Aguilera Contreras, Juan José - Cien Hijos de Elena
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CONTENIDO
CAPÍTULO I LA OBSESIÓN DE MARCO.
CAPÍTULO II
UN CLIENTE SORPRESIVO
CAPÍTULO III REUNIÓN DE DOMINÖ
CAPÍTULO IV EL ACCIDENTE
CAPÍTULO V LOS DÍAS SIGUIENTES
CAPÍTULO VI INCENDIO DEL TALLER
CAPÍTULO VII OTRAS CONSECUENCIAS.
CAPÍTULO VIII AÑOS ATRÁS: LA CASONA
CAPÍTULO IX L
A ENTREVISTA
CAPÍTULO X UN IDILIO
CAPÍTULO XI ELENA, SU PASADO
CAPÍTULO XII EL PRECIO DE UNA ESCLAVA
CAPÍTULO XIII ¿QUIÉN ES
JEYKOL?
CAPÍTULO XIV UNA VIDA DE ESTAFADOR
CAPÍTULO XV FARNIAQUES Y
JEYKOL
CAPÍTULO XVI
PLANES PARA TEPANGO
CAPÍTULO XVII LA FINANCIERA DE TEPANGO
CAPÍTULO XVIII UN SOSPECHOSO DEL ACCIDENTE
CAPÍTULO XIX TESTAMENTO DEL MORIBUNDO
CAPÍTULO XX UN INMBUEBLE PERDIDO
CAPÍTULO XXI GRANDES SORPRESAS
CAPÍTULO XXII DIANA Y AGENOR
CAPÍTULO XXIII EL EXGUARDAESPALDAS
CAPITULO XXIV LA APUESTA
CAPITULO XXV UNA CITA PROVIDENCIAL
CAPÍTULO XXVI UN TIPO CON SUERTE
CAPÍTULO XXVII EL RESCATE DE DANIEL.
CAPÍTULO XXVIII EL REFLUJO
CAPÍTULO XXIX LA ENCRUCIJADA
CAPÌTULO XXX NUEVOS HORIZONTES
CAPÍTULO XXX
I CIEN HIJOS DE ELENA
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ISBN 978 -607-8069-60-6.
Ediciones la Rana. Instituto estatal de la cultura. Guanajauto.
SEP indautor 03-2011-110812121500-01
Enero 2,016
, versión corregida.
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CAPÍTULO I La obsesión de Marco.
“La vida es recuerdo, no es lo que uno vivió,
sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para
contarla”
Gabriel García Márquez
*****************
Esa tarde de verano, cuando Marco Sarabia cerraba su taller
mecánico, lo distrajo una colisión escandalosa entre dos
vehículos, a unos cuantos pasos, apoderándose de la
atención de los paseantes. ¿Qué importaba un choque más en
una zona urbana convertida en pista riesgosa de circo?
¡Nada extraño en esta hora en que transitamos del día a la
noche Después de todo, los compradores de autos buscan
apropiarse del sabor de la velocidad, de una ilusión de
libertad, pues ningún carro puede moverse más allá de los
límites que
un ave
crío
en su nido o en el ramaje del nido.
Fuera de su nido, se expone a lesiones graves o la misma
muerte, lo mismo que algunos automovilistas agobiados por
semáforos
, topes y otros cien atolladeros. L
a sensació
n de
la velocidad entra a la sangre como una droga que nos
instiga a sortear las trampas del tiempo, sin duda huir del
pasado, y a volcar las marañas de ofuscaciones que nos
atan, como una segunda fuerza gravitatoria.
No deja de parecer estúpido que basta un carro potente para
respirar sin la pesadez gravitatoria, donde quedamos
anclados como las moscas en el papel viscoso? Alguien
inventó aviones igual que descubrió los movimientos
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lejanos de los astros, para desafiar esas ataduras, esas
obsesiones, contra las que luchamos a diario por
liberarnos
. Así los
gitanos, vagabundos o turistas viajan
sin cansancio, en el afán de obtener victorias, probando sus
fantasías de brincar las fronteras del tiempo. ¿Hasta dónde
nuevos espacios, nuevos paisajes, gentes o calles, nos
brindan un salto en la dimensión del tiempo? Es una
pregunta sin respuesta, hasta ahora.
Entonces Marco vio entrar al taller un perro vagabundo que
se le escabullía por un flanco, huyendo hacia un escondite
entre los carros y motores en repar
ación
. Marco
intentó
atajar al invasor lanzando fierros, pinzas, bujías,
martillos. No encontró algo mejor y el animalillo se perdió
entre los recovecos del sitio. Lo había visto antes, pero
desaparecía y regresaba. ¡No lograba tranquilizarse
Marco con su
s cincuenta años de vida encima luchaba
entonces con toda su fuerza por un solo propósito: hacerse
de la propiedad del taller. Apenas eso y comer y dormir.
Pese a que los talleres como el suyo no pueden ocultar su
condición
de sobrevivientes de un naufragio, arrollados por
el impacto de más y más revoluciones tecnológicas e
incertidumbres de la vida. No le iba mal a Marco, pues los
cientos de carros viejos circu
lando ahí en Tepango
con sus
motores y equipos maltrechos, le garantizan buen tiempo
más de acti
vidad.
Tepango, una ciudad tamaño mediano
del
centro del país, que quiere crecer, pero con el ánimo
incierto y marchito de los pueblos seniles, decadentes,
enfermos de los huesos, de las arterias, de anemia y otras
complicaciones.
Enfadado, lanzó varios pedruscos que chocaban contra el
muro de ladrillo del fondo. Es decir, contra la nada, pero
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¡era tan libre de hacerlo El bullicio provocó una estampida
de pájaros acampados en la techumbre. No había furia en su
gesto, sino impaciencia en el rostro cincue
ntón del
mecánico. Un día intensamente cálido, poco propicio para
concentrarse en algo. El aguijón de la impaciencia le
cerraba el paso a la claridad.
Ya el atardecer palidecía
,
abriendo las puertas a la penumbra y estrellas de la noche.
Su fortuna pendía de un hilo para consumar la compra del
inmueble que todavía alquilaba. Luchaba por una victoria
grandiosa le hacía sentir el retorno a su infancia, como si
flota
ra en el vacío
sobre una bolsa de adrenalina
arrastrada por el carro de la incertidumbre. Pero las cosas
se embrollaron. ¿Contra qué luchaba exactamente?
Las primeras estrellas ya asomaban y, los rayos solares
comenzaban a abandonar el suelo de Tepango. ¡Un día menos,
menos luz, una noche más, otro ayer, en esa secuencia
¿Por
qué la demora o bien la compra del inmueble estaba por
estropearse? La pregunta torturaba a Marco. Su interés por
la propiedad creció al descubrir en su taller, tras años de
habitarlo, un verdadero refugio,
más
que un taller.
Repiqueteaba el teléfono con insistencia. No alcanzaba a
oír el ring, ring. Su atención se dispersaba en uno y otro
rumbo.
Marco no quería no depender de un contrato de alquiler del
inmueble. Frente a los vaivenes de la vida, todo riesgo
puede explotar en cualquier instante. Quería la propiedad
del inmueble a toda costa.
Salió a la puerta exterior. Miraba la gente disfrutando la
tarde, salía
n a pasear o de compras. Las ondas solares
dejaban su cálida huella en el bodegón del taller, rebotando
sobre las copas de los árboles de la calle. Miró el horizonte
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lleno de nubes lejanas, borrosas, con indicios de lluvia
sobre los suelos de Tepango.
El repiqueteo del aparato
proseguía pero
no al alcance de
Marco, quizás sofocado por el ruido del tráfico. Soñaba que
ese día sucediera algo diferente a la monotonía cotidiana.
No sólo
clientes, herramientas, cuentas bancarias,
cobranza. Un relámpago de recelo aguzó su oído y corrió
hacia el escritorio de su oficina. ¡La llamada que esperaba
con ansias
.-Buenas tardes, ¿cómo le va señor Marco? Le llamo de
parte de
la señora
Carasao.
–
Marco reconoció
la voz tan
anhelada, como melodía de un ángel.
.- Si, buenas tardes, bien, todo bien, ¿cómo está usted?
.- Bueno ya lo adivinó usted. ¡Le tengo la gran noticia de su
vida, lance sus cuetes al viento Su asunto está listo. Vaya
cuando guste con el notario.- la fragancia de la voz
femenina, juvenil se tragó la soledad del taller.
.- Gracias, claro que es una gran noticia, no sabe cuanto me
alegro de esta noticia…. Me alegra mucho de verdad. – la
voz resonaba con
más
a
legría,
con fuerza, para competir
con los ruidos de la calle. Y Marco exclamó sin pensar. –
Tardamos un poco, pero al fin ya está arreglado.
Ya era tarde para corregir la pifia de un reclamo injusto. Su
ansiedad adormeció su pensamiento. No tenía claro por
donde y cómo se disparó esa pifia. ¿En
qué fibras oscuras en
sus controles del cerebro, estalló el disparo emocional en
automático? No, no fue equivocación, sino algo accidental,
por fallas de los dispositivos mecánicos y bien, ¿dónde o
cómo repararlos?
.- Déjeme decirle algo. ¡Tardamos mucho, claro - el tono de
voz de la secretaria retumbó en forma vehemente,
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exasperada. - Señor Marco, fue usted mismo mismo quien
exigió tantos cambios. Por no entorpecer, aceptamos las
sugerencias.
Pudo ser más sencillo
,
y se complicó
con
algunos riesgos. Usted moviò un avispero, sin darse cuenta.
Ahora usted me reprocha por demorar cuando sólo quise
complacerlo.
Marco pudo medir antes sus palabras. La secretaría no
merecía la reprimenda. Nunca había sospechado que por su
terquedad, las cosas reventaban, al obstinarse en algunos
cambios legales.
.- Bien,
está
bien, ahora si me da los datos por favor.
–
dijo
el mecánico de manera casi mecánica, mientras balbuceaba
con voz sin aliento que nadie podía escuchar, algo que
pretendía ser una disculpa.
.- Claro. Es todo, pásela bien. - ¡Vaya con la gente, hasta
con sus propias reglas se molesta -
Seguía murmurando
la
secretaria.
.- Hasta luego. Le agradezco su amabilidad.- se despidió
con tono de aturdimiento. Daría todo por borrar de su
mente el enredo.
Marco dio por hecho tener en el bolsillo la propiedad del
inmueble de su taller. Los anhelos de propietario de su
ta
ller se convertían en un trofeo
, en una realidad. Marco
Sarabia se arrellanó sobre su sofá deslucido. Pensó que no
debía a la mera suerte el obtener la propiedad de “su”
taller. ¡Su gran orgullo Sorbía las ráfagas de aire fresco
pregoneras de la lluvia nocturna, y se zambullían como
burbujas por los laberintos de sus pulmones y neuronas.
Miraba al cielo jaspeado de nubecillas volubles. Deseaba
celebrar pronto la inauguración de su taller mecánico con
baile, copas, banquete, música. Aun en medio de los olores
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CAPÍTULO II Un cliente sopresivo.
“Cualquiera puede ponerse furioso… eso es
fácil. Estar furioso con la persona correcta, en la
intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo
correcto, y de la forma correcta… eso no es fácil.
“Aristóteles, Etica a Nicomaco.
*******
Un cliente con un carro ford llegó al taller, en ese
momento. Un señor vestido de traje azul marino, corbata
tono gris, de unos sesenta años de edad se presentó con el
mecánico.
.- Buenas tardes, ¿usted es el dueño del taller? – el tono
meloso cayó como agua helada, con un zumbido de alerta en
el mecánico.
.-
Sí, dígame.
-
extendió la mano ante al saludo.
El gesto
agrio de Marco no desaparecía.
.- Créame, señor Marco, no es mi costumbre molestar a
nadie. Vi su horario en el muro de la entrada. Ahora,
¡comprenda por favor ¡A todos se nos pueden presentar
urgencias, casos inesperados
.- Señor, ya se me fue la gente. Un poco antes, y tal vez… -
comenzó a soltar su fastidio el mecánico.
.- Lo sé, lo sé señor. No quiero importunar. Pero mis
enfermos y sus padecimientos no tienen tic tac en su reloj.
Mire, sólo revise los frenos. Es por seguridad. Le pagaré
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ufanaba siempre el orgulloso mecánico. La velocidad de los
eventos con su incertidumbre domina la situación,
perturbando
así nue
stros sentidos de alerta o por aciagos
presentimientos.
Por su parte, el dentista buscó en sus bolsillos unas
monedas que depositó en la máquina de la recepción y
extrajo de ahí un refresco gaseoso y unas golosinas saladas
y picantes y se arrellanó en el sofá de la recepción. El
perro pardo se echó de bruces comodinamente junto al
dentista, ahuyentando las sombras de las moscas con su
rabo y sus patas traseras, como si su refinado olfato ya
presagiara el funesto olor de la muerte.
Una pareja de jóvenes desaliñados, con gestos huraños
entraron al taller pidiendo limosna. Ambos jóvenes lo
miraban fijamente. El joven parecía nervioso con una
sonrisa extraviada. El dentista
primero sintió molestia por
la irrupción, luego miró con detenimiento a los jóvenes
estrafalarios. Fue hacia ellos y notó que sólo ella prestaba
atención; se asombró al acercarse el dentista. Curioseó
Anzures, con mira
da clí
nica la cabeza del joven, con pelo
hirsuto, la piel color de la tierra y apreció dos cicatrices
en su frente. Huellas inequívocas de recios golpes, con
viejas cicatrices. N
o estaba o no parecía drogado.
.- ¿Qué le pasó? – el tono suave, docto, tranquilizó a la
joven.
.- Fue hace tiempo. Éramos estudiantes. Una pandilla de
vagos nos obligaba a robar tiendas, panaderías o dinero en
nuestras casas. Quisimos escapar y lo golpearon.
.-
¿Fue todo?
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.- No, los pandilleros nos acosaban a diario. Sabían nuestro
domicilio. Unos policías incrustados en la escuela nos
ayudaron.
.- ¿Alguien los delató?
.- No, pero sus papás lo corrieron de su casa. Y hemos
andado por allá y por acá. –
La
joven señalaba con su mano
derecha a su compañero.- ¡No puede caminar bien
Marco se acercó para saber qué sucedía.
El dentista sacó de su monedero unos billetes y los
extendió a la joven que casi los arrebató para depositarlos
en un escondite dentro de su busto. Marco hizo lo mismo,
compartiendo el ánimo quijotesco, y además le obsequió al
joven una varilla de acero de más de un metro de largo.
.- Les servirá de bastón y defenderse de los perros
callejeros o de lo que sea.- agregó Marco y se fueron los
jóvenes.
-
¡Tan jóvenes y l
levan mucho tiempo sumidos en
la miseria, viviendo así por culpa de… ¡
El joven arrojó al vacío la varilla, oyendo la voz primitiva
de su instinto, la lanzó con fuerza lo más lejos con la
complicidad de los silencios y misterios del atardecer.
El dentista se creyó entonces comprometido a acompañar a
Marco. Los ruidos de camiones en las calles aun devoraban
los silencios del taller.
La pausa impuesta por la presencia de los jóvenes logró
mitigar la tensión
entre Marco y el dentista.
.- Señor Marco, viví en México, como usted. Me iba bien.
Tuve mi dinerillo , un pequeño capital. Pero las cosas se
complicaron en esos años tan fatales. ¡Los molinos del
infierno se tragaron mis ahorros
–
el dentista masticaba
unas galletas. – Bah, no creo que le interesen mis detalles.
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.- Le entiendo. Mire usted. La gran ciudad nos enamora como
una jaula dorada y luego nos escupe puñetazos, orinándose
de nuestras ilusiones.
¡N
o la dejamos todos por motivos
económicos Las familias se desintegran, separaciones o
divorcios… no, no sólo alcoholismo, drogas. - Marco alzó
su mano derecha, atajando las interrupciones del dentista.
.- Siga usted. Siga, adelante. - exclamó el dentista como un
niño fascinado. – Pero construyeron la gran ciudad como un
circo gigantesco, de elefantes vírgenes y, mire, no para de
crecer, un festín y derroche de dinero. ¿De dónde sale tanto
que hasta lo tiran? No paran de gastar.
.- Ya veo.
.- Vea mi calendario, le faltan los volcanes. Está viejo mi
calendario, pero ahí aparecen esas reliquias y monumentos
aztecas.
.- Ah, veo
otras cosillas en su calendario… esas
beldades
con sus lindos traseros desnudos.- el dentista seguía
embelesado en el calendario.- De modo que usted no sabe
apreciar el valor inmenso de las reliquias.- lo dijo en
tono de desprecio.
.- No, no, doctor ¡para qué – El mecánico limpiaba el sudor
y grasas de sus manos.- Un carro viejo vale mucho como una
reliquia o monumento
, pero más si tienen la carrocería
,
traseros de lujo y belleza de esas mujeres que lo
enloquecen. No se preocupe, es algo natural. Son dos
bellezas monumentales, los carros y las modelos.
.- Tiene razón, una reliquia vale más que un carro del año.
Pero veamos, señor Marco este carro rojo deportivo. Mire
bien la modelo rubia, recostada sobre sus bielas, bujías y
pistones, incrustada en los huesos de sus brillantes
piernas, sus rótulas tan redondas, glúteos y caderas tan
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turbulentas como los cigueñales y los músculos sartorio,
pectoral y pectíneo. Vea, solo mi claro interés profesional,
señor mecánico
. Nada trivial.-
suspiró con tono hipócrita.
.- Mire, los carros no duran para siempre. Y estas joyas al
paso de un tiempo, nos aburren y nos cansan. ¿Quién
revienta por un carro viejo? Despreciamos lo usado, porque
nos han llenado la cabeza de necedades. ¡No sólo los carros,
sino muchas cosas se rebajan por esas ideas tan locas Nos
obsesionan las cosas nuevas, luego las tiramos. ¡Vea las
diferencias entre lo nuevo y lo usado - señaló Marco
atento a los gestos del dentista.
–
Creo que así pasa co
n los
matrimonios. ¿Hasta dónde soportamos una relación
dificultosa con la pareja, como una sentencia fatal?
Estamos ciegos para ver lo importante de una nueva vida
con una nueva pareja. Somos esclavos de un ambiente hostil
de lo que huele a
“segunda mano.”
.- ¿Qué simplezas dice usted? ¿Cambiar o disponer la
pareja de uno como si fuera un simple carro? – Sin duda la
comparación de los carros con los matrimonios fue un
chasco imperdonable. P
irotecnias retóricas
.-
¿Sabe lo que
dice? ¡No compare el matrimonio con un pobre cacharro
.- No me malentienda, doctor. No dije nunca eso… - de mala
gana gruñía
Marco, encandilado en la
discusión
.
–
Me
malentiende. El cambio de pareja no trae nada bueno. Crisis
emo….
.- ¿Crisis, qué sabe usted...? ¿Y el tiempo que ha vivido,
ese tiempo pasado, gastado o usado, también se deprecia,
también pertenece a la basura de segunda mano? ¿Sus
recuerdos no le importan a usted? Sus ideas se
contradicen.- el dentista, con sus argucias y confusiones,
sonreía como un gladiador triunfante.- ¿Tiempos usados?
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¿Recuerdos de segunda mano? Bah... No sabe usted lo que
dice.
.- Le digo, usted trata de confundirme.-
replicó Marco.
.- No divague sobre el tema. La pareja nunca se conoce. Ya
sin esas cosill s y juguetillos y del sexo. En esas piruetas
alocadas ni
se conocen, ¿cómo
desea que vean esa diferencia
que ni usted entiende?– el diálogo de sordos y borrachos
proseguía en un duelo interminable.
.- Dígame pues ¿por qué tantos divorcios y separaciones? –
el mal humor del mecánico reflejaba su pasión por el
mando.
El mecánico iba a un lado y otro del carro buscando al
tanteo, sus herramientas.
El dentista seguía erguido y meciendo en las puntas de los
pies, prolongando la controversia como juego de ping pong
sin red, ni pelota.
.- No estoy de acuerdo, ¿ya terminó?
.- Muchos matrimonios se engendran en el miedo y la
soledad. Así comienzan y al marcharse los hijos, nos
quedamos profundamente solos.-
remarcó el dentista.
-
Separación y divorcio no es lo mismo. ¡Olvídese de los
trebejos legales Lo que nos aterroriza es la división, algo
que
por ahí no quedó resuelto
.
.- Vaya, me sale usted con algo tan trillado. ¡Simplemente
la soledad
….
No me decepcione, doctor.
.- Separación es como viajar en tren. Usted va con su pareja
y después uno de los dos decide un vagón aparte, y retirarse
y se baja en la parada siguiente. La separación es pasajera y
reanudan el viaje.
Cuando no hay divisiòn, no hay
problemas. Pero si se dividen, cada uno agarra un tren
diferente.
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.- Claro, no pueden seguir.
.- Si, es el lado oscuro. Manías sadomasoquistas. Imagine si
uno se quiere divorciar y el otro no.
.- En medio están los hijos.- pensó Marco en voz alta.
.- Si, ya tocó usted el lado sentimental. – dijo mordaz el
dentista.
.- Claro, no se puede menospreciar.-apuntó Marco.
.- Pues lo importante está en el hueco entre el matrimonio
y el divorcio. -El dentista no reparaba en el gesto
colérico de Marco.- Estamos encerrados en una sencilla
aritmética. Después del uno sigue el dos. Grabéselo bien
.
.- Ya sé. Remordimientos, arrepentimientos. Yo le entiendo.
Es decir, en todo lo que hacemos, soñamos con un lujoso
carro deportivo “Porsche” y lo mejor del futuro.- El
diálogo fluía entre fantasmas afligidos.
.- Exacto. Ese
vacío
provoca la explosión
en
los líos
del
divorcio, como los pistones en los carros.
.- O sea, ya no tienen remedio.- sentenció Marco con
tristeza.
.-
¡Nunca hay remedio en esta vida, así es señor Marco No
se engañe, nada es fácil. Usted se ahoga solo por su
metafísica y los milagros que espera usted de la vida. Vea
como todo mundo se las arregla con feroz egoismo
, ¿qué les
importan los demás? ¡Esas modelos maquilladas le sirven a
usted de ejemplo Las muy bellacas muestran todo menos
sus dientes, pero sus cuerpos despilfarran combaduras
asombrosas. ¿Qué piensa ahora del divorcio? ¿Tiene
remedio?
.- No
. Ahí está
ahí
la
raíz
del problema.
.- Vea usted, todo lo complica. Se preocupa demasiado. Vaya
usted a su iglesia. Ellos tienen todo para ayudarlo.
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Oraciones, confesionario, rituales, rosarios, cánticos,
bendiciones, penitencias. Y usted seguirá angustiado. Será
usted un adicto fervoroso de su iglesia.- el dentista
eternizaba con sus galimatías.
.- No creí que usted considerara esa solución.
.- Respeto mucho la iglesia, soy un creyente. Pero vea
cómo
un matrimonio ya de origen pareciera un divorcio. Pero,
¿qué quiere usted? ¿Cuántos divorcios necesita usted para
ser feliz? Rehacer una vida no es tan fácil. Lo que importa
realmente es averiguar la espinita que trae cada uno
adentro, y desahogarla con alguien...-
el dentista remató
como un maestro de estilo autoritario.- Pero, mire, vamos
dando un giro a esta charla a puntos más concretos.
.- No, doctor, no, mire en unos minutos llegarán mis
amigos. ¿Sabe de qué hablamos siempre? De todo, de
deportes, de bromas y nunca de nuestros asuntos privados.
–
Marco repuso y parecía retornar a su tarea.
.- No descuide lo importante. Miles de gentes se divorcian
o separan a diario. ¡Lo acaba de decir usted mismo -
exclamó
el dentista deleitandose en sus contradicciones,
echando al viento sus verdades a medias y desahogos.
.- Tal vez, pero usted sí me comprende.- el debate no
cesaba.
.- ¿Quién no repite que el matrimonio es la tumba del amor?
Más preciso es la muerte del espíritu deportivo, del
acicate natural de competir. ¿Cree usted que alguna vez
acaben las coqueterías, las picardías de la mujer? El
secreto está en ver claramente este lado invisible y
aprovecharlo, dentro de sus límites.
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.- Igual puede ser un viaje al infierno. Ese lado invisible
habría que pensarlo. Mire doctor, así se han matado muchos
corredores de autos.
.- Usted quiere reformar las cosas, usted solito. No quiere
usted ver que de esa forma todo mundo se divorciaría una y
otra vez.
¡
Defendamos la estabilidad del carro blindado Por
ello es tan costoso. Usted no lo sabe, pero yo ya tuve un
divorcio. También mi mujer al casarse conmigo ya venía de
una separación. Espero que usted comprenda que su tiempo
y confianza conmigo no son inútiles... Tenemos algo en
común. –
zumbó algo extraño en l
a mente de Marco, por la
pulla del dentista.
.- La cuestión están en elegir la pareja. No, no es tan
fácil…- dijo Marco, con la sensación de tener los píes en la
lumbre.
.- U
sted le teme más al matrimonio que a la misma muerte.
.- ¿Y quién no, doctor? Pregunte a sus pacientes.
.- Bueno, ¿quién no desea un matrimonio duradero y feliz?
Mientras que la muerte, mientras más rápido, mejor. –
sentenció sin saber los
aires ominosos que
escondían
sus
palabras.
En ese momento, recibió el dentista una llamada por su
celular. Sin embargo, una idea
cruzó
por su mente como un
relámpago, ¿por qué ahora le preocupaban tanto los
compromisos ajenos, el chismorreo de temas confidenciales
como ahora lo hacía con el doctor Onofre?
El dentista cerró su celular. La pausa se humedeció con
frescas ráfagas de aire.
.-
¡
Me gustan estos ejercicios de
opinión
–
Marco intentó
dar un nuevo giro a la charla.- ¿Sabe qué sueño a diario?
Quiero restaurar carros compactos, rediseñarlos. Quiero
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ganarme un lugar aparte como mecánico. Los carros viejos
no son como los sombreros de copa. Pero ¿sabe por qué esta
idea es muy buena? Sencillo, porque a la gente le gusta la
ilusión de retornar a su pasado, de lo que sueñan con su
pasado.- Marco esbozaba una sonrisa de enorme candor y
placidez, como la de grandes inventores.
.- Sueños de inmortalidad, ilusiones.-balbuceó el dentista
piadosamente.- ¡Fantasías de chiflados
Marco ya no escuchaba. Reflexionó. Había advertido la voz
de sus sensores internos de alarma. ¡Pregonaba sus
confesiones más
secretas a un desconocido No sin riesgos.
¿No se arrepentiría alguna vez de estas confesiones a un
tipo extraño, hablantín? Cualquier amigo le echaría en
cara: “qué, ¿andas borracho, desnudándote en las calles?”.
Prefirió la prudencia. Frecuentemente la función de los
instintos obra como un impulso para potenciar la
conciencia del medio y de la inteligencia a veces
adormecida.
Marco no había abordado antes sus ideas sobre su ámbito
privado con nadie. En algunos momentos, estuvo a punto de
estallar y decirle al dentista, “Bueno, dígame: ¿qué es lo
que quiere saber, a dónde quiere llevar esto?” Se sentía
atrapado como e
n el juego del gato y el ratón.
Se apresuró a
su tarea de la reparación del Ford. El dentista visiblemente
desconcertado tras la llamada. Por
su parte, Marco veía el
reloj, estaban por llegar sus amigos del dominó, fue hacia
su oficina, cortando la charla tan llena de divagaciones y
de augurios fatales. Miró con enfado al dentista, el cual
asumió como su responsabilidad que el mecánico se sint
iera
ofendido con sus comentarios.
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.- Gracias, gracias de verdad, señor Marco.- Onofre sacó
del bolsillo su billetera y entregó un grueso fajo de dinero
al mecánico. Al ver el asombro de Marco, el
dentista
agregó.- Déjeme corresponder como se merece.
.- Pero mire usted, es mucho dinero, más de lo que cuesta
el servicio.-
Marco intentó devolver la diferencia que
creía justa.
.- No, por favor, no me haga esto. Todo salió bien.- Onofre
expresó con sinceridad. Muy lejos estaba de adivinar la
tragedia por venir.- Y con toda la pena del mundo, con pena
de verdad, pero necesito otro favor. Me acabo de enterar
que mi esposa se ha indispuesto, y debo llevarla conmigo.
Por favor, necesito de su apoyo. No puedo dejarla sola.
.- Deje su carro aquí, con gusto se lo guardamos.- Marco no
entendía claramente, no captaba la intención del doctor.
Sin querer, su disposición
abría la puerta a la desgracia,
aun inimaginable.
.- No, mire, escuche. Es un poco más que eso. Necesito de su
apoyo para que usted me lleve con el carro a “Santiago”. Me
acompaña mi esposa también
. Ya vi
ene para acá en taxi.
Por
favor, no me diga que no. Sé que estoy colmando su
paciencia y comprensión.- imploró el dentista.
.-
No es eso, sino que ya estoy agotado… Créame. ¡Podemos
intentar con un taxista
.-
Mire, ¿qué le parece? Descanse un ra
to y me resuelve,
pero ayúdeme. Sólo espero que llegue mi mujer. No cuento
con nadie, ni con un amigo o familiar.- el tono humilde no
dejaba dudas de su situación.
.-
Mire doctor, lo haría con gusto,
pero no me siento bien.
Estoy muy cansado, de otro modo, créame. - hizo una pausa.
De sospechar el curso posterior de los acontecimientos,
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Marco debió sostener esta decisión con firmeza. Pero los
lamentos no sirven ni como una canastilla de auxilio,
cuand
o vamos en caída, en el vacío de respuestas
frente a
los enigmas del futuro.
.- Pues, quizás alguien que conozca. – Sugirió insistente.
- No acostumbro molestar a nadie. Ustedes no me conocen,
Tal vez su hijo quisiera ayudarme.
.- Bueno, si puedo ayudar, para que mi padre no se sienta
presionado, me sirvo un café y, doctor, podremos salir en un
minuto.- Daniel intervino con la generosidad propia de la
juventud.
En ese instante llegó en taxi una joven veinteañera, de
parte de la esposa del dentista, precipitando las cosas.
Habló a solas con Onofre. El mismo dentista se notó
sorprendido, alejándose con la joven hacia la puerta del
exterior del taller. H
acía ademanes de disgusto
. Luego la
presentó a Marco como su sobrina, quien ayudaba con unas
maletas del taxi al Ford.
Se despidieron el dentista, su sobrina y Daniel con prisa,
pues ya había obscurecido
con el cielo plomizo. Marco
recomendó a Daniel conducir con cuidado. Daniel le comentó
que tal vez no regresaría esa noche a dormir en casa. Pero
el curso de las vidas humanas dista de seguir una
trayectoria lineal, previsible. Los hechos y decisiones
fortuitas que cada individuo agrega en la cadena de
sucesos, trazan el puente invisible más largo del universo,
entre lo previsible y el desenlace final.
Mientras salía del tráfico urbano de Tepango, Daniel
hablaba por el celular con un amigo suyo. La llovizna
comenzó. En el alto de un semáforo, habló con el dentista.
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.- Voy a pasar a la tienda de la gasolinera por algunas
galletas y bebidas, ¿desean algo de la tienda?
.- No, no gracias. Vaya con calma. No hay prisa.- El tono
amable del dentista facilitó a Daniel el plan que abrigaba
en su mente.
.-
Nos va a acompañar un amigo mío. Traerá mi camioneta
para el regreso.
.- Si, claro. Como a usted le convenga, joven.- el dentista
andaba desorientado, adormitado. Su sobrina permanecía en
silencio.
En el parador de la gasolinera, Daniel hizo algo de tiempo
en la tienda, esperando a su amigo, de nombre Ricardo.
Llegó pronto Ricardo. Amigos inseparables, hablaron del
plan del viaje. Entre ellos se aprecia un enorme parecido
físico, talla, color de la piel, peso. Además la vestimenta
juvenil de pantalón mezclilla,
zapatos tenis y gorra
aumenta las similitudes a primera vista. Ricardo se
resistió a conducir la camioneta en la carretera, lo cual
redundó en el desenlace del viaje. Tenía varios argumentos
para rehusar
por las citas en su agenda. Por fin accedió a
acompañarlo, pero lo condicionó a conducir el carro del
dentista, por ser menos complicado que la pick up.
Mie
ntras discutían ambos amigos, se escurrían
a sus
espaldas cerca de la pick up, un par de tipos. Al amparo de
la oscuridad, nadie podía adivinar
sospechas contra ellos y
todo siguió su curso. Daniel y Ricardo no percibían nada
extraño, la trama descubriría más tarde movimientos que
no eran hijos de la casualidad. Una mano oculta con fines
malignos, implacables, no descansaba paso por paso. Nadie
ve
ía
a los tipos y rompieron el cristal de un faro delantero
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de la camioneta. Utilizaron un trapo grueso para silenciar
el golpe.
.- Doctor, mire es mi amigo Ricardo. No maneja camioneta
pick up y si usted acepta, él va a conducir su carro. ¡Por ser
automático Yo iré detrás de ustedes.
.-Muy bien
jóvenes
, mucho hacen por nosotros. Adelante.-
El dentista y su sobrina ya se veían fatigados por toda la
espera, ya muy prolongada.
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26
CAPÍ
TULO III.- R
eunión de dominó.
Marcos cerró la cortina del taller minutos después de
la partida de su hijo Daniel. Justamente llegaban sus
amigos del grupo de dominó. Habilitados con los víveres,
brindaban efusivos a toda carcajada, con cervezas y la paca
de antojitos y tacos para cenar. La recepción de taller
parecía diseñada más para estas reuniones con sus muebles
y estampas alusivos a juegos, festividades y temas de
entretenimiento.
Hernán, periodista, ingeniero, pensionado y sesentón,
organizaba estas reuniones, una vez a la semana, donde no
aceptaban apuestas en su código de ética, para preservar
las amistades por encima de todo.
.- Y ¿de qué escribes hoy en la revista? – alguien le
preguntó, desterrando los silencios.
.- No publicaron mi artículo. Con un carajo, ¡no les
importa
.- ¡Censura, prohibiciones –.
.-Puedo adelantarles algo. ¡Denme uno minutos
Provisionalmente, lo
titulé
“Detrás del Paraíso”.
Quiero
leer una parte para ustedes.
.- Bien, somos todo
oído
.
El periodista afinó su garganta.
“Comienza con un tipo entrenador de una pandilla juvenil, a
la luz de la luna y unas cuantas linternas, los arenga.
Arrellanados sobre sofás improvisa
dos dentro de una
bodega abandonada,
seis jóvenes
escuchan su discurso a
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mitad de la noche, bebiendo cervezas. La mayoría de
asistentes son muy jóvenes.”
Leía su nota en forma pausada.
“Hay siempre alguien a nuestro lado en los momentos
difíciles, siempre encontraremos aliados en ese tramo de
nuestras vidas. Por ser diferente de nosotros, ese alguien
desconocido puede conectarnos a esa parte del mundo de
sonidos, imágenes y olores que no podemos percibir o que
percibimos de modo insuficiente. Como dicen, aquí todos
mosqueteros, uno para todos y todos para uno. Pues nos
ayuda a mult
iplicar nuestras capacidades. Má
s aun cuando
actúa en una dimensión superior a nuestras fuerzas y como
una especie de ángel. Nos abre nuevos caminos y nos
descarga de problemas.”
“Pero a veces otro ser distinto acude a nuestro destino que
videne
sólo
a traicionarnos y obstruirnos,
causándonos
prejuicio y desgracias. Son unos monstruos o demonios.”
“No hablamos aquí de nada sobrenatural. Son seres de carne
y hueso con nombre y apellido. Su ayuda descifra nuestra
conciencia de zonas límite
, donde prevalece la humildad de
la condición humana. En la antigüedad los reconocían como
ídolos, esencias invisibles, apolos, ateneas, minervas, con
poderes sobrehumanos. Pero son realmente amigos,
familiares, o conocidos. Algunos actúan a nuestro lado por
mucho tiempo y se marchan. Cuando nos falta ese apoyo
frente a las amenazas y peligros, sentimos naufragar en el
propio infierno. “
Algunos de los oyentes se miran confundidos, pues no les
resulta claro el mensaje.
“Miren, algun
os de ustedes me comprenden. Han pasado por
amargas experiencias. Los demás me entenderán pronto,
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porque nadie está a salvo de semejantes retos. Déjenme
continuar y entraremos a sesiones de preguntas y
respuestas.”
Seguía con su nota, el periodista.
“Tenemos una misión importante. Es más importante que
cuando disparamos las pistolas
, los automóviles o
los
cuchillos, el saber que cada uno es el ángel, la ayuda o
aliado incondicional de los demás. No dejaremos que nos
aplasten mientras robamos o matamos. Al menos, nos
vengamos. Nadie avanza ni cumple su misión sin el aliado…
¿queremos ser solo peones o alfiles y más?”
“.- Están llegando los demás…. – exclamó uno del grupo,
interrumpiendo al orador.”
“Cuatro siluetas surgían entre las sombras de la noche. Un
perro color pardo oscuro iba con ellos meneando la cola.
Como si fu
era su guía en medio de la oscuridad.”
“.- ¡Vaya por fin llegan - exclamaron.”
“.- Ha sido un día bueno. – comentó un tipo de aspecto
grotesco, caricaturesco, complexión robusta mirando al
grupo. Se nota ya envejecido y con su sonrisa mordaz.
–
“Vamos al grano, hay mucha lana para todos. “
“Sonrisas y exclamaciones de júbilo. Todos le aplauden.”
.
”
-
¡
Sshshsh. Recuerden donde estamos. Era notoria su
autoridad. – Sin ruidos. Nada de ruidos. “
“Comenzó a repartir fajos de dinero. “
“.- Úsenlo con cuidado como siempre. Ahorren todo lo que
puedan. Les repito. De este negocio que hicimos, debemos
guardar algo para equiparnos mejor, y también para
imprevistos. ¡Nunca faltan ”
“
Cada uno fue a saludarlo de mano y darle gracias.
“
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“.- Antes de despedirnos, les tengo una noticia no muy
buena. Vamos a suspender nuestras reuniones aquí en este
bodegón. Lo van a usar para otra cosa. En una semana
tendremos otro lugar. ¡No es el fin del mundo ”
“- Cómo, ¿no es tuyo este lugar? – la noticia cayó de
sorpresa aun cuando el
rótulo
de “
S
e renta” en el muro
frontal apareció por buen tiempo. Pero siempre la balanza
caprichosa de la vida brinca de un lado otorgando sonrisas,
y pronto salta al punto extremo de las expiaciones.”
“- No pasa nada, nos servirá esta pausa como descanso… -
agregó el líder de la pandilla, sin poder ocultar su propia
contrariedad.”
Los oyentes del club de dominó comenzaron a impacientarse
por tanta palabrería del periodista. Y cesó de hablar.
.- ¡Un lavado de cerebro para mafiosos y rufianes –
coment
ó
el flaco en voz alta.
.- Si, si, no tiene nombres ni argumentos. Sólo engaños y
promesas para mantenerlos bajo su control... y ya sabemos
de quién se trata.- dijo otro.
Todos con gestos de asombro hacían comentarios en voz
baja, intentando encontrar el sentido del relato con algo
palpable. Les invadió una inquietud extraña por sentirse
bajo el techo de una vieja escuela del crimen. Pero ¿hay
escuelas para esos criminales? ¿No la escuela es una
trinchera para hacer el bien?
.- No entiendo ese mensaje a una bola de criminales…ahora
resultan unas blancas palomitas, jóvenes aprendiendo a ser
criminales.
.-
¿De dónde imaginan eso?
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El servicio eléctrico de luz se suspendió. Los truenos y
relámpagos anunciaban los chubascos que salpicaban la azotea
del taller.
En un trasfondo oculto como una caverna desconocida, techo de
una pandilla de malvados, despertó en los amigos de Marco,
suspicacias y pánico. El solo hecho de ampararse en las entrañas
de esta cueva de olores hediondos, cueva de una escuela del
crimen, ¿era una inocencia deseada, una negligencia simple por
ignorar su pasado? También cierta angustia sacudió a otros
como sentirse dentro de una vieja y peligrosa jaula de hienas. En
realidad, una fuerza supersticiosa para otros, pues la escuela
del crimen ocupa cualquier espacio del mundo, aun dentro de
nuestra conciencia, y cierta necesidad de pureza los arrastraba
a pedir un exorcismo o quizás rociarla de agua bendita, la
bodega vieja, el taller de hoy, el taller de Marco .
.-
¡Qué modos
de dar tus mensaje
s Así que esta bodega sirvió
como refugio para maleantes. – le dijo Marco en tono apagado
para que nadie más escuchara.- Y ¡al servicio de quién
.- Fue hace tiempo. Siempre conviene estar informado y sobre
todo contar con los amigos. Confiemos que todo salga bien.
–
Hernán abrazó a Marco. Después se dirigió al grupo. - Brindemos
por nuestro amigo Marco y por la prosperidad de su taller.
Un escalofrío recorría
las venas de Marco como una voz de los
instintos y con la furia de una alarma frente a los peligros aun
no visibles. Justamente ahora a punto de firmar la propiedad con
el notario, surgían casualidades de que preocuparse.
¡De modo que la bodega había pertenecido de alguna manera a un
grupo mafioso y que el perro pardo de ahí provenía, de esas
reuniones
A sabiendas de quién estaba detrás de esa pandilla, Marco
percibió con más claridad que tenía en su contra a un tipo muy
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poderoso, corrupto, asesino, jugando con vidas ajenas como
tirar dados a la mesa y más cuando quería vengarse. Si ya tener
un enemigo cualquiera, es una amenaza para la tranquilidad y la
misma vida de alguien, más si ese enemigo tiene una razón y
poder, entonces los tiempos de Marco estaban contados, como un
condenado a muerte.
Tal vez habría un recurso para impedir esa venganza siniestra.
En su mundo de las máquinas, se puede conseguir otra
oportunidad, pero es un mundo muy diferente el de las máquinas.
No aceptó verse sumido en esa fatalidad del condenado sin
remedio, pero tampoco se apuró a buscar
y poner en marcha un
plan para su salvación. Como la mayoría de la gente, desechan
las sombras de amenazas para continuar con las comodidades o
placeres, pocos o muchos, que les brinda su existencia, es decir,
resignarse a su suerte.
.-
¿Lo hablamos?
Farniaques es un rufián poderoso.
Ha ordenado
muchas veces atracos, vapuleadas contra quien sea. En cualquier
momento, te meterá en un problema, por lo menos. Mira, deja
decirlo a mi modo: desafiar a ese rufián, grabátelo bien, es lo
mismo que suicidarte. Cualquier vecino te lo dice.
.- ¿Crees que no me preocupo? El tipo puede matarme o
despedazarme. No esperaba este tropezón. – Marco, exaltado,
sorbió
la copa de tequila de un solo golpe. - Algo tengo que
hacer, pero no sé por donde empezar. No sabía que esta bodega
fue la cueva de esos asesinos.
.- Pero, mira. ¡Si en un rato de loca temeridad, matas en la calle
a ese tipo, te convertirías en un héroe con estatua ¡Nadie le va
a llorar - dijo con ironía.
.- O hazlo t
ú
.- Marco sonriendo le
devolvió
la broma.
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Los ruidos y aproximaciones de los demás iban e aumento e
impedían continuar el diálogo. La reunión festiva seguía su
curso.
.- Si a brindar y a jugar. ¡Todos a una.. Algo así.- dijo uno del
grupo.- ¡Que la vida es corta
.- Nada de tristezas, a jugar, a ganar todos.
–
dijo otro.
.- Brindemos por todos nosotros y por nuestra fortuna.
.- Bueno, Marco sí que sabe lo quiere. Se sacó la lotería, va por
el camino de la gloria. ¡Que no se olvide de los amigos – agregó
con voz hueca, llena de sorna, él del cigarro.
.- Vaya, no te andas por las ramas.
–
protestó
Marco.
.- Somos amigos, ¿o no? – terqueaba el fumador con su cigarro.
.- Si, somos amigos de los buenos. – intervino un mediador.
.- ¡Si me pagas, mato al marido de tu amante – todavía gritó él
del cigarro. Se refería al parecer al tipo más afamado del
pueblo, por sus vilezas, por su depravación y poderío.
Los demás querían terminar la trifulca.
.- ¡A quién le importa ese infeliz canalla
.- Que se vaya, mejor que se largue.- gritaban los comensales
contra
é
l del cigarro.
Dos de ellos tomaron del brazo al del cigarro. Lo llevaron hacia
la puerta de salida, haciéndole ver que las copas lo habían
ahogado y se fuera a su casa en un taxi.
El juego se acabó y una ola de silencio invadió el taller. Un día
plagado de mensajeros de desgracias para Marco.
Los amigos de Marco se despidieron.
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CAPÍTULO IV : El accidente.
Después de las compras en la tienda, Daniel olvidó su cartera,
sin querer, con su licencia de manejo en la ranura para monedas,
cercano al freno de mano del ford, ahora conducido por Ricardo.
Es decir, ante cualquier eventualidad, a partir de ese momento,
el conductor
parecería
ser Daniel.
¡Era el único documento de
identificación en el carro Ricardo no llevaba licencia de
manejo, ni otra cédula propia. Entonces, fueron hacia su destino.
La lluvia se hizo más intensa, justamente al salir de Tepango. No
cesaba de llover. La tormenta eléctrica simulaba una fiesta
nocturna muy ruidosa, con castillos y cohetes, al amparo de la
oscuridad del camino.
La distancia a transitar distaba unos veinte kilómetros con un
tramo corto de curvas. Ricardo calculaba menos de media hora
de camino. No
planeó
con su amigo sobre el regreso, por si
pasaban la noche en el sitio de destino, Santiago. Una ciudad de
unas cien mil personas, la mayor parte turistas y extranjeros
con residencia en el país.
En algunos instantes, Ricardo se
encontraría ya a la vista con las primeras luces de la red del
alumbrado en las colinas de Santiago.
Unos minutos después de tomar la carretera, Daniel se dio
cuenta que los faros delanteros estaban fallando. Sin las luces
resultaba imposible avanzar, se dificultaba ver con claridad la
línea de división de su carril. La lluvia y la oscuridad
complicaban más las cosas
. Hasta ese momento, Daniel marchaba
atrás del ford. Salió del camino principal, entrando a una vereda
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de terracería. Buscó una linterna, se vistió el impermeable y
salió a revisar la falla. La tempestad no facilitaba descubrir el
origen de la
anomalìa
.
Apenas abría el cofre de la pick up,
cuando sintió varios golpes en la cabeza y en otras partes del
cuerpo. Sólo veía largos túneles con sombras y luces tenues
dentro de su cerebro. Después quedó sumido en un estado de
inconsciencia, pero seguía con vida.
Ricardo no se daba cuenta de lo que pasaba con su amigo de
escolta. Pronto entraría al tramo final con unos dos kilómetros
de curvas suaves pero continuas, una tras otra. Por el
retrovisor notó que el
dentista estaba dormido. La sobrina le
hizo un amable gesto, aludiendo a su aliento alcohólico, para
dejarlo descansar. Ciertamente, Marco nunca se percató del
estado de ebriedad del dentista. Sin duda, el vino hizo sus
estragos lentamente.
El tráfico, pese a la lluvia, no era escaso.
Ricardo trataba
siempre de seguir al vehículo delantero, para aprovecharlo
como linterna. El tráfico carretero suele ser muy diferente a la
uniformidad de una milicia disciplinada y marchando al compás,
resaltan más bien las diferencias de carros en circulación en
cuanto a la capacidad del motor, pericia del conductor,
conocimiento de la carretera, entre otros factores. La
iluminación de la luna apenas se notaba.
Justamente al comenzar una zona de curvas, Ricardo sintió que
el ford resbalaba, tal como si hubiera aceite regado en el piso.
Perdió el control. Por instinto esquivó a un camión que por
instantes o microsegundos, le pareció enorme como una ballena
que se le echaba encima. Sintió un golpe muy ligero contra el
camión de carga, la ballena, que circulaba en el sentido opuesto.
No supo la magnitud del impacto, per
o alcanzó a virar
rápidamente a su derecha para atenuar el impacto y el ford salió
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supuestas de los frenos que no respondieron en el momento
crucial No se exoneraba de culpas al conductor.
¿De dónde salía tanta información? Nadie se lo preguntaba,
ni el mismo Marco.
Marco entendió que su esposa, Clarisa, se enteraría de
alguna manera. A fin de mantenerla informada, Marco le
llamó por el celular. Después de darle antecedentes y
tratar de tranquilizarla, le comentó que estaba con Daniel.
Le prometió ir por ella para estar cerca de su hijo.
.- No debes preocuparte. Daniel
está bien en lo que cabe. La
enfermera ya me adelantó algo, y me atenderá el doctor.
.- Estoy muy nerviosa. ¿No me mientes? - la angustia de
Clarisa explotaba con riesgo de convertirse en un problema
mayor por su enfermedad.
.- Por favor atiende un rato más al taller. Estaré en
comunicación contigo. Ahora debo estar
en el hospital.
.- Y ¿lo de los frenos? ¿Te están culpando a ti?
.- Es lo que dice la prensa. Pero Daniel está bien. Sufrió
unas lesiones. En cuanto podamos verlo, voy por ti.- a toda
costa buscaba tranquilizarla.
Entonces le cruzó por la mente que el asunto implicaba
asuntos legales contra él y contra Daniel. Quería poner en
orden sus ideas.
El arroyo de novedades fluía
de manera
tempestuosa; pisaba en terreno desconocido, espinoso.
Olvidó el t
ema, pues su celular repiqueteaba. Era su mujer,
nuevamente. Su preocupación iba en aumento. Después de
una hora no lo atendían en el hospital. El celular insistía.
Era Clarisa, su mujer.
.-
¿Qué sabes de Ricardo? Sus papás están preocupados. No
lo han visto desde ayer y me aseguran que andaba junto con
Daniel. Creo ya se enteraron del accidente y van para allá.
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¿Cómo sigue mi hijo?- La noticia se divulgaba con enorme
velocidad, como todas malas noticias.
.-
No, no sé, diles que estoy averiguando todo.
Cuando
vengan, los atiendo.
.- ¿Cuándo podré ver a Daniel? – La mamá imploraba con
insistencia.
.- En unos minutos me llamará el doctor. Te llamo pronto.
La llamada le despertó una duda. Se informó dónde podría
mirar las pertenencias de su hijo. No encont
ró obstáculos.
Observ
ó
la vestimenta, calzado, la gorra y otras prendas en
un depósito. No correspondían a Daniel. Para la mirada del
padre no escapaban los detalles, las diferencias en la
vestimenta respecto a las de Ricardo las cuales otras
personas, no podían jamás reconocer. ¡Algo había pasado
Algo no andaba bien.
Ahora, ¿Ricardo
, amigo de su hijo,
participó hasta la última hora? Los indicios obtenidos de
acuerdo con su observación de las prendas hacían suponer
que Daniel pudo no ser el conductor cuando ocurrió el
accidente. Quizás podría estar a bordo, pero ¿dónde estaba
entonces?
Marco se las ingenió para entrar al cuarto del hospital en
que se encontraba el conductor. Bajo las presiones que se le
venían encima, convenía descifrar la personalidad
verdadera del conductor del ford. A disgusto de la
enfermera, fingió equivocarse de cuarto, pero pudo ver por
un instante al lesionado. No, no era Daniel. Y reconoció a
Ricardo, disipando sus dudas. Pero ¿quién otro podía ser?
El cabello y
peinado excluía
n a Daniel. La piel de Ricardo
er
a más blanca. No le quedó
duda. ¡Cambiaron de conductor
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en el recorrido Pero no podía descartar que en el momento
del accidente, Daniel no fuera a bordo del ford.
¿Dónde estaba entonces
Daniel
? Podría estar lesionado en
otro hospital. De otra manera, ¿por qué después del tiempo
transcurrido Daniel no le llamaba? ¿Dónde podría estar?
No quiso especular, no descartaba que al impacto fuese
arrojado del carro y su cuerpo anduviera perdido cerca del
siniestro. Quizás permaneciera inconsciente.
No se le ocurrió aun buscar una abogado ante los líos que se
precipitarían en su contra.
Cuanto más tiempo pasaba solo en los
pasillos y accesos
del hospital, más aumentaba su sensación de despeñarse
hacia un profundo abismo. Su soledad definía la ecuación
de su enorme indefensión. ¡No sabía qué hacer
Unos reporteros se le acercaron. Les pidió tiempo para
responder pues
la investigación oficial
aun no arrojaba
resultados, él no sabía nada. Más tarde, un representante
del ministerio público le pidió que declarara sobre el
asunto. Se limitó a señalar lo menos posible. Su trabajo
respecto a la revisión y reparación de los frenos del ford y,
segundo, que a petición del doctor fallecido, su hijo Daniel
venía conduciendo el auto ford del doctor. ¡Es lo que sabía,
nada más y era su verdad
Realmente el asunto estaba muy embrollado, y nadie le
podía probar nada
ni a favor, ni en contra, con la
información conocida por todos hasta ese momento.
Respecto a Ricardo, él mismo tenía varias preguntas. Pensó
en proteger a Ricardo, desligándolo de cualquier cargo y
evitar reclamos con sus padres. El oficial del ministerio
público le pidió no se retirara para que firmara su
declaración.
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estrecho, transitado y famoso por los incidentes. Las
presiones del dentista, su actitud de súplica y respeto
dando muy buena impresión como
persona. Ahora fallecido,
de nada servía apelar a su memoria, al favor hecho ante sus
súplicas. ¡Mera historia
De nada servía lamentarse, pero las horas encrespadas
apenas comenzaban. ¡Buscaba en su mente apoyos o
evidencias para su defensa La avalancha de
acontecimientos al parecer no tendría final.
Llegaron m
ás tarde los padres de Ricardo
. Los datos
disponibles
contenían
varias contradicciones. Ignoraban
todo sobre su hijo, y algunos detalles antes de su partida
de Tepango. El mismo les aclaró que bien podían regresar o
no esa noche a Tepango.
.- ¿Qué fue lo que pasó? – El padre de Ricardo no ocultó su
irritación.- La nota del periódico nos tiene inquietos.
.- Pero mi hijo, ¿cómo está? – La madre en un tono menos
hostil parecía amable.
.- Está en manos de los doctores. No me han informado
nada.-
y Marco bajó la voz, mirando a los lados.
-
Lo están
confundiendo con Daniel. No sabemos realmente qué ha
pasado. Daniel venía manejando y me encuentro aquí con
Ricardo. Debieron hacer el cambio de conductor durante el
camino. No sé bien. Por favor, esto se los digo para
manejarlo con prudencia y proteger a Ricardo. Quiero que
no tengan ningún cargo en su contra.
Los padres de Ricardo repararon con más claridad en este
punto que les comentaba Marco. La cadena de hechos se
reconstru
ía con muchas lagunas. Ahora
flotaban en una
burbuja de conjeturas, confusiones, supuestos.
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.- Lo más importante, señor Marco, es la atención de
Ricardo, queremos llevarlo a otro lado, a otro hospital
donde tenemos amigos de nuestra confianza. Es aquí mismo
en Santiago.- La señora mostraba otra conducta, pues
comprendía mejor el momento de angustia de Marco y de su
esposa.- Pero estamos con ustedes y con Daniel, esperando
todo se arregle.
.- Por favor, no digan nada.
La madre de Ricardo ya había solicitado verlo. La enfermera
que la atendió, no podía
captar la diferencia entre ellos.
P
ero cursó
la petición de los familiares y
, de regreso de
consulta con los médicos, les dio respuesta.
.- Me dice el doctor que su hijo se está recuperando bien.
De ésta no se muere, pronto será dado de alta. El doctor
está ocupado con otros pacientes, pero los atenderá a
ustedes.- la enfermera les ofreció un minuto y se retiró
con prisas.
Esta información disminuyó las preocupaciones de los
padres de Ricardo. Naturalmente, se mantenía en el aire la
aflicción
por el paradero de Daniel.
Salieron a la calle en compañía de Marco.
.- En mi declaración, me hice responsable único del
accidente. El oficial del ministerio público me llamará
pronto para que la firme. Lamento no poder ayudar mucho a
ustedes con los gastos
médicos
. Pero en lo que pueda,
responderé.- Marco logró con estas precisiones su apoyo.
Servía para no confundir el caso.
.- No, ya bastante tiene usted encima para que abusemos. Al
contrario, le ayudaremos en lo que podamos. Tal vez
podamos buscar pistas sobre Daniel. Tienen amigos
comunes. Y de cualquier modo, háblenos cuando se le
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ofrezca algo.- la actitud del padre de Ricardo daba un giro
completo.
.-
No está de más que acepte a este abogado para su
defensa. Lo avalamos, es amigo nuestro.- la madre de
Ricardo le entregò una tarjeta de presentación.- Ya nos
adelantamos y si usted acepta, vendrá a verlo. Reside aquí
mismo. Tiene experiencia y no le cobrará caro.
La relación amistosa y frecuente de sus hijos facilitaba una
corriente de simpatía entre ambos. Los padres de Ricardo
dependían del negocio
de una farmacia para su fuente de
ingresos. Por ello, contaban con poco tiempo para
permanecer en Santiago.
.- Nos retiramos, señor. Ojala todo se arregle bien. Mañana
nos damos una vuelta. Cuente con nosotros.- Los padres de
Ricardo se despidieron.
Marco nuevamente se sentía más abatido, agobiado. No
intentaría darse a la fuga en absoluto. Sería lo peor,
pensaba. Las preocupaciones en torno a las presiones de
tono agresivo de los familiares del dentista iban en
aumento,
desplazando a segundo término las
implicaciones
y riesgos legales, es decir penales, para Daniel, su hijo y
para él mismo. Lograban intimidarlo tanto por el aspecto
penal como por el costo monetario de los daños derivados
del accidente. ¡Apenas contaba con efectivo para los gastos
del día
Para ganar tiempo, habló con el abogado recomendado. Este
le citó en su despacho, a unos cuantos pasos. Le expuso los
hechos que sabía. Aceptó la propuesta del abogado. No
hablar de
más, ganar tiempo, proporcionarle toda
información conveniente y
, en caso necesario, consultarle
cualquier cuestionamiento, así como negarse a hablar de no
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estar presente su abogado. Tampoco firmaría el pliego de
peticiones de los familiares del dentista fallecido. El
abogado comenzó a trabajar en su defensa.
Así sucedió. Los presuntos familiares de Anzures le
presentaron a Marco el documento relativo a reclamos de
daños. No estaba firmado por una sola persona. Pidió tiempo
para leerlo. El grupo de familiares del occiso permanecía
al acecho de la presa, afuera del hospital. Se veía obligado
a permanecer en Santiago, no tanto por las demandas de los
familiares del dentista, sino por la importancia de
permanecer cerca de la autoridad judicial, como se lo
solicitaron.
Las demandas de los familiares sumaban una cantidad
enorme. Incluían el pago de funerales, daños totales del
carro y el equipo portado en la cajuela, pago de pensión a
familiares menores de edad que se calificaban como
dependientes del doctor, así como pago de deudas
contraídas por el mismo doctor, señalando que contaban
con los pagarés y evidencias necesarias. Vencido por su
desesperación frente a esta demanda, regresó
con el
abogado.
.- No le dé importancia. Págueles algo, a cuenta de los
funerales. Evitaremos lo peor, que usted sea detenido. La
investigación oficial está en proceso. Usted se ha hecho
responsable y eso fue lo mejor. Vaya a Tepango,
pero estará
a disposición de la autoridad.
Camino de vuelta a las oficinas del ministerio, se encontró
nuevamente con los familiares de Onofre Anzures.
.-
Mañana los buscaré,
ahora debo ir con el licenciado en la
oficina del ministerio público.
-
les explicó Marco.
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Al parecer, los aires del atardecer cambiaban ligeramente
el entorno.
.-
Mire señor, queremos ir por partes para no perjudicarlo.
Usted nos pagará los gastos del funeral mañana mismo. Ya
veremos lo demás.- Un joven del grupo de familiares se le
acercó
.-
Sabemos donde encontrarlo a usted, así que no
habrá problemas.
Después de terminar con los presuntos familiares del
fallecido doctor Anzures, Marco notó que el periodista
Hernán
de su grupo de amigos del
dominó venía a su
encuentro.
- Te ando buscando. Dime en qué te puedo ayudar. – el
periodista lo abrazó con una mano. – Hay que hacer algo.
Balancear las cosas y que no todo se cargue en tu contra.
.- Te lo agradezco, de verdad. He sentido mucha presión
aquí en el hospital, y en el ministerio público. Un ambiente
muy cargado. Hace apenas unas horas me sentía el tipo más
afortunado, y ¡mira ahora cómo dio vuelta todo Desconozco
todo en estos embrollos.
.- Mira, no es el fin del mundo. Cuenta conmigo.
–
El
periodista insistió.- Háblame a diario, mantenme
informado. Por lo pronto, aléjate de aquí todo el tiempo
que puedas. En este ambiente, las situaciones de violencia
intimidan a cualquiera. No des información más que a tú
abogado.
.- Pensaba justo en ello. ¡Es muy duro este ambiente, te
aplasta, a cada momento, me siento asustado En cualquier
rato ordenan mi detención. Todos piden mi cabeza y la de mi
hijo.
–
sentía sus pies hundidos en la boca del infierno.
.- Te comprendo. Tranquil
í
zate. Desconoces esto, no lo
puedes controlar. - el periodista notó el gesto de Marco
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que lo quería interrumpir.- No pierdas la perspectiva.
Estás en manos de tu abogado. Estás en un dilema, pero no
tan grande, porque será el abogad
o quien busque la
solución, no tú.- el tono pausado logró cimbrar las
barreras psicológicas del mecánico.
.- Me ayudas mucho. Espero
un cambio favorable en este lío
.
Pero quiero respirar algo diferente, lograr más confianza.
.- No, no te confíes, pregunta, consulta todas tus dudas.
Pero hay algo bueno que te quiero decir. Otros
acontecimientos de importancia han ocurrido hoy mismo,
van a ocupar el interés de todos los medios. Eso te
beneficiará gracias al poder de los escándalos. La atención
pública se distrae, cambia de rumbo. Tu caso perderá
importancia desde hoy. Tienes suerte.
No pasaba por alto el periodista el hecho de que en
situaciones como la que atravesaba Marco, cada historia
ofrece al menos dos versiones siempre asimétricas, la del
acusado y la del fiscal en este caso. Frente a la
comparecencia con el ministerio público, Marco se repetía
sin cesar la conveniencia de callar, omitir datos o
minimizarlos ante el temor de que la evaluación de
circunstancias agravara su penalización. En el otro
extremo, el experto judicial tiende a presumir lo peor de
las culpas para responder a las demandas sociales de
castigar a los delincuentes.
La defensa pondría el acento en cuanto al estado
resbaladizo de la carretera a la altura del accidente y
también a la necesidad del conductor de volantear para
evitar el choque con un vehiculo que venía en sentido
opuesto. ¡N
ada mejor aun sin evidencias y a buscar
más
argumentos
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Las partes en conflicto actúan y piensan en planos opuestos
en términos de la información de su propia conveniencia e
intereses. El periodista le
tendió la mano amistosamente al
despedirse ese día fatal. Marco miraba el reloj de pulsera.
Ya debía regresar a su casa.
De regreso a Tepango, Marco se detuvo en el sitio del
accidente. Exploró el sitio por una hora, tratando de
imaginar algunos detalles sobre la colisión del carro
contra las rocas y árboles. Ya anochecía. Su mujer no
dejaba de llamar por el celular. No se veía un solo rastro
del accidente. El carro accidentado, el Ford, ya había
sido
retirado. La gente cercana al lugar no le supo, ni le quiso
decir nada, salvo que por la lluvia y la noche, no creían que
nadie hubiera visto un solo detalle. Caminó cerca del sitio
por sí encontraba huellas de su hijo. Nada.
Nadie había dicho nada referente al seguro del carro. Muy
probable existía un seguro del carro. La actitud de los
presuntos familiares complicaba el caso. Embestían contra
Marco como vulgares extorsionadores. ¡Podían ser capaces
de más amenazas, dada su belicosidad
Pero la exigencia de
pagos parciales le concedía ventaja de tiempo.
En el resto del viaje a su casa, lo asaltó por un instante un
pensamiento terrible. ¿
Hasta donde estaba en riesgo su
estabilidad económica debido a esta eventualidad y volver
al colapso? Fue algo mezquino, estaba consciente, pero un
riesgo así echaría por la borda muchos años de trabajo,
ahorros y esperanzas.
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CAPÍTÚ
LO VI Incendio del taller.
Cada día, cada hora, acarreaba una oleada de ansiedad, un
momento crucial en la vida de Marco. La probabilidad de un
veredicto en su contra no podía descartarse, pero dominado
por el estrés perdía el sentido del conjunto. No sabía qué
hacer. Su preocupación inmediata e intensa seguía enfocada
al pago exigido.
Sumando el saldo de la cuenta del banco, más
los fondos
para pago de deudas a proveedores y parte para la nómina,
reunió una cantidad que cubriría los gastos del funeral, de
la fianza y algo más para los gastos de abogados. Se dio a la
tarea de reunir más recursos, apelando a préstamos
personales con amigos.
El abogado se centraba en minimizar una penalización que
implicara la detención de Marco, o bien en ese escenario,
contar con la posibilidad de quedar libre bajo fianza. Todo
indicaba que la averiguación se orientaba hacia la falla de
los frenos, como causa del siniestro.
Había que mantener un trato conciliador y negociar con los
familiares, para evitar riesgos graves.
¡No abrían sus
cartas ¿Cuánto sabían a detalle del accidente?
No había duda. Antes de emprender el viaje trágico, el
dentista había informado a algún familiar, de lo que estaba
ocurriendo en el taller. Solamente Marco podía, identificar
algunos datos respecto a tres actores involucrados, el
mismo, Daniel
y Ricardo. ¡Nadie más Aspectos diferentes y
circunstanciales. Las aclaraciones y averiguaciones
judiciales requerían mucho trabajo y diligencia por los
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enredos mismos de los datos contradictorios, confusos. En
estas situaciones, el presunto culpable cuenta con la
ventaja inicial de estar más enterado, mejor informado que
los investigadores y los forenses. Una relación asimétrica
de información conveniente al culposo, lo cual se convierte
en arma de dos filos.
Los familiares astutamente no proporcionaban más
información de la conveniente. Nadie los podía acusar de
acoso, extorsión o delito alguno. A cambio ofrecían su
silencio de alguna información agravante para el mecánico
.
¿Cuánto sabían? Ahí descansaba su ventaja. Su punto débil
consistía en mostrar su urgencia por el dinero, sin
máscaras como extorsionadores y sin soportes legales de
su presunta demanda. ¡Creían ganado su pleito a base de
intimidarlo
Pero algo les preocupaba. Estaban frente a frente como
jugadores de poker. Los puntos débiles de Marco, además de
la culpabilidad e impaciencia, consistían en la falta de
dinero y en cierto menosprecio por los rivales por suponer
que se conforma
rían con cualquier monto o la aceptación de
pagos graduales. Ni al menos daban sus nombres.
Un joven de chaqueta negra, por el luto, encabezaba el
grupo que exig
ía el dinero como compensación de
l
os daños.
Ninguno hablaba sobre la esposa que se salvó del percance.
.- Les entrego en este momento todo el dinero que tengo a
la mano. Les propongo que lo reciban como pago parcial de
la cantidad que acordemos.- les dijo Marco.
.- ¡No sea idiota, esto es risible - Enardecido el familiar
se negaba a aceptar el monto.-
No me joda señor.
No tiene
palabra, no se arriesgue.
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.- Veamos con calma. No me niego a cubrir los pagos.
Recuerden que asumí las responsabilidades, no me escondo
de nadie. Recuerden que esto
nos tomó por
sorpresa. Es todo
el dinero que tengo de momento. Estoy gestionando
préstamos personales. Cumpliré los pagos con ustedes. Lo
podemos arreglar.
El joven de la chaqueta recibió el dinero mostrando
ademanes de inconformidad. La avidez en su gesto nada
bueno presagiaba. Marco le pidió firma, nombre y teléfono.
¿No tenía hijos el
dentista
? ¿Qué parentesco o relación
tenían el joven y los otros deudos con el
dentista?
Convenía averiguar sobre este punto, pero el mecánico
estaba solo.
.- Mañana esperamos sin falta una cantidad mucho mayor
que esta. Ni un solo día más. ¡Pero si prefiere, haremos que
lo encarcelen Hasta ahora lo hemos ayudado, callando lo
que sabemos. No abuse de nuestra paciencia.-
¡Un chantaje Se retiraron claramente molestos. Ya nada
importaba si eran o no familiares de Anzures.
Entonces sonó el teléfono en el taller. Era la mamá de
Ricardo.
.- Quiero expresarle mi más sincera preocupación sobre su
hijo, Daniel. En todo lo que podamos ayudar. Ricardo ha
mejorado. Nos contestó algunas preguntas con señas. Ahora
sabemos que Daniel
no iba a bordo con él, cuando ocurrió el
accidente. - la madre de Ricardo le quitó un gran peso de
sus hombros.
.- Le agradezco mucho, señora. No sabe cuánto. Y espero su
hijo siga mejorando.
.-
No se preocupe. Lo mantendré al tanto. Avísele a su
esposa.
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La esposa de Marco estaba conmovida cuando Marco la puso
al tanto de la recuperación de Ricardo, lloraba de la
emoción por
aligerarse un fardo de encima. Ella
frecuentaba más a Ricardo, como amigo de Daniel.
Mas tarde, ya de noche, recibió otro mensaje supuestamente
de parte de Elena Carasao.
¡No había modo de garantizar
su
verdadera procedencia Una persona desconocida se
comunicó por celular. Y volvió a ignorar esta información
por lo extraño de su origen. El mensaje breve le decía que
su hijo Daniel
estaba bien y que pronto sabría más de todo
lo ocurrido. Pero algo
contribuyó a aliviar su angustia.
¡Cómo deseaba creer esta versión Pero ¿cómo podía Elena
estar enterada de Daniel?
En realidad, ¿Quién era el informante? Le reconfortó la
noticia y aun más a su mujer.
En los días siguientes, dos hechos fueron de enorme
significado. Los jóvenes presuntamente familiares del
dentista Onofre Anzures reiteraron sus visitas a Marco
varias veces, mañana, tarde y noche. La cantidad que les
ofreció entregar les pareció tan reducida que la
rechazaron de manera soez. Entonces, le exigieron la firma
de pagarés, a lo que él se negó. Estaba poniendo en venta
propiedades para solventar los pagos. Les propuso aceptar
los bienes mismos, que eran su casa y un automóvil.
Rechazaron esta opción. En su versión,
necesitaban dinero
con prontitud y no tenían tiempo para venderlos. Se
retiraron visiblemente molestos, insinuando que se
atuviera a las consecuencias.
Esa noche,
pocos días después d
el siniestro, Marco cerraba
el local del taller.
Era sábado.
Sólo estaba el perro a su
lado. De repente todo quedó a oscuras, dos tipos altos,
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encapuchados, lanzaron botellas con mecha incendiando
pronto todo el taller. Se movieron rápido y con precisión
en sus blancos. Así lo observó
Marco. Uno de ellos
disparaba con un calibre 22 contra los muros y el techo del
edificio.
Al final del ataque, hicieron algunos disparos contra
carros en reparación, dañando seriamente a dos de ellos.
Los encapuchados vieron a Marco. No era su intención dañar
a nadie. Se fugaron con plena calma, al amparo de la
oscuridad nocturna
y las calles solitarias. Marco quedó
petrificado.
Después de una columna de fuego, el humo se
dispersaba por el taller. El susto le duraría para siempre.
El perro se fugó hacia la calle ladrando.
El ruido de la sirena de los bomberos apenas atrajo su
atención.
El abogado ya preparaba alegatos sobre esta amenaza que
podía volcar las cartas en su favor. Aun cuando no contaran
con evidencias para inculpar a los familiares del dentista,
salvo por las fotos tomadas de los disparos y los daños
sobre los carros y el inmueble.
El abogado usó estos actos para disolver las culpabilidades
en contra del mecánico e introducir más dudas y
confusiones en torno al accidente
. Utilizó los recibos
firmados por los jóvenes en contraparte del dinero pagado.
Así buscaba obligarlos a identifica
rse y dar sustentos
legales para sus peticiones de dinero como
indemnizaciones. El abogado requería de más fotografías
con sentido efectista. Los impactos en el edificio y los
carros como pruebas circunstanciales de allanamiento,
incendio del local, asalto a mano armada con brutalidad,
amenazas de muerte y daños a terceros.
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Las consecuencias legales del accidente no resultaron tan
extremas para Marco. Fue detenido por unos pocos días.
Salió bajo fianza
. Exhibi
ó
los riesgos
que había corrido
Marco en la balacera y el incendio con fines perversos.
¿Quién lo quería muerto antes de la sentencia? El auxilio
de la prensa jugó un papel decisivo así como
la astucia del
periodista.
Los familiares o protegidos del dentista desaparecieron,
jamás volvieron a dejarse ver. Habían cometido un grave
error, llevados por su ceguera y codicia.
El taller quedó cerrado por varios días. Marco perdió su
casa, un carro, además quedó abrumado de deudas con
amigos y cajas de ahorro. Marco estaba arruinado otra vez,
como los días en que salió de la ciudad de México, en un
país propenso o adicto al tobogán de bancarrotas
continuas. El origen de su situación actual ahora derivaba
de errores propios de juicio, de falta de prevención, en
cuanto al accidente. O por expresarlo de otra manera, por
su dificultad de decir NO frente a una situación
visiblemente arriesgada para él y par
a Daniel, su hijo.
Pero creía contar con algo de suerte, pues al no
registrarse la propiedad del taller a su nombre, no tuvo
que ofrecerlo en hipoteca para los préstamos
.
Volvió
con su
mujer a los espacios del taller para albergue. Tal como los
días en que empezó su nueva vida en Tepango.
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CAPÍ
TULO VII Otras consecuencias.
La salud de Clarisa se agravó unas semanas después del
incendio del taller. La ausencia y temores sobre la suerte
de su hijo sobrepusieron una carga emocional enorme sobre
sus hombros. Sus enfermedades exacerbaron su baja
resistencia debido a diversos padecimientos, como explicó
el médico.
El deterioro de su salud realmente se acumulaba
por años. No pasaba un día sin soportar una afligida agonía
por las complicaciones. Clarisa empeoraba cada día, sondas,
camillas, inmovilidad. No había escape. Se hizo todo cuanto
estaba al alcance. Al cabo de unas semanas, Clarisa
fallecía, convirtiéndose en una víctima indirecta del
percance automovilístico. Al sepelio solamente asistieron
amigos cercanos de Marco y sus trabajadores.
Ricardo se acercó acompañado de su novia, Diana, más joven
que él, piel morena clara como el color de las tierras del
norte, guapa, alta, frente amplia, ojos oscuros, enormes. Al
término de la ceremonia, quedaron a solas con Marco en el
cementerio. Ricardo asistió a duras penas, debido a la
secuela del accidente. S
eguía bajo atención médica bajo
riesgo de una parálisis parcial atenuada por la fisioterapia
y los medicamentos. No podía caminar sin encorvarse
con
expresiones de dolor en el rostro. Los demás asistentes se
alejaban.
.- Gracias por venir Ricardo.- Marco tenía el rostro
demacrado, los ojos marchitos por el exceso de desveladas.
.-
No sé cómo empezar, señor. Le han llovido encima muchas
calamidades.- Ricardo dijo lacónicamente.
“Ci hij d El ”
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.- Ya pasarán, ya vendrá algo mejor. – puso su mano sobre el
hombro de Ricardo.
.-
Depende mucho de usted, señor Marco. Soy amiga de
Daniel.- la voz de Diana sonó retadora, casi con dureza. Lo
sorprendió.
.-
¿De mí? ¿A qué te
refieres
? ¡Depende todo de mí
.- Retirémonos de la sepultura un poco, señor Marco.-
intervino Ricardo.
Caminaron unos metros, respiraban el fresco del soto y los
pastos del cementerio. Se detuvieron a la sombra de una
jacaranda.
.- Usted sabe bien porque. ¿No ha pensado en que todo fue
una represalia del señor Anaya? De ese rufián. Las
condiciones que rodearon esa tragedia no fueron un
accidente carretero. – la joven estaba excitada. Le
brillaban los ojos.- Queremos ayudar, ¿No va a hacer nada
contra ese maldito asesino?
.- Sabemos más cosas ahora. – Ricardo trató de llevar el
tema con serenidad.- Recuerde que el dentista llegó muy
tarde a su taller. Me lo platicó
Daniel por celular. Lo
presionó mucho para que arreglara su carro. ¿Cuántas cosas
no le parecieron extrañas a usted? Haga memoria. Todo
extraño, ¡pedirle su apoyo para el transporte a Santiago, a
esa hora de la noche, con la lluvia No parece normal.
.-
Además el
dentista fue al taller con usted de parte de
ellos.- Diana prosiguió.
.- ¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ¿El dentista y su familia? –
la irritación de Marco por las acusaciones implicadas
comenzaba a estallar.
“Ci hij d El ”
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.- La familia Anaya. El dentista no cuenta aquí. Fue otra
víctima. – Precisó la joven.- ¡Quisieron matarlo a usted
Ahora mire
quién
es lo pagaron.
.- ¿Tú cómo lo sabes? – la tensión de Marco arriesgaba
llegar hasta la discordia.
.- Preguntando. No sabe usted todo lo que yo estimo a
Daniel. Nadie como Ricardo y yo compartimos su desgracia.
Ese tipo mata por mero gusto. Todo apunta hacia Farnas.
.- Todavía no entiendo. – Marco exigía que se explicaran
con la sola entonación de su voz.
.-
¿Nunca ha sospechado de que la familia Anaya metió las
manos en el siniestro? – la furia de la joven sacudía su
lacia cabellera color castaño claro, que bajo los reflejos
de la luz solar trazaban líneas de suave curvatura, como si
corrieran en paralelo a la de su bronceado cuerpo.
.- Ricardo retomó la palabra para suavizar el hilo del
encuentro.- No queremos que usted se convierta en
cómplice como lo es la señora Elena.
.- Pero ¿de qué hablan? ¿Cómplice de qué o de quiénes? –
Marco ya estaba furioso.
.- Todo el pueblo sabe que Farnas es un pinche asesino, un
mafioso. Lo único que importa es resolver lo que sabemos.
¡La su
erte de Daniel
la decidió
este mal nacido - Diana no
pudo contener su rabia.- No habrá justicia si usted sigue
indiferente.
¡Se trata de su hijo
Ni siquiera podemos
reportar el secuestro.
.- No, no creo. ¿Qué pruebas tenemos para acusarlos? ¿A la
señora Elena o a su esposo? Solo conozco a ella. Dudo que
esté involucrada.
El caso está cerrado. Pensé en todo
cuando estuve
en la cárcel.
“Ci hij d El ”
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“Cien hijos de Elena”
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.- No, claro que no. – La ironía en boca de Diana no escapó a
Marco.- ¡Fue a usted a quien el dentista le pidió que lo
llevara a Santiago, no a Daniel No le dice nada eso. El
dentista fue con usted de parte de Elena Carasao. ¿No le
dice nada, o no quiere darse cuenta de tantas
coincidencias? ¡
Daniel, su hijo, sigue desaparecido Y usted
se ha cruzado de brazos. No ha hecho nada por él. ¡Yo en sus
zapatos, ni pensaría en matar a ese maldito - la
vehemencia de la joven acusaba los bríos de los domadores
de potros y vaquillas, en sus tierras natales de Texas.
Ricardo hizo señas a Diana de que callara.
.- ¡Están acusando sin base alguna El juicio está cerrado.-
Perdida la paciencia, estaba a punto de salir corriendo del
lugar. Imposible, darles una bofetada.
.- Los legalismos no vienen al caso. Pero ella no es una
santa. ¡Todos sabemos quiénes son ella y su marido ¿Cree
usted que ella ignora la perversidad de su marido? ¡Es un
desgraciado animal Y usted ha dejado a su suerte a Daniel.
- la mirada fija de Diana lo retaba. – Es hora que usted
reaccione.
.- ¡Nadie me había insultado como tú ¿Creen que yo…? – la
boca de Marco se abrió lo más que pudo. Pero algo había de
cierto. Sus manos agitadas volaban por todos lados,
expresando su indignación. En sus adentros, sabía que los
dardos de Diana daban en el blanco. Estaban muy cerca del
sepulcro de Clarisa. Su muerte fue consecuencia del
siniestro.
.- Vienen mis padres hacia acá. Si le interesa que le
apoyemos, cuente con nosotros, no esté solo. Pero en
cualquier caso, seguiremos buscando a Daniel.
–
Ricardo y
su novia se alejaron, dejando solo y sorprendido a Marco. –
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Queremos saber si contamos con usted. Y en todo caso,
procederemos contra la familia Anaya.
Se
había
sentido seguro de que el accidente y sus
consecuencias estaban ultimados, una vez que pagó con la
muerte del dentista y su sobrina, con las pérdidas
económicas en su bolsillo,
con
los días de cárcel
,
además
el
asalto al taller más la muerte de Clarisa, su mujer, nadie le
podía reprochar nada. ¿Qué otra desgracia le esperaba en
estos los días más aciagos de toda su vida? Por supuesto,
seguía desaparecido
Daniel, su hijo.
Abrumado cada día
,
debía dedicar
su tiempo desde ese instante a descubrir la
desaparión repentina de su hijo, deseando un giro en el
rostro del azar.
Descartó cualquier culpa sobre Elena Carasao, pero no
dudaba de la calaña de Farniaques Anaya.
Su relación íntima con Elena Carasao sonaba como el mayor
escándalo en Tepango, alcanzando la dimensión del gran
secreto a voces. No conocía, ni aceptaba la montaña de
fábulas sobre Farnas, Creía que esa ola de acusaciones y
denuestos eran producto en cierta medida de
resentimientos por su dinero y poder. Pero ¿Elena? Quizás
se negaba como muchos enamorados a engañarse para
desvanecer cualquier sombra que oscurezca la imagen de la
mujer amada. El estigma que pesaba sobre su relación de
adulterio
con Elena, ahora él viudo,
lo imaginaba como un
estigma sin fundamento, dada la situación de Elena. En ese
hilo tan cándido de ideas, se decía que ese adulterio era
incorrupto, obligado. Pero adulterio al fin y al cabo frente
al tribunal
absoluto, inapelable en toda la lìnea de los
tiempos, como emanado de una voluntad divina,
omnipotente, de la atmósfera social.
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59
AÑOS ANTES
CAPÍ
TULO VIII La casona.
Mientras recorría esa mañana el área moderna de Tepango,
d
onde nació, Marco se apuró
para proseguir con su agenda
de actividades. Nuevos y grandes edificios, a su paso por el
centro de la ciudad, asomaban en las zonas comerciales,
residenciales y anchas avenidas, cambiando el paisaje
grabado en su memoria.
Cerca de sus cincuenta años de edad, Marco reflexionaba
sobre el pasado de su carrera laboral y alternativas
actuales de empleo. Su capital actual se fincaba en su
amplia experiencia al servicio de diversas empresas del
ramo automotriz. En algunos de los talleres mecánicos,
dedicó varios años, aun siendo joven, al mantenimiento de
unidades de transporte
dedicadas a la distribución de
productos dentro de la ciudad de México.
Estas páginas de su currículum se interrumpieron, porque
las empresas sucumbían a los vaivenes del ciclo fatal de
auges y recesiones. Primero, le dictaban una sentencia de
descanso por un mes o más, segundo, aceptar un sueldo
menor, haciendo lo mismo. Fatalmente, como el crudo
invierno, llegaba el comunicado del despido. Esos tiempos
parecen accidentales, luego con el peso de los problemas y
deudas, l
os días grises
se hacen eternos hasta quedar
grabados en el calendario inverso de las frustraciones más
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humillantes. Pero el tiempo pasado no se convierte siempre
en humo como los cadáveres.
Marco
hizo así su peregrinaje
en distintas ciudades, esa
odisea abrió sus perspectivas en ambientes muy diversos.
Recorrió los mismos caminos frotados por zapatos
desgastados de miles y miles de trabajadores en busca de
empleos, de alimento. En las tierras del norte, en Texas,
intentó buscar otra cara de la fortuna. El panorama de los
valles fértiles, de los pozos petroleros, al lado de las
carreteras,
seducía, inspiraba cualquier optimismo
, sino la
euforia misma. ¡Dinamismo, vivacidad en las calles,
repletas de la explosión juvenil entremezclando rostros
tan diversos en etnias, en las tardes domingueras
Le fue imposible encontrar allá algo atractivo, un trabajo
gratificante. Las ofertas a su alcance para nada se
acercaban a sus objetivos más modestos, para los de un
extraño entre extraños. Entró en contacto con varios
paisanos, muchos de ellos indocumentados. Decenas de
historias de desesperanza, de anhelos de creer lo increíble
sobre la legendaria hospitalidad del pasado,
más allá de la
frontera norte de Sonora o Chihuahua. Pero al paso de los
años los obstáculos se multiplican.
La zona menos
elástica
del
“
muro
de esponja”
se agiganta.
Lo mismo repele los más osados, abriendo sus poros
virtuosamente sus puertas y trincheras
según la
conveniencia del momento. Por más que los salarios le
ofrecieran un nivel superior a la mera sobrevivencia, no
sería más que un gusano, dueño jamás ni de su sombra, de
su destino para hacer algo de qu
é
sentir orgullo. Era la
nueva realidad migra
toria, la del “muro de esponja”,
elástico, segregatorio.
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La casona de Elena Carasao y su marido, Farniaques Anaya,
la construyó un arquitecto al gusto de Elena, pero con
desacuerdos a veces ásperos
de Farna que al tiempo, la
llegó a mirar como el símbolo de sus aspiraciones sociales
y status de prestigio, así como un buen cepillo desmancha
la mugre de una bestia inmunda.
Elena se ocupaba en algunos negocios e inversiones desde
su soltería, principalmente en empresas inmobiliarias.
Farnas y Elena coincidían en algunos puntos. Pese a
cualquier diferencia entre ellos, se
mantenían
unidos
frente a enemigos visibles o emboscados, que no eran pocos.
Destruir a un tipo poderoso y con fortuna es doble
atractivo para muchos que ambicionan ocupar posiciones y
vacantes por años anheladas, igual que Farnas lo hizo en su
momento. Cuanto más tiempo se perpetuaba Farniaques en
su pequeño imperio, más la fortuna acumulada, más rivales
cosechaba.
Ya esperaban a Marco. La secretaria de la señora Elena
Carasao le entregó el contrato. Marco firmó sin reparos.
¡Algunos sueñan con fantasías de volar o toparse en una
calle con el cofre de joyas Marco soñaba con todo su
empeño por su taller de mecánica, pese a la rudeza del
oficio, por
escudriñar y resolver problemas de máquinas
descompuestas. Todo marcha sobre ruedas.
.-
¿Quiere pasar por aquí? –
la secretaria abrió la puerta
del despacho de Elena Carasao, dejándolo solo.- Ahora lo
atienden.
Destacaban dentro del estudio un enorme escritorio de
caoba, sillones de piel, algunos cuadros y objetos de adorno
en porcelana o piel con
diseños o estampados con
guirnaldas de laurel, de la llave de la vida y de entrelazos y
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volutas o de olas, entre otros, luchaban contra una vaga
sensación de monotonía. Pregonaban por el reconocimiento
de riqueza,
más que el juego de armonías y contras
tes, en
rendición a los caprichos que pueden regalarse los
negocios boyantes. Encima de su escritorio, destacan dos
estuatillas, una de Elena de Troya, símbolo de la belleza, y
otra de Atenea, símbolo de la sabiduría.
La provincia se transformaba. Múltiples fortunas
florecían a partir del auge de los precios del petróleo, en
la época en que Elena y Farniaques cambiaron su residencia
de la gran ciudad y se instalaron en Tepango. Se aunaron
otros factores en la fase de expansión, mediante
interesantes impulsos de inversiones en centros
comerciales, infraestructura, y otros rubros como la
industria manufacturera en el ensamble de partes de autos,
televisores y sus partes iban de una a otra mano con la
transformación de la provincia. Además de moderar
demandas de los grupos sociales que reclamaban su cuota
tiempo atrás, se sumó a la necesidad de estabilizar algunas
fuentes de inquietud que incrementaban las fuerzas y
alcances de las crisis por la frágil envoltura económica del
país. En resumen, cristalizó un intento de repartir la
cueva del tesoro con sus lodos, hedores y tóxicos de aguas
estancadas, durante tiempos suficientes para la memoria de
una generación.
La casona era el núcleo del pequeño imperio de Farnas. El
matrimonio de Elena lo tenía todo, en una palabra nada le
faltaba, sólo hijos comunes.
Farnas Anaya se
había
refugiado bajo el manto de la casta
apoderada del mismo tiempo y de la brújula del rumbo
que,
por siglos se mantenía a flote a bordo de sus carros
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triunfales. No era el suyo un papel envidiable con su olor
hediondo de malhechor, pese a sus negocios limpios. Su
olfato de pirata le facilitaba integrarse a las olas que
empujaban las velas de sus naves.
De mediana estatura, de hombros anchos, de ojos saltones,
mandíbula prominente,
Farna
s mantenía una
actitud
agresiva, cínica, como hábito forjado por años para hacerse
temer, odiar o al menos ahuyentar posibles adversarios. Un
depredador agresivo, entrenado para el combate selvático,
en diferentes medios desde la intriga, el ataque o la
calumnia.
También sumiso y cortesano con sus superiores.
Farniaques como miles de Farniaques debían jugar su papel
de peones en el tablero, protegiendo jerarquías superiores.
Por su adicción continua a la bebida y cervezas, Farnas
padecía algunas enfermedades que lo tiran a veces en la
cama. Estas dolencias a veces cuestionadas por repentinas
recuperaciones, pero apuntaldas por el placer de traerle
gratos recuerdos, adormeciendo ideas negras, o también le
complacen con sueños fantasiosos.
¿Qué sucedía en
esa trama con la vida personal y relaciones
con una mujer tan bella como Elena? Los cuchicheos de la
gente fomentan leyendas sobre jardineros o sirvientes que
por las noches merodean por las ventanas de la alcoba de la
guapa mujer echada al olvido por su marido, el Farnas. Los
pretendientes dispuestos a correr una aventura de
“Casanovas” con Elena se alejaban frente a la amenazante
presencia de los guardaespaldas.
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C e jos de e a
65
CAPÍTULO IX La entrevista
.
La secretaria volvió dando paso a Elena, su jefa, quien
extendió la mano para saludar a Marco. Ocupó el sillón del
enorme escritorio de caoba.
.- Me da mucho gusto señor Marco que usted se quede con el
local. Siéntese por favor.- La invitación mostraba el
propósito conocer al
nuevo arrendatario, desconocido. Sin
embargo, a
mbos se miraban con la simpatía de los viejos
amigos.
Elena Carasao lucía con garbo, muy atractiva, espigada,
vestida con un conjunto combinado en color guinda y negro
que remarcaba su tez bronceada. Rondaba sobre los cuarenta
años de edad, nada grato para ella confesarlo. Al igual que
todas las mujeres, sus facultades superiores de olfato e
intuiciones sobre el compás y profundidad de nuestras
costumbres, rituales y prejuicios.
El tono de la voz melódica y cristali
na conjugaba con su
hábito de ocupar el centro de atención. Su acicalamiento
acentuaba su femineidad, su aire de elegancia sensual.
Parecía mucho más joven que Marco. Portaba algunas joyas,
como el reloj de marca, aretes de oro y un collar de una
sola piedra.
Elena Carasao dejó el sillón del escritorio y se ubicó
frente a Marco en un sillón de piel color claro.
.- No sabe cuànto gusto me da. Me alegra mucho de verdad
que lo apruebe a mi favor. - Marco daba por asegurado el
arrendamiento. El espacio techado del taller cubr
ía lo
necesario para diez carros y el equipo de trabajo.-
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Agradezco que me haya esperado y lo cuidaré como si fuera
mío.
.- Se lo encargo como si fuera suyo. No me decepcione.
Cumpla con lo que a usted le corresponde, como yo haré con
mi parte.- El tono sugestivo delataba signos amistosos.
.-
Téngame confianza, me la ganaré. Ne
cesito el local por
varios años, si a usted le parece….
.- Nos conviene a los dos que sea por un buen tiempo.- La
señora Elena poseía el don de una sonrisa amable,
espontánea.
- Estoy para servirle en lo que pueda y ahora
debo irme a una cita con amigas de la niñez. Usted sabe, son
afectos especiales.
.- Ya veo. Decían nuestros abuelos que las aves vuelven a
sus nidos. ¡Aquellos tiempos… - Marco apenas se daba
cuenta de sus propias divagaciones.
Elena sonreía complacida de la candidez de Marco. O tal vez
el tipo no lograba apartar la mirada sobre su nueva
arrendadora, cautivado de pies a cabeza. No le molestaba a
ella, lo que en otra situación no hubiera consentido.
Comenzaba a sim
patizarle aquel mecánico. Vislumbraba algo
nuevo, ¿por qué el mecánico le inspiraba de repente
sensaciones tan gratas?
Una joven del servicio doméstico trajo agua, café, té y
galletas. Elena, atenta a las miradas inquietas del
mecánico, se cruzó de piernas. Parecía inhalar con delicia
el aroma del café.
En ese momento de la charla, entró al estudio un tipo de
unos cuarenta años, estatura elevada, complexión robusta,
aires de pedantería y vestido co
n un blazer azul marino,
camisa blanca con anillos en rayas verdes, alineados con
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sus calcetas. Se presentó por sí solo ante Marco, con
sonrisa de boy scout.
.- Jeykol
… gusto de conocerlo. ¡Estoy para servirle –
Los
ademanes de ambos no ocultaban cierto recelo mutuo. Elena
ignoró la entrada del tipo algo caucásico.
Se trataba de un empleado de confianza de la casona al
servicio de Farniaques, marido de Elena. ¿Cómo vino a
integrarse a la entrevista con el mecánico? No había sino
una explicación, la espiaba una vez más por cuenta de un
marido longevo y receloso.
.-
¿Por donde anda usted? Ya me han dicho de sus ideas
, a
veces absurdas. Todos tenemos algo de niños…- Elena
empezó a sonreír con estudiada coquetería. Una más de las
las virtudes de la reina de la hermosura de Tepango y de
todo el mundo, a juicio del mecánico.
.- Tiene razón. Comprendo su atención conmigo al
confiarme y esperar para alquilar su local. – delataba
cierto nerviosismo al farfullar las palabras.
.- Sé bien que usted no me fallará señor Marco.
Puntualidad, mucha puntualidad en los pagos y en los
cuidados del local tal como se lo entrego. Somos gente
honorable, usted y yo. – La dama de guinda lo miraba
fijamente, pues los ríos subterráneos al recorrer su escala
emocional estaban fluctuando una y otra vez de dirección.
.-Delo por hecho.
- Nos llevaremos bien, pero cumpliendo los acuerdos.
Aprendí mucho de un gran amigo que ocupó por años cargos
importantes como director de algunas empresas, y
funcionario de alto nivel. El me inculcó disciplina y la
puntualidad.
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.- Usted comprobará mi puntualidad.- el mecánico no
quería pecar de timidez o de omisión.- Ni lo dude.
.-
Quiero decirle que su trabajo me parece algo… no es
como él de los abogados o los médicos. ¡Me refiero a los
retos, las pasiones, con que se enfrentan al tratar casos
tan apasionantes Espero explicarme bien. Usted trabaja
con máquinas y eso en lo personal, no parece muy divertido.
.- Tiene razón. No soy ningún héroe. Cuando mi trabajo sale
bien, nadie lo aprecia. Y si algo sale mal, me hacen pedazos.
Pero ¿quién no envidia
los
diseños, las comodidades
de los
carros viejos o modernos? Pero,
¡soy muy aburrido, pues
sólo armo unas piezas de allá o desarmo otras para echar a
andar carros viejos, descompuestos - Trató de poner a
probar sus sospechas, suponiendo que la señora intentaba
coquetear con Jeykol, o ¿con los dos?
.- No, no lo tome a mal. Aprecio la velocidad de los aviones,
autos. ¿Qué haríamos sin ellos? ¿Sabe por qué creo que los
modelos de carros se renuevan constantemente? Porque
todos sentimos la urgencia de cambios. En cualquier cosa,
pero que haya cambios.
También soy algo infantil y
romántica. ¡Olvide usted lo que dije Volvamos a su negocio,
¿comenzará de inmediato? –La actitud afable de Elena
contribuyó a llevar el rumbo de la charla abierta a todos
los temas.- Dígame ¿Cómo es que le gusta tanto su oficio?
¿
N
unca ha pensado en otro quehacer? ¿Hay algo más
importante que los carros? ¿Por nada cambiaría de oficio?
¿Ha soñado con ser un gran conductor de carros deportivos
alguna vez?
.- No, ni lo he pensado. Pero mi trabajo es como un
santuario. Desde joven me ha gustado
y soñado…
.
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.- Entonces le importa no lo que necesita el carro, sino
usted…..- Elena interrumpió y le ganó una risa franca,
divertida que contagió a Marco.
- Me imagino que usted de
andar tanto entre las máquinas, no vaya a convertirse en
otra máquina. - Las mejillas de su rostro se encendieron y
su belleza cobró más realce.
-
Y ¡las máquinas no sueñan
¡Jeykol se distrajo e ignoraba el motivo de sus risas
.- Por supuesto. Sólo seguí su… parecer. Volviendo a su
pregunta. Reparar un carro es todo un arte, no un oficio
tedioso y mediocre
. ¡Darle vida de nuevo a algo que no
funcionaba ¿A quién no le gustaría volver a pintar un
cuadro o revivir el pasado?– el tono pausado de Marco
insistía como un niño en el juego de la gallina ciega
esforzado por atinar al blanco.
.- Va demasiado lejos su idea, pero la respeto. Lo más
sencillo, lo importante lo tenemos siempre frente a
nosotros. Vamos, usemos la imaginación.- le animaba Elena
mostrando regocijo.- ¿Qué recuerda de su primer carro? A
mí me trae grandes recuerdos, fue como un juguete
insustituible.
Pero, inventos, tecnologías y
nuevos
medicamentos ¿no son al cabo y al fin como el cielo y el
mar, para todos? ¡Podría contar muchas historias – y exhaló
un suspiro.
Elena puso atención en que las miradas de Marco parecían
embriagarla de una suave sensación de euforia
, viniendo de
un mecánico tan simple, limitado a admirar las carrocerías
de los carros más elegantes y seductores. Así debió ser
Marco, el paje del viejo césar. No era la primera vez que la
dueña de la hermosura más desafiante de Tepango
,
escuchaba que su nombre evocaba la figura de poder, de
seducción y también de libertad. Una mujer troyana de
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imponernos el gobierno de lo urgente, de las prisas. El
carro, el celular, internet y de alguna manera las armas
forman un círculo de excelencia para el progreso o para el
crimen. Pero ¿toda la gente con estos aparatos en sus
manos, las quiere para el abuso, para delitos? La
abundancia de armas, de pizzas, de carros, resuelve sus
problemas con tianguis de cosas de segunda mano. Ropa,
carros, muebles. En fin bazares de todo. ¿A dónde puede
llegar todo eso? ¿A educación, medicinas, ropas, perfumes
de segunda mano,
y aún a formas
de gobierno de las cosas
en puestillos baratos de un bazar?
Elena no escuchaba al espía. Sus ideas volvían al hilo de la
charla. En el lenguaje del amor, basta una sola palabra, un
solo guiño, una entonación sutil, una mirada inequívoca,
para derribar las barreras más rocosas, como en los mares
choca el oleaje apasionado, hasta convertirse en la espuma
simbólica del fuego cristalizado.
.- Pero ¡si ya existe eso Casi me pierdo esta charla tan
variada, tan fecunda. No me la esperaba. No me convence que
por su accesibilidad, los carros y otros aparatos se
conviertan en algo perverso en manos de delincuentes. No
voy de acuerdo que todo está en manos de la fatalidad.
Entonces si todo, si l
a tecnología misma funciona en su
favor, habría más delincuentes, o ¿lo entendí mal?- la
señora ostenta
una sonrisa franca con sus labios finamente
sensuales. La pasaba divertidamente, como gusta a las
diosas de la belleza. - Creo más en la voluntad de lo que
hacemos, que en las casualidades.
.-
Y bien, ¿cuál es esa diferencia? Usted dice que ya
existe.-
Marco interrumpió.
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.- Si todo eso ya es accesible, entonces, la diferencia está
en la actitud. Pero cómo explicar tanta gente que vive o
sueña
con la sensa
ción de ser
dueños de
l mundo. Pero,
¡qué
modesto es usted Marco Estamos en plan de conocernos tan
rápido. Otro día terminamos este parloteo para que me diga
por qué le gusta
tanto su
oficio de mecánico.
- Marco no
simuló el placer que ella le llamara por su nombre en un
franco coqueteo y abriera una clara oportunidad para verla
posteriormente.
.-
Creame señora Elena, m
e siento orgulloso de mi trabajo,
de mis
amistades, por modestas que sean, y ellos de mí. Bien
que lo sé. – Marco jugó demasiado esta carta desafiante en
apariencia, pues confrontaba el aire de importancia con que
Elena había mencionado a sus amistades distinguidas. Desde
luego, ella lo mira atentamente, mas no pareció molesta, ni
ofendida en absoluto. – Y sólo un punto más. Quiero ganar
toda su confianza, saber cualquier duda que tenga sobre mi
trabajo y mi pasado, saber dónde estoy y comprender a mis
amigos, como espero lo sea usted, señora Elena.
.-
¿A qué se refiere con su trabajo?
.- Algunos mecánicos arreglan carros, sabiendo que están
involucrados en delitos como transporte de drogas.
.-
No lo había pensado, Marco. Qué bueno que me dice, rento
algunos locales.
.- Y cuando guste, dese una vuelta por el taller.
.- Claro que si, Marco.- Elena con una sonrisa seguía el
hilo de la plática, al tiempo que tocaba el hombro del
mecánico con más coquetería.- lejos de sentirse molesta
por la pulla de Marco, muestra con
claridad su intención.
Un afecto adquirido impedía que la observación del
mecánico por atinada que fuese, pudiera en absoluto
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fuerza de la verdad, en cuanto a lo que logra la persona
afortunada, como Marco por estar ahí en el momento
indicado.
.- No expresé bien algunas ideas. De hecho, estaba
pensando que nos conocimos de vista usted y yo, Marco, en
la escuela. Uno revalora las amistades con las personas de
los años de juventud. Nos traen recuerdos gratos. Otro día
acabaremos de platicar sobre sus ideas.- Elena seguía en
conversación exclusiva con Marco, zarandeaba con gracia su
cabello, al tiempo que sacudía su falda mostrando las
formas curvas de sus piernas.
Estaba desenterrando Elena polvos del pasado en Tepango,
su lugar de origen, buscando reconciliarse con sus
fantasmas y obsesiones justamente definirlos dentro de
formas placenteras, deseadas para dirimir conflictos del
presente. Su origen no era divino de ninguna manera, como
la reina legendaria de Grecia, pero ¿por qué volvió a su
pueblo de origen la mujer más hermosa, como sabe que
pregonan sus admiradores, la más famosa por su riqueza y
talento? ¡Falta algo, quizás su libertad
Jeykol mostraba su asombro de ver a otra Elena, distinta a
la que conocía como asesor de los negocios de la familia de
Farniaques Ayala. Jeykol se consideraba su primer
admirador pero cauteloso, por temor al mafioso marido de
la guapa mujer, que ahora coqueteaba a un tipo tan
ordinario como Marco. ¿Qué le veía? Pues la vanidad de
Jeykol sangra por todos sus poros, con envidia evidente
hacia el mecánico. No, obviamente no la conocía bien o se
daba un cambio repentino en Elena.
De hecho, Elena no estaba eligiendo.
Ya había elegido
, era
libre. No le importaba en su condición de mujer casada,
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después de largos años de sumisión a reglas no escritas,
castigos y vituperios, dar un vuelco a su historia y
respirar el aire de la felicidad. Y la diosa Elena, libre como
las diosas, se dio la libertad para fugarse en mente con el
nuevo amante.
Un vuelo fugaz cruzaba por la mente de la diosa de belleza
en Tepango, si podrá con su poder y talento, ayudar en algo
a liberar del maniático mecánico, embelesado del oro falso
y viejo de los carros chatarra. Elena en sus adentros aceptó
el reto del destino, y sin pensar, abrió el paso a
la aventura
que sue
ña a solas por las noches en su enorme mansión.
Así Marco, el lacayo de césares modernos, simulados en
marcas ostentosas de carros nuevos, cegado y enloquecido
por las curvaturas sublimes de las carrocerías y brillo de
sus faros y carrocerías, y no pensó ni por un instante
entregar todo su amor por la diosa de belleza que le ofrecía
lo mejor de su sonrisa.
Jeykol llevaba a cuestas una historia de fraudes, de
espionaje y de comediante. A su paso despedía un aroma de
perfume adulterado p
or más que comprara perfumes de
marca. En su historial registraba numerosos casos de
quejas de personas de distinta condición social y
económica a quienes había timado.
Elena no lo repudiaba o
menospreciaba por ello, sino por su servilismo con
Farniaques, su marido.
.- Bueno, este tema nos da mucho para platicar.- Elena se
puso de pié por tercera vez para despedirse. Buen rato
había dedicado a bucear en los archivos de su mente, en el
álbum de sus recuerdos juveniles, y ahí había surgido poco
a poco la figura de Marco.
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.- ¿Cuánto no daríamos por revivir esos momentos? Adiós y
buena suerte.
Marco
permanecía callado, lleno de recuerdos en un pueblo
chico como Tepango, tantas cosas comunes en su pasado los
unían. Rodeados de una bruma de circunstancias
desfavorables, padec
ían
de una vida afectiva realmente
miserable, abriendo un ancho puente hacia una promesa
esperada, una aventura tempestuosa. Circunstancias y
fuentes de origen distintas de Elena y Marco, pero su vida
emocional pasaba por tiempos oscuros, de s
equía,
con una
presión in
tensa para el disfrute de tiempos de placer, de
felicidad.
“Cien hijos de Elena”
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CAPÍ
TULO X Elena y Marco, un idilio.
Después de la entrevista, danzaban en la mente de Marco con
fuerza obsesiva, imágenes de la radiante belleza d
e Elena,
sus ojos y labios, sus largas y torneadas piernas, hasta el
menor detalle observado o imaginario de su cuerpo, como lo
grabó su memoria fiel, precisa de mecánico. Persistían
obsesivamente. Las flechas impetuosas del amor no pasan de
largo, ante cualquier oportunidad.
Revivía cada detalle,
sus comentarios y actitudes francamente cautivadoras.
Avivaron sus sentimientos más cálidos respecto a Elena, no
pasaba un momento en que estas impresiones no se
apoderaran febrilmente de su ánimo, de sus deseos. La
sentía plenamente a su alcance. Toda barrera posible entre
ambos no se pudo interponer.
Elena había renunciado por mucho tiempo a su libertad y
deseo de amar y ser amada. Ella misma le puso precio a su
matrimonio con Farniaques a quien nunca amó
, y tampoco
engañó. No lo amaba, pero le había temido siempre, le
seguía temiendo, pero nada iba a impedir ahora el avance
arrollador de sus pasiones.
Tal vez temía más a la red vieja de prejuicios y rituales con
sus rígidas cadenas de censura.
Humillada por las
infidelidades constantes del marido, no tenía un argumento
claro, una razón convincente para sostener la imagen de
esposa fiel y respetable. Quería sepultar esa imagen en el
pasado
, después de mucho tiempo de convivencia en
habitaciones separadas. Los
escándalos lugareños de
cualquier modo fluían en su contra, ya como mujer de un
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ebrio, libertino, y otros flancos del marido como su edad y
su aspecto horrendo.
Despertaban en Elena ideas fugaces, amontonadas pero
coherentes que la fustigaban por su condición de esclava.
¿Alguna razón para seguir así? Trabajar, comer y dormir.
Pocas veces divertirse. Se disparó con toda claridad, como
el nuevo amanecer, el vacío que llevaba en su vida afectiva.
Algo muy poderoso la empujaba a un cambio urgente. Empezó
a advertir que era usada por su marido como un recurso
mezquino, como un parapeto contra las olas de miedos y
señalamientos
en contra sus
crímenes. Así co
mo era muy
antiguo el término de sus relaciones íntimas, de
cohabitación en la misma alcoba.
Sucedió lo predecible con Elena. Se vieron en diversas
ocasiones a partir del siguiente reencuentro, bajo
pretextos de Marco para asuntos sobre el arrendamiento,
tanto ella como él no perdieron mucho tiempo en devaneos,
o palabras. La atracción mutua puso todo sobre rieles. En
sus encuentros buscaban
cierta discreción
. Solamente se
veían en algún hotel o en la casa que Elena acondicionó con
prisas para este propósito, con improvisaciones en el
mobiliario. Una casa lejana del centro de Tepango y de las
miradas curiosas de paseantes. Una casa pequeña pero
cómoda. Marco se sentía rejuvenecido. Era otro. En cierta
ocasión, Elena quiso distraerse con cuidados del jardín del
frente. Era temprano, pero el rayo solar imponía toda la
potencia agobiante de su fuego. Iba en bata. De pronto,
Marco tomó la manguera y disparó chorros de agua contra
su amante. No le hizo mucha gracia
. Ni le importó que el
remojón dejara asomar en plena calle algunas curveadas
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porciones de su figura sensual. Pero reaccionó devolviendo
el juego con un cubetazo. ¡Jamás se había divertido así
antes con otra mujer Realmente, Elena disfrutaba como
nunca su amorío fuera de toda preocupación.
La relación entre los amantes se fue construyendo a lo
largo de numerosos episodios inusuales. Desde la primera
ocasión, pudo Elena sentir cuando Marco la hizo suya, la
intensidad del goce sexual. Desconocía hasta donde el
placer de la caricia ardiente en sus senos la agitaba, le
provocaba una sudoración como nunca, jadeaba,
permitiendo
olvidarse de algunas inhibiciones.
Ninguno de los dos concibió un plan de acción para su
aventura o nueva vida. Todo lo dejaban al vaivén, como la
giraldilla se deja guiar por el viento en el esquema más
natural. ¡Como si fueran jóvenes amantes libres de todo
cautiverio Querían dar un salto enorme al liberarse de
invisibles cortinas pegajosas y desdibujadas por montones
de temores y fantasmas que ahí se anidaban, como arañas
cambiando de cutícula.
Disfrutaban
de goces íntimos, de placeres sexuales. La
pasión salvaje despertada entre ellos no demandó
preámbulos. Ya en las escaramuzas sexuales, dando de sí
hasta el límite, toda su experiencia e ímpetu. Como si
respiraran una segunda juventud, desafiando paradigmas
tirados en un envejecido
desván
, al destierro en la edad
plateada, para tirarla como traste viejo. Siempre les
faltaban tiempo de placer y palabras románticas. Ella se
había apartado por largos años, de esos momentos de
placer, enamoramiento y
pasión
;
hacía tiempo
que
naufragaba
dentro de un matrimonio vacío.
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Elena apenas pensó en el Farnas. En los inicios de su
matrimonio, le amenazó de las consecuencias en caso de
infelidad. N
o la perdonaría
. P
alabras más, palabras menos,
él mismo la mataría, sin pensarlo. Renunció Elena a toda
sensatez, a toda meditación para medir riesgos o
reflexionar su
situación. Sin duda Farniaques llegó a
enterarse de las veleidades de su mujer con el mecánico, y
debió consentirlas o quizá ignorarlas pues daba por
sentado que se trataba de un devaneo pasajero de su mujer y
que pronto le pasaría.
En parte, Farniaques pudo sentirse
obligado a algo de tolerancia, como una compensaci
ón de
todo el tiempo que gastaba en constantes bacanales.
En diversas ocasiones, Elena pospuso una y otra vez tratar
con Marco sobre la perspectiva de su relación y abrirse
paso hacia el divorcio. Temía enfrentar a su marido, pero
al fin y al cabo las puertas del conflicto estaban ya francas
para dar paso al estallido. En las historias de estos
amoríos siempre abundan las resistencias y obstáculos de
quienes los rodean. Sin embargo, no le preguntó por algún
tiempo a Marco su parecer sobre su futuro como pareja.
¿Qué ofrecía en su situación, mientras no propusiera a
Farniaques el divorcio?
Gracias a su fortuna o dinero impresionante, Farniaques
vivía entregado a los placeres más mundanos entre mujeres
y fiestas. Su riqueza proveniente
del tráfico de la
violencia, fraudes, despojos, estafas, golpizas por encargo
o intimidaciones, extorsiones, lo aproximaba a la
farándula. En su oficio, utilizaba la información privada,
conf
idencial para allegarse más dinero.
Más parecía un
rufián por mero gusto, que por la codicia.
O simulaba
ignorar los devaneos de Elena, o bien preparaba el terreno
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vanidad o soberbia de rufián y de su dinero, más aun por los
asistentes y monigotes que le rodeaban a diario, nunca daba
el primer paso ya como una
táctica
aherrumbrada.
Para ella, los recuerdos juveniles con Marco, incendiaron
los primeros fuegos del amor. Más ella que el mecánico,
pensaron al principio en una relación duradera. Sabían del
riesgo que corren esta categoría de amantes en cuanto a la
perspectiva futura de su relación. Enfrentar todo un
proceso de ajustes, de inquietudes por la menor amenaza a
su ventura.
Elena abrigaba más temores que su amante.
Comenzó
como
una frívola aventura, ahora se preocupaba de una relación
duradera, no planeada. Tampoco deseaba terminarla, pero
¿qué hacer? No lo cuestionaba y tampoco Marco a ella, pero
a ojos de cualquier persona ajena, el ganador justamente
era el mecánico por la belleza contundente de Elena y sus
dotes para ser amada, eclipsando por su belleza y elegancia.
A su manera, Elena temía enfrentar a Farniaques por ser un
despiadado rufián vengativo, y Marco a su esposa Clarisa,
por su vulnerabilidad.
Al enamorarse de Elena, perdió el sentido de cualquier otro
compromiso. Vez tras vez, se desaparecía de la vista de
Clarisa, ahora pretextaba que lo contrataban para un carro
descompuesto en un sitio lejano a doscientos kilómetros de
distancia, luego la venta de un carro y trasladarlo a otro
sitio igual o más lejano. Pretextos, no explicaciones.
Nunca había amado a una mujer de manera tan intensa. Se lo
juraban ambos, Elena y Marco, amarse para siempre. Y todo
parecía que vencían
todo pronóstico en contra.
En menos de un mes, después del primer encuentro íntimo
con Elena, Marco ya ocupaba la atención de Farnas. Por su
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oficio en el tráfico del espionaje, podía “desnudar” de pies
a cabeza a cualquier enemigo o quien se le antojase.
Las
fuentes de información suelen tener un
bajo costo
, más
Ya fuera por coincidencia o por rutina, solo en contadas
ocasiones, cenaban juntos Elena y Farniaques. Más de una
noche, Farniaques la convocó.
El propósito parecí
a que iba
a reventar de una vez, como esa noche ocurrió.
.- ¿Cómo has estado, todo bien? – melosamente comenzaba
la estrategia del bribón con su sonrisa de sarcasmo para
asestar un golpe a su estilo.
¡Aun cuando fuera al aire Rara
for
ma maníaca de mostrar su poder, pues de no ser por su
violencia, su risa caricaturesca bien podía matar de risa a
cualquiera. ¡Tenía cierto aire de idiotismo
.- Todo bien y ¿tú? – después de una pausa, mientras se
servía el platillo, Elena respondía.
.- Me alegro de vernos un día que otro.- la voz de Farnas
asomaba la garra.-
Te veo más guapa que nunca. ¿Hay algo
nuevo, algo extraño que me digas? ¿Un motivo por el cual
me pareces más hermosa, más atractiva?
.-
Lo único extraño es que te importe algo de mí. Aparte de
eso, nada nuevo.- la frialdad de Elena aunada a su timbre de
voz claro y firme retaba cualquier prueba, en todo
momento. Era su mejor arma.- ¿Alguna novedad de parte
tuya?
.- Nada, nada, algunas reuniones de trabajo. Aburridas
siempre.- Farniaques se sentía por esa noche sin fuerzas
para afrontarla. ¡No iban a conversar sobre sus
escandalosas noches de farra, vinos y prostíbulos
.- Pues menos mal. Me retiro, necesito descansar.- Elena se
puso de pié fingiendo indignación.
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.- Claro, solo me gustaría que me des algo de tú tiempo y
que pongas fecha para platicar. Hay algunas cosas que valen
la pena.
.- No le veo problema. Mañana, pasado mañana, es lo de
menos.
.-
¿No te gustaría saber el tema
?
.- No en este momento, pero si es importante para ti,
cuando dispongas.
.- Te adelanto algo. Mis enfermedades me obligan a ser
previsor. ¡No, no es nada preocupante ni para ti, ni para mí
He pensado sobre mi testamento y necesito tu
opinión.
.- Mejor lo hablamos mañana con la cabeza fresca. Doy por
seguro que nada cambia en lo que siempre hemos acordado,
sobre nuestra separación de bienes. Supongo que eso no lo
vamos a discutir. No deseo ir a la cama con
preocupaciones.- Elena le observó fijamente, y notó que él
le temía más de lo que ella a él.
Ni ella misma adivinaba
toda la pasión y devoción que su belleza despertaban en el
rufián.
.-
No, claro que eso ya está más que hablado. Son otras
cosas y como te dije, quiero tu opinión, solo tu opinión.
.- Entonces me voy tranquila a la cama, pásala bien.
Cuando Elena ya estaba lejos del comedor, Farniaques daba
un manotazo tremendo contra la mesa. Las cosas se habían
salido de su control, ya el mismo percibía los sudores
y
limitaciones de la vejez no confesada. Tampoco aceptada.
Pero aun no vencido ni acobardado.
Pronto volvió a la carga. Lo azuzaban sus gentes cercanas.
Apenas tre
s días después, un revuelo de gritos y alaridos
dominaba toda la casona.
Amanecía
con la frescura del
verano. Los empleados y trabajadores de oficina y de
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Dos jóvenes fueron hacia donde estaba Farniaques. Por vez
primera, Elena increpaba delante del personal a su marido.
Todo mundo se asomaba por puertas y ventanas.
.- Que me traigan ahora mismo una pistola… - estaba fuera
de control y dispuesta a todo.
Alguien debió decirle al mafioso que su mujer pedía a
gritos la pistola. Entonces caminó hacia ella con prisa.
Solo.
Cuando Elena lo vio a unos cuatro metros, le echó en cara.
.-
Son unas bestias, como tú. O los encie
rras o los mato en
seguida.
–
le espetó con el brillo en los ojos por la ra
bia. Se
daba la vuelta y regresò para agregar.- Fue un juego de
idiota. Hazlos encerrar ya. No quiero verlos para nada.
Por años y años, Elena soportó en silencio muchas
vejaciones de su marido. En la casona se advertía el aliento
y hedor de los intestinos asquerosos y enfermos, como una
alcantarilla. Humillantes chistes durante la comida en
alarde de sus borracheras con mujeres callejeras.
Acentuaba rasgos de las “pimpollos o primores” por sus
traseros. Realmente no le preocupaban a Elena dichas
afrentas. Además Farniaques jamás le alzó la voz y menos
intentó siquiera ponerle la mano encima. Sin embargo, le
costaban ser la comidilla del personal de la oficina y aun
de gente del pueblo, más enterados de calumnias y
murmuraciones de la vida ajena que de su propio fuero.
Carecía del menor afecto por su marido y poco, muy poco
interés le despertó alguna vez.
La humillación y reclamo con el respaldo de la razón
dejaron callado al mafioso. Nadie en la casona recordaba en
absoluta una escena semejante. Los doberman quedaron
enjaulados por unos días y luego desaparecieron.
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Farniaques le envió una explicación mediante una
asistente. Eran perros entrenados, llevaban el bozal y
servían para la
seguridad de la casona.
Elena no contestó nada. La asistente no sabía que hacer y
tras unos minutos de que la dejaron plantada como un
poste, regresó a su oficina.
La intentona de Farniaques de desquite por su desventura
en la cena, también falló.
Hechos anecdóticos como este se repitieron en la casona.
Siempre con el sello de las iniciativas burdas del mafioso,
incapaz de un plan eficaz cegado por la rabia y los celos.
Pero evitó posteriormente hacerlo abiertamente para no
exponerse delante de los demás.
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CAPÍTULO XI Elena, su pasado.
Al conocerse en tiempos de la universidad, nadie en el
colmo del optimismo o de la indolencia,
podía
vislumbrar
relación alguna entre Elena Carasao y Farniaques Anaya,
imposible apostar al noviazgo y menos al matrimonio entre
ambos. Nada más opuesto, de un lado, una hermosa joven con
gracia, y, del otro extremo, un joven de estatura mediana,
con calvicie prematura,
mandíbula prominente
y ojos de
batracio. A diario comenzó a llevar un carro semideportivo
para galantear a la muchacha más hermosa de su grupo
quizás de la generación misma, Elena Carasao.
Farniaques con su acoso, su risa carroñera, se entrometía
en todo, adicto a enterarse de todo, de cualquier secreto.
Eran opuestos, Elena conjugaba con su belleza, dotes de
simpatía, inteligencia social y generosidad como pocas de
sus compañeras. ¿Qué tenía en común con Farniaques?
¿Cómo la conquistó?
Un tipo de aspecto físico
inmundo,
caricaturesco y por si fuera poco, sarcástico y agresivo.
Desde su nacimiento y orfandad creyó ser rechazado por
todos. Sus padres le heredaron bienes y dinero para su
sobrevivencia, pero le dejaron la impresión traumática por
el abandono. Pensaba
que también ellos lo rechaza
ron.
Ignoraba todo de su origen, apenas su nombre constituía
una pista de sus antepasados de lejanas y extrañas tierras.
Vagamente recuerda en su niñez, le suena la voz extraña de
las forquiadas. Unas brujas lengedarias, pero tan horribles,
que asustaron a mefistofeles
, según viejas leyendas. Deben
ser tan difíciles en la memoria de todo el mundo, que su
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nombre se borró de todos los diccionarios, como varios
monstruos de los avernos.
Sus ventajas no fueron pocas, dada su inteligencia. Se
integró a pandillas desde su infancia, aprendió la facilidad
de atemorizar y explotar a la gente. Si no conseguía más
que
el repudio de todos, no le quedaba más recurso que
explorar y alcanzar los beneficios del dinero.
Ciertamente no es justo todo el vituperio y desprecio con
que la maraña social condena y castiga algunos rasgos
físicos de las personas. Sean o no de nacimiento, pero quizá
la máquina social
con sus tribunales, requieren por su
misión, reducir al máximo las desviaciones que impidan lo
que entendemos por progreso o evolución.
Farniaques Ayala pertenecía y no a este catálogo de
víctimas de las condenas, supersticiones y reprobación. Su
perfil claro de violento y depredador, sin duda su respuesta
espontánea a ese estigma, lo convertía en una incógnita o
charada. El cobro de facturas a su favor, arrojaba un
balance incierto. ¡Tú la máquina social me repruebas por
algo con que nací, pues yo me
recupero golpeando a quien
sea La vieja ley de no importa quien me la hizo, sino quien
me la pague. Agregado a su apetito voraz por el dinero.
Volviendo a Elena, en su pasado, algunos episodios
destacaban en su diario y grabados en su biografía
personal.
En su pasado, al cumplir diecisiete años aceptó una
invitación a bailar de un compañero de la escuela en
Tepango. Fue su primer noviazgo. Se enamoraron pronto con
la ternura y
pasión
de la adolescencia. Se juraron amor
eterno a diario. Se entregaron uno al otro. Se amaron sin
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reservas en la casa del novio. La casa se encontraba cerca
de un campo deportivo y desde la azotea podía
contemplarse el río seco, del pueblo. Elena jamás olvidaría
tantos recuerdos de esta jornada llena de romance. Menos
de un año duró el idilio. El negocio de los padres del novio
fracasó. Faltos de alternativa, decidieron marchar al norte,
cruzaron la frontera, en busca de un nuevo y mejor
horizonte.
El novio carecía de opciones que ofrecer a Elena, pese al
lazo afectivo que
parecía
unirlos para siempre. Ambos
lloraron por la separación inesperada, involuntaria.
Elena no podía creer, menos aceptar esa pérdida en tan
temprana etapa de su vida. Como precaución, durante esos
amoríos Elena cuidó de prevenir o asumir un embarazo
posible. Acudió al ginecólogo en varias ocasiones,
resultando de los estudios médicos su condición de
esterilidad. Joven aun no dio importancia al dictamen del
especialista, agregado que le aseguraban que ya habría
soluciones en unos años más. No le preocupó entonces su
dificultad natural para la maternidad. No
tendría
problemas, ni pensó en requerir del recurso de una
adopción.
Elena nunca olvidó a ese primer amor, al cual se entregó la
doncella con la locura del primer amor. Siempre esperaría
el regreso del novio de la escuela
. Perduraría este
recuerdo por el futuro que le esperaba en su vida pasional.
Cruzaron algunos intercambios. Elena le había dado un
libro de una portada donde predominaba el color verde del
mar y la novela justamente llevaba por tema la historia de
una pareja de pescadores. El novio le obsequió un bosquejo
de su casa al lado del río y del campo deportivo, dibujado
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por él mismo. La pintura o bosquejo medía casi un metro de
altura elaborado en papel pergamino. Las siluetas de los
cuerpos desnudos de ambos, abrazándose, parecían flotar
por encima del barandal y del cuarto que daba al río y al
parque deportivo. Encima de la silueta, los rostros eran
rec
onocidos pues se trataba de sus propias fotografías. Los
dos conservarían siempre estos recuerdos.
Posteriormente Elena marchó a la ciudad de México, donde
se relacionó con un vecino joven, grato de presencia a los
ojos de Elena, muy circunspecto. Pronto
abrió sus
pretensiones respecto a Elena. Fue sorpresivo que en unos
días le propusiera matrimonio. La sorprendió al grado que
se convenció del enorme interés que le mostraba. La noche
de bodas el recién marido desapareció. Mientras ella se
vestía para la noche, él le dijo que iba a la tienda.
Nunca jamás regresó. Sus padres del joven la visitaron poco
después. Le preguntaron si estaba dispuesta a facilitar su
separación, dado el insólito comportamiento del joven
consorte. A cambio le ofrecieron como recompensa, se
quedara con el departamento destinado a su vida
matrimonial, y los enseres que ahí ya se encontraban. No
hizo preguntas y aceptó.
Estos episodios amargaron la semilla de romanticismo de
Elena, siendo muy joven aun. La raíz emocional de Elena se
e
ndureció. Sin llegar al escepticismo, pues en sueños o días
de lluvia para meditar, alentaba esperanzas de una nueva
oportunidad de encontrar un verdadero lazo afectivo, un
compañero que llenara sus anhelos de amor y sexo. Tuvo
algunos amoríos
pasajeros pr
incipalmente con compañeros
del trabajo o de la escuela. Encuentros o revolcones de un
día donde se consumaban sus fantasías sexuales.
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Conservar y pulir su belleza ocupó entonces su mayor
prioridad. Se propuso encontrar una pareja que satisficiera
su objetivo primordial, hacerse de una fortuna. Después de
experiencias amorosas decepcionantes, era lo mejor para
ella, en ese momento. Renunció a la posibilidad de de ser
amada. La falta de noticias del novio que tuvo en Tepango,
ensanchó su sequedad emocional.
Alrededor de esas fechas, Elena había comenzado a trabajar
en un despacho de “Apoyos Empresariales” de la ciudad de
México, apenas terminaba los
estudios de la preparatoria.
Su padre le compró un carro nuevo compacto. A los pocos
días fue robado en la calle cerca de su trabajo, donde lo
había estacionado.
Mantuvo en silencio la desaparición por unos días.
Investigó con ayuda de compañeros de trabajo acerca de
pistas para recuperarlo.
Con apoyo de un joven abogado pasante, obtuvo i
nformación.
Sus pesquisas llevaban a la sospecha de que el carro fue
robado una hora después de que Elena lo estacionó en una
calle solitaria. Muy temprano, transitaban por ahí personas
rumbo a la escuela, a las tiendas de abarrotes o que salían
a caminar o trotar.
.- Sólo vi a dos tipos muy altos. Estaban junto al carro
color rojo, no tenía placas. Parecía muy natural su
presencia. Uno de ellos vestía una camiseta
blanca con
dibujos y tenía pelo corto. El otro era gordito y de piel
rosada. – Una señora vecina del sitio del robo proporcionó
la información. Señaló detalles interesantes y aportó una
descripción
para
el perfil físico de los delincuentes.
El joven
quería aprovechar
esta fuente de datos para la
averiguación.
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“Cien hijos de Elena”
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Pero el pasante incurrió en un doble error y le comunicó a
Elena su debilidad por faltar a su palabra, de tener fuera
del asunto a su padre. La impaciencia y temor frente a su
padre para arreglar la desaparición del carro, la llevaron a
pensar en otra solución, antes de que su padre actuara,
temiendo por su seguridad.
Esa tarde, esperó que el pasante se retirara. Consiguió
nombres, fotos y domicilio de los rateros del auto y los
escritos de la averiguación. Motivó a dos compañeros de la
escuela para que la ayudaran en el rescate. Hicieron un
plan, l
o más absurdo, pero el ímpetu
ju
venil será siempre
rebosante de idealismos y en la noche ya acechaban a los
maleantes cerca de su domicilio. Se fueron a caza de los dos
sospechosos.
Tenía los datos que torpemente le entregó el abogado
pasante. Compraron una pistola clandestinamente. Llegaron
con cautela al vecindario. No quisieron pasar como
sospechosos en su vecindario. No hicieron preguntas, ni
veían el carro rojo.
Pasaron dos horas. Ya la noche solitaria con el ruido de los
grillos y de los perros sugerían precauciones. Los vieron
llegar. Elena sola se adelantó fuera del plan concebido.
.- Ehy… ustedes, quiero hablarles. Si, ustedes. – gritó la
joven llena de su indignación. Sus compañeros estaban y
atemorizados. Perdieron la ventaja del ataque sorpresa.
.- ¿Es con nosotros? – la voz del tipo, ronca y sonora, no
perturbó a Elena.
.- Si, es con ustedes.
.-
¿De qué se trata? –
se le acercaron.
Los amigos de Elena no sabían qué hacer.
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.- Ustedes robaron mi carro, aquí está la foto. – les increpó
Elena en el punto máximo de su imprudencia.
.- No m rches guerita. ¿En qué chingaderas te andas
metiendo? – Uno de los tipos empezó a agitarse.- ¿Qué te
traes pendeja?
.- Espera, espera.
Traigo dinero…
Elena no pudo darse cuenta de las miradas lascivas del tipo
que no perdía de vista el escote. Le comenzó a acariciar y
sobar en las mejillas, en las manos y el trasero. Ella no
perdía el dominio de sus nervios.
.-
¡Qué me lo devuelvan Yo les pagaré.
- aun conservaba
cierto aplomo.
.- Y ¿cuánto nos vas a pagar? – parecía interesado en
resolver mediante dinero.
Elena se molestó y jaló del gatillo hiriendo
superficialmente en una pierna a uno de los tipos. Se
arrastraba con dolor, pero se mostró más agresivo.
.- ¡Verá está maldita cabrona - gritó con violencia el tipo
herido. La golpeó con saña una y otra vez.
.-
No, no grites. ¡Está rebuena Mejor nos la tiramos ahí en
ese rincón. No se irá sin que pruebe lo que nunca en su
pinche vida ha soñado.
La violación o violaciones duraron varias horas, durante la
penumbra, en que Elena perdió la conciencia. La infamia de
los
reyezuelos
de las calles y de la oscuridad ocurrió sin
tropiezos. Al amanecer del día siguiente, apenas pudo
levantarse. Nadie transitaba por ahí.
Los compañeros de Elena se asustaron. La rudeza de
aquellos
dos tipos armados los amilanó. Furtivamente se
alejaron del sitio unas calles. ¡Después de todo era culpa de
ella
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Ambos tipos la violaron. La golpearon, dejándola a su
suerte en la calle. Nadie parecía notar el abuso. Como si
nada pasara.
.- ¡Puedes volver a buscar tu carro, mamacita – la
carcajada socarrona de un tipo se perdió entre los ruidos
de camiones que pasaban a velocidad.
Ella tuvo que aceptar la cobardía de sus amigos, estaba
sola y vejada. Le dolía la violación física y moralmente. Se
sentía humillada como nunca.
Imposible para Elena seguir mintiendo a sus padres, ahora
necesitaba de su consuelo y tampoco podía engañarlos
sobre los indicios de la agresión física de que fue víctima.
En su bolso se hallaban aun los papeles relacionados con la
identificación de los agresores. Su padre lleno de coraje e
indignación fue con el pasante. Confirmó los datos que
deseaba, no le comentó del incidente. No dijo ni una palabra
durante el día a Elena ni
a su esposa. Y desapareció por la
tarde.
Fue la madre de Elena quien primero sospechó que su
marido, enfurecido, desesperado, fuera a cobrar cuentas con
los rufianes. Nada le comentó a su hija.
Pasaron dos días y Elena ya se preocupaba por la suerte de
su padre. No había regresado a casa ni se comunicaba con
ellas una sola vez. Al principio, les alivió la idea de que en
la búsqueda del carro, bien podía haber viajado fuera de la
ciudad.
Aun conservaban Elena y su madre la esperanza de que el
señor Carasao siguiera con vida. Algo raro pasaba, pero aun
no temían lo peor, es decir, que l
o hubieran matado o
secuestrado
. Les alarmaba el conflicto en que podría
meterse, desafiando al par de cobardes capaces de toda
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brutalidad. Aun con ventajas de atacar por sorpresa y
armado, no podría vencer a los matones.
No llegó su padre a su casa esa noche, ni la siguiente. Elena
y su madre lo buscaron en hospitales, oficinas del
ministerio público, sin suerte. Poco a poco perdían la
esperanza de volver a verlo con vida. Do
s meses después,
una llamada anónima les informó a Elena y su madre donde
encontrar el cuerpo del fallecido señor Carasao.
Frente al sepulcro de su padre, Elena juró en voz baja que
por su propia mano, veng
aría su muerte. Nadie, ni su madre
podían
imaginar
la capacidad de odio y obsesión que
perseguiría fatalmente por toda su vida a su infortunada
hija. A partir de esa fecha, la misión de su venganza, una
venganza cruel, sangrienta, se convirtió en el faro de su
destino.
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No cayó en el marasmo del miedo absoluto. O la figura de
los criminales se fijó en su mente como fieras invencibles,
por lo cual no los enfrentaría nuevamente cara a cara. O
bien, pensándolo fríamente, una venganza por encargo le
daba una doble satisfacción de su poder. La seguridad de
aniquilarlos, la seguridad de no caer otra vez en el riesgo
de ser sacrificada. Sus pesadillas se desvanecían con la
sensación de mirarlos morir en un charco, en el lodo de su
propia sangre.
Tiempo
después de
la
búsqueda, llegó
por fin el momento de
Farniaques. De aspecto rudo, desagradable, que nada lo
podía encubrir, le pareció de primera impresión una
pesadilla cuando se le acercó. ¿Podía alguna mujer
congeniar, abrazarlo, pensar siquiera meterse a la cama con
un salvaje, de aspecto tan ridículo y grotesco como
Farniaques? Pero frente a su ánimo de venganza, estaba
dispuesta a sacrificar todo.
No tardó Farniaques en derribar barreras y se acercó a
Elena, le juró su amor, le confesó varios de sus secretos, le
pidió a Elena que renunciara a continuar los estudios y que
jamás trabajaría sino en aquellas labores en que él
estuviera conforme. Pareciera raro este compromiso a no
ser por los propósitos y condiciones que Elena fijó, y
Farniaques cumplió.
Contribuyó al resultado de esta relación, como si se
tratara de una tirada de dados a la suerte, la travesía
vacacional junto con sus colegas estudiantes por el puerto
de Acapulco. Una docena de compañeros participaban en el
viaje. Una noche abordaron un navío para disfrutar del
paseo en alta mar. Cena y copas de vino, baile y así se
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facilitaron a Farniaques sus aspiraciones para ser aceptado
por Elena. Vino a ser su noche de bodas.
Respecto a las condiciones fijadas por Elena, comprometían
tanto la suerte de ambos que requerían la máxima
discreción. Sería su secreto por siempre. Solamente ellos
podían estar enterados de estos requisitos establecidos,
pues implicaban ilícitos y venganzas que ella mantenía
reprimidas desde tiempo atrás. Elena tenía su pasado, si
bien decía estar dispuesta a todo por su ánimo de venganza.
A sus espaldas, las compañeras de aula y otros más reían y
bromeaban a sus espaldas, so
bre la fealdad cómica d
el
desventurado espantajo.
¡Farnas se mostraba seguro, aplomado, pese a la ridiculez
asombrosa de su físico Ciertamente, sus más elevadas
expectativas sobre la mujer de sus sueños, la mujer que
idealizaba, de sobra las colmaba Elena. Así ambos no podían
pedir
más
a la vida, viendo a su alcance sus metas
más
preciadas. Al lado de su apariencia, alardeaba que
acostumbraba portar alguna clase de armas, al menos
navajas. ¿Por qué deseaba que todos lo supieran? Tal vez al
principio lo utilizó como herramienta de apoyo para
husmear y exhibir la flaqueza de muchos, humillarlos,
atemorizarlos fácilmente.
¡Qué mejor para Elena Se enteró que le movían no sólo una
furia
espontánea
sino motivos de lucro, cuando algunos
interesados en sus habilidades, le pagaban con creces para
satisfacer sus propias venganzas y agravios, simulando
golpizas al gusto del cliente. Ya tenía experiencia el rufián
con una estrategia de ataques contra blancos deseados,
usando s
eñuelos en
sus
prácticas
de la violencia y de
conflictos ajenos.
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No disimuló Elena nunca su interés “en una relación seria”.
El noviazgo fue breve con flores, cenas, regalos que algo
ayudaban como un tapizado de paredes aberrantes,
pasmosas. Además, era espléndido, dando pie a mitos sobre
su fortuna, nada espectacular por entonces, pero más que
suficiente para provocar algunas
fantasías
. Ante los
halagos y propuestas de Farniaques, Elena le aclaró que
ella aceptaba una relación, a cambio de un compromiso y lo
firmaría para siempre. No para algo pasajero. El lazo con
Farniaques se cimentaba por encima de cualquier duda.
Farnas la
animó
a que le enterara con detalles de sus
tribulaciones y le abundó sobre los sucesos de la muerte de
su padre y de sus violadores. Farniaques le expresó,
conmovedor, su comprensión y cabal respaldo. No sólo
justificó sus odios, sino que los alentaba una y otra vez.
.- Un día llegará el hombre que me libere de esta obsesión.
Yo sabré corresponder con todo lo que me pida.
- Elena lo
miraba fijamente a los ojos.
.- ¿Todo lo que yo te pida? No sabes lo que dices. Tú para mí
eres todo.-
Los ojos del rufián
brillaban de felicidad. Fue
sincero en calificar el bajo costo de obtener lo que
quisiera de Elena en ese sangriento intercambio.
.- Es pura palabrería, o hasta no ver…- el brillo de los
ojos lo desafiaban y abrían el ímpetu de sus ansiedades
mutuas.
.- Si tienes toda esa información, ¿qué trabajo puede darme
acabar con esa basura? – dijo fríamente Farniaques.
.- ¡Quiero verlo yo misma Tendrás nombres, fotos y lo que
yo tenga, cuando quieras....
–
Elena lo
retó con el gesto de
su rostro.
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.- Primero nos casamos. ¡Que no queden las palabras en el
viento Lo celebraremos en un convenio. ¡A mi esposa no le
voy a fallar en algo tan especial para ella
.- ¡Yo creo en ti, firmo el convenio que quieras A mí sólo
me importa que me dejes verlos ya muertos.
.- Comprendo cuanto los odias. Y eso que ha pasado mucho
tiempo.
.- ¡Se trata de mi padre Y ¡lo que me hicieron estos
malditos
.-
Lo sé
. Eso no puede quedar
así
.
¡Cualquiera en
tus
zapatos, harí
a lo mismo
Mañana mismo dejas de ir a la
escuela y solo trabajarás en el futuro donde yo esté de
acuerdo.- Farnas le habló con toda la seriedad posible.
Elena se quedó pasmada.
.- No te entiendo, pero ¿qué tiene que ver la escuela en
esto?
.- No puedo evitar la ira que me da cuando algunos tipos no
te quitan la mirada o se te acercan…
.- ¿Son celos? Me pides mucho, no es mi propósito en la
vida encerrarme en una casa. - Elena
pensó que
era mucho
pedir.
.- ¿Sabes lo que tú me pides? ¿Celoso? Pero haremos
negocios. Tú me ayudarás. No te encerraré en cuatro
paredes.
.-
Creo que debo cumplir lo que te dije, ¡lo que tú me pidas
No tendrás problemas conmigo.
Juntos, desde su luna de miel, repasaron y fraguaron su
estrategia para atrapar a los forajidos. Con ayuda de
miembros de su pandilla,
Farniaques
cumplió su palabra y los dos
juraron
jamás
hablar del asunto. Hicieron parecer un asalto callejero la
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presunta muerte de los asesinos del padre de Elena. Farnas
contó con una enorme ventaja respecto a los rivales por la
sorpresa, la diferencia en edades, en armas y por la
emboscada. Tal vez por el alcohol y algo más, a Elena le
parecieron sus agresores, mucho más viejos de la cuenta. La
sed de venganza
había durado
mucho tiempo
, pero se sintió
extraña. La revancha se consumó en unos minutos. No
mostró gran placer la ofendida, como lo había deseado, al
contemplar la escena de sangre y agonía de los mafiosos
tendidos en el suelo, balaceados y apuñalados con saña.
Dada su experiencia en los sucesos violentos, Farnas se
aseguró de que no quedaran muertos, sino sólo gravemente
heridos. De esta suerte, las averiguaciones policíacas
serían menos preocupantes. Además en su papel de verdugo,
sabía que el daño consumado resultaba mil veces mayor que
haberlos matado. Así sufrirían más.
A partir de este lance, Farna
s empezó a asumir un cambio en
su tarea profesional. Redujo, aunque no de golpe, todo lo
que pudo su instinto de daños extremos, violentos contra
nadie, y menos matar. Salvo en defensa propia. Le bastaba
con atemorizar y conseguir sus fines monetarios. ¿Hasta
dónde la felicidad esperada, la victoria anhelada con su
hermosa pareja, actuó para este cambio de actitud? Ya
tenía algo o mucho que proteger.
Muy distante de un matrimonio ideal, la pareja
comenzó
compartiendo una amistad y necesidad mutua de compañía,
con intereses comunes.
.- ¡Muchas mujeres hacen lo mismo que yo – se decía ella
con tono de desamparo.
La perseguiría una pregunta siempre. ¿
Un tipo como
Farniaques, brutal, de aspecto repugnante, rufián a sangre
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fría, tiene derecho a comprar el compromiso de amor por
toda la vida de una mujer desesperada? Pasó un tiempo para
que estas reflexiones hicieran mella en su ánimo. Le temía
y se conducía como mujer sumisa, incapaz de serle infiel y
además de una sordera frente al río de murmuraciones que
pronto llegaron a sus
oídos
sobre Farna
s con sus amoríos,
parrandas y crueldades.
Las murmuraciones a donde fuera Elena, como esposa del
mafioso, si bien construían, sin base alguna, una mezcla de
fascinaci
ón y de repro
che hacia Farnas, como una especie de
macho triunfador, en cambio a ella la estigmatizaban como
una vulgar ramera, como a una cualquiera. Ambos
despertaban emociones intensas, complejas a su alrededor.
La vida de Elena cada vez menos sociable, tal vez
alimentaba el chismero. Las suspicacias, los secreteos,
como pieza clave del tribunal de culpas y prejuicios, nutren
de
energías
propias a la especulación y
confabulaciones.
¿Podía la belleza, la elegancia, sus modales y su voz dar un
giro a esa percepción con quienes la rodeaban? Tampoco
ella imploraba
compasión
de nadie, al contrario, era
indiferente a esos rumores.
Farniaques desechaba preguntarle nada de su pasado y a
decir verdad, tampoco le gustaba cuando Elena preguntaba
algunas cosas acerca de su trabajo o de su pasado. De suerte
que rechazaba el interc
ambio de esta información
con su
mujer. Farnas optó por esta vía no por decencia o
moralidad, contraria a su tendencia a espiar y maltratar,
sino por el enorme respeto y veneración a Elena, su mejor
am
iga por no decir la única a quien confiaba mucho y
además para no alentar una corriente de doble flujo, o sea,
“Cien hijos de Elena”
que diera lugar a preguntas escabrosas por parte de Elena,
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donde él sería el gran perdedor.
- 2 -
Volviendo a la casona en Tepango, para coordinar sus lazos
de comunicación profesional, Farnas y Elena convinieron en
asignar esa función a una sola persona. El cambio constante
del asistente que llevaba y les traía informes había
ocasionado algunos errores o fallas. Se extraviaban
archivos, carecían de seguimiento de asuntos de
importancia, surgían malentendidos frecuentes.
Principalmente requerían de un tipo con habilidades
singulares para amoldar bien, dadas las fricciones
originadas por el cúmulo de tensiones y tareas pendientes.
Farnas había contratado a un tipo jovial, estafador como
él, sangre liviana como lo identificaban los demás. Tenía
sus objeciones, pero ¿dónde hallar un tipo adecuado?
Propuso a Jeykol y Elena dijo que lo tendría a prueba.
Pasado algún tiempo de su vida matrimonial, Elena conoció
a este tipo tan extravagante. Jeykol se conducía muy osado
al no simular sus galanteos, pese a ser un empleado de
Farniaques, su marido, arriesgaba demasiado por sus
pretensiones. Llamaba su atención por las numerosas
ocasiones en que se cruzaban durante reuniones de trabajo.
No le faltaban cualidades como su buen humor, no tan mala
apariencia, pero se opacaban a la vista de una mujer con
experiencia que notaba en Jeykol todo un impostor, una
moneda falsa. De cualquier manera, se hizo informar
discretamente acerca del tipo de quien todos decían era
centroamericano, irlandés o italiano. O sea, todo y nada de
“Cien hijos de Elena”
concreto sobre la personalidad de este especie de bufón
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destacado en la improvisación y en el arte del engaño como
profesión y afición en su historia personal.
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“Cien hijos de Elena”
edad, a cambio de dinero para sus gastos en buenos zapatos
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y ropa. Apenas asistía a la escuela y no le importaba
ninguna amistad con los de su edad.
Entre los varios parroquianos de edad que ganó su
confianza, había una pareja de ancianos. Rara vez salían a
la calle, salvo los domingos a la misa.
¡A nadie extrañaba su
encierro en casa Logró pleno acceso con ellos, no solo para
ayudar en las compras, sino con el tiempo, para servirse
algunos bocados. Tenían ahorros en monedas de oro y
divisas, objetos de v
alor y pronto descubrió una pequeña
caja fuerte con varios fajos de billetes. Planeó todo.
En la oscuridad de una noche, seguro de que nadie lo veía,
entró a la casa de los viejitos. Los sujetó en la misma cama
en que dormían. Quedaron inmovilizados. Sin agua, ni pan.
Tampoco medicinas. Tomó el dinero, pasó ahí la noche y
desapareció para siempre. La pareja senil no parecía contar
con
familiares. Unas treinta horas después, una amiga de la
anciana los encontró medio muertos. Vino la policía e
investigaron con los vecinos, entre ellos el tutor de
Jeykol. Los llevaron al hospital de urgencias.
La frecuencia de entrevistas de la policía con el tutor iba
en busca de evidencias sobre las sospechas acerca de su
protegido. ¿Alguna vez le observaron conductas delictivas?
Todo lo contrario. Ciertamente Jeykol
lo engañó, pero su
tutor
lo apoyó ciegamente. La viejita falleció un
os meses
después. Ameritaba Jeykol cargos por intento de homicidio,
robo a mano armada, y otros según la policía.
.- Fue algo muy cruel. Una larga agonía.- el oficial
presionaba al tutor de Jeykol.- Mejor si la hubiera
asesinado. ¿Qué relación tenía el muchacho con usted?
“Cien hijos de Elena”
.- Ningún parentesco. Le ofrecí la adopción. Dijo que iba a
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pensarlo.- el tutor medía las palabras. Tenía temor de la
policía y más aun de Jeykol. Después de ese acto criminal,
creyó conocerlo mejor y capaz de todo. Jeykol tenía
entonces quince años y el tutor cerca de sesenta.
.-
¿Cómo lo conoció? –
el tono de voz del policía y su
mirada fija buscaban intimidarlo.
.- En la calle. Me ayudaba con mandados, igual que a otros
vecinos. Duró un año conmigo. Estudió la primaria, me dijo
que nació en Centroamérica.
.-
Igual que muchos otros chiquillos. ¿
Le
pedía mucho
dinero a usted?
.- No, al contrario. Con su franqueza, me aclaró que no
deseaba ser molestia para mí. Que bastaba con la ayuda de
techo y algunos alimentos que le daba, pero que le gustaba
vivir de modo independiente. Trabajaba cuidando y lavando
carros afuera de los cines y tiendas. A la hora de la comida,
ofrecía ayuda a varios vecinos. Lo conocimos bien, y su
conducta era intachable.
.-
Sé que usted y algunos vecinos observaban conductas
raras en ese muchacho, dada su edad. No fumaba, no tomaba,
pero quería vestir muy bien y tener su carro. El robo y su
intento de homicidio son muy claros. ¡Por ello desapareció,
se fue
de la ciudad ¿No lo cree usted?
.- No se decirle
más. Hablaba poco, no tenía novia.
- el
tutor musitaba las palabras.
.- Le dejo mi tarjeta con mis datos. Si sabe algo, avíseme.
Pero volveré con usted.- dijo el policía,
.- Cuando guste,
oficial. Aquí estaré.
Una hora después, el
tutor
recibió un recado de la maestra
de Jeykol, pidiendo fuera a la escuela para conversar. Ahí
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“Cien hijos de Elena”
muchacha me vendrá con su apuro del embarazo,
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francamente no soy partidaria del aborto. ¿Qué opina? –
Mary, la maestra, lo miraba de frente, retadora. En el fondo,
ella y otros ponían en duda su papel de tutor.
.- Dentro de lo que yo pueda, cuente conmigo. Es decir, la
muchacha que llegue a tener un hijo de Jeykol.
¡Sea
realmente o no hijo de Jeykol – lo dijo intimidado.
.- Por cierto, ¿usted le ofreció su apellido?
.- Si claro, platiqué con él. Me dijo que iba a pensarlo.
Todo el vecindario hablaba ese
día y mucho después del
niño perverso y criminal
. El tutor
fue la única persona en
el vecindario que jamás olvidaría a Jeykol.
El joven delincuente se perdió saltando de una a otra
ciudad del país. Sabía sobrevivir en las calles. Le tomó un
poco de tiempo olvidar su primer delito. Le importaba no
ser atrapado por cometer una indiscreción. Por ello se
apartaba de todos, no quería amigos. Tomaba poco
vino, muy
poco. De forma intermitente, comenzó a dedicarse a una
preparación escolar más completa.
Los pillajes en que estaba entrenado le permitían ingresos
y horizontes muy limitados. Pero dedicó algún tiempo, de
manera interrumpida, al aprendizaje del bc de algunos
oficios, como carpintería, mecánica, electricidad y otros.
Jamás se arrepentiría del empleo de este tiempo. Acudió a
las escuelas.
Sobresalió en
materias como historia o
psicología, sin querer lo llevaban de la mano o lo
motivaban para una visión más amplia de su profesión de
estafador. Se hizo autodidacta obsesivo en sus temas
escogidos. Consultaba libros más especializados en las
bibliotecas que limaban los filos de la serpiente, en
ventaja de la eficacia.
“Cien hijos de Elena”
Utilizó los contactos en la escuela para diversificar su
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ámbito social, o sea víctimas a explorar y explotar. Su
lenguaje progresaba, se enriquecía, no al ritmo que deseaba
por falta de tiempo y recursos. Trabajos pesados en
almacenes lo doblegaban. Pero gustaba y aprendía las
calidades de productos tan diversos como ropa fina,
aparatos del hogar, vajillas, vinos, de todo. Preguntaba con
tacto y obtenía aquello que le interesaba con un enfoque
selectivo, planeado.
Su aprendizaje avanzaba con rapidez
. Se sorprendía del
brinco social
que daban algunos compañeros tan solo con
los títulos de estudios. Tomó la vía rápida con escuelas de
matrículas accesibles, programas intensivos. Era obsesivo.
Impresionaba por lo brillante a maestros y compañeros.
Conseguía el teléfono de todos, maestros y compañeros. Al
cabo de un tiempo, ya pertenecía al club de golf, tenis,
gimnasio
o natación. Invariablemente adeudaba las cuotas
de dos o tres meses en el club. Además los descuidos en
esos ambientes le facilitaban uno que otro de sus robos.
Actuaba solo, siempre solo, por la enorme desconfianza a
las indiscreciones tan comunes de su prójimo. No logró
ningún título profesional. Carecía de paciencia para una
larga formación profesional No le hacía falta en sus
motivos de hacer fortuna. Observaba a los hombres de
negocios que prosperaban. Jamás apreció que hicieran gala
a los cuatro vientos del título. Tanto mejor si ahorraba
tiempo y dinero, que mucha falta le hacían para ir a sus
metas y ambiciones. Pero contaba con elementos, aplomo y
conocimientos para ostentarse como consultor de negocios,
a
bogado o cualquier otra profesión. Así
Jeykol
se preparó
para escalar a otro nivel de sus actividades especializadas.
“Cien hijos de Elena”
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CAPÍTULO XIV Una vida de estafador.
Jeykol vagabundeaba por diferentes ciudades. Seguía
aprendiendo maneras fáciles para enriquecer sus
habilidades y estilo de vida, viviendo del mejor modo
posible a costa de gentes distraídas. El ancho mercado de
los estafadores necesita de dos partes, un seductor,
parlanchín, que sabe el terreno que pisa, contra un
embobado con sueños de encontrar
regios tesoros a mitad
de la calle y sin coste. A
ños después, sucedió un evento que
también llamó la atención en un pueblo del norte del país.
Una tarde en una finca, la gente miraba con preocupación la
amenaza de lluvia. La cosecha de jitomate resultó
magnífica. Toño era un próspero agricultor especializado
en hortalizas y gozaba de fama ganada en obtener
rendimientos muy
altos en la región sobre todo de jitomate.
Lo podía lograr en predios distintos. La buena suerte era su
hada madrina. Pero en esa ocasión no sólo le preocupaba la
lluvia sino la tendencia muy franca a la baja del precio.
.- Se necesitan más de veinte camiones para transportar el
jitomate maduro.- Toño hablaba con su asistente
principal.- Paciencia, es lo principal. Nos urge un
comprador, no hay que perder la fe.
¡No faltan
sorpresas
.-
Pero, ¡con el precio del mercado
Cuidado con los
especuladores. Y con los ladinos. – desde las cuatro
camionetas de su gente, dominaban desde la entrada el
camino a la finca.
.- Viene alguien.-
gritó un
o de los peones.
Ciertamente el polvo levantado por unos carros
testimoniaba de los visitantes.
“Cien hijos de Elena”
.- Debe ser un comprador.- apenas se oían las palabras del
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asistente de Toño.
.- Si, muévete para que no piensen que estamos ociosos y a
su merced.- indicó Toño, quedándose solo.- Por si acaso.
Era Jeykol. Venía en carros de lujo con ayudantes muy
vistosos, sobre todo la joven rubia de pantalones
apretados. Jeykol disfrazaba sus verdaderos rasgos, llevaba
bigote y lentes para el sol. Salió del carro semideportivo
con el cortejo de sus ayudantes. Miraba con detenimiento la
plantación.
Todo estafador de oficio sabe de antemano sus habilidades
especiales que tonifica con ropajes que lo cubran de toda
sospecha, de igual modo que la fiera hipnotiza su presa. Un
carro de lujo, propio o prestado, un reloj de marca y sin
duda ropa y zapatos de marca, son requisitos del manual de
procedimientos de estos profesionales. Sus artes de la
fanfarronería y de los modales como
ritual derriban los
muros de la inercia y más de los inocentes que arrollan a su
paso. Pero debe contar con la resistencia de los suspicaces
o de quienes ya experimentaron con anterioridad el embate
y costos en sus bolsillos por engaños.
Vencen los temores y complacen las fantasías de los más
resistentes, cuanto más expectativas, más tiempo dedica el
estafador a obtener un rápido
desenlace. Regularmente el
estafador huye de la escena de su crimen. El estafador no da
el paso siguiente hasta devorar y explotar hasta vaciar a la
víctima, según su talento y manejo de la oportunidad.
.- No se ve mal el jitomate.- espetó Jeykol a Toño.-
Supongo que aquí tú
eres el bueno.
.- Si, nos fue bien.- Toño aparentó cierto donaire e
indiferencia calculada.
“Cien hijos de Elena”
.- ¿Podemos ver? – en ese momento Jeykol le dio una tarjeta
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de presentación con los datos de domicilio, nombre,
teléfonos con el membrete del despacho.
.- Por favor, pasen.- Toño apreció la elegancia de la
tarjeta de presentación y la guardó.
.-
Adelántense tú y Gabriela,
miren por
ahí
.-
ordenó
vagamente Jeykol, que solo caminó unos pasos.
Jeykol seguía viendo la plantación unos minutos y fue a su
carro. Hizo unas llamadas desde el celular. La música del
carro sonaba alegre, divertida. Después regresaron sus
“
expertos
”
. Fueron hacia Jeykol y platicaron un momento y
caminaron hacia las plantas mirando el color, tamaño,
probaron algunas y la densidad del sembradío.
.- No está mal el jitomate. Me gusta. ¡Por mí podemos
llegar a un arreglo – profirió Jeykol.
.- Claro, ¿qué propones? – repuso con una mezcla de alivio
por salvar su producto y de recelos.
.- El precio anda algo bajo, ya sabes, la oferta y demanda.
¡Muchas importaciones
.- Se vale que me propongas. Si me parece, le avanzamos.
¡Nada se pierde
.- El precio de la cosecha pasada, ¿te parece?
.- Más quince por ciento. Inflación, precio del fertilizante
y todo lo demás.
-
Toño negoció
con titubeos. No hablaba
con su firmeza habitual.
.- Creeme no soy principiante. Y tengo socios. Sólo puedo
ofrecer con el precio de antes, y si te interesa te compr
casi todo. O todo.- Jeykol apreció el efecto de la
propuesta.
.- ¿De cuántas toneladas hablamos?
.- Tú dime, ¿de cuántas dispones?
“Cien hijos de Elena”
.- Bueno, mira, hoy acordamos y mañana te las puedes
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llevar.- algo le sonaba raro a Toño. Pero ya flotaba en el
aire la amenaza de la lluvia.
.- Yo hago negocios en caliente. Me llevo hoy las que pueda
según lleguemos a negociar. ¡Mi tiempo si que vale… – dijo
el farsante con aire de fastidio.
.- Apenas tengo gente para un solo camión. Ya es tarde.-
Toño escuchaba su instinto o intuición.
.- No te preocupes. Yo me hago cargo.- su timbre firme,
sonriente
dominò
la escena.
.-
Llévate las que puedas, me lo pagas hoy, y mañana las que
puedas y así me vas pagando según te las vayas llevando,
¿ok?
.- Sale, muy bien, como tú digas.
De repente a un chasquido de los dedos de Jeykol,
comenzaron a moverse unos camiones que estarían a un
kilómetro a la vista. Venían con muchos peones.
.- Muévanlos rápido, ya es tarde, y tapen las cajas por si
llueve. Espero no quitarte tiempo, pero soy comisionista.
No puedo perder mi tiempo.
.- Te acompaño. Mis peones ayudarán.
Ya oscurecía y los peones de Jeykol llenaban más y más
camiones de jitomate a una velocidad inusual. Toño y Jekol
contaban las cajas y luego los camiones se iban de la finca.
Jeykol
mandó traer
unas cervezas. Toño aceptó. Ya no
disimulaba su gusto. Comenzaban a caer unas cuantas gotas
de lluvia.
.- Listo, mira, aquí está mi cuenta.- dijo Jeykol.
.- Bueno, faltan algo
más a mi favor.
-
Toño pidió
una
cantidad algo superior.
“Cien hijos de Elena”
.- De acuerdo, bien, me gustó hacer negocios contigo. Y si
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te parece, te caigo pronto para nuevos negocios.- y
comenzó a elaborar un cheque. Ya sus camiones se habían
retirado rebosantes del rojo jitomate.
Parecían
dirigirse
rumbo al pueblo entre Sinaloa y Sonora.
Toño se retorcía. Jamás trataba con cheques y menos por
esa cantidad.
.- No acepto cheques. – dijo tajante.
.- Bueno, veamos en el pueblo si alguien nos lo puede
cambiar o darme el aval.
.-
Necesito algún efectivo para darle algo a mis peones,
¿cuánto traes?
.- Algo, algo de dinero.- Jeykol buscó en sus pantalones y
en el carro. Reunió un monto de dinero y se lo entregó a
Toño. Incluso la joven de nombre Gabriela le prestó una
parte.
.-
Mira, yo estoy en el hotel “La Joya” en la suite 204.
-
Jeykol ya había entregado el cheque.- Ahí estaré. Mañana
seguimos con el corte, esperemos que la lluvia no afecte
mucho.-
la frase saltó con toda
oportunidad, no era
gratuita. El temor a la lluvia de parte de Toño resultaba
decisivo.
.- En media hora te alcanzo. Quizás el gerente del banco nos
acompañe. Es mi amigo.
Realmente Toño
se encontraba aturdido.
No conocía al tipo.
Apenas vio que los carros de Jeykol iban rumbo al pueblo.
Fue primero a la casa del gerente del banco. No estaba ahí
pero la esposa ofreció ayudar para localizarlo y que se
encontraran en el hotel “La Joya”
.
“Cien hijos de Elena”
Llegando al hotel, Toño fue con el encargado. Preguntó por
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Jeykol, cuya tarjeta por supuesto llevaba otro nombre. Dio
las señas del personaje.
.-
Si, aquí comió un grupo como el que usted me dice.
Estuvieron buen rato.- el informe del encargado le pareció
alentador.
.- Entonces, si está hospedado aquí.
.- No, vinieron unas personas que los conocían y
comentaban que serían sus huéspedes por esta noche.- los
datos del encargado podían llevar
a establecer una escena
útil para rastrearlo
.
Toño no se percataba de los detalles,
concentrado en el propósito directo de hallar pistas
concretas. Evidencias.
Una hora después llegó el gerente del banco.
.- Gracias por venir. Ando preocupado.- Toño le explicó
todo. Estaban sirviendo café.
.- El cheque parece bueno, falta claro ver las firmas y su
respaldo. Mañana lo vemos temprano.- dijo el gerente para
tranquilizarlo.
.-
¿Lo puedes averiguar ahora?
.- No, no puedo. Mañana temprano. A las ocho te espero.
Llegaré temprano y averiguamos. Por ahora hay que esperar
y confiar en que todo salga bien.
Toño siguió el consejo de su ayudante y se fueron a
la
comandancia de la policía. No los conocía y los atendieron
pronto.
.- ¿Hace operaciones con un cheque por este monto? –
Preguntó el inspector de la policía local.- Ojala el cheque
sea bueno. La rapidez con que actuaron crea sospechas.
Duerma bien y espere buenas noticias para mañana. Puede
ser un simple susto.
“Cien hijos de Elena”
.- Déme todo su apoyo para buscarlos. Son unos veinte o
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más camiones cargados de jitomate. No pudieron
desaparecer.- Toño ya comenzaba a desesperarse.
.- No creo que podamos avanzar de noche. Tal vez ya
salieron de nuestra jurisdicción y hasta del estado. En
todo caso, si los encontramos ¿de qué los acusamos?
Necesito que el banco dé su fallo sobre el cheque y
esperemos lo mejor para bien de usted.- otro policía trató
de alardear.
.-
¿Tiene las placas de algunos de los camiones? Ya es muy
noche y nos
ayudará
esa información,
pues debe haber
muchos transportistas moviendo el jitomate de la región.-
el policía buscaba una pluma y papel para anotar los datos
de los vehículos.
.- Lo veré con mi gente. Será hasta mañana.- el descuido no
pudo ser mayor, pensaba Toño.
Rebotó el cheque.
El fraude de Jeykol estaba consumado.
Toño acudió al día siguiente a la televisión local,
ofreciendo una recompensa importante por el estafador,
dando el retrato hablado. Su familia le pidió cambiar de
actitud, pues el golpe ya estaba dado y las sospechas que a
Toño le surgían sobre todos los que le rodeaban, dañaban
sus relaciones e imagen. La noticia se propaló a los cuatro
vientos.
Casualmente, el tutor
reconoció
a Jeykol en el noticiero. Le
pareció una hazaña y que ya andaba en golpes “de escala”.
Lamentablemente ni siquiera se imaginaba el paradero de su
protegido. Se preguntó si alguna vez ya habría ido a la
cárcel. Bueno, ya lo merecía, pero le seguía temiendo.
¡Pensar que lo quiso como a un hijo
“Cien hijos de Elena”
Tanto el tutor como Toño, cada uno por su cuenta, nada
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podían hacer para frenar la carrera del bandido. Por
complicidad o negligencia no hicieron lo que sus sensores
les ordenaban
. Sea el temor, la mezcla de confusión entre la
simpatía y la rabia contra Jeykol, mas les resultaba
increíble el atolondramiento con que permitieron abusos
al ceder su confianza. ¡Dejarse sorprender de manera tan
absurda por los modos tan obvios del estafador, como si él
hubiera engañado y mentido a unos niños Esta paralización
de pensamientos y de acción da el sustento principal a los
estafadores y otros criminales. La autoridad rema
contracorriente para captar elementos, investigar los
delitos de este tipo y fundamentar una demanda contra sus
imposturas y delitos.
Toño se enteró de que Jeykol había estado en el hotel y el
restaurante “La Joya”, mas no agotó la gama posible de
preguntas.
¿Cómo el tipo se enteró de su cosecha de
jitomate? Jeykol visitaba este pueblo norteño porque
asistió a unos cursos sobre desarrollo personal, o algo
semejante.
Jeykol desapareció de la ciudad norteña. Posteriormente, la
prensa publicó sobre el fraude.
“Cien hijos de Elena”
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CAPÍ
TULO XV Farniaques y Jeykol.
Jeykol cambiaba continuamente de residencia, de nombre y
referencias. Una historia de imposturas y escondites. Sus
golpes y su forma de actuar directamente lo obligaban a
una vida errante. Tras la experiencia con el robo a los
viejitos, temiendo las peores consecuencias,
jamás
recurriría
a la fuerza, a la violencia
física
contra nadie.
Acumuló así una fortuna apreciable y fue a dar a Tepango.
Andaba cerca de los cuarenta años. Cierto hastío y sus
previsiones, lo inclinaron a decidirse por establecerse y
aprender negocios estables y decorosos. Dio un giro
completo a su vida y ahora se dedicaba a crear una imagen
de un hombre de negocios o al menos de un destacado asesor
en la materia, donde había cabida para expertos
improvisados y aun de charlatanes. Tenía ahorros
suficientes para empezar a forjarse dentro de una nueva
empresa.
Andando en sus andadas, al cabo de un tiempo, se enteró de
la reputación local e influencia y regional de Farniaques.
De modo casual llegaron a sus manos informes confiables
acerca de sus planes concebidos para crear una caja de
ahorro y préstamo. Pidió cita vía teléfono con él y se
presentó en sus oficinas. Expuso su motivo de servir como
asesor en proyectos financieros de interés local. La
secretaria le hizo esperar una hora en la antesala.
“Cien hijos de Elena”
.- Sea breve y puntual. El señor le da dos minutos para su
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entrevista.- el aire glacial de la mujer, algo envejecida, no
inmutó a Jeykol.
.-
Pase por aquí.
- un ayudante vestido
de paisano lo llevó
por un laberinto.- Espere a que lo llamen.- fue todo lo que
le dijo el ayudante y se
fue. Una hora más y lo recibió
Farniaques. Había fotos suyas en el despacho editadas por
profesionales de este arte, reforzando sus mejores ángulos
de perfil o de frente, posando junto a personajes
prominentes de la localidad, así como gente famosa en los
espectáculos y las artes.
Lo recibió el rufián con lo mejor de su aire de indiferencia.
¡Como si fuera un insecto
.- Buenos días señor Anaya. Sé que su tiempo es muy
valioso. Permítame dos minutos para exponerle en estos
diagramas lo que puedo aportar, modestamente, a su
proyecto de la Caja de A
horros. Un análisis para selección
de franquicia que por supuesto puede anularse frente a las
ventajas de la autonomía. Organización, fondeo,
contabilidad, comité de selección de préstamos, técnicas de
cobranza. Estos diagramas hablan por sí solos. De cualquier
modo, por si ya están definidas sus estrategias..- Jeykol
comenzaba su discurso, pero apreció el gesto de enfado de
Farniaques. Pero no
se dejaría imponer por el visible
menosprecio ¿al tema o a la persona?
.- Esa idea de la Caja no viene al caso por ahora. Venga
dentro de una semana y veremos si lo puedo ocupar en algún
otro asunto. Claro, si cree que le pueda convenir, no le
aseguro nada por ahora, pero en cualquier caso usted
tendrá mucho éxito en lo suyo,.. en lo de finanzas.- el
sarcasmo de Farnas resonaba por todo el despacho en que
“Cien hijos de Elena”
conversaba con Jeykol. Aun sin matizar ni abusar del gesto
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corporal, Farnas dominaba habilidades para conseguir los
efectos deseados a sus mensajes sin el menor gesto delator.
.-
Qué
bueno que me da tiempo para pensarlo. Mis
conocimientos en finanzas pueden ser útiles en varios
campos. Lo importante para mí es trabajar con u
sted y
aprender. Después de todo, la experiencia complementa
cualquier profesión. El prestigio de usted…
.- Como le dije, vuelva en una semana. Quizás tenga algo
para usted.- el tono del Farnas ratificaba la fama por su
sequedad y autoritarismo con sus subordinados. Poses,
clichés más dados en un origen ligado al ritualismo del
paleolítico, de un tótem primitivo.
No le agradaba en absoluto a Jeykol ser objeto de estas
humillaciones. Su discurso apenas duró unos segundos. Pero
había resuelto penetrar en la organización de Farnas y tal
vez
ser parte de ella. Se había informado al respecto y
estaba dispuesto a no dejarse vencer por fruslerías. Se
enteró sobre antecedentes sobre el timador, su despotismo
y su riqueza y poder. Su orfandad en la niñez también,
situación que ambos compartían.
Farniaques abandonó su despacho, dejando solo a Jeykol. Ni
siquiera se despidió. Un ayudante entró al despacho para
mostrarle la salida. De cualquier manera, logró algo.
Farniaques se sorprendió de que alguien ya
estuviera
enterado del proyecto de la caja de ahorros, que justamente
no le interesaba, sino a su mujer, Elena. El proyecto estaba
olvidado pues habían acordado posponerlo por unos meses.
El argumento principal de Farniaques era que le quitaba
mucho tiempo, y que el negocio sólo generaría problemas.
Creía haberla convencido del proyecto. Le intrigó por unos
“Cien hijos de Elena”
momentos cómo el tipo había conseguido información sobre
esta idea. Ya no celaba a su mujer como antes, cuando llegó
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a ordenar propinar verdaderas palizas a sus galanes que no
se molestaban en fingir sus intenciones respecto a Elena.
La presencia de Jeykol, alto, entusiasta, bien parecido, lo
incomodó. Sin duda un profesiona
l en el espionaje como
Farnas no aceptaba la menor anomalía en sus tableros de
control. La rudeza con que lo trató había sido suficiente
para alejarlo, así lo creyó, y si regresaba le daría largas,
después de su brevísima reunión con su colega, otro
farsante como él,
Jeykol. Por decirlo
así
, Jeykol era un
delincuente sin sangre en las manos, tanto en los hechos
como en sus planes. Lo inquietaba la suerte de los dos
viejitos, pero prefería el silencio, el olvido de ese pasaje
de su adolescencia, para dormir mejor.
Esa tarde, Farniaques aprovechó la hora de la comida para
abordar el tema con su
mujer. Pocas veces comían en la
misma mesa en la casona, la cual entonces se hallaba en
proceso de mejoras, remodelaciones, mobiliario. Esta obra
absorbía la mayor parte del tiempo a Elena.
.- Te ves muy bien. Una excelente combinación de blusa y
falda.- Farniaques abrió la charla.
.- ¡Extraño que me vengas con rodeos Gracias por el
cumplido.- el enfado de Elena siempre marcaba distancias.
Sus borracheras y encerronas con las callejeras, no le
importaban, al menos tanto como la gente del rufián que se
dedicaba a espiar y aun intentar boicotear algunos
negocios y proyectos de ella. Una táctica para dominarla.
.-
Bueno, me gustaría oír
tus quejas. Algo no te gusta. Tal
vez te quede tiempo después de rehacer la casa a tú gusto.
¿En qué más puedo complacerte? – los ademanes del timador
“Cien hijos de Elena”
traicionaban los mensajes de su voz. Quienes lo conocían
como Elena, repudiaban esa incongruencia o hipocresía.
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.- Solamente que no pongas obstáculos a lo que hago o
quiero hacer. ¡No es mucho pedir –
el tono áspero de Elena
fue contundente.
.-
Nunca hablamos como ahora. ¿Alguien te ha venido con
algún proyecto?
.- No, ¿De qué se trata? Vayamos al punto sin rodeos.
.- Varias cosas, pero me vinieron hoy con el asunto de la
Caja de Ahorros. ¡Antes te interesaba ¿Deseas revivirlo?
.- Tengo mis negocios propios y los cuido. Eso lo hemos
definido. Yo no me meto en tus líos con tus pellejas.- Elena
no le había reprochado sus andanzas, pero creyó necesario
decirlo para ahuyentar a toda costa la presencia de
extrañas en su casa.- Exactamente de qué quieres hablarme.
¿De un negocio como socios tu y yo? No tiene caso,
chocamos en todo, en lo del personal, en los controles, en
todo.
A Farnas le gustaba el estilo un tanto directo, franco de
Elena, reacia a las improvisaciones en negocios y
también
firme para mantener un clima de respeto, aun de irritación
por las palabras altisonantes, como ella las llamaba.
No dejaba de meditar, ¿qué sucedía o podía suceder a futuro
con una mujer hermosa como ella privada de relaciones
sexuales? Viéndola tan serena, tan dueña de su
s emociones,
no abrigaba Farnas siquiera sospechas de que lo engañara.
Hacía mucho tiempo que ni intentaba acercarse a Elena para
besarla o acariciarla. Seguro de que después de su muerte,
ella se casaría con otro más joven que é
l mismo, quedaba
tranquilo, pues entonces ya qué importaría. Mientras tanto,
ella le parecía más agria de carácter, como lo destacaba
“Cien hijos de Elena”
ahora. Estaba ella tan concentrada en sus negocios y la
remodelación de la casona.
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.- De modo que tú sola puedes con el proyecto.
.-
Si, no necesito más que tiempo y que no te interpongas.
.- Entonces, ¿no te importa si me decido por iniciar algo
parecido a una Caja de A
horros? A cambio tú tendrás acceso
a la experiencia que se vaya consiguiendo.- al parecer
Farnas ahora se comprometía sin haberlo pensado a un
negocio que no dominaba, pero excitante.
Ya tenía decidido su jugada sólo para no sentirse
apabullado por el aplomo de Elena.
Sólo
por fastidiarla.
.- Comienza si ya estás listo. Creo que hay espacio para dos
cajas y si lo deseas, te puedo recomendar un gerente de
alguna de las áreas, tú podrás conocerlo, ponerlo a prueba.
.- ¿Puedo saber quien sería el gerente? – gruñó, herido por
la curiosidad.
.-
No hay nada nuevo. El señor
Laspers que fue gerente del
banco, es su garantía. – comentó ella.
.- ¿El panadero? Laspers viene de una familia de buenos
panaderos.
Pero, ¿banquero?
.- Si, tanto como tú y yo venimos de familias ajenas a todo
esto. – dijo con ironía.
Al término de la reunión, no llegaron a una conclusión
firme, pero Farnas actuaba en su zona predilecta de la
ambigüedad, de la confusión
con vagas palabras, dejando
así abiertas las opciones que le vinieran en gana.
- 2 -
Volviendo a Jeykol en un desplante de humildad o
impaciencia, habló por teléfono con la secretaria de
Farniaques Anaya, pidiendo otra cita. Le indicó que
“Cien hijos de Elena”
volviera a llamar y que dejara su teléfono. Jeykol esperó
con impaciencia si le devolvían la llamada. Por la noche,
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volvió a insistir con la secretaria, la cual le dijo que lo
esperaban en esa oficina tres días después
, puntualmente a
las 8 de la mañana. Averiguó sobre el domicilio señalado. Un
edificio de doce pisos, propiedad de Farnas
. ¡Supersticioso,
no construyó el piso trece por algo La ostentación se
palpaba en esa propiedad con sus grandes ventanales de
vidrio, ascensor transparente, las estructuras de hormigón
y una amplia zona verde que rodeaba el conjunto.
Acudió temprano a la cita. La secretaria le aclaró que el
señor Anaya lo esperaba en el restaurante “Paraíso”. La
hora del desayuno.
.- Pase por aquí.- el empleado llevó a Jeykol a un salón
donde había mucha gente.
Saludó a Farniaques con el gesto más amable que podía
expresar.
.- Tome asiento, amigo.- lacónicamente lo recibió en medio
de la algarabía de la fiesta. Un asistente le apuntó con su
mano la mesa donde debía esperar. Festejaban
algún
cumpleaños por lo visto o algo parecido.
No era así. Realmente Farniaques descubrió una mina de
oro en estos festines donde gratuitamente se propalaba su
imagen pública de generosidad, de repartidor de favores.
Gritaban sus seguidores a los cuatro vientos de la próxima
reunión donde todo mundo podía acudir. Las comidas y
bebidas abundaban con más platillos para deslumbrar.
Además, la gente cede al deseo de socializar y estar al
tanto de las noticias locales.
¿Cuándo sería el banquete próximo? Preguntaban los
comensales. En pocos días. Claro, la gente de Farniaques se
“Cien hijos de Elena”
las ingeniaba para depurar con cuidado las invitaciones. No
costaba mucho el afán de Farniaques. Difundir su imagen de
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la mejor manera posible. Que hablaran bien del pillo, que la
gente del pueblo de Tepango se acostumbrara a
oír
y
oír
de
sus hazañas y bondades, hasta saciarse. Tal como se
construye la necesidad de una marca nueva de zapatos, un
dentífrico o de ropa. Además, como él lo creía, necesitaba
soportes para consolidar su reputación y poder.
Un grupo de cinco jóvenes al lado de la mesa de Jeykol
mascullaban quejas y señalamientos contra el rufián.
Engaños, abusos,
despojos,
malversación de fondos, acoso de
sus empleadas. Una lista larga de rumores con acusaciones
de atropellos, ondulando en el espacio como volutas de
humo.
.- Miren, con la fortuna y millones que tiene, comiendo su
plato especial, tortas de frijol con salsa picante. Y con
vajilla de plata.-
el sarcasmo de la expresión se cobijó
bajo el murmullo silencioso del resentimiento cegado por
cientos de agravios.
.- Una fortuna
que salió de la nada. Pinche viejo avaro. –
terció otro con la ramplonería de ser un simple eco de
señalamientos constantes.
.- ¿De la nada? De joder a otros….
Conocedor de la gente, Jeykol apostaba que cuando les
tocara el turno
irían humildemente con
Farniaques a
despedirse o quizás a implorar un favor. Pero grabó en su
memoria el perfil de algunos de ellos, por si adelante
convenía hablar con ellos. ¡Usarlos del modo conveniente a
su oficio
La gente comenzó a marchar una hora después. Todos se
despedían del tirano con respeto y al parecer algunos
“Cien hijos de Elena”
hacían tiempo para pedirle favores. Jeykol observaba esa
atmósfera selvática, densa, extraña a su estrategia de
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arrebatar, no de pedir. Sólo quedaban unas cuantas
personas.
Segundos después, los presentes se marchaban también. No
sabía què
hacer. Trataba de simular toda emoción, todo
gesto que comprometiera su máscara de impasívidad.
Apenas iba a consultar sobre su cita con el asistente,
cuando Farniaques volvía a su mesa rodeado de una docena
de sus más allegados. Siguió con su copa de vino y sus
botanas.
.- Venga acá, amigo.- Farnas llamó a Jeykol. Cierto tono de
enfado le advirtió sobre una sorpresa desagrable.
Jeykol no dejó de mostrarse atento y fingir avenencia.
Intentaba saludar a los demás sin esperar correspondencia.
Comprendía Jeykol su situación extraña, subordinada. No lo
conocían, ni le devolvían el saludo.
.- Mire que el mundo es muy pequeño. Me trajo recuerdos su
apariencia. Usted estuvo allá por el norte hace algún
tiempo. Ahí conoció usted a
un gran amigo mío. Se dedica a
la producción de jitomate.- Farnas fingía no observarlo.
Hablaba con pausa, con su voz ronca, estudiada, con
simulado malestar. La gente los miraba. Jeykol no esperaba
una bofetada tan sorpresiva.
.-
¡Norte del país Tal vez. He viajado mucho.
- Jeykol
miraba hacia el techo como haciendo memoria. Mantuvo la
calma. Un duelo de comediantes.
.- Hicieron un buen negocio, usted y Toño. Pero a usted se
le olvidó pagarle…. –
Farnas
soltó una sonora carcajada con
la masa coral de los demás asistentes. Así gustaba de
someter y exhibir a sus subordinados.- ¿Le gustaría
“Cien hijos de Elena”
platicarnos cómo planeó la operación? Cero riesgos para
usted. ¡Hasta logró salir en los televisores de todo el país
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Vaya que usted ganó mucha fama.
La gente los miraba con atención. Ignoraban e
l tema y los
detalles de la charla que abordaba con el desconocido.
Notoriamente se estaba burlando del interlocutor. Jeykol
no perdía el aplomo, pero pensaba en una respuesta.
.- Usted desea trabajar para mí y a mi me gusta la gente
honesta como usted. Le doy la oportunidad de resarcir de
daños a mi amigo Toño. Usted lo dejó esperando en un
conocido restaurante y está pendiente cumplir con su
promesa. Vamos, no está el horno para bollos. Dèse la
oportunidad.
.- Creo recordar. Quizás el señor del jitomate tardó en
llegar a la cita. Pero le garantizo a usted, señor Anaya, mi
trabajo honesto y…
.-
Bien, entonces vaya aquí con mi asesor y haga un cheque
al portador para nuestro amigo jitomatero del norte. Yo me
hago cargo de que le llegue ese dinero.- Farnas señaló a
uno de sus ayudantes que atendiera esa instrucción.
-
También conocí a su tutor.
Entonces se ruborizó Jeykol. Por su parte, Farniaques
recalcó las últimas palabras con énfasis. Dio por sentado
que también estaba enterado acerca de la suerte de los
ancianos. Siguiendo su instinto, no podía, no le convenía
sino callar sobre el punto. Además Farnas ya conversaba
con otra persona, la cual le pedía apoyo o favor para algo.
.- No se vaya.- el ayudante recibió el cheque. Jeykol
volvió a su
asiento
y esperó que
Farnas se desocupara para
reiterarse a sus órdenes. El monto expedido repercutía en
un golpe severo a las finanzas personales de Jeykol.
“Cien hijos de Elena”
¡Farnas lo tenía agarrado de donde más duele
Paradójicamente, era victima de las mismas perversiones
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con que Jeykol engañaba a sus clientes. Entonces lo llamó
el ayudante del
rufiá
n.
.- Mañana comenzará a trabajar con el señor Anaya. Vaya a
su oficina temprano.- fue todo.
“Cien hijos de Elena”
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CAPÍ
TULO XVI Planes para Tepango.
Jeykol se presentó puntual a la cita.
Un asesor de Farnas lo
atendió en el restaurante “Paraíso” después de otras horas
de espera. Durante la espera permaneció solo en una mesa
contigua a la de cinco personas que cuchicheaban sus
inquietudes. El fondo musical parecía amortiguador de sus
voces.
.- Huele como un camión de basura y lo parece.- decía una
señora.- ¡Qué aspecto tan ridículo, ni bañándose
.- Todos tenemos algo que ver en la suerte de este tipo.
¿Qué hace, qué le debemos? Sólo nos explota. – otra mujer la
secundó en sus ataques vehementes.
.-
Pronto morirá, ya está viejo. ¿Quién será
su mujer?
.- Te equivocas, es una mujer muy guapa. ¡Una gran capa
todo lo tapa, pero qué vida se da el Farniaques .
.- Hablando, nada logramos. Somos como unos ratoncitos.
Jeykol escuchaba el descontento de aquellas personas.
Menos mal que no todos vienen a suplicar, pensaba, pero no
dejan de ser ratoncitos. Ellos mismos lo dicen.
De repente se armó una batahola junto a Farniaques,
llamando la atención de los presentes. Una mesalina
abrazaba al timador, sentada en sus rodillas y alzaba la voz.
.- Pide perdón. De nada sirve que lo niegues.- se dirigía a
un tipo alto, de barba y bigote, de unos cuarenta años, el
cual se mostraba como en un marasmo, sin saber qué hacer.
“Cien hijos de Elena”
El grupo cercano a la mesa de Farnas se movió de tal forma
que la atención se centraba alrededor del mismo pillo, la
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mesalina y el tipo de barba.
.- Habla cobarde, di algo en
tú
defensa. ¿Por qué lo
hiciste?- agregó la mesalina, en el papel de juez y verdugo.
.-
Me obligaron…, m
e golpearon.- apenas se escuchaban los
murmullos del acusado.- Querían matarme.
.- Aquí no caben los traidores ni soplones, ya lo sabes.
El tirano hizo una señal a su asistente.
.- Ponte de rodillas y dale unas vueltas al salón. – La voz
del asistente
sonó
llena de absoluta autoridad.- Vamos que
esperas..
El tipo de barba se arrodilló y comenzó a desplazarse con
gran esfuerzo para cumplir la sentencia. Luego, evitando
cruzar su mirada con nadie, se deslizaba con más dolor por
la humillación que por lastimar sus rodillas. Le rodaban las
lágrimas. Alzaba sus manos para d
arse fuerzas y mantener
el equilibrio. A la tercera vuelta buscó un gesto de
clemencia de Farniaques. Un silencio pesado colgaba sobre
las arañas del salón principal del restaurante.
Un ambiente denso, amenazador como los rayos previos a la
tormenta dejó la escena de tortura y crueldad. Una
advertencia para quienes traicionaban al Varano. Todos
iban hacia la puerta de salida.
.- Venga conmigo.- dijo el asistente a Jeykol.
Caminaron hacia el centro del salón. Ya estaban solos.
.- Vaya con el señor Laspers de parte del patrón. Ponga
usted todos sus recursos para el proyecto de la caja y a
trabajar. E
l señor
Laspers y ust
ed serán la cabeza visible,
nadie más.- así transmitía la orden de Farniaques,
entregando una hoja con el domicilio de Laspers.
“Cien hijos de Elena”
.- Sólo una pregunta, ¿Laspers manda o yo?
.- Los dos, los dos, hay mucho qué hacer para los dos. – se
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despidió agitando su mano derecha y salía rumbo a la calle.
.-
Ahora mismo voy allá.
- dijo Jeykol y tal vez no lo
escuchaba nadie.
La casa de Laspers
se distinguía
por un frente enorme,
actualmente aprovechado para locales de negocios, entre
ellos la panadería. Jeykol había perdido la idea sobre la
hora. Todo mundo comía entonces. Se anunció con la persona
del servicio que abrió la puerta.
.-
Deseo hablar con el señ
or Laspers
. Aquí está mi tarjeta.
La mujer del servicio dejó entreabierta la puerta e hizo
seña de regresar.
.- Que si es urgente, que espere una media hora y de no
serlo, que vuelva en la tarde, a las siete de la noche. La
familia está comiendo.- señaló.
.-
Vuelvo más tarde, a las siete.
- Jeykol
pensó que era lo
mejor a fin de tomar ese tiempo para madurar sus planes.
Buscó un sitio para esperar. ¿Quién era el tal Laspers?
Tomó dos taxis dando domicilios de pretexto para dar unas
vueltas y platicar con los taxistas. Además hizo paradas en
tiendas de abarrotes no muy lejos de la casa de Laspers.
Hizo preguntas con aparente desenfado y ya contaba con el
perfil de su contacto. De familia de panaderos por muchos
años, ex gerente de banco donde trabajó por muy c
orto
tiempo, dueño de una carpintería que fabricaba muebles,
muy allegado a Farniaques. Aun sentía la digestión por el
exceso de comida, ya olvidaba las impresiones de la tortura
al tipo de la barba. Después de un regaderazo en su casa, fue
a la cita. Entre tanto hacía un repaso de sus notas para
entrevistarse con Laspers.
“Cien hijos de Elena”
De cualquier modo, su habitual desconfianza presidiría su
relación con Laspers. Tomaría las cosas según vinieran con
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las salvedades de cubrirse si algo se agravaba, y ganar
algún dinero e
n el nuevo negocio de la Caja, pero sin perder
de vista su objetivo de sentar cabeza en Tepango. Ya
consideraba definido en su archivo personal un final de sus
correrías por una y otra, y otra ciudad para huir de sus
víctimas en su vida de estafador.
Lo pasaron a la biblioteca de la casa. Los cuadros, algunas
pastas de libros y otros signos le indicaban un perfil de
fortunas
añoradas
y apasionamiento por libros de historia.
El piano viejo, pinturas que reclamaban restauración y las
alfombras daban evidencia de un pasado más afortunado.
Junto a la chimenea como eje de la reunión, conversaban
Laspers y Jeykol.
.- Señor Jeykol, ¿lo han atendido bien? Andre Laspers y
dígame en qué l
e puedo servir.-
el tipo sobresalía
por su
estatura, piel muy blanca y amabilidad.
.- Al contrario, soy yo quien se viene a poner a sus órdenes.
Estuve
con el señor Anaya y me expresó sus deseos de darle
vida a la Caja de Ahorros y Préstamos. Sería una tarea a
nuestro cargo.
.- Pues ¿le parece? Compartamos ideas y puesto que ya lo
h
a pensado, ¿por dónde comenzamos?
Jeykol
presentó sus ideas con un enfoque
demasiado
libresco. Llevaba sus diagramas, catálogos, trámites y
agendas de trabajo con el propósito de causar la impresión
de ser un egresado de las aulas o de seminarios, pero
di
stante de las prácticas rutinarias. Tardó cerca de unos
minutos mirando de soslayo la cara del interlocutor.
“Cien hijos de Elena”
.- Naturalmente, debemos ahora intercambiar ideas sobre
el capital inicial. – remató su exposición captando el aire
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socarrón de Laspers.
.-
¿Capita
l inicial? Claro, lo que tenemos en las manos. Es
la historia de todo trabajo bancario. Cuente con dos
locales, los tengo aquí mismo en esta que es su casa. Dos
muchachos que nos ayudarán, previo entrenamiento y claro
mis informes sobre los que serán nuestros clientes
principales. – resumió Laspers. No mostraba mucho interés.
.- Déjeme preguntar algo necesario a mi entender. ¿Cuánto
tiempo le podrá dedicar usted a la caja?
.- Mire, mañana mismo comienzan los muchachos. Organizo
la papelería y usted y yo trabajaremos con muchas llamadas
telefónicas. Es todo.
.- ¿Llamadas por teléfono?
.- Si, por supuesto, a nuestros clientes. Gente que quiere
deudas, préstamos. Me haré cargo de
elegirlos. Si tienen
respaldo o garantías, atenderemos sus solicitudes de
préstamos. En todo caso, haremos con cargo a ellos un
estudio de su capacidad de endeudamiento. A todos los
convertiremos en socios mediante una aportación que será
nuestro capital inicial. ¡Es lo que todos hacen, véalo en
cualquier negocio grande Hay riesgos, pero ¿dónde no
existen?
.- Claro, claro, ya comprendo. Debo admirar su experiencia.
Y ¿en cuánto al señor Anaya?
.- Ya veo. – con su sonrisa benigna, Laspers entendía el
papel de los involucrados, incluida la inocencia de Jeykol,
pero
no subestimó al rec
omendado de Farniaques.-
Preparemos la agenda de asuntos con el señor Anaya a su
tiempo, sea con él o con la persona que nos designe. Quizás
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“Cien hijos de Elena”
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CAPÍ
TULO XVII La financiera de Tepango.
Pronto se presentó
Jeykol en la panader
í
a, y brotando de la
nada como la Financiera de Tepango. Apenas dos o tres
personas por día pedían informes acerca de los préstamos.
No se colocaron anuncios que publicitaran y promovieran la
Caja, a la cual insistía Laspers en llamarla la Financiera. A
partir de la segunda semana de su apertura,
comenzó a
manifestarse una verdadera afluencia de gente que aun
dudaba de gestionar el crédito ansiado. Hacían preguntas y
preguntas. Y las colas de clientes comenzaron en grandes
aglomeraciones el desfile de ovejas al barranco. Los
buscadores de préstamos comprendieron que lo mejor para
ellos era no perder el tiempo en preguntas
, señal
inexcusable de vacilaciones, y entonces llegaron con sus
expedientes para ser los primeros en colocar sus depósitos
a tasas de interés
muy a cualquier otra financiera local o
regional. Ahí radicaba la estrategia de promoción de la
nueva y soberbia financiera.
¡Los más altos intereses de tus ahorros Su lema.
A diario contrataron personal para tal o cual puesto con
los mejores sueldos. Los seis locales de la casa de Laspers
fueron cerrados, incluida la panadería, para abrir espacios
a las oficinas de la financiera después de ser remodeladas
para comodidad de los usuarios. ¡Un ambiente de euforia
incitaba una espiral en ascenso franco
La calle de la financiera, se cerró al tráfico vehicular por
las aglomeraciones y colas de los clientes. A la gente de
“Cien hijos de Elena”
Tepango se sumaban los vecinos de pueblos circundantes. O
depositaban su dinero o compraban títulos de crédito con
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la promesa de ganancias verdaderamente extraordinarias.
Gente de reconocida fama local se veía dentro de las colas
de solicitantes. Eran un factor importante de que el panal
de miel atrajera más y más moscas. No gastaban un solo
centavo en publicidad o promoción de la financiera. Las
voces corrían por todos lados y cientos de familias
ansiosas de ganar dinero fácil daban rienda suelta a su
codiciosa imaginación. Los padres, tíos o familiares
instigaban a diarios a sus cercanos a invertir en la
financiera. ¡Después de todo estaba en manos de gente
competente y cabal
.- Yo lo conozco. Laspers fue gerente del banco. - decía
alguno con fervor.
.- Si tú nunca has ido al banco. ¿Cuál banco?
.- No pues lo dirige una persona muy competente. Lo que
pasa es que algunos no arriesgan. Pero un experto en
finanzas, competente nos dará altas ganancias.- replicaba.
.-
¿Competente? ¿Qué quieres decir?
.- Que sabe de su negocio.
.- Competente quiere decir casto, ve tú diccionario.-
repuso el escéptico.
.-
No se trata de palabrería, ni de un sabelotodo como tú.
Pero si es casto, honrado, tanto mejor.
Todo Tepango hablaba en el almuerzo o la cena de la
financiera y aun los más reacios, durante la noche por si
acaso preparaban su expediente. ¿Qué más daba ganar algo y
pasear lejos
más allá del “
charco
”
del
Atlántico
y subir
alguna vez en su vida a un avión? El contagio se
multiplicaba como epidemia y sabían algunos que
“Cien hijos de Elena”
justamente una especie de enfermedad o de postración se
apoderaba de todos. Como cuando las voces de alerta en las
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costas señalan con la bandera amarilla y luego la roja, la
gente duda, se confunde pero permanece fascinada hasta ver
que el oleaje lo arrolla y amenaza su patrimonio, su vida
misma
. La fascinación por el peligro no es nada nuevo y en
la espiral masiva cobra una fuerza salvaje, avasallante,
como lo demostraban las colas crecientes a las puertas de
la financiera de Laspers.
Laspers quedó pronto apartado de la vista de todos. Su
labor intensa de ordenar, verificar e integrar expedientes
le absorbía todo el día. Su trabajo inagotable durante la
semana lo trató de compensar paseando en lugares cercanos
a bordo de su nuevo y flamante carro de lujo, durante los
domingos.
Cuatro meses después de la apertura de la financiera y no
se otorgaba aun un solo préstamo. La gente comenzaba a
desesperar. ¡Muchas expectativas se habían despertado Y
ahora los rumores reinantes apuntaban hacia una atmósfera
de desconfianza hacia Laspers. ¿Qué se hacía con el dinero
depositado y a dónde iban los expedientes? Desde alguna
parte conocedora del tema, brotaban estos rumores como
advertencia para los cientos de familias que entregaban su
suerte a la Financiera.
Elena, enterada a diario,
tomó cartas en el asunto y fue a la
oficina de Farniaques.
.- ¿Qué es lo que pasa? Ya involucraste a muchas personas.
¡Mucha gente cree que el negocio de la Financiera es mío
Tú me involucraste
sin mi consentimiento. La
documentación original ¿por qué está en tus manos? O
mañana mismo comienzas a dar respuestas a la gente, ya no
“Cien hijos de Elena”
para de hablar de un fraude, o yo misma veré que Laspers
renuncie y yo me hago cargo.
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.- Tú misma lo recomendaste. La Caja está funcionando
bien. Con o sin el panadero Laspers.
¡Si nos dejáramos
llevar por los chismes de vecindad - contestó impávido
Farnas.
.- No hay de otra, o mañana comienzas a calmar las cosas o
yo misma intervengo. No me importa un comino tus
negocios, no te quieras pasar de listo. Todos me hacen parte
de esta Caja.- la furia de Elena aclaraba su decisión firme
de actuar.
Al salir del despacho dio un tremendo portazo.
Era jueves el día siguiente. Laspers llamó por teléfono a
Jeykol que fuera urgente, que no pasaba nada. Que entrara
por la casa de atrás de la panadería por el cúmulo de gente
solicitando dinero y cerrando calles aledañas para impedir
el tráfico de vehículos. Hacía tiempo que no se veí
an. Por
cierto, Laspers ya había comprado la casa que daba al patio
trasero de la antigua panadería. Entre otras adquisiciones.
.-
Lleva estos expedientes a la casona. Ahí te esperan. Date
prisa.- Laspers lo acompañó a un carro de modelo viejo,
amplio.- Mira, son muchos expedientes. Ya hay dinero para
la gente. Son las diez de la mañana. Que te den el dinero
antes de las dos para hacer algunos pagos.
El carro viejo con los asientos traseros, el maletero y todo
espacio posible iba saturado de expedientes al parecer
ordenados y revisados. Al llegar a la casona ya lo esperaba
un asistente de Farniaques.
.- Hola, lo espero en las caballerizas.
–
le indicó.
“Cien hijos de Elena”
Apenas llegaba cuando un grupo de jóvenes se hacía cargo
de tomar los expedientes y en las viejas caballerizas ahora
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improvisadas como oficinas, revisaban los papeles.
.-
En un momento terminamos. ¡Todo marcha de maravilla
¿No crees? – le dijo el asistente de Farniaques.
.- Hay que ver las colas. No hay personal suficiente para
atenderlos.
.- Todo negocio nos sale bien, ¿cierto?
No hubo manera de responderle. Lo llamaban del lado del
despacho de Farniaques. Tardó media hora en retornar el
asistente. Jeykol no tuvo tiempo de decirle el recado de
Laspers sobre la importancia de tener el dinero antes de
las dos. Pero al ver su reloj, todo iba muy bien y ya le
llamaban.
.- Ves, todo va en orden. Solo tienes que llevar este cheque
al banco. Ahí te esperan. Suerte y a seguir trabajando. Tú y
yo tenemos que vernos dentro de un mes. No se te olvide.-
se despidió el asistente.- Por cierto, se me olvidaba. Este
dinero es adicional para ti, por tu trabajo, de parte del
jefe.
–
Era un grueso fajo de billetes de alta denominación.
El trámite del cheque en el banco fue inmediato. Un
funcionario le invitó a pasar a su cubículo.
.- No creo que quiera contar el dinero. Pero no se preocupe.
¿
Vea usted mismo los costales, por esta ventana,
cómo
cargan su dinero a un camión blindado.
- el funcionario
insistió que Jeykol lo viera.
Ciertamente unos costales de lona útiles para esos fines ya
estaban apilándose en el camión blindado.
Cuando el camión llegó a la
Financiera la misma gente le
abrió paso. Cientos y cientos de caras felices veían cómo el
“Cien hijos de Elena”
personal del camión blindado descargaba los grandes
costales de dinero.
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.- Los que tienen su expediente completo y esté su nombre
en las listas, hagan fila para pagarles sus ganancias.- un
joven de la Financiera salió a informales. Todos se
arremolinaban en la pared donde pegaban las listas.
Faltaban cuarenta minutos para las tres de la tarde. Hora
límite para los pagos de ese jueves.
Comenzaron a recibir sus primeros pagos los usuarios de
los servicios de la Financiera.
.- Miren, vean. Es todo este dinero. Y todo por los intereses
de mi dinero que puse en la Financiera. - los primeros en
recibir su ganancia mostraban la fajilla de billetes a los
demás y la noticia se propagaba.
.- Me dieron los intereses atrasados y los de un mes más.-
gritaba otro.
Pese a que no faltaban escépticos, la gente decía conocer
bien a algunos de los que salían muy contentos de las cajas
con sus fajillas de dinero.
.-
¿Cuándo nos pagan a los demás? –
gritaban todos.
.- El martes próximo.- decían.
.- ¿Por qué hasta el martes?
.- Mañana viernes es día festivo, el banco no trabaja y el
lunes nos recibe el papeleo p
ara tener más dinero que hoy.
T
odo va bien. Cualquier duda aquí estamos. Pronto les
pagaremos sus ganancias a todos.- les decían los del
personal de la Financiera.
Todo marchaba muy bien. Al llegar a su casa, Jeykol recibió
un recado de Laspers. Le
pidió
enterarse del reporte de la
Financiera y que de modo discreto y cuidadoso, le diera una
vuelta a los domicilios ahí señalados. Debía pronto hacer
“Cien hijos de Elena”
un reporte de las observaciones que él mismo apreciara,
adicionales a las que los formatos le señalaban. Sin duda
son las garantías, cuyos expedientes completos nadie
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conocía en forma detallada
, sino Laspers,
pensó
Jeykol.
Esta tarea permitió al nuevo experto en finanzas, abundar
sobre la situ
ación de cada usuario.
Como todos lo presagiaban, los servicios de la Financiera
semejaban el negocio de una red ferroviaria, donde las
fantasías, codicias y riesgos de los incautos que caían en
el cebo, conducidos por un chalado, corrían hacia el
despeñadero
.
La presión de pago de los inversionistas y de
los ahorros, condujo a un dramático desenlace. Laspers de
ser el personaje más famoso de Tepango y de pueblos
vecinos, ya era confrontado. El gran experto en finanzas
que con una vara mágica transformaba el dinero en
cantidades copiosas, ya no daba la cara a un tumulto
enardecido.
Jeykol acudió a la cita con el asistente de Farniaques donde
le encargaron otras tareas. Se dedicó entonces con
discreción a las verificaciones encomendadas.
Jeykol tom
ó
fotografías de los inmuebles ofrecidos en garantías de
préstamos, y así dar un reporte más fiel y completo. Las
listas de casas, lotes e inmuebles ocupaban calles enteras
en zonas de la periferia de Tepango. Lo mismo casas
habitadas que baldíos, calles con servicios qu
e sitios sin
agua y drenaje. De todo había.
El reporte de Jeykol influyó para ajustar los fondos
líquidos y satisfacer parte de las demandas de pagos de la
gente que se apilaba afuera de la Financiera. La
disponibilidad de recursos cayó bruscamente. Días hubo que
o no había
dinero para los pagos o se entregaban unos
“Cien hijos de Elena”
montos insignificantes a unos cuantos usuarios, haciendo
correr el rumor que por el exceso de trabajo y por los
cortes contables, la Financiera se comprometía a cumplir
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con su compromiso de pagos inmediatos.
Empezó a circular el rumor de que Laspers había huido de
Tepango. Era cierto. Al suspender
los pagos de nómina al
personal contratado, cobró más fuerza el rumor y la
irritación de la gente se desbordaba en insultos a Laspers.
Pero la antigua panadería fue cerrada con candados y
custodiada por vigilantes a todas horas. Los perdedores que
eran la
mayoría
de los usuarios de la Financiera se
amotinaban.
Contrataron abogados que les argumentaban que nada podía
hacerse, pues ninguno de los usuarios contaba con papeles
comprobatorios del fraude que alegaban en su contra. El
recurso de los testimonios sirvió para que tiempo después
se lograran algunos rescates
, según se decía, y por los
alegatos y promociones de los abogados, que se creara un
organismo liquidador.
El organismo liquidador muy poco pudo atemperar los
ánimos exaltados, violentados de la gente. Empeoraron las
cosas cuando un empleado del organismo o que se hizo pasar
como tal, les dijo a algunos que ya no había recursos y más
aun que se estaban depurando las listas de acreedores. Se
habían registrado algunos que nunca habían pisado jamás la
Financiera. Daban así por hecho una intención de pervertir
el sentido de las demandas de los afectados y subió de tono
la violencia.
Una noche la gente empezó a lanzar pedradas contra la
antigua panadería, después unas teas volaban proyectadas
contra el interior de las instalaciones de la Financiera y se
“Cien hijos de Elena”
produjo un incendio. Los vecinos requirieron el apoyo de la
gente para evitar que sus casas resultaran afectadas Los
bomberos tardaron más de una hora en llegar pero contaban
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con recursos limitados, incluyendo el agua.
.- Se queman los archivos.- gritaba la gente.
.-
Todo acabó.
-
decían otros al ver en el fuego los
documentos comprobatorios de sus demandas, sÍ es que
todavía existían.
“Cien hijos de Elena”
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CA
PÍ
TULO XVIII Un sospechoso del accidente.
Volviendo a Diana y Ricardo, no dejaron nunca de insistir en
los hechos extraños del accidente, dedicando su tiempo a
investigar y captar más información. Sus observaciones se
dividían en lo de antes y lo de después. Desde que el
dentista llegó al taller de Marco hasta el traslado a
Santiago. En rigor, no lograban aun nada evi
dente, sólo
cabos sueltos. Como víctima, Ricardo por un lado ganaba
simpatías, pero a la vez despertaba sospechas y rumores
derivadas del miedo de involucrarse contra el rufián
Farniaques. Sostenía la necesidad de entrevistarse con las
personas que estuvieron con el dentista antes de que este
acudiera al taller. Lo que pudo aportar Marco, de nada
servía. Se reducía a meras conjeturas. Descartaban que el
dentista guardara alguna sospecha de un atentado, en el
cual su vida se arriesgara hasta su propia muerte. Menos
aun el dentista que, en esa hipótesis, arriesgaba además a
su propia mujer o a su sobrina. En tal suerte, no hubiera
ido al taller. Excluían toda pesquisa en Santiago, aun con
el abogado o la viuda del dentista.
Así sus conclusiones después de varias pláticas
y
averiguaciones, no existía al menos una sola pista firme
para continuar.
Diana primero rechazó y luego puso en duda de contar a
Elena como una aliada de su causa. A instancias de Marco,
descartó la culpabilidad que le achacaba, en parte por
supuesta complicidad de
los crímenes ligados al siniestro
.
“Cien hijos de Elena”
Su sospecha partía de lo que dijo el dentista a Marco, en
cuanto a la recomendación de Elena para llevar su carro al
servicio mecánico. Carecía de base, pues la recomendación
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pudo suceder tiempo antes
de acudir al taller, pues también
el dentista mismo precisó que “ya antes de esa fecha, había
ido al taller, pero sin encontrar a Marco
”
. Gradualmente,
Diana y Ricardo reconocieron que carecían de pruebas en
toda implicación de Elena, dejándola fuera de sus recelos.
La doble ventaja de Marco como el mejor informado del
caso y por su condición de víctima, reafirmó su autoridad
moral. P
agó su cuota de culpa al
estar detenido en Santiago,
en parte en solidaridad con Ricardo, quien sufrió fracturas,
lesiones y otros daños en el siniestro. Pero así protegía a
Daniel, cuya situación desconocía hasta este momento.
A Marco le exasperaba la terquedad de los jóvenes. A su
juicio, Diana exageraba la negligencia de Marco, al aceptar
el carro ford a esa hora
y más aun permitir que Daniel
interviniera para trasladar al dentista a Santiago, pese a la
lluvia nocturna.
A cambio, comenzó
Marco a cuestionar su propia pasividad,
en contraste con la dinámica entrega de los jóvenes a
luchar por su verdad y justicia para Daniel, el dentista y su
sobrina, y el mismo Ricardo. Pero ¿su encarcelamiento, los
daños sufridos en su contra, el asalto, las pérd
idas
económicas, los litigios y lo demás
? Y sobre todo,
¿con qué
derecho se arrogaban los jóvenes inexpertos donde no había
legalmente más que el olvido? Y al sacudir el avispero, ¿no
cabía en la inteligencia de Diana los riesgos que avivaría
contra Ricardo, contra ella misma y aparte Elena?
La muralla de guardaespaldas, artimañas y recursos del
mafioso
no era fácil de atravesar.
“Cien hijos de Elena”
Recurierron los jóvenes al abogado del pueblo de Santiago,
y le pareció absurdo pretender desempolvar un caso ya
cerrado. Coincidía en que la curiosidad de dos jóvenes
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quijotescos, desorientados, no calibraba los alcances de
retar a Farniaques y sus secuaces.
Diana descartó la cooperación de Marco en
su apasionada
batalla. No terminaban las cuentas de los jóvenes en contra
de Marco. El contrapunto provenía de los resentimientos
por su infidelidad con Clarisa. La conspiración de Diana
apuntaba en ese sentido. En esencia, quiso arrancarle una
confesión en
su espacio person
al. ¡
Marco no
cedería a las
obsesiones de una desconocida como Diana De hecho, Diana
no distinguía el conflicto potencialmente letal para Elena,
en medio de su marido como presunto autor intelectual del
crimen y de su pusilánime amante, para armar una
sangrienta batalla legal.
Diana estaba comprometida con Ricardo, llevando una
relación premarital. Diana guardaba en secreto su embarazo
y principalmente que la paternidad era de Daniel. ¡Nunca lo
daría a saber a nadie
Por ello
, sufría fuertes conflictos
internos, ¿no debía si tan sólido era su sentido de lo justo
y la verdad, decirle a Marco que llevaba a su nieto en el
vientre? Y ¿cómo explicarle esa realidad brutal a Ricardo?
Desde los primeros d
ías
del embarazo,
temía ir
al
ginecólogo para el examen respectivo. ¡De hecho lo evadía
No se daba cuenta del estrés tremendo que esta situación
significaba, y tampoco quería saber los posibles daños por
algunas copas de vino ingeridas por negligencia
después del
embarazo. Sólo ella se daba cuenta de toda su esta
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“Cien hijos de Elena”
desconocida, que pretendía involucrar a Marco en sus
asuntos.
Desconcertados los ayudantes y la secretaría la hicieron
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pasar al sitio.
.- Hola, ¿puedo saber quién eres? O ¿ya nos conocemos? –
con estudiado tono amistoso,
trataba de aligerar la tensión
advertida en los gestos de Diana y por el presentimiento de
que no traía buenas intenciones.
.- No nos conocemos señora Carasao. No tengo ese gusto.-
la rudeza de la voz y ademanes le parecieron innecesarios a
Elena, pero le pusieron en guardia sobre la belicosa joven.
.- Veo que hace falta aquí café o agua.- la naturalidad de
Elena comenzaba a sacar de balance a Diana, pues ella, en su
estrategia, contaba con enfadarla de forma deliberada a fin
de abrir paso a sus querellas.
.- Por mí no se preocupe.- Diana no bajaba la guardia por
su aprensión.
.- Creo que tu asunto es de gran importancia para ti y
también puede serlo para mí. Cuenta con toda mi atención y
por favor comienza, no llevamos prisa.- la calma de Elena
sorprendió a su interlocutora con la calidez de su trato.
.- Iré al grano. Ya costó mucho el accidente donde
perdieron la vida el dentista Anzures y su sobrina. Supongo
que la prensa ha difundido todo y que sabemos del asunto,
pero Daniel
, el hijo de Marco el mecánico, sigue
desaparecido. Es un gran amigo mío y dedico todo mi tiempo
y recursos hasta dar con su paradero, esté muerto o vivo.-
Diana expuso con detalles su objetivo.- Creo que usted
puede ayudarnos mucho. Sabemos que usted hizo llegar unas
notas a Marco y cremos que usted podría ayudar a
“Cien hijos de Elena”
localizarlo. ¡Puedo equivocarme, pero confío plenamente en
usted para orientarme
.- Dudo que pueda ayudarte en ese sentido. No existen
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pruebas sino meras suposiciones.
Es todo lo que sé pero
cuenta con mi apoyo en tú investigación. – Elena eludía
agregar datos, pues
no conocía bien a Diana.
.- Cuando usted le hizo llegar esas notas, ¿sabía del lugar
exacto o de un dato preciso sobre Daniel?
.- No, no hice más que informar un dato que uno de mis
ayudantes me proporcionó. Claro no es una fuente
confiable.
Tal vez me precipité en el ánimo de apoyarlo
moralmente e infundirle esperanzas. No recuerdo los
detalles. Tampoco ha venido Marco o me ha llamado para
solicitar mi cooperación. ¿Él te envió conmigo?
.- No, realmente, sé que se molestará por venir sin su
consentimiento.- saltó entonces la franqueza de Diana. Una
de sus cualidades.
.- Olvida eso. No te preocupes. Te reitero que me importa
mucho de manera personal, lo concerniente a su hijo
Daniel.-
Elena se permitió tomar suavemente su mano
izquierda.
Sonó el teléfono del estudio y Elena se disculpó para
atender la llamada. Mientras Diana sentía que aminoraba su
ánimo predispuesto contra la señora. Veía su biblioteca,
sus pinturas
en un espacio más reducido del despacho
principal de la casona, donde había recibido Elena a Marco
en la ocasión del contrato y donde lo conoció. El contexto
era más personal. Diana observaba los detalles.
Su atención en los
elementos que observaba, fueron
interrumpidos por el servicio de café, galletas y panqués
que le obsequiaban. Contado el tiempo de la espera y siendo
“Cien hijos de Elena”
la hora de la comida, no pensó dos veces en consumir los
panecillos de chocolate y nuez. Gradualmente deponía su
actitud hostil con la dueña de la casona por falta evidente
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de motivos para sus sospechas
. No le importó acercarse a la
biblioteca y a los cuadros de pintura. Elena seguía en el
teléfono. En una esquina estaba un piano.
.- Veo que eres aficionada a los libros.- la voz de Elena la
turbó un poco de las reflexiones que justamente elucubraba
sobre su interlocutora.
.- No, no exactamente. Mi padre me enseñó algo de pintura,
pero él mismo me alentó la vocación que yo sentía y fui a
la escuela de ciencias. – no hacía énfasis en sus palabras,
sino que fluían llanamente.
Un estremecimiento como si fuera una especie de líquido
espeso recorría la médula espinal de Elena. ¿Pintura,
química?, en una joven que podía ser su hija por la edad que
aparentaba, le despertaba frecuentes recuerdos.
.- De modo que ¿eres originaria de aquí, de Tepango?
.- No, mi padre nació aquí, luego se fue con mis abuelos a
Texas. Allá nací. Visité México, algun
as ciudades y por
supuesto aquí en Tepango, pero eran visitas de unos días.
Ahora he venido con mucha disposición a conocer bien estas
tierras. No sé si quedarme o volver y por lo pronto ya tengo
novio, Ricardo, que es un gran amigo de Daniel. Pero
estamos destrozados con lo de Daniel.-
la reacción
sincera
de Diana mostró su rostro más humano.
Elena pensaba en atar los cabos que se desprendían. Fuera o
no cierta su corazonada, iba entregando toda su amistad y
ternura hacia aquella jo
ven extraña portadora de algunos
datos del pasado que la intrigaban sobre momentos
inolvidables.
“Cien hijos de Elena”
.- Supongo que vine en un momento inesperado. No la
entretengo más, por favor piense en los datos que le
comenté y espero su ayuda. Dígame qué día la puedo ver.-
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Diana quiso sincerarse con ella.
.- Si, déjame enterarme algo más de todo ello. Tenemos que
hacernos cargo de lo de Daniel.
Te ayudaré en todo
lo que
pueda y cómo me digas. ¿Necesitas gente con experiencia?
Tú dime. Por favor ven a verme sin tocar la puerta, todas
las veces que lo quieras.
La expresión llena de sinceridad de Elena la conmovió y
derrib
ó
todas sus inquietudes
acerca de señalar sus
culpabilidades de un modo u otro. Al final de la reunión,
Elena la acompañaba conversando rumbo a la salida. En ese
trayecto, Diana se detuvo por un instante observando un
pergamino que, dentro de la biblioteca sobresalía por su
tamaño y sus rasgos más visibles.
Elena
percibió su interés,
fugazmente. Ambas sintieron una
especie de sacudida intrigante en su memoria. Diana notó
que guardaba mucho parecido con aquel pergamino de que su
padre
tanto le había hablado. Diana conservó la copia
a
escala de esa pintura. Por su parte, Elena no sospechó nada,
pero un zumbido instantáneo reafirmó su simpatía sobre la
recia personalidad de la joven, que le despertaba vagas
nostalgias.
Al día siguiente, Diana recuperó su tranquilidad. Acudió por
fin al ginecólogo, quien le examinó y le diagnosticó un
embarazo extrauterino. ¡No había ya qué preocuparse por
ahora del embarazo Más tarde, sin duda, confesaría todo a
Ricardo. Y se sintió liberada de ci
ertas angustias.
Diana regresó algunas ocasiones al despacho de Elena,
conversaron de diferentes temas. También del accidente,
“Cien hijos de Elena”
pero con un ánimo de cooperación y de franqueza. Diana le
comentó a su modo, del noviazgo previo que tuvo con Daniel,
además de sus metas de continuar sus estudios y realizar su
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matrimonio con Ricardo. En todo momento, supo y aceptó
que contaba con las simpatías y apoyos de Elena.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XIX El testamento del moribundo.
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Veinte testamentos sumaban ante el notario, la historia de
la voluntad frívola sobre la herencia del siempre
moribundo Farniaques. ¡Ningún mejor símbolo para ilustrar
sus vacilaciónes Rectificaciones, reconsideraciones y
titubeos suyos. Ya no impresionaba y menos a Elena, a la
única persona que le comunicaba sus decisiones
o, mejor
dicho, su vodevil tan monótono sobre la herencia. Aun gente
cercana como sus ayudantes, abogados y personal doméstico
bromeaban sobre el juego del longevo con su muerte. Ni sus
achaques o la curiosidad de cómo repartiría su herencia
lograban llamar la atención de nadie.
Con numerosos hijos habidos entre sus amantes,
surgían
expectativas y curiosidad sobre los beneficiarios del
testamento. Citó en ocasiones a algunos de ellos.
Berrinches de un anciano moribundo deseoso de ganar ya no
simpatías sino algo de atención, de avenencia con alguien.
Su capacidad de expresar la autenticidad de sus
sentimientos, sí que yacía sepultada mucho tiempo atrás
entre cenizas, lodos y alcoholes ya procesados y
reciclados.
Próximo al límite de su vida productiva o de su muerte, en
términos de probabilidades, Farniaques guardaba reposo
unos cuantos días y volvía a su actividad frenética usual,
dando lugar a s
ospechas de la autenticidad de sus recaídas
por motivos de salud. Las fingía a veces, en honor de sus
destrezas como farsante. Pero los odios ganados humillando
“Cien hijos de Elena”
sin ton ni son a todos, de manipular a todas horas con o sin
objeto, le auguraban un funeral como él de un vagabundo
cualquiera, cuando sucediera, con la ausencia de amigos que
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no tenia, y alguna pena fingida de algunos asistentes solo
interesados en asegurarse la vista del cuerpo en el ataúd, o
mejor en el sepulcro y que no reviviera por cualquier error.
Lo cual no le importaba un comino dado el desprecio
abrigado por cuantos lo rodeaban, acostumbrado a escuchar
a espaldas suyas, cuchicheos y vituperios sobre toda su
persona, fuera en lo físico, sus excesos de rufían.
Seguía insistiendo a Elena q
ue le diera unos minutos para
tratar sobre el testamento. Ella aceptó hablar con Farnas
para otros temas. Esa tarde se dieron cita a solas en el
despacho principal.
.- Te agradezco que hayas venido. - se escuchaba clara la
voz de Farnas. Su salud visiblemente no dejaba dudas de su
mejoría.
Otra mejoría, otra farsa.
Elena le guardaba respeto desde el episodio de los
maleantes que la habían ultrajado y luego habían matado a
su padre. Además Farna
s se sujetaba a las decisiones que,
junto con ella acordaban en lo concerniente a las
copropiedades y el uso de los fondos de dinero o de
inversiones compartidas por ambos. Naturalemte, Elena no
tenía herederos explícitos
a la vista. Ella contaba con la
ventaja de la edad respecto a Farniaques, despertando
infundios sobre su intenciòn supuesta de acaparar la
herencia del mafioso. Pero él mismo lo descartaba. Pese al
romance con el mecánico, que provocaba tensiones entre
ambos
, le seguía mostrando toda su confianza.
Elena no se atrevía a enfrentar cara a cara a Farniaques en
cuanto al accidente. Por una parte, la falta de pruebas que
“Cien hijos de Elena”
lo involucraran, y por otra, al cuestionarlo, pecaría
peligrosamente de tendenciosa e inocente por asumir
necesariamente una posición al lado de su amante.
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.- Empecemos pues con lo de tu testamento.
Confío en que
no me vengas con simulaciones ni artificios.- Elena miraba
directo a los oj
os de sapo del rufián.
.- Más que suficiente. No es fácil para mí decirte lo que
vengo a exponer. Necesito de tu comprensión. – La voz se
diluía entre sus achaques y su histrionismo.- Pero me
dejaré de rodeos. No somos ni tú ni yo ningunos mojigatos.
Tengo hijos que te pido reconozcas. Es el punto principal
que traigo por esta vez. Los he apoyado mucho, como a
otros. Pero me han ganado por su inteligencia y dedicación.
Los hice estudiar en las mejores universidades. Conocen
California y algunos lugares de Europa.
.- ¿Qué yo los reconozca? ¿Que lleven tu nombre y mi
nombre y apellidos?
.- No, no precisamente. Son dos jóvenes, Agenor y Olimpia
Los elegí con cuidado para que hereden lo mío. ¡Espero que
lo engrandezcan
Tampoco se trata de que tú les heredes
nada de lo tuyo. Sólo que los reconozcas.
.- No entiendo bien lo del reconocimiento. Entonces,
¿llevan tu apellido y no requieren del mío? Seamos
precisos.
–
no deseaba Elena caer en ningún juego, como ya
había intentado
Farnas en ocasiones anteriores con falsos
lloriqueos.
.- No, ya tienen su nombre y apellido que por cierto es
Paniagua por decisión suya. Seré totalmente sincero. Antes
no me interesaba este tema de elegir mis sucesores. Ahora
sí me importa, y quisiera contar contigo. Ya no tengo
fuerzas para enseñarles
nada, o sea lo que
me gustaría que
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“Cien hijos de Elena”
.- Bueno, para eso nos dimos unos minutos.
.- ¿Qué sabes del accidente de Anzures? ¿No metiste las
manos? – el tono de la voz metálica, enérgica, de Elena
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161
vibraba en el aire
. Perdió algo de su serenidad.
.- ¿Anzures? Un imbécil que siempre me contradecía. ¡No, no
vale la pena que nadie se encargue de un tonto como ése
.- Entonces, ¿puedo averiguar entre tu gente y, saber que
ninguno de ellos metió la mano, por su cuenta o por
instrucción tuya?
.- ¿Tan importante es para ti? – brincó el mafioso.
.-
¿Puedo averiguar o no? Quiero la verdad.
.- ¿La verdad? Si, alguna vez estuve furioso contra ti y ese
mequetrefe del mecánico. ¡Un don nadie Pero jamás giré
ninguna orden de hacerle daño ni al dentista ni al
mecánico.- la garganta de Farnas se ahogaba en su propia
saliva. Aguantaba el dolor al morder la sal en las heridas
más recónditas, los celos, pero jamás saldría de su boca un
destello de debilidad. Su voz alzaba de tono, pero mantenía
su estilo seco. - Después de todo, dejemos que ese señor
siga por ahí, que las cosas sigan igual, porque n
o
es ningún
peligro.
.- Que sea algo que a ti no te importe nada. Y así nos
entendemos. ¿Qué derechos tienes para reclamos de un
matrimonio que tú
mismo mataste
…? ¿Cuántos años sin
verme, ni buscarme?.- Elena contuvo sus impulsos
, pensó
que callar era lo mejor y no dar ninguna pista o pretexto a
Farnas y provocar su còlera contra Marco. Ambos temblaban
de emociones salvajes despertadas por lo tirante del
asunto, y parpadeaban velozmente, ahogando sus voces en
una respiración profunda.- Volviendo al tema, sólo haré
unas preguntas entre tu gente.
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“Cien hijos de Elena”
.- En caso de ofrecerse, iré con usted para saber de sus
puntos de vista.- Agenor se condujo de forma amable.
.- Pueden irse. Vivirán unos días más en el hotel donde
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están, mientras les arreglan sus cuartos en esta casa.
- dijo
Farnas.
Ninguno se despidió de Farna
s. Secamente, tomaron rumbo a
la salida. Elena se quedó con la idea de que además de tener
miedo a su padre, no tenían idea remota del alcance de su
herencia y tampoco Farniaques se preocupaba de su
preparación para tal efecto. Sin duda, podían necesitar de
ella.
Dadas las cosas, Elena hizo cita con su notario. Le resultaba
conveniente revisar y actualizar sus propiedades. Muchas
de ellas flotaban en el aire, nunca se llegaron a formalizar
y la coyuntura del testamento del ““varano”” podría bien
causar algunas dificultades por traslapes, confusiones o
aclaraciones. También le dejó recado a Marco, a través de
su secretaria, para verse lo más pronto posible.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XX Un inmueble en aprietos.
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Al ver el reloj de péndulo de la casona,
Elena
notó que
disponía de la tarde. Podía aprovechar tiempo. Elena quiso
arreglar algunos asuntos personales. Quería pensar a solas.
Condujo su carro con su mente en automático, sin apreciar
el rumbo que tomaba. Reconoció entonces algunas
particularidades del paisaje. El río
seco con lirios y el
campo deportivo. ¡Nostalgia de aquellos días Se le
vinieron muchos recuerdos de su adolescencia.
Todo se combinó en el nudo de circunstancias. Diana
caminaba en dirección opuesta a su carro que circulaba
lentamente. Se cruzaron nuevamente sus caminos. Diana la
saludó a unos cuantos metros.
.- Hola, ¿busca algún domicilio por aquí? – la voz de la
joven resultaba tan dulce, tan amigable que Elena recobró
el aplomo. No esperaba encontrarla.
Bajó del carro.
Le pareció mucho más joven con su vestimenta de una
playera color claro y unos pantaloncillos cortos de colores
blanco y rojo. Estaba acostumbrada al modo indefinido de
que la tratara de tu o de usted.
.- Justamente a ti.- la sa
ludó de beso en la mejilla.
-
¿Podemos platicar en algún lado?
.- ¿Le parece bien caminar junto al río? Es zona segura.-
Diana le devolvió el beso de mejilla.
.-Diana, por favor olvida los
formalismos, me gustaría que
me hables de tú. Tenemo muchas cosas importantes de qué
hablar…
-
“Cien hijos de Elena”
Repiqueteaba repetidamente el celular de Elena.
.- Discúlpame. ¡Se trata de algo urgente También te puede
importar a ti. En el camino te platico.- subieron al carro.
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El notario de Elena le pidió que acudiera a su de
spacho, lo
más pronto que le fuera posible. No tardó en llegar. Ahí se
encontraba Marco.
Después de saludarlas, el notario les pidió entraran a su
despacho.
.- Ojalá sólo sea una confusión, pero usted, señora Elena, le
vendió un inmueble al señor Marco, el cual dice que ya le
pagó. No me ocurre con frecuencia, señora Elena, pero en
mis registros, puede haber algunas lagunas o confusiones.-
El notario notó que carecía de bases legales para titular la
propiedad de acuerdo a la petición de Elena. Por tanto,
salvo las aclaraciones que se pudieran aportar, no existían
bases legales para una compra venta de ese inmueble, el
taller de Marco.
Dentro del conjunto de propiedades de Elena y de su marido,
no dejaban de ocurrir algunos errores o descuidos en
alguna propiedad, pese al aparente
celo y empeño que ambos
dedicaban con los abogados para llevar los documentos en
orden. Elena bien sabía todo lo que significaba para Marco,
no tanto perder sino cuestionar el descuido de algo tan
importante
para él.
De terquedad como pocos, jamás había aceptado antes de
este tropezón, que Elena se lo trasladara como donación.
Sólo tenía la posesión. Ya era tarde, por no haber arreglado
previamente la escritura pública. Todo movimiento por
insignificante que fuese para corregir el incidente
alcanzaría otra dimensión.
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“Cien hijos de Elena”
.- En resumen, señora Elena, para poder servir sus
indicaciones, nos quedan dos caminos. Usted habla con su
marido para rectificar o adecuar la escritura ya a nombre
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de Martín
Rebolledo. Pero no
estará
en e
l registro públi
co
hasta que usted me lo ordene. Yo me encargo, o bien queda a
discreción suya cualquier otra solución que satisfaga al
señor Marco, aquí presente.- el notario de unos cuarenta
años, de gafas planteaba el punto por el cual se reunían.
.- Quisiera si es apropiado, que usted licenciado, le
instruya a su asistente que revise una vez más sus archivos
y me confirme que no hay ninguna confusión en este caso. La
posesión en manos del señor Marco ya cuenta con años de
antigüedad y no se había presentado cuestionamiento ni
duda alguna. Quiero dejar muy claro que el convenio para
la compraventa del taller fue un acto de buena fe, que todo
ha sido un error de mi parte al no consultar con usted.
Estoy dispuesta a satisfacer hasta donde me sea posible el
cumplimiento de mi trato para que el señor Marco conserve
a su favor el inmueble. – Elena insinuaba cualquier esfuerzo
o tal vez hasta recovecos legales a favor de su amante.
.- A petición del señor Marco, ya he hablado con Martín
Rebolledo. Le propuse algunas opciones, que estarían
sujetas a la aprobación de usted, para que se le otorgue la
propiedad de otro inmueble de iguales o mejores
condiciones. Tiene un restaurante en sus proyectos
personales. No aceptó. Me respondió que como premio a su
fidelidad y trabajo con el señor Farniaques había recibido
facilidades para quedarse desde hace años con el sitio. Al
señor
Rebolledo le parece ideal para su futuro negocio.
–
el
notario acomodó sus gafas.- Asumo que yo le fallé esta vez
“Cien hijos de Elena”
señora Elena, al no tenerla a usted al tanto sobre sus
propiedades y darle un reporte mensual confiable
.- No, no tratemos de buscar culpas, de nada nos sirven.
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Veamos cómo se puede arreglar. Debe haber alguna forma.
Vea por favor cualquier salida que nos convenga.- insistió.
Rehuìa encontrarse con la mirada de
su amante, quien
miraba y escuchaba atento con aire profundamente abatido
como un sentenciado a muerte.
Pasaron unos largos instantes de silencio. Tampoco Diana
creía oportuno decir algo. Marco caminaba pausadamente
hacia la puerta con i
ntención de
retirarse
, sintiéndose
defraudado. Sus sueños se marchitaban de un solo golpe.
.- Por mi parte, haré todo lo que me diga Marco. Licenciado
debe haber un modo…. Con toda su experiencia. Se lo
encargo. Es de gran importancia para mí. O bien, Marco, si
hay una solución, dime. ¡Lo que cueste - de repente Elena
dijo con una emoción viva, buscando su mirada.
Marco estaba de espaldas hacia ellos. Volteó pausadamente
hacia ella.
.-
Entonces, sólo hay una respuesta, ¡cásate conmigo –
Marco hizo una seria inflexión de todo su cuerpo hacia ella.
Su voz fluía entre su perturbación y todo su anhelo de
felicidad.
Elena misma quedó asombrada de aquel hombre, su amante,
que se había alejado de ella por unas semanas y
,
que parecía
ya no importarle nada después de sus desgracias con el
accidente. Ahora era viudo. Ambos se miraban fijamente.
.- Te lo pido entonces como debe ser. – Marco dobló una de
sus rodillas y se dirigió nuevamente a Elena.
-
¡cásate,
casémonos, te lo pido y te prometo siempre amarte y
respetarte
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“Cien hijos de Elena”
Tanto Diana como el notario eran ajenos a las mañas y
manipulaciones del rufían que por años faroleaba a los
cuatro vientos sus graves achaques, de moribundo,
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bu
rlándose de todo el mundo. Su puente entre la
hipocondría y la pantomima era el puente más estrecho y
pequeño de todo el mundo.
.- Te agradezco de verdad que me esperes. Han sido muchas
sorpresas para un solo día. Y licenciado si me concede unos
tres minutos, ya lo dejaré en paz.
.- Con gusto, no hay ningún inconveniente señora. – dijo al
entrar a su privado.
.- Creo que ya debo pensar en mi testamento. – se lo
manifestó sentada en su privado.
Le expresó su decisión a grandes líneas. Había que definir
aquellas propiedades ya establecidas, las copropiedades y
las que debían deslindarse del dominio de su marido o de
cualquier otra figura legal. Le indicó que en un apartado
señalara una lista de negocios o inmuebles en forma de
usufructo vitalicio para ella misma, para asegurar sobre
toda contingencia su capacidad de atender sus propias
necesidades.
Las propiedades y derechos eran un pastel muy grande, si
bien frente al capital del mafioso del marido, su fortuna
quedaba opacada. Diversos conflictos
surgí
an por bienes no
deslindados entre ambos, pero siempre los arreglaban con
facilidad y en armonía.
.- Muy bien, señora, Le tendré un borrador lo más pronto
posible para que por favor lo verifique usted misma. Ahora
me dice por favor los nombres de los beneficiarios de esta
voluntad suya.
“Cien hijos de Elena”
.- Por supuesto, Marco Sarabia, Daniel Sarabia y Diana
Valtierra. Le pido que sea yo quien les transmita esta
disposición, salvo que ocurra algo inesperado que me prive
de esta facultad.
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Pese a los años de experiencia como notario, su aire
siempre
flemático
se
trastornó
por un instante.
.- Muy bien, ¿a partes iguales? Necesito papeles de
identidad de ellos.
.- Me haré cargo de obtenerlos. Además señale con el
fundamento que usted crea mejor, que en caso de suceder
que uno de los beneficiarios no pueda aceptar por cualquier
razón, o que expresamente rechazara esta voluntad,
entonces podría quedar hasta un solo beneficiario como
última opción.
.- Suponiendo algo extremo, y que ninguno pueda
beneficiarse, ¿qué indicación me da usted?
.- Espero que como usted mismo lo dice no ocurra tal
eventualidad, entonces todo sería para las beneficencias
que usted ya conoce. Tal vez alguna nueva. De cualquier
manera lo que ya está en posesión de las beneficencias y
algo más, quedará debidamente asignada para ellas.
.- De mi parte es todo, señora, si es que no existe otra
indicación suya.
.- Si, solo quiero pedirle me asesore en una ocasi
ón
próxima de los pasos que requiero para una adopción.
.- ¿Una adopción? Se refiere a un hijo.
.- Si, quiero tener una hija adoptada. Se llama Diana, pero
antes debo asegurar algunos detalles.
.-
Claro, le prepararé lo necesario.
Al parecer, absorta en una llamada por celular, Diana
esperaba afuera del privado, ajena a las disposiciones
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“Cien hijos de Elena”
.- Me gusta la idea, las necesito para estrechar mi
relación con Marco y ver con más claridad muchas cosas.
¿Has pensado en algunos lugares? – dijo Elena.
.-
Sí, me permití avanzar en
...
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.- Déjate de formalismos conmigo. Date cuenta de todo lo
que vales para mí, para desenredar todo, pero ¿
Daniel?
.- Tengo amigos que me ayudarán. Daré toda mi prioridad
para encontrar a Daniel. Confía en que tengo algunas
ventajas para ello.
.- Y ¿qué lugares se te ocurren?
.- Creo que es mejor que puedan partir ahora mismo.
Algunos sitios turísticos de México y de Europa. Allá
podrás claro hacer los cambios que quieras.
.- ¿Tan de repente?
.- Sino, no lo haces, ¿cuándo podrás disfrutar de un
momento como éste? Me refiero a Marco y .. Si, cierto,
vayamos a su casa. Es decir, al taller.
.- Mejor déjame hablar con Marco y tú me ayudas con los
preparativos y maletas.- dijo entre broma.
.-
Vaya que eres de una pieza…
- Diana
la abrazó,
deseándole que fueran felices.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXI Grandes sorpresas.
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La tarde del día siguiente, surgieron extrañas inquietudes
y desasosiegos en la casona, en el despacho de Elena,
cuando ella entró por la puerta especial. Su secretaria,
Cristina, la esperaba, pese a la hora. La actividad parecía
inusual.
.- Siento distraerla señora, pero hay varios asuntos
urgentes.- el nerviosismo de la secretaria brillaba en sus
ojos como luces de luciérnagas nocturnas.
.- No hay de qué preocuparse, te lo aseguro. Veamos los
casos que creas importantes.
.- Bueno, la quieren ver con urgencia los señores Agenor y
Jeykol.
.- ¿Vienen juntos? – dijo con un gesto de extrañeza.
.- No, el señor Jeykol está aquí en el recibidor y el señor
Agenor me pidió que lo comunicara con él en cuanto usted
llegara.
.- Correcto, lo atenderé personalmente. Sólo me urge un
asunto. Dile a Jeykol que no se vaya y que lo recibo en un
momento. Pasa a Agenor cuando llegue.
La secretaria
salió por un instante
para comunicarse con
Agenor.
No demoró en presentarse.
Agenor e
ntró
directamente al despacho de Elena.
Sus arrebatos y voces desgañitadas del hijo de Farniaques
hicieron temblar, durante el día, a los subordinados.
.-
Señora, creo que usted me evade. Tenemos muchos
asuntos de qué hablar y tomar algunas decisiones.-
“Cien hijos de Elena”
exclamó con nerviosismo el hijo de Farniaques con sus
aires faroleros de diplomado bisoño.
.- Bien, con gusto. Prepara una agenda de los puntos que
deseas que tratemos y me la env
ía
s. Env
ía
la con atenci
ón a
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Diana, mi asistente, con los documentos que sean
necesarios.
–
dijo Elena poniéndose de pié para
significar el
término de la breve reunión.
Cristina casi chocaba con Agenor quien terminó la
entrevista visiblemente contrariado por la entrevista
expres. Su malestar aumentó por la decisión de turnar su
asunto a un subordinado. Y se
alejó
a zancadas.
La secretaria oyó el timbre con que la llamaban.
.- Ahora, escucha bien esto, Cristina. De mañana en
adelante, tendrás una nueva jefa, me suplirá cuando yo no
esté. Te pido que la apoyes estrictamente como si fuera yo
misma.- Elena parecía distraída buscando algo en su
escritorio.
.- ¿No cambia mi situación? Me siento preocupada.
¿Alguna instrucción en especial? – Cristina, la secretaria,
no ocultaba su nerviosismo por la prepotencia y amenazas
de todo tipo de Agenor.
.- Nada, nada. ¿Qué te pasa, Cristina? Tu situación no
cambia en nada. Siempre he tenido confianza en tu trabajo,
pero tomo algunas previsiones
. No le des información
importante a nadie más que
a una
persona que me suplirá
por unos días. ¿Está claro? Y no te preocupes.
.- Sabe que siempre contará conmigo y toda mi dedicación y
discreción, y ¿quién es esa persona?
.-
Te dejaré nombres e instrucciones en un sobre cerrado en
tu escritorio. No digas nada, no preguntes nada, no pasa
nada, ¿está bien? Ve a dormir con toda tranquilidad.
“Cien hijos de Elena”
.- Si, gracias por su confianza y me ganaré la de esa
persona. Adiós.
.- Como si fuera yo misma. Cristina, ya te puedes ir. Dile a
Jeykol que pase.
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Primera vez que Jeykol mostraba una cara sombría,
excitada. Alguien enteramente distinto al que
conocía
por
buen tiempo.
.- Buenas noches y gracias por recibirme señora.
.- ¿Qué es lo que sucede Jeykol? Qué asuntos parecen tan
urgentes.
.- Disculpe mi impetuosidad, pero ante todo vengo a pedir
su consejo y apoyo. El joven Agenor me llamó. No sólo me
despide, me ha ordenado que me vaya. Me da pronto, que me
vaya no sólo de aquí, sino del país. Me parece excesivo,
injusto, he trabajado mucho para el señor y sería mi ruina.
Sin omitir que afectará el resultado de algunos proyectos
que el señor Anaya me encargó. No sé cómo decirlo, pero
creame, soy indispensable, al menos en algunos proyectos.
Me parece una resolución muy precipitada.
.-
¿De qué proyectos se trata? Tengo poco tiempo,
necesito
el resumen.
.- Le tengo listados, vea por favor solo las carátulas.- el
antiguo bufón mostraba un desempeño distinto, tenía
armados los
trabajos o expedientes con una presentación
envidiable.- Vea por favor usted misma.
.- ¿Tiene idea de por qué le piden que se vaya tan de
repente? – Elena exploró posibles escenarios a la vista.
.- No, en absoluto, tampoco me pidieron cuentas. Por
cierto, manejo fideicomisos con fondos que pertenecen al
señor Anaya. Lo muestran estos papeles que me permito
entregar a usted.
“Cien hijos de Elena”
.- Bueno, ya es muy noche, déjeme estos asuntos. Y pensaré
qué hacer. Concluimos con dos puntos. Uno, no se vaya,
usted mismo vea con la secretaria de Agenor que yo misma
le he ordenado que no se vaya hasta arreglar asuntos de mi
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competencia con usted.
.- Disculpe mi impertinencia, pero
¿si no me contesta o
persiste en su posición? – dijo Jeykol todavía medroso.
.- No pasará nada, no se preocupe, yo creo conocerlo a
usted y tendrá suficiente habilidad para esto y más. Le
insisto, solo diga que yo le ordené que no se vaya, hasta que
yo misma se lo indique.
.- Y ¿el otro tema? – preguntó curioso.
.- El otro tema, es algo muy especial en que usted me
ayudará. Mañana venga por un expediente que le dejaré con
mi secretaria. Confiaré en sus habilidades. Dedique todo su
tiempo, todo su talento, todos los medios que necesite
estarán de inmediato a su alcance. Averigüe desde ahora
mismo el paradero de Daniel Sarabia, un joven de unos
veinticinco años. Todos los datos estarán en ese expediente
y los recursos
sólo
pídalos a mi secretaria. –
el viejo
comediante no adivinaba cómo de repente Elena le confiaba
algo tan especial. Conocía entonces el tema sobre el
accidente, pero no a fondo. Así Jeykol se infló de sus bríos
proverbiales.
.- H
ay un tercer asunto. Usted ya sabe quién es Martín
Rebolledo.- Jeykol apuntaba lo relevante y movió la cabeza
afirmativamente.- Convénzalo de que acceda a vendernos un
inmueble que acaba de adquirir. ¡Usted tendrá la
información mañana No lo coaccione, sólo use la
persuasión. Maneje esto con toda discreción.
“Cien hijos de Elena”
.- Si, señora, délo por hecho. Cuente conmigo, verá mi
trabajo. Pero, ese inmueble, ¿me lo vendería a nombre de
usted o a mí? – volvía a ser él de antes.
Elena hizo un gesto de asombro. Jeykol
entendía
muy pronto
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y daba por resuelto el asunto del taller. ¿Conocería tan
bien a Martín Rebolledo o era otra fanfarronada más de las
suyas?
.- Ahora debo irme y espero sus noticias.
.- No sabe todo lo que agradezco su…- la voz de Jeykol
vibraba de emoción, pues el salir expulsado le hubiera
implicado no sólo pérdidas cuantiosas, sino cargos pena
les
para que lo persiguieran por todo el mundo.- Haré lo mejor
posible.
.- Si, si, ya debo irme.- y Elena se retiró.
Jeykol parecía haber superado la angustia de las presiones
que le acababan de poner al borde del pánico. Y claro más
que contento de ahora sentirse protegido y servir a Elena
Carasao.
Mientras, Elena salió de su oficina y se asomó cerca de la
habitación de Farniaques. Estaba solo postrado en su cama,
auxiliado por una enfermera. Las luces a medias para no
fastidiar al enfermo. Su destino llevaba el signo de la
soledad, una soledad absoluta. ¿En cuánto tiempo
recuperaría su salud, cuántos días o semanas? No le
importaba eso a nadie, ni a sus hijos que heredarían una
fortuna muy superior a la suya. Era un comediante aun para
morir, se burlaba de los demás, duraría muchos años más en
medio de las borracheras y las prostitutas, derrochando
dinero y las pocas energías disponibles.
Caminaba hacia sus habitaciones independientes del resto
de la casona
, cuando sonó su celular.
“Cien hijos de Elena”
.- ¿Elena?, hola todo arreglado. En unas horas deben salir
rumbo al aeropuerto.- Diana era muy puntual. Ya era de
noche.
.- Gracias otra vez, no me gusta ir a los aeropuertos. Pero,
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estando arriba, me siento bien.
.- No vas sola. Marco ya debe estar esperando. Su primera
parada será Costa Rica. Te gustará y a Marco también. El
lleva todo el papeleo, reservaciones y todo.
.- Gracias otra vez por tu apoyo. ¿Cómo lo tomó?
.- Muy bien, está contento.
.-
¿Quién nos llevará? No es conveniente que tú vayas.
.- Descuida, será mi suegro, el papá de mi prometido,
Ricardo. Pasará por ti, por favor sé puntual pues le dije que
no tocara el claxon. La actitud de Diana aun revelaba la
dificultad de definir su relación de amistad o de exagerado
respeto hacia Elena.
.- Qué bien planeado, pero un favor más, ¿podrías venir a
mi oficina mañana para que me ayudes con algunos asuntos?
Cristina, mi secretaria, te apoyará en todo.
.- Cl
aro, ahí estaré, vete tranquila, me haré
cargo.
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“Cien hijos de Elena”
.- ¿Por dónde empezamos? Dime tu nombre. – Diana tomó
asiento en un sofá del privado, muy cerca del escritorio.
.- Cristina, la apoyaré como si fuera usted la señora Elena.
–
la secretaria pensó en que nadie preguntaba por su
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nombre. - La señora Elena me dijo que usted se instale aquí
en su privado.
.- Cristina, necesito mucho de tu apoyo. Ponme en
antecedentes de lo más importante.-
.- Aquí dejó ella unos expedientes y un sobre cerrado
para usted. - Los documentos llenaban el espacio de la
mesa redonda con vidrio al centro.
Dentro del sobre cerrado, se encontraban unas llaves y
algunas líneas.
“Diana: Las llaves son de la caja fuerte, ahí encontrarás
dinero para algunos asuntos. Dale un vistazo a los
resúmenes de estos documentos. Nuestra prioridad como
acordamos es lo referente a Daniel y lo relativo al taller.
¡Disculpa por encimarte todo este trabajo, apenas pude con
estas breves líneas Estoy muy emocionada no sólo por el
viaje, sino que doy gracias de haberte encontrado como mi
mejor amiga, y espero ganarme alguna vez tú cariño como si
fueras mi propia hija. Comprenderás que no hay manera de
explicarte todo, pero ayúdame con tu mejor disposición en
aquello que te sea posible y que nunca podré agradecerte
como quisiera. Tu
amiga, Elena”.
Diana algo extraña a las efusivas expresiones, no dejó de
conmoverse, pero había que afrontar varios problemas.
¡Vaya giro de la tuerca, de las coyunturas de la vida, ayer
Diana acusaba o sospechaba de Elena, como esposa de
Farniaques en cuanto al accidente, y unos días después,
ocupaba el lugar de mando del pequeño pero importante
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“Cien hijos de Elena”
lindas piernas. Calculadoramente le dio casi la espalda a
Agenor, continuando con su celular. - Te parece si nos
vemos hoy por la tarde. me gusta llevar las cosas a mi
gusto y tiempos. .. Si, claro, ahí estaré, chao.
- su voz y
ademanes emanaban coquetería, acrecentando sus
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atractivos femeninos. Diana
vestía
un
pantalón corto azul
marino, llevando al descubierto sus largas piernas, así
como una blusa blanca semitransparente, combinando un
efecto de inocencia y coquetería perturbadora.
Con estudiada atingencia, volvió al visitante.
.- Agenor, no tengo el gusto de conocerte personalmente. Si
te parece que haya asuntos que tratemos, nos podemos ver
por la tarde o maañan. – la voz pausada, metálica de Diana
dominaba los espacios del privado.
.- Son asuntos muy sencillos. Los veremos en privado y
ahora. Y si algo urge es que el tipo que está afuera de esta
oficina, debe largarse del país de inmediato. Yo mismo di
esa instrucción.- Agenor quería imponerse, pero su tono
corporal, el sube y baja del timbre de su voz aguda
delataban sus incongruencias internas.
.- En absoluto, no. Todo lo veremos más tarde. El señor
Jeykol no se puede ir sin consentimiento nuestro, sin
terminar asuntos pendientes. También hay asuntos
pendientes que conciernen al matrimonio Anaya. De
cualquier modo, te recuerdo que esta oficina es de negocios
de la señora Elena Carasao y aquí no hay nada que te
incumba. No tienes ningún mando sobre nadie aquí. Ni lo
pienses. Me respetas y te respeto, es todo. Eso no está a
discusión.
-
no había más remedio que
meter orden en la
relación con el joven intruso, impertinente.
“Cien hijos de Elena”
Evidentemente, Agenor concentró sus lanzas en asestar un
golpe efectista dejando suponer que Farniaques gozaba de
privilegios y mando sobre los negocios de su mujer, de lo
cual no estaba informado correctamente. Ignoraba el estilo
de zorro, de ambigüedad con que gustaba de que algunos
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negocios suyos se interpretaran en ventaja suya.
¡No cayó
en la cuenta de su error Era un juego del todo o nada, pues
si fallaba, perdía todo.
.- ¿Quién decide aquí? Usted es una extraña. – Agenor no
dejaba de mirarla, lo traicionaba su sistema glandular, y se
conducía como un a
dolescente
implorando atención
,
embargado por la belleza de Diana. Pero estaba consciente
como ella de su antagonismo que los ubicaba frente a frente
en el campo de batalla.
.- Y ¿quién dice eso? No acostumbro a recibir presiones de
nadie. Bien sé mi papel aquí. - una sonrisa de la joven, con
su escote de la blusa cruzada y pantalón atrevidos,
remataron la entrevista improvisada.
Sin pensarlo, Diana se puso de pie, finalizando la reunión.
.- Exijo que me traten con respeto, como deben tratar a mi
padre. Nos veremos.- Agenor se marchó del privado,
alcanzando a dejar una tarjeta sobre el escritorio de Diana,
mirándola furioso de reojo.
.-
Que tengas buen día.
-
Diana subió el tono de voz para que
le oyera y se dirig
ió a
Cristina.-
Ahora sí que pase el señor
Jeykol.- El comediante entró con lo mejor de su
amabilidad. Tomó asiento frente al escritorio donde ya
estaba Diana. Algo alcanzó a escuchar.
.-
Empezará usted con el asunto de
Daniel
Sarabia. Sé
algo
de su experiencia. Le entrego el expediente con toda la
información que necesita. .
- Diana fue al grano.
–
Llévese
“Cien hijos de Elena”
los documentos, aquí le entrego un dinero, y tal como usted
aceptó, comience a resolver estos asuntos de inmediato.
.- Sólo le pido un minuto. Estoy a sus órdenes como me lo
indicó la señora Elena.
Cuenten con todo mi esfuerzo. Toda
la noche le di vueltas a los encargos y me anticipo a decir
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que se trata de uno solo, que es lo mismo un caso que otro.
Ahora estoy especulando, pero pronto le traeré noticias.
También quisiera libertad y autorización de parte suya para
los gastos de este asunto.- Jeykol no faltaba a su
predisposición a la discrecionalidad y hasta dispendio en
gastos a cambio de ser eficaz en resultados.
No mencionó que ya había consultado con sus fuentes de
información. ¡No perdía un segundo
.- Supongo que usted ya está mejor enterado. Ya que lo
menciona, esperamos que pronto nos traiga noticias. ¡Como
si fuera lo más importante en su vida Todo está en ese
expediente de carpeta amarilla. Respecto al dinero,
haremos una transferencia a su cuenta bancaria, cuando sea
preciso, y usted llevará una relación de lo que gastó por
cada concepto, incluyendo sus propios gastos.- el tono
ejecutivo de Diana impuso una norma de disciplina.
.- Correcto. Me siento en deuda también con usted. Sobra
decir lo que significa para mí sentirme salvado de que me
expulsen…
.-
Bueno, nadie puede garantizar nada. Hacemos lo que esté
en nuestras manos por ayudarlo y usted cumplirá su
compromiso de dedicarse y actuar de inmediato.
.- Claro, cuente con ello y más. – el comediante se retiró
m
ostrándose humilde.
Diana llamó a la secretaria.
“Cien hijos de Elena”
.- Vamos al centro, vamos de compras. Necesitamos
almorzar y de un mejor ambiente.- tomó algunos de los
papeles.
.-
Muy bien, ya llegó el personal, el abogado y los
asistentes. ¿Alguna indicación para ellos?
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.- De momento, no. Que sigan con su agenda. Urge ir al banco
y otros asuntos. Salgamos.
.- Dejaré bien cerrado.- dijo Cristina.
Un chofer se hizo cargo de trasladarlas. De repente, una
idea asaltó a Diana. Y bien pensó, ¿hasta qué punto Elena le
dejaba al mando de sus recursos, de su capacidad de
decisiones para que, estando ella en los zapatos de Elena
literalmente, se diera cuenta cabal de sus límites aun para
su misión de hacer justicia a Daniel y Ricardo?
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXIII El ex guardaespaldas.
Jeykol fue directo a su propósito, no se andaba por las
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ramas el famoso brib
ón
. Lo me
ditó durante
toda la noche.
Al apreciar que le ponían las insignias de comandante,
sentía la motivación para hacer suyo el encargo. Valoró
según los datos, que estaba en juego la suerte de Daniel
Sarabia, a quien no conocía. Le fascinó su papel de
detective, tan compatible con su calidad de actor.
Un detective detecta, olfatea de modo natural al
comediante y viceversa, así como el sabueso sabe rastrear
las pistas. Fue directo a la casa de Martín Rebolledo. Pero,
a fin de explorar el terreno, primero puso en su mira a la
compañera de Martín. Divorciado de su mujer, se había ido a
vivir con su amante, una joven morena de exuberantes
formas.
Jeykol supuso que su situación la volvía una presa ideal.
Jeykol dio unas vueltas cerca del domicilio, esperando
tener suerte de encontrarla a solas. Tocó la puerta de un
departamento al azar.
.- Buenos días, ¿la casa del señor Martín Rebolledo? –
inquirió
Jeykol
. La joven llevaba un bebé en sus brazos.
.-
Si, ¿quién es usted? …
Pero si ya nos conocemos, Jeykol.-
la joven extendió su mano para saludarlo efusivamente.
Jeykol pensaba si esta situación imprevista era lo mejor
para su propósito, cuando ella le ofreció que pasara al
interior de su departamento.
.- Gracias, ¿puedo esperarlo aquí o vengo más tarde?
“Cien hijos de Elena”
.- Jeykol, pero si somos tan amigos, pásale, Martín ya no
tarda. Vaya que nunca faltan las sorpresas.- ¡Una joven de
belleza tan espectacular invitándolo al interior de su
departamento a solas con el bebé –
Me llamo Marta, ¡ya se
te había olvidado, no te hagas el idiota
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Jeykol, azorado, miraba a su alrededor, temiendo caer en
una trampa. ¡No se necesita ser detective para saber de los
riesgos de meterse a una casa ajena, donde al invasor
inocente, lo pueden acusar de varios cargos con facilidad
.- Gracias por recibirme. Mira, urge este asunto, necesito
tu confianza, quiero ganar tiempo. Es un asunto especial
para mí. Déjame ponerte en antecedentes. Tú decidirás si
me puedes ayudar. – Jeykol decidió jugar toda su apuesta
con la joven. Simulando la fuerte impresión por la belleza
de Marta, deseaba hablar con ella, en ausencia de Martín. El
gesto de Marta parecía de contrariedad.- Es algo bueno
para ti, muy bueno para ustedes. Escucha bien por què me
apuro a explicarte.
.- Pues dime, si que parece importante. ¡Te preocupa que
llegue Martín
Es obvio. Vivo con
él
.
.- Qué bueno que nos ahorramos aclararlo. Me interesa más
de lo que crees. Pienso en un gran negocio. Sería ideal que
lo hagamos juntos, como socios.- Jeykol deseaba que no
llegara antes de su discurso el marido, ya entrado en años.
.- Cuenta conmigo. Me gusta tu franqueza.
.- Martín, tu marido, es propietario de un bodegón en el
centro de la ciudad. Voy al grano.- la joven movió su
trasero y todo su cuerpo conmocionada por tantos
formalismos
, tan extraño
s para ella.- Piensa en mi oferta.
Date tu tiempo, sé que puedes influir para que Martín
acepte mi oferta. Tengo socios grandes para explotar ese
“Cien hijos de Elena”
inmueble. Te garantizo mucho dinero. Les ofrezco el triple
de lo que vale, además de otras ventajas que las puedo
demostrar de inmediato.- a pesar de su nerviosismo, Marta
puso atención.
.- Mira, todo lo que sé es que Martín piensa en un
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restaurante, es todo lo que le ha pensado sobre ese lugar.
Aun no aprende a pasarla como jubilado. Necesita gente
para el restaurante pero no tiene dinero. Además no tiene
experiencia. Al menos le diré lo que nos propones… pero
está llegando, le dará gusto verte.- Marta fue a abrir la
puerta de entrada.
.- Mira quién está aquí, buscándote.- Martín entraba con
unas bolsas de supermercado. Reconoció a Jeykol.- Quiere
saludarte.
.- Acaba de llegar y le pedí te esperara. ¡Tiene aquí unos
segundos
.- Gusto de verlo. Hacía tiempo de no verlo, me separé del
trabajo con el señor Anaya y aquí estamos. ¿Para qué soy
bueno?
.-
¿Les sirvo algo? Un refresco o café… Mientras
platican
sus asuntos. – la joven intentaba aliviar cualquier tensión
y manejar las cosas bajo el ambiente tranquilo de un museo.
Y lo estaba logrando.
.-
Supongo que extrañas
tu
trabajo, sé que te gustaba
mucho.-
aventuró
Jeykol.
.- Un poco, un poco, si la extraño, pero tiene sus asegunes.
¿No querrán que vuelva?
.- No, realmente es algo mucho mejor para ti. Tal vez
recuerdes el negoci
o que inició la familia Anaya
hace unos
meses. Un fraccionamiento de viviendas allá por el sur de
la ciudad. Se llama “Vergel del Olmo”. Lo tengo a mi cargo.
-
“Cien hijos de Elena”
Jeykol mentía, echando el anzuelo en busca de una reacción.
Un riesgo calculado.
.- No, sólo sé que es una construcción nueva. Me ha gustado
mucho, viéndola por fuera. –
Martín no sospechaba del
anzuelo, ni sabía al parecer nada sobre Agenor como hijo
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heredero.
.- Administro solo una parte, pero tengo capacidad de
decidir algunas cosas. Necesito gente con experiencia, como
tus dones especiales para diversas actividades que se
relacionan con este proyecto.
.- Si en algo te puedo servir.- Mart
ín obvió su interés sin
ambages, estimulado por su codicia.
.- No me lo vaya a quitar de la casa, Jeykol, lo quiero todo
el día aquí. Estamos de luna de miel.- la joven interrumpió
echando los brazos al cuello de Martín, pese a que llevaba
pantalones cortos, mostrando sus torneados muslos. Sus
artes obraban para reforzar la propuesta de Jeykol.
.-
Vaya, todavía no me dicen nada y ya te adelantas.
-
Martín
la sentó a su lado.
.-
Pues se trata justamente de que tú no me dejes solo y de
que nos podamos echar la mano en este negocio.- Jeykol
ofreció sus argumentos y persuasión, lanzando al aire la
tentación, picando la curiosidad.
.- Deja que nos inviten a almorzar y le seguimos.-
Martín
pasó al baño, mientras Marta alentaba a
Jeykol a no dejar
de hablar con sus ademanes.
.- ¡Si es algo muy sencillo Tú aceptas ser mi gerente de
seguridad del proyecto, un magnífico sueldo y además te
ganas una casa del fraccionamiento
y ya está hecho.
-
Jeykol caminó hacia la ventana con gran aplomo.
“Cien hijos de Elena”
.- Hombre, cuenta conmigo, ¿pues yo qué hice? No creo
merecer tanto. Que bueno que el viejo delegue sus negocios.
Y mejor que lo haga contigo.- el ex guardaespaldas se veía
confiado, satisfecho de poder impresionar a Marta, su joven
amante.
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.- Si, ciertamente, yo necesito que me apoyes. Pero,
concédeme dos favores, Uno, acepto la invitación a
almorzar y los gastos que vayan por mi cuenta y segundo,
vamos a ver el sitio, la casa y si aceptas mi idea, tómate
tiempo para pensarlo y platícalo con tu mujer, pones fecha
y todo lo acordamos, ¿cómo te parece?
.- Es algo grande, magnífico. Con esa casa a nuestro
nombre, y dejamos este departamento a cambio. Yo te
ayudaré en todo. – la joven besaba efusivamente a Martín. –
Vayamos a comer.
Hablaron de muchas cosas, agregando la cooperación de la
joven, empezaba a tener éxito el plan de Jeykol, mejor de lo
que jamás le había sucedido. Después de comer fueron al
sitio. Caminaron entre las casas en construcción. La gente
del sitio trataba con respeto a Jeykol,
quien se ostentó
como director administrativo del proyecto. El presentó a
sus dos invitados con toda cortesía.
.- Sobra decir que, ya necesitas del servicio de seguridad.-
dijo Martín.
.-
Más que nunca y de inmediato.
Hay algunos robos y otras
anomalías.- comentó Jeykol.
La piscina, áreas verdes y otras instalaciones del
fraccionamiento cautivaron a Marta y a Martín. No lo
ocultaban.
.- Claro, tienes toda la decisión para lo que me ofreces.
“Cien hijos de Elena”
.- Si, por supuesto. Vamos a la casa muestra. Es algo más
chica que la destinada para ti y tu mujer.- tal vez daba un
paso en falso al comprometer su palabra.
.- Bueno, lo vamos a platicar. A la mejor si la casa es muy
grande, pero si nos conviene la vendemos. Depende de cómo
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nos convenga.-
salió lo apocado del ex guardaespaldas.
.- Yo te apoyo en lo que sea mejor para ti, mi amor.
.- No, mi reina, primero en nuestro futuro.
Un icono de la misma tentación sexual como Artemisa la
cazadora; la tentación más electrizante que hubiera visto,
pensaba Jeykol
sobre la joven con su short, y ¿por qué no la
había reconocido a primera vista?
.- Tomen su tiempo. No hay prisa.- dijo el bufón.
.- No, si hay prisa. Mira, pensaba llevármela tranquilo con
mi jubilación, pero esta es buena oportunidad. Entonces, si
tienes tú tiempo, nos podemos ver hoy por la noche.
.- Si, claro. - Jeykol ganaba la primera partida.- Hoy por
la noche en el restaurante del centro que está al lado del
ayuntamiento.
.-
Perfecto, ahí estaremos, ¿verdad mi reina? ¿Cómo es que
te ha ido tan bien? – dentro de su visión tan sencilla de las
cosas, Martín atinaba al meollo. Había conocido a un Jeykol
que en su inicio resultaba un extraño, y a duras penas y con
rudeza lo recibía su jefe Farniaques.
.-
Tú sabes, esto que llaman capitalismo
. Es como un nogal,
es cuestión de estar cerca, muy cerca, si es que quieres
nueces.- sonrió Jeykol y también Martín para demostrar
sus dones en cuanto a intelecto.
El comediante se
entusiasmó
del rumbo que tomaba su
tarea. No quería precipitarse informando a Diana, con
euforias no maduras todavía. Faltaba mucho por hacer para
“Cien hijos de Elena”
asegurar las firmas necesarias. Apostó todos los recursos
que le permitían doblegar su resistencia y atrapar a
Martín, ¿o a su mujer? Quedó pensativo en esta encrucijada
personal, la cual maduraba de modo obsesivo.
Se esforzaba en recordar detalles dónde pudo conocer
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antes a Marta.
¿Cómo memorizar y diferenciar una
mariposilla entre toda la bandada de mariposillas?
Gregarias las mariposillas, igualmente depredadoras y
cambiantes de piel una y otra vez, ¿cómo cazarlas con
trampas? Pocas veces asistía Jeykol a las encerronas o
bacanales organizadas por la gente de Farnas
, pero ahí
debió ella conocerlo.
Las formas muy seductoras de la mujer de Martín lo
perseguían a todas horas. Su presencia, su busto perfecto y
sinuoso, sin omitir las provocativas ondulaciones de sus
piernas, se adherían en su cerebro. La mariposilla capaz de
aturdirlo significaba mucho en su nueva vida. Estuvo
fascinado antes con otras mujeres,
pero no había
comparación alguna con sus nuevas sensaciones.
En estas digresiones y con mucho trabajo encima, tomaba un
café, cuando sonó su celular. Cristina le citó a las 16 horas
de esa tarde. Ahora requería coordinar con toda
puntualidad una y otra cita. Ambas de gran importancia.
Con la meticulosidad de un perito de laboratorio, revisó su
agenda. Cada proceso, cada palabra
y ademán debían rendir
sus resultados. Con algo de improvisación, los palomeaba,
al paso que planeaba los avances de su siguiente ataque.
Lo esperaba Cristina esa tarde.
.- Hola, digame para que soy bueno.
.- No se ha reportado, usted Jeykol.
“Cien hijos de Elena”
.- Comunique a Diana, por favor, que va muy bien el asunto
del taller. Necesito toda su confianza y que apruebe mis
decisiones, a veces sobre la marcha.
Cristina lo miraba un tanto de
sconcertada. No conocía a
fondo el trabajo de Jeykol.
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.- Pero tengo cita con ellos ahora mismo.
Les ofreceré algo
muy concreto. Debo irme.- ahora no hacía de comediante.
.- Se atravesó algo de repente y no me es posible
contactarla. – Cristina ignoraba los planes de Diana para el
día siguiente.
.- Pues debo irme, me esperan.
–
se despidió con su mejor
sonrisa.
Ahora Jeykol estaba seguro del grado de confidencialidad
de su labor, al no obtener respuestas claras de Cristina.
¡Era algo muy directo y confidencial
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXIV La apuesta.
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En su nueva actividad, Diana se enfrentó a un gran desorden.
Nadie contaba con documentación actual, suficiente, de
diversas cuentas, adeudos, activos, y otros conceptos.
Tampoco podía seguir el hilo para recuperar esos papeles.
Revisaba expedientes con ayuda de Ricardo. La ausencia de
bitácoras por parte de los
asistentes de Elena o resultaba
abrumadora. Elena no tenía el de Elena responsabilizarlos
por cada partida. Nadie podía nadie memorizar todo,
registros de operaciones, y menos con detalles, fechas. Una
tarea de meses por delante, nada de su agrado.
¡En resumen un caos y deficiencias para dar pasos firmes
hacia delante
Por suerte o desgracia para todos, Agenor no mostraba
signos de enterarse del mismo desorden. Había cuentas
comunes de las que poco se sabía.
Agenor se concentraba en
la separación y liquidación de problemas comunes entre
Elena y su esposo. De esa manera, no faltaron presiones y
patrañas para embrollar las cosas, tildar algunos negocios
de Elena como si hubieran derivado de un abuso de confianza
contra el patrimonio de su marido.
El motivo claro era beneficiarse de lagunas de información,
de ser posible. Estaban enrarecidas porque muchos metían
las manos. Diana hizo suyo el hábito de organizar un diario
con los datos relevantes usando su pluma fuente como una
espada para atacar las traiciones de la memoria.
“Cien hijos de Elena”
Azuzado por Olimpia, su hermana, Agenor movía sus fichas y
maniobras para envenenar las relaciones con Elena, a la que
ya veían como insaciable deprededadora de algunas
propiedades. El estado de salud de Farnas
impedía pensar en
su papel de árbitro. Suponían que la gravedad duraría
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algunas semanas.
Lo menos que Diana deseaba era decirle a Elena, a su
regreso, que los montones de papeles y confusiones,
impedían avanzar en el diseño de una oficina moderna. Y con
cuentas claras. El rezago imponía una cuota de trabajo
arduo por los meses siguientes, salvo que pasara algo. Una
chispa y buscaría atajos para resolver las cosas.
.- Ojalá sea mero instinto femenino. Y ¿entonces?
.- Lo que no hemos visto es lo de Daniel. - ambos se daban
cuenta de la amplitud o posible complejidad de la
responsabilidad a cuestas de Diana.
El hecho de plantearlo, de analizarlo confrontando sus
puntos de vista, la colocaba en una atalaya observando un
panorama mucho más enriquecido, como si viera el cielo
estrellado no con la simple vista, sino con un telescopio,
disfrutando de la gama de colores, sensaciones de
profundidad y distancias o conexiones entre racimos de
estrellas allá en el lejano cosmos.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXV Una cita providencial.
Martín llegó primero al restaurante. Ya esperaba a Jeykol.
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Estaba solo. Jeykol
se disculpó por demoras de previos
compromisos. La luz mortecina de unas cuantas lámparas
apenas luchaba contra las sombras de la noche incipiente.
.- No te apures. Apenas acabo de llegar.- Martín vestía con
más formalidad.
.- Espero hayas pensado en mi propuesta. De gustarte, la
llevaré a comité para que me la aprueben y comenzarás de
inmediato.- Jeykol leía en el rostro del interlocutor sus
vacilaciones.- Claro, hemos venido a negociar. ¿Algo no te
gusta?
.- No me agrada hacer las cosas al vapor, amigo. Repasé
cada punto. Ya soy algo viejo, creo que tengo buen
antecedente con mi jefe, el señor Anaya, me tiene confianza,
pero ¡hay tanta gente joven para que los ayude Además con
los apoyos que él me brindó tengo suficiente para vivir.
.- Nadie nos está presionando. Si necesitas tiempo, ¿te
parece una semana o dos? Promete que lo pensarás.
.- Hay otra cosa, ¿esperas algo a cambio? Házmelo saber.
.- Ahora te pido tiempo. Acaba de llegar el dueño de este
negocio. Es mi amigo y tenemos un asunto por tratar. Te
invito a que platiquemos, si no tienes inconveniente vamos
a su oficina. – Jeykol se puso de pie.
Se hicieron las presentaciones. El dueño del restaurante
debía
varios favores a Jeykol
, préstamos, apoyos mediante
convenciones y reuniones de clientes en el restaurante y
otros más.
“Cien hijos de Elena”
.- Estoy vendiendo mi negocio. Tú lo sabes, se me han caído
las ventas. Tengo adeudos y lo peor es que los planes
nuevos sobre el centro histórico serán un golpe de muerte.
Hablo con toda claridad, o lo vendo o pienso en otro giro.-
el tipo ya había contado esta historia a Jeykol unos meses
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antes. Ahora explotaba las angustias del propietario.-
Subirán los impuestos, me limitarán el agua y todo lo que
nos puedan complicar no sólo a mí, sino a todos los que
tenemos negocios en el centro. Imaginen aquí rodeados de
obras en construcción… más tráfico que ya nos rebasa.
.- Gracias por tus ideas y preocupaciones. Como amigos, no
soy el apropiado para proponerte algo en vista de estas
circunstancias. – Jeykol sondeaba a Martín. – No comparto
tanto pesimismo, pero reconozco tu experiencia y destrezas
en los negocios.
.- He oído de cambios en las oficinas del patrón.- expresó.
.- Me pidieron que ahora apoye a la señora Carasao y claro
lo hago con todo el gusto. ¡Es muy generoso poder seguir
trabajando con ellos Todos los asuntos pendientes del
señor Anaya también están bajo mi responsabilidad.
Espero
que pronto se reestablezca mi jefe, las cosas serán mejor
todavía.
.- Cierto, mi ex jefe seguido se nos enferma, pero tiene
mucha madera. Le sobran energías para rato. Escuché
comentarios sobre su salud, pero no debe ser nada
preocupante.- intervino Martín. - ¿No es muy exagerada su
visión del centro para nuevos negocios?
.- Sinceramente, no me quiero deshacer de mi negocio. Me
gusta, me cuesta muchos desvelos. Las ventas nunca son
regulares, hoy tienes dinero, mañana quién lo sabe. ¡No
tengo ya edad para más desafíos
“Cien hijos de Elena”
Se despidieron del propietario del restaurante. Jeykol
indujo las cosas para que Martín pensara en lo hablado.
.- Me interesa, me interesa mucho, sólo dame tiempo para
organizarme. Además como viste, me acabo de casar otra
vez.- parecía haber absorbido las preocupaciones sobre el
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porvenir de algunos restaurantes y la dificultad de
iniciarse en negocios donde se carece de experiencia.
Afuera del restaurante ya esperaban a Martín en un carro
algo pasado de modelo. Era Marta y alguna acompañante.
Ella vino a alcanzarlos.
.- Que bueno que platiquen.
–
la joven vestía una blusa de
atrevido escote, casi transparente y llevaba unas botas
cortas que en conjunto la rejuvenecían aun más. La
acompañante permaneció a bordo del carro. - ¿Ya estás
listo para irnos a la fiesta, amor?
.- No, ve con tu amiga.- al menos no se apreciaba ninguna
aprensión, como celos, en el rostro del ex guardaespaldas.
.-
Me hubiera gustado que me acompañaras. La bebé
se
quedó con una amiga, pero llegaré temprano.- se despidió
de Jeykol con un beso de mejilla, pero
aproximó
lo
suficiente su cuerpo contra él.
Ellas se fueron a la fiesta, Martín insistió en tomar taxi y
Jeykol pensaba donde ir para tomar una copa, y no quedarse
a solas excitado con la provocativa amante de su futuro
socio.
No le agradó el desparpajo de Marta.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXVI Un tipo con suerte.
La secretaria irrumpió con un papel para Jeykol.
.-
Es para usted, ¡Que es algo urgente
“¡Te espero, ven solo mañana muy temprano, de inmediato
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Marta, por lo de ayer. Me urge y a ti.” Era el mensaje que
le
hizo llegar a través de un chiquillo. Debajo de la hoja,
estaba un domicilio.
.- ¿Qué ha adelantado sobre Daniel? – Diana no simulaba
cierta simpatía y también algo de celo al reconocer aun a
disgusto suyo, lo imprescindible que era Jeykol.
Por supuesto en una sociedad envarada y leyes complejas,
ambiguas, siempre caben los Jeykol para llenar los vacíos.
Repasaba su agenda.
Otra parte de la valía del comediante era su hiperactividad
y ahora iba a la cita con la sexi joven amante de Martín,
cuya imagen apenas lo dejaba dormir.
El domicilio del mensaje se ubicaba dentro de un conjunto
habitacional de departamentos tipo social. Se estacionó
Jeykol cerca del edificio
“F”.
No había muchas escaleras
para llegar al sitio exacto.
.- Que bueno que viniste, pásale.- Marta vestía un conjunto
deportivo color rosáceo.- Estaba haciendo ejercicios.
.- Tu figura lo dice, pero no creo que te hagan falta. Me
vine en seguida, pues tu nota dice que es algo urgente.
.- Es urgente pero para ti.- precisó la joven que ahora no
se comportaba coqueta o trivial. ¿Estaba sola en el
departamento?
.-
Me asombras, ¿urgen
te
? Deja adivinar. Se trata de Martín
que ya se decidió.- exploró el comediante.
“Cien hijos de Elena”
.- No, ni lo busques. El pinche de Martín nada tiene que ver
en cosas de importancia. No tiene cerebro para nada, sólo
tú se lo inventas.
.-
Entonces, vayamos al tema, te escucho con atención.
.- Primero, mi situación. Me gustaría saber a qué me
atengo. Le propusiste a Martín una ganancia de algo más de
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un millón de pesos. Sé bien lo que a ti te interesa y a mí me
interesa ese dinero para mí, sólo para mí.
.- Claro que hay dinero para negociar. Disculpa mi
curiosidad, pero ¿cómo puedes saber lo qué pretendo?
.- La mitad del dinero en una hora y la otra parte al tener
lo que tú quieres.- la joven lo miraba y ahora no le
importaba si Jeykol miraba sus bondadosos senos.
.- Puede ser, pero dame una sola pista de lo que me das a
cambio. – Jeykol no descartaba una trampa, una grabación.
.- Lo tienes frente a tus narices. Buscaste a Martín que era
jefe de seguridad de esa familia, es por ahí donde tú andas
todo perdido. Te recuerdo que a Martín no le sacarás na
da
ni con la peor tortura. No lo podrás convencer y mientras
dejas pasar las horas. Bien lo sabes el tiempo corre y
debiera preocuparte más de lo que piensas y también quien
te da órdenes. - mas claro no podía hablar la joven.- Sé
bien lo que buscas, o mejor dicho a quien buscas.
.- En una hora me es imposible reunir esa cantidad, pero
confiando en que estamos en un pacto serio y de buena
voluntad entre amigos, déjame usar una conexión para mi
computadora.
Jeykol se las ingenió para pedir un café y así echar una
mirada por el baño y curiosear con rapidez en los dos
cuartos, claro con anuencia de la anfitriona.
“Cien hijos de Elena”
.- ¿Es tuyo este departamento? Me gusta. – Jeykol perdía
sus aprensiones. Con decidida intención, comenzó a mirarla
livianamente.
.- Sin preguntas. Nada de trucos. He vivido mucho y no me
dejo engañar, al menos tan fácil. Yo te demostré confianza,
ahora te toca corresponder.
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.- No me agradaría que lo principal quedara sin que lo
atendiéramos.
.- ¿Lo principal? Ahora ¿qué pretendes, sino evasivas?
Ya la computadora estaba conectada y venían y salían
mensajes por Messenger.
.- Lo principal para mí sería tenerte. Gozarte y pasar el
mejor rato de mi vida contigo. Tenemos tiempo, ¿por qué
desaprovecharlo?
.- Mientras no te pases de listo. Ni pienses en burlarte de
mí. Nada de juegos. Digamos que así nos quitamos el estrés.
La chica se desvestía y caminó jalando de la camisa a
Jeykol
hacia la recámara.
.- Somos de palabra y la cumpliremos. – la voz de Jeykol ya
sonaba difusa.
.- Cumple lo de este momento. – la chica se comportaba muy
efusiva besándose ambos de pies a cabeza.
Pasaron un gran momento apasionado. Jeykol hubiera
deseado alargar el placer que compartieron. Lamentaba
desperdiciar la coyuntura para repetir la
sensación del
cuerpo ardiente de Marta o como se llamara. Regresó a la
sala donde dejó su computadora laptop.
.- Ya tengo listo para transferirte el dinero. Sería
imposible tenerlo peso por peso. Pero, si lo prefieres,
tomamos unas dos hora más para que hagan el paquete del
dinero y luego nos vamos al banco.
“Cien hijos de Elena”
.- Lo he pensado. Mejor haz la transferencia bancaria. Te
doy ahora los datos. – Marta se puso de pie y fue a una
recámara, regresó con su bolsa y anotó los datos.
.- Ya puedes checar la transferencia.
Es una lástima que te
quieras ir. ¿Te puedo pedir que demos un viaje por algunos
lugares atractivos? Unas semanas solamente.
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.- En absoluto, estoy huyendo. No puedo seguir con Martín.
.- ¿De eso se trata? Aun no me dices cual es la sorpresa que
me tienes.- Marta ya había verificado los datos.
.- El joven del accidente. Tú lo andas buscando. No más
rodeos, ni preguntas.
.- ¿Tú sabes localizarlo? ¿Está bien? – Jeykol no simuló su
sorpresa. La veía sin creer la suerte que corrían ambos.-
¡Es la sorpresa que me tienes
.- Eres un cabrón. Bien sabes que esto valía mucho más.
Vamos en camino al lugar. No sé cómo esté de salud, pero
ahí está. Muévete.
.-
¿Cómo lo supiste?
.- No te importa, si me involucras, te va de la chingada, no
me conoces. Pero recuerda que
las paredes hablan y yo sé
escuchar. Eso fue ayer mismo. Le di una mirada al lugar.
.- Te parecerá increíble lo que me has impresionado.
Martha, estoy enamorado de ti. Haría cualquier cosa que me
pidas.- Jeykol estaba serio.
.-
Fíjate en lo qu
e dices. Nunca digas eso solo por hablar y
menos a alguien como yo. No creo en nada, ni nadie. Mira lo
de Martín.- Marta parecía sincera.
.- Ciertamente parezco necio, pero.. ¿Qué quieres decir con
lo de Martín?
.- ¿No ves la golpiza que me puso el desgraciado? Además
me cuenta con gotero y sus pinches gestos el poco dinero
“Cien hijos de Elena”
que le pido. Pero, no más preguntas que a ti eso te vale.
Mejor ve pidiendo apoyo de unas dos o tres gentes de tu
confianza con picos, palas, herramientas. Date prisa, toma
la carretera hacia el poniente.
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204
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXVII Rescate de Daniel.
Por medio del celular, Jeykol
solicitó
el apoyo urgente de
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una cuadrilla de personal con sus herramientas, así como
uno o dos paramédicos. Debían guiarlos por la misma ruta,
para el rescate anhelado.
.- ¡Lo trajeron algo lejos – dijo Jeykol. – una hora y media
de camino escabroso.
.- No creo que haya estado solamente aquí. Primero lo
retuvieron en otra parte y para evitar sospechas de
vecinos, lo tiene escondido. Ve despacio, tenemos que dar
vuelta a la izquierda ya pronto.- de vez en vez, lo abrazaba
y acariciaba.
.- ¿Cómo lo recuerdas?
.- No ves la tele. No duran en un solo lugar. Recuerdo bien,
por el kilometraje que llevamos recorrido. Hay dos pistas
muy claras. Vamos a encontrar una especie de altar con
ofrendas. De ahí avanzas menos de medio kilómetro y
veremos un camino de herradura. Nadie anda por aquí.
Vamos a entrar por la parte trasera de la casa donde lo
tienen secuestrado.
El carro de Jeykol
a la sombra de un soto de árboles
quedaba visible para la gente de apoyo, a la cual le seguía
transmitiendo detalles de los accesos para ganar tiempo.
Puso su mano sobre la pierna de Marta. Ella fue cariñosa en
su respuesta. Un beso tierno tal vez estimulado por la
música de la radio, los distrajo de su tarea. Sin duda los
“Cien hijos de Elena”
secuestradores cuidaban el sitio y sus alrededores.
Recomendó a los demás hacer el menor ruido posible.
.- ¿En qué piensas? - preguntó Marta, absorta su mirada en
el vacío.
.- En ti, esperaba otra disposición de tu parte. Hallaste un
tesoro y te fuiste muy directo sobre el dinero. pero no eres
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206
tan ambiciosa. Te portaste como una vulgar raterilla. –
dijo Jeykol.
.- ¡Qué estúpido eres Por confiar en tanta gente, por
creerles, mira cómo me ha ido. ¡Me han visto la cara de
est
úpida
hasta el cansancio
Después de que haces un favor,
se van, ni se despiden, ni te dan las gracias… ya es tiempo
de que vea por mi bebé y por mí.- no hizo aspavientos como
en otras ocasiones. Su voz era tranquila.
Jeykol la miraba fijamente. Sus ojos enormes, su boca
sensual y comprendió que estaba enamorado. ¡Haría lo que
fuera por Marta
.-
Ya están aquí. –
Marta veía
por el retrovisor. Y
avanzaron juntos.
El carro y una camioneta tipo
“
van
”
tomaron la terracería
por unos dos kilómetros entre baches y pequeños troncos y
ramas del camino. Se estacionaron cerca de un solar en
ruinas. Lo ocultaba un tupido ramaje de los árboles.
.- Derriben esa pared. – Marta les indicó a los cuatro
hombres que venían con sus machetes, picos, palas y
martillos o mazos. Su voz apenas se escuchaba y con los
dedos en sus labios pedía que hicieran el mínimo de ruidos.
Ustedes los paramédicos preparen lo que tengan a la mano.
.- El doctor viene con nosotros.
–
dijo uno de ellos.
Se presentaron entre sí. La altura de algunos árboles
cercaba tan bien a la ca
sa abandonada que nadie podía
“Cien hijos de Elena”
adivinar el paradero de la víctima. Jeykol aun dudaba de
toda su buena suerte. ¿Cómo imaginar este desenlace
afortunado todavía unas horas antes?
.- Trabajo en el dispensario de la señora Carasao. ¿Nos
puede dar alguna información de la salud del joven? – el
médico
con su botiquín se acercó a Marta.
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.- Supongo que lo golpearon, no ha comido bien, pero es
poco lo que sé.
.- ¿No lo ha visto, es hombre o mujer? ¿Es solo una
persona?
.- Si, es un joven, no lo he visto.
En veinte minutos ya estaban retirando los vidrios de una
ventana de la casa vieja, abandonada donde esperaban
hallar a Daniel.
.- Ustedes quédense aquí. Por favor sean cautos y observen
con toda atención por sí alguien viene por otro lugar. ¡Que
nadie los vea – Jeykol se hizo cargo de esta labor de
vigilancia.
.- Ahí está.- dijo un obrero. Jeykol se lo describió a
Cristina por la red.
Despertó mucho júbilo entre todos,
aunque ninguno de ellos lo conocía.
El cuerpo de Daniel se encontraba ahí acostado, las ropas
destrozadas, en un cuarto maloliente. El médico pulsaba el
cuerpo exánime, inconsciente. Las huellas de los golpes, de
la sangre y heridas cauterizadas, impresionaban a
cualquiera.
.- Mejor lo llevamos a otro lado. Necesito equipo y
medicinas. – Expresó el médico.- Que hagan una especie de
camilla para llevarlo en la camioneta.
Marta llamó a Jeykol para el traslado y preparar o
improvisar la camilla. Ya había pensado en un pueblo
“Cien hijos de Elena”
cercano donde buscaría un contacto para una solución
repentina como ésta.
.- Con todo cuidado. – encargaba el médico a los hombres
que movían el cuerpo de Daniel. ¿Saben qué hacer?
.- Si, hay un pueblo cerca a unos quince kilómetros. Espero
encontrar ahí a un internista que conozco y que tenga su
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equipo. Me adelanto. Le di toda la pista que pude a Marta, mi
amiga para que me alcancen. A ustedes les doy todas las
gracias y cuenten con una buena recompensa.- se dirigió a
los paramédicos y los trabajadores cuya diligencia y
destreza facilitó el rescate.
Aun no estaba todo resuelto. Pero no se veía siquiera un
rastro de vida humana alrededor del lugar.
Jeykol tomó la delantera. No localizaba un medio para
contactar al internista que según recordaba tenía su casa
ahí cerca. Llegó a una tienda para comprar alguna bebida y
alimentos casuales. Hizo plática con el dueño. Valía mucho
no despertar sospechas.
.- Hace tiempo venía con frecuencia por aquí.- dijo Jeykol
que retiraba de la estantería más mercancía para los
demás. Esperaba que Marta obrara con toda cautela para no
llamar la atención de la gente del pueblo. De rato pasaba
por la calle una pareja, niños.
.- Es el mejor lugar para vivir. Uno lo cree hasta que vive
por meses aquí.
-
respondió el tendero bonachón.
.- Me gustaría saludar a un amigo que vive en una de estas
casas. Es médico.
.- Sólo hay dos médicos, pero es mujer la otra. Si le quiere
dar una vuelta, suba unas cinco calles. Da vuelta a su
izquierda. Es la casa más grande de aquí, pintada de
“Cien hijos de Elena”
amarillo. No tiene letrero del doctor y si no está, en menos
de un rato ya estará llegando. Pero ahí está su mujer.
.- Le agradezco mucho. Cóbrese la cuenta. – mientras el
tendero contaba el dinero, Jeykol salió a la calle, subió a
su carro y le dijo a Marta cómo ir directo a la casa.
.-
Aquí tiene el cambio. –
el tendero contento deseaba
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seguir la charla.- Y cuando quiera una casita para renta o
comprarla, venga conmigo.
La camioneta ya estaba delante de Jeykol. Marta hacía suyo
el compromiso y ya tocaba la puerta de la casa, cuyas señas
no dejaban duda.
.- Buenos días .. o tardes.- dijo a la señora que abrió la
puerta.
.- Si, ¿en qué les puedo ayudar?
.- Traemos un enfermo. Está muy grave. ¿Está el doctor?
.- No, ya no tarda, pero soy enfermera. Pásenlo de una vez. –
sin darse cuenta la enfermera los apoyaba de manera
óptima, pues abrió la puerta principal del pequeño hospital
que tenía junto a su casa para que entrara la camioneta van.
Parecía una pequeña sala de cirugía con los aparatos
necesarios como el estetoscopio, botiquín profesional,
batas blancas y otros utensilios.
Jeykol presentó a la enfermera si el paramédico podría
audar.
.-
Soy pasante de medicina y no tenía nada para atenderlo. –
casi se disculpaba el médico que venía con ellos. – Me
gustaría ayudar.
.- Si, quédate aquí adentro. Vamos a ver que se recupere.
Está muy joven, es lo bueno.
-
la enfermera daba señales de
aliento a los demás creyendo que eran sus familiares.-
Esperen afuera por favor.
“Cien hijos de Elena”
Marta pidió a todos los demás que se retiraran a sus casas.
Se marcharon en la camioneta. Así quedaron solos Marta y
Jeykol. El pasante de medicina seguía apoyando a la
enfermera. Sonaba el celular de Jeykol, era Diana. Casi se
había olvidado de reportarse con ella.
.-
¿Dónde has
estado? -
olìa a
enfado y ansiedad. Tal vez
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por lo que Marta llamó intuición femenina, pero Diana
llamaba en el momento oportuno.- Estoy preocupada. ¿No
tuviste ningún problema?
.- Mejor será que estés sentada. Hay magníficas noticias…
en lo que cabe. A
hí
te va
…
.
.- ¿De qué me hablas? ¡Nada grave – la voz consternada de
Diana parecía como si tuviera informes de lo que pasaba
con Daniel.
.- Todo lo contrario. Tuvimos hoy un día de mucha suerte.
Ya lo rescatamos. Está atendido por los médicos.
Comprenderás la discreción con que te hablo.
.-
No lo puedo creer. ¡Se trata de… ¡
.- Si, el joven que buscamos. Con cuidados médicos,
esperemos lo mejor.
.- Quisiera verlo ahora mismo.
.- No creo que sea conveniente. Allá te explico todo. Estará
en muy buenas manos. Yo mismo debo retirarme de aquí en
unos minutos.
.- Comprendo, pero tenme informada. Estoy temblando de la
emoción.
.- Claro, no es para menos. – Jeykol ignoraba todo el cariño
de Diana por el joven ahí postrado, golpeado, exánime.
.- No lo dejes solo de ser posible.
–
Pedía
Diana.-
Estaré
esperando.
“Cien hijos de Elena”
.- Debemos atenernos a lo que digan los médicos. Es lo
mejor.
La enfermera salió de la sala de cirugía.
.- Sólo puedo decir que de ésta no se muere, pero requiere
mucha atención. Ya viene mi marido. Es internista. No se
preocupen, está en buenas manos. Que bueno que lo trajeron
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en seguida.- volvió a la sala llevando más utensilios.
Al llegar unos minutos después, el internista se fue directo
a la sala. De algún modo lo pudo llamar su mujer o adivinó
de la urgencia al ver movimiento y luces en la sala. Pasó
frente a Jeykol y Marta apenas con un gesto de saludo, dada
su prisa.
Ambos estaban solos afuera de la sala de cirugía. Marta se
estrechó en sus brazos. Se veía agotada.
.- Tantas cosas que no acabo de comprender. Sabemos bien
tú y yo todo el riesgo que llevamos. No sé ni quien es el
joven, pero me compadezco de su suerte. Tengo idea de
donde sale el dinero para todos estos gastos, pero ni me
importan, ¿cómo entender toda esta locura? – Marta se
acostó colocando su ca
beza sobre las piernas de Jeykol.
.- Lo importante es que está resuelto y es gracias a ti.
Hubiera muerto si no te compadeces de él. Me pediste no
hacer preguntas y te viene de pronto un ataque de
curiosidad. Por seguridad de los dos, mejor dejemos así y ya
veremos qué hacer.
.- Demasiado práctico, demasiado frío. Sólo te debo
preguntar algo muy importante. – dijo algo confundida.
.- Espero que pueda darte una buena respuesta.- Jeykol
acariciaba su cabello.-
Me gustaría otra
oportunidad para
demostrarte que no soy frío. ¿Le hablaste a Martín sobre el
secuestro de este muchacho?
“Cien hijos de Elena”
.- No, no lo iba a hacer sino hasta preparar el terreno. Ya
conociéndolo… ¡No seas tonto
.- Fue lo mejor.
.- Sospechó desde que le hablaste de dinero, de ofrecerle
casi gratuitamente un pastel tan grande para él. En ese
aspecto no tiene nada de tonto, pues desconfía de todo.
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.- No tenía alternativa. Yo tengo otra pregunta que me
importa. ¿Por qué vives con un tipo que te golpea, que es
mezquino con los gastos que le pides y tan viejo para ti?
.- Me quiere, me quiere a su modo. Y no hay muchos así. Me
protege aun sabiendo quien soy, mi pasado, todo eso.-
Marta pecaba de sincera.
.- Pero tú no lo quieres.- acechaba presionado a Marta para
conquistarla.
.- Me gustas, me gustas, pero te perdería en unos pocos
días. Vamos a divertirnos un rato y te olvidas de mí.
.- Haré cuanto pueda para que cambies de parecer.- Jeykol
luchaba cada vez menos contra las resistencias internas. Su
pasión por la chica lo cegaba.
El internista salió de la sala. Se dirigió hacia ellos.
.- De milagro el joven está con vida. Sufrió varios golpes
en la cabeza, en las costillas y las piernas. Pero unos
golpes son anteriores a otros. Unos menos graves.
Necesitamos varios estudios para ayudar a su
recuperación.
- el
médico
parecía muy seguro de su
diagnóstico.
.- Me impresionó mucho verlo casi muerto hace unas
horas.- dijo Marta.
.- Vayan a descansar. No pueden verlo ahor
a pero mañana ya
se estará recuperando. Y entonces ya sabremos mucho más.-
el
médico
les
indicó con la mano e
l camino a la salida del
“Cien hijos de Elena”
pequeño hospital- El médico pasante que viene con ustedes
desea ayudar y ciertamente me servirá, si no hay objeción.
.- No, no, claro, como usted diga. ¿Acerca de los gastos,
doctor? – Jeykol hizo a su modo una de sus preguntas de
sondeo.
.- No se preocupen. Si alguno de ustedes dos o los dos
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quieren regresar dentro de unas horas, aquí pueden
acompañarnos. Les podemos preparar unas camitas. No tiene
caso a mi modo de ver, pero lo del dinero siempre tiene una
solución, no se preocupen.- ya estaban fuera, en la calle,
despidiéndose
.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXVIII Reflujo.
Dos días después de
l rescate de Daniel
, un sábado
cercano
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214
al próximo invierno de Tepango, Farnas caminaba dentro de
su casona. Se recuperaba de otra más de sus ya famosas
recaídas. Su asistente le informó sobre la agenda de
actividades por sí deseaba tratar alguno de los asuntos.
Al enterarse de que Martí
n Rebolledo esperaba en la
antesala, su rostro aún con las huellas de agotamiento,
visiblemente mostró su contrariedad. Otros más como
Agenor estaban en la lista de la agenda. Fiel a su disciplina
de guardar secretamente sus pensamientos, reflexionaba en
el tiempo y confianza que tuvo con su ex guardaespaldas
Martín por el afecto que le guardaba. Farniaques creyó que
nunca lo vería más y ahora ¿qué hacía en sus oficinas, en
su casona?
.-
¿Te informó Martín sobre lo
que quiere? -
dijo lacónico
.
.- Sólo que pide lo aconseje sobre algo.- contestó el
asistente.
.- Que espere Martín. El lunes atiendo a ese muchacho.- se
refirió a Agenor su hijo. – Ni hoy ni mañana atenderé a
nadie.
.- Muy bien señor, ¿se ofrece a usted algo más?
.- Puedes retirarte.
El asistente informó a los interesados la disposición de
Farniaques y Martín pareció contento de verse favorecido
por ser el único que sería recibido.
“Cien hijos de Elena”
Entre los asuntos que le requerían, estaba un reporte
acerca de las acciones que Diana había realizado y su
función como reemplazo de Elena. Atinadamente, Diana
había solicitado a su secretaria que ella misma entregara
en mano a Farniaques, de ser posible, su propio reporte
acerca de lo que ella estaba llevando a cabo. Ello sería una
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cortesía y una posible anticipación a lo que Agenor pudiera
decirle. Ignoraba cómo manejaba Elena su relación en
cuanto a labores.
Farnas seguía su plan de reposo. Probó una de sus comidas,
leyó algo. Conversó con la gente de servicio de la casona.
No quería saber nada de nadie, ni leyó ningún informe.
Pasaron las horas y le recordaron que tenía en espera a
Martín Rebolledo.
.- Cierto, le pedí que esperara. Me arreglo un poco y lo
haces pasar al jardín.- le comentó al intendente. Una
espera de varias horas. ¡Un fiel cancerbero del demonio
Martín pasó a tomar uno de los
asientos de la mesa de
trabajo del jardín, donde Farnas solía pasar sus ratos
apacibles.
.- Martín, qué gusto verte. ¿Cómo te va? Platícame.- no le
costaba esfuerzo alguno desplegar sus artes de la
fanfarronada, de salud de un roble.
.- Todo bien, señor. Con mi tiempo libre, he pensado en
algunas cosas…
.- ¡Tiempo libre Alguna vez, que será pronto, yo tendré ya
esa libertad. ¿Tu familia, bien? Platícame.
.- Ya ve usted, la familia lo ve a uno libre y piden
compartirlo todo.
Se acercó un ayudante y le susurró algo al oído. Le dio
instrucciones
y asentando con la cabeza se marchó.
“Cien hijos de Elena”
.- Decías algo de tu familia, ¡en lo poco que mi pobre
tiempo te pueda ayudar, siempre cuéntame entre tus
amigo.- retomaba la charla.
.- Verá señor, además de viajar, la familia y yo pensamos en
mudarnos de casa…
.- Viajar, muy bueno, excelente. Justamente pensaba en
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darme una vuelta por aquí cerca. Tomar aire libre del
campo. ¿Qué planes tienes mañana Martín? – y pronto se
escurrió para deshacerse de Martín al menos por un
momento.
.-
Cuente conmigo señor. Si en algo puedo servir.
.- Me complacerá conocer a tu familia, Martín. Si no te
distraigo, vente mañana para dar un paseo, comer algo
sabroso por ahí y no dejes a tu familia abandonada en
domingo. Te espero.- fingía cierto malestar derivado
todavía de su eterna convalecencia.
.- Sólo tengo a mi mujer. ¿Puedo traerla? - Martín se
despedía
con servilismoy alegre por la respuesta que
percibía de su ex jefe, quien desconocía en absoluto de la
fami
lia de Martín.
.- Trae a quien quieras, ¡ni lo preguntes – el mafioso ya
caminaba hacia su aposento.
Todas las emociones que había acumulado en los últimos
días, desplazaban de la atención de Martín cualquier otra
inquietud
. Aun sus secretos más persona
les como las
encomiendas que le habían dado, aún las más
comprometedoras, aun más trataba de enterrarlas en el
olvido. ¡Con un jefe tan amistoso y humano
Con Marta, su joven amante, había desahogado muchos de
estos secretos que ella fingía no entender. Ahora se
concentraba en planear su tiempo para agradar a su ex jefe.
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“Cien hijos de Elena”
acompañante y se acomodó en una almohada para descansar
en tanto llegaban a Santiago.
Nada especial sucedió durante un viaje de ida con un clima
excelente. La música del radio acompañaba el ronquido del
Farnas. A pierna suelta disfrutaba del paseo como un crío
sin pena alguna. Mientras tanto, Marta se maquillaba y
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comenzó a frotar sus piernas con una crema que lustraba
más la tersura de la piel joven y sensual.
Jugueteaba al ritmo de la música que entonaba suavemente.
Bajo el rayo solar del mediodía y la languidez del momento,
Martín acariciaba la i
dea de pasar la noche y hacer el amor
con Marta como nunca antes. Estaba extasiado de mirarla
tan alegre y atractiva, dando por hecho que la había
persuadido de cautivar al vejete.
Al aproximarse al centro de Santiago con sus calles
rebosantes de turistas, Martín bajó el volumen de la radio.
.- Así que ya llegamos.- dijo Farnas estirándose y
arrastrando las palabras. Bebía líquido de
un
ánfora de
vidrio verdoso, elegante. Martín supuso que el elixir
contenía una especie de vitamínico para la recuperación
del viejo.
.- Si señor, ¿Quiere ir a algún lado en especial?
Se había acomodado a lo ancho del respaldo del asiento, y
entonces miraba las calles y se dio cuenta de la compañía
femenina.
.- ¡Cómo Martín, no me avisas de que viene tu mujer –
Farnas había reconocido a Marta, una cara y cuerpo
memorable de alborozos tan mundanos, como los había
tenido con muchas
otras jóvenes. Al amparo de la
circunstancia del momento, la joven le pareció mucho más
guapa.
“Cien hijos de Elena”
.- Es mi señora. Una disculpa, pero… - Martín mantenía
toda la atención en el tráfico del centro de Santiago.
.- Un gusto enorme, señora, estoy a sus pies para servirle.
Pasaremos un rato de lo mejor.- besó la mano de Marta, la
cual también lo reconocía y correspondía a la teatralidad
de la sorpresa.- Vamos a este domicilio, un restaurante
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donde nos esperan.
El gerente del restaurante los pasó a un privado. Volaba el
tiempo mientras miraban desde la cima de un cerro el
paisaje urbano rodeado de recios contrastes de zonas casi
secas junto con amplios espacios con arboledas enormes,
sembradíos con riego, dos o tres ranchos ganaderos.
Gradualmente, el sabor y los hechizos del cognac lograban
derrumbar las pocas inhibiciones de Marta.
A una señal de Farnas, uno de sus asistentes comprendió y
fue con Martín.
.- ¿Señor Martín? – lo saludó amablemente de mano.- Un
favor enorme. Venga conmigo por favor.
Martín aceptó solícito.
.- El jefe acostumbra llevarse algunos regalos cuando
viene a Santiago y yo no sé escoger. Écheme la mano. Venga
conmigo. Vamos a las tiendas.
Embotada por el vino, Marta ya entonaba con soltura las
melodías del ambiente. Farnas acariciaba su cuerpo a sus
anchas. Y todos felices, pues ¿no Martín mismo había pedido
su complacencia? Farnas sentía que sus achaques habían
quedado atrás, muy en el pasado.
Sintiendo suyo el momento, Marta correspondía con
sonrisas y jolgorio las bromas y ocurrencias del anciano
que la tomaba de la cintura, luego la besaba con calculada
resistencia de la joven. Más dueña del momento no podía
“Cien hijos de Elena”
serlo. ¡Era la reina del momento No había bebido gran cosa,
pero se olvidó de todo.
En ese lapso, Martín acompañó al asistente a las compras. Y
fue toda una sorpresa toparse en las calles con Jeykol.
Atormentado por los celos, Martín creyó ver señas
quiméricas, al encontra
rse con un amigo. Hablar con Jeykol
sería un escape, un desahogo insustituible.
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¿Qué hacía Jeykol tan cerca de ellos? Ni al menos le pasó
por la mente una duda a Martín, absorto en su furia.
.- Voy a tomarme una copa por aquí. Allá te alcanzo.- le
dijo al asistente por separado
.- ¡Qué bueno encontrarlo Déjeme invitarle una cerveza.
¿Si tiene tiempo? – le dijo a Jeykol.
.-Siempre hay tiempo y más para los amigos como usted.-
respondió Jeykol.
Sentados en un café, Martín hablaba y hablaba de sus
aventuras juveniles y de otros tantos triunfos de que se
ufanaba. En un momento, Jeykol
apreció que
hablaba hasta
por los codos. ¡No podía perder la oportunidad
.-
Martín, yo le tengo mucho r
espeto. Es usted la persona
más valiosa que he conocido. De verdad. ¡Tantas cosas que
los dos hemos vivido – Jeykol preparaba el ambiente.
.- Pues está correspondido. Yo reconozco en usted un gran
amigo. Podemos hacer muchas cosas…. pero ahora en
benefic
io de usted y mío.
-
su voz carecía de acento,
sumido
en las penas que lo incendiaban por dentro.
.- Sumando nuestras habilidades es eso y mucho más de lo
que cree, más de lo que la suerte nos puede deparar.
Hablemos de lo que sea, con entera libertad y confianza.
.- Oh, claro, libertad, confianza, sólo con amigos como
usted.
¡Usted ni nadie
me va a jugar cubano, porque me las
“Cien hijos de Elena”
sé de todas – con su cara de niño, de inocencia, aquel tipo
hercúleo, de huesos pétreos, sabueso entrenado, perdía su
brújula a la menor provocación.
.- Lo sé y lo admiro mucho. Mire todo esto alrededor tan
admirable, lagos, bosques, estamos aquí libres, libres como
el aire. Y tantas cosas tan peligrosas que hemos vivido.
¡Qué cosas no podemos lograr juntos Y aprender de usted…
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.- Todo, todo. Mire, estando aquí, en Santiago y usted puede
oírlo con interés y también ver cómo ganar unos dineros.
¡Hay datos que valen mucho - Martín sentía en sus venas y
entrañas toda la presió
n, todo el odio contra Farnas y en
ese momento sólo veía como tenderle una trampa hasta
embalarlo en el infierno.
.- Dígame, “a feria que voy, plata, oro... al hombre sabio,
bien le cae oro, plata y tesoros”. - un simple estímulo en la
dirección correcta, y el alma atormentada de Martín
hablaría lo que por años mantuvo en un cofre hermético.-
“Amigos cabales, tesoros reales…
-
terqueó Jeykol.
-
Nadie, nadie ha tenido el talento, la capacidad de descubrir
la trama del accidente, lo del doctor Onofre. Fue algo
magistral, un plan perfecto, sólo un cerebro brillante lo
hizo….
De un golpe, Martín bebió la copa de tequila.
.- Yo sé todo. Mire, directamente nada, estuve ajeno a lo
del accidente... El
accidente ese, ahí donde murió un doc
tor.
Hubo otros problemas. Desapareció un muchacho, salió
herido otro. En fin, nadie sabe de ello, pero yo sí.- Martín
comenzó a beber otra copa.
.- Algo me han comentado. Realmente suena muy
interesante. Yo apuesto a una pista. ¡Una falla mecánica
Pero, ¿cómo?
“Cien hijos de Elena”
.- Claro, claro. Va bien. Un plan así se hace en horas, en un
buen de tiempo y con paciencia. Ahí le va algo para que
usted vea cómo se hacen las cosas. Aprenda. ¿Quién ignoraba
el odio de mi jefe contra el mecánico? Pues me insinuaba
con frecuencia, ¿qué hacemos Martín? Usted diga y nada
más, yo le
dije una
y otra vez. Por fin, me comentó: ya
tenemos hora y fecha. Mira, vendrá en ese momento una
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persona. Es un pobre chiflado. Yo lo entretengo y tú te
quedas con su carro. De algo servirá, lo entretengo, que se
tome unas copas conmigo, mientras.”
.-
¡Su carro Voy atando los cabos…
- dijo Jeykol.
.- Si, ese día me aseguré de tener a mi lado a uno de mis
muchachos muy ducho en mecánica. ¡No como ese tal Marco
No este sí que sabe. Pues llegó el tal Onofre. Era todo. El
carro tenía que descarrilar al recorrer una distancia
calculada por mi mecánico, y nadie podía descubrir todas
las maniobras que hizo. ¿Cómo fue a dar al taller de ese
Marco? Claro, usted ya lo adivinó. Mi jefe lo guió hacia ese
taller. Oí que el doctor aceptaba atender un paciente muy
especial para mi jefe. En resumen, fue a dar al taller del
tipo, y el jefe lo comprometió a estar muy temprano al día
siguiente, atendiendo al paciente fulano de tal.
.- Con eso fue suficiente. Onofre embriagado no podía
conducir el carro y pediría auxilio para que lo llevara, por
lo noche y lluvioso, a Santiago.- Jeykol
completó
,
averiguando con tiento.
.- Algo así. Usted amigo, sea más atento a cada pasito, a
cada detalle. ¡No se descuida nada en esto ni por un
milímetro
Mi jefe le
recomendó el taller, pero debió
mencionar más a la señora, a su mujer. ¡Era muy torpe que
fuera de parte de Farnas
¡El mecánico no hubiera mordido
“Cien hijos de Elena”
el anzuelo Vea la importancia del detalle. Ahora, ¿no le
parece genial?
.- Si, claro, todo un gran plan. Pero, ni murió el mecánico, y
si desapareció su hijo. Igual que no hacía falta ninguna
revisión del carro del Onofre. Supongo que….
.- No, mire, todo el fin era no tanto matarlo. Si le costaba
eso, ni modo, sólo era darle una lección. Mire, Onofre tardó
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223
demasiado en el taller, en una supuesta revisión del carro.
Pues Farnas le dijo, “júrame que no te irás manejando, ya es
muy noche. Y haz que te revise el carro. No quiero que te
pase nada.
”
Y le dio otra cantidad fuerte de dinero. Además
del monto que, de propia mano, le dio para atender al
paciente ese en Santiago. Vea mi astucia y la de mi jefe…
.- Entonces, ocurrieron algunas casualidades…- lo tentó a
seguir hablando.
.- Claro, claro. Nada ocurre como queremos. Es la vida. Vea
usted con más atención las cosas. Mis muchachos llamaron
por su cuenta a otros de mis ayudantes. Le insisto, lo
importante era joder al mecánico. ¿Cuántos carros no
sufren accidentes sin sangre? El grupo de mis muchachos
hizo lo demás a su modo. Nunca hablé más de ello con mi
jefe. Y creo que los resultados le parecieron hasta
mejores… ¿A quién no le duele la suerte de su hijo?
.- O sea, ya a nadie le importó. Metieron la mano una y otra
vez, gente distinta. Por ello, la trama
se enredó y nadie le
entiende.- dijo Jeykol.
Algunos detalles de Martín no merecían crédito. Faltaban
algunos cabos. Lo principal ya estaba dicho.
.-
Olvídelo. ¿Qué gana usted? Piense en eso, en usted
primero. Mire mi caso. ¿Qué me importa en esta pinche vida?
Me importa mucho mi chica. Pero es tan tonta.
“Cien hijos de Elena”
- Vaya, se ve de película.- Jeykol pidió otra ronda de
bebidas.
Martín Rebolledo se retiró del café, sin despedirse.
( 2 )
Ya atardecía. Martín estaba de regreso en el restaurante.
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Los platos de la comida servida casi vacíos, cuando
llegaron dos tipos que saludaron a Martín. No hacía falta
adivinar que venían como refuerzo de la seguridad de
Farna
s. Siempre era así.
.- Nos vamos en unos minutos. El jefe Agenor nos envió.-
los tipos de la seguridad de Farnas le indicaron a Martín.
Los tipos de seguridad iban por delante hacia el carro que
los llevaría junto con Farnas de regreso a la casona de
Tepango.
.- Ella viene conmigo.- precisó con despotismo Farnas,
dando el paso cortésmente a la joven que sonreía
triunfalmente. Los de seguridad abrían paso en las puertas,
como guardianes de un virrey anciano.
.- Tú nos sigues con el carro en que vinieron- le ordenaron
a Martín, quièn recibiò el golpe como cuando aplastan una
cucaracha.
Farnas iba en el asiento trasero con Marta, abrazándola por
la cintura. Contemplaban el panorama de la carretera.
Farniaques estaba parlanchín bajo el contagio del paisaje y
la juventud de Marta.
.- Ni viene al caso, pero estos lomeríos me recuerdan algo
de la costa. Estaba de visita en una casa junto al mar. Bajé
con los demás visitantes por una escalera tallada sobre la
roca hasta la playa. Caminamos una hora sobre la arena,
“Cien hijos de Elena”
Entonces el mayordomo de la casa nos pidió que
regresáramos a la casa pues el reflujo de las olas era muy
peligroso y nos haría pedazos.- miraba fijamente a Marta
solicitando su atención.
.- ¿El reflujo? – ella deseaba mostrase obsequiosa.
.- Eran sus palabras. Del mayordomo. Cuando volvimos a lo
alto de la casa, vimos cómo el oleaje iba creciendo. Las
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ráfagas del viento podían arrancar cualquier árbol de un
solo tajo. Pronto nos dimos cuenta que las olas chocaban
con tal fuerza contra el acantilado y la escalera que
hubieran destrozado a cualquier buque. Una escena
terrible.- el rostro del anciano reflejaba la seriedad e
impresión que tal fenómeno no bien definido, le produjo.
.- Nunca he estado en el mar.- dijo ella.
.- Pronto iremos, te lo prometo. Reflujo o como sea de las
olas, pero las cosas van y vienen. Es el sentido de la vida.-
pontificó el anciano.- Llevemos a mi amiga a su casa.-
Ordenó al chofer.
Los conductores no miraban siquiera hacia atrás. No les
importaba un centavo el carro que conducía Martín.
Recibieron una llamada por celular que les indicaba
avanzar con más rapidez para un chequeo médico del rufiàn.
Se veía muy bien Farnas, pero su convalecencia exigía esos
cuidados. La distancia con el carro de Martín se multiplicó.
Por su parte, Martín se sentía humillado y decepcionado de
sí mismo. Nada había logrado en sus propósitos. Con sus
trampas propias, se estaba burlando de sus planes. No sabía
en cuánto se había equivocado en dudar de la palabra de
Jeykol,
Con su ex jefe no consiguió un solo segundo durante
el paseo y ¿para qué? Rastreó sus pensamientos y se tachó
como un
imbécil
estúpido, de nada le servía el intento de
“Cien hijos de Elena”
agradar y llenar la vanidad del anciano. Además le facilitó
a su amante.
.- ¡Qué estupideces he hecho Imbécil de mí, para qué este
ridículo. –Martín golpeaba su cabeza contra el vidrio
lateral con furor y con lágrimas de sangre.- ¡Qué idiota
¿Qué
motivo ten
ía
para
….?
La carretera le parecía más sinuosa que nunca. Su arrebato
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le quitaba la concentración obligada del conductor. Casi se
le humedecían las mejillas. No había derramado una lágrima
desde hacía tiempo y no lo hubiera hecho delante de otra
persona sin avergonzarse. Algo de la rudeza paramilitar
había aprendido o mal aprendido en sus años en trabajos de
seguridad.
De repente perdió el control del volante al entrar a una
curva del camino. El carro zigzagueó y al poner el freno
hizo una cabriola peligrosa. Parecía cosa de un instante y
el carro salió del camino, dio unas volcaduras, chocó con
toda su masa contra unas rocas y ac
abó por incendiarse y
estallar en un bombazo. Nadie se detuvo a mirar el
accidente. Murió en un instante quien había levantado
sospechas de haber sido el ejecutor. Además de ser el autor
de otros actos delictivos presumiblemente.
El mismo que pudo ser el autor de un accidente anterior en
que perdió la vida el dentista Anzures y su sobrina,
coincidiendo en el mismo sitio.
Muy diferente a la situación de Martín que, por su ebriedad
se olvidó de todo, daba rienda suelta a sus emociones, sus
resentimientos y frustraciones y abandonó el control de
volante. ¡Sería más bien accidental que el carro no hubiera
salido de la carretera disparado hacia el abismo
“Cien hijos de Elena”
Martín como todo ser humano, en ese instante ignoró que
esa especie de ese ordenador o antena multidireccional de
su cerebro dejaba de concentrarse en controlar el carro.
Sus ojos y manos seguían en el volante, pero algo de su
amígdala, de su hipotálamo o de su cerebro gobernaban su
at
ención en otro sentido. Igual que en el sueño o bajo la
embriaguez del vino, o cuando el cansancio paraliza nuestra
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capacidad, nuestros sentidos no es que contribuyan a que se
quiebre del sistema de alerta, de los mecanismos de
defensa, sino que un interés mayor se impone a lo que
conviene a la supervivencia misma, y ya no es posible
superar prueba alguna externa.
Nuestros sentidos no son dueños únicos de la lucidez, no es
que nuestra atención o lucidez se desvíe de algo. Nuestros
sentimientos de ira, de amor o de odio gobiernan nuestros
pensamientos y algunas acciones. Por supuesto tampoco se
pueden realizar dos tareas al mismo tiempo sea en el plano
físico, en el
intelectual o sentimental, a riesgo de
confundirse o tener resultados desastrosos.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXIX La encrucijada.
Esa mañana, días después de la muerte de Martín Rebolledo,
se encontraban Diana y Cristina trabajando arduamente.
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Cerraron la puerta y convinieron en concentrarse en la
agenda. Un aire muy fresco se respira en la oficina. Por más
de tres horas no paran de revisar y modificar papeles.
.-
Só
lo faltan algunas aclaraciones en estos reportes
contables. Veamos qué falta, están por llegar Elena y
Marco. ¿Qué le informo? - comenta Diana.
.- Respecto a Daniel, con una buena atención, los estudios
prometen mejorías. Vamos a cruzar los datos que tenemos.
Sólo unos minutos y terminamos. – dijo Cristina.
.- Nadie reclama nada sobre Martín. No parece importarle a
nadie.
–
añadiò Cristina.
.- Es tan raro todo esto. Me da la impresión de que aquí
todo pasa
en los sótanos
y nadie se entera.- Hizo una
pausa.- ¿Será cierto que nadie pregunta por Martín?
Después de su divorcio, vivía enamorado de Marta.
¡Sabemos del pasado de los dos Si, debió quererla mucho.
¿Qué ocurrió cuando conducía su carro y se estrelló? Ahí
acabaron sus sueños
.
No lo sabemos, se llevó sus secretos.
Cristina se veía preocupada.
.- Pero ¿qué planes tienes para mí?
.- No sé decirte. Si te refieres al trabajo, apenas llegue
Elena, me pedirá que le entregue su despacho y to
do
será
como antes.- un dejo de tristeza por el afecto que le había
tomado al despacho, y principalmente el cariño hacia
“Cien hijos de Elena”
Cristina le hizo meditar.- Quise dar orden a todo lo posible
con tu ayuda, pero no me siento bien para darle cuentas.
.- No creo. Ella ya no seguirá aquí. Vivirá ahora para
Marco… para el señor Marco. Te pedirá que te encargues de
sus negocios, o la mayoría de sus negocios. Te ve como si
fuer
as su hija…
.- Te estás volviendo loca, Cristina. Ni me pedirá nada. Y al
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saber de todo el dinero que he gastado sin su
consentimiento, júralo que se molestará.- exclamó Diana.-
Además, Elena conoce tu trabajo. déjate de tonterías. ¡Con
los enredos que le asedian, menos
El problema será
conmigo.
.- ¡No la conoces, es tan desprendida como tú Ella tiene su
oficina privada a unos metros de aquí. Es muy acogedor, ahí
le gusta aislarse a veces con sus tareas personales.
.- No me convences. No saques conclusiones a la ligera.
Arreglará su separación primero. Es lo que creo.- repuso
Diana pensando en voz alta.- No veo posible el divorcio,
tú
¿qué opinas?
.-
La señora Elena
no me incluye en sus temas personales.
Su confianza contigo es algo muy distinto. En cuanto al
dinero, lo has gastado en lo que para ella es lo más
importante, así hubieras malgastado todo ese dinero. Ella
te necesita ahora como nunca.- las palabras de Cristina
conmovieron a Diana. Reflexionaba
cuántos
asuntos
decidió
sin prever la reacción posible de Elena, tal vez con excesos.
Un mes o antes, era una desconocida.
¡Tantas dudas y sospechas que tuvo con Elena
Apreciaba que Cristina afrontaba un conflicto interior,
debido a la incertidumbre de su porvenir laboral, confiando
“Cien hijos de Elena”
demasiado en ella, en Diana. Las sombras de su relación
pasada no se borraban, no del todo.
Sonó el celular de Cristina.
.- Muy bien, Jeykol llamó y quiere hablar contigo.
Caminaron de retorno.
.- Todo lo sucedido parece un juego de mesa de billar. Los
acontecimientos salen rodando hacia un destino deseado y
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al cruzarse en el camino de otros, pierden el orden inicial y
cambian su rumbo. Ello depende de la habilidad del jugador.
- Diana meditaba en silencio.- ¡Nada que yo pueda hacer
compensa
rá lo que ha hecho por la señora Elena, por mí y
por otros más
.- Otro día lo platicamos con mayor profundidad.
Diana y Cristina se despidieron. El farsante tomó su
camino, rozagante hasta sentirse fugitivo en un mundo
fabuloso. Evasivo por costumbre, no enfrentaba los hechos
recientes, ni anteriores, para seguir de espalda a su propia
vida de farsante, aun consigo mismo.
Así
cerraba esta
reflexión, extraviado y confundido en su perspectiva
inmediata muy personal respecto a Marta, de quien le
torturaban dudas delirantes. Un conflicto àcido le
incendiaba las venas de su propia sangre.
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXX Hacia nuevos horizontes.
Elena
y Marco llegaron al día siguiente a Tepango. No
avisaron previamente. Querían ver primero a Daniel. Fueron
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a la casa de Diana, haciendo tiempo en una cafetería, dada
la hora tan temprana de su arribo. La pequeña ciudad
respiraba todavía el fresco del amanecer. Muy pocas
personas circulaban fuera al trabajo, la escuela o la
iglesia.
Diana seguía habitando la casa que le dejara su padre junto
al río.
.- Somos nosotros, Diana. Disculpa por levantarte tan
temprano.- Marco hablaba en voz baja. Diana estaba aun en
pijama.
.- Hola, abran la puerta en un momento, voy a vestirme.
Tras acomodarse en el sofá, oyeron venir a Diana.
.-
Les preparo un café en un minuto.
Y luego me platican de
su viaje.
.- No, no te molestes, mejor te invitamos a desayunar.-
aclaró Elena.
.- Ricardo ya está listo. Él los puede atender. —Se
escuchaba la regadera. Guardaban en secreto sus planes de
matrimonio. Aun no se notaba el embarazo de Diana.
Casi renqueaba Ricardo al ir a saludar de mano a la pareja.
.- ¿Cómo les fue de viaje? - dijo con tono amable y abrazó
a cada uno.
.- Nos gustó todo, pero vimos lugares increíbles como
Marruecos.-
Marco comentó
sin ocultar su condolencia al
“Cien hijos de Elena”
notar su esfuerzo por caminar.- Hemos estado preocupados
por ustedes, por Daniel y por ti.
.- Si, si comprendo. De mí no se apuren, gracias por los
apoyos que me han brindado. Tengo muchas esperanzas con
los tratamientos. Durarán un tiempo pero me recuperaré. -
comentó
el joven.
.- Somos nosotros los agradecidos, inmensamente
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agradecidos con ustedes.- dijo Elena mientras Diana en
bata de baño pasaba junto a ellos.- Diana, gracias mil, se
me pasó la manos en dejarte nuestros problemas.
Diana los abrazó y junto con Ricardo
, acomodaron las
maletas de los visitantes.
.- Ni digas eso. Han pasado muchas cosas. Creo que podemos
comenzar por Daniel.- Diana observó que la mano de Elena
apretaba la de Marco en señal de consuelo.- Lo atienden en
un excelente hospital.
.- Gracias Diana, hemos hablado por teléfono con los
médicos
del hospital. Sabemos lo d
ifícil de su caso. No
pierdo la fe en su mejoría. – dijo Elena.
.-
¿Qué fue lo que pasó con mi hijo? ¿Fue un secuestro?
–
Marco esperaba la respuesta ansiosamente.
.- Si, alguien no quería que Daniel estuviera cerca del
carro que llevaba Ricardo. Lo engañaron, bajó al borde de la
carretera, lo golpearon y se lo llevaron. Lo movieron de un
lado a otro.
Duró
así
mucho tiempo. Los golpes de la cabeza
y de la columna vertebral fueron los más perjudiciales.
Pronto se recuperará, está en las mejores manos.- Diana se
conmovió al ver la perturbación de Marco.
.- Lo llevaremos a otro lugar. Se los queremos agradecer,
pero ahora nos haremos cargo de Daniel. Diana, si es
posible, necesito que sigas por favor al frente del
“Cien hijos de Elena”
despacho. Te necesito más ahora. - Elena tomaba la mano
de Marco o la ponía sobre su pierna, notoriamente
compungidos. - ¿Necesitas más apoyos?
.- No, no debe preocuparse, Elena. En relación al despacho,
será mejor que la ponga al tanto de todo, del manejo de
algunos asunto
s y del dinero…
- Diana plantea su punto de
vista con algo de nerviosismo. Notoriamente le habla con
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respeto y deferencia.
.- Diana, todo lo que hagas está correcto. Maneja todo
como mejor te parezca. Así podré arreglar cosas
personales. Pero dinos algo,
¿cómo fue lo del secuestro?
.- Martín Rebolledo fue el responsable de todo. ¡El que
metió las manos con su gente - a Marco se le removió
todo, sus nervios iban a estallar.
.- Merece la cárcel, si bien le va…- exclamó con toda su
furia.
.- Acaba de morir. - añadió Ricardo.
.-
¿Cómo? ¿Martín acaba de fallecer?
–
preguntó Elena con
asombro.
.- Si, en el mismo lugar que tuve el accidente. Su carro
sufrió volcaduras, se fue contra las rocas, hizo explosión y
se acabó todo.- completó Ricardo.
.- ¡Alguien tuvo que investigarlo ¿Era Martín el
verdadero culpable? – rugía Marco, palidecía por la rabia,
clamando venganza.
- Jeykol ayudó en todo. Logró el rescate de Daniel.
Creemos que Martín actuó por cuenta propia, queriendo
complacer los deseos de su patrón. - agregó Ricardo con
voz ronca.- De cualquier modo, lo que dijo acerca de las
insinuaciones criminales de su patrón, ya no nos sirven.
¡Está muerto
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“Cien hijos de Elena”
.- Mejor si lo haces. Si pretendes algo, dilo.- Elena abrió
fuego.
.- ¡Tú recordarás este reloj y aretes ¡Diamantes y oro
puro Los usabas con frecuencia hasta hace unos meses.
Plat
icamos sobre ellos y te ofrecí labrar una copia fiel
de
ese juego de adornos que significan mucho para ti. Si esa
gente te desvalija este reloj y aretes, entonces admitirás
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sin dificultad que esa misma gente derrocha tu dinero en
papeleo inútil, en tonterías. Se han llevado tus principales
archivos a otra parte, para sorprenderte, y además se la
pasan comprando co
sas como si fueran de juguetería…
lo
vemos a diario - la sonrisa de triunfo de Farnas culminó
con la entrega del reloj y aretes de marca.- ¡No debes
rodearte de quienes te traicionan Me costó algo
recuperarlos.
.- Se parecen, pueden ser. ¿Puedo llevármelos para
comparar?- Elena recelaba pero había una evidencia.- Y
¿dónde los encont
raste?
.- Verás, quienes hurtan lo ajeno, ¿qué hacen con la
mercancía? Pues tratan de
venderla para tener dinero.-
Farnas se frotaba las manos, su tic favorito para izar la
bandera de victoria.
Elena notó que Agenor y Olimpia venían hacia la mesa y se
puso de pie para retirarse. Al menos lograron confundirla.
.-
Pero ¿usted ya se va?
- casi
protestó
Agenor. Los
saludó
de manos.
.- Urge ver algunas cosas. – Elena se retiró sintiendo
incomodidad por la emboscada de Farnas.
La cita duró
pocos
minutos y regresó Elena con Marco y los
demás a la casa junto al río. Le pidió a Diana hablar a
solas.
“Cien hijos de Elena”
.- Diana, ¿podemos hablar? – al entrar Elena de inmediato
mostraba ya otro gesto. .- Claro, vayamos ahí.- dijo
Diana, cerrando la puerta del cuarto. Sintió cierta
angustia.
.-
¿Conoces este reloj y aretes? –
pese a todo, Elena
mantuvo cierta ecuanimidad.
.- Claro, los conozco, o mejor dicho los reconocí de
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inmediato. Es una de tantas cosas que quiero hablar
contigo. – Diana miraba con atención los objetos de oro y
unas piedras finas de adorno.
.-
¿Las conoces? ¿Cómo?
.- Escúchame por favor. Confirmé mis sospechas. Te las dio
mi padre, pero las originales son de otro material. Lo sé
muy bien. Me importaba y me importa saber si tú conociste
a mi padre y si él mismo te los regaló y por qué no me lo
habías dicho. - la contraofensiva vehemente de Diana fue
demoledora para Elena. - ¡Dame por favor las que te dio Al
menos deja que las vea. Me duele mucho, Elena, tu
desconfianza.
Suspir
ó y se sentó en la cama del cuarto.
Elena re
spiró
con
alivio. El resto del grupo se acercó.
- ¿Cómo es que tú las tienes y cómo están ahora en oro y
diamantes? – insistía Diana.
.- No... No sé cómo me pusieron una trampa.- Elena se
desplomó sobre la cama. Quedó apabullada por un instante.
-
Lo peor será morder el anzuelo de ese maldito.
.- Elena, no te entiendo bien. ¿De qué o de quien estás
hablando? ¿De Farnas?
.- Quiere dividirnos. Ponerme en tucontra.
Confía en mí por
favor y concentrarnos en una manera de encararlo. Mejor
“Cien hijos de Elena”
ayúdenme a darle una lección que no se le olvide nunca a
este funesto farsante.
Los trucos de Farniaques para confundirla y ponerla en
contra de Diana le pusieron furiosa. ¿Qué importaba si los
aretes y el reloj fueran a dar adonde fuese?
.
–
Te juro Diana, que
no permitiré
que nadie se burle de
nosotros. ¡Me cuesta tanto ser tan impulsiva Ahora debo
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pensar en algo.- abrazó con calidez a Diana ocultando las
lágrimas de sus mejillas.
Hacía tiempo que Elena no sentía en carne propia el tajo
grosero de las humillaciones.
Le costó poner en evidencia
cierta debilidad y falta de respeto a Diana, Marco y
Ricardo. Advirtió las carencias y sobriedad del mobiliario
que rodeaba a Diana y Ricardo. Las frases envenenadas de
Farnas por un momento la hicieron titubear, pero quién
sino el mismo rufian fue responsable de los accidentes en
que los jóvenes sufrieron lesiones graves, fracturas de
huesos, al borde de la misma muerte. Y pese a ello,
¡
vaya
cinismo de este maldito demonio, pensó en silencio
.- Mejor encararlos Elena, aunque
dudaste de mí
, te
comprendo. Conozco ya sus intrigas. Me han espiado a todas
horas, pero no me importa. Me importa más saber por qué
no me tuviste la confianza de aclarar tu relación con mi
padre. Nunca mencionó tu nombre. Fue él quien me contaba
mucho sobre ti y esos recuerdos que te dejó. –
las
emociones de Diana desbordaban su natural cordura. Los
demás oian el diálogo secreto imposible de entender.
.- No, no, no es eso, ahora estoy confundida. Lo de tú padre
y yo, estarás de acuerdo, queda como un tesoro que lle
vo y
llevaré en mi vida privada. ¿Cómo iba yo a pensar quién era
tu padre? Ya habrá tiempo de aclarar. Si, están usando las
“Cien hijos de Elena”
cosas para confundirme. - Elena buscaba una disculpa ante
la joven.- Siempre cargaré con este remordimiento. Por
unos aretes y un reloj pude perder tu confianza y… Caí en
su trampa.
.- Quiero explicarte algo. Los
llevé junto con los aretes
con un joyero para que verificara ciertos datos y
asegurarme de mis sospechas. Lo demás ya lo sabemos. No
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me di cuenta hasta ahora de su desaparición. También debes
escucharme que tus archivos más importantes los retiré,
los tuve que retirar del despacho debido a las
intromisiones constantes de Olimpia. Y...
–
decía Diana.
.- No tienes que explicarme nada. Discúlpame por este
traspié. Quiero devolver el golpe ahora mismo. Y ahora
debemos platicar con los demás. ¿De acuerdo, mi querida
Diana? - Elena la abrazó efusivamente.- De verdad, te
quiero como una hija. Hasta con un hijo, podemos cometer
un error. Gracias y comprendeme.
.- Lo siento
también. Te diré
algo. No me siento del todo
bien. Creo estar embarazada…- con mucha emoción se
abrazaron.
Elena les propuso desayunar en un restaurante del centro
de Tepango
.- Pocos días han sido tan difíciles. Creo que ya tengo una
idea. Quizás no sea lo mejor, pero necesito otra vez su
ayuda. Es hora de que ese maldito impostor me las pague.
Sólo es un pobre cobarde hipócrita. Merece un
escarmiento.- ya habían ordenado los platillos y bebidas.
Marco platicaba a petición de Ricardo sobre los lugares
visitados en su paseo turístico.
De repente, Elena los
interrumpió. Estaban a solas.
“Cien hijos de Elena”
.- Si, ya tengo una idea interesante. Arrancaremos hoy la
inauguración de un Centro de Arte de Tepango. Disculpen
por las prisas, pero quiero hacerlo de una vez. Pues he
pospuesto y vuelto a posponer tantas cosas que son de
verdadera importancia.
–
Elena seguía su discurso.
-
Nuestro
éxito está en
la sorpresa, nuestra discreción
absoluta.
.- Claro, cuenta con nosotros. ¿Cómo te ayudamos? –
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preguntó Marco.
.- Vamos a meter al maldito en un costal de víboras y
arañas
.
Sé muy bien donde
le duele. Hay cosas que ni
siquiera le pertenecen. Se esconde a la luz del día, como
una miserable cucaracha. ¡Este es mi plan La casona que
diseñé y comencé, será demolida.
.- Pero Elena….
.- La casona es su gran orgullo; nada le importa más. Será
algo importante en la historia de Tepango. Fuera de su
guarida, Farnas es un pobre diablo, una perita en dulce,
como dicen. Lo exhibiremos frente a todo mundo, que la
gente lo vea, que haga compromisos. Es la clave. - Elena
sonreía, estaba regocijada con su coraje para
reivindicarse.
.- ¿Quieres hacerlo hoy? – Preguntó Diana.- ¿O quieres
pensarlo unas horas?
.- Si, ustedes igual que yo, necesitamos el desagravio.- su
euforia no daba lugar ni a preguntas.- Debí escucharlos
desde antes.
Diana y Marco cruzaban miradas de desconcierto.
.- Hoy mismo en la tarde, con prensa, con los medios, con
invitados especiales. – la euforia de Elena impedía a los
“Cien hijos de Elena”
demás analizar por el tiempo tan limitado para organizar
una idea tan incomprensible.
Elena poco a poco planteó los detalles de su plan. Un plan
muy sencillo como los buenos guisados de un buen
restaurante.
Diana, Ricardo, Marco, Jeykol y Cristina trabajaron con
toda la intensidad posible para cristalizarlo. Un evento
sorpresivo en esa misma tarde.
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El evento logró un éxito extraordinario. Presidieron
Farnas, personajes locales y regionales del arte, de la
academia, de la política y de todo el pueblo. Más de mil
gentes. Elena como oradora principal en unas cuantas
palabras explicó la la donación de la casona, como un
acuerdo entre ella y Farniaques, para un proyecto social al
servicio de Tepango.
El discurso de Elena con firmeza y voz emotiva, enfatizó
que era una idea vieja soñada por ella y Farniaques. Pidió el
aplauso de todos para ser parte del proyecto, y que lo
tomaran como suyo. ¡Farnas no pudo negarse frente al
público a impulsar una noble misión que su esposa otorgaba
en su nombre Y apenas puso disimular y resistir los
misiles envenenados que le retorcìan todas sus entrañas.
En resumen le arrebataba la casona para donarla para fines
de interés público.
Un plano enorme elaborado a toda prisa por Marco
, sirvió
como maqueta donde se veía el trazo de las nuevas áreas,
libres de murallas, para el teatro, el parque y
estacionamiento para carros en la superficie donada por
Elena de más de
cuatro
hectáreas
en la zona urbana. Fue en
los discursos donde se habló de cerrar las calles para
disponer de más espacios. Espacios y recursos para enseñar
“Cien hijos de Elena”
y promover arte, para exhibir pinturas, esculturas, para
bailes, para museo, música y otras actividades.
Voces que alcanzaron fuerte resonancia, que salían de
repente y aplaudían la promesa del Centro del Arte, la
apertura de una calle amplia junto a la casona, una escuela
en una de las zonas donde se construía un fracc
ionamiento,
guarderías y más peticiones que obligaron a Farnas a
concederlas públicamente. La gente gritaba que no querían
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241
meras promesas. La prensa, la radio al día siguiente lo
confirmaría por escrito.
Marco llevó a Daniel, estuvieron juntos en las fila
s de
atrás, disfrutando del acontecimiento. Podían ver
claramente las caras de Agenor y Olimpia.
- 2 -
Al atardecer, ya punteaba el crepúsculo. Al final del
evento
, sólo estaba el
grupo de familiares por parte de
Farnas y de Elena. Caminaban en fila hacia las oficinas y
habitaciones de la casona, que ya estaba sentenciada a
muerte, a sus últimos días como la flamante casona del
buitre más odiado en Tepango, el Farnas.
Elena caminaba al lado de Diana, Ricardo y Daniel, tomando
la delantera de todo el conjunto. Después Marco se rezagó
intentando deshacerse del perro del taller que por ratos lo
seguía, con la fidelidad que sólo estos animales pueden
obsequiar. El perro tomaba a juego los ademanes de Marco.
La obra de excavación para instalar una cisterna que estaba
en medio del camino, con decenas de fierros como estacas y
piezas peligrosas, hizo que Marco se moviera con más
cuidado. Todos marchaban en silencio, absortos en los
“Cien hijos de Elena”
acontecimientos. Nadie previó retirar esos escombros de la
obra de una cisterna en proceso con muchos fierros,
pedazos de madera en cortes a modo de estacas, piedra y
arena que en el gris atardecer convertían el socavón
encharcado en una trampa riesgosa.
Los aires musicales del evento aun continuaban y
dominaban el entorno gratamente.
Detrás de Marco, a distancia, venían Olimpia y Farniaques
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quien se sentía agravado por sus achaques y pesadumbres
debido a las noticias y compromisos que hizo Elena, sin
consultarlo. A
trás de ambos,
caminaba Agenor, con un aire
evidente de preocupación y malestar.
Farniaques caminaba con lentitud, comentando algo a su
hija. Ella se ponía más furiosa cada vez. En un instante,
ella, presa de un súbito impulso, recogió una varilla
metàlica del suelo y la levantó tan alto y con toda la
fuerza que pudo. De inmediato, se lanzó contra el área
posterior, o los huesos de la caja craneal y
vértebras
de la
espalda de Marco, para asestarle un golpe mortal. Lo tenía
a su merced a unos pasos.
El instinto del perro olfateó el peligro y obró con toda
celeridad. El animal se arrojó contra Olimpia, cuando en su
carrera ya estaba cerca de Marco, enarbolando su arma. ¡La
fosa de la obra se encontraba al borde, con una caída de
hasta tres metros de profundidad
Al atacar el perro a Olimpia, perdió el balance y cayó a la
fosa. Emitiò un terrible chillido al sentir la brusca
frialdad de ese puente tan extraño, que nos une con la nada,
con ese vacío desconocido
. Fue Marco el primero en
advertir la caída de la joven hacia el vacío. Pero nadie
pudo advertir que Farniaques se lanzaba de inmediato, por
“Cien hijos de Elena”
impulso paternal y suicida al rescate de su hija. También
cayó así a la fosa, en el único acto humanitario a lo largo
de su vida. Pudo ser un acto heroìco en otras condiciones,
pero se desvaneció en las aguas lodosas, podridas y charcos
de sangre del socavòn.
Elena y Diana apenas escuchaban los gritos de terror, y
volvieron al sitio al advertir los ladridos del perro. Todos
espantados volvieron a la zanja mortal, frente a la
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excavación, miraban sangre, ropas desgarradas y los
estertores de los dos moribundos.
Marco y Ricardo abrazaban a Elena y a Diana. Agenor lloraba
a solas, helado del espanto, tal vez por primera vez en su
vida. Lloraba por su hermana. Sòlo por Olimpia, pues
mostrar o fingir pena por su padre le producía profundas
confusiones y alborotos. Nada se podía remediar, sino
llamar a la policía y ambulancias.
Pronto, Elena, junto con sus compañeros, prosiguió su
camino. Respiraba en silencio la brisa de una nueva vida,
tal como lo sintió en sus noviazgos de juventud, de igual
suerte cuando abrazò a su padre en la última oportunidad,
de la misma manera que cuando se encontró con Marco y
luego con Diana. ¡Cierto que la vida no comienza una sola
vez, sino dos y hasta màs momentos, como dos relampagos,
los que al conectarse entre sì forman un arco de
esperanzas, tendiéndole a Elena el paso a nuevos tramos del
futuro
“Cien hijos de Elena”
CAPÍTULO XXXI Cien hijos de Elena.
Por fin llegó la última semana del invierno. Tepango era el
mismo con o sin Farniaques. Ignorado por todos, aun por los
augurios más ociosos, el hijo de las forquiadas, mismas que
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asustaron al mismo diablo, según leyendas arcaicas de los
árabes, bien podía estar en el hoyo más profundo y
escabroso del cementerio; o bien ya debe estar contento, de
regreso al último rincón de los infiernos como cancerbero
de sus rencores y amarguras; a nadie le importa en Tepango.
¡Nadie lo extraña, ni le importa
En el mirador de la casa junto al río de Tepango, Elena
ayudaba en la preparación de la comida. Junto con la bella
Diana, cortan rodajas de frutas y verduras, de naranjas,
perejil, tomates, pepinos, setas, en copia deslucida de un
arcoiris. En silencio miran la mezcla de colores, sabores y
formas vaciados en una vasija de vidrio transparente. En
las múltiples rodajas de la mezcla, adivinan los rostros de
su pasado, dominando en el ambiente el aroma del café de
Soconusco, el cual combina Elena con su copa de cognac.
Meditan en sus adentros, ¡qué estos idiotas de Marco, Daniel
y
Ricardo, lleguen cuando se les dé la gana
Como diosas mitológicas de belleza, gracia y talento, reían
con soltura del sinfín de estupideces de la vida. Toman el
fresco de la tarde, una copa de vino en el patio exterior con
vista a la calle, al río s
eco y el follaje espeso de la
arboleda. Una sombrilla las protegía del rayo solar, que
recorta la terraza en fragmentos caprichosos de
“Cien hijos de Elena”
triángulos o polígonos cada ve z más pequeños. Diana
frotaba la dorada piel de sus manos, rostro y piernas con
una crema espumosa, refrescando la llamarada de anhelos
no cumplidos.
.-
Diana. No sé que pienses, pero algo me pica la
curiosidad. Ese asunto que me quieres comentar. ¡Debe ser
algo inquietante - dijo Elena con su tono cálido. Vestía
una falda roja con bordes negros y una blusa blanca
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transparente. Igual que en sus días de juventud.
.- Bueno. Si. Pero no es fácil. Me preocupa que por descuido,
te diga una tontería. Es algo serio.
.- ¿Qué te pasa? No me andes con rodeos. Suelta esa duda.
Por favor, ¿dudas de mi confianza.
.- ¿Cómo puedo decirlo? Sé que me paso de la raya. Es algo
muy personal. Si es un disparate, promete que no te
enfadarás.
.- No le des más vueltas, ¡dime lo que estás pensando
.-
Bien, ¿te gustaría tener tus hijos? Nunca, te confieso
,
nunca he notado tu menor intención de tener tus hijos.
Claro, adoptados…
El disparo repentino sorprendió a Elena.
.- ¡Hijos adoptados Pero ¡¿es una broma? – Exclamó con
vehemencia.- Claro, ya lo he pensado muchas veces, como
cualquier mujer. Mejor olvídalo, me apura este necio de
Marco… Odio que nos haga esperar. Sola me acostumbré a
quererlo como si fuera mi hijo. No lo conoces, pero es un
muñeco de resortes, bujías y de tornillos. A veces abusa de
mi soledad. Lástima, pero soy así, suspicaz y voluble. No me
gusta hablar de eso….
- Tenme paciencia... Yo voy a ser madre. Hay ratos tan
difíciles. Se sufre mucho. Pero cuando veo tantos niños
“Cien hijos de Elena”
huérfanos, todos lo sabemos, esperan siempre una mano
amiga. No sólo en dinero, afecto o regalos. Velo con calma.
¡Si quieres lo olvidamos ahora mismo, ya está olvidado
.- No, no es primera vez que me tienta esa idea. Nunca le
dediqué tiempo suficiente.
-
Elena contempló el cielo
limpio, sin nubes grises, ni vientos impertinentes.- Ayh,
Diana, ¡cómo has cambiado mi vida Vale más ahora oír tus
ideas, que luego arrepentirme.
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.- Hay varios procedimientos, quizás alguno te interese.
Algunos no son muy rígidos. Hay opciones. No las descartes
por ahora. Piénsalo por favor.
.- ¿Cuáles? Me interesa de verdad. Es mucho compromiso su
crianza y su educación. Ellos, quienes sean, no me conocen y
yo tampoco a ellos.
.-Mira, hay opciones. Van desde el padrinazgo, hasta una
adopción completa. Tienen sus pros y contras.- insistió
Diana.- Yo puedo apoyarte.
.-
¡Y así de golpe, me quieres como madre de más de uno
solo – Elena no pudo soslayar una risa reprimida con
desasosiego.-
¿Lo dices en serio? ¡Me haré cargo de cien
hijos, de cien niños o niñas Si, si, tendré mis hijos. ¡Seré
madre Ya lo tengo decidido. – el trono de las diosas es tan
ancho, donde caben caudalosos ríos y arboledas de sinuosas
formas, las infinitas flores de la primavera, los ardores del
verano en fugaces agüeros del futuro.
.- Pues ya tienes dos, yo y mi hijo que llevo en mi vientre.-
Diana se ruborizó. Manifestó las palabras cohibidas y
fluyeron sin pensarlo.- Y cuenta con mi apoyo. Vemos a
nuestros jóvenes tan lastimados y destrozados.
- el tono
grave de Diana invitaba a la reflexión. Claramente
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“Cien hijos de Elena”
admiración por lo que hizo por mí. Era tan diferente a
todos. ¡Cínico, perverso, malvado, infiel Me hice a la idea
que ese era mi destino. Llegaron Marco y tú… ya sabes lo
demás. Abrí los ojos. Ahí había otro mundo. Porque debes
saber, que antes de él, la histo
ria de mi vida fue tan
amarga; desengaños y desdichas. ¡Puerta que abriera o
tocara, venían siempre las desgracias
.- Elena, te castigas demasiado. Se puede ser feliz…
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.- ¡Felicidad Bah, ¿qué sabes de felicidad? Eres tan joven…
- Elena la abrazó nuevamente, con vigor y ternura que ella
misma desconocía, besó la mejilla de Diana y su vientre
lozano que alimenta una nueva vida y esperanza.
.- Es necesario algo o mucho de egoísmo para arrancar de
la colmena regia una gota de felicidad. Debe ser horrible el
divorcio.- Diana se resistía a su propio impulso de
derramar una lágrima de felicidad y abrazar a quien le
ofrecía la grandeza de ser su madre. ¿Una reacción natural
de la orfandad completa?
.- Así lo creo yo también. Pude enamorarme de un día para
otro,
pero le temía al divorcio.
El anillo matrimonial es
una cadena de oro pero también de acero dulce. De alegrías,
sinsabores y conflictos.
.- Por fin desahogué contigo, cuando esté a solas con
Ricardo…
Elena la interrumpió nuevamente.
.- Marco no para de hablar del doctor Anzures. ¡Sus ideas
tan locas del divorcio Qué los trenes, que la pareja viaja
en vagones por separado, que uno se baja del tren y el otro
no. Sueña con aprender y volar en los aviones, es un
mecánico de pies a cabeza.
.- ¿Cómo lo conociste?
“Cien hijos de Elena”
.- Hablando de lo mismo, no quiero olvidar dos temas
contigo. Primero, te cuento que Jeykol se casó con Marta…
la que vivía con Martín. Me pidió vacaciones. Se tomará
unas semanas.
.- Me da gusto por Jeykol. Nunca anda por las ramas.
–
Exclamó
Diana.-
A ella, le debemos mucho. ¡Tantas cosas
que murmuran de los dos, un estafador y farsante, con una
prostituta, y una zorra que salvó a Daniel De ser necesario,
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yo sería primera en defenderlos. ¡¿Martín? Pobre diablo,
mandó asesinar a Marco. Lo más fácil, sería tomar una
espada o un cuchillo o veneno; para darle su merecido.
Antes de morir claro. Pero, te pregunté algo que me da
curiosidad.
Elena simpatizó un instante con su idea, tal como su ánimo
incansable de venganza por los asesinos de su padre, que
además la violaron. Más no podía continuar envenenando su
vida con tantas amarguras de su pasado. Prefirió mantener
en silencio esa parte de su historia, una grieta subterránea
de su alma negada a morir como el canalla de... Ni su nombre
deseaba recordar.
.- Falta otro punto. Hablé con Cristina. Es muy talentosa.
Pronto tomará un curso sobre administrar, algo así…. Le
ofrecí nuestro apoyo.
.- ¿Me vas a quitar a Cristina? – Saltó Diana.- La necesito.
.- A veces debemos sacrificar algo. A ti te corresponde
formar tu equipo, preparar a tus aliados. Eres una líder. Sin
tu círculo de aliados, caminarías muy despacio. – Diana se
quedó pensativa, sorprendida por ese ángulo novedoso de
las cosas.
Mas no le extrañan las palabras esquivas de Elena.
“Cien hijos de Elena”
.- En cuanto a tu pregunta. No hay ningún secreto. Al
principio, me sentí obligada a ciertas discreciones. Pronto
me casaré con Marco.
.- Entiendo, tal vez no debía preguntarlo. No tengo
derecho…
.- Bueno, no lo tienes, pero me siento como en una olla de
presión. He guardado en silencio muchas cosas. Ahora te lo
digo. Realmente me gustó o me enamoré de Marco desde
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joven.- Elena exhaló un murmullo como quien arroja de sus
hombros una tonelada de penas.- Mira, mejor lee esta nota.
Me la envió hace mucho
tiempo.
“No sé cuanto ni cómo nació esta oleada de sentimientos.
Por ti, por tus ojos, y por tu belleza. Cada noche, cada tarde
al mirar tus ojos y tu boca que se cruzan una y otra vez en
mi sendero, tiernos y sensuales, hicieron un gran prodigio.
Me sentí superior, me sentí renacer y logré sepultar varias
penas e incertidumbres que me ahogaban. Pues sólo pienso
en ti y en las promesas que recibo de tus miradas. Me siento
feliz esperando verte en ese jardín que se mece al vaivén de
miles y miles de estrellas por las noches. Me embriaga tu
perfume como las flores de ese jardín, que quisiera
recorrer junto contigo.”
.- ¿Fue cómo se te declaró? – Preguntó Diana con su
franqueza singular.- Es un verso, muy raro de un
mecánico. Lo copió, pero sin duda mostrand
o sus
sentimientos.
.- No, termina de leerla. Será mejor.
“¿Cuántas veces estuve a la espera para pedirte una cita?
¡Celos de ver el asedio de otros pretendientes, timidez
Salí de Tepango, me partía en dos el dejar de verte y la
lejanía cultivó esa silenciosa adoración. No estoy seguro
“Cien hijos de Elena”
que ello sea amor, pero el recuerdo de tus miradas avivan
siempre el anhelo de acercarme y estar junto a ti por todo
el tiempo que lo decidas. Con toda franqueza, se aunó a mis
celos infantiles, una oleada de rumores venenosos que
acrecentaron mis dudas por mi vanidosa certeza de que sólo
podrías ser para mí. Soñaba en pasear a tú lado, en bailar,
en diversiones tan simples, pero todo rodaba al abismo.”
.- No concluye en alguna propuesta. ¡No encuentro la fecha
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– Diana miraba a los ojos de Elena.- De verdad, ¿será de
Marco?
.-
Es su letra. Estoy segura. También tuve dudas porque es
otro Marco el que conocí en la escuela, no concuerda con
esos rodeos y apocamientos de la carta. Pero no me propuso
nada del noviazgo.
Diana le devolvió la nota, asaltada por un repentino
pensamiento. Y, si Elena atrapada en su abismo de
confusiones, rodaba sin freno, ¿pudo sustituir en su mente
al verdadero emisario de la nota, por Marco? Peor para su
imaginación, pues ¿el verdadero autor de esa nota que,
escrita de propia mano, le hizo llegar a Elena, pudo ser su
padre? “¡Mi padre Pensó Diana.” De golpe rechazó el dilema.
Pero, jamás aceptaría del todo a Marco por las cobardías y
pausas con que obró para defender a Daniel, su hijo.
Tampoco Diana era fiel a su integridad, tratando de
sepultar en la penumbra sus recuerdos intensos con Daniel.
Un flujo de escalofrío recorrió su cuerpo; temía que los
ojos de Elena la exploraran como una radiografía. No
llegaban Marco, Ricardo ni Daniel.
.- Nadie lo conoce como tú. Somos distintos al paso de los
años. Además cualquier persona se siente aturdida al
“Cien hijos de Elena”
expresar con sinceridad sus sentimientos… Es más fácil y
cómodo tratar con amigos que con la persona que amamos. –
Diana opinó cuidando sus palabras.
.- Claro, estaba casado con Clarisa cuando nos
reencontramos. No me importó y, tal vez por vivir un día
difícil, no tuve reparos en abrir mis sentimientos. Estaba
con nosotros un espía en la entrevista, cuando lo volví a
ver. Me arriesgué y me di cuenta de que lo peor sería
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perder la oportunidad. Pero me atreví a todo y me decidí a
ganar tiempo, ¿cómo saber si podríamos volver a tener
otra facilidad para nosotros? Hice todo lo posible para
evitar el peor desastre de mi vida… Lo amo pero lo odio por
ser tan metódico.
.- Bueno, ustedes han tenido oportunidad de vivir
intensamente. Dejemos en paz el pasado….- ¿Por qué no se
te lanzó desde entonces?
.- Nunca se lo pienso preguntar.
.-
En tu caso, yo sí se lo preguntaría.
-
Diana se arriesgó a
la intromisión.
.-
Lo sé, tú eres muy franca, pretendes saberlo todo. Y
nadie lo puede.
.- Y ¿se casarán pronto? – Diana lo pensó antes de lanzar la
pregunta.
.- Si, si claro. Pero sin prisas, sin esos rituales, pero con
entera fe en nosotros mismos, y en nuestro futuro.
–
Elena
la miró directo a los ojos y sonrió.- Bah... Yo quiero cantar
y bailar como me dé la gana. Quiero escoger mis canciones y
divertirme como en las locuras de mis sueños.
Respirando en lo profundo, la asaltó un torrente de
suspicacias. ¿Murió realmente el maligno infeliz que nunca
quiso morir? Debe arder en el infierno, el mismo infierno
“Cien hijos de Elena”
que ella invocó para su venganza. Manoteó con ira contra
una mosca, como mensajera de nuevas angustias. Y ¿Agenor?
Bueno, al tipo le sobran problemas con sus hermanos al
acoso de la herencia. Y por fin aceptó que Marco, pese a ser
mitad una máqui
na, le daba cierta seguridad, como los
frenos y pedales de su Ford. Lo demás ¿es solo un sueño?
Diana pensó en las experiencias que compartían. También en
sus planes de matrimonio, y en los muchos secretos que
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preferían guardar. Pese a los laberintos del mundo en su
alrededor, ¿podría seguir conviviendo con ellos, o volver a
sus tierras más allá al norte de la frontera?
Miró por una ventana hacia el río eterno, no escuchó el eco
del fluir de sus aguas, ¡no, sus manos firmes y celo por sus
compromisos son los pinceles, el abanico rebelde de
colores de su juventud, hoy dispersos, pero en el futuro se
enlazarán en un solo manojo, el lienzo distintivo, singular,
de su vida