Memorias, Albert Speer primera parte

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el arquitecto de hitler. memorias, parte 1

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te posición de secretario y dominaba la antesala con severa habilidad. Uno de esos días vi en su despacho el proyecto para decorar Berlín con motivo del mitin multitudinario que debía celebrarse el I de mayo por la noche en el cam- po de aviación Tempelhof. Aquel proyecto sublevó mis sentimientos, tanto los revolucionarios como los arquitec- tónicos.

-Parece un decorado de fiesta mayor. -Pues si puede hacer algo mejor, i adelante!-respon-

dió Hanke. Aquella misma noche surgió el proyecto de una gran

tribuna tras la cual debían tensarse, sostenidas por arma- zones de madera, tres enormes banderas, cada una de ellas más alta que un edificio de diez pisos. Dos serían en los colores negro, blanco y rojo del Partido, y en el centro es- taría la bandera con la esvástica. En términos estructura- les el proyecto era muy atrevido, pues si soplaba un viento fuerte las banderas parecerían las velas de un barco. De- bían ser iluminadas con potentes reflectores con el fin de hacer todavía más intensa la sensación de que la tribuna constituía un punto central elevado, como un escenario. El proyecto fue aceptado inmediatamente, y quemé así una nueva etapa de mi camino.

Lleno de orgullo, mostré mi obra a Tessenow; pero el profesor seguía con ambos pies firmemente anclados en lo sólido y artesanal:

-¿Cree usted que ha creado algo? Causa efecto, eso es todo.

Hitler, en cambio, según me dijo Hanke, estaba entu- siasmado con el proyecto, si bien fue Goebbels quien se atribuyó todo el mérito.

Algunas semanas después, Goebbels se instaló en la residencia oficial del ministro de Alimentación. No tomó posesión de ella sin emplear cierta violencia, porque Hu-

genberg exigía que el edificio quedara a su disposición, puesto que el ministro era él. Sin embargo, la disputa no tardó mucho en resolverse, y el 26 de junio Hugenberg fue separado del Gabinete.

No sólo recibí el encargo de redistribuir la vivienda del ministro, sino también de construir una gran estancia anexa. Pequé un poco de ligereza al afirmar que en dos meses podría entregar, listos para ser ocupados, tanto la casa como el anexo. Hitler creyó que no cumpliría mi pro- mesa, según me contó Goebbels para aguijonearme. Hice que se trabajara día y noche en tres turnos, y conseguí que las distintas fases encajaran hasta en el menor detalle. Los últimos días puse en funcionamiento una gran instalación secadora y finalmente la obra, terminada y amueblada, se entregó puntualmente en el plazo prometido.

Pedí algunas acuarelas de Nolde a Eberhard Hanf- staengl, director de la Nationalgalerie de Berlín, para adornar las paredes. Goebbels y su esposa las aceptaron con entusiasmo, pero cuando Hitler visitó la casa mostró el mayor desagrado al verlas. El ministro me llamó ense- guida:

-Esos cuadros tienen que ser retirados de inmediato, i son verdaderamente horribles!

En los primeros meses que siguieron a la toma de po- sesión del nuevo Gobierno, al menos algunas de las co- rrientes de la pintura moderna, que en 1937 serían tam- bién tachadas de «arte degenerado», siguieron teniendo alguna oportunidad. Dirigía la sección de Artes Plásticas del Ministerio de Propaganda Hans Weidemann, de Es- sen, que era miembro del NSDAP desde hacía tiempo y que había sido condecorado con la insignia de oro del Par- tido. Como no estaba al corriente del episodio de las acua- relas de Nolde, reunió para Goebbels numerosos cuadros de la escuela de Nolde y de Munch y se los recomendó co-