27 07-2008 canicasrojas
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Canicas Rojas
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Durante los duros años de la Revolución, en un pueblo pequeño de Aguascalientes, México, solía parar en el almacén del Sr. Muro para comprar productos frescos.
La comida y el dinero faltaban y el trueque se usaba mucho.
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Un día en particular, el Sr. Muro me estaba empaquetando unas papas.
De repente me fijé en un niño pequeño, delicado de cuerpo y aspecto, con ropa roída pero limpia
que miraba atentamente un cajón de peras frescas y maravillosas.
Pagué mis papas pero también me sentí atraído por el aspecto de las peras.
¡Me encanta el dulce de pera y las papas frescas! Admirando las peras, no pude evitar escuchar la
conversación entre el Sr. Muro y el niño.
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«Hola Toño, ¿cómo estás hoy?» «Hola Sr. Muro. Estoy bien, gracias..... solo
admiraba las peras... se ven muy bien.» «Sí, son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?»
«Bien. Cada vez más fuerte.» «Bien. ¿Hay algo en que te pueda ayudar?»
«No Señor. Sólo admiraba las peras.» «¿Te gustaría llevar algunas a casa?»
«No Señor. No tengo con que pagarlas.»
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«Bueno, qué tienes para cambiar por ellas? «Lo único que tengo es esto, mi canica más
valiosa.» «¿De veras? ¿Me la dejas ver?»
«Acá está. ¡Es una joya!» «Ya lo veo. El único problema es que ésta es azul
y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna como esta, pero roja, en casa?»
«No exactamente, pero casi.» «Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de peras a casa y la próxima vez que vengas muéstrame la
canica roja que tienes.» «¡Claro!. Gracias Sr. Muro.»
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La Sra. de Muro se me acercó a atenderme y con una sonrisa me dijo:
«Hay dos niños más como él en nuestra comunidad, todos en situación muy pobre.
A Salvador le encanta hacer trueque con ellos por peras, manzanas, tomates, o lo que sea.
Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con
otra bolsa de mercadería y la promesa de traer una canica color naranja o verde tal vez.»
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Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.
Un tiempo después me mudé a Guadalajara pero nunca me olvidé de este hombre, los niños y los
trueques entre ellos. Varios años pasaron, cada uno más rápidamente
que el anterior. Recientemente tuve la oportunidad de visitar unos amigos en esa
comunidad en Aguascalientes. Mientras estuve allí, me enteré que el Sr. Muro
había muerto. Esa noche sería su velorio y sabiendo que mis
amigos querían ir, acepté acompañarlos.
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Al llegar a la funeraria, nos pusimos en fila para conocer a los parientes
del difunto y para ofrecer nuestro pésame.
Delante nuestro, en la fila, había tres hombres jóvenes.
Uno tenía puesto un uniforme militar y los otros dos unos lindos trajes oscuros con camisas blancas.
Parecían profesionales.
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Se acercaron a la Sra. Carmelita, quien se encontraba al lado
de su difunto esposo, tranquila y sonriendo.
Cada uno de los hombres la abrazó, la besó, conversó brevemente con ella
y luego se acercaron al ataúd.
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Los ojos cafes llenos de lágrimas de la Sra. Carmelita, los siguió uno por uno, mientras
cada uno tocaba con su mano cálida, la mano fría dentro del ataúd.
Cada uno se retiró de la funeraria limpiándose los ojos.
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Llegó nuestro turno y al acercarme a la Sra. De Muro le dije quién era y le recordé lo que me había contado años atrás sobre las canicas.
Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me condujo al ataúd.
«Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los tres chicos de los cuales te hablé. Me acaban de
decir cuanto agradecían los «trueques» de Salvador.
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Ahora que Chava no podía cambiar de parecer sobre el tamaño o color de las canicas, vinieron a pagar su
deuda.
«Nunca hemos tenido riqueza» -me confió- «pero ahora Salvador se consideraría el
hombre más rico del mundo.»
Con una ternura amorosa levantó los dedos sin vida de su esposo.
Debajo de ellos había tres canicas rojas exquisitamente brillantes.
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Moraleja
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No seremos recordados por nuestras palabras , sino por
nuestras acciones.
La vida no se mide por cada aliento que tomamos, sino por las cosas que nos quitan el aliento.
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Hoy te deseo un día de milagros comunes, como una cafetera de café fresco que tu compañero te preparó, una llamada inesperada de un viejo amigo, semáforos verdes camino al trabajo, una sonrisa de alguién que
atendiste o la sonrisa de tus hijos al llegar a casa.
Te deseo un día de cosas pequeñas de las cuales estarás agradecido: la fila más rápida en el
supermercado, una canción favorita en la radio, encontrar tus llaves justo donde buscas, el tierno
abrazo de tu niño solo por ser su papá.
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Te deseo un día de felicidad y perfección; pequeños trozos de perfección que te hagan
sentir que Dios te está sonriendo, sosteniéndote tan tiernamente porque eres alguien especial y
único.
Te deseo un día de paz, felicidad y dicha.
Dicen que toma un minuto encontrar a una persona especial, una hora para apreciarla, un
día para amarla, pero una vida entera para olvidarla.
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Mandalo a personas que nunca olvidarás. A tus padres e hijos, a tu pareja, a tus amigos o a tus
conocidos.
Es un mensaje breve para dejarlos saber que nunca los olvidarás.
Si no se lo envías a nadie, es porque estás tan apurado en tu desgracia, en tu desdicha, en
lamentarte de tu sufrimiento, que probablemente ya has olvidado a los que verdaderamente te aman
y a tus verdaderos amigos.
Esos que se miden por el corazón, no por el dinero