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  • REVISTA.AYER.(e).75.fh9 11/9/09 10:07 P gina 1

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    ISBN: 978-84-9282-007-8

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    La ofensiva culturalnorteamericana durantela Guerra Fra

    Revista de Historia Contempornea2009 (3)

    752009 (3)

    La Guerra Fra engendr una intensa batalla ideolgica en la que seenfrentaron dos modelos de sociedad y dos concepciones de lalibertad incompatibles entre s. Los principales Estados implicadosutilizaron a los intelectuales en esa batalla ideolgica para ganaradeptos del otro bando y, sobre todo, para impedir que la ideologarival prosperara en el propio. En esta guerra cultural, Estados Unidosaprovech el enfrentamiento ideolgico en Europa para levantar unenorme aparato de propaganda informativa y cultural en el exterior.Cmo se difundi el mensaje de la propaganda estadounidense enun pas como Espaa, que no era neutral frente al comunismo peroque tampoco era aceptado en las organizaciones que aglutinaban albloque occidental? Y cmo penetr el modelo americano en unpas cuyo rgimen defenda unos valores totalmente ajenos, cuandono opuestos, a los de su aliado y protector? stas son las grandespreguntas que han inspirado los trabajos que se renen en este dossier.

    9 788492 820078

  • LA OFENSIVA CULTURALNORTEAMERICANA

    DURANTE LAGUERRA FRA

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  • Asociacin de Historia ContemporneaMarcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.

    ISBN: 978-84-92820-07-8Depsito legal: M. 38.133-2009ISSN: 1134-2277Diseo de la cubierta: Manuel Estrada. Diseo GrficoComposicin e impresin: CLOSAS-ORCOYEN, S. L.Polgono Igarsa. Paracuellos de Jarama (Madrid)

    Esta revista es miembro de ARCE.Asociacin de Revistas Culturalesde Espaa.

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  • Ayer 75/2009 (3) ISSN: 1134-2277

    SUMARIO

    DOSSIER

    LA OFENSIVA CULTURAL NORTEAMERICANADURANTE LA GUERRA FRA

    Antonio Nio, ed.

    Presentacin, Antonio Nio................................................ 13-23Uso y abuso de las relaciones culturales en la poltica inter-

    nacional, Antonio Nio .................................................... 25-61Diplomacia pblica, debate poltico e historiografa en la

    poltica exterior de los Estados Unidos (1938-2008),Jos Antonio Montero Jimnez .................................... 63-95

    La maquinaria de la persuasin. Poltica informativa y cul-tural de Estados Unidos hacia Espaa, Lorenzo Delga-do Gmez-Escalonilla .................................................. 97-132

    Los canales de la propaganda norteamericana en Espaa,1945-1960, Pablo Len Aguinaga ................................ 133-158

    El desembarco de la Fundacin Ford en Espaa, Fabiola deSantisteban Fernndez .................................................. 159-191

    La erosin del antiamericanismo conservador durante elfranquismo, Daniel Fernndez de Miguel .................... 193-221

    ESTUDIOS

    Germn Gamazo o la poltica por derecho. Relaciones entreabogaca y actividad poltica durante la Restauracin,Esther Calzada del Amo................................................ 225-245

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  • Sumario Sumario

    8 Ayer 75/2009 (3)

    De la desinfeccin al saneamiento: crticas al estado espaoldurante la epidemia de gripe de 1918, Victoria Blacik... 247-273

    Sistema poltico y actitudes sociales en la legitimacin dela dictadura militar argentina (1976-1983), DanielLvovich.......................................................................... 275-299

    ENSAYOS BIBLIOGRFICOS

    Balance historiogrfico del bicentenario de la Guerra de laIndependencia: las aportaciones cientficas, Jean-Phi-lippe Luis ...................................................................... 303-325

    Elites en la Europa meridional, Xos R. Veiga Alonso ...... 327-338

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  • DOSSIER

    01Presentacion75.qxp 6/9/09 14:15 Pgina 11

  • Ayer 75/2009 (3): 63-95 ISSN: 1134-2277

    Recibido: 13-03-2009 Aceptado: 22-09-2009

    Diplomacia pblica, debate polticoe historiografa en la poltica exterior

    de los Estados Unidos (1938-2008)Jos Antonio Montero Jimnez

    Visiting Researcher, Prince of Asturias ChairGeorgetown University

    Resumen: La transformacin de los Estados Unidos en gran potencia inter-nacional ha provocado tres tipos de tensiones: primero, entre la tradicindel laissez-faire y la creciente burocracia tpica de naciones con un nme-ro creciente de compromisos internacionales; segundo, entre la tradicinaislacionista y un intervencionismo cada vez ms pronunciado; tercero,entre el idealismo inherente a las tradiciones estadounidenses y el rea-lismo que inspir muchas de sus acciones. La diplomacia pblica ha de-sempeado un papel importante en dichas tensiones, ya que se trata deun derivado del liderazgo internacional de Norteamrica, y se relacionacon la promocin de ideas y valores culturales. Este trabajo pretendeexplorar la conversin de los Estados Unidos en superpotencia a travsde diferentes debates polticos e historiogrficos relacionados con la pro-paganda y las relaciones culturales.

    Palabras clave: diplomacia pblica, propaganda, relaciones culturales,historiografa, Estados Unidos.

    Abstract: The rise of America to world power has aroused three types of ten-sions: first, between the laissez-faire tradition and the growing bureau-cracy typical of nations with a high number of international engage-ments; second, between the isolationist tradition and Washingtonsmounting interventionism; third, between the idealism inherent to UStraditions and the realism which inspired many of its actions. PublicDiplomacy has played and important part in these debates, both as anactivity linked to the promotion of ideas and cultural values and as aresult of Americas international leadership. This essay explores thetransformations of the US into a superpower through the lens of differ

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  • ent political and historiographical debates concerning US foreign propa-ganda and cultural relations.

    Key words: public diplomacy, propaganda, cultural relations, United Sta-tes, historiography.

    Introduccin

    La conversin de los Estados Unidos en gran potencia vino acom-paada de distintas tensiones con la tradicin poltica norteame-ricana 1. La crisis de 1929 min el apego radical a la doctrina del lais-sez-faire, permitiendo un destacado incremento de la maquinariagubernamental. Los crecientes compromisos internacionales asu-midos por Norteamrica chocaron repetidamente con los impulsosaislacionistas heredados del siglo XIX. Asimismo, la necesidad de ar-bitrar una poltica exterior basada en imperativos estratgicos contra-ri la tendencia a justificar la accin internacional a partir de criteriosestrictamente morales o ideolgicos. Estos tres debates tuvieron unclaro reflejo en el terreno propagandstico. La visin de Norteamricacomo el baluarte de la libertad haba levantado generalmente severosrecelos ante cualquier intento de las autoridades por dirigir a la opi-nin pblica, tanto nacional como internacional. Sin embargo, el con-texto de las dos guerras mundiales determin la aparicin de las pri-meras agencias gubernamentales dedicadas especficamente a lapropaganda o la diplomacia cultural. La Guerra Fra y el liderazgonorteamericano dentro del bloque occidental propiciaron la perma-nencia de este tipo de organismos, que se vieron constantementesometidos a la dialctica entre realismo e idealismo. Deban los apa-ratos de propaganda adoptar una estrategia a largo plazo, basadaestrictamente en la difusin de principios generales, tales como lalibertad o la democracia? O haban de actuar como maquinariassometidas al devenir de los intereses estratgicos, cambiando su men-saje en funcin de la coyuntura?

    Pretendemos aqu seguir estas discusiones a partir del anlisis dedistintos trabajos centrados en el origen y evolucin de la diplomacia

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    1 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigacin HUM2007-66559 del Plan Nacional de I+D+I (2004-2007) del Ministerio de Educacin yCiencia.

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  • pblica de los Estados Unidos. Como tal pueden entenderse los dis-tintos esfuerzos del gobierno norteamericano destinados a promocio-nar en el exterior sus propios ideales, as como a fomentar una mejorcomprensin de sus polticas (Tuch, 1990, 3). Bajo este paraguas lospropios funcionarios estadounidenses distinguieron entre dos tiposde acciones: la informacin y las relaciones culturales 2. La primeraimplicaba generalmente una planificacin a corto plazo, y se encon-traba estrechamente vinculada a la coyuntura poltica; sus estrategiaspodan alcanzar un alto grado de agresividad, e incluan la manipula-cin de la verdad. Las relaciones culturales se conceban en un tonoms positivo y no se programaban con la intencin de obtener resul-tados inmediatos. Se basaban en la promocin de productos como laliteratura, la msica o el sistema educativo, y en muchas ocasionesimplicaban un contacto directo entre estadounidenses y extranjeros.Entre los ejecutores de la diplomacia pblica se encontraban tantoorganismos gubernamentales como organizaciones privadas que cola-boraban con aqullos fundaciones, varias ONG, generalmenteen el terreno del intercambio educativo y cientfico.

    Los inicios de la Guerra Fra: de la informacina las relaciones culturales

    El New Deal, la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de laGuerra Fra aceleraron la expansin del aparato estatal, as como supresencia social. El crecimiento de la influencia nazi en Amrica Lati-na impuls la creacin en 1938 de la Division of Cultural Relations delDepartamento de Estado y del Interdepartmental Committee forScientific and Cultural Cooperation. Ambas instituciones se centraronen el estrechamiento de lazos dentro del Hemisferio Occidental,mediante el intercambio de estudiantes, profesores y personalidadesprominentes. Sin embargo, Washington no se inmiscuy propiamen-te en tareas de informacin hasta el establecimiento, en agosto de1940, de la Office of the Coordinator of Inter-American Affairs(OCIAA), puesta bajo la direccin de Nelson Rockefeller. La partici-pacin en la contienda vino igualmente acompaada de la instaura-

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    2 Para una mejor aclaracin de las acciones que se esconden bajo el concepto dediplomacia pblica, cfr. el artculo de Antonio Nio, incluido en el presente dossier.

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  • cin de distintos organismos informativos que, en 1942, se agruparonbajo la Office of War Information (OWI). En esta ocasin, Norteam-rica se introdujo incluso en los terrenos de la contra-propaganda y lapropaganda psicolgica a travs de la agencia predecesora de la CIA:la Office of Strategic Services.

    El periodo que medi entre el cese de las hostilidades y el iniciodel enfrentamiento con la Unin Sovitica se caracteriz por un cier-to grado de indefinicin en cuanto al papel internacional a asumir porlos Estados Unidos. Una vaguedad que tuvo su correlato en el terre-no de la diplomacia pblica. A finales del verano de 1945, el Presi-dente Truman disolvi la OWI, colocando todas las actividades deinformacin y relaciones culturales bajo la autoridad directa del De-partamento de Estado. Tratando de clarificar el futuro de estas tareas,el gobierno patrocin una primera serie de trabajos que repasaron lasenseanzas de la experiencia blica y ofrecieron sugerencias para lacreacin de un programa informativo coherente con la nueva realidadnacional e internacional. A comienzos de 1946, los funcionarios dela OCIAA prepararon un informe que acab publicndose bajo elttulo de History of the Office of the Coordinator of Inter-AmericanAffairs. A la par, un consultor a las rdenes del Departamento deEstado, Arthur W. MacMahon, redact un Memorandum on the Post-war International Information Program of the United Status, que vio laluz en 1945 (Macmahon, 1945, xi-xii; Affairs, 1947, 271).

    Ambos documentos se mostraron de acuerdo en la necesidad dedar continuidad a las empresas de propaganda e intercambio cultural.MacMahon afirm que las actividades de informacin internacio-nal son una parte integral del desarrollo de la poltica exterior. Sinembargo, en reconocimiento a los recelos imperantes tanto entre laopinin como en el Capitolio, abogaron por dar a tales operacionesun tono claramente idealista, enfocndolas hacia la defensa genricade principios como la libertad de expresin. Asimismo, recomen-daron que el Estado actuara como mero coordinador, dejando eldesarrollo de los programas, hasta donde fuera posible, en manos deentidades particulares. Los trabajadores de la OCIAA recordaronque algunas de (...) [sus] actividades podran y deberan ser recogi-das por agencias gubernamentales permanentes, pero (...) sera nece-sario depender de intereses privados. Para MacMahon, el papel deWashington deba ser facilitador y meramente suplementario:el rol del gobierno es visto como positivo pero limitado y esencial-

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  • mente residual. A conclusiones parecidas lleg una Commission onFreedom of the Press, financiada por la revista Time. En un informepreliminar aparecido en 1946 y titulado Peoples Speaking to Peoples,la Comisin defendi la eliminacin progresiva de todas las barreraspolticas y el relajamiento de las restricciones econmicas que impi-den el flujo libre de informacin a travs de las fronteras nacionales.Una funcin que deba ser desarrollada preferentemente por la in-dustria privada, con bases no comerciales, aunque fracasando laprovisin del servicio solicitado por estos medios, el comit solicitaradel gobierno (...) que tomara bajo su control la difusin requerida(White y Leigh, 1946, vi-vii).

    El inicio de la Guerra Fra en 1947 y el estallido del conflicto co-reano en 1950 marcaron el comienzo de una estrategia de confronta-cin con la Unin Sovitica. Segn los postulados de la conocida Doc-trina Truman, los Estados Unidos quedaron convertidos en policasdel bloque occidental. En este contexto se efectuaron mltiples llama-das en favor de una campaa que neutralizase de manera efectiva lapropaganda sovitica. Los pioneros del Realismo poltico, como HansJ. Morgenthau o George Kennan, reclamaron el abandono de cual-quier traza de idealismo en el diseo de la poltica exterior, y por endede la diplomacia pblica. sta deba quedar sometida al dictado de losintereses estratgicos derivados del enfrentamiento con Mosc. Lalnea realista se plasm en anlisis especficos, como el producido en1948 bajo el epgrafe de Overseas International Information Service ofthe United States Government. Su autor, Charles A. Thomson, habadirigido la Divisin de Relaciones Culturales del Departamento deEstado entre 1940 y 1944. A su entender, cualquier programa deinformacin nacional debera servir al inters nacional y estar conecta-do con la estrategia general. Para proporcionar el mximo servicio, elprograma debe coordinarse con todos los grandes elementos de laaccin nacional: polticos, militares, econmicos, de corto y largo pla-zo. Siguiendo pensamientos parecidos, el Capitolio abandonmomentneamente sus dudas, y dio va libre a la Smith-Mundt Act acomienzos de 1948 3. Esta ley capacitaba al gobierno para emprendera nivel internacional campaas propagandsticas de cierta envergadu-ra, pero al mismo tiempo les otorgaba una motivacin moral: promo-

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    3 El desarrollo institucional que sigui a esta norma puede seguirse a travs delartculo de Lorenzo Delgado, incluido en este dossier.

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  • ver un mejor entendimiento de los Estados Unidos, sus gentes y laspolticas promulgadas por el Congreso, el Presidente, el Secretario deEstado y otros funcionarios responsables (Thompson, 1948, 367, 1).La medida contemplaba las dos lneas tradicionales de la diplomaciapblica informacin e intercambio cultural. No obstante, el climade tensin internacional prim la ejecucin de maniobras propagan-dsticas planificadas para el corto plazo, y dependientes del devenir delos acontecimientos. Durante varios aos, las relaciones culturalesquedaron subyugadas a favor de un enfoque que prim claramente losmtodos de la propaganda tradicional.

    El desarrollo de estas operaciones tampoco careci de polmica,derivada de las seculares sospechas del pblico respecto de la pro-paganda. A comienzos de la dcada de 1950, la caza de brujas pusosu punto de mira en algunas facetas del programa informativo esta-dounidense. El senador Joseph McCarthy ofreci sobradas muestrasde su disgusto con el pasado de algunas personas que trabajaban paraVoice of America, y promovi una limpieza de las bibliotecas man-tenidas en el exterior por el United States Information Service. Porotra parte, tras su creacin en 1953, la United States InformationAgency (USIA) no fue capaz de contener las trazas de antiamericanis-mo presentes en muchos de los pases sobre los que desplegaba sustcnicas. Las crticas contra la Agencia llegaron a un punto extremocon la publicacin en 1955 del libro Billions, Blunders and Baloney(billones, meteduras de pata y tonteras). Su autor, Eugene W. Castle,repas la historia reciente de los distintos programas oficiales deinformacin, presentndolos como un despilfarro de dinero. Loslderes norteamericanos carecan de la confianza necesaria para llevara cabo la misin que se haba encomendado a los Estados Unidos. Sinesta certidumbre, las agencias propagandsticas no podran triunfarnunca; con ella, Norteamrica no precisaba de ningn aparato infor-mativo: USIA (...) y el resto de decepcionantes aventuras de distri-bucin en masa han sido simplemente el reflejo inevitable de unoslderes nacionales que vacilan frente a decisiones lgicas y directas(Castle, 1955, 262).

    La administracin Kennedy se impuso como objetivo la resolucinde una parte importante de estos problemas, tratando de cambiar lacara de su diplomacia pblica. Para ello procur identificarla demanera ms directa con distintos principios ideolgicos, y aumentar elpeso general de las relaciones culturales. Este espritu de renovacin

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  • se plasm en el nombramiento como director de la USIA de EdwardR. Murrow, un conocido presentador de televisin que desde la CBShaba contribuido al ostracismo del senador McCarthy. Por otra par-te, en septiembre de 1961 se aprob la Fulbright-Hays Act, con laintencin de revitalizar las acciones de intercambio educativo y cient-fico. Como es natural, estos propsitos de enmienda propiciaron laaparicin de un importante volumen de trabajos en torno a la historia,los antecedentes y las perspectivas de la USIA. La mayor parte de ellosse debieron a la pluma de trabajadores de la agencia, como Wilson P.Dizard (1961), Arthur Goodfriend (1963), John W. Henderson(1969) o Thomas C. Sorensen (1968). El tema comenz tambin aatraer la curiosidad de acadmicos provenientes en su mayora delcampo de la ciencia poltica, caso de Robert E. Elder (1968), RonaldI. Rubin (1968), Ben Posner (1962) o Peter DeVos (1962).

    Casi todos ellos compartan el deseo de librar a la opinin pblicaestadounidense de su ignorancia acerca de las acciones gubernamen-tales en el campo informativo: Los americanos se encuentran aisla-dos de su propio aparato nacional de informacin por una poltica delCongreso destinada a evitarles ser objeto de la propaganda (Hen-derson, 1969, viii). Asimismo, ninguno planteaba dudas en cuanto ala necesidad de un programa patrocinado por el gobierno y destina-do a influir las actitudes del pblico en el extranjero (Rubin, 1968,219). En general, ofrecan recetas prcticas para solventar algunos delos obstculos que la USIA arrastraba desde su fundacin: escasoentrenamiento de los empleados, difcil integracin en el aparatodecisorio de la poltica exterior, relaciones complicadas con el Con-greso, etctera. Sin embargo, estos autores iban ms all de las cues-tiones tcnicas, proponiendo un cambio de filosofa acorde con lasmodificaciones experimentadas en el contexto internacional. ThomasC. Sorensen, subdirector de la USIA en poca de Murrow, lamentabaque la Agencia siguiera empleando gran parte del viejo vocabulariode la Guerra Fra. La solucin pasaba por cambiar el tono del dis-curso, centrndolo nuevamente en los valores que guiaban el com-portamiento norteamericano: Deberamos poner menos nfasis ennuestro gran poder y riqueza, y ms empeo en hacer circular losnobles sueos que tenemos en comn con hombres de todas partes(Sorensen, 1968, 304-305). Para lograrlo, las labores de informacinhaban de separarse del devenir diario de los acontecimientos, yguiarse por planificaciones de largo alcance temporal: nuestro pro-

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  • grama (...) tiene que ser lo suficientemente flexible para cambiarsegn cambian las condiciones, pero lo suficientemente constante ensus propsitos para mantener la confianza de nuestros antiguos ami-gos. Asimismo, a la hora de dar credibilidad a los ideales america-nos, haba que tomarlos no como slogans o puntos de propagandasino como guas para actuaciones informadas (Dizard, 1961, 193,199). Resultaba esencial para la mejora del papel de la USIA unamayor aceptacin de la agencia (...) como participante en el procesode decisin poltica (Henderson, 1969, 273).

    A pesar de todas estas sugerencias, la USIA sigui serpenteandodesde el entendimiento mutuo hacia la comunicacin poltica y la con-trainteligencia (Elder, 1968, 329). El nuevo nfasis en los criterios ti-co-ideolgicos y en los objetivos a largo plazo resultaba ms indicadopara el otro puntal de la diplomacia pblica: las relaciones culturales.El deslizamiento desde la informacin hacia el intercambio educativoy cientfico vino personificado por el mismo Charles Thomson que en1948 haba invocado una propaganda cerradamente ligada a la estra-tegia. En un libro pstumo escrito junto a Walter Laves, anot que[e]l fin primordial de la poltica exterior americana pasa por la cons-truccin de una comunidad internacional unida y pacfica, basada enel consentimiento. Este objetivo puede ser promovido considerable-mente a travs de un programa de intercambios culturales intensivo yde largo alcance (Thompson y Laves, 1963, 185).

    Tales ideas se concretaron analticamente en dos trabajos de granrepercusin: The Fourth Dimension of Foreign Policy (1964), escritopor Philip H. Coombs, primer Assistant Secretary of State for Educa-tional and Cultural Affairs; y The Neglected Aspect of Foreign Affairs(1965), fruto de la pluma de Charles Frankel, un filsofo de la Univer-sidad de Columbia que fue posteriormente designado por LyndonJohnson para dirigir los programas educativos del Departamento deEstado. Frankel y Coombs hablaron de un mundo interdependiente ehiperinformado donde haba aumentado grandemente la influenciaque los pueblos, las ideas y el conocimiento estn ejerciendo en el cur-so de los acontecimientos mundiales. La lucha por la hegemona sehaba transformado en una pugna por las mentes de los hombres. Ental escenario, la defensa de los valores democrticos haba de pasar porun entendimiento ms profundo de Amrica por parte de otrasnaciones, as como por un mayor entendimiento de otras nacionespor parte de Amrica (Coombs, 1964, 10, 21). El intercambio de

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  • cientficos y estudiantes se adaptaba perfectamente a estos fines, por-que poda disociarse ms fcilmente del tinte propagandstico queobstaculizaba los trabajos de agencias como la USIA. De hecho, lasrelaciones culturales deban concebirse como un activo de largo alcan-ce, quedando disociadas del devenir diario de la poltica exterior. Unade las mejores vas para dotarlas de una aureola de independencia con-sista en reactivar la colaboracin entre Washington y las comunida-des educativas y culturales de carcter privado. Frankel llam a unesfuerzo federal sustancial en asuntos educativos y culturales dendole internacional, pero vio al ejecutivo como un ente puramenteregulador: En el grado en que el gobierno de los Estados Unidos dasu apoyo y estmulo bajo condiciones que preserven la autonoma ydignidad de estas instituciones [fundaciones, universidades, etctera],anuncia que nuestra sociedad (...) las ve (...) como expresiones inde-pendientes de una civilizacin libre, que deben ser premiadas como unfin en s mismas (Frankel, 1965, 134, 146).

    La atencin al nexo entre las actividades del gobierno norteameri-cano y las acciones desarrolladas por distintas fundaciones e institu-ciones privadas coincidi con una reactivacin del inters por susramificaciones internacionales. Durante los aos sesenta y setentaaparecieron distintos anlisis escritos por expertos relativamenteindependientes. Al igual que ocurra con los libros sobre la USIA o lapoltica cultural del gobierno, ninguno de ellos discuti las premisasde la filantropa; buscaron simplemente adaptarla al contexto de lasegunda mitad del siglo XX. Algunas de estas miradas tuvieron uncarcter marcadamente tcnico, como la monografa de Arnold J.Zurcher sobre The Management of American Foundations (1972), queanalizaba largamente la complementariedad entre gobierno y funda-ciones (Zurcher, 1972, 143-154, 165-178). Por otra parte, el prolon-gado devenir de las organizaciones privadas de ayuda exterior permi-ti observarlas tambin desde un punto de vista historiogrfico.Robert H. Brenmer, profesor en The Ohio State University, escribiel ao 1960 un volumen en torno a la American Philanthropy. Comen-zando en los tiempos de la colonia y llegando a mediados del pasadosiglo, elogi la capacidad de los estadounidenses a la hora de ver quela forma ms efectiva y aceptable de benevolencia pasaba (...) porsensibles esfuerzos para ayudar a los pueblos a independizarse y pre-pararse para forjar sus propios destinos (Bremner, 1960). En 1963,otro historiador, Merle Curti, public con ayuda de la Fundacin

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  • Ford un libro sobre American Philanthropy Abroad, que conclua conpalabras igualmente laudatorias: Sea como fuere, en su filantropaultramarina los americanos han dado lo que ellos mismos ms valora-ban (Curti, 1963, 627).

    Fue necesario esperar algn tiempo ms hasta que los programasde diplomacia pblica desarrollados por el gobierno estadounidensecontaran con estudios histricos destinados tanto a proporcionar unenfoque favorable como a abogar por su continuidad. La iniciativaparti del Bureau of Educational and Cultural Affaire, donde se creen 1972 el CU History Project. El empeo propici la aparicin detres volmenes, enfocados hacia los puntos ms relevantes de los pri-meros programas de intercambio cultural patrocinados por Washing-ton. El primero en ver la luz fue el tomo de Wilma Fairbank sobreAmericas Cultural Experiment in China, 1942-1949, seguido de Inter-American Beginnings of U.S. Cultural Diplomacy, escrito Jos ManuelEspinosa, y Cultural Relations as an Instrument of U.S. Foreign Policy.The Educational Exchange Program Between the United States andGermany, 1945-1954, fruto de la pluma de Henry J. Kellermann(Espinosa, 1976; Fairbank, 1976). El valor historiogrfico de estasmonografas fue limitado. Todas ellas nacieron con el nimo especialde resaltar la evolucin del programa de intercambio personalpatrocinado por el Departamento de Estado, diseado para promo-ver el entendimiento mutuo entre el pueblo de los Estados Unidos yotros pueblos del mundo. Asimismo, pretendan estimular a losfuturos diseadores de polticas y planificadores de programas en elcampo de la educacin y las relaciones culturales (Kellermann, 1978,v, viii). Sus autores haban formado parte de los programas de inter-cambio en China, Alemania o el propio Bureau. Por ello, aunquegozaron de un acceso privilegiado a documentacin primaria, su dis-curso result extremadamente prolijo en citas textuales y en generalcareci de pretensiones analticas. Para cuando Fairbank, Espinosa yKellermann acabaron estos libros, la diplomacia pblica haba logra-do asentarse dentro del entramado gubernamental de Washington.Hasta ese momento, la mayor parte de los escritos sobre la propagan-da norteamericana haban salido de la mano de un puado de funcio-narios y politlogos guiados por un doble propsito: defender suexistencia y mejorar su efectividad. Sin embargo, comenzaba enton-ces a abrirse paso una crtica que buscaba minar las bases mismas dela accin internacional de Washington.

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  • Imperialismo cultural, revisionismo y corporatismo:la diplomacia pblica como agente del capitalismo

    El clima poltico de finales de los aos sesenta propici una seriede ataques que discutieron la legitimidad de la poltica exterior de losEstados Unidos, alterando radicalmente los anlisis en torno a sudiplomacia pblica. La distensin entre bloques, la aceleracin delproceso de descolonizacin y las dificultades estadounidenses enVietnam coincidieron con la llegada a las universidades de una nuevageneracin que no haba participado en las calamidades de la luchacontra Hitler ni en el primer ciclo de la Guerra Fra. Los intelectua-les pusieron sobre el tapete las tcnicas analticas del marxismo, em-pleando el vocabulario propio de las teoras estructuralista y de ladependencia. A su entender, la accin internacional de Washington seencontraba volcada hacia la preservacin del sistema capitalista. Elcrecimiento de la produccin interna dependa de una ampliacincontinuada de mercados exteriores en los que obtener las materiasprimas y colocar los productos elaborados. Esta exportacin delmodelo econmico iba acompaada de una serie de instrumentosdestinados a allanarle el camino. Dentro de ellos ocupaba un lugarprivilegiado la ideologa, camuflada en forma de doctrinas polticas,modos de organizacin, pautas de consumo o productos culturales.Para designar esta faceta de la expansin capitalista se acu el tr-mino de imperialismo cultural. Un binomio de palabras destinado aresaltar cmo el proceso de control imperialista se ve ayudado e inci-tado por la importacin de productos culturales de apoyo (Tomlin-son, 1991, 3) 4; entre sus instrumentos ocupaba un lugar nada despre-ciable la diplomacia pblica (Carnoy, 1974). Su intencin final pasabapor sustituir la cultura autctona de los dominados por la ideologapropia del bloque occidental.

    Esta visin de la accin exterior estadounidense se convirti endominante entre los historiadores diplomticos ms jvenes, propi-ciando la aparicin de las escuelas revisionista y corporatista. La pri-mera de ellas estuvo representada por expertos como Walter LaFeber,Thomas McCormick, Lloyd C. Gardner y William Appleman Williams.

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    4 Para una explicacin ms en profundidad de estos fenmenos, cfr. GIENOW-HECHT (2000, 470 ss.).

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  • A su entender, la poltica internacional de los Estados Unidos gozabade races eminentemente domsticas, y se encontraba ligada estrecha-mente a los intereses de distintos grupos, conscientes de la realidad deuna superabundancia industrial y la urgente necesidad de expandir losmercados ultramarinos para aliviarla (Gardner, LaFeber et al., 1976,217). La identificacin de dichos grupos, as como la clarificacin deluso que hicieron de la propaganda corri posteriormente a cargo delcorporatismo (Hunt, 1992, 125). Thomas McCormick, Michael J.Hogan, Joan Hoff-Wilson y otros concibieron la poltica exterior esta-dounidense como el resultado de una especie de consenso establecidoentre distintos grupos: gobierno, empresarios, sindicatos e interesesagrcolas. Los cabecillas de tales sectores habran decidido renunciar ala competencia mutua, optando por una estrategia que resultase prove-chosa para todos ellos. La mejor solucin pasaba por un aumento pro-gresivo de la produccin, que hara crecer los beneficios a nivel general.El xito de tal esquema necesitaba de una apertura continuada de mer-cados forneos, apoyada por la difusin de creencias y valores cultura-les tpicamente estadounidenses.

    La creacin de los primeros programas de diplomacia pblicahabra venido determinada por la creciente intervencin del ejecutivoen los esquemas corporatistas. Los grupos involucrados en la expan-sin del modelo econmico americano habran contado hasta el NewDeal con medios propios para difundir los componentes ideolgicosque ms se adaptaban a sus intereses. Algunos estudios aparecidos acomienzos de los aos ochenta resaltaron tal capacidad. RobertRydell describi las exposiciones internacionales celebradas en sueloamericano desde el ltimo cuarto del siglo XIX como un esfuerzo porparte de los lderes intelectuales, polticos y empresariales para esta-blecer un consenso en torno a su visin del progreso como domina-cin racial y crecimiento econmico (Rydell, 1984, 8). El mismopatrn apuntaba la sntesis en torno a los aos veinte publicada porFrank Costigliola: Awkward Dominion (1984) destac cmo la pre-ponderancia econmica adquirida por los Estados Unidos despus dela Gran Guerra tuvo un importante soporte en los turistas, expatria-dos y pelculas de Hollywood, que sirvieron como misioneros delestilo de vida y los productos americanos: De igual manera que elpoder de Amrica llev a los europeos a tener en cuenta la culturaamericana, tambin ese prestigio o fuerza moral realz la efectividadde la diplomacia econmica extraoficial de los Estados Unidos (Cos-

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  • tigliola, 1984, 167, 169). La coyuntura depresiva de los aos treintahabra restado a las esferas financieras y comerciales la capacidad dedesarrollar e incitar esta labor de difusin ideolgica. El Estado tomel relevo estableciendo programas de diplomacia cultural que revis-tieron un grado cada vez ms alto de complejidad. As lo seal EmilyRosenberg en su Spreading the American Dream: Al igual que losorganizadores polticos de los ltimos aos treinta concibieron unpapel ms vigoroso para el gobierno a la hora de recomponer un sis-tema econmico liberalizado, tambin comenzaron a crear nuevasvas de asegurar la expansin cultural de Amrica. Esta observacinsirvi a Rosenberg como base interpretativa para describir la creacinde la maquinaria comercial y propagandstica de los Estados Unidosdesde el momento de la instauracin de la Divisin de RelacionesCulturales hasta los avances de la administracin Truman: En estosaos, el gobierno americano elabor nuevos medios para expandir losconocimientos y la informacin americana (...). La Guerra Fra esti-mul y a la par se agrav con las nuevas iniciativas de esta dimensincultural de la poltica exterior (Rosenberg, 1982, 203-228).

    A partir de estas aproximaciones generales surgieron distintaspublicaciones relacionadas con diversas facetas de la opinin pblica.En muchas ocasiones constituan la primera aproximacin histrica aunos temas de estudio que se desplegaron en tres direcciones: losorganismos pioneros o especialmente significativos de la propagandaoficial: la OWI o Voice of America (Winkler, 1978; Pirsein, 1979; Ale-xandre, 1988); algunas facetas llamativas de las polticas culturales,como los programas destinados a la reeducacin de la sociedad ale-mana tras la Segunda Guerra Mundial (Tent, 1982; Culbert, 1985;Willet, 1989); los mecanismos de colaboracin entre el aparato infor-mativo estadounidense y sectores privados: fundaciones, Hollywood,la American Library Association, etctera (Arnove, 1980; Berman, 1983;Kraske, 1985; Koppes y Black, 1987).

    Estos autores compartan algunas premisas bsicas en torno a ladiplomacia pblica, y escribieron con la mente puesta en las tesis delImperialismo Cultural. Pero no todos ellos las apoyaron; mientras algu-nos procuraron reforzarlas, otros ejercieron una defensa de la propa-ganda gubernamental. La mayor parte perciba los valores ideolgicoscomo un instrumento maleable, al servicio de intereses estratgicos oeconmicos. El control de la opinin pblica estadounidense einternacional por parte de las administraciones estadounidenses

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  • result una derivacin natural del nmero creciente de sus compromi-sos internacionales. Las guerras mundiales crearon la oportunidadperfecta para deshacerse de cualquier prejuicio en relacin con la pro-paganda, y utilizarla a la hora de influenciar a ciudadanos de pasesextranjeros. En todos los casos, el mensaje transmitido por las autori-dades careca de un valor absoluto, y se modificaba en funcin de obje-tivos coyunturales. Tal es la conclusin que se extrae del libro de AllanWinkler sobre la OWI: el primer paso (...) era ganar la guerra, y [elPresidente y sus consejeros] se encontraban dispuestos a transigir enaquello que crean poda conllevar un rpido final de las hostilidades,incluso cuando los compromisos parecieran poner en cuestin lasrazones mismas por las que se haba ido a la guerra (Winkler, 1978,153). Para Laurien Alexandre, esta mecnica se perpetu cuando laGuerra Fra imbuy a los dirigentes estadounidenses de una sensacinperpetua de enfrentamiento: La poltica exterior de los Estados Uni-dos se bas en una contencin agresiva de la expansin comunista atravs de medios militares, econmicos e ideolgicos (...). Los esfuer-zos de diplomacia pblica durante la guerra (...) tomaron por tantocomo punto de partida que la misma existencia (y expansin) del Esta-do sovitico representaba una inherente amenaza al estilo de vida ame-ricano (Alexandre, 1988, 8). Fue precisamente su capacidad de con-tribuir a los fines gubernamentales lo que permiti la entrada enescena de organizaciones privadas especializadas en el intercambiocultural: Los requerimientos, tras Pearl Harbor, de la poltica exte-rior de Amrica (...) dieron un gran mpetu al esfuerzo institucionalglobal de la American Library Asociation, ya que sin la guerra es dudo-so que el Departamento de Estado (...) hubiera financiado las activi-dades bibliotecarias en la media en que lo hizo (Kraske, 1985, 7).

    Ninguno de estos expertos puso en duda que el propsito final delas autoridades de Washington pasaba por imponer una especie deamericanizacin oficial a sus potenciales aliados. Una misin basadaen la firme creencia de que slo el sistema norteamericano de valorespoda garantizar la estabilidad mundial. Margaret Blanchard descri-bi en estos trminos la cruzada por la libertad de prensa declaradaconjuntamente por los medios de comunicacin y los dirigentes en elperiodo 1945-1952: [L]os estadounidenses crean que el nico mo-do seguro de salvar al mundo de futuros conflictos pasaba por con-vertirlo a los valores e ideas norteamericanos (Blanchard, 1986, 1).Al respecto recordaba unas palabras del historiador y politlogo

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  • Marshall Knappen, acerca de las ingenuas y extravagantes esperan-zas del pblico en relacin con la reeducacin: Con una fe conmo-vedora en la efectividad de los educadores profesionales, sintieronque, una vez se derrotara a los alemanes, la aplicacin de la frmulaadecuada a su sistema escolar eliminara el riesgo de que se desataranguerras en el futuro (Tent, 1982, 2).

    Si la mayor parte de estos autores coincidan a la hora de apuntarlos objetivos inmediatos de la diplomacia pblica norteamericana,muchos diferan en cuanto al diagnstico. Entre los ms firmes defen-sores del Imperialismo Cultural se encontraban los que pusieron susmiras en las grandes fundaciones. Richard Arnove, Edward Bermany otros se adscribieron a los postulados adelantados por AntonioGramsci, apuntando que intelectuales y escuelas resultaban crucia-les para el desarrollo de un consenso en la sociedad, para la racionali-zacin y la legitimacin de un determinado orden social (Arnove,1980, 3). Educacin y academia conformaban precisamente los obje-tivos principales de las instituciones filantrpicas, convertidas en unpilar ideolgico sosteniendo el sistema capitalista mundial (Berman,1983, 3). Estas organizaciones, nacidas al amparo de grandes corpo-raciones, cumplan primordialmente tres funciones. De una parte,mitigaban las desigualdades inherentes al sistema, poniendo en mar-cha iniciativas de corte benfico: Las fundaciones representaban unvehculo para proponer e implementar programas de correccinsocial en un tiempo en que el gobierno federal se encontraba grande-mente limitado por la ley (Arnove, 1980, 4-5). Asimismo, procu-raban la pervivencia del modelo econmico, apoyando lneas inves-tigadoras que justificaban su misma existencia. Desde comienzosdel siglo XX, los filntropos intervinieron en el vibrante mercado deideas de la poca, usando sus enormes recursos para promover aaquellos grupos que producan y difundan visiones del mundo apo-yando el statu quo (Arnove, 1980, 8). Por ltimo, sus campaas en elexterior pretendan expandir en la medida de lo posible un ambienteque garantizara el crecimiento del capitalismo. Un proceso que llega su estado ptimo de desarrollo despus de 1945: Fue la GuerraFra la que dio a los programas de las fundaciones en el extranjero sucoherencia, direccin e importancia estratgica en el impulso de la po-ltica exterior de los Estados Unidos. (...) Los diseadores de la accinexterior durante este periodo expresaron su preocupacin por la po-sibilidad de que los avances soviticos en las naciones en desarrollo

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  • limitaran el acceso de las empresas a los mercados y las materias pri-mas exteriores necesarias para la economa domstica y la seguridadnacional (Berman, 1983, 6). Este modelo se repeta constantemente,independientemente de si uno diriga su objetivo hacia la ayuda mdi-ca enviada a China por la Fundacin Rockefeller, o hacia el apoyoprestado por la Fundacin Ford a las teoras conductistas (Brown,1980; Seybold, 1980).

    Al otro extremo del debate se situaba un grupo de historiadoresque asuma sin ms la existencia de la poltica informativa y cultural,aceptndola como algo necesario e inherente a la organizacin guber-namental de los tiempos modernos. Para ello, trataron de borrar laimpudencia que los imperialistas culturales atribuan a cualquieraccin oficial haciendo alusin continuada a las buenas intencionesde los individuos al mando de las campaas de propaganda. Tal es elsentido que se desprende de estas observaciones de Allan Winkler:Los hombres que organizaron la OWI no tenan dudas acerca de suspoderes de persuasin. No eran difusores de la propaganda tratandode asentar el valor de su producto, sino ms bien hombres a la vezcomprometidos con una causa y convencidos de que podan tener unefecto en el mundo (Winkler, 1978, 155). El ejemplo ms acabado deesta defensa vino de la mano de Peter Coleman, un antiguo trabajadordel Congress for Cultural Freedom. La revelacin en 1967 de que estainstitucin haba recibido fondos encubiertos de la CIA marc sureputacin durante muchos aos. Tratando de rehabilitarse a s mis-mo, Coleman asegur que sus decisiones nunca se haban visto in-fluenciadas por presiones externas, y mucho menos de una agenciaamericana como la CIA. Por otra parte, el Congreso haba cumplidocon creces su cometido: A travs de sus publicaciones, conferenciasy protestas internacionales, mantuvo en la palestra los temas del tota-litarismo sovitico y el liberalismo anticomunista (...) Al final delperiodo, la propaganda de la Unin Sovitica (...) ya no resultabacreble (Coleman, 1989, xii, 243).

    Ideologa y cultura como determinantes de la diplomacia pblica

    La cada del bloque sovitico coincidi con un profundo examende los axiomas en torno al Imperialismo Cultural. Los acadmicos nosintieron ya la urgencia de vincular sus tareas con una censura des-

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  • carnada de las actuaciones gubernamentales, y comenzaron a mirarla cultura y los valores desde nuevas perspectivas. Para muchos deellos, la ideologa dej de constituir un elemento subordinado a lasnecesidades polticas o las ambiciones financieras, y se convirti enuna constante capaz de influir directamente en la accin exterior delos Estados (Goldstein y Keohane, 1993). Por otra parte, diversosestudios pusieron de manifiesto la capacidad de muchas nacionespara preservar sus elementos identitarios, incluso despus de habersido sometidos a polticas de aculturacin. En ltimo trmino, elincierto escenario global surgido tras la cada del muro de Berlnabri la puerta a la aparicin de nuevas propuestas de organizacindel sistema internacional. Algunas de ellas concedieron un pesoextraordinario al potencial de atraccin del que disfrutaban los Esta-dos Unidos en funcin de su sistema poltico, sus ideas y sus modosde vida (Nye, 2004). Este conjunto de premisas inst a la elaboracinde multitud de estudios en torno a la propaganda y las relaciones cul-turales. Como resultado, la diplomacia pblica qued liberada degran parte de la carga negativa acumulada en las dcadas anteriores,a la par que se analiz su potencial desde pticas hasta entoncesinsospechadas.

    Los historiadores de la poltica exterior de los Estados Unidospasaron por esta transformacin inmersos en una permanente sensa-cin de crisis, provocada por la aparente incapacidad de la historio-grafa diplomtica para renovar sus mtodos tradicionales. Espolea-dos por las crticas, se movieron rpidamente al objeto de evitarconvertirse en los hijastros del conocimiento histrico 5. Dos voca-blos comenzaron a resonar con especial nfasis entre quienes propo-nan nuevas vas investigadoras: internacionalizacin y cultura.Ambas tendencias provocaron una verdadera identificacin de estosexpertos con el tema de la diplomacia pblica. Entre la nueva van-guardia de historiadores diplomticos, las propuestas derivaron entres lneas de investigacin. Una de ellas se dedic a desentraar lasconstantes ideolgicas que haban condicionado la poltica exteriornorteamericana desde finales del siglo XIX (Hunt, 1987). Otra pusosus miras en distintas facetas de los procesos de americanizacin, des-

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    5 La expresin hijastro stepchild fue utilizada por Charles Maier y refleja-da en la contestacin que le dispensaron en Diplomatic History [MAIER (1980, 355);HUNT, IRIYE et al., (1981)].

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  • de las formas de ocio hasta la organizacin empresarial, pasando porlas pautas de consumo (Grazia, 2005). Y la tercera se fij propiamen-te en las tareas de informacin y relaciones culturales. Esto no quieredecir que ideologa, americanizacin y diplomacia pblica constitu-yeran sendos compartimentos estancos. Fueron comunes las mono-grafas generales en torno a los agentes de americanizacin que defi-nieron la accin cultural como uno de ellos (Kuisel, 1993; Pells,1997). Muchos autores hicieron exgesis de los discursos producidospor agencias como la USIA para entresacar distintos elementos de laidentidad estadounidense (Belmonte, 2003). Por otra parte, dentrode la mirada de perspectivas enfocadas hacia la diplomacia pblica,se han revisitado temas clsicos a la par que se inauguraban nuevassendas. Se ha completado enormemente el conocimiento en relacincon las estructuras propagandsticas propias de la Segunda GuerraMundial o los ensayos de reeducacin democrtica emprendidos enAlemania y Austria despus de 1945.

    Sin embargo, los mayores avances han tenido como protagonistaslos aos de la Guerra Fra, y especialmente los programas de la Uni-ted States Information Agency. Su clausura en 1999 sirvi de cataliza-dor para anlisis generales de enorme calado, as como para trabajosacotados temporalmente por administraciones presidenciales, o geo-grficamente por pases y continentes (Eschen, 2000; Haefele, 2001;Osgood, 2006; Cull, 2008). Siempre en el contexto del enfrentamien-to entre bloques, no han faltado aproximaciones a otras filiales guber-namentales, como Voice of America o Radio Free Europe (Shulman,1990; Krugler, 2000; Granville, 2005). No ha cesado tampoco lacuriosidad alrededor de las sociedades privadas que colaboraron conWashington, como las productoras de Hollywood o las asociacionesfilantrpicas (Jarvie, 1992; Ellwood y Kroes, 1994). En este ltimocaso ha destacado el enriquecimiento de perspectivas aportado porlas recientes biografas de Nelson Rockefeller o Shephard Stone(Reich, 1996; Berghahn, 2001).

    La internacionalizacin de la historia diplomtica relativiz lacapacidad del gobierno norteamericano para imponer su visin ideo-lgica a pueblos extranjeros. Entendida de manera estrecha, esta ten-dencia implicaba la introduccin en los estudios de poltica exteriorde fuentes de archivo extranjeras, y por ende de la perspectiva deaquellos pases que interactuaban con Norteamrica. De esta manerase podra tratar de averiguar en qu medida la propaganda haba

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  • actuado como vehculo de aculturacin. En Not Like Us, Richard Pellsse marc como objetivo estudiar la americanizacin considerandoexclusivamente las reacciones ante la misma de los pases europeos:Y qu pasa si un pueblo extranjero simplemente no quiere ser comonosotros? (...) Los europeos se han visto expuestos ms que nadie a lafuerza del poder cultural, poltico y econmico de Amrica (...). Sinembargo, cuanto ms viva y trabajaba en Europa, ms me daba cuen-ta de que el papel del gobierno americano en la expansin ultramarinade la cultura americana constitua slo una pequea parte de la histo-ria (...). As, hacia el final de la Guerra Fra en 1989, haba desarrolla-do un mayor inters en la respuesta de Europa a la totalidad de la cul-tura americana (Pells, 1997, xiv).

    Esta nueva perspectiva permiti mirar con ojos diferentes a losagentes que colaboraban con el Estado en las acciones de diplomaciacultural. Como aseguraba Michael H. Hunt, internacionalizar conlle-vaba algo ms que un giro metodolgico: Las relaciones internacio-nales tienen que verse como algo ms que la interaccin de entidadespolticas autnomas (Hunt, 1991, 5). Si se elevaba el nivel de obser-vacin hasta sobrepasar las fronteras nacionales, resultaba posiblediscernir la accin de grupos no estatales que actuaban a nivel global.Se sugera as que Washington no poda ser considerado como el ni-co impulsor en la transmisin de valores culturales. Tal transferenciacorra en muchas ocasiones a cargo de agentes transnacionales que sibien colaboraban con las autoridades, perseguan a la par una serie deobjetivos particulares (Kuehl, 1986; Iriye, 1997). Se trata de una pers-pectiva que ha llevado a redefinir la actuacin de las fundacionescomo impulsoras de las relaciones culturales. Revisando el devenirdel binomio gobierno-sociedades filantrpicas, Oliver Schmidt hahablado de simbiosis, denegando el mito que converta a las segundasen comparsas del primero. Su colaboracin debe entenderse comouna divisin del trabajo ms que como una relacin instrumentalentre contratante y contratado (Schmidt, 2003, 18). Entre las fun-ciones de estas entidades privadas destacara la creacin de redesinternacionales de acadmicos, que para Volker Berghahn tenan vidams all de su conexin con los planes polticos de los Estados Uni-dos: las conexiones que intelectuales y acadmicos establecieron atravs del Atlntico nunca resultaron fciles (...). Aunque estas ten-siones resultaron en parte del conflicto Este-Oeste embravecido des-de 1945, hubieran existido sin ste porque se encontraban enraizadas

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  • en las percepciones europeas de la sociedad americana y (...) la deter-minacin americana de cambiarlas (Berghahn, 2001, xiv).

    El llamado giro cultural defini la diplomacia pblica como algoms que un mero instrumento de poltica exterior. Los lderes esta-dounidenses actuaban convencidos de la sinceridad de sus ideales. Lasistematizacin que la propaganda haca de la ideologa oficial servapara afianzar sta tanto entre sus agentes como dentro de la sociedadnorteamericana. Los primeros pasos para tal interpretacin se dieronal objeto de colocar el plano cultural al mismo nivel que otras catego-ras de anlisis ms tradicionales. El terreno lo abon a finales de lossetenta Akira Iriye, arguyendo que la accin de los Estados resultabade un dilogo entre los imperativos estratgicos y los valores civiliza-dores: El estudio de las relaciones internacionales debe implicar, portanto, tres categoras de observacin: interacciones al nivel de poder,intercambios culturales, y la relacin entre estos dos conjuntos de rela-ciones. Segn esta perspectiva, las naciones sufran una especie desndrome de doble personalidad. Por un lado, semejaban fichas en elajedrez del ejercicio del poder; por otro, procedan bajo la concienciade una tradicin comn (...) una mirada de smbolos que conceden unsignificado especfico a aqullos que pertenecen a la entidad (Iriye,1981, vii). La poltica exterior de los Estados Unidos poda entender-se como una bsqueda perpetua del equilibrio entre ambos hori-zontes. Varios expertos se cieron a los postulados originales de Iriye,considerando el elemento ideolgico/cultural como uno ms de losfactores determinantes de la accin internacional estadounidense.Scott Lucas, autor de Freedoms War. The US Crusade Against theSoviet Union, 1945-56, anot que no creo que esta presentacin de laideologa de los Estados Unidos haya sigo simplemente una pantallapara objetivos geopolticos o econmicos (...). A travs del nfasis enesta proyeccin de la libertad, no busco argumentar que la ideologaresult dominante en el desarrollo de la poltica exterior estadouni-dense. Sin embargo, interactu con otras consideraciones para definiren enfoque americano. Lucas situ en este contexto el desarrollo delaparato propagandstico que arranc de la Smith-Mund Act. sta nopoda comprenderse sin tener en cuenta que los funcionarios esta-dounidenses contemplaban a la Unin Sovitica cada vez ms a travsde un prisma ideolgico. Algo que convenci al Departamento deEstado de la premura por poner nuestras credenciales a disposicindel pueblo americano y del mundo (Lucas, 1999, 2-3, 14, 24).

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  • Si la ideologa constitua uno de los determinantes de la accinhumana, una poltica exterior fuerte deba basarse irremisiblementeen principios compartidos por la sociedad en general. Poda ocurrirque una nueva realidad estratgica o econmica resultase altamenteincompatible con los valores tradicionales albergados por la mayorade ciudadanos. stos slo podan alterarse a travs de un lento pro-ceso evolutivo, puesto en marcha por las elites del pas. (Fousek,2000). En este escenario caba utilizar la propaganda tanto paraexportar estos nuevos principios como para terminar de identificarcon ellos a los sectores involucrados en las operaciones de informa-cin. La segunda mitad de los aos cuarenta fue uno de esos momen-tos de redefinicin ideolgica. La administracin Truman hubo depersuadir a sus ciudadanos, as como al resto de naciones occidenta-les, de la idoneidad de su nueva poltica de contencin. Wendy L.Wall ha descrito cmo ambos procesos interactuaron con ocasin delas elecciones italianas celebradas en abril de 1948. Washington pro-cur prevenir la eventualidad de una victoria comunista lanzando unacampaa de propaganda destinada a inculcar en los italianos las bon-dades del American Way of Life. En la empresa colaboraron un nme-ro importante de talo-americanos, a travs de cartas escritas a susfamiliares y amigos en Italia. Las misivas hablaban de la calidad devida imperante en los Estados Unidos, y fueron ampliamente difun-didas por los medios de informacin. Para Wall, su contenido sobre-pasaba el carcter de una simple maniobra publicitaria; serva paraidentificar a muchos inmigrantes de origen trasalpino con la nuevaretrica de la Guerra Fra: Independientemente de si la campaa deescritura de cartas influy realmente en las elecciones italianas, se tra-t de un importante indicador de los esfuerzos de los talo-ameri-canos para colocarse a s mismos dentro de la comunidad nacional(Wall, 2000, 109).

    El punto de vista de Iriye se vio pronto sobrepasado como conse-cuencia del avance de la antropologa simblica y las teoras del girolingstico. El elemento cultural pas a concebirse como un cdigototalizador a travs del cual las comunidades humanas daban sentidoal mundo que les rodeaba. Siguiendo este hilo, la ideologa dejaba deser meramente uno entre varios elementos susceptibles de influen-ciar la accin diplomtica. Poda convertirse en el eje de un nuevoparadigma unifactorial, que colocara la cultura donde antes habanestado la estrategia o las fuerzas econmicas. Frank Ninkovich

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  • explor esta posibilidad a lo largo de varios trabajos, comenzandopor un estudio de los orgenes de la diplomacia cultural estadouni-dense: The Diplomacy of Ideas. U.S. Foreign Policy and Cultural Rela-tions, 1938-1950. Segn este historiador, el contexto cultural deter-mina el conjunto de actuaciones de una comunidad, y por ende supoltica exterior. Miradas desde este prisma, las polticas de inter-cambio informativo, educativo y cientfico de los Estados Unidos seinterpretaban como el intento de difundir hacia el exterior el propiouniverso ideolgico. Invirtiendo el punto de vista, los mensajestransmitidos a travs de los canales de difusin cultural actuabancomo una ventana desde la que asomarse a determinadas facetas delimaginario colectivo norteamericano: Aunque las relaciones cultu-rales constituyen una forma menor de diplomacia, al mismo tiempola totalidad del proceso de poltica exterior se encuentra subordina-do a dinmicas culturales de ms amplio alcance. (...) la bsqueda deinfluencia cultural a travs de la diplomacia se encuentra obviamen-te condicionada por su propio ambiente cultural (...) [As pues], elestudio de la diplomacia cultural (...) puede servir como una mirillaque permite al menos una vista parcial (...) algo de luz indirecta entorno a la naturaleza de las influencias culturales, internas y externas,sobre la poltica exterior.

    Ninkovich contrast las tradicionales sospechas norteamericanasrespecto a la propaganda con el nacimiento a partir de 1938 de unprograma de diplomacia que fue adquiriendo progresivamentemayores dimensiones. Para l, esto no constitua sino un captuloms en el imperativo de compatibilizar el tradicional anti-interven-cionismo estadounidense con la crudeza de un sistema internacionalque pareca exigir un claro compromiso por parte de Washington.Ambas contradicciones propiciaron una especie de autoengao, fru-to de una serie de mecanismos que engranaron los anteriores objetosde sospecha propaganda/intervencionismo con lo ms tradicio-nal de la cultural norteamericana defensa de la libertad. Estemalabarismo sobrepasaba el carcter de mera manipulacin destina-da a servir de cortina de humo para intereses estratgicos o financie-ros. La reconstruccin filosfica del ideario estadounidense cre supropia realidad, propiciando la prolongacin del nuevo intervencio-nismo ms all de la desaparicin de su contexto original: los iniciosde la Guerra Fra. Eso s, la contradiccin sali a la superficie aosdespus:

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  • Pese a todas las quimeras involucradas, la revolucin de los aos cua-renta no fue una fantasa. La estructura interna de Amrica y el rol interna-cional de la nacin cambiaron de forma dramtica (...) Se puede decir quevendra un despertar una vez que la lucha con los Soviets perdiera su aireapocalptico (...). La nacin se sorprendera entonces de cun lejos se habadesviado de sus tradiciones (...). ste sera un final feliz si uno pudierademostrar que el despertar supuso una vuelta a la realidad. Sin embargo,dada la fuerza probada de las tradiciones liberales americanas, esto serapedir demasiado (Ninkovich, 1981, 2, 180).

    Donde mayor repercusin han tenido los debates en torno a lainternacionalizacin y el papel de la cultura ha sido en la relacinentre diplomacia pblica y americanizacin. Los historiadores hanvacilado a la hora de medir el peso que caba otorgar a la propagandaen la difusin del estilo de vida americano. Jessica Gienow-Hecht yRichard Wagnleitner han establecido un nexo directo entre ambosfenmenos, utilizando las campaas de informacin norteamericanascomo un espejo de la transmisin de la cultura estadounidense.Richard Pells dedic bastantes pginas a la USIA y organismos simi-lares, pero los coloc al mismo nivel que otros vehculos culturales,como el cine o los medios de comunicacin. Por su parte, RichardKuisel estudi la americanizacin de Francia sin dedicar ningn apar-tado especfico a la propaganda oficial, aunque sta aparece referidaen algunos pasajes. Pese a tales divergencias, todos ellos han coincidi-do en la inadecuacin del concepto de Imperialismo Cultural. JessicaGienow-Hecht comenz su estudio sobre Neue Zeitung el peridi-co financiado por las autoridades norteamericanas durante la ocupa-cin posblica de Alemania con las siguientes palabras: los fun-cionarios estadounidenses eran propagandistas reticentes. Sucomportamiento no resultaba congruente con el modelo del imperia-lismo cultural (Gienow-Hecht, 1999, 5). Dos hechos apuntan haciael desmantelamiento de este arquetipo. En primer lugar, los mensajesemitidos por la propaganda norteamericana variaban en funcin delreceptor, adaptndose a las circunstancias de cada una de las nacio-nes. No es casualidad que el recin citado peridico contase entre susfilas con inmigrantes procedentes de Alemania; ni que la campaapara influir en las elecciones italianas de 1948 tuviese como protago-nistas a gentes procedentes de Italia. Germano-americanos e italo-americanos posean las habilidades necesarias para crear una sntesis

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  • que sirviese de puente entre su cultura originaria y los usos imperan-tes en su pas de adopcin. En palabras de Wall, estos casos resulta-ron ejemplos tempranos de una tcnica usada de manera extensivapor los Estados Unidos (...). Desde los ltimos aos cuarenta, funcio-narios (...) estadounidenses trabajaron para alistar a la sociedad civilen general, y a las minoras americanas en particular, en defensa delAmerican Way of Life (Wall, 2000, 90).

    En segundo lugar, varios estudios de caso remitieron a un fenme-no que resultaba todava ms llamativo: los Estados de Europa habanejercido con cierto xito una potente resistencia frente a las continua-das campaas de difusin de los modos de vida y consumo estadouni-denses. En su trabajo sobre las redes acadmicas establecidas por lasasociaciones filantrpicas, Volker Berghahn relat que el sentimientode ser espoleados y empujados, a veces suavemente pero en otras oca-siones con brusquedad, por una potencia extraeuropea, provey unfuerte estmulo para que los europeos resistieran los planes y polticasamericanas (Berghahn, 2001, xiv). Dcadas de irradiacin america-nista no les haba impedido preservar una parte importante de suscomponentes identitarios. En palabras de Richard Pells: a pesar de lariada de productos americanos, el impacto innegable de la culturaamericana de masas, y los esfuerzos de Washington para hacer a loseuropeos ms agradecidos con la poltica exterior norteamericana,Europa Occidental no se convirti en una versin en miniatura de losEstados Unidos (Pells, 1997, xv). En Seducing the French, RichardKuisel conclua que la historia de la Americanizacin confirma laresistencia y la capacidad de absorcin de la civilizacin francesa. Losfranceses parecen haber ganado la lucha acerca de cmo cambiar yaun as continuar siendo los mismos (Kuisel, 1993, 237).

    Independientemente de las intenciones albergadas por los Esta-dos Unidos, as como de las reticencias europeas, durante la segundamitad del siglo XX, Europa y los Estados Unidos experimentaron unproceso de uniformizacin cultural que posea claros tintes america-nizantes. En su estudio de la misin cultural de los Estados Unidos enAustria, Richard Wagnleitner recalc el xito final de distintos sm-bolos de la cultura pop estadounidense: el cine, la radio, la televisin,el marketing y la msica provenan directamente del otro lado delAtlntico, o se encontraban influidos por los modos norteamericanos(Wagnleitner, 1994, 275-296). Los expertos se han dividido en trescampos a la hora de evaluar el grado en que estas influencias per-

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  • miten tachar de estadounidense el universo cultural de nuestro tiem-po. Kuisel se cuenta entre los que ofrecen una respuesta afirmativa aeste interrogante. Su narracin acaba con un captulo titulado VivelAmerique, describiendo el xito de las formas americanas en laFrancia de los aos setenta y ochenta: Hacia mediados de los ochen-ta (...) los franceses haban reemplazado aparentemente el anti-ame-ricanismo con un rotundo entusiasmo por todas las cosas asociadascon Amrica. Made in America alcanz repentinamente el mismocach que antes se haba concedido siempre a los productos proce-dentes de Pars (Kuisel, 1993, 212). Aos despus escribira querechazar la visin del imperialismo cultural no puede conducirnos aignorar (...) el dominio poltico, econmico y militar de Amrica yexplicar el xito de la cultura de masas o los productos de consumoamericanos simplemente en trminos de su inherente atractivo(Kuisel, 2000, 510).

    Por su parte, Wagnleitner no dej de admitir el enorme peso de losEstados Unidos en la estructuracin de las sociedades europeas duran-te los ltimos setenta aos. No obstante, record que Norteamricaconstitua a su vez un derivado histrico de la cultura europea: Antesde que Europa se americanizara, Amrica tena primero que europei-zarse Por tanto, el mundo actual estara definido por la presencia deuna Amrica-europeizacin, originada en una dialctica de intercam-bio entre las dos orillas del Atlntico. Mientras descart la existenciade un imperialismo cultural tpicamente estadounidense, este expertohabl de un constante proceso de modernizacin. ste se basara enel continuado intento del mundo occidental por expandir su eclcticomodelo a todos los confines del globo:

    Rechazo el trmino Americanizacin, un trmino que reprime y escondems de lo que explica. Este trmino intenta definir el mundo moderno a par-tir de los inadecuados criterios de los estereotipos nacionales, que sirven, ensu mayor parte, para una nica tarea a saber, ocultar el hecho de que trasel fenmeno Americanizacin se esconde la real Europeizacin del mundo (...)[Este proceso de modernizacin] es un proceso de cambio que ocurre alldonde la cultura del capitalismo echa races (Wagnleitner, 1994, 6).

    Finalmente, habra que sealar una ltima tendencia, representadapor Richard Pells, y opuesta a las dos anteriores. En un tono muchoms optimista, Pells dio la vuelta al argumento de Kuisel, arguyendo

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  • que en Europa pesaban mucho ms las pervivencias que los cambios.El triunfo de determinados productos culturales americanos resultde la voluntaria aceptacin de los mismos por parte de los europeos,quienes adems alteraron su significado, adaptndolo a sus propiastradiciones: La Americanizacin de Europa fue principalmente sim-blica un fenmeno asociado demasiado fcilmente con un conjun-to de marcas, iconos y seas altamente visibles (...). Sin embargo, losestilos de vida y actitudes europeos resultaron tan slo parcialmentealterados por la presencia de la cultura de masas y las mercancas nor-teamericanas. El impacto americano, supuestamente destructor de lastradiciones locales y nacionales, se vio siempre limitado por la distin-tas costumbres e instituciones europeas, y por su diversidad lingsticay tnica. En cualquier caso, las influencias norteamericanas en Euro-pa se correspondieron con un proceso similar de importacin en losEstados Unidos de costumbres y modos propios del Viejo Continente:Los europeos tambin exportaron su cultura y sus productos de con-sumo a Amrica, especialmente de los aos setenta en adelante. Dehecho, la relacin posblica entre Europa y los Estados Unidos nuncafue tan desigual como los escritores y lderes polticos europeos hanasentado. Estuvo marcada ms por un proceso de fertilizacin cruza-da, un intercambio recproco de ideas (...). En este sentido, tambin lacultura americana estuvo parcialmente Europeizada. La caractersticaprimordial del mundo actual, segn Pells, no es la americanizacin,sino una globalizacin entendida como un intercambio multipolar deideas y costumbres en constante evolucin. En el proceso, las identi-dades pueden reafirmarse o variar, pero en ningn caso parecen lla-madas a desaparecer: la amenaza del globalismo, al igual que los peli-gros de la Americanizacin, pueden haberse sobreestimado. Igual quelos pases de Europa occidental mantuvieron su idiosincrasia social yeconmica a pesar de la penetracin de los productos y medios decomunicacin americanos, tampoco las culturas locales y regionales seencontraban al borde de la extincin, a pesar de las presiones de la glo-balizacin. A finales del siglo XX, lo nacional y lo internacional conti-nuaban coexistiendo (...) de igual manera que lo hacan a sus comien-zos (Pells, 1997, 279, 326).

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  • Conclusiones

    A comienzos del siglo XXI, podemos afirmar que el gobierno nor-teamericano ha ganado al menos dos de los tres debates que mencio-nbamos en la introduccin. El estallido de la Guerra Fra proporcio-n el impulso necesario para afianzar la maquinaria institucionalpropia de la nacin que se autoerigi en guardin del bloque occi-dental. Los recelos frente a la propaganda no desaparecieron de lanoche a la maana, como demostr la polmica causada por el librode Eugene Castle. Sin embargo, a la altura de 1970, los organismosconectados con las operaciones de diplomacia pblica se encontra-ban preparados para resistir los envites ms fuertes. Ni el escndalodesatado por el descubrimiento de los vnculos entre la CIA y el Con-gress for Cultural Freedom, ni las severas crticas elaboradas por losintelectuales de izquierda detuvieron el trabajo de las agencias deinformacin. El aparato propagandstico de la Guerra Fra se mantu-vo hasta varios aos despus de que la Unin Sovitica hubiera deja-do de suponer una amenaza. Slo la USIA cerr definitivamente suspuertas en 1999, cuando la estabilidad del sistema pareca conceder aNorteamrica cierto descanso en su papel de polica internacional.Sin embargo, el impacto del 11 de septiembre, el resurgir del radica-lismo islmico y la actitud desafiante de la nueva Rusia han vuelto aimbuir al mundo de un sentimiento de seguridad. Como ya hemosmencionado, en este contexto han recibido especial eco varias vocesque reclamaban un reforzamiento del papel global de los EstadosUnidos basado precisamente en el atractivo de sus formas y modos devida. Y ello a pesar de que muchos de los estudios ms recientes hanmatizado mucho las posibilidades de xito de tales empresas.

    Donde nunca hubo acuerdo fue a la hora de dirimir el papel quecorresponda a los valores ideolgicos en el diseo de la poltica exte-rior norteamericana, y por ende de su diplomacia pblica. La balanzaentre idealismo y realismo estuvo sometida a continuos vaivenes, quedeterminaron los mltiples cambios de poltica informativa arbitra-dos desde 1945. El terreno de las ideas pareci retroceder definitiva-mente durante los aos setenta y ochenta, cuando detractores ydefensores de la propaganda definieron sta como comparsa en lapromocin de otro tipo de intereses. Sin embargo, el clima de euforiaque sucedi a la cada del muro de Berln volvi a poner de moda las

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  • interpretaciones basadas en la ideologa. A la par, politlogos e histo-riadores se esforzaron por relativizar el carcter absoluto de cualquiersistema ideolgico. Cuando hoy da se reclama una reactivacin de losprogramas de diplomacia pblica, se hace muchas veces recalcando lanecesidad de tener en cuenta la diversidad cultural del mundo con-temporneo. Ya en 1990, Hans N. Tuch lamentaba que demasiadofrecuentemente en nuestra historia reciente hemos lanzado iniciativas(...) sin considerar suficientemente cmo tal o cual iniciativa o polti-ca sera vista por los distintos pueblos en regiones dispares del mun-do (Tuch, 1990, 10). Mucho ms recientemente, Richard Arndt hapropuesto recuperar el espritu de los antiguos internacionalistasamericanos: Al proyectar sus culturas, los grupos y las naciones-Estado (...) haban insistido en el equilibrio, en intercambios, en reci-procidad, en flujos bidireccionales. Predicar, ya sea por parte de cl-rigos o laicos, estaba fuera de lugar en el mundo poscolonial (Arndt,2005, 555, xii). Contraponer este respecto al multiculturalismo con lanueva creencia en la fuerza de las ideas y las tentaciones intervencio-nistas emanadas de los ataques contra las Torres Gemelas constituyeel principal desafo que deben afrontar hoy da los futuros planifica-dores de la propaganda estadounidense.

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    ISBN: 978-84-9282-007-8

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    La ofensiva culturalnorteamericana durantela Guerra