140838473 Carlos Altamirano Para Un Programa de Historia Intelectual 2005

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PARA UN PROGRAMA DE HISTORIA INTELECTUAL y otros ensayos por Carlos Altamirano )3KI Siglo veintiuno editores Argentina

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  • PARA UN PROGRAMA DE HISTORIA INTELECTUAL

    y otros ensayos

    por Carlos Altamirano

    )3KI Siglo veintiuno editores Argentina

  • ndice Siglo veintiuno editores Argentina s. a. TUCUMN 1621 r N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPBLICA ARGENTINA

    Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIN COYOACN, 04310, Iv EXICO, D F.

    Altamirano, Carlos Para un programa de historia intelectual y otros ensayos -

    ed. - Buenos Aires : Siglo XXI Editores Argentina, 2005. 136 p. ; 19x14 cm. (Mnima) ISBN 987-1220-27-8 1. Ensayo Argentino I. Ttulo CDD A864.

    Portada: Peter Tjebbes

    2005, Siglo XXI Editores Argentina S. A.

    ISBN 987-1220-27-8

    Impreso en Artes Grficas Delsur Alte. Solier 2450, Avellaneda en el mes de octubre de 2005

    Hecho el depsito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina Made in Argentina

    Presentacin 9

    1. Ideas para un programa de historia intelectual 13

    2. Introduccin al Facundo 25

    3. Intelectuales y pueblo 63

    4. Jos Luis:Romero y la idea de la Argentina aluvial 77

    5. Amrica Latina en espejos argentinos 105

  • Presentacin

    He reunido aqu cinco ensayos de historia intelectual ar-gentina. Corno lo adverta Roger Chartier en un trabajo que tiene ya sus aos, proponerse cuestiones de definicin en el terreno de la historia intelectual es entrar en dificultades. "A las certezas lexicales de las otras historias (econmica, social, poltica) la histori intelectual opone una doble incertidum-bre del vocabulari-Jque la designa: cada historiografa nacio-nal posee su proniaconceptualizacin, y en cada una de ellas diferentesnoCiori-es, apenas diferenciables unas de otras, en-tran eff -competencia". No era seguro tampoco, continuaba Chartier, que detrs de esas diferencias de lenguaje terico hu-biera un mismo objeto de conocimiento, si bien era posible reconocer corno elemento comn un vasto e impreciso domi-nio, que abarcaba el conjunto de las formas de pensamiento.]

    Me parece que fue Hilda Sabato quien emple por prime-ra vez entre nosotros con el sentido aludido este termino, en un artculo publicado en el nmero 28 de la revista Punto de vista: "La historia intelectual y sus lmites". Examinaba all el

    Roger Chartier, "Intellectual History or Sociocultural History", en Domi-nick LaCapra y Steven Kaplan (eds.), Modem European Intellectual History, I t-haca, Cornell University Press, 1982, pp. 13 y 15.

  • C) Carlos Altamirano Presentacin 11

    debate que por entonces remova este campo, donde se regis-

    traba desde la segunda mitad de la dcada de 1970 una gran

    renovacin. Adems de Metahistoria, de Hayden White, y La gran matanza de gatos, de Robert Darnton, en el centro de ese debate se hallaba el volumen de ensayos que en 1982 haban

    compilado Dominick LaCapra y Steven Kaplan con el objeto

    de mostrar las nuevas perspectivas tericas y los desarrollos de .

    la investigacin en la historia intelectual. El volumen, que lle-

    vaba por ttulo Modern European Intellectual Histmy, se abra con el trabajo de Roger Chartier que citamos antes y tena para sus

    compiladores el carcter de un manifiesto, no porque "ofre-

    ciera un mensaje o un programa compartido, sino porque des-

    cubra un conjunto de cuestiones y preocupaciones comu-

    nes".2 La compilacin de LaCapra y Kaplan dejaba ver no slo

    la diversidad de planteos, estudios y orientaciones que podan

    reagruparse bajo el signo de la historia intelectual, sino el eco

    y la reelaboracin del pensamiento francs postestructuralista

    en los departamentos de humanidades del universo acadmi-

    co norteamericano. Michel Foucault y Jacques Den-ida eran

    los ms citados y slo Freud iba a la par.

    Enti=122weitr-ming "historia intelectual" indica un

    c_zplezsio14 2assi zm 10 lina o unasubdiscipli-

    AunqUe inscribe s labor dentro_ de la histoi-iClila, su

    et.CICIri:S:ten rFce los 1 materiales quetrabaja, por el modo rique los interroga o por

    las facetas que explora en ellos) cruza el lmite y se mezcla con

    otras disciplinas. Su asunto es el pensamiento, mejor dicho el

    trabajo del pensamiento en el seno de experiencias histricas.

    Ese pensamiento, sin embargo, nicamente nos es accesible

    en las superficies que llamamos discursos, como hechos de dis-

    2 Dominick LaCapra y Steven Eaplan, Prefacio a Modern European..., cit., p. 7.

    curso, producidos de acuerdo con cierto lenguaje y fijados en

    diferentes tipos de soportes materiales. Dentro de los varios

    horizontes tericos que conoce hoy la historia intelectual, Io

    que tienen en comn sus distintas versiones es la conciencia

    de la importancia del lenguaje para el examen y la compren-

    sin histrica de las significaciones. De ah que se asocie la ac-

    tivacin de este campo de estudios con el llamado "giro lin-

    gstico" de las disciplinas del mundo social.

    No creo que el objeto de la historia intelectual sea resta-1

    blecer la marcha de ideas imperturbables a travs del tiempo.

    Por el contrario, debe seg-uirlasanizarlas en los conflictos

    ylsciebateszilansL-turbaciones y los cambios de sentidoi

    Aue les hace sufrir su aso por la historia. Las ideas, envueltas1

    Como estn en las contingncilsdlas pasiones y los inTerel, t se alteran, y, como,ha escrito Jean Starobinski: "se hacen ms

    sutiles o se exaltan; se hacen obedientes o se vuelven locas, y

    sobre todo, ya contaminadas por ideas extranjeras, ya retoma-

    das por nujev6-izaciores, ya adaptadas a las circunstancias

    por lolhombres de accin, conforman la historia y son ense-

    guida deformadas por ella".3 Una perspectiva pragmtica no es

    pues menos necesaria que la buena filologa en este terreno.

    Por ltimo, dos palabras sobre los ensayos incluidos en es-

    te volumen. Salvo el ltimo, que es indito, los dems han co-

    nocido una versin anteriorya publicada.4 Estos fueron revi-

    Ivijneggyieu,154~,-,EGL.1939, P.P- 22 23_ 4 Referencias: los artculos "Ideas para un programa de historia intelectual" y "Jos Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial" fueron publicados por primera vez en Prismas. Revista de historia intelectual, n2 3 (1999) y n2 5 (2001), respectivamente. La "Introduccin al Facundo" pertenece a la edicin que la editorial Espasa Calpe hizo de la obra de Sarmiento en 1993; "Intelectua- A les y pueblo" form parte del volumen colectivo La Argentina en el siglo xx, Buenos Aires, Ariel, 1999.

  • 12 Carlos Altamirano

    sados y corregidos. Respecto de la concepcin que los orien-ta, no voy a repetir lo que digo en el primero de ellos. Como se ver, trato en cada caso de ubicar las significaciones anali-zadas en contextos ms amplios, pues ellas no se producen ni circulan en el vaco social. La introduccin al Facundo retoma el texto que escrib en 1994 para una edicin popular de esta obra. En su primera versin, como en la actual corregida y al-go ampliada, he buscado mostrar que la insercin del texto de Sarmiento en la historia no implica la renuncia a su lectura in-terna. El tercer ensayoy el quinto exploran algunos tpicos de la cultura intelectual argentina: argumentos y relatos (mi-croargumentos y microrrelatos, frecuentemente) donde se en-tretejen elementos del entendimiento y la sensibilidad, de la percepcin y lo imaginario. El dedicado a Jos Luis Romero ofrece una interpretacin de los trabajos que el historiador consagr a la Argentina;

    situndolos en relacin con la ensa-ystica sobre el , carcter nacional.

    1 Ideas para un programa de historia

    intelectual

    Es sabido que la historia intelectual se practica de muchos modos y que no hay, dentro de su mbito, un lenguaje terico o maneras de proceder que funcionen como modelos obliga-dos ni para analizar sus objetos, ni para interpretarlos ni aun para definir, sinteferencia a una problemtica, a qu objetos conceder priinaclaDesde este punto de vista, el cuadro no es muy difereutedel que se observa hoy en el conjunto de la prcticakistoriogrfica y, ms en general, en el conjunto de dis-ciplinas que hasta ayer designbamos como ciencias del hom-bre, donde reina tambin la dispersin terica y la pluralizacin de los criterios para recortar los objetos. Ms aun: puede de-cirse que la diseminacin y el apogeo que conoce en la actuali-dad la historia intelectual no estn desconectados de la erosin que ha experimentado la idea de un saber privilegiado, es de-cir, de un sector del cono-cimiento que obre como fundamen-to para un discurso cientfico unitario del mundo humano.

    Se puede juzgar que este estado de cosas es provisional y confiar en que el futuro traer un nuevo ordenamiento; o se lo puede celebrar, resaltando las posibilidades que crea la emancipacin de todo criterio de jerarqua entre los saberes. Decir, por ejemplo, como dice el historiador Bronislaw Bacz-ko, que el tiempo de las ortodoxias est caduco y que eso abre, "por suerte", una nueva poca, "la poca de las herejas eclc-

  • 14 Carlos Altamirano

    Ideas para un programa de historia intelectual 15

    ticas".1 Pero, se lo celebre o se lo imagine slo como un esta-

    do interino que est en busca de un paradigma o de una nue-va sntesis, el hecho que no puede ignorarse es esa pluralidad de enfoques tericos, recortes temticos y estrategias de inves-tigacin que animan hoy la vida de las disciplinas relativas al mundo histrico y social, entre ellas la historia intelectual.

    El reconocimiento de este paisaje ms proliferante que es-tructurado es el punto de partida de nuestra presentacin. Destinada a alegar, es decir, a citar y traer a favor de un pro-psito, como prueba o defensa, algunos hechos, argumentos y ejemplos, no tiene otra pretensin que la de esbozar un pro-grama posible de trabajo que comunique la historia poltica, la historia de las elites culturales y el anlisis histrico de la "li-teratura de ideas", ese espacio discursivo en que coexisten los diversos miembros de la familia que Marc Angenot denomina gneros "doxolgicos y persuasivos".2

    Como postulado gene-ral, no hallo mejor base para un programa as que esta afirma-cin de Paul Ricoeur: "Si la vida social no tiene una estructu-ra simblica, no es posible comprender cmo vivimos, cmo hacemos cosas y proyectamos esas actividades en ideas, no hay manera de comprender cmo la realidad pueda llegar a ser una idea ni cmo la vida real pueda producir ilusiones...". El propio Ricoeur refuerza despus su afirmacin con otra, a la que da forma de pregunta: "Cmo pueden los hombres vivir estos conflictos sobre el trabajo, sobre la propiedad, sobre el dinero, etc. si no poseen ya sistemas simblicos que los ayuden a interpretar los conflictos?".3

    1 Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales, Buenos Aires, Nueva Visin, 1991, p. 25. 2 Marc Angenot, La parole parnphletaire, Pars, Payot, 1982.

    Ricoeur, Ideologa y utopa, Buenos Aires, Gedisa, 1991, p. 51.

    La historia poltica experimenta desde hace ya unos aos un verdadero renacimiento, dentro del cual hay un inters re-novado no slo por las elitesolticas, simtambieri_por las eli tes intelectuales. Refirindose a ese renacimiento de la histo-ria poltica,Jean-Francois Sirinelli ha escrito que su riqueza descansa en la "vocacin por analzar comportamientos colec-tivos diversos, desde el voto a los movimientos de opinin, y. por exhumar, con fines todo el zcalo: icleasCul- turas mentalidades".4 Es en el marco de esa vocacin globali-zante donde, de acuerdo con el mismo Sirinelli, hallara su lu-gar una historia de los intelectuales. Pero el estudio histrico de stos, de sus figuras modernas y de sus "ancestros", se ha desarrollado tambin por otra va, la de la, sociolo_la 4e la cul-tura, sobre todo con el impulso de la obra de Pierre Bourdieu y sus discpulos..,,,

    to del nt-f4impulso de la historia poltica como de los instrumentos de fOoliologa de las elites culturales debera beneficiar pe -MIT-historia intelectual que no quiera ser histo-ria puKmente intrnseca de las obras y los procesos ideolgi-cos, ni se contente con referencias sinpticas e impresionistas a la sociedad y la vida poltica. Ahora bien, como ha escrito Dominick LaCapra, "la historia intelectual no debera verse como mera funcin de la historia social". Ella privilegia cierta clase de hechos en primertrmino los hechos de discurso-

    ,.

    porque stos dan acceso a un desciframiento de la historia que no se obtiene por otros medios y proporcionan sobre el pasa-do puntos de observacin irremplazables.

    En el caso del programa que trato de acotar, los textos son ya ellos mismos objetos de frontera, es decir, textos que estn

    4 Jean-Francois Sirinelli, Intellectuels et passions francaises, Pars, Fayard, 1990, p. 13.

  • Carlos Altamirano

    en el linde de varios intereses y de varias disciplinas: la histo-ria poltica, la historia de las ideas, la historia de las elites y la historia de la literatura. El contorno general de ese dominio en el mbito del discurso intelectual hispanoamericano.ha si-do trazado muchas veces, y basta citar algunos de sus ttulos clsicos para identificarlo rpidamente: el Facundo, de Sar-

    t miento; "Nuestra Amrica", de Mart; el Ariel, de Rod; la Evo-lucin poltica del pueblo mexicano, de Justo Sierra; los Siete ensa-yos de interpretacin de, la realidad peruana, de Maritegui; Radiografa de la pampa, de Martnez Estrada; El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. - En su Indice crtico de la literatura hispanoamericana, Alberto Zum Felde coloc esa zona bajo la ensea de un gnero el ensayojel volumen que le consagr lleva por subttulo "Los

    - ensayistas". No creo, sin embargo, que todos los escritos que se sitan en ese sector fronterizo puedan, a la vez, agruparse como exponentes o variantes del ensayo, por elstica que sea la nocin de este gnero literario. Nadie dudara, por ejem-plo, en situar los discursos de Simn Bolvar en esa zona de linde. Pero qu ventaja crtica extraeramos llamando "ensa-yos" a textos que identificamos mejor como proclamas y ma-nifiestos polticos? Sera preferible hablar de "literatura de ideas". ---"Se acostumbra tambin a registrar ese conjunto de tipos textuales bajo el trmino "pensamiento", lo que se correspon-de, sin duda, con el hecho de que tenemos que vrnosla con textos en que se discurre, se argumenta, se polemiza. En efec-to, cmo considerar sino como objetivaciones o documentos del pensamiento latinoamericano al menos del pensamien-to de nuestras elites textos como los mencionados? Sin em-bargo, cuando se define de este modo el mbito de pertenen-cia de esos escritos, lo regular es que se los aborde pasando por sobre su forma (su retrica, sus metforas, sus ficciones),

    Ideas para un programa de historia intelectual 17

    es decir, por sobre todo aquello que ofrece resistencia a las operaciones clsicas de la exgesis y el comentario. Si aun el menos literario de los textos ha sido objeto del trabajo de su puesta en forma, si no hay obra de pensamiento, por consa-grada que est a un discurso demostrativo, que .escape a la mezcla y, as, a las significaciones imaginarias, cmo olvidar todo esto. al tratar con los escritos que suelen ordenarse bajo el ttulo de. ensamiento latinoamericano?

    Esteban Echeverra, el pensador y poeta con cuyo nombre se asocia el comienzo Cietzericanismo intelectual y literario en,...g1Rodela Plata, nos proporciona la posibilidad de ilus-trar rpidamente este punto. Es frecuente que Echeverra se refiera a la realidad americana mediante imgenes que evo-can lo corporal. En 1838, en el texto que rebautizar.despus como Dogma Socialta, enuncia una de las frmulas ms cita-das de su ameriCknan: "Pediremos luces a la inteligencia eu-ropea, pero con cifiiIcondiciones. [...] tendremos siempre un ojo clayad ri el progreso de las naciones, y otro.en las en-trarig.te nuestra sociedad".5

    Algunos arios ms tarde, en la Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata, la imagen orgnica se,repite: "Nttestrorn~ocle-obsentacin est aqu---escribe-,_,Jo_palpamos.... sentimos~alpitar, pode. mos observarlo estudiar su organismo y sus condiciones de vi-

    -

    da (p, 195). Esta imaginera, entendida slo como un modo de hablar,

    dio lugar a una primera y bsica interpretacin/parfrasis del americanismo echeverriano: por un lado las "luces": el saber, 1a ciencia europeos; por el otro, la realidad local: nuestras cos-

    5 Esteban Echeverra, Dogma Socialista, Obras escogidas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1991, pp. 253-254. Todas las citas de Echeverra remiten a esta edicin.

  • Carlos Altamirano

    tumbres, nuestras necesidades. El encuentro, o la sntesis, de esos dos factores resume el programa de una elite moderni-zante que cree descubrir en el historicismo a7asa- 11-"TerajoiirTrlriMriercWg anterio- generacion de la revolucin y la independencia. Puede aa-dirse aun que la equiparacin de la sociedad con un cuerpo, y con un cuerpo visto como campo de estudio, se inspiraba en un modelo de conocimiento cuyo nacimiento era todava re-ciente: el de la clnica cientfica moderna.

    Pero si la palabra "entraa" evoca el cuerpo, no lo evoca como paradigma de unidad y proporcin, segn una vieja re-presentacin de la armona social, sino como materia viva y como cavidad. Se trata de un cuerpo que envuelve un interior: el mundo oscuro, aunque palpitante, de las vsceras. Lo que hay que aprehender nos lleva hacia ese interior (a "las entra-as de nuestra sociedad"), es aquello que hay que "desentra-ar". Desentraar es sacar las entraas, pero tambin llegar a conocer el significado recndito de algo. Ese organismo que era la sociedad americana, al que se poda palpar y al que se senta palpitar, encerraba, pues, un secreto que deba ser des-cifrado.

    Ahora bien, si volvemos al enunciado en que Echeverra resumi su programa americanista, cmo pasar por alto ese lenguaje en que lo prximo, lo que est aqu las costumbres y las tradiciones propias, aparece figurado en trminos de un ncleo vivo, pero oculto? Lo ms inmediato es mediato, po-dramos decir, o sea, est mediado por una envoltura externa, mientras lo lejano, lo mediato las "luces de la inteligencia europea" parece darse sin mediaciones. Ms an: cmo sus-traerse al encadenamiento de sentido que va de las "entraas" de la sociedad a El matadero? En este relato Echeverra nos ofrece, con el espectculo de un mundo brutal y primitivo de matarifes, carniceros y achuradoras que se disputan las vsce-

    Ideal Para un programa de historia intelectual

    "99

    ras, lo que a sus ojos es la verdad social y poltica del orden ro-sista. El "foco de la federacin estaba en el Matadero" (p_ 139), escribe al concluir el relato. El foco, es decir, el centro, el n-cleo, las entraas, en otras palabras, de la federacin rosista. Podramos agregar, entonces, que aquello que el autor del

    - Dogma Socialista define como las "entraas", y que se compro-n-lete a escrutar, no se asocia nicamente con lo desconocido, aun ue prximo, sino am

    es hostil. Habra que probar sin duda, la consistencia de esta inter-

    pretacin relacionndola con el resto de la obra ideolgica y literaria de Echeverra. Si el propsito que gua la interpreta-_cin es un propsito de conocimiento hay que precaverse, co-mo ensea Jean Starobinski, de la seduccin del discurso ms o menos inventivo y libre, que se alimenta ocasionalmente de la lectura. Ese discurS0 "sin lazos tiende a convenirse a s mis-mo en literatura, y:19,:bjeto del que habla slo interesa como pretexto, COMO; CIWiriOdente".6

    Perg rli creo que haya que ceder a la crtica literaria_ esa zona & frontera que es la "literatura de ideas" para admitir / que sta no anuda slo conce tos raciocinios, sino tambin

    la sensibilidad. Por cierto, pres-tar atencin a los rasgos ficcionales de un texto, as como a la retrica de sus imgenes, solicita los conocimientos y, sobre todo, el tipo de disposicin

    se cultiva en la crtica litera- ria. Los textos de la "literaiura de ideas", sin embargo, no po-dran tampoco ser reducidos a esos elementos, como si el pen-samiento que los anima fuera un asunto sin inters, demasiado trivial o demasiado montono, es decir, demasiado vulgar pa-ra hacerlo objeto de una consideracin distinguida. Dicho bre-

    6 Jean Starobinski, "El texto y el intrprete", J. Le Goff y P. Nora, Hacerla his-

    toria. H. Nuevos enfoques, Barcelona, Lata, 1979, p. 179.

    ementos de la im nacion

  • Carlos Altamirano

    vemente: una interpretacin que privilegiara slo las propie-dades ms reconocidamente literarias no sera menos unilate-ral que aquella que as ignorara.

    Pero, veamos, qu es lo que podemos consignar, dentro de nuestra historia intelectual, en ese linde que llamamos "li-teratura de ideas"? Desde los textos de intervencin directa en el conflicto poltico o social de su tiempo a as expresiones de esa forma ms libre y resistente a la clasificacin que es el en-sayo, pasando por as obras de propensin sistemtica o doc-trinaria. Lo comn a todas as formas del discurso "doxolgi-co" es que apalabra se enuncia desde una posicin de verdad, no importa cunta ficcin alojen las lneas de los textos. Pue-de tratarse de una verdad poltica o moral, de una verdad que reclame la autoridad en una doctrina, de la ciencia o los ttu-los de la intuicin ms o menos proftica. Los primeros de en-tre esos escritos proclamas, como as de Simn Bolvar, o panfletos, como a "Carta a los espaoles", del jesuita. Juan Pa-blo Viscardo parecen indisociables de a accin poltica. Son llamados a obrar y se dira que ellos mismos son actos polti-cos. Sin embargo, para esclarecer el sentido intelectual de los escritos (o los sentidos, si se quiere) no basta con remitirlos al camp cte_lkaccino, como suele decirse, a su contexto. o-; nerlos en, con.exin con su "exterioxr, con sus condiciones pwgkticascntribuye..sinclulas er no ahorra el trabaj de la Lectura interny de la interpreta-cin corresporicriente,,auncuandoniC~1954~- ino documentssleWiistoria--poltica-o~ Lobcp.wos del histongl. r Pra_ncis Xavier, Guerra re_unidos,.en_Modern~ independencias son muy ilustrativos respecto de loque_puede ensenar una historia poltica sensible a.114.1mnsin,sirablir ca cr la ;itlaTslaij7cljaaccin histrica. ("relacin entre ac-

    _

    .15--rs-=-h-e-S-Critei-Guerra, no slo est regida por una rela- I cin mecnica de fuerzas, sino tambin, y sobre todo, por

    -Ideas para un programa de historia intelectual

    cdi es, e_n un moient ado"). Se trate de escritos de combate o de escritos de doctrina,

    durante el siglo XIX todos ellos se ordenan en torno de la po-ltica y la vida pblica, que fueron durante los primeros cien aos de existencia independiente los activadores de la litera-tura de ideas en nuestros pases. Un ensayista argentino, R. A. Murena, escribi que hay en Amrica Latina una gran tradi-cin literaria que, pradjicamente, es no literaria. "Es la tradi-cin de subordipar_elarte_de escribilLast.c...de_l_kpltjca:"8 Durante esa centuria, nuestra literatura estuvo, agrega Mure-na, "fascinada por la Gorgona de la poltica". Se podra obser-var que hay en estas definiciones de Murena la nostalgia de otra tradicin, la nostalgia de aquello que nuestros pases no fueron o no tuvron, falta que ha sido un tpico del ensayo latinoamericano De. todos modos, el hecho es que nuestras elites, no slglallitl polticas y militares, sino tambin las eh-tes istplttuales (nuestros letrados", nuestros "pensadores"), nryfron que afrontar ef-problemafunclanentaLycIsieolle ca-istruir un orden plticgusederciera:t.22.cl2minzin efectiva y duradera.

    Esquematizando al mximo podra decirse que esa preo-cupacin por la construccin de un orden poltico, preocupa-cin dominante en la reflexin intelectual latinoamericana hasta la segunda mitad del siglo xix, estuvo regida por dos cuestiones, o dos preguntas, sucesivas. La primera podramos formularla as: qu es una autoridad legtima y cmo instau-

    7 Francois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, Madrid, Mapfre, 1992,

    p.14. 8 H. A. Murena, "Ser o no ser de la cultura latinoamericana", Ensayos de sub-

    versin, Buenos Aires, Sur, 1962, pp. 56-57.

    os culturales de un grupo o un con-unto de

    4c-

  • Carlos Altamirano Ideas para un programa de historia intelectual 23

    rarla, ahora sin la presencia del rey? La segunda, que surge cuando se han experimentado las dificultades prcticas para resolver la primera, sera: cules el_orclenlegtimo quesea, a la vez, urkorden,posible? - Paralelamente, a veces confundindose en los mismos tex-

    tos con esta preocupacin poltica irn cristalizando otros n-cleos de reflexin dentro de la literatura de ideas en nuestros pases. En algunos escritos, sobre todo cuando toman la for-ma del ensayo, esos ncleos se expanden y, a veces, dominan sobre cualquier otro tpico. De qu ncleos hablo? De aque-llos que parecen ordenarse en torno de la pregunta por nues-tra identidad. Hablo, en otras palabras, del ensayo de tern retyatitolef~ Del ensayo d interpretacin gdramos decir que est impulsado a responder una dean m-

    da de identidad: quienes somos los hispanoamencanos? Quines somos los argentinos? Quines sotros los mexica-nos? .Quines somos los_pesuaros

    En algunos discursos de Bolvar se pueden encontrar pa-sajes que anuncian esta ensaystica de autoconocimiento y au-tointerpretacin. Leamos, por ejemplo, este pasaje clsico del discurso de Bolvar ante el Congreso de Angostura:

    .. no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborgenes y los espaoles. Americanos por nacimien-to y europeos por derecho, nos hallamos en conflicto de dispu-tar a los naturales los ttulos de posesin y de mantenernos en el pas que nos vio nacer, contra la oposicin de los invasores; as nuestro caso es el ms extraordinario y complejo.9

    9 Simn Bolvar, "Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura", Discursos, proclamas y epistola?io poltico, Madrid, Editora Na-cional, 1981, p. 219.

    A travs de esta problemtica, la que se activa alrededor de la pregunta, explcita o implcitamente formulada, por nuestra identidad colectiva, pueden hacerse una serie de ca-las en nuestra literatura de ideas. La tarea de definir quines somos ha sido a menudo la ocasin para el diagnstico de nuestros males, es decir, para denunciar las causas de deficien-cias colectivas: "Entrad lectores", escriba, por ejemplo, Carlos Octavio Bunge, en un ensayo de psicologa social que se que-ra cientfico, Nuestra Amrica. "Entremos, segua, sin miedo ya, al grotesco y sangriento laberinto que se llama la poltica criolla."10

    En este caso, ya no se trata de responder slo a la pregun-ta de quines somos?, sino tambin por qu no somos de de-terminado modo: por qu nuestras repblicas nominales no son repblicas verdaderas? Por qu no logramos alcanzar a Europa, ni sornosiOmo los americanos del Norte? En esta li-teratura de atitgaiii-en y diagnstico, que comienza muy ternpran:Ifiente en el discurso intelectual latinoamericano, la bsqueda llevar a la indagacin de nuestro pasado.

    Si pensamos en AlfonsoY.e.,yes,eAjogge.141is,,Bor,ges,..en Lezama Lima o en j211Bianco, podemos decir que en el siglo xx la tradicin-de subordinar el arte de escribir al arte de la poltica rigi ya slo parcialmente aun en el campo del ensa-yo. De todos modos, la vetadel ensayo social Lppltico no se ha agotado y ha logrado sobrevivir affieCIO que hace cuaren-ta aos pareca condenarlo a la desaparicin: la implantacin de las ciencias sociales, con su aspiracin a reemplazar la doxa del ensayismo por el rigor de la episteme cientfica. Digamos ms: ledos con la perspectiva del tiempo transcurrido, mu-

    10 Carlos Octavio Bunge, Nuestra Amrica, Buenos Aires, Librera Jurdica, 1905, p. 241.

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    chos de los textos que nacieron de ese nuevo espritu cientfi-co pueden ser colocados en el anaquel de los ensayos de in-terpretacin de la realidad de nuestros pases que inaugur en gran estilo el Facundo de Sarmiento. En otras palabras, pue-den ser ledos como sus grandes ancestros, es decir, tambin como textos de la imaginacin social y poltica de las elites in-telectuales.

    2 Introduccin al Facundo

    La identificacin de historia y biografia fue un fecundo ha-llazgo de Sarmiento, observ Ezequiel Martnez Estrada, quien lamentabaque esa forma de indagacin de la realidad nacional hubieido tan poco imitada. Sarmiento escribi numerosas biogr~ la del fraile Aldao, la del "Chacho" Pe- rialoz, o n'anklin, la de San Martn, la de su hijo Domin- guittr entre otras. Uno de sus grandes libros, Recuerdos de pro-vincia, entreteje la evocacin histrica con el relato de varias vidas, entre ellas la suya propia. "Gusto, a ms de esto, de la biograffa", escribi en la introduccin a sus recuerdos. Y agre-gaba enseguida: "Hay en ella algo de las bellas artes, que de un trozo de mrmol bruto puede legar a la posteridad una es-tatua. La historia no marchara sin tomar de ella sus persona-jes, y la nuestra hubiera de ser riqusima en caracteres, si los que pueden, recogieran con tiempo las noticias que la tradi-cin conserva de los contemporneos".

    De todas las que compuso hay una, sin embargo, que re-sult impar. "La vid de Quiroga": as titul Sarmiento el avi-so en que anunciab, el 1 de mayo de 1845, la aparicin del Facundo, que al da siguiente comenz a publicarse en forma de folletn en el diario chileno El Progreso. Tras esta aparicin

  • 26 Carlos Altamirano Introduccin al Facundo 27

    por entregas, el texto vio la luz en un volumen editado tam-bin por El Progreso el mismo ao. Iba precedido de la Intro-duccin que hoy lo acompaa, y llevaba el largo ttulo de Ci-vilizacin y barbarie, vida de Facundo Quiroga, y aspecto fsico, costumbres y hbitos de la Repblica Argentina.

    Cuando Sarmiento dio a conocer la obra, ya se haba he-cho de una reputacin en la prensa y en la vida intelectual de Chile, as como en los crculos de emigrados polticos argen-tinos en ese pas. Lo sac de la oscuridad, segn lo contara despus, un artculo afortunado sobre el aniversario de la ba-talla de Chacabuco, publicado en El Mercurio en 1841.1 Hasta ese comienzo en el camino de la notoriedad literaria y polti-ca, Sarmiento haba experimentado las alternativas y las con-trariedades de un joven decente, pero sin fortuna,2 que aspira-ba a hacerse un lugar sobresaliente en la azarosa vida pblica de la sociedad que emergi, a fines de los aos veinte, del fra-caso de Rivadavia y del ascenso federal.

    Haba nacido en San Juan, en 1811. Hijo de un matrimo-nio que uni a dos vstagos de familias empobrecidas, si bien

    1 D. E Sarmiento, Recuerdos de provincia, Buenos Aires, W. M. Jackson Edito-res, 1944, pp. 293-295. El artculo mencionado 12 de febrero de 1817", El Mercurio, 11/2/1841 encabeza las Obras de D. E Sarmiento, t. I, pp. 1-7. Advertencia: en todas las citas extradas de estas Obras... que aparecern en adelante, la ortografa del original ha sido normalizada. 2 La condicin de decente remite a las divisiones y jerarquas sociales propias

    de la estructura social vigente en la colonia, en que no era slo la fortuna la que trazaba las fronteras entre las diferentes categoras, sino tambin la raza y el color. La gente decente se identificaba como blanca frente a la poblacin de origen indio, africano o mestizo. Si bien quienes ocupaban la cumbre de la estructura social eran decentes, no todos los decentes pertenecan a esa cumbre. La distincin sigui obrando despus de la independencia, y Sar-miento era uno de esos descendientes de las ramas pobres de la gente decen-te. Vase Tulio Halperin Donghi, Revolucin y guerra. Formacin de una elite di-rigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005 (1972), pp. 52-75.

    ligadas por las redes del linaje con parientes de rango en la so-ciedad sanjuanina, Sarmiento conoci desde la infancia las tri-bulaciones de una vida mantenida en la penuria. Los nueve aos en que concurri a la Escuela de la Patria le proporcio-

    - naron la nica enseanza regular que habra de recibir. Ms -

    tarde recordara, no sin amargura, cmo la falta de fortuna, en el doble sentido de esta expresin, puso fuera de su alcan-ce la posibilidad de proseguir estudios ordenados: No obstan-te, otras lecciones, transmitidas de manera informal, comple-mentaron y prolongaron ms all de la niez la educacin escolar: las que le impartieron sus tos sacerdotes, en particu-lar Jos de Oro, mezclando los textos y la enseanza devotos con ejercicios de gramtica, nociones de geografia y de civis-mo patritico. Y del medio familiar, que se ampliaba en la pro-teccin de los parientes, extrajo la aficin a la lectura, el "po-deroso instrumehempleemos sus palabras que le abri la ruta de los libr41, y:' libros trajeron consigo no slo el sa- ber imprpso; siti tambinla imagen y el sueo de los hroes con-luienes Sarmiento se habra de identificar cuando ingre-sara en la juventud: los hroes civilizadores. Para hacerse de un nombre en la sociedad y en la vida pblica elegir el culti-vo y la difusin del saber letrado, la carrera del talento, que emprendi con la pasin de un autodidacta voluntarista e in-saciable.

    Pero es su pasaje por la experiencia de la poltica provin-ciana lo que habr de imprimirle su curso a esa eleccin, in-troduciendo a Sarmiento en las vicisitudes de las luchas civi-les de la Argentina y proporcionndole los contrincantes, los objetos y los temas, de la empresa civilizadora que suruiren

    Su iniciacion prctica en la divisin entre unitarios y federales tuvo lugar de manieracasuarggriffIrevocacion que har ms tarde, y se encontr del laniinitario casi sin preme-ditarlo, como si se hubiera limitado a poner el pie en una hue-

  • 28 Carlos Altamirano Introduccin al Facundo 29

    Ha que ya estaba trazada. Algo lo predispona a seguir esa di-reccin, opuesta no slo a la causa que tena a su cabeza a los caudillos rsticos de la campaa, sino tambin a las inclinacio-nes polticas familiares? Muchos aos despus Sarmiento offe-ci una respuesta muy a menudo citada: el efecto revelador que tuvo para l, cuando era todava un adolescente, el ingre-so de la montonera en la ciudad "con el alarde que da el pol-vo y la embriaguez". Estrpito de caballos, gritos y blasfemias. Fue una iluminacin: "Todo el mal de mi pas se revel de pl...

    -ovi~to..n_ces: la Barbarie!".3 Este recuerdo de los quince aos aparece demasiado cons-

    truido, el producto elaborado de una memoria ideolgica (en Recuerdos. de provincia la escena no se registra y es otra la que desempea una funcin de revelacin equivalente: la prdica fantica del sacerdote federal. Castro Barros, que le hace en-trever la figura de la intolerancia, hasta entonces ignorada, y que despierta en el adolescente las primeras dudas acerca de las ideas religiosas en que fue criado) .4

    En verdad, estamos re-ducidos a conjeturar respecto del esclarecimiento que ofrecen estos episodios rescatados y utilizados como premoniciones, a las que Sarmiento era muy afecto. Menos conjeturalmente, s-lo se puede decir que hubo afinidad entre el papel al que lo inclinaban los medios de que dispona el papel del hroe civilizador y el partido de la ciudad, el de los unitarios.

    El hecho es que su primera experiencia poltica, tras em-barcarlo en escaramuzas militares y en el "laberinto de muer-tes" que eran parte de la guerra civil que atormentaba a la Ar-gentina, lo llev a su primer exilio en Chile, en 1831. All desempe los oficios ms dispares, desde maestro de escuela

    3 D. E Sarmiento, "En los Andes (Chile)", Obras..., t xxn, p. 238.

    4 D. E Sarmiento, Recuerdos. .., pp. 243-248.

    a capataz de minas, siempre escaso de recursos y sin renunciar ala voluntad de saber: yendo en pos de esa cultura que se MI-

    : pliala en idiomas extranjeros haba hecho el aprendizaje del francs no mucho antes de las peripecias que lo condujeron al

    y ahora, mientras trabajaba como dependiente en una tienda de Valparaso, toma lecciones para leer en ingls.

    Una enfermedad y el orden poltico ms benigno que per-cibe en su provincia bajo la gobernacin federal de Benavidez, 16 traen de regreso a San Juan en 1836. En los cuatro aos que permaneci all antes de emprender el camino de un nuevo

    Sarmiento despleg iniciativas que muestran ya la con-eCipein de la cultura que haba hecho suya y que sera la de tOda su vida: la_cultura Imeho_pblieo, activamente in- culcada por medios pblicos, generadora de costumbres que ordenan los impulsos y las pasiones del hombre natural tradu-cindolos en los tlfinipos de un valor civil. En este terreno Sar-Miento no innovaWyjas actividades que emprendi fun- dar un mujeres, una sociedad dramtica, un perichro, El Zonda pueden ser vistas como las propias de un heredero de la Ilustracin rivadaviana (y ms atrs, de los pos-riiiados ilustrados de la Independencia), cuyo elan de pedago-tiPblica retorna con los medios a su alcance. Sin embargo, el descubrimiento de un nuevo horizonte de doctrinas, que se ahi;e a sus ojos en los dos lfimos arios de su permanencia en San Juan, transfiri ese ncleo iluminista al contexto de una nueva representacin de la historia y la poltica. Para Sarmien-t; de 1838 a 1840 se opera el pasaje a su adultez intelectual:

    Hice entonces, y con buenos maestros a mi fe, mis dos aos de filosofia e historia, y concluido aquel curso, empec a sentir que mi pensamiento propio, espejo reflector hasta entonces de las ideas ajenas, empezaba a moverse y a querer marchar. Todas mis ideas se fijaron clara y distintamente, disipndose las sombras y

  • 30 Carlos Altamirano

    vacilaciones frecuentes en la juventud que comienza, llenos ya los vacos que las lecturas desordenadas de veinte aos haban podido dejar, buscando aplicacin de aquellos resultados adqui-ridos a la vida actual, traduciendo el espritu europeo al espri-tu americano, con los cambios que el diverso teatro requera.5

    As resume en Recuerdos de provincia su ingreso en la madu-rez ideolgica, adquirida en las lecturas y las discusiones con otros jvenes ilustrados de las novedades intelectuales que lle-v a San Juan uno de ellos, Manuel Quiroga Rosas. Este haba formado parte del Saln Literario en Buenos Aires y, de regre-so a su provincia, no slo llev el mensaje de la Joven Genera-cin, sino una biblioteca con los autores, las revistas y los li-bros de la hora. En ese "curso", como lo llama Sarmiento, acaso para subrayar que su saber no era improvisado aunque no lo obtuvo en las aulas (ste sera siempre un punto sensi-ble para l), toma conocimiento de esa literatura de ideas que acompaaba al movimiento romntico en Francia y en la que se mezclaban los estudios histricos con la filosofia de la his-toria, el eclecticismo y la crtica del eclecticismo, el humanita-rismo socializante y el liberalismo, las teoras de la literatura) las del, derecho. Los autores y los ttulos que cita al recordar esa etapa de descubrimientos son los que ingresaron en el Rc de la Plata como eco de la revolucin de julio de 1830, es de dr, los autores y los ttulos a los que se colocaba bajo el nom bre aglutinador de filosofa de Julio: Francois Guizot y Victo' Cousin, la Revue Encyclopdique y La democracia en Amrica de Tocqueville, Pierre Leroux y Eugen e Lerminier...

    En pocos aos mostrar en sus escritos lo que extrajo pare su propio bagaje de esas lecturas. La historia ocup el centrc

    5 D. F. Sarmiento, Recuerdos-.-, p. 258.

    introduccin al Facundo 31

    de ese bagaje. Mejor dicho, una concepcin nueva de la histo- -- ria que discerna en ella un vasto drama, una contienda ince- sante entre tendencias colectivas a travs de la cual marchaba o gnero humano. Francia era el centro en que se forj, en-

    7 tre los aos veinte y treinta del siglo xIx, ese discurso sobre el pasado que cautivara a Sarmiento. En un artculo de 1844 l resumir lo que constitua a sus ojos el valor de esta nueva cien-ca :cle la historia, cuya edificacin remita a los nombres de Au- gstin Francois Guizot, Jules Michelet: "la historia, tal

    : como la concibe nuestra poca, no es ya la artstica relacin de los hechos, no es la verificacin y confrontacin de autores an-

    :tiguos, como lo que tomaba el nombre de historia hasta el si-.11.6 pasado... El historiador de nuestra poca va a explicar con

    l auxilio de una teora, los hechos que la historia ha transmi-tido sin que los mismos que la describan alcanzasen a com-

    .-- .'Prenderlos". Wel-4411-w de esa concepcin, el conflicto po-Stico se haca inteltible en trminos sociales o, ms bien, ..sdc.i.-o~rl:

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    que el diverso teatro requera".7 (Parafraseando sus propias

    palabras podra decirse que a la hora de interpretar ese "diver-so teatro" Sarmiento se esforzara por traducir el "espritu ame-ricano" al "espritu europeo", esto es, al lenguaje del conoci-miento por excelencia). En este punto de inflexin de sus ideas habra que situar la toma de distancia respecto de los uni-tarios, si entendemos ese distanciamiento segn los trminos en que l representar a la elite unitaria en Facunde_una.

    elite de miras elevadas pel'o de mentalidad abstracta y formalista, eX1Faradaeii1;;Tnedios de accin x avos de ria-filasofraliratern i nirsi r&porha-cerla impotente frente al avance de los caudillos rsticos. El corolario resultaba obvio: la ciudad necesitaba intrpretes ms competentes. En esa representacin puede identificarse el eco de la crtica que los iniciadores de la Joven Generacin, la del 37, hicieron a los de la generacin precedente. Pero Sarmien-to, que lleg tarde a la querella y slo conoci la estela del mo-vimiento que haba tenido su foco en Buenos Aires y sus guas intelectuales en Esteban Echeverra y en Juan Bautista Alber-di, fue ajeno al fervor que los iniciadores pusieron en la pol-mica antiunitaria. Tambin en Facundo se puede leer el saludo de reconocimiento a esa empresa juvenil, tanto como el juicio de quien la considera como un captulo superado.

    Sarmiento vea en el gobernador federal de San Juan, el general Benavdez, un caudillo moderado a quien incluso tratara de persuadir de que rompiera con Rosas y se sumara a la coalicin militar contra el poderoso gobernador de Bue-

    7 Se puede leer una excelente reconstruccin del conjunto de doctrinas po-

    lticas y sociales que formaron el horizonte de ideas de Sarmiento en Nata-lio Botana, La tradicin republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas polticas de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, pp. 21-259.

    nos Ares. Pero el margen de tolerancia, que sus actividades an-trrosistas encontraron bajo ese orden menos riguroso que en otras provincias acab, finalmente, por mostrar sus lmites. En 1840 fue a la crcel y, tras salvar apenas la vida, a su segundo destierro en Chile. En la "Advertencia" que precede al texto de Facundo har referencia al maltrato ultrajante al que lo so-meti en la ocasin un squito de partidarios de Benavdez.

    En Chile, tras aquel artculo afortunado sobre el aniversa-rio de la batalla de Chacabuco, fue introducido en el crculo de Luis Mont, la primera figura poltica del partido de gobier-no, el partido conservador, que se convirti en su protector, y a: quien Sarmiento prestara apoyo y colaboracin. Una vez con acceso a la prensa, un medio que ya no abandonara a lo largo de su vida, demostr en poco tiempo que escribiendo era una potencia y_qme en la polmica se senta a sus anchas. Las tuvo de todo-1:416,,,Mayores y menores. "Viva la polmi-

    ,

    cal", escribe en meclitii,dela primera que librara en Chile y que comenz cwAirdrs Bello y sigui con sus discpulos. Es un "campo= e baWa:de la civilizZion" a7tiav&del cual la opi-nin pblica se esclarece y se forma un juicio sobre las ideas y los contendores en presencia.8

    YSarmiento hace lo suyo para que las lides en que toma parte no se pierdan en la intrascen-dencia. As, la controversia con Bello, que se haba iniciado por una disidencia en torno a su opinin sobre la lengua y los derechos del pueblo frente ala autoridad legislativa de los gra-mticos, se ensanch bajo su pluma y se volvi un debate so-bre la literatura en las sociedades en formacin como las ame-ricanas, sobre el retraso de la cultura espaola y su lengua, desprovista de los recursos para expresar el espritu del tiem-po, en fin, sobre "qu estudios ha de desenvolver nuestro jo-

    8 D. E Sarmiento, "El comunicado del otro quidam", Obras..., t 1, p. 231.

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    ven pensamiento, qu fuente debe alimentarlo y qu giro ha de tomar nuestro lenguaje".9

    Ya en esa primera polmica, al inscribir lo que llam la "cuestin literaria" en un combate de grandes proporciones! puso de manifiesto un modo de aprehender los hechos del mundo social y un modo de argumentar que le seran carac-tersticos. Si la cuestin literaria se enlazaba con otras cuestio-nes hasta involucrar, a travs de una cadena de identificacio nes, el sentido histrico del perodo y la pugna por la orientacin que deba presidirlo, era porque a sus ojos en ca-da segmento de la vida social se reflejaban y se diriman--las tendencias de una sociedad y una poca: cada parte en! parte' de una totalidad, pars totalis, de acuerdo con la leccin,' historicista que haba hecho suya. Sin embargo, no todo en su estrategia de polemista que no daba cuartel obedeca a la per-: cepcin globalizante del historicismo. Al moverse en ese "cam=. po de batalla de la civilizacin", Sarmiento hara uso de todos los argumentos que pudiera movilizar, lo que dotara a sus es-critos de una gran riqueza y variedad de registros, aunque no siempre de coherencia.

    Pero en Chile no slo prob, apenas tuvo ocasin, sus do-tes de polemista. En poco tiempo mostr tambin que no te na rival en la composicin de crnicas y cuadros de costur bres. Ahora bien, estas formas, como en general las que si. prosa logr dominar y de las que hara un empleo libre y mez-clado, Sarmiento las ensay en el oficio de redactor periods:' tico. En la prensa encontr el medio para esa vocacin con la que tena "afinidad qumica" y que prolongara en sus libros; la del escritor pblico (la expresin es suya): el que escribe de cara a la opinin para dar forma a las ideas, e ilustrar, comba,

    tir; apoyar, predican Tambin para obtener de esa opinin el reconocimiento y la gloria.

    No haremos aqu el inventario de su labor en el mbito de la educacin en Chile, que fue mltiple y defini el otro cam-p que encarara como una misin y que tampoco abandona-ra

    ya por el resto de sus das. Un alegato autobiogrfico, Mi defensa (1843), y su primer ensayo de biografa consagrada a evocar la vida de un caudillo, el cura Flix Aldao, Apuntes bio-grficos (1845), precedieron la publicacin de Facundo. Tras la aparicin de esta ltima obra, en cuya repercusin tanto lite-raria como poltica nadie confiaba tanto como Sarmiento, el gobierno chileno lo comision para que estudiara in situ la or-ganizacin de la enseanza primaria en Europa y los Estados Uidos. De regreso de ese viaje que, despus de algunas esca-las latinoamericana Montevideo, Ro de Janeiro), lo llev a Francia, Alemania ZSpaa, Italia y, finalmente, a los Estados Unidos, donde enc.clittalla un nuevo y ms promisorio mode-lo de refe.0;1;Iia social y poltico, public, en 1849, dos de sus libros iras

    Educacin popular, que fue el informe que present al gobierno de Chile como resultado de la mi-sin, y Viajes, una recopilacin de cartas escritas a sus amigos durante el periplo. Yen ese gnero epistolar, en que es posi-ble pensar a la par que se siente y "pasar de un objeto a otro, siguiendo el andar abandonado de la carta, que tan bien cua-l'a con la natural variedad del viaje", Sarmiento vuelve a mos-trarse como un maestro."

    En 1850, cuando la proximidad de la cada de Rosas se ins-tala en el horizonte, da a conocer otros dos libros. El primero es Argirpolis, escrito poltico destinado a ofrecer un programa a la coalicin antirrosista en gestacin. El otro es Recuerdos de

    9 Ideen, p. 232. 10 D. F. Sarmiento, Viajes, Buenos Aires, Universidad de Belgrano, 1981, p. 15.

  • 36 Carlos Altamirano Introduccin al Facundo

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    provincia, que para algunos crticos es el mejor compuesto de sus libros y que para muchos de sus contemporneos era la presentacin indisimulada de un candidato para el orden pos-rosista. Aunque la sospecha no era infundada, el escrito auto-biogrfico de Sarmiento posea una complejidad irreductible a esa motivacin. Sin embargo, el fin del gobierno de Rosas, al que cree haber contribuido por medio de la prensa y sus li bros, no le abre inmediatamente el campo para la accin po-ltica en su pas. Tras 1a tentativa frustrada de ser reconocido por Urquiza como el Ola intelectual de la hora, regresa a Chi-le y en Campaa en el Ejrcito Grande Aliado de Sud Amrica d2 cuenta de su participacin en la operacin militar que culmi-n en la batalla de Caseros y del juicio que le merece el resul-tado: se haba puesto fin al dominio de Rosas, pero no al do-minio de los caudillos brbaros, que ahora tenan en Urquiza a su nuevo jefe. Entonces estalla su clebre polmica con Al: berdi, cuyas Bases haban sido adoptadas por los vencedore-- como texto inspirador de la organizacin constitucional del pas.

    Finalmente, en 1855 retorna y se instala en Buenos Aires,- por entonces un estado separado del ordenamiento poltico' nacional, el de la Confederacin presidida por Urquiza. Una vez all se inicia para l la carrera de los cargos pblicos: con-rejero municipal, varias veces senador, ministro de gobierno miembro de la Convencin que reforma la Constitucin Na-cional (1860), gobernador de San Juan. Permanece dos aos en este ltimo cargo (1862-1864) y cuando su administracin, ms voluntarista que eficiente, parece a punto de hundirse ro-deada de una oposicin que tena varios focos, el gobierno na= cional, presidido por el general Mitre, le proporciona una sa; lida ofrecindole el cargo de ministro argentino en los Estados Unidos. Se desempeaba an en esta misin cuando el gene-, ral Lucio V. Mansilla, en nombre de numerosos jefes y oficia-

    les del ejrcito, le ofrece la candidatura a la presidencia en la eleccin a la que dara lugar el fin del mandato de Mitre en 1868. Sin otro patrocinio que se y el del diario La Tribuna, es decir, sin partido propio, el nombre de Sarmiento es visto co-"rao adecuado para una frmula poltica de transaccin, desti-nada a impedir tanto el triunfo del candidato mitrista como el de Urquiza. Sarmiento resulta electo.

    Desde su regreso hasta el fin de su presidencia en 1874 pa-saron casi veinte aos que no fueron apacibles: la vida pbli-

    _ da del pas sigui siendo turbulenta, el "laberinto de muertes" de la guerra civil conoci nuevos episodios y cuando a Sar-miento le toc reprimir las sublevaciones provinciales al or-den-que surga asociado a la hegemona de Buenos. Aires ya corno director de guerra en la campaa contra el Chacho Pe-aloza, ya como ~dente ante el levantamiento de Lpez Jordn actu a sangre fuego. Bajo su presidencia transcu-rri asimismo la ltima-p'-arte de la guerra contra el Paraguay, el -cOnfliclinternacional en que participaba el pas desde 1865. Pro en esos aos agitados la Argentina fue introducin-dose tambin en el curso que le dar su fisonoma moderna cuando, en 1880, culmine su unidad estatal. La accin pbli-ra de Sarmiento en el terreno de la educacin y las comuni-caciones se inscribe y da impulso a ese curso.

    Durante y despus de ese perodo no abandon su medio favorito, la prensa peridica, donde sigui escribiendo incan-sablemente. La polmica sobre la ley de educacin, en la d-cada- del 80, le ofrece, cuando ya es un marginal en la vida po-ltica, una de las ltimas ocasiones para seguir en ese "campo de batalla de la civilizacin". No obstante, la poca de los gran-des libros qued atrs, en los arios del exilio. Su proyecto lite-rario ms ambicioso, Conflicto y armonas de las razas en Amrica (1883), revela el tributo que paga al clima positivista, pero no est a la altura de aqullos. Muri en 1888.

  • 38 Carlos Altamirano

    I I

    Facundo es una obra singular. Se ha sealado muchas ve-ces que era imposible colocarla bajo el signo de un solo pro-psito o de un solo gnero de discurso. Cmo encuadrar, en efecto, segn el designio de un solo propsito, una obra que. de modo manifiesto, aparece animada por varios: exponer el gobierno de Rosas a la condena universal; explicar, a un lec-. tor que es el de su pas, el de Chile y tambin el de Europa, lag guerras civiles de la Argentina y la naturaleza del caudillismo sudamericano; contar una biografa novelesca, llena de suce-sos "raros" y dentro de una naturaleza algo extica; difundir un esbozo de programa poltico y social? A la vez, cmo defi-nir dentro de los lmites de un gnero un escrito que, corno dijera Alberto Palcos, contiene un poco de todo? El propio Sarmiento que no dej de volver sobre Facundo, entregn-dolo a la imprenta con variantes de importancia en la segun-da edicin y en la tercera comentara, al dar indicacione:- para una cuarta, que el libro era "una especie de poema, pan-fleto e historia".11 Dada esta heterogeneidad que la constitu-ye, se pens que la unidad de la obra radicaba en el estilo. Pe-ro qu estilo, si ste vara segn la marcha del discurso, e5 decir, segn se entregue a la narracin o al comentario ideo-lgico, a la evocacin de una escena o al apstrofe, a la propa ganda o a la imagen del paisaje sugestivo? Ms que un estilo lo que Facundo deja ver es una variada gama de recursos de es tilo o de formas que le dan su particular andadura. En fin,

    11 "Carta de Sarmiento a su nieto", publicada en el anexo documental de I. edicin crtica del Facunda, al cuidado de Alberto Palcos. Cito de la reed cin ampliada, Facundo, prlogo y notas de Alberto Palcos, Buenos Aire:, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 447.

    'Introduccin al Facundo 39

    - medida que la unidad dej de ser una norma, tanto como un principio por discernir en las obras, la cuestin del acuerdo

    - interno del texto perdi inters como problema por resolver. Tras la muerte de Sarmiento, desprendido de quien haba

    'Sido hasta ese momento no slo un escritor sino un actor poli-- 'tico, inici el Facundo su vida independiente como libro. La

    multiplicidad de lecturas de que ha sido objeto desde enton-ces en la historia intelectual argentina sobre todo a partir del Siglo XX, cuando comenzaron a ordenarse los estudios sobre el legado ideolgico y literario del siglo anterior no fue ajena a esa multiplicidad que habita el escrito. Algunas han privile-giado la obra del pensamiento y han buscado en ella la doctri-na, la interpretacin histrica, los elementos de una sociologa - nacional o aun de una filosofa. Otras han puesto el foco en las

    Propiedades literar4s del texto en el trabajo de la imagina- . cin, en los au-ibuto;;de la prosa, en los procedimientos reto-

    ricos que articuldn el dikurso

    . Esta agrupacin en dos fren- tes- no es irs que una simplificacin extrema de las diversas perspen.vas a las que se prest la lectura de la obra de Sarrnien-to.tero, aunque sea simplificador, el esquema sintetiza muy r-pidamente la condicin de clsico que ostenta el Facundo en dos

    ..(.ampos de la cultura argentina: un clsico del pensamiento, - mi clsico de la literatura. Acaso fue Leopoldo Lugones el pri-mero en asignarle ese lugar de eminencia, como lo hara poco despus con Martn Fierro

    se atribua y se le reconoca auto-. ridad para esos gestos grandilocuentes: "Facundo y Recuerdos

    de prouin eta son nuestra Riada y nuestra Odisea".12 No vamos a acordar al esquema expuesto arriba ms de lo

    - que vale como un primer ordenador. La cmoda simetra que establece se complica apenas se tiene presente que, mientras

    1?- Leopoldo Lugones, Historia de Sarmiento, Buenos Aires, Comisin Argen-tina de Fomento Interamericano, 1945, p. 166.

  • 40 Carlos Altamirano

    :.Introduccin al Facundo

    41

    que la maestra literaria le fue reconocida desde el comienzo, la interpretacin histrica y la doctrina que la obra contiene fueron objeto de polmica e impugnacin. Si no se deja de la-do la crtica que le hizo Alberdi, el astro rival de la misma ge-neracin, en las Cartas quillotanas (1853), podra decirse que las objeciones tericas comenzaron tambin desde temprano. Pero el cuestionamiento ms severo a las ideas del Facundo sobrevendra cuando, ya en el siglo xx, el conjunto de la em-presa poltica y doctrinaria de la que tanto Sarmiento como Alberdi haban sido miembros fue puesta bajo proceso por obra del nacionalismo y del revisionismo histrico. Facundo se insert entonces en el debate sobre las dos Argentina, donde funcionara para admiradores y para detractores como un manifiesto del pas progresista, smbolo del antagonismo en-tre doctores y caudillos, el conflicto que para algunos resuma la historia argentina del siglo xix. As, este libro que naci aso-ciado a las pasiones pblicas de su tiempo se inscribi, desde la dcada de 1930, en el conflicto de interpretaciones del pa-sado nacional, es decir, en las pasiones intelectuales y polti-cas de otro tiempo. No suele ser sa la suerte de los clsicos del pensamiento poltico? Como sea, el hecho es que la pos-teridad no le reserv al Facundo slo la vida apaciguada de los estudios eruditos y la lectura escolar: cuestionado o reivindi-cado como su autor, sigui viviendo tambin la vida inquieta de la polmica en el pas inestable que fue la Argentina du-rante buena parte del siglo xx. Agreguemos, para subrayar la asimetra dentro de la doble pertenencia que posee en la cul-tura argentina, que aun quienes objetaran la obra del pensa-miento saludaran en el texto de Sarmiento la obra literariaY

    13 Vase, como ejemplo, el juicio del escritor nacionalista Ramn Doll: "Sar miento supli las omisiones y las miopas histricas, con formidables intui

    Este libro singular no engendr, pues, una imagen singu-lar, sino varias. Leerlo es entrar en contacto tambin, as sea in-

    - directamente, con esa estela de representaciones y juicios que le fueron dando su reputacin, la reputacin con que llega has-ta nosotros, ya como miembro sobresaliente de una tradicin intelectual la del liberalismo o, como la ha rebautizado re-cientemente Natalio Botana, la de la tradicin republicana,14 ya como exponente logrado del historicismo decimonnico, ya como primera obra trascendente de la literatura argentina.

    Ahora, dejemos que la palabra de Sarmiento nos gue por un momento en la descripcin de su libro. Nos dice en la In-- troduccin, en rStil9 de oratoria elevada que domina esta -.parte del texto (culCnianclo por el vocativo grave del comien-zo: "iSrrilj-a-feWIle de Facundo!, voy a evocarte..."),15

    que v a ruar la vida del caudillo para que ella entregue el "se-

    . creto" que atormenta y desgarra la vida poltica argentina. - Procediendo ya a ese vaivn entre pasado y presente que le

    confiere a la obra uno de sus movimientos caractersticos, .menciona enseguida a aquel en quien Quiroga se sobrevive

    iones estticas, y estas intuiciones, mentiras cientficas, pero verdades arts-, fiCas, dieron al libro estilo y grandeza que se sobreponen a los errores y pre-jnicios o anacronismos de que hemos hablado" ("El Facundo" [1934], Ra-

    ' nin Doll, Lugones el apoltico y otros ensayos, Buenos Aires, A. Pea Lillo ditOr, 1966, p. 216). 14 Natalio Botana, La tradicin republicana. _., op. cit.

    Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Prlogo y notas de Alberto Pal-c9s, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 9. Todas las ci-tas siguientes del Facundo corresponden a esta edicin, aunque la ortogra-Ea ha sido actualizada.

  • 42 Carlos Altamirano -:Irtroduccin al Facundo 43

    porque sigue vivo en una tradicin arraigada, Rosas, que prolonga y perfecciona en la actualidad lo que en el caudillo riojano era slo esbozo, instinto. Con Rosas, la barbarie rural se ha instalado en la culta Buenos Aires. Pocas lneas despus la imagen del enigma reaparece, pero ahora el interrogante que plantea no recae sobre las races del caudillismo y las gue-rras civiles, sino sobre la empresa de la organizacin nacional, y es Rosas, como la Esfinge, quien lo propone. Cmo buscar la solucin para el enigma, que cobra rpidamente otra figu-, ra clsica, la figura del "nudo gordiano"? Aunque se trata de un nudo que la espada no pudo cortar, es decir, aunque no pudieron aun con l las armas de la guerra. Pues bien, la so-lucin slo puede llegar desenredando los hilos de la madeja que entretejieron los antecedentes nacionales, la fisonoma del suelo, las costumbres y tradiciones populares. La solucin poltica y militar de la empresa de la organizacin nacional re-quiere, entonces, de una previa iluminacin intelectual del enigma.

    El secreto que nos revelar la evocacin de la vida de Fa-cundo Quiroga, siguiendo esta cadena de transiciones es, por lo tanto, de trascendencia. Pero la trascendencia no es pura-mente local. Imprimindole al discurso un giro que amplifica la resonancia del drama, Sarmiento nos dice que la propia Eu-ropa se vio atrada y arrastrada por las convulsiones de esta "seccin hispanoamericana", aunque termin por desviar la mirada, y los mejores polticos de Francia demostraron no comprender el poder americano, el de Rosas, que haba he-cho frente a ese pas. Incluso el gran Guizot, observar ms adelante, "el historiador de la civilizacin", dio pruebas de no entender, en su juicio sobre la intervencin francesa en la po-ltica rioplatense, lo que estaba en juego.

    Hagamos aqu un paralelo: Sarmiento proceder a desa-fiar en el terreno intelectual, como lo haba hecho Rosas en

    terreno militar, a los sabios y polticos europeos. Una infle-'kin de humildad, sin embargo, disimular la exposicin del desafio. Hace falta, comenta, alguien con la competencia doc-ta. de un Tocqueville para que haga en la Amrica del Sur lo que este ltimo llev a cabo en la Amrica del Norte. Y qu hubiera logrado el hipottico Tocqueville en el estudio de es-t seccin hispanoamericana? Poner al alcance de la curiosi-:aad intelectual europea un "nuevo modo de ser", mal conoci-;dO y sin antecedentes. Ms an:

    Hubirase explicado el misterio de la lucha obstinada que des-pedaza aquella Repblica: hubiranse clasificado distintamente los elementos contrarios, invencibles, que se chocan; hubirase asignado su parte a la configuracin del terreno, y los hbitos que ella engendra; su parte a las tradiciones espaolas, y a la con-ciencia naciorapintima, plebeya, que han dejado la inquisicin espaola; sti'prt a la influencia de las ideas opuestas que han

    trastornado_ el,nipridpoltico; su parte a la civilizacin europea; su parten fin, a la democracia consagrada por la revolucin de 11, a la igualdad, cuyo dogma ha penetrado hasta las capas in-feriores de la sociedad. (p. 11)

    Ahora bien, resultados parecidos a los de ese presunto Tocqueville es lo que Sarmiento nos promete, algo ms ade-lante, al exponer lo que busca a travs de la biografa de Fa-cundo. Aun admitiendo, pues, que carece de la versacin del modelo lejano, va a ensearles algo a esos europeos orgullo-sos de su saber, que han apartado la vista de estas tierras tras juzgar, sin estudio, que slo se advertan all las erupciones de un volcn sin nombre.16 Nos hallamos as frente a lo que

    16 El deseo de dar una leccin a los sabios europeos en realidad, de hu-millarlos-- lo formula abiertamente Sarmiento en la carta a Valentn Alsi-

  • introduccin al Facundo 45 44 Carlos Altamirano

    podramos llamar una inversin de la desventaja. Ante la cul-tura legtima y sus representantes (polticos y escritores eu-ropeos), Sarmiento altera lo que es a sus propios ojos una desventaja ser slo escritor sudamericano sin los recursos de la ciencia, reivindicando, aunque sin decirlo, el dere-cho a un doble reconocimiento: el que se debe al mrito (por los orgenes humildes) y el que se debe a lo raro, es de-cir, a lo que es escaso y excepcional. Lo que va a descubrir, por otra parte, la revelacin de ese modo de ser nuevo, no interesa slo por la luz que arroje sobre las convulsiones de la vida argentina. Ayudar tambin a comprender las agita-ciones de la vida poltica espaola (por la Espaa americana se comprender la Espaa europea), y ms all, es decir, des-de un punto de vista ms universal, no es importante para la historia y la filosofa "esta eterna lucha de los pueblos his-panoamericanos"? Sobre el significado trascendente de esa lucha necesitan ser ilustrados los hispanoamericanos no me-nos que los europeos: aqullos se hacen eco de la propagan-da rosista contra el partido de la civilizacin en la contienda argentina.

    na que public a manera de prlogo en la segunda edicin de Facundo (1851). Haciendo referencia a una obra futura, cuyos materiales est reu-niendo y que versara sobre Rosas, escribe: "Pero hay otros pueblos y otros hombres que no deben quedar sin humillacin y sin ser aleccionados. 10h! La Francia, tan justamente erguida por su suficiencia en las ciencias histri-cas, polticas y sociales: la Inglaterra, tan contemplativa de sus intereses co-merciales: aquellos polticos de todos los pases que se precian de entendi-dos, si un pobre narrador americano s presentase ante ellos con un libro, para mostrarles, como Dios muestra las cosas que llamamos evidentes, que se han prosternado ante un fantasma ...". Aqu aparece tambin la frmu-la de modestia ,"un pobre narrador americano", que no hace ms que agigantar el alcance de la empresa intelectual, y los rasgos de la obra en que suea son equivalentes a los del Facundo.

    Casi sin transicin, como si reparara y se adelantara a una -

    .Objecin que podra alimentarse de sus propias tesis, Sarmien-:In pregunta si la lucha contra Rosas no es vana, dado que es-. 'te ltimo no representa un "hecho aislado, una aberracin",

    sino "una manifestacin social, una frmula de una manera de ser de un pueblo". La pregunta (que es una forma de reto-mar el juicio que previamente haba atribuido a Guizot: en el

    _Vio de la Plata es el partido "americano" el que goza de apo-yo local) desencadena una serie de rplicas en que la afirma-

    - eion del voluntarismo tico-poltico se entrelaza con la afirma--. ein de la ley que no puede dejar de abrirse paso: la ley del

    progreso. La verdad de sta no est menos inscripta en los he-hos que la verdad de Rosas. Por otra parte la palabra de

    . Sarmiento hace surgir otro escenario en el horizonte: el de la lucha que se libra con las armas dentro del pas, no es obli-gatorio para los qttelozan de la libertad de prensa, como en Chile, asistir por ese medioa quienes combaten directamen-te contra. 1*,dicta-dura? Y la palabra prensa obra como un me-canismo e embrague para pasar a la interpelacin de otro destinatario, el propio Rosas: "jLa prensa! La prensa! He -aqu, tirano, el enemigo que sofocaste entre nosotros; he aqu el vellocino de oro que tratamos de conquistar; he aqu cmo la prensa de Francia, Inglaterra, Brasil, Montevideo, Chile, Co-rrientes, va a turbar tu sueo en medio del silencio sepulcral de tus vctimas" (p. 15).

    Podernos abandonar ya la parfrasis de la clebre Intro-duccin. Esta nos ha dejado ver la multiplicidad de destinos y destinatarios que Sarmiento imagina para su escrito y una de las formas que imprimir a su prosa, la de la prosa oratoria. La "Introduccin" nos ha anunciado tambin uno de los pro-psitos de Facundo: el libro va a ofrecer un trabajo de diluci-dacin, va a hacer inteligible lo que hasta entonces era un enigma. Si la dilucidacin tendr el carcter de una historia

  • 46 Carlos Altamirano

    va a contar una vida, esa historia ser iluminada con el au-xilio de una teora.17 Sin seguir la marcha del texto, veamos a travs de la dilucidacin algunos elementos de esa teora.

    IV

    Si en Amrica Tocqueville haba visto ms que a Amrica, en la vida de Quiroga vera Sarmiento ms que a Quiroga. "He credo explicar la revolucin argentina con la biografa de Juan Facundo Quiroga, porque creo que l explica suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular", dice en la "Introdu-cin" (p. 17). Pero si este caudillo no era un caudillo simple-mente, "sino una manifestacin de la vida argentina tal como la han hecho la colonizacin y las peculiaridades del terreno", el personaje y su proyeccin deban ser, a su vez, explicados por los hechos del medio fsico e histrico. De ah las dos partes en que divide la historia de Facundo: en la primera, que ocupa los primeros cuatro captulos, evoca "el terreno, el paisaje, el tea-tro sobre el que va a representarse la escena"; en la segunda, que abarca los nueve captulos siguientes, aparece el "persona-je con su traje, sus ideas, su sistema de obrar" (p. 19). Para Sar-miento, que en esto adoptaba uno de los preceptos de la con-cepcin romntica de la historia, entre el personaje y su medio exista una unidad orgnica: se reflejaban mutuamente.

    17 Recurdese que el estar asistido por tina teora era, a los ojos de Sarmien-to, lo que distingua el avance del saber histrico: "El historiador de nues-tra poca va a explicar con el auxilio de una teora, los hechos que la histo-ria ha transmitido sin que los mismos que la describan alcanzasen a comprenderlos" (D. F. Sarmiento, "Los estudios histricos en Francia", Obras..., t. II, p. 109).

    Introduccin al Facundo 47

    El escenario en que har su aparicin la figura del caudi-llo, como su emanacin ms autntica, es la campaa. En esa llanura extensa y poco habitada, nos dice Sarmiento, en que durante largo tiempo se cruzaron indios y espaoles, se haba forjado ya en los aos de la colonia un modo de vida distinto l de los ncleos urbanos. Primitivo, spero, expuesto a la pre-

    , sin inmediata de la naturaleza y a las arbitrariedades de la fuerza, alejado de la ley y las doctrinas de la ciudad, el modo de vida de la campaa pastora haba engendrado sus costum-bres y sus tipos sociales, todos los cuales no eran sino varian-tes de uno: el gaucho. El saber, las destrezas la del caballo o la del cuchillo, las del baqueano o las del rastreador, as co-

    ,.

    mo los valores de los habitantes de este mundo elemental, son los requeridos por las faenas rudimentarias de la estancia ga-nadera y una vida sometida permanentemente al peligro. Na-da estimula all M'asociacin, y la notoriedad de los hombres no proviene de la-Wda::pblica, que no existe. Lo que produ-ce reputnorrsoli las habilidades estimadas por los gauchos y las peas del coraje fisico. ste era el ambiente de la barba-

    .... re, un trmino que en el lenguaje ideolgico de la poca, es decir, no slo en Sarmiento, representaba tanto un concepto como una invectiva.

    La anttesis del espacio brbaro es la ciudad: "all estn los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y co-legios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pue-blos cultos".18

    La ciudad es el mbito de las leyes y de las ideas, el ncleo de la civilizacin europea rodeado por la naturaleza americanala pampa, el desierto. "Saliendo del recinto de la ciudad, escribe Sarmiento, todo cambia de aspecto: el hom-bre lleva otro traje, que llamar americano por ser comn a to-

    18 D. F. Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993, p. 77.

  • 48 Carlos Altamirano introduccin al Facundo 49

    dos los pueblos; sus hbitos de vida son diversos, sus necesida-des peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraos uno de otro." No hay, pues, transicin de un espacio al otro.

    Hasta 1810 coexistieron en el territorio de la futura Argen-tina, una junto a otra, estas dos formas de establecimiento hu-mano, dos sociedades, dos "civilizaciones" (aunque una era ca-si una no sociedad y la anttesis de la civilizacin). Ambas eran producto de la accin conjugada del medio fisico americano y la colonizacin espaola y cada una se desenvolva en un es-cenario propio: la campaa pastora y la ciudad. Cada una de estas dos sociedades alojaba su propio espritu y su propio principio. La ciudad, el principio de la civilizacin europea o civilizacin a secas; la campaa, el principio de la barbarie, el antagonista de la civilizacin. Ambas permanecieron indife-rentes una de otra hasta que la revolucin de 1810 las puso en activo contacto. La revolucin de la ciudad, impulsada por el espritu del tiempo, es decir, por las ideas europeas (libertad, progreso...), movi, a su vez, a la campaa y sta introdujo un elemento extrao, un "tercer elemento", que trastorn el cua-dro clsico de toda revolucin.

    Cuando un pueblo entra en revolucin, dos intereses opuestos luchan al principio; el revolucionario y el conservador: entre no-sotros se han denominado los partidos que los sostenan, patrio-tas y realistas [...] Pero cuando en una revolucin una de las fuerzas llamadas en su auxilio se desprende inmediatamente, forma una tercera entidad, se muestra indiferentemente hostil a unos y otros combatientes (a realistas o patriotas), esa fuerza que se separa es heterognea; la sociedad que la encierra no ha conocido hasta entonces su existencia, y la revolucin slo ha servido para que se muestre y se desenvuelva.

    A esta tercera entidad no le conviene, dice Sarmiento, nin-gimo de los nombres consagrados de la poltica.

    Sobre el fondo de este esquema de las dos sociedades en presencia, que desde la revolucin ya no se ignoran mutua-mente, Sarmiento formula la interpretacin que revela el se-creto de las convulsiones argentinas. El movimiento revolucio-nario activ una doble lucha: una, la guerra de las ciudades, la que libraron contra el orden espaol los que buscaban abrir paso al progreso' de la cultura europea; otra, la que libraron los caudillos, representantes del espritu de la campaa, con-tra las ciudades. El objeto de esta otra guerra no era poner fin a la autoridad espaola, sino a toda autoridad y a todo orde-namiento civil. Para la campaa, la revolucin slo fue la opor-tunidad para desplegar, en un teatro ms vasto que el de la pulpera, los hbitos, las tendencias, todo lo que en su mbi-to era hostil al.41-riut civilizado de la ciudad. En fin, "las ciu-dades triunfancleM-espaoles, y las campaas de las ciuda-des. He alui-iPlicado el enigma de la Revolucin Argentina, dyoptImer tiro se dispar en 1810 y el ltimo an no ha so-nado todava". El enigma de las guerras civiles y del poder de los caudillos hallaba, pues, su respuesta en la revolucin de la independencia y en el dislocarniento que ella haba produci-do en los cuadros sociales del Antiguo Rgimen.

    Bajo la luz de esta frmula interpretativa, que esclarece el secreto que desgarra la vida poltica argentina, comienza el re-lato de la vida de Facundo Quiroga. Si el esquema explica las condiciones y las tendencias generales que crearon el escena-rio para la trayectoria del caudillo riojano, la biografia se pro-pone enlazar en un destino, a la vez singular y representativo, los elementos discontinuos y dispersos de una historia colec-tiva. En la teora o doctrina que rige tanto la explicacin ge-neral como la biografia de Quiroga aparecen los elementos que Sarmiento conect para traducir al lenguaje del saber

  • 50 Carlos Altamirano -Introduccin al Facundo

    51

    o, si se prefiere, a la imagen que l se haba forjado de ese nuevo saber, que era el de la ciencia histrica ese "modo de ser nuevo", o espritu americano, que an no haba recibido una representacin intelectual adecuada. Tomemos slo algu-nos de esos elementos.

    En primer lugar, la anttesis clebre entre civilizacin y bar-barie. Los dos trminos no slo introducen una tipificacin conceptual de los antagonistas de la lucha, sino que amplifi-can el sentido de esa lucha, que se hace parte de una contien-da de alcances ms vastos. No menos importante es que la re-presentacin de las dos sociedades se inscribe as en un espacio simblico donde ambas se ordenan jerrquicamente, y la Superioridad de una, aunque aparezca momentneamen-te vencida, no puede sino conferirle ttulos de dominacin so-bre la otra. Desde el siglo xvin, cuando entra a formar parte del vocabulario intelectual occidental, la idea de civilizacin, indisociable de la idea de progreso y de perfeccionamiento se-cular, supona la marcha ascendente del gnero humano, que se desprenda de la barbarie, hacia formas siempre superiores de convivencia.19 En el Facundo, la sociedad rstica aparece nombrada a veces como una civilizacin, como si Sarmiento admitiera un uso plural del trmino (no haba una, sino dos civilizaciones) para describir la unidad de todos los rasgos de cada forma de establecimiento humano. Como lo admita Gui-

    19 Los trminos civilizacin y barbarie formaban parte del lenguaje de las eli-tes letradas rioplatenses desde comienzos del siglo XiX: "Aparecen en el Tel-grafo Mercantil, en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, y en el Co-rreo de Comercio, los tres primeros peridico; que vieron la luz en Buenos Aires, en pleno virreinato (...]. En el Mensajero Argentino, de 1827, peridico de ten-dencia rivadaviana, hallamos por primera vez la dicotoma civilizacin-barba-rie" (Flix Weinberg, "La dicotoma civilizacin-barbarie en nuestros prime ros romnticos", Ro de la Plata, Revista del Centro de Estudios de Literatura: y Civilizaciones del Ro de la Plata (CELCIRP), n 8, Pars, 1989, p. 8.

    . zot, a quien saluda como el historiador de la civilizacin y a quien probablemente Sarmiento sigue en este tema Sin em-bargo, el uso en singular, que es el generalizado, fija el orden jerrquico entre los dos mundos.

    Sarmiento no es insensible al "costado potico" de la vida -brbara y a veces su palabra aparece entregada a la descrip-

    . cin admirada de la naturaleza y los personajes de ese mundo de frontera, rudo y elemental. Incluso, en un pasaje del cap-tulo II indica, casi programticamente, esa lucha irreconcilia-ble y su escenario natural como la materia que puede confe-fide originalidad a la literatura argentina

    Si un destello de literatura nacional puede brillar momentnea-mente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultar de la descripcin de las grandiosas escenas naturales, y sobre to-do, de la lucha'entre la civilizacin europea y la barbarie indge-na, entre la inteligencia y la materia: lucha imponente en Am-rica, y..e--cltlingar a escenas tan peculiares, tan caractersticas y tartera del crculo de ideas en que se ha educado el espritu europeo, porque los resortes dramticos se vuelven desconoci-dos fuera del pas donde se toman, los usos sorprendentes, y ori-ginales los caracteres (p. 41).

    Acaso, como observa en el mismo pasaje, un "romancis-ta" americano, Fenimoore Cooper, no se gan un nombre an-te el pblico europeo al situar sus novelas en otra de las fron-teras de la lucha entre civilizacin y barbarie? La cautiva, el poema del argentino Esteban Echeverra, ofreca otro ejem-plo de esa belleza de la barbarie y del encanto que ella tena entre los lectores cultos ("ha logrado llamar la atencin del mundo literario espaol", dice Sarmiento).

    Se ha hecho uso y abuso de este fragmento. Se prueba con l no slo la adhesin del escritor al romanticismo literario, si-

  • 52 Carlos Altamirano Introduccin al Facundo 53

    no tambin que en el Facundo no hay nicamente denigracin; sino tambin admiracin por los hroes y las costumbres de la sociedad pastoril. Hay que notar, sin embargo, que Sarmiento (como en general los romnticos argentinos) acompaa a sus maestros, los romnticos europeos, slo hasta cierto punto: no busca ni descubre en el mundo rural, como ellos, la cultura del pueblo original, una cultura que se haba perdido en las ciudades por obra de una civilizacin cosmopolita. La valora-cin esttica de la sagacidad del rastreador, de la sabidura em-prica del baqueano o del gaucho cantor, no implica una cr-tica al progreso ni un correctivo a la civilizacin. Aunque de a ratos nos dice que ese espacio sin civilizar irradia una suges-tin a la que l tampoco se sustrae, no deja margen para la am-bigedad en lo que concierne a la perspectiva desde la cual ha de ser aprehendida y evocada la materia de la que puede bro-tar "un destello de literatura nacional": es la perspectiva de quien observa esa realidad como extraa y extica, no como la fuente de una cultura propia. En este sentido, la frmula que hall Coriolano Alberini para resumir el espritu general del romanticismo rioplatense fines iluministas, medios his-toricistas se aplica enteramente al Facundo.

    Lo que Sarmiento valora a travs de la idea de civilizacin no son slo los hbitos y las instituciones que l mismo desta-ca varias veces los modales, el refinamiento de las costum-bres, la escuela, los juzgados, el comercio, las artes de la indus-tria, el cultivo de las letras, etc., sino algo an ms bsico que puede ser captado en aquello que la campaa pastora nc provee. Qu es lo que esa campaa no ofrece ni puede ofre cer, en virtud de su configuracin social? Sitios regulares de interaccin entre los hombres, que son los que moderan los impulsos del hombre natural y generan el sentido y el inters de lo pblico. La ciudad, por el contrario, multiplica esos si-tios. Mientras la campaa pastoril dispersa a sus habitantes y

    sus energas, la ciudad los rene e inserta esas energas, inclu-so las que provienen del egosmo, en algunos de los cuadros de la sociedad civil. Finalmente, en tanto la asociacin urbana engendra el espacio pblico espacio de deliberacin anima-

    - do por ciudadanos ilustrados que se manifiestan a travs de la prensa, la campaa, que no puede suscitarlo dentro de su mbito, lo destruye cuando sus representantes se apoderan de la ciudad. A partir de ese momento la opinin no puede po-

    - rier limites al poder. "Como no hay letras", escribe resumien-do la situacin en que ha cado La Rioja bajo el control de Qui-roga, no hay opiniones, "y como no hay opiniones diversas, La Rioja es una mquina de guerra que ir adonde la lleven".

    Ahora bien, en Facundo no aparece slo esta representa-cin arquetpica de la ciudad; aparecen tambin ciudades par-

    '. ticulares San Juan, Crdoba, Buenos Aires, cuya imagen y cuyo papel vara-segn la evolucin del relato y, tambin, segn las exigencia-S-1de la argumentacin. As, Crdoba repre-senta en tuyaii-dilnito eI espritu espaol, el smbolo de la tura e~cada, y Buenos Aires, el punto de donde irradia la

    :revolucin, el espritu europeo moderno, el del progreso y las luces; pero, ms adelante, la imagen de Crdoba se altera y la -ciudad mediterrnea se inviste de los atributos del progreso europeo para dar asiento y sentido a la espada civilizadora del

    - general Paz, que combate contra Rosas, gobernador de Bue-nos Aires. Ms importante an: a travs de un estudio detalla-

    : do del texto, No Jitrik ha mostrado que las diferentes repre-sentaciones mediante las cuales aparecen Buenos Aires y las provincias dejan entrever otro conflicto, entre Buenos Aires, que cuenta con el control privilegiado del puerto, y el interior. Un tema del Facundo, la decadencia de las ciudades del inte-rior, atribuida a la invasin de la barbarie rural, hubiera en-contrado en ese conflicto una clave diferente, alternativa o complementaria de aquella a la que se aferra. Pero la palabra

  • 54 Carlos Altamirano Introduccin al Facundo 55

    de Sarmiento se muestra a la vez alusiva y elusiva respecto de ese antagonismo, al que no le presta ni la nitidez ni la gravita-cin que le asigna a la oposicin ciudad/ campaa."

    No quisiera terminar estas indicaciones sumarias sobre al-gunos de los elementos que componen la teora que rige la his-toria de Quiroga sin poner de relieve una pieza central de la doctrina del caudillismo brbaro: la idea del despotismo; una constelacin de ideas, en realidad, como las otras mencionadas hasta ahora. Sin ella no cobra todo su sentido la imaginera orientalista que prolifera a lo largo de la obra y que ha sido atri-buida al gusto por el exotismo literario. Sarmiento enuncia el trmino ya en la "Introduccin" ("Rosas organiza lentamente el despotismo...") y en el primer captulo comienzan las ana-logas orientalistas. Es verdad que en el Facundo el trmino aparece frecuentemente en contextos donde resulta intercam-biable por tirana o gobierno absoluto, no sujeto a leyes. Es tambin la acepcin que puede ser encontrada en El espritu de las leyes, de Montesquieu, quien le dio su formulacin clsica a la idea al introducir una nueva clasificacin de las formas de gobierno: repblica, monarqua, despotismo. En ste, como en la monarqua, el poder est en uno solo, "pero sin ley ni regla, pues gobierna el soberano segn su voluntad y su capricho".21 Con ese significado genrico, el trmino form parte del len-guaje ideolgico del movimiento de la independencia hispa-noamericana (al menos toda vez que adopt el lenguaje del re-publicanismo). Pero no es con esa acepcin que la idea del despotismo tiene una funcin terica de relieve en el Facundo.

    20 No Jitrik, Muerte y resurreccin de Facundo, Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina, 1968. 21 Montesquieu, El espritu de las leyes, Mxico, Editorial Porra, 1977, Libro Segundo, cap. I, p. 8.

    En la misma obra de Montesquieu, sin embargo, la idea te-na una encarnacin positiva, una radicacin ejemplar en los hechos: la ofrecan las sociedades de esa parte del mundo "en que el despotismo se ha naturalizado, por decirlo as, que es Asia".22

    No nos interesa aqu la funcin terica y poltica que pudo tener la idea del despotismo en el discurso de Montes-quieu. Digamos simplemente que al construir la figura del des-potismo oriental o asitico elaborada a partir de obras his-tricas e informes de viajeros, se haca eco de una larga tradicin del pensamiento occidental, tradicin que no con-cluira con El espritu de las leyes ni en el siglo xvm.23

    Es en asociacin con su figura oriental que la idea del des-potismo desempea un papel importante en la doctrina del caudillismo brbaro. Aunque basta leer algunos de los epgra-fes del Facundo papa concluir que Sarmiento no extrajo sus imgenes de Orient 'slo de la lectura de Montesquieu, tam-poco es clifcikreeonocer en sus cuadros y relatos el eco de los tpicowriVntalistas de El espritu de las leyes. Entresaquemos s-lo unos pocos ejemplos. En primer trmino el ms obvio, el de la configuracin fisica, del paisaje: la pampa es como la lla-nura asitica, espacio abierto donde la vista no encuentra obs, tculos, as como nada pondr obstculos naturales al poder. En Montesquieu es el tipo de marco natural que propicia el despotismo; en Sarmiento, el mbito donde se engendran la

    22 Montesquieu, El espritu..., Libro Quinto, cap. XIV;

    p. 44. 23

    Para una visin sinttica de la trayectoria intelectual de la idea del despo-tismo oriental, que de Aristteles llega hasta Marx y encuentra en El espritu de las leyes el locus de su formulacin clsica, vase Perry Anderson, El estado absolutista, Mxico, Siglo XXI, 1980, pp. 477499. Edward W. Said ofrece un notable anlisis de las funciones del orientalismo en la cultura y poltica oc-cidentales de los siglos xix y xx en Orientalisnz, Nueva York, Vintage Books, 1979.

  • 56 Carlos Altamirano Introduccin al Facundo 57

    barbarie y el dominio de los caudillos. Despus, el principio de gobierno. Segn El espritu de las leyes, a cada tipo de gobier-no corresponde un principio, que es la pasin o el resorte es-pecfico que cada uno de ellos requiere para poder obrar. El principio de la repblica es la virtud, el de la monarqua el ho-nor, el del despotismo el miedo." Ybien, el miedo aparecer en el Facundo como resorte del orden impuesto por Quiroga, as como el miedo, el terror, impulsan a los habitantes del Bue-nos Aires rosista a espectculos de humillacin y servilismo. Por ltimo, para no extender demasiado esta enumeracin, la "psicologa" de Facundo, cuya mirada trae a la mente el "Al-Baj de Moinvisin" y cuyos dichos y actos "tienen un sello de originalidad que le daban ciertos visos orientales". Qu gua los actos del caudillo riojano, al menos hasta el momento en que, sin que nada en el relato lo haga prever, se apodera de l la idea de la organizacin constitucional del pas? Una y otra vez lo vemos obrar segn el impulso de la pasin o los capri-chos del humor del momento. Aun los actos que Sarmiento no puede censurar se colocan bajo el signo de la arbitrariedad desptica: "Por otra parte, por qu no ha de hacer el bien el que no tiene freno que contenga sus pasiones? sta es una pre-rrogativa del poder ["del despotismo", escribe en la primera edicin], como cualquier otra". En El espritu de las leyes, el ds-pota oriental no obedece tampoco a otros impulsos.

    La imaginera asitica que puebla las pginas del Facundo no es, pues, simplemente un tributo al exotismo literario.25

    24 Montesquieu, El espritu..., Libro Tercero. 25 La referencia al amo desptico no estaba ausente, tampoco, en uno de los maestros del exotismo orientalista romntico, Chateaubriand: "Uno se ve en medio de una muchedumbre muda, que parece querer pasar sin ser vista, y siempre tiene el aspecto de querer sustraerse a la mirada del amo"

    Refuer