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27 ALICANTINOS ILUSTRES Viaje al fondo de la provincia Jorge Juan Alicante no sólo es pueblo de siesta eterna y deliciosa, blando, rubio y calentado por el buen sol; es también nido y morada de genios. Gabriel Miró M A N U E L M A R T Í N E Z L Ó P E Z

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Viaje al fondo de la provincia

Jorge Juan

Alicante no sólo es pueblo de siesta eterna y deliciosa, blando, rubio y calentado por el buen sol; es también nido y morada de genios.

Gabriel Miró

M A N U E L M A R T Í N E Z L Ó P E Z

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Título: 27 Alicantinos ilustres. Viaje al fondo de la provincia.Autor: © Manuel Martínez López.

I.S.B.N.: 84-8454-321-8Depósito legal: A-126-2004

Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)www.ecu.fm

Printed in SpainImprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)[email protected]

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

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VIAJE AL FONDO DE LA PROVINCIA

Alicante no sólo es pueblo de siesta eterna y deliciosa; blando, rubio y calentado por el buen sol; es también nido y morada de genios.

Gabriel Miró

Son 27 alicantinos. No me pregunte el «porqué». No es, desde luego, un número ni aciago ni mágico. Bueno, sí. En la preciosa villa condal de Cocentaina, en la provincia de Alicante, el 27 es casi mágico, casi sagrado. Si el lienzo de la Verónica de Alicante derramó una lágrima, una sola lágrima, la Mare de Deu del Miracle derramó 27. Y en el hermoso patio de su palacio condal se abren 27 ventanas.

Son, simplemente, 27 alicantinos ilustres. Sí, tuvieron en su grandeza algo en común: todos entregaron su corazón y su inteligencia a un movimiento de sístole-diástole. Se constriñeron al amor al terruño, a la terreta, y expandieron su amor al mundo. Fueron, a la vez, pueblerinos y universales. 27, todos «alicantinos», todos «ilustres». Vayamos en busca de esos nidos donde nacieron, rincones profundos de esta provincia. O de esas moradas en las que vivieron, descansaron, escribieron, soñaron... O emigraron empujados por las circunstancias. Sus hijos predilectos, alicantinos ilustres. Formaron parte del paisaje humano y hasta, si se me permite, del paisaje geográfico. Cada uno fue montaña en la montaña, mar en la mar y huerto fértil en la fértil huerta. «Geopsique», tierra y espíritu, el hombre y el medio. Espolvoreados por toda la provincia como granos henchidos, anclados en la tierra, elevan a la vez sus copas al cielo como antenas gigantes.

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CONDE DE LUMIARES. Alicante, 1748-Aranjuez, 1808

LUCENTUM, HOY LA CIUDAD DE ALICANTE

El Campillo: Tras las huellas de Lumiares

No corra. Ya no le queda tiempo para sufrir o disfrutar el cha-cha-cha del tren, del trenet de la Marina. La bella matrona de Alicante ha roto aguas y ha alumbrado, con el reciente siglo, un veloz y silencioso tranvía, cortando, en algún modo, el cordón umbilical con el pasado. Es la postmodernidad. El trenet partía, desde 1910, de las mismísimas entrañas del puerto, en la plaza del Mar. Tomábase un respiro en la pequeña estación de la Marina, la tercera de la ciudad y diseñada por Deyfrus. De estilo academicista y con escasos motivos ornamentales, nunca tuvo el empaque de la de Madrid o Murcia, la llamada «de los Andaluces». Pero sí fue muy popular.

El tren partía siempre viejo y melancólico. Se pegaba, rocoso, junto al mar. y se internaba y se revolvía sobre sí mismo buscando las playas de San Juan y Muchavista y, a la vez, la mirada de alguna wikinga que le acariciase con sus besos, si no con sus senos. Carabiners, San Juan, Les Llances, Salesians. No llegó a tiempo de tomarlo el conde de Lumiares, pero sí que aquí, en el hoy centro salesiano, tuvo su finca y una casa denominada Musay, mirando la colina al ancho mar. Claro que entonces El Campillo aún era municipio de Alicante, pues la segregación no se hizo hasta 1900.

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Excmo. Sr. D. Antonio Valcárcel, Pío de Saboya y Moura, Conde de Lumiares

Nada menos que once nombres le pusieron en la pila bautismal: «Bautizamos y pusimos los Santos óleos, según rito de nuestra Santa Madre Iglesia, a Antonio, María, Joseph, Antonio Abad, Ramón, Longinos, Xavier, Raphael, Francisco de Paula, Buenaventura y Baltasar». Y fue en la iglesia de Santa María. Había nacido el 18 de marzo de 1748.

Pero si coleccionó nombres, lo hizo también con títulos nobiliarios: Príncipe Pío de Saboya y Moura, Marqués de Castell Rodrigo, Conde de Lumiares, al que añadió luego el de Hijo Ilustre de Alicante. Pero, ¿acaso estamos ante «esa clase de gente con más o menos sangre azul, gente inútil para el trabajo?». Antonio de Valcárcel trabajó duro toda su vida. De pequeño, «...habiéndole hecho encerrar sus padres por ciertas travesuras propias de jóvenes en el castillo de Santa Bárbara al tiempo que se encontraba en él el marqués de Valdeflores. El niño mostró gran predilección por la historia, filología, numismática y antigüedades, pasándose hasta 15 horas seguidas en el estudio y análisis de dichas materias» (M. Rico García).

Desde Cartagonova hasta Sagunto

Dedicó toda su vida a desenterrar piedras antiguas por todo el Levante, desde Cartagonova hasta Sagunto. Y como fruto, ahí están sus 19 obras de las que destacan:Medallas de las colonias, municipios y pueblos antiguos de España, hasta hoy no publicadas. (1773).Inscripciones y antigüedades del reino de Valencia. (1780).Barros saguntinos. Disertaciones sobre estos monumentos antiguos de Sagunto. (1779).Dianium, o bien sea la ciudad de Denia.Inscripciones de Cartago Nova, hoy Cartagena. (1796).

Y fundamental para Alicante: Lucentum, todo lo hallado en el Tossal de Manises. (1778). Y al comienzo del libro una crítica de Lumiares: «Apenas se hallará pueblo de España que no conserve noticia de sus antigüedades; sólo Alicante ha tenido la desgracia de no hallar autor».

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Lucentum, hoy la ciudad de Alicante en el reino de Valencia

Esta queja lastimera del propio Valcárcel le llevó, sin duda, a su descubrimiento más importante. El subtítulo del libro nos indica su calidad: Relación de las inscripciones, estatuas, medallas, ídolos, lucernas, barros y demás monumentos antiguos hallados entre sus ruinas. Fue editado en 1758 en Valencia.

Y comienza por estudiar el sitio geográfico e histórico: «los senos sucronense o ilicitano en que estaba Lucentum»; la «descripción del sitio» para pasar a analizar minuciosamente medallas, inscripciones, estatuas, ídolos y sellos. Todo un trabajo bien hecho de investigador, arqueólogo e historiador. Y una gloria para Alicante, en la fachada de cuyo ayuntamiento figura esta lápida:

AL EXCMO SR. N´ANTONI VALCARCELPRINCIP PIUS DE SABOIA

MARQUES DE CASTEL RODRIGO CONDE DE LUMIARESFILL IL.LUSTRE D’ALACANTINVESTIGADOR XPERT DE LES ANTIGUITATS PATRIESEN PENYORA D’AGRAIMENT«LO RAT PENAT» DE VALENCIAMDCCCVIII MCMVIII

«Al sitio que nombran El Campillo». La Illeta: piedras de historia

Pero, ¿qué hizo Antonio de Valcárcel en Campello en su residencia de Musey además de gozar de la maravillosa vista de la Bahía de Alicante? Sabemos que en ella instaló un laboratorio. Y que, según Gomis i Lledó «creó los primeros astilleros, aquí, en Campello, en la parte izquierda de la desembocadura del río Monnegre o Seco, para embarcaciones de gran porte, que con las gentes venidas de San Juan y otros lugares formaron el caserío del Traxo (en castellano quiere decir varadero), uno de los mayores de Campello en aquellos tiempos».

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Pero no podía olvidar sus excavaciones. Dedicó muchos años de su vida a copiar con exactitud 365 inscripciones de toda la geografía del reino de Valencia. Y la nº 24 la dedica a La Illeta, aunque reconoce a Vicente Bendicho como dador de la noticia en 1630, en su Crónica de la ciudad de Alicante.

La Illeta

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TEXTOS DEL CONDE DE LUMIARES

Desidia alicantina

Apenas se hallará pueblo de España, que no conserve una noticia de sus antigüedades; sólo Alicante ha tenido la desgracia de no hallar autor, que de propósito haya tratado de sus preciosos monumentos, que el tiempo insensible aniquila. Ni el amor a la patria, ni el deseo y la satisfacción de ver propagada la noticia de los primeros establecimientos de esta ciudad han sido suficientes estímulos para mover a otro a publicar la historia antigua de Alicante: tantas inscripciones destrozadas, tantas estatuas deshechas, tantas medallas consumidas, no han sido capaces de mover la desidia, viendo estos apreciables monumentos víctimas del pico y del fuego.

Lucentum...

El seno sucronense, desde Los Alfaques hasta Cabo Martín

En este seno estaba Lucentum, ciudad que gozaba de fuero de los latinos, como expresa Plinio Latinorum Lucentum y cuya población, según estos geógrafos, estaba entre Illici y Dianium; de suerte que su verdadero sitio era antes de llegar a Illici, caminando desde cabo Martín al de Palos, en la orilla del Mediterráneo, según Pomponio Mela: Sequens Illicitanus Alonem habet ... Lucentum ... unde oroment est Illicim.

Lucentum...

Situación geográfica de Lucentum

A media legua de la ciudad de Alicante en el reino de Valencia, antes de entrar en la ensenada de su huerta por la parte de Levante del puerto, se halla a la orilla del mar una rinconada descubierta mirando a Leveche, que cómodamente sirvió antiguamente de puerto, según los vestigios que se registran. A poca distancia hay una laguna de agua dulce de las que, con vocablo árabe, llaman los valencianos «albufera»; confina ésta por un lado con la montaña de San Julián, y por el otro con un montecillo de bellísima

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situación y deliciosa vista, en el que se han hallado y se registran las antiguas ruinas de Lucentum, objeto de esta obra. En este montecillo llamado Tosal de Manises, se descubren...

Lucentum...

La Illeta

En el término de esta ciudad (Alicante), al sitio que nombran El Campillo en la costa marítima, dos leguas distante camino hacia Denia, donde estaba el Hospicio del Convento de la Merced, se descubrían ruinas y se habían encontrado medallas, barros y otros indicios de antigua población romana. Que en el año 1630 y 1640 en que escribía el deán D.Vicente Bendicho la Crónica de Alicante, se hallaban más patentes estas ruinas, porque aún estaban incultos aquellos campos, ya después reducidos a labor.

Llamó el expresado deán Bendicho a este sitio con el nombre de Illeta, porque enfrente había una torre de atalaya con esta denominación, y dijo que se veían en su tiempo muchas ruinas con largos y extensos fundamentos de edificios, con muestras de calles y plazas y de albercas con que se regirían las tierras. Añadió que aún quedaban vestigios de los muros, de pedazos de fortísimos y bien hechos paredones que se veían donde estaban las torres y puertas del muro. Que el sitio de la ciudad era prolongado hacia el mar cosa de cien pasos y distaba del río Riquet Sec, quinientos, con buen embarcadero, seguro y llano. Veíanse también los restos de un acueducto bien hecho y corbado para dirigir las aguas a las fuentes del pueblo.

Inscripciones y antigüedades del reino de Valencia

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RAFAEL ALTAMIRA, Alicante, 1866-México, 1951

¿CIVILIZACIÓN O DERECHO?

Escultura alegórica de la Historia, regalada por profesores argentinos a Altamira y que se encontraba en su finca de Campello.

EL CAMPELLO: EN BUSCA DE LUZ Y DE REPOSO

Desde su altura intelectual y desde su atalaya de proyección internacional, Altamira necesitaba, con frecuencia, descender al valle de la vida, a tomar contacto con el paisaje geográfico y el calor humano y eligió, para ello, el bello rincón del Campello. Allí acudió en sus veraneos infantiles o, cuando agobiado, sufrió alguna crisis psicológica. Allí quiso enterrar a sus padres y allí, a su finca Ca Terol, llevó el preciado regalo recibido en Argentina, la Estatua alegórica de la Historia. Cinco veces nominado para Premio Nóbel de la Paz y dos para Nóbel de Literatura bajaba, sin embargo, a beber en su paisaje y, con sus gentes como protagonistas, creó sus novelas. «Geopsique», espíritu y tierra, hombre y medio, ser y paisaje: se hace mar con el mar de Campello, tierra con su tierra, hombre sencillo con la gente sencilla.

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¿CIVILIZACIÓN O DERECHO?

El Congreso Internacional sobre Rafael Altamira celebrado en Alicante, en diciembre de 2002, se configuró sobre tres bloques temáticos en los que sin duda brilló a gran altura Altamira: Historia, política y pensamiento que giraba, principalmente, en torno a su idea de la civilización española; Literatura y crítica literaria; e Historia del derecho indiano, a los que se podría añadir un cuarto referido a su Pensamiento y quehacer pedagógico. Pero al separar civilización y derecho hay que hacerlo con cierta cautela pues han caminado juntos en la Historia y, sobre todo, en la mente preclara de Altamira forman un todo unitario, doctrina, por otra parte, del krausismo en su «mito armónico». Atomizarlo significaría, sin más, clasificar a Altamira sólo como un gran enciclopedista que trató todos los temas. No me parece el caso pues es manifiesto el sentido unitario de su obra.

En efecto, se entiende por civilización el progreso histórico del hombre desde su estado natural o salvaje. Civilización se contrapondría, en algún sentido, a naturaleza. La civilización sería un conjunto donde se incluyen diversos elementos y el derecho sería uno de los componentes más importantes de la civilización. Pero, a su vez, el derecho fija, estabiliza y hace progresar a dicha civilización. La historia de la civilización como antídoto de la barbarie.

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Historia de España y de la civilización española. (1902-1911)

La genialidad y prestigio de esta obra de 4 volúmenes, alabada, entre otros, por Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, estriba, principalmente, en haber ensanchado el campo visual de la historia en una dimensión casi olvidada, la civilización. A la historia externa añade Altamira la historia interna, la civilización.

José María Jover escribe: «Nadie puede discutir a Altamira el papel de principal promotor de la historia de la civilización en el marco de la historiografía de nuestro siglo». Y señala tres características importantes de la obra:1ª Modernidad en los métodos basados en el cientificismo positivo para dejar de ser una mera narración.2ª Optimismo histórico o creencia en un progreso indefinido de la humanidad (“visión ascendente de la historia”)3ª Dualidad de contenidos. El mismo Altamira explica esta dualidad del título, historia de España e historia de la civilización española, para evitar que se creyese que sólo comprendía la parte política y acabar con el monopolio ejercido por la «historia externa» sobre el conjunto de la historia. Sería una definición integradora del dualismo en un «monismo» totalizador. Toda historia de España ha de serlo de la civilización española.

Opción por la historia del derecho

Altamira es académicamente jurista. Licenciado en Derecho por Valencia, doctor por Madrid, no obstante no opta por la práctica de la abogacía. El Derecho para él es, más bien, una preocupación cultural. Por eso opta por la enseñanza de su historia optando a la cátedra de Historia de la Universidad de Oviedo. Sus obras están en esta línea cultural: Historia del derecho español; Cuestiones de la historia del derecho y de la legislación española. Y sin duda, muy significativo fue su Manual de investigación de la historia del derecho indiano, donde analiza las fuentes del conocimiento de dicho Derecho, tanto las Legislativas, principalmente partiendo de la recopilación de 1680, como las fuentes complementarias de los documentos legales.

Johannes Messner señala, en Das Naturrecht, una triple función del derecho, individual, social y cultural, y que entre las tareas esenciales del mismo están la garantía progresiva de los derechos humanos, la completa realización de los derechos sociales y la creación de un derecho internacional

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que garantice la paz mundial. Y a este último aspecto, tanto en su vertiente teórica y de investigación, como en la práxis, siendo miembro del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, dedicó con brillantez Altamira lo mejor de su vida.

Altamira, hombre del 98

Pesimismo del 98 y fe en la civilización. Así podíamos resumir el 98. El pesimismo ante la catástrofe fue innegable. El mismo Altamira lo confiesa: «En aquel terrible verano de 1898, que tan honda huella dejó en el alma de los verdaderos patriotas». Pero pensadores ilustres no se resignan al pesimismo y al nihilismo. Y si ya no se puede situar el ser de España en los triunfos y las conquistas, Unamuno, Ganivet, bucearán en una identidad distinta, en el «alma del pueblo» y Azorín, en el «alma de la pequeñas cosas». Altamira, en esta misma línea, no verá el triunfo de la historia de España en las batallas o las conquistas sino en su valiosa aportación a la civilización tanto en España como en América. Su discurso en 1898, El patriotismo y la universidad y su libro Psicología del pueblo español responden a esta inquietud.

La civilización, su idea-fuerza: América

Si la civilización era la idea-fuerza de su vida, el encargo de una misión a América que le hace la Universidad de Oviedo en 1909 le va a dar una magnífica ocasión para ver que la civilización española no se quedó en la península sino que saltó las olas y se prolongó en el continente americano lo que suponía, además, una nueva relación España-América. En sus viajes y a la luz de esta nueva concepción, va a ser recibido triunfalmente, a veces por 25.000 personas, en todo el continente, desde Harvard a Argentina, y donde pronuncia 400 conferencias. Pero su obra cumbre de americanismo fue, sin duda, la Historia del derecho indiano.

Del «Krausismo pedagógico» al positivismo científico

Desde su llegada a Madrid en 1886, Altamira se relaciona con la Institución Libre de Enseñanza, tejiendo una amistad con sus dos líderes, Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate. Este último dirigió, incluso,

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su tesis doctoral. La institución había estado influenciada por la filosofía krausista, atrayente, por una parte, por su «mito armónico del universo», (todo debía resolverse por el “mito armónico”, la propia división interna del hombre, la de los pueblos, la de las ideologías). Pero a la vez resultaba una doctrina complicada y enigmática para la mayoría y poco a poco fue abandonada por la misma institución, que conservó únicamente sus ideas pedagógicas mientras ganaba terreno el positivismo cientifista. Uno de los que contribuyó a este cambio fue Altamira después de su marcha a París, enviado por el Museo Pedagógico de Madrid. Su misma Historia de España estuvo muy influenciada por la corriente historiográfica y por el cientifismo franceses. Aunque él se siguió reconociendo deudor de ciertas ideas-fuerza de la institución derivadas del «mito armónico»: su enciclopedismo o interés por todo, la tolerancia y respeto a las ideas ajenas y su reserva a las afirmaciones rotundas

Y esta idea de la civilización como pedagogía marcó también su actividad: la actuación más novedosa fue, sin duda, la creación de la Extensión Universitaria en la Universidad de Oviedo concebida como proyección cultural y que desarrolló de 1898 a 1912. También quiso plasmar estas ideas en leyes en su etapa de director general de Enseñanza Primaria en 1911 y que desarrolló en 1912 en su ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas: Problemas urgentes de la enseñanza primaria en España.

El ideario pedagógico

«Vengo haciendo propaganda pedagógica, en mi patria y en América, que ha cristalizado en La enseñanza de la Historia, Cuestiones obreras, Mi viaje a América, Problemas urgentes de la enseñanza primaria en España, Giner de los Ríos educador, Para la juventud y La universidad y el patriotismo», dice en el prólogo al Ideario Pedagógico. Es este gran volumen el que sintetiza su pensamiento pudiéndose considerar como un verdadero tratado de pedagogía. Analiza los pros y los contras de la educación roussoniana, la aportación de Giner de los Ríos a la educación física, artística y moral, la fe en la función docente, la formación del espíritu patrio español, los límites de la autonomía universitaria y los deberes de los alumnos.

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La literatura: Campello, su vivir y su paisaje

Pero sin duda si es cierta la tesis de Marañón de que todos nosotros tenemos una segunda vocación que por diversas circunstancias queda como eclipsada por la que nos toca ejercer en nuestra existencia, en el caso de Altamira fue, sin duda, la literatura a la que dio cauce con numerosos cuentos y un par de novelas. Y el escenario elegido para esta literatura fue Campello, sobre todo en Cuentos de Levante y en su mejor novela, Reposo. Ese Campello (Lamprea o Villamar) que le acogía de niño en sus vacaciones y que lo hizo después en las crisis psicológicas de su trepidante vida intelectual. Ese Campello adonde quiso llevar para el definitivo reposo a sus padres y a donde trasladó a su finca, Ca Terol, el preciado regalo recibido en Argentina, la Estatua alegórica de la Historia.

En busca de la luz y del reposo

Su literatura entra de lleno en el costumbrismo: descripción de paisajes, ambientes, tipos humanos populares. Es cierto que Altamira (su obra se escribe en torno a 1900) puede considerarse ya un costumbrista rezagado, puesto que esta corriente ocupa gran parte del XIX alternando con el romanticismo y, a veces, en los mismos escritores. Pero Altamira se hace, con esta literatura, mar con el mar de Campello, tierra con su tierra, hombre sencillo con la gente sencilla. En él la literatura es sentimiento, descripción, añoranza. Por su pluma van desfilando el paisaje agrícola y marino de Campello, las estribaciones de la serranía, la fiesta de la Virgen, usos y costumbres, la preparación del cebo, el baile, los masclets. Y también sus tipos, el alcalde, el cirujano-barbero, el maestro.

A veces utiliza para describirlos la yuxtaposición y el contraste: «la mujer viejísima, de cara arrugada hasta lo inverosímil», con «la joven de carne apretada y morena»; «el hombre alto y corpulento, cuadrado de hombros y el seco y avellanado». Este contraste aparece en alguna ocasión en un mismo personaje como el cura «cuya primera impresión era la de un hombre corto de alcances, burdo de maneras y adocenado», pero que, a medida que se le va tratando, aparece como «el símbolo de paz interior, de tal modo que el protagonista se siente atraído por aquel alma de Dios» y que le hace exclamar:«¡Quién sabe! Puede que, como dijo el poeta, valga más ser carne que ser cuchillo».

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Y frente a la belleza descriptiva del paisaje nos aparece un Campello mísero: la pobre alimentación de los labriegos, la emigración a Argel, el deprimente cementerio «que impresionaba tristemente por la pobreza», las continuas peleas por la «dula» y el «agua vieja hija de la codicia de unos pocos». Es quizás lo que lleve a Altamira a un costumbrismo no meramente descriptivo como el de Mesonero Romnos, sino donde intercala la denuncia social como lo hiciera Larra y también en teatro nuestro Arniches, por ejemplo en Los caciques.

¿ Menosprecio de corte y alabanza de aldea?

Aconsejado por Giner de los Ríos, para el profesor Ríos Carratalá, Altamira, con la novela Reposo se reencuentra con su tierra amada aunque llegue a la conclusión de que no es en el «campo exterior» sino en el «propio conocimiento interior» donde se encuentra el verdadero reposo. Y que la solución no está en la dicotomía clásica de Ovidio, Fray Luis o López de Guevara. Pero para mí que sí entra, quizás sin ni siquiera proponérselo, en la línea de uno de los eternos mitos literarios: «el de la contraposición entre corte y aldea». Quienes lo utilizan, salen de la aldea y parecen sentirse desarraigados: Terencio, Virgilio, nacido en un pueblecito de Mantua, deslumbrado primero por la corte imperial de Roma, pero que se vuelve a su vida retirada. Y Horacio y Fray Luis de León con su Beatus ille. Y López de Guevara en Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Y hasta nuestro Miguel Hernández, atraído por el entonces Parnaso de los dioses poéticos, Madrid y que, al volver añorante escribe su Silbo de la afirmación de la aldea.

Pudo decir como Miguel Hernández:

...haciendo el hortelano,hoy en este solaz de regadío

de mi huerto me quedo.No quiero más ciudad, que me reduce

Su visión, y su mundo me da miedo

Pero de lo que no hay duda es que la novela toda ella destila amor a su tierra.

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TEXTOS

Razas y civilización

Los pueblos que más han figurado en la historia, como los egipcios, los griegos, los romanos, etc., son productos de cruzamientos y mezclas, notándose en su composición diferentes tipos antropológicos, o resultados mixtos, de caracteres nuevos. Los antropólogos creen que cuanto más mezclado es un pueblo, tanto más fecundo y apto es para la civilización.

«Los de Lamprea tienden más al mar que al cam-po, y apenas sí hay casa que aporte su contingente de tripulantes a las barcas.»

Cuentos de Levante

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Razas y pueblos de España

El pueblo español es mezclado y en diferentes tiempos de su historia ha recibido elementos antropológicos distintos... En conjunto parece predominar en España la dolicocefalia, más pronunciada en la región portuguesa y atenuada en el resto. Considerando los pueblos extraños que han invadido en el curso de la historia nuestra península y han influido sobre nuestra civilización, hallamos que representan tipos diferentes: unos, dolicocéfalos ortognatas y morenos (fenicios, cartagineses y judíos); otros, quizás dolicocéfalos prognatas (númidas); otros, mesocéfalos y rubios (germanos), considerados en conjunto; aunque ninguno de estos pueblos pueda tenerse como de raza pura, sino mezclada ya, según ocurre con los romanos y los griegos que tanto influyeron en la península y que son resultado, según se cree, de una combinación análoga a la española (libio-iberos con sirio-árabes), más otros elementos braquicéfalos de pelo oscuro (celtas) y dolicocéfalos rubios (teutones).

Desde el punto de vista de la civilización, cada uno de estos pueblos que han intervenido en nuestra historia representa también caracteres e influencias muy distintas y variadas.

Historia de España y de la civilización española

Sentimiento de unidad nacional

Pero sea lo que fuere en cuanto al proceso genético de la unidad nacional —enteramente oscuro todavía para el observador sincero que no se paga de frases huecas, ni se deja llevar por pasiones políticas o de ensueños arqueológicos—, la existencia actual de un sentimiento de solidaridad y unidad nacionales (en cuya virtud la inmensa mayoría de los españoles se afirma ante los ciudadanos del resto del mundo como una personalidad diferenciada y característica, en todos los órdenes) nadie la rechaza. El propio señor Pi y Margall, autoridad nada sospechosa en esta materia, hubo de reconocer, en su capital obra, Las nacionalidades, que en 1808 había ya sentimiento de unidad en España; siendo lógico pensar que, si lo había entonces y, puesto que nada en lo histórico se forma «de un pistoletazo» —como decía Hegel— su origen estaba en época más remota.

Psicología del pueblo español. Cap.II

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Conocimiento de la civilización india

Refiriéndose a la Ordenanza 15 de Poblaciones dada por Felipe II: «Los que fueren a descubrir por mar y tierra, procuren enterarse de sus costumbres, calidades y formas de vivir...)» escribe:

«Para que en tiempos de Felipe II se hubiera podido redactar una ordenanza como ésta, tan rica en menciones que abarcan casi toda la civilización y manera de vivir de los indígenas, era necesario que ya estuvieran muy enterados en España de lo que convenía conocer de ellos. No bastaba con la aplicación a las nuevas gentes que vivían en América del cuadro de conocimientos que para sí mismo existía en la cultura española».

Manual de investigación de la historia del derecho indiano

Nuestra escuela no forma españoles

¿Qué se hace y qué se debe hacer en la escuela para formar españoles? La respuesta a la primera parte de la pregunta es desconsoladora, todos lo sabemos. Nuestras escuelas habrán podido hacer, han hecho, muchos niños instruidos, pero no han educado ni han podido educar niños españoles,niños que sientan amor al solar que les vio nacer, que tengan confianza en su valer individual y en el de la raza y que, poseídos de esta confianza y este amor, se lancen a la realización de obras que redunden en provecho propio y en honra de España. Ahora bien, es necesario despertar en el niño el sentimiento del patriotismo hasta conseguir que se interese por las cosas que afectan a su patria.

Ideario pedagógico

La autonomía universitaria, posible y deseable

Estamos en la época de las autonomías. La autonomía es un fetiche político como en su tiempo lo fueron la «libertad» en abstracto o la república; y sabido es que en cuanto algo es bueno en sí y puede, bien aplicado, producir excelentes efectos, se convierte en fetiche y está en camino de desprestigiarse, por lo mismo que la experiencia no tardará mucho en convencer que no cura todos los males ni desvanece todos los peligros. Yo quisiera que me citasen

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una sola esfera autonómica que no tenga sus limitaciones derivadas del interés general y aun del humano, superiores ambos a todas las libertades personales. La universidad no puede ser una excepción de ello. A la vez que defina su libertad, es decir, su autonomía, ha de reconocer el límite de ésta en los intereses generales que representa el estado y de cuya defensa y aplicación tiene que encargarse en aquellas naciones donde la masa social no los siente con bastante fuerza.

Ideario pedagógico

Campello, surcos y faluchos

La gente, arrojada de la tierra y atraída por el aliciente siempre vivo y misterioso del mar, se ha hecho marinera; y puesto un pie en la cubierta de los faluchos y otro en los surcos de los sembrados, atiende justamente a las dos grandes actividades que la naturaleza puso en contacto, sin que basten las dos juntas para sacar de miserias a los costeros. En esta mezcla de profesión, los de Lamprea tienden más al mar que al campo y apenas si hay casa que no aporte su contingente de tripulantes a las «barcas».

Cuentos de Levante

La sardina para cebo

—Mira, Juan. Aquí machacan sardina para cebo— y comenzó una serie de explicaciones minuciosas. La pasta se iba poco a poco endureciendo por la adición de salvado, que se removía con la pala hasta que pudiera amasarse sin peligro de que se deshiciera. Luego se partía en trozos que se amasaban sobre el trapo extendido en el suelo y se subdividían, a lo largo de un cordel de tomiza, con otros cordelillos; y, por último, las tiras que así resultaban, colocábanse en unos cestos o pollerazas de mimbre. Eran las nansas, aparejos de pesca de la boga, que se sumergen en el mar y se dejan fondeados, pendientes de unos corchos que funcionan a manera de boya.

Mientras hablaba Don Vicente, el de la pala había ido sacando trozos de la pasta y los demás pescadores comenzaron el amase, arrodillándose o inclinando el cuerpo sobre el trapo.

Reposo.