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Espinas de Papel
Por: Leticia Quiñones Pons
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Nota del autor.
Te estoy muy agradecida por comprar mi libro “Espinas
de Papel”.
Espero que este recorrido por mi historia sea tan gratocomo para mí fue escribirla.
Estaré muy gustosa de responder tus comentarios
a través de mi correo: espinasdepapel@yahoo.com
Leticia.
mailto:espinasdepapel@yahoo.com
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Reseña legal.
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los
itulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, leproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
rocedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
nformático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o
réstamo público.
SBN: 978-980-6933-65-1
Editorial Libros Marcados, C.AFoto de portada y contraportada: Nicolás José Quiñones Pons
Primera Edición: 2010.
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Dedicatoria
mi esposo Alessandro,
mis hijos: Gabriel Paolo, Valentina Adrián Gregorio;amá y Papá,
mis hermanos Nicolás y Gonzalo.
es dedico mi novela, pues gracias a ustedes, lasmiles de horas que me condujeron al término deesta historia, estuvieron impregnadas de cariñoalegría, ánimo… y de su particular sabiduría.
Todo ello lo recibí a través de sus nobles gestos yalabras.
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Índice ntroducción
Capítulo 1: Pausa Obligada
Capítulo 2: Invitada del Amor
Capítulo 3: Un Gran Alboroto
Capítulo 4: Jimena
Capítulo 5: Entre Espíritus y Aromas
Capítulo 6: Explorando en el «Más Allá»
Capítulo 7: Sin Tiempo para la Soledad
Capítulo 8: Larga EsperaCapítulo 9: Nueva Compañía
Capítulo 10:Asesoría Espiritual
Capítulo 11: Pasaje
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Capítulo 12: La Estancia del Señor
Capítulo 13: Laberintos de Tiempo
Capítulo 14: El Gran Salón
Capítulo 15: Laura Marina
Capítulo 16: El Cofre
Capítulo 17: En Nápoles con Piero
Capítulo 18: Nuevo Panorama
Capítulo 19: Tiempo… Fuera
Capítulo 20: Tomado Control
Capítulo 21: Nueva Propuesta
Capítulo 22: Mi Dulce Princesa
Capítulo 23: Un Tropiezo
Capítulo 24: RevelaciónCapítulo 25: Cadena de Corazones
Capítulo 26: Testimonios de Valentía
Capítulo 27: Ligeras Pasiones
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Capítulo 28: Noble Reto
Capítulo 29: Una Joven Llamada Olivia
Capítulo 30: Detective Privado
Capítulo 31: Cara a Cara
Capítulo 32: Dejar Correr el Agua
Capítulo 33: Pasos de Gracia
Capítulo 34: Difícil Ascenso
Capítulo 35: Espinas de Papel en el Agua
Epílogo: Sortear Antiguas Huellas
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INTRODUCCIÓN
El sugestivo título: “Espinas de Papel
nvita a adentrarse en una emocionante secuencide situaciones cargadas de romance, humo
misterio, miedo, esperanza… Todo está inserto ea cotidianidad de seres extraordinarios, con lo
que te identificarás de una u otra manera.
Descubre la conmovedora historia damor escondida en el hogar geriátrico. Sé testigde cómo se funden lo carnal y lo extrasensorial eel abigarrado cuarto para consultas espiritistas dimena. ¿Por qué Gaetano, un escritor enamorado
confina su vida a una densa habitación? ¿Cómo ugrupo de mujeres abusadas, hallan en un centro dapoyo la esperanza de ser amadas y lograr unnueva forma de vida? Gary Cúper, el pintoresc
detective privado, te guarda un descubrimiento qu
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dará un giro inesperado a la trama.
Todos los escenarios y personajes sconectan de maneras inimaginables, y so
analizados desde la óptica de Eliana, figura centrade esta narración, quien marcada por dolorosaexperiencias y llena de dilemas, decide perdonar perdonarse, transmutándose para iniciar una nuev
vida.
¡Una historia disfrutable de la que no podrá
desprenderte!
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PAUSA OBLIGADA
En los años que tengo de vida, nunca había estad
unto a un cuadro tan pintoresco y lleno de personajeEstoy atrapada en una enorme cola de vehículo a mitad d
a autopista, donde el tráfico vespertino suele ser mu
pesado, así que puedo imaginar a miles de personas en lmisma situación. Algunos de los informantes hablaron d
un choque de diecisiete vehículos, originado por uno d
carga que perdió el control; cuentan que hay toneladas d
polvo rojizo esparcido por todos lados, y detrás locarros arrumados formando una gran masa de hierro. A
hacer un resumen de todos los comentarios, me qued
claro que esperaremos aquí mucho más de lo imaginado
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o considero justo quejarme por el tiempo que esto
perdiendo mientras otros están pasando peor moment
que yo, así que mejor dejo de lado la ansiedad, y esper
con paciencia el desenlace. Sólo pediría al sol un poquit
de discreción… tal vez un pequeño acuerdo con la
nubes, para evitarnos este calor sofocante.
Las escenas que las personas han creado a malrededor, representan verdaderas terapias an
aburrimiento que pretendo aprovechar. Para comenza
os tripulantes de una camioneta de carga ubicada en e
canal de mi izquierda, armaron un partida de dominó en l
parte trasera del vehículo cuando apenas había
ranscurrido unos minutos del accidente; dispusieron d
una cava con cervezas frías, y hasta la mesita plástica qulevaban como carga tomó de inmediato el rol de tabler
de juego; tal vez presintieron el estancamiento o sól
decidieron adelantar la diversión que tenían programad
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para otro momento y otra compañía.
En medio de la isla están algunas personas tendida
boca arriba en el suelo tomando sol sobre esterilla
mprovisadas de cartón, bolsas plásticas o directamenten lo que alguna vez fue hierba verde, azotada ahora po
a erosión. Hasta donde puedo escuchar, es un bue
momento para las confidencias y terapias, aunque lonterlocutores no sean licenciados en el área, pero s
puede salir al paso con algunas frases consoladoras, y
ciertos gestos de solidaridad. Una pareja de amigos acab
de idear su próxima aventura al cono sur: un viaje dpresupuesto restringido, sin rumbo fijo, que según dicen
ervirá de pacto para una amistad que durará toda l
vida. Los apasionados enamorados en el camión naranjdecidieron no alterarse por la situación, y en lugar d
ello, creo que están sacando mayor utilidad de la misma
actúan como si se encontraran en un camino solitario, e
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el que no hay testigos para sus acalorados besos
caricias. Puedo distinguir al ejecutivo que aprovecha e
iempo en su computadora portátil, a un taxista si
pasajeros que duerme despreocupado mientras ronca odo pulmón, y a un lector que ha tenido tiempo suficien
para sumergirse entre las páginas de su libro, cuyo títul
«Crónicas de un Suicidio» me hace sospechar copreocupación que busca buenas alternativas para un fina
maestro. Noto que un hombre me observa con insistenci
parece que ha intentado hacer contacto visual conmigo
pero confío en que mis lentes de sol no me hayan delatadcuando lo vi con detenimiento, y me percaté de su
nteresantes facciones y el cabello canoso encopetado
maginarlo chaparrito, con pantalones cortos y unprominente barriga, me produce un poco de gracia.
Cada quien protagoniza una historia, pero por un
estrategia del universo, hemos venido a coincidir en est
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momento, y me he convertido en espectadora de esto
pequeños pasajes de sus vidas. Sin embargo, yo n
quedo por fuera de este gran juego. Tal vez alguien esté
pensando: «Una señora cercana a los cuarenta años, haclamadas nerviosas por su celular» o quizás un vecin
opine «La mujer a mi derecha necesita con urgencia un
visita a la peluquería». Lo cierto es que sí, he realizadvarias llamadas para resolver asuntos pendientes; en l
que respecta a mi imagen, tengo el cabello hecho u
desastre y el maquillaje que me apliqué esta mañana y
casi desapareció, así que mis ojos no pueden ocultar máas horas de sueño que perdí ante mis papeles de trabajo
Mientras transcurre el tiempo en medio de este suces
descarriado, se me ocurre que puedo aprovechar lparada obligada para colocar una marca en este segmen
de mi vida, tal vez iniciar un registro formal de m
historia, y aunque no podría catalogarla de asombros
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está matizada por el tinte de la peculiaridad, en un
raviesa secuencia de acciones improvisadas que s
niciaron al momento en que llegué a este mundo, sin e
espaldo de un programa o un guión.
Soy Eliana Pereira. Nací en una ciudad hacia el centr
de Venezuela hace treinta y siete años. Mis padres: Olivi Jacinto, realizaron grandes esfuerzos para concebirme,
o lograron luego de casi cinco años de matrimonio
bastante tarde para una joven que fue criada con e
objetivo de casarse y tener hijos, sin que le permitiera
fomentar algún otro tipo de sueños o ambiciones. Cre
que su deseo de procrear era tan intenso, que cuando nac
e fijaron la misión de controlar cada fracción de mi vid protegerme de cuanta amenaza se posara a mi alrededo
in advertir que muchas veces necesité quien m
protegiera de ellos mismos. Me cuentan que mamá er
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casi mi sombra, y tanto llegué a acostumbrarme a s
presencia, que a veces olvidaba tenerla mi lado, como
fuese invisible. Tres años después de mi nacimiento
cuando mi hermana Yazmín estaba a punto de nacer, todoos allegados anunciaban grandes escenas de celos; m
papás pidieron consejos a un vecino que ejercía l
psicología, quien les dio unas fórmulas para controlar loupuestos cambios de conducta que llegarían con l
legada de mi hermana: mis rechazos hacia la indefensa
vulnerable bebé, las intenciones de hacerle daño, y hast
os incontrolables deseos de verla partir hacia otrfamilia; también pronosticaron numerosas rabietas, co
as que reclamaría la atención de la que había dispuest
durante mis escasos años de vida, los retrocesos ecuanto al uso de pañales que abandoné al año y medio d
edad pues mi mamá me perseguía todo el día con un
bacinilla, e inclusive el uso del chupón y tetero, aunque e
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primero nunca fue de mi agrado, y el segundo no lo prob
pues fui amamantada hasta los dos años y pasé directo
omar leche del vaso.
Al nacer Yazmín se cayeron todas las teorías, y la
ndicaciones del doctor se quedaron sin aplicación, pue
encontraron que el prospecto de demonio que había
maginado, era la dulce niñita de siempre, enamorada du nueva compañera, contemplándola sin cansancio,
asumiendo roles de mini-madre que resultaban mu
conmovedores. Según narran, muchas veces sentí el llant
de Yazmín en la madrugada sin que mi agotada madre lo
percibiera; me levantaba, mecía su cunita y le cantaba;
esto no funcionaba, llamaba a mamá para que ell
ecurriera a técnicas fuera de mi alcance.La teoría que esgrimí muchos años después, fue qu
con el nacimiento de mi hermana supe lo que significab
mi individualidad: contar con la delicia de un espaci
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propio; papá decía que podía pasar horas jugando si
pedir nada, mientras ellos atendían a la bebé u otra
areas. La otra parte de mi teoría es que aprendí
obrellevar el hambre y la sed para no recordarles mexistencia y mantener la burbuja de mi privacidad
Cuando Yazmín creció un poco, y se hizo má
ndependiente, mamá sintió remordimientos por habermenido abandonada, y decidió compensarme co
dedicación a tiempo completo, por supuesto compartid
con mi hermana, promesa que se interesó en cumplir hast
después de mi matrimonio.
Abro un paréntesis en la historia para comentar la
pequeñas situaciones que surgen a mi alrededor. Llev
casi hora y media, y nada parece solucionarse. Desdaquí veo helicópteros, escucho ambulancias, y co
frecuencia algunos vehículos especiales pasan en plan d
emergencia en el sentido contrario de la autopista. N
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alcanzo a comprender de dónde salieron tanto
vendedores ambulantes, puedo escoger entre galleta
empanadas, vasitos de café servidos de unos termos d
ospechosa procedencia, y hay quienes incluso vendeollos de papel higiénico.
Hace unos minutos alguien se acercó a mi ventanilla
era un joven alto y fornido con un niño de más o menodos años en brazos.
—Disculpe señora, ¿tiene usted un poco de agua? —
me pidió con tono cansado—. Mi hijo no deja de llora
porque tiene mucha sed.
En ese momento advertí que también tenía la gargant
eca, y apenas disponía de un vaso de cartón, con u
poco de hielo derretido, sobrante de una bebida que habícomprado horas atrás. No supe qué contestar.
—La verdad es que no tengo agua limpia, joven. Sól
un resto de hielo que francamente me da pena ofrecerle.
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El muchacho miró el vaso, y me inspeccionó co
detenimiento, imagino que para ver si cumplía con la
normas básicas de higiene, si tenía cara de enferma o alg
parecido, hasta que finalmente me agradeció y se fue. Tavez tuviera la esperanza de encontrar una botella de agu
potable con el precinto de seguridad intacto del que s
hijo pudiera tomar confiadamente.Mientras tomaba el único sorbo de agua que contení
mi vaso, recordé que al final de la tarde iría un plomero
eparar una gotera en el fregadero de la cocina. De nuev
usé mi celular para advertirle a Mina, mi ayudant
doméstica, que no abriera la puerta a nadie mientras yo n
me encontrara, y que llamara al técnico para ver
alcanzaba a cancelar la cita; yo lo contactaría luego pareprogramarla.
Hay una camioneta de entregas con un anunci
otulado que dice: Servicio de Tintorería las 24 Hora
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¿Quien puede mandar a lavar ropa a las tres de l
mañana? Me recordó el traje que mandé a lavar y debí
ecoger hoy, aunque ellos no ofrecen un horario ta
flexible, supongo que cuento con tiempo suficiente paralir de aquí y recogerlo. De cualquier manera voy
apuntar los teléfonos de este «Superlimpio night»; pued
er una buena estrategia para combatir el insomnio.Continuando con mi relato…
Me casé a los veintiún años como una medid
desesperada para salir del cuidado exagerado de m
padres. Estaba enamorada e ilusionada, pero en u
ambiente menos tenso y restringido, habría rechazado l
propuesta de mi novio y disfrutado más de mi juventud
mis estudios, y el juego de la conquista que me resultabmuy entretenido. Los siete días siguientes a mi boda m
hermana lloró con desconsuelo, no tanto por lo que m
extrañaba, sino porque ella se quedaba, y la vigilanci
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habitual de mamá y papá ya mostraba una tendencia clar
a duplicarse; no contaría más conmigo para distraerlo
cuando se acercara algún chico o para simular qu
alíamos juntas cuando tuviera un plan especial; sabía quenfrentaría sola los métodos que ellos aplicaban cuand
veían acercarse a un rostro masculino, ajeno a lo
habituales del sector donde vivíamos; éstos podían variadesde un grito por la ventana alegando que nosotra
éramos unas muchachas decentes, hasta una llamada a l
policía denunciando a un sospechoso rondando el jardí
Esta técnica pronto perdió efectividad, pues los policíade la zona ya conocían las exageradas denuncias de m
madre y uno de ellos hasta se atrevió a hacerl
ecomendaciones. —Señora Olivia: ya deje a esas pobres muchachas e
paz, que a las que está espantando es a ellas y no a su
novios.
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Mi madre colgó de inmediato y caminó indignad
hasta el módulo de la policía buscando al autor d
emejante falta de respeto, olvidando que llevaba rollo
en la cabeza y una bata casi transparente. Aunque efuncionario se mantuvo en el anonimato, los jefes no s
molestaron en buscar al culpable, pues a final de cuenta
había manifestado un pensamiento común. Mamá tuvo quetirarse, no sin antes hacerles ver su poca seriedad y falt
de vocación para un trabajo tan noble, entre lágrimas d
abia por la reciente humillación.
—Menos mal que mis niñas cuentan con sus padre
porque si de ustedes dependieran, quién sabe cuánto
degenerados habrían llegado hasta ellas.
Papá la esperó a unos metros del módulo policiaagobiado por la pena mezclada con solidaridad, y l
acompañó de regreso intentando apaciguar su malesta
con estoicas palabras de consuelo.
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Fui una joven medianamente agraciada en el sentid
físico: estatura media, abundante cabello castaño qu
olía usar suelto hasta la mitad de la espalada, cuerpo n
muy delgado pero bien proporcionado, y faccionenteresantes, que sin ser perfectas me hacían luc
atractiva. Yazmín en cambio fue siempre mucho más qu
«agraciada»… era preciosa; desde que nació me pareciuna princesita como la de mis libros de cuento, y ya en l
adolescencia lucía como una artista: cabello oscuro llen
de rizos, nariz perfilada, sonrisa amplia con hermos
dentadura, y un cuerpo excepcional. Era un poco más altque yo, y en contraste con mi piel blanca, la suya er
acanelada; cuando sonreía sus negros ojos brillaban, y l
hacía tan a menudo, que parecía una luciérnaga. A pesade sus deslumbrantes dotes naturales, nunca sentí qu
compitiéramos; nuestra relación era tan profunda que e
ugar de celarla, asumí el papel de admiradora númer
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uno, y disfrutaba ver su vibrante belleza; ella era un
mezcla de físico y personalidad: extrovertida, atrevid
alegre, y de muy buen humor, yo en cambio siempre fu
más callada, analítica, de carácter apacible, pero firme emis decisiones; supongo que fue el temperamento qu
desarrollé desde mis primeros años para llevar d
manera pasiva el estilo de crianza de mis padres, mientraque Yazmín los confrontaba y con frecuencia se quejab
de las «injusticias». Mi papel en esos casos era calmarl
haciéndole cariños como a una bebita, y ella sucumbí
ante mi sutil estrategia de hermana mayor.
Vivíamos en un urbanización de clase media, que e
algún momento de su historia fue de las mejores de l
ciudad; allí disfrutábamos la comodidad de ampliocuartos, un pequeño pero vistoso patio, y un jardín mu
uminoso, en donde mamá cultivaba gran variedad d
plantas. Ése es el único hobby que puedo recordar de m
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madre: la jardinería. Sus matas reconocían su gran esmer
manteniéndose sanas, hermosas y floreadas; debo admit
que ellas eran más agradecidas que lo que solíamos se
mi hermana, papá y yo. De resto sólo la recuerdo eabores domésticas, cuidando de nosotros o asistiéndono
en nuestras actividades escolares.
Nuestra vivienda fue adquirida antes de mnacimiento, gracias a una buena época en los negocios d
papá, lo cual permitió un estilo de vida holgado po
muchos años; sin embargo, esto no alteró el arraigad
concepto de ama de casa de mi madre, quien mantuv
hasta el día de hoy una teoría: «Emplear a una person
para las labores hogareñas es una gran muestra de flojer
además, esas mujeres intrusas sólo buscan adueñarse da vida que ellas no han podido lograr». Mi padre apoyó
alimentó este pensamiento, y ambos se regocijaba
mostrando su hogar impecable; mamá pulía su imagen d
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esposa perfecta, papá la de padre responsable, y par
completar el cuadro tenían a unas niñitas muy bie
arregladitas, estudiosas y obedientes. El punto es que esa
niñitas se convirtieron en unas muchachas biearregladitas, estudiosas, pero menos dispuestas a l
ubordinación.
Ya en nuestra adolescencia, Papá se tomaba muchiempo en inspeccionarnos antes de salir: largo de falda
escotes de las blusas, ajuste de los pantalones, intensida
de maquillaje, y otros aspectos que podían variar d
acuerdo a la hora. Hasta me hacía cambiar mis sostenes
decidía que realzaban demasiado mi busto, pero con tall
reinta y seis no era mucho lo que podía ocultar. En esta
absurdas sesiones, me daba muchas oportunidades desponderle con ironía.
—Si quieres uso una faja en el busto —le propuse e
una oportunidad.
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Él fijó la mirada en mi pecho, analizando l
factibilidad de la idea.
— ¿Pero eso no te va a doler?
Yazmín intervino.
—Ay papá, ¿hasta eso vas a llegar? Mejor l
envuelves como una momia o le pones una túnica par
alir a la calle.Él rió ante su propia exageración.
Mi hermana y yo teníamos contextura similar, aunqu
diferíamos en una talla, pues ella era un poco mádelgada, lo que en algunos casos me favorecía. Recuerd
una vez cuando yo tenía diecisiete años que compré uno
eans que según declaré, me hacían ver «arrebatadora»
pues eran ajustados y realzaban mi figura… ¡mencantaban! En un momento irracional de desconfianza
os desconocidos, Papá me prohibió usarlos, y se lo
cedió de manera dictatorial a Yazmín, quien por supuest
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no los quería. Las ocasiones en que yo deseaba usarlo
mi hermana salía con los jeans puestos, y yo con algun
falda de cintura elástica; de allí íbamos a la peluquería d
Brenda, una vecina que tenía instalado su negocio en lpropia sala de su residencia, y a la que adorábamos po
u disposición a socorrernos cuando mamá o papá no
acorralaban. Allí nos intercambiábamos nuestrvestimenta, y luego regresábamos para revertir el canje
Mientras la una esperaba a la otra, nuestra amiga s
esmeraba en enseñarnos alguna técnica de peluquería, no
hacía algún arreglo, y contaba sus travesuras dadolescentes. Para nosotras no eran simples cuentos, sin
nuevas estrategias para escapar al permanente acos
paterno, y las escuchábamos entre sesiones de baños dcrema, pintura de uñas, o con rollos en la cabeza qu
otorgaban atributos pasajeros a nuestras largas
abundantes melenas.
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Con el tiempo, se presentó una conquista con perf
diferente a los que se habían postulado antes: Pablo era u
hombre de veintiocho años, profesional y dueño de un
próspero negocio. Contaba con apartamento en una mubuena zona de la ciudad, auto del año, apariencia a l
moda, y un grato círculo de amigos que rotaban su
encuentros en agradables sitios de la ciudad. No parecíer un hombre mujeriego, conclusión que obtuve por
discreta manera en que se lanzó a mi conquista: no mu
agresiva pero galante y romántica. Nos conocimos en u
concierto de la orquesta universitaria al que asistí coYazmín. Pablo estaba allí con un gran amigo nuestro,
desde que llegamos al anfiteatro comenzó a mirarme co
nterés. El hombre parecía un poco fuera de contextoucía mayor que el resto de los estudiantes, y su manera d
vestir destacaba entre las franelas, jeans y gorras del rest
de la audiencia. Aún puedo recordar la agradabl
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mpresión que me causó su estatura por encima de
promedio, el exquisito aroma de su colonia, y el tono d
voz grave con el que se dirigió a mí cuando no
presentaron.
—Es un gran placer conocerla, señorita. Soy Pabl
osé Arismendi.
Cuando me dijo «señorita» me sentí como una niñatontada. La templanza de sus ojos me cautivó; estrech
u mano, busque su mirada y sonreí. Noté que se m
había cortado la respiración, y cuando quis
ecuperarme, tomé una bocanada de aire en la que se col
u aroma; hasta pude saborear la mezcla de madera
imón, y el olor a cuero gamuzado. Desvié mi atenció
hacia el escenario, en donde los músicos hacían loúltimos ajustes para iniciar. Quise controlar e
movimiento de mi pecho, pues se hinchaba con un
frecuencia inusual, pero fue poco lo que logré. No
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entamos a esperar la apertura del concierto, y Pabl
omó el asiento de mi derecha. Me sentía rígida
enmudecí; busqué con desespero un comentari
nteresante que no me hiciera parecer una infantil liceíst nada apropiado se me ocurrió. Por mucho que traté d
evitarlo, casi caigo en el agujero de las frases comune
para decir "¡Qué calor!", pero me abstuve, a pesar dentir que me en verdad el calor me sofocaba. Gir
evemente mi rostro para ver si él estaba sudando y pud
observar su nariz recta y mentón pronunciado; no tuv
iempo de detallarlo más porque me sorprendió, perpremió mi osadía con su sonrisa espléndida. Esquivé s
mirada tan rápido como me lo permitieron mis reflejos
vi que en el escenario una chica se colocaba ante emicrófono para dar inicio al espectáculo. Las luces s
extinguieron, hubo unos segundos de absoluta penumbra,
minutos más tarde estaba sumergida en un concierto d
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violines donde me imaginé bailando un vals con el recié
conocido. Algún efecto mágico tuvo esta escena en m
pues sentí que ese hombre venía a crear conmigo un
eyenda de amor.
Luego del concierto, supe que Pablo asesoraba
nuestro amigo en su tesis de grado; su rol de mentor m
hizo verlo aún más atractivo, y nos dio a ambos un tempara iniciar una larga conversación en el cafetí
estudiantil. Cuando ya casi todas las personas se había
etirado, y el cierre del local marcó el fin de la tertuli
Yazmín me hizo una seña para irnos. Ante la obligación d
nterrumpir nuestra charla, Pablo me invitó al cine, y si
itubear acepté: dos días más tarde nos encontraríamo
cerca de la facultad para ir juntos a mirar cualquiepelícula de cartelera. Ya de regreso Yazmín iba pensand
en un discurso que justificara nuestra tardanza de
momento, y yo en el que justificaría mi próxima cita.
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El día pautado salí con mi hermana, y en la mitad de
camino nos separamos. Contaba con dos horas y medi
para reencontrarnos y retornar juntas; a esas alturas n
quería desperdiciar el tiempo en la oscuridad de la salcon una trama fílmica interponiéndose entre ambos, a
que sugerí caminar un rato por una plaza cercana. Allí m
dejé subyugar por los pequeños detalles que regalaba larde: el manto húmedo sobre la grama recién cortada, e
umor de los hilos de agua irrumpiendo en la fuente, l
uz que se adormecía para incorporar sutilmente e
misterio de las sombras, las voces ondulantes de loniños… todo parecía acomodarse para crear una escen
perfecta, y me entregué al deleite de nuestra cercanía, a
como lo hice durante las semanas siguientes. Loencuentros invitaban cada vez a mayor proximidad,
pronto cedieron espacio a una nueva manera de esta
untos: fue cuando Pablo me besó. Una pequeña redom
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del parque nos escondía del pasadizo y de las mirada
ndeseadas; yo permanecía sentada en un banco de hierr
forjado, y él estaba acuclillado frente a mí recorriendo m
ostro con sus ojos, mientras sus manos se sujetaban de masiento para mantener el equilibrio; teníamos allí más d
media hora, pero en los últimos diez minutos no
habíamos adherido a nuestro propio silencio onreíamos encantados sin apartar la vista el uno del otro
Comprendimos que en ese momento maravilloso sól
había cabida para un sencillo acto de amor, y fue Pabl
quien tomó la iniciativa: extendió su mano para deslizaus dedos en mi cabello y colocarlos con suavidad en m
nuca, acercó mi cara a la suya mientras él acomodaba s
cuerpo para acortar aún más la distancia; cerré los ojopara recibirlo, y me sentí embriagada con su dulc
contacto. Creí desmayarme, pero antes de comete
emejante desatino, decidí responderle colocando m
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brazos alrededor de su cuello y saborear aquella boca qu
anto había deseado. Presioné sus labios con los míos, si
atreverme a separarlos, pero pronto sentí que él intentab
abrir paso; no pude resistirme y permití que su músculibio y húmedo trajera hacia mí nuevos sabores
ensaciones; el cuerpo extraño delataba sus papila
exaltadas como anémonas de mar, alertando las mías, couna mezcla insólita de temor y osadía. Era una invitación
o debía hacer lo mismo, y me atreví a traspasar l
pequeña frontera, para explorar con avidez las textura
ocultas, la línea de sus dientes y su propia tibieza; notcomo la respiración de Pablo se apresuraba, y me sen
abrumada. Una ráfaga de vergüenza le dio un coletazo frí
a mi corazón, y me separé un poco. Él aprovechó lpausa, y sin dejar de mirarme se levantó para sentarse
mi lado. Su mirada me imploraba que no le temiera a
momento, me tomó el rostro con ambas manos y allí la
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mantuvo mientras continuó besándome; mis manos s
quedaron un momento rígidas en mi regazo pero pront
as coloqué sobre las suyas; «no quiero apartarte», quis
hacerle entender. Sólo debía asegurarme de qupermanecieran allí, calmando el ardor de mis mejilla
mientras nos perdíamos en un gran beso que traspasó e
espacio, la acústica de la plaza, el movimientapresurado del reloj…
En el éxtasis de mi primer beso, supe con certeza qu
a amaba a ese hombre.
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2
INVITADA DEL AMOR
Yazmín siempre estuvo al tanto de los avances en m
elación amorosa, y… ¿cómo no estarlo si era mprincipal cómplice? Pablo y yo solíamos encontrarno
entre mis jornadas universitarias, siempre y cuando s
rabajo se lo permitiera; mis estudios eran buena excus
para ausentarme de casa, y en ocasiones Brenda m
ayudaba con mis planes, llamando a mi madre para qu
fuera a hacerse algún arreglito en el salón mientras yo ib
a cortos encuentros con mi novio, quien me esperaba ealguna esquina cercana. Mi padre se entretenía con má
facilidad, así que habíamos aprendido a manejar nuestro
horarios de acuerdo a su hora de dormir, programas d
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elevisión favoritos, o sus largas conversaciones sobr
política con un vecino, quien había leído docenas d
ibros donde explicaban las diversas ideologías política
mientras las asociaban con los perfiles psicológicos dos personajes contemporáneos.
Mi relación con Pablo era deliciosa, los momento
compartidos eran pequeñas explosiones de felicidad y emisterio de nuestro amor secreto impregnaba de ansieda
os minutos previos a nuestros encuentro
Conversábamos hasta el cansancio, pero durante largo
ntervalos renunciábamos a las palabras par
comunicarnos con idiomas de besos y caricias.
Al cabo de seis meses de encuentros a escondida
Pablo me pidió matrimonio. Aunque me sentía enamorade ilusionada, su propuesta me sorprendió, pues m
pensamiento me ubicaba en otro tipo de plane
elacionados con mis estudios y desarrollo profesiona
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que a la larga me permitirían mi independenci
económica. Por supuesto mi naturaleza romántica m
había hecho soñar con una boda majestuosa, pero l
ubicaba en un mediano plazo. Al ver la solidez y seriedade su propuesta, elaboré un análisis rápido: un adelanto
mis planes no era mala idea. En efecto, casarme m
mostraba una vía diferente, pero pensé que de algunmanera ello me conduciría a mis objetivos,
epresentaría una manera rápida de abandonar mi hoga
Además, aquel joven bien parecido, cariñoso y educad
no representaba un sacrificio, y su carrera en ascenso eruna buena plataforma para iniciar nuestro compromis
matrimonial. Como punto final de convencimiento, estab
a atracción que sentía hacia él, y el amor reciédescubierto que me hacían considerarlo perfecto par
compartir el resto de mi vida.
Pablo y yo fijamos nuestra fecha de matrimonio,
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disponíamos de poco tiempo para llevar a cabo lo
preparativos. Luego de hacer nuestro plan, fue cuand
decidimos hacerlo saber a mamá y papá, quienes n
consideraban siquiera la posibilidad de un noviazgoconvencidos de la efectividad de sus métodos par
espantar pretendientes; creían que Yazmín y yo habíamo
uprimido nuestros pensamientos relacionados con eexo opuesto, así que presentar a un novio y a la ve
anunciar una boda tan cercana era demasiado para ellos.
En la mañana de un domingo, mamá se encontraba e
a cocina preparando uno de sus elaborados platillos y
Papá miraba la televisión. Yo había salido temprano
cuando ellos aún permanecían en su cuarto, así que n
uve que dar muchas explicaciones. Llegué como a laonce, y apenas mamá escucho la puerta salió a recibirm
no sé si para regañarme o para abrazarme, pero cuand
me vio escoltada por un hombre, se quedó paralizada. Su
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ojos recorrieron al extraño, y luego se detuvieron en s
mano que sostenía la mía. Pensé que su reacción ser
arrancarme de su lado, pero creo que la sorpresa no le di
iempo de elaborar una buena escena, porque sólo logruna frase en voz baja.
—¿Y este señor es tu novio?
Tragué el susto, enderece mi espalda y respondí de lmanera más natural que encontré.
—Sí mami. Y vino a conocerlos.
A ese punto ya papá se había incorporado, y se acerc
a nosotros con precaución, tratando de deducir la part
que se había perdido. No tuve necesidad de presentarlo
pues él se adelantó.
—Buenos días. Soy el papá de Eliana: JacintPereira.
Y estrechó su mano. Mi novio respondió muy serio
con voz firme.
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—Mucho gusto señor Jacinto, y mis respetos a uste
eñora Olivia. Soy Pablo José Arismendi, y estoy aqu
porque deseo formalidad en mi relación con Eliana.
Algo encontraron en la apariencia de Pablo, qu
mpidió su despido súbito. Tal vez les pasó por la ment
usar la escopeta, guardada desde hacía más de diez año
en el cuartico de los trastos, o al menos un balde de aguapero allí estaban, calmados… contra todo pronóstico
Creo entender que todos los demás pretendientes era
muchachos muy jóvenes, con vestimentas informales, e
cambio Pablo tenía aire de caballero, de hombre forma
vestía de manera impecable y mostraba muy bueno
modales. Mamá lo inspeccionaba como si se tratara de u
fenómeno de circo, y papá sólo mantenía su mirada fija eus ojos, hasta que lo invitó a sentarse en la sala.
El resto de la escena mantuvo el formato de un
rillada trama de telenovela. Anunciamos a mis padres l
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decisión de contraer matrimonio, y aunque la reacción d
papá era predecible, me sorprendió al verlo lanzars
obre Pablo con intenciones de golpearlo, logrando m
ntervención y la de mi madre que con algunas maniobra palabras logró aplacarlo. Surgieron las típica
acusaciones paternas, la presunta existencia de u
embarazo y mis aclaratorias, asegurando ofendida que yera una chica de bien. Mientras tanto mamá intentab
decidir entre defenderme o soltar una retahíla d
eproches.
Luego de la explosión de emociones, mis padre
entraron en un estado de letargo que aprovechamos par
anunciar la fecha final de la boda. Al escuchar que ésta s
levaría a cabo en apenas dos meses, noté asustada suexpresiones contrariadas; mamá emitió un quejido, que l
dejó con la boca abierta y los ojos desorbitados, la
manos de papá se entrelazaron con fuerza, tal ve
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conteniendo un nuevo ataque de ira, miró al suelo uno
minutos buscando respuestas, y por fin concluyó.
—Creo que no tengo palabras.
En mi primera semana como mujer casada m
embriagué de libertad; mi viaje de luna de miel parecía u
ueño. Durante veinte días viajamos en un crucero por eMediterráneo, y mi recién esposo se deshizo e
atenciones y detalles románticos. En el trayecto no llamé
mi familia ni una sola vez, pensando que tenía bue
motivo para tomar una licencia; ante mi silencio, mamá
papá se la pasaron imaginando el hundimiento del barco
un secuestro en el que mi esposo me llevaba sin retorno
ierras desconocidas, y hasta un suicidio colectivo en emar dirigido por un pasajero fanático de alguna religió
extremista, luego de hacernos beber una bebid
adulterada con drogas. Mamá veía las noticias con terro
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pensando que transmitirían la gran tragedia de un barco e
alta mar, o la historia de una joven que había caído por l
borda para perderse en las profundidades del océano. M
hermana no sabía si reír o llorar, pero me confesó questuvo a punto de volverse loca y caer en la trampa de su
presagios. Lamento que mi felicidad haya sido a costa d
u desdicha, pero a mi regreso me encargué decompensarla, llevándola conmigo por temporadas par
egalarle un poco de respiro, aunque eso significar
alrededor de dieciocho llamadas diarias de mi madr
quien no soportaba tenernos a las dos lejos de sus radare
Luego de mi luna de miel, retomé la parte seria de m
vida, y continué mis estudios, los cuales no m
apasionaban pero tampoco me aburrían. Así que con uesposo complaciente, suficiente dinero para pagar m
comodidades y buena ayuda doméstica, podía dedicarm
a mis libros y a mis labores de esposa con relativ
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ranquilidad.
Me gustaba mi vida. Poco a poco mi ilusión y m
enamoramiento juvenil se fueron convirtiendo en un amo
ólido y maduro, llegando a amar con gran fuerza a aque
hombre que me ofrecía seguridad a cambio de m
compañía. Nuestros cuatro años de matrimonio s
coronaron con el nacimiento de Pierina, quien me hizenloquecer de amor y alegría, a tal punto de olvidar m
planes de buscar empleo, a pesar de haber obtenido ya m
ítulo. Así que me hice la promesa indefinida d
ncorporarme al mercado laboral tan pronto mi hija me l
permitiera. Con el tiempo esos planes fuero
disolviéndose, pues me sentí orgullosa y conforme siend
una madre y esposa a tiempo completo.Pierina me absorbía dentro y fuera del hogar, mi ro
de mamá resultaba agotador, y era poco el espacio qu
eservaba para mí como mujer, así que perdí m
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acostumbrada frivolidad. El maquillaje que de solter
olía aplicarme en el autobús para evitar la censura d
papá, ya no me parecía necesario; mi acostumbrad
melena con forzados bucles que con esmero cuidé poaños, ahora la llevaba siempre amarrada detrás de la nuc
formando una sencilla cola de caballo; los jeans ajustado
que tanto me gustaban y que ya podía usar a mi antojodejaron de ser prácticos, y dieron paso a holgado
pantalones y franelas que me resultaban más cómodo
para mis actividades diarias; y hasta mi exquisita ropa d
dormir, comprada con emoción para la luna de miel, fue dar al fondo de una gaveta cediéndole el uso a grande
franelas que bien podían tener dibujos de corazones com
una calcomanía gigante del ratón Mickey. Creo que siquerer estaba copiando el semblante de mi madre, aunqu
observando hoy las fotos de entonces, puedo advertir qu
ba en vías de convertirme en ella misma. Mi hermana m
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ayudó a darme cuenta de ello y a reconocer cuá
descuidada me estaba volviendo con mi persona; m
aterroricé de mi propia ceguera, y juntas emprendimos u
plan de reafirmamiento personal, como ella lo llamabpara recuperar mi coquetería y la chispa de mi relació
con Pablo.
Comencé por un reajuste de imagen con la asesoría dBrenda y de Yazmín, que se inició con un corte d
cabello, un tratamiento facial y unas horas de tienda
enovando mi vestuario. Investigué e inventé unas cuanta
écnicas nuevas de seducción, visité librerías y co
mucha vergüenza adquirí dos textos sobre sexo y parej
que de sólo verlos por encima me enseñaron bueno
rucos que ansiaba poner en práctica con mi marido. Mnscribí en un curso de danza árabe, y cuando aprend
algunos pasos de principiante, compré unos pañuelo
vaporosos y una falda bordada con canutillos y diminuto
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cascabeles que al agitarse sonaban como una cascada d
campanitas. Me inscribí en un gimnasio al que asistía tre
veces por semana, que además de ejercitarm
epresentaba una buena terapia grupal en la que mcompañeras hablaban sin tapujos sobre sus relaciones d
pareja; algunos de sus comentarios lograban sonrojarm
pero igual los escuchaba con atención. Comprendí alque mi apatía para mantener relaciones íntimas con m
esposo no eran un pecado mortal, y que no era yo la únic
que se hacía la dormida justo antes de que él terminara d
ducharse, o al escuchar las llaves abriendo la puerta ymás tarde en la noche, cuando su jornada de trabajo s
extendía más de la cuenta; estaba claro que de la mism
manera yo debía extender mi horario de esposa, pues scansancio no parecía afectar en lo más mínimo su dese
por un rato de placer conyugal. En una oportunidad lleg
al extremo de despertarme a las tres de la madrugada co
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caricias seductoras, que yo encontré fuera de contexto
pues si despierta no contaba con mucha disposición par
esos menesteres, menos aún durante la madrugada cuand
a estaba entregada al más profundo sueño. Entre dormid despierta lancé mi brazo al aire para espantar al intruso
in tener mucha conciencia de que fuera mi esposo, y l
di un manotazo en la cara, que él interpretó como el peode los insultos. Se levantó ágil de la cama, encendió l
uz y me dijo que ésa era una causal de divorcio. Y
miraba encandilada a mi esposo ofendido que hablaba d
no sé cuáles derechos y deberes maritales. Sólo atiné precisar la palabra «divorcio», sin entender a quién s
efería.
—Amor, ahorita no me importa quién se estdivorciando, pero hablaremos de eso mañana.
Me cubrí con mi cobija y seguí durmiendo.
Al día siguiente, ya más calmado, me hizo una sinops
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del evento; supongo que esperaba un poco d
arrepentimiento, pero lo que hice fue reír y responder co
ronía.
—Por favor dile a tu «amiguito» que ésta no es un
farmacia de turno, y que cuando se cierra, ¡se cierra! E
personal también necesita descansar.
Él halló una respuesta rápida, sin analizar mucho eefecto de sus palabras.
—¿Y qué más le digo? ¿Que se busque entonces un
de turno en otra zona?
Lo miré explorando su expresión, que ya tomaba u
aire de arrepentimiento por el terreno prohibido qu
acababa de pisar.
—Te voy a responder sólo a ti, y no a «él» —aclareñalando con mi dedo su masculinidad—, pues n
quiero que existan intermediarios entre tu cerebro y yo.
Y de forma gesticulada, como quien declara una bruta
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amenaza, lo interrogué.
—¿Lo que acabas de decir es: una amenaza, un chis
o una confesión?
Pablo se apresuró a contestarme.
——Discúlpame… por favor discúlpame —y s
acercó a mí con intención de abrazarme.
Yo lo detuve en el acto extendiendo mi brazo delantde mí.
—¡No! Nada de discúlpame. Me contestas ya l
pregunta que acabo de hacerte, porque si se trata de unamenaza, te dejo de una vez el camino despejado para t
ibre búsqueda en la calle. Si es un chiste, saco yo m
epertorio de chistes de mal gusto para responderte, y
es una confesión, te agradezco que lo dejes por escrito euna declaración formal para yo llevársela a mi abogado.
Pablo me miró con cara desencajada, mostrand
acentos de terror, al reconocer que había despertado a un
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fiera. Hablaba casi tartamudeando y en voz muy baja.
—Se trata del peor chiste que se me haya ocurrido e
mi vida.
Y luego hizo otro intento de acercarse para darme u
abrazo, recibiendo mi segundo rechazo. Lo miré co
ndignación y me fui. Esa noche regresó del trabajo má
emprano de lo acostumbrado, supongo que para revertun poquito su falta de delicadeza, y encontró un cartel e
a puerta del cuarto escrito a mano con grandes letra
ojas.
Farmacia.
Cerrada por inventario
Creo que lo que estaba inventariando era mi condició
de esposa, pues tenía la humildad de reconocer que nestaba dando la atención que debía a mi esposo. E
nventario duró cerca de dos semanas, Pablo no se atrevi
a hacer ningún comentario, y llegó temprano todas la
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ardes, haciendo ver que no estaba buscando refugio
alternativos en la zona. Tras las dos semanas d
abstención, encendí el bombillo de «Turno» dentro de m
mente, para darle luz a mi propósito de trabajar por mmatrimonio, y en definitiva por el hombre que amaba.
Me encontraba en el gimnasio, descansando luego d
una agotadora rutina de ejercicios, cuando la instructornos hizo conocer una receta casera para aumentar nuestro
niveles de energía; también ayudaría a eliminar el sueñ
excesivo, a mejorar nuestro ánimo, y como extra, no
elevaría la libido, una combinación que no me venía nad
mal en una época en que prevalecía el desánimo, sobrab
el sueño, y mi deseo sexual habían cedido el paso a u
ervicio de entrega nocturna que tenía más que ver coesponsabilidad de esposa que con deseos genuinos. E
ncidente con mi esposo lo había considerado un alerta e
mi matrimonio, y como la receta era muy sencilla decid
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levar a cabo una prueba. Tenía que colocar una botell
de vino de oporto dentro de una olla (muy importante:
botella debía decir que era fabricado en Oporto); apena
comenzara a hervir, se apagaba el fuego para introducir uacimo de berros frescos que se dejaba reposar en e
caldo sin retirar la tapa. El paso siguiente era llevar a un
icuadora y por último colar. Debía mantener el brebajen la nevera, y cada mañana tomar en ayunas la medid
equivalente a media taza de café. Se suponía que a l
primera semana ya debía advertir el cambio.
Preparé mi menjurje, y éste me esperó en la never
hasta la mañana siguiente cuando tomé mi primera dos
en ayunas; ese mismo día en la tarde, Pablo lo descubrió
o encontré disfrutándolo muy campante en una gran copde agua. Sufrí un mareo súbito, no porque se consumier
mi vino aromatizado, sino porque lo último que deseab
era que aquel hombre con sexo atrasado recargara su
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energías y me solicitara sexualmente con más frecuenci
ntenté lucir calmada cuando le quité la copa de la
manos, mientras le explicaba que se trataba de una bebid
ecetada por mi médico para una «desintoxicacióvaginal». Acepto mi poca delicadeza al hacer semejant
mezcla de términos, y agradecí al cielo que él jamás s
atrevería a preguntarle a otra mujer, qué rayos significabeso; Pablo hizo un gesto solidario, aderezado con un poc
de compasión, y con solemne discreción se retiró de l
cocina sin hacer más preguntas.
Las bondades de mi brebaje las percibí a los días d
comenzar mi tratamiento; me sentí con más energías en l
mañana, más animada, y hasta los ejercicios se me hacía
menos agotadores. Pero el efecto principal, fue mi gradisposición para hacer el amor con Pablo, por lo qu
legué a ofrecerle opciones muy creativas y novedosas; é
demostró estar gratamente sorprendido, pero no hiz
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preguntas, tal vez para no romper el encanto del romanc
o para no verse en la obligación de escuchar nuevament
obre el misterioso líquido que por error bebió.
Dos meses después no percibí más los efectos de
berro, y ya ni siquiera lo toleraba. Al comentárselo a m
nstructora, una compañera que escuchaba respondió en
ono jocoso. — ¿Tuviste en cuenta los efectos secundarios?
La pregunta me tomó desprevenida.
— ¿Efectos?… No, no los conozco.
La mujer acotó con prisa.
—¿No escuchaste lo que dijo Patricia ese mismo día
Según ella, esa receta aumenta la fertilidad.
Debo haber puesto cara de espanto, porque enseguid
completó.
—Pero tranquila, que por aquí hay una chica qu
estuvo tomándola por casi un año para logra
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embarazarse, pero no vio resultados.
Con ambas declaraciones vinieron juntos tanto el sust
como el alivio. Ya me había autodeclarado infértil lueg
de tres años de haber abandonado cualquier clase d
método anticonceptivo, y ya a esas alturas estab
convencida de que mi niña de cinco años se quedaría hij
única.La repugnancia al oporto se unió a la del café de
mediodía, a la del perfume con esencia de flores, y par
emate, al olor de Pablo; y no me refiero a su jabón
colonia, hablo de su olor natural, ése que la gent
considera imperceptible aun cuando se está limpio
fresco… el de su aliento, su sudor y hasta su ropa usad
que percibía hasta a dos metros de distancia cuando ibcamino al lavandero.
Luego vino una resaca a mi etapa de agilidad, ahor
entía justo lo opuesto, dormía más, me encontraba d
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peor humor y los ejercicios me agotaban el triple. Culp
al oporto, al berro y a la instructora que me los habí
ecomendado. Para complemento me abordaban una
extrañas taquicardias que me hicieron visitar a uespecialista, que como rutina me solicitó una serie d
exámenes de laboratorio, los que por supuesto incluían u
est de embarazo.En definitiva tenía que atender el capricho de m
médico, pero no podía ir al laboratorio de costumbr
donde ya tenían mi historia, la de Pablo, la de Pierina,
cuya indiscreta encargada era conocida de mi esposo
ampoco quería ir a algún lugar cercano donde pudier
encontrar a alguien a quien tuviera que rendirl
explicaciones, así que me dirigí a un laboratorio al quhabía ido acompañando a una amiga.
El laboratorio que yo había conocido unos años atrá
estaba ubicado hacia el centro de la ciudad, en el segund
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piso de una antigua edificación. A él se llegaba pasando
ravés de un corto y estrecho pasillo que conducía a la
escaleras de acceso; entré al lugar que me pareci
familiar, pero apenas crucé la puerta de la entrada adverque había cambiado. La antigua y tradicional iluminació
había sido sustituida por luces amarillas que se filtraban
ravés de lámparas redondas de papel y borlas doradaque pendían de ellas. Las paredes estaban pintadas e
onos ocres y marrón, con efectos patinados, y símbolo
astrológicos repetidos en serie: lunas, soles, estrella
formaban una enorme galaxia que se extendía desde euelo hasta el techo. El aroma era extraño pero n
desagradable, se trataba de una esencia dulce con acent
de madera, que me hacía recordar la habitación de mabuela materna, quien fabricaba sus propios palitos d
ncienso con aserrín y aromas de flores y pino. Subí la
escaleras con cautela, y al final de éstas un pasillo má
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pequeño se extendía hasta llegar a una puerta colo
bronce; en la parte superior de su marco pendía un
pequeña campana. Contra la pared estaba un sofá de do
puestos, tapizado también con motivos astrológicos dunas y soles amarillos sobre un fondo azul marino,
cojines decorativos en tonos rojizos. Me llamó la atenció
a minuciosidad con que había sido decorado el lugaaunque éste no me agradara, y mi curiosidad casi me hac
girar el picaporte de la puerta, con el único propósito d
conocer el aspecto de la habitación contigua; cando tení
mi mano sobre él, sentí un repentino escalofrío y tuve edeseo inminente de retirarme. Di media vuelta y baj
apurada las escaleras, sin tiempo para repasar los detalle
que antes habían captado mi atención.Casi llegando a la salida, entró una mujer que parecí
conversar con alguien más; la vi primero a ella y lueg
fijé la mirada en la puerta esperando ver a s
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acompañante, dando tiempo a mi mente de preparar un
aludo para ambos; como más nadie entró, supuse qu
hablaba sola. Al primer momento la percibí muy joven, t
vez por su vestimenta, pero cuando la tuve cerca la juzgumayor. Su tez era muy blanca y de rostro anguloso, s
cabello rojizo y rizado le cubría los hombros; llevaba do
peinetas, una a cada lado de la cabeza, para dejar su cardespejada. Usaba un largo collar y varios brazaletes, qu
hacían sonoros los ademanes de sus manos.
Me puse tensa al verme sorprendida, y me arrepen
por no haber abandonado a tiempo ese lugar; pero l
expresión cálida de la mujer, y sus palabras suaves m
nvitaron a tranquilizarme.
—Menos mal que llegué a tiempo —expresonriendo—. No me gusta que mis visitantes se vaya
decepcionados por no encontrarme.
Pensaba en qué hacer o decir para justificar m
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presencia allí. Opté por la verdad.
—Disculpe, vine aquí por error. Hace tiempo aqu
había… había…
En ese momento dudé. ¿Sería allí mismo donde estab
antes el laboratorio?
—Bueno, parece que he cometido un error, así qu
por favor disculpe la intromisión. Tenga buenas tardes.Le pasé por un lado, casi rozándola, y salí marcand
mis pasos para no parecer una ladrona. Cuando me alej
un poco, alcancé a oír lo que la dama dijo.
—No se agite hermana, pronto la veré de nuevo po
aquí.
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GRAN ALBOROTO Después de cuatro horas estacionada en la autopista,
cuando pensaba que todo estaba por solucionarse, surgi
un nuevo evento. Los jugadores de dominó en l
camioneta vecina ya estaban afectados por el consumo d
alcohol y por las apuestas de dinero que cada vez s
hacían más cuantiosas. Con frecuencia escuchaba algunacarcajadas, o unas palabrotas, que hacían reconocer e
clima del momento; el tono de voz ya era alto, las piedra
del dominó se colocaban de manera más sonora, y l
ertulia ya resultaba molestosa. Llegó un momento que n
pude mantener la concentración en lo que hacía, así qu
decidí cerrar mi libreta.
Tomé entonces mi portafolio y comencé a hacer una
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anotaciones personales en mi agenda, reprogramando la
actividades para la semana siguiente. De nuevo habí
ogrado abstraerme de los ruidos externos, cuand
escuché las voces más exaltadas de mis vecinos, quieneestaban disputándose el triunfo de una partida; s
nsultaban y amenazaban de manera exagerada como
con ello se jugaran la vida, hasta que uno se lanzó encimdel otro haciendo colapsar la frágil mesa; el agredido s
evantó lanzando golpes como loco, mientras los do
compañeros restantes trataban de separarlos. Me propus
alir de mi auto por la puerta del copiloto y escuché ugolpe; surgieron varios gritos, que se confundieron con e
mío, y vi a tres de los tripulantes que miraban desde s
vehículo hacia el suelo: uno de los hombres, el mácorpulento de todos, estaba tendido en el asfalto y
angrando por el hombro; arriba en la camioneta, otr
ostenía paralizado una navaja en su mano, reconociend
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el acto que acababa de cometer; analizaba aterrorizad
us manos, y a quienes se iban acercando para presencia
a escena. El agresor, un hombre cincuentón con escas
cabello rubio, recobró la cordura perdida por el alcohol por la emoción del juego, saltó de la camioneta y s
arrodilló al lado de su compañero, llorando desesperad
por la atrocidad cometida. —Hermano… hermano, perdóname. ¡Yo no querí
hacerte daño! Yo soy tu amigo, tu hermano. Hermano de
alma. No te me mueras. Por favor: ¡no te mueras!
Aturdido por el arrepentimiento, miraba a lo
espectadores como si buscara en ellos palabras d
consuelo, o mejor aún, quería escuchar que eso e
ealidad no estaba ocurriendo, pero nada lo reconfortó.Cada vez se unían más curiosos al cuadro desolado
Los vendedores ambulantes acudieron, pero nadie parec
ener intención de comprar el Cristo fabricado co
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conchas de mar, las conocidas panelitas de «Sa
oaquín», o las piñas peladas en bolsitas. Alguna
personas se atrevieron a acercarse al herido para ayuda
pero tan solo eran capaces de pronunciar frases de ánimo«Debes sobreponerte, aguanta», «ten fuerza, que la ayud
viene en camino». No teníamos certeza de ello, pero
abía que alguien había ido por ayuda. Mientras tantotros se ocuparon de dar instrucciones.
—No lo muevan, que puede ser peor.
—Aflójenle el cinturón para que respire bien.
—No, no se lo aflojen, que entonces la sangre va
circular más rápido, y se puede desangrar.
Todo era confuso. Los otros dos individuos de
cuarteto gritaban al agresor, intentaron golpearlo, mientraotros desconocidos los sostenían para evitarlo. E
victimario lloraba, gritaba, invocaba a Dios para que l
ibrara de esa situación; el herido yacía en el suelo, ca
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nconsciente. La sangre mantenía a los entrometidos a
margen, sobraban los voluntarios, pero se requería much
más que voluntad, se necesitaba un médico, un
ambulancia y un domador de fieras para los exaltadoCuando mi corazón se acercó a su ritmo natural, me sub
de nuevo a mi auto pues me sentía mareada; fue en es
momento que vi a un hombre que se había introducidhasta la cintura por la ventanilla contraria. Cuando e
ujeto advirtió mi presencia huyó veloz, y pude ver que e
u mano llevaba mi bolso. Él pudo correr, pues disponí
de un camino más despejado que el mío. Tuve el impulsde perseguirlo, pero entre tanta gente y vehículos fu
mposible dar algunos pasos; sólo me quedó gritar.
—Devuélveme mi bolso ladrón… atrapen a esadrón.
Dos muchachos jóvenes salieron corriendo, sin sabe
detrás de quién debían ir. El ratero aprovechó l
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confusión y tuvo buena oportunidad de perders
esquivando o saltando lo que encontrara en el camino
Cuando miré dentro de mi carro, noté que el hombre n
había tenido tiempo de recoger lo que yo había sacadantes de mi bolso: vi mi monedero, pero noté con angusti
que había tomado mi celular y un manojo de llave
Sentada en el asiento, me llevé las manos a la cara y mncliné hacia el volante, para hacer un resumen de todo l
que había pasado, y de cuáles eran las cosas má
amentables de la última hora. Pensé en todas la
cerraduras que debía cambiar, pues en algún lugar de mbolso estaba escrita mi dirección; la amenaza de u
maleante dirigiéndose a mi hogar logró desesperarm
pero no tenía cómo contactar a Mina para que tomarprecauciones. Me sentía impotente, y buscaba en m
cabeza una solución para eliminar el riesgo. Escuch
legar una ambulancia, sin embargo seguí recostada de
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volante, con los ojos cerrados, tratando de pensar co
ucidez, pero me alivió saber que el herido serí
atendido.
Alguien tocó la ventanilla de mi carro, la misma qu
minutos antes había permitido el acceso al ladrón; levant
mi cara asustada, temiendo otra agresión y me topé con l
mirada de un señor; me tomó unos segundos entender que trataba del conductor vecino al que había detallado u
ato atrás. Él me sonreía, expresión que me resultab
extraña en el contexto; percibí que agitaba algo en s
mano izquierda, y por un momento sentí terror por u
nuevo peligro. No me atrevía a mirar lo que intentab
mostrarme, para no perder algún asomo de mala intenció
en su rostro. Al fin me habló. —Creo que esto le pertenece.
Tenía mi teléfono celular! Fui rápido hasta él, riendo de
alegría por el tesoro que estaba recuperando
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Prácticamente le arranqué el aparato de las manos, y lo
nspeccioné para ver si aún estaba encendido. Intuí que
el hombre esperaba algún comentario de mi parte, y
cuando lo miré, tenía las cejas levantadas y una ligeraonrisa. Era obvio que se sentía satisfecho por haberme
devuelto mi pertenencia.
—¿Cómo hizo para recuperarlo? El ladrón desaparecióentre los carros.
—Creo que su cartera estaba abierta, así que cuando
comenzó a correr fue dejando algunas cosas en e
camino.Entonces descubrió la mano que tenía escondida detrás
cuando la levantó agitaba mi llavero haciéndolo sonar
como cascabeles. Con desesperación se las quité, ycuando verifique que estaban todas, me las llevé a
pecho agradeciendo al cielo el haberlas recuperado. Por
primera vez en un buen rato, respiré profundo, llenando
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mis pulmones de oxígeno. Recordé entonces al hombre
que esperaba otro comentario por su heroísmo, y busqué
el tono más efusivo para agradecerle.
—Mil gracias. Me ha salvado usted de un ataque depánico. Qué bueno que haya estado allí para recoger mis
cosas.
—Habría sido mejor si hubiera logrado hacerle unazancadilla al ladrón para que rodara por el piso.
Reí de su frustrado deseo.
—Supongo que sí. Pero al menos no voy a volverme
paranoica cambiando todas las cerraduras de las puertasque abren estas llaves —y las levanté agitándolas como
él lo había hecho.
Quedé sin palabras, y fue cuando me detuve a observarque de cerca lucía aun mejor que de lejos. Me hizo
gracia pensar que mi pronóstico de hombre bajito y
barrigón había fallado. Su nombre era Renato, era
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delgado, cercano a un metro ochenta de estatura, y con
brazos fornidos; en el labio superior mostraba una
pequeña cicatriz que en lugar de estropear la expresión
a hacía más interesante. Sonreía de medio lado, comoos villanos del cine, pero sus ojos grises inspiraban
mucha confianza. Me puse nerviosa por su penetrante
mirada, así que cambié la dirección de la mía, buscandouna buena excusa para virar el tono de la conversación
Fue entonces que vi a los paramédicos levantar a
hombre del piso en una camilla. Regresé mi atención al
caballero amigo, y quise expresarle lo que pensabaobre el reciente acontecimiento.
—Somos esclavos de nuestras emociones. No
erminamos de entender que toda la energía contenida ennuestro cuerpo puede llevarnos a la gloria, y en lugar de
ello la utilizamos para destruirnos entre nosotros
mismos. Y no me refiero sólo a esos hombres que
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descargaron su rabia entre amigos, sino a todos esos
momentos de la vida que han sido arruinados por otras
armas de gran poder. Algunos tienen a mano una navaja
otros se valen de las palabras para crear heridasprofundas que no sanan nunca. Y hay quienes se sienten
poderosos ante otros más vulnerables, y hacen sentir su
fuerza con actos atroces, que desgarran vidas, sueños yhasta el más pequeño brote de esperanza. Así se borra la
felicidad de otros, y se empaña inclusive la propia.
Dudé que el extraño entendiera lo que había dicho, y
puse mucha atención a su respuesta.—Pero mientras contemos con la vida, nuestro
compromiso con ella es buscar la manera de sanar
nuestras heridas, y ayudar a sanar las de otros.Sanar nuestras heridas: llevaba meses en el intento, pero
aún necesitaba cerrar algunos episodios, para que dieran
espacio a otros nuevos y más enriquecedores. El hombre
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estaba en lo cierto: teníamos un compromiso con la vida
con frecuencia nos olvidamos de él, dejando que
nuestros días se escurran como agua en terreno áridos
in que al menos lamentemos la pérdida. Comprobar lacombustión de los sentimientos ajenos, presenciar un
acto tan agresivo, y el haberme sentido nuevamente
víctima de la maldad humana, me hizo sentir vulnerable.Ésta fue para mí una importante lección que no debía
dejar que me abandonara sin que generara una acción
determinante.
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4
JIMENA
Mientras Rosaura estaba en la cocina preparando una
arepitas dulces para la merienda, su pequeño hijo de doaños: Ismael, le balbuceaba unas palabras que ella n
comprendía. El niño señalaba con insistencia s
habitación a la vez que parecía imitar un llanto infantil.
— Nené, nené, ñaaaa, ñaaaa.
Rosaura observaba a su hijo y miraba hacia la puert
del cuarto, tratando de encontrar alguna lógica a lo que l
decía. Por pura curiosidad se dejó llevar de la mano d
smael, quien la guió a su habitación; una vez allí, constat
a total normalidad y trató de calmar al niño, pero é
eguía inconforme tratando de empujarla hacia la ventan
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en un nuevo intento por capturar la atención de su madr
e subió a la cama y desde allí señalo al edificio vecino
En el piso de enfrente podían observar a una niña d
cuatro o cinco años sentada en un pequeño balcónlevaba puesto un pantalón corto, y el resto de su cuerp
estaba desnudo; se agitaba su cabello desordenado
loraba con gran desolación. Una vez Rosaura identifico que tanto inquietaba a Ismael, recordó que desde hac
bastante rato había escuchado el llanto de la niña, si
concederle demasiada atención; de momento le preocup
el riesgo que representaba para la pequeña un balcón quólo contaba con barandas y desde su ventana la llamó.
— Hola bebé, bebé… ¿dónde está tu mamá?
La niña miraba a los lados sin dejar de llorantentando ubicar a la persona que le hablaba; Rosaur
buscó un pañuelo de color y lo agitó desde la ventana, a l
vez que continuaba gritando.
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— Niña, mírame, aquí. Soy una amiga. Anda a busca
a tu mamá.
— Está durmiendo —le respondió en medio de su
amentos.
Rosaura ya casi tenía medio cuerpo afuera, y su hij
eguía de pie sobre la cama para observar ambos lados.
— Anda, despierta a tu mamá — insistía la mujer. — No se despierta, tiene mucho sueño —repetía l
chiquilla, mientras su llanto se iba apagando por e
cansancio.
Transcurridos unos minutos, quedó dormida en e
uelo, y la preocupada mujer decidió vigilarla hasta qu
alguien la levantara; sin embargo, luego de hora y media
nadie parecía extrañarla. Resultaba preocupante, no erposible que una niña estuviera fuera de la vista de u
adulto por tanto tiempo; el balcón estaba bañado ahor
por la luz directa del sol, y a pesar de ello la pequeña n
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despertaba.
Rosaura por fin decidió tomar acción: cargó a su hij
se dirigió al edificio vecino. En la entrada principa
encontró a un hombre abriendo la puerta y le narró l
ocurrido
— Ésa es la pequeña Jimena — concluyó él —
¿Qué le pasará a su mamá?Subieron al cuarto piso por las escaleras d
emergencia y el hombre se dirigió a una puerta cercana a
ascensor para hacer sonar el timbre. Nadie respondió,
decidieron insistir hasta lograr una respuesta. Veint
minutos después sintieron un movimiento y luego una vo
nfantil.
— ¿Quién es? — preguntó alguien desde el interiodel apartamento.
— Soy yo Jimenita: el señor Pedro, tu vecino del otr
piso. Por favor llama a tu mamá y dile que estoy aquí.
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— Ella está durmiendo.
— Pero háblale duro o agítala para despertarla.
— No quiere, tiene mucho sueño. No se pued
evantar.
Rosaura le explicó que había dicho lo mismo do
horas antes. Era necesario entrar y verificar que su madr
estuviera bien. — Es verdad, no es normal — respondió el seño
Pedro — . A esta hora su madre: la señora Laur
Marina, siempre está en el trabajo, y suele llevar a la niñ
con una cuidadora.
Ahora Pedro se dirigió a la niña. Le hablo con cariñ
para que sintiera confianza, y le pidió que se apartara d
a puerta.
— ¿Ya te alejaste, Jimena? Ponte muy lejos: en l
cocina o en el cuarto.
— Ya me quité — informó ella elevando su voz.
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Pedro se levantó del piso donde había estad
hablando de cuclillas, dio un paso atrás para agarra
mpulso, levantó su rodilla a la altura del pecho y abrió l
puerta golpeándola con un pie. Ambos buscaron a la niñ la encontraron en uno de los cuartos, agachada al lad
de una cama donde su madre yacía boca arriba. Rosaur
observó a la mujer, quien sólo parecía disfrutar de udescanso; era hermosa, su cabello largo y ondulado s
extendía sobre la almohada y los brazos reposaban
ambos lados del cuerpo. Se impactó por la escena,
enseguida intuyó que había fallecido. El señor Pedro lconfirmó revisando sus signos vitales, y sin emitir sonid
alguno, gesticuló con sus labios.
— ¡Está muerta!Ambos quedaron paralizados, la niña seguía agachad
al lado de la cama, y miraba a lo lejos a través de l
puerta. Rosaura la alzó en brazos, la besó en la frente y l
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habló.
— Ven Jimena, vamos a la cocina a buscar un poco d
agua para ti, que debes estar sedienta.
Le dio de beber y la llevó a la sala, para sentarla en e
ofá.
— Ismael, quédate un momento aquí con tu amiguit
que voy a ayudar al señor — le indicó a su hijo.Luego cerró la puerta del balcón y regresó al cuarto.
Pedro miraba atento a Laura Marina.
— Parece que estaba esperando la muerte.Rosaura negó con la cabeza.
— Imposible Señor. De saber que iba a morir n
habría dejado a su hija sola y semidesnuda en el balcón
habría pensado en quién la cuidaría.
El hombre le indicó que se llevara a los niños, pues é
e encargaría del resto. Rosaura se sentó con Jimena en e
ofá, le sonrió y peino su cabello con los dedos.
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— Te voy a llevar un rato a mi casa con Ismael par
que jueguen. También comeremos unas arepitas dulce
muy ricas. Luego regresamos para ver a tu mami.
La niña la miró impaciente.
— Quiero leche.
Rosaura buscó su cuarto, la vistió y recogió algunas d
us pertenencias; salió con la pequeña en brazos e Ismaeandando a su lado.
Pedro reportó la situación a la policía por si se tratab
de un asesinato y para notificar la presencia de la niña. L
legada de los funcionarios llamó la atención de lo
vecinos, quienes se acumularon en el pasillo para obtene
nformación de lo ocurrido; los que no alcanzaron a subi
aguardaron en el jardín del edificio, esperando el trasladde la difunta.
Ya en su apartamento, Rosaura dio un baño a lo
chicos, los alimentó, y leyó un cuento para ellos. S
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visitante lucía aún asustada, y preguntaba con insistenci
por su madre.
—¿Ya mi mami se despertó?
—No sé mi niña. Creo que se siente un poquito mal,
a van a llevar al hospital para que la examinen. De toda
maneras están intentando ubicar a algún familiar tuyo par
que venga a buscarte y te sientas más tranquila. —Nadie va a venir—declaró Jimena.
En efecto: anocheció y no hubo quien la reclamar
Rosaura recibió la llamada de un funcionario público,
éste le informó que Laura Marina había muerto de un par
espiratorio; según el médico forense, éste había sid
causado por una deficiencia congénita, bajo el estímulo d
un cuadro depresivo, estrés excesivo, o una intensemoción; aunque tales afirmaciones lucían ambiguas, a
menos descartaban las hipótesis de asesinato o suicidi
que Rosaura y el señor Pedro se habían planteado.
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No encontraron en su casa papeles de identificación
algún recibo de inscripción a colegio, número telefónic
de un familiar, o del trabajo de la madre. Los vecino
ampoco sabían sobre la vida de estas dos personas, durante años se limitaron a saludarse sólo cuando s
cruzaban en los pasillos. No vieron entrar visitantes,
mucho menos sabían del padre de Jimena. Esos dos sereparecían estar solos.
—Qué eficiencia la de estos organismos —
eclamaba Rosaura con ironía—. No es posible que n
puedan dar con el paradero de un familiar… alguien po
allí debe andar extrañándolas.
Después de dos meses de espera, una trabajadorocial de la unidad para protección a menores, visitó
Rosaura y le informó que en vista de no contar co
egistros sobre la pequeña, y de no haber recibid
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olicitud alguna de su custodia, la llevarían a un hoga
para niños huérfanos. Rosaura preguntó sobre l
posibilidad de adoptar a Jimena, pero le indicaron que ta
procedimiento podía tomar hasta tres años; ya habíescuchado historias desagradables sobre orfanatos
conocía la lentitud de esos trámites legales, así supuso qu
i declaraban tres años, en realidad serían seis. Debíencontrar una manera de agilizar el proceso, y mientra
pensaba en ello, la niña solía repetir las mismas frases.
—Mi mamá se despertó pero no puede venir
buscarme. Ella quiere que me porte bien contigo porqu
ú eres buena.
Rosaura no hacía mucho caso a los comentarios d
imena, y se concentraba en buscar una manera de obteneu custodia. Le atemorizaba la responsabilidad qu
pretendía asumir, sobre todo porque no contaba con un
ituación económica desahogada, pero más le angustiab
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el futuro de Jimena.
—La vida que yo pueda darle siempre será mejo
Dios me la puso en el camino, y no la voy a dejar.
Jimena seguía a Rosaura a todos los lados de
apartamento, observaba los afanes de su cuidador
emporal, quien se dedicaba a lavar y planchar ropa po
encargo a una abundante clientela. Tenía en una pequeñhabitación las piezas separadas en bolsas grandes, y e
un mesón las prendas ya listas, identificadas con lo
nombres de sus dueños. Jimena se sentaba a mirar,
Rosaura le encomendaba tareas sencillas que ella cumpl
con buena disposición.
Habían transcurrido seis semanas desde e
fallecimiento de Laura Marina. Rosaura se encontrabplanchando cuando Jimena se paró a su lado.
—Mi mami me dice que si me llevas a la casa, ell
me dirá un lugar en el que debes buscar.
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Rosaura la miró con duda, considerando ya com
erias las incoherencias que ella decía. Decidió buscar a
eñor Pedro para indagar más, y llegaron de nuevo a
apartamento; allí observaron que faltaban muchos de loobjetos que habían visto el día del suceso.
—¿Y ahora qué vamos a encontrar aquí?... Ya alguie
e adelantó — dijo Rosaura.Pedro se encogió de hombros.
—Deben haber sido ladrones aprovechándose de l
ituación. Disculpe señora, yo ni siquiera sé qué estamo
buscando; usted fue quien me trajo.
—Buscamos «algo» señor Pedro: un indicio.
Jimena tomó de la mano a Rosaura, la llevó a l
cocina y señaló una tapa de madera colocada en un rincóal lado de la estufa; la mujer la levantó y sólo había al
unos periódicos viejos; los retiró todos y al no encontra
objetos de su interés volvió a cerrar.
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—No cierres, allí está —reiteró la niña.
Abrió de nuevo, puso de lado todos los diarios y toc
el fondo para verificar si había un compartimiento oculto
En efecto, sonaba hueco; forzó la madera con u
destornillador que encontró debajo del fregadero,
apareció una caja llena de papeles y otros objetos.
Rosaura tomó todo, y lo colocó dentro de una caja. —Debemos encontrar alguna pista que ayude a es
niña —insistió.
—Caramba Señora Rosaura —replicó el señor Pedr
—, la verdad es que ahorita yo no me la puedo dar d
detective. Mi esposa se va a poner desconfiada. S
cuando le dije que venía con usted, me preguntó que po
qué me tenía que meter tanto en esto. Además, entramoaquí como ladrones, alguien podría pensar que no
levamos todo lo que falta. Mejor siga usted. Esa muert
no era mía, y a la niñita le tengo cariño, pero no me pued
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esponsabilizar por ella. Bastante tengo con mis cuatr
muchachos.
Rosaura notaba el tono apenado del hombre,
comprendió su argumento. Aceptó entonces que la tare
era sólo suya.
—No se preocupe entonces. Ya me las arreglaré
Pero por favor no diga a más nadie que estuvimos aquni comente a su esposa lo que encontramos.
—Mi boca no se abrirá para hablar de eso.
Luego el hombre recapacitó un poco.
—No crea que no me importa la muchachita, me d
ástima, y sé que a usted le cayó de pronto es
esponsabilidad, pero es que mi situación matrimonia
está un poco revuelta.
—Está bien, pero acompáñeme unos minutos para ve
qué más puedo encontrar.
Registró unas gavetas en la despensa del comedor,
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ólo encontró papeles sin importancia, lápice
despuntados, algunos clips y otra variedad de objeto
nútiles. Dio una mirada a los objetos de la vitrina y pud
conocer el gusto por adornos artesanales, piedraemipreciosas y vasijas utilitarias de gres. El resto de l
vivienda carecía de lujos, pero no sugería falta de dinero
ino un estilo decorativo que ponía en relieve lcreatividad y la sensibilidad de su dueña.
Las gavetas de su mesa de noche contenían un grup
de fotografías, que Rosaura guardó sin detallar. Habí
ambién medicamentos para dolencias convencionale
dolor de cabeza, resfriado común y vitaminas; n
delataban la existencia de alguna enfermedad. S
curiosidad la llevó a revisar el gabinete del baño, perólo halló artículos de cuidado personal y productos d
maquillaje.
—Parece que era una mujer sana