente enuna condicin concreta de la vivencia amatoria, la que podramos denominar etapa de enamo-ramiento (a quienes pudieran estar padeciendo tan singular enfermedad les recomiendo sin-

    ceramente que no pierdan el tiempo con este aburrido comentario y se dediquen a profundizaren la experiencia). Asumamos que, siendo hijos de nuestra cultura, nuestros impulsos nos lan-zan unvocamente hacia un nico objeto de deseo. Estamos hablando de ese momento en elque la persona siente la atraccin hacia alguien y comienza el periplo de los escarceos (quetambin podramos denominar etapa de la margarita).

    Si obviamos una posibilidad real: sa del sufrimiento silencioso y annimo por parte del/ de laenamorado/a (una condicin posible de nuestra concepcin cultural del amor, de naturalezatambin romntica) que jams manifestar el sentimiento que lo abruma, esa persona comen-zar a comportarse de una forma distinta de la que se comportara de no haber recibido la fle-cha de Cupido. En la mayora de los casos, el crculo ms cercano de sus relaciones puedecomprobar clara e indiscutiblemente este singular cambio de comportamiento.

    II. EL AMOR COMO PRCTICA SOCIAL

    Comenzar a interesarse vivamente por el programa de actividades de quien ha despertado suinters; procurar coincidir con el/ella, entablar conversacin, hacerse el/la interesante, lograrapoyos en su batalla de aliados propios y ajenos, se interesar por lo que l/ella opina respectode cualquier cosa en general y de su propia candidatura al xito en particular. Iniciado esteprograma singular de actividades, supongamos que los indicios son favorables: comienza unarriesgado trato con El Otro: hay que hacer cosas, decir palabras... hay que constatar progresi-vamente el estado de la cuestin, hay que buscar avances y evitar retrocesos (hay que procu-rar no cagarla). Digamos que la cosa promete; llega el momento fundamental, el paso haciaadelante (hay suficiente agua en la piscina? se tiene la certeza, cuando menos, de que laslesiones sern leves? estoy segura/o de que quiero dar el paso? no sera mejor olvidar el

    asunto?). El paso hacia adelante no consiste sino en convertir lo que hasta ese momento esprivado y unipersonal (al menos as lo cree su protagonista) en algo compartido: el amor senti-miento (en s mismo indefinible) en amor expresin vivida y, sobre todo, compartida (prcticaanalizable sociolgicamente).

    Se podran considerar etapas sucesivas, sin embargo, a los efectos presentes no es necesariopara ilustrar nuestra visin del asunto. Estamos asistiendo a un ritual que, como muy bienapuntaba Durkheim (1992) no es sino la materializacin en actos rutinizados de las creenciasde una colectividad. Dentro de la variabilidad que puede acoger, en cada caso concreto, a estaprctica, existen unas reglas conocidas por todos porque, como miembros de un contexto deconvivencia comn, aprendemos cuales son los modos de comportamiento adecuados en cadasituacin. Lamentablemente, no slo el impulso irresistible del amor es el que nos gua ennuestra actuar: una frase graciosa e ingeniosa es mejor que una seria y circunspecta; una son-

    risa mejor que una mueca; un beso mejor que una bofetada un s mejor que un no; esms adecuado invitarla/lo a ir al cine que proponerle una inversin en sellos; es ms propiciauna cena que un desayuno (es muchsimo mejor una cena que culmine con un desayuno, porsupuesto); y as sucesivamente. Existe un conjunto amplio de repertorios de accin que deantemano sabemos que sern ms adecuados en nuestro comportamiento con la personaamada; o dicho de otro modo, nuestras creencias respecto al amor llevan asociadas un amplioconjunto de modos de comportamiento (rituales que lo materializan en nuestra vivencia efectivade la creencia) que, como miembros de una misma colectividad cultural, todos conocemos ycompartimos (lo que no implica unilinealidad u homogeneidad absoluta, pues esos repertoriosson lo suficientemente flexibles laxos, en palabras de Garfinkel (1984) como para quecada persona los actualice segn su particular visin y opinin: no todos hacemos exactamentelo mismo en la misma situacin; pero s todos sabemos, ante una situacin concreta, si el com-portamiento ha sido adecuado o no en relacin con ese repertorio compartido).

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    Podramos estar arrasados por un sentimiento abrasador e irreprimible, pero eso no impedirque actuemos segn ciertas frmulas pre-establecidas; frmulas que son expresin de la regu-lacin convencional de nuestros actos y relaciones en el contexto social de convivencia quenos es propio. Y la existencia de ese contexto es la que determina, precisamente, la condicinreflexiva del amor.

    Amn de seres enamorados, en esa tesitura, seremos tambin personas con capacidad deaccin y de reflexin quiz un tanto mermadas respecto a nuestras capacidades habitualesdado ese obnubilamiento amatorio que nos hara ms irreflexivos de lo que solemos ser,pero en cualquier caso, nunca anuladas por completo, y tal vez menos mermadas de lo quenuestra visin cultural del amor nos dicta como creencia: nuestra capacidad de reflexin es laque nos permite conocer de antemano las reglas del juego (no de manera estricta y rigurosa,sino ms bien de un modo vago o laxo, como ya hemos sealado: no pensemos que tenemosrecetas sistemticas para todo; se trata de orientaciones indicativas); y es segn esas reglasque actuamos de determinado modo y no de otro; pero, a su vez, y lo que es ms importantepara comprender lo que tratamos de mostrar, en virtud del discurrir de nuestras acciones (di-gamos, por ejemplo, en este caso, de los xitos y fracaso previos en nuestros devaneos deenamoramiento), nuestra capacidad de reflexin va remodelando las representaciones que noshacemos de esa realidad en la que actuamos; algo que nos pareca adecuado acabamos con-

    siderndolo improcedente; algo que creamos bueno nos acaba pareciendo no tan deseable,etc. La representaciones que nos hacemos de la realidad, fruto de nuestra capacidad de re-flexin, son constantemente modificadas como resultado de nuestros actos.

    As, en esa batalla del enamoramiento, tanto nuestros actos previos cuanto nuestra capacidadde reflexin estarn condicionando nuestro modo de comportarnos; pero no slo eso, sino que,podramos decir en tiempo real, segn el discurrir presente de nuestros actos y los avanceso retrocesos alcanzados, iremos simultneamente reorientando nuestro actuar; y ese actuarreorientado, a su vez, condicionar nuestra manera de entender las cosas. Esta ultima conju-gacin simultnea de lo prctico y lo cognitivo es la que define rigurosamente nuestra condicinreflexiva: actuamos pensando y pensamos actuando; nuestra capacidad de reflexin es la quenos permite actuar (sabemos, ms o menos, lo que hemos de hacer), al tiempo que nuestrasacciones son las que permiten que nuestra capacidad de reflexin se desarrolle (aprendemos

    de nuestros actos y como resultado de ellos nos formamos las ideas que nos orientarn ennuestra accin futura).

    Me aproximo para decirle al odo ests radiante... hoy. Asoma una mueca en su cara; ibaa proseguir ...como el sol de verano, pero pienso que no le ha gustado la frase, por lo deradiante? No; es porque he dicho hoy, as que prosigo, a su odo ...como siempre es-ts; la mueca se transforma en sonrisa. Era eso, pienso; y ella me dice, sonriente cre queibas a hacer otra cosa... en lugar de hablarme al odo... poeta; vaya! No era la frase, era elgesto lo que fallaba... tomar nota para el futuro; pero ella se gira y me besa; y luego dice ...ycomo no lo has hecho, lo hago yo... En fin; quin sabe lo que piensan ellas ni por qu...Y ahora s algo que no saba: que mi atencin inmediata ha de pasar del odo a la boca; y hehecho algo que no haba hecho: besarla. Y por supuesto; a partir de este momento, en que hehecho y he sabido algo que hasta entonces no haba hecho ni saba, mi comportamiento con

    ella cambiar un tanto, al igual que mi manera de entenderla (pensamiento y accin; represen-tacin y acto se remodelan de manera recproca y simultnea permanentemente)..

    No es en absoluto contradictorio amar, sentir algo que est fuera del alcance de todo raciocinio,y al mismo tiempo comportarse con consecuencia, con consecuencia racional, en las accionesque, al impulso de ese sentimiento, llevamos a cabo. Puede que el enamoramiento trastoquetodos nuestros esquemas de pensamiento y de comportamiento habituales, puede que nossintamos una persona distinta, puede que el tiempo y el espacio adquieran tonalidades extra-as; pero seguiremos teniendo capacidad de pensamiento y seguiremos actuando; y seguire-mos conjugando ambas capacidades en nuestra vida cotidiana; y, por tanto, las aplicaremos,queramos o no, a nuestra vivencia del enamoramiento... porque los seres humanos somos as.

    Es ms: no se enamoran igual en Suecia que en Espaa; ni en Galicia que en Murcia; ni los

    ricos que los pobres; ni los guapos que los feos; en cada caso, hemos de considerar que existeun contexto que condiciona el universo cultural de referencia que la persona tiene en la cabeza

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    respecto al amor, universos simblicos distintos en cada caso que, a su vez, implican que lasreglas convencionales respecto a lo que es adecuado hacer en cuestiones amatorias tambinsean distintas. No me voy a comportar igual si me enamoro en un curso de verano de la Uni-versidad del Mar que si lo hago en un macro-concierto en Las Ventas (pongamos que hablo deMadrid): aquella chica del bikini amarillo, investigadora del CSIC, con la que estuve hablandosobre los sesgos muestrales en los estudios de estratificacin, y luego fuimos a cenar; aque-

    lla chica con la camiseta de Estopa, con la que estuve pegando botes medio concierto, y queluego nos fuimos de kubatas por ah... El contexto condiciona el tipo de actor que acta y sumodo de actuar, as como el tipo de creencias que se saben compartidas y las maneras decomportarse que se suponen adecuadas (si a la chica del concierto le hablo de sesgos mues-trales, presupongo que me mandar a la m.; y a lo mejor me equivoco: eso es lo magnfico).

    A estas alturas, he de hacer una observacin, espero que para tranquilidad de muchos y enbeneficio de mi calidad humana. El amor, en ese sentido absoluto, subjetivo, sentimental ypotico (su autntico sentido) es algo que hay que vivir y punto; y es, obviamente fantstico.Aqu slo se trata de justificar cmo, incluso una de las experiencias ms emocionantes e ine-narrables del ser humano est sujeta a las condicionalidades propias de nuestra convivenciacolectiva. No estoy en disposicin de saber ni poder explicar, como ya he anticipado qu esel amor, ni creo que sea necesario, ni aconsejable, hacerlo; pero s puedo situar esa experien-

    cia en el marco social de su vivencia, colectiva y compartida. Porque es una experiencia huma-na, y los humanos, en cualquier condicin en la que se los encuentre (por ejemplo, enamora-dos) son seres reflexivos. Y esa reflexividad tiene implicaciones en la convivencia colectiva. Asque, al margen de su sustantividad inaccesible, el amor es un ingrediente cultural de la vidacolectiva que comporta, tanto un determinado esquema de representaciones respecto a susentido, como cierto conjunto de prcticas convenientes asociadas. O, retomando el smil reli-gioso del inicio y las propuestas durkheimnianas, el amor es una creencia dentro de un sistemade creencias con un conjunto de prcticas ritualizadas asociadas. Pues esa cosa del amor hayque recrearla colectivamente para que siga existiendo. No slo de poesa vive el amor.

    Aqu, como en cualquier mbito de indagacin sociolgica, es buena la humildad; la humildadde reconocer que de cualquier cosa de la que se pretenda obtener algn conocimiento relevan-te, de lo que se trata no es de acceder a una verdad integral, sino de resaltar algn aspecto

    particular relevante y significativo que incorporar a otros muchos; la sociologa ha de aportaresquemas de interpretacin parciales pronunciados desde su particular perspectiva; lo quesignifica reconocer que en la gran mayora de las ocasiones se le escapa lo fundamental. Co-mo es el caso. Dicho lo cual, podemos seguir avanzando en la reflexividad inscrita en la prcti-ca social de las relaciones amatorias, sin que ello pretenda suponer menoscabo alguno a lavisin romntica del amor.

    III. AMOR, HABITUSY REFLEXIVIDAD

    Vamos a precisar los ingredientes constitutivos de la reflexividad propia de las prcticas socia-les, en general, para tratar de verificar su pertinencia en el caso particular de las relacionesamatorias. El argumento es sencillo: si somos seres socialmente reflexivos y en virtud de esa

    reflexividad nos comportamos en todos nuestros contextos de convivencia, as ser tambin enel contexto particular de convivencia que suponen las relaciones amatorias. No se trata de unargumento sofisticado, en absoluto. Las relaciones amatorias suponen, desde nuestro punto devista, entre otras muchas cosas que no nos es dado considerar, un tipo de prcticas sociales,de acciones e interacciones entre personas cuya competencia para llevarlas a cabo es resulta-do de su condicin de miembros de determinada colectividad: es por su pertenencia a la colec-tividad que conocen, tanto las reglas del juego (son portadores de representaciones sobre larealidad en la que actan), cuanto los repertorios de actuacin adecuados (pueden actuar, dehecho, competentemente).

    La cuestin crucial es determinar cul es la colectividad de la que se est hablando; en reali-dad no es una, concreta y determinada, sino que son muchas, situadas en diversos niveles oescalas, por una parte, y solapadas en una gran cantidad de situaciones, por otra. En escala:

    tenemos, por ejemplo, el mundo occidental; dentro de l, el europeo; dentro de l, el espaol; yluego, por ejemplo, el murciano: posiblemente, no todos en Murcia sean murcianos (confieso:

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    yo soy gallego), quiz tampoco todos espaoles, y puede que tampoco todos europeos u occi-dentales, pero all esa escala de colectividades supone un contexto particular de convivenciaal cual todos estn sujetos (para desenvolverse competentemente han de saber que la cantinaes el bar, lo que significa coo, con ee; han de utilizar el euro y saludarse con un apretn demanos o un beso, y no frotndose la nariz). Pero, en relacin al solapamiento, supongamosque en Murcia nos las habemos con, por ejemplo, un grupo de personas que participan en un

    curso universitario de verano; adems de ser partcipes del curso sern padres, madres y/ohijos de familia, partidarios de cierta ideologa poltica, fans de algn equipo de ftbol o grupomusical, creyentes de cierta religin (el contexto nacional influye mucho en este caso, porejemplo), etc. Estas colectividades que se solapan a su condicin de universitarios de veranotambin son contextos culturales que, a cada cual, lo condicionan en sus relaciones (si entrelos asistentes hay un par de forofos del Madrid, seguro que encuentran buenas ocasiones parahablar del ltimo partido o de lo gordo que sigue Ronaldo suponiendo que Ronaldo siguesiendo jugador del Madrid en estas fechas...).

    Por tanto, la colectividad que determina el contexto que condiciona nuestras prcticas tieneunas fronteras difusas, difcilmente acotables; es un contexto complejo que no es fcil pre-establecer, pero siempre est presente: si dos personas entablan conversacin en la cola de lacaja del supermercado, casualmente, ser difcil establecer la colectividad de la que estn

    formando parte, adems de la de clientes del establecimiento en cuestin; es probable que sucondicin de clase, ideologa, preferencias culturales y dems hagan de la situacin algo des-agradable por la distancia, excepto en cuanto que coinciden como clientes, que los separa; locual viene a reforzar el argumento defendido respecto a la competencia, en tanto que actores,como miembros de una colectividad: si resulta que la membreca, en conjunto, no es comparti-da, la competencia no podr ser actualizada (lo cual no obsta para que se hayan dado muchoscasos, y esperemos que se sigan dando, de ligues en la cola del supermercado: nuestro pobreargumento es que, para que eso fructifique, tiene que haber una cierta afinidad en cuanto amembreca de la colectividad que condicione la interaccin... aunque el amor, ya se sabe, esimpredecible. Puede que el rocker ms empedernido ligue con la pija ms recalcitrante porqueambos compran la misma marca de chicle... algo profundo los haca miembros de una mismacolectividad que hizo que se entendiesen, amn de las hormonas y las glndulas sudorpa-ras...).

    Lo cierto es que, como actores sociales, podemos desenvolvernos en nuestra vida cotidiana demanera competente, si conocemos los condicionantes del contexto en el que se desarrollanuestra accin. Y an considerando la complejidad de niveles y solapamientos de las colectivi-dades de las que formamos parte y constituyen ese contexto de interaccin, podemos conside-rar, a efectos analticos, dos esferas de fundamental relevancia: la institucional y la de clase. Elmarco institucional de interaccin y la pertenencia de clase de la persona son dos de los princi-pales condicionantes que orientan su accin en una situacin determinada. Estas dos esferashan sido consideradas por los dos autores que proponen los fundamentos de esta visin re-flexiva de la interaccin social: Garfinkel y Bourdieu.

    Para justificar la pertinencia de nuestra perspectiva, fundada en los planteamientos de ambos,y situada en el terreno de las relaciones amatorias, pensemos en una situacin hipottica, mar-

    cada, a efectos analticos, por los condicionantes institucionales y de clase de los actores: esesupuesto curso de verano de la Universidad del Mar, de componentes antropolgicas, sociol-gicas y filosficas, sobre el amor. Dos alumnos. Uno, alumno de la licenciatura de Filosofa dela Universidad de Murcia, con inquietudes en temas de antropologa cultural; segundo curso decarrera; clase media-alta, con coche propio, apartamento en alquiler (no es de Murcia) sincompartir, gastos pagos y, adems, una asignacin mensual de 800 euros; 19 aos, ampliosconocimientos cinematogrficos, lector asiduo de Dostoieswsky; hace natacin tres das porsemana, lee El Pas y considera que el problema mundial es la redistribucin de la riqueza.Metro ochenta y cinco y bien parecido. El otro: una madre soltera asistente domstica con unnio de tres aos, terminada la FP y truncada su carrera acadmica; clase baja, sin coche,casa de alquiler en barrio marginal y sueldo mensual de 900 euros (con los que tiene que sub-sistir y mantener a su hijo y pagar la guardera); 22 aos, sin tiempo para ir al cine, ni leer ni ir ala piscina. En el autobs camino al trabajo lee el peridico gratuito y piensa que el mayor pro-

    blema actual es que haya tantas extranjeras con el mismo trabajo que ella cobrando tan pocodinero. Metro sesenta y cinco y muy bien parecida.

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    Podemos esperar que se enamoren? En principio, no. l est acostumbrado a las holguras;ella a las penurias; las preocupaciones de l son ldicas e intelectuales; las de ella, general-mente, son de supervivencia. Sus contextos culturales de procedencia son tan dispares que,probablemente, su concepcin de lo que sea el amor, enamorarse y cmo esperan que sea lapersona amada y las cosas que los unir a ella sean tan dispares que difcilmente pueda darse

    entre ellos el flechazo. Sin embargo... Letizia es princesa...

    La distancia cultural entre ambos puede ser interpretada a partir del concepto bourdeano dehabitus (Bourdieu, 1991, 1998). El habitus es el conjunto de predisposiciones para la accin,pensamiento y sentimiento que una persona posee en virtud de su pertenencia a determinadoestrato o grupo social; el habitus es caracterstico del grupo y todos sus miembros poseen eseconjunto estructurado de predisposiciones por ser miembros del grupo; es decir, cada gruposocial posee un habitus caracterstico que transmite a todos sus miembros. An cuando elhabitus puede ser aplicado a muchos colectivos sociales, su papel fundamental tiene que vercon las clases sociales, es decir, los grupos que configuran el sistema de estratificacin socialde una colectividad. Podemos, conociendo de antemano el conjunto de predisposiciones queconfiguran el habitus de una clase social, determinar si una persona pertenece o no a la mismasimplemente observando cmo se comporta: su manera de actuar revelar si posee o no ese

    conjunto de predisposiciones que caracterizan a su clase social.

    La complejidad del concepto de habitus se deriva de su dimensin dialctica: es una estructura(de predisposiciones para la accin el pensamiento y la accin), a la vez estructurada (a cadapersona le viene dada, digamos, por herencia de clase) y estructurante (condiciona las ac-ciones, pensamientos y sentimientos de todos los miembros de la clase social). Estructurada:todos lo miembros de una clase social en un momento dado reciben el mismo conjunto de pre-disposiciones; estructrante: a cada uno de ellos los condiciona en su comportamiento y pensa-mientos y cada uno lo actualiza a su manera. De tal modo que la generacin futura heredar unhabitus distinto, puesto que ser resultado de la puesta en prctica del habitus por parte de susmiembros actuales; o dicho de otra manera, el habitus heredado no es el mismo que el habitustransmitido por una determinada generacin de una clase social; ello es debido a esa dobledimensin estructurada/ estructurante. El habitus no funciona de manera mecnica; hay que

    vivirlo, actualizarlo cotidianamente, actualizarlo y modificarlo en funcin de las exigencias coti-dianas; an cuando el conjunto de predisposiciones que lo configuran ser relativamentehomogneo para una determinada generacin de una clase social, cada uno de sus miembroslo actualizar particular y singularmente, no todos lo reproducirn de manera mecnica yhomognea; lo cual implica, naturalmente, su continua modificacin generacin tras genera-cin.

    La nocin de habitus comporta una dimensin claramente reflexiva: podemos entender eseconjunto de predisposiciones como representaciones que caracterizan el universo simblico dereferencia de una clase social; en base a l actan en el mundo, y al actuar, y como resultadode su accin, ese universo simblico se modifica, evoluciona. Se trata de representaciones queorientan la accin de las personas y que son modificadas en virtud de los resultados derivadosde esa accin; y a la inversa: se trata de acciones que, orientadas por ciertas representaciones,

    las modifican en virtud de los resultados que producen.

    Nuestros dos hipotticos alumnos, evidentemente, pertenecen a cales sociales distintas: po-seern habitus a su vez diferentes, y entre las predisposiciones propias de sus habitus se en-contrarn algunas relativas al amor y a las relaciones amorosas. Podemos esperar, de partida,poca coincidencia en ellos.

    As pues, encontramos un condicionante de clase que puede afectar seriamente a la forma enque las personas piensan, sienten y viven las relaciones amorosas. El segundo condicionante,relacionando con la dimensin institucional de pertenencia a colectivos o grupos, es el propia-mente reflexivo, pues tiene que ver con la nocin de reflexividad formulada por Harold Garfinkel(1984).

    Segn Garfinkel, toda prctica social se circunscribe en un mbito comunitario en el cual, y sloen el cual cobra sentido. Los sujetos implicados en tales prcticas cotidianas son poseedores

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    de una competencia, para su ejercicio y para su comprensin, que escapa a toda representa-cin formal debido a su naturaleza, precisamente, prctica, e incluso esos mismos sujetos sue-len ser incapaces de reconstruir formalmente el sentido de sus acciones, pese a lo cual, sucompetencia para llevarlas a cabo no se ve en absoluto menoscabada. Esta competencia es laque caracteriza a los sujetos como miembros, miembros competentes de esa colectividad en lacual llevan a cabo sus acciones. El elemento clave en el planteamiento de Garfinkel es la con-

    sideracin de las actividades cotidianas como conjuntos organizados y racionales de prcticas,aunque no explcitamente ejecutadas como tales; esa organizacin y esa racionalidad de ca-rcter prctico, expresadas en las actividades cotidianas sern consecuencia de la pertenenciade los sujetos a una determinada colectividad; es decir, es la colectividad la que organiza yracionaliza las prcticas cotidianas y sus miembros revelan su competencia como miembros dela misma porque son capaces de actuar.

    Las prcticas diarias y habituales de los miembros de toda colectividad poseen, desde estaperspectiva, una estructura formal, una coherencia organizacional y, en tanto que ello sea as,los propios miembros, no slo se revelan competentes como tales por el hecho de ejecutarlas,sino que tambin han de ser capaces de reproducirlas narrativa e informativamente; han deestar en disposicin de informar sobre ellas hacerlas visibles y racionales (no obstante,Garfinkel, y ms en general los estudios etnometodolgicos, no aceptarn de forma directa

    dichas objetivaciones, pues no dejan de ser representaciones de las actividades, no las activi-dades mismas y, adems, dichas objetivaciones son en s mismas parte de las propias activi-dades que objetivan; he aqu esa vinculacin de lo cognitivo y lo prctico que define en subs-tancia la reflexividad que proponemos aqu).

    En nuestro caso, esta ltima advertencia es muy til, pues todos sabemos que cuando alguienest en trance de enamoramiento, es mejor no hacerle el ms mnimo caso: no para de decirtonteras! En cualquier caso, las tonteras que dice vienen a jugar el papel de objetivaciones, untanto absurdas, sin duda, pero resultado de su papel activo como persona enamorada; y for-man parte del conjunto de prcticas que se les presupone propias a los enamorados; todos losamigos de la vctima del amor suelen jugar, de manera no consciente, el papel del etnome-todlogo, al no tomar en su literalidad las afirmaciones que hace y tratar de entenderlo, mspor sus actos y por el conocimiento que tenemos de la situacin que vive, que por los argumen-

    tos que nos da al respecto

    Garfinkel asume la imposibilidad de codificacin estricta de esa prctica organizacional quelos sujetos aplican en sus afirmaciones acerca de las actividades que realizan como miembrosde una colectividad: no existe ningn modo de programar de forma axiomtica y sistemtica,mediante reglas de procedimiento, los distintos pasos a efectuar en una determinada actividad.Ello es debido en gran medida a que dichas actividades se desarrollan en un contexto prcticodeterminado que impone prioridades y restringe cursos de accin formalmente posibles. Todossabemos lo infructuoso que resulta planificar el gran momento en todos sus mnimos deta-lles, pues a la hora de la verdad, la cantidad de cosas que de hecho suceden y jams haba-mos pensado que haba que tener en cuenta son infinitas.

    Otra de las directrices presentadas por Garfinkel resulta de significativa importancia: segn l,

    cualquier estructura social debe ser vista como auto-organizativa, en tanto que sus actividadesson estructuradas de forma que generan un entorno prctico que puede ser detectado, recono-cido y reproducido como tal. Los miembros de una colectividad son, tanto capaces de actuar demanera competente en funcin de los requerimientos prcticos del entorno en el que se desen-vuelven, como de reconocer, antes de actuar y sin necesidad de hacerlo, dichos requerimiento;esto es, los mtodos empleados para la organizacin de una estructura social son exactamentelos mismos que los que utilizan sus miembros para hacerlos evidentes, para garantizar su cla-ridad, coherencia, planificacin, etc.: para garantizar su racionalidad, o, por mejor decir, sunarratividad.

    El problema fundamental en los planteamientos etnometodolticos de Garfinkel es la definicinde esa colectividad o estructura social de la que habla como contexto organizacional delas prcticas. En principio, pudiera ser cualquiera, pero si atendemos a los estudios empricos

    que realiz sobre la base de sus premisas tericas, esa colectividad ha de ser una institu-

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    cin, un entorno de actuacin altamente normativizado, en el que, sobre todo, la membresapueda ser determinada formalmente de manera clara. Ejemplo tpico: un hospital.

    De tal modo que sus planteamientos se reduciran a considerar que en contextos altamenteinstitucionalizados existe una coherencia organizacional en la prctica de sus miembros que lesprovee de la competencia, tanto para actuar adecuadamente, como para reconocer y hacer

    explcitos los requerimientos de una actuacin adecuada, considerando, adems, que sta sucapacidad para representar sus acciones no es sino una componente simblica ms de susaptitudes prcticas, de modo que no hay que aceptarla en su expresin literal.

    La nocin de habitus nos ofrece una directriz clara a la hora de comprender las aptitudes re-flexivas de las personas: la procedencia social pertrecha a cada sujeto de un conjunto de pre-disposiciones diferenciales para enfrentarse, en acto, sentimiento y pensamiento, a sus vicisi-tudes cotidianas; entre ellas, el amor. La nocin de reflexividad etnometodolgica no nos ofrecetal claridad de partida, sino que ms bien nos ayuda a comprender la complejidad subyacente aesa reflexividad social que cotidianamente las personas aplican. Es muy probable que nuestrasmltiples membresas institucionales nos provean, a su vez de conjuntos diferenciales de pre-disposiciones para la accin y la comprensin de lo que hacemos: no piensa ni acta igual unpadre que un hijo (institucin familiar), un profesor que un alumno (institucin escolar), un m-

    dico que una enfermera o un paciente (institucin sanitaria), etc.. Para expresarlo, un tantoinadecuadamente, en trminos funcionalistas, todos asumimos un diverso conjunto de predis-posiciones prcticas en virtud de la diversidad de roles que desempeamos en las distintasinstituciones de las que formamos parte. Lo que traducido a nuestro tema actual significa queesa membresa institucional nos predispone de maneras muy diferentes para enfrentarnos a lasrelaciones amorosas.

    Tanto la nocin de habitus de Bourdieu como la de reflexividad etnometodolgica implican esainextricable imbricacin entre prctica y lgica o, para ser ms exactos, entre lgica de la prc-tica y lgica de la representacin de la prctica. Est en juego una nica racionalidad, queorienta tanto la actuacin como la asignacin de sentido que a esa actuacin se d, pero dicharacionalidad se pone en juego en la ejecucin prctica de las tareas propias de la actividad quese est realizando: no es posible deslindar la actividad de la racionalidad que la sustenta; son

    la misma cosa. La cuestin es esto es aplicable para la comprensin de las relaciones amoro-sas?

    IV. LA REFLEXIVIDAD AMATORIA: UN ESPACIO PARA LA IMPROVISACIN

    El amor, como sentimiento, es reductible, tanto a poesa, como a reacciones bioqumicas; suorigen permanecer siempre inaccesible a la intelccin. El amor, entendido como contexto deun determinado tipo de prcticas sociales, puede ser entendido, parcial y relativamente, acep-tando las condicionantes derivadas de la dimensin reflexiva del ser humano.

    Una primera consideracin es inmediata una vez planteadas las premisas anteriores; ya lohemos sealado y no vamos a abundar en ello pues nos parece la aportacin menos relevante

    de las que proponemos: la condicin de clase de origen de las personas y sus diferentes mem-bresas institucionales les proveern de un universo de referencia distinto para sus prcticascotidianas, en particular, para las que tengan que ver con las relaciones afectivas; personaspertenecientes a distintas clases sociales y/o miembros de instituciones con diferentes rutinasorganizacionales pensarn, sentirn y actuarn en lo relativo al amor de maneras distintas.Tenemos, en consecuencia, un condicionante de partida que sita a las personas, de antema-no, en posiciones diferentes a la hora de enfrentarse a la aventura del amor.

    Atendiendo a este condicionante a priori, nuestros dos hipotticos alumnos estaran destinadosa no poder entenderse en cuestiones amatorias: clase media-alta acomodada y universitariaversus clase baja trabajadora; recursos econmicos y culturales, entorno familiar, de relacio-nes, aficiones y actividades demasiado dispares como para esperar que entre ambos universosde referencia puedan darse afinidades en la prctica amatoria. No obstante, este condicionante

    de partida puede ser superado; no es lo habitual, si atendemos a las estadsticas de reproduc-cin social, que dictan que un porcentaje mayoritario de personas tienden a encontrar pareja en

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    el mismo escalafn socio-econmico al que pertenecen. Luego, estadsticamente hablando, elamor no ms que un indicador de la persistente capacidad de reproduccin social propia de lascolectividades humanas. En todo caso, las estadsticas nos hablan de porcentajes mayoritarios,no de casos reales; y existen casos reales en los que el amor no atiende a este condicionante yescapa a la lgica de la reproduccin social.

    Y ello es as, precisamente, porque este condicionante de origen y pertenencia de las personasest anclado en la reflexividad social. Las personas no reciben, ejecutan y transmiten de mane-ra mecnica el habitus de su entorno de procedencia, sino que lo asimilan, se lo apropian sub-jetivamente y cada persona lo viven en la singularidad que le es propia como ser humano; di-cho de otra manera, inscrito en el concepto de habitus est el de creatividad. Actuamos envirtud de lo que sabemos; en parte, lo que sabemos nos lo proporciona nuestro habitus; pero alactuar nuestras acciones generan efectos sobre el mundo, efectos sobre los que tendremos asu vez que pensar para poder actuar en el futuro; nuestro habitus nos dota de predisposicionespara la accin, pero nuestras acciones modifican seguramente el conjunto de predisposicionesque aplicaremos en el futuro; nuestras acciones modifican el habitus que hemos recibido. Esoes as porque somos seres reflexivos.

    Y otro tanto cabe decir de las estructuras organizacionales de las prcticas cotidianas en en-

    tornos institucionalizados. No todas las personas que desempean el mismo rol lo hacen de lamisma manera; el rol lleva asociado un amplio conjunto de requisitos normativos y de expecta-tivas respecto a su adecuado cumplimiento; pero como dice Garfinkel, se trata de directriceslaxas, nunca de protocolos de actuacin rigurosos, porque la vida cotidiana est sujeta cons-tantemente al azar y a la incertidumbre; no todo es predecible, y por eso en el desempeo delrol se tiene, tambin que estar predispuesto a la creatividad; una creatividad reflexiva.

    Es evidente, supongo que as lo esperarais, que nuestros dos hipotticos alumnos acabansiendo pareja, pese a esos condicionantes de partida. La misma reflexividad que fundamentasus diversos habitus y sus diferentes competencias institucionales es la que, como capacidadhumana, puede permitirles entablar una relacin de pareja... enamorarse. Qu bonito es elamor! verdad?

    Antes de asistir a ese magnfico momento, en cualquier caso, conviene resituar sociolgica-mente la nocin de reflexividad, pues sino muchos pudieran pensar que estamos tratando conuna cualidad de ndole psicolgica. Defendemos la existencia de la reflexividad en ese sentidode ntima vinculacin de lo cognitivo y lo prctico: pensamiento y accin no son esferas diferen-tes en la cotidianidad de los seres humanos: podemos actuar porque pensamos y podemospensar porque nuestras acciones nos suministran datos para la reflexin; actuamos pensandoy pensamos actuando; este actuar/ pensar simultneo constituye la capacidad reflexiva del serhumano.

    Sucede que el ser humano no vive en la soledad solipsstica de unas acciones/ pensamientosaislados, sino que convive en sociedad con otros seres humanos, a su vez reflexivos. Y estotiene consecuencias: se dan fenmenos en los que la accin/ pensamiento reflexiva se generaa nivel colectivo y no individual: representaciones colectivas propician acciones colectivas que,

    a su vez, repercuten sobre dichas representaciones transformndolas.

    El ejemplo clsico de reflexividad colectiva lo propuso Robert K. Merton (1980) con su teoradel rumor. Un rumor no es ms que una representacin acerca de la realidad que es asumidapor un nmero amplio de personas; se trata de una representacin colectiva. Puede darse elcaso de que el rumor sea falso, pero al ser credo como verdadero por el suficiente nmero depersonas genere que stas lleven a cabo ciertas acciones que acaben haciendo que lo que enprincipio era falso se transforme en verdadero. Merton denomina a esto profecas autocumpli-das: definiciones falsas de la realidad que, por sus consecuencias [prcticas] se transforman enverdaderas. Durante el crack burstil de 1929 en EEUU, en el cual un amplio nmero de insti-tuciones financieras quebraron, haba un pequeo banco que, contra todo pronstico, se man-tuvo solvente. Pero se extendi el rumor de que haba quebrado (definicin falsa de la reali-dad); este rumor se extendi entre sus clientes, los cuales, ante el temor de perder su dinero,

    decidieron retirar en masa sus ahorros (consecuencia, colectiva, prctica); el resultado es que,

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    finalmente, el banco fue a la quiebra (se hizo verdadera la definicin que en principio era falsa)al ser retirados todos sus fondos.

    Esto es: la reflexividad humana genera efectos de naturaleza colectiva que estn fuera delcontrol de los agentes individuales (an cuando sea su capacidad reflexiva individual la quepropicia que tales efectos se den). La reflexividad social, por tanto, puede entenderse como un

    efecto de agregacin, no planificado, de las reflexividades singulares de los agentes.

    Nos ayuda esta nocin de reflexividad social en la comprensin, sociolgica, del amor, enten-dido, reiteramos, como un tipo particular de relacin entre las personas? Slo tenemos quepensar en lo fcilmente que puede perjudicar a una relacin de pareja cualquier rumor infunda-do que se difunda entre el crculo de relaciones inmediato; es ms, sta es una de las muchasestrategias que pueden ponerse en juego en la guerra del amor (unos falsos cuernos di-vulgados como verdaderos pueden acarrear que los cuernos se transformen en verdaderos y larelacin, falsamente deteriorada por un hecho inexistente, se deteriore realmente). Cestlamour...

    Es decir, nuestra tan querida pareja est sujeta, no slo a sus condicionantes reflexivos departida sino, tambin, a los efectos reflexivos que se generen en su entorno inmediato. Y a

    estos condicionantes reflexivos hay que sumar su particular, singular y subjetiva, capacidadcomo seres humanos. Esta triple condicin reflexiva es la que estructurar la forma en la quepuedan acabar viviendo el amor como prctica social.

    Ella se ha fijado en l ya en la primera conferencia: el chico es atractivo. En la cafetera lo haodo conversar con otros alumnos: est claro que es una especie de intelectual universitario,muy alejado del tipo de chicos que ella ha conocido (si hubiera sido un curioso espordicocomo ella misma... quin sabe!); no se hace, pues, muchas ilusiones. l tambin se ha fijadoen ella: la chica es atractiva. No participa en ninguno de los corrillos de charla habituales: serde otra universidad, piensa; y sus ilusiones permanecen intactas. Al tercer da, ambos se hanfijado en que el otro se ha fijado, y el resto de alumnos del grupo no es ajeno a ese interscompartido.

    Digamos que el contexto institucional propicia el primer contacto: uno de los conferenciantes,profesor de l, es adems familiar de ella (por eso ella est en el curso); puesto que el rumores generalizado, nuestro conferenciante decide presentarlos (sabe que su alumno es tmido;sabe que su, digamos, sobrina est cohibida por el entorno; maneja las competencias institu-cionales del contexto institucional y, decide, hacer de gua para ambos). Es una cena; un am-biente informal en el que el contexto institucional acadmico es menos visible, lo cual propiciael acercamiento. Nuestro hbil conferenciante es capaz de derivar la conversacin a un tema,la informtica, en la que ella es ms experta que l (hizo un mdulo de FP de gestin informti-ca empresarial: es la que soluciona todos los problemas a la familia... se le dan bien los orde-nadores... si hubiera tenido ocasin de estudiar la carrera de informtica... quin sabe). Vaya!Resulta que ciertas cuestiones informticas tienen mucho inters desde una ptica filosfico-antropolgica, de manera que el marco institucional va a favorecer la comunicacin. A partir deaqu, se tratar de superar los obstculos de clase; a partir de aqu, es cuando la reflexividad

    inmediata que ambos pongan en prctica en sus interacciones personales puede proveerlesdel aprendizaje necesario para superar la distancia que de partida los separa por sus respecti-vos habitus. El va aprendiendo que no viene al caso hablar con ella de Dowstoiesky ni de cinejapons; ella que es mejor no estar lamentndose todo el rato de los problemas de su nio; lque no est acostumbrada a sitios demasiado elegantes ni a jergas existenciales; ella que nopasa nada si la invita siempre, porque puede, y que detrs de ese deje retrico hay algo msque pedantera y llega a ser interesante. En fin; que van aprendiendo a entenderse y compor-tarse, aplicando de matera mutua y recproca sa prodigiosa maquinaria de la reflexividad (enun momento hubo alguna duda, pero sus compaeros de curso se encargaron de difundir elrumor de que eran pareja, de manera que la presin colectiva les facilit la tarea, pues cuandono saban que hacer, el entorno les obligaba a ser lo que, en el fondo, queran ser: pero, chico,qu haces! vas a dejar que se vaya sola al hotel? Venga, vete a acompaarla, que no meentere yo que se pierde por el camino (la voz colectiva de las/os compaeras/os de curso); y en

    ese paseo nocturno, forzado por la presin colectiva, por el contexto de una reflexividad queellos no pueden manejar, se reencuentran haciendo de lo que los dems quieren que hagan; y

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    descubren (bueno, en el fondo ya lo saban, naturalmente) que ellos tambin quieren ser lo quelos dems ya dan por hecho que son. Nosotros no vamos a ir ms all de ese paseo (dicen queno la acompa slo hasta la puerta del hotel el caso es que a la maana siguiente llegaronlos dos muy sonrientes a la ltima conferencia, juntos)

    Si decimos que el amor (como prctica social) es reflexivo, es, fundamentalmente, porque los

    que se involucran en relaciones amatorias son personas humanas que piensan actuando yactan pensando; personas que en sus interacciones cotidianas van aprendiendo, de maneraprctica, a convivir con la persona amada. Las relaciones amorosas se construyen paso a pa-so: aprendiendo de los actos previos y aplicando ese aprendizaje en los actos futuros; actuan-do segn las representaciones disponibles y modificndolas en funcin de los resultados dedicha actuacin. Nos amamos, ms o menos apasionadamente, ms o menos irracionalmente,ms o menos romnticamente; pero esa pasin, esa irracionalidad y ese romanticismo, esesentimiento amoroso lo vivimos cotidianamente de manera reflexiva.

    REFERENCIAS BIBLIOGRFICAS

    Bourdieu, P.(1991): El sentido prctico. Madrid, Taurus.

    Bourdieu, P. (1998): La distincin: criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus.Durkheim, E. (1992): Las formas elementales de la vida religiosa. El sistema totmico en Aus-tralia, Madrid, Akal.Freud, S. (2004): El malestar en la cultura, Madrid, AlianzaGarfinkel, H. (1984): Studies in Ethnomethodology, Cambridge, Polity & Blackwell.Merton, R. K. (1980):Ambivalencia sociolgica y otros ensayos, Madrid, Espasa-Calpe.Weber, M. (1984): La accin social: ensayos metodolgicos, Barcelona, Pennsula.Woolgar, S. (1992): Ciencia: abriendo la caja negra, Barcelona, Anthropos.

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