3. Revelaciones Sobre La Vida Despues de La Vida
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REVELACIONES SOBRE LA VIDA DESPUÉS DE
LA VIDA
A. EL REAL FIN DEL MUNDO Y EL JUICIO
UNIVERSAL
Precedencia del fin de los tiempos respecto al milenio,
luego del cual sigue el fin del mundo (5)
1. LA VENIDA DE CRISTO PARA EL JUICIO UNIVERSAL 17
Un último ciclo (2)
Llegada del fin del mundo tras el milenio. Vuelta de Jesús
entre las nubes tal y como fue anunciado para el
Juicio Final (7)
Colaboración de los ángeles en la siega (2)
2. RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS 23
Resurrección de todos los muertos de la historia, y juicio
de todos los seres humanos en el llamado Juicio
Universal (3)
Transformación de todos los cuerpos para la gloria o la
condenación (10)
3. JUICIO UNIVERSAL FINAL 28
Juicio de Jesús a cada uno y a la humanidad (4)
Cumplimiento de la justicia divina en cada uno según su respuesta personal, sus obras y omisiones (2)
Encadenamiento definitivo y total de Satanás en el Infierno (2)
Fin de la vida en la tierra (1)
B. REVELACIONES SOBRE LA VIDA DESPUÉS DE LA
VIDA
1. JUICIO PARTICULAR 31
Importancia de la conciencia acerca del tema de las
postrimerías (3)
La muerte según los diferentes estados del alma (5)
No existe la reencarnación (6) Cada uno es juzgado de inmediato a su muerte (Juicio
particular) (11)
Número, entre paréntesis, de los mensajes proféticos, bíblicos y de videntes trascritos en cada subtema
4
2. EL PURGATORIO 44
Su existencia (4)
El sentido de la purificación (6)
Don amoroso de Dios (4)
Diversidad de niveles para diferentes grados de
Purificación requerida(5)
Diversidad en cuanto a la duración (2)
3. EL CIELO 55
Indescriptibilidad del paraíso celestial (8)
Plenitud de perfección y vida (5)
Felicidad eterna (6)
Diversidad en la gloria recibida (1)
4. EL INFIERNO 64
Su existencia revelada por Jesucristo mismo (11)
Realidad posterior a la vida terrenal (3)
Castigo justo, libremente escogido (5)
Eternidad del sufrimiento (5)
Diversidad de grados de sufrimiento según
merecimientos (3)
Realidad del fuego (5)
DOCUMENTO ADJUNTO: EL MISTERIO DEL MÁS
ALLÁ
A. EXISTENCIA DEL ALMA INMORTAL Y DE UNA VIDA DESPUÉS
DE LA VIDA 81
B. LA MUERTE 95
C. EL JUICIO PARTICULAR 109
D. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y EL JUICIO FINAL 121
E. EL INFIERNO 135
F. EL CIELO 149
G. EL TERRIBLE ERROR DE LA CREENCIA EN LA REENCARNACIÓN 163
REFERENCIAS EN INTERNET SOBRE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS 178
5
REVELACIONES DE JESÚS Y MARÍA SOBRE
ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS
La crisis econó-
mica mundial y sus graves con-
secuencias, iniciadas para el
mundo a finales del 2008, mues-
tran que entra-mos en un perío-
do crítico de
transición en la historia de la humanidad, denominado ―los
últimos tiempos‖, según múltiples profecías de origen católico, que la Virgen María pide,
sean divulgadas
La serie de la cual éste libro hace parte es el resultado de un estudio de las revelaciones
privadas sobre estos últimos tiempos que Dios ha tenido a bien dar a distintos tipos de perso-
nas (santos, místicos y católicos del común), en los 2000 años de la historia de la Iglesia.
Actualmente hay más de 1000 casos de reve-laciones privadas, serias, debidamente docu-
mentadas (en su gran mayoría apariciones marianas) en estudio en las oficinas de la
Congregación para la Doctrina de la Fe regen-tadas por el Cardenal Ratzinger antes de as-
cender a Papa. De estas hay cerca de 400 relativamente conocidas alrededor del mundo.
El estudio se circunscribió a algo más de 200 sobre las cuales es fácil recabar información.
En las siguientes páginas se ofrece un listado de ellas.
La muestra conseguida –las 200 revelaciones
privadas- representan dos milenios de profecía en los cinco continentes. Cerca de 40 de los
casos son de antes de 1850. Son revelaciones hechas a Padres de la Iglesia, santos y místi-
cos muy apreciados e incuestionados por ella.
Son muy explícitos al escribir las profecías que recibieron sobre ―los últimos tiempos‖.
Introducción común a todos los libros de
la serie
Hacia 1846 se inicia el ―boom‖ de las apari-
ciones Marianas con las de La Salette, en Francia, considerada por Juan Pablo II como
―la reina de las profecías‖. Es un punto de referencia clave porque plantea ya las grandes
líneas del panorama profético que desarro-llarán y ampliarán las profecías en los 150
años siguientes. De 1850 a 1900 se presentan unos 15 videntes muy apreciados por la Igle-
sia. De 1900 a 1950 se duplica el número de
las apariciones documentadas (35). Pero la explosión se presenta en estos últimos 50
años cuando se documentan 110 videntes concentrados en los últimos 25 años (75 ca-
sos).
Al estudiar estas revelaciones privadas se descubrieron grandes temas recurrentes, y se
agruparon según las distintas categorías. Para presentarlas se optó por separar más de 2000
citas. Paralelamente a este proceso se iba estudiando la profecía pública de la Iglesia, o
sea las Sagradas Escrituras, en busca de todo cuanto tenía que ver con los temas que se iban
estudiando. Así llegaron a identificarse más de 400 pasajes bíblicos proféticos. Todo lo
descubierto se iba comparando con las respec-tivas enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.
Gracias a estas dos comparaciones todo lo estudiado ganaba en perspectiva, comprensión
y profundidad así como se iba encontrando la perfecta concordancia de todas las revelacio-
nes privadas con la doctrina católica.
Vista la claridad con que las revelaciones hablaban por sí mismas y sin necesidad de
comentarios o ampliaciones humanas, se optó por preparar un marco titular a toda la obra de
ordenamiento de los mensajes del cielo. Son
tan claros, completos y comprensibles las revelaciones y mensajes de Jesús, de la Vir-
gen María y de la Biblia que lo mejor para quien hace este tipo de trabajo parece ser
hacerse a un lado y dejar que todos ellos obren por su cuenta.
6
RELACIÓN DE LAS REVELACIONES PRIVADAS SOBRE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS A
TRAVÉS DEL MUNDO Y DEL TIEMPO CONSIDERADAS, BASE DE LA OBRA
1. ITALIA 1938 Kerizien Juana Luisa Ramonet
410 Roma San Jerónimo 1941 Balain Maria Julia Janey
1150 Calabria Gioacchino de Fiore 1972 Dozule Madelain
1350 Italia S. Juan de la Piedra Hendida 1980 Galaure Marta Robin
1400 Italia San Francisco de Paula 2000 Francia J.N.S.R.
1665 Monfort S. Luis Grignon 3. ESPAÑA/PORTUGAL
1672 Italia S Margarita Mª de Alacoque 1401 Valencia San Vicente Ferrer
1776 Gezano Monje Capuchino 1665 Agreda Ven. Mª de Jesús de Agreda
1818 Roma Isabel Canori-Mora 1853 Zaragoza Madre Rafols
1837 Roma Beata Ana María Taigi 1917 Fátima Lucía, Jacinta, José
1837 Roma San Gaspar Búfalo 1927 Madrid Hermano Estanislao
1847 Paola Ven. Bernardo Mª de Clausi 1932 Ezquiologa Antonio, Andrés Bereciartua
1849 Italia Sor María Adalfone 1932 España Benita Aguirre
1872 Oria Palma María Mattarelli 1941 Monte Umbre Felisa de Arrieta
1878 Corato Luisa Piccarreta 1945 Condocera Marcelina Barroso y otros
1888 Italia San Juan Bosco 1961 Garabandal Conchita y tres niñas más
1884 Roma León XIII 1969 España M.F.M.B
1901 Luca Santa Gemma Galgani 1973 Ladeira Mª Concepción Méndez H.
1946 Bonata Adella Roncalli 1980 El Escorial Amparo Cuevas
1946 Italia Sor Consolata Betrone 1985 Madrid Leonor Muñoz
1947 Montichiari Perina Gilli (Rosa Mística) 1985 Palma de Mall. Anónimo
1947 Tre Fontane Bruno Cornacchiola 1987 Barcelona Consuelo
1950 San Giovanni Padre Pío 2001 España Pequeña alma
1951 Italia Teresa Musco 4. GRAN BRETAÑA /IRLANDA
1954 Calabria Madre María Aiellio 375 Essex, Bretaña Anónimo
1960 Italia María Valtorta 1139 Armach, Irlanda San Malaquías
1962 Italia Padre André Allthoffer 1874 Liverpool Teresa Higginson
1964 San Damiano Rosa Quatrini 1879 Knock, Irlanda 20 personas
1966 Porto Estefano Enzo Alocci 1940 Knock, Irlanda Anónimo
1968 Italia Mamá Carmela Carabelli 1985 Surrey, Ingl. Patricia
1970 Italia Padre Ottavio Michelini 1985 Melleray, Irl. Ursula O`Rouke
1971 Roma Marisa Rossi 1985 Ballinsplitte, Ir 2 mujeres
1972 Roma María Bordini 1985 Inchigeela, Irl. 3 niños 25 grutas
1972 Milán Padre Gobbi 1987 Mayfield, Irl. Sally Ann y Judy Considine
1978 Avezzano Elena Patricia Leonardi 1987 Beesbrook,Irl. Beaulah y Mark
1980 Bezano Gema 1988 Gortnadreha,Ir. Cristina Gallager
1985 Oliveto Citra 12 niñas y centenares 5. ALEMANIA / AUSTRIA / SUIZA
2. FRANCIA 1179 Alemania Santa Hildegarda
177 Lyon San Ireneo 1658 Birgen, Alem. Ven Bartolomé Holzhauser
1093 Bec San Anselmo 1774 Munster, Alem Ven. A. Catalina Emmerich
1280 Francia Juan de Vatinguero 1862 Tirol, Austria Clara Steiner
1700 Francia La Extática de Tours 1900 Alemania Ana Henle
1777 Francia Padre Nectu 1937 Heede, Alem. 4 niñas
1789 Bretaña Juana de la Royer 1946 Marienfried Bárbara Reuss
1804 Francia Hna. Marianne 1949 Duren, Alem. Gertrudis
1810 Francia Abate Souffrand 1950 Alemania Her. Adam Aschaffenburg
1811 Lyón Ven. Magdalena Porsat 1952 Baviera, Alem. Teresa Newman
1826 Namntes Padre Albert Sauvageau 1956 Eisenberg, Aus Aloisa Klettner
1830 Rue Du Bac Catherine Laboure 1960 Alemania Graf- Suter
1846 La Salette Melanio y Maximina 1962 Alemania José Irlamier
1850 Francia María de la Fraudais 1964 Friburgo,Suiza Anónima
1858 Lourdes Bernardette Soubirou 1982 Eisenberg, Aus Aloisa Lex
1848 Comings Bugs de Milas 1985 Suiza Vassula Ryden
1857 Francia Ven. Maria de Bourg 1990 Munich, Alem Josef Stockert
7
6. BÉLGICA / HOLANDA/SUECIA 1992 Falmouth, Ken Sandy
1300 Suecia Santa Brígida de Suecia 1992 Enfield, Connen. Neil Harrington Jr.
1932 Beauraing, Bélg 5 niños 1993 Belleville, Illin Ray Doiron
1933 Banneaux, Bélg. Marietta Beco 1993 Cincinatti, Ohi Rita Ring
1940 Engghien, Bélg. Berta Petit 1993 Rochester,N.Y John Leary
1947 Amsterdam, H Ida Perelman 1993 Akron, Ohio Tony Fernwalt
1965 Bélgica Margarita 1994 EmmitsburgE.U. Gioanna Talone Sullivan
7. EUROPA ORIENTAL 9. HISPANOAMÉRICA
869 Bulgaria San Cirilo 1531 Guadalupe, Mex. Juan Diego
1904 Polonia Maximiliano Kolbe 1634 Quito, Ecuador M. Mariana de Jesús T.
1914 Hrushiv, Ucran 22 agricultores 1652 Coromoto, Ven. A indígenas
1937 Polonia Sta. Faustina Kowalska 1945 Ocotlán, México Portavoz de Jesus
1945 Hungría Hermana Marie Natalia 1945 Jalisco, Mexico Matiana
1945 Zagrb, Croacia Julia 1960 Ciudad de Méx. Mercedes
1951 Polonia Bárbara Klosowna 1965 Jalisco, México Madre Conchita
1954 Hungría Hermana Natalia 1966 Caracas, Ven. Sandra Boscón
1954 Seredne, Ucrani Hanya 1975 Pururán, México Gabina Sánchez
1958 Tzurzocka, Che Matías Laschut 1976 Finca Betania, V Mª Esperanza
1960 Ucrania Ana de Ucrania 1980 Cuapa, Nic. Bernardo Martínez
1962 Janonis, Lituani Ramute Mapiukaite 1983 Peñablanca chile Miguel Angel Poblete
1962 Skiemonys, Lit. Romana Francisc Macuys 1983 San Nicolás, Arg Gladys Quiroga de Motta
1970 Vladimir, Rusia Josyp Terelya 1983 Cali, Colombia Carmen Helena Garcés
1976 Yugoslavia Yulka 1987 Tierra Blanca, M Elba y Zendia
1981 Medugorje,Yug. Varios 1988 Ciudad de Méx. Anónimo
1986 Polonia Wladislav Biernack 1988 Huatusco, Méx. 4 personas
1990 Litmanova, Ch. 2 niños 1988 Guatemala Hermana Guadalupe
8. ESTADOS UNIDOS / CANADÁ 1988 Las Cajas, Ec. Patricia Talbot Patricia Talbot
1920 Verdún, Canada Emma Blanche Currotte 1990 Pereira, Col Luz Helena Valencia
1949 Mackencie, Can. Anónimo 1997 Centoamérica J.S.
1950 Winsconsin Mary ann Van Hoof 10. ASIA / AFRICA / OCEANÍA
1953 SabanagrandePR 3 niños 350 Egipto San Nilo
1954 Fosforia, Ohio Hermana Mildred Neuzil 370 Jerusalén San Cirilo de Jerusalén
1968 Bayside, N York Verónica 380 Constantinopla San Juan Crisóstomo
1972 Dallas, Texas Ray Stanford 390 Constantinopla San Metodio
1974 Canadá Hermano Joseph Francis 1878 Israel Myriam de Abellín
1980 Worcester,E.U. Eileen George 1948 Lipa, filipinas Teresa Castillo
1980 Estados Unidos Padre Michael Scanlan 1952 India P Luis María Shouriah
1984 Montreal, Canad Georgette Faniel 1955 Zululandia, Afr Hermana Reinolda
1985 Cleveland, Ohio Maureen Sweeney 1963 Vietnam Stephan HoNgoc Ahn
1987 Estados Unidos Mariamante 1966 Kenya Sor Anna Alí
1987 Conyers, Georgia Nancy Fowley 1948 Zeitun, Egipto A miles
1987 San Antonio, Tx Hermano David López 1973 Akita, Japón Sor Inés Sasagawa
1988 Phonix, Arizona Estela Ruiz 1974 Vietnam Stephan HoNgoc Ahn
1988 Scottsdale, Ariz. A varios 1980 Taiwán A 5 hombres
1988 Lubbock, Texas A varios 1980 Australia William Kamn
1989 Kettle River,Mss Steve Marino 1981 Kibeho, Ruanda A 6 jóvenes
1989 Marlboro, N. Jers Joseph Januszkiewicz 1982 Damasco, Siria Mirna Nazzour
1989 Ontario, Canad Jim Singer 1983 Australia Debra
1990 Hillside, Illin Joseph Reinholtz 1985 Naju, Korea Julie Kim
1990 Denver, color Teresa López 1986 Soubra, Egipto A miles
1990 San Diego, Cal Cindy Cain 1993 New S., Austral Mattew Kelly
1990 Georgia Raymond Shaw 1986 Manila, Filipinas A soldados
1991 Estados Unido Anónimo 1986 Camerún, Africa A 8 colegios
1991 Lincon, Nebra Dra Mary Jane Even 1990 Melburne, A Josefina María
8
Se reducen a un mínimo del total de estas
páginas los complementos por parte del
compilador que se disponen en algunos
anexos. La obra es, por tanto, una compila-
ción de profecías hechas a miembros de la
Iglesia católica en estos 2000 años a lo
ancho de todo el globo, presentadas temáti-
camente. Viene a ser como una cátedra
sobre los últimos tiempos dada por Jesús y
por María, con la respectiva concordancia
bíblica.
Para facilitar su lectura y estudio la obra
está dividida en doce libros cuyos índices
vemos más adelante.
UNA PERSPECTIVA ESPERANZADORA
Una divulgación parcializada y
fatalista de los mensajes proféticos
Quien oye
hablar de
aparicio-
nes de la Virgen y
del mun-
do de las
profecías suele hacer la asociación con
mensajes apocalípticos que describen cala-
midades y catástrofes futuras. Mucho puede
leerse o escucharse en los ambientes católi-
cos sobre personas que han recibido revela-
ciones que advierten de unos últimos tiem-
pos muy difíciles para la humanidad y que,
según parece, coinciden con los de la época
actual. Teniendo en cuenta los tantos pro-blemas que la mayoría tiene es natural que
en el interior de muchos brote una resisten-
cia a escuchar mensajes pesimistas que
acrecienten el desasosiego que nos envuel-
ve, pero por poca atención que se preste es
fácil ver que muchas de las profecías que
circulan concuerdan con los titulares de los
medios de comunicación y que la factibili-
dad del cumplimiento de lo pronosticado es
cada vez mayor.
Es verdad que frecuentemente las profecías
aluden a las tribulaciones por las que pasará
la humanidad como consecuencia del grave
y culpable alejamiento de Dios, de sus
mandamientos, de la desatención a las ad-
vertencias y de haber seguido su loco cami-
no hacia el abismo. Pero todo esto, siendo
verdad, resulta ser verdad a medias, y ca-
rente de la debida perspectiva puede condu-
cir al error. Quien observa la gran cantidad
de advertencias y de mensajes proféticos
que el cielo ha regalado capta en primer
lugar que todo constituye un llamado a la
conversión, así como un más amplio pano-
rama de mensajes. Atender tan solo a un
aspecto de las profecías —de origen católi-
co—, aquel de ―malas noticias‖ puede in-
ducir al pesimismo, al fatalismo y a algo
aún peor: la desesperanza, todo lo contrario de la intención del Autor de todo cuanto
contienen estos mensajes. Como todo
Evangelio, el que este mundo profético
contiene es una ―Buena Nueva‖.
El mensaje esperanzador
Los mensa-
jes ―positi-vos‖ y espe-
ranzadores
que el Cielo
ha dado a
través de
revelaciones
privadas
exceden con
creces los negativos. Considérense dos
como ejemplo: cuando hay una tormenta o
una larga noche oscura el hombre se puede mantener firme bajo la seguridad del fin del
mal tiempo: finalmente debe amainar la
tormenta o llegar la claridad del amanecer.
Así ocurre a quien estudia cuanto está
anunciado. Los mensajes proféticos, tanto
9
los de las Sagradas Escrituras como los
recibidos por distintas personas después
del siglo primero, describen un futuro ma-
ravilloso tras la purificación necesaria,
futuro del que podrán gozar en vida los que
sean preservados para él por el poder de
Dios. Un conocimiento sin duda esperanza-
dor para quienes vivimos estos tiempos
turbulentos.
De otro lado, en toda situación difícil por la
que pasa el hombre bien sea un peligro
físico, bien sea uno espiritual, bien sea de
ambos, necesita saber cómo salir bien de
ella. Los mensajes que el Cielo ha enviado
ofrecen una guía muy específica para en-
frentar las tribulaciones y pasar airosamente
las pruebas. El conocimiento y la acepta-
ción de ellos trae consigo paz, pues se con-
solida la confianza en el poder de Dios, que
todo lo sabe, todo lo puede, todo lo dispone para el bien de los fie-
les. Dios, Padre de Mi-
sericordia, ha dispuesto
las armas y las armadu-
ras para sobrevivir dig-
namente a las dificulta-
des de los últimos tiem-
pos anunciados y para
―pasar‖ con los nuestros
al reinado de paz y de
amor que Él tiene dis-puesto.
Una teología de la historia
Otros aspectos que no suscitan el suficiente
interés de algunos, quizás por falta de fe en
ellos, pero de los cuales las revelaciones
privadas ofrecen mucha información es el de las causas últimas —el por qué y el para
qué en los planes de Dios— de las tribula-
ciones: qué papel cumplen en el plan divino
de salvación .
Por lo demás, muchas preguntas surgen
cuando se busca por estos caminos el senti-
do del período que ya se vive, tanto en la
Iglesia como en el mundo. Por ejemplo:
¿Puede un católico respetuoso del Magiste-
rio de la Iglesia creer en las profecías pri-
vadas?
Las profecías bíblicas, ¿no son simples
figuras y géneros literarios?
¿La creencia en el milenarismo (la época de paz) no está prohibida por la Iglesia?
¿Cómo puede un Dios misericordioso per-
mitir tantas tribulaciones?
Si Dios quiere la conversión por amor y no
por miedo ¿por qué parece asustarnos con
advertencias de situaciones difíciles?
¿Qué tan cerca estamos del final de los
tiempos?
¿Cuál es la diferencia entre el fin de los
tiempos y el fin del mundo? ¿Cuál es su
relación?
¿Por qué tiene tanta importancia la Virgen María en estos últimos tiempos?
¿Es real la crisis profetizada para la Igle-
sia Católica para los últimos tiempos?
¿No será el Anticristo una figura literaria
bíblica más que una persona histórica
concreta ?
¿Deben divulgarse las advertencias y los
mensajes proféticos? ¿Quién debe hacerlo
y cómo?
Es consecuencia de la bondad infinita de Dios que Él quiere que sepamos todo cuan-
to hace falta conocer para nuestra salvación.
De allí que haya previsto esta necesidad y
se haya adelantado desde hace siglos ofre-
ciendo toda la información necesaria. Inclu-
so ha pensado en la respuesta a tantas ex-
presiones de in-
credulidad respec-
to a la veracidad
de las revelaciones
que Él hace en
todo tiempo.
10
A medida que se conocen las revelaciones
se descubre una perfecta exposición de una
teología de la historia realizada por Dios
por diversos medios: la explicación de sus
planes amorosos con la humanidad, con
todos y cada unos de sus hijos.
CREDIBILIDAD DE LAS REVELACIONES
Al cruzar y organizar temáticamente las
citas proféticas recopiladas se encuentran
asombrosas ―coincidencias‖ como las si-
guientes:
Concordancia entre los videntes
Como podrá ver
cada lector la
concordancia y
armonía entre los
videntes es asombrosa. Con-
forman como un
gran rompecabezas del que cada revelación
viene a ser como una pieza que aporta algo
propio al total y que reitera de alguna mane-
ra los temas centrales pero con su propio
matiz, y todo ello develándose poco a poco
a lo ancho del mundo y a lo largo de la
historia.
¿Cómo explicar estas asombrosas ratifica-
ción y complementariedad sin aceptar su
origen sobrenatural? No hay explicación
―humana" posible. Por otro lado, tanto los
Padres de la Iglesia como los santos, y los
videntes de los últimos ciento cincuenta años no han sacado provecho alguno que
pudiera hacer pensar en algún deseo de
mentir, así como no han contradicho con
sus actos la honestidad con que ―predican‖.
Además, los fenómenos por los que ellos
llegan a saber lo que dan a conocer van
normalmente acompañados de manifesta-
ciones sobrenaturales que producen frutos
de conversión y santidad en ellos y en mu-
chos de los que los rodean.
Nadie podría decir con sensatez que toda
esta expresión profética —que cubre los
cinco continentes durante dos mil años—
sea información sin
sentido o una gran
patraña o conspira-
ción para desorientar
a los hombres, cre-
yentes o no, para
alejarlos de la verdad
proclamada por la
Iglesia, cuando evi-dentemente se puede
deducir lo contrario. Unas cuantas y su-
puestas apariciones de la Virgen a presun-
tos videntes, cercanos geográficamente y en
el tiempo, podrían ser consideradas como
histeria o sugestión colectiva. Pero un con-
junto tan grande de fenómenos, tan esparci-
do en el tiempo y en la geografía mundial,
no puede ser descalificado a la ligera con
una acusación semejante: el asunto adquiere
otro cariz y exige otra respuesta.
Del estudio de unos pocos casos aislados
podría no deducirse veracidad alguna, pero tras un análisis serio del gran conjunto
informativo recibido y dado por los viden-
tes la credibilidad en todo cuanto aseveran
toma una fuerza avasalladora.
Concordancia con el Magisterio de la
Iglesia
Se observa fácilmente que
de todo lo dicho en el gran
conjunto de mensajes, aquí trascrito, nada atenta contra
lo enseñado por el magiste-
rio infalible de la Iglesia. La
mayoría de los videntes de los últimos si-
glos son personas sin instrucción especial
(pastores, campesinos, muchachas de servi-
cio, amas de casa, niños) gente del común y
sin capacidades extraordinarias; sin embar-
11
go, muestran en todo cuanto dicen una
sabiduría espiritual excepcional y un gran
conocimiento de los contenidos de la fe.
¿Cómo se puede explicar tanta sabiduría y
profundidad doctrinal en estos videntes si
sus mensajes no vienen del Cielo? ¿Dicien-
do que vienen del lado enemigo? Solo un
hombre realmente ciego podría afirmar cosa
semejante.
Concordancia con la profecía bíblica
Otro resultado asombroso
del estudio es la visión de la congruencia entre las
profecías bíblicas y las de
los videntes, entre la reve-
lación ―pública‖ con la
revelación ―privada‖. Y no podría ser de
otro modo teniendo ambas a Dios como
autor. En la presentación que estas libros
pretenden se intercalan las citas bíblicas en
concordancia con cada tema para que pueda
apreciarse su armonía y se logre una mayor
comprensión del contenido de los mensajes.
Puede decirse con seguridad que la revela-ción privada explica la revelación bíblica, la
hace más comprensible, la devela aún más
según la realidad histórica y el modo de su
cumplimiento.
Congruencia con el sentido común y
la lógica histórica
No se necesita ser un historiador para ver
en las simples noticias de diarios y televi-
sión que el mundo está entrando acelera-damente a la que podría considerarse como
primera etapa de la debacle. Ni se necesita
ser un científico social para darse cuenta de
que las proyecciones políticas, económicas,
culturales, religiosas y sociales permiten
deducir la facti-
bilidad de las
siguientes etapas
[en la lógica de
las profecías, siempre y cuando no haya una
radical e inmediata conversión mundial].
Coincidencia con otros mensajes
proféticos no cristianos
Causa cuando menos curiosidad y extrañeza
la similitud entre un gran conjunto de pro-
fecías
existentes
en casi
todas las
épocas y
culturas. Tanto en
las culturas prehispánicas centroamericanas
como la hindú, la judía, la egipcia, la euro-
pea antigua y la musulmana, a lo largo de
los siglos, todas coinciden en pronosticar
unos tiempos cataclísmicos históricos uni-
versales previos a un renacer esplendoroso.
En sus distintas cronologías todas predicen
una época de purificación y renovación que
coinciden con alto grado de aproximación
con el año 2000 de la era cristiana (pocos
años más o menos) y que se extiende por un corto período. También en los últimos años
todo un grupo de parasicólogos, de perso-
nas creyentes en los OVNIS y de gente
adepta al movimiento de la Nueva Era,
ofrecen profecías similares y unas cuantas
diferencias.
Estas similitudes (¿simples coincidencias?)
pueden o no aportar validez a las profecías
―católicas‖. Pero las diferencias sí pueden
resultar muy significativas para la fe católi-
ca y la salvación del alma. En el caso de las
profecías cuyo origen es el conjunto de
doctrinas y enseñanzas de la Nueva Era y
de los creyentes en Ovnis, podría decirse
que buscan imitar las profecías de origen cristiano y adaptarla para sus fines de con-
quista de adeptos a sus oscuros propósitos.
En el noveno libro puede verse el desarrollo
de este tema.
12
DEDICATORIA
A los Cardenales, Obispos, Sacerdotes,
teólogos, estudiosos del tema y servidores
de grupos de oración y de comunidades a
quienes corresponde discernir los signos de
los tiempos y orientar el caminar del pueblo de Dios en esta turbulenta época de la histo-
ria.
A todos los buscadores de la verdad de
todas las religiones y creencias.
La información necesaria sobre el impor-
tante tema de las revelaciones privadas de
origen católico sobre los últimos tiempos es muy amplia y suele estar dispuesta de tal
forma que resulta difícil estudiarse en pers-
pectiva. Muchas veces sus ramas no dejan
ver el árbol con las consecuencias negativas
esperadas: una verdad a medias suele indu-
cir errores de apreciación. Es el deseo del
autor de esta compilación que su trabajo
contribuya al esclarecimiento de la Verdad
al respecto y que esta sea utilizada para dar
mayor gloria a Dios y facilitar la salvación
de muchas almas.
Agradezco mucho a Alejandro Pedraza,
Antonio Yague, Rafael Arango. José Galat,
Susana Díaz, Julián Gómez, Francisco y
Juan Carlos Sánchez-Ventura, Fausto Ga-
leano y a muchas otras personas que fueron
decisivas con su ayuda a la obra. Agradezco
sobremanera a mi familia su apoyo y com-
prensión, y solicito su perdón por el sacrifi-
cio en todos los aspectos a que se vieron
avocados por mi dedicación en exclusividad a este proyecto durante un largo período,
descuidando un poco mis deberes de estado.
DECLARACIÓN
Amparado por el decreto del 15 de No-
viembre de 1966 publicado en el ―Acta
Apostolicae Sedis‖ el 29 de diciembre de
1966 (Volumen 58, número 16) este libro
se publica sin necesidad de Censura Ecle-
siástica. Este decreto se basa en la deroga-
ción que hizo el Papa Pablo VI de los cáno-
nes 1.399 y 2.318 del Derecho Canónico
que exigían esta censura cuando se escribie-ra sobre temas referentes a nuevas aparicio-
nes y manifestaciones Divinas en lo que
conocemos como revelación privada.
En la actualidad los estudiosos pueden
editar escritos referentes a este tema sin el
conocido Imprimatur con tal de que se
ajusten a la moral y a la fe aceptada por el
Magisterio de la Iglesia.
De otro lado, de acuerdo al decreto del Papa
Urbano VIII al respecto, declaro que de
ninguna revelación privada consignada en
este documento afirmo su origen
ral, y al respecto me atengo al juicio de la Autoridad Superior Competente. No pre-
tendo, por lo tanto, adelantarme al juicio
definitivo de la Jerarquía Eclesiástica y me
someto incondicionalmente al dictamen
final y oficial de este Magisterio
PLAN DE TEMAS DE LA OBRA Como puede verse en la
página frontal la obra está
estructurada en cuatro gru-
pos de tres libros. Aunque
se puede leer cualquiera de
los libros en forma independiente y se pue-
de leer el total de la obra en cualquier or-
den, el diseño cuenta con una estructura
secuencial lógica que tiene una meditada
utilidad.
13
REVELACIONES DE JESÚS Y MARÍA SOBRE
ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS
TÍTULOS DE LA SERIE DE LIBROS*
Trilogía de la Esperanza
1. LA MARAVILLOSA ÉPOCA DE PAZ Y AMOR QUE SE APROXIMA
2. ¿PUEDE UN CATÓLICO, RESPETUOSO DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA,
CREER EN LAS PROFECÍAS PRIVADAS?
3. REVELACIONES SOBRE LA VIDA DESPUÉS DE LA VIDA
Trilogía de la Fe
4. ¿COMO PUEDE UN DIOS MISERICORDIOSO PERMITIR TANTAS
TRIBULACIONES A SUS CRIATURAS?
5. UN GRAN PLAN DE DIOS PARA LA SALVACIÓN Y RENOVACIÓN DE ESTE
MUNDO EN CRISIS
6. INSTRUCCIONES DEL CIELO PARA PROTEGERNOS DURANTE LAS
TRIBULACIONES DE ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Trilogía apostólica (primer libro)
7. LA PROFETIZADA CRISIS EN LA IGLESIA CATÓLICA Y SU RENOVACIÓN
Trilogía de la Caridad
8. LA CRISIS GLOBAL PROPICIA PARA EL SURGIMIENTO DE UN NUEVO
ORDEN MUNDIAL Y DE UNA IGLESIA ECUMÉNICA UNIVERSAL
9. EL CERCANO Y CORTO REINADO DEL ANTICRISTO PROFETIZADO
10. LA GRAN TRIBULACIÓN FINAL ANTES DE LA RENOVACIÓN DEL
MUNDO
Trilogía Apostólica
11. ¿DEBEN DIVULGARSE LAS ADVERTENCIAS Y MENSAJES PROFÉTICOS?
LOS APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
12. MENSAJES DE LA VIRGEN MARÍA AL PADRE GOBBI SOBRE ESTOS
ÚLTIMOS TIEMPOS
______________________________________ *Ver índices más detallados de los libros y sus capítulos al final del libro
14
Todo lo que el Cielo revele tiene como fin
fortalecer las tres virtudes teologales: fe,
esperanza y caridad, fundamento de todas
las demás. Por demás, todo lo que comuni-
ca el cielo tiene por objeto la salvación de
almas e implica para quien lo recibe la
responsabilidad de ser divulgador. Así se
conformaron las trilogías:
Trilogía de la esperanza
Necesitamos urgen-temente de esperanza
para seguir luchando
en la vida, tanto a
nivel humano como a
nivel espiritual. En el
primer libro La ma-
ravillosa época de
paz y amor que se aproxima las revelacio-
nes nos dan la esperanza cierta de un cielo
nuevo y la tierra nueva prometidos luego de
esta purificación. Su cercanía, y su disfrute con los nuestros debe llenarnos de alegría.
En el segundo libro ¿Puede un católico,
respetuosos del magisterio de la Iglesia
creer en las profecías bíblicas y privadas?
no solo encontramos respuesta afirmativa a
la pregunta, sino la explicación de cómo sí
es lícito de acuerdo al magisterio creer en
un milenio esplendoroso dentro de la
próxima historia de la humanidad. En el
tercer libro (Revelaciones sobre la vida
después de la vida) puede verse la diferen-
cia entre el fin de los tiempos y el fin del mundo; con ese conocimiento puede reno-
varse la virtud teologal de la Esperanza por
cuanto se recuerda el Cielo prometido a
quienes acepten la invitación de Dios a
compartir su feli-
cidad eterna.
Infinitamente más
importante que ser
merecedores de
participar en el maravilloso mile-
nio que se aproxima, que es temporal, es ser
considerados dignos de la felicidad eterna.
Trilogía de la Fe
El cuarto libro
(¿Como puede
un Dios miseri-
cordioso permi-
tir tantas tribu-
laciones a sus
criaturas?)
puede ayudar a
mantener la fe pues ayuda a
comprender
cómo esta puri-
ficación es per-
mitida —no causada— por Dios como una
expresión de su misericordia, aunque tam-
bién de su justicia; que Él no permite o
quiere nada que no sea bueno para sus
hijos, y si lo permite será para la salvación
de un mayor número de almas, para la glo-
ria de su nombre. El quinto libro (Un gran plan de Dios para la salvación y renova-
ción de este mundo en crisis) ayuda a to-
mar conciencia de cómo esta etapa de la
historia estaba prevista dentro del plan de
Dios para la salvación de la humanidad,
para la segura victoria de la Virgen María y
de su linaje sobre Satanás y sus huestes en
la gran batalla final profetizada en el libro
del Génesis (Gen 3, 14-15) y en el del Apo-
calipsis (Ap 13, 1-3, 13), base para la reno-
vación del mundo.
El conocimiento de esto debe ayudar a
aumentar la fe del creyente, del mismo
modo que el contenido del libro sexto (Ins-
trucciones del cielo para protegernos du-
rante las tribulaciones de estos últimos
tiempos) debe mover a la confianza aban-donada en Dios Padre de misericordia. Dios
ha previsto la protección de su pueblo du-
rante esta época de grandes tribulaciones
como expresión de su amor.
Trilogía de la Caridad
15
Los libros
octavo (La
crisis global
propicia para
el surgimiento
de un Nuevo
orden mundial
y de una Iglesia
ecuménica universal), noveno (El cercano y
corto reinado del Anticristo profetizado) y décimo (La gran tribulación final antes de
la renovación del mundo) ofrecen una rela-
ción secuencial de los eventos históricos
advertidos por el Cielo para los próximos
años previos a la renovación del mundo. Es
la descripción de los duros hechos que han
de ocurrir, usualmente son los más divulga-
dos y su aceptación es la más difícil. Como
dijimos, ellos solos, sin aquello que los dota
del sentido querido por Dios en su plan de
salvación, pueden traer mucho desasosiego. Dios nos da esta información con el propó-
sito de conocer con anticipación los eventos
para entenderlos y poderlos manejar apro-
piadamente según sus instrucciones. No da
Dios sus dones para nuestra intranquilidad,
sino para nuestro bien. Lo nuestro es la
correspondencia.
Llamamos a esta trilogía de la Caridad, para
hacer ver que esto entra en los planes mise-
ricordiosos de Dios y que durante este per-
íodo va a ser necesaria en la Iglesia rema-
nente un despliegue especial del amor fra-
terno tendiente al apoyo mutuo para pasar
la dura prueba a la que vamos a estar some-
tidos.
Trilogía apostólica
El séptimo libro
(La profetizada
crisis en la igle-
sia católica y su
renovación) está
situado dentro de
la secuencia
anterior de la trilogía de los eventos de las
tribulaciones. Se hace así para mostrar la
relación causa - efecto entre esta descrip-ción de la Gran apostasía profetizada, las
tribulaciones y la aparición del Anticristo (1
Tes 2, 3-4). Son también mensajes de difícil
aceptación, quizás por el amor hacia nues-
tra Santa Madre Iglesia, y aún así es un
canto a la esperanza pues se cumplirá la
promesa del Señor acerca del que ―las puer-
tas del Infierno no prevalecerán contra
ella‖. La prueba por la que va a pasar el
cuerpo místico de Cristo, a semejanza de la
que pasó Jesús, su
Cabeza, tiene
un propósito,
y, como Él,
resucitará
hermosa-
mente renovad.
El libro undécimo (¿Deben divulgarse las
advertencias y mensajes proféticos? Los apóstoles de los últimos tiempos) presenta
una respuesta afirmativa a la pregunta y
ayuda a tomar conciencia de la urgencia de
la divulgación de los mensajes proféticos y
de un apostolado de los últimos tiempos. El
Cielo nos da toda una guía de acción como
parte del plan salvífico.
El último libro (Mensajes de la Virgen María al padre Gobbi sobre estos últimos
tiempos) documenta en forma temática
parte de los mensajes que la Virgen dio
durante 25 años al Padre Gobbi, quien guía
humanamente el Movimiento Sacerdotal
Mariano. Dejó estos mensajes y adverten-
cias proféticas consignadas en su libro “A
los Sacerdotes, hijos predilectos de la
Santísima Virgen”, editado con imprimatur.
En esta obra la Virgen presenta un panora-
16
ma global completo sobre todos los temas
referentes a los últimos tiempos vistos en
los otros libros. Puede leerse a modo de
resumen.
Al Movimiento Sacerdotal Mariano están
adscritos más de 100.000 sacerdotes (casi
un 20% de los sacerdotes del mundo) y más
de 400 Cardenales y Obispos. Los siguen
millones de laicos que se reúnen semanal-
mente en cenáculos de oración y estudian
las revelaciones privadas recibidas. Aún así,
esta institución tiene detractores y ante él
algunos jerarcas reaccionan con increduli-dad.
Este ejemplo
nos permite
también mos-
trar la serie-
dad del tema y rebatir ataques simplistas
que descalifican a las personas que creemos
en estos planteamientos, y que nos tildan de
ignorantes, fanáticos y desobedientes a la
Jerarquía cuando los divulgamos.
Vemos los índices generales de los doce
libros al final de este libro.
PRESENTACIÓN DE LA OBRA EN VERSIÓN DE LIBROS
ELECTRÓNICOS PARA VER EN CUALQUIER COMPUTADOR,
CON IMPORTANTES COMPLEMENTOS
Los doce libros en versión digital en
Para versatilidad en el manejo de los doce
temas y libros se provee una presentación
de estos en versión electrónica (e-books) en
4 CD-Roms que agrupan tres libros en cada
uno, como se ve en la carátula interior (al
inicio). De esta forma el CD-Rom A agrupa
en la trilogía de la Esperanza que incluye
los libros 1, 2 y 3 de la serie, el CD-Rom B integra la trilogía de la Fe con los libros 4, 5
y 6, etc.
Los CD-Roms se abren desde cualquier
computador, en PDF, y se pueden leer en
pantalla, con la ventaja de que las ilustra-
ciones están a todo color en versión más
estética. Permite imprimir selecciones de
textos para fines de estudio personal o gru-
pal, aunque se pide respeto de derechos de
autor, en impresión en escala o con afán de lucro.
Presentación PowerPoint de resumen
y materiales de trabajo imprimibles
para estudio personal o para grupos
de estudio
En los CD-Roms se incluye un juego de
diapositivas en POWERPOINT como re-
sumen y presentación para cada uno de los
libros. Esto facilita en forma por demás
clara, gráfica y sencilla, el estudio de cada libro sea en forma personal o en grupos de
estudio. Cada presentación en PowerPoint
de cada libro tiene a su vez unos formatos
de trabajo en forma de guía de estudio que
facilita el manejo del tema en forma didác-
tica. Estos se pueden imprimir conforman-
do una especie de manual ilustrado de estu-
dio y trabajo de toda la obra.
Películas sobre las principales Apari-
ciones de la Virgen y de sus mensajes,
y de otras revelaciones privadas
Por último, se incluyen en cada uno de los
CD-Roms de una serie de clips sobre las principales apariciones de la Virgen María
y de otras revelaciones privadas, en videos
en formato MPG que se puede ver desde
cualquier computador. Esto termina de dar
una presentación agradable y pedagógica a
la obra.
REVELACIONES SOBRE LA VIDA
DESPUÉS DE LA VIDA
A. EL REAL FIN DEL MUNDO Y EL JUICIO
UNIVERSAL
1. SEGUNDA VENIDA DE CRISTO AL FIN DEL MUNDO,
PARA EL JUICIO FINAL
PRECEDENCIA DEL FIN DE LOS
TIEMPOS AL MILENIO, LUEGO
DEL CUAL SIGUE EL FIN DEL
MUNDO
La Gran Tribulación es el primer
fin… Pero a vosotros los que habitáis
la tierra en este año 2000, os digo que
ese primer fin de este capítulo 24 de
San Mateo, lo tenéis ya mismo a las
puertas… A Pequeña Alma, España 2000: (J) “Mas el
que persevere hasta el fin, ese se salvará”
(Mt 24, 13).
¿De cuál fin se habla aquí?, porque en el
versículo siguiente 14, se habla de otro
“fin”.
En este versículo 13 se habla del fin de la
Gran Tribulación… o sea, la Gran Tribula-
ción es el primer fin.
A mis contemporáneos de Jerusalén les
prediqué este fin de su Gran Tribulación, la
cual vivieron con la destrucción del templo
y de Jerusalén, causada por los romanos
años más tarde, y que se contiene en los
versículos del 15 al 20.
Pero a vosotros los que habitáis la tierra en
este año 2000, os digo que ese primer fin de
este capítulo 24 de San Mateo, lo tenéis ya
mismo a las puertas… Y no podéis perseve-
rar en la verdadera fe de mi Iglesia Católi-
ca y llegar a él para salvaros, como no
hagáis caso de las palabras que mi Santa Madre os viene anunciando por todo el
mundo con sus manifestaciones y aparicio-
nes a niños, jóvenes, adultos y ancianos de
toda clase y condición social y religiosa…
Tendré que venir a reinar en la tierra
durante mil años, en los cuales
Satanás permanecerá encadenado en
el abismo… y cuando digo “mil
años”, quiero decir mil años, pues
18
esto es Palabra del Padre y no tiene
ninguna intención doble o
interpretación simbólica o estilística,
sino que serán mil años del tiempo de
vuestra tierra y mundo (Ap 20, 2-3).
A Pequeña Alma, España 2000: (J) Tendré
que venir a reinar en la tierra durante mil
años, en los cuales Satanás permanecerá encadenado en el abismo… y cuando digo
“mil años”, quiero decir mil años, pues
esto es Palabra del Padre y no tiene ningu-
na intención doble o interpretación simbó-
lica o estilística, sino que serán mil años
del tiempo de vuestra tierra y mundo (Ap
20, 2-3).
Yo tengo que venir a reinar en la tierra,
como así os enseñé en la oración al Padre
Nuestro: “Venga a nosotros tu Reino”… y
esto aún no ha sucedido en la tierra de un modo universal. Y También dije que “El
Reino de Dios no vendrá a vosotros osten-
siblemente, ni podréis decir: -está aquí o
allí- , porque el Reino de Dios está dentro
de vosotros (Lc 17, 21)
...por el amor a su Venida Gloriosa e
Intermedia, como un anticipo la
última y definitiva, en la que por
ahora no tenéis que pensar porque no
la conoceréis en estos tiempos, pues
será en otros ya anunciados para el
Juicio Final
A pequeña Alma, España 2001: Esto te dirá mi Hijo... no lo dudes y sigue animando la
fe de tus hermanos y hermanas, que todos
los que estén esperando a Mi Hijo, cuando
vuelva les dará su premio a la fe y a la
constancia que han tenido sobrellevando la
incomprensión y burlas de los demás, por
el amor a su Venida Gloriosa e Intermedia,
como un anticipo la última y definitiva, en
la que por ahora no tenéis que pensar por-
que no la conoceréis en estos tiempos, pues
será en otros ya anunciados para el Juicio Final
“Yo creo por la Gracia de Dios, pero
esta noticia creo que muchos no la
van a creer en la Iglesia, pues en el
Magisterio se habla de dos Venidas
tuyas nada más, la Primera y la
Segunda y última en Gloria…”
A Pequeña Alma, España 2001 (J) “Ese
Hombre noble que se fue a un país lejano
para recibir el poder real y volver ensegui-
da” (Lc 19, 12) Soy Yo, que me fui al Padre
cuando resucité y ahora vuelvo como Rey
de Paz y de Amor, Es mi venida intermedia
antes de la final como Juez de vivos y muer-
tos.
¡Señor mío! Yo creo por la Gracia de Dios,
pero esta noticia creo que muchos no la van
a creer en la Iglesia, pues en el Magisterio
se habla de dos Venidas tuyas nada más, la
Primera y la Segunda y última en Gloria…
Sí hijo mío, y así es, pero está escrito en
San Lucas 18, 8: “Pero cuando venga el
Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la
tierra?”, y esa es una venida mía revelada pero no suficientemente explicada es ahora
cuando la estoy comunicando abiertamente
19
a mi Iglesia a través almas pequeñas y no
de los sabios y entendidos… Ya es hora de
hablar de esto, mi Santísima Madre lo está
anunciando hace tiempo y no es escuchada;
no te extrañes tú, que tampoco te crean…
no es a ti, hijo mío, es a Mí a quien no
creen…
Esta Venida mía no tiene relación con el
pecado… Mi primera venida fue como Redentor del hombre; esta venida interme-
dia es como Rey de Paz y de Amor, y la
última y final será como Juez universal de
toda naturaleza humana y angélica.
Yo no puedo venir a reinar ahora, en Per-
sona y Resucitado a vuestro mundo… no
me aceptarías… pues salvo una muy pe-
queña minoría, la mayoría no aceptáis a mi
Santísima Madre, cuando se aparece a los
niños, a los jóvenes y a los ancianos… (Hch 2, 17-18). Yo también me aparezco y no me
aceptáis… porque ya no tenéis fe y estáis
tan corrompidos e insensibles a todo lo
espiritual y verdadero, que ya no tenéis
más fe, sino sólo en lo que veis y tocáis,
como el apóstol Tomás
Será el retorno de Jesús en su gloria,
antes de su última venida para el
Juicio Final, cuya hora sigue aun
escondida en los secretos del Padre
Al Padre Gobbi, Milan, Italia, 1972. Seme-jante a la primera será su segunda venida,
hijos predilectos. Como fue su nacimiento
en esta noche (conmemoración de la navi-
dad), será el retorno de Jesús en su gloria,
antes de su última venida para el Juicio
Final, cuya hora sigue aun escondida en
los secretos del Padre.
También en esta segunda venida, el Hijo
vendrá a ustedes a través de su Madre.
Como el Verbo del Padre se sirvió de mi
seno virginal para llegar a ustedes, así también Jesús se servirá de mi Corazón
Inmaculado para llegar a reinar entre
ustedes.
Esta es la hora de mi Corazón Inmaculado
porque se está preparando la venida del
glorioso Reino de amor de Jesús.
EL ÚLTIMO CICLO
Lo arrojó al Abismo, cerró con llave
y además puso sellos para que no
pueda seducir más a las naciones
hasta que pasen los mil años
San Juan, Isla de Patmos, 95 d.c.: Lo
arrojó al Abismo, cerró con llave y
además puso sellos para que no pueda seducir más a las naciones hasta que
pasen los mil años. Después tendrá que
ser soltado por poco tiempo.
Y cuando se terminen los mil años,
Satanás será soltado de su prisión,
20
saldrá a engañar a Gog y Magog, es
decir, a las naciones de los cuatro ex-tremos de la tierra, una multitud tan
numerosa como las arenas del mar.
Invadieron el país entero y cercaron el
campamento de los santos, la Ciudad muy amada, pero bajó fuego del cielo y
los devoró.(Ap 20, 3.7-9)
Después de los mil años, cuando,
cuando sea soltado (Satanás), volverá
a seducir a los hombres desviándolos
de la Verdad de nuevo, y cuando una
vez más crea ganar la batalla a Dios,
descenderá fuego del cielo y los
devorará
A Pequeña Alma, España 2001 (J) Después
de los mil años, cuando, cuando sea soltado
(Satanás), volverá a seducir a los hombres
desviándolos de la Verdad de nuevo, y
cuando una vez más crea ganar la batalla a
Dios, descenderá fuego del cielo y los de-
vorará, “El Diablo, que los extraviaba,
será arrojado en el estanque de fuego y
azufre, donde también están la Bestia y el Falso Profeta, y serán atormentados día y
noche por los siglos de los siglos” (Ap 20,
7-15).
Después vendrá el Juicio Universal con mi
Venida como Juez de vivos y muertos…
pues esta venida intermedia mía, será como
Rey de Paz y Misericordia, y la última
como Rey de Justicia. (Mt 25, 31-46)
LLEGADA DEL FIN DEL
MUNDO TRAS EL MILENIO.
VUELTA DE JESÚS ENTRE
LAS NUBES, TAL Y COMO
FUE ANUNCIADO PARA EL
JUICIO FINAL
Después, cuando acaben los mil años
de mi Reinado en la tierra, subiré al
Cielo y volveré como Juez de vivos y
muertos, entonces será también el fin
de este mundo
A Pequeña Alma, España 2001 (J) Des-
pués, cuando acaben los mil años de mi
Reinado en la tierra, subiré al Cielo y vol-
veré como Juez de vivos y muertos, enton-
ces será también el fin de este mundo…
entended bien lo que os digo, porque algu-
nos sabios y prudentes están equivocados y
dormidos pensando que mi Venida en Glo-
ria está aún muy lejana y no cuentan con
esta Venida intermedia claramente anun-ciada en las Escrituras por Mí y el Espíritu
Santo.
Este segundo fin, es el último final de
la humanidad que concluirá con el
Juicio universal
A Pequeña Alma, España 2001 (J) “Será
predicado este Evangelio del Reino en todo
el mundo, como testimonio para todas las
naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt 24,
14)
He aquí el segundo fin…
Este es un pasaje que lo entienden mal
muchos en mi Iglesia y les sirve para seguir
dormidos, ya que piensan que aún quedan
muchas partes del mundo sin conocer mi
Buena Noticia…como es casi toda Asia,
con la China y Japón, la India y otras na-
ciones… parte del África, donde apenas si
hay pocos misioneros cristianos… y por lo
21
tanto aún queda mucho tiempo para que se
cumplan éstas mis Palabras y llegue el fin
de las cosas o del mundo.
Este segundo fin, es el último final de la
humanidad que concluirá con el Juicio
universal, y como muchos creen y piensan,
está aún lejano, por lo que no nos corres-
ponde ahora vivirlo, pues antes tiene que
ser predicado mi Evangelio por todo el mundo, y como he dicho antes, quedan
grandes naciones y lugares que aún no lo
han oído, y esto requerirá tiempo y trabajo
misionero, el cual está previsto por la pro-
videncia de mi Padre y el vuestro, para el
Reino de Paz en esos mil años anunciados
en Ap 20, 1-6. Leedlo, porque está muy
claro par los que atienden y escuchan los
mensajes de mi Santa Madre y míos en
estos últimos días… No vengo a deciros
nada nuevo que no esté escrito y revelado, sino que vengo a explicaros las Escrituras
a través de mis pequeños… pero no los
atendéis…
Y en ese preciso momento verán
al Hijo del Hombre viniendo en
la Nube, con gran poder e infinita
gloria (Jesús, Jerusalén, 33 d.c. Lc 21, 27)
Este que os ha sido llevado, este
mismo Jesús, vendrá así tal como
le habéis visto subir al cielo
Lucas, Antioquia, 81 d.c.: Y dicho esto,
fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando
ellos mirando fijamente al cielo mien-
tras de iba se le aparecieron dos hom-bres vestidos de blanco que les dijeron:
―Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al
cielo? Este que os ha sido llevado, este
mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo‖ (Hch 1, 9-
11)
Miren que viene entre las nubes, y
todos lo verán
San Juan, Isla de Patmos, 95 d.c.: Miren
que viene entre las nubes, y todos lo
verán, aun los que lo hirieron y llorarán por su muerte todas las naciones de la
tierra. Sí, así será.
Yo soy el Alfa y el Omega, dice el Se-ñor Dios, el que Es, el que era y el que
ha de venir; el Señor del Universo. (Ap
1, 7-8)
Mientras todas las razas de la
tierra se golpearán el pecho, verán
al Hijo del Hombre viniendo sobre
las nubes del cielo con el poder
divino y la plenitud de la gloria
Jesús, Jesrusalén 33 d.c.: Mientras to-
das las razas de la tierra se golpearán el
pecho, verán al Hijo del Hombre vi-
niendo sobre las nubes del cielo con el poder divino y la plenitud de la gloria.
Enviará a sus ángeles, que tocarán la
trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un ex-
tremo al otro del mundo. (Mc 24, 30-
31)
22
A Él se le dio poder, honor y
reino, y todos los pueblos y las
naciones de todos los idiomas le
sirvieron
Daniel, Babilonia, 590 a.c.: En las nu-
bes del cielo venía uno como hijo de
hombre. Se dirigió al Anciano y fue llevado en su presencia
A Él se le dio poder, honor y reino, y todos los pueblos y las naciones de
todos los idiomas le sirvieron. Su poder
es poder eterno y nunca pasará; y su
reino jamás será destruido. ( Dan 7, 13-14)
COLABORACIÓN DE LOS
ÁNGELES EN LA SIEGA
La siega es el fin del mundo; los
segadores son los Ángeles
Jesús, Jerusalén, 33 d.c..:El que siembra
la buena semilla es el Hijo del Hombre;
el campo es el mundo; la buena semilla
son los hijos del Reino; la cizaña son
los hijos del maligno; el enemigo que la
siembra es el diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los Ánge-
les; de la misma manera, pues, que se
recoge la cizaña y se quema en el fue-
go, así será en el fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus Ángeles que
recogerán de su Reino todos los escán-
dalos y a todos los obradores de la ini-quidad y los arrojarán en el horno de
fuego: allí será el llanto y rechinar de
dientes.
Entonces los justos brillarán como el
sol en el Reino de su Padre. (Mt 13, 37-
43)
Así sucederá al fin del mundo:
saldrán los Ángeles, separarán a
los malos de entre los justos y los
echarán en el horno de fuego
Jesús, Palestina, 30 d.c.: También es
semejante el Reino de los Cielos a una res que se echa en el mar y recoge pe-
ces de todas clases, y cuando está llena,
la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en
cestos los buenos y
tiran los malos. Así sucederá al fin del
mundo: saldrán los
Ángeles, separarán a
los malos de entre los justos y los echarán en
el horno de fuego, allí
será el llanto y el re-chinar de dientes (Mt
13, 44.50)
23
2. RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
RESURRECCIÓN DE TODOS
LOS MUERTOS DE LA
HISTORIA, Y JUICIO DE
TODOS LOS SERES HUMANOS
EN EL LLAMADO JUICIO
UNIVERSAL
El mar devolvió sus muertos, la
tierra y el abismo devolvieron a
sus muertos y todos fueron
juzgados según sus obras
San Juan, Isla de Patmos, 95 d.c.: Vi
luego un trono grande y resplandecien-te. Tierra y cielo se desvanecieron ante
la presencia del que estaba sentado
sobre el trono y desaparecieron sin de-jar rastro. Vi también a los muertos,
tanto a los poderosos como humildes,
que estaban de pie ante el trono. Se abrieron entonces los libros, se abrió
otro libro – el libro de la Vida-, y los
muertos fueron juzgados según sus
obras, conforme a lo que estaba escrito en los libros. El mar devolvió sus muer-
tos, la tierra y el abismo devolvieron a
sus muertos y todos fueron juzgados según sus obras.
Muerte y abismo
fueron arrojados después al estanque
de fuego; he aquí la
segunda muerte: el
estanque de fuego, al que fueron arro-
jados todos los que
no estaban inscritos en el libro de la
Vida. (Ap 20, 11-
15)
Llega la hora en que todos los que
estén en los sepulcros oirán su voz
Jesús, Jerusalén, 33 d.c..: En verdad, en
verdad os digo: llega la hora (y ya es-tamos en ella), en que los muertos oirán
la voz del Hijo de Dios, y los que la
oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le
ha dado al Hijo tener vida en sí mismo,
y le ha dado poder para juzgar, porque
es Hijo del hombre.
No os extrañéis de esto: llega la hora en
que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan
hecho el bien para una resurrección de
Vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de Juicio. (Jn 5,
21-29)
¿Os parece increíble que Dios
resucite a los muertos?
San Pablo, Jerusalén, 50 d.c.: Ahora estoy sometido a Juicio por confiar en
la promesa que hizo Dios a nuestros
antepasados, la misma que nuestras
24
doce tribus, sirviendo a Dios asidua-
mente, día y noche, esperan alcanzar.
Por tener esta esperanza, majestad, me acusan los judíos. ¿Os parece increíble
que Dios resucite a los muertos? (Hch
26, 6-8)
TRANSFORMACIÓN DE
TODOS LOS CUERPOS PARA
LA GLORIA O LA
CONDENACIÓN
Y muchos de los que duermen en
el polvo de la tierra se
despertarán, unos para la Vida
Eterna, otros para la vergüenza,
para el castigo eterno
Daniel Babilonia, 590 a.c.: Y muchos
de los que duermen en el polvo de la
tierra se despertarán, unos para la Vida Eterna, otros para la vergüenza, para el
castigo eterno. Los sabios brillarán con
el esplendor del firmamento; y los que
guiaron a muchos por el buen camino, como las estrellas por toda la eternidad
(Dn 12, 2-3)
Todos los cuerpos resucitarán en el
último día: “los que hayan hecho el
bien resucitarán para la vida; los que
hayan hecho el mal, para la
condenación
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Los
apóstoles estaban reunidos en el cenáculo
y, por temor a los judíos, tenían las puertas
cerradas: “estaban hablando de estas co-sas, cuando él se presentó en medio de ellos
y les dijo: “la paz sea con vosotros”. So-
bresaltados y asustados, creían ver un
espíritu. Pero él les dijo: “¿Por qué os
turbáis y por qué se suscitan dudas en vues-
tro corazón? Mirad mis manos y mis pies;
soy yo mismo. Palpadme y ved que un espí-
ritu no tiene carne ni huesos como veis que
yo tengo.” Y diciendo esto les mostró las
manos y los pies. Como ellos no acabasen
de creerlo a causa de la alegría y estuvie-
sen asombrados, les dijo: “¿Tenéis ahí algo
de comer?” Ellos le ofrecieron parte de un
pez asado. Lo tomó y comió delante de
ellos. (Lc 24, 36-43)
Como has podido comprender, la diferen-
cia entre un cuerpo espiritual y un cuerpo
resucitado y glorioso es inmensa; por otra
parte, todos los cuerpos resucitarán en el
último día: “los que hayan hecho el bien
resucitarán para la vida; los que hayan
hecho el mal, para la condenación” (Jn 5,
29).
En un instante, en un abrir y
cerrar de ojos, al son de la última
trompeta – pues tocará la
trompeta -, los muertos
resucitarán incorruptibles y
nosotros seremos transformados
San Pablo, Palestina, 50 d.c.: Mirad, voy a confiaros un misterio: no todos
moriremos, pero todos seremos trans-
formados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la última trom-
25
peta – pues tocará la trompeta -, los
muertos resucitarán incorruptibles y
nosotros seremos transformados. Por-que es necesario que este ser corruptible
se vista de incorruptibilidad y este ser
mortal se vista de inmortalidad; enton-
ces se cumplirá lo que dice la escritura: la muerte ha sido vencida. ¿Dónde está,
muerte, tu victoria? ¿Dónde está muerte
tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado y el pecado ha desplegado su
fuerza con ocasión de la Ley.( 1 Cor 15,
51-57)
Volvamos ahora de nuevo a las
Escrituras para que veáis la
diferencia entre un cuerpo espiritual
y un cuerpo resucitado y glorioso
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Los
ángeles son espíritus que no tienen “carne
ni hueso” y, sin embargo, estos seres celes-
tiales toman la apariencia humana cuando
tiene que realizar alguna misión en la tie-rra; y lo mismo que ellos lo hacen las al-
mas, que, en espera de sus cuerpos resuci-
tados y gloriosos, se revisten, cuando lo
han menester, de un cuerpo espiritual se-
mejante al cuerpo material. Esta virtud o
capacidad no solo la poseen las almas
glorificadas y los ángeles, como antes te he
dicho, tienen también esta capacidad – que
para ellos no es virtud, pues la emplean
para hacer el mal – los demonios que sien-
do espíritus, “se transforman muchas veces en ángeles de luz” (2 Cor 11, 14), en hom-
bres y en reptiles abominables.
Los santos que muchas veces se han mani-
festado a las almas no eran una sombra
indefinida, una luz o algo enigmático; su
presencia era como la de un hombre real,
casi la del mismo que una vez abandonó la
tierra; sin embargo, si el hombre favoreci-
do por esta visita hubiera tratado de tocar
a quien se le manifestaba, se habría dado
cuenta de que esta no tenía “carne ni hue-
sos”, porque era sólo una apariencia de la realidad. Volvamos ahora de nuevo a las
Escrituras para que veáis la diferencia
entre un cuerpo espiritual y un cuerpo
resucitado y glorioso.
Se siembra un cuerpo animal,
resucita un cuerpo espiritual
San Pablo, Palestina, 50 d.c.: Alguno
preguntará: ¿Cómo resucitarán los
muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida? ¡Insensato! Lo que tu siembras
no germina si antes no muere. Y lo que
siembras no es la planta entera que ha
de nacer, sino un simple gran de trigo, por ejemplo, o de alguna otra semilla. Y
Dios proporciona a cada semilla el
cuerpo que le parece conveniente.
Así sucederá también con la Resurrec-
ción de los Muertos. Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se
siembra algo mísero, resucita algo glo-
rioso; se siembra algo débil, resucita
pleno de vigor; se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. (1
Cor 15, 35-40)
Él transformará nuestro mísero
cuerpo en un cuerpo glorioso
como el suyo, en virtud del poder
que tiene para someter todas las
cosas. (San Pablo Palestina, 61 d.c.
Fil 3, 21)
26
¿Cómo y cuando resucitarán los
muertos? Como resucitó Cristo... En
el último día, cuando el ángel del
Señor llame a juicio a todos los
moradores de la tierra
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
¿Cómo resucitarán los muertos? Como
resucitó Cristo, “el primogénito de entre
los muertos, para que sea el primero en
todo” (Col 1, 15. 18). Cristo es “la Cabeza
del Cuerpo, de la Iglesia, y como resucitó
la Cabeza, así resucitarán los miembros,
apareciendo gloriosos con él. Por tanto, “si
el hombre cree que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios resucitará a
quienes murieron con Jesús” (2 Tes 4, 14)
¿Cuándo resucitarán los muertos? En el
último día, cuando el ángel del Señor llame
a juicio a todos los moradores de la tierra.
Así dice el Señor a estos huesos: “He aquí
que voy a hacer entrar el espíritu en voso-
tros y viviréis. Os cubriré de nervios, haré
crecer sobre vosotros la carne, os cubriré
de piel, os infundiré de nuevo un alma y sabréis que yo soy el Señor. Habrá un es-
tremecimiento y los huesos se juntarán
unos con otros. Y se levantarán sobre sí
mismos” (Ez 37, 5-6. 7. 10); y “los muer-
tos, grandes y pequeños, estarán de pie
delante del trono. Se abrirán unos libros y
luego se abrirá otro libro, que es el de la
vida; y los muertos serán juzgados según lo
escrito en los libros, conforme a sus obras”
( Ap 20, 12).
Su alma santísima entró en su cuerpo
inerte y con todo el poder de la
Divinidad lo revistió de claridad,
impasibilidad, agilidad y sutileza...
desaparecerán del cuerpo del hombre
glorificado el sufrimiento y el dolor
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
“Cristo murió y al tercer día resucitó de
entre los muertos, como primicias de los
que murieron” (1 Cor 15, 3.20)
Su alma santísima entró en su cuerpo inerte
y con todo el poder de la Divinidad lo re-
vistió de claridad, impasibilidad, agilidad y
sutileza. El cuerpo de Jesús resplandecía
más que muchos soles, habiendo desapare-
cido de Él todo vestigio de sufrimiento y de
dolor. Las heridas que le habían producido los azotes desaparecieron, lo mismo que
cardenales, hinchazón de ojos y rotura del
cartílago de la nariz. Su rostro era bellísi-
mo y tenía la serenidad y el sosiego de un
cielo en calma iluminado por “la gloria de
Dios”.
Lo mismo que desaparecieron del cuerpo
resucitado de Jesús todas las heridas como
consecuencia de los azotes, de la corona de
espinas y de la cruz, desaparecerán del cuerpo del hombre glorificado el sufrimien-
to y el dolor. Y de tal manera “obrará Dios
en el hombre maravillas”, que de simple
flaqueza se transformará en realeza, que-
dando el cuerpo material sublimado por la
27
resurrección gloriosa. El
hombre quedará dignificado,
de forma que más que hombre
“parecerá un ángel en la
presencia de Dios”. Conser-
vará en su cuerpo resucitado
y glorioso todas las gracias
que había recibido de Dios
durante su vida, nada le será
quitado; al contrario, todo en él quedará enaltecido
Si el hombre murió
longevo, no
resucitará con su longevi-
dad, pues el deterioro del
cuerpo y su natural des-
gaste, lo mismo que el
sufrimiento, las enferme-
dades y la muerte, son
consecuencias del pecado A Consuelo, Barcelona, Espa-
ña, 1987: Si el hombre murió
longevo, no resucitará con su
longevidad, pues el deterioro del cuerpo y
su natural desgaste, lo mismo que el sufri-
miento, las enfermedades y la muerte, son
consecuencias del pecado. “Cuando la
Muerte y el Hades sean arrojados al lago
de fuego”, la muerte será aniquilada y, con
ella sus desastrosas consecuencias. La
apariencia del hombre resucitado y glorio-
so será la de Cristo, que murió en la pleni-tud; solo los jóvenes y los niños conser-
varán su misma presencia. Taras, mermas y
tachas serán subsanadas, pues la imperfec-
ción no tiene lugar en los cielos, donde
todo ha de guardar armonía con el Crea-
dor.
En el último día su cuerpo
resucitará; pero como carecerá de
gloria, no tendrá las cualidades del
cuerpo glorioso; no será un cuerpo
con claridad, pues no lo alumbra la
gloria de Dios; no será impasible al
dolor, ya que éste será su
alimento y el amigo fiel que lo acom-
pañará siempre
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Si su alma está lavando sus vestiduras en el
purgatorio, su próximo destino será el
cielo. Pero si el hombre murió impenitente
y se condenó, su alma estará en las caver-
nas infernales padeciendo las penas de
daño y de sentido, un sufrimiento que jamás
tendrá fin. En el último día su cuerpo resu-
citará; pero como carecerá de gloria, no
tendrá las cualidades del cuerpo glorioso;
no será un cuerpo con claridad, pues no lo
alumbra la gloria de Dios; no será impasi-ble al dolor, ya que éste será su alimento y
el amigo fiel que lo acompañará siempre.
Los condenados perderán, incluso la agili-
dad que ahora poseen para moverse como
“espíritus de demonios” haciendo el mal;
porque, cuando llegue el último día, “la
28
muerte y el Hades serán arrojados al lago
de fuego y el que no esté inscrito en el libro
de la vida será arrojado con su cuerpo al
lago de fuego” (Ap 20, 14-15). Y la Muerte
y el Hades serán vencidos, porque habrá
llegado “la salvación, el poder y el reinado
de nuestro Dios y la potestad de su Cristo”
3. JUICIO UNIVERSAL Y FINAL
JUICIO DE JESÚS A CADA
UNO Y A LA HUMANIDAD
Hay tres juicios: el juicio particular,
el juicio de las naciones y el juicio
universal A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Dios
es paciente y espera,
porque “quiere que todos
los hombres se salven” (1
Tim 2, 4). Pero”llegan
los frutos a la sazón y hay
que segar el trigo” (Ap
14, 15) y vendimiar la
uva; “Los ángeles meten
la hoz y siegan la mies,
separan la cizaña del
trigo” (Mt 13, 39. 41). Ellos”recogen la uva de
las vides selecta y escan-
cian el vino, pisan en el
lagar de la ira de Dios
las uvas que van a la
perdición” (Ap 14, 19).
Hay tres juicios: el juicio
particular, el juicio de las
naciones y el juicio uni-
versal.
Todas las naciones
serán llevadas a su
presencia, y
separará a unos de
otros, al igual que el
pastor separa las
ovejas de los chivos
Jesús, Jerusalén, 33 d.c.: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria
rodeado de todos sus ángeles, se sentará
en el trono de Gloria, que es suyo.
Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al
igual que el pastor separa las ovejas de
los chivos. Colocará a las ovejas a su
29
derecha y a los chivos a su iz-
quierda. (Mt 25, 31-33)
Porque quien se avergüence
de Mí y de mis Palabras, de
ése se avergonzará el Hijo
del hombre, cuando venga
en su Gloria
Jesús, Palestina, 30 d.c.: Porque quien se avergüence de Mí y de
mis Palabras, de ése se avergon-
zará el Hijo del hombre, cuando
venga en su Gloria, en la de su Padre y en la de los Santos Ángeles. (Lc 9, 26)
No todo el que dice: ¡Señor,
Señor! Entrará en el Reino de los
Cielos,
Jesús, Jerusalén, 33 d.c..: El árbol que
no da buenos frutos es cortado y arroja-
do al fuego. Por los frutos, pues los conoceréis. No todo el que dice: ¡Señor,
Señor! Entrará en el Reino de los Cie-
los, sino el que hace la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos.
Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu Nombre,
y en tu Nombre expulsamos demonios,
y en tu nombre hicimos muchos mila-
gros? Yo entonces diré: Jamás os co-nocí; apartaos de Mí, agentes de iniqui-
dad‖. (Mt 7, 19-23)
CUMPLIMIENTO DE LA
JUSTICIA DIVINA EN CADA
UNO SEGÚN SU RESPUESTA
PERSONAL, SUS OBRAS Y
OMISIONES
Y éstos irán a un suplicio eterno y
los buenos a la vida eterna
Jesús, Jerusalén, 33 d.c.: Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha:
«Vengan, benditos de mi Padre, y to-
men posesión del reino que ha sido
preparado para ustedes desde el princi-pio del mundo. Porque tuve hambre y
ustedes me dieron de comer; tuve sed y
ustedes me dieron de beber. Fui foraste-ro y ustedes me recibieron en su casa.
Anduve sin ropas y me vistieron. Estu-
ve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver.» Enton-
ces los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento y te dimos de comer,
o sediento y te dimos de beber? ¿Cuán-do te vimos forastero y te recibimos, o
sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel, y te fui-mos a ver? El Rey responderá: «En
verdad les digo que, cuando lo hicieron
con alguno de los más pequeños de
estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.»
Dirá después a los que estén a la iz-quierda: «¡Malditos, aléjense de mí y
vayan al fuego eterno, que ha sido pre-
parado para el diablo y para sus ánge-les! Porque tuve hambre y ustedes no
30
me dieron de comer; tuve sed y no me
dieron de beber; era forastero y no me
recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y en-
carcelado y no me visitaron.» Estos
preguntarán también: «Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento o sediento, desnu-do o forastero, enfermo o encarcelado,
y no te ayudamos?» El Rey les respon-
derá: «En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más
pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo
a mí.» Y éstos irán a un suplicio eterno y los buenos a la vida eterna. (Mt 25,
31-33)
Entonces fueron juzgados los
muertos de acuerdo con lo que
está escrito en esos libros, es decir,
cada uno según sus obras
San Juan Isla de Patmos, 95 d.c.: Luego vi un trono grande y espléndido, y a
uno que estaba sentado en él; el cielo y
la tierra huyeron al verlo, sin que que-
daran huellas de ellos. Y vi a los muer-
tos, grandes y pequeños, de pie ante el trono, mientras eran abiertos unos li-
bros. Luego fue abierto otro, el libro de
la vida. Entonces fueron juzgados los
muertos de acuerdo con lo que está escrito en esos libros, es decir, cada uno
según sus obras. El mar devolvió los
muertos que guardaba, y también la Muerte y el Lugar de los muertos de-
volvieron los muertos que guardaban, y
cada uno fue juzgado según sus obras.
Después la Muerte y el Lugar de los
muertos fueron arrojados al lago de
fuego: este lago de fuego es la segunda muerte. Y todo el que no se halló inscri-
to en el libro de la vida fue arrojado al
lago de fuego. (Ap 20, 11-13)
ENCADENAMIENTO
DEFINITIVO Y TOTAL DE
SATANÁS EN EL INFIERNO
Entonces el diablo, el seductor, fue
arrojado al lago de fuego y azufre,
donde ya se encontraban la bestia
y el falso profeta. Allí serán
atormentados día y noche por los
siglos de los siglos. (San Juan Isla de
Patmos, 95 d.c.: Ap 20, 10)
Fue arrojado el que acusaba a
nuestros hermanos, el que día y
noche los acusaba ante nuestro
Dios
San Juan, Isla de Patmos, 95 d.c.: Ya
llegó la liberación por el poder de Dios.
Reina nuestro Dios y su Cristo manda.
31
Fue arrojado el que acusaba a nuestros hermanos, el que día y noche los acu-
ba ante nuestro Dios. (Ap 12, 10)
FIN DE LA VIDA EN LA
TIERRA
Dios ha de intervenir con el fuego del
cielo (Ap 20, 9), y comenzar el Juicio
Final de vivos y muertos (Ap 20, 11-
15), después del cual la tierra será
lanzada al espacio muerta y sin vida
A Pequeña Alma, España 2001 (J) Todos
los pueblos caminarán a la Nueva Jeru-
salén que habrá bajado del Cielo (Ap, 21), Dios será reconocido, servido y adorado
como debe ser por todas sus criaturas… el
primer mundo de pecado habrá pasado, y
será sustituido por otro mundo nuevo du-
rante mil años ((Ap 20), hasta que Satanás
sea soltado de nuevo para extraviar a toda
la tierra ((Ap 20, 7-8), y Dios haya de
intervenir con el fuego del cielo (Ap 20, 9),
y comenzar el Juicio Final de vivos y muer-
tos (Ap 20, 11-15), después del cual la
tierra será lanzada al espacio muerta y sin
vida. No es necesario que sepáis más , hijos míos, lo sabréis todo cuando vayáis con
Dios al Cielo para la eternidad…
B. REVELACIONES SOBRE LA VIDA
DESPUÉS DE LA VIDA
1. JUICIO PARTICULAR
IMPORTANCIA DE LA
CONCIENCIA ACERCA DEL
TEMA DE LAS
POSTRIMERÍAS
Porque lo más importante de vuestra
vida terrenal, y el negocio más
importante, es salvar vuestra alma de
la condenación eterna en el infierno y
prepararla para ir al Cielo con la
Santísima Trinidad por toda la
eternidad, pues para ello habéis sido
creados… y todas las demás cosas y
negocios, son secundarios y deberíais
ordenarlos hacia este fin… (A Pequeña
Alma, España 2001)
Los ministros ya no hablan del alma,
ni de las postrimerías del hombre:
Muerte , Juicio, Infierno, Purgatorio,
Limbo y Gloria. ¡Pobres ciegos! Que
32
guían a otros ciegos… ¿Hacia dónde
camináis…?
A Pequeña Alma, España 2001 (J) Mis
ministros ya no hablan del alma, ni de las
postrimerías del hombre: Muerte , Juicio,
Infierno, Purgatorio, Limbo y Gloria… les
da reparo predicar mi Palabra verdadera,,
porque como ellos, la gran mayoría, no
todos, han perdido la fe… piensan que si predican esto, nadie les va a creer ya… y
son ellos los que no creen; “piensa el
ladrón que todos son de su condición”, dice
el refrán…
¡Pobres ciegos! Que guían a otros ciegos…
¿Hacia dónde camináis…? ¿En qué creéis?
¿Acaso pensáis que Dios es como vosotros,
injusto y parcial?... ¡No!, os lo echaré en
cara y cada uno recibirá su premio o casti-
go… a Dios no podéis engañarlo como hacéis con los hombres…
No debéis vivir ajenos a vuestro fin eterno y
verdadero, en esta vida temporal y en este
mundo terreno, que es el paso a la eterni-
dad, la cual será como os la hayáis prepa-
rado en esta vida terrenal.
Es importante predicar sobre las
cosas finales para los seres humanos:
la muerte, el juicio final, el cielo y el
infierno
Al Hermano David López, San Antonio,
Texas, 1987: Del mismo modo deben predi-
car (los sacerdotes) sobre la preparación
para la muerte. Es importante predicar
sobre las cosas finales para los seres
humanos: la muerte, el juicio final, el cielo
y el infierno. Prediquen expresamente so-bre la necesidad de estar consciente del
pecado, especialmente del pecado mortal y
sus fatales consecuencias.
LA MUERTE SEGÚN LOS
DIFERENTES ESTADOS DEL
ALMA
Si un alma confía, tiene todavía el
camino abierto, pero si el demonio
consigue cerrar el corazón con la
desconfianza, cuánto me toca luchar
para reconquistar aquella alma
A Sor Benigna Consolata, Turín, 1900: (J)
Escribe, Benigna apóstol de me Misericor-
dia, que lo principal que yo quiero que se
sepa es que soy todo amor, y que la pena más grande que se puede inferir a mi Co-
razón es dudar de mi bondad. El daño más
grande que el demonio hace a las almas,
después de haberles hecho cometer el pe-
cado, es la desconfianza. Si un alma confía,
tiene todavía el camino abierto, pero si el
demonio consigue cerrar el corazón con la
desconfianza, cuánto me toca luchar para
reconquistar aquella alma. Es cierto que
cien pecados me ofenden más que uno, pero
si este es la desconfianza, me hiere el co-razón más que los otros cien, porque la
33
desconfianza hiere mi corazón en lo más
íntimo. ¡Amo tanto a los hombres!
Al infierno solo van las personas que lo
persisten en su alejamiento
La puerta de mi Misericordia no está
cerrada con llave sino solo
entreabierta. A poco que la empujen
se abre. Incluso un niño la puede
abrir, incluso un viejo sin fuerzas
Sor Benigna Consolata, Turín, 1900: (J)
¡Mira, Benigna, aquel fuego! Sobre aquel
abismo he extendido una especie de red
protectora, con los hilos de mi misericor-
dia, para que las almas no cayesen dentro.
Pero aquellos que se quieren condenar van
allí por forzar con sus propias manos aque-llos hilos y caen dentro. Y una vez que han
caído ni siquiera mi bondad los puede sal-
var. Estas almas han sido “perseguidas”
por mi misericordia como la policía persi-
gue a un malhechor. Pero ellas han esca-
pado al influjo de mi misericordia.
La puerta de mi Misericordia no está ce-
rrada con llave sino solo entreabierta. A
poco que la empujen se abre. Incluso un
niño la puede abrir, incluso un viejo sin fuerzas. En cambio, la puerta de mi justicia
está cerrada y solo la abro a quien me
fuerza a abrirle. Espontáneamente no la
abriría jamás.
Que el pecador no tema acercarse a
Mí. Aunque el alma fuera como un
cadáver en plena putrefacción, si
humanamente ya no hubiera
remedio, no es así delante de Dios.
Las llamas de la misericordia me
consumen
A Santa Faustina Kowalska, Polonia, 1937:
(J) Que el pecador no tema acercarse a Mí. Aunque el alma fuera como un cadáver en
plena putrefacción, si humanamente ya no
hubiera remedio, no es así delante de Dios.
Las llamas de la misericordia me consu-men; deseo derramarlas en las almas de los
hombres... Para castigar tengo toda la
eternidad; ahora, en cambio, prolongo el
tiempo de la misericordia. Aunque sus
pecados sean negros como la noche, diri-
giéndose a mi misericordia, el pecador me
glorifica y honra mi pasión. En la hora de
su muerte Yo le defenderé como mi misma
gloria. Cuando un alma exalta mi bondad,
Satanás tiembla ante ella y huye hasta lo
más profundo del infierno.
Los mayores pecadores alcanzarían una
gran santidad si confiaran en mi misericor-
dia. No hago uso de los castigos sino cuan-
do los hombres mismos me obligan a hacer-
lo. Antes del día de la justicia mando el día
de la misericordia. A tales almas les conce-
do gracias que superan sus deseos... No
puedo castigar... a quien se refugia en mi
piedad...
34
LA MUERTE SEGÚN LOS
DIFERENTES ESTADOS DEL
ALMA
En los postreros momentos
palpitantes de la voluntad, el hombre
se ve como forzado a decidirse y
permanecer en el mismo estado en
que estaba acostumbrado a vivir a lo
largo de su existencia. Una buena o
mala costumbre formó en él una
segunda naturaleza que lo arrastra
consigo a la eternidad
Alma de Clara a su amiga Anita, Wald-
friedhof, Alemania, 1937: Es cierto que
hasta el instante mismo de la muerte puede
uno acercarse a Dios o darle las espaldas;
pero también es cierto que, antes de expi-
rar, en los postreros momentos palpitantes
de la voluntad, el hombre se ve como forza-
do a decidirse y permanecer en el mismo
estado en que estaba acostumbrado a vivir
a lo largo de su existencia. Una buena o mala costumbre formó en él una segunda
naturaleza que lo arrastra consigo a la
eternidad. Así me sucedió a mí; años hacía
que vivía alejada de Dios. La causa de mi
ruina no fue el haber pecado muchas veces,
sino el no haber querido en vida levantar-
me de mi postración. Tu me aconsejaste
muchas veces que oyese sermones y leyera
libros piadosos. Siempre contesté lo mismo:
“No tengo tiempo.”
En cierta ocasión, habiendo visitado el templo del hospital, adonde tu me llamaste
hacia el medio día, sentí una llamada de la
Gracia con tal fuerza, que solo faltó un
paso para mi conversión; lloré, pero luego
estuve fluctuando hasta que los goces del
mundo vencieron el toque de la gracia; el
trigo quedó ahogado entre las espinas. Con
excusa de que la religión era asunto de
sentimentalismos según afirmaban conti-
nuamente en la oficina, rechacé una vez
más los movimientos de la Gracia, tal como había rechazado todos los demás.
Salir de la tibieza no es fácil, sobre
todo si la tibieza se ha hecho crónica
y ha tomado asiento en el alma. A
veces es más fácil que un pecador se
convierta que el que un tibio vuelva
al camino de la perfección
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
hombre tibio, mientras vive, juega con su
felicidad eterna y se pone en peligro de
condenación. La pereza, la inconstancia, la
cobardía y la infidelidad son las joyas fal-
sas que engalanan al tibio. Salir de la tibie-
za no es fácil, sobre todo si la tibieza se ha
hecho crónica y ha tomado asiento en el
alma. A veces es más fácil que un pecador se convierta que el que un tibio vuelva al
camino de la perfección.
El desorden interior y la pereza espiritual
me ha hecho pensar en la parábola de las
diez vírgenes, y quiero recordarla aquí
porque esto es lo que puede acontecer a
muchos de mis hijos que viven en tibieza, si
no se despabilan y se tornan de necios en
prudentes (Mt 25, 1-13).
Muchas son las vírgenes necias que viven sin pensar que antes o después vendrá el
esposo a pedirles cuenta. En esta última
hora se miran las manos y se las ven “vac-
ías” (Deut 16, 16), y un sentimiento de
culpabilidad se alza en su conciencia, y se
preguntan: ¿Y ahora que será de mí? Sin
35
embargo, la misericordia de Dios, una vez
más, velará por ellas.
La tibieza al purgatorio, la
bondad al Cielo y la maldad al
infierno. En esto, hijo, está todo
A 4 personas, Huatusco, México, 1988:
Vosotros estáis en un grado medio, que es
la lucha entre el bien y el mal. Pero depen-
de de vosotros, hombres, si sois tibios,
buenos o malos: la tibieza al purgatorio, la
bondad al Cielo y la maldad al infierno. En
esto, hijo, está todo. En estos tiempos hasta los más fuertes caerán; así que necesito que
existan murallas de salvación, construidas
por piedras de oración y pegadas por la fe
y amor. Comprended que
no seréis libres, estaréis
sujetos a Mí y a Mi Hijo
Amadísimo. Pero hijo, si
no os mandara Yo os
mandaría el mal.
En el último momento
decisivo, el demonio
desencadena toda su
rabia contra el que se
está muriendo
Alma de Sor M.G. a la
Hermna. M de L.C. Pon-
tigny, Francia 1873: Co-
mo Ud. Lo sabe, yo no
tuve agonía. Pero le pue-
do decir esto: en el último momento decisivo, el
demonio desencadena
toda su rabia contra el
que se está muriendo.
Dios permite que las
almas pasen por estas
últimas pruebas para
acrecentar sus méritos.
Las almas fuertes y gene-
rosas, a fin de que obten-
gan un sitio más glorioso
en el Cielo, a menudo
experimentaron, al terminar su vida, y en el
momento de la muerte, terribles combates
con el ángel de las tinieblas. Pero siempre
salen victoriosas. Nunca Dios permite que
un alma que le fue devota en la vida perez-
ca en el último momento. Las almas que
amaron a la Santísima Virgen y la invoca-
ron durante toda su vida reciben de ella
muchas gracias durante sus últimas luchas.
Lo mismo para los que fueron realmente devotos de San José, de San Miguel, o de
quien sea de los santos.
Ya se lo dije: uno se alegra de tener un
intercesor con Dios en esos terribles mo-
mentos. Algunas almas se mueren con mu-
cha tranquilidad, sin padecer estas prue-
36
bas. Dios tiene sus propios designios en
cada cosa. Hace o permite todo para el
provecho de cada alma en particular.
El hombre justo muere acompañado
de su ángel; éste “lo presenta,
juntamente con sus obras buenas,
ante la presencia de Dios”
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: La
muerte del hombre justo y temeroso de Dios
no debería llamarse muerte, porque más
que muerte es un sueño plácido del que
despertará para entrar en la vida eterna. El
alma ha dejado reposar su cabeza en el
costado de Cristo, y así, dulcemente, em-
prende su viaje a la casa del Padre. El
moribundo está rodeado de sus familiares y amigos. Él todo lo percibe, aunque a veces
no puede articular palabra, y en lo profun-
do de su corazón se pregunta: “¿Por qué
lloran? ¿Por qué están tristes? ¿Acaso no
comprenden que ha llegado mi hora y que
debo volver a encontrarme con Aquel que
me dio la vida? Por piedad, reprimid vues-
tro llanto y no me detengáis: “Ya que el
Señor ha dado éxito a mi viaje, permitidme
marchar para que vuelva con mi dueño”
(Gen 24, 56).
El hombre justo muere acompañado de su
ángel; éste “lo presenta, juntamente con
sus obras buenas, ante la presencia de
Dios” (Tob 12, 12). El moribundo va per-
diendo vista; un velo blanquecino empaña
su mirada; pero, según se cierran sus ojos
exteriores, se abren los de su alma; con ellos ve que una figura de forma humana se
le acerca e intelectivamente se pregunta:
“¿Quién es aquel que viene a mi encuen-
tro? Su ángel le contesta: es el Señor”
(Gen 24, 65). Al oír estas hermosas pala-
bras su cuerpo se estremece y deja escapar
su último aliento. El alma, como rayo lumi-
noso es atraída por la potente luz que la
envuelve; así abandona su morada.
El pecador empedernido es “herencia
del diablo”, y este luchará por él
como por cosa propia para que nadie
puede arrebatarle su herencia; si
pudiera le arrancaría el alma del
cuerpo, aún estando con vida, por
temor a que en el último instante el
hombre se vuelva pío y fiel, y se
convierta a Dios y le perdone
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Esta
muerte, en sí, es muy dolorosa, tanto para
el Señor como para el moribundo. Los
familiares y amigos muchas veces partici-pan de esta agonía cruel, con un final es-
pantoso. El alma transite a su cuerpo la
lucha feroz que está viviendo en lo más
íntimos de su ser. Luchas que se suceden
ininterrumpidas entre el ángel de su guarda
y los espíritus del mal. Jesús conoce estos
“altercados” (Jud 1, 9) entre el bien y el
mal; pero aún teniendo un poder inmenso y
un amor sin límites ni medida por el mori-
bundo, no puede salvarlo si él no hace un
mínimo acto de arrepentimiento y no vuelve sus ojos a Dios para pedirle perdón por
haberle ofendido.
37
Satanás se disputa el alma, dice altanera-
mente que es suya, grita y forcejea, mien-
tras enseña un rollo donde ha ido anotando
todas las maldades y terribles pecados del
moribundo. “Satanás está allí como acusa-
dor” (Zac 3, 1). Y para que no tenga posi-
bilidad alguna de arrepentimiento, busca el
modo de acelerar la muerte de aquel desdi-
chado que le pertenece. El pecador empe-
dernido es “herencia del diablo” (Sab 2, 24), y este luchará por él como por cosa
propia para que nadie puede arrebatarle su
herencia; si pudiera le arrancaría el alma
del cuerpo, aún estando con vida, por te-
mor a que en el último instante el hombre
se vuelva pío y fiel, y se convierta a Dios y
le perdone.
El moribundo sufre, se debate entre la vida
y la muerte, negras pesadillas circundan su
muerte, y en lo más profundo de su corazón se alzan como una acusación constante
estas palabras: es muy tarde para ti, estás
condenado para siempre y ya no puedes
retroceder ni volver atrás de tantos peca-
dos como has cometido. El hombre se sien-
te preso dentro y fuera de sí mismo; no hay
lugar para pensar en su vida pasada ni
haya un instante para el arrepentimiento y,
encenegado de malicia, se abandona a su
suerte y viene a caer en manos de su más
terrible enemigo. “Tal es el fin de los que a Dios olvidan” (Job 8,13)
NO EXISTE LA
REENCARNACIÓN
Está decretado que los hombres
mueran una sola vez, después de
lo cual vendrá el Juicio
San Pablo, Roma, 66 d.c.:Y así como
está decretado que los hombres mueran
una sola vez, después de lo cual vendrá el Juicio, así también Cristo se ofreció
una sola vez para tomar sobre sí los
pecados de la multitud, y por segunda
vez aparecerá, ya sin relación con el
pecado, para dar la salvación a los que lo esperan. (Hb 9, 26-28)
Es falso enseñar a la gente que tu
renaces muchas veces y pasas por
diferentes cuerpos. Uno nace solo una
sola vez. Nunca más vuelves a la vida.
El hombre recibe cuerpo
transfigurado.
A Varios, Medugorje, Yugoslavia, 1981: Tu
vas al cielo con conciencia plena, como la
que tienes ahora. Al momento de la muerte
tu estás consciente de la separación del cuerpo y del alma. Es falso enseñar a la
gente que tu renaces muchas veces y pasas
por diferentes cuerpos. Uno nace solo una
sola vez. Nunca más vuelves a la vida. El
hombre recibe cuerpo transfigurado.
El alma es inmortal y no puede morir
nunca, y cuando abandona el cuerpo
tiene tres vías: la vía de la
38
purificación, la vía de la gloria o la
vía de la condenación eterna, el
infierno. En estos tres lugares el alma
vive fuera de su habitación terrena,
porque su cuerpo ha quedado en la
tierra esperando la resurrección del
último día
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
alma es inmortal y no puede morir nunca, y
cuando abandona el cuerpo tiene tres vías:
la vía de la purificación, la vía de la gloria
o la vía de la condenación eterna, el infier-
no. En estos tres lugares el alma vive fuera
de su habitación terrena, porque su cuerpo
ha quedado en la tierra esperando la resu-rrección del último día.
Si su alma está lavando sus vestiduras en el
purgatorio, su próximo destino será el
cielo. Pero si el hombre murió impenitente
y se condenó, su alma estará en las caver-
nas infernales padeciendo las penas de
daño y de sentido, un sufrimiento que jamás
tendrá fin. En el último día su cuerpo resu-
citará; pero como carecerá de gloria, no
tendrá las cualidades del cuerpo glorioso; no será un cuerpo con claridad, pues no lo
alumbra la gloria de Dios; no será impasi-
ble al dolor, ya que éste será su alimento y
el amigo fiel que lo acompañará siempre.
Los condenados perderán, incluso la agili-
dad que ahora poseen para moverse como
“espíritus de demonios” haciendo el mal;
porque, cuando llegue el último día, “la
muerte y el Hades serán arrojados al lago
de fuego y el que no esté inscrito en el libro
de la vida será arrojado con su cuerpo al
lago de fuego” (Ap 20, 14-15). Y la Muerte y el Hades serán vencidos, porque habrá
llegado “la salvación, el poder y el reinado
de nuestro Dios y la potestad de su Cristo”
Seguía la opinión de todos los de la
oficina: el alma resucitará en otro
ser, y así seguirá peregrinando
indefinidamente. Con esto quedaba
solucionada la famosa cuestión del
otro mundo, y al mismo tiempo se
volvió inocua para mí. ¿Por qué no
me recordaste la parábola de Epulón
y el pobre Lázaro?
Alma de Clara a su amiga Anita, Wald-
friedhof, Alemania, 1937: Entre tanto, yo misma me había forjado una religión. Segu-
ía la opinión de todos los de la oficina: el
alma resucitará en otro ser, y así seguirá
peregrinando indefinidamente. Con esto
quedaba solucionada la famosa cuestión
del otro mundo, y al mismo tiempo se volvió
inocua para mí. ¿Por qué no me recordaste
la parábola de Epulón y el pobre Lázaro?...
El narrador, Cristo, al uno le hace descen-
der al infierno inmediatamente después de
la muerte; y al otro le hace subir al Cielo...
Pero después de todo,... ¿qué hubieras ganado con decírmelo?... Lo mismo que
conseguiste con tus conversaciones frailu-
nas.
Poco a poco me arreglé un Dios a mi gus-
to; suficientemente perfecto para poderse
llamar Dios, y manteniéndolo, al mismo
39
tiempo, bastante alejado de mí para no
tener relaciones con él; bastante confuso
para dejarse diluir, según la conveniencia y
sin cambiar la religión, en el panteísmo
universal; o bien dejarse privatizar como
un dios solitario... Este Dios no tenía ni
cielo para regalarme ni infierno para cas-
tigarme. Lo dejaba en paz. En esto hacía
consistir mi adoración para él. “Lo que se
ama, con gusto se cree”. Con el correr de los años, llegué persuadirme de mi reli-
gión; con ella se podía vivir. Una sola cosa
hubiera podido destruir una religión tan
peregrina: largos y graves sufrimientos.
Pero estos no vinieron... ¿entiendes ahora
el significado de “Dios castiga y manda
tribulaciones a quien ama?...
Sepas que por estos lados se ha
establecido un abismo entre
ustedes y nosotros, para que los
que quieran pasar de aquí para
allá no puedan hacerlo, y que no
atraviesen tampoco de allá hacia
nosotros
Jesús, Palestina, 30 d.c.: Había un
hombre rico que se vestía con ropa
finísima y que cada día comía regia-mente. Había también un pobre, llama-
do Lázaro, todo cubierto de llagas, que
se tendía a la puerta del rico, y que sentía ganas de
llenarse de lo que caía de la
mesa del rico, y hasta los perros venían a lamerle las
llagas. Pues bien, murió el
pobre y fue llevado por los
ángeles hasta el Cielo cerca de Abraham. Murió tam-
bién el rico y lo sepultaron.
Estando en el infierno, en
medio de tormentos, el rico
levanta los ojos y ve de
lejos a Abraham y a Lázaro cerca de él.
Entonces grita: ―Padre Abraham, ten
piedad de mí, y manda a Lázaro que se moje la punta de un dedo para que me
refresque la lengua, porque estas llamas
me atormentan.‖
Abraham respondió: ―Hijo, acuérdate
de que recibiste ya tus bienes durante la
vida, lo mismo que Lázaro recibió ma-les. Ahora él aquí encuentra consuelo y
tu en cambio, tormentos. Sepas que por
estos lados se ha establecido un abismo entre ustedes y nosotros, para que los
que quieran pasar de aquí para allá no
puedan hacerlo, y que no atraviesen
tampoco de allá hacia nosotros.‖
Contestó el rico: ―entonces te ruego,
padre, que mandes a Lázaro a mis fami-liares, donde están mis cinco hermanos,
para que les advierta, y no vengan ellos
también a este lugar de tormento.‖ y Abraham contestó: ―Tienen a Moisés y
a los profetas; que los escuchen.‖ ―No,
padre Abraham, dijo el rico. Si uno de
entre los muertos los va a visitar, se arrepentirán.‖
Pero Abraham les dijo: ―Si no escuchan
40
a Moisés y a los profetas, aunque resu-
cite uno de entre los muertos, no le
creerán.‖ (Lc 16,19-31)
Así le pasará al que amontona
para sí mismo en vez de trabajar
para Dios
Jesús, Jerusalén, 33 d.c.: En seguid les
propuso este ejemplo: ―Había un hom-
bre rico al que sus tierras le habían pro-ducido mucho. Se decía a sí mismo:
¿Qué haré? Porque ya no tengo dónde
guardar mis cosechas. Pero pensó: Ya
sé lo que voy a hacer: echaré abajo mis graneros y construir unos más grandes
para guardar mi trigo y mis reservas.
Entonces yo conmigo hablaré: Alma mía, tienes muchas cosas almacenadas
para muchos años; descansa, come,
bebe, pásalo bien.‖ Pero Dios le dijo: ―Tonto, esta misma noche te reclaman
tu alma, ¿quién se quedará con lo que
amontonaste?‖
Así le pasará al que amontona para sí mismo en vez de trabajar para Dios. (Lc
12, 16-21)
CADA UNO ES JUZGADO DE
INMEDIATO A SU MUERTE
(JUICIO PARTICULAR)
En las Sagradas Escrituras hablan
del juicio y advierten muchas veces al
hombre que después de esta vida hay
un juicio donde todos tendrán que
rendir cuentas a Dios
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: En
las Sagradas Escrituras hablan del juicio y
advierten muchas veces al hombre que
después de esta vida hay un juicio donde
todos tendrán que rendir cuentas a Dios.
Este juicio será muy doloroso para algunos
y muy feliz para otros; todo depende de la
rectitud de intención y de la pureza de
corazón. Esta revisión de vida se llama
juicio porque ligado a las obras de cada
hombre hay siempre un premio o un casti-go. Esto no debe olvidarse. “Dios es un
Juez justo y veraz” (Ap 16, 7.)
El juicio que se pronuncia sobre las
almas, lo veo instantáneamente en el
mismo lugar en que se mueren los
hombres
Ven. Ana Catalina Emerich, Munster, Ale-
mania, 1774: El juicio que se pronuncia
sobre las almas, lo veo instantáneamente en el mismo lugar en que se mueren los hom-
bres. Allí veo a Jesús, a María, al Santo
Patrono de cada una de ellos, y a su Ángel
Custodio. Aún en el juicio de los protestan-
tes veo presente a María Santísima. El
Juicio concluye en breve tiempo.
¿Dónde se realiza el juicio? El juicio
tiene lugar antes de que el alma
abandone “la habitación terrena”
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
¿Dónde se realiza el juicio? El juicio tiene
lugar antes de que el alma abandone “la
habitación terrena” (2 Cor 5,1), aunque la
muerte aparentemente se haya producido.
41
Este es un acto más de la justicia y de la
misericordia de Dios “Ante el cual nada
escapa ni pasa inadvertido” (Eclo 42, 20);
por eso es natural que el juicio particular
se realice teniendo en cuenta el ser comple-
to.
El hombre, después de su muerte ha
de someterse a juicio, y este se llama
juicio particular. Es el hombre
mismo quien después de su muerte
toma conciencia de su persona,
siendo este el primer acto que realiza
a la luz de la justicia divina
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El hombre, después de su muerte ha de some-
terse a juicio, y este se llama juicio particu-
lar. Es el hombre mismo quien después de
su muerte toma conciencia de su persona,
siendo este el primer acto que realiza a la
luz de la justicia divina. Todo él se ve des-
nudo ante los ojos de su alma y ve sus pe-
cados, defectos, flaquezas e imperfecciones.
Ahora no valen las propias apelaciones, no
hay excusas que alegar ni palabras para
justificar la propia conducta. La luz radian-te de la Santa Justicia ha iluminado lo más
recóndito del hombre y ha sondeado los
más oscuros pensamientos, las palabras
mejor guardadas y las obras, las buenas y
las malas, las que realizó y las que pudo
haber hecho y no hizo. No hay acción que
pase inadvertida ni pecado que no salga a
la luz. El alma todo lo percibe y todo lo ve,
no en enigmas sino como se ve a través de
un espejo. Y así ve el bien y el mal, la virtud
y el pecado, y los ve conforme están en la presencia de Dios en el instante de obrar.
Al momento de la muerte, Dios da a
todos la gracia de ver toda su vida,
para ver qué ha hecho y para
reconocer los resultados de las
decisiones que tomó en la tierra (A
Varios, Medugorje,Yugoslavia, 1981)
Se halla en una luz tan
desconcertante que, en un abrir y
cerrar de ojos, ve toda su vida
extendida (como en un mapa), y con
tal vista se entera de lo que merece Alma de Sor M.G. a la Hermna. M de L.C.
Pontigny, Francia 1873:¿Cómo puedo des-
cribirle lo que acontece después de la
agonía? De veras es imposible entenderlo,
a no ser que uno lo haya experimentado.
Cuando un alma abandona el cuerpo es
como si estuviera perdida, o si así lo puedo
decir, rodeada por Dios. Se halla en una
luz tan desconcertante que, en un abrir y
cerrar de ojos, ve toda su vida extendida
(como en un mapa), y con tal vista se ente-ra de lo que merece: esa misma luz pro-
mulga la sentencia. El alma no ve a Dios,
pero está anonadada en su presencia. En el
caso que el alma sea culpable, como yo lo
era, y por lo tanto merecedora del Purgato-
rio, queda tan oprimida por el peso de las
faltas que le queda todavía por borrar, que
se precipita en le Purgatorio. Solamente
entonces uno entiende a Dios y su amor
para con las almas, y cuán terrible mal es
el pecado a los ojos de la Divina Majestad.
42
San Miguel está presente cuando el alma
abandona el cuerpo. Más tarde vi a mi
Ángel de la guarda. Con eso Ud. Puede
entender por qué se dice que “San Miguel
lleva las almas al Purgatorio”, porque un
alma no está tomada, sino que él está ahí
para la ejecución de cada sentencia. Todo
lo que acontece en este otro mundo de
nosotros, es un misterio para ustedes.
Cuando un alma merece ir directamente al
Cielo, su unión con Jesús sigue inmediata-
mente después de la muerte.
Pues todos hemos de comparecer
a descubierto ante el tribunal de
Cristo, para recibir cada cual lo
que mereció en la presente vida
por sus obras buenas o malas. (San
Pablo, Palestina, 56 d.c. 2 Cor 5, 10)
Como fuiste señor de tus actos
durante el transcurso de tu vida
terrena, asume ahora las
consecuencias de tus obras
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: En
este descubrirse a sí mismo el hombre per-
cibe, de una parte, lo abominable del peca-
do y lo fea y estrangulada que queda su
alma, y, de otra, la hermosura de la gracia y la admirable belleza de un alma virtuosa.
En un instante todo lo ve y todo lo capta
con una claridad asombrosa; y mientras
que contempla lo que fue su vida, la voz de
Dios se deja oír y el alma, abismada en
esta luz celestial, escucha que le dice: Te
cree “a mi imagen y semejanza” (Gen 1,
26), ¿Qué haré contigo? ¿Desahogaré mi
furor en ti? No haré tal cosa; y puesto que
fuiste libre para obrar el bien y el mal,
sigue ejerciendo tu libertad; y como fuiste señor de tus actos durante el transcurso de
tu vida terrena, asume ahora las conse-
cuencias de tus obras, los extravíos de tus
palabras y la necedad de tus pensamientos;
y júzgate a ti mismo como corresponde,
pero júzgate a la luz de mi Santa Justicia.
En todo juicio está Jesús. Él es el
mediador y los hombres, y al
presenciar la actitud del alma deja
escapar su gran misericordia
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
alma inundada del amor de Dios, viéndose
vestida de pobres harapos, guarda silencio y se retira sin prorrumpir una queja; y si el
Padre le dijera ven y entra en mi casa, ella
seguiría viéndose vestida en forma indeco-
rosa, y no se atrevería a entrar en la man-
sión celestial.
En todo juicio está Jesús. Él es el mediador
y los hombres, y al presenciar la actitud del
alma deja escapar su gran misericordia.
Esta es como un manto que cubre su des-
nudez. Y las palabras que Jesús pronunció
desde la cruz se dejan oír de nuevo: “Pa-dre, perdónale” (Lc 23, 34). Esta voz es
como un eco que acompaña al alma al
lugar de purificación.
43
No es el que me dice: ¿Señor!,
¡Señor!, el que entrará en el Reino
de los Cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre del Cielo
Jesús, Jerusalén, 33 d.c.: No es el que
me dice: ¿Señor!, ¡Señor!, el que en-
trará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del
Cielo. En el día del juicio muchos me
dirán: Señor, Señor, profetizamos en tu Nombre, y en tu Nombre arrojamos a
los demonios y en tu Nombre hicimos
muchos milagros. Yo les diré entonces: No los reconozco. Aléjense de mí todos
los malhechores. (Mt 7, 21-23
“hay un tiempo para nacer y hay un
tiempo para morir. No hay nada que
añadir ni nada que quitar. Y así hace
Dios que se le tema. Lo que es, ya
antes fue; lo que será, ya es”
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
hombre muere cuando Dios le retira su
soplo de vida. Entonces las tres potencias,
glorias del alma quedarán así: la memoria
para bien o para mal, contemplará sin
esfuerzo alguno y de forma perfecta las obras que realizó, lo mismo que los peca-
dos que cometió, y los conocerá tal como
fueron cometidos. El entendimiento que-
dará ilustrado y la voluntad ya habrá to-
mado asiento, pues esta obró, cuando hubo
de obrar, libremente.
Después del Juicio Particular el hombre no
puede desandar lo andado y de lo errado
no puede abjurar. Si el hombre tuviera
siempre la posibilidad de elegir y tiempo y
hora para arrepentirse los infiernos estar-
ían vacíos. Pero Dios marca las estaciones
y distribuye el tiempo entre los hombres, de
forma que “todo tiene su tiempo y cada su
momento bajo el cielo” (Ecl 3, 1)
El tiempo está fijado para todos los mora-
dores de la tierra y nadie puede añadir un
solo instante al tiempo de su vida marcado
para Dios, dueño de la vida y de la muerte. Por eso “hay un tiempo para nacer y hay
un tiempo para morir. No hay nada que
añadir ni nada que quitar. Y así hace Dios
que se le tema. Lo que es, ya antes fue; lo
que será, ya es” (Ecle 3, 2. 14-15). De tal
forma que después del Juicio Particular no
hay lugar para el arrepentimiento. La vo-
luntad del hombre se hace inamovible, y
ésta aunque quisiera, no puede mudarse,
pues a su tiempo decidió libremente. Con
plenas facultades hizo uso de la libertad que había recibido, y sabiendo incluso que
aquello que elegía era para siempre. El
hombre, dueño de sus actos, eligió su desti-
no.
44
2. EL PURGATORIO
SU EXISTENCIA
Las Sagradas Escrituras no hablan
de estos lugares de forma precisa y yo
me atengo a cuanto está escrito “sin
precisar más de lo que debiera sobre
misterios que el hombre ahora no
podría sobrellevar”
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
purgatorio es un lugar de purificación. Hay
diversos niveles de purificación, como hay
múltiples vías purificadoras. Las Sagradas
Escrituras no hablan de
estos lugares de forma
precisa y yo me atengo a
cuanto está escrito “sin
precisar más de lo que
debiera sobre misterios
que el hombre ahora no podría sobrellevar” (Jn 16,
12). Me detendré en alguna
cita del Antiguo Testamen-
to, donde Moisés dice:
“Señor, Dios misericordio-
so y clemente, tardo a la
cólera y rico en amor y
fidelidad, que mantiene su
amor por mil generacio-
nes, que perdona la iniqui-
dad, la rebeldía y el peca-do, pero no los deja impu-
nes” (Ex 34, 6-7). En el
Apocalipsis también dice:
“Nada profano entrará en
el cielo” (Ap 21, 27). Si
tenéis todo esto en cuenta,
podréis comprender que el
hombre que muere en gra-
cia de Dios, no puede, en
justicia, ir “al lago de
fuego y azufre” (Ap 20,
10); y, si su alma no está nítida, limpia y transparen-
te, ¿a dónde irá? Queda
claro que su lugar es el purgatorio y, a
través de una etapa purificador, “el alma
resplandecerá más que el mismo sol” (Mt
13, 43). Será como “un querubín de inigua-
lable belleza” (Ez 28, 12-14).
“La calidad de la obra de cada cual la
probará el fuego. Si la obra de uno cons-
truida sobre cimiento resiste, recibirá la
recompensa. Más aquel cuya obra quede
abrazada, sufrirá el daño. Él, no obstante
quedará a salvo pero como quien pasa por
el fuego” (1 Cor 3, 13-15). Este fuego no es
de castigo, sino “purificador” (Zac 13, 9),
45
pues si fuera el fuego del infierno, no diría
“ quedará a salvo” porque quien tiene la
desdicha de caer en el fuego eterno, este
jamás tendrá salvación.
Te aseguro que no saldrás de ahí
sino cuando hayas pagado hasta el
último centavo
Jesús, Jerusalén, 33.d.c.: Llega a un
acuerdo con tu enemigo mientras van
por el camino, no sea que tu enemigo te entregue al juez y el juez al carcelero y
te echen al calabozo. Te aseguro que no
saldrás de ahí sino cuando hayas paga-do hasta el último centavo.(Mt 5,25-26)
María al mostrarles el purgatorio les
dijo: “Todas estas personas están
esperando sus oraciones y
sacrificios”.
A Varios, Medugorje,Yugoslavia, 1981:
María al mostrarles el purgatorio les dijo: “Todas estas personas están esperando sus
oraciones y sacrificios”. El purgatorio es
descrito como una gran oscuridad en la que
todos los rostros son vagos y difusos.
En el purgatorio hay distintos niveles; el
más bajo está cerca del infierno, y el más
alto se acerca gradualmente al cielo. No es
en el día de Todos los Santos, sino en el de
Navidad, que la mayor cantidad de almas
sale del purgatorio. Hay en el purgatorio almas que oran ardientemente a Dios, pero
por quienes ningún pariente o amigo reza
en la tierra. Dios hace que se beneficien de
las oraciones de otras personas. La mayor-
ía de la gente va al Purgatorio.
El infierno es como un mar de fuego, con
figuras oscuras moviéndose dentro. Muchos
van al infierno, unos pocos van directamen-
te al cielo.
Les fue mostrado en una visión del
infierno y del purgatorio
A 6 jóvenes, Kibeho, Ruanda, 1981: Tie-
nen que arrepentirse y pedir perdón, una
gracia que se obtiene por la meditación de
los sufrimientos y la Pasión de Jesús y de
su Madre. Y el desenlace, de no hacerlo así
... les fue mostrado en una visión del infier-
no y del purgatorio.
Pero cuando dejamos nuestra
cubierta de barro, y cuando nada
impide ya la libertad de nuestras
almas, por fin empezamos a conocer
a Dios, su bondad, su misericordia, su
amor... y se nos rechaza porque
todavía no estamos suficientemente
puras para gozarlo
Alma de Sor M.G. a la Hermna. M de L.C.
Pontigny, Francia 1873: Tenemos aquí un
conocimiento mejor y amamos mucho más
a Dios acá que el mejor conocimiento que
tengan ustedes de Él en la tierra. De hecho,
precisamente eso es lo que nos causa nues-
tro mayor tormento. En la tierra simple-
mente no conocéis lo que es Dios, o sola-
mente de acuerdo a su limitadísimo cono-cimiento. Pero cuando dejamos nuestra
cubierta de barro, y cuando nada impide ya
la libertad de nuestras almas, por fin empe-
zamos a conocer a Dios, su bondad, su
misericordia, su amor. Luego de esta vista
más clara y de la sed de unión, nuestras
almas suspiran por Dios. Eso es nuestra
verdadera vida y se nos rechaza porque
46
todavía no estamos suficientemente puras
para gozarlo. En una palabra, he aquí
nuestro peor tormento, el más duro, el más
amargo.
¡Oh! Si solo se nos permitiese volver a la
tierra, después de conocer a Dios en la
realidad, ¡qué distinta vida llevaríamos!
Pero ¡qué inútiles esos lamentos! Sin em-
bargo, vosotros en la tierra no pensáis en esas cosas y vivís como si estuvieseis cie-
gos. La eternidad no tiene importancia
para vosotros. La tierra es la única meta a
la que se encaminan casi todos vuestros
deseos, y ni siquiera pensáis en el Cielo, y
Jesús y su amor quedan de todo en el olvi-
do.
EL SENTIDO DE LA
PURIFICACIÓN
Esta fue la razón por la cual Judas
ofreció este sacrificio por los
muertos; para que fueran
perdonados de su pecado
Judas Macabeo, 160 a.c.: Pero creían firmemente en una valiosa recompensa
para los que mueren en gracia de Dios;
de ahí que su inquietud era buena y santa.
Esta fue la razón por la cual Judas ofre-ció este sacrificio por los muertos; para
que fueran perdonados de su pecado. (2
Mac,12, 45-46)
Pero el pecado recae sobre el alma y
la deja deforme y malherida…
quedan siempre reminiscencias,
huellas o reliquias de los mismos, y
estas cicatrices son las que hay que
curar, “purgar y purificar”
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Lo
que el alma está pagando en el purgatorio
no es el pecado cometido contra el Altísi-
mo, pues el hombre, aunque quisiera, no
puede resarcir a la divinidad por sus peca-
dos, porque es humano y el ofendido es
divino. Jesús muere por los pecados de los
hombres, ha pagado por todas, está salda-
da la cuenta, y de tal forma que dice el
Señor: “Si el malvado se convierte, ningu-
no de los pecados que cometió se le recor-
dara más” (Ez 33, 14-16). Pero el pecado recae sobre el alma y la deja deforme y
malherida.
Por el Sacramento de la Penitencia se per-
donan los pecados cuando el penitente está
arrepentido; pero quedan siempre reminis-
cencias, huellas o reliquias de los mismos,
y estas cicatrices son las que hay que curar,
“purgar y purificar” (Zac 13, 9) antes de
entrar en el cielo, pues “no entrará nada
contaminado” (Ap 21, 27).
El alma tiene que perfeccionarse del
todo nuevamente, y amar y desear a
Aquel a quien no tuvo amor
suficiente en la tierra
47
Alma de Sor M.G. a la Hermna. M de L.C.
Pontigny, Francia 1873: Mientras uno está
en la tierra, no puede verdaderamente
figurar o imaginarse lo que es Dios en
realidad. Pero nosotros (en el Purgatorio)
lo conocemos y lo entendemos por lo que
es, porque nuestras almas están libres de
los lazos que las encadenaban e impedían
que percibiesen la santidad y majestad de Dios, y su infinita clemencia. Somos márti-
res, consumidos, por sí decirlo, por el
amor. Una fuerza irresistible nos atrae
hacia Dios, que es nuestro centro; pero a la
vez otra fuerza nos rechaza a nuestro lugar
de expiación. Estamos en una condición de
no poder satisfacer nuestros ardientes de-
seos. ¡Oh, qué tormento es esto! Pero lo
deseamos y aquí no hay ninguna murmura-
ción en contra de Dios. No deseamos sino
lo que Dios quiere.
El alma tiene que perfeccionarse del todo
nuevamente, y amar y desear a Aquel a
quien no tuvo amor suficiente en la tierra.
He aquí la razón por la que la liberación de
algunas almas están postergada. Dios me
concedió una gran gracia, permitiéndome
pedir oraciones. No la merecía, pero sin
ella me hubiera quedado aquí, igual que las
más, de las que están aquí por años y más
años.
Muchas almas tienen su purgatorio
en la tierra... Todos los sufrimientos
como expiación de los pecados son
“ungüento saludable que cura y
cicatriza las heridas”
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: “La
calidad de la obra de cada cual la probará
el fuego. Si la obra de uno construida sobre
cimiento, resiste, recibirá la recompensa.
Mas aquel cuya obra quede abrasada,
sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a
salvo, pero como quien pasa sobre el fue-
go” (1 Cor 3, 13-15). Este fuego no es de
castigo sino, “purificador” (Zac 13, 9),
pues si fuera el fuego del infierno, no diría <quedará a salvo>, porque quien tiene la
desdicha de caer en el fuego eterno, este
jamás tendrá salvación.
Muchas almas tienen su purgatorio en la
tierra. Los hombres a veces se quejan de
los sufrimientos, de las enfermedades, de la
pobreza, de un sin fin de miserias humanas.
¡Tantas veces se revelan contra Dios! Di-
cen desesperadamente: ¿y por qué a mi?
No ven en la cruz más que un signo de castigo, cuando en realidad es un don y una
merced que, si pudieran comprenderla,
prestos se afanarían en dar gracias por tal
elección divina.
Todos los sufrimientos como expiación de
los pecados son “ungüento saludable que
cura y cicatriza las heridas” (Lc 10, 34) o
pequeñas lesiones, que toda falta infringe
al alma. La cruz, abrazada con amor y
aceptada con fe, obra el portentoso milagro de transformar al hombre. El hierro se
forja, se doblega, y se amolda al ingenio
del artífice en el yunque; y lo deforme ad-
quiere forma, gracias y belleza a fuerza de
golpes y temperaturas altas.
48
Si es obra que se convierte en
cenizas, él mismo tendrá que
pagar. El se salvará, pero como
quien pasa por el fuego
San Pablo, Palestina, 55 d.c.: La obra
de cada uno vendrá a descubrirse. El día del juicio la dará a conocer porque en el
fuego todo se descubrirá. El fuego pro-
bará la obra de cada cual: si su obra resiste el fuego, será premiado; pero, si
es obra que se convierte en cenizas, él
mismo tendrá que pagar. El se salvará,
pero como quien pasa por el fuego.(1 Cor 4, 13-15)
DON AMOROSO DEL PADRE
El purgatorio es una gran merced, un
acto más de amor y de misericordia
de Dios. Bienaventurados aquellos
que han de morar en el purgatorio,
porque ir a este lugar es tener el
Cielo asegurado
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
purgatorio no es un castigo impuesto por
Dios a las almas. Es una vía purificadora
que las almas concientes de la justicia y de
la santidad divina aceptan con gran amor.
Ya te he hablado de cómo el alma, ante la
cercanía de Dios, adquiere gran sabiduría
y ciencia; tiene, por vía del conocimiento
de Dios, un sentido veraz de la justicia. Ve su vida en tres vertientes: pasado, presente
y futuro; como en un espejo, todo se mues-
tra ante sus ojos interiores y, viendo su
infidelidad pasada, busca afanosamente un
lugar adecuado para su purificación.
“Amor y verdad se han dado cita, justicia y
paz se abrazan” (Sal 84 (85), 11) y han
dictaminado que el alma, para asemejarse
a Dios, ser purísimo debe pasar “Como el
oro por el crisol” (Mal 3, 3) y, “como se
refina la plata” (Zac 13, 9), así debe ser purificada. El purgatorio es una gran mer-
ced, un acto más de amor y de misericordia
de Dios.
Bienaventurados aquellos que han de mo-
rar en el purgatorio, porque ir a este lugar
es tener el cielo asegurado.
Puedo decirte, hija mía, que es bien difícil
ir al cielo sin pasar por el purgatorio.
Es, por lo tanto, providencia divina
poder ir al purgatorio, porque el
tiempo pasa pronto y después vendrá
la corona de gloria
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
purgatorio a través de las llamas o del
“fuego purificador” (Zc 13, 9) es un dolor
constante, pero las almas sufren estas pe-
nas con amor y esperanza porque saben
que al final les aguarda la dicha eterna. Es,
por lo tanto, providencia divina poder ir al
49
purgatorio, porque el tiempo pasa pronto y
después vendrá la corona de gloria. En ese
día maravilloso se hará realidad lo que
está escrito: “Uno de los ancianos tomó la
palabra y dijo: <esos que están vestidos
con vestiduras blancas ¿quiénes son y de
dónde han venido?> Yo les respondí <Se-
ñor mío tú lo sabrás.>Me respondió: <es-
tos son los que vienen de la gran tribula-
ción; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero>”
(Ap 7, 13-14).
Procuren estar en paz con todos y
progresen en la santidad, pues sin
ella nadie verá al Señor. (San Pablo,
Roma, 66 d.c Heb 12,14)
Si tenéis en cuenta los que se pierden
y lo fácil que es extraviarse, llegar al
purgatorio es una gracia que no
todos alcanzan
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Las
benditas almas del purgatorio son muy
amadas por Dios; ellas no gozan de la
visión beatífica, pero están en vías de al-
canzar la eterna dicha. Si tenéis en cuenta
los que se pierden y lo fácil que es extra-
viarse, llegar al purgatorio es una gracia que no todos alcanzan.
Las almas en estos lugares o etapas de
purificación sufren, pero con paz; conser-
van la esperanza y mantienen la alegría
porque conocen – pues se les ha dado inte-
lectivamente a conocer – la dicha sublime
que les espera.
Las benditas almas del purgatorio gozan de
muchos privilegios. En la Iglesia triunfante se celebran con gran honor y gloria los
misterios de la fe. Hay días muy señalados
en los que se conmemoran la Encarnación
del Hijo de Dios, el Nacimiento de Jesús, su
Pasión y muerte, y los santos que contribu-
yeron con su entrega a la obra redentora:
San Joaquín, Santa Ana, San José, los
Apóstoles, mártires y confesores de la Igle-
sia. Pues bien, en estas fiestas conmemora-
tivas suben muchas almas del purgatorio a
los cielos. En las festividades de la Inmacu-
lada, de la Asunción, de la Natividad y de
otras advocaciones marianas vuestra Ma-
dre baja al purgatorio y éste que da casi
vacío, si no fuera porque constantemente
las almas van entrando en él. Estos privile-
gios son obra de la misericordia de Dios, que anhela la dicha eterna para todos sus
hijos.
Todos debéis recordar, además, las muchas
gracias que se derivan de vuestra oración
del Santo Rosario, “gran cadena” (Ap 20,
1-2) con la que podéis someter en la tierra
a Satanás y con la que podéis ayudar a las
almas que sufren en el purgatorio. Orad, pues, por las benditas almas que allí se
encuentran y, al mismo tiempo, encomen-
daos a su intercesión.
DIVERSIDAD DE NIVELES
PARA DIFERENTES GRADOS
DE PURIFICACIÓN
REQUERIDA
50
Las almas que son purificadas en la
otra vida después de la muerte,
sufren cada una según su necesidad
de purificación
A Pequeña Alma, España 2001 Hijo mío,
las almas que son purificadas en la otra
vida después de la muerte, sufren cada una según su necesidad de purificación… y
estas purificaciones pueden compararse
algo para el entendimiento humano, con las
enfermedades y dolencias de la vida natu-
ral.
Ya sabes que la enfermedad el hígado es
triste y muchas veces lleva a la muerte,
pero algunos se curan después de largo
tiempo y tratamiento.
Así hay almas en el Purgatorio que necesi-tan una larga y triste purificación, porque
aunque se han salvado por los pelos, la
necesitan, porque durante su vida no han
hecho nada o casi nada por su salvación y
la de los demás. Este es el caso de tu fami-
liar, necesita oraciones y oraciones…
En el Purgatorio no hay naturaleza,
ni árboles, ni frutos. Todo es
incoloro, claro y oscuro, según el
grado de purificación de las almas
Ven. Ana Catalina Emerich, Munster, Ale-mania, 1774: En el Purgatorio no hay natu-
raleza, ni árboles, ni frutos. Todo es incolo-
ro, claro y oscuro, según el grado de puri-
ficación de las almas. Los lugares donde
están las almas guardan cierto determinado
orden.
He visto muchos estados de purificación.
En particular he visto castigados a aquellos
sacerdotes aficionados a la comodidad y al
sosiego, que suelen decir: “Con un rincon-cito en el Cielo me contento. Yo rezo, digo
misa, confieso, etc.” Estos sentirán indeci-
bles tormentos y vivísimos deseos de bue-
nas obras y verán a todas las almas a quie-
nes han privado de su auxilio, y tendrán
que sufrir un desgarrador deseo de soco-
rrerlas. Toda pereza se convertirá en tor-
mento para el alma, su inquietud e impa-
ciencia, su inercia en cadenas, y todos estos castigos no son invenciones, sino que pro-
ceden clara e inadmisiblemente del pecado,
como la enfermedad y la causa que la pro-
duce.
Vi que las almas de los reyes y señores que
habían atormentado durante su vida mortal
a los demás, ahora servían humildemente
como siervos. He visto en el purgatorio a
protestantes que habían vivido piadosa-
mente en su ignorancia. Están abandona-
dos porque carecen de oraciones. Las sec-tas están allí separadas como aquí, y pade-
cen mucho más, porque no reciben en la
tierra sufragios de oraciones y misas.
Acercándose a las almas se conoce si son
hombres o mujeres. Se ven figuras más o
menos claras, cuyo rostro está infinitamen-
te afligido y dolorido, aunque en él se echa
a ver la paciencia con que llevan sus penas.
No es posible explicar la compasión que me
51
causa el verlas. Nada hay más consolador
que contemplar la paciencia y ver cómo se
alegran las unas de la salvación de las
otras, y cómo se duelen a la vista de los
dolores de las demás que allí moran, y de
la aflicción de las que van llegando.
En cambio, el que, sin saberlo,
hace cosas que merecen castigo,
no será castigado con tanta
seriedad
Jesús, Palestina, 33d.c.: En cambio, el que, sin saberlo, hace cosas que mere-
cen castigo, no será castigado con tanta
seriedad. Al que se le ha dado mucho se le exigirá mucho, y al que se le ha con-
fiado mucho, se le pedirá más aún. (Lc
12, 48)
Además en estos tres departamentos
del Purgatorio, hay muchos grados
de variación. Poco a poco, al paso que
el alma se purifica más, se muda su
padecer
Alma de Sor M.G. a la Hermna. M de L.C.
Pontigny, Francia 1873: Hay larga distan-
cia entre el Purgatorio y el Cielo. A veces
tenemos el privilegio de echar una rápida
mirada a las alegrías de los bienaventura-
dos en el paraíso; pero es casi un castigo.
Eso nos hace suspirar por ver a Dios. En el
Cielo, puras delicias; en el purgatorio,
profunda oscuridad.
Le puedo decir algo acerca de los distintos
grados del purgatorio, porque he pasado
por ellos. En el Purgatorio mayor hay va-rios peldaños. En el más bajo y más dolo-
roso, parecido a un infierno temporáneo,
están los pecadores que cometieron terri-
bles crímenes durante su vida, y cuya muer-
te les sobrevino en tal estado. Casi por
milagro se salvaron, y muy a menudo por
las oraciones de los padres santos o de
otras personas piadosas. A veces ni siquie-
ra tuvieron tiempo de confesarse, y el mun-
do pensó que estaban perdidos, pero Dios,
cuya misericordia es infinita, les concedió, al momento de la muerte, la contrición
necesaria para su salvación, tomando en
cuenta una o distintas buenas acciones que
hicieron durante su vida. Para tales almas
el purgatorio es terrible. Es un verdadero
infierno, con la diferencia de que en el
infierno maldicen a Dios, en tanto que
nosotros le bendecimos, dándole gracias
por habernos salvado.
En seguida vienen las almas que, aunque no cometieron grandes crímenes como las
otras, fueron indiferentes con Dios. No
cumplieron sus obligaciones pascuales y
también se convirtieron al momento de la
muerte. Quizás no pudieron recibir la Sa-
grada Comunión. Están en el Purgatorio
por sus largos años de indiferencia. Pade-
cen inauditos tormentos y quedan abando-
nadas, bien sea por falta de oraciones, o en
caso que recen por ellas, no se les permite
aprovecharlas. En este tramo del purgato-
rio hay religiosos de ambos sexos, que fueron tibios, descuidados en sus obliga-
ciones, indiferentes hacia Jesús.
Estoy en el segundo Purgatorio. Desde mi
muerte, había estado en el primero, donde
52
uno padece tantos tormentos. Padecemos
también en el segundo, pero ni siquiera
aproximadamente tanto como en el prime-
ro. He estado en el segundo Purgatorio
desde la fiesta de la Asunción. Ese día vi a
la Santísima Virgen por primera vez. En el
primer Purgatorio nunca la vemos. La
visita de ella nos anima, y esa querida
Madre nos habla del Cielo. Mientras esta-
mos viéndola, nuestros padecimientos se disminuyen muchísimo.
Los grandes pecadores que fueron indife-
rentes para con Dios, y los religiosos que
no fueron lo que deberían haber sido, están
en la grada más inferior del Purgatorio.
Mientras permanezcan ahí, las oraciones
ofrecidas en pro de ellos no se les aplica.
Porque rechazaron a Dios durante su vida,
ahora Él, por su turno, los deja abandona-
dos a fin de que puedan reparar sus vidas negligentes y sin mérito.
En el segundo Purgatorio, que es el purga-
torio todavía, pero muy distinto del prime-
ro, uno padece muchísimo, pero menos que
en el lugar mayor de expiación. Luego, hay
un tercer período que es el Purgatorio del
deseo, en donde no hay fuego. Las almas
que no desearon ardientemente el Cielo y
los que no amaron a Dios lo bastante, ahí
están. Estoy en ese lugar en este momento. Además en estos tres departamentos del
Purgatorio, hay muchos grados de varia-
ción. Poco a poco, al paso que el alma se
purifica más, se muda su padecer.
En el segundo Purgatorio están las almas
que fallecieron con pecados no del todo
expiados antes de la muerte, o con pecados
mortales que se les perdonaron pero de los
que no dieron entera satisfacción a la Divi-
na Justicia. En esta parte del Purgatorio
hay también distintos grados según los méritos de cada alma. Así que el Purgato-
rio de las almas consagradas o de los que
recibieron gracias más abundantes, dura
más tiempo y es mucho más doloroso que el
de la gente ordinaria del mundo.
Finalmente hay un Purgatorio del deseo
que se llama el umbral. Muy pocos son los
que se escapan de él. Para evitarlo del
todo, uno tiene que desear ardientemente el
Cielo y la visión de Dios. Esto es cosa rara
y aún más rara de lo que piensa la gente,
porque aun las personas piadosas le tienen
miedo a Dios y por lo tanto no poseen un deseo suficientemente poderoso para irse al
Cielo. Ese Purgatorio tiene un martirio
dolorosísimo igual que los demás. La pri-
vación de la vista de nuestro amante Jesús
añádase todavía al intenso padecer.
Era una fase profunda del
Purgatorio, pero no la peor. El nivel
inferior se denominaba “La cámara
del sufrimiento”
Cristina Gallager, Gortnadreha, Irlanda,
1988: Cristina, a quien al igual que a los videntes de Fátima, Kibeho y Medjugorje
se le concedió dar una mirada al purgatorio
y al infierno, indicaba que lo más importan-
te era proteger la eternidad del alma. Vio el
infierno como un lugar de ―llamas y más
llamas‖, fuego por todas partes y los cuer-
pos nadando en él.
“Eran muy negros, y parecía como que las
llamas se hacían tan enormes que se podía
apreciar su vigor. Jesús habló y dijo: “Este es el abismo del pecado, el lugar para to-
dos aquellos que no aman a Mi Padre”. Yo
pude mirar abajo y más abajo. Centenares
de condenados. Y todos sin esperanza.
53
Tras su mirada al purgatorio Cristina fue
llevada a lo largo de un camino estrecho y
allí por unas escaleras hasta un túnel muy
oscuro. Al principio creyó que era el infier-
no por ser tan lúgubre, con puertas negras
y lleno de fango. Todo estaba en tinieblas.
Pero Cristina pudo distinguir a dos conoci-
dos suyos, un laico y un sacerdote.
Nos cuenta Cristina: “Yo ciertamente de-seaba desesperadamente que fueran libera-
dos. Entonces Jesús desapareció y parecía
como que yo hubiera sido arrojada contra
un muro de piedra –atrapada y sin poder
moverme- y había espíritus malos jugando
con el fuego. Sentí que el fuego me afecta-
ba. No me quemaba pero me hacía sentir en
agonía. Y exclamé “Jesús, quiero quedarme
aquí si con ello se salvan esas dos almas”.
Luego una gran bola de luz me envolvió y
todo se desvaneció. Más tarde la Santísima Virgen me informó que aquellas dos almas
habían sido liberadas.
Era una fase profunda del Purgatorio, pero
no la peor. El nivel inferior se denominaba
“La cámara del sufrimiento”. A niveles
más altos vio también el Purgatorio como
un área enorme de cenizas grisáceas en las
que ninguno se hacía visible. Eran los que
estaban aguardando su liberación.
DIVERSIDAD EN CUANTO A
LA DURACIÓN
Cada día miles de almas llegan al
Purgatorio y las más de ellas ahí
permanecen de treinta a cuarenta
años, algunos por períodos más
largos, otras por más cortos
Alma de Sor M.G. a la Hermna. M de L.C.
Pontigny, Francia 1873: Cada día miles de
almas llegan al Purgatorio y las más de
ellas ahí permanecen de treinta a cuarenta años, algunos por períodos más largos,
otras por más cortos. Se lo digo en térmi-
nos de cálculos terrenales, porque ahí la
cosa es distinta. ¡Oh, si la gente supiese y
entendiera lo que es el Purgatorio y lo que
es saber que aquí estamos por nuestra
propia culpa. Estuve aquí desde hace ocho
años y me parecen como diez mil años.
Acerca del momento de nuestra liberación
no sabemos nada. Si sólo supiéramos cuan-
do llegará el término de nuestros padeci-mientos, ya sería un intenso alivio, una
alegría para nosotros; pero no es así. Sa-
bemos bien que nuestros padecimientos
disminuyen y que nuestra unión con Dios se
hace más estrecha. Pero en qué día (esto es
según los cálculos de la tierra, porque aquí
no hay días), estaremos unidas con Dios, de
eso no sabemos; es un secreto. Las almas
del Purgatorio no tienen ningún conoci-
miento del futuro, salvo lo que a veces Dios
les concede.
Son muy poca la cantidad de almas que no
tengan sino algunos pecados veniales que
expiar. Estas no se quedan mucho tiempo
54
en el purgatorio. Algunas oraciones bien
rezadas por ellos, algunos sacrificios, de
parte de personas de la tierra, pronto las liberan. Pero cuando se trata de almas
como la mía – y estas son casi todas las
almas cuyas vidas fueron tan vacías, que no
prestaron sino poca o ninguna atención a
su salvación-, entonces su vida entera tiene
que volver a empezar nuevamente en este
lugar de expiación.
En cuanto a la Santísima Virgen, la
vemos en su cuerpo. Baja al
Purgatorio los días de sus fiestas y se
vuelve al Cielo con muchas almas
Alma de Sor M.G. a la Hermna. M de L.C.
Pontigny, Francia 1873: Vemos a San Mi-
guel como vemos a los ángeles. No tiene
cuerpo. Viene a buscar las almas que aca-
baron con la purificación. Él es quien las
lleva al Cielo. Es el ángel más elevado en
el Cielo. Nuestros propios ángeles de la
guarda nos vienen a ver. Pero San Miguel
es mucho más hermoso que ellos. En cuan-
to a la Santísima Virgen, la vemos en su
cuerpo. Baja al Purgatorio los días de sus
fiestas y se vuelve al Cielo con muchas almas. Mientras ella está con nosotros no
padecemos. San Miguel la acompaña.
Cuando él viene solo, seguimos padecien-
do. El año en que me oyó gemir, cuando
empecé a hablarle, estaba todavía en ese
mismo lugar.
En el día de la fiesta de San Miguel, él
llega al Purgatorio y se vuelve al Cielo,
llevándose gran número de almas, en espe-
cial las que le fueron devotas durante su vida.
55
3. EL CIELO
INDESCRIPTIBILIDAD DEL
PARAÍSO CELESTIAL
Fue arrebatado al paraíso, donde
oyó palabras que no se pueden
decir: son cosas que el hombre no
sabría expresar
San Pablo, Palestina, 56 d.c.: De cierto
creyente sé esto: hace catorce años fue
arrebatado hasta el tercer cielo. Si fue con el cuerpo o fuera del cuerpo, eso no
lo sé, lo sabe Dios. Y yo sé que ese
hombre, sea con cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, lo sabe Dios, fue arre-
batado al paraíso, donde oyó palabras
que no se pueden decir: son cosas que
el hombre no sabría expresar. 2 Cor 12, 2-4)
Esta sublime grandeza, que los
hombres algún día no lejano vivirán
en los cielos, es indescriptible; y aun-
que yo quiero acercarte a la realidad,
no me es posible
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Esta
sublime grandeza, que los hombres algún
día no lejano vivirán en los cielos, es indes-
criptible; y aunque yo quiero acercarte a la
realidad, no me es posible; porque no es
fácil expresar con palabras humanas reali-
dades sobrenaturales que, por serlo, esca-
pan a cualquier conocimiento, por ilustra-
do que éste fuere. Es tan elevada esta cien-
cia que es imposible darle término ni al-cance. La distancia es insalvable, porque la
mentalidad de muchos hombres es rastrera
y todo se visualiza, cuantifica, mide y pesa.
El racionalismo ha trocado al ser humano
en irracional. La razón, sinónimo de cordu-
ra, no cumple su oficio; porque muchos son
los hombres que, creyéndose sabios han
perdido la capacidad de razonar y ya no
razonan. Absortos en sus conquistas y su-
mergidos en la materia, ¿cómo pueden
estos hombres percibir el cielo? ¿Y cómo
pueden entender mis palabras y aprender
mis enseñanzas? Éstas serán, para la ma-
yoría, un género literario, para otros lucu-
braciones y fantasías; y créeme, cuanto
más elevado sea el contenido de este libro,
más cerca estará él de la realidad del cielo y, al acercarse a lo divino, más se apartará
del pensamiento humano y menos lo cre-
erán, porque la distancia entre el hombre
natural y el cielo será mayor, y “el hombre
nunca podrá discernir naturalmente lo
espiritual” (1 Cor 2, 14)
Si tú me preguntaras: ¿Qué es el cielo? Yo
te diría: el cielo es amor, y como Dios es
Amor, el cielo es la posesión de Dios. Y la
eternidad, ¿qué es la eternidad? Es la ple-nitud del amor de Dios en todas las almas.
En términos humanos, las palabras cielo y
eternidad se expresarían con la plenitud del
amor de un Dios que se da a los bienaven-
turados sin tasa ni medida. Y como Dios es
impenetrable, el amor no podría ser expli-
cado más que amando; y la eternidad,
tiempo sin fin donde el alma podrá vivir el
amor.
56
El hombre, mientras lleva sobre sí “el
lastre de la culpa”, no puede
comprender lo que Dios le tiene
reservado en el cielo y aunque se
figure o imagine la gloria, esto sólo
sería la sombra de lo que en realidad
es la Casa del Padre...
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
hombre, mientras lleva sobre sí “el lastre
de la culpa”, no puede comprender lo que
Dios le tiene reservado en el cielo y aunque
se figure o imagine la gloria, esto sólo sería
la sombra de lo que en realidad es la Casa del Padre.
El Padre es inmensamente feliz haciendo
partícipe de su gloria a los hijos, y estos,
inmersos en el abismo infinito de todas sus
bondades, le alaban y bendicen eternamen-
te, viniendo a ser “uno con Él”. Y así como
Dios no puede crecer en gloria ni en per-
fección, porque Él es la Gloria inmutable y la Perfección absoluta que al darse no
sufre merma y al recibir no experimenta
crecimiento en sí mismo – pues Dios es
inmutable -, sin embargo podría decirse
que este aumento de gloria se da, no en
Dios mismo, sino en el hombre, gloria del
Padre, hermano del Hijo, renuevo del Espí-
ritu Santo, creado para resplandecer en la
gloria de Dios.
¿Cómo es, pues, esta alabanza? Es sublime,
maravillosa y excelsa, porque los que ala-
ban y bendicen a Dios, Trinidad indivisa,
con su alabanza no aumentan la gloria
divina, porque en el Señor está toda la
gloria, eternamente y de forma inmutable.
Dios ha creado al hombre no para aumen-
tar su propia gloria, sino para comunicar
al hombre su gloria y para manifestarle su
amor. Cuando el hombre alaba y bendice a su Hacedor, está participando de la gloria
divina y, como hijo adoptivo de Dios, con
su cuerpo glorificado está glorificando a
Aquel que lo glorificó.
La alabanza y la gloria en unión con los
coros angélicos, esto es lo más importante
en el cielo. Porque no es una alabanza ni
una gloria semejante a la que vosotros conocéis. Muchas veces los hombres llevan
a los labios lo que no siente su corazón. En
este caso todo se reduce a palabras “que
como tamo se las lleva el viento”. No en
vano está escrito: “Este pueblo me honra
con los labio, mientras su corazón está
alejado de mí”
Cuando el hombre se libere de “ese
lastre de pecado” que hace más
pesada, si cabe, su esclavitud, y parta
de esta vida a la casa del Padre,
entonces, sólo entonces,
comprenderá que la descripción que
os hice del cielo en consideración a
vuestra flaqueza natural, se ajustó
mucho al pensamiento humano; por
eso fue corta y bien mermada
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
¡Qué maravilloso es el cielo! ¡Y qué difícil
es para la mente humana pensar en él! El
hombre, desde su nacimiento, está sujeto a
unas leyes; salir de las coordenadas de
tiempo y de espacio es muy difícil para él.
Se imagina que no hay más belleza que
aquella que contemplan sus ojos, y no se ha
parado a pensar que todas las hermosuras
de la tierra, aunque describan la sublime
grandeza del Creador, no son más que
57
leves pinceladas y pe-
queños reflejos de la luz
inaccesible y de la be-
lleza que ocultan los
cielos. Cuando el hom-
bre se libere de “ese
lastre de pecado” que
hace más pesada, si
cabe, su esclavitud, y
parta de esta vida a la casa del Padre, enton-
ces, sólo entonces, com-
prenderá que la des-
cripción que os hice del
cielo en consideración a
vuestra flaqueza natu-
ral, se ajustó mucho al
pensamiento humano;
por eso fue corta y bien
mermada. La Madre del
cielo quiso hablar a sus hijos de la tierra “sobre
grandezas que no comprenden y sobre
maravillas que les superan”; por eso bajó
hasta la pequeñez de aquel que balbucea.
PLENITUD DE PERFECCIÓN Y
VIDA
Ahora quiero mostraros cómo van al
cielo las almas después de su etapa
purificadora... Todo lo sabe y
comprende. El alma tiene gran
perceptibilidad, todo lo ve en un
instante, todo lo penetra y todo lo
entiende
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Ahora quiero mostraros cómo van al cielo
las almas después de su etapa purificadora:
en lenguaje humano, podría decir que lle-
van “una diadema de gracia y una corona
de gloria”. El alma, aunque ha sido creada
por Dios para habitar en el cuerpo, no
precisa de él para moverse en un plano
espiritual. Lo más importante del hombre
está en su alma, aunque el cuerpo ha sido
un siervo fiel que ha cumplido con la mi-
sión que se le había ordenado.
El alma llega al cielo, lugar de su destino,
acompañada siempre de su protector o
ángel de la guarda. Hay almas a las cuales
tengo la misión de acompañar. Otras, en
cambio, son liberadas de las penas del
purgatorio por Jesús. Estas almas fueron
muy devotas de su Corazón, del sacramento
de la Eucaristía y de su gran misericordia.
Fueron fieles a los primeros viernes de mes
y hallaron su recompensa.
Los familiares y amigos las reciben con
amor. El alma no necesita que les digan
dónde está ni que le expliquen nada. Todo
lo sabe y comprende. El alma tiene gran
perceptibilidad, todo lo ve en un instante,
todo lo penetra y todo lo entiende. El pasa-
do, el presente y el futuro están desnudos y
descubiertos ante sus ojos. Su estado de perfección es tal que todo lo que le rodea
no hace más que confirmarle la sublime
grandeza de Dios, de la cual ella participa.
Lo que más le sorprende a los hombres que
alguna vez han sido arrebatados al cielo, es
el amor, porque, viniendo de un lugar don-
de solo domina el egoísmo, el odio, la ven-
58
ganza y la traición, es casi imposible com-
prender este amor entre el Padre y los
hijos, y esta comunicación entre las almas y
los ángeles.
En la Patria Celestial la memoria, el
entendimiento y la voluntad serán
como lumbreras, porque estarán
altamente sublimadas; no obrarán
porque las tres potencias entre sí
estarán en la presencia de Dios
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
¿Cómo subirá el alma a la gloria después
de su etapa de purificación? Hermosa,
limpia y resplandeciente más que el mismo sol. Las potencias, gloria del alma, quedan
refulgentes, como haz de luz.
En la Patria Celestial la memoria, el en-
tendimiento y la voluntad serán como lum-
breras, porque estarán altamente sublima-
das; no obrarán porque las tres potencias
entre sí estarán en la presencia de Dios
como “están los querubines blandiendo sus
alas” (Ex 37, 9).
No es preciso que el hombre se esfuerce en recordar, pues todo lo bueno y lo hermoso
que le proporcione felicidad, lo tendrá
presente; solo desaparecerán de su memo-
ria el dolor, las amarguras, las enfermeda-
des y la muerte. El entendimiento, sabia-
mente ilustrado por la luz divina, conocerá
y hasta comprenderá muchos y grandes
misterios; se irá dilatando constantemente
en el conocimiento de Dios, y cuanto más
penetre en el abismo insondable de su
amor, más inmensa será su gloria, que “irá creciendo en plenitud2 (Prov 4, 189 la
voluntad solo sirve para obrar aquí en la
tierra; más si el hombre vivió en Dios, por
Él, y para Él” (Col 1, 16), Ya desde su
cotidiano vivir rindió su voluntad a la vo-
luntad divina, aquel que ama al Señor sin
fingimientos, “Con todo su corazón, con
toda su alma y con todas sus fuerzas” (De-
ut 6, 59, no tiene voluntad propia no por-
que carezca de esa potencia, sino que sa-
biamente la ha trocado por el amor, y en
ese cambio el ser humano ha ganado con
creces.
La omnisciencia que se les concede a
ellos, a la libertad de que gozan por
la que no se les opone ninguna
distancia ni ningún espacio, su
clarividencia, por la que
experimentan grandes satisfacciones
Del alma de Fanny Moissieva, a un vidente,
Han-Kow, China, 1960: Me llegó una voz,
no se de dónde: “Arriba, despiértate, Fan-
ny, y mira alrededor atentamente. Escri-
birás de todo lo que veas... Almas descono-
cidas por mí vinieron a mi encuentro, leves
como mariposas, tanto que ni siquiera oía
sus pasos. Tenían vestidos multicolores y
sus miradas, llenas de felicidad, reflejaban
una bondad sin límites. Y me dijeron:
“¡Hermana, levántate!” Te acoge el Reino
del Padre cuyo espíritu vive en toda cosa. Estás aquí por su voluntad, para que el
hombre no se extravíe en la duda y en la
búsqueda inútil, para que puedas contar en
la tierra nuestra vida, por haberla visto”...
Nos acercamos a los bienaventurados que
se encontraban allí. Ellos contaban a un
nuevo huésped del Paraíso, llegado hacía
poco a la grandeza y la gloria del Señor, su
majestad, la omnisciencia que se les conce-
de a ellos, a la libertad de que gozan por la que no se les opone ninguna distancia ni
ningún espacio, su clarividencia, por la que
experimentan grandes satisfacciones. Pasa
el tiempo, los siglos se suceden, pero nin-
59
guno teme a esta carrera y nadie tiene
enemigos
Aquí, en cambio, es el Paraíso, lleno
de toda perfección, y Dios reina en él
gloriosamente entre los dulces cantos
de los serafines, mientras que en
todas partes florecen y maduran
frutos
Del alma de Fanny Moissieva, a un vidente,
Han-Kow, China, 1960: Y yo volvía a de-
cir: “Allá abajo en el infierno he visto...”,
pero fui interrumpida: “No hables,. Noso-
tras sabemos ya todo. Allí no valen nada
las tribulaciones y los tormentos de los pecadores. Aquí, en cambio, es el Paraíso,
lleno de toda perfección, y Dios reina en él
gloriosamente entre los dulces cantos de
los serafines, mientras que en todas partes
florecen y maduran frutos. Aquí pueden
vivir solamente las almas santas; aquí está
la fuente de los pensamientos alados y de
las ideas sublimes. El agua de los arroyos
es pura y las alas de los ángeles tienen un
resplandor plateado. Aquí nadie se esfuerza
y todos gozan los bienes que han sido crea-
dos para los justos.
Volví la mirada y pensé: “¡Qué belleza
aquí! ¡qué aire balsámico y perfumado!
¡Qué hermoso jardín! ¡Qué espléndidos vestidos multicolores tienen las almas que
pasean por él! Y ¡Qué limpio y azul el cie-
lo! Ni una nube empaña la nitidez y la pu-
reza: solo lo atraviesan leves los ángeles,
desapareciendo por el azul inmaculado.
a hierba aquí es sutil, verde, deliciosamente
fresca, primaveral, adornada de flores y no
se dobla bajo el solemne pisar de los ánge-
les. ¡Qué agradables son los pequeños
senderos que los atraviesan. En todo alre-
dedor se erguían majestuosa palmeras que
murmuraban, movidas por el leve vienteci-
llo que hacía ondear sus hojas. Mi compa-
ñero me guiaba y me llevaba siempre ade-
lante, y mostrándome varios objetos para
mí del todo desconocidos me los iba nom-brando; pero yo no sabría darles un nom-
bre en nuestro lenguaje humano. Ni podría
describir su belleza, porque el lenguaje de
la tierra es demasiado pobre.
Fui enseguida impresionada por la belleza
y variedad e colores que poseían las flores
de aquel lugar, inocentes criaturas del
Señor. Algunas entre ellas eran tímidas y
modestas. Otras en cambio, bellísimas,
pero indiferentes a su propia belleza.
Ningún pintor sabría reproducir los tonos y los matices propios de esas flores. Nadie en
la tierra sabe preparar perfumes que pue-
dan igualar a los aromas dulces de las
flores del Paraíso. Estas flores no producen
embriaguez sino solo placer intenso. Y yo
respiraba con alegría no humana el aire
impregnado de aquel dulcísimo soplo.
LA FELICIDAD ETERNA
Yo vi cuán grande es la felicidad de
Dios, que reparte a todas las
criaturas haciéndolas felices
Santa Faustina Kowalska, Plonia, 1937: Hoy fui al Cielo, en Espíritu, y vi su incon-
cebible belleza y la felicidad que nos espera
después de la muerte. Yo vi cómo todas las
criaturas dan incesantemente glorias y
alabanzas a Dios. Yo vi cuán grande es la
felicidad de Dios, que reparte a todas las
criaturas haciéndolas felices; y entonces
toda la alabanza y gloria que viene de esta
felicidad, retorna a su fuente; y ellos entran
60
dentro de la profundidad de Dios, contem-
plando su vida interior, al padre, al Hijo y
al Espíritu Santo, de quien ellos nunca se
separarán.
Estarán maravillados con esta
belleza. Ellos estarán siempre felices.
Visitarán todo el Paraíso, incluyendo
el Gran Salón del juicio, donde cada
uno será juzgado
A 12 niñas y centenares, Oliveto Citra,
Italia, 1985: La gente que ora no caerá en
ese profundo abismo que es el infierno, sino
que irán al Reino del Cielo, donde verán
esos magníficos campos de amor fraterno, y además podrán ver el Paraíso Celestial.
Estarán maravillados con esta belleza.
Ellos estarán siempre felices. Visitarán
todo el Paraíso, incluyendo el Gran Salón
del juicio, donde cada uno será juzgado.
Ellos se regocijarán, y con una alegría
inmensa reinarán a Mi lado con Dios por
toda la eternidad
Te serán concedidos los más mínimos
deseos, incluso podrás ver con cuánta
ternura el Eterno creó tu alma y
cómo, antes de que el mundo fuera
creado, Él pensó en ti, místicamente
te tomó en sus manos y te acunó so-
bre su Corazón
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: En
el cielo se ven, se viven-cian y se disciernen todos
los misterios, ahora vela-
dos para el hombre. Si te
sientes atraída por el
instante sublime de la
Encarnación, podrás
místicamente vivir ese
momento glorioso. Y si
dices: me gustaría haber
conocido el nacimiento e
infancia de Jesús, tus deseos serán colmados.
Todo aquello que el alma
anhele, lo tendrá. Si tu gozo supremo es
contemplar a Jesús en el Santísimo Sacra-
mento, harás compañía a la multitud de
serafines que, juntamente con las almas
enamoradas de este admirable Portento, lo
adoran día y noche, muchos en el cielo y
otros en todos los sagrarios de la tierra.
Te serán concedidos los más mínimos dese-
os, incluso podrás ver con cuánta ternura el Eterno creó tu alma y cómo, antes de que
el mundo fuera creado, Él pensó en ti,
místicamente te tomó en sus manos y te
acunó sobre su Corazón. Y lo que te digo a
ti, lo digo a todos los hombres, porque
todos son amados por Dios, como si en
realidad fuera uno solo.
En el cielo no hay ansiedad, porque todas
las aspiraciones del alma están satisfechas.
El cielo no es un lugar monótono ni pesado, en él nadie puede sentir cansancio ni hast-
ío. En el cielo “hay muchas moradas”.
Jesús dice: Voy a prepararos un lugar”.
Todos son felices en la presencia de
Dios.; nadie desea más de lo que
tiene... “El cielo es el paraíso donde
corren ríos de agua, brillantes como
el cristal, y árboles de vida que dan
fruto todos los meses del año”
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
cielo es incomprensible para la mente
61
humana y no hay palabras
sublimes capaces de definirlo.
A ti te digo: el cielo es un esta-
do de beatitud en el que el
hombre resucitado y glorioso
“participa” como hijo adoptivo
de Dios, “de la misma natura-
leza divina” (2 Pe 1,4)
“El cielo es el paraíso donde corren ríos de agua, brillantes
como el cristal, y árboles de
vida que dan fruto todos los
meses del año” (Ap 22, 1-2).
Todos son felices en la presen-
cia de Dios.; nadie desea más
de lo que tiene, porque “el más
pequeño en el reino de los cielos es mayor
que cada uno de vosotros” (Mt 11, 11).
Las moradas de los bienaventurados
se presentan bajo la forma de
palacios y de jardines llenos de flores
y de frutos maravillosos, según su
condición de beatitud
Ven. Ana Catalina Emerich, Munster, Ale-
mania, 1774: La celestial Jerusalén se me
aparece ordinariamente como una ciudad
donde las moradas de los bienaventurados
se presentan bajo la forma de palacios y de
jardines llenos de flores y de frutos maravi-llosos, según su condición de beatitud. Lo
mismo aquí, creí ver un mundo entero, una
reunión de edificios y de habitaciones muy
complicadas. Pero en las moradas de los
bienaventurados todo está formado bajo
una ley de paz infinita, de armonía eterna.
Todo tiene por principio la beatitud, mien-
tras en el infierno tiene por principio la ira
eterna, discordia y la desesperación.
En el Cielo son edificios de gozo y de ado-ración, jardines llenos de frutos maravillo-
sos que comunican la vida. En el infierno
son prisiones y cavernas, desiertos y lagos
llenos de todo lo que excita el disgusto y el
horror; la eterna y terrible discordia de los
condenados. En el Cielo todo es unión y
beatitud de los santos.
En estos campos y jardines, cuadros, plan-
tas y ramas, flores y frutos, vivía todo lo
mismo que en aquel jardín común. El gozar
de los frutos no consistía en comerlos, sino
en la íntima percepción de los mismos.
Vi a mi madre, hermosa como nunca,
alta, esbelta, envuelta en velos
vaporosos. Sus ojos eran idénticos a
los que había tenido en vida, pero la
mirada distinta
Del alma de Fanny Moissieva, a un vidente,
Han-Kow, China, 1960: Todo allí era bello.
Sin ruido, semejante a leves mariposas,
volaban los ángeles. De repente, a través
del follaje de la espesa vegetación, oí una
voz muy conocida para mí, y reconocí la
querida voz de mi madre. Me volví hacia aquel lugar. La voz querida conservaba el
encanto de otro tiempo, y desde ese mo-
mento yo no esperé otra cosa que el instan-
te de mi encuentro con ella.
Ante nosotros apareció un kiosco, esculpi-
do en piedra azul, similar a la turquesa; en
él vi a mi madre, hermosa como nunca,
alta, esbelta, envuelta en velos vaporosos.
Sus ojos eran idénticos a los que había
62
tenido en vida, pero la mirada distinta.
Además tenía la cintura más delgada y los
cabellos más brillantes y peinados de otra
manera. Su rostro era todo liso, mientras
que alrededor de la cabeza le brillaba un
aureola. Y también brillaba una aureola en
torno a aquellos que estaban con ella. Ella
les hablaba y yo escuchaba ávidamente
cada sílaba suya. Después se levantó y
llamó a las amigas. Detrás les ondeaba un velo...
Podría pensarse: el cielo debe ser un
lugar estático y aburrido; sin
embargo, este concepto es humano y
no corresponde a nada a la realidad...
Cada alma tendrá el cielo que le ha
correspondido, según sus obras
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: En
el cielo nadie está inactivo. Los ángeles, los
santos, todos alaban, adoran y bendicen a
Dios. Después, cada cual tiene una misión
específica, que cumple con celo, cooperan-
do así al plan salvífico y redentor que Dios
tiene sobre la humanidad.
Jesús curó a un tullido en sábado. Los
judíos, por esto, trataban de matarle. Jesús
les dice”Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Jn
5, 17). ¿Cómo traba-
jan los moradores
del cielo? Espiri-
tualmente. De los
ángeles está escrito:
“Mira que envío
delante de ti a tu
ángel para que te
guarde en todos tus
caminos” (Ex 23, 20).
Y de los santos que
forman la Iglesia
triunfante se sabe
que instan al bien y
promueven acciones
santificadoras en los miembros de la Igle-
sia militante. Ellos oran e intercede cons-
tantemente ante Dios por los habitantes de
la tierra. Bien podría decirte, para que
mejor comprendas que la Madre de Dios y
de los hombres no está inactiva y ahora
mismo trabaja con gran amor por la huma-
nidad, para que se santifique con estas
enseñanzas que “como rocío cubrirán la
tierra. Soy Madre y Maestra, y ésta es la misión que el Altísimo me ha encomenda-
do; con gozo la cumplo y ene este servicio
pongo mi corazón y mi entrega generosa.
DIVERSIDAD EN LA GLORIA
RECIBIDA
¿Hay muchos cielos? Sí, hay diferen-
tes cielos o estados beatíficos. ¿Y
moradas? Hay muchas moradas,
tantas y tan distintas entre sí como lo
son las almas
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: “En
la casa de mi Padre hay muchas moradas,
si no, os lo habría dicho; porque voy a
preparaos un lugar, volveré y os tomaré
conmigo para que donde Yo esté, estéis
también vosotros” (Jn 14, 2-3).
63
El cielo , la gloria, la casa
del Padre, la Nueva Jeru-
salén, el Paraíso, ¡Cuántos
nombres para definir la
eterna dicha, la plenitud de
Dios!
Jesús fue llevado al cielo y
Pablo fue arrebatado hasta
el tercer cielo (2 Cor 12, 2). ¿Hay muchos cielos?
Sí, hay diferentes cielos o
estados beatíficos. ¿Y mo-
radas? Hay muchas mora-
das, tantas y tan distintas
entre sí como lo son las
almas. Todo esto es muy difícil de explicar.
Por tanto, os advierto que sería bueno no
olvidar cuanto he ido enseñando referente
a ahondar en el espíritu y dejar en segundo
plano la letra, no fijando demasiado la atención en números concretos ni en fechas
determinadas, que muchas veces son más
simbólicas que representativas de una
auténtica realidad.
Mis palabras son como leves pinceladas
que sólo pueden servir para esbozar un
cuadro del cielo y para acercarnos un po-
quito a él; pero este magnífico lienzo sólo
quedará al descubierto y mostrará toda su
perfección y belleza cuando el alma esté en presencia de Dios.
El cielo es indescriptible y, aunque me
afanara para hacer llegar a ti tanta belleza
y hermosura, mi intento sería inútil, pues
“ni ojo vio ni oído oyó” (1 Cor 2, 9), por-
que es inmensa la dicha que espera a los
bienaventurados.
Pongo por caso tres vasijas de
distinta forma y al mismo tiempo
desiguales en capacidad. La más
pequeña está completamente llena...
La tercera, que es la mayor de toda,
está asimismo hasta los bordes.
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
Pongo por caso tres vasijas de distinta
forma y al mismo tiempo desiguales en capacidad. La más pequeña está comple-
tamente llena; en sí misma hay una pleni-
tud. La segunda vasija, un poco mayor,
también está a rebosar; segundo grado de
plenitud. La tercera, que es la mayor de
toda, está asimismo hasta los bordes. Si
humanamente te detienes a contemplarlas,
te darás cuenta de que hay una diversidad
dentro de la unidad y que cada una de ellas
retiene según su capacidad. Conservan su
forma, que es tanto como decir sus carac-
terísticas propias, y distintas entre sí. Y el recipiente aprehende según sus posibilida-
des; viniendo el contenido a tomar la forma
del recipiente, adaptándose a su capacidad.
Si estas vasijas pudieran hablar, en justicia
no podrían decir: deseamos más; porque en
todas ellas hay una plenitud, aunque ésta
sea diferente; en las tres hay abundancia,
pues las tres están al límite máximo de sus
posibilidades. Esto es un ejemplo de lo que
acontece en el cielo.
64
En orden al sentido sublime de justicia, los
bienaventurados están participando de la
vida divina y en tal grado que no sienten
celos ni saben de envidias, no pueden más
que bendecir, amar y adorar a Dios por tan
inefable dicha.
Si pruebas a llenar una vasija de
cualquier sustancia líquida o gaseosa,
te darás cuenta que dicho contenido
se adapta a la capacidad del envase,
tomando la forma del recipiente. Así
sucede en el cielo: cada cual tendrá la
gloria que le corresponda; todo
depende del recipiente, que es tanto
como decir, de la capacidad de amar
y de asimilarse al Amor
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
Señor dijo: “El reino de Dios está dentro
de vosotros” (Lc 17, 21). Sencillamente, Jesús descubre al hombre lo que en sí es el
cielo, la vivencia de Dios en el alma: un
estado beatífico de múltiples matices y de
plenitud diversa como participación de la
plenitud absoluta, que es Dios. Por eso el
alma tiene el cielo según su capacidad
espiritual y, en esta capacidad, que puede
ser diversa, estará su plenitud. Si pruebas a
llenar una vasija de cualquier sustancia
líquida o gaseosa, te darás cuenta que
dicho contenido se adapta a la capacidad
del envase, tomando la forma del recipien-te. Así sucede en el cielo: cada cual tendrá
la gloria que le corresponda; todo depende
del recipiente, que es tanto como decir, de
la capacidad de amar y de asimilarse al
Amor.
4. EL INFIERNO
SU EXISTENCIA REVELADA
POR JESÚS MISMO
Algunos dicen que el infierno está en
esta tierra, pero no es así. Que el
infierno existe, lo ha dicho mi Hijo
A Miguel Ángel Poblete, Peñablanca, Chi-
le, 1983.: El demonio existe y trata de
hacer creer que no existe. Que no existe ni
Dios ni el infierno. Algunos dicen que el infierno está en esta tierra, pero no es así.
Que el infierno existe, lo ha dicho mi Hijo.
Por cierto, ¿de qué le servirá a un
hombre el ganar el mundo entero,
si pierde su alma? (Jesús, Jeru-
salén, 33 d.c. Mc 8, 36)
65
No teman a los que sólo pueden
matar el cuerpo, pero no el alma;
teman más bien al que puede
echar el alma y el cuerpo al
infierno. (Jesús, Palestina, 30 d.c .Mt 10,
28)
Pues es mejor para ti que entres
con un solo ojo en el Reino de
Dios, que no con los dos ser
arrojado al infierno, donde el
gusano no muere y el fuego no se
apaga. Pues el mismo fuego los
conservará. (Jesús, Palestina, 30 d.c.
Jesús, Palestina, 30 d.c. Mc 47-49)
¡Ay de ustedes, maestros de la Ley
y fariseos hipócritas... ¡Serpientes,
raza de víboras! ¿Cómo lograrán
escapar de la condenación del in-
fierno? (Jesús, Palestina, 30 d.c. Jesús,
Palestina, 30 d.c. Mt 29. 33)
El Hijo del Hombre enviará a sus
ángeles para que quiten de su
Reino todos los escándalos y
saquen a los malvados. Y los
arrojarán en el horno ardiente.
Allí será el llanto y el rechinar de
dientes
Jesús, Palestina, 30
d.c.: Jesús les dijo: ―El que siembra la
semilla buena es el
Hijo del Hombre.
El campo es el mundo. La buena
semilla son los que
pertenecen al Re-ino. La mala hierba
es la gente del de-
monio. El enemigo
que la siembra es el diablo. La cosecha
es el fin del mundo. Los segadores son
los ángeles. Así como se recoge la ma-leza y se quema, así será al fin del
mundo.
El Hijo del Hombre enviará a sus ánge-les para que quiten de su Reino todos
los escándalos y saquen a los malvados.
Y los arrojarán en el horno ardiente. Allí será el llanto y el rechinar de dien-
tes. Al mismo tiempo los justos bri-
llarán como el sol en el Reino del Pa-dre. Quien tenga oídos, que entienda.
(Mt 13, 37-43)
Así pasará al fin del mundo:
vendrán los ángeles y separarán a
los malos de los buenos y los
arrojarán al horno ardiente,
donde habrá llanto y
desesperación
Jesús, palestina, 30 d.c.: El Reino de los
Cielos es semejante a una red que se
echa en el mar y recoge peces de todas
clases. Cuando está llena, los pescado-res la sacan a la orilla. Ahí se sientan,
escogen los peces buenos y los echan
en los canastos, y tiran los que no se pueden comer. Así pasará al fin del
mundo: vendrán los ángeles y separarán
66
a los malos de los buenos y los arro-
jarán al horno ardiente, donde habrá
llanto y desesperación.
Preguntó Jesús: ―¿entendieron bien
estas cosas?‖ Ellos le respondieron:
―Sí.‖ (Mt 13, 47-51)
Y a ese servidor inútil échenle a la
oscuridad de allá afuera: allí
habrá llanto y desesperación
Jesús, Palestina, 30 d.c.: Quítenle, pues,
el talento y entréguenselo al que tiene
diez. Porque al que produce se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no
produce se le quitará hasta lo que tiene.
Y a ese servidor inútil échenle a la os-
curidad de allá afuera: allí habrá llanto y desesperación. (Mt 25, 28-30)
Y éstos irán al suplicio eterno, y
los buenos a la vida eterna
Jesús, Jerusalén, 33 d.c.: Aquellos (los
malos separados a la izquierda) pregun-
tarán también: ―Señor, ¿cuándo te vi-mos hambriento, sediento, desnudo o
forastero, enfermo o encarcelado, y no
te ayudamos?‖ El Rey les responderá: ―En verdad les digo que siempre que no
lo hicieron con alguno de esto más pe-
queños, que son mis hermanos, conmi-
go no lo hicieron.
Y éstos irán al suplicio eterno, y los
buenos a la vida eterna.‖ (Mt 26, 44-46)
Los que hicieron el bien saldrán y
resucitarán para la vida; pero los
que obraron mal resucitarán para
la condenación
Jesús, Palestina, 30 d.c.: No se asom-
bren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi
voz. Los que hicieron el bien saldrán y
resucitarán para la vida; pero los que obraron mal resucitarán para la conde-
nación (Jn 5, 28-29)
Por misericordia, muchas cosas están
ocultas; pues, si el hombre advirtiera
cuanto en su entorno se mueve,
moriría de espanto por el espectáculo
que contemplarían sus ojos
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: El
hombre que niega lo que no comprende y
que “injuria lo que ignora” (Jd 1, 10), es
un necio; y aquel que se resiste a creer
aquello que no ve, no es nada inteligente.
Por que si lo fuera, pensaría que no todo lo que existe puede ser visualizado.
Por misericordia, muchas cosas están ocul-
tas; pues, si el hombre advirtiera cuanto en
su entorno se mueve, “moriría de espanto
67
por el espectáculo que contemplarían sus
ojos” (Deut 28, 67). ¿Y acaso habéis olvi-
dado lo que está escrito: “Despabilaos,
mirad que vuestro adversario, el diablo,
está merodeando en torno a vosotros con
deseos de devoraros”? (1 Pe 5, 8)
REALIDAD POSTERIOR A LA
VIDA TERRENAL
Algunos dicen que el Infierno está
aquí en la tierra, y otros dicen que
está en la misma persona, en la
mente… ¡No, hijos míos! El Infierno,
como el Purgatorio, como el Cielo,
son lugares muy concretos
A Pequeña Alma, España 2001 (J) Algunos dicen que el Infierno está aquí en la tierra,
y otros dicen que está en la misma persona,
en la mente… ¡No, hijos míos! El Infierno,
como el Purgatorio, como el Cielo, son
lugares muy concretos, pero no pueden ser
concebidos por la mente humana más que
por comparaciones de vuestro mundo visi-
ble.
Hasta muchos de vuestros teólogos no
creen más que en lo que puede comprender su razón, no creen en el misterio, ni en la
Palabra de Dios, han perdido la fe… ¡po-
bres hijos, qué siembran…!
Hijos míos, haced todo lo posible por no
perder la fe y por evitar el pecado… ¡Apar-
taos y dejad todo lo que hace pecar!
Muchos no sabéis ya lo que es pecado, y
viven constantemente en pecado mortal
como algo normal, porque otros lo hacen… y no saben o lo han olvidado, que si la
muerte les sorprende en ese estado irán al
infierno para siempre.
Pecado es faltar en algo a los diez Manda-
mientos… y odiar al prójimo, el que odia al
prójimo, odia a Dios y se está odiando a sí
mismo…
Debéis leer y repasar la Doctrina de la Fe
Católica, que también para eso vino mi
divino Hijo Jesús, para instruiros y quitar la ignorancia que el hombre tenía sobre
Dios, sobre sí mismo y sobre su existencia
terrenal… y lo que le espera después de la
muerte del cuerpo…
Os pido hijos míos, que roguéis a Dios por
vosotros mismos… que os preocupéis de
salvar vuestra alma, sois vosotros mis-
mos… porque el cuerpo de carne es como
un vestido que en la hora de la muerte
tendréis que dejar aquí, pero que os ha servido para hacer el camino de esta vida
terrenal y material.
Para que no compares tu estado con
el infierno, me dijo, voy a mostrarte
el infierno...
Ven. Ana Catalina Emerich, Munster, Ale-
mania, 1774: Hallándome una vez muy
turbada y abatida de la vista de las mise-
rias que me rodeaban y de tantas penas y
violencias que sentía, pidiendo a Dios que
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se dignara concederme siquiera un día
tranquilo, pues vivía como en el infierno,
mi guía me respondió muy severamente:
“Para que no compares tu estado con el
infierno, me dijo, voy a mostrarte el infier-
no... ” Cuando me acuerdo lo que vi, tiem-
blo de pies a cabeza. Todo lo vi en globo:
Allí había un abismo tenebroso, allí había
fuego, allí tormentos, allí noche. Los límites
del horizonte eran siempre tinieblas. Al acercarme vi un país de infinitos tormentos.
Todo procedía de la antítesis de la felici-
dad, esto es, de penas y tormentos. En la
mansión de los justos (otra visión) parece
todo formado según el fundamento y la
conexión de la paz infinita, de la perfecta
armonía y contento. Pero aquí todo nacía
de la perpetua cólera, de la falta de unidad,
de la desesperación. Como en el Cielo hay
magníficos y transparentes edificios, en donde las almas se alegran y adoran a
Dios, se veían aquí innumerables cárceles
tenebrosas, cavernas de tormentos, donde
se maldecía y reinaba la desesperación. Así
como allí se ven los más admirables jardi-
nes con frutos de gozo divino, así se veían
aquí los más espantosos desiertos y panta-
nos de tormentos, de penas y de todo lo que
puede causar horror, aversión y espanto.
He visto templos, altares, castillos, tronos,
jardines, lagos y torrentes de maldición; así como en el Cielo los había de amor, de
concordia, de paz y de felicidad. Aquí la
desgarradora discordia perpetua de los
condenados, allá la dichosa comunidad de
los santos.
Todas las raíces de la corrupción y del
error producen en el infierno el dolor y el
suplicio en número infinito de manifesta-
ciones y de operaciones. Cada condenado
tiene siempre presente este pensamiento:
Que los tormentos a que están entregados son el fruto natural y necesario de su cri-
men, pues todo lo que se ve y se siente de
horrible en este lugar no es más que la
esencia, la forma interior del pecado des-
cubierto, de esa serpiente que devora a los
que ha mantenido en su seno. Todo esto se
puede comprender cuando se ve, mas es
casi imposible expresarlo con palabras.
La mayoría de las almas que están
allí son aquellas que no creyeron que
el infierno existe
Santa Faustina Kowalska, Polonia, 1937: Y
estoy escribiendo esto por orden de Dios,
para que ninguna alma pueda encontrar
una excusa para decir que no existe el
infierno o que nadie ha estado allí, o nadie
puede decir cómo es.
Lo que estoy escribiendo es sin embargo,
una pálida sombra de lo que vi. Pero yo
descubrí una cosa: la mayoría de las almas
que están allí son aquellas que no creyeron
que el infierno existe
Hoy, yo fui llevada por un ángel a las puer-
tas del infierno. ¡Es un lugar de gran tortu-
ra! ¡Qué estremecedor, grande y extenso es
esto! Las clases de tortura que yo vi: la
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primera tortura que constituye el infierno
es la pérdida de Dios. La segunda, el per-
petuo remordimiento de conciencia. La
tercera es que esa condición nunca cam-
biará jamás. La cuarta es el fuego que
penetra el alma sin destruirla – un terrible
sufrimiento, teniendo en cuenta que es un
puro fuego espiritual, dejado allí por casti-
go de Dios. La quinta tortura es la continua
oscuridad y un terrible y sofocante olor, y sin importar la oscuridad, los demonios y
las almas se ven unas a otras, y todos los
demonios y a sí mismas. La sexta tortura es
la constante compañía de Satanás. La
séptima tortura es una horrible desespera-
ción, odio a Dios, palabras viles, maldicio-
nes y blasfemias.
Estas torturas son sufridas por todos los
condenados juntos, pero no es el final de
los sufrimientos. Hay especiales torturas destinadas a ciertas almas. Estas son tor-
mentos de los sentidos. Cada alma se su-
merge en un terrible e indescriptible sufri-
miento relacionado con la manera que ha
pecado. Estos son cavernas y puestos de
torturas donde una forma de agonía difiere
de otra. Yo habría muerto a la simple vista
de estas torturas si la omnipotencia de Dios
no me hubiera soportado. Dejo las almas
ahora, que serán torturadas a través de
toda la eternidad en aquellos sentidos que usaron para el pecado.
CASTIGO JUSTO,
LIBREMENTE ESCOGIDO
Ninguno de los que están condenados
en el infierno pueden reprocharle
algo a Dios, se han condenado por su
libre voluntad, Dios sólo ha dictado la
sentencia, y lo ha intentado todo para
salvarlos A Pequeña Alma, España 2001 (J)¡Rezad
por ello!, orad y orad para que despierten a
tiempo de reaccionar al menos espiritual-
mente, aunque no les de tiempo de hacer
penitencia por sus pecados en esta vida,
pero que se puedan salvar de la condena-
ción eterna en el infierno, hijos míos…
Cuando Dios en su infinita Sabiduría lo ha
creado, es porque era necesario que vivan
eternamente separados de Él, los que no lo
han amado… no quieren estar con Él… es
justo, Dios no obliga a nadie, y respeta la
libertad que le ha dado al hombre al crear-
lo semejante a Él, hasta el punto de que permite que se condene eternamente y des-
precie su salvación que le ha costado la
Vida y Sangre de su divino Hijo Jesús.
Ninguno de los que están condenados en el
infierno pueden reprocharle algo a Dios, se
han condenado por su libre voluntad, Dios
sólo ha dictado la sentencia, y lo ha inten-
tado todo para salvarlos.
Orad, hijos míos, orad por los pobrecitos pecadores que van camino del Infierno, que
viven en pecado mortal continuamente y en
el momento menos pensado les sorprenda
la muerte y el Juicio Particular ante Dios…
no tendrán respuestas ante el panorama de
su vida… tendrán las manos vacías, serán
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como el de la parábola que escondió el
talento…
Al infierno solo van las personas que
lo persisten en su alejamiento
Sor Benigna Consolata, Turín, 1900: (J)
Escribe, Benigna apóstol de me Misericor-
dia, que lo principal que yo quiero que se
sepa es que soy todo amor, y que la pena
más grande que se puede inferir a mi Co-
razón es dudar de mi bondad. El daño más
grande que el demonio hace a las almas,
después de haberles hecho cometer el pe-cado, es la desconfianza. Si un alma confía,
tiene todavía el camino abierto, pero si el
demonio consigue cerrar el corazón con la
desconfianza, cuánto me toca luchar para
reconquistar aquella alma. Es cierto que
cien pecados me ofenden más que uno, pero
si este es la desconfianza, me hiere el co-
razón más que los otros cien, porque la
desconfianza hiere mi corazón en lo más
íntimo. ¡Amo tanto a los hombres!
Al infierno solo van las personas que lo
persisten en su alejamiento
Pero aquellos que se quieren
condenar van allí por forzar con sus
propias manos aquellos hilos y caen
dentro
Sor Benigna Consolata, Turín, 1900: (J)
¡Mira, Benigna, aquel fuego! Sobre aquel
abismo he extendido una especie de red
protectora, con los hilos de mi misericor-
dia, para que las almas no cayesen dentro.
Pero aquellos que se quieren condenar van allí por forzar con sus propias manos aque-
llos hilos y caen dentro. Y una vez que han
caído ni siquiera mi bondad los puede sal-
var. Estas almas han sido “perseguidas”
por mi misericordia como la policía persi-
gue a un malhechor. Pero ellas han esca-
pado al influjo de mi misericordia.
La puerta de mi Misericordia no está ce-
rrada con llave sino solo entreabierta. A
poco que la empuje se abre. Incluso un niño
la puede abrir, incluso un viejo sin fuerzas. En cambio, la puerta de mi justicia está
cerrada y solo la abro a quien me fuerza a
abrirle. Espontáneamente no la abriría
jamás.”
No hago uso de los castigos sino
cuando los hombres mismos me
obligan a hacerlo. Antes del día de la
justicia mando el día de la
misericordia
Santa Faustina Kowalska, Polonia, 1937:
(J) Que el pecador no tema acercarse a Mí.
Aunque el alma fuera como un cadáver en
plena putrefacción, si humanamente ya no
hubiera remedio, no es así delante de Dios.
Las llamas de la misericordia me consu-
men; deseo derramarlas en las almas de los
hombres... Para castigar tengo toda la
eternidad; ahora, en cambio, prolongo el tiempo de la misericordia. Aunque sus
pecados sean negros como la noche, diri-
giéndose a mi misericordia, el pecador me
glorifica y honra mi pasión. En la hora de
su muerte Yo le defenderé como mi misma
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gloria. Cuando un alma exalta mi bondad,
Satanás tiembla ante ella y huye hasta lo
más profundo del infierno.
Los mayores pecadores alcanzarían una
gran santidad si confiaran en mi misericor-
dia. No hago uso de los castigos sino cuan-
do los hombres mismos me obligan a hacer-
lo. Antes del día de la justicia mando el día
de la misericordia. A tales almas les conce-do gracias que superan sus deseos... No
puedo castigar... a quien se refugia en mi
piedad...”
Así llegarán hasta la condenación
todos aquellos que no quisieron
creer en la verdad y prefirieron
quedarse en la maldad
San Pablo, Palestina, 51 d.c. Al presen-tarse este Sin-Ley, con el poder de Sa-
tanás, hará milagros, señales y prodi-
gios al servicio de la mentira Y usará todos los engaños de la maldad en per-
juicio de aquellos hombres que han de
perderse, porque no acogieron el amor
de la verdad que los llevaba a la salva-ción. Por eso Dios les dirigirá las fuer-
zas del Engaño que los lleven a creer en
la mentira; así llegarán hasta la conde-nación todos aquellos que no quisieron
creer en la verdad y prefirieron quedar-
se en la maldad. (2 Tes 2, 9-12)
ETERNIDAD DEL
SUFRIMIENTO
Satanás toma a su victima y después
de burlarse de ella, de poner en
ridículo su torpeza y pertinaz
ceguera, la lleva a su caverna, una
caverna llena de almas que gimen
desesperadas A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
Después del juicio condenatorio, el alma se
aleja del cuerpo hastiada del fracaso de su
vida; con desesperación vuelve hacia esta
los ojos de su afeada alma, y es así, porque
lo que hace que un alma sea hermosa es la
gracia, y este divino don no se encuentra en
un alma condenada.
Satanás toma a su victima y después de
burlarse de ella, de poner en ridículo su
torpeza y pertinaz ceguera, la lleva a su
caverna, una caverna llena de almas que
gimen desesperadas. Están tan juntas como
la arena de mar, compactas como la resina,
oscuras como el petróleo y de hedor inso-
portable. Unos contra otros se lanzan im-
properios. El día se acabó para ellos y solo
queda sombras y oscuridad, tristeza y acer-bos sufrimientos.
Los condenados “serán atormentados
día y noche por los siglos de los
siglos”, serán condenados para
siempre, y este “siempre” es eterno y
no tiene ni tendrá jamás final
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: Los
condenados “serán atormentados día y
noche por los siglos de los siglos” (Ap 20, 10), serán condenados para siempre, y este
“siempre” es eterno y no tiene ni tendrá
jamás final.
Dos son las penas que sufren los condena-
dos: penas de daño y de sentido.
Pena de daño: La pena de daño consiste en
carecer de la vista de Dios. Los condena-
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dos no podrán conocer a Aquel que los
creó. Saben que existe el amor, pero ellos,
con su dureza de corazón, se han incapaci-
tado para amar. Tienen inteligencia del
cielo, pero saben muy bien que jamás
podrán aspirar a él. Estos conocimientos
son como loza que los oprime y encoleriza.
“¡Hay si hubieras atendido a mis manda-
mientos! Tu paz sería como un río y su
justicia como las olas del mar; no serías extirpado ni aniquilado delante de mí” (Is,
48, 18.19). “Durante mucho tiempo guardé
silencio” (Is 42, 14), pacientemente te es-
peré; pero “tu me volviste la espalda” (Jer
15, 6) y “te prostituiste “(Ez 16, 15)
Pena de sentido: La pena de sentido consis-
te en sufrir tormentos indecibles. Los con-
denados son cruelmente tratados por los
espíritus malignos. El juez injusto que con-
quistó a las almas mintiendo y engañando, ahora imparte justicia entre sus víctimas.
Esto parece un sueño, pero por desgracia
es bien cierto. Satanás y sus secuaces, que
infringieron la justicia e hicieron mofa y
escarnio de esta santa virtud, allanando lo
más sagrado del hombre, su alma, y que-
brantando su conciencia, en los infiernos
paladines de justicia.
Pensad hijos míos, que aquí en la
tierra, todos vuestros dolores y
sufrimientos, tienen un término, y un
alivio con los calmantes, pero en el
Infierno no hay consuelo… ni
alivio… ni término… sino que es
continuo y eterno…
A Pequeña Alma, España 2001 ¡Hijos míos…!, los dolores y sufrimientos que
tenéis en la tierra, son nada comparados
con los que sufren las almas que están en el
purgatorio… Y los sufrimientos que tienen
las almas en el purgatorio, son nada com-
parados con los que tienen las almas en el
Infierno.
El Infierno es horrible… si pensarais un
poco nada más en lo que han escrito los
Santos que durante sus vidas tuvieron vi-
siones del Infierno, de los demonios y de los
condenados… Y si pensarais en lo que
dicen las Sagradas Escrituras: “allí será el
llanto y el rechinar de dientes…”, o sea, la
amargura y la rabia que sienten las almas
por haberse condenado libremente, cuando
tan fácilmente se podían haber salvado… “allí será el gusano que nunca muere…”, o
sea, la conciencia y la representación cons-
tante de los pecados cometidos que les
hicieron perder la felicidad del Cielo… La
sola visión de los demonios. Espíritus de-
formes y monstruosos, es espantable.
En el infierno todo es tinieblas y oscuridad,
no hay día ni noche, siempre oscuridad…
alumbrada sólo por las llamas y las almas
que arden sin consumirse, así como las que arrojan los demonios… Ríos y estanque
putrefactos que dan un hedor insoporta-
ble… y así todo horrible y horroroso…
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Pensad hijos míos, que aquí en la tierra,
todos vuestros dolores y sufrimientos, tie-
nen un término, y un alivio con los calman-
tes, pero en el Infierno no hay consuelo…
ni alivio… ni término… sino que es conti-
nuo y eterno…
Vuestra mente no puede concebir la eterni-
dad, porque estáis en un mundo donde todo
comienza y termina, y solo podéis pensar que la Eternidad es como un continuo pre-
sente donde nada comienza ni acaba…
Pero cuando en la hora de vuestra muerte,
os sintáis solos con vuestra alma… y veáis
a vuestro cadáver… entonces comenzaréis
a sentir que sois inmortales y que la muerte
del cuerpo es solo un paso a la eternidad.
No os quiero asustar con mis Palabras,
hijos míos, aunque muchos hombres y niños
de hoy, ya no se asustan de nada… Satanás ha conseguido en estos últimos tiempos con
sus mentiras e imágenes… distraeros y
acostumbraros a ver lo deforme y mons-
truoso, como algo normal y hasta distraído
y bueno, agradable, simpático y divertido.
Encadenados en espíritu tenemos la
mirada fija en nuestra vida
malograda, con un continuo “aullar o
crujir de dientes”... ¡odiando y...
atormentados... ¿Lo oyes?...
Alma de Clara a su amiga Anita, Wald-
friedhof, Alemania, 1937: Nuestra voluntad
está como petrificada en lo malo, en lo que
vosotros llamáis “malo”. También cuando
realizamos algo bueno, como yo hago aho-
ra, abriéndote los ojos acerca de la exis-
tencia del infierno, no lo ejecutamos con
recta intención.
Ojalá no hubiera recibido el ser ¡Ah!... ¡Si pudiese aniquilarme ahora!... ¡Escaparme
de estas penas!... Ningún placer sería capaz
de igualar lo que yo experimentaría si pu-
diese rasgar mi existencia como si fuese un
velo de ceniza, y que sus partículas se hun-
diesen en la nada... Mas... ¡tengo que exis-
tir! ¡Tengo que ser como yo misma me he formado!... ¡como el fallo absoluto de mi
existencia!
Nosotros no comemos, no dormimos, ni
andamos con los pies. Encadenados en
espíritu tenemos la mirada fija en nuestra
vida malograda, con un continuo “aullar o
crujir de dientes”... ¡odiando y... atormen-
tados... ¿Lo oyes?... Aquí bebemos el odio
como el agua... Nos odiamos unos a otros;
y el más odiado es... Dios.
Estando un día en oración, me hallé
en un punto, toda –sin saber
cómo- que me parecía estar metida
en el infierno...
Santa Teresa de Jesús, España, 1560: Es-
tando un día en oración, me hallé en un punto, toda –sin saber cómo- que me parec-
ía estar metida en el infierno... Los dolores
corporales, tan insoportables, que con
haberlos pasado en esta vida gravísimos, y
según dicen los médicos, los mayores que
se pueden pasar acá (porque fue encogér-
seme todos los nervios cuando me tullí, sin
otros muchos de muchos que he tenido, no
es todo nada en comparación de lo que allí
sentí), y ver que del agonizar del alma, un
apretamiento, un ahogamiento, una aflic-ción tan sensible y con tan desesperado y
afligido descontento, que no sé cómo lo
esclarecer.
74
No hay luz sino todo tinieblas oscurísimas.
Yo no entiendo cómo puede ser todo esto,
que con no haber luz, lo que a la vida ha de
dar pena, todo se ve.
No quiso el Señor entonces viese más de
todo el infierno. Después he visto otra vi-
sión de cosas espantosas, de algunos vicios
el castigo. Cuando a la vista muy espanto-
sos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en
esta visión quiso el Señor que verdadera-
mente yo sintiese aquellos tormentos y
aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo
estuviera padeciendo. Yo no sé como ello
fue, más bien entendí ser gran merced, y
que quiso el Señor yo viese por vista de
ojos, de dónde me había librado su miseri-
cordia.
DIVERSIDAD DE GRADOS DE
SUFRIMIENTO SEGÚN
MERECIMIENTOS
¡No todas las almas sufren
igualmente. Con cuanta mayor
malicia y más voluntariamente uno
ha pecado, tanto más pesa sobre él la
pérdida de Dios
Alma de Clara a su amiga Anita, Wald-
friedhof, Alemania, 1937: Nuestra mayor
pena consiste en esto: el saber con certeza
que jamás veremos a Dios. ¿Cómo es posi-
ble que esto atormente tanto, si en la tierra
a uno lo deja indiferente?... Mientras el
cuchillo está sobre la mesa, a uno lo deja
indiferente. Se ve su filo cortante, pero no
se lo siente. Pero si el cuchillo penetra en
la carne, arranca un grito de dolor. Ahí es
cuando experimentamos y sentimos la
pérdida de Dios. Antes, la pensábamos
solamente.
No todas las almas sufren igualmente. Con cuanta mayor malicia y más voluntaria-
mente uno ha pecado, tanto más pesa sobre
él la pérdida de Dios, y tanto más le oprime
la criatura abusada. Los católicos conde-
nados sufren más que los de otras religio-
nes, porque recibieron mayores luces y
mayores gracias, y... ¡las pisotearon! Quien
sabía más sufre más intensamente que
quien sabía menos. Quien pecó por malicia
sufre más agudamente que quien cayó por
debilidad. Pero nadie sufre más de lo me-recido. Ojalá que esto no fuese verdad,
para tener un motivo más para odiar.
Infierno, como tal, solo hay uno; pero
cavernas, muchas…
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
Infierno, como tal, solo hay uno; pero ca-
vernas, muchas.
Siguiendo este orden, es de justicia que
“quien más recibió, más debe correspon-
der” (Lc 12, 48) a la gracia recibida. Por
eso todos aquellos que fueron elegidos y
tuvieron más sabiduría y ciencia de Dios, si por desgracia caen en el abismo, serán
tratados conforme a su dignidad jerárquica
o elección divina. De la misma forma lo
serán todos “los bautizados, miembros del
Cuerpo místico de Cristo” (1 Cor 12, 13;
Ef 5, 30); y, aunque no son equiparables a
los ministros del Señor, también ellos han
recibido en el Bautismo, el don del Espíritu
Santo, y están llamados a la santidad. Por
todos estos bienes recibidos tendrán que
responder a Dios y, si no fueron fieles, serán severamente castigados.
75
Hay otras cavernas, lugares de torturas,
para todos aquellos que recibieron sacríle-
gamente el Cuerpo Sacrosanto de Jesús. Ya
te dije que, para bien o para mal, no puede
borrarse del alma la huella de la divinidad
que en ella está indeleble.
En otras cavernas, se encuentran, “los
cobardes, los incrédulos y los abomina-bles” (Ap 21, 8), que en jactancia y vani-
dades pasaron su vida sin acordarse ni por
un instante de que eran “hijos de Dios y
herederos del Cielo” (Rom 8, 16-17). De
todo hicieron burla, mofa y escarnio; la
muerte les tomó por asalto sin tener en toda
su vida un acto de arrepentimiento ni un
deseo ferviente de hallar la paz. Vivieron
en la incredulidad, despreciaron el amor de
Dios y murieron sin esperanza. El infierno
existe, es de fe, y nadie sensato puede decir o pensar lo contrario.
Esto que has visto son las personas
que están en el infierno, pero en el
grado de condenación más leve,
porque las culpas por las cuales
fueron condenados no ameritan un
tormento más grande A 4 personas, Huatusco, México, 1988:
“Todo se oscureció y sentí caer en un hoyo
en forma de elipse. Caía a gran velocidad,
pero todo estaba oscuro. De repente oí
gritos y blasfemias. Llegué a una parte,
como caverna, no muy alta; solo a corta
distancia se veían resplandores. Avancé y
vi personas, cada una en un nicho, separa-
das entre sí. Vi cómo se queman, como si se
incendiaran; se revuelcan en el piso, se
muerden ellos solos y rechinan sus diente. Su aspecto es grotesco, ya no son caras
humanas; son caras llenas de odio, petrifi-
cadas en el odio y la blasfemia. Me acerqué
y uno de ellos se dio cuenta y se lanzó en
contra mía, con rabia, como queriendo
matarme. Solo que todos ellos están enca-
denados y no pudo hacerme daño.
Después sentí caer de nuevo como en un
abismo profundo y negro. En las paredes
de este también había nichos con personas
en igual manera que las viera anteriormen-
te. Ya no pude más ante esta impresión, así
que rogué a Dios que me sacara de ahí, y
sentí la mano de un ángel que se asió la
espalda y me dijo: “No temas, Dios está
contigo. Esto que has visto son las personas
que están en el infierno, pero en el grado
de condenación más leve, porque las culpas por las cuales fueron condenados no ameri-
tan un tormento más grande.
Cuando acabó de decirme esto volví en mí
y la Santísima Virgen me dijo: “Fue nece-
sario, hijita, que vieras esto para que co-
municaras que aunque crean que no hay
infierno, tú si lo sabes. Es necesario que
sepan que existe el mal, para que le tengan
en cuenta y vean que la lucha es contra él.
Si no creen que existe, ¿contra quién pele-
arán?”
REALIDAD DEL FUEGO
Si tomas como fuego lo que en la
tierra se conoce como tal, no. El
fuego del infierno es diferente; arde
sin que jamás se agote ni se consuma,
“no se apaga”
76
A Consuelo, Barcelona, España, 1987:¿Hay
fuego en el infierno?
Si tomas como fuego lo que en la tierra se
conoce como tal, no. El fuego del infierno
es diferente; arde sin que jamás se agote ni
se consuma, “no se apaga” (Mc 9, 48). Por
otra parte cualquier cosa que sometáis a la
acción del fuego material queda carboniza-da, se destruye. En cambio, las almas so-
metidas al fuego del infierno no desapare-
cen; y, cuando “los que hayan hecho el mal
resuciten para la condenación” (Jn 5, 29),
sus cuerpos no se destruirán, quedarán
intactos. Se Trata de un fuego espiritual
que arde sin consumirse y que produce
dolor, desesperanza, angustia y desolación.
No es fuego purificador; no sirve, por tan-
to, como medio de salvación.
Ustedes han visto el infierno a
donde van a parar las almas de los
pobres pecadores
Lucía, Jacinta y Francisco, Fátima, Portu-
gal, 1917: La primera parte de este secreto
consistió en la visión del infierno, en la que
Nuestra Señora les mostró una luz que
emanaba de sus manos hacia abajo, hacia el interior de la tierra, y donde se manifes-
taba el infierno expresado por el dominio
infernal poblado por demonios y almas en
pena atrapados por una vorágine de furia
inflamable, “almas como si fueran brasas
transparentes y negras o bronceadas, con
forma humana que flotaban en aquel in-
cendio, sostenidas por las llamas que salían
del mismo con nubes de humo, cayendo en
todas partes como caen las chispas en los
grandes incendios: sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de desesperación
que horrorizaban y hacían temblar de dolor
y de espanto. Los demonios se distinguían
por sus formas horribles y repugnantes de
animales espantosos y desconocidos, pero
transparentes, como carbones negros, ca-
lentados al rojo vivo.
Ustedes han visto el infierno a donde van a
parar las almas de los pobres pecadores.
Para salvarlas Dios quiere establecer en el
mundo la devoción de mi Inmaculado Co-
razón. Si lo que yo te digo se hace, se sal-
varán muchas almas y habrá paz.”.
La pintura del infierno puede estar
equivocada pero jamás exagerada!
Alma de Clara a su amiga Anita, Wald-
friedhof, Alemania, 1937:... De este modo
rechazaba una vez más la Gracia que gol-
peaba a las puertas de mi corazón. Me
irritaban especialmente los cuadros del
infierno pintados en los cementerios y en otras partes durante la Edad Media. Cua-
dros que presentaban al demonio asando a
las almas en parrillas encendidas al rojo y
al blanco, y a los secuaces, de largas colas,
trayéndole nuevas víctimas. ¡Clara! ¡La
pintura del infierno puede estar equivocada
pero jamás exagerada!
Acostumbraba yo hacer frecuentes alusio-
nes al fuego del infierno. Una vez, muy bien
lo recuerdas, habiendo altercado acerca de
él, bromeando te apliqué a la nariz un fósforo encendido, y burlonamente te dije
“¿Huele así?”... Con movimiento rápido lo
apagaste. Aquí ¡nadie lo apaga!. Escucha
mi afirmación: El fuego de que habla la
Biblia no quiere decir remordimiento. Al
fuego lo llama fuego, y debe entenderse al
pie de la letra lo que dice. Aquel “¡aparta-
os de mí, malditos, al fuego eterno!” es al
pie de la letra.
77
Cómo es posible, me preguntarás, que el
alma sea tocada por el fuego material?...
Te respondo: Cuando en la tierra metes un
dedo en la llama, ¡cómo puede sufrir el
alma!... El alma no se quema; sin embargo,
¡qué tormento experimenta toda la perso-
na!... De la misma manera nosotros esta-
mos aquí atados al fuego con nuestra natu-
raleza y nuestras facultades. Nuestra alma echa de menos su aleteo natural; no pode-
mos pensar lo que queremos. No leas fría-
mente estos renglones, pues este fuego que
a vosotros apenas os dice algo, a mí me
abrasa sin consumirme...
Pero a los cobardes, a los renegados,
corrompidos, asesinos, impuros,
hechiceros e idólatras, en una palabra, a
todos los embusteros, la herencia que les
corresponde es el lago de fuego y de
azufre
San Juan, Isla de Patmos, 95 d.c.: Feli-
ces los que lavan sus ropas; disfrutarán
del árbol de la Vida y se les abrirán las puertas de la Ciudad Fuera los perros,
los hechiceros, los impuros, los asesi-
nos, los idólatras y todos aquellos que
aman y practican la mentira.
Pero a los cobardes, a los renegados,
corrompidos, asesinos, impuros, hechi-ceros e idólatras, en una palabra, a to-
dos los embusteros, la herencia que les
corresponde es el lago de fuego y de azufre, o sea la segunda muerte. (Ap 22,
14-15. 21, 17)
Todos los que no se hallaron inscritos en
el Libro de la Vida, fueron arrojados al
lago de fuego
San Juan, Isla de Patmos, 95 d.c.: Des-
pués vi un trono espléndido, muy gran-
de, y al que se sentaba en él, cuyo as-
pecto hizo desaparecer el cielo y la
tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban de pie ante el
trono. Se abrieron unos libros, y des-
pués otro más, el Libro de la Vida. En-
tonces los muertos fueron juzgados, de acuerdo con lo que está escrito en los
libros, es decir, cada uno según sus
obras. El mar devolvió los muertos que guardaba, y lo mismo la muerte y el
Lugar de los Muertos, y cada uno fue
juzgado según sus obras. Entonces la Muerte y el Lugar de los Muertos fue-
ron arrojados al lago de fuego. En esto
consiste la segunda muerte: el lago de
fuego. Todos los que no se hallaron inscritos en el Libro de la Vida, fueron
arrojados al lago de fuego. (Ap 20, 11-
15)
78
79
DOCUMENTO ADJUNTO:
EL MISTERIO DEL MÁS ALLÁ Por el Padre A. Royo Marin O.P.
Índice
A. EXISTENCIA DEL ALMA INMORTAL Y DE UNA
VIDA DESPUÉS DE ESTA VIDA 81
Introducción
Actitudes básicas frente a los temas
Demostración de que hay vida después de esta vida
B. LA MUERTE 95
Introducción
Características generales de la muerte
Distintos tipos de muerte según la preparación a ella
C. EL JUICIO PARTICULAR 109
¿Cuándo se celebrará el juicio particular?
¿Quiénes serán juzgados?
¿Dónde y cómo se realiza el juicio particular? ¿Cuánto tiempo durará?
¿Y qué veremos en ese corto espacio de tiempo?
El juez
80
La sentencia irrevocable
Nuestra respuesta ahora a este hecho trascendental
D. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y EL
JUICIO UNIVERSAL 121
La resurrección de la carne
Juicio universal y final
E. EL INFIERNO 135
Introducción
La existencia del infierno
Descripción del infierno hecha por Jesús mismo
Pena de daño
Pena de sentido
Eternidad de ambas penas
¿Cómo puede compaginarse esto con la misericordia de Dios?
F. EL CIELO 149
La felicidad eterna del cuerpo
La felicidad eterna del alma
La máxima felicidad: la visión beatífica
Nuestra respuesta
G. EL TERRIBLE ERROR DE LA CREENCIA EN LA
REENCARNACIÓN 163
Un terrible engaño que busca la perdición del alma
Parte de las mismas cuatro mentiras del edén
―No moriréis‖ - ―Sabréis el bien y el mal‖
―Seréis como dioses‖
―Serán abiertos vuestros ojos‖
81
EL MISTERIO DEL MÁS ALLÁ
A. EXISTENCIA DEL ALMA INMORTAL Y DE UNA
VIDA DESPUÉS DE ESTA VIDA
Índice detallado
INTRODUCCIÓN
Porqué de la importancia del tema
Dos concepciones de la vida y la muerte: la materialista y la espiritualista
ACTITUDES BÁSICAS FRENTE A LOS TEMAS
La incredulidad de la ―cabeza‖ y la incredulidad del ―corazón‖
DEMOSTRACIÓN DE QUE HAY VIDA DESPUÉS DE
ESTA VIDA
PRIMER ARGUMENTO: EN EL PLANO DE LAS MERAS POSIBILIDADES
SEGUNDO ARGUMENTO: EN EL PLANO DE LA SIMPLE RAZÓN
NATURAL Y LA FILOSOFÍA
Pruebas de la existencia del alma y de su inmortalidad:
1) Argumento ontológico
2) Argumento histórico
3) Argumento de teología natural a. Lo exige la sabiduría de Dios b. Lo exige también la bondad de Dios c. Lo exige, finalmente, la justicia de Dios
TERCER ARGUMENTO: ¡LO HA REVELADO DIOS!
82
83
EL MISTERIO DEL MÁS ALLÁ
A. EXISTENCIA DEL ALMA INMORTAL Y DE
UNA VIDA DESPUÉS DE ESTA VIDA
INTRODUCCIÓN*
Antes que todo les voy a decir por qué he
escogido para compartir este tema. Son tres
las principales razones que me han movido a ello:
En primer lugar, por su trascendencia sobe-
rana. Ante él, todos los demás problemas
que se pueden plantear a un hombre sobre
la tierra, no pasan de la categoría de peque-
ños problemas sin importancia. No voy a
invocar una conversación tenida por un alto
intelectual. Salgan simplemente a la calle.
Pregúntenle a ese empleado que se dirige al
trabajo:
-¿A dónde vas?
Les contestará: ¿Yo?, a trabajar.
-¿Y para qué quiere trabajar?
-Pues para ganar un sueldo.
-Y el sueldo, para qué lo quiere?
-Pues para comer.
-¿Y para qué quiere comer?
* Para complementar el trascendental tema de la vida después de la vida, con una perspectiva de la teología de la Iglesia Católica, se transcribe un maravilloso documento del Padre A. Royo
Marín O.P. publicado originalmente por el Apostolado Mariano, Sevilla, con imprimatur. Viene totalmente al caso y muestra que este es el tema central de toda la obra y el libro más importante de la serie. Más importante que
todas las tribulaciones de los últimos tiempos, y que el ser considerados dignos de participar en el milenio antes del fin del mundo, es ser consi-derados ser dignos de entrar al cielo eterno prometido y evitar caer en la infelicidad eterna del infierno. Los subtítulos son del autor de la obra
-Pues… ¡para vivir! - ¿y para qué quiere vivir?
Se quedará estupefacto creyendo que se está
burlando de él. Y en realidad, esta última es
la pregunta definitiva: ¿para qué quieres
vivir? O sea, ¿cuál es la finalidad de tu vida
sobre la tierra?, ¿qué haces en este mundo?,
¿qué quieres tú? No me interesa tu nombre
y tu apellido como individuo particular:
¿quién eres tú como criatura humana, como
ser racional?, ¿por qué y para qué estás en este mundo?, ¿de dónde vienes?, ¿adonde
vas?, ¿qué será de ti después de esta vida
terrena?, ¿qué encontrarás más allá del
sepulcro?
84
Éstas son las preguntas más trascendenta-
les, el problema más importante que se
puede plantear un hombre sobre la tierra.
Ante él, vuelvo a repetir, palidecen y se
esfuman en absoluto esa infinita cantidad
de pequeños problemas humanos que tanto
preocupan a los hombres. El problema más
grande, el más trascendental de nuestra
existencia, es el de los destinos eternos.
La segunda razón que me impulsó a escoger
este tema es su enorme eficacia sobrenatu-
ral para orientar a las almas en su camino
hacia Dios. Este tema interesantísimo no
puede dejar indiferente a nadie, porque
plantea los grandes problemas de la vida
humana. No se trata de una cosa fugaz y
perecedera. Se trata de nuestros destinos
inmortales, y esto, a cualquier hombre re-
flexivo tiene que llegarle forzosamente hasta lo más hondo del alma. Para encoger-
se de hombros ante él es menester ser un
loco o un insensato irresponsable.
La tercera razón, es su palpitante actuali-
dad. Porque si este tema no puede envejecer
jamás, por tratarse del problema fundamen-
tal de la vida humana, de una manera espe-
cialísima en estos tiempos que estamos
atravesando adquiere caracteres de palpitan-
te actualidad. No hay más que contemplar el mundo, para ver de qué manera camina
desorientado en las tinieblas por haberse
puesto voluntariamente de espaldas a la luz.
Es inútil que se reúnan los representantes de
los países, que se organicen en asambleas
internacionales. No lograrán poner en orden
y concierto al mundo hasta que se arrodillen
ante Cristo, ante Aquél que es la luz del
mundo; hasta que, plenamente convencidos
todos de que por encima de todos los bienes
terrenales y de todos los egoísmos huma-nos, es preciso salvar el alma, y se pongan
en vigor, en todas las naciones del mundo,
los diez mandamientos de la ley de Dios.
Con solo esta medida se resolverían au-
tomáticamente todos los problemas nacio-
nales e internacionales que tienen plantea-
dos los hombres de hoy; y sin ella será
absolutamente inútil todo cuanto se intente.
Precisamente porque el mundo de hoy no se
preocupa de sus destinos eternos, porque no
se habla sino del petróleo árabe, de la
hegemonía económica mundial de ésta o de la otra nación, o de cualquier otro problema
terreno materialista, en el horizonte cercano
aparecen negros nubarrones que, si Dios no
los remedia, acabarán en un desastre apo-
calíptico bajo el siniestro resplandor y el
estruendo horrísono de las bombas atómi-
cas.
Examinemos, entonces los datos fundamen-
tales del problema.
Dos concepciones sobre la vida y la
muerte: la materialista y la espiritua-
lista Desde la más remota antigüedad se enfren-
tan y luchan en el mundo dos fuerzas an-
tagónicas, dos concepciones de la vida
completamente distintas e irreductibles: la
concepción materialista, irreligiosa y atea,
que no se preocupa sino de esta vida terre-
na, y la concepción espiritualista, que pien-
sa en el más allá.†
La primera podría tener como símbolo una
sala de fiestas, un salón de baile, un cabaret,
† El autor no considera en su tratado (escrito originalmente en 1957) una “nueva” concep-ción pseudoespiritualista que está compitiendo actualmente con estas dos concepciones tradi-cionales en occidente: la reencarnación. Está
sustituyendo la materialista y haciendo muy fuerte competencia a la espiritualista de la tradición judeocristiana. Tiene implicaciones gravísimas para la salvación del alma. Se com-plementa este tratado al final, con un artículo de José Galat y otro del autor de la serie, para poner en evidencia la relación del tema con las postrimerías, y su gravedad y trascendencia.
85
y sobre el frontispicio esta inscripción, estas
solas palabras: No hay un más allá. Por
consiguiente, vamos a gozar, vamos a di-
vertirnos, vamos a pasarlo bien en este
mundo. Placeres, riquezas, aplausos, hono-
res… ¡A pasarlo bien en este mundo! Co-
mamos y bebamos que mañana moriremos.
Concepción materialista de la vida…
Pero hay otra concepción: la espiritualista, la que se enfrenta con los destinos eternos,
la que podría tener como símbolo una gran-
diosa catedral en cuyo frontispicio se leyera
esta inscripción: ¡Hay un más allá! O si
quieren ésta otra más gráfica y expresiva
todavía: ¿Qué le aprovecha al hombre
ganar el mundo entero si al cabo pierde su
alma para toda la eternidad?
He aquí, la disyuntiva formidable que te-
nemos planteada en este mundo. No pode-mos encogernos de hombros. No podemos
permanecer indiferentes ante este problema
colosal, porque, queramos o no, lo tenemos
todos planteado por el mero hecho de haber
nacido: ―estamos ya embarcados‖ y no es
posible renunciar a la tremenda aventura.
Yo comprendo perfectamente la risa y la
carcajada volteriana del incrédulo irreflexi-
vo que se hunde totalmente en el cieno, que
no vive más que para sus placeres, sus ri-quezas y sus comodidades temporales. Lo
comprendo perfectamente, porque es un
insensato, un loco, que no se ha planteado
nunca en serio el problema del más allá.
Pero una persona que tenga un poquito de
fe y otro poco de sentido común, que sepa
reflexionar y se plantee el problema del más
allá y se encoja de hombros ante él y diga:
―La eternidad, ¿qué me importa eso?‖, eso
no lo comprendo, eso no lo concibo. Ante
el problema pavoroso del más allá no po-
demos permanecer indiferentes, no pode-mos encogernos de hombros. Tenemos que
tomar una actitud firme y decidida, si no
queremos renunciar, no ya a la fe cristiana,
sino a la simple condición de seres raciona-
les.
El tema, entonces de este primer aparte es
considerar el gran problema de nuestros
destinos eternos: del misterio del más allá.
En esta primera parte, voy a ceñirme exclu-
sivamente a poner en claro la existencia del
más allá. Nada más.
ACTITUDES BÁSICAS FRENTE
A LOS TEMAS
La incredulidad de “la cabeza” y la
incredulidad del “corazón”
No me voy a colocar en un plan apologéti-co. Tengo muy poca fe en la apologética,
como instrumento apto para convencer al
que no está dispuesto a aceptar la verdad
aunque brille ante él más clara que el sol.
Ya lo supo decir admirablemente uno de los
genios más portentosos que ha conocido la
humanidad, una de las inteligencias más
preclaras que han brillado jamás en el mun-
do: San Agustín. Un hombre que conocía
maravillosamente el problema, que sabía
las angustias, la incertidumbre de un co-razón que va en busca de la luz de la verdad
sin poderla encontrar, porque vivió los
treinta primeros años de su vida en las ti-
niebla del paganismo. Conocía maravillo-
samente el problema y sabía muy bien que
no hay ni puede haber argumentos válidos
contra la fe católica. No los hay, ni los
puede haber, porque la verdad no es más
que una, y esa única verdad no puede ser
llamada al tribunal del error, para ser juzga-
da y sentenciada por él. Es imposible, que
haya incrédulos de cabeza, de argumentos, incrédulos que puedan decir con sinceridad:
―Yo no puedo creer porque tengo la demos-
tración aplastante, las pruebas concluyentes
de la falsedad de la fe católica‖. ¡Imposible
de todo punto!
No hay incrédulos de cabeza, pero sí
muchísimos incrédulos de corazón. No
tienen argumentos contra la fe, pero sí un
86
montón de cargas afectivas. No creen por-
que no les conviene creer. Porque saben
perfectamente que si creen tendrán que
restituir sus riquezas mal adquiridas, renun-
ciar a vengarse de sus enemigos, romper
con su amiguita o su media docena de ami-
guitas, tendrán, en una palabra, que cumplir
los diez mandamientos de la Ley de Dios. Y
no están dispuestos a ello. Prefieren vivir
anchamente en este mundo, entregándose a toda clase de placeres y desórdenes. Y para
poderlo hacer con relativa tranquilidad se
ciegan voluntariamente a sí mismos: cierran
sus ojos a la luz y sus oídos a la verdad
evangélica. ¡No les da la gana de creer! No
porque tengan argumentos, sino porque les
sobran demasiadas cargas afectivas.
Cuando el corazón está sano, cuando no
tenemos absolutamente nada que temer de
Dios, no dudamos en lo más mínimo de su existencia. ¡Ah, pero cuando el corazón está
corrompido…! No se han fijado cómo los
malhechores y delincuentes –jamás las
personas honradas- atacan a la policía o a
las autoridades?
San Agustín conocía maravillosamente esa
psicología del corazón humano y por eso
escribió esta frase lapidaria y genial: “Para
el que quiere creer, tengo mil pruebas;
para el que no quiere creer, no tengo nin-guna”.
Maravillosa frase. Para el que quiere creer,
para el hombre honrado, para el hombre
sensato, para el hombre que quiere discurrir
con sinceridad, tengo mil pruebas entera-
mente demostrativas de la verdad de la fe
católica. Pero para el que no quiere creer,
para el que cierra obstinadamente su inteli-
gencia a la luz de la verdad, no tengo abso-
lutamente ninguna prueba.
A es incrédulo de ―corazón‖, a ése que
lanza su carcajada volteriana porque ―no le
interesan las cosas de los curas y de los
frailes‖, a ése no tengo que decirle absolu-
tamente nada. Pero que no olvide, sin em-
bargo, la rase magistral de San Agustín:
“Para el que quiere creer, tengo mil prue-
bas; para el que no quiere creer, no tengo
ninguna”.
No me dirijo al incrédulo volteriano. Me
dirijo, sencillamente, al hombre de la calle,
que vive quizá olvidado de Dios, pero que
posee un fondo honrado y un corazón recto;
a es hombre bueno, honrado de corazón sincero, de corazón naturalmente cristiano,
pero irreflexivo y atolondrado, que no se ha
planteado nunca en serio el problema del
más allá. Con éste quiero hablar. Con éste
quiero entablar diálogo, y le digo: ―amigo,
escúchame, que estoy completamente segu-
ro de que llegaremos a un acuerdo, porque
te voy a hablar a la inteligencia y al corazón
y tu tienes una inteligencia sana y un co-
razón noble y me vas a escuchar con sincera
rectitud de intención‖.
DEMOSTRACIÓN DE QUE
HAY VIDA DESPUÉS DE ESTA
VIDA
Te voy a hablar de la existencia del más
allá. Voy a proponerte tres argumentos.
Sencillos, claros, al alcance de todas las
fortunas intelectuales. En el primero, nos moveremos en el plano de las meras posibi-
lidades. En el segundo, llegaremos a la
certeza natural, o sea, a la que corresponde
al orden puramente humano, filosófico, de
simple razón natural. Y en el tercero, llega-
remos a la certeza sobrenatural, en torno a
la existencia del más allá.
PRIMER ARGUMENTO: EN EL
PLANO DE LAS MERAS
POSIBILIDADES
Primer argumento. Nos vamos a mover en
el plano de las meras posibilidades.
Las personas cultas que me leen, saben muy
bien que Renato Descartes quiso encontrar
el principio fundamental de la filosofía
87
planteando su famosa ―duda metódica‖. Se
propuso dudar de todo, incluso de las cosas
más elementales y sencillas, para ver si
encontraba alguna verdad de evidencia tan
clara y palmaria que fuera absolutamente
imposible dudar de ella, con el fin de to-
marla como punto de partida para construir
sobre ella toda la filosofía. Y al intentar
tamaña duda, escepticismo tan absoluto y
universal, se dio cuenta que estaba pensan-do, y al punto, lanzó su famosa entinema,
que, en realidad, no admite vuelta de hoja,
aunque no constituye, ni mucho menos, el
principio fundamental de la filosofía: ―pien-
so, luego existo‖.
Una duda real, absoluta y universal, que no
excluya verdad alguna, además de absurda
e insensata, es herética y blasfema. El mis-
mo Descartes, que era y actuó siempre
como católico, se encargó de aclarar des-pués que no había tratado en ningún mo-
mento de extender su duda universal a las
verdades sobrenaturales de la fe, sino úni-
camente a las de orden puramente natural y
humano.
Nosotros no vamos a dudar un solo instante
de las verdades de la fe católica. Pero va-
mos a fingir, vamos a imaginarnos por un
momento, que la fe católica no nos dijera
absolutamente nada sobre la existencia del más allá. Es absurda tal suposición, puesto
que esa existencia constituye la verdad
primera y fundamental del catolicismo;
pero vamos a imaginarnos, por un momen-
to, ese disparate. Y amontonando nuevos
absurdos y despropósitos, vamos a suponer,
por un momento, que la razón humana no
nos ofreciera tampoco ningún argumento
enteramente demostrativo de la existencia
del más allá, sino, únicamente, de su mera
posibilidad.
¿Cuál debería ser nuestra actitud en seme-
jante suposición? ¿Qué debería hacer cual-
quier hombre razonable, no ante la certeza,
pero sí ante la posibilidad de la existencia
de un más allá con premios y castigos eter-
nos?
Es indudable, que aún en este caso, aún
cuando no tuviéramos la certeza sobrenatu-
ral de la fe sobre la existencia del más allá,
y aún cuando la simple razón natural no nos
pudiera demostrar plenamente la existencia
y tuviéramos que movernos únicamente en
el plano de las meras probabilidades y hasta de las meras posibilidades, todavía, enton-
ces la prudencia más elemental debería
empujarnos a adoptar la postura creyente,
por lo que pudiera ser. Nos jugamos dema-
siadas cosas tras la posibilidad: no podría-
mos tomarla a broma.
Reflexionen un momento. Vean lo que
ocurre con las cosas e intereses humanos.
Existen infinidad de Compañías de seguros
para asegurar un sin fin de cosas inseguras, sobre todo cuando se trata de cosas que,
humanamente hablando, vale la pena asegu-
rar. El mendigo harapiento que vive en una
miserable choza a las afueras de la ciudad,
no tiene que preocuparse de asegurar aque-
lla miserable vivienda; pero el que posee
una magnífica vivienda que vale miles de
dólares, hace muy bien en asegurarla contra
un posible incendio, porque para él, un
incendio podría representar una catástrofe
irreparable. Ahora bien, ¿al hacer el seguro contra incendios sobrevendrá efectivamen-
te? ¡Qué va a estar convencido! Está casi
segur de que no se producirá, porque no
solamente no es infalible el que no se pro-
duzca, sino que ni siquiera es probable. Es,
simplemente, posible, nada más. No es cosa
cierta, ni infalible, ni siquiera probable,
pero es posible. Y como tiene mucho que
perder, lo asegura y hace bien.
Otros hacen seguro contra terremotos o
contra robo. ¿Es que están convencidos de que sucederá un cataclismo o que vendrán
los ladrones y se apoderarán de los bienes
de su casa? No. Están completamente con-
vencidos de lo contrario. No habrá terremo-
to y si lo hay, será suficientemente lejos de
88
su área y no le arruinará su vivienda, ni
mucho menos. Pero para evitarse el posible
perjuicio aunque sea parcial, firman la póli-
za de seguro. No vendrá el ladrón, pero por
si acaso, aseguran sus bienes de fortuna.
Esta conducta, es muy sensata y razonable.
No se le puede poner reparo alguno.
Pues, traslademos esto del orden puramente
natural y humano, a las cosas del alma, al tremendo problema de nuestros destinos
eternos y saquemos la consecuencia.
Aunque no tuviéramos la seguridad absolu-
ta, ciertísima que tenemos ahora; aunque no
fuera ni siquiera probable, sino meramente
posible la existencia de un más allá con
premios y castigos eternos (fíjense bien;
con premios y castigos), la prudencia más
elemental debería impulsarnos a tomar toda
clase de precauciones para asegurar la sal-vación de nuestra alma. Porque si efectiva-
mente hubiera infierno y nos condenáramos
para toda la eternidad, lo habríamos perdido
absolutamente todo para siempre. No se
trata de la fortuna material, no se trata de
las tierras o de la magnífica vivienda, sino
nada menos, que del alma, y el que pierde
el alma lo perdió todo, y lo perdió para
siempre.
Aunque no tuviéramos certeza absoluta, sino sólo meras conjeturas y probabilida-
des, valdría la pena tomar toda clase de
precauciones para salvar el alma. Esto es
claro e indiscutible.
Escuchen una anécdota muy gráfica y alec-
cionadora:
Dos frailes descalzos, a las seis de la maña-
na, en pleno invierno y nevando copiosa-
mente, salían de una iglesia de Paris. Hab-
ían pasado la noche en adoración ante el Santísimo Sacramento. Descalzos, en pleno
invierno, nevando… Y he aquí que, en
aquel mismo momento, de un cabaret situa-
do en la acera del frente, salían dos mucha-
chos pervertidos, que habían pasado una
noche de crápula y de lujuria. Salían medio
muertos de sueño, enfundados en sus
magníficos abrigos, y al cruzarse con los
dos frailes descalzos que salían de la igle-
sia, encarándose uno de los muchachos con
uno de ellos, le dijo en son de burla: ―her-
manito, ¡menudo chasco te vas a llevar si
resulta que no hay cielo!‖ Y el fraile, que
tenía una gran agilidad mental, le contestó
al punto: ―Pero, ¡qué terrible chasco te vas a llevar tú si resulta que hay infierno!‖
El argumento, no tiene vuelta de hoja. Si
resulta que hay infierno, ¡que terrible chas-
co se van a llevar los que no piensan ahora
en el más allá, los que gozan y se divierten
revolcándose en toda clase de placeres
pecaminosos! Si resulta que hay infierno,
¡qué terrible casco se van a llevar!
En cambio, nosotros, no. Los que estamos convencidos de que lo hay, los que vivimos
cristianamente no podemos desembocar en
un fracaso eterno. Aun suponiendo, que no
lo supongo; aun imaginando, que no lo
imagino, que no existe un más allá, después
de esta pobre vida, ¿qué habríamos perdido,
con vivir honradamente? Porque lo único
que nos prohíbe la religión, lo único que
nos prohíbe la Ley de Dios es lo que degra-
da, lo que envilece. Lo que rebaja al hom-
bre al nivel de las bestias y animales. Nos exige, únicamente, la práctica de cosas
limpias, nobles, sublimes, elevadas, dignas
de la grandeza del hombre: ―Sé honrado, no
hagas daño a nadie, no quieras para ti lo
que no quieras para los demás, respeta el
derecho de todos, no te revuelques en los
placeres inmundos, practica la caridad, las
obras de misericordia, apiádate del prójimo
desvalido, sé fiel y honrado en los negocios,
sé diligente en tus deberes familiares, educa
cristianamente a tus hijos…‖
¡Qué cosas más limpias, más nobles, más
elevadas! ¿Qué habríamos perdido con vivir
honradamente, aun suponiendo que no
hubiera cielo? Y, en cambio, ¿qué habría-
mos ganado con aquella conducta inmoral
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si hay infierno y perdiéramos el alma por
no haber hecho caso de nuestros destinos
eternos?
Aún moviéndonos en el plano de las meras
posibilidades, les hemos ganado la partida a
los incrédulos. Nuestra conducta es incom-
parablemente más sensata que la suya.
SEGUNDO ARGUMENTO: EN EL
PLANO DE LA SIMPLE RAZÓN
NATURAL Y LA FILOSOFÍA
¡Ah!, pero tenemos argumentos mucho más fuertes y decisivos. Podemos avanzar mu-
cho más y hasta rebasar en absoluto las
meras posibilidades y entrar de lleno en el
terreno de la certeza plena. Primero en un
plano natural, meramente filosófico, y des-
pués en un plano sobrenatural, en el plano
teológico de la verdad revelada por Dios.
Primero, la filosofía. En el plano de la sim-
ple razón natural se puede demostrar como
dos y dos son cuatro, dos verdades funda-mentales: la existencia de Dios y la inmor-
talidad del alma. Estas dos verdades de tipo
filosófico, demostrables por la simple razón
natural. Hay otras verdades que rebasan el
marco de la simple filosofía y entran de
lleno en el terreno de la fe. Por ejemplo, si
el mismo Dios no se hubiese dignado reve-
larnos que es uno en esencia y trino en
personas, no lo hubiéramos sabido ni sos-
pechado jamás en este mundo. La razón
natural no puede descubrir, ni sospechar
siquiera, el misterio de la Santísima Trini-dad. Pero la simple razón natural, repito,
puede demostrar de una manera apodíctica,
ciertísima, la existencia de Dios y la inmor-
talidad del alma. Ahora bien, si Dios existe,
si el alma es inmortal, empiecen ustedes
mismos a sacar las consecuencias prácticas
en torno a nuestra conducta en la tierra.
La existencia de Dios y la inmortalidad del
alma se pueden demostrar con argumentos
apodícticos. No tengo espacio para hacer ahora una demostración a fondo de ambas
cosas; pero al menos, voy a exponer los
rasgos fundamentales de la demostración de
la inmortalidad del alma, ya que para negar
la existencia de Dios, hace falta estar ente-
ramente desprovisto de sentido común.
Pruebas de la existencia del
alma y de su inmortalidad
En primer lugar, ¿existe nuestra alma? ¿Es
del todo seguro e indiscutible que tenemos
un alma?
En absoluto. Estamos tan seguros, y más,
de la existencia del alma que de la de nues-
tro propio cuerpo. En absoluto, el cuerpo
podría ser una ilusión del alma, pero el
alma no puede ser, de ninguna manera, una
ilusión del cuerpo. Vamos a demostrarlo
con un triple argumento: ontológico, histó-
rico y de teología natural.
1) Argumento ontológico.
Es un hecho indiscutible, de evidencia in-
mediata, que pensamos cosas de tipo espiri-
tual, inmaterial. Tenemos ideas clarísimas
de cosas abstractas, universales, que esca-
pan en absoluto al conocimiento de los
sentidos corporales internos y externos.
Tenemos idea clarísima de lo que es la
bondad, la verdad, la belleza, la honradez,
la hombría de bien; lo mismo que de la
maldad, la mentira, la fealdad, la villanía, la delincuencia. Tenemos infinidad de ideas
abstractas, enteramente ajenas a las cosas
materiales. Estas ideas no son grandes ni
pequeñas, redondas ni cuadradas, dulces ni
amargas, azules ni verdes. Trascienden, en
absoluto, todo el mundo de los sentidos.
Son ideas abstractas. ¿Las ha visto alguien
con los ojos? ¿las ha captado con sus oídos?
¿las ha percibido con su olfato? ¿las ha
tocado con sus manos? ¿las ha saboreado
con su gusto? Los sentidos no nos dicen absolutamente nada de esto, y sin embargo,
ahí está el hecho indiscutible, clarísimo:
tenemos ideas abstractas y universales.
90
Luego, si nosotros tenemos ideas abstractas,
universales, irreductibles a la materia, o sea,
absolutamente espirituales, queda fuera de
toda duda que hay en nosotros un principio
espiritual capaz de producir estas ideas
espirituales.
Porque, es evidentísimo que ―nadie da lo
que no tiene‖ y nadie puede ir más allá de
lo que sus fuerzas le permiten. Los sentidos corporales no pueden producir ideas espiri-
tuales porque lo espiritual trasciende infini-
tamente al mundo de la materia y es absolu-
tamente irreducible a ella. Luego, es indis-
cutible que tenemos un principio espiritual
capaz de producir ideas espirituales; y ese
principio espiritual es, precisamente, lo que
llamamos alma.
El alma existe, es evidentísimo para el que
sepa reflexionar un poco. Y es evidentísimo que el alma es espiritual, porque de ella
proceden operaciones espirituales, y la
filosofía más elemental enseña que ―la
operación sigue siempre al ser‖ y es de su
misma naturaleza: luego, si el alma produce
operaciones espirituales, es porque ella
misma es espiritual.
Tenemos un alma espiritual. Pero esto
equivale a decir que nuestra alma es absolu-
tamente simple, en el sentido profundo y filosófico de la palabra, porque todo lo
espiritual es absolutamente simple, aunque
no todo lo simple sea espiritual. Todo espa-
ñol es europeo, auque no todo europeo es
español. Lo espiritual es simple porque
carece de partes, ya que estas afectan úni-
camente al mundo de la materia cuantitati-
va. Pero no todo lo simple es espiritual,
porque pueden los cuerpos compuestos
descomponerse en sus elementos simples
sin rebasar los límites de la materia,
El alma es espiritual porque es indepen-
diente de la materia; y es absolutamente
simple porque carece de partes. Pero un ser
absolutamente simple es necesariamente
indestructible, porque lo absolutamente
simple no se puede descomponer.
Examinen la palabra descomposición. ¿Qué
significa la palabra? Sencillamente, desin-
tegrar en sus elementos simples una cosa
compuesta.
Luego, si llegamos a un elemento absolu-
tamente simple, si llegamos a lo que podr-íamos denominar ―átomo absoluto‖, habr-
íamos llegado a lo absolutamente indestruc-
tible. El ―átomo absoluto‖ es indestructible.
No me refiero al átomo físico. Dentro del
átomo físico, la moderna química ha descu-
bierto todo un sistema planetario. Son sus
electrones y demás partículas. La física
moderna ha logrado desintegrar el átomo
físico en sus elementos más simples. Pero
cuando se llega al ―átomo absoluto‖ –que
quizá no pueda darse en lo puramente cor-poral-, se ha llegado a lo absolutamente
indestructible. Sencillamente, porque no se
puede ―descomponer‖ en elementos más
simples. Sólo cabe la aniquilación en virtud
del poder infinito de Dios.
Ahora bien, éste es el caso del alma huma-
na. El alma humana, por el hecho mismo de
ser espiritual es absolutamente simple, es
como un ―átomo absoluto‖ del todo indes-
componible, y por consiguiente, intrínse-camente inmortal.
El principio de nuestra vida espiritual, el
alma, es por su propia naturaleza, absolu-
tamente simple, indestructible, indescom-
ponible: luego, es intrínsecamente inmortal.
Solamente Dios, que la ha creado, sacándo-
la de la nada, podría destruirla aniquilándo-
la. Dios podría hacerlo, hablando en abso-
luto, pero sabemos con certeza, porque lo
ha revelado el mismo Dios, que no la des-
truirá jamás. Porque habiendo creado el alma intrínsecamente inmortal, Dios respe-
tará la obra de sus manos. Lo ha hecho Dios
así y la respetará eternamente tal como la
ha hecho, no la destruirá jamás. Nuestra
91
alma es, pues intrínseca y extrínsecamente
inmortal.
Además de este argumento ontológico pro-
fundísimo que deja por sí sólo plenamente
demostrada la inmortalidad del alma, puede
invocarse todavía dos argumentos en el
plano meramente filosófico y puramente
racional: uno de tipo histórico y otro de
teología natural. Veámoslo brevemente.
2) Argumento histórico.
Echen una ojeada al mapa-mundi. Asómen-
se a todas las razas, a todas las civilizacio-
nes, a todas las épocas, y a todos los climas
del mundo. A los civilizados y a los salva-
jes; A los cultos y a los incultos; a los pue-
blos modernos y a los de la existencia pre-histórica. Recorran el mundo entero y verán
cómo en todas partes los hombres –
colectivamente considerados- reconocen la
existencia de un principio superior. Están
totalmente convencidos de ello. Con abe-
rraciones tremendas, desde luego, pero con
un convencimiento firme e inquebrantable.
Hay quienes ponen un principio del bien y
del mal; ciertos salvajes adoran el sol; otros
a los árboles; otros a las piedras; otros, a los objetos más absurdos y extravagantes. Pero
todos se ponen de rodillas ante un misterio-
so más allá.
Se ha podido decir con la historia de las
religiones en las manos, que sería más fácil
encontrar un pueblo sin calles, sin plazas,
sin casas, sin habitantes (o sea, un pueblo
quimérico y absurdo, porque un pueblo con
tales características no ha existido ni exis-
tirá jamás), que un pueblo sin religión, sin una firme creencia en la supervivencia de
las almas más allá de la muerte.
Se dan cuenta de la fuerza probativa de este
argumento histórico? Cuando la humanidad
entera, de todas las razas, de todas las civi-
lizaciones, de todos los climas, de todas las
épocas, sin haberse puesto de acuerdo
previamente coincide, sin embargo de una
manera tan absoluta y unánime en ese
hecho colosal, hay que reconocer, sin géne-
ro alguno de duda, que esa creencia es un
grito que sale de lo más íntimo de la natura-
leza racional del hombre; esa exigencia de
la propia inmortalidad en un más allá,
procede del mismo Dios, que la ha puesto,
naturalmente, en el corazón del hombre. Y
esto no puede fallar, eso es absolutamente infrustrable. Todo deseo natural y común a
todo el género humano, procede directa-
mente del Autor mismo de la naturaleza, y
ese deseo no puede recaer sobre un objeto
falso y quimérico, porque eso argüiría im-
perfección o crueldad en Dios, lo cual es
del todo imposible. El deseo natural de
inmortalidad prueba apodícticamente, en
efecto, que el alma es inmortal.
3) Argumento de teología natural.
No me refiero todavía a la fe. Estoy mo-
viéndome todavía en un plano puramente
natural, puramente filosófico. Me refiero a
la teología natural, a esa que llamamos
teodicea, o sea, a lo que puede descubrir la
simple razón natural en torno a Dios y a sus
divinos atributos. ¿Qué nos dice esta rama
de la filosofía con relación a la existencia de un más allá? Que tiene que haberlo for-
zosamente, porque lo exigen así, sin la
menor duda, tres atributos divinos: la sabi-
duría, la bondad y la justicia de Dios.
a. Lo exige la sabiduría de Dios, que no
puede poner una contradicción en la natura-
leza humana. Como les acabo de decir, el
deseo de inmortalidad es un grito inconte-
nible de la naturaleza. Y Dios, que es infini-
tamente sabio, no puede contradecirse; no puede poner una tendencia ciega en la natu-
raleza humana que tenga por resultado y
por objeto final el vacío y la nada. No pue-
de ser. Sería una contradicción de tipo me-
tafísico, absolutamente imposible. Dios no
se puede contradecir.
92
b. Lo exige también la bondad de Dios. Porque Dios ha puesto en nuestros propios
corazones el deseo de la inmortalidad.
¡Examinen, sus propios corazones! Nadie
quiere morir; todo el mundo quiere sobre-
vivirse. El artista, por ejemplo, está soñan-
do en su obra de arte, para dejarla en este
mundo después de su muerte, sobrevivién-
dose a través de ella. Todo el mundo quiere
sobrevivirse en sus hijos, en sus produccio-nes naturales o espirituales. Pero eso es
todavía demasiado poco. Queremos sobre-
vivirnos personalmente, tenemos el ansia
incontenible de la inmortalidad. La nada, la
destrucción total del propio ser, nadie la
quiere ni apetece. No puede descansar un
deseo natural sobre la nada, porque la nada
es la negación total del ser, es la no existen-
cia, y eso no es ni puede ser apetecible. El
deseo, o sea la tendencia afectiva de la
voluntad, recae siempre sobre el ser, sobre la existencia, jamás sobre la nada o el vacío.
Todos tenemos este deseo natural de la
inmortalidad. Y la bondad de Dios exige
que, puesto que ha sido Él quien ha deposi-
tado en el corazón del hombre este deseo
natural de inmortalidad, lo satisfaga plena-
mente. De lo contrario, no habría más re-
medio que decir que Dios se ha complacido
en ejercitar sobre el corazón del hombre
una inexplicable crueldad, una especie de
suplicio de Tántalo. Pero esto sería impío, herético y blasfemo. Luego hay que con-
cluir que Dios ha puesto en nuestros cora-
zones el deseo incoercible de la inmortali-
dad, porque, efectivamente, somos inmorta-
les.
c. Lo exige, finalmente, la justicia de
Dios. Mucha gente se pregunta asombrada:
―¿Por qué Dios permite el mal? ¿Por qué
permite que haya tanta gente perversa en el
mundo? ¿Por qué permite, sobre todo, que
triunfen con tanta frecuencia los malvados y sean oprimidos los justos?‖
La contestación a esta pregunta es muy
sencilla ¿Saben por qué permite Dios tama-
ño escándalo, injusticias tan irritantes? Pues
porque hay un más allá en donde la virtud
recibirá su premio y el crimen su castigo
merecido.
Un hombre tan poco sospechoso de clerica-
lismo como Juan Jacobo Rousseau, en un
momento de sinceridad, llegó a escribir su
famosa frase: ―Si yo no tuviera otra prueba
de la inmortalidad del alma, de la existencia
de premios y castigos en el otro mundo, que ver el triunfo del malvado y la opresión del
justo acá en la tierra, esto solo me impediría
ponerlo en duda. Tan estridente disonancia
en la armonía universal me empujaría a
buscarle una solución, y me diría: Para
nosotros no acaba todo con la vida; todo
vuelve al orden con la muerte.‖
¡Vaya si volverá! ¡Vaya si volverá todo al
orden más allá de esta vida! ¡En el plano
individual, en el familiar, en el social, en el internacional…! Todo volverá al orden
después de la muerte.
El vulgar estafador que, escudándose en un
cargo político o en el prestigio de una gran
empresa o de un comercio a gran escala, se
ha enriquecido rápidamente contra toda
justicia, acaso abusando del hambre y de la
miseria ajena… ¡qué se apresure a disfrutar
sin frenos ni cortapisas de esas riquezas
inicuamente adquiridas! Le queda ya poco tiempo, porque no acaba todo con la vida;
todo vuelve al orden con la muerte.
Y el joven pervertido, estudiante coleccio-
nista de reprobaciones que se pasa las ma-
ñanas en la cama, la tarde en el cine o en el
fútbol y la noche en la discoteca o en el
prostíbulo… Y la muchacha frívola, la que
vive únicamente para la diversión, para el
baile, el cine y la telenovela; la que escan-
daliza a todo el mundo con sus desnudeces
provocativas, con su desenfado en el hablar, con su ―despreocupación ante el problema
religioso, con…‖ ¡Que rían ahora, que
gocen, que se diviertan, que beban hasta las
heces la dorada copa del placer! Ya les
queda poco tiempo, porque no acaba todo
93
con la vida, todo vuelve al orden con la
muerte.
Y el casado que pone a su capricho limita-
ción y tasa a la natalidad, contradiciendo
gravemente los planes del creador. Y el
marido infiel que le ha puesto un aparta-
mento a una mujer perversa que no es la
suya. Y el padre que no se preocupa de la
cristiana educación de sus hijos y se hace responsable de sus futuros extravíos y,
acaso, de la perdición eterna de sus almas.
Y tantos y tantos otros como viven comple-
tamente de espaldas a Dios, olvidados en
absoluto de sus deberes más elementales
para con Él… ¡pobrecitos! ¡Qué pena me
dan! Porque, por desgracia para ellos, no
acaba todo con la vida; todo vuelve al
orden natural con la muerte.
Y al revés. El campesino enfermo que sien-te que se le acaban las fuerzas por momen-
tos y se ve obligado, a pesar de todo, a
seguir trabajando para prolongar un poco su
agonía con el mísero jornal que, al fin del
día, deposita en sus manos la injusticia de
una sociedad paganizada; la pobre viuda
madre de ocho hijos, que no tiene un peda-
zo de pan para calmarles el hambre… ¡que
no se desesperen! Si saben elevar sus ojos
al cielo para contemplarlo a través del cris-
tal de sus lágrimas, pronto terminará su martirio: porque no acaba todo con la vida;
todo vuelve al orden con la muerte.
Y la joven obrera, llena de privaciones y
miserias, y quizá calumniada y perseguida
porque no se doblegó ante la bestialidad
ajena y prefiere morirse de hambre antes
que mancillar el lirio inmaculado de su
pureza… ¡que tenga ánimo y fortaleza para
seguir luchando hasta la muerte! Porque,
para dicha y ventura suya, no acaba todo
con la vida; todo vuelve al orden con la muerte.
Todo vuelve al orden con la muerte. Lo
exige así la justicia de Dios, que no puede
dejar impunes los enormes crímenes que se
cometen en el mundo sin que reciban san-
ción ni castigo alguno acá en la tierra, ni
puede dejar sin recompensa las virtudes
heroicas que se practican en la oscuridad y
el silencio sin que hayan obtenido jamás
una mirada de comprensión o de gratitud
por parte de los hombres.
TERCER ARGUMENTO: ¡LO HA
REVELADO DIOS!
Pero además de estos argumentos de tipo
meramente natural y filosófico tenemos,
señores, en la divina revelación la prueba definitiva o infalible de la existencia del
más allá. ¡Lo ha revelado Dios! Tierra y el
cielo, con todos sus astros y planetas, pa-
sarán, pero la Palabra de Dios no pasará
jamás.
La certeza sobrenatural de la fe es incompa-
rablemente superior a todas las certezas
naturales, incluso a la misma certeza me-
tafísica en la que no es posible el error. La
cresta metafísica es absoluta e infalible. Dios mismo, con toda su omnipotencia
infinita, no podrá destruir una verdad me-
tafísica. Dios mismo, por ejemplo, no puede
hacer que dos y dos no sean cuatro, o que el
todo sea mayor que una de la partes. Tene-
mos de ello certeza absoluta, metafísica,
infalible; porque lo contrario envuelve
contradicción, y lo contradictorio no existe
ni puede existir: es una pura quimera de
nuestra imaginación. La certeza metafísica
es una certeza absolutamente infalible.
Pues bien, la certeza de fe supera todavía a
la certeza metafísica. No porque la certeza
metafísica pueda fallar jamás, sino porque
la certeza de fe nos da a beber el agua lim-
pia y cristalina de la verdad en la fuente o
manantial mismo de donde brota –el mismo
Dios, verdad Primera y Eterna, que no pue-
de engañarse ni engañarnos-, mientras que
la certeza metafísica nos la ofrece en el
riachuelo del discurso y de la razón huma-
nas.
94
Las dos certezas nos traen la verdad absolu-
ta, natural o sobrenaturalmente; pero la fe
vale más que la metafísica, porque su obje-
to es mucho más noble y porque está más
cerca de Dios.
Dios ha hablado. Ha querido hacerse hom-
bre, como uno cualquiera de nosotros, para
ponerse a nuestro alcance, hablar nuestro
mismo idioma y enseñarnos con nuestro lenguaje articulado el camino del cielo. Y
vean lo que nos ha dicho:
―Yo soy la resurrección y la vida: el que
cree en Mí. Aunque muera, vivirá.‖ (Jn 11,
25)
―Estad, pues, prontos, porque a la hora que
menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.‖
(Lc 12, 40)
―No tengáis miedo a los que matan el cuer-
po, que al alma no pueden matarla; temed
más bien a Aquel que puede perder el alma
y el cuerpo en el infierno.‖ (Mt 10, 28)
―¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el
mundo si pierde su alma?‖ (Mt 16, 26)
―Porque el Hijo del Hombre ha de venir en
la gloria de su Padre, con sus ángeles, y
entonces dará a cada según sus obras.‖ (Mt 16, 27)
―E irán al suplicio eterno, y los justos, a la
vida eterna.‖ (Mt 25, 46)
Lo ha dicho Cristo, el Hijo de Dios vivo. Lo
ha dicho la Verdad por esencia, Aquel que
afirmó de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la
Verdad, y la Vida.” (Jn 14, 6) ¡Qué gozo y
qué satisfacción tan íntima para el pobre
corazón humano que siente ansia y sed inextinguible de inmortalidad! Nos lo ase-
gura el mismo Dios: ¡somos inmortales!
Llegará un día en que nuestros cuerpos
rendidos de cansancio por las luchas de la
vida se inclinarán hacia la tierra y descen-
derán al sepulcro, mientras el alma volará a
la inmortalidad. Cuando el leñador abate
con su hacha el viejo árbol carcomido, el
pájaro que anidaba en sus ramas levanta el
vuelo y se marcha jubiloso a cantar en otra
parte. ¡Qué bien lo sabe decir la literatura católica en el maravilloso prefacio de difun-
tos. Con esa visión de paz y de esperanza
quiero terminar este aparte:
―Para tus fieles, Señor, la vida se cambia,
pero no se quita; y al disolverse la casa de
esta morada terrena, se nos prepara en el
cielo una mansión eterna.‖
Que así sea.
95
B. LA MUERTE
INTRODUCCIÓN
La muerte: el momento más importante de nuestra existencia
Dos concepciones de la muerte: la pagana y la cristiana
CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA MUERTE
Ciertísima en su venida
Muerte natural, prematura, violenta y repentina
Moriremos una sola vez
DISTINTOS TIPOS DE MUERTE SEGÚN LA
PREPARACIÓN A ELLA
MUERTE SIN PREPARACIÓN PRÓXIMA O REMOTA
MUERTE CON PREPARACIÓN PRÓXIMA, PERO NO REMOTA
MUERTE CON PREPARACIÓN REMOTA, PERO NO PRÓXIMA
MUERTE CON PREPARACIÓN PRÓXIMA Y REMOTA: LA
MUERTE CRISTIANA
Morir cristianamente: en gracia de Dios, con derecho al cielo
Es el término del combate contra los tres enemigos del alma Es el arribo al puerto de seguridad
Es la entrada a la Vida verdadera
Morir cristianamente: con Jesús Sacramentado en el corazón
Morir cristianamente: con el deber cumplido
96
97
B. LA MUERTE
INTRODUCCIÓN
Planteábamos en la primera parte, el pro-
blema de los destinos eternos del hombre y
demostrábamos la existencia del más allá a
la luz de la luz de la simple razón natural,
y, sobre todo, a la luz sobrenatural de la fe
apoyada directamente en la Palabra de
Dios, que no puede engañarse ni engañar-
nos. Hay un más allá después de esta vida.
Ahora vamos a dar un paso más. Vamos a
hablar del momento de transición, del salto al más allá, de la hora decisiva de la muer-
te. Sé muy bien que el tema resulta muy
antipático a la inmensa mayoría de la gente.
―¡Por Dios!, padre: háblenos usted de lo
que quiera menos de la muerte. La muerte
es una cosa muy triste y desagradable.
Háblenos de cualquier otra cosa, pero deje
ese asunto tan trágico.‖
La muerte: el momento más im-
portante de nuestra existencia
Esta es una actitud insensata, una actitud
suicida y anticristiana. ¡Como si dejando de
pensar en la muerte pudiéramos alejarla de
nosotros…! Pero vendrá, sin falta, en el momento que Dios nuestro Señor ha fijado
para nosotros desde toda la eternidad: tanto
si pensamos en ella como si dejamos de
pensar. Y como resulta que ese momento es
el más importante de nuestra existencia,
porque es el momento decisivo del que
depende nada menos que nuestra eternidad,
vale la pena dejar a un lado sentimentalis-
mos absurdos y plantearse con seriedad
este tremendo problema de la transición al
más allá.
Decíamos atrás que se disputan en el mun-
do dos concepciones antagónicas de la
vida: la concepción materialista, que niega
la existencia del más allá y no piensa sino
en reír, gozar y divertirse, y la concepción
espiritualista, que, proclamando la realidad
de un más allá, se preocupa de vivir cristia-
namente, teniendo siempre a la vista la
divina sentencia de Nuestro Señor Jesucris-
to: ―¡Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si al cabo pierde su alma
para toda la eternidad?‖
Dos concepciones de la muerte: la
pagana, y la cristiana
Pues así como hay dos concepciones de la
vida, también hay dos concepciones de la
muerte. La concepción pagana, la concep-
ción materialista, que ve en ella el término
de la vida, la destrucción de la existencia
humana, la que, por boca de un gran orador
pagano, Cicerón, ha podido decir: ―La
muerte es la cosa más terrible entre las cosas terribles‖; y la concepción cristiana,
98
que considera la muerte como un simple
tránsito a la inmortalidad.‡
Porque, a despecho de la propia palabra,
aunque parezca una paradoja y una contra-
dicción, la muerte no es más que el tránsito
a la inmortalidad.
Qué bien supo comprender nuestra incom-
parable Santa Teresa de Jesús cuando de-cía:
Ven muerte escondida
que no te sienta venir,
porque el gozo de morir
no me vuelva a dar la vida
Tengo la pretensión, de presentarles una
visión simpática y atractiva de la muerte.
La muerte, para el pagano, es ―la cosa más
terrible entre todas las cosas terribles‖, tenía razón el gran orador romano. Pero
para el cristiano es el tránsito a la inmorta-
lidad, la entrada a la vida verdadera. Con-
templada con ojos cristianos, la muerte no
es una cosa trágica, sino al contrario, algo
muy dulce y atractivo, puesto que represen-
ta la entrada en la patria verdadera.
CARACTERÍSTICAS
GENERALES DE LA MUERTE
Vamos a ver, en primer lugar, las carac-
terísticas generales de este gran fenómeno de la muerte. Son tres, principalmente:
ciertísima en su venida, insegura en sus
circunstancias, y única en la vida. Vamos a
comentarla un poco.
CIERTÍSIMA EN SU VENIDA
Ante todo es ciertísima en su venida.
‡ Remitimos nuevamente al complemento al final de este tratado sobre el tema de la reen-carnación, una terrible tercera alternativa que se le está planteando a occidente actualmente.
La historia de la filosofía coincide con la
historia de las aberraciones humanas.
¡Cuántos absurdos se han llegado a decir en
el mundo en nombre de la ciencia y de la
filosofía! Y, sin embargo, está todavía por
nacer el hombre tan insensato que se haya
forjado la ilusión de que él no va a morir.
No ha habido ningún hombre tan estúpido
que haya lanzado la siguiente afirmación:
―Yo viviré eternamente sobre la tierra; yo no moriré jamás.‖
¡Pero si lo estamos viviendo todos los
días…! La muerte es un fenómeno que
diariamente contemplamos con los ojos y
tocamos con las manos. Cuando vamos al
cementerio, estamos plenamente convenci-
dos de la verdad de aquella inscripción que
leemos en cualquiera de las fosas funera-
rias: ―Hoy me ha tocado a mí, pero mañana
te tocará a ti.‖ Lo estamos viendo todos los días. No solamente los ancianos o los en-
fermos decrépitos, hasta los jóvenes se
mueren con frecuencia en la plenitud de su
juventud, en la primavera de su vida. Nadie
puede hacerse ilusiones, nadie se escapará
de la muerte. No vale alegar argumentos, es
inútil invocar el cargo o la posición social.
No les aprovechó para nada la tiara de los
Papas, ni el cetro de los reyes o emperado-
res ni el poder a Napoleón o a Alejandro
Magno, ni las riquezas a Creo, ni la sabi-duría a Salomón. Todos rindieron tributo a
la muerte:
San Pablo decía: ―Todos los días muero un
poco‖. Él se refería al desgaste que experi-
mentaba por el celo y solicitud de las Igle-
sias encomendadas a su cuidado; pero esto
mismo podremos repetir nosotros en cual-
quier momento de nuestra vida: todos los
días moriremos un poco. Los sufrimientos,
las enfermedades, el aire que respiramos,
los alimentos que ingerimos, el frío, el calor, el desgaste de la vida diaria, nos van
matando poco a poco. Todos los días mo-
rimos un poquito, hasta que llegará un
momento en que moriremos del todo.
99
No hace falta insistir en este hecho tan
claro. La certeza de la muerte es tan absolu-
ta, que nadie se ha forjado jamás la menor
ilusión. Moriremos todos, irremediable-
mente todos.
Dios no hizo la muerte. La muerte entró al
mundo por el pecado.
¡Qué maravilloso el plan de Dios sobre nuestros primeros padres en el Paraíso
terrenal! Además de elevarlos al orden
sobrenatural de la gracia, los enriqueció
con tres dones preternaturales verdadera-
mente magníficos: el de la inmortalidad, en
virtud del cual no debían morir jamás; el de
la impasibilidad, que los hacía invulnera-
bles al dolor y el sufrimiento, y la integri-
dad, que les daba el control absoluto de sus
propias pasiones, perfectamente dominadas
y gobernadas por la razón. ¡Ah!, pero co-metieron el crimen del pecado original, y,
en castigo del mismo, Dios les retiró esos
tres dones preternaturales juntamente con
la gracia y las virtudes infusas. Y, al des-
aparecer el privilegio gratuito de la inmor-
talidad, el cuerpo, que es de suyo incorrup-
tible, quedó ipso facto condenado a la
muerte. He aquí, de qué manera la muerte
es un castigo del pecado; y como todos
somos pecadores, nadie absolutamente se
escapará de esta ley inexorable: ciertamente moriremos todos.
MUERTE NATURAL,
PREMATURA, VIOLENTA Y
REPENTINA
Pero si la muerte es ciertísima en su venida,
es muy incierta e insegura en su hora y en
sus circunstancias.
Es incierta en lugar, tiempo y modo, y la suerte que
nos espera. Dios ha querido ocultarnos estas cosas
para que en todo momento lo respetemos y temamos
como dueño de nuestra vida, y siempre estemos listos
a comparecer ante Él. El Señor nos dice en la Escritu-
ra que la muerte llegará como un ladrón, esto es,
cogiéndonos desprevenidos. Y la experiencia prueba
que con muchísima frecuencia acontece así (Lc 12, 39
Podemos catalogar y dividir las distintas
clases de muerte en cuatro fundamentales:
muerte natural, prematura, violenta y re-
pentina.
¿A qué llamamos muerte natural? A la que
sobreviene por mera consunción y desgas-
te, sin enfermedad alguna que la produzca
directamente. Se pregunta, a veces, la gen-te: ―¿De qué murió fulano de tal? nadie lo
sabe, ni siquiera el médico. ¿Cuántos años
tenía? Noventa y dos‖.
Está claro: ha muerto de muerte natural, de
senectud, de vejez, No se necesita nada
más.
Pero, a veces, ocurre todo lo contrario. Es
una muerte prematura. En la flor de la
juventud, en la primavera de la vida… ¡Cuántos jóvenes se mueren! No ya por
accidentes imprevistos –por un disparo
casual, por un atropello de automóvil, etc.-,
sino por simple enfermedad, en su cama, se
mueren también los jóvenes. No con tanta
frecuencia, pero se mueren también. En el
Evangelio tenemos algunos casos: elijo de
la viuda de Naím y el de la hija de Jairo. En
plena juventud, en la primavera de la vida,
se les cortó el hilo de la existencia: muerte
prematura. Las familias que hayan tenido que sufrir este rudo golpe, que llega a lo
más íntimo del alma, levanten sus ojos al
cielo y adoren los designios inescrutables
de la providencia de Dios. Él sabe por qué
los llevó allá. Acaso para que su pureza y
su candor no se agostaran algún día en el
clima abrasador del mundo. Dios les re-
clamó para Sí, y allá arriba nos esperan
llenos de radiante felicidad.
y 40). Dios lo quiere así para que estemos siempre en
su gracia y servicio. Si supiéramos el día de nuestra
muerte, dejaríamos tal vez de servir y temer a Dios
durante nuestra ida, en la confianza de tener a última
hora tiempo seguro para arrepentirse. Este arrepen-
timiento forzado y tardío Dios no pudiera aceptarlo.
100
Otras veces sobreviene la muerte de una
manera violenta. Un agente extrínseco,
completamente imprevisto, nos arrebata la
vida en el momento menos pensado. Y
unos perecerán atropellados por un camión;
otros, ahogados en el mar; otros, fulmina-
dos por un rayo; otros, en un choque de
trenes; otros, al estrellarse el avión en que
viajaban, otros… No es posible enumerar
todas las clases de muertes violentas que pueden arrebatarnos la existencia en el
momento menos pensado. Un momento
antes, llenos de salud y de vida, un momen-
to después, cadáver. ¡A cuántos les ha
ocurrido así!
La cuarta clase de muerte es la repentina.
Muerte violenta, como hemos dicho, es la
producida por un agente extrínseco a noso-
tros, como en cualquiera de esos que acabo
de enumerar. Muerte repentina, por el con-trario, es la que sobreviene por una causa
intrínseca que llevamos ya dentro de noso-
tros mismos. Por ejemplo, una hemorragia
cerebral, un aneurisma, un colapso cardía-
co, una angina de pecho, pueden producir-
nos una muerte inesperada e instantánea.
Cuando menos lo esperemos: hablando,
comiendo, paseando, podemos caer como
fulminados por un rayo. He aquí la muerte
repentina.
¿Cuál será la nuestra?
¿Cuál será la nuestra? Nadie puede contes-
tar a esta pregunta. Para muchos de noso-
tros ya no es posible una muerte prematura.
Ya no moriremos en plena juventud. Pero,
¿Cuál de las otras tres, la violenta, la repen-tina o la natural en plena vejez, será la
nuestra? Nadie en absoluto nos lo podría
decir, sino únicamente Dios. Estemos
siempre preparados, porque aunque es
ciertísimo que hemos de morir, es insegura
la hora y las circunstancias de nuestra
muerte.
MORIREMOS UNA SOLA VEZ§
Pero lo más serio del caso, es que morire-
mos una sola vez. Lo dice la Sagrada Escri-
tura y lo estamos viendo todos los días con
nuestros ojos. Nadie muere más que una
sola vez. Es cierto que ha habido alguna excepción en el mundo. Ha habido quienes
han muerto dos veces. En el Evangelio, por
ejemplo, tenemos tres casos, correspon-
dientes a los tres muertos que resucitó
Nuestro Señor Jesucristo. Santo Domingo
de Guzmán, el glorioso fundador de la
Orden a la que tengo la dicha de pertenecer,
resucitó también tres muertos. San Vicente
Ferrer y muchos otros santos hicieron tam-
bién este milagro estupendo. Pero estas
excepciones milagrosas son tan raras, que
no pueden tenerse en consideración ante la ley universal de la muerte única. Morire-
mos una sola vez y en esa muerte única se
decidirán, irrevocablemente, nuestros des-
tinos eternos, Nos lo jugamos todo a una
sola carta. El que acierte esa sola vez,
acertó para siempre; pero el que se equivo-
que esa sola vez, está perdido para toda la
eternidad. Vale la pena pensarlo bien y
tomar toda clase de medidas y precauciones
para asegurarnos el acierto en esa única y
suprema ocasión. Yo quisiera, hacerlos reflexionar un poco en torno a la prepara-
ción para la muerte.
DISTINTOS TIPOS DE
MUERTE SEGÚN LA
PREPARACIÓN A ELLA
Podemos distinguir dos clases de prepara-ción: una, remota, y otra, próxima.
Llamo yo preparación remota la de aquel
que vive siempre en gracia de Dios. Al que
tiene sus cuentas arregladas ante Dios, al
§ Remitimos nuevamente al artículo complemen-
tario final sobre la reencarnación, creencia que niega esta verdad.
101
que vive habitualmente en gracia, puede
importarle muy poco cuál sean las circuns-
tancias y la hora de su muerte, porque en
cualquier forma que se produzca tiene
completamente asegurada la salvación
eterna de su alma. Esta es la preparación
remota.
La preparación próxima es la de aquel que
tiene la dicha de recibir en los últimos momentos de su vida los Santos Sacramen-
tos de la Iglesia: Penitencia, Eucaristía por
viático. Extremaunción, e incluso, los de-
más auxilios espirituales: la bendición
Papal, la indulgencia plenaria y la reco-
mendación del alma. Esta es la preparación
próxima.
Combinando y barajando estas dos clases
de preparación podemos encontrar hasta
cuatro tipos distintos de muerte: sin prepa-ración próxima ni remota; con preparación
remota, pero no próxima; con preparación
próxima, pero no remota, y con las dos
preparaciones.
Vamos a examinarlas una por una.
MUERTE SIN PREPARACIÓN
PRÓXIMA O REMOTA
El primer tipo de muerte es la que sucede
sin preparación próxima ni remota, o sea,
ausencia total de preparación. Es la muerte
de los grandes impíos, de los grandes in-
crédulos, de los grandes enemigos de la
Iglesia; la muerte de los que no se han
contentado con ser malos, sino que además
han sido apóstoles del mal, han sembrado semillas de pecado, han procurado arrastrar
a la condenación al mayor número posible
de almas.
Estos no han tenido preparación remota:
han vivido siempre en pecado mortal. Y,
por una consecuencia lógica y casi inevita-
ble, suelen morir también sin preparación
próxima, obstinados en su maldad. Porque,
por lo general, salvo raras excepciones, la
muerte no es más que un eco de la vida. Tal
como es la vida, así suele ser la muerte. Si
el árbol está inclinado hacia la derecha, o
francamente inclinado hacia la izquierda, lo
corriente y normal es que, al caer tronchado
por el hacha, caiga naturalmente, del lado
que está inclinado. Esta es la muerte sin
preparación próxima ni remota. La de los
grandes impíos, la de los grandes herejes,
la de los grandes enemigos de la Iglesia.
Esta fue la muerte de Voltaire, el de las
grandes carcajadas: ―Ya estoy cansado de
oir que ha Cristo le bastaron doce hombres
para fundar su Iglesia y conquistar el mun-
do. Voy a demostrar que basta uno para
destruir la Iglesia de Cristo‖.
¡Pobrecito! Él sí que quedó destruido.
Escuchen. Les voy a leer la declaración del médico Mr. Tronchin, protestante, que
asistió en su última enfermedad al patriarca
de los incrédulos. Va a decirnos él, perso-
nalmente, lo que vio:
―Poco tiempo antes de su muerte, Mr. Vol-
taire, en medio de furiosas agitaciones,
gritaba furibundamente: -¡Estoy abando-
nado de Dios y de los hombres! Se mordía
los dedos, y echando mano a su vaso de
noche, se lo bebió. Hubiera querido yo que todos los que han sido seducidos por sus
libros hubieran sido testigos de aquella
muerte. No era posible presenciar semejan-
te espectáculo‖.
La Marquesa de la Villete, en cuya casa
murió Voltaire y presenció sus últimos
momentos escribe textualmente:
―Nada más verdadero que cuanto Mr.
Tronchin –el médico cuya declaración
acabo de leer- afirma sobre los últimos instantes de Voltaire. Lanzaba gritos des-
aforados, se revolvía, se le crispaban las
manos, se laceraba con las uñas. Pocos
minutos antes de expirar llamó al abate
Gaultier. Varias veces quiso hicieran venir
102
a un ministro de Jesucristo. Los amigos de
Voltaire, que estaban en casa, se opusieron
bajo el temor de que la presencia de un
sacerdote que recibiera el postrer suspiro de
su patriarca derrumbara la obra de su filo-
sofía y disminuyera sus adeptos. Al acer-
carse al fatal momento, una redoblada
desesperación se apoderó del moribundo.
Gritaba diciendo que sentía una mano invi-
sible que le arrastraba ante el tribunal de Dios. Invocaba con gritos espantosos a
aquel Cristo que él había combatido duran-
te toda su vida; maldecía a sus compañeros
de impiedad; después, despreciaba o inju-
riaba al cielo una vez tras otra; finalmente,
para calmar la ardiente sed que le devoraba,
llevóse su vaso de noche a la boca. Lanzó
un último grito y expiró entre la inmundicia
y la sangre que le salía de la boca y de la
nariz‖.
Esta es la muerte sin preparación próxima
ni remota. Y conste, que yo no afirmo la
condenación de Voltaire; yo no digo que
esté en el infierno. La Iglesia no lo ha dicho
jamás. No sabemos lo que pudo ocurrir un
segundo antes de separarse el alma del
cuerpo, cuando se había producido ya el
fenómeno de la muerte aparente. Pero sa-
bemos lo que pasó en los últimos momen-
tos visibles de su vida, puesto que lo pre-
senciaron los testigos que acabo de citar. Si está en el infierno o no, eso no lo podemos
asegurar, puesto que la Iglesia no lo ha
dicho jamás. Pero, ¡qué terrible manera de
compadecer ante Dios; sin preparación
próxima ni remota!
MUERTE CON PREPARACIÓN
PRÓXIMA, PERO NO REMOTA
La segunda manera de morir es con prepa-
ración próxima, pero no remota. ¿Qué
significa esto? El que vive habitualmente
en pecado mortal, no tiene preparación
remota; pero por la infinita misericordia de
Dios, a veces ocurre que muere con prepa-
ración próxima. Uno que ha vivido en la
impiedad, incluso que ha combatido a la
Iglesia, puede ocurrir –y curre a veces,
porque la misericordia de Dios es infinita-
que a la hora de la muerte, cuando ve ante
sus ojos el espantoso abismo en que se va a
sumergir para toda la eternidad, movido
por la gracia divina, se vuelve a Dios con
un sincero y auténtico arrepentimiento, que
le vale la salvación eterna de su alma. Pue-
de ocurrir y ha ocurrido de hecho muchas veces, por la infinita misericordia de Dios.
Pero ¡Pobre del que confíe en eso para vivir
mientras tanto tranquilamente en pecado!
¡Pobre de él! Ese tal trata de burlarse de
Dios, y el apóstol San Pablo nos advierte
expresamente que ―de Dios nadie se ríe‖.
El que ha vivido mal por irreflexión, ato-
londramiento o ligereza, puede ser que a la
hora de la muerte Dios tenga compasión de
él y le de la gracia del arrepentimiento. Pero el que ha vivido mal, precisamente
confiado y apoyado en que a la hora de la
muerte tendrá tiempo de arrepentirse y
salvarse, y, mientras tanto, sigue pecando
tranquilamente, ese trata de burlarse de
Dios, y pagará bien cara su loca temeridad
y su incalificable osadía.
Sean pocos o muchos los que se salvan, ese
que trata de robar el cielo después de
haberse reído de Dios, es indudable que será uno de los pocos o muchos que se
condenen. ¡Ese se pierde para toda la eter-
nidad!
MUERTE CON PREPARACIÓN
REMOTA, PERO NO PRÓXIMA La tercera manera de morir es con prepara-
ción remota, pero no próxima. No jugue-
mos con fuego. Tengamos al menos la
preparación remota, por si acaso Dios no
nos concede la preparación próxima. Con
la preparación remota, tenemos asegurada
la salvación del alma; y para eso basta con
que vivamos sencillamente en gracia de
Dios. Si vivimos siempre en gracia de
Dios, si en cualquier momento de nuestra
103
vida tenemos bien ajustadas nuestras cuen-
tas con Dios, si tenemos ese tesoro infinito
que se llama gracia santificante, nos puede
importar muy poco la manera, el modo y
las circunstancias de nuestra muerte. Es
muy de desear ý hay que pedírselo con toda
el alma a Dios- que nos conceda también la
preparación próxima; pero , al menos, si
tenemos la remota, lo tenemos asegurado
todo.
Tomemos esta determinación. Es preciso
formar algún propósito concreto para toda
nuestra vida, porque, de lo contrario, estas
luces que ahora nos da Dios, con esta lectu-
ra, no serán más que un castillo de fuegos
artificiales, una llamada fugaz y transitoria.
Es preciso que tomemos determinaciones
para toda nuestra vida. Y una de las más
fundamentales tiene que ser ésta: en ade-
lante no voy a cometer jamás la tremenda imprudencia de acostarme una sola noche
en pecado mortal, porque puedo amanecer
en el infierno.
Reflexione un instante: ¿Quién de ustedes
se atrevería a acostarse una noche con una
víbora venenosa en la cama? Hasta que no
le aplasten la cabeza no podrán conciliar el
sueño: es cosa clara y evidente. Y son le-
gión los que tienen una víbora venenosa en
su alma, los que viven habitualmente en pecado mortal con gravísimo peligro de
hundirse para siempre en el abismo eterno,
¡y ríen, y gozan, y se divierten! Y por la
noche se acuestan tranquilamente en peca-
do mortal y logran conciliar el sueño como
si no les amenazara daño alguno. ¿Es que
son malos? Tal vez no. Puede que no lo
sean en el fondo. Pero es indudable que son
atolondrados, irreflexivos, inconscientes; es
indudable que no piensan, que no se dan
cuenta del tremendo peligro que pende
sobre sus cabezas a manera de espada de Damocles. En el momento menos pensado
puede rompérseles el hilo de la vida y se
hunden para siempre en el abismo. Viva-
mos siempre en gracia de Dios y pidámosle
al Señor nos conceda también la prepara-
ción próxima para la muerte.
MUERTE CON PREPARACIÓN
PRÓXIMA Y REMOTA: LA
MUERTE CRISTIANA
Porque esta es la cuarta manera de morir y
la que hemos de procurar por todos los
medios a nuestro alcance: con la doble
preparación. Con la preparación remota del
que ha vivido cristianamente, siempre en
gracia de Dios, y con la preparación próxi-
ma del que a la hora de la muerte corona aquella vida cristiana con la recepción de
los Santos Sacramentos y de los auxilios
espirituales de la Iglesia: Penitencia, Euca-
ristía por Viático, Extremaunción, reco-
mendación del alma, bendición papal.
Preparación próxima y preparación remota.
Es la muerte envidiable de los Santos, de la
que dice la Sagrada Escritura que es pre-
ciosa delante del Señor.
Los Santos que han vivido intensamente
estas ideas, no solamente no temían la
muerte, sino que la llamaban y la deseaban
con toda su alma para volar al cielo. Porque
la muerte cristiana, tiene las siguientes
características que la hacen infinitamente
deseable y atractiva: morir en Cristo, morir
con Cristo y morir como Cristo
Morir cristianamente: En gracia
de Dios, con derecho al Cielo
En primer lugar, morir en Cristo. ¿Qué
significa morir en Cristo? Significa morir
cristianamente, con la gracia santificante en
nuestra alma, que nos da derecho la heren-
cia infinita del cielo.
¡Qué burla y qué sarcasmo, cuando en los
grandes cementerios de las modernas ciu-dades se ponen sobre las tumbas de los
grandes impíos aquellos epitafios rimbom-
bantes: ―Aquí yace un gran guerrero, un
104
gran artista, un gran literato, un gran empe-
rador‖! ¡Pero los ángeles de la guarda que
están velando el sueño de los justos son los
únicos que pueden leer el verdadero y
auténtico epitafio de muchas de aquellas
tumbas que el mundo venera: ―Aquí yace
un condenado para toda la eternidad‖!
Ojalá que a cada uno de nosotros se nos
pueda poner este sencillo epitafio, pero auténtico, que refleje la verdad: ―Murió
cristianamente, con la gracia de Dios en su
corazón‖. Y que se lleven los mundanos los
mausoleos espléndidos, las flores que para
nada sirven, los homenajes póstumos que
nada remedian, las sesiones necrológicas,
los ridículos ―minutos de silencio…‖, ¡que
se lo lleven los mundanos! A nosotros nos
basta con morir cristianamente: nada más.
¡Morir cristianamente! ¿Saben lo que esto significa?
Es el término del combate contra los
tres enemigos del alma: En primer
lugar, es el término del combate. En este
mundo estamos librando todos una tremen-
da batalla –lo dice la Sagrada Escritura- con los tres enemigos del alma: mundo,
demonio y carne. Estamos librando un
combate. Pero llega la hora de la muerte, y
si tenemos la dicha de morir cristianamen-
te, nos convertiremos en el soldado que
termina victoriosamente la batalla y se ciñe
para siempre el laurel de la victoria. En
campesino, que después de haber regado
tantas veces la tierra con el sudor de la
frente, recoge los frutos de la espléndida y
abundante cosecha. En el enfermo, que ve terminados para siempre sus sufrimientos y
entra para siempre en la región de la salud
y de la vida. ¡Qué bien lo sabe decir la
Iglesia Católica cuando pronuncia sobre el
cristiano que acaba de expirar aquella
fórmula sublime. ―‖Descanse en paz‖.
Es el arribo al puerto de la seguri-
dad: En este mundo no podemos estar
seguros. Absolutamente nadie. Ni el Sobe-
rano Pontífice, ni los mismos Santos mien-
tras vivan todavía acá en la tierra: nadie
puede estar seguro de que morirá cristia-
namente. Dice el Concilio de Trento que, a
menos de una revelación especial de Dios,
nadie puede saber con seguridad si se sal-
vará o si se condenará; si recibirá de Dios
el don sublime de la perseverancia final, o
si lo dejará de recibir. No lo podemos sa-ber. Es un interrogante angustioso que está
suspendido sobre nuestras cabezas. Ni los
santos estaban seguros de sí mismos. Por-
que, aunque seamos buenos, aunque este-
mos ahora en gracia de Dios, ¿qué será de
nosotros dentro de diez años, dentro de
veinte, y sobre todo, a la hora de nuestra
muerte? Es un misterio, no lo podemos
saber.
¡Ah!, pero cuando se muere cristianamente, es el ruiseñor que rompe para siempre los
hierros de su jaula y vuela jubilosa a la
enramada. Es el náufrago, que después de
haber luchado contra las olas embravecidas
que amenazaban tragarle hasta el fondo del
océano, salta por fin a las playas eternas. Es
la caravana, que después de haber atravesa-
do las arenas abrasadoras del desierto, llega
por fin al risueño y fresco oasis. Es la nave
que llega al puerto después de una peligro-
sa travesía. Es emerger de la penumbra del valle y bañarse para siempre en océanos de
clarísima luz en lo alto de la montaña. El
alma que muere cristianamente queda con-
firmada en la gracia, ya no puede perder a
Dios, ya tiene asegurada para siempre la
felicidad eterna.
Es la entrada a la vida verdadera:
Por eso la muerte cristiana es la entrada en la vida verdadera. ¡Cuánta pobre gente
equivocada que ha vivido y respirado el
ambiente del mundo y está completamente
convencida de que esta vida es verdadera,
la que hay que conservar a todo trance!
¡Qué tremenda equivocación!
105
¡Esta vida no es la vida! Un filósofo paga-
no exclamaba con angustia:
Ningún sabio satisface
esta duda que me hiere:
¿Es el que muere el que nace
o es el que nace el que muere?
No sabía contestar esa pregunta porque
carece de las luces de la fe. Pero a su brillo deslumbrante, ¡qué fácil es contestar a esta!
Pregúntenlo a Santa Teresa de Jesús y les
contestará con sublime inspiración:
Aquella vida de arriba,
que es la verdadera
hasta que esta vida muera ,
no se alcanza estando viva…‖
O quizá de esta otra forma
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
Que se lo digan a Santa Teresita de Li-
sieux, la santa más grande de los tiempos
modernos, en frase del inmortal Pontífice
San Pío X. Cuando la angelical florecilla
del Carmelo estaba para exhalar su último
suspiro, el médico que la asistía le pre-guntó: ―¿Está vuestra caridad resignada
para morir?‖ y la santita, abriendo desme-
suradamente sus ojos, llena de asombro, le
contestó: ―¿Resignada para morir? Resig-
nación se necesita para vivir, pero ¡para
morir! Lo que tengo es una alegría inmen-
sa‖.
Los Santos, tenían razón. No estaban locos.
Veían, sencillamente, las cosas tal como
son en realidad. La inmensa mayoría de los
hombres no la ven así. No se dan cuenta de que están haciendo un viaje en ferrocarril y
no se preocupan más que del vagón en que
están haciendo la travesía: el negocio, el
porvenir humano, el aumento de capital.
Todo eso que tendrán que dejar dentro de
unos años, acaso dentro de unos cuantos
días nada más. No se dan cuenta que el
ferrocarril de la vida va devorando kilóme-
tros y más kilómetros, y en el momento en
que menos lo esperen, el silbato estridente
de la locomotora les dará la terrible noticia:
estación de llegada. Y al instante, sin un
momento de tregua, tendrán que apearse
del ferrocarril de la vida y comparecer
delante de Dios. Entonces caerá en la cuen-ta de que esta vida no es la vida. Ojalá lo
adviertan antes de que su error no tenga ya
remedio para toda la eternidad.
Morir cristianamente: Con Jesús
Sacramentado en el Corazón
La segunda característica de la muerte
cristiana es morir con Cristo. ¿Qué signifi-
ca esto? Significa exhalar el último suspiro
después de haber tenido la dicha inefable
de recibir a Jesucristo Sacramentado en el
corazón.
¡El Viático! ¡Qué consuelo tan inefable
produce al alma cristiana el simple recuer-
do del Viático! La Eucaristía es un milagro
de amor, de sublime belleza y poesía en
cualquier momento de la vida. Pero la Eu-
caristía por Viático es el colmo de la dulzu-
ra, de la suavidad y de la misericordia de
Dios. Poder recibir en el corazón a Jesu-
cristo Sacramentado en calidad de Amigo y
de Buen Pastor momentos antes de compa-recer ante él como Juez Supremo de vivos
y muertos, es de una belleza y de una emo-
ción indescriptibles. ¡Qué paz, que dulzura
tan inefable se apodera del pobre enfermo
al abrazar en su corazón a su gran Amigo,
que viene a darle la comida para el camino
– que eso significa la palabra Viático- y
ayudarle amorosamente en el supremo
tránsito a la eternidad!
Cuando, desde lo íntimo de su alma, el
pobre pecador le pide perdón a su Dios por última vez, antes de compadecer ante Él,
sin duda alguna que Nuestro Señor Jesu-
106
cristo, que vino a la tierra precisamente a
salvar lo que había perecido (Mt 18, 11) y
en busca de los pobres pecadores (Mt 9,
13) le dará al agonizante la seguridad
firmísimo de que la sentencia que instantes
después pronunciará sobre él será de salva-
ción y de paz.
¡Y que una cosa tan bella y sublime como
el Viático estremezca de espanto a la in-mensa mayoría de los hombres, incluso
entre los cristianos y devotos! Son innume-
rables los crímenes a que ha dado lugar
tamaña insensatez y locura. ¡Cuántos des-
graciados pecadores se han precipitado para
siempre en el infierno porque su familia
cometió el gravísimo crimen de dejarles
morir sin Sacramentos por el estúpido y
anticristiano pretexto de no asustarles! Este
verdadero crimen es uno de los mayores
pecados que se pueden cometer en este mundo, uno de los que con mayor fuerza
claman venganza al cielo. ¡Ay de la familia
que tenga en su conciencia este crimen
monstruoso! El Viático no empeora al
enfermo, sino lo contrario, lo reanima y lo
conforta, hasta físicamente, por redundan-
cia natural de la paz inefable que propor-
ciona a su alma. Pero, aún suponiendo que
por el ambiente anticristiano que se respira
por todas partes en el mundo de hoy, asus-
tara un poco al enfermo la noticia que tiene que recibir el Viático, ¿y qué? ¿No es mil
veces preferible que vaya al cielo después
de un pequeño o de un gran susto, antes
que, sin susto alguno, descienda tranquila-
mente al infierno para toda la eternidad? ¡Y
que cosa tan evidente y sencilla no la vean
tantísimos cristianos que cometen la increí-
ble insensatez y el enorme crimen de dejar
morir como un perro a uno de sus seres
queridos! Gravísima responsabilidad la
suya, y terrible la cuenta que tendrán que
dar a Dios por la condenación eterna de aquella desventurada alma a la que no
quisieron ―asustar‖.
Escarmienten todos en cabeza ajena. Ad-
viertan a sus familiares que les avisen in-
mediatamente al caer enfermos de grave-
dad. La recepción del Viático por los en-
fermos graves es un mandamiento de la
Santa Madre Iglesia, que obliga a todos
bajo pecado mortal, lo mismo que oír Misa
los domingos o cumplir el precepto pas-
cual. Y como la mejor providencia y pre-
caución es la que toma uno sobre sí mismo,
procuren vivir siempre en gracia de Dios y
llamen a un sacerdote por su propia cuenta –sin esperar el aviso de sus familiares-
cuando caigan enfermos de alguna conside-
ración.
Morir cristianamente: con el de-
ber cumplido
La tercera característica de la muerte cris-
tiana es morir como Cristo. ¿Cómo murió
Nuestro Señor Jesucristo? Mártir del cum-
plimiento de su deber. Había recibido de su
Eterno Padre la misión de predicar el
Evangelio a toda criatura y de morir en lo alto de una cruz para salvar a todo el géne-
ro humano, y lo cumplió perfectamente,
con maravillosa exactitud. Precisamente,
cuando momentos antes de morir con-
templó en sintética mirada retrospectiva el
conjunto de profecías del Antiguo Testa-
mento que habían hablado de Él, vio que se
habían cumplido todas al pie de la letra,
hasta en sus más mínimos detalles. Y fue
entonces cuando lanzó un grito de triunfo:
¡Todo está cumplido!
Qué dicha la nuestra, si a la hora de la
muerte podemos exclamar también: ―He
cumplido mi misión en este mundo, he
cumplido la voluntad adorable de Dios‖.
Cierto que no podremos decirlo del mismo
modo que Nuestro Señor Jesucristo. Cierto
que todos somos pecadores y hemos tenido,
a lo largo de la vida, muchos momentos de
debilidad y cobardía. Cierto que hemos
ofendido a Dios y nos hemos apartado de sus divinos preceptos por seguir los antojos
del mundo o el ímpetu de nuestras pasio-
107
nes. Pero todo puede repararse por el arre-
pentimiento y la penitencia. Estamos a
tiempo todavía.
¡Joven que me escuchas! Feliz de ti si a la
hora de la muerte, acordándote de tus años
mozos, puedes decir ante tu propia con-
ciencia: ―Lo cumplí. ¡Cuánto me costó
resolver el problema de la pureza! Mi san-
gre joven hervía en las venas, pero fui valiente y resistí. Invoqué a la Virgen, huí
de los peligros, comulgué diariamente,
ejercité mi voluntad, se lo pedí ardiente-
mente a Dios… Y ahora muero tranquilo,
ofreciéndole a Dios el lirio inmaculado de
mi pureza juvenil‖.
¡Padre de familia! Te entiendo perfecta-
mente. Cuesta mucho el cumplimiento
exacto de los deberes matrimoniales: acep-
tar todos los hijos que Dios mande, educar-los cristianamente, guardar fidelidad invio-
lable al otro cónyuge, cumplir exactamente
las obligaciones del propio estado. Pero
recuerda que estamos en este mundo como
huéspedes y peregrinos, que ―no tenemos
aquí ciudad permanente, sino que vamos en
busca de la que está por venir‖ (Hebr 13,
14). ¡Levanta tus ojos al cielo! Y, aunque te
cueste ahora un sacrificio, cumple íntegra-
mente con tu deber, para poder morir tran-
quilo cuando te llegue la hora suprema.
¡Comerciante, financiero, industrial, hom-
bre de negocios! El dinero es una terrible
tentación para la mayoría de los hombres.
Pero acuérdate de que no podrás llevarte
más allá del sepulcro un solo céntimo: lo
tendrás que dejar todo del lado de acá.
¡Gana, si es preciso, la mitad o la tercera
parte de lo que ganas ahora, pero gánalo
honradamente! Que no tengas que lamen-
tarlo a la hora de la muerte –cuando es tan
difícil reparar el daño causado y restituir el dinero mal adquirido- y puedas decir, por el
contrario: ―Me costó mucho, pero hice este
sacrificio; muero tranquilo; he cumplido
con mi deber‖.
Permítanme que les refiera un recuerdo
personal antes de terminar este aparte.
Tengo actualmente mi vivienda habitual en
el glorioso convento de San Esteban, de
Salamanca. En la actualidad somos más de
doscientos religiosos, la mayoría de ellos
jóvenes estudiantes de nuestra Facultad de
Teología que allí funciona. Pero en él está
instalada también la enfermería general de
la provincia dominicana de España. Allí vienen los padres ancianitos a esperar tran-
quilamente el fin de sus días, después de
una vida consagrada enteramente al servi-
cio de Dios y salvación de las almas. He
visto morir a muchos de ellos. He presen-
ciado, también la muerte de religiosos
jóvenes, que morían alegres en plena pri-
mavera de la vida porque se iban al cielo
para siempre. Y les confieso, que las emo-
ciones más hondas e intensas de mi vida
religiosa son las que he experimentado junto al lecho de nuestros moribundos.
¡Cómo mueren los religiosos dominicos!
Supongo que en otras Órdenes religiosas
ocurrirá lo mismo, pero yo cuento lo que he
visto y presenciado por mí mismo. Escu-
chen:
El religioso enfermo ha recibido ya, muy
despacio, los Santos Sacramentos y demás
auxilios de la Iglesia. Es impresionante, por
su belleza y emoción el espectáculo de toda la comunidad acompañando al Señor hasta
la habitación del enfermo cuando llevan el
Viático. Pero llega mucho más al alma
todavía la escena de sus últimos momentos.
Cuando se acerca el momento supremo, la
campana del convento llama a toda la co-
munidad con un toque a rebato característi-
co, inconfundible. Acudimos todos a la
enfermería y el Padre Prior, revestido de
sobrepelliz y estola, comienza a rezarle al
enfermo la recomendación del alma, alter-
nando con toda la comunidad. Y cuando se acerca por momentos el instante supremo,
el cantor principal del convento entona la
Salve Regina, que tiene en nuestra Orden
una melodía suavísima. Y arrullado por las
notas de la bellísima plegaria mariana que
108
canta toda la comunidad…, con la paz de
su alma pura reflejada en su rostro tranqui-
lo, con una dulce sonrisa en sus labios,
serenamente, plácidamente, como el que se
entrega con naturalidad al sueño cotidiano,
el religioso dominico se duerme ante noso-
tros a las cosas de la tierra para despertar en
los brazos de la Virgen del Rosario entre
los coros de los ángeles…
Es preciosa delante del Señor la muerte de
los Santos.
¿Quieren morir todos así? Les acabo de dar
las normas para conseguirlo. Preparación
remota, viviendo siempre, siempre, en
gracia de Dios, cumpliendo perfectamente
los deberes de su propio estado; y oración
ferviente a Dios, por intercesión de María,
la dulce Mediadora de todas las gracias,
para que nos conceda también la prepara-
ción próxima: la dicha de recibir en nues-
tros últimos momentos los Santos Sacra-mentos de la Iglesia y de morir con sereni-
dad y paz en el ósculo suavísimo del Señor.
Que así sea.
109
C. EL JUICIO PARTICULAR
¿CUÁNDO SE CELEBRARÁ EL JUICIO PARTICULAR?
Lapso entre la muerte aparente y la real en todos los fallecimientos
Valioso tiempo para asegurar todavía la salvación del alma del
fallecido
El juicio particular empieza en el momento de la muerte real
¿QUIÉNES SERÁN JUZGADOS?
¿DÓNDE Y CÓMO SE REALIZA EL JUICIO PARTICULAR?
Dónde se realiza
Cómo se realiza
¿CUÁNTO TIEMPO DURARÁ?
¿Y QUÉ VEREMOS EN ESE CORTO ESPACIO DE TIEMPO?
Veremos la película de nuestra vida
Registra loa actos externos que se vieron y los que ―nadie vio‖
Registra los sentimientos íntimos detrás de las acciones
Registra los hechos que deberíamos haber hecho y no hicimos
Muestra los pecados que indujimos a cometer a otros
EL JUEZ
LA SENTENCIA IRREVOCABLE
NUESTRA RESPUESTA AHORA A ESTE HECHO
TRASCENDENTAL
110
111
C. EL JUICIO PARTICULAR
Hablábamos atrás del problema formidable
de la muerte, y decíamos que, si considera-
da con ojos paganos, es la cosa más terrible
entre todas las cosas terribles. A la luz de la fe católica, contemplada con ojos cristia-
nos, es simpática y deseable, diga el mundo
lo que quiera. Porque para el cristiano, la
muerte es comenzar a vivir, es el tránsito a
la inmortalidad, la entrada a la vida verda-
dera.
La muerte es mucho más un fenómeno
aparente que real. Afecta al cuerpo única-
mente, pero no al alma. El alma es inmor-
tal, y el mismo cuerpo muere provisional-mente, porque un gran dogma de la fe cató-
lica nos dice que sobrevendrá en su día la
resurrección de la carne. De manera que en
fin de cuentas, la muerte en sí misma no
tiene importancia alguna: es un simple
tránsito a la inmortalidad.
Pero ahora nos sale al paso otro problema
formidable. Y ése sí que es serio, ése sí que
es terrible: el problema del juicio de Dios.
Está revelado por Dios. Consta en las fuen-tes mismas de la revelación. El apóstol San
Pablo dice que ―está establecido por Dios
que los hombres mueran una vez, y después
de la muerte el juicio‖. (Heb 9, 27). Lo ha
revelado Dios por medio del apóstol San
Pablo, y se cumplirá inexorablemente.
Hace unos años murió en Madrid un reli-
gioso ejemplar. Murió como había vivido:
santamente. Pero pocas horas antes de
morir, le preguntaron: ―Padre: ¿está pre-ocupado ante la muerte, tiene miedo a la
muerte?‖ Y el Padre contestó: ―La muerte
no me preocupa nada, ni poco ni mucho.
Lo que me preocupa muchísimo es la
aduana. Después de morir tendré que pasar
por la aduana de Dios y me registrarán el
equipaje. Eso sí que me preocupa‖.
Habrá dos juicios: el juicio particu-
lar y el juicio final o universal.
Habrá dos juicios. El juicio particular al
que alude San Pablo en las palabras que
acabo de citar, y el juicio universal, que
con todo lujo de detalles, describió perso-nalmente en el Evangelio Nuestro Señor
Jesucristo, que actuará en él de Juez Su-
premo de vivos y muertos.
Santo Tomás de Aquino, el Príncipe de la
Teología católica, explica admirablemente
el porqué de estos juicios. No pueden ser
más razonables. Porque el individuo es una
persona humana particular, pero además,
un miembro de la sociedad. En cuanto
individuo, en cuanto persona particular, le
corresponde un juicio particular, le corres-ponde un juicio personal que le afecte
única y exclusivamente a él: y éste es el
juicio particular. Pero en cuanto miembro
de la sociedad, a la que posiblemente ha
escandalizado con sus pecados, o sobre la
que ha influido provechosamente con su
112
acción bienhechora, tiene que sufrir tam-
bién un juicio universal, público, solemne,
para recibir, ante la faz del mundo, el pre-
mio o castigos merecidos. Este segundo
juicio, el universal, será mucho más solem-
ne, mucho más aparatoso; pero, desde lue-
go, tiene muchísima menos importancia
que el puramente privado y particular.
Porque el juicio particular, señores, es
donde se van a decidir nuestros destinos eternos. El juicio universal no hará más que
confirmar, ratificar definitivamente la sen-
tencia que se nos haya dado a cada uno en
nuestro propio juicio particular. Por consi-
guiente, como individuos, como personas
humanas, nos interesa mucho más el juicio
particular que el universal. Y de él vamos a
hablar ahora. Les voy a hacer un resumen
de la teología del juicio particular, proce-
diendo ordenadamente con base en una
serie de preguntas y respuestas.
1) ¿Cuándo se celebrará el juicio
particular?
Inmediatamente después de la muerte real.
Después de la muerte real, digo, no de la
muerte aparente. Porque, señores, estamos en un error si creemos que en el momento
de expirar el enfermo, cuando exhala su
último respiro, ha muerto realmente. No es
así.
Contemplen los últimos instantes de un
moribundo. Su respiración es fatigosa,
anhelante; su mirada de asombro a los que
lo rodean, porque él se está ahogando, no
puede respirar y ve que los demás respiran
tranquilamente. Parece que está diciendo: ¿pero no se dan cuenta que falta el aire?
¿No notan que nos estamos ahogando? Es
él, pobrecito, el único que se ahoga. Y llega
un momento en que es tanta la falta de
oxígeno que experimentan sus pobres célu-
las, que hace una respiración profunda,
profundísima, hacia dentro, y, de pronto, la
expiración: lanza hacia fuera aquel aire y
queda inmóvil, completamente paralizado.
Y los que están rodeando el lecho excla-
man: Ha muerto, acaba de expirar.
Lapso entre la muerte aparente y la
real en todos los fallecimientos. Pero, en realidad, no es así. Han desaparecido,
sin duda, las señales o manifestaciones
externas de vida: ya no espira, ya no oye,
ya no ve, ya no siente, pero la muerte real
no se ha producido aún. El alma está allí
todavía; el cuerpo ha entrado en el período
de muerte aparente, que se prolongará más
o menos tiempo, según los casos: más largo
en las muertes violentas o repentinas, más
corto en las que siguen el agotamiento de la
vejez o de una larga enfermedad. El hecho de la muerte aparente está científicamente
demostrado, puesto que se ha logrado vol-
ver a la vida por procedimientos puramente
naturales y sin milagro alguno, a centena-
res de muertos aparentes; tantos, que ha
podido inducirse una ley universal, válida
para todos.
Ven lo que ocurre cuado apagan una vela,
un cirio. La llama ya no existe, pero el
pabilo está todavía encendido, está hume-
ante todavía, y poco a poco se a extin-guiendo, hasta que, por fin se apaga del
todo. Algo parecido ocurre con la muerte.
Cuando el enfermo exhala el último suspiro
parece que la llama de la vida se apagó
definitivamente pero no es así. El alma está
allí todavía. Hay un espacio más o menos
largo entre la muerte real y la muerte apa-
rente, que puede ser decisivo para la salva-
ción eterna del presunto muerto, puesto que
delante de él se le puede administrar todav-
ía los Sacramentos de la Penitencia y Ex-tremaunción.
Valioso tiempo para asegurar todav-
ía la salvación del alma del fallecido.
¡Cuántas veces ocurre, la desgracia de una
muerte repentina en el seno del hogar. Y
cuando ya no hay nada que hacer para devolverle la salud corporal, cuando el
médico ya no tiene nada que hacer allí
113
porque se ha producido ya la muerte apa-
rente que acabará muy pronto en la muerte
real, todavía tienen tiempo de correr a la
Parroquia. Llamen urgentemente al sacer-
dote para que dé la absolución sacramental,
y, sobre todo, le administre el sacramento
de la Extremaunción, del que acaso depen-
da la salvación eterna de esa alma. ¡Corran
a la parroquia, llamen al sacerdote! Ya
llorarán después, no pierdan tiempo inútil-mente, acaso dependa de eso la salvación
eterna de ese ser querido. Claro está que
esto es un recurso de extrema urgencia que
solo debe emplearse en caso de muerte
repentina. Porque cuando se trata de una
enfermedad normal, la familia tiene el
gravísimo deber de avisar al sacerdote con
la suficiente anticipación para que el en-
fermo reciba con toda lucidez, y dándose
perfecta cuenta, los últimos sacramentos y
se prepare en la forma que les exponía antes al hablarles de la muerte cristiana.
Pero cuando sobreviene la desgracia de una
muerte violenta o repentina hay que inten-
tar la salvación de esa alma por todos los
medios a nuestro alcance, y no tenemos
otros que la administración sub conditione
de la absolución sacramental, y , mejor aún,
del sacramento de la Extremaunción, que
resulta más eficaz todavía en casos de
muerte repentina, puesto que no requiere ningún acto del presunto muerto, con tal de
que de hecho tenga, al menos, atrición
interna de sus pecados.
El espacio entre la muerte aparente y la
real, en caso de muerte violenta o repenti-
na, suele extenderse a unas dos horas, y a
veces, más. Pero en el momento en que se
produce la muerte real, o sea, en el momen-
to en que el alma se arranca o desconecta
del cuerpo, en ese mismo instante, compa-
rece delante de Dios para ser juzgada.
El Juicio particular empieza en el
momento de la muerte real. De manera
que a la primera pregunta, ¿cuándo se rea-
liza el juicio particular?, contestamos: en el
momento mismo de producirse la muerte
real.
2) ¿Quiénes serán juzgados?
La humanidad en pleno, absolutamente
todos los hombre del mundo, sin excep-ción. Desde Abel, que fue el primer muerto
que conoció la humanidad, hasta los que
mueran en la catástrofe final del mundo.
Todos: los buenos y los malos. Lo dice la
Sagrada escritura: Al justo y al impío los
juzgará el Señor (Ecl 3, 17), incluso al
indiferente que no piensa en estas cosas,
incluso al incrédulo que lanza una carcaja-
da volteriana: ―¡Yo no creo en eso!‖ Será
juzgado por Dios, tanto si lo cree como si
lo deja de creer. Porque las cosas que Dios
ha establecido no dependen de nuestro capricho o de nuestro antojo, de que noso-
tros estemos conformes o lo dejemos de
estar. Lo ha establecido Dios, y el justo y el
impío serán juzgados por Él en el momento
mismo de producirse la muerte real.¡Todos,
sin excepción!
3) ¿Dónde y cómo se celebrará el
juicio particular?
Dónde se realiza: En el lugar mismo
donde se produzca la muerte real: en la
cama de muestra habitación, bajo las rue-
das de un automóvil, entre los restos de un
avión destrozado, en el fondo del mar si morimos ahogados en él…, en cualquier
lugar donde nos haya sorprendido la muerte
real. Allí mismo, en el acto, seremos juzga-
dos.
Y la razón es muy sencilla. El juicio con-
siste en comparecer el alma delante de
Dios, y Dios está absolutamente en todas
partes. No tiene el alma que emprender
ningún viaje. Hay mucha gente que cree o
se imagina que cuando muere un enfermo
el alma sale por la ventana o por un balcón y emprende un largísimo vuelo por encima
de las nubes y de las estrellas. No hay nada
114
de eso. El alma, en el momento en que se
desconecta del cuerpo, entra en otra región.
Pierde el contacto con las cosas de este
mundo y se pone en contacto con las cosas
del más allá. Adquiere otro modo de vivir,
y entonces, se da cuenta de que Dios la está
mirando. Dice el apóstol San Pablo que
Dios ―no está lejos de nosotros, porque en
él vivimos y nos movemos y existimos‖
(Hech 17, 28). Así como el pez existe y vive y se muere en las aguas del océano,
así, nosotros, existimos y vivimos y nos
movemos dentro de Dios, en el océano
inmenso de la divinidad. Ahora no nos
damos cuenta, pero en cuanto nuestra alma
se desconecta de las cosas de este mundo y
entre en contacto con las cosas del más
allá, inmediatamente lo veremos con toda
claridad y nos daremos cuenta de que es-
tamos bajo la mirada de Dios.
Pero me dirán: ¿El alma comparece real-
mente delante de Dios? ¿Ve al mismo
Dios? ¿Contemplaremos la esencia divina?
Claro está que no. En el momento de su
juicio particular, el alma no ve la esencia d
Dios, porque si la viera, quedaría ipso facto
beatificada, entraría automáticamente en el
cielo, y esto no puede ser –al menos, en la
inmensa mayoría de los casos- porque
puede tratarse del alma de un pecador con-denado o de la de un justo imperfecto que
necesita purificaciones ultraterrenas antes
de pasar a la visión beatífica.
¿Cómo se produce, entonces, el juicio par-
ticular? Escúchenme:
Cómo se realiza: Al desconectarse del
cuerpo y ponerse en contacto con el más allá, el alma contempla claramente su pro-
pia sustancia. Se ve a sí misma con toda
claridad, como nos vemos en este mundo la
cara reflejada en un espejo. Y al mismo
tiempo contempla claramente en sí misma,
con todo lujo de detalles, el conjunto de
toda su vida, todo cuanto ha hecho acá en
la tierra. Veremos con toda claridad y deta-
lle lo que hicimos cuando éramos niños,
cuando éramos jóvenes, en la edad madura,
en plena ancianidad o decrepitud: absolu-
tamente todo. Lo veremos reflejado en
nuestra propia alma. Y veremos también,
clarísimamente, que Dios lo está mirando.
Nos sentiremos prisioneros de Dios, bajo la
mirada de Dios, a la que nada absolutamen-
te se le escapa. Y ese sentirse el alma como
prisionera de Dios, como cogida por la mirada de Dios, eso es lo que significa
comparecer delante de Él. No lo veremos a
Él, ni tampoco a Nuestro Señor Jesucristo,
ni al ángel de la guarda, ni al demonio. No
habrá desfile de testigos, ni acusador, ni
abogado defensor, ni ningún otro elemento
de los que integran los juicios humanos. No
veremos a nadie más que a nosotros mis-
mos, o sea a nuestra propia alma y, refleja-
da en ella, nuestra vida entera con todos sus
detalles. Y al instante recibiremos la sen-tencia del Juez, de una manera intelectual,
de modo parecido a como se comunican
entre sí los ángeles.
Los ángeles, se comunican por una simple
mirada intelectual, no con un lenguaje
articulado como el nuestro –imposible en
los espíritus puros-, sino de un modo mu-
cho más claro y sencillo: simplemente
contemplándose mutuamente el entendi-
miento y viendo en él las ideas que se quie-ren comunicar. A esto llamamos en teolog-
ía locución intelectual.
Pues de una manera parecida recibiremos
nosotros, en nuestro juicio particular, una
locución intelectual transmitida por Cristo
Juez; una especie de transmisión intelectual
firmada por Cristo, que nos dará la senten-
cia: ―¡A tal sitio!‖ Y el alma verá clarísi-
mamente que aquella sentencia que acaba
de recibir de Cristo es precisamente la que
le corresponde, la que merece realmente con toda justicia. Y en esto consiste esen-
cialmente el juicio particular.
115
4) ¿Cuánto tiempo durará?
El juicio particular será instantáneo. En un
instante, en un abrir y cerrar de ojos se
realizará el juicio y recibiremos la senten-
cia. Y esto nos es obstáculo para su clari-
dad y nitidez. Aunque el juicio durase un siglo, no veríamos más cosas, ni con más
detalle, ni con más precisión que las que
veremos en ese abrir y cerrar de ojos. Por-
que al separarse del cuerpo, el entendi-
miento humano no funciona de la manera
lenta y torpe a que le obliga en este mundo
su unión con la pesadez de la materia. Acá
en la tierra, nuestro entendimiento funciona
de una manera discursiva, razonada, lentí-
sima, por lo que conocemos las cosas poco
a poco, por parcelas, y así y todo, no vemos
más que lo superficial, lo que aparece por fuera; no calamos, no penetramos en la
esencia misma de las cosas. Pero el enten-
dimiento, separado del cuerpo, ya no se
siente encadenado por la pesadez de la
materia, y entiende perfectamente a la
manera de los ángeles, de una manera intui-
tiva, de un solo golpe de vista, sin necesi-
dad de discursos ni razonamientos.
Santa Teresa de Jesús, la incomparable
doctora mística, tuvo visiones intelectuales altísimas, como puede leerse en el libro de
su Vida, escrito por ella misma. Y, en una
de ellas, Dios le mostró un poco de los que
ocurre en el cielo, en la mansión de los
bienaventurados. Ella misma dice que aca-
so no duró ni siquiera el espacio que tar-
damos en rezar un avemaría. Y a pesar de
la brevedad de ese tiempo, se espantaba de
que hubiese visto tanta cantidad de cosas y
con tanto detalle y precisión. Es por eso. En
aquel momento le concedió Dios una visión intelectual, a la manera de los ángeles, y
contempló ese panorama deslumbrador de
una manera intuitiva, de un solo golpe de
vista. Lo vio clarísimamente todo en un
instante, en un abrir y cerrar de ojos. Esto
le ocurrirá a cada uno de nosotros en el
momento en que nuestra alma se separe del
cuerpo y tengamos nuestro juicio particu-
lar.
5) ¿Y qué veremos en ese tan corto
espacio de tiempo?
Esta es la parte más importante de esta
parte de la exposición, en la que quisiera
poner mi alma.
Escúchenme atentamente.
Veremos la película de nuestra vida:
¡Muchacha que me lees!, la frívola, la mundana, la amiga del espectáculo, de la
diversión, del cine, del teatro, del baile.
¡Cómo te gustaría ser una de las primeras
estrellas de la pantalla, aparecer en las
grandes películas, en la primera página de
las grandes revistas de cine, y que todo el
mundo hablara de ti como hablan de esas
dos o tres, cuyo nombre te sabes de memo-
ria, y a las que tienes tanta envidía! ¡Cómo
te gustaría! ¿Verdad?
Pues mira, no sé si lo has pensado bien.
Porque resulta que eres efectivamente la
protagonista de una gran película; de una
gran película sonora, en tecnicolor y en
relieve maravilloso: no te puedes formar
idea. Y eso que te digo a ti, muchacha, se
lo digo también a cada uno de mis lectores,
y me lo digo con temblor y espanto a mí
mismo.
Todos somos protagonistas de una gran
película cinematográfica. Todos en absolu-to, delante de nosotros, de día y de noche,
cuando pensamos en ello, y cuando no
pensamos en ello, está funcionando una
máquina filmadora. La está manejando un
ángel de Dios –el de nuestra propia guarda-
y nos está filmando en tres dimensiones y a
todo color toda nuestra existencia. Co-
menzó a funcionar en el momento mismo
del nacimiento. Y, a partir de aquel instan-
te, recogió fidelísimamente todos los actos
de nuestra infancia, y de nuestra niñez, y de nuestra juventud y de nuestra edad madura,
116
y recogerá todos los de nuestra vejez, hasta
el último suspiro de nuestra vida. Todo ha
salido, sale y saldrá en la película sonora a
todo color que nos está sacando nuestro
ángel de la guarda, por orden de Dios
Nuestro Señor. No se escapa el menor
detalle. Es una película de una perfección
maravillosa.
El cine de los hombres ha hecho progresos inmensos desde que se inventó hace poco
más de un siglo. Desde el cine mudo, de
movimientos bruscos y ridículos, hasta la
pantalla panorámica, el tecnicolor y la
tercera dimensión, el progreso ha sido
fantástico. Sin embargo, el cine de los
hombres es perfeccionable todavía, no
reúne todavía las maravillosas condiciones
técnicas que se adivinan para el futuro; el
cine de los hombres tiene que progresar
mucho.
¡Ah! Pero el cine de Dios es acabadísimo,
perfectísimo, absolutamente insuperable.
No le falta un detalle: lo recoge todo con
maravillosa precisión y exactitud.
Registra los actos externos que se
vieron y los que “nadie vio”: En pri-mer lugar, los actos externos, los que se
pueden ver con los ojos y tocar con las
manos. Vuelvo a hablar contigo, muchacha
frívola y mundana. Aquel día, con tu novio,
¿te acuerdas? Nadie lo vio, nadie se enteró.
Pero delante de ustedes estaba el cine de
Dios; y en primer plano, con sonido y co-
lor, está recogido todo aquello. ¡Y lo vas a
contemplar otra vez en el momento de tu
juicio particular!
Es inútil, señores, que nos encerremos con
la llave en una habitación, porque delante
de nosotros se nos metió aquel operador
invisible con su filmadora, y lo que haga-
mos a puerta cerrada, y con la llave echada
está saliendo todo en su película a todo
color. Es inútil que apaguemos la luz, por-
que el cine de Dios es tan perfecto, que
funciona exactamente igual a pleno sol que
en la más completa oscuridad.
Pero no recoge solamente las acciones.
También capta y recoge las palabras, ya
que es sonoro. Ha recogido fidelísimamen-
te todas las palabras que hemos pronuncia-
do en nuestra vida, absolutamente todas:
las buenas y las malas. Las críticas, las
murmuraciones, las calumnias, las menti-ras, las obscenidades, aquellos chistes de
subido color, aquellas carcajadas histéricas
en aquella noche de crápula y de lujuria…
¡Todo absolutamente ha sido recogido! Y
en nuestro juicio particular volveremos a
oír claramente todo aquello. Y aquellas
carcajadas, aquellos chistes, aquellas ca-
lumnias, aquellas blasfemias, resonarán de
nuevo en nuestros oídos con un sonsonete
terriblemente trágico. Pero oiremos tam-
bién, sin duda alguna, los buenos consejos que hemos dado, el dulce murmullo de las
oraciones, los cánticos religiosos, las ala-
banzas de Dios… ¡Cuánto nos consolará
entonces!
Registra los sentimientos íntimos
detrás de las acciones: ¡Ah! Pero lo verdaderamente estupendo del cine de Dios
es que no solamente recoge las acciones y
palabras, sino que, además, penetra en lo
más hondo de nuestro entendimiento y de
nuestro corazón, para recoger los senti-
mientos íntimos de nuestra alma, o sea todo
lo que estamos pensando y lo que estamos
amando y deseando. ¡Cuántos pensamien-
tos obscenos, cuantos contra la caridad!
¡Cuántas dudas caprichosas, cuántas sospe-
chas infundadas, cuántos juicios temera-rios! ¡Cuántos pensamientos de vanidad, de
altanería, de orgullo, de exaltación del
propio yo, de desprecio de los demás! Y las
desviaciones afectivas, los amores perver-
sos. ¡Dios mío! Aquel casado que pasaba
como persona honorabilísima… y resulta
que además de su mujer, tenía dos o tres
amiguitas, aquella joven que parecía tan
modestica y se entendía con el jefe de su
oficina… Todo saldrá en el cine de Dios.
117
Y los odios y los rencores, la sed de ven-
ganza, la envidia terrible que corroe el
corazón. Y la indignación contra la provi-
dencia de Dios cuando permitió aquel fra-
caso, que no era, sin embargo, más que un
pequeño castigo de nuestros pecados…
Absolutamente todo, ha sido registrado en
la pantalla de Dios y lo veremos en nuestro
propio juicio particular.
Registra los hechos que deberíamos
haber hecho y no hicimos: Pero hay
una cosa mucho más sorprendente todavía
que viene a poner el colmo a la maravillosa
perfección de la filmación de Dios. Y es que no solamente recoge todo cuanto
hemos hecho, dicho, pensado, amado o
deseado, sino también lo que no hemos
hecho, habiéndolo debido hacer: los peca-
dos de omisión, o sea todas aquellas buenas
obras que omitimos por respeto humano,
por cobardía, por pereza o por cualquier
otro motivo bastardo. Aquellas escenas que
deberían figurar, por extraña paradoja
figurarán también, pero en plan de omisión.
―Aquel domingo no pude ir a misa porque me fui de paseo!. ―El ayuno y la abstinen-
cia obligaban únicamente a los curas y a las
monjas‖. ¡Ah las omisiones! Y el padre que
no corrige a sus hijos, el que se limita a
decir malhumorado: ―A mí, ¿por qué me
complican la vida? Que hagan lo que quie-
ran. Ya van siendo mayorcitos‖. Eso no se
puede hacer. Tienes la obligación gravísi-
ma de educar a tus hijos. Tienes la obliga-
ción de corregirlos, y si no lo haces, pecado
de omisión: saldrá en la pantalla y lo verás en tu juicio particular.
Y de manera semejante podríamos ir recor-
dando los deberes profesionales, los debe-
res privados y los deberes públicos. Las
autoridades mismas, que por negligencia,
por respeto humano, por no meterse en líos,
no se preocupan por hacer cumplir las leyes
de policía encaminadas a salvaguardad la
moralidad pública, esos espectáculos inmo-
rales o centros de perversión que no se
clausuran, debiendo clausurarlos, de acuer-
do con la ley de Dios y las disposiciones de
la misma ley civil. Todo sale en la pantalla
y de todo se les pedirá cuenta en el formi-
dable tribunal de Dios.
Muestra los pecados que indujimos a
cometer a otros: ¿Qué más? ¿Qué más
puede salir en la pantalla de cine de Dios,
que recoge incluso las escenas que no se
realizaron, los pecados de simple omisión?
Pues aunque parezca inverosímil, todavía
hay más. Porque esa película de nuestra
propia vida recogerá también los pecados
ajenos, en la parte de culpa que nos corres-ponda a nosotros.
¡Qué terrible culpabilidad! ¡Empujar al
pecado a otra persona! ¿Qué pensarían de
un malvado que cogiera una pistola y se
pasara con ella por las calles más centrales
de una ciudad, disparando tiros a derecha e
izquierda y dejando el suelo sembrado de
cadáveres? Es inconcebible semejante
crimen en una ciudad civilizada. ¡Ah, pero
tratándose de almas eso no tiene importan-
cia alguna! ¿Qué importa que esa mujer ande elegantísimamente desnuda por la
calle y que a su paso vaya con su escándalo
asesinando almas, a derecha e izquierda?
¡Eso no tiene importancia alguna: es la
moda, es ―vestir al día‖, es el calor sofo-
cante del verano, es el ―todas van así, no he
de ser yo una rara anticuada!‖, etc. Pero
resulta que Dios ve las cosas de otro modo,
y a la hora de la muerte esa mujer escanda-
losa contemplará horrorizada los pecados
ajenos en la película de su propia vida. ¡Cuánto se va a divertir entonces viéndose
tan elegante en la pantalla!
Y el muchacho que le dice a su amigo:
―oye, ven conmigo; vamos a bailar, vamos
a ver a fulanita, vamos a divertirnos, vamos
a aprovechar la juventud‖, y le da un em-
pujón a su amigo, y este monigote, para no
ser menos, para no ―hacer el ridículo‖,
como dicen en el mundo, acepta el mal
118
consejo y se va con él y peca. ¡Ah!, en la
pantalla de la vida del primero saldrá el
pecado del segundo, porque el responsable
principal de un crimen es siempre el induc-
tor. Y aquella vecina que le decía a la otra:
―Tonta, ¿no tienes ya cuatro hijos? ¿Y
ahora vas a tener otro? Deshazlo, y se
acabó Quédate tranquila, un hijo menos, no
tiene importancia alguna‖. Pero ante Dios,
ese mal consejo fue un gravísimo pecado, que dio ocasión a un asesinato cobarde: el
aborto voluntario. Y ese crimen ha quedado
recogido en las dos películas: en la de la
aconsejante y en la que aceptó el mal con-
sejo y cometió el asesinato.
¡Ah! ¡La de cosas que se verán y se oirán
en la película de la propia vida! ¡Cuántos
pecados ajenos que resulta que son propios,
porque con nuestros escándalos y malos
consejos habíamos provocado su comisión por los demás!
6) El juez
Y no olvidemos, que hemos de comparecer
ante Aquel que, por causa de nuestros pe-
cados, murió crucificado en el Calvario.
Hay en la Sagrada Escritura una página preciosa, de un dramatismo sobrecogedor.
Es el relato del encuentro de los hijos de
Jacob con su hermano José, constituido
virrey y superintendente general de todo
Egipto. Aquel José a quien, por envidia,
habían vendido a aquellos mercaderes
madianitas. Como saben por la Historia
Sagrada, los mercaderes se lo llevaron a
Egipto y pasaron sobre él todas aquellas
vicisitudes tan emocionantes, hasta que
llegó a ser virrey de Egipto, el privado del Faraón, el dueño de las vidas y haciendas
de todos los ciudadanos. Y cuando llegan
aquellos años de carestía y de hambre
anunciados por José al interpretar los sue-
ños del Faraón, y los hermanos de José, por
orden del padre Jacob, llegan a Egipto a
comprar trigo, porque en Israel se morían
de hambre, y en Egipto había trigo en
abundancia, José les reconoció al punto. Y
cuando después de aquellos incidentes
preliminares dramáticos, que es preciso leer
directamente en el Sagrado Texto, se deci-
de José a darse a conocer a sus hermanos, y
les dice, por fin, rompiendo en un sollozo:
―Yo soy José, vuestro hermano, a quien
vendisteis. ¿Vive aún mi padre Jacob?‖
Dice la Sagrada Escritura que sus hermanos
―no pudieron responderle pues se llenaron de terror ante él‖ (Gen 45, 3). No pudieron
responderle, porque cuando vieron que
estaban delante de José, a quien habían
vendido criminalmente y que ahora era el
amo de Egipto y podía ordenar que los
matasen a todos, fue tal el terror que se
apoderó de ellos, que la voz se les anudó en
la garganta y no acertaron a pronunciar una
sola palabra.
¡Ah! Cuando esta gente que ahora, co-locándose al margen de toda moral, de toda
preocupación religiosa, ríen a carcajadas
por los caminos del mundo, del demonio y
de la carne, burlándose de los Mandamien-
tos de la Ley de Dios y vendiendo a Cristo,
como los hijos de Jacob vendieron a su
hermano José; cuando en el momento en
que su alma se separe de su cuerpo compa-
rezcan intelectualmente delante de ese
mismo Cristo, a quien traicionaron y ven-
dieron como precio de sus desórdenes, y cuando oigan que les dice: ―Yo soy Cristo,
vuestro hermano mayor, a quien vosotros
crucificasteis‖. ¡Ah, el terror más horrendo
se apoderará de ellos, pero entonces ya será
demasiado tarde. Un momento antes, mien-
tras vivían en el mundo, estaban a tiempo
todavía de caer de rodillas ante Cristo cru-
cificado y pedirle perdón. Pero si llega a
producirse la muerte real, si el alma se
separa del cuerpo sin haberse reconciliado
con su Dios, eso ya no tiene remedio para
toda la eternidad
7) La sentencia irrevocable
La sentencia del juicio, será irrevocable,
definitiva. Por dos razones clarísimas:
119
La primera, porque la habrá dictado el
Tribunal supremo de Dios. No hay apela-
ción posible. En este mundo, cuando un
tribunal inferior de una sentencia injusta, el
que se cree perjudicado puede recurrir al
tribunal superior. ¡Ah!, pero si la sentencia
la da el Tribunal Supremo, se acabó, ya no
se puede recurrir a nadie más. Este es el
caso de la sentencia de Dios en el juicio particular.
La segunda razón es también clarísima.
Sólo cabe el recurso contra una sentencia
injusta. Ahora bien: en el juicio particular,
el alma verá y reconocerá rendidamente
que la sentencia que acaba de recibir de
Dios es justísima, es exactamente la que
merece. No cabe reclamación alguna.
Y es sentencia justísima e inapelable que será de ejecución inmediata. Es de fe, lo ha
definido expresamente la Iglesia Católica.
El Pontífice Benedicto XII definió en 1336
que inmediatamente después de la muerte
entran las almas en el cielo, en el purgato-
rio o en el infierno, según el estado en que
haya salido de este mundo. En el acto, sin
esperar un instante.
Y no es menester que nadie le enseñe el
camino; ella misma se dirige, sin vacilar, hacia él. Santo Tomás de Aquino explica
hermosamente que así como la gravedad o
la ligereza de los cuerpos les lleva y empu-
ja al lugar que les corresponde (v.gr., el
globo, que pesa menos que el aire que
desaloja sube espontáneamente a las altu-
ras; un cuerpo pesado se desploma con
fuerza hacia el suelo): de modo semejante,
el mérito o los deméritos de las almas act-
úan de fuerza impelente hacia el lugar de
premio o de castigo que merecen, y el gra-
do de los méritos, o la gravedad de sus pecados, determinan un mayor ascenso o
un hundimiento más profundo en el lugar
correspondiente.
8) Nuestra respuesta ahora a este
trascendental hecho
Vale la pena, pensar seriamente estas cosas.
Vale la pena pensarlas ahora que estamos a tiempo de arreglar nuestras cuentas con
Dios.
En nuestro museo del Prado, de Madrid,
hay un cuadro maravilloso del pintor valli-
soletano Antonio de Pereda que representa
a San Jerónimo haciendo penitencia en el
desierto. Está desnudo de la cintura para
arriba. En su mano izquierda sostiene una
tosca cruz, que se apoya sobre el libro
abierto de las Sagradas Escrituras. Y, apoyándose con el brazo derecho sobre una
roca, escucha el Santo con gran atención el
sonido de una trompeta enfocada a sus
oídos. Es la trompeta de Dios, que al fin del
mundo, convoca a los muertos para el jui-
cio final. San Jerónimo se estremece al
pensar en aquella hora tremenda, y como
resultado de su meditación, se entregaba a
una penitencia durísima, a un ascetismo
casi feroz.
A nosotros no se nos pide tanto. No se nos exige que nos golpeemos el pecho desnudo
con una piedra, como hacía San Jerónimo.
Basta simplemente con que dejemos de
pecar y tratemos en serio de hacernos ami-
gos de Cristo, que será nuestro juez a la
hora de nuestra muerte. Santa Teresa del
Niño Jesús, que amaba a Cristo más que a
sí misma, exclamaba llena de gozo: ―¡Qué
alegría, pensar que seré juzgada por Aquel
a quien amo tanto!‖ Nadie nos impide a
nosotros comenzar a saborear desde ahora tamaña dicha y felicidad.
En cambio, el que ahora está pisoteando la
sangre de Cristo, el que prescinde ahora
entre risas y burlas de los Mandamientos de
la Ley de Dios y de la Iglesia, sepa que
tendrá también que ser juzgado por Cristo,
Y entonces caerá en la cuenta, demasiado
tarde, de que su tremenda equivocación no
tiene ya remedio para toda la eternidad.
120
Estamos en el tiempo todavía. Abandone-
mos definitivamente el pecado. Procuremos
entablar amistad íntima con nuestro Señor
Jesucristo, para que cuando comparezca-
mos delante de Él, de rodillas, con reveren-
cia, ciertamente, pero al mismo tiempo con
inmenso amor y confianza, podamos decir-
le: ―¡Señor mío y Amigo mío, ten piedad
de mí!‖
Estaba muriéndose Santo Tomás de Aqui-
no, el Doctor Angélico, en el monasterio
benedictino de Fosanoa, en donde, sintién-
dose gravemente enfermo, hubo de hospe-
darse cuando se encaminaba al Concilio II
de Lyon. Pidió el Santo viático, y cuando
Jesucristo sacramentado entró en su habita-
ción, no pudieron contener al enfermo los
que lo rodeaban. Se puso de rodillas y
exclamó, con lágrimas en los ojos: ―Señor mío y Dios mío, por quien trabajé, por
quien estudié, de quien escribí, a quien
prediqué: venid a mi pobre corazón, que os
desea ardientemente como ciervo desea la
fuente de las aguas. Y dentro de unos mo-
mentos, cuando comparezca delante de
Vos, como Divino Juez de vivos y muertos,
recordad que sois el Buen Pastor y acoged
a esta pobre ovejita en el redil de vuestra
gloria‖.
Nosotros no podemos ofrecerle al Señor, a
la hora de la muerte, una vida inmaculada,
enteramente consagrada a su divino servi-
cio, como se la ofreció Santo Tomás de
Aquino, pero pidámosle la gracia de poder-
le decir con profundo arrepentimiento:
―Señor: El mundo, el demonio y la carne,
con su zarpazo mortífero, me apartaron
tantas veces de Ti. ¡Ah, si ahora pudiera
desandar toda mi vida y rectificar todos los
malos pasos que di, qué de corazón lo har-
ía, Señor! Pero siéndome esto del todo imposible, mírame con el corazón destro-
zado de arrepentimiento. Ten piedad de
mí‖.
Y Nuestro Señor Jesucristo –no lo dude-
mos-, en un alarde de bondad, de amor y de
misericordia, nos abrazará contra su Co-
razón y nos otorgará plenamente su perdón.
Para asegurarlo más y más llamemos desde
ahora en muestro auxilio a la Reina de los cielos y tierra, a la Santísima Virgen María,
nuestra dulcísimo Madre. Invoquémosla
todos los días de nuestra vida con el rezo
en familia del Santo Rosario, esa plegaria
bellísima, en la que le pedimos cincuenta
veces que nos asista a la hora de nuestra
muerte. Que venga, en efecto, a recoger
nuestro último suspiro y que ella misma
nos presente delante del Juez, su divino
Hijo, para obtener de sus labios divinos la
sentencia suprema de nuestra felicidad eterna. Así sea.
121
D. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y EL
JUICIO FINAL
LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
El cuerpo duerme mientras espera la resurrección
ARGUMENTOS DE LA RAZÓN NATURAL QUE CONFIRMAN
LA VERDAD DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
Argumento ontológico
Argumento de tipo moral
Argumento teológico
CÓMO Y EN QUÉ FORMA RESUCITAREMOS ¿Cómo es posible que resucitemos con nuestro propio cuerpo?
Nuestro cuerpo será transformado
JUICIO UNIVERSAL Y FINAL
Descripción del Juicio Final por el mismo Jesucristo
El porqué del juicio final según la razón natural
Para el triunfo público y solemne de Nuestro Señor Jesucristo
Por la necesidad del triunfo de la virtud ultrajada y el castigo del
vicio triunfante
Cómo se realiza el Juicio final
Evaluados en la caridad Evaluados en la justicia
122
123
D. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y
EL JUICIO UNIVERSAL
Les hablaba atrás del juicio particular. De ese juicio que todos y cada uno de
nosotros habremos de sufrir en el
momento mismo de la muerte, y en el
que contemplaremos la película de
toda nuestra ida, de todo cuanto hici-
mos a la luz del sol y en la oscuridad
de las tinieblas de nuestra niñez,
adolescencia, juventud, edad viril y
hasta en los años de nuestra anciani-
dad y vejez.
Pero ese juicio particular no basta. El
hombre no es solamente una persona
particular, sino también un miembro
de la sociedad, y, como tal, debe
sufrir un juicio público y solemne
ante la faz del mundo. Esto, que no
puede ser más razonable ante la sim-
ple razón natural, nos lo asegura
terminantemente la fe. Al fin de los
tiempos, tendremos que comparecer
todos juntos ante Dios en la asamblea
más solemne y grandiosa que jamás habrán visto los siglos: el juicio final.
Pero antes del juicio final se producirá otro
hecho tremendo, que constituye también un
dogma de nuestra fe católica: la resurrec-
ción de la carne. Y ahí tienen los dos puntos
que, a la luz de la teología católica, les voy
a exponer brevemente en este aparte: la
resurrección de la carne y el juicio final.
LA RESURRECCIÓN DE LA
CARNE Moriremos. Moriremos todos pero no del
todo. Lo mejor de nuestro ser –nuestra
alma, nuestro pensamiento y nuestro amor-
no morirá jamás. La muerte no tiene impe-
rio alguno sobre el alma.
Cuando el leñador, con los golpes del hacha, logra derribar el árbol, el pajarillo
que anidaba en sus ramas emprende el vue-
lo y marcha a posarse en otro lugar, porque
tiene vida propia, independiente, y no sigue
las vicisitudes de aquel árbol en que estaba
circunstancialmente posado.
Algo parecido ocurrirá con nuestra alma.
Cuando la guadaña de la muerte derribe por
el suelo el viejo árbol de nuestro pobre
cuerpo, nuestra alma volará a la inmortali-dad, porque tiene Vida propia y no necesita
del cuerpo para seguir viviendo.
El cuerpo duerme mientras espera la
resurrección
El alma, como decíamos antes, compare-cerá delante de Dios, y será juzgada. Nues-
tro cuerpo, mientras tanto, convertido en
cadáver, será llevado al cementerio.
124
No se asusten con la palabra cementerio,
porque cristianamente considerada, no
puede ser más bella, ni más dulce, ni más
esperanzadora. ¿Saben lo que significa la
palabra cementerio? Proviene del griego
―kometerion‖, que significa dormitorio,
lugar de reposo, lugar de descanso.
¡Ah!, en los cementerios los muertos, en realidad están dormidos. Están durmiendo
nada más, porque la muerte, que no afecta
para nada el alma, tampoco destruye la vida
del cuerpo de una manera definitiva, sino
sólo provisionalmente: vendrá la resurrec-
ción de la carne. ¡Los muertos están dormi-
dos nada más.
Los cristianos deberíamos visitar con fre-
cuencia los cementerios. Es una meditación
estupenda, que eleva el corazón y el alma a Dios. Aquella paz, aquel sosiego, aquella
tranquilidad del cementerio, aquellos epita-
fios sobre las lozas sepulcrales, cargados de
luz y de esperanza; aquellos cipreses que se
yerguen hacia el cielo, señalando la patria
de las almas… ¡Cuánta belleza y poesía
cristiana, que nada tiene que ver con la
melancolía enfermiza de un romanticismo
trasnochado!
La palabra cementerio no tiene que asustar a nadie; es una palabra dulce, entrañable-
mente cristiana: es el dormitorio.
No emplees nunca la palabra ―necrópolis‖,
que prefiere la impiedad actual. La palabra
necrólpolis significa ciudad de muertos, y
eso no es verdad. El cementerio no es la
ciudad de los muertos. Es el dormitorio, el
lugar de descanso.
Nunca, he experimentado esta verdad con
tanta fuerza y con tanta suavidad y dulzura al mismo tiempo como visitando las Cata-
cumbas de Roma. Un grupo de jóvenes
dominicos españoles, que estábamos am-
pliando nuestros estudios teológicos en la
Ciudad Eterna, acudimos un día, por la
mañana temprano, a las catacumbas para
celebrar la Santa Misa junto al sepulcro de
los primeros cristianos. Satisfecha ya nues-
tra piedad, un guía hispanoamericano nos
acompañó por aquellos vericuetos subterrá-
neos, y pudimos contemplar por todas par-
tes los huesos de aquellos cristianos ente-
rrados allá en los primeros siglos de la
Iglesia, en la época terrible de las sangrien-
tas persecuciones. Al llegar al recodo, por encima del cual se filtraban, a través de una
claraboya, las primeras luces del amanecer,
apagó el guía su linterna al mismo tiempo
que decía: ―Oigan, Padres, oigan el silen-
cio‖. Escuchamos con atención, y, efecti-
vamente, no se oía nada; silencio, paz,
sosiego, nada más. Y nos dijo el guía:
―Duermen, duermen. ¡Ya despertarán!‖
Este es el sentido católico del cementerio:
un lugar de reposo, un dormitorio. Duer-men, pero despertarán al sonido de la trom-
peta.
Porque sonará la trompeta, lo dice el após-
tol san Pablo (1 Cor 15, 52). La trompeta –
aclara el evangelista San Juan- será la voz
de Cristo (Jn, 5 28), que dirá ―Levántaos,
muertos, y venid a juicio‖. E inmediata-
mente se producirá el hecho colosal de la
resurrección de la carne. Es un dogma de
nuestra fe católica, y en ese sentido tene-mos seguridad absoluta de que se producirá
la resurrección, puesto que la fe no puede
fallar, ya que se apoya inmediatamente en
la Palabra de Dios, que no puede engañarse
ni engañarnos. Estamos más ciertos, más
seguros de que se producirá el hecho de la
resurrección de la carne que de cualquier
verdad matemática o metafísica de eviden-
cia inmediata. El dato de la fe no puede
fallar. Pero como la fe nunca contradice la
razón, y la razón nunca puede contradecir a
la fe, los teólogos han encontrado fácilmen-te los argumentos de simple razón natural,
que muestran la altísima conveniencia y
maravillosa armonía del dogma de la resu-
rrección universal. Les voy a hacer un
brevísimo resumen de tales argumentos.
125
ARGUMENTOS DE RAZÓN
NATURAL QUE CONFIRMAN LA
VERDAD DE LA
RESURRECCIÓN DE LOS
MUERTOS
Los principales son tres, que Santo Tomás
de Aquino expone con la maestría sin igual que le caracteriza. Les voy a hacer un re-
sumen de su magnífica argumentación.
Argumento ontológico
En primer lugar hay un argumento ontoló-
gico, de alta envergadura metafísica: por ser
el alma la forma sustancial del cuerpo.
El alma es una sustancia incompleta, y el
cuerpo también. Han sido creados y forma-
dos una para el otro, para completarse mu-
tuamente constituyendo la persona humana.
El alma dice una relación trascendental
hacia su propio cuerpo, una especie de
exigencia del mismo, y el cuerpo encuentra
en su propia alma el complemento adecua-
do que necesita para vivir. Son dos sustan-
cias incompletas, repito, que al juntarse y
unirse vitalmente constituyen la persona
humana. Al separarse se produce un estado de violencia, un estado antinatural o, por lo
menos, no natural, como decimos en filo-
sofía. Hay una tendencia del alma hacia el
cuerpo, y, en cierto modo, del cuerpo hacia
el alma, porque se necesitan y complemen-
tan mutuamente. El cuerpo separado del
alma no es una persona humana, es un
cadáver, y el alma separada del cuerpo
tampoco es persona humana. La persona
humana resulta de la unión sustancial del
alma y del cuerpo, de suerte que, al separar-se el alma y el cuerpo, queda rota nuestra
personalidad. El alma sin el cuerpo está
incompleta, le falta algo. Por consiguiente,
la sabiduría infinita de Dios, que ha puesto
en el alma esta tendencia trascendental a su
propio cuerpo, debe reunir otra vez los
elementos que Él ha creado para que vivan
juntos. He aquí una razón estrictamente
filosófica, ontológica, natural. En virtud de
la relación trascendental del alma hacia su
propio cuerpo es conveniente sobremanera
la resurrección de la carne. Una vez más la
razón confirma un dato de la fe.
Argumento de tipo moral
El segundo argumento es de tipo moral. El
cuerpo ha sido instrumento del alma para la
práctica de la virtud o del vicio. ¡Cuánta
mortificación exige la práctica del Evange-
lio, la auténtica vida cristiana! El cuerpo
tiene tendencias que tiran hacia abajo; la
virtud, exigencias que tiran hacia arriba. Y
ese contraste, ese antagonismo de las dos
tendencias, produce una lucha terrible, que
describe el apóstol San Pablo. Para practi-car la virtud hay que hacer un gran esfuer-
zo. Hay que mortificar continuamente las
tendencias malsanas del cuerpo. Y es muy
justo que el cuerpo que en la práctica de la
virtud ha tenido que mortificarse tanto
resucite para percibir el premio que le co-
rresponde. En realidad fue el alma la que
luchó y triunfó con la práctica de la virtud,
pero el cuerpo fue el instrumento del que
ella se valió para practicar sus actos más
heroicos. Es justo que también el instru-mento reciba el premio correspondiente.
El mismo argumento vale para reclamar y
justificar la resurrección del cuerpo de los
condenados, ese cuerpo que fue instrumen-
to de tantos placeres prohibidos por Dios.
La inmensa mayoría de los pecados que
cometen los hombres tienen por objeto
satisfacer las exigencias de la carne, gozar
de los placeres prohibidos. En realidad fue
el alma la que cometió formalmente el pecado, pero lo hizo empujada, y casi obli-
gada, por las exigencias desordenadas del
cuerpo. Justo es que, a la hora de la cuenta
definitiva, resucite el cuerpo pecador para
que reciba también su correspondiente
castigo. No puede ser más lógico ni natural.
126
Argumento teológico
Hay, finalmente, un argumento teológico de
gran envergadura. Está revelado por Dios
que Cristo triunfó plenamente de la muerte
(1 Cor 15, 55). Triunfó de ella, en primer
lugar, resucitándose a Sí mismo, gloriosa-mente, al tercer día después de su cruci-
fixión y muerte. Y tiene que triunfar de ella
también en todos sus redimidos, buenos y
malos. Porque es de fe, que Cristo murió
por todos, no solo por los predestinados. Y
como la muerte es una consecuencia del
pecado, y Cristo vino a destruir el pecado,
es preciso que la muerte sea vencida en
todos sus redimidos, buenos y malos, ya
que el triunfo sobre la muerte corresponde a
Cristo como Redentor de todo el género
humano, independientemente de los méritos o deméritos de cada hombre en particular.
Estos argumentos, como se ve, manifiestan
la alta conveniencia de la resurrección de la
carne a la luz de la simple razón natural,
pero nuestra fe no se apoya en los argumen-
tos de la razón, aunque sean tan claros, tan
profundos y tan convincentes, sino en la
Palabra de Dios, que no puede engañarse ni
engañarnos. El cielo y la tierra pasarán pero
la Palabra de Dios no pasará jamás. Pode-mos estar seguros de ello.
CÓMO Y EN QUÉ FORMA
RESUCITAREMOS
¿Cómo es posible que resucitemos
con nuestros propios cuerpos?
¿Y saben cómo resucitaremos?
Maravillosa la teología de la resurrección
de la carne. En primer lugar, resucitaremos
con nuestros propios cuerpos, los mismos que ahora tenemos. Está definido por la
Iglesia. Inocencio III impuso a los valden-
ses la siguiente profesión de fe: ―Creemos
de corazón y confesamos con la boca la
resurrección de esta misma carne que ahora
tenemos y no otra‖. La Iglesia ha repetido
reiteradamente semejante rotunda afirma-
ción.
Es como para echarse a reír que alguien, en
nombre de una pretendida filosofía de una
pseudociencia trasnochada, se empeñe en
poner obstáculos a la resurrección del mis-
mo cuerpo numérico que ahora tenemos. Es
como para echarse a reír o, quizá mejor, para tener compasión de la estupenda igno-
rancia que con ello se pone de manifiesto.
¿Qué es más fácil, señores, sacar una cosa
absolutamente de la nada produciéndole el
ser en toda su integridad, sin ninguna mate-
ria preexistente, como ocurrió al principio
del mundo con el acto creador, o recoger
nuestras propias cenizas, que son algo tan-
gible y existente, aunque el viento las haya
dispersado a los cuatro puntos cardinales?
¡Si para Dios es ésta la cosa más sencilla del mundo!
Fíjense con lo que ocurre con un elec-
troimán. Aplicado a un montón de basura
no recoge, no atrae hacia sí nada más que
las limaduras de hierro; las selecciona ins-
tantáneamente y las atrae hacia sí, dejando
intacto todo lo demás. Algo parecido ocu-
rrirá con la resurrección de la carne. El
electroimán poderosísimo de la omnipoten-
cia divina atraerá desde los cuatro puntos cardinales, donde quiera que el viento las
haya dispersado, nuestras propias cenizas y
reconstruirá instantáneamente nuestro mis-
mo cuerpo. El mismo numéricamente, el
mismísimo que ahora tenemos, aunque
adornado de estupendas prerrogativas, co-
mo veremos más adelante.
La química moderna ha logrado desintegrar
el átomo. Pero desde mucho atrás sabíamos
ya que dentro del átomo existe todo un
verdadero sistema planetario. Millones y millones de electrones, que, girando verti-
ginosamente en trillonadas de revoluciones
por minuto, nos dan la sensación de la ma-
teria continua, cuando en realidad no existe
más que la materia discreta o discontinua.
127
El mundo de la materia se reduce electrones
y protones y otras partículas subatómicas en
vertiginoso movimiento. Lo demás son
meras ilusiones ópticas. En un pedazo de
madera, que parece compacto y continuo,
hay trillonadas de elementos ultramicroscó-
picos, que están dando vueltas vertiginosa-
mente, a velocidades fantásticas, dándonos
la sensación de una cosa continua, cuando
en realidad no hay más que una danza gi-gantesca de partículas e intercambios de
energía.
Ahora bien: la omnipotencia de Dios, que
supo sacar de la nada esas partículas que
componen nuestro cuerpo, ¿no podrá volver
a reorganizarlo aunque sus componentes
estén dispersos en los cuatro puntos cardi-
nales del universo?
No se sigue inconveniente alguno de este hecho. Porque, como explica Santo Tomás,
para que resucite el mismo cuerpo numéri-
camente no se requiere que se reintegre a él
toda la materia que lo constituyó anterior-
mente. Basta con que se recupere la sufi-
ciente para salvar la identidad numérica,
supliendo la divina potencia divina lo que
falte. Pero aún en este mundo vemos que el
niño va creciendo y desarrollándose –
cambiando totalmente o en parte grandísi-
ma, cada siete años aproximadamente toda la materia corporal que lo constituye, sin
dejar de tener siempre el mismo cuerpo y el
mismo ser, con conciencia de sí.
Sin duda alguna que la resurrección de la
carne constituirá un gran milagro, que tras-
ciende en absoluto las fuerzas de la simple
naturaleza, Pero la omnipotencia divina lo
realizará con suma facilidad y sencillez.
Para el que supo sacar de la nada todo cuan-
to existe al conjuro taumatúrgico de su
palabra creadora, no puede ofrecer dificul-tad alguna la simple reorganización de una
materia ya existente, aunque el viento la
haya dispersado por el mundo, o haya sido
desintegrada en una explosión atómica.
Nuestro cuerpo será transformado
La segunda cualidad de los cuerpos resuci-
tados es la integridad perfecta. Ello quiere decir que resucitarán sin los fallos y defi-
ciencias que acaso tuvieron en este mundo
(deformidades, falta de algún miembro, o
facultad, etc.).
Y ¿por qué así? Santo Tomás expone tres
argumentos de alta conveniencia: porque la
resurrección será obra de Dios, que nunca
hace las cosas imperfectas; porque es con-
veniente que los buenos reciban en la inte-
gridad de su cuerpo la plenitud del premio, y los malos, la plenitud del castigo; y por-
que deben resucitar todos los miembros
que el alma tenga aptitud natural para in-
formar, con el fin de que no quede manca, o
imperfecta, esa tendencia natural.
Resucitaremos íntegros. Y según una opi-
nión probable, compartida por gran número
de teólogos y de Santos Padres, los bien-
aventurados resucitarán en plena edad juve-
nil, porque Cristo -modelo de los resucita-
dos gloriosos- resucitó joven, en la plenitud de su vida, y porque la juventud es la edad
más hermosa de la vida y es conveniente
que los eternos moradores del cielo resuci-
ten con un cuerpo hermosísimo, en el que
brillen todos los encantos de una perpetua y
radiante primavera. No así para los que
resuciten para la condenación eterna.
Repito, sin embargo, que esto no es un dato
de fe, sino una opinión teológica muy bella
y razonable.
No todos los hombres resucitarán en el mismo esta-
do, pues mientras los cuerpos de los réprobos apare-
cerán espantosos y llenos de ignominia, los de los
justos, a semejanza de Cristo resucitado, tendrán los
dotes de los cuerpos gloriosos, “Todos resucitaremos,
mas no todos seremos mudados”, esto es glorificados
(1Cor 15, 51). “Cristo transformará nuestro cuerpo
abatido para hacerlo conforme al suyo glorioso”.( Fil
3, 21)
128
EL JUICIO UNIVERSAL Y
FINAL
Sublime el dogma de la resurrección de la
carne. Pero terriblemente trágico lo que
ocurrirá inmediatamente después de produ-
cirse ese hecho colosal. La asamblea de
todos los resucitados, buenos y malos,
comparecerá delante de Cristo Juez para la
celebración del tremendo drama del juicio
universal, en el que vamos a meditar unos instantes.
Descripción del Juicio final por el
mismo Jesucristo
Ha sido el mismo Jesucristo quien se ha
dignado describir con toda clase de detalles la escena del juicio final. No se trata de una
opinión teológica más o menos probable.
Son datos de fe. Constan expresamente en
el Evangelio.
En él se nos dice que aparecerá en el cielo
la señal del Hijo del Hombre –la santa cruz,
acaso la misma numéricamente en que se
consumó el sacrificio del Calvario- , y con-
templarán todos los resucitados al mismo
Hijo del Hombre, que vendrá sobre las
nubes con gran poder y majestad. Y ante Él caerán de rodillas todos los hombres del
mundo, los buenos y los malos, los bien-
aventurados y los condenados. Tendrán que
ponerse de rodillas ante Cristo glorioso los
que en este mundo le persiguieron, los que
le escupieron, los que le clavaron en la cruz,
los grandes perseguidores de la Iglesia, los
que intentaron borrar su nombre de la histo-
ria de la humanidad. Santo Tomás de Aqui-
no explica que hasta los mismos condena-
dos contemplarán aquel día la gloria radian-te de Cristo para su mayor vergüenza, es-
panto y confusión. Y es entonces es cuando
se realizará la separación tremenda y defini-
tiva. No quiero añadir un solo detalle por
mi cuenta. Escuchen las palabras mismas
del Evangelio:
―Cuando el Hijo del Hombre venga en su
gloria y todos los ángeles con Él, se sentará
sobre su trono de gloria, y se reunirán en su
presencia todas las gentes, y separará a
unos de otros, como el pastor separa las
ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a
su derecha y los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el Rey a los que estén a su
derecha: ―venid benditos de mi Padre, to-
mad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo…‖
Y dirá a los de la izquierda: ―Apartaos de
Mí, malditos, al fuego eterno, preparado
para el diablo y sus ángeles…‖
E irán al suplicio eterno, y los justos a la
vida eterna‖ (Mt 25, 31-46)
Estos son los datos de la fe, las noticias que
nos ha proporcionado el mismo Cristo, que actuará de Juez supremo de vivos y muertos
en aquella tremenda asamblea. Estos datos
se cumplirán al pie de la letra: la palabra de
Cristo no puede fallar.
El porqué del Juicio final según la
razón natural
Pero es conveniente que examinemos las
razones de altísima conveniencia que la
simple razón natural descubre ante el hecho
formidable del juicio final.
Para el triunfo público y solemne de
Nuestro Señor Jesucristo: La primera
de todas, e el triunfo público y solemne de
Nuestro Señor Jesucristo ante la faz del
mundo entero.
Tiene perfectísimo derecho a ello. Dice el
apóstol San Pablo que Cristo Nuestro Se-
ñor, siendo nada menos que el Hijo de
Dios, ―se anonadó tomando la forma de
esclavo y se humilló haciéndose obediente
hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual, Dios lo exalto y le otorgó un nombre
sobre todo nombre, a fin de que se doble
129
ante Él toda rodilla en el cielo, en la tierra y
en los abismos‖ (Fil 2, 7-11).
Es necesario, en efecto, que Cristo sea exal-
tado sobre las nubes del cielo en justa com-
pensación de sus tremendas humillaciones.
Porque asusta, considerar hasta qué punto
quiso humillarse y anonadarse por nuestro
amor.
Cuando quiso venir al mundo, no encontró
siquiera un lugar decente dónde nacer.
Nació como un gitano -¡perdóname Señor!-
en una cueva abandonada en las afueras de
un pueblo y fue reclinado sobre unas pajas
en un pesebre de animales, ―porque no
hubo lugar para ellos en el mesón‖. Si San
José y la Virgen María hubieran poseído
grandes bienes de fortuna, ¡vaya si hubiera
habido lugar para ellos en el mesón! Pero
eran unos pobres aldeanos, no tenían nada, y Cristo tuvo que nacer en el portal de
Belén y ser reclinado sobre las pajas de un
pesebre.
Y poco tiempo después, la persecución de
Herodes. Y tiene que huir a Egipto como
un malhechor. Y cuando regresa a Nazaret
comienza su vida oculta, llena de privacio-
nes y trabajos. Nuestro Señor Jesucristo no
tenía las manos finas del señorito, sino las
ásperas del obrero manual: era un pobre carpintero.
Y cuando empezó a predicar el Evangelio,
derrochó bondad y misericordia, sanó a los
enfermos, devolvió la vista a los ciegos, el
oído a los sordos, el movimiento a los pa-
ralíticos y hasta la vida a los muertos. Pasó
por el mundo haciendo bien, y, a pesar de
ello, los escribas y fariseos le persiguieron
y calumniaron brutalmente: ―¡es un samari-
tano! ¡Hace los milagros en nombre de
Belcebú! ¡Es un embaucador de masas, está soliviantando al pueblo!! Y cuando logra-
ron crucificarle, -y esto ya es el colmo-, le
desafiaron burlescamente: ―¿Pues no eres el
Hijo de Dios? ¡Baja de la cruz y entonces
creeremos en Ti‖ Y Jesucristo pasó por esta
humillación suprema, aceptó aquellas bur-
las y carcajadas, aquel espantoso fracaso,
porque quiso salvarnos a todos con su
muerte infamante en la cruz. Nos amó tanto
que se olvidó de Sí mismo aceptando aque-
llos dolores y humillaciones inefables.
Y después de su muerte y a través de los
siglos de la historia, todavía se sigue persi-
guiendo en su Iglesia y en sus discípulos. Las catacumbas, los cristianos arrojados a
las fieras, las iglesias destruidas, los sacer-
dotes asesinados…, y eso no en una época
determinada de la historia, sino –con mayor
o menor intensidad- siempre y en todas
partes. Y todavía hoy, en los países comu-
nistas e islamitas, la Iglesia de Cristo sufre
y se desangra ante la indiferencia o la com-
plicidad de la mayor parte de las naciones
civilizadas.
Esto no puede quedar así. Es preciso –lo
exige la justicia más elemental- que caigan
de rodillas ante Cristo, por las buenas o por
las malas, todos sus mortales enemigos:
desde Anás y Caifás, hasta Nerón y Juliano
el Apóstata; desde Voltaire y Renán hasta
los corifeos de la masonería y del comu-
nismo internacional. Mal que les pese,
todos ellos caerán de rodillas ante Cristo y
reconocerán que es el Hijo de Dios y el Rey
de los cielos y de la tierra.
El triunfo grandioso y público de Cristo: he
ahí la primera razón del juicio final.
Por la necesidad del triunfo de la
virtud ultrajada y el castigo del vicio
triunfante: Pero hay una segunda razón que justifica plenamente ese juicio: el triun-
fo de la virtud ultrajada y el castigo del
vicio triunfante.
En este mundo, suelen triunfar los malva-
dos. Y la virtud ultrajada y escarnecida,
suele terminar en la cárcel, en el destierro,
cuando no en la más afrentosa de las muer-
tes. Los ejemplos históricos y contemporá-
130
neos son tan abundantes y conocidos, que
renuncio a poner alguno.
No se escandalicen de este hecho. No les
cause extrañeza alguna, porque tiene una
explicación clarísima a la luz de la teología
católica y aún del simple sentido común.
Ha sido siempre así y continuará siendo
hasta el fin de los siglos: en este mundo
triunfarán siempre los malos y los buenos siempre serán perseguidos. ¡Siempre!
Que no les escandalice esto, ya que la ex-
plicación es sencillísima. Es una conse-
cuencia lógica de la infinita justicia de
Dios.¿Les extraña esta afirmación? Tengan
la bondad de escucharme un momento.
No hay hombre tan malo que no tenga algo
de bueno, y no hay hombre tan bueno que
no tenga algo de malo, Y como Dios es infinitamente justo, ha de premiar a los
malos lo poco bueno que tienen y ha de
castigar a los buenos lo poco malo que
hacen. Esto es cosa clara: lo exige así la
justicia de Dios.
Ahora bien: como los malvados, en castigo
de sus crímenes, irán al infierno para toda la
eternidad, Dios les premia en esta vida las
pocas cosas buenas que hacen. Y como los
buenos han de ir al cielo para toda la eterni-dad, Dios comienza a castigarles en esta
vida lo poco malo que tienen, con el fin de
ahorrarles totalmente, o en parte, las terri-
bles purificaciones ultraterrenas.
Ahí tienen la clave del misterio. La mejor
señal de reprobación, la más terrible señal
de que un hombre malvado acabará en el
infierno para toda la eternidad, es que sien-
do efectivamente un malvado, un anticató-
lico, un blasfemo, un ladrón, un inmoral,
etc., triunfe en este mundo y todo le salga bien. ¡Pobre de él! No le tengan envidia por
sus triunfos, ténganle profunda compasión.
¡La que le espera para toda la eternidad!
Dios le está premiando en este mundo lo
poquito bueno que tiene y le reserva para el
otro el espantoso castigo que merece para
toda la eternidad. ¡No tengan envidia de los
malvados que triunfan, ténganles profunda
compasión!
En cambio, no tengan compasión del bueno
que sufre, no compadezcan a los Santos que
en este mundo sufren tanto y son víctimas
de tantas persecuciones. Ténganles, más
bien, una santa envidía; porque esos fraca-sos y tribulaciones humanas dicen muy a
las claras que Dios les castiga en este mun-
do misericordiosamente sus pequeñas faltas
y flaquezas para darles después el premio
espléndido de sus virtudes en la eternidad
bienaventurada.
Los Santos, veían con toda claridad estas
cosas. Iluminados por las luces de lo alto,
se echaban a temblar cuando las cosas les
salían bien, pensando que quizá Dios les quería premiar en este mundo las pocas
virtudes que practicaban, reservando para el
otro castigo que los muchos defectos que en
su humildad multiplicaba y agrandaba. Y,
al contrario: cuando el mundo les perseguía,
cuado les pisoteaban, levantaban sus ojos al
cielo para darle rendidas gracias a Dios,
porque esperaban de Él el perdón y la re-
compensa en el cielo, por toda la eternidad.
Esto que los Santos veían ya con toda clari-dad en este mundo, es preciso que aparezca
con la misma evidencia palmaria ante la
humanidad entera.
Es preciso que se desvanezca el tremendo
escándalo del triunfo de los malos y el
fracaso de los buenos. Tiene que haber un
juicio universal y lo habrá. Entonces vol-
verán las cosas al lugar que les corresponde
y se verá claramente quiénes son los que
verdaderamente han triunfado y quiénes
han fracasado para toda la eternidad.
Esto que acabamos de decir en términos
generales, podría concretarse en infinitos
casos particulares. ¡Cuántas veces el justo e
inocente aparece ante los hombres como
131
culpable y pecador. Errores judiciales, ca-
lumnias atroces que no se desvanecen,
virtudes heroicas ignoradas o perseguidas…
Las cosas no pueden quedar así. En el juicio
particular se hace justicia a todos, pero
únicamente en el fuero meramente indivi-
dual o particular. Es preciso que haya un
segundo juicio, público y universal, donde
aparezca radiante ante todos, la inocencia ultrajada de los justos.
Y, al contrario, ¡cuántas veces son tenidos
en este mundo por personas honorables los
más vulgares malhechores! El caballero
―intachable‖ que tenía tratos con una mujer
que no era la suya; el vulgar estafador que
pasaba por hombre honorable o comercian-
te ―inteligente‖; el joven disoluto que apa-
recía ante la sociedad como modelo y
ejemplo de buenas costumbres; el sacrílego que comulgaba con edificante piedad des-
pués de haberse callado, a sabiendas, un
pecado grave en la confesión; los crímenes
conyugales perpetrados en el seno del hogar
al amparo de las tinieblas… Todo aparecerá
ante la faz del mundo el día de la cuenta
definitiva.
Y los pecados colectivos de las naciones,
los grandes crímenes políticos, las injusti-
cias sociales, los negocios fabulosos, las recomendaciones injustas, las maquinacio-
nes tenebrosas d las sociedades anticatóli-
cas… ¿Por qué permite Dios tantas mons-
truosidades? Sencillamente porque habrá un
juicio final en el que Dios mismo echará
abajo las caretas y disfraces de tantos hipó-
critas enmascarados y pronunciará el ana-
tema eterno sobre tantos crímenes impunes.
Estas son, las razones principales que el
simple buen sentido descubre sin esfuerzo
para comprender lo justo y lo razonable del juicio universal. Nuestra fe, sin embargo,
no se apoya en esas razones, sino en la
palabra divina de Jesucristo. Lo ha revelado
Él: habrá un juicio universal y habrán de
comparecer en él todos los hombres del
mundo, sin excepción.
Cómo se realiza el juicio final
Pero todavía concretó mucho más Nuestro
Señor Jesucristo en el anuncio y descrip-ción del juicio final. Se dignó revelarnos,
con todo detalle, la sentencia misma que
pronunciará en aquella tremenda asamblea
mundial. Hela aquí, tomada textualmente
del Evangelio:
―Entonces dirá el Rey a los que estén a su
derecha: ―venid, benditos de mi Padre,
tomad posesión del reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Por-
que tuve hambre y me disteis de comer;
tuve sed y me disteis de beber; peregriné y me acogisteis; estaba desnudo y me vestis-
teis; enfermo y me visitasteis; preso y vinis-
teis a verme‖.
Y le respondieron los justos: ―Señor,
¿cuándo te vimos hambriento y te alimen-
tamos, sediento y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos,
desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?‖
Y el Rey les dirá: ―En verdad os digo que
cuantas veces hicisteis eso a uno de estos
mis hermanos menores, a Mí me lo hicis-
teis‖.
Y dirá a los de la izquierda: ―Apartaos de
Mí, malditos, al fuego eterno, preparado
para el diablo y sus ángeles. Porque tuve
hambre y no me disteis de comer; tuve sed
y no me disteis de beber; fui peregrino y no
me alojasteis; estuve desnudo y no me ves-tisteis; enfermo y en la cárcel y no me visi-
tasteis‖.
Entonces, ellos responderán, diciendo:
―Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o
sediento, o peregrino, o enfermo, o en pri-
sión, y no te socorrimos?‖ él les contestará
diciendo: ―En verdad os digo que cuando
132
dejasteis de hacer eso con uno de estos
pequeñuelos, conmigo lo hicisteis‖.
E irán al suplicio eterno, y los justos, a la
vida eterna‖. (Mt 25, 23-46)
Esto es dogma de fe, son palabras de Cristo,
no son opiniones inventadas por los teólo-
gos, no son ―cosas de curas y frailes‖, como
dicen insensatamente los incrédulos. Son cosas de Cristo, están en el Evangelio, se
cumplirán al pie de la letra.
Evaluados en la caridad. Es convenien-
te, que meditemos un poco en el verdadero
significado y alcance de esa fórmula divina
del juicio universal.
Sería un error pensar que en el juicio final se nos examinará exclusivamente sobre la
práctica de las obras de caridad. Es cosa
clara e indiscutible, que tanto en nuestro
juicio particular, como en el juicio univer-
sal, se nos juzgará acerca de todo el conjun-
to de la ley de Dios, sin excluir ninguno de
sus mandamientos. Pero no olvidemos que,
en cierta ocasión, los escribas y fariseos
preguntaron al mismo Cristo: ―Maestro,
dinos: ¿Cuál es el primero y más importante
de los preceptos de la Ley? Y Jesucristo contestó, sin vacilar: Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente. El segundo, semejante
a éste, es: Amarás al prójimo como a ti
mismo. De estos dos preceptos penden la
ley y los profetas‖ (Mt 22, 35-40).
Con esta respuesta, Cristo quiso poner de
manifiesto que, ante todo y sobre todo, la
ley evangélica es una ley de caridad. Por
eso aludirá a ella especialisimamente en la fórmula del juicio universal. Se nos exami-
nará, sin duda alguna, de toda la ley y los
profetas; pero ante todo, y sobre todo, de la
caridad, que es su resumen y compendio.
Se nos preguntará, principalmente, si hemos
dado de comer al hambriento y de beber al
sediento; si hemos visitado a los enfermos y
presos; si hemos vestidos al desnudo y
hospedado a los peregrinos; si hemos ense-
ñado al que no sabe, corregido al que yerra
y dado buenos consejos al que los necesita-
ba; si hemos consolado al triste y hemos
sufrido con paciencia los defectos de nues-
tros prójimos.
Ante todo, y sobre todo, la caridad. Hay
mucha gente que está completamente equi-vocada; son legiones los que han falsificado
el cristianismo. No sin alguna razón nos
echan en cara por esos mundos de Dios a
los católicos, que hemos falsificado el cato-
licismo, que lo hemos transformado en una
serie de cofradías y capillitas, de procesio-
nes y desfiles espectaculares, y nos hemos
olvidado de la verdad, de la justicia y de la
caridad. Esto es lo que habría que hacer, sin
omitir aquello, como dice el Señor en el
Evangelio. Todo aquello está muy bien. Benditas cofradías, benditas procesiones,
benditos escapularios y medallas. Pero esto
sólo, ¡no! Esto solo, no es el catecismo.
Es catolicismo es, ante todo, y sobre todo,
caridad, amor, compenetración íntima en
Cristo de los de arriba y de los de abajo y
de los del medio: ―Ya no hay judío ni grie-
go; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay
hombre ni mujer; todos sois uno en Cristo‖
(Gal 3, 28)
Este es el verdadero cristianismo. Ante todo
y sobre todo caridad. Que hay muchos
cristiano, que pertenecen a todas las cofrad-
ías, que andan cargados de escapularios y
de medallas y no tienen caridad. Y cometen
con ello un gravísimo escándalo, porque
hacen odiosa la religión a los fríos e indife-
rentes y esterilizan la sangre de Cristo sobre
tantos y tantos desgraciados.
Ante todo y sobre todo la caridad, La salva-ción del mundo, la salvación de esta socie-
dad pagana y alejada de Dios, no podrá
venir de otra manera que por la auténtica y
desbordada inundación de caridad por parte
de todos los católicos del mundo. Mientras
133
no practiquemos la caridad no seremos
auténticamente cristianos, no podremos
llevar al mundo el auténtico mensaje de
Cristo. La caridad por encima de todo.
Evaluados en la justicia. ¡Ah!, pero no
olvidemos que la caridad, la reina de las virtudes, no puede venir en suplencia de la
justicia, otra virtud fundamentalísima. La
caridad no puede ser el paliativo que encu-
bra los fraudes de la justicia, sobre todo en
lo social; tiene que venir a complementarla,
a darle su último toque, su esplendor y su
brillo cristiano. Hay que practicar la justicia
social en la forma proclamada en estos
últimos tiempos por los grandes Papas,
Vicarios de Cristo en la tierra. El obrero, el
trabajador tiene derecho a comer, no en
plan de limosna, no en plan de caridad: en plan de estricta justicia social. El obrero,
por su mera condición humana, por el solo
hecho de haber nacido, tiene derecho a
percibir –con base en su trabajo- el jornal
suficiente para vivir él, su mujer y sus hijos.
La doctrina social de la Iglesia está bien
clara: salario familiar, participación en los
beneficios de la empresa, introducción
progresiva en el contrato de trabajo de ele-
mentos de contrato de sociedad. Y el em-presario, el patrono, que pudiendo incorpo-
rar esta doctrina a su empresa o negocio –
aunque sea, naturalmente, disminuyendo
sus pingües ganancias, no lo hace, es un
mal católico y está quebrantando uno de sus
más gravísimos deberes.
Claro que el obrero tiene, por su parte, la
obligación de trabajar. Porque es preciso
reconocerle que se está abusando demasia-
do al proclamar exclusivamente los dere-chos de los obreros, sin hablarles jamás de
sus deberes. Es preciso proclamar bien alto
que los obreros tienen derechos indiscuti-
bles por exigencias de la ley natural: tienen
derecho al salario suficiente, tienen derecho
a comer. ¡Pero tienen también obligación de
trabajar! No es lícito boicotear a la empresa,
dejar de trabajar y exigir un salario indivi-
dual o familiar que no se ha ganado honra-
damente con el trabajo estipulado. ¡Que
trabaje el obrero y que el patrono le dé el
salario que necesita para atender a sus nece-
sidades! Los dos tienen que cumplir sus
deberes para que puedan reclamar sus dere-
chos. Eso es lo que pide y exige la justicia
más elemental y hasta la verdadera caridad
cristiana.
¡Ah, si practicáramos todos la verdadera
justicia social, completada por la más en-
trañable caridad cristiana! ¡Qué pronto
cambiaría la faz del mundo! Serían imposi-
bles los conflictos sociales, los cataclismos
internacionales, la amenaza continua de
guerra.
Cumplidas todas las exigencias de la justi-
cia social, todavía queda un amplio margen
para la caridad cristiana. ¡Cuántos sufri-mientos y dolores se pueden aliviar, cuántas
lágrimas enjugar con el pañuelo de la cari-
dad cristiana!
¡Ricos que me escuchan! Tienen en sus
manos un gran instrumento de salvación.
Utilicen esas riquezas para granjeros ami-
gos en el cielo, como dice Nuestro Señor
Jesucristo en el Evangelio. Utilicen esas
riquezas para practicar, con mano espléndi-
da, la limosna al necesitado, como pide la caridad cristiana. Justicia social, sin duda
alguna; pero ella sola no basta. La justicia
puede mitigar las luchas sociales, pero
nunca podrá realizar la unión de los corazo-
nes. Es preciso completar la justicia con la
caridad cristiana. Y entonces, sí. Cuando
los de arriba y los de abajo y los del medio
practiquemos la gran virtud, de la que están
pendientes toda la Ley, los Profetas, sere-
mos auténticamente cristianos y alcanzare-
mos, en el juicio final, la dicha inefable de
estar a la derecha de Jesucristo para oír de sus labios divinos la sentencia suprema que
habrá de hacernos felices para toda la eter-
nidad. Así sea.
134
135
E. EL INFIERNO
INTRODUCCIÓN
Tema incómodo pero necesario
Un dogma católico que no se puede suprimir
LA EXISTENCIA DEL INFIERNO
El testimonio de Jesús mismo
Tipos de incredulidades respecto a la existencia del infierno
DESCRIPCIÓN DEL INFIERNO HECHA POR
JESÚS MISMO
PENA DE DAÑO
PENA DE SENTIDO
ETERNIDAD DE AMBAS PENAS
¿CÓMO PUEDE COMPAGINARSE ESTO CON LA
MISERICORDIA DE DIOS?
136
137
E. EL INFIERNO
INTRODUCCIÓN
Expusimos atrás, a la luz de la teología
católica, dos grandes dogmas de nuestra fe:
la resurrección de la carne y el juicio final.
Asistimos con la imaginación a aquella
escena tremenda, la más trascendental de la
historia de la humanidad, que tendrá lugar al fin de los siglos; y oímos la sentencia de
Jesucristo, sentencia de bendición para los
buenos: ―Venid, benditos de mi Padre, a
poseer el reino que está preparado para
vosotros‖, y sentencia de maldición para los
réprobos: ―Apartaos de Mi, malditos, al
fuego eterno.
No podemos rehuir estos temas trascenden-
tales que nos salen ahora al paso. Se trata
de dos temas importantísimos de nuestra fe:
la existencia del cielo y del infierno, el destino eterno de las almas inmortales.
Prefiero dejar para después, la descripción
del panorama deslumbrador del cielo. Será
una exposición llena de luz, de alegría, de
colorido, que expansionará nuestro corazón.
Pero ahora, no tenemos más remedio que
enfrentarnos con el tema tremendo, terri-
blemente trágico, del destino eterno de los
réprobos.
Tema incómodo pero necesario
Es un tema muy incómodo y desagradable,
lo sé muy bien. Me gustaría y les gustaría
muchísimo más que les hablara, por ejem-
plo de la infinita misericordia de Dios para
con el pecador arrepentido. Se ha dicho que
la sensibilidad y el clima intelectual moder-
no no resiste el tema del infierno tan in-
cómodo y molesto; que es preferible hablar de la caridad, de la justicia social, del amor
y compenetración de los unos con los otros,
y otros temas semejantes.
Son temas maravillosos, ciertamente; son
temas cristianísimos. Pero la Iglesia Católi-
ca no puede renunciar, de ninguna manera,
a ninguno de sus dogmas. Yo respeto la opinión de los que dicen que en estos tiem-
pos no se resisten estos temas tan duros;
pero no se puede cometer el grave pecado
de omisión de soslayar el dogma del infier-
no, que forma parte del depósito sagrado de
la divina revelación.
Un dogma católico que no se puede su-
primir
La Iglesia católica viene manteniéndose íntegramente, durante veinte siglos, en el
dogma terrible del infierno. La Iglesia no
puede suprimir un solo dogma, como tam-
poco puede crear otros nuevos.
Cuando el Papa define una verdad como
dogma de fe (v. gr., la Asunción corporal de
María) no crea un nuevo dogma. Simple-
138
mente, se limita a garantizarnos, con su
autoridad infalible que esa verdad ha sido
revelada por Dios.
El Papa no crea, no inventa nuevos dogmas;
simplemente declara, con su autoridad
infalible –que no puede sufrir el más pe-
queño error, porque está regida y gobernada
por el Espíritu santo-, que aquella verdad
que define está contenida en el depósito de la revelación, ya sea en la Sagrada Escritu-
ra, ya sea en la verdadera y auténtica tradi-
ción cristiana. Se trata de una verdad reve-
lada por Dios, no de una opinión teológica,
inventada o patrocinada por la Iglesia. La
Iglesia no altera, no cambia, no modifica,
poco o mucho, el depósito de la divina
revelación que recibió de Jesucristo y de los
Apóstoles.
El dogma católico permanece siempre in-tacto e inalterable a través de los siglos. Si
la Iglesia alterara, reformara o modificara
sustancialmente alguno de sus dogmas, les
digo con toda sinceridad que yo dejaría de
ser católico; porque ésa sería la prueba más
clara y más evidente de que no era la ver-
dadera Iglesia de Jesucristo.
Este es precisamente, el argumento más
claro y convincente de que las Iglesias
cristianas separadas de Roma (protestantes y cismáticos) no son las auténticas Iglesias
de Jesucristo. Porque están cambiando y
reformando continuamente sus dogmas. Ya
creen esto, ya aquello; ya aceptan lo que
antes rechazaron, ya rechazan lo que antes
aceptaron, sin más norte ni guía que el
capricho del ―libre examen‖. Y así, se da el
caso pintoresco, de que ciertas sectas pro-
testantes que se separaron de la Iglesia
católica principalmente por no admitir la
doctrina del purgatorio ahora proclaman
que el infierno no es eterno, sino temporal. Con lo cual -como ya les echaba en cara,
con fina ironía, José de Maestre-, después
de haberse revelado contra la Iglesia por no
admitir el purgatorio, vuelven a rebelarse
ahora por no admitir más que el purgatorio.
Es que el error, conduce, lógicamente, a los
mayores disparates.
La Iglesia Católica, en cambio, ha manteni-
do intacto, durante los veinte siglos de su
existencia, el depósito sagrado de la divina
revelación; porque sabe perfectamente que
Jesucristo le confió ese tesoro para que lo
custodie, vigile, defienda y lo mantenga
intacto, sin alterarlo en lo más mínimo.
El dogma católico es siempre el mismo, el
dogma católico no cambia ni cambiará
jamás. Y precisamente por eso, en el siglo
veinte, lo mismo que en el siglo primero, la
existencia del infierno es un dogma de fe y
lo continuará siendo hasta el fin del mundo.
Les voy a hablar, del infierno con sereni-
dad, con altura científica, como debe hacer-
se hoy.
Por lo pronto, les advierto que rechazo, en
absoluto, las descripciones dantescas. ―La
Divina Comedia‖, de Dante, es maravillosa
desde el punto de vista poético o literario,
pero tiene grandes disparates teológicos.
Aquellas descripciones de los tormentos del
infierno son pura fantasía, pura imagina-
ción. El dogma católico no nos dice nada de
eso. Rechazo, en absoluto, las descripciones
dantescas. Voy a limitarme a exponerles lo que dice el dogma católico en torno a la
existencia y naturaleza del castigo de los
réprobos.
LA EXISTENCIA DEL
INFIERNO
En primer lugar, les voy a hablar de la exis-
tencia del infierno.
Lo hemos oído muchísimas veces: si un
personaje histórico conocido del mundo
entero (v. gr. Napoleón Bonaparte) viniese
del otro mundo y, compareciendo visible-mente ante nosotros, nos dijera: ―Yo he
visto el infierno y en él hay esto y lo otro y
139
lo de más allá‖, causaría en el mundo una
impresión tan enorme y definitiva, que
nadie se atrevería ya a durar de la existencia
de aquel terrible lugar. ¿Por qué no lo envía
Dios, para bien de toda la humanidad?
Los que piden o desean esta prueba no han
reflexionado bien; no han caído en la cuenta
de que este hecho que reclaman se ha pro-
ducido ya y en unas condiciones de autenti-cidad que jamás hubiera podido soñar la
crítica más severa y exigente.
No voy a invocar el testimonio de alguna
revelación privada hecha por Dios a alguna
monjita de clausura. Ni siquiera voy a ale-
gar el testimonio de Santa Catalina de Siena
o de Santa Teresa de Jesús, a quienes Nues-
tro Señor mostró el infierno y lo describie-
ron después en sus libros de una manera
impresionante, Ni voy a citar en pleno siglo XX, a los pastorcitos de Fátima, que vieron
también, por sus propios ojos, el fuego del
infierno. Personalmente yo estoy convenci-
do de la verdad de estas visiones y revela-
ciones privadas que acabo de citar. Pero
nuestra fe católica, no se apoya en los tes-
timonios de personas particulares, aunque
se trate de grandes Santos canonizados por
la Iglesia. Nuestra fe se apoya, directamen-
te, en un testimonio mucho más fuerte,
mucho más inconmovible. Voy a decirles cuál es el gran testigo de la existencia y de
la naturaleza del infierno. Les voy a decir
quién es.
El testimonio de Jesús mismo
Jesucristo tuvo la osadía de decir que era el
Hijo de Dios, y lo demostró de una manera
aplastante y definitiva. El mismo Dios se encargó de confirmarlo desde el cielo,
cuando en el momento del bautismo de
Jesús se abrieron los cielos y se oyó la voz
augusta del Eterno Padre, que exclamaba:
―Este es mi hijo muy amado, en el que
tengo puestas mis complacencias‖. (Mt 3,
16-17). Éste es el que ha venido del cielo y
sabe perfectamente lo que hay en el otro
mundo, éste el que nos dice veinticinco
veces en el Evangelio que existe el infierno,
y que es eterno, que no terminará jamás.
―Que venga alguien del otro mundo a decir-
lo‖. ¡Ya ha venido! Y nada menos que el
que dijo y demostró que era el hijo de Dios.
¿Comprenden ahora la increíble insensatez
de la carcajada volteriana negando la exis-
tencia del infierno? Las cosas de Dios son
como Dios ha querido que sean, no como les antojen a los incrédulos.
Tipo de incredulidades respecto a la
existencia del infierno
¡Pobres incrédulos! ¡Qué pena me dan! No todos son igualmente culpables. Distingo
muy bien dos clases de incrédulos, comple-
tamente distintos.
Hay almas atormentadas que les parece que
han perdido la fe. No la sienten, no la sabo-
rean como antes. Les parece que la han
perdido totalmente. Pero desde el momento
en que buscan la fe, es que ya la tienen. Lo
dice hermosamente San Agustín: ―No bus-
carías a Dios si no lo tuvieras ya‖. Desde el
momento en que deseas con toda tu alma la fe, es que ya la tienes. Dios en sus designios
inescrutables, ha querido someterte a una
prueba. Te ha retirado el sentimiento de la
fe para ver cómo reaccionas en la oscuri-
dad. Si a pesar de todas las tinieblas te
mantienes fiel, llegará un día –no sé si tarde
o temprano, son juicios de Dios- en que te
devolverá el sentimiento de la fe con una
fuerza e intensidad incomparablemente
superior a la de antes. ¿Qué tienes que
hacer mientras tanto? Humillarte delante de Dios. Humíllate un poquito, que es la con-
dición indispensable para recibir los dones
de Dios. El gozo, el disfrute, el saboreo de
la fe, suele ser el premio a la humildad.
Dios no resiste jamás las lágrimas humil-
des. Si te pones de rodillas ante Él y le
dices: ―Señor: Yo tengo fe, pero quisiera
tener más. Ayuda Tú mi poca fe‖. Si caes
de rodillas y le pides a Dios, que te dé el
sentimiento íntimo de la fe, te la dará infa-
140
liblemente, no lo dudes; y mientras tanto,
pobre hermano mío, vive tranquilo, porque
no solamente no andas lejos del Reino de
Dios, sino que, en realidad, estás dentro de
él.
¡Ha! Pero este caso es completamente dis-
tinto del de los verdaderos incrédulos. No
hay en este caso incredulidad, aunque de
momento falte el sentimiento dulce y sabro-so de la fe. Los verdaderos incrédulos son
los que sin fundamento alguno, sin argu-
mento alguno que le impida creer, lanzan
una insensata carcajada y desprecian olím-
picamente las verdades de la fe.
No tienen ningún argumento en contra, no
lo pueden tener. La fe católica resiste toda
clase de argumentos que se le quieran opo-
ner. No hay ni puede haber un argumento
válido contra ella. Supera infinitamente a la razón, pero jamás la contradice. No puede
haber conflicto entre la razón y la fe, por-
que ambas proceden del mismo y único
manantial de la verdad, que es la primera
Verdad por esencia, que es Dios mismo, en
el que no cabe contradicción. Es imposible
encontrar un argumento válido contra la fe
católica. Es imposible que haya incrédulos
de cabeza -como decíamos al principio,
pero los hay abundantísimos de corazón.
El que lleva una conducta inmoral, el que
ha adquirido una fortuna por medios injus-
tos, el que tiene cuatro o cinco amiguitas, el
que está hundido hasta el cuello en el cieno
y en el fango, ¡cómo va a aceptar tranqui-
lamente la fe católica que le habla de un
infierno eterno! Le resulta más cómodo
prescindir de la fe o lanzar contra ella la
carcajada de la incredulidad.
¡Insensato! ¡Como si esta carcajada pudiera
alterar en nada la tremenda realidad de las cosas! ¡Ríete ahora! Carcajaditas de enano
en una noche de barrio chino. ¡Ríete ahora!
¡Ya llegará la hora de Dios! Ya cambiarán
las cosas. Escucha la Sagrada Escritura:
―Antes desechasteis todos mis consejos y
no atendisteis mis requerimientos. También
yo me reiré de vuestra ruina y me burlaré
cuando venga sobre vosotros el terror‖
(Prov 1, 25-26). Y el mismo Cristo adierte
en el Evangelio con toda claridad: ¡Ay de
vosotros los que ahora reís, porque gemiréis
y lloraréis‖ (Lc 6, 25) Pues sigue gozando y
riendo tranquilamente. Estás danzando con
increíble locura al borde del abismo: ¡Es
hora de tu risa! Ya llegará la hora de la risa de Dios para toda la eternidad.
El infierno existe. Lo ha dicho Cristo. Poco
importa que lo nieguen los incrédulos. A
pesar de esa negativa, su existencia es una
terrible realidad. Pero es conveniente que
avancemos un poco más y tratemos de
descubrir lo que hay en él.
DESCRIPCIÓN DEL INFIERNO
HECHA POR JESÚS MISMO
El Catecismo, ese pequeño librito en el que se contiene un resumen maravilloso de la
doctrina católica, nos dice que el infierno es
―el conjunto de todos los males, sin mezcla
de bien alguno‖. Maravillosa definición.
Pero hay otra más profunda todavía: la que
nos dejó en el Evangelio Nuestro Señor
Jesucristo en persona. Es la misma frase
que pronunciará el día del Juicio final:
―Apartaos de Mi, malditos, al fuego eter-
no‖. En esta fórmula terrible se contiene un
maravilloso resumen de toda la teología del infierno.
Porque el infierno, fundamentalmente, lo
constituyen tres cosas y nada más que tres:
Lo que llamamos en teología pena de da-
ño, lo que llamamos pena de sentido y la
eternidad de ambas penas. Ahí tenemos
toda la teología esencial del infierno; todo
lo demás son circunstancias accidentales.
Pues esas tres cosas están maravillosamente
registradas y resumidas en la frase de Crsi-
to: ―Apartaos de Mí, malditos (pena de daño), al fuego (pena de sentido) eterno
(eternidad de ambas penas)‖.
141
Maravilloso resumen el de Nuestro Señor
Jesucristo. Vamos a meditarlo por partes.
PENA DE DAÑO
Lo principal del infierno es lo que en teo-
logía llamamos la pena de daño. La conde-
nación propiamente dicha, que consiste en
quedarse privado y separado de Dios para
toda la eternidad. Eso es lo fundamental del
infierno.
Ya estoy oyendo la carcajada del incrédulo:
―¿De verdad Padre, que lo más terrible que
hay en el infierno es estar privado o separa-do de Dios para toda la eternidad? Pues
entonces, no tengo inconveniente en ir al
infierno. Porque en este mundo sé prescin-
dir muy bien de Dios, no me hace falta
absolutamente para nada. De manera que si
lo más terrible que me voy a encontrar en el
infierno es que allí no tendré a Dios, ya
puede enviarme allí cuando le plazca‖.
¡Pobrecito! No sabes lo que dices, ¡no sabes
lo que dices! Escúchame un momento, que
puede ser que dentro de cinco minutos hayas cambiado de pensar. Escucha.
Te gusta la belleza, ¿verdad? ¡Vaya que te
gusta! Sobre todo cuando se te presenta en
forma de mujer…
Te gusta el dinero, ¿verdad? Te gustaría
mucho ser millonario. Quien sabe si preci-
samente por eso: porque te gusta tanto el
dinero, porque has robado tanto, porque has
cometido tantas injusticias, no quieres saber nada de la religión y del más allá.
Si eres una muchacha frívola, ligerilla,
mundana ¡cómo te gustaría ser una estrella
de cine, aparecer en primer plano en todas
las pantallas, en las portadas de todas las
revistas de cine del mundo, ser una figura
de fama mundial, que todo el mundo habla-
ra de ti…! ¡Cómo te gustaría todo esto!
¿Verdad?
Pues mira: Todas esas cosas no son más
que ―gotitas‖, nada más; ―gotitas‖ de una
felicidad efímera que no llena el corazón.
¡Si lo sabes tu mismo de sobra! Nunca te
has sentido del todo bien, del todo satisfe-
cho, del todo feliz, ¡jamás! En los caminos
del mundo, del demonio, de la carne no se
encuentra la verdadera y auténtica felicidad,
¡lo sabes muy bien por experiencia!
Ahora bien: en el momento mismo de tu
muerte, cuando tu alma se arranque del
cuerpo, aparecerá delante de ti un panorama
completamente insospechado. Verás delan-
te de ti como un mar inmenso, un océano
sin fondo ni riberas. Es la eternidad, inmen-
sa e inabarcable, sin principio ni fin. Y
comprenderás clarísimamente, a la luz de la
eternidad, que Dios es el centro del Univer-
so, la plenitud total del Ser. Verás clarísi-mamente que en Él está concentrado todo
cuanto hay de belleza y de riqueza, y de
placer, y de honor, y de alabanza y de glo-
ria, y de felicidad inenarrable. Y cuando,
con una sed de perro rabioso, trates de arro-
jarte a aquel océano de felicidad que es
Dios, saldrán a tu encuentro unos brazos
vigorosos que te lo impidan, al mismo
tiempo que oirás claramente estas terribles
palabras; ―¡Apártate de Mí, maldito!‖
¡Ah! Entonces sabrás lo que es bueno, y
entonces verás que la pena de sentido, la
pena de fuego que voy a describir inmedia-
tamente, no tiene importancia, es un juguete
de niños ante la rabia y desesperación es-
pantosa que se apoderará de ti cuando veas
que has perdido aquel océano de felicidad
inenarrable para siempre, para siempre,
para toda la eternidad.
Dios, actuará sobre los réprobos como una
especie de electroimán incandescente: les atraerá y abrasará al mismo tiempo. En este
mundo no podemos formarnos la menor
idea del tormento espantoso que esto oca-
sionará a los condenados. Esto es lo que
142
constituye la entraña misma de la pena de
daño.
Pero, me dirás: ―Padre, ¿y por qué rechaza
Dios a los que de manera tan vehemente
tienden a Él? ¿No supone esto, acaso, falta
de bondad y de misericordia?‖
De ninguna manera. Reflexionen un poco
en la psicología del condenado. El conde-nado no se arrepiente ni se arrepentirá
jamás de sus pecados. Tiende irresistible-
mente a Dios, al mismo tiempo que le odia
con todas sus fuerzas, Esa tendencia no es
arrepentimiento, sino egoísmo refinadísimo.
Tiende a Dios porque ve con toda evidencia
que, poseyéndole, sería completa y absolu-
tamente feliz, pero sin arrepentirse de
haberle ofendido en este mundo.
El condenado no se arrepiente ni puede arrepentirse, porque en la eternidad son
imposibles los cambios sustanciales. Nadie
puede cambiar el último fin libremente
escogido en este mundo. La muerte nos
dejará fosilizados en el bien o en el mal,
según nos encuentre en el momento de
producirse. Si nos encuentra en gracia de
Dios, la muerte nos fosilizará en el bien: ya
no podremos pecar jamás, ya no podremos
perder a Dios. Pero si la muerte nos sor-
prende en pecado mortal, quedaremos fosi-lizados en el mal, ya no podremos arrepen-
tirnos jamás.
El condenado tiende a Dios con un refinadí-
simo egoísmo. Esa tendencia inmoral, no
solamente no le justifica ante Dios, sino que
es su último y eterno pecado. Desea a Dios
por puro egoísmo, para gozar de la felicidad
inmensa que su posesión le produciría; pero
sin la menor sombra de amor o arrepenti-
miento. En estas condiciones es muy justo,
que Dios lo rechace: es necesario que sea así. Por eso les decía que Dios actúa sobre
el condenado como un electroimán incan-
descente: le atrae y le quema al mismo
tiempo. No podemos formarnos idea, acá en
la tierra, del tormento espantoso que oca-
sionará a los condenados.
PENA DE SENTIDO Y luego viene la pena de sentido, que, con
ser terrible, no tiene importancia, compara-
da con la pena de daño. Es la pena del fue-
go. Yo no sé, porqué la Iglesia católica no lo ha definido expresamente, si el fuego del
infierno es de la misma naturaleza que el
fuego de la tierra: no lo sé. Lo único que sé
es que se trata de un fuego real, no imagi-
nario o metafórico. Hay una declaración
oficial de la Sagrada Penitenciaría Apostó-
lica contestando a la pregunta de un sacer-
dote que preguntó qué tenía que hacer con
un penitente que no aceptaba la realidad del fuego del infierno, como si se tratase úni-
camente de una metáfora evangélica. La
Sagrada Penitenciaría contestó que ese
penitente debía ser instruido conveniente-
mente en la verdad, y si después de la debi-
da instrucción se obstinaba en no querer
aceptar la realidad del fuego del infierno,
había que negarle la absolución. Está cla-
ro…
El fuego del infierno es un fuego real, no metafórico, aunque no podemos precisar si
es o no de la misma naturaleza que el fuego
en la tierra. Desde luego tiene propiedades
muy distintas, porque el fuego del infierno
atormentará, no solamente los cuerpos, sino
también las almas; y no destruye, sino que
Todas las facultades tendrán en el infierno su castigo especial. Y si el castigo de los sentidos es el fuego, y el de la inteligencia y la voluntad
es la pena de daño, el castigo de la memoria es el remordimiento, y el de la imaginación es la desesperación. El remordimiento es la pena de
la memoria, que le recuerda al condenado los muchos medios de salvación que tuvo en la tierra, el desprecio que hizo de ellos, y cómo vino a condenarse sólo por su culpa. La deses-
peración es la pena de la imaginación, que le vive representando que sus tormentos durarán no por mil años, ni por millones de años, sino mientras Dios sea Dios, por la eternidad.
143
conserva la vida de los que entran en sus
dominios.
Me acuerdo en estos momentos de aquel
pobre muchacho de la provincia de Santan-
der. Era un pobre vaquerillo que cuidaba las
vacas de su propia casa. Y un día, en el
establo de las vacas, se declaró un incendio.
El muchacho, que estaba viendo la catástro-
fe económica que se les venía encima, pe-netró en el establo ardiendo con el fin de
hacer salir las vacas por la puerta trasera. Y
como tardaba mucho en salir y el incendio
crecía por momentos, el padre del mucha-
cho quiso lanzarse también, ya no por las
vacas, sino para sacar a su hijo que iba a
perecer abrasado. Cinco hombres apenas
podían sujetarle. De pronto, el muchacho
salió gritando y con los vestidos ardiendo.
Él mismo se arrojó de cabeza a una poza de
agua que tenían allí cerca para abrevadero de las vacas y se hundió rápidamente en
ella. Cuando poco después salió del agua,
con quemaduras mortales, gritaba espanto-
samente al mismo tiempo que decía: ―¡Con-
fesión, confesión, que me quemo; confesión
que me abraso!‖ Pocas horas después de
recibir el Viático murió retorciéndose con
terribles dolores.
Yo no sé si el fuego del infierno es de la
misma naturaleza que el de la tierra, pero sé que es un fuego real, no metafórico, y que
atormenta a los condenados para toda la
eternidad. Lo ha revelado Dios y los mismo
da creerlo que dejarlo de creer. Las cosas
son así, aunque nos resulten incómodas y
molestas.
ETERNIDAD DE AMBAS
PENAS
Las penas del infierno serán iguales en duración
para todos los condenados, pues son eternas; pero en
cuanto a la acerbidad, serán diferentes, de acuerdo
con la gravedad de los pecados y el abuso de las
gracias recibidas. “Dios dará a cada uno según sus
obras”. (Rom 2, 6). “Cuanto se ha engreído y regala-
do dadle otro tanto de tormento y de llanto” (Ap 28, 7)
Pero lo más espantoso del infierno, es la
tercera nota, la nota característica: su eter-
nidad. El infierno es eterno.
¿Han contemplado la escena alguna vez a la
orilla de un río o de la mar? Cuando un
pescador nota que el pez ha mordido el
anzuelo, tira con fuerza de la caña y el pez
se retuerce desesperadamente fuera del
agua. Se está ahogando. Sus pobres bran-quias no están adaptadas para respirar direc-
tamente el oxígeno del aire: necesita absor-
berlo diluido en el agua. Su agonía es terri-
ble, pero dura unos momentos nada más.
Muy pronto da un nuevo y desesperado
coletazo y queda inmóvil: ha muerto aho-
gado.
Imaginen ahora, el caso de un hombre apa-
rentemente muerto que vuelve a la vida en
un sepulcro, y se da cuenta de que le han enterrado vivo. Su tormento no durará más
que unos minutos, pero ¡qué espantosa
desesperación experimentará cuando se
encuentre en aquel ataúd estrecho y oscuro,
cuando vea que no se puede mover, que le
es imposible liberarse de su espantosa
cárcel! ¡Qué angustia, qué desesperación
tan espantosa! Pero durará unos minutos
nada más, porque por asfixia morirá muy
pronto, esta vez, efectivamente.
Pues imagínense ahora lo que será un tor-
mento y desesperación eternos.
La eternidad no tiene nada que ver con el
tiempo, no tiene relación alguna con él. En
la esfera del tiempo pasarán trillonadas de
siglos y la eternidad seguirá intacta, in-
móvil, fosilizada en un presente siempre
igual. En la eternidad no hay días, ni sema-
nas, ni meses, ni años, ni siglos. Es un ins-
tante petrificado, es como un reloj parado,
que no transcurrirá jamás, aunque en la esfera del tiempo transcurran millones de
siglos.
¡Un trillón de siglos! Esa frase se dice muy
pronto, la palabra trillón se pronuncia con
144
mucha facilidad. Ya no es tan sencillo es-
cribirla: hay que escribir la unidad seguida
de dieciocho ceros. ¿Pero saben lo que un
trillón da de sí? Si repartiéramos un trillón
de centavos entre todos los habitantes del
mundo, al terminar el reparto cada uno
tendría un millón de dólares. ¡Lo que da de
sí un trillón, aunque sea simplemente de a
centavos!
Pues cuando en la esfera del tiempo habrá
transcurrido un trillón de siglos la eternidad
permanecerá intacta, sin haber sufrido el
menor arañazo. El instante eterno seguirá
petrificado.
El infierno es eterno. ¡Lo ha dicho Cristo!
Poco importa que los incrédulos se rían.
Sus burlas y carcajadas no lograrán cambiar
jamás la terrible realidad de las cosas.
¿CÓMO PUEDE
COMPAGINARSE ESTO CON
LA MISERICORDIA DE DIOS?
Pero, quizá me digan: ―Padre: para noso-
tros, los católicos, no hay problema. Cree-mos en la existencia y eternidad del infierno
porque lo ha revelados Dios y esto nos
basta. Pero ¿no le parece que para el que no
tenga fe, el dogma de la existencia del in-
fierno es como para desanimarle a abrazar
el catolicismo? ¿Cómo puede compaginarse
esa verdad tan terrible con el amor y la
misericordia infinita de Dios, proclamados
con tanta claridad e insistencia en las Sa-
gradas Escrituras? Al incrédulo no le cabrá
jamás en la cabeza esta contradicción, al parecer tan clara y manifiesta.
Tienen razón, amigos míos. El dogma del
infierno, mirado de tejas abajo y prescin-
diendo de los datos de la fe, no cabe en la
pobre cabeza humana. Humanamente
Ver el libro No 4 “Cómo puede un Dios mise-
ricordioso permitir tantas tribulaciones a sus criaturas” de la serie
hablando, a mi tampoco me cabe en la ca-
beza. No me cabe en la cabeza, aunque lo
creo con toda mi alma porque lo ha revela-
do Dios.
Pero, ¿saben por qué a ustedes ni a mí nos
cabe en la cabeza?
Recuerden la bellísima leyenda. San
Agustín estaba paseando un día junto a la orilla del mar y pensaba en el misterio in-
sondable de la Santísima Trinidad, tratando
de comprender cómo tres personas distintas
sean un solo Dios verdadero. Y dándole
vueltas a su pobre inteligencia para desci-
frar el misterio, reparó en un niño pequeño
que acababa de excavar en la arena de la
playa un pequeño pocito que iba llenando
de agua trasladándola del mar con una pe-
queña concha. San Agustín le preguntó:
―¿Qué estás haciendo, pequeño?‖ Y el niño: ‖Quiero trasladar toda el agua del mar a
este pequeño hoyito‖. ―Pero, ¿no ves que
eso es imposible?‖ ―Más imposible todavía
el que tu puedas comprender el misterio
insondable de la Santísima Trinidad. ¿No
ves que el infinito no cabe ni puede caber
en tu cabeza?‖ Y desapareció el niño, por-
que, según la bella leyenda, no era un niño,
sino un ángel del cielo que Dios había en-
viado para darle a San Agustín aquella gran
lección.
Ésta es la verdadera explicación. Las cosas
de Dios son inmensamente grandes, nuestra
pobre cabeza humana es demasiado peque-
ña para poderlas abarcar. Es cierto que en la
Sagrada Escritura se proclama clarísima-
mente la misericordia infinita de Dios; pero
con no menor claridad se proclama también
el dogma terrible del infierno. ¿Qué cómo
se compaginan ambas cosas? No lo sé. Pero
ahí están los hechos, claros e indiscutibles.
Sin embargo, no deja de ser curioso que no
nos quepa en la cabeza el dogma terrible del
infierno, y nos quepan sin dificultad algu-
nas otras cosas incomparablemente más
serias todavía. Si lo pensáramos bien, el
145
misterio inefable de la Encarnación del
verbo es incomparablemente más grande y
estupendo que el de la existencia del infier-
no. No nos cabe en la cabeza y aceptamos
plenamente que Dios Nuestro Señor se haya
hecho hombre y haya muerto en una cruz
para salvar a los hombres. Si un hombre se
transformase en hormiga y se dejase matar
para salvar a las hormigas, diríamos que se
ha vuelto loco. Y, sin embargo, entre un hombre y una hormiga todavía hay alguna
proporción, alguna semejanza; pero entre
Dios y las criaturas no hay ninguna seme-
janza ni proporción: la distancia es riguro-
samente infinita. Y Dios se hizo hormiga,
se hizo hombre, para salvarnos a los hom-
bres. Y no contento con esta humillación
increíble, se dejó clavar en una cruz por
aquellos mismos que venía a salvar. Y
permitió que su Madre santísima se convir-
tiera en la Reina y Soberana de los mártires, asistiendo a la terrible escena del Calvario,
donde, a fuerza de indecibles dolores, con-
quistó su título de Corredentora de la
humanidad.
Todo esto, nos cabe perfectamente en la
cabeza. Que Cristo esté clavado en la cruz,
que su Madre Santísima sea la Virgen de
los Dolores, con siete espadas en el Co-
razón; todo esto, que es inmenso, que reba-
sa la capacidad intelectiva del los mismos ángeles del cielo, que no lo podrán com-
prender jamás con su portentosa inteligen-
cia angélica. Esto, nos cabe perfectamente
en nuestras pobres cabecitas humanas. Pero
que ese mismo Dios que se ha vuelto loco
de amor por los hombres mande al infierno
para toda la eternidad al gusano asqueroso
que abuse definitivamente de la sangre de
Cristo, que traspase el corazón de la Virgen
de los Dolores con las nuevas espadas de
sus crímenes nefandos, ¡eso ya no nos cabe
en la cabeza!
Tenemos que reconocer que no jugamos
limpio. ¡No jugamos limpio! Nos cabe en la
cabeza cosas infinitamente más grandes,
porque no hacen referencia a castigos y
penas personales y no nos caben otras cosas
infinitamente más pequeñas cuando se trata
de castigar nuestros propios crímenes y
pecados. No jugamos limpio; hay aquí una
falta evidente de honradez.
―¿Pero no es Dios infinitamente misericor-
dioso?‖
¿Lo preguntas tú? ¿Cuántas veces te ha perdonado Dios? ¿Cinco? ¿Cinco mil?
¿Cincuenta mil? ¿Y todavía te preguntas si
Dios es infinitamente misericordioso? ¿Pe-
ro no sabes que si Dios no fuese infinita-
mente misericordioso, el mismo día que
cometiste el primer pecado mortal se hubie-
ra abierto la tierra y te hubiera tragado al
infierno para toda la eternidad? Precisamen-
te porque Dios es infinitamente misericor-
dioso espera con tanta paciencia que se
arrepienta el pecador y le perdona en el acto, apenas inicia un movimiento de retor-
no y de arrepentimiento. Dios no rechaza
jamás, al pecador contrito y humillado. No
se cansa jamás de perdonar al pecador arre-
pentido, porque es infinitamente misericor-
dioso, precisamente por eso. ¡Ah!, pero
cuando voluntariamente, obstinadamente,
durante su vida y a la hora de la muerte, el
pecador rechaza definitivamente a Dios,
sería el colmo de la inmoralidad echarle a
Dios la culpa de la condenación eterna de ese malvado y perverso pecador.
No puede tolerarse tampoco la ridícula
objeción que me ponen algunos: ―Está bien
que se castigue al culpable; pero como Dios
sabe todo lo que va a ocurrir en el futuro,
¿`por qué crea a los que sabe que se van a
condenar?‖
Esta nueva objeción es absurda e intolera-
ble. No es Dios quien condena al pecador.
Es el pecador quien rechaza obstinadamente el perdón que Dios le ofrece generosamen-
te. Es doctrina católica, que Dios quiere
sinceramente que todos los hombres se
salven. A nadie predestina al infierno. Ahí
está Cristo crucificado para quitarnos toda
146
duda sobre esto. Ahí está delante del cruci-
fijo la Virgen de los Dolores. Dios quiere
que todos los hombres se salven, y lo quiere
sinceramente, con toda la seriedad que hay
en la cara de Cristo Crucificado. Dios quie-
re que todos los hombres se salven, pero
cuando obstinadamente, con toda la sangre
fría, a sabiendas, se pisotea la sangre de
Cristo y los dolores de María, y eso durante
toda la vida, e incluso a la hora de la muer-te, es el colmo del cinismo, el colmo de la
inmoralidad preguntar por qué Dios ha
creado a aquel hombre sabiendo que se iba
a condenar. Es el colmo de la inmoralidad.
Es ridículo, tratar de enmendarle la plana a
Dios. Lo ha dispuesto todo con infinita
sabiduría, y aunque, en este mundo no po-
damos comprenderlo, también con infinito
amor y entrañable misericordia. Más que
entretenernos vanamente en poner objecio-nes al dogma del infierno –que en nada
alteraran su terrible realidad- procuremos
evitarlo con todos los medios a nuestro
alcance. Por fortuna estamos a tiempo to-
davía. ¿Nos horroriza el infierno? Pues
pongamos los medios para no ir a él.
En realidad, como les decía al principio,
éste es el único gran negocio que tenemos
planteado en este mundo. Todos los demás
no tienen importancia. Son problemitas sin trascendencia alguna.
¡Muchacho, estudiante que me escuchas! La
reprobación, el quedar en ridículo, el perder
las vacaciones…,¡cosa de risa! No tiene
importancia alguna.
¡Millonario que te has arruinado, que vinis-
te a menos, que estás sumergido en una
miseria vergonzante…! ¡Cosa de risa! De-
ntro de unos años se acabó todo.
Tu, el que en una catástrofe automovilística
has perdido a tu padre, a tu madre, a tu
mujer o a tu hijo, permíteme que te lo diga:
¡cosa de risa! Allá arriba los volverás a
encontrar.
Y tú, la mujer mártir del marido infiel, o el
marido víctima de la mujer infame. Huma-
namente hablando, eso es tremendo; pero
mirado de tejas arriba, ¡cosa de risa‖ Ya
volverá todo a sus cauces, en este mundo o
en el otro.
La única desgracia terriblemente trágica, la
única absolutamente irreparable, es la con-denación eterna de nuestra alma. ¡Eso sí
que es terrible sobre toda ponderación y
encarecimiento!
¡Que se hunda todo: la salud, los hijos, los
padres, hacienda, la honra, la dignidad, la
vida misma! ¡Que se hunda todo, menos el
alma! La única cosa tremendamente seria:
la salvación del alma.
Estamos a tiempo todavía. Cristo nos está esperando con los brazos abiertos.
¡Pobre pecador que me escuchas! Aunque
lleves cuarenta o cincuenta años alejado de
Cristo; Aunque te hayas pasado la vida
entera blasfemando de Dios y pisoteando
sus santos mandamientos, fíjate bien: si
quieres hacer las paces con Él no tendrás
que emprender una larga caminata; te está
esperando con los brazos abiertos. Basta
con que caigas de rodillas delante del Cru-cifijo, y honradamente, sinceramente, te
arranques de lo más íntimo del alma este
grito de arrepentimiento: ―¡Perdóname
Señor! ¡Ten compasión de mí!‖ Yo te lo
garantizo, por la sangre de Cristo, que en el
fondo de tu corazón oirás, como el buen
ladrón, la dulce voz del divino Crucificado,
que te dirá: ―Hoy mismo, al caer de la tarde,
al final de esta pobre vida, estarás conmigo
en el Paraíso‖.
Pero para ello Cristo te pone una condición sencilla, facilísima. Que te presentes a uno
de sus legítimos representantes en la tierra,
a uno de los sacerdotes que dejó instituidos
en su Iglesia para que te extienda, en nom-
bre de Dios, el certificado de tu perdón.
147
Basta que hables unos pocos minutos con
él. Te escuchará en confesión, te animará, te
consolará con inmensa caridad y dulzura. Y
en virtud de los augustos poderes que ha
recibido del mismo Cristo a través de la
ordenación sacerdotal, levantará después su
mano y pronunciará la fórmula que será
ratificada plenamente en el cielo. ―yo te
absuelvo, vete en paz, y en adelante, no
vuelvas a pecar‖. Así sea.
148
149
F. EL CIELO
LA FELICIDAD ETERNA DEL CUERPO
La claridad
La agilidad
La impasibilidad
La sutileza
La felicidad sensual
LA FELICIDAD ETERNA DEL ALMA
Los goces de la amistad y del amor humano
Cómo conseguir reunirnos con toda la familia en el cielo sin que falte
ningún miembro
Con los ángeles y los Santos Nuestro encuentro con Nuestro Señor Jesucristo
LA MÁXIMA FELICIDAD: LA VISIÓN BEATÍFICA
La visión beatífica
El amor beatífico
El goce beatífico
NUESTRA RESPUESTA
150
151
F. EL CIELO
Hemos llegado finalmente al tema más hermoso, razón de ser
de nuestra existencia. Vamos a
hablar del cielo. Voy a hacerles
un resumen de la teología del
cielo, siguiendo paso a paso, al
Doctor Angélico, Santo Tomás
de Aquino, que interpreta ma-
ravillosamente, con su lucidez y
profundidad habituales, los
datos que nos proporciona la
divina revelación en torno a la ciudad de los bienaventurados.
En nuestro lenguaje corriente y
familiar, la palabra cielo la
tomamos en sentidos muy dife-
rentes. Los principales son tres: el atmosfé-
rico, el astronómico y el teológico. Vamos a
echar un vistazo rápido a los dos primeros,
para detenernos en el tercer, que es el único
que alude al cielo de nuestra fe.
El cielo atmosférico, es uno de los espectá-culos más bellos que podamos contemplar
en este mundo. Cuando salimos a la calle en
la mañana espléndida de primavera solemos
exclamar entusiasmados: ―¡Qué día más
hermoso, qué cielo tan azul!‖
Es cierto –lo sabíamos muy bien aunque no
nos lo hubiera recordado Argensola- que
…ese cielo azul que todos vemos
¡ni es cielo, ni es azul!
Cierto que no. Y, sin embargo, a pesar de
que ese cielo azul que todos vemos no es el
cielo de nuestra fe, algo nos dice y algo nos
recuerda de él. Porque todo lo bello eleva el
espíritu y le habla de la suprema y eterna
belleza, de la cual las bellezas creadas no
son sino huellas, vestigios, simples deriva-
ciones y resonancias, a distancia infinita de
la divina realidad.
Pero más bello todavía, y desde luego mu-
cho más impresionante que el cielo at-
mosférico, es el cielo de los astros: el lla-
mado cielo astronómico. El espectáculo de
una noche serena, cuajada de estrellas, es de
los más deslumbradores que en este mundo
se pueda contemplar. Precisamente la con-
templación de una noche estrellada arrancó
a nuestro Fray Luis de León aquellas estro-
fas sublimes:
Morada de grandeza
templo de claridad y de hermosura,
el alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, oscura?
¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido,
sigue la vana sombra, el bien fingido?
¡Ay!, despertad, mortales;
mirad con atención a vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
152
¿podrán vivir de sombras y engaño?
Los Santos amaban la contemplación del
firmamento tachonado de estrellas. Estos
puntitos luminosos esparcidos por la in-
mensidad del firmamento como polvo de
brillantes, les hablaban altamente de Dios.
San Juan de la Cruz pasaba, con frecuencia,
las noches contemplando extasiado las
estrellas desde la ventanilla de su celda. San Ignacio de Loyola, contemplando una no-
che serena, desde la azotea de su casa pro-
fesa de Roma, les decía a sus hijos de la
Compañía: ―¡Oh, cuán vil me parece la
tierra cuando contemplo el cielo‖. A Santa
Teresita del Niño Jesús le gustaba, ya desde
pequeña, contemplar el cielo estrellado,
donde le parecía ver escrito su nombre.
Pero ese cielo tan deslumbrante no es nues-
tro cielo de la fe. El cielo de la fe, la patria de las almas inmortales está incomparable-
mente más arriba todavía. Ya es hora de
que comencemos a exponer la teología del
verdadero cielo. Hasta aquí me he limitado
a ambientar un poco la grandeza del cielo
cristiano hablándoles del cielo de los astros;
ahora voy a comenzar la explicación de la
teología del cielo de las almas, del cielo
sobrenatural que nos aguarda más allá de
esta vida.
Para poner orden y claridad en mis pala-
bras, voy a dividir mi exposición en dos
partes. En la primera les hablaré de la gloria
accidental del cielo, y en la segunda, de la
gloria esencial. Y en la gloria accidental,
todavía voy a establecer una subdivisión:
primero la gloria accidental del cuerpo,
luego la gloria accidental del alma.
LA FELICIDAD ETERNA DEL
CUERPO
Vamos a empezar por lo de inferior cate-
goría, por lo más imperfecto: la gloria acci-dental del cuerpo. Y les advierto, antes de
comenzar la descripción del cielo teológico,
que no voy a decirles absolutamente nada
que no se apoye directamente en la divina
revelación. No voy a proyectar ante ustedes
una película fantástica pero soñada. No son
datos de una mente enfermiza o calenturien-
ta; no son sueños de un poeta. Son datos
revelados por Dios. Los pueden leer en la
Sagrada Escritura: ¡los ha revelados Dios!
Lo único que voy a hacer es darles la inter-
pretación teológica de esos datos revelados, debida al genio portentoso del doctor Angé-
lico, Santo Tomás de Aquino. Pero, funda-
mentalmente, lo que les voy a decir no lo ha
inventado Santo Tomás ni ningún teólogo.
Son datos revelados en las sagradas Escritu-
ras.
Decimos en teología, y es cosa cierta y
evidente, que la gloria del cuerpo no será
más que una consecuencia, una redundancia
de la gloria del alma. En la persona huma-na, lo principal es el alma; el cuerpo es una
cosa completamente secundaria. El alma
puede vivir, y vive perfectamente, sin el
cuerpo; el cuerpo, en cambio, no puede
vivir sin el alma.
En este mundo, estamos completamente
desorientados. Concedemos más importan-
cia a las cosas del cuerpo que a las del al-
ma. Se pone el cuerpo enfermo y lo aten-
demos en el acto con medicinas y trata-mientos y sanatorios y operaciones quirúr-
gicas, y todo lo que sea menester para recu-
perar la salud. Y son legión, los que tienen
enferma el alma, y quizá del todo muerta
por el pecado mortal, ¡y ríen y gozan, y se
divierten y viven completamente tranquilos,
como si no les ocurriera absolutamente
nada! ¡Qué aberración! Cuando veamos las
cosas a la luz del más allá, veremos que las
cosas del cuerpo no tienen importancia
alguna; lo esencial es lo del alma, lo que ha
de durar eternamente.
En el cielo funcionan las cosas rectamente.
La gloria del cuerpo no será más que una
redundancia, una simple derivación de la
gloria del alma. El alma bienaventurada,
153
incandescente de gloria por la visión beatí-
fica de que goza ya actualmente, en el mo-
mento de ponerse en contacto con su cuerpo
al producirse el hecho colosal de la resu-
rrección de la carne, le comunicará ipso
facto su propia bienaventuranza. Ocurrirá
algo así como lo que pasa en un farolito de
cristales multicolores cuando encendemos
una luz dentro de él: aparece todo radiante,
lleno de luz y de colorido. El cuerpo, al resucitar, al ponerse en contacto con el alma
glorificada, se pondrá también incandescen-
te de gloria, lleno de luz y de hermosura,
según el grado de gloria que Dios le comu-
nique a través de su propia alma. Por eso
les decía que la gloria del cuerpo será una
simple consecuencia de la gloria del alma.
Y sabemos por la Sagrada Escritura, porque
lo ha revelado Dios, que el cuerpo glorioso
tendrá cuatro cualidades o dotes maravillo-
sas: claridad, agilidad, sutileza e impasibili-dad.
La claridad. En primer lugar la claridad.
El profeta Daniel, describiendo el triunfo
final de los elegidos, dice que ―brillaran con
esplendor del cielo‖ y que ―resplandecerán
eternamente como las estrellas‖ (Dan 12,
3). Y el mismo Cristo nos dice en el Evan-
gelio que ―los justos brillarán como el sol en el reino del Padre‖ (Mt 13, 43)
Los cuerpos gloriosos serán resplandecien-
tes de luz, Si contempláramos ahora mismo
el cuerpo glorioso de Jesús o el de María
Santísima –únicos que actualmente hay en
el cielo-, quedaríamos deslumbrados ante
tanta belleza.
El cuerpo humano, aún acá en la tierra, es
una verdadera obra de arte. Los artistas –pintores y escultores- de todas las épocas y
de todas las razas han reproducido la belle-
za del cuerpo humano. Lástima que muchas
veces profanen una cosa tan bella como el
cuerpo humano para convertirla en una de
las más inmundas e inmorales, en una por-
nografía baja y desvergonzada. Pero no
cabe duda que, contemplado con ojos lim-
pios y finalidad sana, el cuerpo humano
constituye, aún acá en la tierra, una verda-
dera obra de arte maravillosa. Pues, ¿qué
será, el cuerpo espiritualizado, el cuerpo
glorioso radiante de luz, mucho más res-
plandeciente que la del sol?
Dice Santa Teresa que, en una visión su-
blime, le mostró Nuestro Señor Jesucristo
nada más que una de sus manos glorifica-das. Y decía que la luz del sol es ―fea y
apagada‖ comparada con el resplandor de la
mano glorificada de Nuestro Señor Jesu-
cristo. Y añade que ese resplandor, con ser
intensísimo, no molesta, no daña a la vista,
sino que al contrario, la llena de gozo y de
deleite.
La contemplación de los cuerpos gloriosos
resplandecientes de luz de millones y mi-
llones de bienaventurados, será un espectá-culo grandioso, deslumbrador, que llenará,
ya por sí solo, de inefable felicidad a los
bienaventurados.
La agilidad. La segunda cualidad del
cuerpo glorioso es la agilidad. Consta tam-
bién, expresamente, en varios pasajes de la
Sagrada Escritura: ―Al tiempo de la recom-
pensa brillarán y discurrirán como estrellas en cañaveral‖ (Sab 3, 7). Ello quiere decir
que los bienaventurados podrán trasladarse
corporalmente a distancias remotísimas casi
instantáneamente. Digo casi, porque, como
advierte Santo Tomás de Aquino, todo
movimiento, por rapidísimo que se le su-
ponga, requiere indispensablemente tres
instantes: el de abandonar el punto de parti-
da; el de adelantarse hacia el punto de lle-
gada, y el de llegar efectivamente al térmi-
no. Y eso puede hacerse, si quieren, en una millonésima de segundo, pero de ninguna
manera en un solo instante, filosóficamente
considerado. Pero ese tiempo tan impercep-
tible equivale, prácticamente, a la velocidad
del pensamiento. Con las alas de la imagi-
nación podemos trasladarnos en este mun-
do, instantáneamente, a regiones remotísi-
mas: de la tierra a la luna, a las más remotas
154
estrellas; pero nuestro cuerpo permanece
inmóvil en el lugar donde nos encontramos
mientras la imaginación realiza el vuelo
fantástico. En el cielo, el cuerpo acompa-
ñará al pensamiento a cualquier parte donde
quiera trasladarse, por remotísimo que esté.
En esto consiste el dote maravilloso de la
agilidad.
La impasibilidad. La tercera cualidad es la impasibilidad. Eso significa que el cuer-
po glorificado es absolutamente invulnera-
ble al dolor y al sufrimiento, en cualquiera
de sus manifestaciones. No le afecta ni
puede afectarle el frío, el calor, ni ningún
otro agente desagradable. Metido en una
hoguera, no se quemaría. Sumergido en el
fondo del mar, no se ahogaría . En medio
del fragor de una batalla, los proyectiles no le causarían ningún daño. Las enfermedades
no pueden hacer presa de él. El cuerpo del
bienaventurado no está preparado para
padecer, es absolutamente invulnerable al
dolor. No es que sea insensible en absoluto.
Al contrario, es sensibilísimo y está maravi-
llosamente preparado para el placer: gozará
de deleites inefables, intensísimos. Pero es
del todo insensible al dolor. Esto significa
la impasibilidad del cuerpo glorioso. Cons-
ta expresamente en la Sagrada Escritura: ―Ya no tendrán hambre, ni sed, ni caerá
sobre ellos el sol ni ardor alguno; porque el
Cordero, que está en medio del trono, los
apacentará y guiará a las fuentes de aguas
de vida, y Dios enjugará toda lágrima de
sus ojos‖ (Ap 7, 16-17).
La sutileza. Aún hay otra cuarta cualidad:
la sutileza. Dice el apóstol San Pablo que ―el cuerpo se siembra animal y resucitará
espiritual‖ (1 Cor 15, 44). No quiere decir
que se transformará en espíritu; seguirá
siendo corporal, pero quedará como espiri-
tualizado: totalmente dominado, regido y
gobernado por el alma, que lo manejará a su
gusto sin que le ofrezca la menor resisten-
cia.
Muchos teólogos creen que, en virtud de
esta sutileza, el cuerpo del bienaventurado
podrá atravesar una montaña sin necesidad
de abrir un túnel, podrá entrar en una habi-
tación sin necesidad de que le abran la
puerta. Santo Tomás de Aquino –por el
contrario- piensa que la sutileza no es otra
cosa que el dominio total y absoluto del
alma sobre el cuerpo, de tal manera, que lo
tendrá totalmente sometido a sus órdenes. Es cierto, dice el Doctor Angélico, que los
bienaventurados podrán atravesar una mon-
taña sin necesidad de abrir un túnel, o entrar
en una habitación sin necesidad de que les
abran una puerta; pero eso será, no en vir-
tud de la sutileza, sino de una nueva cuali-
dad sobreañadida, de tipo milagroso, que
está totalmente a disposición de ellos. Co-
mo se ve, para el caso es completamente
igual. Como quiera que sea, lo cierto es que
podremos atravesar los seres corpóreos con la naturalidad y sencillez con que un rayo
del sol atraviesa un cristal sin romperlo ni
mancharlo.
La felicidad sensual
La Sagrada Escritura, nada nos dice acerca
de los goces de los sentidos; pero es indu-
dable que los tendrán también intensísimos y sublimes. No hace falta tener una imagi-
nación muy exaltada para comprender que
si el cuerpo entero ha de quedar beatificado,
los sentidos corporales tendrán que tener
sus goces correspondientes. Ahora bien; los
ojos no pueden gozar de otro modo que
viendo cosas hermosísimas, y los oídos
oyendo armonías sublimes, y el olfato per-
cibiendo perfumes suavísimos, y el gusto y
el tacto con deleites delicadísimos propor-
cionados a su propio objeto sensitivo. Nada de esto dice la Sagrada Escritura, pero lo
dice el simple sentido común.
De manera, que nuestro cuerpo entero, con
todos sus sentidos, estará como sumergido
en un océano inefable de felicidad, de
deleites inenarrables. Y esto, constituye la
gloria accidental del cuerpo; lo que no
155
tiene importancia, lo que no vale nada, lo
que podría desaparecer sin que sufriera el
menor menoscabo la gloria esencial del
cielo.
LA FELICIDAD ETERNA DEL
ALMA
Mil veces por encima de la gloria del cuer-
po, está la gloria del alma. El alma vale
mucho más que el cuerpo. Acá en la tierra,
el mundo, el demonio y la carne no nos lo
dejan ver. En el otro mundo lo veremos clarísimamente.
¡La gloria del alma! Vayamos por partes, de
menor a mayor.
Los goces de la amistad y del amor
humanos. Empecemos por los goces de la amistad. Cuando dos amigos o una pareja
de enamorados se quieren de veras, cuando
dos corazones se han fusionado en uno
solo, la separación violenta, sobre todo si ha
de ser para largo tiempo, resulta siempre
dolorosa. Y si es la muerte quien se encarga
de separar para siempre, acá en la tierra, a
esos dos íntimos amigos, o novios , o espo-
sos, ¡qué desgarro experimenta el pobre
corazón humano! Pero queda todavía la
dulcísima esperanza: en el cielo se reanu-dará para siempre aquella amistad inte-
rrumpida bruscamente, Los amigos o los
enamorados volverán a abrazarse para no
separarse jamás.
En el cielo tendremos todo bien, toda felicidad, y la
realización de todo deseo, porque Dios es el bien
infinito. “Quedarán embriagados con la abundancia
de tu casa, y les harás beber en el torrente de sus
delicias”, dice David (Sal 35, 9). Ningún mal puede
haber en el cielo, ni dolor, ni inquietudes, ni siquiera
necesidades o deseos, porque todos se verán de ante-
mano satisfechos. No podemos comprender la felici-
dad del cielo, porque para ello necesitaríamos com-
prender la infinita bondad y belleza de Dios. Por la
palabra de Cristo sabemos que la felicidad del cielo
no tendrá fin, y será sin interrupciones y menoscabo
La amistad es una cosa muy íntima, muy
entrañable, no cabe duda; pero por encima
de ella están los lazos de la sangre, los
vínculos familiares. ¿No los recuerdan?
¿No los recuerda cualquiera que me esté
leyendo? Cuando se les murió su padre o su
madre, su esposo o sus hijos, experimenta-
ron la amargura más grande de su vida.
Cuando tenemos cadáver en casa, ¡qué frío
está el hogar! Y cuando se llevan de casa los despojos de aquel ser tan querido, nos
arrancan un jirón de nuestras almas, un
pedazo de nuestras entrañas. ¡Cómo nos
duele, aquella terrible separación!
¡Ah!, pero vendrá la resurrección de la
carne, y con ella la reconstrucción definiti-
va de la familia, ¡Qué abrazo nos daremos
en el cielo! ¡La familia reconstruida para
siempre! Se acabaron las separaciones:
¡para siempre unidos!
Pero quizá a alguno de ustedes se les ocurra
preguntar: ―Padre, ¿y si al llegar al cielo
nos encontramos con que falta algún miem-
bro de la familia? ¿Cómo será posible que
seamos felices sabiendo que uno de nues-
tros seres queridos se ha condenado para
toda la eternidad?‖
Esta pregunta terrible no puede tener más
que una contestación: en el cielo cambiará por completo nuestra mentalidad. Estare-
mos totalmente identificados con los planes
de Dios. Adoraremos su misericordia, pero
también su justicia inexorable. En este
mundo, con nuestra mentalidad actual, es
imposible comprender estas cosas; pero en
el cielo cambiará por completo nuestra
mentalidad, y, aunque falte un miembro de
nuestra familia, no disminuirá por ello
nuestra dicha; seremos inmensamente feli-
ces de todas formas. Pero, no cabe duda,
que si no falta un solo miembro de nuestra familia, si logramos reconstruirla entera-
mente en el cielo, nuestra alegría llegará a
su colmo y será inenarrable.
156
Cómo conseguir reunirnos toda la fami-
lia en el cielo sin faltar ningún miembro.
¿Quieren lograr esa sublime aspiración?
¿Quieren que no falte un solo miembro de
su familia en el cielo? Les voy a dar la
fórmula para alcanzarla: recen el Rosario en
familia todos los días de su vida. La fami-
lia que reza el Rosario todos los días tiene
garantizada moralmente su salvación eter-
na, porque es moralmente imposible que la Santísima Virgen María, la Reina y Madre
dulcísimo, deje de escuchar benignamente a
una familia que la invoca todos los días,
diciendo cincuenta veces con fervor y con-
fianza: ―Ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte‖, Es
moralmente imposible, lo afirmo terminan-
temente en nombre de la teología católica.
La Virgen no puede desamparar a esa fami-
lia. Ella se encargará de hacerles vivir cris-
tianamente y de obtenerles la gracia de arrepentimiento si alguna vez tiene la des-
gracia de pecar. Es cierto que el que muere
en pecado mortal se condena, aunque haya
rezado muchas veces el Rosario durante su
vida. ¡Ah!, pero lo que es moralmente im-
posible es que el que reza muchas veces el
Rosario acabe muriendo en pecado mortal.
La Virgen no lo permitirá. Si rezan diaria-
mente, y con fervor, el Rosario, si invocan
con filial confianza a la Virgen María, ella
se encargará de que no mueran en pecado mortal. Dejarán el pecado, se arrepentirán,
vivirán cristianamente y morirán en gracia
de Dios. El Rosario bien rezado diariamente
es una patente de eternidad, ¡un seguro del
cielo! No se lo dice un dominico entusias-
mado porque fue Santo Domingo de
Guzmán el fundador del Rosario. No es eso.
Se los digo en nombre de la teología católi-
ca. ¡Recen el Rosario en familia todos los
días de su vida y les aseguro terminante-
mente, en nombre de la Virgen María, que
lograrán reconstruir toda su familia en el cielo! ¡Qué alegría tan grande al juntarnos
otra vez para nunca jamás volvernos a sepa-
rar!
Con los ángeles y con los Santos
Por encima de los goces de la familia re-
construida experimentará nuestra alma
alegrías inefables con la amistad y trato con
los Santos. En este mundo no podemos
comprender esto pero ya se les ha dicho que
en la otra vida cambiará por completo nues-
tra mentalidad. Allí veremos clarísimamen-
te que no hay más fuente de bondad, de
belleza, de amabilidad, de felicidad, que Dios Nuestro Señor, en el que se concentra
la plenitud total del Ser. Y, en consecuencia
lógica, aquellos seres, aquellas criaturas que
estarán más cerca de Dios contribuirán a
nuestra felicidad más todavía que los
miembros de nuestra propia familia. De
manera que el contacto y la compañía de los
Santos –que están más cerca de Dios- nos
producirá un gozo mucho más intenso que
el contacto y la compañía de nuestros seres
queridos en la tierra. Que cada uno piense ahora en los Santos de su mayor devoción e
imagine el gozo que experimentará al con-
templarles resplandecientes de luz en el
cielo y entablar amistad íntima con ellos.
Pero más todavía que con el contacto y
amistad con los Santos, quedará beatificada
nuestra alma con la contemplación de los
ángeles de Dios, criaturas bellísimas, res-
plandecientes de luz y de gloria. Dice Santo
Tomás de Aquino, y lo demuestra de una manera categórica, que los ángeles del cielo
son todos específicamente distintos. Lo cual
quiere decir que no hay más que uno de
cada clase. Imagínense, por ejemplo, que en
el reino animal no hubiera en todo el mun-
do más que un solo caballo, un solo león,
un solo toro, un solo elefante, etc., etc.; uno
solo de cada clase. Pues esto, exactamente,
es lo que ocurre con los ángeles: cada uno
de ellos constituye una especie distinta
dentro del mundo angélico, a cual más
hermosa, a cual más deslumbradora, pero totalmente diferente de todas las demás. No
hay dos ángeles iguales. La contemplación
del mundo angélico, con toda su infinita
variedad será un espectáculo grandioso.
Sabemos por la Sagrada Escritura que los
157
ángeles, a pesar de la diversidad específica
individual, se agrupan en nueve coros o
jerarquías angélicas, que reciben los nom-
bres de ángeles, arcángeles, principados,
potestades, virtudes, dominaciones, tronos,
querubines y serafines. Lo dice la Sagrada
Escritura, lo ha revelado Dios, no son sue-
ños fantásticos de un poeta. La contempla-
ción de esas nueve jerarquías angélicas, con
el número incontable de ángeles específi-camente distintos que forman parte de cada
una de ellas, será un espectáculo maravillo-
so, sencillamente fantástico, del que ahora
no podemos formarnos la menor idea.
Mil veces por encima de los ángeles, la
contemplación de la que es la Reina y So-
berana de todos ellos nos embriagará de una
felicidad inefable.
¡Madrileños! ¿Se acuerdan cuando hace unos años vino a Madrid la Virgen de Fáti-
ma, aquella imagencita pequeña de Cova de
Iría, la auténtica, la que se venera en el
lugar mismo de las apariciones. Fue tal el
delirante entusiasmo que se apoderó de
ustedes, que hubo momentos en que detrás
de ella –lo están recordando todos- iban
cuatrocientos mil madrileños, porque la
Virgen de Fátima era un imán que atraía
irresistiblemente sus corazones. Y aquello
no era más que una imagen blanca, precio-sa, la auténtica virgen de Fátima, la de
Cova de Iría, pero una imagencita nada
más. ¡Qué será cuando la veamos perso-
nalmente a ella misma ―vestida de sol, con
la luna bajo sus pies y una corona de doce
estrellas sobre su cabeza‖ como la vio el
vidente del Apocalipsis! Nos vamos a vol-
ver locos de alegría cuando caigamos a sus
pies y besemos sus plantas virginales y nos
atraiga hacia Sí para darnos el abrazo de
madre y sintamos su Corazón Inmaculado
latiendo junto al nuestro para toda la eterni-dad.
Nuestro encuentro con Nuestro Jesús
Señor
Pero ¿quién podrá describir, lo que experi-
mentaremos cuando nos encontremos en
presencia de Nuestro Señor Jesucristo,
cuando veamos cara a cara al Redentor del
mundo, con los cinco luceros de sus llagas
en sus manos, en sus pies, y en su divino
Corazón? Cuando caigamos de rodillas a
sus pies y cuando Él nos incorpore para
darnos su abrazo de Buen Pastor y nos diga
con inefable dulzura: ―Pobre ovejita mía, ¡cuántas veces te extraviaste fuera del redil
de tu Pastor alucinada por el mundo, el
demonio y la carne! Pero yo morí por ti, yo
rogué por ti al Eterno Padre, y ahora te
tengo ya en mi aprisco para toda la eterni-
dad‖. El gozo que experimentaremos en-
tonces es absolutamente indescriptible.
LA MÁXIMA FELICIDAD: LA
VISIÓN BEATÍFICA
El panorama que hemos contemplado hasta
aquí, es verdaderamente magnífico y des-lumbrador. Y, sin embargo, todo esto cons-
tituye únicamente lo que llamamos en teo-
logía la gloria accidental del cielo: la gloria
accidental del cuerpo y la gloria accidental
del alma. Todavía no les he dicho ni una
sola palabra de la gloria esencial. Lo que
hemos visto hasta ahora no es más que una
antesala; no hemos entrado todavía en el
salón del trono. Porque lo que constituye la
gloria esencial del cielo es lo que llamamos
en teología la visión beatífica o sea la con-templación facial, cara a cara, de la esencia
misma de Dios.
Imposible, hacer una descripción de la
visión beatífica. No tenemos acá, en la
tierra, ningún punto de referencia para esta-
blecer una semejanza o analogía. Pero a la
luz de la teología católica voy a hacer un
esfuerzo para darles una idea remotísima,
palidísima, de aquella inefable realidad.
Desde niños hemos cantado todos el himno Eucarístico con aquella preciosa estrofa;
―Dios está aquí…‖, aludiendo al Santísimo
158
adorable de la Eucaristía. Pero, también
desde niños, sabemos todos por el catecis-
mo que Dios está en todas partes. Dios está
en la Eucaristía y fuera de ella. En la Euca-
ristía está de una manera especial -
sacramentado-, pero fuera de la Eucaristía
está en todo cuanto existe, en todos los
seres y lugares de la creación, por esencia,
presencia y potencia.
Dios lo llena todo. Dios es inmenso. Está
dentro de nosotros y delante mismo de
nuestros ojos, pero sin que lo podamos ver
en el mundo, ¿saben por qué no podemos
ver a Dios en este mundo a pesar de que lo
tenemos delante de nuestros ojos? Se van a
quedar estupefactos creyendo que les estoy
gastando una broma. No le vemos, senci-
llamente porque está la luz apagada. Aun a
las dos de la tarde, y a pleno sol, está la luz
apagada para ver a Dios. Les voy a explicar este misterio.
Imagínense el caso de un turista que, en una
noche cerrada y oscura, sin luna, con densas
nubes que ocultan hasta el débil resplandor
de las estrellas, se acercara a la montaña
más alta del mundo, al monte Everest, que
tiene cerca de nueve mil metros de altura. Y
para contemplar aquella inmensa montaña
en aquella noche tenebrosa se le ocurriera
encender un fósforo. Diríamos todos que se había vuelto loco, porque un fósforo no
tiene suficiente luz para iluminar aquella
inmensa montaña, la mayor del mundo.
Pues algo parecido, nos ocurre en este
mundo con relación a la visión directa e
inmediata de Dios. Para iluminar a Dios, la
luz del sol es incomparablemente más pe-
queña y desproporcionada que el fósforo
para iluminar el monte Everest; ¡sin compa-
ración!
Para ver a Dios, hace falta una luz espa-
cialísima, que recibe en teología el nombre
de lumen gloriae: la luz de la gloria. Los
teólogos que me leen saben muy bien que el
lumen gloriae no es otra cosa que un hábito
intelectual sobrenatural que refuerza la
potencia cognoscitiva del entendimiento
para que pueda ponerse en contacto directo
con la divinidad, con la esencia misma de
Dios, haciendo posible la visión beatífica de
la misma. Si Dios encendiese ahora mismo
en nuestro entendimiento ese resplandor de
la gloria, el lumen gloriae, aquí mismo
contemplaríamos la esencia divina, gozar-
íamos en el acto de la visión beatífica, por-que Dios está en todas partes, y si ahora no
le vemos es porque nos falta ese lumen
gloriae, sencillamente porque está apagada
la luz
¿Y qué veremos cuando se encienda en
nuestro entendimiento el lumen gloriae al
entrar en el cielo? Es imposible describirlo.
El apóstol San Pablo, en un éxtasis inefable,
fue arrebatado hasta el cielo y contemplo la
divina esencia por una comunicación transi-toria del lumen gloriae, como explica el
Doctor Angélico. Y cuando volvió en sí, o
sea, cuando se le retiró el lumen gloriae, no
supo decir absolutamente nada (2 Cor 12,
4) porque: ―Ni ojo vio, ni oído oyó, ni el
entendimiento humano es capaz de com-
prender lo que Dios tiene preparado para
los que le aman‖ (1 Cor 2, 9).
San Agustín, y detrás de él toda la teología
católica, nos enseña que la gloria esencial del cielo se constituye por tres actos fun-
damentales: la visión, el amor y el goce
beatíficos.
La visión beatífica,. La visión ante todo.
Contemplaremos cara a cara a Dios, y en
Él, como en una pantalla cinematográfica,
contemplaremos todo cuanto existe en el
La visión beatífica es la visión directa e intuitia de
Dios. En este mundo no conocemos a Dios sino por
raciocinio, en cuanto las criaturas nos revelan su
existencia. En la otra vida “lo veremos tal como es”,
en su misma esencia y belleza infinita (1 Jn 3, 2). San
Pablo nos alerta que en esta vida vemos a Dios como
en un espejo y oscuramente; pero entonces le veremos
“cara a cara” (1 Cor 13, 12). Y San Juan nos enseña
que “lo veremos tal como es”
159
mundo: la creación universal entera, con la
infinita variedad de mundos y de seres
posibles que Dios podría llamar a la exis-
tencia sacándolos de la nada. No los vere-
mos todos en absoluto o de una manera
exhaustiva, porque esto equivaldría a abar-
car al mismo Dios, y el entendimiento crea-
do ni en el cielo siquiera puede abarcar a
Dios. Pero una variedad casi infinita de
seres posibles, de combinaciones imagina-bles, las veremos en Dios maravillosamen-
te. Y desde luego, veremos todo cuanto
existe: la creación universal entera. ¡Qué
película cinematográfica! ¡Qué espectáculo
tan deslumbrador contemplaremos en la
esencia misma de Dios!
Y ese espectáculo fantástico durará eterna-
mente, sin que nunca podamos agotarlo, sin
que se produzca en nuestro espíritu el me-
nor cansancio por la continuación incesante de la visión. En este mundo nos cansamos
enseguida de todo, porque el espíritu está
pronto, pero la carne es flaca y desfallece
con facilidad. Imagínense en este mundo
una fantástica película cinematográfica, un
grandioso espectáculo que durara ocho días
seguidos, sin un momento de descanso. No
lo resistiríamos. En este mundo nos cansa-
mos, porque el cuerpo es pesado, necesita
descanso, y arrastra en su pesadez al alma.
Pero como en el cielo el cuerpo seguirá en todo las vicisitudes del alma –como les
expliqué antes-, no habrá posibilidad alguna
de cansancio, y, por lo mismo, no nos can-
saremos jamás de contemplar aquel es-
pectáculo maravilloso de variedad infinita.
Den rienda suelta a su imaginación, que se
quedarán siempre cortos. ¡Qué película tan
fantástica para toda la eternidad!
El objeto principal de la visión beatífica es Dios
mismo. Pero en la esencia divina verán las almas
cuanto les cause placer, como los misterios que creye-
ron sobre la tierra, y muchas verdades y sucesos de
este mundo de acuerdo con sus conocimientos, estado
y oficio.
El amor beatífico. El segundo elemento
de la gloria esencial del cielo es el amor.
Amaremos a Dios con toda nuestra alma,
más que a nosotros mismos. Solamente en
el cielo cumpliremos en toda su extensión
el primer mandamiento de la ley de Dios,
que está formulado en la Sagrada Escritura de la siguiente forma: ―Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón y con toda tu
alma y con todas tus fuerzas‖ Solamente en
el cielo cumpliremos este primer manda-
miento con toda perfección y, en su cum-
plimiento, encontraremos la felicidad plena
y saciativa de nuestro corazón.
El goce beatífico. En tercer lugar, en el
cielo gozaremos de Dios. Nos hundiremos
en el piélago insondable de la divinidad con deleites inefables, imposibles de describir.
¿Han presenciado alguna vez un campeona-
to de salto alto en un club náutico? El tram-
polín se adelanta unos cuantos metros sobre
el mar. Y el competidor, a la señal conveni-
da, se lanza desde el trampolín y se hunde y
desaparece bajo el agua. A veces transcu-
rren bastantes segundos sin que se vea apa-
recer por ningún lado, y cuando la gente
que está contemplando la prueba comienza a contener con angustia la respiración cre-
yendo que se ha ahogado que ya no sale a la
superficie, allí lejos aparece, por fin, el
nadador y comienza a nadar con brazos
vigorosos hasta alcanzar la orilla.
Pues algo parecido ocurrirá en el cielo. Ya
podrán comprender, que esto es una metá-
fora que encierra una realidad sublime. Nos
La visión de Dios produce el amor beatífico. Cono-
ciendo su infinita bondad y belleza, no podemos menos
que amarlo con todo nuestro corazón. Nos advierte el
Apóstol que la fe y la esperanza desaparecen en la
otra vida. (en la otra no creemos, sino que vemos; ya
no esperamos, sino que poseemos); por el contrario el
amor en el cielo se aumenta y perfecciona. El amor de
Dios nos hará felices, porque comprenderemos que
Dios, infinito bien e infinita belleza, es nuestro propio
bien, esto es, se nos dará para saciar la sed de felici-
dad de nuestro corazón.
160
subirán, por decirlo así, a un gran tram-
polín, y desde aquella atalaya contempla-
remos el océano insondable de la divinidad:
aquel mar sin fondo ni riberas, que es la
esencia misma de Dios, en el que está con-
densado todo cuanto hay de placer, y de
riquezas, y de alegría, y de belleza, y de
bondad, y de amor, y de felicidad embria-
gadora. Todo cuanto puede apetecer y lle-
nar el corazón humano, pero en grado infi-nito. Y cuando nos digan: ―¿Ves este es-
pectáculo tan maravilloso y deslumbrador?
Pues no es únicamente para que lo veas,
esto no es para que lo contemples a distan-
cia, sino para que lo goces, para que lo
saborees, para que te hundas en él‖. Y,
efectivamente, nos lanzamos al agua y nos
hundiremos en el océano insondable de la
esencia divina, y entonces nuestra alma
experimentará unos deleites inefables, de
los cuales en este pobre mundo no podemos formarnos la menor idea. Estará como em-
briagada de inenarrable felicidad, casi in-
cómoda a fuerza de ser tan intensa, Y para
colmo de todo nos daremos cuenta que
aquella felicidad embriagadora no terminará
jamás; durará para siempre, para siempre,
para toda la eternidad, mientras Dios sea
Dios.
NUESTRA RESPUESTA
Estamos a tiempo todavía. A través de este
documento me pueden estar leyendo miles
y ojalá millones de personas. Quisiera que
Los gozos en el cielo no serán iguales, sino en pro-
porción a los méritos de cada uno; de tal manera, sin
embargo, que todos serán eternamente felices con el
grado de gloria que les corresponda. Así como el
pequeño no envidia el vestido de su papá por verlo
más grande, así en el cielo, nadie envidiará un grado
superior de gloria, porque cada cual tiene lo que le
hace falta.
Algunos santos, tendrán, por méritos y victorias
peculiares, una recompensa especial, llamada aureo-
la. Se distinguen tres: la de los mártires, en premio a
su fortaleza; la de los doctores, en premio de su sabi-
duría; y la de las vírgenes, en galardón a su virgini-
dad.
todo el mundo me escuchara. Porque este
tema del cielo que acabo de resumir breví-
simamente es de los más alentadores, de los
más estimulantes para decidirse a vivir
cristianamente, cueste lo que cueste. ¡Lo
que pierden los pobres pecadores! Si algu-
no, después de haber leído este escrito,
resiste a la gracia y se vuelve todavía del
lado del mundo, del demonio y de la carne,
y llega a condenarse para toda la eternidad, estas palabras que estoy escribiendo en
estos momentos resonarán trágicamente en
sus oídos en el infierno, y se dirá a sí mis-
mo, en medio de una espantosa desespera-
ción: ¡imbécil de mí, que me lo dijeron a
tiempo! ¡Me lo dijeron a tiempo! Pero pudo
más aquella mala mujer, pudo más aquel
dinero mal adquirido, pudo más aquel odio
y aquel rencor. ¡No quise confesarme! Morí
impenitentemente. ¡Imbécil de mí, que me
lo dijeron a tiempo! Podría estar ahora mismo en el cielo, embriagado de una feli-
cidad inenarrable. Y ahora estoy condenado
por toda la eternidad‖.
Estamos todavía a tiempo. Les hablo en
nombre de Cristo. No soy más que un pobre
altavoz, un pobre misionero de Cristo.
Vuélvanse a Él, que los espera con su infi-
nito amor y misericordia. Cristo los espera
con los brazos abiertos, Aunque lo hayan
escupido, aunque lo hayan blasfemado, aunque hayan pisoteado su sangre. Hoy,
como en la cima del Calvario, nos mira a
todos con infinita compasión y dice: ―Pa-
dre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen‖. ―Hoy mismo –si quieres- estarás
conmigo en el Paraíso‖
Invoquen a María, su dulce Madre: ―Hijo,
ahí tienes a tu Madre‖. Eviten la espantosa
desesperación eterna, que los hará orar
inútilmente ―Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?‖ ―¡Tengo sed!‖
―Tengo sed de salvar sus almas. ¡Vengan
todos a mi Corazón para que pueda lanzar
otra vez mi grito de triunfo: ―Todo está
cumplido‖ Les prometo mi ayuda durante la
161
vida y la gracia soberana de la perseveran-
cia final para que puedan exclamar en sus
últimos momentos: ―Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu‖.
Con esto, su muerte cristiana será para
ustedes el término de esta vida de lágrimas
y de miseria y la entrada triunfadora en la
ciudad de los bienaventurados, donde serán
felices para siempre, para siempre, para
toda la eternidad. Así sea.
162
163
G. EL TERRIBLE ERROR DE LA CREENCIA EN LA
REENCARNACIÓN
UN TERRIBLE ENGAÑO QUE BUSCA LA
PERDICIÓN DEL ALMA
PARTE DE LAS MISMAS CUATRO MENTIRAS
DEL EDÉN
“NO MORIRÉIS” - “SABRÉIS EL BIEN Y EL MAL”
El concepto de la muerte y del pecado en el cristianismo
El concepto de la muerte y el pecado en la Nueva era (Reencarnación)
Consecuencias espirituales de estos dos engaños
“SERÉIS COMO DIOSES”
El concepto de Dios en el Cristianismo y en la Nueva era El concepto de l hombre en el Cristianismo y en la Nueva era
Consecuencias espirituales del engaño de la Nueva era
“SERÁN ABIERTOS VUESTROS OJOS”
El concepto del poder de la mente y la voluntad en el cristianismo
El concepto del poder de la mente y la voluntad en la Nueva era y sus
consecuencias
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G. EL TERRIBLE ENGAÑO DE LA CREENCIA
EN LA REENCARNACIÓN
UN TERRIBLE ENGAÑO QUE
BUSCA LA PERDICIÓN DEL
ALMA.
La reencarnación es la creencia de que el individuo vive y muere muchas veces en
toda una cadena de existencia sucesivas,
bajo diversos cuerpos cada vez, hasta per-
feccionarse y quedar libre de culpas, para
entonces llegar, o al nirvana (algo así como
el vacío o la nada), o a disolverse en el gran
todo del universo.
Para entender la reencarnación en todo su
significado, hay que tener presente que
cuando el demonio hizo caer en el pecado de autoidolatría a Adán y a Eva en el Paraí-
so, les prometió estas tres cosas: que serían
como dioses, que tendrían sabiduría y que
no morirían (Gen 3, 4-5). En nuestro tiempo
vuelve a tentar a toda la humanidad con el
mismo pecado de convertirnos en dioses sin
Dios y también nos promete la sabiduría
(gnosis, conciencia alterada o expandida,
meditación trascendental, Tao, control
mental, etc.) y por supuesto, la inmortali-
dad. Para esto último predica ahora la doc-trina de la ―reencarnación‖.
Ante la imposibilidad de negar el hecho
cierto e ineludible de la muerte, la Nueva
era, movimiento espiritual que se está to-
mando a occidente con increíble fuerza,
promete astutamente a sus adeptos una
fantasiosa reencarnación. Y esta no es sino
Este artículo de José Galat nos pone en pers-pectiva complementaria, el terrible engaño que el movimiento de la Nueva era está causando al esparcir con mucho éxito en occidente la creen-cia en la reencarnación, que contradice todo lo expuesto en este libro. Podemos ampliar el tema en el libro No 9 de esta serie “El próximo corto reinado del Anticristo profetizado”, en el capítu-lo correspondiente
una copia paupérrima de la inmortalidad.
Paupérrima, porque según el budismo y el
hinduismo, (de donde viene esta mentira
que adaptan maquilladamente a occidente), la reencarnación resulta ser más que una
bendición, una desgracia a que se ven so-
metidos los hombres por la llamada ley del
―Karma‖, según la cual hay que pagar en
vidas futuras los males hechos en vidas
pasadas.
Ahora bien, desconociendo la severidad y
seriedad que la doctrina reencarnacionista
tiene en las viejas religiones del extremo
oriente, los norteamericanos y europeos han
La vida así sería un largo purgatorio en ciclos
cuya máxima culminación aspira a ser un des-canso con la pérdida de conciencia de sí (nirva-na) y dilución en la energía del universo. ¡Qué remedo tan pobre del cielo prometido a los cristianos!
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elaborado una versión ―light‖ y bien tran-
quilizadora del ciclo de las vidas sucesivas.
Estas sirven, no tanto para pagar las culpas
de existencias anteriores, cuanto como
pretexto para seguir alegremente en los
vicios y pasiones vergonzosas, con la ilu-
sión de contar con nuevas oportunidades de
enmienda en reencarnaciones futuras.
De este modo, la desfiguración occidental de la reencarnación la convierte en estímulo
irresponsable para la inmoralidad: Puedo
seguir en una vida de depravación, porque
luego disfrutaré de otras existencias para
arrepentirme y, además, no hay purgatorio,
ni infierno como castigo eterno.
La reencarnación, pese a lo que pretenden
sus adeptos, no se ha corroborado científi-
camente. Se aducen las regresiones en tran-
ce hipnótico como ―prueba‖. Pero estas
experiencias son equívocas y en manera
alguna concluyentes. Hay, por el contrario, fuertes indicios de que una persona forzada
bajo el hipnotismo a hablar de sus supuestas
vidas pasadas, lo que hace es fabular, es
decir, que su inconsciente se ve obligado a
inventar fanstasías.
Otra supuesta ―prueba‖ es la sensación que
experimentamos a veces de ―haber vivido
antes‖ lo que ahora vivimos. Pero este
fenómeno es una simple ilusión de la me-
moria, que los psicólogos llaman ―param-nesia‖ y que nada tiene que ver con vidas
pasadas.
Por otra parte, las supuestas reencarnacio-
nes dejan al hombre sin identidad propia
¿Quién soy yo? El que fui en mi vida ante-
rior, en la trasanterior, o en la actual, o en la
futura? Y si antes fui persona y poco des-
Satanás, quien está detrás de este monumental engaño, se refriega las manos al ver que de este modo la persona pierde toda capacidad de arrepentimiento y al no reconciliarse con su Creador, muere en pecado mortal, perdiendo eternamente su alma en el infierno.
pués reencarné en un cerdo o en un asno,
quién o qué soy en definitiva? Y si me
como un buen bistec, ¿no estaré, de pronto
devorándome a la que fue mi abuela? A
todas estas consecuencias, inclusive ridícu-
las, se llega bajo esta doctrina.
La Nueva era fomenta la soberbia de sus
seguidores haciéndoles creer que son dio-
ses, o pueden alcanzar el estado divino, por cuenta propia y gracias a sus esfuerzos
personales. Pero esta descabellada doctrina
se estrella contra el hecho inevitable y cla-
ro, de que toda criatura algún día habrá de
dejar de vivir. La muerte, entonces, pregona
el fracaso de todas las autoidolatrías. Los
que se proclaman a sí mismo como dioses,
deben meditar en este inexorable destino, si
no quieren ver frustradas sus ilusiones.
Desde el punto de vista de la fe cristiana, la resurrección y no la reencarnación, es de lo
que habla la Biblia. Así, San Pablo, en la
epístola a los Hebreos (9, 27) declara que
―moriremos una sola vez y después viene
para nosotros el juicio de Dios‖. Y a peca-
dores notables, como el llamado ―buen
ladrón‖, no le dijo Cristo que viviera otras
vidas para pagar sus culpas, sino que le
prometió: ―Hoy estarás conmigo en el pa-
raíso‖ (Lc 23, 43). La parábola de las vírge-
nes prudentes y necias (Mt 25, 13), corro-bora la existencia de una sola vida. Calum-
nian, pues, a Jesús los que pretenden que Él
era reencarnacionista.
La doctrina de la reencarnación niega mu-
chos dogmas y verdades del cristianismo,
como el pecado original, la promesa de la
redención, las profecías mesiánicas y el
sacrificio redentor de Cristo, la salvación
por la gracia de Dios, la existencia del cielo,
del purgatorio y del infierno, etc.
Lo peor de la doctrina reencarnacionista no
es sólo fomentar la inmoralidad, so pretexto
de contar con varias vidas para rectificar
yerros, sino exaltar el orgullo del hombre al
hacerse éste y no Cristo, el artífice de la
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redención. El hombre se autopurifica y se
autoredime sin necesidad de la gracia y las
ayudas de Dios. Se cree autosuficiente y,
por eso, rechaza la salvación que Jesucristo
nos mereció con su sacrificio de la cruz.
El destino sombrío que la reencarnación le
promete al hombre, hace inútiles su liber-
tad, sus esfuerzos, sus luchas y sus sacrifi-
cios por mejorar y perfeccionarse. Si en definitia, todo es para nada y no hay felici-
dad eterna en compañía de nuestro Creador
y Redentor, la reencarnación no es una
bendición sino la más cruel y lúgubre de las
frustraciones.
Finalmente, una consideración estadística
que echa por tierra la reencarnación: En
épocas anteriores, había menos gente sobre
el planeta. Así, por ejemplo, en tiempos de
Cristo, hace 20 siglos, el mundo de enton-ces apenas contaba con unos cien millones
de personas. Pero ya, por ejemplo, a fines
de la edad media, en el siglo XI, los habi-
tantes del globo se acercaban a mil millo-
nes. Hoy son cerca de siete mil millones.
Ante estos hechos cabe preguntar entonces:
¿De dónde salieron más almas para ocupar
los nuevos cuerpos multiplicados de las
personas? ¿De dónde, por ejemplo, salieron
los novecientos millones de diferencia entre los cien millones del siglo I y los del siglo
XI? ¿Ya existían las nuevas almas, o no?
¿Salieron de la nada, o alguien las creó?
¿Quién?
No se responda, que las almas de los que
ahora son humanos también pudieron estar
antes alojados en animales, por efecto de
castigos debidos al ―Karma‖ y que de allí
pasaron a las actuales personas. Este argu-
mento no tiene consistencia, porque no sólo
los habitantes humanos de la tierra crecen o se aumentan con los años, sino que también
se multiplican los animales. Entonces, el
interrogante subsiste: ¿De dónde salen las
almas de las personas nuevas que vienen a
la vida con el crecimiento demográfico de
año en año? Seamos sinceros: Las estadísti-
cas le juegan una mala pasada a la doctrina
de la reencarnación.
PARTE DE LAS MISMAS
CUATRO MENTIRAS DEL
EDÉN
En el Libro del Génesis en el capítulo 3,
versículo 4 y 5, se nos narra el engaño de la
Serpiente a Eva, para hacerla desobedecer y
comer del fruto del árbol del bien y del mal,
prohibido, y que dio lugar al pecado origi-
nal:
“Entonces la serpiente dijo a la mujer: no
moriréis; sino sabe Dios que el día que
comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el
mal”
Satanás quiso hacer caer al hombre en los
mismos pecados que lo hicieron caer a él
del cielo: falta de fe, soberbia y rebeldía
ante Dios. Lo seduce a la desobediencia con
cuatro mentiras: ―no moriréis‖, ―sabréis el
bien y el mal‖, ―Seréis como dioses‖, y ―se
os abrirán vuestros ojos‖.
Veamos cómo la Nueva era no es sino un simple remedo de esta tentación original, y
que detrás de estas sutiles tentaciones Sa-
tanás quiere alcanzar su propósito constante
y final, o sea hacer perder el alma de los
que las sigan.
“NO MORIRÉIS”
“SABRÉIS EL BIEN Y EL MAL”
El concepto de la muerte y del pecado
en el cristianismo
Un último complemento del autor de la obra
que termina de poner en perspectiva lo malévolo de esta creencia reencarnacionista. Se amplía el tema en el libro No. 9 “El próximo corto reina-do del Anticristo profetizado”
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Los cristianos creemos en la inmortalidad
del alma y que en una sola vida podemos
ejercer nuestra libertad para escoger si
aceptamos o no la invitación de Dios a
disfrutar de la felicidad eterna a su lado
luego de la muerte – razón de ser de la
existencia –, o rechazarla.
Creemos que en el momento de la muerte
tenemos de inmediato nuestro juicio parti-cular, en el cual somos evaluados frente al
cumplimiento de los mandamientos de la
Ley de Dios. Denominamos pecado toda
falta contra esta Ley, dictaminada por Dios
en las Sagradas Escrituras y puesta en nues-
tra conciencia innatamente. Hay pecados
―veniales‖ y hay pecados ―mortales‖
Pecado mortal es una ofensa a Dios en
materia grave, con plena conciencia y plena
voluntad. Esto equivale a un rechazo a Dios y a su invitación. Siempre podremos en
vida arrepentirnos de cualquier pecado
mortal, aceptando su gravedad, sus conse-
cuencias, reconciliándonos con Dios y
recobrando un estado de ―gracia‖.
Si morimos en estado de gracia, pasaremos a compartir con Dios la felicidad eterna. Si
morimos en pecado mortal iremos irreme-
diablemente al infierno, la única otra posi-
bilidad de existencia postrera. Ha sido nues-
tra libre elección. Habrá un final del mun-
do, todos los muertos resucitarán, habrá un
Juicio Universal, y estaremos eternamente
en el Cielo o en el Infierno, en cuerpo y
alma.
A esto se reduce en esencia el drama de la existencia humana. Nacimos para tomar en
una sola vida la decisión de en dónde pasar
la eternidad.
El concepto de la muerte y el pecado
en la Nueva era
Como vimos, la Nueva era cree en la tras-
migración del alma luego de cada vida, y
que la calidad de cada encarnación depende
de cómo nos hayamos comportado respecto
al bien y el mal en la anterior.
La diferencia entre bien y del mal aquí es
muy difusa y cada uno obra de acuerdo a su
propio concepto y en forma muy elástica.
Hay algunas pautas obvias de criterios
respecto al bien y al mal que aceptan, por
ejemplo el respetar las leyes humanas lega-les, rechazar crímenes atroces, injusticias
exageradas, etc. Pero rechazan la idea de
pecado pues se relaciona con un Legislador
personal al que tendríamos que dar cuentas.
Son simples errores y experiencias de
aprendizaje sin consecuencias ante un Dios
que se ofenda o de un posible infierno de
castigo.
Creen que por una ley impersonal llamada
del Karma, reencarnamos en unas circuns-tancias más favorables si hemos avanzado
en el bien, o retrocedemos a otras circuns-
tancias más desfavorables en las que ―pur-
gamos‖ los errores. En casos graves se
puede inclusive devolver y encarnar nue-
vamente en formas infrahumanas. Pero
finalmente, después de reaprender de los
propios errores en muchas reencarnaciones,
todos tarde o temprano llegamos, creen, a la
plena realización en personas nobles y
buenas. Se termina el largo recorrido y pasamos al nirvana o paz absoluta en la que
nos diluimos en la energía cósmica de la
que salimos.
Consecuencias espirituales de estos
dos engaños El cristiano que vive con conciencia de la
gravedad de las consecuencias del pecado
mortal trata de evitarlo y si cae en él, busca
rápidamente reconciliarse con el Creador.
Quiere morir en gracia de Dios y conseguir
la felicidad eterna. Sabe que en una sola
vida se ―juega‖ su destino eterno. Y no lo
hace simplemente por miedo al castigo, o
por cumplir, sino que responde a Su amor y
a Su invitación a la felicidad eterna. Acepta
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los mandamientos del Creador amoroso, y
los acata con humildad.
Quien vive convencido de los principios de
la Nueva era no cree que haya una sola
muerte luego de la cual tenemos un juicio
ante el Dios legislador, que nos premia o
nos castiga según nuestra decisión personal.
Cree que la muerte física que todos sufri-
mos es aparente y temporal pues rápida-mente transmigramos a otro cuerpo. Ya
aceptó el engaño del ―no moriréis‖.
Quien vive de acuerdo a los principios de la
Nueva era, no acepta que haya un Legisla-
dor sino una la ley del Karma, impersonal.
No siente ningún temor especial si ha obra-
do mal en forma evidentemente grave y no
siente la necesidad de reconciliarse con una
energía que obviamente no puede ofender-
se, pues no tiene conciencia de sí misma, ni es un ser superior del cual depende. Tam-
poco cree que existan unas leyes fijas de-
terminadas por un Ser superior que den
lugar a una distinción clara de lo bueno y lo
malo, de lo grave y de lo atenuado. Cada
persona decide por su cuenta lo bueno y lo
malo. Ha superado los tan incómodos diez
mandamientos y los ha sustituido por otros
hechos por él mismo según sus convenien-
cias. Ya aceptó el engaño de ―Sabréis el
bien y el mal‖.
Así como todos tenemos un instinto de
conservación física que nos hace huir de los
peligros y buscar mantener la vida, y quien
lo pierde se vuelve un temerario o un suici-
da, así todos tenemos un instinto de conser-
vación espiritual, que busca la salvación del
alma. Este instinto espiritual se manifiesta,
por ejemplo en el arrepentimiento de los
pecados y en lo que llamamos el ―Santo
temor de Dios‖. La Nueva era puede hacer-
nos perder ese instinto de conservación espiritual. Sin conciencia y arrepentimiento
de los pecados, y sin temor a Dios, fácil-
mente podemos caer en un alejamiento tal
de Dios y sus leyes que nos lleve a que
pongamos en peligro nuestra felicidad eter-
na. Esto pasará si morimos en pecado mor-
tal sin reconciliación con Dios.
“SERÉIS COMO DIOSES”
El concepto de Dios en el
Cristianismo y en la Nueva era
Los cristianos sabemos que Dios es un ser
espíritu puro, totalmente diferente de su
creación -la que sacó de la nada-, y que no
se confunde con ella. Es un ser persona, con
inteligencia y voluntad, conciencia de sí,
omnisciente, omnipotente, providente, no una energía impersonal como lo concibe la
Nueva era.
Como vimos, el concepto de Dios que
―vende‖ la Nueva era en sus múltiples gru-
pos de expresión, es muy diferente del
concepto que tenemos de Dios los cristia-
nos. Aunque hablan continuamente de Dios
y nosotros creemos que estamos hablando
de lo mismo, no es así. Para la Nueva era
Dios es una energía impersonal que está detrás de todo lo que existe, materia y espí-
ritu. Esta energía es eterna y evoluciona de
lo material a la vida y de esta al espíritu. En
este sentido Dios es todo y todo es Dios.
Una mesa es Dios, la tierra es Dios, una
planta, un animal son dioses, yo soy Dios.
Es lo que se denomina el panteísmo. Por lo
tanto se termina adorando al sol, a la madre
tierra (Gaia, Pasha mama), a la naturaleza, a
los animales, etc., y se cae finalmente en el
politeísmo, como los hinduístas. No hay
creación porque no hay un Creador diferen-te de su creación. Todo es un eterno evolu-
tivo.
El concepto del hombre en el
Cristianismo y en la Nueva era El cristianismo cree que todos somos seres
creados por Dios para compartir su felici-
dad eterna. Nos hace a su imagen y seme-
janza y por lo tanto nos crea con libertad,
para que durante una sola existencia, esco-
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jamos libremente y aceptemos o no esta
invitación a la felicidad eterna a su lado.
Luego de la muerte viene un juicio particu-
lar, al final un juicio universal y la resurrec-
ción, y pasaremos la eternidad a su lado (en
el cielo), o lejos de Él (en el infierno),
según si hemos aceptado la invitación,
siguiendo sus mandamientos y muriendo
reconciliados o no con Él.
La Nueva era concibe al hombre como
parte superior de esa energía evolutiva que
se espiritualiza y reencarna multitud de
veces en unos ciclos de aprendizaje que lo
hacen ser más Dios, hasta llegar a serlo,
cuando finalmente se libera del cuerpo y
descansa en una paz tan completa (el Nir-
vana) que pierde conciencia de sí, y se
integra de nuevo con la energía espiritual
infinita. El hombre según ellos es Dios y su
evolución es llegar a desarrollarse como tal.
Consecuencias espirituales del enga-
ño de la Nueva era
El concepto que suelen tener todos los mo-
vimientos espirituales afines a la Nueva era,
sobre Dios, el hombre y su relación, pone en peligro la salvación del alma.
Cuando le preguntan a Jesús “¿Cuál de los
mandamientos encabeza a los demás?”,
contesta:
“El primer mandamiento es: Escucha Isra-
el: El Señor, Nuestro Dios, es el único
Señor.
Al Señor tu Dios amarás con todo tu co-razón, con toda tu alma, con toda tu inteli-
gencia y con todas tus fuerzas.
Y después viene éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. No hay ningún manda-
miento más importante que éstos.” (Mc 12,
29-31)
Dios le da a Moisés los Diez Mandamientos
y los encabeza con el primeo: “No tendrás
otros dioses fuera de Mí” (Ex 20 3)
Es muy difícil cumplir el primer manda-
miento de amar a Dios sobre todas las co-
sas, cuando todas las cosas son Dios y Dios
son todas las cosa indistintamente. Desde la
posición de la Nueva era no es fácil amar y
orarle a una fuerza impersonal. Se suele terminar adorando a todo en la naturaleza y
especialmente a uno mismo. Al fin y al
cabo, ¡Yo soy Dios! Las personas que más
ha ―evolucionado‖, con más reencarnacio-
nes exitosas hasta llegar a ser ―maestros
ascendidos‖ son expresiones más puras de
Dios y merecen con más razón nuestra
adoración.
El hombre intuye en su conciencia la exis-
tencia de un ser superior creador, al cual debe rendirle culto y reverencia. Si el obje-
tivo de Satanás es evitar que cumplamos
ese primer mandamiento de amar a Dios
por sobre todas las cosas, qué forma más
sutil de dirigir esta tendencia innata y lle-
varla más bien a adorar a sus criaturas. Y de
paso se consigue que tengamos muchos
dioses fuera de Dios.
La Nueva era lleva a adorar a muchos
dioses en la naturaleza, a adorarse a sí mis-mo, a rendirle culto a los ―maestros ascen-
didos‖ y especialmente a facilitar el camino
para adorar al Anticristo, cuando se aparez-
ca y reclame la adoración al hacernos creer
que él es el ser más evolucionado sobre la
tierra. Buena parte de la humanidad caerá
en esta tentación: ―Seréis como Dioses‖.
De otro lado en esta espiritualidad el se-
gundo mandamiento de amar al prójimo
como a sí mismo, se confunde y se iguala
totalmente con el amor a Dios, hasta susti-tuirlo. Valdría la pena ver los pasajes trans-
critos al respecto en el libro No. 7, para ver
cómo se consigue también evitar rendirle
culto de adoración al Dios totalmente otro,
Juez y Señor de toda su creación, y cómo
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podemos terminar adorando al hombre en
sustitución. Nuevamente caemos en el
―Seréis como dioses‖.
“SERÁN ABIERTOS VUESTROS
OJOS”
El concepto del poder de la mente y
la voluntad en el cristianismo
El sentido de la vida según el cristianismo está expresado muy bien en una frase de los
catecismos tradicionales: ―nacimos para
conocer, amar y servir a Dios, y después
verle y gozar de su felicidad en el Cielo‖.
Nos sabemos criaturas dependientes de un
Ser superior, que al crearnos a su imagen y
semejanza, nos ha dado muchas capacida-
des físicas, mentales y espirituales, espe-
cialmente la inteligencia y la voluntad que
nos diferencia de los animales, para cumplir
nuestros propósitos de ser felices eterna-mente. Estamos acá solo de paso. Conoce-
mos su creación por medio de la inteligen-
cia, y la utilizamos para nuestro bien y para
servirle en nuestros hermanos. Pero no solo
conocemos a Dios, nuestra naturaleza, sus
leyes, etc. por la sola inteligencia y la cien-
cia, sino a través de la fe. Sabemos que hay
misterios que no podemos comprender por
nuestras limitaciones, y aceptamos con fe
humildad la Verdad revelada en la Biblia.
Tenemos voluntad propia, pero la subordi-
namos a hacer la voluntad de Dios, o sea
cumplir sus mandamientos y conservarnos
humildemente dependientes de Él, con
conciencia de nuestras limitaciones. Tene-
mos muchísimos talentos por desarrollar y
los aplicamos para satisfacer nuestras mu-
chas necesidades físicas, emocionales y
espirituales en esta vida, como medios, no
como fines en sí, y para cumplir la ley del
amor sirviendo efectivamente a los demás.
El concepto del poder de la mente y
la voluntad en la Nueva era y sus
consecuencias espirituales
La Nueva era se empeña en hacernos abrir
nuestros ojos a nuestras infinitas capacida-
des mentales, y al conocimiento de verda-
des y técnicas para el manejo de la realidad
que supuestamente han estado ocultas por
la civilización cristiana. Suponen que así
podemos manejar esta realidad, y tomamos
poder sobre la naturaleza y satisfacer a
voluntad todos nuestros deseos. Pero lo más
importante es que lo podemos hacer sin necesidad de depender de cumplir la volun-
tad de un Ser superior, de un Dios diferente
de nosotros mismos.
Ofrece a sus iniciados por lo tanto toda una
―nueva tecnología‖ para liberar nuestras
capacidades infinitas descubriendo el dios
que tenemos en nuestro interior: psicotécni-
cas, métodos para liberar potenciales con
iluminación, visualización, etc. Ofrece
fórmulas cuasimágica y mágicas para ma-nejar las energías y facilitar el alcance de
cualquier deseo en esta vida, para auto
desarrollarnos, auto superarnos, auto reali-
zarnos.
Pero, ¿qué es lo que hay detrás de esta
actitud fomentada?
Ya no se trata de conocer, amar y servir a
Dios totalmente otro, de depender de Él
para nuestra salvación, de pedirle ayuda
como criaturas limitadas aún para nuestras necesidades en esta vida, con humildad. Se
trata de que yo mismo puedo ser mi mismo
Dios. Todo lo puedo alcanzar si descubro
los secretos esotéricos desconocidos para
los no iniciados. Lo mismo se aplica a nivel
social. Lo que se quiere hacer creer es que
se puede hacer un paraíso aquí en la tierra
con nuestras solas capacidades, sin necesi-
dad de referirnos ni depender de un Dios
diferente del que tenemos dentro de noso-
tros, ni de acuerdo a unas leyes inmutables,
172
consignadas en la Biblia que debemos
cumplir.
En el fondo es un canto a la autosuficiencia,
a la soberbia, al vano orgullo y a repetir la
declaración de Satanás en el Cielo: ―¡No
serviré!‖ Haré mi propia voluntad, no la de
Dios. No acepto leyes impuestas por otro,
solo las que yo mismo me imponga. El
pecado que dio lugar a su caída fue uno de soberbia y rebeldía. Lo hizo repetir a nues-
tros primeros padres con la tentación del
Edén. Lo está ofreciendo nuevamente a esta
última generación: ―serán abiertos vuestros
ojos‖, y podréis conseguir todos vuestros
propósitos por vosotros mismos sin necesi-
dad de un Dios diferente del propio, inter-
ior. ―¡Seréis como Dioses!‖, haciendo vues-
tra propia voluntad, no la de otro, salvándo-
os a vosotros mismos de la ignorancia en la
que os ha mantenido el cristianismo, y todo
en una forma autosuficiente.
Con una actitud así, ¿Podremos salvar
fácilmente nuestra alma?
REVELACIONES DE JESÚS Y MARÍA SOBRE
ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS
TÍTULOS DE LA SERIE Y SUS CAPÍTULOS
Trilogía de la Esperanza
1. LA MARAVILLOSA ÉPOCA DE PAZ Y AMOR QUE SE
APROXIMA
A. Venida intermedia de Jesús
B. Cielo nuevo, tierra nueva
C. Los hombres transformados
D. Una sola Iglesia renovada y triunfante
E. Una sociedad en paz, sin más guerras F. Un largo reinado efectivo de Dios sobre la tierra
Anexo 1: La Salette y sus mensajes para hoy. El arduo camino hasta el milenio católico
Anexo 2: El dilema del milenarismo herético vs. el milenarismo aceptable por el
magisterio de la Iglesia
2. ¿PUEDE UN CATÓLICO RESPETUOSO DEL MAGISTERIO DE
LA IGLESIA CREER EN LAS PROFECÍAS BÍBLICAS Y
PRIVADAS?
A. Jesús y la Virgen María solo reafirman y explican las profecías bíblicas 25
B. La incredulidad respecto a las profecías bíblicas y privadas y sus consecuencias 30
C. La interpretación racionalista de las profecías bíblicas y privadas y sus
consecuencias
D. El predominante milenarismo alegórico de San Agustín
E. El milenarismo herético y. el milenarismo carnal F. El milenismo católico. Solo uno de los tres enemigos del alma seguirá atacando
G. Aceptación histórica de las revelaciones privadas proféticas acerca del fin de
los tiempos por parte de la Iglesia
Anexo: El tercer mensaje secreto de Fátima
3. REVELACIONES SOBRE LA VIDA DESPUÉS DE LA VIDA
A. El real Fin del mundo y el Juicio Universal 1. La Venida de Cristo para el Juicio Universal 2. Resurrección de los muertos 3. El Juicio Universal y Final
B. Revelaciones sobre la vida después de la vida 1. El Juicio Particular 2. El Purgatorio 3. El Cielo
4. El Infierno Anexo 1: El misterio del más allá (Las postrimerías según el magisterio la Iglesia)
174
Trilogía de la Fe
4. ¿COMO PUEDE UN DIOS MISERICORDIOSO PERMITIR TANTAS
TRIBULACIONES A SUS CRIATURAS?
A. La condición presente: peor que la anterior al Diluvio B. El reinado actual de los siete pecados capitales
C. Advertidos. Rechazo a las continuas llamadas a la conversión
D. El respeto de Dios del libre albedrío humano
E. El origen no divino del mal. La permisión divina del mal para sacar de él, el bien
F. Las tribulaciones entendidas como manifestaciones de la Misericordia de Dios
G. Las tribulaciones entendidas como manifestaciones de la Justicia divina
H. La necesidad de la tribulación en el plan de salvación de muchas almas y del nuevo
comienzo.
5. UN GRAN PLAN DE DIOS PARA LA SALVACIÓN Y RENOVACIÓN
DE ESTE MUNDO EN CRISIS
A. Existencia de Satanás y de sus planes perversos
B. El encargo a la Virgen María en los últimos tiempos
C. El último ataque y su aprovechamiento para renovar el mundo
D. El gran plan estratégico de salvación y de protección para estos tiempos difíciles
E. Cercanía de la gran batalla final ¿Debemos temer?
6. INSTRUCCIONES DEL CIELO PARA PROTEGERNOS DURANTE LAS
TRIBULACIONES DE ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS
A. Estrategia y arma: la Oración
B. Un arma especial: el Santo Rosario
C. Provisiones: la Eucaristía y demás sacramentos
D. Coraza: la consagración a los Sagrados Corazones E. En la batalla: el camino de la Cruz y de la obediencia
F. Al combate en unión con los ángeles y en la comunión de los santos
G. Armadura: los Sacramentales
H. Contraseña: las marcaciones de la Virgen María
I. Contrainteligencia: los Exorcismos
J. Ayudas físicas en las crisis
K. El inevitable martirio de muchos
175
Trilogía Apostólica (Primer libro)
7. LA PROFETIZADA CRISIS EN LA IGLESIA CATÓLICA Y SU
RENOVACIÓN A. Introducción: el Masterplan para destruir a la Iglesia
B. Olvido del fin de la vida y de las ayudas para salvarse
C. Crisis en los sacramentos y en la liturgia
D. Crisis en el sacerdocio y en los claustros
E. Preparación de la Iglesia ecuménica universal
F. La Gran apostasía profetizada G. Crisis temporal permitida para su renovación
H. El ―éxito‖ del modernismo
I. Crisis de autoridad y disciplina
J. El ―éxito‖ de la masonería
Trilogía de la Caridad
8. LA CRISIS GLOBAL PROPICIA PARA EL SURGIMIENTO DE
UN NUEVO ORDEN MUNDIAL Y DE UNA IGLESIA ECUMÉNICA
UNIVERSAL A. Razón de ser de las advertencias
B. Una nueva guerra y sus consecuencias
C. Una gran crisis económica y sus consecuencias
D. Desenlace de la crisis en la Iglesia
E. El Aviso y el cometa
F. Las tribulaciones consecuentes
G. Anarquía propicia para el surgimiento de un nuevo orden mundial y de una
Iglesia ecuménica universal
H. Grandes ayudas sobrenaturales: el Aviso, el Milagro y la última evangelización
9. EL CERCANO Y CORTO REINADO DEL ANTICRISTO
PROFETIZADO
A. El plan de Satanás para reinar mundialmente con el Anticristo
B. Preparación de una falsa Iglesia ecuménica favorable al Anticristo
C. Neutralización de las advertencias y llamados a la conversión
D. Ascenso del Anticristo
E. Dominio mundial durante tres años y medio F. La gran persecución a los cristianos
G. ―Al final mi Inmaculado Corazón triunfará‖
Anexo 1. La labor preparatoria del movimiento de la Nueva era
Anexo 2. Maitreya en sus propias palabras y en la de sus seguidores actuales
176
10. LA GRAN TRIBULACIÓN FINAL ANTES DE LA RENOVACIÓN
DEL MUNDO
A. Causas y efectos de las tribulaciones permitidas por Dios
B. Señales y eventos previos C. Guerra mundial final: el Armagedón
D. El asteroide. Los cataclismos finales
E. Los tres días de oscuridad
F. La maravillosa época de paz y amor que surge a continuación
Trilogía Apostólica
11. ¿DEBEN DIVULGARSE LAS ADVERTENCIAS Y MENSAJES
PROFÉTICOS? LOS APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
A Incredulidad a las advertencias y mensajes proféticos
B. Un llamado urgente a la divulgación de los mensajes
C. Los Apóstoles de los últimos tiempos
D. Dificultades y ayudas
E. Reunidos alrededor de cenáculos de oración
12. MENSAJES DE LA VIRGEN MARÍA AL PADRE GOBBI SOBRE
ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS
A. Un mensaje de esperanza para estos tiempos turbulentos 1. La maravillosa época de paz y amor que se aproxima para la humanidad 2. Instrucciones del Cielo para protegernos durante las tribulaciones de estos últimos tiempos
B. La comprensión del sentido de estos últimos tiempos profetizados 1. ¿Cómo puede un Dios misericordioso permitir tantas tribulaciones a sus criaturas?
2. Cercanía del fin de los tiempos ¿Debemos temer? 3. María, profetisa de los últimos tiempos, explica las profecías bíblicas 4. Un gran plan de salvación para la renovación del mundo en crisis
C. La crisis en la Iglesia Católica y el surgimiento de una Iglesia ecuménica universal 1. La crisis profetizada en la Iglesia Católica para los últimos tiempos y su renovación 2. El tercer secreto de Fátima se refiere a la crisis en la Iglesia y sus consecuencias para el mundo
D. El nuevo orden mundial y la aparición del Anticristo profetizado 1. El colapso mundial y la anarquía propicia para la subida de un ―salvador‖ 2. El Nuevo orden mundial: ascenso del Anticristo 3. El cercano y corto reinado del Anticristo 4. La gran tribulación 5. Renovación del mundo ANEXO: El dilema del milenarismo herético vs. el milenarismo aceptable por el magisterio de la
Iglesia.
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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA EN ESPAÑOL
La Librería Espiritual, de Quito, Ecuador es
la editorial que más ha editado libros sobre
el tema de los anuncios proféticos sobre los últimos tiempos y temas afines. Su catálogo
es amplísimo. Cuando no se refiere la edito-
rial, se asume que es editado ella.
El trueno de la justicia, Ted y Maureen Flynn, Maxcolm Communications, Inc.
La hora final, Michel H. Brown, Librería
Espiritual, Quito, Ecuador.
De la obra de Luis Eduardo López Padilla,
escritor Mexicano, excepcional y completa. Algunos de sus libros:
Los últimos tiempos
Advertencias de la Santísima Virgen
María a la humanidad
Tiempos de María
El Diablo y el Anticristo
La hora de la verdad
Garabandal, la última oportunidad
New Age, un engaño muy sutil
Apocalipsis, descubriendo el Plan de Dios
Juan Pablo II, en la encrucijada de los
últimos tiempos
De la obra de Francisco Sánchez Ventura,
prolífero escritor español, y de su hijo Juan
Carlos quienes editan la revista María Men-
sajera desde hace más de 30 años, sobre el
tema, algunos de sus libros (Editorial Círcu-
lo):
La Virgen llora en el Mundo
El secreto oculto de Fátima
El Diablo y sus secuaces
Hemos entrado en la década final
Dios avisa siempre
La purificación universal parece inmi-
nente
Las apariciones de la Virgen como fenó-
meno universal
Testimonios de fe
De la obra de Rafael Arango:
El fin de los tiempos
Voces del más allá
Señales bíblicas del fin
Una obra central, del Padre Gobbi:
A los sacerdotes hijos predilectos de la
Santísima Virgen, Centro internacional del
Movimiento Sacerdotal Mariano
Confidencias de Jesús a un Sacerdote,
Monseñor Octavio Michelini (ocho tomos)
Alerta humanidad Rachel Adams y Alfre-do Bonicelli
Reflexiones sobre los últimos tiempos
según notables profecías, Rachel Adams
Porque te amo te castigo. El Cielo nos avisa, Agustín Acosta y Padre Antonio
Apariciones de la Virgen María, Esperan-
za Ridruejo
A los umbrales de la Nueva era, Monse-
ñor Algo Gregori
La venida intermedia de Jesús, Monseñor
Aldo Gregori
La última batalla, Padre Ildebrando A.
Santangelo
Maran Ata, Eusebio García de Pesquera
Las señales, Antonio Dalmiro Atienza
Confidencias de Jesús y de la Santísima
Virgen María para los últimos tiempos,
Pequeña alma, España (cinco volúmenes)
La obra de Consuelo, dictada por María y
Jesús. Ediciones Consuelo, Barcelona:
María, Trono de la Sabiduría
María, estrella de la evangelización
María, puerta del Cielo
Maranathá
Reflexiones al hilo del Apocalipsis, Anto-
nio Yague
178
REFERENCIAS EN INTERNET SOBRE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
(A TRAVÉS DE ESTOS SITIOS COMO
ENTRADA SE PUEDE ACCEDER A OTROS CIENTOS DE HOJAS (LINKS)
Apparitions of Jesus and Mary
http://www.marypages.com/indexEng.html
Appearances of Mary
http://members.aol.com/bjw1106/marian.ht
m
Better Get Ready
http://members.tripod.com/~supremefiat/m
ain.htm
Call to Christ
http://www.calltochrist.com/
Dr. Domínguez
http://www.biblia.com/dominguez/index.ht
ml
End Times Prophecy
http://conventhill.com/endtimes/
Etika
http://www.etika.com/index.htm
Marian Apparitions
http://www.geocities.com/Athens/Academy
/6002/links.html
Marian apparitions and Catholic apocalyp-
ticism
http://members.aol.com/UticaCW/Mar-
link.html
MaxKol
http://www.maxkol.org/index.html
Messages from Heaven
http://catalog.com/endtimes/links.htm
Our Lord and our Lady come to the world
http://198.62.75.1/www1/apparitions/http:/i
ndex.htm
Sign of the times apostolate
http://www.sign.org/index.phtml
The Catholic Prophets
http://myweb.tiscali.co.uk/praeternatural/T
he%20Catholic%20Prophet1.htm
The end days http://www.enddays.ws/
The Fatima Network
http://www.fatima.org/index.shtml
The Work of God
http://www.theworkofgod.org/index.htm
Los Ültimos tiempos
http://members.tripod.com/ultimostiempos/
Stepping Stones to Catholic Apparitions
http://www.geocities.com/Athens/Forum/2
735/
Apparitions of the blessed Virgin
http://www.immaculateheart.com/Ave%20
Maria/apparitions.
Apparitions and Eucaristic Miracles
http://198.62.75.1/www1/apparitions/
Marian Movement of Priests Official Web-
site
www.msm-mmp.org