Alberto najar
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Alberto Najar
Las rutas de ferrocarril de carga de México cruzan por sus patios, y con ello
prácticamente todos los migrantes centroamericanos que pretenden llegar, por esa
vía, a Estados Unidos. Lechería es ahora más que una estación de tren: se trata de
una peligrosa garita migratoria, donde los indocumentados son el botín de guerra
para policías, guardias privados y pandilleros. Historias que ya no son del sureste
únicamente: emigraron al centro del país TULTITLAN, ESTADO DE MEXICO.-
Media docena de bolsas de suero vacías permanecen abandonadas en el estribo del
vagón 27747 que llegó de Veracruz hace unas horas.
Las manguerillas están amarradas a la escalera del furgón, las vueltas suficientes
para que no se caigan pero sin interrumpir el flujo de solución salina peritoneal,
según se lee en las bolsas.
Al final del conducto, sobre el piso metálico, hay un catéter manchado con sangre.
Al mediodía de ese caluroso viernes de principios de mayo, a unos metros de la
Vía López Portillo atestada de camiones y microbuses, las bolsas vacías son una
evidencia que aturde.
Hace apenas unas horas, el catéter alimentaba la vena de algún centroamericano
que viajaba en el estribo de ese vagón.
Un trayecto de un día y medio por la región montañosa de Veracruz, las calurosas
planicies de Tlaxcala y la cuesta arriba desde Puebla hasta los patios de la estación
Lechería, donde ahora permanece el vagón.
Más de 36 horas de vibraciones, saltos, frío, calor y a veces lluvias en descampado,
obligado el cuerpo a mantener una sola posición para evitar, en lo posible, que el
catéter se mueva.
Dos días de aguantar la vena que se desgarra.
¿Quién pudo soportar semejante travesía? ¿Qué tan grave es el padecimiento como
para necesitar seis unidades de suero1? ¿De qué tamaño es la desesperación como
para viajar 36 horas en tren, con una aguja2 rompiendo las venas en cada brinco de
rieles3? Judiciales, pandilleros y migra Lechería.
Todas las rutas de ferrocarril de carga del país confluyen en esta zona del
municipio de Tultitlán, estado de México. Aquí llegan los trenes que provienen del
sureste, y de sus patios salen los convoyes que se dirigen a la frontera con Estados
Unidos.
Todo lo que se mueve por tren en México cruza por sus patios, desde contenedores
1 suero s. m.
1 Sustancia acuosa rica en proteínas y sales que se separa de la parte coagulada de algunos líquidos orgánicos, como la sangre, la linfa o la
leche. 2 Mezcla de agua y sales que sirve para alimentar los tejidos del organismo y que se inyecta por razones médicas: después de la operación le
pusieron suero porque estaba muy débil.
2 aguja s. f.
1 Barrita pequeña de metal muy fino, que tiene un extremo terminado en punta y el otro con un agujero por donde se pasa un hilo para coser o
bordar.
2 Pequeño tubo metálico de diámetro muy pequeño, con un extremo cortado en diagonal y el otro provisto de un casquillo para adaptarlo a una jeringuilla e introducir sustancias en el organismo.
3 Barra pequeña muy delgada, generalmente metálica, de tamaño y forma variados y a menudo con un extremo acabado en punta, que se usa
para distintos fines: la aguja del tocadiscos; la aguja de un reloj de sol. 4 Barra de metal, hueso u otro material, acabada en punta, que se usa para hacer labores de bordado, calceta o ganchillo.
5 Pieza de adorno que se lleva sujeta al vestido con una aguja y sirve también para unir dos piezas.
3 rielar v. intr. culto Brillar con luz trémula
embarcados en el puerto de Veracruz hasta motores, equipos de cómputo y
refacciones enviadas desde Saltillo, Monterrey o Nogales.
Es, pues, uno de los principales centros de carga del país. Y también es, desde hace
varios años, una de las garitas migratorias más concurridas, pues junto con los
trenes también llegan prácticamente todos los centroamericanos que viajan sin
documentos a la frontera norte.
De acuerdo con testimonios de algunos migrantes, Lechería es, junto con
Tapachula, Chiapas, uno de los sitios más peligrosos para los indocumentados, a
quienes, cuentan vecinos de la colonia, la policía municipal suele detener con la
ayuda de perros; agentes judiciales propinan severas golpizas durante sus
operativos y de los cuales los pandilleros locales se nutren con el dinero que les
roban, a veces nada más con la pura amenaza de entregarlos a la migra.
La fama de Lechería viaja con los trenes. El director de Casa Belén de Saltillo,
Pedro Pantoja, cuenta que prácticamente todos los migrantes que han pasado por el
albergue tuvieron una mala experiencia en esa zona. Los testimonios son
escalofriantes; hay quien fue testigo de la muerte de sus compañeros.
"Llegan todos golpeados, algunos todavía sangrando", dice la propietaria de una
tienda en la calle Abasolo, a unos metros de Francisco I. Madero. "Los más
abusivos son los judiciales, porque la migra, cuando llega a venir, los detiene y ya,
pero los otros se ensañan con los muchachos".
-¿Y alguien se ha quejado? -Nadie, porque los agentes tienen amenazada a la
colonia. Dicen que ayudar a un hondureño (así les dicen a los centroamericanos en
esta zona) es delito; incluso a varios indocumentados ya los han detenido por
darles un vaso de agua o unas monedas.
Así ocurrió, cuenta, con un carpintero que vivía en la Vía López Portillo, muy
cerca de la calle 1 de Julio. Hace dos meses se le ocurrió regalar dos pesos a un
guatemalteco que acababa de bajarse del tren, con tan mala suerte que el gesto fue
presenciado por dos policías judiciales que lo acusaron de pollero.
"Traía 5 mil pesos de un trabajo que había terminado, se los quitaron; su papá tuvo
que soltar otros 5 mil para que lo dejaran ir".
El carpintero se fue de la colonia, como Doña Lupe, quien solía regalar comida y
ropa a los centroamericanos que tocaban en su casa, que se ubica a 20 metros de
las vías, y que una mañana recibió un ultimátum: si quería seguir ayudando a los
indocumentados, le dijeron dos agentes judiciales, lo tendría que hacer en la cárcel.
"O don Rafa, el taquero que hace como un mes defendió a dos hondureños, a
quienes se querían llevar los municipales; les dijo que eran sus empleados y que lo
detienen también, le quitaron 5 mil pesos y clausuraron la taquería.
Todavía no la puede abrir".
Según los vecinos, los operativos de la Policía Judicial del Estado de México se
repiten tres o cuatro veces por semana, y en cada uno se detiene a un promedio de
10 o 15 indocumentados.
Pero, de acuerdo con la información oficial de la dependencia, al menos este año,
en la zona de Lechería los agentes no han detenido a un solo centroamericano: las
capturas reportadas se refieren a Ecatepec, Cuautitlán o Coacalco.
Es el mismo caso de la Policía Municipal de Tultitlán, que oficialmente no ha
detenido a migrante alguno. Es más, afirma la Dirección de Comunicación Social
del ayuntamiento, no existe ninguna colaboración con el Instituto Nacional de
Migración (INM) para detectar indocumentados.
Entonces, ¿a dónde van a parar los migrantes que se detienen en Lechería? En
espera del próximo tren Elmer Ruiz y Axel Cubías miran desconsolados cómo el
convoy cargado de contenedores azules cobra velocidad apenas inicia su marcha.
Hace un mes que cruzan el país en trenes de carga y ésta es la primera vez que les
toca uno con tanta prisa por marcharse. En menos de tres minutos el furgón se
mueve a 30 kilómetros por hora; imposible intentar colgarse, menos cuando los
hondureños descubren a varios guardias privados trepados entre los vagones.
Axel se soba una herida en la frente, la costra aún propensa al sangrado. Es un
cachazo de pistola que recibió la noche anterior, cuando junto con otros siete
centroamericanos fue detenido por una partida de judiciales.
"Me pegaron porque no dije pronto que era de Honduras", se queja. "Pero estaba
muy asustado; dijeron que nos iban a deportar".
-¿Quién los detuvo? -La gente de aquí dice que eran judiciales, pero a nosotros
nunca nos dijeron nada. Nos subieron a un carro y nos dieron golpes, nada más.
-¿Y cómo es que están aquí? -Nos pusieron frente a una pared, luego dijeron 'dejen
todo el dinero que traigan y luego váyanse por allí derecho, van a salir a la vía'. Un
muchacho traía como 100 dólares pero yo nomás eché una moneda de 10 pesos,
'no, dijeron, mejor llévatelo'. Y luego ya nos fuimos.
Elmer se mantiene en silencio. Después de todo no es la primera vez que se
enfrenta "a la autoridad mexicana", pues en Arriaga, Chiapas, lo golpearon dos
soldados con la culata del fusil. Y al salir de Tapachula le tocó ver cómo el tren
arrollaba a un salvadoreño.
"Venía corriendo y alcanzó a tomarse con una mano, pero lo jalaron las ruedas,
alcancé a oír cómo se quejaba".
-¿Y que pasó después? -Empezamos a gritar a todos los que pasábamos que atrás
había un herido, que lo ayudaran por favor. Ya no supimos qué le pasó.
-¿Qué van a hacer? Porque les quitaron el dinero, y ya se les fue el tren.
-La gente de civil siempre nos da la mano, uno va conociendo a amigos y personas
que nos dejan hablar por teléfono a los parientes que están del otro lado. Vamos a
buscar quién nos ayuda para que allí nos manden dinero, o esperamos al otro tren.
Sucios, sin dinero y atracados Se llama La Calera.
Es un terreno pegadito a las vías; el portón de acceso está en la calle Madero frente
a la Abasolo. Hasta hace unos meses servía como refugio a los centroamericanos
que llegaban en los trenes. Era un sitio peligroso.
David Franco, trabajador de calle de Casa Alianza, todavía se sorprende al
describirlo. "Había unos cuartos casi cayéndose donde los chavos se metían a
drogarse y los centroamericanos los usaban para descansar. Era asqueroso: en
algunos, el piso estaba todo cubierto de excremento".
El terreno se utiliza ahora para guardar la maquinaria con que se construye un túnel
para el ferrocarril, pero las historias que se tejieron aún permanecen.
Una de ellas la protagonizaba Pedro, niño de la calle a quien Casa Alianza trató de
rescatar. "La primera vez que entré me dio miedo porque los centroamericanos
tenían cara de pocos amigos, hasta pensé que nos iban a asaltar", cuenta David
Franco. "El Pedro nomás se reía porque era al revés, los chavitos eran quienes
atracaban".
-¿También a los adultos? -A todos, los amenazaban con entregarlos a la policía.
Pedro murió hace unos meses, víctima de una enfermedad respiratoria mal
atendida, pero la práctica de asaltar a los centroamericanos se quedó en Lechería.
Diariamente, junto a la caseta de vigilancia que hay en el cruce de las vías con la
calle 1 de Julio, a la puerta de la cantina El Crucero o la marisquería Héctor y hasta
frente a la escuela La Reforma, una veintena de adolescentes se mantiene atenta a
la llegada de los trenes.
Es como una señal: apenas la máquina entra a los patios de Lechería, los
adolescentes caminan por las vías en sentido contrario para buscar a los
centroamericanos que hayan llegado en los convoyes.
"Se pasan de gandallas, esos muchachos llegan todos madreados y todavía los
asaltan", se queja Luisa Ramírez, una madre soltera que tres veces por semana
ayuda a su prima a vender periódicos frente a la caseta de vigilancia. "Si ya con la
policía les va re mal...
No es la única molesta con los pandilleros. Doña María, a quien en la colonia le
dicen La Señora de las Pepitas, está particularmente enojada porque los asaltantes
más agresivos son amigos de Pedro, su nieto.
"Es un abuso", dice en la cocina de su vivienda, construida con tablones de
desperdicio, a tres metros de las vías. "¿Cuánto pueden sacar, 10, 50 pesos? Estos
muchachos llegan sucios, sin dinero ni para comer. Y todavía se los quitan. Lo
peor es que con ellos vienen muchachas y a veces niños.
Pobrecitos".
uuu En la farmacia homeopática y naturista La Salud hace dos semanas que nadie
compra suero, mucho menos algún centroamericano. De hecho, asegura el
encargado, nunca ha atendido a ningún hondureño.
En la farmacia D'Dios sí han comprado sueros, pero los adquirientes fueron todos
mexicanos. Y en la San Judas Tadeo recordaron haber vendido unas vendas y un
frasco de alcohol a un par de hondureños, pero eso fue hace semana y media.
Nadie vio a algún centroamericano que necesitara tal cantidad de unidades de
solución salina, y de todos modos hubiera sido difícil reconocerlo: casi todos los
que llegan a la zona parecen enfermos.
Al día siguiente, el vagón 27747 abandona Lechería junto con una veintena de
tolvas y contenedores más.
En el estribo conserva, amarradas, las bolsas de suero.
-------------------------------------------------------------------------------- Una historia
conocida Diez mil dólares el minuto. Este es el costo de detener un tren cargado
para bajar a los indocumentados centroamericanos que viajan en sus furgones.
Y estas operaciones, explica Luis Calvillo Capri, director corporativo del Grupo
Transportes Marítimos Mexicanos (TMM), se realizan varias veces al día.
"Son personas que entraron ilegalmente al país y que desafortunadamente utilizan
los ferrocarriles para transportarse", explica. "Nos obligan a tomar medidas para
evitar que nuestras instalaciones sean utilizadas para cometer estos delitos".
Entre las filiales de TMM se encuentra Transportes Ferroviarios Mexicanos
(TFM), que cuenta entre sus rutas algunas de las ciudades fronterizas por donde
ocurre una buena parte de los cruces de indocumentados a Estados Unidos, lo que
vuelve a sus trenes uno de los medios más socorridos por los centroamericanos.
Son muchos. Cada mes, los guardias contratados para custodiar la carga aseguran a
un promedio de 500 indocumentados, que representan 10% del total; el resto "no lo
detectamos o se nos pelan".
Los asegurados se entregan a las autoridades locales, de acuerdo con el sitio donde
se detiene el tren, pero con frecuencia no pueden hacerse cargo de los
centroamericanos; por eso, si en dos horas no se presentan los policías, los
centroamericanos son liberados. "Otras veces ocurre que las policías no tienen
dinero para regresarlos o simplemente no cuentan con espacio para alojarlos. Y
también los dejan ir".
En total, TFM tiene contratados a mil 200 guardias privados de seguridad para
custodiar los trenes que circulan en 4 mil 500 kilómetros de vías.
Calvillo Capri asegura que las empresas a las que pertenecen -Protección Canina,
Control de Prevención y Pérdidas, Intercon, Dinámica y Alerta- tienen la
instrucción de garantizar, ante todo, la integridad física y la dignidad de los
centroamericanos, y si no cumplen se les rescinde el contrato.
Así ocurrió con Eulen, involucrada en el homicidio de dos hondureños en Saltillo
el año pasado, y con la compañía Consorcio, que no respetó las normas y por eso
perdió el contrato.
No es un trabajo fácil, pues con frecuencia los indocumentados se enfrentan a los
guardias. Esta semana, en San Luis Potosí, dos empleados de Protección Canina
que laboraban para otra empresa fueron asesinados por un grupo de salvadoreños
identificados con pandilleros de origen centroamericano.
"Entendemos la situación de los migrantes, su necesidad de moverse para
conseguir una mejor vida", dice Calvillo Capri, "pero no podemos permitir que
nuestras instalaciones se utilicen para cometer actos ilícitos".
-¿No han pensado en dejar esta batalla? Porque los centroamericanos seguirán
usando sus trenes.
-No, porque afectan la seguridad e integridad del ferrocarril; un cuate que se caiga,
para el tren; los que rompen puertas de los autos que transportamos para meterse y
protegerse del frío, del calor, todo son gastos... Aunque sin duda lo más duro es el
costo de la gente que arriesga su vida por viajar así.