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Annotation
¿Crees en el destino?... El ladróes un carterista experto. Sus víctima
solo son para él extraños, rostros sinombre a los que robar. No tienfamilia, ni amigos, ni relaciones.... Periene un pasado, un pasado del que s
vio obligado a huir tras realizar urabajo aparentemente fácil: atracar a u
viejo rico para robar el contenido de s
caja fuerte, nadie tenía que salir herido.A su regreso a Tokio, el ladrón sverá de nuevo atrapado por loacontecimientos en una intriga de la qu
ni siquiera él podrá escapar.
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Un impactante relato, obra maestrdel ganador del premio Akutagawa d2005, que ahonda, con detalle
apabullante tensión, en el placer demal.
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Fuminori Nakamura
EL LADRÓN
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Traducción: Raquel Muñoz CaridadTítulo original: SURICopyright © 2009, Fuminori Nakamura. All
ights reservedFirst published in Japan in 2009 by KawadeShobo Shinsha Ltd. Publishers
Copyright © 2013 Quaterni de esta edición enengua españolapor acuerdo con Kodansha Ltd.© Quaterni es un sello y marca comercial
egistrados
SBN: 978-84-940301-8-5EAN: 9788494030185
BIC: FH
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QUATERNICalle Mar Mediterráneo, 2 — N-6
Parque Empresarial Inbisa28830 SAN FERNANDO DE HENARES,MadridTeléfono: +34 91 677 57 22Fax: +34 91 677 57 22Correo electrónico: info@quatemi.esnternet: www.quatemi.es
Editor: José L. Ramírez C.Diseño de colección: Quaterni Diseño decubierta: Manuel Dombidau Maquetación:Grupo RC Impresión: Grafo, S.A.Depósito Legal: M-42169-2012
mpreso en España
19 18 17 16 15 14 13 (01)
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Cuando aún era pequeño, a menuda pifiaba en mitad de la acción.
Dentro de tiendas abarrotadas o e
casas ajenas, las cosas que cogífurtivamente se me caían de las manosLas posesiones de otras personas eracomo cuerpos extraños que no sacomodaban a mis manos. Como si epunto de contacto, que era esencialmentprohibido, me rechazase, el cuerp
extraño temblaba débilmente afirmandsu independencia y, antes de que mdiese cuenta, caía al suelo. Y a lo lejosiempre estaba la torre: una simpl
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silueta que emergía entre la niebla comsi fuera una ensoñación del pasado. Perhoy en día ya no cometo ese tipo d
errores. Y naturalmente ya tampoco vea torre.
Un hombre maduro caminaba podelante de mí en dirección al andénlevaba un abrigo negro y una malet
plateada en la mano derecha. Estabseguro de que era el pasajero más ric
de todos los allí presentes. El abrigoasí como el traje que llevaba puestoeran de la marca Brunello Cucinelli. Suzapatos Berluti, probablemente hechos
medida, no mostraban ni la más mínimrozadura. Saltaba a la vista de todos loque lo rodeaban que era un hombradinerado. El reloj de plata que l
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asomaba por el puño de la mangzquierda de la camisa era un Role
Datejust. Puesto que no estab
acostumbrado a coger el tren balaestaba teniendo problemas para compraun billete. Se inclinó hacia delante comenzó a palpar la máquinexpendedora con sus gruesos dedos quparecían repugnantes orugas. En esmomento detecté que llevaba la carter
en el bolsillo frontal izquierdo de lchaqueta.Subí a las escaleras mecánica
manteniendo las distancias y me bajé si
prisas. Me situé detrás de él, con uperiódico en la mano, mientras esperabel tren. El corazón me latía con fuerzaConocía la posición de todas la
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cámaras de seguridad del andén. Comsolo tenía un billete, debía terminar erabajo antes de que él subiese al tren
Me protegí con mi propia espalda de lamiradas de la gente que había a mderecha y me pasé el periódico a lmano izquierda mientras lo ibdoblando; luego lo hice descendeentamente para crear un escudo ntroduje los dedos índice y corazón d
a mano derecha en su bolsillo. La ludel fluorescente se reflejaba levementen el botón del puño de su abrigo y sdeslizaba por el extremo de mi camp
visual. Inspiré suavemente y contuve lrespiración. Pillé entre los dos dedos eborde de la cartera y la saqué. Mrecorrió un temblor desde las yemas d
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os dedos hasta los hombros, y noté quuna cálida sensación se extendígradualmente por todo mi cuerpo. M
pareció como si de entre lannumerables líneas de visión que s
entrecruzaban todas aquellas personasninguna estuviese dirigida hacia mcomo si yo estuviese en un vacíoPreservando el contacto entre mis tensodedos y la cartera, escondí esta dentr
del periódico doblado, que luegrasladé a la mano derecha y finalmentme lo metí en el bolsillo interior deabrigo. Fui exhalando poco a poco
consciente de que la temperatura me ibsubiendo todavía más, y comprobé loalrededores con la mirada. Mis dedoaún retenían la tensión de haber tocad
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un objeto ajeno, el entumecimiento pohaber entrado en el espacio personal dotro. Un hilo de sudor me bajaba por l
nuca. Saqué el teléfono móvil y simulque enviaba un mensaje mientras malejaba.
Volví al torno de acceso y bajé laescaleras grises hacia la líneMarunouchi. De repente se me nubló lvisión de un ojo y toda la gente que s
movía a mí alrededor se volvió borros parecía que sus siluetas se ibadifuminando. Al llegar al andén vi por erabillo del ojo a un hombre que llevab
un traje negro. Pude ubicar su carterpor el ligero bulto en el bolsillo traserderecho de sus pantalones. Por sapariencia y porte deduje que se tratab
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estaban cotilleando sobre alguien riendo a mandíbula batiente. De entrodos los pasajeros yo era el único cuy
objetivo no era simplemente udesplazamiento. Dirigí el dorso de lmano hacia el hombre y agarré scartera con dos dedos. Los otropasajeros me rodeaban a uno y otro ladformando líneas perpendiculares. Dohilos de la esquina del bolsillo los tení
gastados y se enredaban formandelegantes espirales que parecíaserpientes. Cuando el tren se balanceóacerqué mi pecho hacia él como s
estuviese apoyándome en su espalda y lextraje la cartera verticalmente. Lpresión contenida salió al exterior y aexhalar noté que una reconfortant
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calidez fluía por mi cuerpo. Eché uvistazo a mi alrededor, pero nadparecía fuera de lo normal. De ningun
manera iba a cometer un error en unarea tan simple como esta. Me bajé ea siguiente estación y me alejé de all
encorvando los hombros como si tuviesfrío.
Me uní a la lánguida multitud dpersonas y pasé por la barrera d
acceso. Observé a unos quince hombre mujeres corrientes que se concentraba la salida de la estación y calculé quentre todos ellos tendrían uno
doscientos mil yenes. Encendí ucigarrillo y me puse a caminaranquilamente. A la izquierda, detrás d
un poste de electricidad, vi que u
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hombre comprobaba el contenido de scartera a la vista de cualquiera después la guardaba en el bolsill
derecho de su cazadora blanca dplumón. Los puños de la chaquetestaban manchados de negro, suzapatillas de deporte estaban gastadas, o único de buena calidad era la tela dos tejanos que llevaba puestos. Lgnoré y entré en los grandes almacene
Mitsukoshi. En la planta de ropa dhombre, que estaba llena de tiendas dmarca, había un maniquí que llevabpuesto un conjunto a juego; era el tipo d
ropa que lucirían hombres dveintitantos o treinta y pocos añorazonablemente acomodados. El maniqu yo vestíamos igual. A mí no m
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nteresa la moda, pero los que nodedicamos a esto no nos podemopermitir llamar la atención. Para que n
sospechen de ti, tienes que parecer hastcierto punto adinerado; tienes que vestiun engaño, adaptarte al entorno comuna mentira. La única diferencia entre emaniquí de la tienda y yo era el calzadoTeniendo en cuenta que quizá tendría qusalir corriendo, yo llevaba zapatillas d
deporte.Aproveché la calidez del interiode la tienda para estirar los dedosabriendo y cerrando las manos dentro d
os bolsillos. El pañuelo mojado quhabía usado para humedecerme lodedos todavía estaba frío. Mis dedondice y corazón tenía
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aproximadamente la misma longitud. Nsé si es algo de nacimiento o si se fuerodesarrollando así con el tiempo
Quienes tienen el dedo anular más largque el índice utilizan los dedos corazó anular. También hay quien agarra cores dedos, con el dedo corazón po
detrás. Como ocurre con cualquier tipde movimiento, para extraer una carterde un bolsillo también existe u
movimiento ideal y suave. Además deángulo, influye también la velocidad. Ashikawa le encantaba hablar de esta
cosas. A menudo cuando bebía se volví
descuidado y parlanchín como un niñoYa no sabía nada de él. Tal vez yestuviese muerto.
Entré en un retrete medio e
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penumbra de los servicios de lograndes almacenes, me puse un par dguantes finos e inspeccioné las carteras
Para mayor seguridad, tenía por normno usar nunca los servicios de lestación. La cartera del hombre deabrigo contenía noventa y seis mil yenesres billetes de cien dólares, una tarjet
Visa Oro, una tarjeta American ExpresOro, un carnet de conducir, un carnet d
socio de un gimnasio y un recibo dsetenta y dos mil yenes de un elegantrestaurante tradicional japonés. Justcuando estaba empezando a perder e
nterés, encontré una tarjeta de plásticde intrincados colores que no llevabnada impreso. Ya me había encontradcon estas tarjetas anteriormente. So
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para exclusivos burdeles privados. En lcartera del acompañante de clunocturno había cincuenta y dos mi
enes, un carnet de conducir, una tarjetde crédito del banco Mitsubishi, carnetpara alquilar películas en Tsutaya y parun manga-café, varias tarjetas de visitde trabajadoras sexuales y un montón drozos de papel, recibos y similares
También había unas coloridas pastilla
estampadas con dibujos de corazones estrellas. Solo me quedé con los billete dejé lo demás dentro. Una carter
muestra la personalidad y el modo d
vida de una persona, del mismo modque un teléfono móvil. Ambos objetodesvelan, como ningún otro, los secretomás profundos de sus propietarios
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unca vendía las tarjetas porqusuponía demasiada molestia. Si, comsolía hacer Ishikawa, echaba la
carteras en un buzón, la oficina dcorreos se las reenviaría a la policía, ellos las devolverían a la dirección quconstase en el carnet de conducirLimpié mis huellas dactilares y mguardé las carteras en el bolsillo. Aacompañante masculino podría
arrestarlo fácilmente por posesión ddrogas, pero eso no era asunto mío.Justo cuando estaba abandonand
el retrete noté algo extraño en uno de lo
bolsillos ocultos en el interior deabrigo. Alarmado, volví a entrar en eretrete. Era una cartera Bulgari de cuerrígido. En su interior había dosciento
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mil yenes en billetes nuevos. Además dvarias tarjetas Oro (Visa y de otracompañías) también contenía la tarjet
de visita del presidente de una empresbursátil. Era la primera vez que veíanto la cartera como el nombre qu
aparecía en la tarjeta.«Otra vez no», pensé. N
recordaba haberla robado. Pero de todaas carteras que había conseguido aque
día, esta era sin ninguna duda la mávaliosa.
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Tenía un ligero dolor de cabeza, asque me entregué por completo araqueteo del tren. Se dirigía a
aeropuerto de Haneda, pero estabatestado de pasajeros. Entre lcalefacción y el calor que emanaba dos cuerpos de las otras personas, estab
sudando. Contemplé el paisaje exteriomientras movía los dedos dentro de lobolsillos. Grupos de sucias casas iba
pasando en intervalos regulares, como sde un código se tratase. De repente macordé de la última cartera que sustrajel día anterior y, al parpadear, pasó ant
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mis ojos una enorme torre de hierroacompañada de un potente estruendoFue cosa de un instante, pero mi cuerp
se puso tenso. La torre era alta y mpareció como si me hubiese lanzado unmirada indiferente mientras ypermanecía en tensión dentro de aqueren abarrotado.
Al dirigir la mirada al interior devagón, vi a un hombre que parecía esta
otalmente absorto en algo; más quconcentrado, estaba ensimismado, coos ojos entreabiertos, mientra
manoseaba el cuerpo de una chica. Y
pienso que los hombres como ese caedentro de dos categorías: personacorrientes que tienen tendenciapervertidas, o personas tan sumidas e
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a depravación que la frontera entrrealidad y perversión se difumina y laacaba consumiendo por completo
Deduje que este pertenecía al segundgrupo. Entonces me di cuenta de que quien estaba manoseando era unestudiante de secundaria y me abrí pasa través de un hueco en la multitudAparte de mí, el hombre y la chicanadie más se había percatado de nada.
Con mi mano izquierdacalmadamente agarré por detrás lmuñeca izquierda del hombre que estabmanoseando a la joven. De repent
odos sus músculos se tensaron y luegnoté que se iban relajando, tras haberecibido el violento estímulo. Sisoltarle la muñeca, sujeté su relo
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poniéndole encima el dedo índice, abrel cierre de la correa con el pulgar y mo metí en la manga. Después agarré co
os dedos de la mano derecha la carterque llevaba en el bolsillo interioderecho del traje. Al pensar en lposibilidad de que topase con su cuerpoalteré mi movimiento, dejé caer lcartera por el espacio que había entre schaqueta y su camisa y la recogí po
debajo con la mano izquierda. Era uempleado de alguna empresa, de treint tantos años y a juzgar por el anillo qulevaba, estaba casado. Volví a cogerl
del brazo, esta vez con la mano derechaSe había puesto pálido e intentabgirarse hacia mí, retorciendo el cuellmientras se tambaleaba por e
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movimiento del tren. Al notar el cambia sus espaldas, la chica movió lcabeza, dudando sobre si girarse o no
El vagón estaba en silencio. El hombrntentaba abrir la boca para decir algo
como si quisiese justificarse ante mí ante el mundo. Parecía como si algúente malévolo estuviese iluminanddesde lo alto su presencia. Se lestremecía la garganta como si s
estuviese preparando para gritar. Lcorría el sudor por la frente y lamejillas, y tenía los ojos muy abiertopero desenfocados. Tal vez yo tambié
enga esa misma expresión en la carcuando me pillen a mí. Relajé la presiósobre su brazo y gesticulé con loabios: «¡Vete!». El hombre seguía co
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a cara desencajada y no acababa ddecidirse. Con un movimiento de lcabeza le señalé hacia la puerta y él, co
os brazos temblorosos, se giró de nuevhacia delante, como si hubiese caído ea cuenta de que yo le había estad
mirando a la cara. Se abrió la puerta y ésalió corriendo. Se metió entre lmuchedumbre, abriéndose paso empujones, y se alejó apartando a l
gente de su camino.La colegiala, que permanecídentro del vagón, me estaba mirando. Ldi la espalda e intenté contener l
repugnancia que sentía. Me habíquedado con un reloj y una cartera quno me interesaban para nada, y tanto ehombre al que se los había robado com
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a chica me habían visto la cara. Pero amenos podía estar seguro de que eacosador no iría a denunciarme.
Ya había perdido todo el interés eaquel vagón, así que me bajé en lsiguiente estación. Al subir a laescaleras mecánicas vi el semblantánguido de un próspero hombre d
mediana edad, pero pasé por el tornosalí afuera y me apoyé contra la suci
pared de la estación. La tensión ibabandonando mi cuerpo gradualmentePensaba en coger un taxi mientras mcalentaba los dedos dentro de lo
bolsillos. Noté una presencia y al volver l
cabeza vi que había un hombre delgadapoyado contra la pared justo a mi lado
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Llevaba un traje negro del que no pudreconocer la marca y unos zapatos dpiel negros cuya marca tampoc
reconocí. «Es Tachibana», pensé. Mhabía pillado desprevenido, pero mesforcé por contener mi desconcierto. Epelo, que anteriormente había sidrubio, lo llevaba ahora teñido dcastaño. A la vez que me mirabfijamente con los ojos entornados hací
una mueca con sus gruesos labiosPodría haber sido una sonrisa, pero nestaba seguro.
—Creía que solo robabas a lo
ricos. —Al decir esto giró todo scuerpo hacia mí. Tachibana podría nser su verdadero nombre, pero suponíque él sí que conocía el mío. Pensab
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que nos volveríamos a ver en algunparte, pero esperaba que cuando esocurriera sería yo quien lo descubriese
él. Volvieron de nuevo a mi mente todoos recuerdos y tuve que respirar hondo
—Sí, así es. —Quería haber dichalgo diferente, pero estas palabravacías fueron las únicas que se mocurrieron como respuesta a las suyas.
—Pues vaya rollo. Además, ¿acas
os ricos de verdad cogen el tren? Ereun caco, pues birla todo lo que se tponga por delante.
—Me las apaño bien. Así qu
sigues vivo... —Pues claro, te estoy hablando
¿no? A todo esto, te he estadobservando.
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—¿Desde cuándo? —Todo el rato. Desde que l
quitaste la cartera al pervertido. M
sorprendió un poco que no te diesecuenta de que te estaba siguiendo.
Empecé a caminar y él me siguióPasamos por debajo del puente de lavías del tren y me detuve.
—¿Cuánto tiempo hace que estáaquí? —me preguntó Tachibana. Po
alguna razón me estaba mirandseriamente. —Desde hace poco. Al fin y a
cabo en Tokio hay más facilidades.
entre unas cosas y otras. —Pero al estar solo debe de se
más difícil. Yo estoy libre. ¿Y sformamos equipo?
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—No, gracias. No me fío de tuhabilidades ni me fío de ti a la hora drepartir.
En cuanto dije esto, Tachibansoltó una carcajada y volvió a ponersen marcha. Reír adrede tan sonoramentsuele hacer que tu interlocutor se sientncómodo, pero a pesar de que é
seguramente era consciente de ello, nse cortó en hacerlo. Cuando salimos a
otro lado del puente del tren, me parecicomo si a mis espaldas las colosaleestructuras de los grandes almacenes os edificios me estuviesen mirando co
desprecio desde las alturas. Uescalofrío me recorrió la nuca y sidarme cuenta me puse a observar lhierba marchita que asomaba entre e
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hormigón. Tachibana se detuvo, srecostó sobre una alambrada y encendiun cigarrillo.
—Es verdad, yo no soy muy buenoEmpecé robando en tiendas, cuandestaba en secundaria. Robar carteras nera más que una extensión de aquellosolo por diversión. No soy capaz dhacerlo como tú o Ishikawa. Tú birlas lcartera, se la pasas a Ishikawa, él sac
o que haya dentro y luego tú ldevuelves al bolsillo de su propietarioY encima solo le quita dos tercios! D
esta manera la víctima no se entera de l
que ha pasado, y aunque se enterase npodría denunciarlo. Y cómo ontercambiabais los papeles, cambiand
de posición por turnos; haciendo seña
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solo con los ojos. Lo único que podíhacer yo era quedarme mirándoos. Perhoy en día ya no quedan carteristas
¿Aún sigues cambiando de trabajo caddos por tres? Si necesitas algo extra¿por qué no te unes a una bandorganizada, como ya hicistanteriormente, o te dedicas a traficar, algo así? ¿O es que robar carteras hpasado a ser tu ocupación principal?
Debido al contenido de lconversación, no tuve más remedio quacercarme más a él.
—Hace un tiempo estuv
vendiendo falsificaciones. ¿Qué es lque funciona ahora?
—La usura ya no sale a cuenta; hestado usando a unos chavales par
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estafar en transferencias bancarias, perahora lo que se lleva son las accionesAunque yo no soy más que u
ntermediario. —¿Acciones? —Es que he dejado de ser u
cualquiera. La yakuza me da dinero y yse lo paso a otros para que lo inviertanEs increíble la información que tienenEn pocas palabras: tráfico d
nfluencias, de eso se trata. Todo emundo lo hace actualmente. —Tiró lcolilla del cigarrillo y prosiguió—Estoy ganando un montón de pasta
mucha más que tú. Te podría pasar algde trabajo. Solo tendrías que ofrecerleun piso mugriento a unos vagabundos dpor aquí. A cambio de eso haces qu
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ellos abran cuentas bancarias... —No me interesa. —Qué desagradable eres. Com
shikawa. ¿Entonces qué es lo ququieres? —Yo permanecí en silencio—Bueno, ¿es que no me vas a preguntaqué le pasó a ese Ishikawa? —Tachibana me estaba mirando. Ecorazón me empezó a latir más rápido.
—¿Tú lo sabes?
—No —contestó Tachibana, y spuso a reír. La luz del sol que brillabsobre nosotros empezaba a molestarm—. Pero supongo que tuvo algo que ve
con aquello. Que no te quepa dudaAquello fue siniestro. Da miedo cuanden un delito de tal envergadura todo sala pedir de boca. Imagino que entonce
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se metería en algún lío. Pero te voy decir una cosa: deberías irte de Tokioespecialmente de esta zona.
—¿Por qué? —Parece ser que otra vez está
ramando algo. —Nuestras miradas scruzaron. No sabía muy bien cómresponder a su mirada, así que bajé lvista al suelo—. Deberías desapareceantes de que te veas involucrado d
nuevo. —¿Y tú? —Yo estaré bien. De hecho, s
están planeando algo yo ganaré u
montón de pasta. Además, así es cómme gano la vida. A estas alturas ya npienso en salvar mi pellejo.
Tras decir esto se echó a reír, as
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que yo hice lo mismo. Como si sacabase de dar cuenta de que habíestado hablando demasiado tiempo, alz
evemente la mano y giró en el cruce. Ao lejos vi a un hombre alto que parecí
rico, pero yo ya había perdido todas laganas de seguir trabajando. Loedificios de los alrededores mmolestaban, así que me volví a metedebajo del puente. En un envase d
comida para llevar que se estabpudriendo se había ido acumulando aguurbia. Por alguna razón, me dio lmpresión de que era desagradablement
cálida.
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No podía conciliar el sueño permanecí en la cama con los ojoabiertos.
La lluvia que golpeaba la finventana de mi apartamento producía umolesto ruido. Desde la habitación depiso de arriba retumbaba un potentritmo de guitarra que a veces parabavolvía a empezar, y no acababa nunca
o dejaba de pensar en cómo la lluvi
caía desde el cielo y mojaba no solo mhabitación situada en la planta baja deedificio, sino también, naturalmenteodo cuanto la rodeaba.
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El sonido de guitarra pardefinitivamente y lo único que se oía yera el eco de la lluvia. Supuse que el de
piso de arriba se habría ido a dormirMe sentí solo, como si fuera la únicpersona que quedaba en el mundoEncendí un cigarrillo, pero luego vi quen el cenicero aún había otro a medifumar. Mi habitación no era nada deotro mundo, equipada únicamente co
una cama metálica, un armario y unabla de planchar. Las fibras sintéticasobresalían como estacas por loagujeros deshilachados del tatami. M
puse a contemplar mis largos dedomientras repetía una y otra vemovimientos de estiramiento, abriendo cerrando el puño. ¿Cuándo sup
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realmente que era ambidiestro? Le dmuchas vueltas pero no lo recordabaTan pronto me parecía que había sid
así desde siempre, como que había idevolucionando gradualmente hasta llegaa ello.
La lluvia no cesaba, como squisiera privarme de la opción de saliafuera. Pensé en la inmensidad de lanubes en el cielo y en el reducid
espacio en el que yo me encontraba eese momento. Para mostrar moposición, cogí la cajetilla de tabacome puse los calcetines y abrí la fin
puerta de madera para salir al exteriorLa lluvia empapaba las oxidadacolumnas del edificio de apartamentos a bicicleta que estaba tirada en el suel
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como si fuera un cadáver, y hacía que eambiente fuese aún más frío.
Giré en la esquina donde había un
señal de tráfico torcida, caminé junto una fábrica con las escaleras oxidadas uego giré a la izquierda en un cruce e
forma de T antes de llegar a una hilerde casas. Un coche se iba acercandhacia mí a toda velocidad. Pensé que erel vehículo el que tenía que esquivarm
a mí, y efectivamente cuando hice amagde acercarme a él, el conductor dio ucobarde volantazo. Más allá de lopostes de teléfono, una colosal torr
eléctrica seguía recibiendo los azotes da lluvia. Aparté la vista pero er
consciente de que, obviamente, aunquo no la mirase, la torre seguía allí.
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Cuando llegué a la estación, habíun solo taxi vacío empapado por lluvia. El taxista miraba lánguidament
hacia delante, con la mirada fija, comsi estuviese absorto en algo. Subí laescaleras de la estación y cerré eparaguas. Un vagabundo que estabumbado dentro, protegiéndose del frío a lluvia, se me quedó mirando. S
figura estaba totalmente adaptada a
entorno, como si fuese algo obvio que esas horas y en ese lugar aquel hombruviese que estar allí. Me agité al pensa
que la mirada del mendigo se parecía
a de Ishikawa, pero tanto la edad comos rasgos faciales eran los de otr
persona. Sin embargo, el vagabundo nme miraba a mí; mientras yo caminaba é
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no cesaba de mirar hacia un punto justdetrás de mí, como si allí hubiese algoPara distraerme, encendí un cigarrillo
bajé las desgastadas escaleras qulevan al otro lado de las vías.
Entré en un pequeño supermercadabierto las 24 horas para compraabaco y una lata de café. Al entregarl
el dinero, el dependiente lo cogió y mdio las gracias a voz en grito. Ese diner
era el que le había robado el díanterior al pervertido, pero no tenía ndea sobre quién habría sido s
propietario anterior. Pensé que es
dinero había sido testigo de momentode la vida de distintas personas. Quizhabía estado presente en la escena de ucrimen, tal vez luego el asesino se l
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habría entregado al dependiente dalguna tienda, y quizá habría acabado eas manos de una persona honrada.
Cuando salí del supermercado, lluvia me envolvió. Las gruesas nmensas nubes parecían echársem
encima desde el cielo, y poco a poco sme empezó a acelerar el pulso y doblos dedos dentro de los bolsillos
Empecé a imaginar que cogía un tax
para ir hasta un bullicioso barricomercial y una vez allí, metía mimanos en los bolsillos de la gente quaún quedaba por la calle; me situaba e
medio de la muchedumbre y cogía uncartera tras otra, de forma rápida precisa...
Seguía lloviendo y el corazó
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continuaba latiéndome con fuerza, asque pensé que no me quedaba máremedio que darme una vuelta por l
ciudad, pero antes intentranquilizarme. De nuevo volví a subias escaleras de la estación. Decidí quas pisadas que oía persistentemente
mis espaldas no eran más que el eco dmis pasos y me encendí otro cigarrilloEl vagabundo había desaparecido. E
corazón me latía lenta y pesadamenteatravesé el interior de la estación volví a bajar las escaleras. Ante mí, ea rotonda, había un hombre que llevab
un chubasquero y estaba empapado poa lluvia. Las luces delanteras de u
coche blanco iluminaban la neblinosluvia y hacían que las gotas pareciese
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afilados granos dorados, lo que me hizpensar en la connotación punzante de lluvia. Volví a ver la figura dormida de
vagabundo de antes, pero el hombre dechubasquero se había esfumado.
Tuve la tentación de volver a mirahacia atrás, pero me detuve y pensé quno debía haber salido. Sentí la presencide la torre eléctrica, que desde aquí nera visible, y también la de la lluvia qu
no cesaba, y tomé conciencia tanto das enormes nubes que hacían quloviese, como de mí mismo caminand
bajo ellas.
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—Si le robas cien mil yenes a uío que tiene mil millones e
prácticamente como si no le quitase
nada —solía decir Ishikawa a menudoDisfrutaba robando dinero a los ricos, o lo acompañaba. Aunque robas
carteras, no le tenía mucho apego adinero y normalmente se gastaba todo lsustraído ese mismo día.
—Pero sin duda sigue siendo u
delito —le replicaba yo, y él asentía coa cabeza mientras se disponía a seguihablando con una sonrisa en los labios.
Manteníamos estas conversacione
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en el estrecho reservado del viejo bar aque siempre solíamos ir. El propietaridel bar había sido miembro de un
banda de mafiosos, pero nunca hablaben detalle sobre su pasado. No sabícuántos años tenía. Sus brazos y piernaeran delgados, y tenía el cuerpo un pocencorvado, como torcido.
—Si no existiese el concepto dpropiedad, obviamente el concepto d
robo tampoco existiría, ¿no? Mientrahaya en el mundo un solo niñhambriento, todo tipo de propiedad eperversa.
—Pero es un error justificar coeso lo que nosotros hacemos.
—Yo no justifico nadaSimplemente digo que detesto a esa
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personas que están firmementconvencidas de que son personas dbien.
En una ocasión Ishikawa habíconseguido robar una gran cantidad ddinero con un método muy sencilloHabía oído hablar de un hombre mayoque acudía a un club privado con un fajde billetes en un pequeño bolso. Ehombre era el director de un
organización religiosa. Al acabar laasambleas, se encontraba en un estadde ánimo tan exaltado que no podícontrolarse y se iba junto con su
secretarios al club, para acostarse allcon las mujeres. Disfrutabmostrándoles el dinero. Era un hombrdelgado, con ojos saltones, y tenía l
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costumbre de reír enseñando todos lodientes. Ishikawa se compró un bolso dmano similar y esperó a que el viejo
sus secretarios llegaran al club. Cuandse bajaron del coche, chocó contra eque llevaba el bolso y le dio ecambiazo, se guardó el bolso del dinerdetrás del abrigo y en su lugar dejó caeel falso, en el que había metido fajos dpapel. El anciano recogió el bolso de
suelo, gritó a Ishikawa que se alejabdisculpándose, y se metió junto con losecretarios en el edificio gris qualbergaba el club. El bolso contenía die
millones de yenes. —Diez millones... será que l
gustan los números redondos. Pero el tíen el fondo no es mal hombre. Supong
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que en realidad lo que quería erconstruir escuelas en Sudán y ayudar os refugiados, como proclam
oficialmente su asociación religiosa. Amenos en su subconsciente. Así que ye ayudé a realizar el deseo de s
subconsciente —dijo Ishikawa, riendcomo un niño, con una sonrisa de oreja oreja—. Mira, en esos países, habrá umontón de personas que mueren nad
más nacer. Simplemente por el hecho dhaber nacido allí. No tienen ni loportunidad de oponer resistenciasimplemente se caen muertos. En lo
huesos e infestados de moscas. Ldetesto.
No sé si sería verdad o no, segúme contó, le dio un millón de yenes
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una mujer de algún país extranjero qurabajaba en aquel club y que le habí
ayudado, se gastó otro millón ese mism
día y el resto lo envió a una ONGextranjera en la que trabajaba unantigua novia suya.
Ishikawa siempre había sido hábicon las manos y tenía mucha labia. Aprincipio solo robaba carteras cuando lhacía falta dinero; iba cambiand
constantemente de trabajo y, antes dconocerme, formó parte de una famosbanda que se dedicaba a las inversionefraudulentas.
—Siento algo especial cuando mfundo con la gente y atravieso unmultitud. El tiempo tiene diferenteonalidades, ¿verdad? Pues lo mism
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pasa con la tensión al apostar en louegos de azar, o al preparar un fraude
Ese instante en el que transgredes la ley
o cuando te acuestas con una mujer coa que no deberías hacerlo, como l
novia de un mafioso, impregnan tconciencia y la revitalizan. Es algrresistible. Momentos intensos com
esos exigen ser repetidos. Como sadquiriesen personalidad propia. T
suplican: Otra vez, quiero sentir essensación otra vez. Bueno, pues para mo más excitante es robar carteras.
Se dictó una orden de detenció
contra Ishikawa por el asunto de lanversiones fraudulentas. Él huy
primero a Filipinas, y más tarde hastPakistán y Kenia. Para cuando regres
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se había apropiado de la identidad de ufallecido. Obtuvo carnet de conducirpasaporte y certificado de residenci
nuevos y aparentemente era un hombribre.
—Resulta que yo fallecí ePakistán. Así que a partir de ahora mlamo Niimi. Y se supone que cuando tú
me conociste, yo ya me llamaba así. Eun poco complicado, pero no te pued
dar más detalles. Y además también hacosas que es mejor que no sepas.Una de esas cosas sobre las que y
no podía preguntar, era una oficina en l
que aparte de él no había nadie más, y a que acudía de lunes a viernes par
atender el teléfono. Contestaba lalamadas que recibía de vez en cuando
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a las que les daba el nombre de unempresa probablemente ficticia, recogíenvíos postales y recibía las rara
visitas de un hombre que tenía pinta dser funcionario. Las salidas conmigestaban prácticamente restringidas a losábados y los domingos.
A petición de Ishikawa, me pasvarias veces por aquella oficina parayudarle a matar el tiempo. Y fue all
donde vi a aquel hombre. La puerta de loficina se abrió de repente y cuando mgiré sorprendido, ahí estaba. Nada máentrar, apagó la luz y sin decir palabr
recorrió la estancia con la mirada. Ecuanto lo vi, sin saber muy bien por quéme arrepentí de haber ido allí aquel díaEl hombre se adentró en la oficina si
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abrir la boca, en medio de la oscuridad.Tenía el aspecto de una especie d
agente de bolsa, con el pelo negro y la
gafas de sol, pero por alguna razón nconseguía deducir su edad; podría pasapor un treintañero, pero también por ucincuentón. Iluminado por la escasa luque entraba a través de las cortinas, ssombra se extendía sobre la pared de loficina. La sombra, como es natural, s
movía con cada uno de los movimientodel hombre, y el sonido de sus pisadaretumbaba de forma extraña a salrededor. A la vez que miraba
shikawa, el hombre abrió una cajfuerte, sacó de su interior unos diemillones de yenes y se los metió en unmaleta como si tal cosa. Entonce
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dirigió su mirada hacia mí. —Nos volveremos a ver —asegur
ras quedarse un rato mirándom
fijamente.Yo no entendía lo que estab
pasando, así que decidí no abrir la bocao obstante, cuando se hubo ido
shikawa siguió hablando sobre robacarteras, como tratando de evitar que ydijera algo.
—Solo en una ocasión he odiadser carterista. Mira, fue en unexhibición de fuegos artificiales. Muy dvez en cuando se encuentra u
millonario mezclado con esa marabuntde gente, ¿verdad?
Al ver su comportamiento, preferno preguntarle nada sobre aquel hombre
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Supuse que quizá también entraba dentrdel conjunto de cosas que era mejor quo no supiese, así que intenté, sin éxito
borrar su existencia de mi memoria. —Por ejemplo, un hombre d
mediana edad que esté viendo eespectáculo desde el hotel con samante, pero la mujer le pide que bajepara ir a comer fideos yakisoba o parpasear juntos —prosiguió Ishikawa—
Desde pequeño me encantan locastillos de fuegos artificiales. Es unforma de entretenimiento fantástica quncluso los pobres pueden disfruta
gratuitamente. Las chispas se elevahasta el cielo para toda la gente pogual. —A veces Ishikawa tenía un
expresión en la cara tan inocente qu
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hasta le hacía parecer indefenso. Siembargo, en aquella ocasión, con erecuerdo de aquel hombre aún flotand
en el ambiente, no cesaba de miracontinuamente de un lado para otro—Es realmente precioso. Es una de labellezas de esta vida, de este mundo. Ysin embargo nosotros nos aprovechamode esa belleza para conseguir nuestrpropio objetivo, ¿eh? Aprovechando e
despiste cuando todos están fascinadocon esa belleza, nosotros la ignoramos solo nos fijamos en los bolsillos. Eses... no sé cómo decirlo...
Esas fueron sus palabras pero, eo que a mí respecta, los movimientos dshikawa sí que eran dignos de fascina
a cualquiera. Agarraba la cartera co
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res dedos y me la pasaba a mí podetrás; yo sacaba el contenido y cuandse la devolvía él ya había cogido l
siguiente cartera y, sin ni siquiera mirarextendía el brazo y la volvía a meter eel bolsillo de su propietario. Para miojos, los movimientos de Ishikawa erauna de las maravillas de esta vida. Eaquel momento ni se me pasó por lcabeza que aquellas maravillas, tod
aquella habilidad, pudiera desapareceante mis ojos.
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Cuando salí afuera ya había paradde llover, así que dejé el paraguas en lcesta de una bicicleta que había allí a
ado. Me abroché el abrigo, no prestatención al gato que por alguna razón mba siguiendo y entré en u
supermercado.La temperatura dentro era tan alt
que empecé a sudar. Me pareció ver Tachibana, pero enseguida me dije qu
no podía ser él y al soltar un suspiro dalivio me di cuenta de que ldependienta tenía la vista fijada en míMetí en la cesta huevos, jamón y pan
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cogí una botella de agua mineral y mdirigí hacia la caja registradora.
No dejaba de darle vueltas a lo
motivos por los que había regresado Tokio. Quería tener noticias dshikawa, a pesar del riesgo qu
entrañaba volver después de la magnitude aquel suceso violento. Sin embargono estaba seguro de que ese fuera emotivo real. Tal y como se produjero
os acontecimientos, había muchaprobabilidades de que estuviese muertoCon mi regreso, yo corría el mismriesgo.
Apareció ante mi vista una madrcon su hijo y me detuve. La mujer, qulevaba el cabello castaño y estropead
recogido en una cola, le dio un golpecit
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al niño con la rodilla y este, al instantemetió unos filetes de pescado en unbolsa de papel que llevaba en la mano
La bolsa era de otra tienda y en snterior había una toalla. Se me aceler
el pulso y me sentí molesto conmigmismo. El niño cogía los productos cogesto serio para cumplir con laexpectativas de su madre. Me parecique en los movimientos precisos de su
manos había una clara intención devitar ser descubierto y que culpasen su madre por ello. Llevaba puestos unopantalones cortos de color azul, de lo
que asomaban unas piernas flacas, y uncazadora verde con las mangas y lobolsillos raídos. Dentro desupermercado, en el que resonaba u
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alegre hilo musical, la presencia dmadre e hijo llamaba bastante latención. Me quedé parado mirando l
ropa que llevaba el delgaducho niño. Lmujer le pegó, no sé si porque el niñcaminaba demasiado lento. Pese a que lgente que los rodeaba se giró parmirarlos, el niño esbozó una sonrisa. Sme ocurrió que tal vez lo que estuviessintiendo ese niño fuese vergüenza. M
pareció como si su sonrisa fuese un actreflejo para asegurar a la gente que lomiraba que él no era la clase de niñque recibe ese trato por parte de s
madre, ni ella el tipo de madre que hacesas cosas, ocultando así también lvergüenza de su propia madre.
Sin darme cuenta, había empezad
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a seguirlos. En cuanto la madre lvolvió a dar con la rodilla, el niñntrodujo inmediatamente un bote d
fideos instantáneos en la bolsa. Lamanos del niño se movían con rapidezpero la bolsa de papel que llevaba erdemasiado pequeña y comenzaba rebosar. Una mujer de mediana edad qulevaba puesto un abrigo azul marino lo
siguió con la mirada hasta qu
desapareció por la esquina del pasilloSin duda alguna, se trataba de unempleada del supermercado, contratadpara atrapar a los que intentasen roba
sus productos. Parecía que el niño shabía dado cuenta, pero no podídecírselo a su madre.
Me acerqué a madre e hijo
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observé a la mujer de cerca. Era unmujer de aspecto demacrado, con ojorasgados, bien entrada en la treintena. E
chándal rojo que llevaba era nuevopero las sandalias estaban muy suciasSe agachó para observar la sección dbollería, y mientras palpaba loproductos con el dedo, decía algo entrdientes como si estuviese indecisa. Scara no se parecía en nada a la de ella
pero de repente empecé a pensar eSaeko. La mujer cogió una caja dgalletitas saladas y se disponía a llamaa su hijo, pero entonces me vio a m
nclinado a su lado. Estuve a punto ddecirle algo, pero me contuve y empeca levantarme. Sin embargo, la mujer mestaba mirando, como sorprendida
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Mientras contemplaba su cara, lapalabras salieron de mi boca casi regañadientes.
—Os han pillado. —¿Qué? —Me fulminó con l
mirada, tratando de ocultar su miedbajo el enfado. A su lado estaba su hijopetrificado, con aspecto enjuto desdichado.
—La que lleva un abrigo azu
marino, esa que está ahí... es empleadde este súper. Seguro que os ha vistoAhora en todas partes llaman enseguida la policía, así que o lo compras o l
dejas todo en su sitio y te vas.Aunque el pescado y la carn
estaban bien ocultos bajo la toallahabían superado la capacidad de l
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bolsa y por una esquina se asomaba eborde de un abultado paquete daperitivos. Yo me dirigí hacia la caja
me puse a la cola. Había mucha gentesperando para pagar, sudandapelotonados unos contra otros comsardinas en lata.
Salí del supermercado y compré euna máquina expendedora la lata de caf
que me había olvidado de comprar en lienda. Al encenderme un cigarrillo, vque se acercaban por detrás la mujer el niño de antes. El niño abrió e
candado de la bicicleta de su madre y squedó mirando la espalda de esta, quse iba acercando hacia mí.
—¿Tú quién eres? —La muje
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cerró uno de sus ojos, apretando cofuerza en el extremo, y se le contrajo lcara momentáneamente. Repitió ante m
ese tic nervioso. —Simplemente vi que os había
descubierto y fui a decíroslo... —¿Te estás riendo de mí? —
Mientras me lanzaba una mirada furiosavolvió a cerrar el ojo con fuerza—Estoy alimentando a mi hijo como e
debido. No tienes derecho a reírte dmí.Detrás de ella, el niño parecía esta
evaluando el grado de enfado de s
madre. Hablaba con voz muy alta, comsi se le hubiesen cruzado los cablesMientras observaba su cara volví pensar en Saeko.
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Una vez Saeko me dijo: «A vecescuando me dicen que he hecho algmperdonable, me pongo contenta
Aunque no lo haya hecho a propósitoPorque yo le hago cosas desagradables odo el mundo, incluso me hago cosa
desagradables a mí misma». Siemprque se ponía a hablar de algo, Saekbajaba un poco el volumen de su voz.
—No me estoy riendo de ti —l
aseguré, y saqué de la máquinexpendedora la lata de café que acababde comprar—. Yo también he robadcosas... he visto que os han pillado
simplemente he ido a decírtelo. Lnormal sería que me dieses las gracias—La mujer me miraba con los ojos bieabiertos. Pensé que Saeko nunca m
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había mostrado esa expresión. —¿Pero tú quién diablos eres? —Eso da igual.
—¿De qué trabajas? —No tengo trabajo. —A pesar d
que le estaba diciendo la verdad, ellme miraba de arriba abajo. Comsiempre que salía de noche por lciudad, me había puesto expresamentmis mejores galas.
—Pero tienes dinero, ¿noLlámame cuando te sientas solo. Serádiez mil yenes. —Dicho esto, sacó unarjeta de visita del monedero. La tarjet
levaba el nombre de algún club y lfoto de la mujer, pero la dirección y eeléfono del establecimiento estabaachados con bolígrafo y solo quedab
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un número de teléfono móvil—. Mejorbastante con el maquillaje puesto. Mbasta con diez mil yenes.
La mujer agarró al niño del brazoo sentó en el portaequipajes de l
bicicleta y desapareció pedaleando. Eniño no se giró para mirarme.
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Cuando Ishikawa me lo contestábamos en el pasadizo subterráneque pasa por debajo de las vías del tren
Habíamos robado unas cuantas carterasnos repartimos el dinero en el reservaddel bar y habíamos vuelto a salir a lcalle, pero Ishikawa me seguíreteniendo. Hizo intención de entrar eun aparcamiento pero finalmente se pusa andar de nuevo y acabamos entrand
en el túnel. De vez en cuando pasabalguna bicicleta pero por lo demás, esas horas de la noche, en el passubterráneo todo estaba en silencio
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Bajo unos grafiti ilegibles sacumulaban latas de café y desechopodridos de recipientes de comida par
levar. Mientras nos adentrábamos en eúnel, intentaba espantar con la mano lonsectos que pasaban volando ante mi
ojos. Bajo el techo, de poca alturaresonaban levemente nuestras pisadas a grava que arrastraban consigo. Just
en el centro del pasadizo había do
pequeñas bolsas de plástico negras, dcontenido desconocido. Al tocarlas upoco con el pie, el plástico tenía undesagradable elasticidad, como si fues
una masa de carne negra. —Esperaba encontrar un siti
mejor... el bar no estaba mal, pero quizes mejor en la calle —dijo Ishikawa,
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se apoyó contra la pared del túnelAquel día Ishikawa había estadbebiendo más que de costumbre. M
miró a la cara y abrió la boca para decialgo, pero volvió la vista al sueloencendió un cigarrillo y le dio docaladas—. Estoy trabajando para unempresa —prosiguió, sin mirarme a lcara—. Bueno, quizá no sea exactamentuna empresa... en todo caso, esto
metido en algo que no sé muy bien lque es. Tal vez. —En ese momento mpuse en cuclillas y encendí también ucigarrillo. Al agacharme, el faldón de
abrigo quedaba a ras de suelo, así qume lo metí entre las piernas dobladas apoyé la espalda contra la pared—Pero es muy arriesgado... tal y com
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están las cosas. Lo malo no es que mpuedan detener... es que me temo algpeor incluso que la muerte. Es por es
que tengo que escapar ahora, mientrasiga sin conocer los detalles.
—¿Pero de qué me estás hablando? —Escúchame. —En ese moment
apareció un vagabundo en la entrada apasadizo; al vernos se dio la vuelta volvió a salir lentamente, com
arrastrando los pies—. Mientras sigeniendo la impresión de que no es máque un trabajo a tiempo parcial, me eposible escapar. Les dije que me querí
r de Tokio. Ellos ya saben cómo soy que no voy a ir a la policía a contarlenada. Sin embargo se enteró aquel tipoY mira que no soy más que uno de su
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subordinados que quiere dejarlo. —¿A quién te refieres? —A aquel hombre que viste un dí
en la oficina. Parece ser que lo llamaKizaki, aunque ese podría no ser snombre real. Es el jefe de esa empresao lo que sea. —Al oír esto me inquietun poco. Ishikawa prosiguió—: Me dijque me podía ir, pero que antes debícolaborar en algo. Si lo hacía
quedaríamos en paz con el tema depasaporte y todo lo demás. «Porquestoy de buen humor», me dijo. Maseguró que pagaría mi parte, pero qu
e tendría que estar agradecido de povida.
—¿Y de qué se trata? —Atraco a mano armada.
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—¡Qué dices! —Al oírlo sentí quperdía las fuerzas.
—No es lo que piensas. Para se
exactos, solo necesitan unodocumentos. La víctima es un hombrmayor, un inversor, así que simularán uatraco y se llevarán el dinero y lopapeles. Sí, habrá violencia; es lo qusuele pasar cuando esos tíos se ponenerviosos, que se ponen violentos.
—¿Qué tipo de documentos? —Ni idea. —Ahí hay algo raro... es mejor qu
o dejes. —Tiré la colilla a la cuneta
me levanté. —Bueno, pero es que lo important
viene ahora. —Ishikawa tomó aire. Unde las luces del túnel, que había estad
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parpadeando, al final se dio por vencid se apagó del todo—. Dijo que también tenías que participar. El tí
parecía saber mucho sobre ti. —¿Qué? —Me contó que formaste parte d
a banda de Tanabe, ¿no es así? —Ecorazón cada vez me iba latiendo más más fuerte—. También me dio detallede vuestro modus operandi, cóm
conseguíais información sobre lacerraduras de las casas que pensabaiasaltar, si los propietarios tenían o ncaja fuerte, cómo sobornabais a lo
nformadores dándoles un tanto pociento... Me dijo que erais unoauténticos profesionales y que por eso tquería en este golpe. Ese tío sab
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bastante sobre ti. —¿Y qué clase de tipo es? —No lo sé. Yo pensaba que era u
estaferro de la yakuza, pero parece seque no es así. ¿Cómo te lo puedexplicar? Es un hombre muy excéntricoHabla mucho, ríe mucho, y se rumoreque de vez en cuando comete algúasesinato.
Por la entrada del túnel apareció u
hombre joven vestido con traje que ibmurmurando algo. En cuanto nos vio scalló y aceleró el paso, cruzó epasadizo y desapareció por el otro lado
En la atmósfera revuelta que dejó eoven a su paso flotaba un fuerte olor
alcohol. —¿Y no podemos huir...?
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—Está difícil. Parece ser qualgunos de los que intentaron escapar dél, han muerto en el intento. Según h
oído, no escatima esfuerzos. Al menoen ese aspecto sí que se parece a uakuza.
—No te puedes fiar de él...Por encima de nuestras cabeza
pasó un tren, que supuse que sería dmercancías. Estaba tenso y sentía u
ardor punzante en mi interior. Se mocurrió que mi conciencia podría acabapor sentir únicamente esa calidez dentrde mí. Cuando la torre apareció ante mi
ojos, el contorno de las sucias y negrabolsas de plástico tomó forma y sperfiló entre la oscuridad. Me quedmirando esa basura que se asemejaba
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miserables trozos de carne. —Pero si es un atraco a man
armada, entonces... ¿habrá que matar
alguien? Ya sabes que yo... —No, para nada. —¿Cómo que no? —Quieren evitar a todas costa qu
ntervenga la policía. Además, el viejampoco denunciará el robo. Al parece
el dinero viene de la evasión d
mpuestos, y él también correría peligrsi los documentos cayeran en manos da policía. Si matamos al viejo, s
abriría inmediatamente un
nvestigación, y eso no le interesa nadie.
—Pero... sigue habiendo algo rar—concluí. Sin embargo, empecé
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nteresarme por el asunto. Ciertamenteen ese momento, había una calidepunzante en mi interior.
Lo que me impulsaba, más que loproblemas que le podía causar shikawa si huía yo solo, era l
sensación de que algo se encaminaba euna dirección equivocada. En aquellépoca, cuando me veía en la tesitura dener que elegir entre dos opciones
siempre escogía la acción frente a lpasividad, y la opción que me alejasdel mundo. Mientras caminaba podetrás de Ishikawa, me daba l
mpresión de que el tiempo ibcobrando densidad a mi alrededor, y dque algo elástico y tibio me iboprimiendo. Me vino a la mente l
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magen de Saeko y, al salir del passubterráneo, ahí estaba la torre dhierro, en la que no había reparado hast
ahora. La parte superior de la torre serguía en medio de la noche y soportabas inclemencias del frío cielo.
A la hora acordada, Ishikawa llega la estación acompañado poTachibana. No sabía qué tipo d
relación había originalmente entre ellodos, pero a veces Tachibana se unía nosotros cuando salíamos a robacarteras y parecía disfruta
observándonos. Sin mediar palabraentramos los tres en la oficina en la qushikawa siempre estaba solo.
La oficina estaba totalmente vacía
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a no quedaban ni mesas ni sillas. Nosentamos en el suelo y al momententraron tres hombres. Me puse má
nervioso, no había duda de que nohabían estado siguiendo y no smolestaban en disimularlo. Ishikawparecía no conocerlos. Cada uno dellos llevaba una maleta, qudepositaron despreocupadamente en urincón de la estancia, como si hubiese
venido a encargarse de la mudanza. —¿Así que sois vosotros? —dijcon voz ronca el más alto de los tremientras se sentaba en el suelo. Parecí
estar bien entrado en la cuarentena, peras extrañas arrugas que le cubrían e
rostro hacían difícil juzgar su edad—o tenéis pinta de cagarla. Ninguno d
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vosotros tiene cara de santo. Nos lanzó una botella de agua
cada uno y yo me resistí a beber de l
mía pero Tachibana, en cambiocomenzó a beber sin quitarles el ojo dencima. Los otros dos hombrerondarían la treintena, eran de estatura complexión media, y al igual que el máalto tenían en la cara unas llamativaarrugas; uno de ellos llevaba la cabez
rapada y el otro un corte de pelo aestilo militar, y ambos llevaban puestasendas cazadoras algo sucias.
—Ahora os vamos a explicar cóm
rá la cosa, el golpe será hoy mismo —continuó el hombre alto—. Ya sé que eun poco precipitado, pero preferimohacerlo así no vaya a ser que os entre e
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pánico y lo vayáis contando por ahí.así que haceos a la idea. Cada unrecibirá cinco millones de yenes
supongo que no habrá quejas. —Lcantidad era inexplicablemente elevadaMiré a Ishikawa, pero este se mostrabmpasible, igual que Tachibana. Y
decidí permanecer en silencio mientramiraba al hombre que seguía habland—. Supongo que más o menos ya os l
habrá contado Niimi, pero os recuerdque lo más importante es que durante eatraco no digáis ni una sola palabrasolo hablará Niimi.
En cuanto el tipo alto hubo dichesto, se abrió la puerta y entró aquehombre, Kizaki. No solo me pilldesprevenido a mí, los tres hombre
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ambién parecían sorprendidos. Vestíun traje negro de marca para mdesconocida, llevaba puestas unas gafa
de sol y en la muñeca izquierda lucía ureloj de pulsera de marca tambiédesconocida. En el cuello tenía unlamativa cicatriz morada. El hombr
alto se dirigió a él para decirle algopero Kizaki lo acalló con un gesto de lmano.
—Hoy no tengo nada mejor quhacer —explicó, y retorció el rostro eun gesto similar a una sonrisa.
Los hombres enmudecieron y s
prolongó un silencio tan profundo quhasta podía oír mi propia respiraciónSe me contagió el nerviosismo de lores subordinados y seguí con la mirad
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sus movimientos. Kizaki nos observabcon cara alegre en medio de aqueprolongado silencio. Por alguna razó
nexplicable atraía las miradas de todosparecía que de su cuerpo fluyese algouna especie de electricidad quransmitía por el aire. Me notaba la pieensa, dolorida.
—Por fin nos vemos —dijfinalmente, dirigiéndose a Tachibana
orciendo el labio. Parecía animado, ndaba la impresión de ser la mismpersona que yo había vistanteriormente en la oficina. Tachiban
ntentó sonreír para mostrarsmperturbable, pero lo delataba el sudor
Kizaki se dirigió a los otros hombres—Bueno, como esto es muy importante...
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ver, no es que no confíe en vosotros nnada de eso. Hasta ahora habéirealizado a la perfección cualquier cos
que os hemos encargado. Pero a partide ahora hablo yo, ya que tengo tiempibre.
Los tres hombres asintieron con lcabeza y Kizaki se sentó relajadamenten el suelo entre ellos y nosotros. Yenía la garganta seca, así que me llevé
a boca la botella que nos habían dadantes. La distancia que había entrKizaki y nosotros era demasiado corta.
—Lo más importante en un delit
es la planificación. Los que cometen udelito sin ninguna planificación son unodiotas. —Tras decir esto, por algun
razón, Kizaki se me quedó mirando a l
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cara—. Pero si cometen crímenes eprecisamente porque son idiotas. Ealgo inevitable. Pero, por el contrario
as personas realmente brillanteampoco hacen caso de las leyes. O
mejor dicho: si no hubiese leyescometer delitos sería más aburrido¿Entendéis? —Kizaki seguía siquitarme el ojo de encima. Yo no sabíqué decir, así que simplement
permanecí en silencio—. Y despuéviene el coraje. ¿Conocéis la novelCrimen y castigo? Bah, cómo la vais conocer... pues ese Raskólnikov no tení
coraje.Kizaki apenas movió un poco e
cuerpo y, sin girarse, golpeviolentamente al hombre del cort
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militar, que estaba a su espalda. No mesperaba algo así pero me esforcé en nmostrar mi sorpresa. El del corte milita
cayó al suelo y quedó tendido de ladopero Kizaki siguió dándole puñetazos a altura de la oreja, como si quisier
dejarlo clavado al suelo. Un potentsonido retumbaba una y otra vezMientras intentaba respirar lo másilenciosamente posible, algo me decí
que lo mejor era no mover ni umúsculo. —Hay que mantener la calm
aunque veáis algo así de repente.
El hombre al que había golpeado sfue incorporando poco a poco y, con lcara algo hinchada, retomó su posicióanterior. Cuando Kizaki volvió a girars
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supe adónde mirar. La voz de Kizaki, pesar de ser baja, emergía con claridaentre los ecos de la violencia que aú
flotaban en el ambiente. Debajo del trajlevaba una camisa blanca de algun
marca que no reconocí—. Como os vaa llevar en coche, no hace falta qusepáis la dirección, pero tenéis qumemorizar la distribución de lvivienda. Es bastante grande.
En cuanto Kizaki dijo esto, ehombre alto sacó un plano. Le temblabaun poco las manos. Parecía que ningunde los tres hombres había digerido aú
a idea de que Kizaki estuviese allpresente. Tanto el que había sidgolpeado como el de la cabeza rapadpermanecían inmóviles como s
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estuviesen petrificados. Lo único quhacían era mirar fijamente la espalda dKizaki mientras el sudor les caía
chorros. —En esta casa vive el ancian
nversor junto con una mujer, que es algasí como su asistenta del hogar a la veque amante. La esposa del viejo no esten la casa. Es decir, solo hay dopersonas. Antes ya había tenido otra
dos mujeres así, pero se quedaroembarazadas y lo dejaron. También tienuna secretaria, pero esta semana se hcogido vacaciones y está fuera de Japón
»Vuestra misión es intimidar y ataa la mujer para que no suponga uestorbo; es decir: labores de asistenciaSolo Niimi podrá amenazarl
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verbalmente, hablando como si fueschino. Supongo que ya os lo habráexplicado antes. Además, vosotros y
enéis experiencia en atracos a manarmada —Kizaki miró hacia Ishikawa orció el labio; Ishikawa asintievemente—. Como es de esperar, l
amante es muy atractiva, pero ni se oocurra haceros ilusiones. No creo que vosotros os falten las mujeres. Pero e
odo caso, como os vamos a pagar cincmillones de yenes, con eso os podréiirar a todas las que queráis. Sí, l
recompensa son cinco millones. Nad
que objetar, ¿verdad? —Ya era lsegunda vez que nos lo decían, perasentí con la cabeza.
»Los mafiosillos de poca monta d
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por ahí son unos lerdos, no me sirvenEn cuanto ven a una mujer pierden econtrol. Van dejando saliva o semen, l
matan a la mínima, y si la mujer sresiste y les araña le quedan restos dpiel en las uñas. —Cuando dijo esto, lootros tres hombres rieron un poco, comen respuesta—. Y aunque se les repartel botín, siguen haciéndose málusiones. Pero creo que no tengo qu
preocuparme por vosotros. No soiontos y además, según me contó Tanabeishimura no da problemas a la hora d
repartir el dinero. —Hice un esfuerz
por mantenerme impasible, pero npodía evitar que el sudor me corriespor el rostro. Nishimura era mverdadero nombre, y yo no se lo habí
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dicho a nadie en aquella habitación, nsiquiera mis amigos lo conocían. Intentmirar a Ishikawa, pero no pud
establecer contacto visual con él. Kizakdirigió la vista hacia Tachibana y siguihablando—: A ti no te conozco, percreo que no habrá problemas. Ereambicioso. Eso salta a la vista. Lapersonas ambiciosas no arriesgan lvida cuando hay tal cantidad de diner
de por medio. Bueno, mirad el planoAquí está el dormitorio de la mujerSegún las escuchas que hemos llevado cabo, el viejo llama a la mujer para qu
vaya hasta su propia cama, pero émismo no va nunca a la de ella. Por lanto vosotros tres, en cuanto entréis ea casa, os dirigiréis a esa habitación
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ataréis a la mujer. En el caso de que ellno estuviese en su habitación, iréinmediatamente a la del viejo y l
nmovilizáis allí. No tenéis que tratacon el viejo para nada. Centraosimplemente en atar a la mujer. Yaseguraos de que no grite. Así dsencillo.
Cada vez suspiraba más al hablarcomo si estuviese cansado. El hombr
alto hizo ademán de tomarle el relevopero Kizaki lo detuvo con un gesto de lmano. En ese momento, la cicatrimorada que tenía en el cuello parecí
más grande. —En realidad, este asunto es ta
nteresante que hasta me entran ganas dparticipar en él yo mismo. El ancian
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nversor tiene metidos en su caja fuertochenta millones de yenes, fruto de levasión fiscal. Además, también guard
ahí unos documentos que para nosotroson muy importantes. Ellos amenazaráal viejo y harán que les abra la cajfuerte. Vosotros no hace falta quntervengáis en esto y, si puede ser, e
preferible que tampoco miréis. Aunququizá eso sea imposible. A la mayorí
de hombres les pasa con el dinero lmismo que con las mujeres bellas, quse les va la vista inconscientementePara intimidarlos usaréis espada
aponesas. Para atemorizar de verdad alguien son mejores que las pistolasademás no hacen ruido. Luego oentregaré la soga con la que ataréis a l
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mujer. Es el mismo tipo de cuerda quusó hace un mes una banda datracadores chinos. Las ropas, guantes
calcetines que os pondréis también soartículos que solo se venden en China. Yademás una de las prendas en realidaa llevaba puesta uno de eso
atracadores chinos. Mis hombres ya sencargarán de que se les enganchconvenientemente la ropa en una puerta
dejando así muestras del tejido en lhabitación. Como llevaréis puesto ucasco que os cubrirá toda la cara, no sos podrá caer al suelo ni una pestaña
También hemos preparado dos tipos dcalzado: unos con las suelas desgastada otros idénticos a los que usó aquell
banda de atracadores. Todos lo
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miembros de esa banda han sido yiquidados por ciertos tipos de Shinjuku no quedan de ellos ni los huesos
Aunque el viejo decidiese autodestruirscomunicándole a la policía lo de levasión fiscal y los documentos, a lpolicía le costaría mucho trabajo llegahasta la banda de atracadores; y comestos ya están muertos, la investigacióno podría continuar. Es una de la
condiciones para un crimen perfectocamuflarlo como el crimen de alguieque ya no está en este mundo.
»No va a haber ningún asesinato
así que podéis estar tranquilos. Si lhubiese, la policía se emplearía a fond pondrían a investigar a un montón d
detectives. No tenemos ningun
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necesidad de hacer algo tan estúpido. Emejor dejar al viejo y a la mujer vivopara que den información contradictori
a la policía. Y lo más importante es quel viejo no sabe que lo que nosotroqueremos en realidad son esodocumentos.
»No habrá ningún elemento que nodelate —prosiguió Kizaki tras detenerspara inspirar profundamente—. El golp
será realizado con tal precisión que eestos momentos ya se puede decir cootal seguridad que dentro de unas hora
ese viejo se va a quedar sin su dinero
sin los documentos. Aun en el caso dque alguno de vosotros metiese la pata dejase alguna prueba, no hay nada quos relacione conmigo. A partir de ho
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esta oficina dejará de existir. Aunque odetengan y contéis algo, lo único qupodéis decir es que estabai
colaborando con unos misteriosodesconocidos. Y en realidad así es. Si pesar de todo habláis con la policía colaboráis en la investigación, lo máseguro es que paséis una temporada a lsombra acusados de atraco a manarmada. Dentro de la cárcel tenemo
colegas entre los convictos, gente questaría encantada de poder hacernos ufavor. Y si lográis salir con vida, lmuerte os llegará en cuanto pongáis u
pie en la calle. Será una muertrepentina, inesperada, apuñalados pouna mujer en medio de unmuchedumbre, o tras ser disparad
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desde la distancia, o acuchilladsúbitamente dentro de un ascensor poalguien con quien parecía que había
coincidido allí dentro por casualidadEn resumen: lo que tenéis que hacer eno cometer ningún error; no dejar que oatrapen; y finalmente recibir el dinercon gratitud. Eso es todo.
Al acabar de hablar sus labios srelajaron y se encendió un cigarrillo. E
a oficina vacía reinaba el silencio hastque resonó con fuerza el sonidocasionado por el hombre alto al abrisu botella de agua. Al ver a Kizak
fumando me pregunté por qué no habífumado yo nunca en esa oficina. La cardel hombre con el corte militar mparecía aún más hinchada. Tachiban
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omó un poco de aire y abrió la boccomo para vocalizar su oposiciónshikawa permaneció en silencio.
—Me gustaría preguntar un par dcosas, solo para asegurarme... primeroel coche que vamos a usar, ¿es seguro¿Y cómo vamos a abrir la cerradura duna casa tan enorme? Y también... sobrnuestra parte... ¿cuándo nos la pagaréis?
Kizaki se aclaró la garganta co
gesto cansado y apagó el cigarrilloHizo un movimiento con la mano y ehombre alto empezó a hablar.
—El coche es una furgonet
robada, pero un excelente falsificador lha cambiado el número de identificaciódel vehículo. Aunque nos paren en algúcontrol, mi permiso de conduci
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falsificado coincide con los papeles decoche. Y si toman nota del número dmatrícula, como corresponde a u
vehículo que no existe, no pueden llegahasta mí. Además, nosotros ya sabemodónde van a estar colocados hoy locontroles. También conocemos laposiciones de los radares y de lacámaras de reconocimiento automáticde matrículas. ¿Qué era lo otro?
—La cerradura... y también cuándnos pagaréis. —Vuestra parte la recibiréis en l
furgoneta, cuando ya haya acabado todo
Es más seguro, incluso para vosotromismos, que citarnos después ecualquier sitio. En cuanto a la cerraduraa tenemos un duplicado de la llave. E
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una puerta que cuesta bastante de forzar no podemos permitirnos abrirl
haciendo ruido en medio de la noche.
Kizaki se puso en pie y al instantse levantaron los otros tres hombresdando por concluida la reunión. Yquería preguntarle por qué no sencargaban del asunto esos tres tipoque tenía delante, por qué nos lencargaba expresamente a nosotros
pero era incapaz de abrir la boca. —¿Está claro? —dijo Kizaki couna voz débil, como si ya hubiesperdido todo el interés en l
conversación—. Recordadlo bien: nodos los delitos son iguales. Un atrac
a mano armada sin ninguna planificacióes el colmo de la estupidez; la gananci
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es pequeña y el riesgo es enorme. Estores tíos que irán con vosotros anterabajaban así, pero yo les enseñé e
sistema como es debido. Si conoces lforma de investigar de la policía y lutilizas a la inversa, automáticamentobtienes un método para que no tpillen. Lo fundamental es lplanificación. En vez de dedicaros esigilo a cosas sin importancia, usad bie
a cabeza. Obviamente, ahora vais a ir casa de ese viejo, porque yo hordenado que así sea. Mientras dure eatraco, prestad atención a todo cuant
suceda y disfrutadlo, puesto que vais saborear algo que el resto de la gente nexperimentará nunca en su vida.
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A la una de la madrugada nosubimos a la furgoneta y allí dentro nocambiamos de ropa; por alguna razón la
prendas eran de nuestra talla, perdesprendían un penetrante olor corporaLos otros hombres levantaron lalfombrilla del suelo de la furgoneta abrieron una trampilla negra.
—Las espadas están dentro de estasiento de aquí —dijo el hombre alt
mientras introducía nuestras ropas en lcavidad del suelo—. Aquí se puedemeter drogas o cualquier otra cosancluso personas.
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Tras esperar un rato dentro devehículo, al fin se abrió la puerta y ssentó en el asiento del conductor u
hombre al que no había visto nuncaSaludó a los otros hombres inclinandevemente la cabeza y acto seguido pis
el acelerador. La furgoneta recorrió lciudad en medio de la nocheatravesando estrechos callejones deteniéndose de vez en cuando en lo
semáforos.Fumábamos sin intercambiapalabra y mirábamos constantemente poa ventana sin motivo aparente. Y
seguía con mirada indiferente a uhombre que iba en bicicleta, o admiraba elegancia de la pareja de median
edad que circulaba en el coche de a
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ado. Como se acercaba la Navidad, lacasas ya estaban vistosamentluminadas. Había relucientes muñeco
de Santa Claus trepando por las paredese hileras de lucecitas azules, verdes rojas brillaban en todas las casas.
—Este es solo el conductor, así qucuando nosotros nos bajemos édesaparecerá con la furgoneta durantalgún tiempo, ya que no podemos deja
un vehículo sospechoso aparcaddelante de la casa. Si todo sale bien, llamaré al móvil y volverá a traerla
Cuando hayamos cogido el dinero, o
haré una señal con la mano y entoncevosotros salís primero y os volvéis meter en la furgoneta junto con estoíos. Yo me tendré que quedar
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encargarme de algunos asuntos para quno quede ningún cabo suelto, comamarrar al viejo y a la mujer a un
columna, o cortar la línea telefónicapara que no puedan denunciar el atracnmediatamente. En cualquier caso, emportante actuar con rapidez.
Atravesamos un paso a nivel ascendimos sigilosamente una suavpendiente. Tras dejar atrás las luces d
as casas adornadas, cuyas decoracionenavideñas parecían competir entre sí, loscuridad iba poco a poco gananderreno a nuestro alrededor.
—¡Es esa de ahí! —dijo el hombre al mirar hacia donde señalaba vimo
una casa de dos plantas relativamentnueva. Era enorme y su diseño, qu
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enfatizaba el carácter cuadriculado de lestructura, sugería más bien un modernbloque de oficinas. El jardín no era ta
grande como cabría esperar, pero teníun trozo de césped y había unos cuantoárboles plantados de forma asimétricacomo si los hubiesen arrancado plantado de cualquier manera—. Esta ea casa que el viejo tiene en Tokio —
explicó el hombre alto. En el vecindari
había otras opulentas viviendasimilares, y tanto las farolas como losenderos estaban muy bien cuidados.
Nos pusimos el casco dentro de l
furgoneta y nos dieron a cada uno unespada enfundada en su vaina, igualeque las que ellos llevaban. Pero no eraas típicas espadas japonesas, sino má
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bien una especie de toscos cuchillos dcocina, solo que un poco más grandes alargados; un arma que únicament
nspiraba miedo, pues carecía de todmajestuosidad o serenidad. Mientras lfurgoneta se iba desplazando lentamenteos hombres inspeccionaban lo
alrededores. Finalmente el vehículo sdetuvo sigilosamente.
—Primero iré yo solo y abriré l
puerta de la casa —dijo en voz baja ehombre de la cabeza rapada, quielevaba puesta una cazadora verde y n
había abierto la boca hasta ese moment
—. Pase lo que pase, solo hablariimi; vosotros dos no digáis ni un
palabra.El de la cabeza rapada se bajó d
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de seguridad.El de la cabeza rapada metió l
lave en la cerradura y tras abrir un poc
a puerta nos hizo una señal. Nobajamos todos de la furgoneta avanzamos por el césped iluminados poa luz, formando una fila negra, hastlegar al recibidor. Me recordó a lensión que sentía en los tiempos en qu
pertenecía a una banda de rateros, un
ensión que me dejaba la garganta secaLa furgoneta en la que habíamos venidempezó a alejarse silenciosamente. Ehombre alto se aseguró de que habíamo
entrado todos al interior de la casa uego cerró la puerta suavemente.
Tras el recibidor se extendía uoscuro pasillo, frío y silencioso. M
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vino a la memoria la añorada sensacióde extrañeza al entrar en la casa de otrpersona sin haberme quitado lo
zapatos. Siguiendo a Tachibana shikawa, me dirigí hacia la habitació
de la mujer, que se encontraba antes deavabo que había al fondo del pasillo. E
anciano debía de estar en su dormitoridel segundo piso. Los otros hombresubieron por la escalera poco a poco
desaparecieron en medio de loscuridad. Nosotros debíamoencargarnos de inmovilizar a la mujer levarla atada hasta la habitación de
anciano en la planta de arriba. Nos detuvimos ante la puerta d
madera y respiramos hondo. Ishikawfue abriendo la puerta lentamente
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entramos en la habitación. Todo estaboscuro, pero en un rincón del amplidormitorio estaba la cama y sobre ell
se distinguía un bulto. Ishikawa se fuacercando a la cama con unos trozos dcinta aislante, previamente cortados, ea mano. En caso de que la muje
opusiese resistencia, Ishikawa Tachibana la inmovilizarían mientras ya amenazaba mostrándole la espada
Agarré la vaina y contuve la respiraciónshikawa estaba acostumbrado a caminaamortiguando el sonido de sus pisadasPero justo cuando estaba a punto d
aparle la boca a la mujer dormida coa cinta, Tachibana pisó algo y se oyó u
fuerte ruido de plástico rompiéndoseCuando me giré para mirar haci
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Tachibana, oí un susurro ininteligible duna voz femenina proveniente de lcama. Ishikawa tapó la boca de la muje
con una mano e inmovilizó su cabezcon la otra; luego le dijo algo al oídoLa mujer asintió varias veces con lcabeza, pero su cuerpo se seguíretorciendo como por acto reflejo, emitía violentos suspiros mezclados coeves gemidos, hasta que al fin se calm
se quedó en silencio. Ishikawencendió la luz de al lado de la cama Tachibana, para evitar asustademasiado a la mujer, fu
desenfundando su espada poco a pocoLa mirada de la mujer fue de la largespada de Tachibana a los brazos dshikawa y luego hacia mí, que estaba d
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pie ante la puerta. Exhortada poshikawa, la mujer salió de la cama
respirando violentamente por la nariz
Solo llevaba encima una camisola, nlevaba ni siquiera ropa interiorshikawa la hizo sentarse en el centro da habitación y le ató con la cuerda la
manos a la espalda.La mujer era hermosa, alta
delgada. Al tener los brazos atados a l
espalda, los movimientos de sus pechopor debajo de la camisola resultabamás evidentes. Su cuerpo se retorcía eespasmos de terror, y sus largas pierna
ndefensas se extendían por el suelo. Aemer por su vida, había olvidado po
completo su propia anatomía femenina dejaba expuestas todas las curvas de s
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cuerpo, del que se desprendía un aroma perfume. Sumido en el miedo y epeligro, el cuerpo de la mujer, sin qu
ella se lo propusiera, parecía atraernoa todos como si fuese el fuego de lvida. Ishikawa comprobó bajo la luz quos brazos de la mujer estaban bie
atados. Seguidamente le susurró dnuevo al oído, cortó otro trozo de cinta volvió a cubrirle la boca. La figura d
esta bella mujer, iluminada por lámpara, destacaba sobre todo cuanto lrodeaba y, por alguna razón, parecícernirse sobre mí. Me venía a l
memoria una y otra vez la imagen dSaeko. Al darme cuenta de que durantun rato me había quedado mirandfijamente a la mujer, aparté la vista
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oté que Tachibana evitaba tocarla poodos los medios, y tampoco Ishikawa locaba más de lo estrictament
necesario. Ishikawa la cubrió con unmanta de algodón que había sobre lcama, la agarró de los brazos por dondos tenía atados, y la hizo levantars
poco a poco. La mujer subió laescaleras entre Ishikawa, que iba podelante, y Tachibana, que la escoltab
por detrás. El intenso perfume de scabello se mezclaba con el olocorporal de un desconocido qudesprendía la cazadora que yo llevab
puesta.Desde el dormitorio del anciano
en la segunda planta, se filtrabclaridad; también se oían débilment
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unas voces. Al abrir la puerta la luz ercegadora. En la habitación, que era edoble de grande que la de su amante
estaban los tres hombres con las espadadesenfundadas y el anciano de pelcanoso, con los brazos totalmentnmovilizados con una cuerda detrás da espalda, tirado en el suelo como unsecto.
Los hombres nos miraron u
segundo mientras entrábamos con lmujer y luego se giraron de nuevo haciel anciano. Hablaban entre ellos echino, bajo la atenta mirada del hombr
mayor. Nos hicieron un gesto con lmano para que sacásemos las espadasEl anciano no decía nada, únicamentnos observaba furiosamente con los ojo
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muy abiertos. —Abre la caja fuerte, que no t
vamos a matar. —Me di cuenta de que e
hombre alto, en vez de chapurrear eaponés, más bien hablaba como lo harí
un extranjero que lo hablasrelativamente bien, con sutilediferencias en la pronunciación.
—No me... —suplicó el anciancon voz ronca y turbia, similar a
graznido de un ave salvaje. —No me obligues a repetírtelo. —Pero si me matáis no podréi
abrir la caja fuerte —sugirió el anciano
ntentando oponer una débil resistenciapero la voz le temblaba y todo su cuerpestaba empapado de sudor.
—Mi jefe dice que le da igual, qu
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podemos matarte o podemos no matarteSi decidimos liquidarte, nos llevaremoa caja fuerte con nosotros y l
abriremos en el taller. Nos da iguaBueno, me estoy cansando. ¡Hazlo ya!
El hombre del corte militar sacercó indiferentemente al anciano coa espada en la mano.
—¡Que no te salpique la sangrePonte por detrás y córtale el cuello.
—Entendido. —¿De verdad que no me mataréis—gimió el anciano.
—Tú decides.
—Seis, cinco, dos, dos, unoasterisco, asterisco, cero, cinco.
El hombre de la cabeza rapada ssentó frente a la caja fuerte, de colo
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plateado, que estaba empotrada en unestantería que había en un rincón de lhabitación. Introdujo la combinación
a caja se abrió. El hombre alto sacó eeléfono móvil, habló con alguien e
chino y enseguida colgó. Lo que habíen el interior de la caja fuerte era uncantidad mucho mayor que los ochentmillones de yenes que nos habían dichal principio. Tachibana soltó una amarg
risa gutural. El hombre alto le lanzó unbolsa blanca y el de la cabeza rapadfue metiendo el dinero en ella sin decipalabra.
—¡Un momento! ¡Llevaos solo edinero! —gimió el anciano en cuanto ede la cabeza rapada cogió un fajo ddocumentos y sobres.
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