Post on 24-Mar-2016
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Triple C El Descensor
Triple Ceis El número de la bestia microrrelatista
Relatos:
Adolfina Abad Juan Badaya
Débora Benacot Lore Citón
Caro Fernández Luisa Hurtado González
Hernán Indiveri Luz Leira Rivas
Sara Lew MA
Francisco Manuel Marcos Roldán Patricia Mejías
Leo Mercado Beto Monte Ros
Sandra Montelpare Juan Manuel Montes
Patricia Nasello Jesús Humberto Olague Alcalá
José Manuel Ortiz Soto Amparo Pérez Arrospide
Ilustraciones:
Diego Iglesias Solano Juan Luis López Anaya
Jesús Humberto Olague Alcalá Luisa Olguín
José Luis Sandín
El número de la bestia microrrelatista
Triple C
2013
El Descensor
TRIPLE CEIS
Triple Ceis. Idea original: Juan Manuel Montes. Coordinación: Jesús Humberto Olague Alcalá. Revisión de textos: Triple C. Revisión de la antología: Juan Manuel Montes. Diseño: Jesús Humberto Olague Alcalá. Imagen de fondo: Luisa Olguín Ilustraciones: Diego Iglesias Solano, Juan Luis
López Anaya, Jesús Humberto Olague Alcalá, Luisa Olguín y José Luis Sandín.
Corrección de imágenes: Carlos Alberto Olague Alcalá. http://diezpuntocinco.com.mx Todos los derechos reservados. De los textos e imágenes: Los Autores. De la antología: Triple C. Para distribución gratuita en medios electrónicos.
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/deed.es
Triple Ceis se comparte bajo un acuerdo de licencia Creative Commons versión 3.0. Puede ser difundido o distribuido par-cial o totalmente siempre que se reconozca de manera pública el crédito de los autores, se utilice para fines no comerciales y se otorgue una licencia similar en caso de que de su uso re-sulte una obra derivada.
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Prefacio o Epitafio [Caro Fernández]
–según la resistencia del lector en las
próximas páginas–
Una malvada invitación al terror: es lo que
propone esta serie. O la turbadora lectura
de hechos que parecerían ficcionales si
no se basaran en experiencias reales, si
no trascendieran las circunstancias de los
personajes, si no resultaran tan espanto-
samente familiares. Confiando en la mor-
bosidad del lector y sabiendo de la invi-
sible complicidad que nos une, me atrevo
a decir que esta publicación provocará
esa retorcida necesidad de releerla gra-
cias a las horrorosas, irónicas, lúdicas y
hasta humorísticas combinaciones que
permite el género del microrrelato.
El Descensor Triple Ceis
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Después de deleitarlos con las recetas
del erotismo culinario y de transportarlos
al mundo de los hermanos Grimm, llega
esta tercera edición digital de Triple C, La
Cofradía del Cuento Corto, segunda en
colaboración con El Descensor. Bajo la
macabra coordinación de Jesús Olague y
basada en una idea de la perversa mente
de Juan Manuel Montes, los invitamos a
ser parte de la brevedad demoníaca de
Triple Ceis: microrrelatos de terror.
Caro Fernández
Dirección general
Cofradía del Cuento Corto
TRIPLE-C
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El último cuento [Adolfina Abad]
Ilustración: Juan Luis López Anaya
―¿Se ha dormido?
―Creo que sí, pero le he dejado la
luz encendida por si se despierta.
―¿Te ha pedido que miraras debajo
de la cama?
―Hoy no.
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Asesino en casa [Juan Badaya]
Ilustración: Luisa Olguín
Levantó los ojos para ver al dueño de la
sombra que se cernía sobre ella. Quedó
petrificada. Un desconocido, puñal en ris-
tre, la observaba con intenciones nada
dudosas. Supo que había llegado su
hora. Cerró los ojos, se cubrió el rostro
con las manos, con los antebrazos el pe-
cho y esperó entregada. Era consciente
de que una hoja afilada se abriría paso en
sus carnes, que se desangraría en medio
de la brutalidad del ataque, que sucum-
biría al dolor… Y esperó inmovilizada por
el pánico.
Tan largo se le hizo aquel instante
que se atrevió a abrir un ojo y vio un
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rostro duro y despiadado concentrado en
estudiar sus puntos más débiles, el flanco
por donde iniciar la embestida. Abrió más
sus pupilas y trató de pedir clemencia con
su boca reseca y, sorprendentemente,
reconoció unos rasgos familiares.
―No he querido molestarte mientras
hacías yoga en la alfombra –le dijo su
padre, que se ocupaba de pelar unas
patatas para la cena y que, desde aquel
día aún más, renunció a entender los
repentinos ataques de llanto de su hija
adolescente.
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Palabras que se llevó el viento [Juan Badaya]
Ilustración: José Luis Sandín
El pensamiento le brotó con la fuerza de
un relámpago. Allí estaba ella, detrás de
su marido concentrado en el abismo que
se abría bajo sus pies. Podría liberarse
para siempre de tanto maltrato, bastaba
un empujón y aquel bastardo ocuparía
apenas un renglón en el capítulo de suici-
dios de la memoria anual de la fiscalía. Le
hirvió la sangre con tal furor que no dudó
en empujar a su verdugo hacia las
profundidades del Gran Cañón.
Éste reaccionó sorprendido, giró en
el aire y lanzó una mirada acusadora
mientras gritaba con odio infinito ¡Asesi-
naaaa! El grito, largo y desgarrado, fue
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perdiendo fuerza en el abismo, pero no
claridad para los presentes, pues el eco
repitió machaconamente cada sílaba,
como si fuera un juez dictando la sen-
tencia definitiva.
Ella palideció, se vio perdida y dela-
tada para siempre cuando el público se
acercó expectante e incrédulo, sintió que
se adentraba en una vorágine de poli-
cías, jueces, cárcel, pero erró. La dificul-
tad de los circundantes para entender
otro idioma que no fuera el propio la
salvó de un testimonio terrible. Definiti-
vamente su marido se acababa de
suicidar.
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El diablo en el umbral [Débora Benacot]
Ilustración: Diego Iglesias Solano
La pequeña lo ve cada noche asomado al
marco de su puerta. Sabe que está ahí
esperando. Si lo mira fijo caerá en la
trampa, será arrastrada al infierno. El
único antídoto es girar y dormir de espal-
das al miedo. El umbral es del diablo; la
pared, del ángel de la guarda, repite como
un mantra. Este conjuro funciona hasta
que una noche el muro se deshace y en
su lugar cientos de puertas se abren. Allí,
la sombra de una cola. Más allá, un tri-
dente, unas patas de macho cabrío. La
sonrisa de un ángel traidor. Unas alas
oscuras como sangre.
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Casa tomada [Lore Citón]
Ilustración: José Luis Sandín
La sábana le cubría el rostro y se hume-
decía con su aliento. Tenía los ojos cerra-
dos con fuerza y el pulso acelerado.
Entonces se decidió: tenía que encender
la luz.
Giró su cabeza lentamente y, sin
abrir los ojos, sacó la mano temblando.
Tocó la mesa de luz buscando la perilla
de la lámpara y se le congeló la sangre al
rozar los dedos fríos que desde el suelo
buscaban desesperadamente lo mismo.
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Destapa la felicidad [Caro Fernández]
Ilustración: Luisa Olguín
La promotora me ofreció la gaseosa y la
esquivé, sin más, murmurando que ya
quisiera que con sólo destapar una botella
me aumentaran el sueldo, el mecánico
arreglara mi auto de una maldita vez, la
maestra de mi hijo dejara de citarme para
quejarse y mi obra se apreciara.
Como la muchacha insistía, la des-
tapé. De la botella surgieron fantasmagó-
ricas figuras que montaron un terrorífico
show predictivo. Una sombra alada le
arrancaba las entrañas a mi jefe, retor-
ciéndolo de dolor. La sangre del mecánico
salpicaba los autos y el gnomo verde no
dejaba de pegarle rítmicamente con un
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martillo. Una araña gigante succionaba el
cerebro de la maestra de mi hijo, mientras
ella tiritaba en el piso, aún con vida. Final-
mente, un ogro irlandés torturaba a todos
los que me subestimaron, arrancándoles
las uñas con morbosa lentitud. Horrori-
zada con mis oscuros pensamientos,
puse fin a la escena. Uno a uno los
monstruos retornaron a su encierro. Tem-
blando de miedo, la tapé y se la devolví a
la promotora, justo antes que el ogro
irlandés entrara a la botella.
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La cena [Luisa Hurtado González]
Ilustración: Diego Iglesias Solano
Fue una suerte encontrar la posada en
mitad del campo. La débil luz que había
sobre su puerta nos había salvado de dor-
mir bajo la lluvia.
Cuando entramos, los parroquianos
nos miraron con una mezcla de curiosidad
y reserva. Por otro lado y, aunque la se-
ñora de la casa ni nos dirigió la palabra ni
tan siquiera nos miró, no tardó en servir-
nos un plato de sopa caliente y
acompañarnos a esta habitación en el se-
gundo piso.
Ahora acabamos de despertarnos
con lo que parece ser el ruido de unos
arañazos en la puerta, la oscuridad es
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total porque el cuarto carece de ventanas
y hemos descubierto con horror que esta-
mos paralizados. Ya entran. Parecen las
pisadas de perros, oímos sus respira-
ciones, olemos nuestro miedo. Unos hoci-
cos inspeccionan mi piel. Alguien me
lame, alguien me muerde.
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Ya estamos aquí [Luisa Hurtado González]
Ilustración: Juan Luis López Anaya
Siempre he sido débil, lo sé, por eso no
opuse demasiada resistencia y dejé que
me transformasen en uno de ellos.
Ahora llamo a la puerta de la vecina,
oigo sus pasos leves y siento cómo posa
su mirada en mí, sonrío:
―Soy el vecino, no tengas miedo.
Duda un momento.
―¿Qué quieres?
―Todo y nada. Quiero poner en con-
tacto a todos los que seguimos vivos en el
inmueble, que unamos fuerzas y comparta-
mos víveres, que no estemos solos.
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Dejo que una nueva sonrisa ilumine
mi rostro, pero ésta es de verdad, la
metamorfosis ha empezado por dentro,
soy mucho más osado y lo celebro. Sin
embargo, he de tener cuidado, no quiero
que vea mis nuevas garras.
―¡Enséñame el cuello!
Sé a qué se refiere, todos los sabe-
mos, por eso he venido con la camisa
desabrochada desde casa, para ganar
tiempo. Me acerco a la mirilla, quiero que
me vea bien, es una verdadera suerte que
mis nuevos compañeros de vida hayan
empezado la conquista difundiendo infor-
mación errónea en todos los medios.
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Demasiado tarde [Hernán Indiveri]
Ilustración: Diego Iglesias Solano
La habitación fría, olor a azufre en el am-
biente y Matías habla en una lengua ex-
traña. Ningún médico encuentra explica-
ción y recurren a un cura, quien ingresa
con la cruz en la mano mientras reza, los
ojos del niño se vuelven completamente
negros. El exorcismo era inevitable, aun-
que Matías ya había conjurado la invoca-
ción de siete demonios que se alimentan
de pecados capitales.
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Extraterrestres [Luz Leira Rivas]
Ilustración: José Luis Sandín
—Tranquila, hija. Subiré a ver.
Aún oía pasos en el piso superior
cuando papá puso la mano sobre su
hombro.
—¿Ves, cariño? No existen.
Otro papá le sonreía desde la cocina.
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Invisible [Sara Lew]
Ilustración: Diego Iglesias Solano (a Klaus Nomi)
Un rasgo que me caracteriza es la tem-
planza en situaciones difíciles. Sin em-
bargo, esa noche de estío y sudor entre
las sábanas no pude más que gritar
cuando sucedió. Sus finísimos tentáculos
se introdujeron como agujas en mi piel,
buscando más que unas venas colmadas
de sangre. Él echó raíces en mí, plantando
su enorme peso sobre mi cuerpo, estruján-
dome vigorosamente contra la cama. De
mi boca borbotaron palabras ágilmente
acalladas con la suya. Solo mis ojos,
abiertos de pavor, no lo percibieron.
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Noche de terror [Sara Lew]
Ilustración: Jesús Humberto Olague Alcalá (alteración de la fotografía The Room de Jesse Therrien)
Ahogaba sus gimoteos en la almohada y,
ciñendo las rodillas contra su pecho, se
acurrucaba temeroso de la oscuridad. La
luz se encendió de pronto, exponiendo así
su indefensión. Se incorporó en la cama
para observar el cuarto en el que se ha-
llaba encerrado. La austera decoración no
ocultaba el estado decadente de las pare-
des. Las manchas de humedad esboza-
ban extrañas figuras que parecían tener
vida propia. Recreándose en sus miedos,
las sombras emergieron de la pintura
agrietada y apagaron la luz.
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Dulces sueños [MA]
Ilustración: Luisa Olguín
Lo noto durante la noche, cuando
duermo. Una horrorosa mano que sube
sigilosa, y que se apoya levemente sobre
las sábanas; que intenta agarrarme, tirar
de mi pelo, tocarme. Pero cuando des-
pierto no está. Noto su enorme peso so-
bre mi pecho, ahogándome, y su olor des-
agradable cerca de mí. Estoy absoluta-
mente convencida, sé que está ahí, y que
alguien en mi casa lo ha visto… Mis pa-
dres insisten en que no hay nada, que
son excusas mías para evitar ir a la cama.
Pero yo lo sé, porque mi abuela mira to-
dos los días, noche tras noche, dentro del
armario, tras las cortinas adamascadas,
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bajo el colchón, y cuando ha acabado su
inspección, me arropa en la cama, con
una sonrisa que no acierto a interpretar.
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Casa en venta [Francisco Manuel Marcos Roldán]
Ilustración: José Luis Sandín
El cielo oscurece y el ocaso invade cada
rincón de la alacena. La niña se postra
frente al altar y pide por enésima vez que
no quiere sobresaltos, que está cansada
de escuchar voces que invadan su intimi-
dad. Marta, compungida y con el terror en
sus ojos implora exhaustivamente a sus
devotos santos que le concedan su peti-
ción justo antes de meterse en la cama.
Cuando acaba se dirige firme con pasos
bien marcados a la habitación, retira las
sábanas tapándose hasta las orejas, no
cierra los ojos, se mantiene en vilo, por-
que sabe que en cuanto entra en el sueño
más profundo, las visitas inesperadas la
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acaban despertando de la forma que me-
nos puede predecir. Desde allí mira al
resquicio de la puerta, a la misma hora,
minutos arriba o abajo, esperando no
venga nadie. Un grito se le escapa de sus
pulmones encogidos, cuando los ve lle-
gar. Marta los mira, hoy no son los de
ayer. Marta tira la ropa hacía atrás al
encender la luz los visitantes, que gritan
al ver las sábanas volar. Y Marta ¡grita!,
¡grita! y ¡grita!, viéndolos huir despavori-
dos. Esta tarde ha vuelto a ahuyentarlos.
Teme por su vida. No es la primera vez
que ha sentido hablar a la vendedora de
traer un exorcista, no pueden perder la
venta. Marta siempre se queda pensativa,
porque no le gustan las bromas ni las
intromisiones en su vida.
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Desmembrada [Patricia Mejías]
Ilustración: Juan Luis López Anaya
Desde el borde la cama, la mano me hace
un gesto de ayuda, justo en el momento en
que es arrastrada hacia abajo por la fila de
hormigas que siguió su rastro sangrante
desde el cementerio.
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Cría cuervos [Leo Mercado]
Ilustración: Diego Iglesias Solano
El monstruo observa expectante, desde
las primeras líneas del relato, cómo su
propia historia se va desarrollando. Es-
pera agazapado detrás de una oración,
en apariencia, intrascendente. Su respira-
ción hace una pausa y, cuando el joven
escritor se distrae un segundo, salta por
encima de una línea, sortea velozmente
dos o tres verbos, un sustantivo simple y
sin piedad lo engulle.
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Posología [Leo Mercado]
Ilustración: Luisa Olguín
Martes. 8:00 hs. Ordoñez apoya los pies
en el suelo y se frota los ojos. Bosteza.
Junta fuerzas y baja las escaleras. Al lle-
gar a la cocina ve sillas desparramadas,
platos rotos, la heladera abierta y, detrás
de la mesa, encuentra el cuerpo de su
mujer en medio de un charco de sangre.
Corre presuroso al teléfono en busca de
auxilio y al llegar encuentra en la pantalla
un recordatorio que sentencia: “lunes
22:00 hs. pastilla para la esquizofrenia”.
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Abusador [Beto Monte Ros]
Ilustración: José Luis Sandín
Desde que desapareció, el barrio vive
tranquilo. El tipo era un hueso duro de
roer, mis perros dan fe de eso.
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El Bacá [Beto Monte Ros]
Ilustración: Diego Iglesias Solano
Se ajustó el nudo de la corbata y pensó
en el contrato que estaba a punto de fir-
mar. Hacía algún tiempo que las cosas no
iban bien, esta oportunidad tenía que
aprovecharla. Al salir besó a su mujer y a
su hijo, su activo más preciado.
Llegó a la cita con el individuo, quien
de primera impresión se veía buena
gente, y del que le habían advertido que
bajo esa fachada se escondía alguien
duro, implacable con quien intentara
engañarlo. Había acudido a él en un acto
de desesperación cuando todo empezó a
irle mal.
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Luego de los saludos de rigor y con-
cluida la firma de los papeles, el otro puso
sobre la mesa una caja que contenía un
gatito negro: un regalo para el vástago,
pero él sabía que esto no era un simple
obsequio, sino la forma de asegurarse de
que cumpliría con su parte y que, llegado
el momento, tendría que entregarle al
primogénito de la familia. “Negocios son
negocios”, pensó, y se alegró de que su
esposa fuera una mujer fértil.
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Búsqueda del tesoro [Sandra Montelpare]
Ilustración: Juan Luis López Anaya
El juego se terminó justo cuando encontré
el cuerpo de Martita dentro de la heladera
vieja del galpón.
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Juego de niños [Sandra Montelpare]
Ilustración: Luisa Olguín
Mamá no entiende eso de los amigos
imaginarios, dice que ya soy grande para
esas cosas. Tiene razón. Hoy me des-
hice de ellos para siempre. Espero que
no se enoje por las manchas de sangre
en la alfombra.
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A la hora muerta [Juan Manuel Montes]
Ilustración: José Luis Sandín
Pactaron encontrarse antes de las tres de
la mañana. Adentro, la casa se quejaba
con su voz de madera debajo de sus pies.
Fueron llegando de a poco y mudos de
miedo. La habitación central era antigua y
sucia, una enorme puerta de doble hoja
custodiaba la entrada.
Cuando al fin estuvieron los cinco,
Cecilia dibujó con tiza un pentagrama y los
hizo sentarse a cada uno en sus vértices.
En el centro dibujó un círculo y luego tres
curvas, como si fueran tres números seis
unidos. Abrió su gran libro y comenzó a
leer unas frases extrañas. Todos se toma-
ron de las manos con miedo.
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A las tres de la mañana en punto se
miraron, sonriéndose, al ver cómo aquel
ser de fuego lamía el parqué desgastado.
Al fin habían podido hacer contacto con el
reino de lo demoníaco.
No pudieron hacer contacto de nue-
vo con el mundo de los vivos.
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Gusto por lo afilado [Juan Manuel Montes]
Ilustración: Jesús Humberto Olague Alcalá
A Caro Fernández por darme el virus de esta idea
Mutilé mi cuento original, lo cercené desde
el encabezado hasta el pie de página. En
el camino enterré a tres posibles protago-
nistas que nada valían y por último (con un
exceso de cólera) encadené a un perso-
naje sin nombre en esta historia que nunca
terminaré de escribir.
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El encuentro [Patricia Nasello]
Ilustración: Luisa Olguín
Camina penosamente a través de la
vegetación torva. Desconoce qué sucedió
con sus compañeros de equipo, ahora au-
sentes; tampoco recuerda el motivo por el
cual carece tanto de sus instrumentos de
trabajo, como de su mochila y cantim-
plora. Ardiendo de fiebre, busca un río.
Con dificultad, razona en lo absurdo que
resultaría morir de sed en este sitio que
juzga maldito de tan húmedo. Los insec-
tos buscan sus labios, sus ojos, sus oí-
dos. Con el izquierdo se ensañan, es el
que escurre sangre.
—Estamos derruidos –balbucea ante
las ruinas que de pronto aparecen en un
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claro frente a sus ojos. Aún conserva la
costumbre de bromear a su propia costa.
Buscando refugio camina hacia la
escombrera del templo.
La sacerdotisa lo ve acercarse. Lle-
gado el momento oportuno salta y se en-
rosca alrededor de él hasta que su pecho
se aquieta. Comienza a comerlo por la ca-
beza, como haría con cualquier venado.
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El espejo roto [Jesús Humberto Olague Alcalá]
Ilustración: Diego Iglesias Solano
Siempre supe que mamá mentía, yo no
era único, ni especial, ni nada; que papá
se equivocaba, mi amigo no era imagina-
rio; que la abuela estaba en un error,
aquel niño no era mi reflejo; que mis
hermanos algún día se arrepentirían de
decirme loco; que todos cometían un
grave error al no escucharme... No me
dejaron más alternativa que romper el es-
pejo y dejar escapar al niño parecido a
mí. Ahora, mientras él toma venganza por
su encierro, yo hago oídos sordos a los
gemidos y estertores de sus gargantas
cercenadas.
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Testigo silencioso [Jesús Humberto Olague Alcalá]
Ilustración: José Luis Sandín
Solo un hilillo de sangre que busca esca-
patoria sabe lo que sucede detrás de la
puerta.
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Charla entre amigos [José Manuel Ortiz Soto]
Ilustración: Diego Iglesias Solano
―Desvarías –dijo el Flaco.
―Les juro que es verdad –se defen-
dió el Gordo.
―Ni una copa más –agregué en to-
no burlón.
―¡Ya, cabrones, estoy hablando en
serio! –chilló el Gordo.
―Está bien… –concilió el Flaco–,
pero ¿de dónde sacas que tu suegra es
bruja?
―En cierta forma, todas lo son,
¿no? –rematé.
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El silencio que siguió a nuestra char-
la fue roto por el chasquido de la enorme
lengua del Gordo, que atrapó una mosca
al vuelo, frente a nuestras caras.
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Sonámbulo [José Manuel Ortiz Soto]
Ilustración: Juan Luis López Anaya
Al fin podré dormir en paz, pensó el al-
bañil mientras colocaba sobre sí el último
ladrillo de su tumba.
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El barbero de Montgomery [Amparo Pérez Arrospide]
Ilustración: José Luis Sandín
He venido a que me corten el bigote y las
patillas que, según mi Betty, me envejecen.
Pálidos como sus batas, ni el barbero
ni su mujer son amistosos. Pero una vez
sentado en el sillón, no hay vuelta atrás.
―Ahora incline la cabeza, así…
Uno de esos días en que el mundo
es extraño. La radio no se escucha bien y
es una pena, me ayudaría a escapar del
silencio viscoso donde estoy hundiéndome
y ellos no van a salvarme. Hacen que me
sienta como una cosa, un objeto.
―Apaga eso –oigo decir, mientras la
brocha circula con suavidad por mi mejilla.
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La mujer está junto a nosotros, soste-
niendo el recipiente lleno de espuma. Re-
celo su recíproca mirada de complicidad.
... Ahora es la hoja de la navaja la
que desciende por mi mentón, tan fría
como ellos y las toallas de una blancura
inmaculada. En la amenaza que se
cierne sobre mí, transpiro como un ani-
mal acorralado. Cierro los ojos, pero no
logro borrar la imagen de una cruz ar-
diente y, entre un gentío de caperuzas y
túnicas, un negro como yo que conducen
a las llamas.
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El Descensor Triple Ceis
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No traspase el cordón de seguridad [Amparo Pérez Arrospide]
Ilustración: Jesús Humberto Olague Alcalá (a Ceija Stojka)
De nada les valió estar a la distancia que
impone el cordón de seguridad; al contra-
rio, facilitó la operación. Llevábamos años
soportando el mismo discurso: En la pa-
red de la izquierda puede admirarse el
mural donde el gran artista plasmó los he-
chos desencadenantes de nuestra revolu-
ción nacional: el asesinato del presidente
y los fusilamientos del pueblo que salió en
su defensa. Observen en segundo plano
a los soldados: autómatas despersonali-
zados, sin rostros y en perfecta y discipli-
nada formación. Por su parte, las víctimas
expresan el horror y sus cuerpos se api-
lan sobre el suelo ensangrentado.
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Ni siquiera tuvimos que planearlo. El
efecto final fue, modestia aparte, excelente;
logramos un paralelismo armónico con la
obra de arte. Llegada la hora de máxima
concentración de visitantes, apuntamos
con los rifles –nos bastó con desviarlos ha-
cia el nuevo objetivo unos pocos centíme-
tros– y los baleamos a todos.
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Epílogo [Juan Manuel Montes]
Sólo aquello que se ha ido
es lo que nos pertenece
J.L. Borges
Luego de estos pequeños sustos sólo nos
queda reflexionar sobre ¿qué es la mini-
ficción de terror?, quizá sea cómo ese pe-
queño dardo envenenado que nombra
Laura Pollastri, en su libro El límite de la
palabra, haciendo alusión a la minificción
en general, o quizá estos textos sean aún
más incisivos o más venenosos.
Lo breve a mi entender tiene una
cuota de misterio y de sorpresa que no
tiene lo extenso. Lo breve nos muerde
rápidamente la curiosidad, es sólo lo que
Triple Ceis Triple C
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vemos de manera furtiva. Yo temo a esa
cosa que se esconde en un rincón
amontonado de sombra, a un cuervo so-
bre un busto de Palas Atenea, a una man-
cha oscura en la piel o a esos parásitos
que nos esperan en los almohadones de
plumas; pero temo sobre todo a los textos
breves porque nos sueltan rápidamente la
mano como lector y nos obligan a ir y ve-
nir del relato.
La minificción da miedo ya que nos
quitan la sensación de confort atemporal
de leer, porque leer es cumplir con un rito
que se ha mantenido íntimo e inalterable
durante siglos. Es lo más próximo que te-
nemos a la eternidad y en este libro,
veinte autores nos dan su grito de ahogo
que se apaga, inmediatamente, con el si-
guiente grito.
El Descensor Triple Ceis
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Treinta textos se han ido y ahora nos
pertenecen. Desde hoy se han convertido
en esa parte de nosotros que nos buscará
cuando intentemos dormir, y que se ocul-
tará en el armario más oscuro de nuestro
recuerdo.
Ahora, lector, que estás leyendo
una última página, un breve epílogo; se-
rás exiliado del mundo de la ficción y
deberás convivir con ese terror mayor (el
Mayor Terror) que es saber que, durante
la lectura de este libro, el tiempo se ha
ido y que a cada momento viene la
muerte tan callando.
Juan Manuel Montes
Cofradía del Cuento Corto
TRIPLE-C
Mendoza, Argentina
Contenido
Prefacio o Epitafio [Caro Fernández] ..................................... 5
El último cuento [Adolfina Abad] ............................................ 7
Asesino en casa [Juan Badaya] ............................................. 8
Palabras que se llevó el viento [Juan Badaya] ..................... 11
El diablo en el umbral [Débora Benacot] .............................. 14
Casa tomada [Lore Citón] .................................................... 16
Destapa la felicidad [Caro Fernández] ................................. 18
La cena [Luisa Hurtado González] ....................................... 21
Ya estamos aquí [Luisa Hurtado González] ......................... 23
Demasiado tarde [Hernán Indiveri]....................................... 26
Extraterrestres [Luz Leira Rivas] .......................................... 28
Invisible [Sara Lew] .............................................................. 30
Noche de terror [Sara Lew] .................................................. 32
Dulces sueños [MA] ............................................................. 34
Casa en venta [Francisco Manuel Marcos Roldán] .............. 36
Desmembrada [Patricia Mejías] ........................................... 39
Cría cuervos [Leo Mercado] ................................................. 40
Posología [Leo Mercado] ..................................................... 42
Abusador [Beto Monte Ros] ................................................. 44
El Bacá [Beto Monte Ros] .................................................... 45
Búsqueda del tesoro [Sandra Montelpare] ........................... 48
Juego de niños [Sandra Montelpare] ................................... 49
A la hora muerta [Juan Manuel Montes] .............................. 51
Gusto por lo afilado [Juan Manuel Montes] .......................... 53
El encuentro [Patricia Nasello] ............................................. 54
El espejo roto [Jesús Humberto Olague Alcalá] ................... 57
Testigo silencioso [Jesús Humberto Olague Alcalá] ............ 59
Charla entre amigos [José Manuel Ortiz Soto] ..................... 60
Sonámbulo [José Manuel Ortiz Soto] ................................... 62
El barbero de Montgomery [Amparo Pérez Arrospide] ........ 63
No traspase el cordón de seguridad [Amparo Pérez Arrospide] ....................................................................... 66
Epílogo [Juan Manuel Montes] ............................................. 68
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