02. El Adversario Absoluto

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  • Fernando Savater

    EL ADVERSARIOABSOLUTO

    b 4Quisiera.. . escapar de la impotencia moralde las opiniones lamentablemente divorcia-das de la prctica, del caos en el que final-mente deja de distinguirse al amigo del ene-migo; estoy asqueado de ver, mire hacia don-de mire, solamente torturadores o tortura-

    dos.

    Alejandro Herzen, Desde la otra orilla

    La proximidad de la tortura, a fin de cuentas,hace enmudecer. Cuando callan los clamoresdel horror y de la indignacin, de la repulsa yde la denuncia, el resto es silencio. Seguimos

    acercndonos a la escena cruel, ya repudiada, verbal-mente abolida, y no sabemos qu ms decir. Se alzan vo-ces un poco roncas, turbias, que hablan del goce de lavctima y del extrao vnculo ertico que le une a su ver-dugo: la voz ambigua y trmula de Bataille, pero tam-bin la voz de esa especie de Bataille para porteras, Lilia-na Cavani. Francamente, no es por ah por donde yo qui-siera ir; a fuerza de querer profundizar en lo inexpresa-ble, se le puede perder el respeto a lo terrible, que a me-nudo es terriblemente superficial. Quisiera poder hablarhondamente de la terrible superficie de la tortura. Y conrespeto, es decir: ticamente; porque la tica no es una im-posible simbiosis de prohibicin y recompensa, sino unaestimulante mezcla de vigor y respeto. Pero este respetoa lo terrible de la tortura parece enmudecernos, cuandose nos acaban las interjecciones de condena y la descrip-cin acusatoria del cmo, el cundo y el cuntas veces.De la tortura, diramos, no hay ms que hablar; o tam-bin: cuanto menos se hable, mejor. Y sin embargo ahmismo donde todo parece dicho, an queda mucho pordecir, incluso polticamente: a intentar decir nos impulsael silencio mismo que avasalla frente a la tortura, mien-tras recobramos el aliento perdido en quejas.

    Para saber qu es la tortura, digamos en primer lugarlo que no es. Desde luego, no se trata de la destruccin f-sica y/o psquica de la vctima, pues en tal caso la bombade neutrones sera el instrumento de tortura ms eficazjamas inventado. Torturar no es destruir, salvo en el gra-do necesario para construir de nuevo y de otra forma. Tie-ne ms de remodelacion que de puro y simple quebran-tamiento.. . Cuando lo que se busca es sencillamente lasupresin del otro, la tortura es un rodeo peligrosamenteineficaz. Lo hemos visto cien veces en las pelculas deaventuras; el villano quiere suprimir al protagonista,pues de tal destruccin depende su triunfo, pero la mal-dad le hace inventar dilaciones y refinamientos cuandoya lo tiene a su merced, lo que acabar en una interven-cin providencial de rescate o en una imprevista reaccin

    del maltratado. As el villano aprende que no se puedesuprimir al otro y a la vez mantenerle consciente de susupresin, dado que la prdida de tiempo en el duelo amuerte suele ser fatal. Hay que elegir entre deshacersedel prjimo o castigarle, pues ya se sabe que la muerte esel final de todo castigo.

    La pena de muerte no funciona como tal pena ms queen la sentencia dictada, no en la ejecucin. De qu cier-tas protestas contra la pena de muerte, a la que no sirvede coartada ninguna finalidad regeneradora: no se pue-de matar a nadie para que aprenda. . Pero tampoco elcastigo corporal es precisamente tortura, aunque en latortura pueda haber un fuerte componente de castigocorporal. Durante siglos los hombres pagaron sus delitossufriendo aflicciones corporales de la ms variada laya.Robar unas gallinas poda suponer la prdida de lamano derecha y recoger furtivamente lea en el coto delseor un centenar de azotes; los delincuentes eran apa-leados, lapidados, desollados, mutilados, se les arranca-ban los ojos y se les cortaba la lengua, se les marcaba conhierros candentes, se les haca padecer hambre y sed, seles castraba.. . La variedad de castigos responda antetodo a la necesidad de graduar la gravedad de los delitosy no tanto al ensaamiento. Incluso la pena de muerteadmita diversos niveles y mientras el cazador furtivo erasimplemente ahorcado, el regicida poda ser despedazadoatando sus extremidades a cuatro cballos lanzados endirecciones opuestas. En el castigo corporal se paga conpedazos de cuerpo y con sufrimiento el precio de los deli-tos, segn la cotizacin de stos establecida en ese mo-mento histrico. Se trata de penas de trueque: la ley delTalin y sus desproporcionadas derivaciones son a fin decuentas formas de intercambio. Pero mas tarde el merca-do de la justicia se ir haciendo ms y ms abstracto,unificndose en torno a lo mas desencarnado, el tiempo,y su encarnacin social, el dinero. Hoy pagamos nues-tras culpas a la sociedad en multas de tiempo y dinero,del mismo modo que pagamos nuestras ropas o nuestracomida. El castigo corporal ha quedado prcticamenteabolido en los paises ms desarrollados. Sin embargo,como ya he dicho, el castigo corporal, las penas fsicas, noson formas de tortura; lo que tienen de trueque o inter-cambio, es decir, lo que tienen de proporcionalidad pblica-mente establecida y reconocida, las diferencias del tor-mento propiamente dicho. La tortura no admite propor-cin ni intercambio autntico, su demanda es en ltimotrmino tan infinita como la subjetividad misma.

    La verdadera tortura nace con el inters por la intimi-dad del otro, es decir, nace con la pregunta. Si se trata tanslo de castigar o destruir al otro, no hay tortura; lo quehace aparecer sta es el afn de cuestionarle, de poner ala vctima en cuestin. En francs, question es antono-

  • masia por tortura; Y nuestro Sebastin de Cobarruvias en-su Tesoro de la lengua castellana o espaola (s. XVIIhabla de aplicar quistin de tormento. Cuestionar aotro es, por un lado, interrogarle y, por otro, dudar de Suvalidez como tal otro, negarle su derecho a seguir siendopor dentro como es e imponerle la conformidad a un mode-lo. Se exige del otro una respuesta, en forma de confesin; que diga lo que su intimidad es para que se le pueda identificar con ella y castigarle por ella; o que se retracte de lo que es y se arrepienta por serlo, que admitque se ha convertido ya en otro. En muchas ocasiones, 1;pregunta pide una denuncia de alguien que haya recibido inviolable derecho de asilo en nuestro fuero internoes decir, exige la quiebra de la lealtad -en la que todadignidad humana se sustenta y la traicin a esa capacidad de prometer en la que Nietzsche vio con acierto Irclave misma de la civilizacin. La pregunta del torturador saquea la intimidad de la vctima, la devasta; peroesta labor de asolamiento es inacabable, pues nunca sepuede estar absolutamente seguro de que ya se ha revelado todo. Para estar seguro de que el torturado dice la verdad, el verdugo tiene que saber de antemano cul es Irverdad o, al menos, cual es la verdad con la que l va aconformarse. Lo ms terrible de la tortura, lo que la hace objetivamente inacabable, es que la verdad sea establecida por el verdugoEl inquisidor es el dueo de la verdad y el amo tambindel dolor; tiene el poder y la ideologa que condiciona 1apregunta y la respuesta. La tortura se deslinda de loscastigos corporales o de la simple y brutal aplicacin demalos tratos por su vinculacin a lo ideolgico. Se torturaen nombre de las ideas: para imponerlas, para averi-guarlas, para confirmarlas, para reprimirlas, para exten-derlas, para ensearlas. El nombre del otro (del cmpli-ce) es en este contexto idea tambin, por su vinculacin-al secreto y a la lealtad. Por sto la persecucin religiosa-es decir, la pregunta absoluta- es la matriz de la prc-tica torturadora: todos los inquisidores son telogoque por medio del dolor tratan de penetrar en el alma delos otros, para descubrir sus creencias o para imponer lassuyas. El inquisidor sabe a ciencia certsima cul es 1averdad: a l no le cabe duda ni ignorancia alguna, con lno cabe discusin. Y sabe tambin la verdad que tiene fi-nalmente que confesar el otro como respuesta a sus pre-

    guntas, la verdad de lo que el otro es, o sea el error delotro, la hereja del otro, el empecinamiento del otro oquiz su arrepentimiento, su transformacin. El inquisi-dor pregunta la verdad porque la sabe; la vctima debedecir la verdad, pero no su verdad o la verdad (si es quehay tal cosa), sino la verdad del inquisidor, la que el in-quisidor espera y exige, la nica que el inquisidor va areconocer como verdad: y an ms, debe decir la verdaddel inquisidor como si fuera la suya, debe anular la suyapara revelar la del inquisidor, pues slo ste tiene dere-cho al establecimiento y al dolor de la verdad. Por sto laverdad que confiesa el torturado, incluso aunque le salvela vida, se vuelve profunda e irremediablemente contral. Y por eso quien tortura en nombre de la verdad -decualquier verdad- no acepta otra (no admite otro rostropara su Dios) que el sufrimiento y la aniquilacin de lootro, de lo diferente.

    Intentemos de acuerdo con lo hasta ahora avanzadouna definicin suficiente de la tortura, tras diferenciarlade la destruccin directa del adversario, del castigo fsicoo del simple trato brutal del prisionero. Torturar es intentarconseguir una respuesta de alguien que se resiste a darla por mediodel dolor. La respuesta ha de entenderse de modo muyamplio, como confesin de la verdad del inquisidor, perotambin como cualquier concesin, arrepentimiento otransformacin de la intimidad. Y dolor es trminoque abarca toda la gama de tormentos fsicos, psquicoso morales, desde el despellejamiento en vivo a la falta decortesa, a la incertidumbre o a la mentira. Busca la tor-tura una modificacin del alma por medio del supliciodel cuerpo y para el verdugo tal transformacin es haciala verdad y la regeneracin. No es de extraar quemuchos inquisiadores fueran adictos al cilicio y tratarana su propio cuerpo como a un rebelde hereje ms.. . Yahemos destacado el componente ideolgico que es funda-mental en la tortura; pero ahora quisiera insistir en otroingrediente no menos esencial, su vocacin pedaggica.Dueo de la verdad, el inquisidor se atarea con entusias-mo en su transmisin. Torturar es ensear, explicar, gra-bar a sangre y fuego en la carne lo que no debe ser olvi-dado. Al comienzo de su Genealoga de la moral, Nietzschededic prrafos insuperables a este reforzamiento (a sujuicio civilizador) de la memoria por medio del suplicio.Porque lo cierto es que no slo en la tortura vemos ele-mentos pedaggicos, sino que tambin y con no menosclaridad en toda pedagoga discernimos rasgos torturan-tes. La letra se dice que con sangre entra y en La condenaKafka imagina que el texto de la Ley se escribe por me-dio de un terrible instrumento en la carne misma de lostransgresores. Al nio, al delincuente, se les castiga paraque aprendan; tambin los grupos terroristas realizansus atentados para que por medio del pnico la sociedado el gobierno aprendan lo que se resisten a admitir. Unalnea ms directa de lo que nos gustara reconocer llevadesde el quedarse sin postre del nio o sus horas de re-clusin suplementarias en el colegio, hasta los tormentosinquisitoriales. Hace poco se pusieron a la venta ciertospaales dotados de unas pilas elctricas que, al hume-decerse, propinaban una pequea descarga al inconti-nente y le enseaban a controlar mejor sus esfnteres. Dela cuna a la silla elctrica, una misma imposicin deaprendizaje por medio del dolor define la trayectoria dequienes hemos sido domados, metidos en cintu-ra , castigados por nuestro propio bien, etc... mien-

  • tras que por nuestra parte utilizamos idnticos sistemasde enseanza con nuestros herederos, cuando no los refi-namos y sutilizamos an mas todava. Pero el inquisidores un maestro especializado en casos particularmente re-beldes, casi desesperados.

    Llevado por una variedad aberrante de platonismo,fuerza a su vctima a que recuerde la verdad nica e ina-pelable que en el fondo sabe, pero que se niega por puramalicia: a admitir. Ningn sufrimiento es demasiadogrande para tal fin y el inquisidor ser virtuoso en el ma-nejo de cualquiera, empezando por el ms pedaggico detodos, el ltimo de los males que nos trajo Pandora, la es-peranza, la promesa del futuro... Es la esperanza quienlograr quebrantar lo que a todo se resiste y ensear loque los tormentos ms sanguinarios no lograron, talcomo muestra en su celebre historia cruel el sutil Villersde IIsle Adam.

    Dos personajes frente a frente interpretan el drama dela tortura: de un lado, el verdugo o inquisidor, dueo dela verdad y dispuesto a obtenerla, a convertir al otro en laverdad misma por medio del tormento; del lado opuesto,la victima, cuya intimidad amenazada no tiene fuerzaspara defenderse ni nadie a quin recurrir, salvo aferrarsea la pura resistencia al dolor. Es ste un drama de amoro de odio? Quiz de algo que est mas all de lo que ha-bitualmente se conoce por ambos sentimientos, pues tan-to el odio como el amor necesitan un reconocimiento delotro -de su realidad, de su irrepetibilidad- para ejer-cerse, mientras que el torturador no admite al otro, sinoque lo traspasa, lo niega, pretende aniquilarlo bajo elpeso de la verdad o para que la verdad triunfe en l. El,inquisidor de Villiers cree que ama a su vctima, pues letortura para facilitar su salvacin eterna... pretende re-torcer y machacar hasta la conversin su realidad pre-sente, para poder enviarle a una vida ms venturosa yverdadera, donde ser oto pero ms real, ms incuestiona-ble que el mismo. A ojos de ciertos inquisidores, el sufri-miento de sus vctimas tiene cualidades de expiacin re-generadora: por medio de 1 purgan sus pecados, se ha-cen mejores. O a cierto testigo presencial contar la tor-tura de un enemigo poltico de la dictadura de la JuntaMilitar en Argentina, por verdugos de los servicios de in-teligencia de la fuerza area: le aplicaban dos picanas

    elctricas, le daban latigazos, le trituraban los huesoscon el palo de un escoba... y entre tanto, uno de los ofi-ciales le tena una mano entre las suyas, casi con ternura,repitindole: pobrecito, cunto debs sufrir! . viven-cias como las reveladas por esta ancdota son difciles dedescribir con precisin en trminos de amor u odio. Lofundamental es que la vctima est plenamente en lasmanos de su verdugo y por entero a su merced: no haymediador ninguno entre ambos al que su debilidad pudie-ra recurrir. Esta coincidencia de la absoluta disparidadde fuerzas y la ausencia de mediador es lo que configuraen profundidad el drama de la tortura. Tambin en lapura violencia, en la lucha a muerte, falta el mediador,pero los poderes estn mas o menos equilibrados y esimaginable un contra-ataque del ofendido. Las mismasfuerzas que se miden una a otra en el combate hacen demediador; y terminan por alumbrar la mediacin o de-sembocan en el exterminio.

    Pero en el caso de la tortura, la nica fuerza que lequeda a la vctima es la pura resistencia ante la dolorosapresin de su verdugo, que detenta un poder absoluto so-bre l. Nada coarta o mediatiza la fuerza del inquisidor:de nada le puede venir fuerza o ayuda a la vctima, salvoque acertase a volver la pregunta del inquisidor contra lmismo. La ausencia de instancia a la que recurrir, de al-guien ante quin defender la causa del desposeido de po-der, da a la tortura su peculiar carcter infernal. Por enci-ma del inquisidor ya no hay nada, pues es la encarnacinde la verdad y el poder total; ni se puede esperar un me-diador ni hay posibilidad de luchar a muerte contra l.La vctima est plenamente en sus manos, lo mismo queel hombre en manos de Dios; y ya la escritura advierteque es terrible estar en las manos de un Dios vivo.. . Elrostro del inquisidor no es el de un enemigo entre otros,sino el de aqul que nos niega y nos reinventa sin media-cin posible: el adversario absoluto.

    Hemos comparado la situacin de pleno desasisti-miento de la victima en manos de su verdugo con la delhombre en poder de Dios. Por supuesto se trata del Diosjudaico anterior al pacto y a la mediacin de la alianza,es decir, del Jehov que tortur a Job. Si los torturadostuviesen que nombrar santo patrono, no es dudoso queJob sera la eleccin ms indicada. Y ello no por su pa-ciencia -muy en contra de lo que el tpico quisiera, na-die dio mas vivas y reivindicativas muestras de impacien-cia que el- sino porque en medio de sus atroces tormen-tos, Job se atrevi a reclamar un mediador. Todos loarasgos distintivos con los que hemos caracterizado la tor-tura se dan en esta historia biblica. Jehov es el poderabsoluto e irrestricto, en cuyas manos est indefenso Jobcon todas sus posesiones; un da, le apeteces saber quhay dentro de Job, cuestionarle de manera inmisericor-de, averiguar su verdad: para ello, le priva de todos susbienes, diezma su familia y roe su carne con una lepra re-pugnante, mientras le agobia la incomprensin de su es-posa y sus mejores amigos. Y Job, que sabe que estsiendo tratado injustamente pues nada malo ha hechopara merecer tal demolicin de su vida, maldice su suer-te y reclama un mediador entre Dios y l, un rbitro queregule su disputa. Su pretensin es la mas ambiciosaimaginable: l querra razonar con Dios (13, 3,4). Noest dispuesto a concederle a Jehov sin ms el derechoahacer lo que quiera; no duda del poder de Johov paracumplir su voluntad, sino del derecho de tal voluntad a

  • ejercerse sin reconocer mediacin alguna, Job recusa unpoder que se exterioriza como lo completamente otro,como el adversario absoluto con el que no se puede razo-nar porque no es hombre como yo, para que yo le res-ponda, y vengamos juntamente ajuicio; no hay entre no-sotros rbitro que ponga su mano sobre nosotros dos(9, 32-33). Lo que quiere este hombre justo es, ni ms nimenos, que deje de extorsionrsele por la fuerza: quitede sobre mi su vara y su terror no me espante; entonceshablare y no le temer; porque en este estado no estoy enm (9, 34-35). Jehov puede abrumarle con la exhibi-cin de su poder, pero tal demostracin solo le ganar elcalificativo de poderoso, no el de justo. Dios le aclarabrutalmente que, dada su disparidad de poder, no se lespuede medir con el mismo rasero: El es creador y mante-nedor del mundo, no un simple particular como Job.NO es este el argumento de todos los apologistas del cri-men por razn de Estado, de quienes se niegan a medirpor el mismo rasero el Orden, la Seguridad Nacional, elHonor Patrio, o la Revolucin y los derechos de ste oaqul individuo concreto? Todos los trituradores en nom-bre de la totalidad hablan del mismo modo; pero frente aellos, fragil aunque indomable, se alza Job, reivindi-cando que el terror cese y que se instituya un rbitroante el que poder defender su causa. El poder, por elsimple hecho de serlo, no es tambin dueo absoluto dela verdad; Job a su vez tiene su verdad, no la verdad quesu inquisidor quiere determinar, sino otra propia, irrepe-tible, que slo ante un adecuado mediador puede ser rei-vindicada y defendida. Tal verdad de Job es, precisa-mente, su derecho. Segn el testigo presencial antes citado,los torturadores de la Junta Militar argentina actan demodo pre-bblico: cada victima depende del responsablemilitar de su secuestro (no puede hablarse aqu de deten-cion), que insiste en presentarse ante ella como su dios,su providencia, la nica instancia de la que puede esperarloo temerlo todo. Se dice, en el argot de tan siniestra mafia,que el ofendido es caso de tal capitn o tal comandante yen esa expresin se cifra la ms absoluta e incondicionadadependencia. Tambin Job fue caso de Jehov y en susmanos padeci tortura; pero an en ellas no dej de recla-mar un mediador, una y otra vez, hasta su liberacin final.

    Desde un punto de vista tico, la tortura es lo plena-mente injustificable. La violencia es un medio amoral derelacin con el otro pero su amoralidad, en determinadoscasos extremos, puede ser preferible a la aceptacin de lamuerte de la indignidad sufrida en nombre de una radi-cal intransigencia pacifista; en cambio, la tortura essiempre directamente inmoral, pues va contra la esenciamisma del proyecto tico, contra -el reconocimiento en elotro y la aceptacin de su intimidad creadora, plural ysecreta. La violencia surge en ocasiones de un conflictofrontal (o mal planteado) entre dignidad y humanidad,los dos principales complejos de virtudes; pero la torturaagrede por igual a ambos y logra el doble baldn de serindigna e inhumana. En una palabra, la violencia es unasuspensin o postergacin de la tica, mientras que la tor-tura la anula sin ms. El infierno que la tortura entrea-bre ante nosotros puede ser una experiencia devastadorapor medio de la cual alcancemos una lucidez metatica eincluso una suerte de jbilo atroz que lo moral no puedeya juzgar: acaso no habl Bataille de la joie supplician-te? Pero aqu, como en tantos otros casos, la tica se

    3 2 alza ante todo como guardiana de los lmites de lo huma-

    no: se puede ir mas all, en efecto, en busca quiz de lomas que humano, pero sabiendo que el riesgo que se co-rre es el de la infrahumanidad y la plena degradacin. Ysin embargo, pese a ser desde un punto de vista tico lodefinitivamente injustilicable, a la tortura nunca le faltanjustificaciones, coartadas, excusas y hasta apologas. Talparadoja no debe asombrarnos, pues hay que recordarque los verdugos son ante todo idelogos. En primer lu-gar, totura es siempre lo que hace el adversario, nunca loque hacemos nosotros: segn la vieja boutade, lo suyo estormento y lo nuestro, en cambio, un hbil interrogato-rio. En otras ocasiones parece darse a entender que latortura, en su sentido estricto antes definido, slo pue-de ser obra de cuerpos represivos estatales, como si el se-cuestro e interrogatorio de Aldo Moro, por ejemplo, amanos de sus inquisidores de las Brigadas Rojas sin me-diador posible, no fuese tan tortura como cualquiera delas tristemente habituales prcticas de comisara. Otrosfanticos sostienen-que nos encontramos ya de hecho enuna guerra total y no declarada entre los valores occiden-tales y el comunismo ateo, el capital monopolista y elproletariado oprimido, la civilizacion y la barbarie ocualquier otro par maniqueo de variantes del eternoellos o nosotros; esta guerra es secreta, sucia, no cono-ce limites en cuanto a los medios que se emplean y noconsiente escrpulos a quin quiera sobrevivir. La tortu-ra es una fase militar ms de un combate ininterrumpidoy que no puede conceder cuartel ni a la intimidad de lossupuestos enemigos: es preciso torturar a ser torturado,elegir entre ser vctima o verdugo, aunque tambin escierto que se suele ser primero vctima y luego verdugo ylos peores inquisidores -Cioran dixit- se reclutan entrefervientes herejes a los que no se inmolo a su debidotiempo en la pira. En una palabra, la tortura es un medioms para conseguir determinados fines: el triunfo de unacausa, la extensin de una idea o el mantenimiento de unorden. Ante estas coartadas hipcritas de los verdugos(se trata de un doloroso deber), ante esta lgica inmo-ral y siniestra, la tica ha de seguir denunciando lo injus-tificable y negandose a extenderle la patente de corso desu silencio dentro de ninguna estrategia ni de ningunatctica.

    Si esto es lo que puede decirse como consideracin ti-ca de la tortura: cual puede ser la reflexin poltica per-tinente? El primer esfuerzo de toda comunidad humanadigna de tal nombre es el mantenimiento lo mas impar-cial y pblico que sea posible de la figura del mediador.Se trata de que ningn hombre est nunca irremediable eirrevocablemente en las manos de otro, a su merced: quenadie se convierta, por el exceso de su fuerza y el rechazode toda instancia intermedia, en adversario absoluto desus vctimas. Todos los progresos polticos que la aspira-cin democrtica ha trado al ordenamiento legal de lasnaciones apuntan en esta direccin. Incluso se han crea-do unas leyes de prisioneros de guerra que sirvan demediacin entre vencidos y vencedores en las batallas yque estipulan que no todo comportamiento es permisibleni siquiera respecto al peor enemigo. Ahora bien, esa ins-tancia mediadora legal, pactada, explcitamente declara-da, cuenta con vigorosos oponentes que tratan de poner-la a su servicio (es decir, intentan que deje efectivamentede mediar) o pura y simplemente de anularla. Podemosagrupar a estos oponentes en dos grandes grupos y ca-racterizarlos tpicamente de CLaut6cratas de derechas y

  • autcratas de izquierdas, segn la legitimacin quebuscan a sus practicas contra la mediacin eficaz, o sea,contra el principio de la democracia moderna: .los prime-ros son partidarios a ultranza de un Estado fuerte, pro-claman que el orden est permanentemente amenazadopor la subversin de uno u otro signo (aunque suelen su-brayar ms su lado rojo que el azul), parecen creer quela mediacin legal es una debilidad de las autoridades yuna forma indebida de facilitar la tarea a los malhechores,opinan en ltimo trmino que quien tiene la responsabi-lidad del mando ha de ser la fuente natural de los valoressociales y que toda concesin a la discrepancia debe ha-cerse exlusivamente en cuanto tal licencia puede ayudara desactivarla, nunca si la influencia del discrepanteamenaza con crecer y las tornas del poder pudieran llegara invertirse; los segundos suponen que aadiendo el cali-ficativo revolucionario a una atrocidad, sta se convier-te en elogiable proeza, y predican que el pueblo (enti-dad misteriosa con la que ellos tienen un contacto directo yde la que slo forma parte quien a ellos les conviene) es laautntica fuente de valores sociales, no necesita dar expli-caciones ni tolerar cortapisas y realiza siempre lo que esjusto por instinto y sin necesidad alguna de mediacin,pues para qu va a ser defendido ningn individuo fren-te al pueblo, dado que si es como se debe forma partedel pueblo mismo y en otro caso se trata de un enemigodel pueblo que merece ser aniquilado? Unos y otros coin-ciden en una tajante distincin entre fines y medios, hastael punto de que los oponen frontalmente: para alcanzarla libertad, ser lcito recurrir a la dictadura; para llegara la paz, se deber emplear la violencia; para mantenerel orden legal podrn violarse las leyes y acudir a la arbi-trariedad de la fuerza; para que reine finalmente la justi-

    cia maana, no habr injusticia tan grande que no pue-da ser cometida hoy. Los autcratas de derechas sernpartidarios de las leyes de excepcin, del secreto de Esta-do, de la impunidad de los cuerpos represivos que se ex-tralimiten en sus funciones, de la incomunicacin de losdetenidos y de dificultar los contactos de stos con suabogado, de la pena de muerte, de la inevitabilidad enocasiones de la tortura y de ocultar su existencia a la opi-nin pblica; los autcratas de izquierda creen en el se-cuestro revolucionario, el interrogatorio revolucionario,la ejecucin revolucionaria, el impuesto revolucionario,la Verdad Unica revolucionaria, el ejrcito popular revo-lucionario, el bazooka o la goma-2 revolucionaria, etc...Hace falta decir que entre unos y otros fanticos, ciertosde sus dogmas, arrogantes de su fuerza y enemigos de lamediacin, no se reclutan ni autnticos defensores de laley y el orden ni verdaderos revolucionarios, sino autnti-cos inquisidores y muy verdaderos verdugos natos?

    La tortura existe de un modo terriblemente real y concre-to en el mundo en que luchamos por vivir: se tortura en Ar-gentina, en Centroamrica, en Marruecos, en Rusia.. . yciertamente se tortura en Espaa. Se tortura oficial y ex-traoficialmente; hay verdugos profesionales y verdugosamateurs, inquisidores en nmina gubernamental e inquisi-dores free lance. La responsabilidad tica y la bestiali-dad poltica de unos y otros es idntica, pero la indigna-cin que suscitan en el ciudadano que conserva algo desalud nica no puede ser igual: bien mirado, el tortura-dor revolucionario es un particular que acta de ma-nera obcecada y criminal, pero por su cuenta, mientrasque el inquisidor de comisara o de crcel de mxima se-

    guridad es un funcionario pblico sostenido por nuestrascontribuciones al Estado y que abusa del poder que ennuestro nombre se le concede e invoca nuestra seguridadcomo coartada. Si no puedo evitar la asocialidad y el fa-natismo de ciertos elementos, puedo al menos exigir queno se me imponga la complicidad con los atormentado--es por va de mis contribuciones al Estado. Por lo de-ms, la tortura no desaparecer porque nos limitemos adeplorarla: son precisas medidas de higiene poltica y dehigiene moral para ir reduciendo al mximo su posibilidadefectiva. Respecto a las primeras, sealemos una legisla-cion que acente la transparencia de los centros coacti-vos del Estado (crceles, sanatorios psiquitricos, refor-matorios, etc...) y que evite la ocultaci, el secuestrodel detenido, su incomunicacin, su inasistencia legal encualquier momento en que sta sea requerida, el doble-gamiento de su intimidad a un punto de vista unilateral eincontrastable de lo que es la normalidad o la justicia.Las medidas de higiene moral son ms complejas de pre-cisar, pero en modo alguno menos necesarias: exigen elrechazo de todo tipo de pedagoga de la violencia, del eternopara que aprendas con que reparten sufrimiento ygrandilocuencia los verdugos inquisitoriales. Es precisorechazar la retroalimentacin de la brutalidad, que senutre permanentemente del ellos tambin lo hacen; ypor supuesto, condenan con toda energa (esta s legti-mamente revolucionaria, porque se niega a admitir elmal vigente como necesario) el siniestro cuanto peor,mejor de quienes tratan de detener las inundaciones vo-lando las presas: no hay conviccin ms repugnantemen-te reaccionaria que el dogma de que el terror o los baosde sangre pueden regenerar a los individuos o a los pue-blos. Pero tambin es preciso aprender a aceptar el me-diador, a compartir la verdad, a dar al enemigo leccionesde enrgico respeto civilizado y no solo mamporros o sus-tos. La dificultad y el merito tico est en respetar al ad-versario, no al amigo 0 al correligionario, al que estima-mos sin esfuerzo; la tarea revolucionaria es profundizaren la transformacin de las estructuras jerrquicas y eco-nmicas del mundo, pero por vas que excluyan el queningn hombre se convierta para otro hombre en un ad-versario absoluto. Es ste un camino demasiado lento,la historia quiere mayor dinamismo y menos escrpulos?Miremos a nuestro alrededor y consideremos con refle-xin sincera y despejada el mundo que se edifica graciasa la maquiavlica disociacin entre fines y medios: nocreo que aumentar la dosis de tica pueda estropearlo yamucho ni retrasar decisivamente la llegada del paraso.. .pero quiz logre evitar bastantes martirios individuales yalgunas atrocidades colectivas. No es cierto que hayaque esperar el amanecer de la sociedad digna y humanapara comenzar a aplicar en las relaciones sociales y en laaccin poltica dignidad y humanidad; por el contrario,jams se humanizar la sociedad ni se lograr que au-menten sus cotas de dignidad poltica sin la intervencindecidida de quienes no se dejen enzarzar en la lgica in-fernal de los mutuos agravios. No creo que sea cierto quehaya que elegir entre ser torturador o torturado, verdugoo victima; pero aunque as fuera, yo no elegira ser ver-dugo, sin por ello dejar de negarme a ser vctima. Y si talrechazo me convirtiese a mi pesar en victima, ser unavctima sublevada, peleona, levantisca, y clamar sin ce-sar por un mediador entre el poder y yo hasta ser escu-chado, como lo fue Job.