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MEDIO AMBIENTE El problema del carbón en Europa | PÁG. 12

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UN PASQUÍN EL PERIÓDICO DE LA O

DIRECTOR: VLADIMIR FLÓREZ [VLADD0]

Dibujan: Fontanarrosa, Bacteria y Betto. || Caricaturas de Vladdo, cortesía de Semana y DW en Español.

Escriben: Olgahelena Fernández, Juliana González, Gonzalo Guillén, Santiago Londoño Uribe y Ricardo Sánchez Ángel.

Edición 77 — JULIO DE 2019

Asesor Gráfico: Gustavo del Castillo

Producción: VladdoStudio

www.unpasquin.com

Mail: [email protected]

Twitter: @unpasquin

DERECHOS RESERVADOS © 2019 VLADDOSTUDIO

E D I T O R I A L

Gobiernos inmerecidos

L a frase “un país tiene el gobierno que se merece” es usada recurrentemente por los políticos fracasados, o por sus seguidores, para tratar de justificar o atenuar sus derrotas, pero sin analizar

a fondo el significado de esa siniestra afirmación.Aceptar que un país se merece a X o a Y mandatario

es condenarse al conformismo, es asumir esa misma acti-tud cristiana que nos hace creer que no hay mal que por bien no venga y que se manifiesta en otras expresiones del mismo tenor. Cuando algo no nos resulta bien o, peor aún, cuando ocurre una desgracia, no faltan los que lo asumen como un designio divino. Desde el punto de vista de los gobiernos o los jerarcas religiosos esas manifesta-ciones de mansedumbre son muy útiles para apaciguar los ánimos y evitar que la gente levante la cabeza.

En este país los gobiernos promueven el cuento de que los derrumbes en las carreteras o las inundaciones en los pueblos sólo se deben a las inclemencias del clima y hasta los presentan como pruebas que nos pone el Señor. Y cada presidente asume el papel de víctima y nos invita a rezar, en vez de tomar medidas efectivas para mitigar los daños o para prevenir los desastres. ¿Son esos los gobiernos que nos merecemos? Claro que no. Ningún país se merece un gobierno que hable de virtudes como la honorabilidad y la transparencia sin ponerlas en prácti-ca. Ningún estado se merece a un mandatario con ínfulas de autócrata que pretenda acallar como sea a sus contra-dictores. Ninguna nación se merece a un gobernante que use el poder en beneficio propio y de sus amigotes.

Ningún pueblo se merece esa clase de gobernantes. Por fortuna, la democracia nos da el derecho a elegir y también a corregir. Así de simple. Y así de complicado.

A T R A Z O

L I M P I OEn el periodismo la objetividad es un mito; la libertad, un derecho y la independencia, una obligación.

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C uando el uribato señala que hay una crisis institucional, especialmente en la justicia y la paz, muestra una realidad distorsionada porque para superarla proponen cerrar el ciclo de la paz con

una pacificación bonapartista y volver inocua la exis-tencia de la JEP creando una sala especial en la Corte Suprema. Para ello se debe impulsar el Estado de opi-nión –lo plebiscitario– y acudir a una constituyente que rediseñe las cortes en una sola. A esto se suma la propuesta de doble instancia con retroactividad para favorecer la impunidad con nombre propio. Si la doble instancia es una justa demanda para todos los afora-dos, la retroactividad es un atentado a la debida justicia y a la moral pública.

En ese golpe de dados de la constituyente está de manera oculta el volver a la reelección presidencial de Álvaro Uribe. Se trata con esta constituyente de conformar un cenáculo de oligarcas de la economía y la política, que tiene un aire de semejanza con la fallida pequeña constituyente de López, quien también la emprendió contra la justicia y la organización territo-rial.

Frente a esta propuesta hay sectores de opinión con presencia en el Congreso que manifiestan que no hay crisis institucional y que se requieren unas adecuaciones como una ley de interpretación de la sentencia de la Corte Constitucional y la ley de la JEP. Son partidarios de los acuerdos de paz, pero en cámara lenta.

Ambos diagnósticos son equivocados. Colombia vive una simultaneidad de crisis, una catástrofe na-cional. De raíz, la destrucción de la naturaleza condi-ciona la crisis social. Un defensor del capitalismo en Colombia, Rudolf Hommes, afirma en el memorando “El relativo rezago de la economía colombiana” (El Tiempo, 20 de junio de 2019): “Es como si fuéramos un equipo de segunda o de tercera división, y estu-viéramos felices ocupando el tercero o cuarto puesto en esa categoría”. Una calificación mediocre, lo que ilustra como una economía de baja productividad, extrema desigualdad y extrema pobreza, y yo agrego extrema concentración de la riqueza en pocas manos. Colombia, en el concierto de América Latina, está en-tre los dos primeros lugares en estas negatividades.

Otro defensor del sistema, Eduardo Posada Carbó, en el mismo día y en el mismo diario, afirma

que “como resultado de la violencia, ha sufrido una verdadera catástrofe humanitaria en las últimas déca-das”. “La tasa de homicidios continúa en niveles horro-rosamente altos, no obstante, sustanciales mejoras”. Y sentencia: “seguimos ausentes de la civilización”. Mientras el mensaje de Hommes va dirigido a la alta burguesía, la clase política y el gobierno proponiendo remiendos, hay que destacar que el de Posada Carbó va dirigido a todos: “El respeto a la vida: ese debe ser el eje de un acuerdo nacional cada vez más esquivo”.

Hay que superar la extrema desigualdad y la pobreza en esta perspectiva del derecho a la vida. Detener esta orgia de sangre de la criminalidad al me-nudeo y de la política de exterminio contra indígenas y negros que se comete con mentalidad racista, al igual que el oprobioso feminicidio.

Se trata de defender la vida de los activistas socia-les y militantes políticos. El acuerdo sobre la vida exige eliminar el paramilitarismo y reorientar la política de las fuerzas armadas hacia la defensa de la paz. Porque la paz es vida humana y de la naturaleza con la mirada de una ecosofía.

No hay acuerdo sobre lo fundamental porque no todos apoyan el derecho a la vida como el regulador de los derechos. El gobierno y el uribato quieren un acuerdo para destrozar el derecho a la paz que es vida. Los grandes empresarios lo que quieren es la supre-macía de los negocios con la subordinación de la na-turaleza y de la sociedad al mercado. “¡Enriqueceos!” es su consigna. Ese acuerdo por la vida tendrá que imponerlo la movilización del pueblo trabajador y los demócratas de toda condición.

Hay que buscar salidas democráticas a la catás-trofe, a la barbarie en Colombia, de manera colectiva, levantando un programa de transición hacia una repú-blica con democracia. El modelo político y económico vigente, propio de la república autoritaria, debe ser su-perado. Por ello necesitamos el acuerdo sobre la vida.

¡Ojo!: La subordinada política internacional agra-va la situación doméstica.

Al cierre.— Este 26 de julio, todos debemos salir a marchar por la paz, en defensa de la vida y en protesta contra el asesinato de líderes sociales.

Ricardo Sánchez Ángel es doctor en Historia de la Universidad Nacional.

Opinión de Ricardo Sánchez Ángel

No hay acuerdo sobre lo fundamental porque no todos apoyan el derecho a la vida como el regulador de los derechos.

“Seguimos ausentes de la civilización”

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E l lenguaje es un hilo. Y hace de nosotros hilanderos, tejedores de caminos. Nos permite inventar nombres a lo que ve-mos, a lo que escuchamos. Y esa misma lengua tiene la fuerza de un azote y de

crear desastres. La política está construida con base en frases,

epítetos, promesas y eslóganes. Cuando un presi-dente habla, sus alocuciones son transmitidas. Y se entiende, porque sus palabras –ojalá cargadas de sig-nificados– son hilos conductores de la sociedad que lo subió al poder.

Y preocupa escuchar las intervenciones presi-denciales cuando a diestra y siniestra lanzan dardos contra diferentes actores sociales. Por ejemplo, la solicitud del presidente estadounidense de que cuatro ciudadanas estadounidenses que son congresistas se vayan de vuelta a sus países de origen. ¿A qué le apuesta el presidente de un país pluricultural cuando lanza este dardo? Sin duda al sector más reaccionario de su sociedad. Esa misma que no entiende que cuatro mujeres con tonos de piel, con facciones, con nombres poco comunes puedan ser ciudadanas plenas con derechos y obligaciones. La negación de la diversidad implica que todo lo que no cabe dentro del molde y de las preconcepciones es un enemigo.

Pocas cosas son más perturbadoras que las turbas, que los rebaños humanos. Y la cosa empeora cuando ese rebaño es capaz de lanzar cánticos como “mándalas de vuelta”. ¿A dónde mandarán de vuelta al diferente? ¿Cuál es ese otro lugar imaginario en la mente febril de aquel presidente que dice que las pre-fiere dando buenos consejos en sus lugares de origen, cuando fueron los electores estadounidenses quienes las eligieron para que representaran sus intereses, los propios intereses del país del que son ciudadanas (y solo una de ellas por adopción de la nacionalidad en su adolescencia)?

Un presidente es un líder o una lideresa. Cada discurso marca un derrotero. Ahora mismo, la guar-diana histórica de la democracia (con sus bemoles, sin duda), el faro de las libertades, presume de una igno-rancia y de un retroceso en su progreso social. ¿Quién pierde con esa retórica? En primer lugar, las mujeres, las hijas de los migrantes que se han impuesto metas más altas en la vida. Otro aspecto es la seguridad de las congresistas. Ya dirán algunos que un tuit es ino-cuo. Uno o 280 caracteres podrían parecer inofensi-vos. Pero está claro que no es la plataforma el proble-ma, sino sus usuarios. Aquellos que se envalentonan

ocultos detrás de seudónimos o perfiles falsos, pero incluso también con foto y nombre real. Porque, al fin y al cabo, si el presidente insulta, eso se convierte en una tarjeta de crédito ilimitada y sin cobro inmediato para que cualquiera pueda recoger las banderas de los insultos y multiplicarlos. Pero alguno que otro, en cualquier sociedad, busca el detonante que permita poner en marcha actos violentos que justifiquen sus frustraciones.

Y si alguien quiere ejemplos de lo que hace el lenguaje incendiario no es si no que abra cualquier página de la historia y lea lo que ha sucedido con los negros en la vida. La esclavitud, la segregación y la deuda histórica frente a los millones de asesinados. ¿No es usted negro y la esclavitud ya se abolió hace más de dos siglos? Entonces mire lo que sucede con las mujeres. Las mujeres son afectadas por un lengua-je excluyente, capaz de disminuirlas a sus roles como ‘la esposa de’ o ‘la mamá de’. Un vocabulario que se apropia de las féminas de los animales para describir a aquellas que no se someten a los cánones de su socie-dad. Y a partir de esos epítetos justifican los feminici-dios “ella se lo buscó”, o incluso niegan la capacidad de las mujeres para desarrollar proyectos: “cabellos largos, ideas cortas”.

Y no, lamentablemente no es cuestión de pocos. Ni se circunscribe exclusivamente a un presidente ob-sesionado con los gérmenes y los extranjeros (aunque dudo que sea en ese orden de ideas). Ese lenguaje que puede ser progresista, transformador, innovador, es también capaz de violentar espacios, de empuñar ar-mas en nombre de una causa o de otra.

Pero las mujeres están encontrando el espacio negado durante milenios en la sociedad; a pesar de ciertos presidentes y a pesar de ciertos partidos polí-ticos. Sin duda, no hay otra cosa que usar el lenguaje para cuestionar privilegios, para establecer límites, para impulsar nuevas realidades. No puede uno des-pedirse de esta nota sin recordar un fragmento de la poetisa Maya Angelou:

“¿Me quieres ver destrozada? cabeza agachada y ojos bajos, hombros caídos como lágrimas, debilitados por mi llanto desconsolado.”

(Extracto del poema “Y aún así me levanto”)

Juliana González es Analista Política; Máster en Políticas Públicas y Economía para el Desarrollo. @JuliGo4

“Y aún así, me levanto”

Opinión de Juliana González, desde Berlín.

Las mujeres son afectadas por un lenguaje excluyente, capaz de disminuirlas a sus roles como ‘la esposa de’ o ‘la mamá de’.

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Opinión de Olgahelena Fernández

No es de extrañar que muchas mujeres sin educación sean víctimas de embarazos no deseados, fruto del machismo, de la violencia sexual y de no tener acceso a abortos seguros.

¡ Qué daño tan grande puede hacer una palabra mal empleada! Cualquier inexactitud, por mínima que sea, puede transmitir un significado equivocado que lleva a los lectores a quedarse pegados de pe-queñeces y a olvidarse del problema central que

el texto aborda. Una columna de opinión que trataba un tema fundamental sobre políticas estatales de control de la natalidad fue criticada de manera masiva. El argumento más usado para desdeñar el texto era: “todas las mujeres tienen derecho a ser madres”.

Yo creo que el problema que se planteaba en la co-lumna iba mucho más allá, por lo que quisiera que el tema se abordara de manera más global y objetiva, y así, tras-cender el derecho de una mujer a ser madre. Para comenzar diría que obviamente las personas tienen el derecho a reproducirse, nadie ha dicho lo contrario. Pero la pregunta sería: ¿cuántos hijos se necesitan para ser madre: uno, dos, cinco, quince?

Está muy bien que consideremos el derecho de la mamá, ¿pero qué pasa con los derechos del ser vivo que viene en camino y no puede opinar? ¿será que un bebé quiere nacer a sabiendas de que la vida no le dará más que tristezas, falta de amor y oportunidades? Si le pudiéramos preguntar al niño si quiere nacer en este momento en un planeta que en agosto ya habrá agotado todos los recursos que tenía para el año, donde cada vez hay más escasez de aire limpio y agua potable, donde el plástico tiene inunda-dos los océanos y que en los últimos cien años acabó con el 60% de los animales salvajes, probablemente el niño se tomaría un momento antes de decidir nacer.

Además, a ese niño habría que preguntarle también si quiere nacer en estado de indigencia. Muchos de ellos están condenados a vender dulces en un semáforo. Él, su madre y sus muchos hermanos no tendrán otra opción.

¿Querrá de verdad un ser humano venir a un mundo sin hogar, en el que la madre no va a poder darle afecto y amor porque está muy ocupada tratando de sobrevivir o, en el peor de los casos, porque la madre lo va a abandonar? Me sorprendió ver que muchas personas daban por sen-tado que todos esos niños que nacen son el fruto de una decisión concertada. Desafortunadamente, muchísimos embarazos son producto de falta de planificación familiar. Los métodos anticonceptivos no son baratos y en algunos países son muy difíciles de conseguir.

En ningún momento estoy sugiriendo que se le deba quitar a la gente el derecho a reproducirse, pero es que esto no es un problema de derechos, es un problema de supervivencia. El drama es el siguiente: cada niño que nace (sin importar su raza, religión, lugar de origen o nivel económico) va a consumir plástico, va a comer carne, va a tomar agua y va a usar combustibles fósiles, por men-cionar sólo unas cosas. El planeta Tierra está a punto de

tener ocho mil millones de habitantes. Un simple cálculo matemático nos revela que los recursos se están agotando y que millones de personas estarán sometidas a vivir en la miseria. Eso sin mencionar los desastres ambientales que ya estamos viviendo (para aquellos que creen que las secuelas les tocará vivirlas a las próximas generaciones) y que destruyen el planeta minuto a minuto.

Antes de que me empiecen a insultar en defensa de los derechos de los niños quiero aclarar que esto no es una cruzada contra ellos. Es apenas lógico que los niños son sujetos de derechos y que deben ser respetados, cuidados y valorados como cualquier ser humano, lo grave es que todas las personas que existimos somos un problema para la supervivencia de la humanidad y del propio planeta. Como la idea no es matar a nadie para solucionar la sobre-población, lo que tenemos que hacer es dejar de traer más gente a un mundo que ya no da abasto.

Si bien es cierto que las estadísticas dicen que hoy en día la gente tiene menos hijos, debo decir que no es suficiente; el control de la natalidad debe ser mucho más enfático para frenar el impacto ambiental que genera la sobrepoblación. Esto se debe a que hoy en día hay muchas más personas en edad reproductiva. Por ejemplo, antes las colombianas tenían 4.2 hijos en promedio y ahora 1.8. Sin embargo, antes eran 5 millones de colombianas y ahora somos 20. A eso se suma el hecho de que el promedio de vida de las personas cada vez es más alto.

Pero los estragos no son solamente ambientales sino también estatales. Uno de los temas cruciales es el de las pensiones. A los países les conviene que sus ciudadanos tengan hijos, de modo que haya gente laboralmente ac-tiva que pague las pensiones de los jubilados. ¿Por qué? Porque la plata de las pensiones normalmente ha sido mal usada y los fondos no tienen con qué pagar a los nuevos jubilados, por lo que necesitan más y más trabajadores que entren a cotizar. En pocas palabras, nos enfrentamos a una bola de nieve que requiere de más y más personas para mantenerse.

La educación, como en la mayoría de los casos, es la herramienta fundamental para el control de la natalidad. Está comprobado que las mujeres más educadas tienen menos hijos. Por lo tanto, no es de extrañar que muchas mujeres sin educación sean víctimas de embarazos no de-seados, fruto del machismo, de la violencia sexual y de no tener acceso a abortos seguros.

Mi conclusión sería que hay muchos argumentos para dejar de tener hijos de forma irresponsable, sin em-bargo, cualquiera que se atreve a hablar de control de la natalidad es atacado por ir en contra de los derechos de los niños y señalado por la iglesia católica.

Olgahelena Fernández es periodista.

¡Dejen de parir! (otra versión)

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Tribus sin vergüenza

L a política ha sido y es una actividad que logra grandes transformaciones sociales y avances innegables en temas de dignidad y derechos, pero también es cierto que cae en sótanos profundos de miseria, mentira

y destrucción de la mano de personajes siniestros y ras-treros. Normalmente, nos enfocamos más en las acciones, los discursos y los disparates de los líderes políticos y rara vez miramos a sus coequiperos y aliados. Olvidamos que la política nunca es un ejercicio individual y que, para poder llegar a espacios de poder, estos personajes han contado en el pasado, y cuentan en el presente, con apoyos, equipos, financiadores, consejeros y defensores. Somos rápidos para criticar y señalar a las cabezas, pero lentos y miopes para responsabilizar al cuerpo que las sostiene y sin el que jamás podrían impactar o dañar a la sociedad.

El pasado domingo 14 de Julio, el Presidente de Estados Unidos salió para su ronda semanal de golf y en el trayecto al club lanzó a sus 62 millones de seguidores tres increíbles trinos en los que “invitaba” a cuatro mujeres con-gresistas del Partido Demócrata a “volver a los lugares in-festados de crimen de los que provenían.” Tres de las cuatro mujeres nacieron en Estados Unidos, —Alexandria Ocasio Cortez, nieta e hija de puertorriqueños; Rashida Tlaib, de padres palestinos y Ayanna Pressley, hija de estaduniden-ses— y la cuarta, Ihlmar Omar, es refugiada, nacida en Somalia y nacionalizada estadounidense desde que tenía 10 años. Las cuatro comparten el género, la crítica al gobierno y al Presidente y un color de piel que, para ponerlo en tér-minos de un expresidente colombiano, es “no-blanco”. Los trinos son el ataque racista y misógino más agresivo en salir de la oficina oval en muchos años. Aun para los estándares de Trump estos trinos son bajos y descarados pues hablan de manera despectiva y grosera de cuatro congresistas que gozan de plenos derechos y que comparten características con millones de ciudadanos y ciudadanas de un país cons-truido por inmigrantes. Pensaría uno que con estos mensa-jes Trump cruzaba una línea de la decencia mínima política y que el rechazo del país, pero sobretodo del establecimien-to político bipartidista, sería rápido y certero. No fue así. Durante toda la semana los Senadores y Representantes Republicanos trataron de evadir a la prensa o intentaron bajar la presión explicando que el contexto hacía que los trinos fueran “agresivos, pero no racistas.” Algunos otros simplemente los apoyaron alegando que las cuatro muje-res “odiaban a EE UU” y debían escoger entre “amarlo o dejarlo.” Dos días después de la despachada racista virtual, la Cámara de Representantes aprobó una resolución que condenaba el lenguaje racista utilizado por el Presidente. La misma obtuvo 240 votos favorables y de 197 congresistas republicanos(24 de ellos pertenecientes a minorías étnicas), solo 4 votaron a favor. Hay una tribu irreflexiva en la políti-

ca americana y es liderada por el niño malcriado y agresivo que ocupa la Casa Blanca.

Una semana después de los trinos “trumpianos”, terminó, afortunadamente, el periodo de otro presidente: Ernesto Macías, senador huilense del Centro Democrático, quien, durante la primera legislatura, ejerció la presidencia del Senado colombiano. Desde el momento mismo de la posesión de Duque, cuando con un discurso plagado de inexactitudes, verdades a medias y mentiras, Macías ata-có al gobierno saliente, se perfilaron el tono y directrices de la presidencia del congreso en cabeza del partido de gobierno. Durante su periodo, Macías desplegó una estra-tegia de fractura, ataque y de invisibilización para todo lo que no fuera el uribismo puro y duro. Mandó a callar a la líder estudiantil Jennifer Pedraza, en medio de una sesión durante el paro de la educación, con un muy patriarcal y despectivo, “Termine niña…”. Intentó engavetar mociones de censura presentadas contra Ministros y posesionó a un reemplazo en la curul de Aida Merlano, a pesar de que la Corte Constitucional y el Procurador han sido claros en que existe silla vacía. Empotró, de manera unilateral, sin ningu-na discusión y contrariando normas, una placa elogiando al expresidente Uribe en el edificio del Congreso y finalizó su periodo desconociendo el derecho a réplica que le concede el nuevo Estatuto a la oposición. Su presidencia fue un tris-te ejemplo del político que irrespeta, fractura, viola normas y desdibuja completamente el concepto de “dignidad”. En 12 meses, ningún miembro del Gobierno ni del partido de Gobierno se apartó de las acciones y palabras de Macías. El Presidente Iván Duque, por el contrario, le otorgó la Cruz de Boyacá por su “servicio a la patria.” Una vergüenza.

Obviamente la solidaridad y la lealtad hacen parte del ejercicio político. No obstante, hemos llegado a puntos en que sociedades democráticas y Estados de Derecho se olvi-dan de que existen acuerdos básicos de decencia tales como no perseguir ni amenazar a los oponentes por razón de su raza, respetar los derechos de la oposición, las condiciones del debate abierto y las sentencias de las cortes. Hoy, las acciones y decisiones de muchos dirigentes políticos se ali-nean exclusiva y ciegamente en razón de su partido. La ob-sesión por ganar elecciones y por mantenerse en el poder está acabando con las reglas de juego y con la decencia.

Cuando en un partido nadie es capaz de condenar las actuaciones ilegales de sus compañeros entramos en la lucha a muerte de tribus y en el fin de la democracia cons-titucional. Las “jugaditas” estilo Trump y Macías no son simples palabras o decisiones chocantes. Son misiles contra la democracia, aplaudidos por los extremistas y legitimados por el silencio cómplice de copartidarios electoreros. A los cómplices hay que señalarlos.

Santiago Londoño Uribe es abogado; magister en Derecho Internacional.

Opinión de Santiago Londoño Uribe

Cuando en un partido nadie es capaz de condenar las actuaciones abiertamente ilegales de sus compañeros, entramos en la lucha a muerte de tribus.

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A la UE le gusta presentarse como líder de la política ambiental, pero en lo que respecta a su agenda climática

tiene trapos sucios que ocultar. Un ejemplo es el del combustible fósil que más contribuye a la crisis ecológica.

Ensayo de Adam Tooze | Nueva Sociedad Cortesía de la revista Contexto, de España

Juzgado por las demandas reales de la situación, el tipo de "realismo político" exhibido por la comisión de carbón de Alemania es, de hecho, completamente irrealista.

MEDIO AMBIENTE

El problemadel carbónen Europa

A la Unión Europea le gusta pre-sentarse como líder en el área de la política ambiental, pero en lo que respecta a la política climática, Europa tiene trapos

sucios que ocultar: el carbón.En los siglos XVIII y XIX, el carbón fue

el combustible que motorizó la Revolución Industrial europea. Hasta la Segunda Guerra Mundial, cubría 80% de las necesidades energéticas del continente.

Desde la década de 1950, el consumo de carbón en Europa occidental ha decli-nado abruptamente, reemplazado por el petróleo y el gas. En los ferrocarriles, las icónicas locomotoras a vapor desaparecie-ron paulatinamente en favor de las diesel y las eléctricas. Gran Bretaña, que alguna vez fuera la usina de la producción europea del mineral, cerró la mayor parte de su minería de carbón en la década de 1990. El viernes 21 de diciembre de 2018, en Bottrop, se ex-trajo la última tonelada de antracita de una mina alemana.

Pero la historia fue diferente en la franja de lignito que se extiende desde el noroeste de Alemania hasta Europa del Este. El carbón marrón, extraído de enormes mi-nas a cielo abierto, era una fuente de energía fundamental a ambos lados de la Cortina de Hierro. Aún hoy, un tercio de los hogares po-lacos se calefaccionan mediante calderas de carbón y poco menos de 20% de la electrici-dad de Europa proviene de usinas eléctricas alimentadas con el mismo mineral.

Esas plantas de energía son res-ponsables de un sexto de las emisiones totales de dióxido de carbono en Europa, la apabullante cifra de 625 millones de toneladas. Una sola usina de energía de la dotación europea alimentada con lignito es capaz de generar más emisiones que muchos países pequeños.

Una salida rápidaSi la Unión Europea pretende cumplir con el tan anunciado acuerdo climático de París de 2015 –y tener alguna oportunidad de

contribuir a mantener los incrementos de la temperatura global en menos de 2 °C por encima de los tiempos preindustriales–, es necesario que abandone el carbón tan pron-to como sea posible. La meta establecida por Bruselas es que la generación de electricidad a partir de carbón cese para el año 2030.

A Europa no le faltan herramientas para impulsar esta transición. En 2017, la Unión endureció el sistema de comercio de emisiones que estaba en funcionamiento desde 2005. Como el precio de una tonelada de emisiones de dióxido de carbono supe-ra los 20 euros, esto pone presión sobre la viabilidad económica de las generadoras alimentadas con carbón. Para facilitar una “transición justa” en las áreas carbonífe-ras tradicionales, Europa estableció una Plataforma de Regiones Carboneras en Transición, y hasta 26.000 millones de eu-ros en ayuda financiera a través del Fondo de Modernización. Para acelerar aún más el ritmo, en 2018 la Unión Europea exigió a todos sus Estados miembros que entrega-

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Incluso mencionar a Alemania en este contexto puede ser una sorpresa. El país ha reclamado durante mucho tiempo un papel preeminente en la política ambiental.

ran Planes Nacionales de Energía y Clima (PNEC) que muestren de qué manera van a cumplir sus compromisos con los objetivos climáticos de París para 2030.

Para la primavera boreal de 2019, todos los PNEC habían sido debidamente entre-gados. Pero tal como lo revela una revisión crítica de estos planes elaborada por dos think-tanks dedicados al cambio climático, Sandbag y Climate Action Network Europa (CAN- Red de Acción por el Clima), los pla-nes son muy dispares. Aunque algunos Estados miembros están comprometidos a abandonar el carbón, esto no es de ningún modo universal. El denominador común, si existe uno, es que nadie se inclina por las opciones difíciles.Distintos gruposRespecto al futuro del carbón, los miem-bros de la UE se dividen en grupos bien diferenciados.

Los PNEC de ocho naciones especi-fican un claro plan de eliminación. Son los países que han dejado el carbón hace ya

tiempo. Francia nunca pudo extraer car-bón suficiente para alimentar su economía. Luego del shock en el precio del petróleo de 1973, París tomó la decisión histórica de apoyarse en la energía nuclear y esta todavía sostiene la mayor parte de la generación de electricidad en el país. Italia siempre se vio obligada a importar carbón y en la actua-lidad se apoya principalmente en el gas y la energía hidroeléctrica. España cuenta con grandes sectores de energía nuclear y eólica. Se espera que el incremento en los precios del carbono deje fuera del negocio a las restantes plantas de energía alimentadas con carbón.

No toda estrategia de salida exitosa está libre de problemas. Hungría planea reemplazar sus plantas alimentadas con carbón por dos nuevas centrales nuclea-res, provistas amablemente por los rusos. Otros proponen reemplazar el carbón con biomasa expandida o combustión de gas a gran escala. El “efecto cerrojo” resultante en términos de infraestructura perjudicará

un movimiento final hacia la emisión cero para el año 2050. Pero lo que todos estos países tienen en común es que el fin del uso del carbón no conlleva elecciones difíciles.

La situación es diferente en República Checa, Bulgaria, Rumanía, Grecia, Polonia y Alemania. Estos países dependen del carbón para una proporción sustancial de su pro-ducción de electricidad y no planean una salida temprana. Considerando sus PNEC, Sandbag y CAN llegan a la sobria conclusión de que en 2030 Europa tendrá todavía en operación 60 gigawatts de capacidad gene-rada por carbón, con sus correspondientes emisiones de dióxido de carbono.Los que resistenDentro del grupo de los que resisten pode-mos distinguir tres tipos de casos. República Checa, Bulgaria, Rumanía y Grecia depen-den en gran medida del carbón, pero sus sectores energéticos son pequeños en térmi-nos absolutos y los fondos a disposición de la Comisión Europea deberían ser suficientes para impulsar una rápida transición. En la actualidad nos encontramos en la situación perversa de que las regiones carboníferas de estos países rezagados cumplen las condicio-nes para recibir apoyo de la Unión Europea incluso sin ningún tipo de compromiso con-creto de su parte para abandonar la produc-ción. La Comisión debería tener poder de negociación suficiente para forzar una dura condicionalidad.

Polonia es un problema mucho mayor. El carbón representa 80% de la electricidad que alimenta la actividad económica de Polonia, de rápido crecimiento, y 86% de la calefacción hogareña de sus 38 millones de personas. El carbón de Silesia es una cues-tión de identidad nacional. Los gigantes es-tatales del carbón, como PGG, tienen gran poder de lobby. El plan nacional enviado por Varsovia a Bruselas no prevé ninguna reducción de la producción de carbón antes de 2030. Una campaña de la Unión Europea contra la minería polaca terminaría siendo un regalo político para el partido nacionalista gobernante Ley y Justicia (PiS). Es claro que faltan varias décadas para una total elimina-ción. La mayor esperanza para una salida acelerada, en el caso de Polonia, radica en una diplomacia delicada, un realineamiento en las políticas polacas y mucho efectivo por parte de la Unión Europea.

Alemania es una categoría en sí mis-ma. Mencionarla siquiera en este contexto

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puede resultar sorprendente. El país ha pro-clamado desde hace tiempo tener un papel destacado en la política ambiental. Tiene el partido verde más poderoso del mun-do. La generación de energía renovable ha crecido seis veces desde el año 2000. Y sin embargo, en lo que se refiere a emisiones de gases de efecto invernadero, Alemania es por lejos el país más contaminante en Europa. Sus emisiones per cápita (11,4 to-neladas en 2016) son una vez y media más altas que las de Francia o Italia.

Y la razón es sencillamente el car-bón. La Alemania unificada, que combina los yacimientos de Renania del Norte-Westfalia con los del este, tiene los sec-tores mineros de lignito y de electricidad generada por carbón más grandes de Europa, concentrados en manos de dos enormes generadoras, RWE y EPH.

KohlekommissionA la luz de los compromisos de París y la decisión precipitada de frenar la ener-gía nuclear en 2011, quedaba claro para Berlín que tenía un problema. Con una actitud deliberada típica, el gobierno de Angela Merkel inició una negociación múltiple para arribar a una recomen-dación consensuada sobre el futuro del carbón. La Comisión para el Crecimiento, la Transformación y el Empleo –cono-cida en términos menos eufemísticos como Kohlekommission, “Comisión del Carbón”– comenzó a reunirse en junio de 2018. Luego de meses de debate y frenéticas sesiones que duraban toda la noche, entregó su informe el 26 de enero de 2019; sus recomendaciones fueron rá-pidamente aceptadas por el gobierno de la Gran Coalición.

La comisión tomó en consideración cada ángulo concebible del futuro social y económico de los distritos carboneros y propuso programas de asistencia por montos que alcanzaban los 40.000 millo-nes de euros. Invirtió mucho tiempo en investigar la economía de los precios del combustible para la industria alemana. Lo que no hizo fue recomendar un cierre rá-pido o urgente del sector energético más contaminante de Europa.

Lo máximo que pudo acordar la Kohlekomission fue el cierre de poco menos de un tercio de la capacidad car-bonífera para 2022, con otro tercio para

2030 y el resto a concretarse en algún momento antes de 2038. Para 2030, el año de referencia de París, Alemania tendrá en funcionamiento apenas un poco menos de capacidad de generar carbón que la recalcitrante Polonia.

Si se profundiza la lectura de este informe de 275 páginas, este frustrante resultado es un poco menos sorprenden-te. Increíblemente, aunque el propósito de la comisión era planear el fin de la in-dustria carbonífera, se rehusó a priorizar las cuestiones ambientales, insistiendo en que la seguridad en la provisión de energía y la “economía” eran igualmente importantes. Las generadoras de energía y los sindicatos ejercieron una influencia más eficaz en las negociaciones que los lobistas ambientales, que sintieron que no podían abandonar las conversaciones. Era mejor acordar un comienzo del fin del carbón en Alemania que no tener política climática en absoluto.

No es coincidencia que se hicieran enormes promesas de gasto adicional a las regiones carboníferas de Brandenburgo, Sajonia y Sajonia-Anhalt, en el este de Alemania. Se trata de áreas donde los partidos tradicionales están luchando por controlar el avance de la derecha insur-gente de Alternativa para Alemania (AfD); AfD adoptó recientemente una postura de escepticismo climático y considera a los Verdes como su peor enemigo.

No es coherenteTodo esto está bien desde un punto de vista político, pero no es una respuesta coherente a la emergencia climática. No solo eso: ni siquiera cumple con los com-promisos internacionales de Alemania, ni los del Acuerdo de París ni las metas de la Unión Europea de abandonar el car-bón para 2030. De hecho, en Alemania ni siquiera se cumplirán los objetivos nacionales de emisión a menos que esto se acompañe de esfuerzos por establecer un precio mínimo para las emisiones de carbono, algo controvertido entre las filas de la Democracia Cristiana de Merkel. La Agencia Federal de Medio Ambiente de Alemania concluye que el compromiso sobre el carbón es insostenible a menos que se refuerce con la presión competitiva de una enorme expansión de las fuentes de energía renovables bajas en carbono.

Cuando el informe sobre el carbón se hizo público, la activista climática Greta Thunberg lo rechazó por consi-derarlo “absurdo”. Tal vez haya sido de-masiado amable. En realidad, el informe es una muestra devastadora de estrechez y negación de las claras implicancias de la ciencia climática, en pos de la conve-niencia política. Si la rica Alemania trata sus compromisos internacionales con se-mejante desdén, ¿cómo puede esperar que sociedades mucho más pobres, que enfrentan negociaciones muchísimo más brutales, aceleren sus esfuerzos?

La mejor defensa que se puede hacer del acuerdo es que, dadas las circunstan-cias, era importante no fracasar: algo de protección del clima es mejor que nada. Es de esperar que las deficiencias del acuerdo obliguen a sucesivas instancias de cambio.

Pero esta lógica es dolorosamente conocida en otras discusiones europeas complejas, en particular la del manejo de la crisis de la eurozona. Es posible me-jorar un compromiso inadecuado, pero también es posible que haya algún retro-ceso y que incluso los limitados objetivos del compromiso por el carbón resulten debilitados por intereses creados y con-nivencia política.

El gradualismo y el pragmatismo polí-tico estrecho se confunden fácilmente con “realismo”. Si realmente lo hacen, depende de la naturaleza del problema por resolver. Hay situaciones en las que lo que parece pragmático está lamentablemente lejos de lo que se necesita. Ese fue el caso durante la crisis de la eurozona y lo es aún más frente a la emergencia climática, donde los costos crecen en forma exponencial con cada año de demora.

A juzgar por las demandas reales de la situación, el tipo de “realismo político” exhibido por la Comisión del Carbón de Alemania no es en absoluto realista. Solo se puede desear que los cambios en la política europea y alemana en relación con el clima –si no lo han sido hasta ahora respecto de la eurozona– sean suficientes para superar la tan desarrollada capacidad de negación de Berlín.

Adam Tooze es profesor en la Universidad de Columbia, y se centra en la historia de la economía. Además de eso, Tooze lidera el Instituto Europeo de Columbia.

Incluso mencionar a Alemania en este contexto puede ser una sorpresa. El país ha reclamado durante mucho tiempo un papel preeminente en la política ambiental.

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UN PASQUÍN07.1916

CARRILLO FLÓREZ FERNANDO —DESDE JOVEN, CON EXPERIENCIA

Perfil tomado del libro 101 Retratos Havladdos. Cortesía de Penguin Random House.EL RETRATO DEL MES

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Fernando Carrillo es otro bxdxlxqxx ejemplo de que en este país nadie tiene la muerte política garantizada. Pocos da-ban un peso por el futuro de este mozalbete que a los 28 años se convirtió en dxxxfxxxxxxdx prematuro ministro de Justicia, puesto en el cual duró un año y del cual salió en hxxhx txxxxx medio de una aguda polémica, por las con-diciones de reclusión de Pablo Escobar, en la mal llamada cárcel de La Catedral.

Dedicado desde entonces a otros asuntos y alejado de la cosa pública, en 2010 cuando tras la victoria de Juan Manuel Santos, resucitó en el equipo de empalme entre el gobierno saliente y el entrante. Y a partir de ahí, entre uno y otro ixxxxxxidx nombramiento, ocupó diversos cargos no exentos de controversia, como la embajada de Colombia en España.

En esa misión diplomática, Carrillo volvió a cxgxxlx le-vantar polvareda a finales de 2014 al editar la obra ‘La estirpe de los Santos’, supuesto libro de historia que ter-minó convertido en un catálogo de adulación a la familia del presidente Santos, quien por esos días iba a visitar la Madre Patria.

Después de dos años, Carrillo renunció a la embajada en España, pero como buen gato volvió a lxgxxxxxxx xx pxxxtx caer de pie y fue elegido por el Congreso como Procurador General, en reemplazo del ‘desnombrado’ Alejandro Ordóñez.

En enero de 2017 asumió su nueva posición y –junto al Contralor y el Fiscal– se comprometió a armar un frente co-mún de lucha contra la corrupción. Amanecerá ¿...y veremos?

—Vladdo

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UN PASQUÍN07.1918

TRES EN UNOPor Gonzalo Guillén

¿DUQUEEn agosto pasado oí el primer llamado de atención de parte de un buen amigo, economista él: “si hay un presidente tumbable, ese es Duque”. Ahora, esa observación ha progresado hacia la realidad con el transcurrir oscuro, deplorable y decadente de este gobierno. “Duque no va a termi-nar”, predijo hace unos días Julián Martínez, uno de los mejores perio-distas de investigación del país. De cierta manera, no podría caerse por-que Duque simplemente no existe. Las funciones que le corresponden están a cargo de Uribe, que maneja por su cuenta las Fuerzas Militares, la inteligencia del Estado y los ministerios de Defensa, del Interior y de Hacienda. Lo demás está a cargo de la vicepresidenta Ramírez y de algunos ministros que actúan por su cuenta y riesgo, a veces bajo las órdenes ocasionales que les imparte el embajador de los Estados Unidos, como es el caso del Canciller Trujillo García.

NODuque no gobierna. No puede hacerlo y no le molesta que sea evidente (es probable que ni siquiera se dé cuenta). No conoce el país en ningún sentido: ignora las características de la geografía; ignora la escueta y simple historia colombiana; ignora los rudimentos jurídicos básicos que debería tener en mente para saber en dónde está parado. Ignora la idiosincrasia nacional, incluso la de quienes lo manejan, como Uribe, Sarmiento Angulo y el embajador de Estados Unidos; no está en capaci-dad de salirles adelante y está restringido a responderles siempre igual: “Sí, señor Presidente”, “Sí, doctor Sarmiento”, “Sí, señor embajador”.

TERMINARÁ?Me da la impresión de que a Uribe le salió muy mal la jugada de poner a un imbécil en la presidencia para evitar que lo traicionara, como ya le ocurrió con Santos. Le salió mal porque cada imbecilidad de Duque también lo desacredita a él. Podría ser que para ponerle freno a esto Uribe fabrique una crisis insalvable y la use para sacarlo. Quedaría la señora Ramírez, cuyas docilidad y osadía para hacer gárgaras con la Constitución y el Código Penal están probadas. Es sabido que todos los días, antes del amanecer, Uribe, después de darle las instrucciones al mayordomo de El Ubérrimo, llama a Duque para hacer lo propio. “Anote, a ver, que no tengo todo el día”, supongo que le gruñirá mientras se toma un tinto bien oscuro. Todos los análisis indican que Duque solamente está engordando, como un puerco. ¿Se caerá por su propio peso?

Gonzalo Guillén es periodista.

opinionesno pedidasLos bancos están en su derecho de exigirles a sus acreedores que les cumplan; lo que sí resulta fuera

de toda racionalidad es que pretendan trasladarle esa deuda al Estado, para que seamos los colombianos los que la ter-minemos pagando o asegurando que los corruptos paguen sus deudas a los bancos. Amanecerá y veremos.

—María Jimena DuzánSemana

Lo de Macías muestra cómo la clase política y el Congreso Nacional se volvieron una instancia que

nos permite jugar fácilmente a la superioridad moral en las redes sociales pero, al mismo tiempo, también son un espejo indiscutible de lo que somos como sociedad. Esta vez nos dolió muchísimo vernos tan feos y repugnantes en ese espejo. El problema es que el reflejo no pudo haber sido más fidedigno, y lo tuvimos que ver en alta definición.

—Sandra BordaEl Tiempo

Y una se hace mujer con la certidumbre de que la biología, si bien sabemos y hemos reconocido que

tiene algún papel, no justifica los viejos estereotipos que siguen marcando nuestro acontecer. Incluso grandes filó-sofos hombres (insisto, hombres) lo reconocieron hace ya muchas décadas. Cuando hablaba de las mujeres, Cioran narraba una larga historia de esclavitud, Michel Foucault se refería al disciplinamiento, silenciamiento y control, y Pierre Bourdieu hablaba de dominación, por citar solo estos tres. Igualmente, historiadores y antropólogos de la época reconocieron que la cultura y la historia de cada uno, de cada una, son los grandes determinantes de nuestras vivencias. Y, sí, una se hace mujer confrontando los dictados y mandatos de su época, resistiendo ante la imagen de una mujer madre, milagro de vida, bastión doméstico, y fisurando profunda-mente los cimientos de una identidad femenina constreñida en los moldes de la cultura patriarcal.

—Florence ThomasEl Tiempo

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