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Portadilla
BECCA FITZPATRICK
MENTIRAS
PELIGROSAS
Traducción de Gema Moral
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Bartolomé
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CréditosTítulo original: Dangerous LiesTraducción: Gema Moral
1.ª edición: diciembre 2015© 2015 by Becca Fitzpatrick © Ediciones B, S. A., 2015Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelon
España)www.edicionesb.com
SBN DIGITAL: 978-84-9069-234-9
Todos los derechos reservados. Bajo lasanciones establecidasen el ordenamienturídico, queda rigurosamente prohibida, siautorización escrita de los titulares del copyrigha reproducción total o parcial de esta obra po
cualquier medio o procedimiento, comprendidos eprografía y el tratamiento informático, así coma distribución de ejemplares mediante alquiler préstamo públicos.
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Notas
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1
1
Unos airados golpes sacudieroa puerta de la habitación de
motel. Permanecí absolutamentequieta sobre el colchón, mi piecaliente, húmeda y pegajosa. A m
ado, Reed atrajo mi cuerpo hacia e
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suyo.Se acabaron los diez minutos
pensé.Intenté no llorar al posar la
cabeza en el cálido hueco del cuellode Reed. Mi mente absorbía hasta
el último detalle, atesorando emomento con mimo para poderevivirlo durante mucho, mucho
tiempo, después de que melevaran.Sentí el loco impulso de huir co
él. A un lado del motel había ucallejón, visible desde la habitaciódonde me tenían encerradaDetalles como dónde íbamos a
escondernos y cómo íbamos a
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evitar acabar en el fondo del ríoDelaware con bloques de cementoatados a los pies me impidieroceder a ese impulso.
Los golpes se hicieron máfuertes. Acercando su cabeza a la
mía, Reed respiró profundamenteambién él intentaba recordarme. —Seguramente habrá
micrófonos en la habitación. —Hablaba tan bajo que estuve apunto de confundir sus palabras coun suspiro—. ¿Te han dicho adóndete llevan?
Meneé la cabeza de un lado aotro, y en su rostro, cubierto de
cortes y con los pómulos hinchados
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expresó desaliento. —Ya, a mí tampoco.Se colocó de rodillas co
cautela, ya que también tenía ecuerpo magullado, y buscó a loargo del cabecero de la cama
Abrió el cajón de la mesita denoche y volvió las hojas de la BibliaMiró debajo del colchón.
Nada. Pero sin duda habíanpuesto micrófonos en la habitaciónNo confiaban en que no habláramode aquella noche, aunque mtestimonio era lo último en lo queestaba pensando. Después de todoo que había aceptado hacer po
ellos, no podían darme siquiera die
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minutos, diez minutos en privadocon mi novio antes de que nosepararan.
—¿Estás enfadado conmigo? —susurré sin poderlo evitar. Estabametido en aquel lío por mi culpa
por culpa de mi madre. Eran suproblemas los que habían acabadopor arruinar su vida y su futuro
¿Cómo no iba a estar molestoconmigo, aunque solo fuera upoco? Su vacilación hizo quesintiera una ira profunda e infinitahacia mi madre.
—No —dijo él entonces. En vobaja, pero con firmeza—. No diga
eso. No ha cambiado nada
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Estaremos juntos. No será ahorapero sí pronto.
Sentí un alivio inmediato y claroNo debería haber dudado de éReed era el hombre de mi vida. Meamaba y me había demostrado una
vez más que podía contar con él.Se oyó una llave en la cerradura
—No olvides la cuenta de Phillie
—susurró Reed con apremio. Lomiré a los ojos. En los segundoque siguieron, mantuvimos unaconversación sin palabras. Con unaeve inclinación de cabeza le dijeque le comprendía.
Después lo abracé con tanta
fuerza que oí cómo se quedaba si
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respiración. Lo solté justo cuando ealguacil Price abrió la puerta de uempujón. A su espalda, dos berlinaBuick de color negro aguardaban eel aparcamiento con el motor emarcha.
Nos lanzó una mirada. —Hora de largarse.Un segundo marshal, al que no
reconocí, condujo a Reed aexterior. Reed echó la vista atrás yme sostuvo la mirada. Intentósonreír, pero solo un lado de laboca se volvió hacia arriba. Estabanervioso. Empezó a latirme cofuerza el corazón. Era el momento
La última oportunidad para escapar
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—¡Reed! —grité, pero él yaestaba dentro del coche. No se leveía la cara tras el cristal ahumadoEl coche abandonó el aparcamientocon un viraje y aceleró. Diesegundos más tarde lo había
perdido de vista. Fue entoncecuando el corazón se me desbocódel todo. Estaba ocurriendo de
verdad. Apreté con fuerza el asa de lamaleta entre los dedos. No estabaista. No podía abandonar el únicougar que conocía. Abandonar a miamigos, mi casa, mi escuela... y aReed.
—El primer paso es siempre e
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más duro —dijo el alguacil Priceconduciéndome al exterior por ecodo—. Mírelo de esta forma. Podrániciar una nueva vida, reinventarsea sí misma. No piense ahora en euicio. Faltan meses para que tenga
que ver a Danny Balando, puedeque años. Sus abogados no harámás que entorpecer el caso. He
visto a abogados defensoreretrasar juicios con excusas tadispares como haber perdido latarjeta para peajes, o un atasco ea autopista Schuylkill.
—¿Retrasar? —Los retrasos llevan a la
exculpación. Por norma general
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Pero esta vez no. Con sutestimonio, Danny Balando acabaráen prisión. —Me apretó el hombrocon convicción—. El jurado lacreerá. Balando se enfrenta a laperpetua sin posibilidad de libertad
condicional, y es lo que recibirá. —¿Permanecerá en prisión
durante el juicio? —pregunté co
nquietud. —Encarcelado sin fianza. Npodrá hacerle nada.
Escondida en un lugar segurodurante las últimas setenta y dohoras mientras esperaba a queprocesaran al camello de mi madre
por un cargo de asesinato en prime
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grado y múltiples cargos poposesión y tráfico de drogas, mehabía sentido como una prisionera.
Durante los últimos tres días, upar de alguaciles de los USMarshals me habían estado
protegiendo en todo momento. Dopor la mañana, otros dos durante edía, y un par más para el turno de
noche. No se me permitía hacer nrecibir llamadas telefónicas. Mehabían confiscado todos loaparatos electrónicos. Me habíaproporcionado un vestuariocompuesto de prendas disparejaque uno de los alguaciles había
recogido del armario de mi casa. Y
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ahora, como testigo principal en ucaso federal pendiente de juiciodado que Danny Balando se habíadeclarado inocente de los cargosestaba a punto de ser trasladada ami cárcel definitiva. Paradero
desconocido. —¿Adónde me llevan? —
pregunté.
Price carraspeó. —Thunder Basin, Nebraska. —Había un levísimo matiz de disculpaen su tono, que me indicó todo loque necesitaba saber. Era unacuerdo de mierda. Yo les estabaayudando a poner entre rejas a u
peligroso criminal y, a cambio, ellos
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me desterraban de la civilización. —¿Y a Reed? —Ya sabe que no puedo
decírselo. —Es mi novio. —Así es como mantenemos a
salvo a los testigos. Ya sé que noresulta fácil para usted, peroestamos haciendo nuestro trabajo
Le hemos conseguido los dieminutos que pidió, saltándonos umontón de normas. Lo último quequiere un juez es que uno influyaen el testimonio del otro.
Me obligaban a separarme de mnovio, ¿y esperaban que les diera
as gracias?
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—¿Y qué hay de mi madre? —Directa, sin emoción.
Price llevó rodando mi maletahacia la parte posterior del Buickevitando deliberadamente mmirada.
—Enviada a rehabilitación. Npuedo decirle adónde, pero si seesfuerza, estará lista para reunirse
con usted a finales del verano. —Los dos sabemos que no eeso lo que quiero, así que dejemoeste juego.
Price se mostró sensato y lo dejócorrer.
Aún no había amanecido y ya
estaba acalorada y sudada a pesa
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de los pantalones cortos y lacamiseta sin mangas. Me preguntécómo podía ir cómodo Price cotejanos y camisa de manga largaNo miré el arma que llevaba ahombro, en la pistolera, pero
notaba su presencia. Me recordabaque el peligro no había pasado. Noestaba segura de que llegara a
pasar algún día.Danny Balando no dejaría debuscarme. Estaba en la cárcel, peroel resto de su cártel de drogacampaba por sus respetos. Podíapagar a cualquiera de ellos paraque cumpliera sus órdenes. S
única esperanza radicaba en darme
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caza y matarme antes de quepudiera testificar.
Price y yo nos metimos en eBuick y él me tendió un pasaportecon un nombre que no era el mío.
—No puedes volver, Stella
Jamás.Toqué el cristal de la ventanilla
con las yemas de los dedos. A
abandonar Filadelfia en las horaque preceden al amanecerpasamos por una panadería. Uchico con delantal barría el umbrade la entrada. Pensé que tal veevantaría la vista y haría unapausa para observarme hasta que
me perdiera de vista, pero no
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nterrumpió su trabajo. Nadie sabíaque me iba.
De eso se trataba.Las calles estaban desiertas y d
un negro reluciente a causa de laluvia recién caída. Oía el chapoteo
del agua bajo los neumáticosntentando no perder por completoa compostura. Aquel era mi hogar
Era el único sitio que conocíaDejarlo atrás me hacía sentir comosi renunciara a algo tan vital comoel aire. De pronto me pregunté ssería capaz de seguir adelante cotodo aquello.
—No me llamo Stella —dije a
fin.
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—Normalmente dejamos que lotestigos mantengan el nombre depila, pero el suyo es poco corriente—explicó Price—. Es una precaucióextra. El nombre nuevo suenaparecido al antiguo, y eso debería
ayudarla a adaptarse.Stella Gordon. Stell-a, Stell-a
Stell-a. Repetí el nuevo nombre
mentalmente hasta que las sílabaencajaron. Detestaba ese nombre.El Buick aceleró al incorporarse a
a interestatal. Pronto vi señalendicando el aeropuerto, y en esemomento, un fuerte dolor meatenazó el pecho. Mi avió
despegaba al cabo de cuatro horas
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Me costaba respirar, el aire senegaba a entrar, se metía aempujones como algo sólido. Mesequé las palmas de las manos eos muslos.
Aquello no parecía un nuevo
nicio. Alargué el cuello para noperder de vista las luces deFiladelfia, o Philly, como decimos
os nativos. A medida que el cocheas dejaba atrás, sentía que mi vidaestaba llegando a su fin.
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El sol iluminaba las llanuras deNebraska, atravesando un banco de
nubes en el horizonte con suntensos rayos rosáceos y doradosEra casi el ocaso y el terreno se
extendía en una interminable
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sucesión de maizales, salpicado tasolo por la elevada silueta de algúmolino de viento o silo de grano.
Atrás habían quedado loesbeltos rascacielos de lucebrillantes, las históricas fachadas d
adrillo de los comercios de la MaiLine, empapeladas de llamativoanuncios, y los exuberantes
cuidados jardines y las carreterasinuosas de los barrioresidenciales. Nada de ajetreo depersonas apresurándose por llegaal metro para ir al centro de laciudad, nada de bocinas de cocheanzando entrecortadas ráfaga
cacofónicas al hacerse más denso e
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tráfico.El alguacil Price y yo pasamo
unto al ganado que pastaba aambos lados de la desiertaautopista espantando moscas coel rabo. Algunas alzaron la
voluminosa cabeza triangular paramirar con curiosidad en nuestradirección, haciendo que me
preguntara cuándo habrían visto ucoche por última vez. Bajé upoquito la ventanilla. El aire queentraba silbando olía a vegetación a algo vivo y extraño. Tres chicosdescamisados, flacos comoalambres, caminaban descalzo
unto a la autopista con cañas de
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pescar apoyadas en los hombrotostados por el sol.
Me parecía oír la voz de mmejor amiga, Tory Bell. Te hanenviado a la tierra de Los chicos demaíz. Peores que los traficantes de
drogas italianos. Aquí no vas adurar ni veinticuatro horas.
—Las clases han terminado ya —
dijo Price—. Todo el verano parahacer lo que le venga en gana. Hatenido suerte.
—Qué suerte —dije. —Aquí estará a salvo.Esperó a que yo respondiera
pero ambos sabíamos que no
estaba a salvo. Todas las mañanas
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me despertaría preguntándome ssería el día en que me encontraríaDanny.
—Vivirá con Carmina SongsterPolicía retirada. Muy competenteSabe la verdad sobre usted y le
servirá de tapadera. —¿Y si no me cae bien? —Carmina le cae bien a todo e
mundo. La llaman Gran. Todo emundo la llama Gran. —¿Y me va a proteger?Price volvió la cabeza para
mirarme desde detrás de las RaBan.
—Un consejo de amigo. Cómo le
vaya este verano dependerá de
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usted. Demonios, podría ser inclusomejor que tolerable. Sé que estáenfadada con su madre...
—No la meta en esto —dijeponiéndome tensa.
—Carmina puede llamarla
cuando esté usted preparada. Tieneel número de la clínica.
Lo fulminé con una mirada
glacial y llena de significado. —He dicho que no quiero hablade ella.
—Tiene derecho a sentirsetraicionada y dolida, pero su madreva a mejorar. De verdad lo creo. Nose dé por vencida. Ahora la necesita
a usted más que nunca.
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—¿Y cuando yo la necesitaba aella qué? —le espeté—. Hacetiempo que dejé de contener ealiento esperando a que mejoraraElla es la responsable de que yoesté aquí, en lugar de estar en casa
con mis amigos en un mundo eque todo tiene sentido. —Me quedésin aliento.
Price guardó silencio unominutos antes de contestar. —Después de presentarle a
Carmina, tengo que regresar, peroella sabe cómo ponerse en contactoconmigo. Llámeme siempre quequiera.
—Ella no es de mi familia. Usted
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no es de mi familia. Así quedejemos esto también.
Se quedó muy callado comprendí que mi comentario lehabía dolido. Estaba poniendo svida en peligro para protegerme, lo
menos que podía hacer yo erademostrarle algo de gratitud. Peroo que había dicho era cierto. Para
él yo era un trabajo. No éramofamilia, yo no tenía familia. Teníaun padre al que no veía nunca que había rechazado la oferta defiscal para entrar en el programa dprotección de testigos conmigo. Nopodía volver a ponerme en contacto
con él nunca más. Y tenía una
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madre en rehabilitación, a la queesperaba no volver a ver jamás. Lafamilia implicaba amorcompromiso, un sentimiento desolidaridad. Cuando menomplicaba vivir juntos.
Recorrimos el resto del trayectoen silencio. Me desentendí de Pricepara contemplar el sol que se
fundía bajo el horizonte. Nomaginaba que él solo pudieraocupar tanto espacio. Allí fuera, siedificios ni bosques ni colinas que loocultaran de la vista, el sol no erauna simple esfera; parecíaexpandirse como tembloroso oro
íquido, como un grueso brochazo
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de pintura sobre la línea dehorizonte.
Había oscurecido ya cuandoPrice tomó un desvío para enfilauna carretera rural. Nubes de polvocubrieron las ventanillas. Lo
baches sacudían el coche y yo ibadando botes en el asiento. Altos retorcidos álamos flanqueaban la
carretera, y por un instante mepregunté cómo sería trepar por sugruesas e inclinadas ramas hastalegar a lo alto de la copa. De niñasoñaba con tener mi propia casitaen un árbol con un neumático pocolumpio. Pero ahora ya era
demasiado mayor para desear esa
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cosas. Vislumbré apenas la silueta de
una casa de dos plantas. Tenía laextensión de césped más grandeque había visto, y álamos que seelevaban por encima del tejado. E
césped daba paso a campoabiertos y más allá no se veía nadamás que un cielo de color zafiro
salpicado de estrellas. Aquella inmensidad resultabacasi abrumadora. Me sentíacompletamente sola. Había viajadohasta los confines del mundo; nohabía nada más allá de aquel lugarSi daba unos cuantos pasos más
caería tal vez por el borde de la
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ierra.Nerviosa por esta idea, abrí de
nuevo una rendija de la ventanillapara respirar aire fresco, pero labrisa era húmeda y pegajosa. Lonsectos nocturnos zumbaban co
un suave y monótono ritmo. Erauna calma inquietante y vacía comoninguna otra que hubiera
experimentado. De repente añoréos sonidos que me eran familiaresJamás me acostumbraría a aqueugar.
Price aminoró la velocidad alegar al buzón, comprobando enúmero con el documento que
sostenía en la mano. Tras confirma
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que era la casa correcta, enfiló esendero de entrada de unamponente casa de tablillas blancas
La casa tenía porche tanto en laplanta baja como en la primeraplanta, con dos barandillas blanca
que recorrían la fachada en toda songitud. Una enorme banderaamericana colgaba de la segunda
ondeando suavemente bajo labrisa. Varias banderas mápequeñas clavadas en el céspedtrazaban un camino desde loescalones del porche hasta esendero de entrada que discurría ao largo de la casa. Al final de
sendero, montones de vistosa
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flores crecían en toneles de whisky —Hemos llegado —dijo Price
apagando el motor. Accionó laapertura del maletero, dondeaguardaba mi maleta.
Sabía que tenía que bajarme de
coche, pero mis piernas se negabaa moverse. Miraba la casafijamente, incapaz de imaginarme
allí dentro. Pensé en mi verdaderacasa. El año anterior, como regalode cumpleaños (o más bien paradisculparse por no haberme inscritoen la autoescuela porque estabademasiado ocupada colocándose, casualmente el momento había
coincidido en el tiempo), mi madre
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había contratado a un decoradopara que me cambiara lahabitación. Yo lo había elegidotodo. Estanterías pintadas deblanco, una araña de luces de estilovintage, paredes de color azu
iffany, y un escritorio victoriano decaoba que habíamos comprado enuestro último viaje a Nueva York
Mi diario seguía guardado bajo llaveen el cajón superior. Mi vida estabaallí. Todo estaba allí.
Cuando salíamos del coche, unamujer se levantó del columpio deporche y descendió los peldañosLos tacones de sus rojas bota
camperas sonaron con fuerza sobre
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a madera envejecida. —Ha encontrado el sitio —dijo
Llevaba tejanos entremetidos eas botas y una camisa de telavaquera con unos cuantos botoneabiertos en el escote. Los cabello
plateados le llegaban justo hastaos hombros. Nos examinó copenetrantes ojos azules—. Estaba
disfrutando de un vaso de limonadaescuchando a las cigarras. ¿Leapetece beber algo?
—Es una oferta que no puedorechazar —replicó Price—. ¿Stella?
Miré a uno y a otro. Ellos meobservaron con sonrisas contenidas
Sentí que empezaba a darme
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vueltas la cabeza y parpadeé unacuantas veces, intentandoenderezar el mundo. Las botarojas de la mujer empezaron a davueltas como un caleidoscopio comprendí que había perdido la
batalla. De repente me encontrabade vuelta en Philly, con un hombredesangrándose en el suelo de
nuestra biblioteca y la pared defondo salpicada de tejido humanoSentí el peso de la cabeza de mmadre en mi regazo y unos sollozoextraños, histéricos brotándome dea garganta. Oí sirenas de policía ea calle y la sangre que me
zumbaba en los oídos.
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—¿Quizá prefieres que teacompañe a tu habitación, Stella—dijo la mujer, sacándome de misrecuerdos.
Sentí que me tambaleaba y Pricme sujetó por el codo.
—Llevémosla adentro. Ha sidoun viaje largo. Una noche dedescanso hará maravillas.
—No —dije, recobrándome losuficiente para desasirme de él. —Stella... —¿Qué quiere de mí? —le
espeté, encarándome con él—¿Quiere que beba limonada y mecomporte como si todo esto fuera
normal? No quiero estar aquí. Yo no
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he pedido esto. Todo lo queconozco ha desaparecido. ¡Nunca..nunca se lo perdonaré! —barbotéas palabras antes de que me dieracuenta. Tenía el cuerpo tenso ysudoroso. Me froté los ojos
negándome a llorar. Al menos hastaque estuviera sola y pudiera correel riesgo de desmoronarme. Me
clavé las uñas con fuerza en lapalma de la mano para arrancar edolor de mi corazón y concentrarloen un lugar más soportable.
Antes de llevar mi equipajehasta la casa, vi a la mujerCarmina, apretando los labios, y a
Price dedicándole una mueca de
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Puede que lo que necesite ahorasea dormir —dijo Carmina.
—No puedo ser el único que estáagotado —convino Price denmediato.
Yo no estaba cansada, pero
tenía tantas ganas de encerrarmetras una puerta como ellos, así queno discutí. Me daba igual que me
hiciera parecer obediente. Carminatardaría muy poco en darse cuentade que, por mucho que eDepartamento de Justicia mehubiera dado una nueva vida y unatapadera, yo no iba a fingir queestaba de acuerdo con todo
aquello.
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El interior de la casa olía a aguade rosas. El bonito papeestampado en flores de las paredese iba despegando, y en la sala deestar vislumbré unos sofás de raídapana azul. Sobre la chimenea
colgaba la cabeza de una especiede ciervo con astas. Jamás habíavisto nada tan rústico y hortera.
Carmina encabezó la marcha poa gastada escalera. En la paredhabía agujeros de clavos, pero loretratos se habían quitado. Poprimera vez sentí curiosidad sobreCarmina. Quién era. Por qué vivíasola. Si antes tenía familia y qué
había pasado con ella. Pero
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deseché las preguntas al instanteAquella mujer no significaba nadapara mí. Era una sustituta de mmadre proporcionada por egobierno hasta que yo cumpliera lodieciocho años a finales de agosto
egalmente pudiera vivir por mcuenta.
Al final de la escalera, Carmin
abrió una puerta. —Dormirás aquí. Hay toallaimpias en la cómoda y lo básicopara el aseo personal en el cuartode baño de al lado. Mañanapodemos pasar por la tienda comprar lo que haga falta. E
desayuno es a las siete en punto
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¿Alguna restricción en la dieta quedeba conocer? ¿No serás alérgica aos cacahuetes, no?
—No. —Pues hasta mañana entonce
—dijo ella, asintiendo complacida—
Que duermas bien.Carmina cerró la puerta y yo me
senté en el borde de la cama
ndividual. Los muelles emitieron uchirrido discordante. La ventanaestaba abierta y entraba una brisacálida y húmeda. Me pregunté poqué Carmina no ponía el aireacondicionado. No pensaría dejaas ventanas abiertas todas la
noches, ¿no? ¿Eso era seguro?
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Cerré la ventana, eché el pestilloy corrí las cortinas de algodón azude un tirón, pero inmediatamente eaire caliente se hizo sofocante. Meevanté el pelo para abanicarme ecuello. Luego me quité la ropa y m
dejé caer de nuevo en la cama.La habitación era pequeña, co
as dimensiones justas para da
cabida a la cama y la cómoda deroble. El techo a dos aguas hacíaque las paredes parecieran cernirseaún más sobre mí. Seguí con lamirada el rastro de rectánguloazules en el techo deslucido dondeos pósters, ahora desaparecidos
habían conservado el color origina
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de la pintura. Pintura azul, cortinaazules, sábanas azules. Y upolvoriento guante de béisbol en eestante superior del armarioabierto. Allí debía de haber vividoun chico. ¿Adónde se habría ido?
A algún lugar muy lejano, siduda. En cuanto yo cumpliera lodieciocho también me iría lejos de
aquel lugar.Metí la mano en el bolsillodelantero de mi maleta y saqué upuñado de cartas. Contrabando. Sesuponía que no debía llevaconmigo nada de mi antigua vidanada que constituyera una prueba
de que procedía de Filadelfia,
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sentí la emoción de aquellapequeña rebeldía, aunque fueraaccidental. Llamadme sentimentapero últimamente llevaba conmigoas cartas de Reed a todas partesCuanto más inestable se iba
volviendo mi vida familiar, másconsuelo encontraba en ellasCuando me sentía sola, me
recordaban que tenía a Reed. Él mequería. Él me apoyaba. Hasta hacíatres noches, tenía las cartaguardadas en el bolso. Las habíapasado a la maleta para evitar queas descubrieran. Algunas erarecientes, pero otras se
remontaban a dos años atrás
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cuando Reed y yo habíamoempezado a salir juntosPrometiéndome a mí mismaracionarlas, agarré una de laprimeras y devolví el resto a sescondite.
ESTELLA,
NO SÉ SI ALGUIEN TE HABRÁ DEJADO ALGUNA VEZ UNA NOTA DEBAJO DE
LIMPIAPARABRISAS, PERO ME HPARECIDO QUE SERÍA DE LA CLASE DCOSAS QUE TE PARECERÍA ROMÁNTICA.
¿R ECUERDAS AQUELLA NOCHE EN E
TREN, CUANDO NOS CONOCIMOS? NO TLO HE DICHO NUNCA, PERO TE HICE UN
FOTO A ESCONDIDAS. FUE ANTES DE QUTE DEJARAS EL MÓVIL EN EL ASIENTO
YO FUI TRAS DE TI PARA DÁRTELO
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(TODO UN HÉROE QUE SOY). BUENO, ECASO ES QUE FINGÍA MANDAR MENSAJEPARA QUE NO TE DIERAS CUENTA DE QU
TE HACÍA UNA FOTO. AÚN LA TENGO EEL MÓVIL.
TE QUIERO. AHORA HAZME EL FAVODE DESTRUIR ESTO PARA QUE PUED
CONSERVAR LA DIGNIDAD INTACTA.XR EED
Apreté la carta contra mi pechy noté que se relajaba mrespiración. Por favor, que puedavolver pronto a verlo, rogué esilencio. No sabía cuánto tiempo meservirían las cartas para seguiadelante. Pero la carta de aquella
noche había cumplido con s
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cometido; la sensación de soledadabandonó mi cuerpo, dejándomecon un profundo agotamiento físico
Me tumbé de lado esperandodormirme enseguida. En cambiocada vez era más consciente de la
silenciosa quietud. Era un sonidovacío, esperando a ser llenado. Mmaginación no perdió el tiempo
nventando explicaciones para loeves crujidos de las paredes, quese encogían al disiparse el calodiurno. No podía borrar de mmente la imagen de los negros ojode Danny Balando cuando acabésumiéndome en un intranquilo
sueño.
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3
3
El ruido sordo de un cortacéspedentraba por la ventana de
dormitorio, que había abierto emedio de la noche tras despertarmemareada de calor y bañada e
sudor. El zumbido del motor se fue
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acercando, pasó justo debajo de laventana y se alejó hacia el extremomás alejado del césped. Entreabrun ojo soñoliento y encontré el relode la mesita de noche.
Al instante me sentí invadida po
a ira y la indignación. Aparté lasábanas de una patada, asomé lacabeza por la ventana y grité:
—¡Eh! ¿Ha visto la hora que es?El tipo que empujaba ecortacésped no me oyó. Cerré ladesvencijada ventana con un golpeAmortiguó el ruido mínimamente.
Le hice la peineta al tipo. No lovio. Los primeros rayos de
amanecer asomaban por detrás de
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él, iluminando miles de motas depolen y mosquitos que zumbabaen torno a su cabeza como un halomientras empujaba el cortacéspedpor el jardín de Carmina. Tenía lapunta de las botas manchadas de
verde por la hierba, y llevaba usombrero vaquero tostado caladosobre los ojos. También llevaba
auriculares en las orejas y le vmover los labios siguiendo la letrade una canción.
Me metí un camisón por lacabeza y salí al pasillo.
—¿Carmina? —Caminsilenciosamente hasta el final de
pasillo y llamé a la puerta de s
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dormitorio.La puerta se entreabrió.
—¿Qué ocurre? ¿Qué quieres?Su habitación estaba tan oscura
que no le veía la cara, pero detectéa preocupación en su voz y oí que
buscaba algo a tientas en el sueloseguramente la ropa.
—Hay alguien cortando e
césped.Ella dejó caer la ropa y seenderezó.
—¿Y? —Solo son las cinco. —¿Me has despertado par
decirme qué hora es?
—No puedo dormir. Hace
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demasiado ruido.Los muelles del colchón crujiero
cuando ella se sentó en la camadejando escapar un suspiro deexasperación.
—Chet Falconer. Vive carretera
adelante. Quiere acabar el trabajoantes de que apriete el calor. Bienpor él. ¿No tienes uno de eso
aparatitos de música? Ponte unacanción y no le oirás. —No me permitieron traerme e
Phone. —Un iPhone no es lo único po
aquí con lo que se puede escuchamúsica. Prueba en el cajón de
abajo de la cómoda de t
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habitación. Y ahora vuelve a lacama, Stella.
Se inclinó hacia delante y mecerró la puerta en las narices.
Erguí la espalda y volví a mhabitación caminando envarada
Eché una mirada malévola por laventana, observando a CheFalconer mientras terminaba otra
hilera y le daba media vuelta acortacésped. Desde aquel ángulono podía verle la cara, pero unamancha de sudor le habíaempapado la parte delantera de lablanca camiseta, y cuando sedetuvo para enjugarse la cara co
a manga, el borde de la camiseta
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se levantó, dejando al descubiertoun firme estómago. Tenía losbrazos bronceados y musculosos, daba golpecitos con el pulgar en emango del cortacésped para seguiel ritmo de la música que estuviera
escuchando. Era obvio que habíaempezado la mañana bebiéndoseuna cafetera entera. Dado que yo
no podía decir lo mismo, me limitéa mirarle con el ceño fruncido. Senta tentación de abrir la ventana ygritarle alguna obscenidad, peroentre los auriculares y ecortacésped era imposible que meoyera.
Me tumbé boca abajo sobre la
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cama y apreté la almohadafuertemente sobre mi cabeza. Ecortacésped seguía zumbando através del cristal de la ventanacomo un insecto furioso. Siguiendoel consejo de Carmina, abrí de u
tirón el cajón inferior de la cómoday estuve a punto de atragantarmede risa.
Dentro había un walkman Sonycon radio AM/FM y reproductor decasetes. Le soplé encima paraquitarle el polvo, pensando que nohabía viajado hasta Nebraska sinoal siglo anterior.
Revisé las cintas de casete
esparcidas por el fondo del cajón
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eyendo las etiquetas escritas amano: Poison, Whitesnake, VanHalen, Metallica.
¿Carmina tenía un hijo? ¿Eraaquel su dormitorio antes de quesabiamente, se hubiera pirado de
hunder Basin?Elegí Van Halen, porque era la
única cinta que no necesitaba
rebobinarse. Le di al play, meacurruqué bajo las sábanas y subel volumen hasta que dejé de oír ezumbido del cortacésped de CheFalconer.
Bajé a la cocina a las diez
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siguiendo el olor a bacón y huevopara encontrar el camino. Norecordaba la última vez que habíacomido bacón con huevos. EDisneylandia, seguramente, cuandotenía siete años, acompañando
unas tortitas en forma de MickeMouse. La idea de comer en unamesa con platos auténticos, por no
hablar de que alguien cocinara paramí, era impensable. Mi desayunonormal consistía en un latte coeche desnatada y gachas de avenantegral del Starbucks. Me lotomaba en el coche de camino aclase.
Cuando entré en la cocina
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encontré la mesa limpia y la comidhabía desaparecido. A través de lapuerta con malla metálica queconducía a la parte de atrás, vi aCarmina de rodillas en el jardínarrancando malas hierbas. A juzga
por la enorme pila que tenía aado, llevaba allí un buen rato.
—Creo que me he perdido e
desayuno —dije, acercándome. —Eso parece —replicó sin alzaa vista.
—¿Me ha guardado algo? —Que yo sepa, el bacón y lo
huevos no saben bien fríos. —Vale, lo capto. Si te duermes
te lo pierdes —dije, encogiéndome
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de hombros. Si creía que iba asalirse con la suya matándome dehambre, es que no tenía muchaexperiencia como madre. Yo podíapasar perfectamente con una tazade café. No sería la primera vez—
¿Cuándo se come? —Cuando hayamos ido a
presentar unas cuantas solicitude
para trabajos de verano. —No quiero trabajar. —Las clases han terminado, as
que la mayoría de los trabajos deverano ya se ha cubierto, pero algote encontraremos —prosiguió ella.
—No quiero trabajar —repetí co
mayor firmeza. Jamás había
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trabajado. Mi familia no era dedinero (no vivíamos en una grafinca en la Main Line, y no podíavestirme habitualmente al estilo deJackeline Onassis), pero tampocovivíamos al día. Mi madre había
sido presentada en sociedad eKnoxville, y aunque se habíagastado todo lo que podía
considerarse como su dote, paraella era importante mantener laapariencias. Simplemente no podíapermitir que me vieran trabajandoMi padre era director en unaempresa de capital riesgo, y tradivorciarse de mi madre hacía má
de dos años, la había dejado co
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dinero suficiente para que notuviera que trabajar. Hasta hacíaunos cuantos días, yo vivía con mmadre en un barrio residencial, euna bonita casa de piedra griubicada al final de una larga calle
sin salida flanqueada de árbolesDadas las circunstancias, no habíatenido la motivación ni el deseo de
sudar la gota gorda por el salariomínimo. Y desde luego no estaba
acostumbrada a recibir órdenes. Mmadre era más una compañera depiso que una madre; a menudoéramos como barcos que se cruza
en la noche. Hacía años que nadie
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me decía qué debía hacer.Carmina se sentó en cuclillas
me miró de frente. —¿Qué vas a hacer durante todo
el verano, niña? ¿Estar de brazocruzados compadeciéndote de t
misma? No será bajo mi techo. Unachica de tu edad tiene que aprendea valerse por sí misma.
Me pasé la lengua por lodientes, sopesando mis palabras. SCarmina quería pelea, podíacomplacerla. Pero si ella, que eraadulta, me incitaba a pelearparecía lógico pensar que tenía unantención oculta. Quizá creía que s
yo me ponía a gritar y a chillar y
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sacaba de dentro todo mi dolor, derepente me convertiría en unapersona nueva. Una persona quequisiera pasar el verano en ThundeBasin. Una persona que quisierahacerle la vida fácil a Carmina.
—De acuerdo —dijeesforzándome por hablar coserenidad—. ¿Qué tipo de trabajo
cree que puedo conseguir?Carmina frunció el ceñodemostrando que mi suposición eracertera. Esperaba que yo merebelara, que me desahogaradescargando mi ira. Quería que lohiciera. Pues tenía una mala noticia
para ella. La poli jubilada había
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perdido su perspicacia. No me teníacalada. Y a mí no se me ocurría unvictoria mayor.
—Bueno —dijo por fipensativamente—, puedes servicomidas. He oído que el Sundow
Diner busca camarera para sdrive-in. O podrías trabajar en lomaizales; siempre andan buscando
peones. Pero es un trabajo duro ycaluroso y se trabajan muchahoras por un salario que no es nadadel otro mundo.
—De acuerdo —dije, todavía fríay serena—. Voy a darme una duchay a prepararme.
Al llegar a mi habitación ya
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había cambiado de opinión sobre etrabajo. Seguramente lo iba adetestar, pero no podía ser peoque estar todo el día en casa sihacer nada con Carmina. Ademástenía la sensación de que estaba
convencida de que una mocosamalcriada y maleducada como yoba a fracasar en cualquier trabajo
manual, estaba dispuesta ademostrarle que se equivocaba. Utrabajo de verano no podía ser tadifícil. Hacer hamburguesas eraasqueroso, pero no se necesitabaser ingeniero. Y si conseguía etrabajo del restaurante, tendría aire
acondicionado. Seguro que
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Nebraska había adoptadosemejante comodidad moderna.
Me pareció algo irónico que yoa típica princesita del castillo de lacolina, me viera obligada a adoptael disfraz que menos deseaba, el de
criada pobre y trabajadora. Mepregunté si el alguacil Price y eresto de sus amigos de
Departamento de Justicia lo habríaplaneado todo para darme unaección de humildad. Seguramenteo encontraban divertido«Adelante, chicos. Reíros todo loque queráis. Cuando todo estotermine, seguiréis llevando traje
baratos y tratando con la escoria
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Mientras tanto, el gobierno tendráque descongelar las cuentas de mfamilia, yo recuperaré mi dinero, este humillante verano no seránada más que un recuerdo lejano.»
Media hora más tarde salía de
cuarto de baño con los cabellohúmedos y la piel impregnada deolor barato de Ivory. Llevaba unos
tejanos cortados y una camisetablanca sencilla. No me había puestomás maquillaje que unos rápidotoques de crema hidratante y upoco de brillo labial. Aunque habíatanta humedad que no necesitabaninguna de las dos cosas.
Carmina se había trasladado a
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ardín delantero para seguiarrancando hierbajos. Estabaarrodillada junto al macizo de floredel final del sendero, arrojandohierbajos en un cubo. Cuando cerréde golpe la puerta del porche, alzó
a mirada bajo la ancha ala de ssombrero de paja.
—¿Qué clase de trabajo espera
conseguir vestida así? —preguntósentándose en cuclillas paraexaminarme.
—Me da igual. —Si te da igual, tendrás qu
conformarte con lo que no quieranadie más.
—Alguien tiene que hacerlo.
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—Veo que las ganas no tefaltan. Bueno, pues sube a lacamioneta.
En el sendero había una viejacamioneta Ford con la pintura azudesconchada. Me subí en el asiento
del copiloto tras abrir con dificultada pesada puerta. El interior deambas puertas estaba oxidado y e
relleno de espuma asomaba por loasientos rajados. La guanteraestaba abierta. Intenté cerrarlapero el mecanismo de seguridaddebía de haberse roto, por lo que latapa volvió a abrirse de golpe en lamisma posición que la había
encontrado. Puse los ojos e
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blanco, esperando que la siguientesorpresa no fuera una ratacorreteando por mis pies.
—Estoy impaciente por pedirteprestada esta chatarra —dijesarcásticamente por lo bajin
cuando Carmina se acomodó tras evolante.
—Cómprate tú una camioneta
Para eso se gana un salario. —Apretó el pedal del acelerador, giróa llave del contacto y el motocobró vida—. Me compré estacamioneta con el sueldo de mprimer trabajo. Fue agradablesentirse una mujer independiente
Por nada del mundo te privaría de
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esa satisfacción. —¿De qué año es? —Del 79.Solté un silbido.
—Es más vieja de lo qupensaba.
—¿Eso es lo que crees? —Se riocon ganas—. Niña, ¿no te ha dichonadie que eres tan viejo como te
sientes? A juzgar por esa cara largay mustia que tienes, no soy la quetiene que preocuparse.
Cuando bajábamos por ecamino de grava que conducía a lacalle asfaltada por la quelegaríamos al pueblo, pasamos po
delante de una casa de dos planta
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de ladrillo rojo a la sombra de ubosquecillo de álamos. Habíamacetas de flores colgadas en eporche y el estilo arquitectónicotenía el encanto, y el potencial, deuna casa de huéspedes rural.
En ese momento, Chet Falconeapareció por una esquina de la casalevando una caja de herramienta
oxidada en una mano y una escalaen la otra. Tampoco entonces leveía el rostro, pero reconocí esombrero vaquero y la camisetablanca.
—¿Qué edad tiene? —pregunté. —Diecinueve. —Un segundo
después, Carmina me miró a lo
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ojos como si de pronto hubierapercibido algo importante—. Ohno. Ni hablar. Ni se te ocurra. Esechico ya tiene suficienteproblemas.
—¿Qué clase de problemas?
—Solo hay una clase deproblemas, la clase de la que temantienes alejada —dijo Carmina
con un tono que me convenció deque no iba a revelarme nada máspor mucho que insistiera. Pues valeSabía ser paciente. Seguramenteella no se daba cuenta de que, ano decirme nada, me convencíamás que nunca de seguir indagando
sobre nuestro hombre misterioso.
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Observé los brazos de Cheexhibiendo músculos al depositar lacaja de herramientas sobre eporche y apoyar la escala contra ecostado de la casa. Una cosa erasegura, tenía un cuerpo estupendo
al vez los chicos del campo sabíancómo moldearlo.
—Hace muchas tareas de
mantenimiento para tenediecinueve años —dije—. Supadres deben de ser unos negreros
Carmina me lanzó una miradade desaprobación.
—Sus padres murieron. Él es ehombre de la casa. Si no se ocupa
de ella, no lo hará nadie.
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Me costaba creer que tuviera lacasa para él solo. En tres meses, yopodía ser como él y vivir sola en laciudad que yo eligiera. No podíavolver a Filadelfia, pero había otrositios que me gustaban. Bosto
encabezaba la lista. —¿A qué universidad irá e
otoño?
—A ninguna. —¿Se va a quedar en ThundeBasin a cortar céspedes el resto desu vida?
Carmina apartó los ojos de lacarretera para mirarme. Vi en elloun destello. Ira, pesar. Una chispa
de dolor.
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—¿Te parece mal? —preguntócon frialdad.
—Sí, es de perdedores. Deberíarse lo más lejos posible de aquí yconseguir una auténtica vida, uauténtico trabajo.
Carmina no replicó, se limitó amantener la vista fija al frente, peryo sabía que había comprendido m
nsulto perfectamente. Ser policíaen un pueblo de mala muerte comohunder Basin no era un modo de
vida auténtico. Pero el hecho deque permaneciera sentada allencajando el desaire con el mentóresueltamente levantado hizo que
en cierta manera tuviera la
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mpresión de que aquel asalto lohabía ganado ella.
Dedicamos las dos horasiguientes a entrar y salir de locale
de comida rápida y cafeteríagrasientas que salpicaban las sietemanzanas de casas del centro dehunder Basin. La mayoría de lo
edificios eran de ladrillo rojo o dehormigón encalado. Una elevadatorre de agua y unos cuantos silo
de grano constituían el resto depaisaje urbano. En una tienda habíaclavado un cartel escrito a mano
que rezaba: CORTES DE PELO, 7,5
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FIADO. Solo la propina de mi cortede pelo habitual en Philly yatriplicaba esa cantidad, penséfríamente.
Rellené una solicitud en todoos restaurantes, que entregué a
encargado. Di mi nombre y mnúmero de la Seguridad Sociafalsos, que concordaban con m
pasaporte falso. Carmina me ayudóa rellenar la dirección y el númerode teléfono donde podíaencontrarme. Marqué las casillapara camarera, friegaplatos encargada. Me daba igual etrabajo. Los detestaba todos
Pasaría los tres meses siguiente
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haciendo lo que tuviera que hacery luego saldría pitando de allí.
—¿Has visto algo que te guste—preguntó Carmina durante etrayecto de vuelta.
Miré por la ventanilla la neblina
verde que pasaba por delante comoun borrón. El terreno eracompletamente llano, no había
colinas que ascender ni valles a loque bajar. La carretera era rectacon pulcras hileras de plantaalzándose a ambos lados, y unacúpula celeste que se cernía sobremí. Me sentía como una hormigabajo un vaso. Acalorada
condenada, sin esperanza.
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—No. —Deberías ponerte uno
pantalones de vestir y una blusa. —Nadie los llama ya pantalone
de vestir. —Causan mejor impresión qu
esos tejanos cortados que enseñaa mitad del muslo.
Me pasé los dedo
seductoramente por el muslo haciaarriba. —Más de la mitad, Carmina
Mucho más de la mitad. Ademásno intento impresionar a nadie.
Ella se volvió para mirarmeabriendo los ojos en un gesto
teatral.
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—No me digas.
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4
4
Después de comer, Carmina sefue al grupo de estudio de la Biblia
Me quedé sola en la casa, atrapadaNo tenía coche. Solo podía llegahasta donde me llevaran los pies
Se me ocurrió que si conseguía u
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trabajo, Carmina tendría queproporcionarme un transporte. Noba a recorrer a pie los ochokilómetros de ida y vuelta hasta epueblo. En aquel momento mehabría conformado con una bic
Cada vez me convencía más de quetener trabajo no iba a ser la peomanera de pasar el verano.
Vi la camioneta de Carminalejándose entre sacudidas por lacarretera de grava. Dejé caer lacortina de la habitación de mdormitorio y decidí bajar a ver latelevisión. Al menos en la plantabaja estaría más fresca. Despué
de ver la tele, podía sentarme en e
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columpio del porche a sorber upolo y escuchar a los coyotesPorque desde luego allí no habíanada más que hacer.
Bajé por las escaleras y justo eese momento, sin más, el pasado
se abalanzó sobre mí.Los traumáticos flashbacks era
más fuertes que los recuerdos. No
perdía el conocimiento (estabaconsciente), pero los flashbackeclipsaban mi visión real. Eran mureales. Y siempre empezaban en emismo sitio. Era después de lamedianoche. Volvía a llegar mátarde de mi hora. No quería
arriesgarme a despertar a mi madre
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(¿a quién quería engañar? Seguroque se había desmayado), así queaparqué el coche más abajo, frentea la casa contigua a nuestra casade piedra gris. Extrañamentetambién había un Honda Civi
blanco aparcado allí. Los Fogg nodejaban nunca coches aparcados ea calle. Y no tenían un Honda Civic
Me encogí de hombros y meencaminé rápidamente a la parteposterior de mi casa, hurgando eel bolso en busca de las llaves.
Cuando subí los peldaños de laparte de atrás, me llegó el olor denuestros setos de boj y de lo
árboles florecidos. Aunque
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procuraba estar lo menos posibleen casa y evitar a mi madre cuandoestaba allí, me encantaba nuestracasa, sobre todo el jardín. Era mevasión favorita. Holgazaneaba poel jardín, oculta a la sombra de lo
viejos árboles, soñando despiertamientras escuchaba música de BeHoward, de los Oh Hellos, o de Boy
Entré en casa. La luz de lacocina no se encendía. Tampoco laaraña del comedor. No se meocurrió entonces que ocurriera algomalo. Supuse que mi madre habíaolvidado cambiar las bombillas. Aoscuras, me dirigí a tientas a la
escalera con paso rápido y ligero
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Con suerte no tendría que ver a mmadre hasta el día siguiente.
Cuando pasé por delante de lapuertas de cristal biselado de labiblioteca, la vi desplomada en unode los sillones orejeros de piel. La
uz de la luna se filtraba a través deos postigos bañándola en una lublanca como la cera. Sobre la
mesita estaban desperdigados suaccesorios de fiesta, una coloridamezcolanza de pastillas. Empezabaa sentir repugnancia...
Y entonces... Y entonces mi mirada se desvió
hacia las sombras a espaldas de m
madre. Aturdida, contemplé
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fijamente el cuerpo desplomado deun hombre. Tenía las extremidadesextendidas en ángulos extraños. Meacerqué. No quería, pero no pudeevitarlo. Seguí caminando hastaencontrarme de pie a su lado, co
sus vacíos ojos marrones alzadohacia mí.
En la frente tenía un pulcro
agujero de bala.
Salí del flashback jadeando
Busqué a tientas el interruptor de lauz al pie de las escaleras deCarmina, y me sentí aliviada
cuando de inmediato la lu
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ahuyentó la oscuridad.El muerto estaba en un ataúd a
dos metros bajo tierra. Y DannBalando estaba en la cárcel. Nopodía hacerme daño. Se habíaborrado el rastro que me llevaba
hasta Thunder Basin; jamáencontraría a Stella Gordon.
Con un frío estremecimiento
volví a subir a mi cuarto y saquéuna de las cartas de Reed de lamaleta. Lo necesitaba allí conmigotranquilizándome, asegurándomeque todo iba a salir bien, pero esanoche tendría que conformarme cosus palabras. Me enfurecía que e
Departamento de Justicia no
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hubiera separado de aquellamanera. Iban a hacer posible quemi madre se reuniera conmigoentonces, ¿por qué no lo hacíatambién con Reed? De habepodido elegir, habría preferido vivi
con él. Ni siquiera habría tenido quepensarlo.
ESTELLA,
ANOCHE ME PELEÉ CON MI PADRE
FUE TRISTE. AHORA QUE TENGO 1 AÑOS, ME ESTÁ PRESIONANDO PARA QU
ME ALISTE. H ACE AÑOS QUE LE DIGOQUE NO PIENSO SEGUIR SUS PASOS, PERO
ÉL SE NIEGA A ESCUCHARME. FUI A TCASA PARA PASAR AHÍ LA NOCHE, PERO
NO ESTABAS Y NO CONTESTAS AL MÓVIL
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LLÁMAME CUANDO RECIBAS ESTO
ESPERO QUE NO TE MOLESTE QUE MPRESENTE AHÍ CADA DOS POR TRES
DETESTO ESTAR EN MI CASA. CUANDOESTOY AQUÍ, MI PADRE NO ME DEJA E
PAZ. DESPUÉS DE LA PELEA, ME DIJO QUSI ME IBA NO ME DEJARÍA VOLVER
ENTRAR. BUENO, PUES ME FUI. NO SQUE VA A OCURRIR AHORA. ANTEESPERABA QUE MI MADRE MDEFENDIERA, PERO SÉ QUE NUNCA LO
HARÁ. SIEMPRE SE ESCONDE, SE METE ELA CAMA USANDO LA FIBROMIALGICOMO EXCUSA PARA NO INVOLUCRARSE
ES UNA ENFERMEDAD, PERO TAMBIÉN E
SU MECANISMO DE HUIDA. TIENE QUENFRENTARSE A ELLA Y DE ESTE MODONO TIENE QUE ENFRENTARSE A
NOSOTROS. OJALÁ TUVIERA DINEROSUFICIENTE PARA IRME A VIVIR POR M
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CUENTA. ALGÚN DÍA LO HARÉ. Y TLLEVARÉ CONMIGO.
XR EED
Me dolía recordar nuestroplanes. Íbamos a escaparnos y a
niciar una nueva vida juntos. Ahorano sabía si volvería a verlo. Reedpodía estar en Kentucky o en
Kansas. Jamás lo sabría. A menoque fuera en su busca. Y podía hacerlo, porque sabía
cómo encontrarlo.El alguacil Price había dejado
muy claro que no debía jamás, bajoninguna circunstancia, tratar de
ponerme en contacto con ninguna
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persona de mi vida anterior. DannyBalando y sus peligrosos esbirros nodejarían nunca de buscarme. Solopodrían encontrarme si yo rompíaas reglas.
Sabía que ponerme en contacto
con Reed era romper las reglaspero él ya no estaba en PhillyEstaba también en el WITSEC, e
programa de protección de testigosSe habían eliminado sus vínculocon la ciudad, y si los alguacilehabían hecho un trabajo la mitadde bueno haciéndole desaparececomo el que habían hecho conmigoponiéndome en contacto con Reed
no iba a dar ninguna pista a lo
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hombres de Balando sobre mparadero.
No había visto ningún ordenadoen casa de Carmina, y de todaformas no lo habría utilizado. Squería seguir adelante con aquello
no podía dejar ningún rastro. Anteen el pueblo había visto letrerondicando la dirección de la
biblioteca pública. Estabademasiado lejos para ir andandoaquella noche, pero imaginaba queCarmina tendría alguna bicicletaguardada en algún rincón dedesvencijado establo que habíadetrás de la casa. No sabía cuánto
duraba el estudio de la Biblia, pero
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sin duda disponía al menos de unahora.
Atravesé corriendo el jardín deatrás, matando mosquitos amanotazos, abrí las puertas deestablo de par en par y paseé la
mirada por aquel inmenso espacioEl aire olía a moho y a heno. Y agasolina. Estaba segura de que e
olor a gasolina procedía del graautomóvil oculto bajo una lona quese encontraba al fondo del establoAlcé la lona y vi que Carmindisponía de un viejo Ford Mustangenía un feo color marrón y había
un puñado de avispones muerto
sobre el salpicadero, pero no iba a
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ponerme quisquillosa. ¿Quéposibilidades había de que lograraponerlo en marcha?
Carmina había dejado las llaveen el asiento del conductor, así queme fue muy fácil encontrarlas.
Tras unos cuantos intentos, emotor del Mustang se encendió coun quejido y el aire se llenó de olo
a gasolina quemada. Carmina nome permitía tomar prestada lacamioneta, pero no me había dichonada de no conducir el Mustang.
Me sabía el camino al puebloque era todo recto una vez seenfilaba la carretera asfaltada a
legar al final del sendero de grava
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de Carmina. Una vez en el pueblono me costó nada encontrar labiblioteca. Solo había otros trecoches en el aparcamiento, así quetenía dónde escoger. Resultaba rarono tener que recorrer todo e
aparcamiento y dar varias vueltas aas calles de los alrededores ebusca de un lugar donde aparcar
En Philly casi nunca iba al centro ecoche por esa razón. Era muchomás cómodo ir en tren.
Solicité el carnet de la bibliotecaen la recepción. Tras comprobar lafoto y la dirección de mi pasaportea bibliotecaria me dio un carne
provisional. El definitivo me llegaría
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por correo en un par de semanasCarmina no sospecharía nada. Lediría que me gustaba leer, lo queera cierto.
Encontré un ordenadodesocupado y me metí en Internet
Poco después de que Reed y yohubiéramos empezado a saliuntos, él había abierto una cuenta
privada de e-mail a la que amboteníamos acceso. En lugar deenviarnos correos, nos escribíamoborradores para que el otro loeyera. Los borradores loeliminábamos después de leerlosReed había leído en un artículo que
era una técnica que usaban lo
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espías, y aunque a mí me parecíaun poco exagerado, no me opuseSu padre era militar, del ejército. Laeducación que recibes tedetermina. Al principio usábamos ecorreo regularmente... luego lo
olvidamos por completo.Con unos pocos y rápidos pasos
accedí a la cuenta privada de e
m a i l : Phillies60@gmail.com. Lacarpeta de borradores estaba vacíaIntenté no desanimarme
Esperaba encontrar un nuevomensaje, sobre todo porque Reedme había recordado la cuentasecreta el día anterior por la
mañana, antes de abandonar e
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motel. Quería hacerle saber queestaba bien, así que redacté ubreve e-mail.
He llegado sana y salva. Bueno, quizá lsegundo no tanto. Deberías ver este lugarCasi preferiría estar muerta. Dime algo par
saber que estás bien.
Releí mis palabras con cuidadoasegurándome de que era
completamente inofensivas y nosuponían ninguna amenaza para men el improbable caso de que
alguien las interceptara, luegotecleé una breve posdata:
P.D. Han metido a mi madre e
desintoxicación. A saber cómo acabará l
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cosa.
Guardé el borrador y cerré la
sesión.Resoplé. Ahora tendría que sepaciente, virtud que nunca me
había gustado y que menos aúhabía sabido practicar.
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Cuando salí de la biblioteca, ecielo era negro terciopelo
diamantes. En Philly, la nochesignificaba una cosa: preocuparmepor mi madre, por saber con quié
estaba, qué estaba haciendo, y s
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tendría que salir a buscarla. Mequedé parada un instanteanalizando cautelosamente aquellaoscuridad desconocida. Era taserena, tan sencilla, tan agradableque parecía ridículo tenerle miedo
Sentía en la piel el hormigueo deaire cálido. Olía a un fresco verdorLa oscuridad suponía un alivio para
el sol ardiente que me había hechoescocer los ojos todo el día. Cubríael paisaje de sombras. Casi me hizoolvidar los maizales y el cieloazulísimo, casi me hizo olvidadónde estaba.
En el aparcamiento solo
quedaba un coche, el Mustang de
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Carmina. No sabía qué lugarefrecuentaban los adolescentes dehunder Basin de noche, pero
desde luego la biblioteca no erauno de ellos. Habría recorrido lasiete manzanas de la calle principa
en busca de signos de vidanocturna, pero seguramenteCarmina volvería pronto a casa de
estudio de la Biblia. No podía sabeo que había estado haciendoaquella noche.
Le di a la llave de contacto deMustang. El motor soltó uresoplido, pero se negó aencenderse. Le metí gas y volví a
probar. Más gruñidos y zumbidos
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pero el motor no se encendía. Teníaas ventanillas bajadas y el cocheeructaba densas nubes de humomaloliente. No era una buenaseñal.
Me bajé y di una vuelta
alrededor del coche, pero no vnada fuera de lo normal. Eestúpido trasto se había encendido
perfectamente hacía veinteminutos. ¿Qué le pasaba ahora? —¿Necesitas ayuda?Giré en redondo. En la oscuridad
distinguí una figura alta desgarbada que vestía Levi’s, botade punta y una camiseta negra
ajustada. Los negros cabellos le
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caían en rizos alrededor de laorejas. Se echó el sombrerovaquero hacia atrás y me dedicóuna relajada sonrisa.
—¿Te importa si le echo unvistazo? —siguió diciendo
señalando el coche con un gesto. Apreté las llaves del Mustang
No tenía motivos para confiar en é
Pensándolo mejor, debería habeaparcado bajo una farola. Aunquetampoco había nadie por allí paraverlo si decidía arrastrarme hastaun callejón y rajarme el pescuezo.
—No, no hace falta —respondesforzándome por parece
cortésmente indiferente—. Suele
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tardar un poco en arrancar.Él dio unos afectuosos golpecito
con los nudillos en el lateral deMustang.
—Coches viejos. Los detestas oos adoras.
—Cierto. —Me senté tras evolante, dándole a entender que noestaba para charlas—. Gracias po
ofrecerte a ayudarme, vecino —añadí, porque me pareció que erao que se decía en lugarepequeños como aqueSeguramente sería mejor actuacomo un lugareño, para que creyerque alguien me echaría de menos s
realmente su intención era llevarm
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a rastras hasta un callejón.Probé a arrancar de nuevo. E
motor tosió y escupió, pero no tuveéxito.
—¿Seguro que no quieres qupruebe? —preguntó él con tono
todavía amistoso. Y quizás algodivertido.
—Que sea una chica no quier
decir que no sepa arrancar mi coch—dije, no sin amabilidad, pero couna irritación que se traslucía emis palabras. Vete, por favor, roguémentalmente.
—¿Tu coche? Ah. Interesante. —¿Qué? ¿Como soy chica no
pueden gustarme los coche
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potentes? —dije con tonodesafiante.
—Yo no he dicho eso. Accioné la llave del contacto co
más fuerza. El motor soltó un roncogruñido. Estuvo a punto de
arrancar, pero no logré darle eúltimo impulso. Carmina me iba amatar. No sabía cuánto tiempo me
quedaba hasta que volviera a casapero no podía ser mucho.Solté un suspiro de resignación
me apreté el puente de la nariz. —Si te doy las llaves, ¿vas a
usarlas para rajarme el cuello arrojar mi cadáver en el callejón?
—No sería muy listo decírtelo s
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fuera a hacerlo.En lugar de reír, lo fulminé con
a mirada.Él sonrió, claramente complacid
con su broma. —No eres de por aquí, ¿verdad?
—¿Qué te hace pensar eso? —Me pregunté si iba a continuar coel tópico manido de que todo e
mundo se conoce en un pueblo. —El año pasado le vendí estecoche a mi vecina —dijo en cambio
De pronto tuve un mapresentimiento.
—Carmina Songster —añadió—¿Vas a decirme por qué conduces s
coche, o debo dejar que se lo
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expliques a la policía?Mierda.Me bajé del Mustang y me
quedé de pie frente a él. Me sacababastante y de cerca vi que tenía loojos de un brillante e intenso colo
azul. De un tono entre el turquesa el de los vidrios de mar.
—No es lo que parece.
—Pues es un alivio, porquparece un robo de coche. Lo que noacabo de entender es por qué tehas parado en la biblioteca. Estás aunas cuantas manzanas de lanterestatal. ¿No deberías habesalido pitando del pueblo?
—Ahora vivo con Carmina.
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Soltó un bufido, rechazando ladea al instante.
—Carmina no ha tenido una solavisita en los diecinueve años quehemos sido vecinos, y conozco atoda su familia. Así que, confiesa
¿Quién eres en realidad? —Es mi... madre de acogida —
respondí inexpresivamente. Era la
primera vez que tenía que usar mtapadera. Si seguía preguntando, sesuponía que debía contarle quehabía estado viviendo con familiade acogida desde la muerte de mmadre, pero recé para que nonsistiera. No quería hablar de
Stella. Ya estaba harta de ella
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Quería volver a casa. Y ya puestosno quería volver a ver aquepueblucho perdido en medio de lanada nunca más.
Él meneó la cabeza cosuspicacia.
—¿Carmina? ¿Madre de acogidaNo me lo creo. ¿Qué edad tienes?
—Cumplo los dieciocho e
agosto. —Tres mesesnsignificantes para lograr landependencia. Pero parecían unaeternidad.
—¿Por qué iba Carmina a acogea una chica de diecisiete años? —sepreguntó él, desconcertado.
—A lo mejor se siente sola.
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l volvió a resoplar. —¿Esa loba solitaria? No. Aqu
hay algo que no cuadra. ¿Cuándohas llegado al pueblo?
—Anoche. —¿Cómo te llamas?
—Stella Gordon. —Sentí unpunzada en la garganta apronunciar el nombre. Lo
detestaba. Era como hablar de otrapersona, lo que supongo que erealidad estaba haciendo.
—¿Cuánto tiempo hace quvives de acogida? —siguiópreguntando. Evidentementetrataba de hallarle algún sentido a
mi historia.
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—Desde que murió mi madre. —Lo siento.Me encogí de hombros. No
sentía nada. Mi madre aún vivíapero para mí era como si estuviesemuerta.
—¿De dónde eres? —De Tennessee —mentí—. De
Knoxville, Tennessee. ¿Has estado
alguna vez? —Pues la verdad es que no.Ni yo tampoco. Supongo que eso
significaba que podía decir lo queme diera la gana sobre Knoxville sique se diera cuenta de nada.
Y entonces él dijo:
—Pero yo diría que no tiene
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acento de allí. Parece más biende... la Costa Este.
—Oh —me limité a respondertomándome unos segundos paranventar una excusa—. Eso eporque mi padre se crio en esa
zona. He sacado más su acento quel de mi madre.
Comprobé con alivio que
alargaba la mano dando poterminado el interrogatorio. —Bienvenida a Thunder Basin
Stella. Soy Chet Falconer.Fruncí el ceño.
—¿El mismo Chet Falconer quee corta el césped a Carmina?
—¿Te ha hablado ella de mí? —
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dijo, dibujándose una sonrisa esus labios.
—¡Me has despertado a las cincode la mañana! ¿Ves estas bolsaque tengo debajo de los ojos? ¡Pueson culpa tuya!
—A mí me parece que tus ojoestán perfectamente.
Siguió hablando antes de que
pudiera decidir si me estabatomando el pelo. —Mira. Te propongo un trato. Yo
conseguiré poner en marcha esteviejo descapotable, pero tendráque hacer algo por mí a cambio. Ea cafetería que hay a la vuelta de
a esquina, verás a dos persona
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sentadas en una mesa del fondoUna de ellas es un gamberro cochaqueta de cuero que intentahacerse el duro —añadiósombríamente—. Quiero que tesientes lo bastante cerca de ello
como para oír lo que dicen, pideuna hamburguesa para no llamar laatención, y luego vuelve
cuéntame lo que han dicho. —Ya veo. ¿Quieres que espíe atu novia? Si crees que te engaña, eque es verdad.
—Tendré el coche arregladopara cuando vuelvas —replicó égnorando mi comentario.
—No hay trato. Tengo prisa
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Necesito que arranque ahora. —Bueno, pues va a tardar u
rato. —Vale —acepté con un resoplido
—. Pero la hamburguesa la pagatú.
Él suspiró con exageradamuestras de paciencia y luego meplantó un billete de diez dólares e
a palma de la mano. —Come despacio. Quiero sabetodo lo que dicen.
—¿También la parte dolorosacuando diga que te huele mal ealiento y se te llena la boca desaliva al besarla?
Chet se quitó el sombrero
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vaquero y me dio con él en el culoO sea, me dio de verdad en el culo.
—Vete ya o te lo perderás todoY yo no tengo mal aliento. Ntampoco lo otro.
—Será mejor que tengas e
coche a punto cuando vuelva —leadvertí.
—¿Ah, sí? ¿O qué?
—O haré que me pagues otrhamburguesa. Y patatas fritas. Y ubatido. —No parecía alterada ahablar, pero si no conseguía llegaa la casa antes que Carminaseguramente me obligaría a pasaa noche en la cárcel para darme
una lección. Además, se aseguraría
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de que no volviera a tocar eMustang. Y eso no podía permitirloporque necesitaba un medio para ihasta la biblioteca. Pensabacomprobar la cuenta de e-mail taa menudo como me fuera posible
Reed no tardaría en contestarme empezaríamos a idear un plan paravolver a estar juntos después de m
cumpleaños. Él tenía diecinueveaños y podía vivir legalmente solono teníamos más que esperar a quyo cumpliera los dieciocho.
—Espérate a probar la primerhamburguesa —me avisó Chet coun brillo de picardía en los ojos.
—¿Y eso qué significa?
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—Digamos que el Departamentode Sanidad del condado no es muyescrupuloso que digamos. De hechoaún no está muy claro si tenemodepartamento de sanidad o no.
Agité en el aire el arrugado
billete de diez dólares. —Entonces paso de comer y me
quedo esto como propina por mi
ncreíbles habilidades como espía.Giré en redondo, me dirigtranquilamente hacia el final de lamanzana y al llegar a la esquinamiré a un lado y a otro. El SundowDiner se encontraba en la plantabaja del edificio contiguo. Lo
recordaba de la mañana, cuando
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había estado por allí buscandotrabajo. Ahora tenía encendidas lauces de fuera y las polillarevoloteaban frenéticamente etorno a las bombillas. Un toldo arayas blancas y azules cubría la
entrada.Entré por la puerta batiente
recorrí rápidamente el local con la
mirada. El negocio estaba flojoaquella noche. Solo había domesas ocupadas. Una madre codos niños pequeños estaba sentadaen el reservado contiguo a lagramola. Al fondo de la cafeteríados tíos estaban frente a frente
nclinados sobre la mesa
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enfrascados en una conversación.Supongo que estaba equivocada
sobre Chet. No era su novia. Queríaque espiara a dos tíos. El quelevaba la chaqueta de cueroaparentaba mi edad, quizás un año
menor. Los cabellos castaños lecaían sobre los ojos, que nodejaban de moverse co
nerviosismo. Su compañero teníaalgunos años más y llevaba unacamiseta de un concierto de loJourney ceñida a la tripa cerveceraLucía pobladas patillas pelirrojas un pañuelo negro atado en torno aa cabeza. Parecía un híbrido entre
un Ángel del infierno y un paleto de
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pueblo. Al instante supe que no megustaba ni confiaba en él.
—¿Vienes sola? —me preguntóa encargada mientras revolvía euna pila de menús.
—¿Le importa si me siento en e
reservado del rincón del fondo? —Esbocé una sonrisa—. Mi sitio de lasuerte.
—Pues claro, cariño.Me acomodé en el reservadoEstaba lo bastante cerca del otroreservado como para oír a los dotíos, pero habían dejado de hablaal sentarme yo. Para animarlos aque olvidaran mi presencia, saqué
del bolso el Walkman de Carmina
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o dejé sobre la mesa y me metí lobaratos auriculares de plástico eas orejas. «No os preocupéischicos, estoy perdida en mi propiomundo. Venga, empezad a hablar ydaos prisa. No tengo mucho
tiempo.»El más joven de los dos fue e
primero en hablar.
—Voy a recibir unos cuantosmiles de mis padres —confesó conquietud.
—Define «unos cuantos». —Cuatro mil.El Ángel del infierno se rascó e
cogote pensativamente.
—No es mucho, pero debería
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bastar. —Después de darte el dinero
¿cuánto tardaré en entrar en enegocio?
—Dos semanas. Tengo que traea mercancía desde Colorado.
El más joven se lo pensó asintió.
—Vale. Cuenta conmigo.
—No tan deprisa. ¿Cuántotardarás tú en darme el dinero?Justo entonces la camarera se
acercó y se colocó entre los doreservados.
—¿Quieres algo para beber? —Agua —respondí, tratando de
mantener el oído atento a la
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conversación de los dos tíos. —¿Alguna pregunta sobre e
menú?No había abierto el menú. Ya
sabía lo que quería. Por mal que lohicieran, era imposible que la
odieran con unas patatas fritas. Sefreían en grasa hirviendo. Esomataría cualquier bacteria.
—Una ración grande de patataspor favor. —¿Eso es todo? Asentí, dando por sentado qu
merecía guardarme el dinerosobrante del billete de Chet, y ellavolvió tranquilamente a la cocina.
En la otra mesa, el Ángel de
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nfierno y el chico estabaacabando. El chico mandabamensajes por el móvil y el Ángel denfierno rebuscaba en su carterapara reunir dinero con el que pagaa cuenta. Sabía que a Chet no le
gustaría nada que volviera con tapoca información, pero tendría queconformarse. Me había pedido que
escuchara la conversación. Yo notenía la culpa de que hubieradurado solo un par de minutos.
—Te llamaré cuando tenga edinero —dijo el chico de lachaqueta de cuero, levantándose metiéndose el móvil en el bolsillo
Cuando se levantó, debió de
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percibir que lo estaba observandoporque su mirada se desvió haciamí. Frunció el ceño con suspicacia averme, e inmediatamente abrí mmenú y fingí estar absortaeyéndolo.
Él salió, seguido por el Ángel denfierno, y decidí que en lugar deesperar las patatas, iría a ver s
Chet había cumplido con su partedel trato. Pagué las patatas encaja, esperando que la camareraas disfrutara por mí.
Encontré a Chet inclinado bajo ecapó del Mustang en eaparcamiento de la biblioteca. Miró
por encima del hombro cuando me
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oyó acercarme. Incluso en laoscuridad, vi que tenía las manomanchadas de grasa.
—¿Y bien? —me preguntóexpectante.
—Los padres del chico le van a
dar cuatro mil dólares y él va aentrar en negocios con el Ángel denfierno.
Chet soltó una palabrota por lobajo. —¿Qué más han dicho? —No mucho. Ha sido un
conversación corta. El chico esperatener pronto su negocio en marcha
—Por encima de mi cadáver.
—Dime que has conseguido qu
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el coche funcione. —Claro, era el carburador. Lo
tengo abierto, sujeto con un lápizpara que le entre aire. Mira a ver sahora arranca.
Me senté tras el volante y giré la
lave en el contacto. El motoarrancó enseguida con un ronroneoSentí tal alivio que habría besado a
Chet.Pero en lugar de eso, dije: —¿Cuál es el camino más rápido
para volver a casa de Carmina?Chet dejó caer el capó y se
sacudió las manos paraimpiárselas.
—No sabe que te has llevado e
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coche, ¿verdad? —¿Podría ser nuestro pequeño
secreto? —pregunté, mordiéndomeel labio.
—La chica nueva me debe ya ufavor. —Sonrió, provocando unos
uveniles hoyuelos en las mejillas—Vuelve por Rodeo Road, evitarás unpar de semáforos. Carmina no
vuelve nunca a casa del estudio dea Biblia antes de las nueve media. Siempre que no tengas queparar en el paso a nivel, deberíalegar cinco minutos antes que ella.
Cinco minutos no eraexactamente el colchón de
seguridad que esperaba, pero
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tendría que conformarme. Le lancéun beso y salí del aparcamiento atoda mecha.
Al llegar a la casa, vi con alivioque la camioneta de Carmina noestaba en el sendero de entrada
Metí el Mustang en el establo dandomarcha atrás para dejarlo tal comoo había encontrado. Entré en la
casa, encendí la luz, y casi me traga lengua.Carmina estaba sentada en e
sofá, tamborileando con las uñasobre el reposabrazos. Apretó cofuerza los labios y el corazón se meencogió en el pecho.
—No he visto la camioneta —
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dije con nerviosismo. —Se la ha llevado Mac Heste
después del estudio de la Bibliaiene que arreglarle la transmisión
Él me ha traído a casa. Las llaves —añadió, extendiendo la mano.
Se las entregué. —Lo siento. —No es suficiente, Stella.
Cambié el pie de apoyo y soltóun bufido de impaciencia. —Siento haberme llevado e
coche. No volverá a ocurrir. —Mírame cuando me hables. —He dicho que lo siento —le
espeté—. ¿Qué más quiere?
—Mañana por la mañana
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vendrás a la iglesia conmigo.La miré a los ojos. Llevarme s
coche había estado mal y ya lehabía pedido perdón. Habíamozanjado la cuestión y ahora no iba adejar que usara mi ma
comportamiento como excusa paraejercer su autoridad sobre mí. Ellano era mi madre, no era más que
un peón de la tapadera deDepartamento de Justicia, y yo ibaa dejarle muy claro que lo sabía.
—No pienso ir a la iglesia. —Oh, ya lo creo que vas a ir. —¿Me está amenazando? —Vives bajo mi techo y espero
que te comportes correctamente
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Me has robado el coche y solo losientes porque te he pillado... Medecepcionas, y mucho.
—¿Robado? —repliquéponiéndome de inmediato a ladefensiva—. ¡Yo no le he robado e
coche, solo lo he tomado prestado¿He salido del pueblo? ¿He tenidoalgún accidente? ¡No! ¡Lo he
devuelto al establo tal y comoestaba! —No me interrumpas y no me
repliques —dijo ella sin perder lacalma—. No soy tu madre, StellaLo sé mejor que nadie. No hetenido la oportunidad de conocerla
pero le estaría haciendo un flaco
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favor si dejara que robaras mintieras y te salieras con la tuya.
Me tragué la sorpresa y lahumillación y lo canalicé todo através de la rabia.
—A ella no la meta en esto. No
permitiré que la use para hacermesentir culpable.
—A partir de ahora, tendrás que
estar en casa a las nueve en puntode la noche. —¿Qué? —exclamé con u
sonido ahogado—. No puedemponerme una hora de llegada. —Al llegar a la edad en que podíasalir de noche, mi madre estaba
demasiado colocada para
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mportarle a qué hora entraba osalía de casa. Me ocupaba de mmisma y establecía mis propiareglas. ¿Quién se creía que eraaquella mujer para decirme lo quetenía que hacer?
—He dicho que a las nueve. Ymañana vendrás conmigo a laglesia. No puedo obligarte a que te
guste. Ni siquiera puedo obligarte aescuchar. Pero no voy apermanecer al margen mientras tandas por ahí a tu antojo todo everano. No será mientras estés bajomi supervisión. Puede que meequivoque. Puede que esté
empeorando las cosas. Pero
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prefiero intentarlo y fracasar aquedarme aquí sentada como unaestúpida dudando qué hacer. Hedejado un vestido colgado en tarmario. Me da igual si te gusta ono. Espero que mañana a las nueve
y media estés en la camionetaduchada y vestida. ¿Queda claro?
Salí corriendo escaleras arriba
Cerré de golpe la puerta del cuartosin importarme si era infantil o noCarmina no podía obligarme a ir aa iglesia. Llamaría a Price. Lacosas no funcionaban con ellaQuizá Price podría hablar con lafiscalía y conseguir que revocaran la
decisión de ponerme en acogida
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hasta que cumpliera los dieciochoaños.
Pensaban que hacían lo que eramejor para mí, pero yo estabamucho mejor sola. Había estadosola los últimos dos años.
Me acurruqué en la cama y meconsolé con una de las cartas deReed.
ESTELLA,
PRIMER DÍA DEL CAMPAMENTO
ESTIVAL DE BÉISBOL. L AINSTALACIONES ESTÁN BASTANTE BIENTODO LO QUE QUIERAS PARA COMER E
LA CAFETERÍA. DORMIMOS EHABITACIONES PARA DOS, CON UN BAÑO
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COMPARTIDO AL FINAL DEL PASILLO. MCOMPAÑERO DE CUARTO ES U
GILIPOLLAS. H AY TÍOS DE TODO EL PAÍ
EN LA MISMA PLANTA, Y VA Y ME TOCCON SEMEJANTE CAPULLO. H AY INCLUSOUN CHICO DE LA REPÚBLIC
DOMINICANA. SUPONGO QUE ALLÍ E
BÉISBOL ES IMPORTANTE.DURANTE LA CEREMONIA D
INAUGURACIÓN, LOS ENTRENADORESOLTARON PALABRAS COMO
«LEGENDARIO», «PRESTIGIOSO» «TRADICIÓN DE EXCELENCIA» PARDESCRIBIR EL PROGRAMA D
ENTRENAMIENTO. COSTABA NO ECHARS
A REÍR. H ABLAN COMO MI PADRETODAVÍA CREE QUE CONSEGUIRÁ QUE M
ALISTE. PUES YO PASO DE LA TRADICIÓFAMILIAR DE EXCELENCIA DE LO
WINSTON. GRACIAS PERO NO.
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XR EED
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A la mañana siguiente mmalhumor se había disipado
evemente. No tenía ganas deponerme un vestido y permanecesentada en un duro banco durante
una hora, pero después de pasar la
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mayor parte de la nochereconcomiéndome de rabia, habíaempezado a ver las cosas desdeuna nueva perspectiva. Price no ibaa levantar un dedo por mí si no ledemostraba que estaba intentando
que todo fuera bien con CarminaSeguro que me conocía lo bastantebien como para saber que jamá
ría a la iglesia. Lo que significabaque, si al final iba, mi buenadisposición se convertiría en upoderoso elemento de negociaciónMira, Price, le diría, yo estohaciendo todo lo posible. Incluso hedo a la iglesia. Pero lo cierto e
que Carmina y yo no no
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entendemos. Y lo mismo con Nebraska. Pero
mejor pelear las batallas de una euna.
Por supuesto siempre cabía laposibilidad de que me enviaran a
un lugar peor... ¿Podía haber algopeor que Thunder Basin? Eché uvistazo desdeñoso a través de la
ventana del cuarto. Ahí tenía larespuesta.Me duché y me planché e
oscuro pelo castaño hasta dejarloperfectamente liso. Delante deespejo, me alboroté el flequillo coa mano. Empezaba a esta
demasiado largo, lo que presentía
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que iba a ser un problema. Decidque sería mejor que me lo recortaryo misma, en lugar de dejar quealguien de «CORTES DE PELO, 7,5 FIADO
me hiciera una chapuza.Poco antes de las nueve y
media, bajé por las escaleralevando un vestido veraniego decolor verde menta y una
alpargatas que uno de loalguaciles había recogidoapresuradamente de mi casa. Laespecie de túnica sin forma queCarmina había colgado en earmario no podía considerarse uvestido. Estaba segura de que era
una parte tácita del castigo po
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haberme llevado el Mustang lanoche anterior. Iglesia y humillaciópública.
—Tu aspecto es respetable —dijo Carmina algo envarada, cuandolegué abajo, esquivando m
mirada. No había olvidado loocurrido, ni me había perdonadoAsí pues, estábamos en pie de
gualdad. Lo que más me enfurecíao que me resultaba especialmentedoloroso, era que una extraña comoCarmina se comportara conmigocomo una madre cuando mi madreauténtica no lo hacía.
—No quiero el vestido que h
colgado en el armario. Por favor
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léveselo hoy mismo —dije y, sindetenerme, se-guí hasta la cocinadonde me serví una taza grande decafé.
—Hoy habrá un pica-picadespués del servicio —dijo Carmina
desde el pasillo—. Si no quierequedarte, tendrás que volveandando o encontrar a alguien que
te traiga. —¿Qué es eso del pica-pica? —repliqué, después de quemarme laengua con el café, que estabaardiendo. Lo habría preferido couna buena cucharada de azúcar una pizca de nata, pero no pensaba
preguntarle a Carmina dónde
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estaban. Así que me bebí todo ecafé negro que pude tolerar antede que se me encogiera eestómago.
—Una pequeña fiesta cocomida. Todo el mundo llevará un
plato para compartir y una mantade picnic.
—Qué bonito. Un picni
campestre. Paso. —Dejé el tazónen el fregadero y me reuní con ellaen el pasillo. Carmina llevaba unafalda larga tejana, una blusablanca, y las mismas botas rojacamperas. Llevaba los cabelloplateados peinados hacia atrás e
una trenza francesa de los noventa
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Intenté dar con un comentariosarcástico sobre su sentido de lamoda, pero al final me limité aponer los ojos en blanco—. Buenoson las nueve y media en puntoPongamos el circo en marcha. No
querría llegar tarde por nada demundo.
—Y más que rebelde —murmuró
Carmina cuando salió de la casadetrás de mí.Oh, no había hecho más que
empezar. Estaba impaciente poconocer a sus amigos de la iglesiaA poco que pudiera, Carmina y snueva hija de acogida serían la
comidilla de todo el pueblo durante
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a cena. Tenía intención de ser yoquien la humillara. Era una epolicía. La gente la veía como unafigura de autoridad. Quizá sopinión cambiara después de aquedía.
Iba a dejarla por los suelos.
La congregación de Carmina sereunía en un sencillo edificio que separecía levemente a un enormeestablo blanco. En los laterale
había ventanas en arco y una torrecon aguja coronaba el tejado. Unaamplia escalera de ladrillo conducía
a las puertas dobles, que estaba
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abiertas y dejaban escapar músicade órgano. Pero lo que realmentelamó mi atención fue el letrero deneón clavado en el césped querezaba: LA EXPOSICIÓN AL HIJO PREVIEN
QUEMADURAS.1
En serio esperaba que aquellofuera un indicio de que el clérigotenía sentido del humor.
Nos saludó en la puerta uhombre que llevaba una camisanegra almidonada y alzacuellosLlevaba el pelo canoso peinado coraya al lado y nos sonreíacordialmente. Era tan insulso etodos los sentidos que resultaba
mposible sentirse ofendida.
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—Buenos días, Carmina —dijoapretándole la mano con afecto—Veo que nos traes a una visitante.
—Pastor Lykins, le presento aStella Gordon —dijo Carmina—. Vaa pasar el verano conmigo.
Antes de que el pastor Lykinpudiera formular todo un batallóde preguntas, y por la manera e
que abrió los ojos por la sorpresame di cuenta de que era esa sntención, Carmina me condujohacia el interior sujetándome por ecodo.
—¿No va a dejar siquiera qusalude a la gente —le dije, mientra
ella me llevaba hasta un banco
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vacío—. Tch, tch, Carmina, ¿quémodales son esos?
—Puedes abrir la boca duranteos himnos. —Depositó su guisadode judías verdes para el picnic entras dos—. Algo me dice que tiene
una buena voz.Dos mujeres de cabello
plateados llegaron arrastrando lo
pies y se sentaron delante denosotras, lanzándonos miradaespeculativas a Carmina y a mJusto cuando una de ellas intentabacaptar la mirada de Carmina, ellafijó su atención en arrancar unabola de pelusa de su falda co
auténtico empeño. En ese momento
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comprendí realmente lo incómodaque se sentía teniéndome en scasa durante el verano. Sabíacuáles eran las supuestas razonede mi presencia en Thunder Basinpero nunca se me había ocurrido
pensar en la parte quedesempeñaría Carmina en latapadera. ¿Una ex agente de policía
huraña y madura que acogía a unachica de diecisiete años? Seguroque más de uno se quedaría depiedra. Me pregunté por qué lahabría escogido la fiscalía. Sin dudaera su antiguo empleo con lafuerzas de la ley lo que la había
convertido en una buena candidata
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Seguramente le pagaban unapasta por acogerme. Yo no era latípica niña de acogida, era unatestigo protegida. Cuanto mayor epeligro, más elevada la pagaEstaba volviendo a ocurrir: me
utilizaban por el dinero. La únicarazón por la que mi madre habíauchado por tener mi custodia era
que quería conseguir la pensióalimenticia de mi padre... que luegousaba para drogarse. Y ahoraCarmina me usaba para endulzar sretiro.
Claro que Carmina no parecíamuy interesada en el dinero. Todo
o que poseía eran trastos viejos. M
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mpresión era que detestaba más ide compras que soportarme a mí.
Fueran cuales fueran sumotivos, tenía la clara sensación deque el plan de Carmina era pasar everano con la cabeza gacha
esquivando preguntas molestas, rezando para que el tiempo pasaradeprisa. Me pregunté qué sentiría
teniendo que mentir a sus vecinos amigos. Al fin y al cabo, tendría queseguir viviendo con ellos muchodespués de que yo me hubiera idosabiendo que les había ocultadosecretos y que no había sido sincercon ellos. Casi me hizo senti
ástima.
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Pero yo aún no estaba dispuestaa soltar mi presa. Sobre tododespués de que me hubieraobligado a ir a la iglesia. Deberíaestar durmiendo hasta tarde. Paraeso eran los fines de semana.
—¿Por qué me ha acogido en sucasa? —le pregunté con un tonoalgo desafiante, algo suspicaz.
—¿Perdón? —¿Qué saca con esto? ¿Qurecibe a cambio? ¿Qué le llevó aaceptar a una chica de diecisieteaños a la que no le debe nada?
—Vaya, eso es lo que no dejo depreguntarme.
Carmina y yo nos dimos la
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vuelta en el asiento cuando CheFalconer se arrellanó en el banco ddetrás. Se había adecentado para ia la iglesia y vestía pantalones dealgodón y un ligero polo de coloazul marino. Había prescindido de
sombrero vaquero y las botamanchadas de hierba, y habíacambiado completamente s
aspecto. Una cosa tenía quereconocerle: sabía cómo hacer quesintiera mariposas en el estómagoLe brillaban los azules ojos y sehabía echado los húmedos rizodetrás de las orejas. Olía a jabón a ropa secada al sol, una
combinación irresistible.
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—Buenos días, Chet —dijoCarmina con rigidez, y luego volvióa vista al frente. Fin de laconversación. No sabía si Chehabía hecho algo para ofenderla, eel pasado o ahora, o si ella estaba
siempre igual de malhumoradaeniendo en cuenta que Carmina le
había comprado el Mustang el año
pasado, y que él le cortaba ecésped, yo me inclinaba por losegundo.
—Vaya, Gran, ya sabes que novoy a rendirme tan fácilmente —dijo Chet, inclinándose haciadelante para hablarle en la oreja—
Si querías ayuda en la casa, podría
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haberte prestado a Dusty. El chavaes un angelito. No te daría ni udisgusto.
—Ejem —exclamó Carmina—Mira quién fue a hablar. Tú erasgual de rebelde a los dieciséis. ¿No
fue por entonces cuando te arrestéa primera vez?
—Por fin la conversación se pone
nteresante —dije, enarcando lacejas para mirar a Chenquisitivamente.
—No has tenido suerte, soldado—me informó él—. Carmina meguarda todos los secretos. Sabe qudejaría de cortarle el césped si ella
desenterrara mis esqueletos.
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—Yo no sé nada de ese acuerdo—se mofó Carmina.
—Tienes el pelo distinto —medijo Chet—. Así tan bien vestidacasi no te reconocía. Vaya, ¿peroquién es esa chica tan guapa?, me
he preguntado al entrar.Le saqué la lengua.
—¿Y tú qué? ¿El sombrero y la
botas te los vigilan los cerdos?Chet sonrió. —Apuesto a que tienes toda una
perita en dulce en casa, Carmina.Carmina soltó otro ejem. Luego
frunció el ceño y me lanzó unamirada inquisitiva.
—¿Debo entender que vosotro
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dos ya os habéis conocido¿Cuándo? —preguntó.
—Anoche —respondí—. Chet meayudó a poner en marcha eMustang en la biblioteca. Yo noconseguía arrancarlo. Tiene mu
buena mano con los coches —añadí, retorciendo el collar en tornoa un dedo con aire candoroso.
La sonrisa se borró del rostro deChet, por el que pasó una sombrade desconcierto antes de quepalideciera de temor. ¿Lo sabe?, mepreguntó, articulando las palabracon los labios.
—Ahora sí —contesté
tranquilamente.
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Carmina se dio la vueltadespacio para lanzar a Chet unasombría mirada de amonestación.
—¿Tú sabías que me robó ecoche anoche, Chet Falconer? ¿Laayudaste a salirse con la suya?
—Sí, señora. —¿Algo que decir en tu defensa? —El carburador volvía a hacer d
as suyas. —Debería hacer que os arrestea los dos.
Justo entonces, el organistaterminó el acorde final del preludiomusical, y el pastor Lykins ocupó suugar en el púlpito. Los feligrese
guardaron silencio y todas la
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miradas se volvieron hacia la partefrontal del lugar de culto.
Carmina lanzó a Chet una largamirada glacial. Luego sacó el librode himnos del bolsillo que tenía ebanco por detrás y se dio u
golpetazo en el muslo con él.Me mordí el labio para ahoga
una risita, justo cuando el aliento
de Chet me hacía cosquillas en laoreja. —Así que te parece divertido
Esta te la guardo.
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Debía de estar de muy buehumor porque, después de la
glesia, dejé que Chet meconvenciera para que me quedaraa l picnic que se celebraba en e
ardín de la parte de atrás. É
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contribuyó con un par de bolsas depatatas fritas al despliegue deensaladas, guisos y postres queaguardaban sobre mesas plegablesNo llevaba manta para el picnic, asque, después de separarnos de
resto de los feligreses, nos laapañamos sentándonos en la hierbaa la sombra de un frondoso roble.
Chet se tumbó de espaldas coos brazos doblados bajo la cabeza. —Ya sabes que te la voy a
devolver.Me quité las alpargatas con lo
pies y me recosté lánguidamentecontra el tronco del árbol.
—Alguien no estaba escuchando
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el sermón del pastor Lykins sobre eperdón.
—¿Siempre eres tan mojigata? —Sí, ¿y? —pregunté, alzand
una ceja.Chet se dio la vuelta hacia m
apoyándose en el codo, y bajó lavoz hasta un susurro sigiloso.
—Recuerdo lo que ha dicho e
pastor Lykins sobre arrojar ademonio lejos de nosotros. Vamoschica, vuélvete por donde havenido.
Le di una patada en la pierna. —Antes del servicio Carmina y tú
habéis mencionado a alguie
lamado Dusty —dije—. ¿Quién es?
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—Mi hermano pequeño. —A Chese le nubló el semblante y dejó debromear.
—Te lo habría presentado, perono he tenido el privilegio dearrastrar su culo hasta la iglesia
esta mañana. Anoche no volvió acasa.
—¿Hermano pequeño? —Cuando
Carmina me había dicho que Cheera el hombre de la casa, me lohabía imaginado viviendo solo—¿Pero tú no tienes solo diecinueveaños?
—¿Solo? Tampoco tú tienesmuchos menos.
—Quería decir que si es lega
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que viváis solos? —Sabía que lopadres de Chet habían muerto, perno tenía ni idea de que no solohabía tenido de responsabilizarsede la casa, también era el tutor desu hermano—. ¿Qué edad tiene?
—Dieciséis. Lo bastante mayopara conducir, claro que no esperóa tener el carnet para empezar. Mis
padres intentaban impedírseloescondiendo las llaves del cochepero la necesidad agudiza engenio y aprendió solo a hacer epuente a los coches cuando teníatrece años. Si dejas aparcado ecoche en la calle de noche
seguramente se lo llevará prestado
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e lo devolverá a la mañanasiguiente con algo menos degasolina. —Soltó un resoplido dendignación—. Cuando se dignevolver arrastrando el culo de lafiesta en la que sea que se coló
anoche, te juro que lo voy a teneencerrado en la madriguera unasemana.
—¿Madriguera? —Me sorprende que no tengáien Tennessee. ¿No? Unamadriguera es un refugiosubterráneo para tornados, tacomo suena. Es un túnel debajo dea casa con espacio suficiente para
entrar gateando. Carmina tiene u
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refugio más nuevo en la parte deatrás, con dos puertas que se abrea una escalera que conduce arefugio subterráneo. De unos trepor tres metros de tamaño, con ucandado en la puerta. Otros chico
del barrio y yo lo usábamos comoclub, con letrero de «Prohibida laentrada a chicas» y todo eso.
En realidad había visto unapuertas dispuestas en ángulo anivel del suelo no lejos del porchede atrás. Había supuesto queconducían a un almacén.
—Ya tendrás ocasión de entraen uno. Sería raro que pasara u
verano sin que hubiera un tornado
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por la zona.Me estremecí. Esperaba
sinceramente que se equivocaraHabía soportado unas cuantatormentas de hielo en Philly, yhabía pasado un par de días si
electricidad, y ahí es dondeacababa mi tolerancia al matiempo.
—¿Dónde están esas fiestas aas que va tu hermano? —preguntécon un motivo algo egoístaDespués de pasar tres días en unacasa segura del gobierno, y tremás bajo la supervisión deCarmina, me moría por algo de vida
nocturna. Desde luego Thunde
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Basin no era Filadelfia, y noesperaba encontrar allí clubes demoda, pero en ese momento, mehabría conformado con cualquiecosa. Si Chet me indicaba dóndeencontrar una fiesta, no
desaprovecharía la oportunidad. Noquería pasarme todos los fines desemana de aquel verano encerrada
en casa de Carmina. Me moría poalgo de vida social. —El tío con el que estaba
anoche es Cooter Saggory, así queseguramente encontraron algúvagón vacío en terrenos deferrocarril y estuvieron bebiendo
hasta caer redondos. O al meno
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eso espero, pero con Cooter de pomedio nunca se sabe. Ese es eproblema, que es un peligro epotencia, y ahora Dusty anda todoel día con él. Yo también hicemuchas estupideces en mi
tiempos, y desde luego he pasadoun par de noches en el calabozopero nunca hice nada por lo que
pudiera acabar en la cárcel. —¿Cooter Saggory? Por favordime que es un apodo.
—Es su nombre, y le va al pelo—gruñó Chet—. Pura escoria y upaleto. Como seguramente tú mimapudiste comprobar anoche.
Fruncí el ceño, ladeando la
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cabeza. —Un momento. El chico de
Sundown Diner, ¿era Dusty? ¿Y etipo que estaba con él era Cooter?
El rostro de Chet me indicó quecreía que yo ya lo habría deducido
por mí misma. —Sí. Lo siento. Estoy un poco
distraído. Ha sido una noche larga
Si yo hubiera puesto los pies en lacafetería, Dusty se habría pirado. Yyo no sabría ahora qué estátramando. Me vino muy bieencontrarte.
—¿Me usaste para espiar a thermano?
—Y volvería a hacerlo.
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—Vale, pero es muy rastrero, ymolesto. Dale algo de margen aDusty. Seguro que siente que locontrolas demasiado y todo lo quehace, todo lo malo, es solo paraponerte a prueba. —Me di cuenta
con un sobresalto de que hablabadesde el corazón. La rebeldía habíasido mi táctica predilecta para
mangonear a mi madre. Saltarme lahora límite de llegada, ponerme departe de mi padre en tonteríassoltar tacos. Yo era una señoritadescendiente de una refinadafamilia sureña, y se suponía quedebía mostrarme educada y co
buenos modales. La táctica me
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había funcionado. Y luego, claroella había empezado a usar drogae intentar llamar su atención era uempeño fútil.
—Cooter Saggory es un camello—afirmó Chet sin rodeos—. Dust
no sabe dónde se está metiendoAunque lo haga para ponerme aprueba, estas no son maneras. E
el mejor de los casos, acabará coantecedentes, y en el peor, acabaráen prisión.
A decir verdad, yo ya habíasospechado que había drogas depor medio. Los cuatro mil dólarede adelanto eran una buena pista
Dusty quería probar fortuna como
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camello. —¿Y si se lo cuentas a Carmina
—sugerí—. A lo mejor ella podríahablar con Dusty, darle una imagenmás realista de lo que le espera.
—Se dará cuenta de que es cosa
mía y será como empujarle ahacerlo. Voy a tener que encontraotra manera de hacerle entrar e
razón. —¿Se droga? —No lo he pillado drogándose
pero no quiero engañarme a mmismo. La muerte de mis padres nofue fácil para él. Habríaabandonado los estudios si yo no
hubiera estado todo el tiempo
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encima de él. El mes pasado lodespidieron del Sun Mart. ¿Quéclase de persona es incapaz deconservar un trabajo de meteproductos en bolsas? Está metidoen algo, estoy seguro —dijo Chet
meneando la cabeza con amarguraQuería decirle a Chet que sabía
cómo se sentía. Vivir con un adicto
era una mierda. Siempre cosecretos, engaños y excusanterminables. ¿Cuántas veces mehabían entrado ganas de zarandeaa mi madre y gritarle: «¡Deja deactuar como si fuera una estúpidaque se cree todas tus mentiras!»
Pero la adicción a las drogas de
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mi madre no formaba parte de mtapadera. Se suponía que debíacontarle a todo el mundo ehunder Basin que mi madre había
muerto. De esa manera, sfinalmente se limpiaba y salía de
rehabilitación, podríamonstalarnos en otro lugar y empezauna nueva vida, pero juntas. Ese
era el objetivo del Departamentode Justicia para mi futuro, y no ibaa ocurrir nunca. En primer lugar, ermprobable que mi madre logrararehabilitarse. En segundo lugar, nopensaba volver a vivir con esamujer jamás de los jamases
Después de haber probado la vida
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sin ella, tendrían que devolverme arastras a mi vida anteriorpataleando y chillando.
Fruncí el ceño, ponderando estaafirmaciones lentamente. Seguíaconsiderando Thunder Basin como
una prisión, y seguiría siéndolodurante los tres meses siguientespero lógicamente en toda prisió
había momentos de libertadfugaces. Vislumbrar un pedazo decielo azul, los trinos de un pájaro eel alféizar de la ventana. O, en mcaso, no sentir el peso abrumadode la preocupación por mi madre¿Y si Thunder Basin era una
oportunidad para tomarme u
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respiro?Chet aguardaba mi respuesta
Se le notaba que necesitaba hablacon alguien, pero el insensatocomportamiento de Dusty meresultaba perturbadoramente
cercano así que sería mejor cambiade conversación. No estaba bienpero era realista. Tenía que
atenerme a la historia de latapadera por mi propia seguridad. —¿Quién podía imaginar qu
esto de hacer de padre iba a setan duro? —dijo él por finfrotándose el entrecejo.
—Ya, buena suerte con eso —
dije con escasa convicción
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Detestaba la punzada deculpabilidad que sentía. Lo quChet necesitaba ahora era unaamiga que le escuchara cosimpatía, en lugar de un tópico traotro.
—Es hora de irse, Stella. —Nohabía visto acercarse a Carminaque estaba de pie junto a nosotros
ahuyentando el calor creciente coel boletín de la iglesia. —En realidad va a llevarme Che
—repliqué, mirándole parasegurarme de que estaba deacuerdo.
—Creo que será mejor qu
vengas conmigo. —El tono de
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Carmina era tranquilo, peronflexible como el acero.
Chet me empujó con la rodilla. —De todas formas teng
recados que hacer en el puebloPero luego nos vemos.
Sentí que me ardía el cuelloChet no tenía ningún recado quehacer. Estaba dejando ganar a
Carmina y eso me ponía furiosa¿Era yo la única con suficienteagallas para hacerle frente?
—Entonces te acompaño a haceos recados —dije, poniéndome epie al mismo tiempo que él.
—Hoy no —dijo Carmina—. Sub
a la camioneta, Stella. Vamos
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Chet, no queremos entretenerte.Chet nos saludó cortésmente a
as dos con la cabeza y luego seencaminó al aparcamiento. Volvióa vista una vez, pero no supenterpretar su expresión
¿Decepcionada? ¿Arrepentida?Me crucé de brazos sobre e
pecho y fulminé a Carmina con la
mirada. —Se le da bien intimidar a lagente, ¿eh?
—Te dije que te mantuvierasalejada de ese chico.
Solté una estridente carcajada. —¿Porque me causará
problemas? Abra los ojos. Che
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Falconer es de lo más inofensivoFíjese en él. —Hice un furiosoademán en dirección aaparcamiento—. Ha sido lobastante educado como para dejaque le echara en lugar de provoca
una escena. Sé reconocer loproblemas, se lo aseguro. Y Chet noes de esos. Aunque lo fuera, usted
no puede decirme con quién puedoo no puedo juntarme. No es mmadre. En lo que a mí respecta, noes más que una sustituta, ureferente, un nombre en udocumento del gobierno.
Los labios de Camina se cerraro
en una dura y finísima línea.
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—Sube a la camioneta. —No. —No me obligues a repetirlo
Stella. —Nadie la obliga a hacer nada
Es usted la que me da órdenes
Apuesto a que no soporta qualguien le plante cara. Estáacostumbrada a ser la gran po
mala y a que el pueblo la respetepor ello. Bueno, pues a mí no measusta. Volveré caminando a lacasa, pero no pienso subirme a lacamioneta.
Hacía ademán de dar mediavuelta, cuando el pastor Lykins vino
hacia nosotras agitando los brazo
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para indicarnos que leesperáramos.
—¡Carmina! No he tenidoocasión de darle las gracias a ustedy a Stella por venir al sermón deesta mañana. —Llegó sin aliento
volvió a estrecharnos la manosonriendo de oreja a oreja—Espero haberles dado algo sobre lo
que reflexionar durante la semana.Carmina esbozó una sonrisaforzada.
—Como siempre, pastor. Yahora, si nos disculpa...
—Espero volver a verte lasemana que viene, Stella.
No tuve mucho tiempo para
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pensar una respuesta. Casnstintivamente, aproveché laoportunidad y bajé los ojosdejando escapar un triste suspiro.
—Eso espero. Pero depende deCarmina. No tengo coche n
bicicleta, así que es ella la quedecide cuándo puedo salir de casa.
La sonrisa del pastor Lykin
vaciló. —Oh, bueno, estoy seguro deque Carmina querrá que oigas lapalabra del Señor, ¿no es cierto?
Carmina puso los ojos en blancoy exhaló un suspiro de resignación.
—Stella puede venir a la iglesia
siempre que quiera.
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—Gracias, Carmina —dijeesforzándome por parecesinceramente agradecida.
El Pastor Lykins nos miró a una ya otra con expresión de duda hastaque por fin su rostro se iluminó.
—Stella, ¿juegas a sóftbol?No sabía adónde quería ir a
parar, pero tuve un buen
presentimiento. —Sí, aunque hace un par deaños que no juego.
Los ojos del pastor se iluminaroaún más.
—¿Has oído hablar de nuestriga mixta juvenil de sóftbol? Lo
partidos son los viernes a la caída
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del sol. Te he visto antes charlandocon Chet Falconer. Él se encarga dea liga. ¿Quieres que le pregunte spuede meterte en alguno de loequipos más pequeños? Yo tambiénfui nuevo en el pueblo. Se tarda u
tiempo en sentirse parte de lacomunidad, pero lo mejor que sepuede hacer es lanzarse y hace
nuevos amigos. Carmina, seguroque no le importará prescindir deStella unas cuantas horas a lasemana, ¿verdad?
Me di la vuelta para encararmecon ella.
—Por favor, Carmina —dije con
tono esperanzado, suplicante
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ncluso, pero tenía un arrogante triunfal brillo en los ojos.
Carmina me lanzó una miradasevera.
—Estoy segura de que no habráningún problema. Stella es libre de
r y venir a su antojo, dentro de lorazonable. Por cómo hablacualquiera diría que soy su agente
de la condicional. —Al ver que lodos la mirábamos fijamente, añadiótajantemente—: No lo soy.
El pastor Lykins dio una suavepalmada a Carmina en el hombro.
—Estoy seguro de que senecesita cierta adaptación para
pasar de su anterior profesión a
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esta nueva y emocionante tarea deeducar a una joven. Dos situacionecompletamente distintas querequieren... eh... planteamientodistintos.
Carmina se limitó a mirarlo co
rostro circunspecto.El pastor Lykins carraspeó y
uego me estrechó la mano.
—Buena suerte, Stella —dijo cosincera preocupación.Esperé a que se alejara para
sonreír con satisfacción.Había concluido mi trabajo.
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El lunes por la mañana recibuna llamada del Sundown Diner. La
propietaria, Dixie Jo, queríaentrevistarme para trabajar en sdrive-in. Me hizo pensar en chica
con patines y la película America
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Graffiti. No había vuelto a patinadesde los seis o siete años, perorecordaba vagamente algo deimbo2 y una rabadilla dolorida. Sme hacía patinar como parte de laentrevista, no tendría la meno
oportunidad.Hacía demasiado calor para
levar tejanos, así que me puse
unos pantalones cortos de algodóy una camiseta calada. No era lobastante elegante como paramerecer una mirada de aprobacióde Carmina cuando bajé loescalones del porche, pero mobjetivo era estar cómoda.
Carmina me había prestado s
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bici, una bicicleta playera coneumáticos tipo balón. Una cestade mimbre colgaba del manillarComo todas las posesiones deCarmina, tenía la pintura sucia desconchada, y estaba cubierta de
polvo. Pero si podía salir de aquellacasa gracias a la bici, para mí eratan buena como un Porsche.
Pedaleando hacia el pueblo, eaire cálido me levantaba el pelo. Ecalor no me parecía opresivo, mábien me daba energía. Sentí empulso irresistible de soltar emanillar y alzar el rostro hacia esol. Cautelosamente probé la
sensación del viento soplando entre
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mis dedos. Me sentía abierta anfinitas posibilidades. Aquellacarretera, aquella mañana, aqueverano eran míos. No tenía quepreocuparme de nada más. Mmadre no estaba. Ya no era
problema mío. Imaginando quecada pedalada me alejaba aún máde ella, pedaleé con más brío. Sent
que una sonrisa se abría pasodesde mi garganta hasta llegar pofin a mi boca. Era libre.
A las diez, una hora antes deque abriera el Sundown, apoyé labici contra una farola de la calle lamé a la puerta. Contestó a m
lamada una rubia esbelta de
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mediana edad. Tenía finas patas degallo en los ojos y llevaba el pelorecogido en una trenza floja. Cortomechones alborotados lesobresalían de la cabeza comorayos de sol. Tenía unos cálidos
ojos castaños y un rostro abierto yfranco.
—Tú debes de ser Stella
¿Sabes?, le tengo cariño a esenombre. Una de mis mejoreamigas en el colegio se llamabaStella. Tenía unos profundos ojosde color avellana, igual que tú.
Me removí, sintiéndomencómoda. No me parecía bie
niciar una conversación sobre u
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nombre que detestaba y que nsiquiera era el mío. Si emprendíaese camino, inevitablementetendría que inventar más mentiras«Era el nombre de mi abuela.» O«mis padres me lo pusieron po
Stella McCartney». No me parecíacorrecto mentirle a una mujer coun rostro tan sincero. Y cuanta
más mentiras contara, más difícme resultaría recordarlo todo. —Usted debe de ser Dixie Jo —
me limité a decir—. Gracias por laentrevista.
—¿Has trabajado antes sirviendcomidas? —me preguntó
guiándome a través del comedo
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hasta una doble puerta batiente. Lacocina de blancos azulejoresplandecía y olía a limpio comouna pastilla de jabón. Vi a unamujer cortando cogollos de lechugaa otra que picaba cebolla, y a un tío
de mi edad que vaciaba uavavajillas enorme que desprendíavapor. Hacía calor y tenían el rostro
encendido.Dixie Jo me indicó que tomaraasiento en un pequeño despachocontiguo a la cocina.
—No —respondí. Me senté frentea ella en la silla del otro lado deescritorio. Decidí que no era e
momento de decirle que no había
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trabajado nunca—. Pero aprendorápido y soy una persona musociable. «Y me encanta el aireacondicionado», añadmentalmente.
—¿Podrías trabajar por la
noches? —Todas menos la del viernes. —
Chet aún no me había dicho nada
sobre la liga de sóftbol, peroconfiaba en que no habría ningúproblema, porque para empezanecesitaba hacer algo los fines desemana. Y además me gustaba ladea de frecuentar la compañía deChet durante el verano. Dejando a
un lado su irritante pose de
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vaquero, tenía sentido del humor no era tan paleto como algunas deas personas que había visto en epueblo. Y, para ser sincera, tambiéestaba de buen ver.
—¿En cuántas horas estaba
pensando? —En todas las que pueda darme —Quiero contratar a alguien a
tiempo parcial, veinte horas a lasemana. Tendrías que ocuparte depreparar algunas cosas, comobatidos, y añadir el aliño adecuadoa nuestras ensaladas. Pero tucometido principal consistiría etomar los pedidos de los cliente
que vienen en coche, transmitirlos a
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a cocina, y llevarlos a los cochecuando estén listos.
—Puedo hacerlo. —Lo bueno de estar justo en la
esquina es que disponemos detodos los aparcamientos a lo largo
de todo el lateral izquierdo deedificio. Los clientes llegan con scoche y no tienen que bajarse para
que les sirvan la comida. Servimode veinte a cincuenta coches ponoche. —Sonrió astutamente—. Noocupan sitio en el comedor y no hayque limpiar. Lo mejor de ambosmundos. ¿Puedes empezar estanoche, Stella?
—¿Me está ofreciendo el puesto
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—pregunté, parpadeando. —Si lo quieres.Fue una decisión fácil. ¿Hora
ejos de Carmina, aireacondicionado, y algo de dineropara gastar? Sonreí animadamente
—Ya tiene nueva camarera.Dixie Jo se levantó al otro lado
del escritorio.
—Ven a las cuatro y media. Astendrás ocasión de ver cómofunciona todo antes de la horapunta. Pago los viernes cada quincedías. ¿Aún te interesa?
—Desde luego. —Entonces, nos vemos luego
Stella. —Con una sonrisa, me indic
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con un gesto que saliera yo sola. Atravesaba la cocina cuando lo
pensé mejor, volví sobre mis pasosy asomé la cabeza por la puerta.
—Una cosa más. ¿Tengo quelevar uniforme?
Ella hizo chasquear los dedos. —Casi se me olvida. Los nuevo
acaban de llegar. El viejo era un
vestido a rayas blancas y rosas coun adorno de encaje. Lo habríapodido llevar perfectamente DollParton en su gira de 1981. Si tepasas por el Ejército de Salvacióno verás a la venta a diez dólares launidad. —Revolvió en una de la
cajas que había apiladas contra la
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pared del fondo, y sacó una faldanegra de piel de imitación y un tocon estampado de camuflaje.
—¿Mejor? —Enarcó las cejasnquiriendo mi opinión.
Me eché a reír.
—¿Tiene que preguntarlo? — E l top se ha de meter po
dentro por seguridad, pero puede
ponerte cualquier calzado cerradoque te parezca. ¿Qué tallaprefieres?
Elegí una mediana y salí la made contenta. En lo que a entrevistade trabajo se refería, iba una acero.
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Una vez en la calle, vi que labicicleta de Carmina habíadesaparecido.
Miré a un lado y a otro de lacalle. Unos cuantos cochecirculaban por las calles de
adoquines del centro de ThundeBasin, pero las aceras estabadesiertas. No había ningú
transeúnte con aire culpable quehuyera en una birria de bicicletaVaya con la tranquila y segura vidade los pueblos pequeños. Seguía simóvil, así que no podía denunciar erobo. Tampoco podía llamar aCarmina para que fuera a
recogerme. Se pondría furiosa
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seguramente me obligaría a volveandando para castigarme. Lomirara por donde lo mirase, tendríaque volver a pie. Primero le daría aCarmina la buena noticia, que mehabían dado el trabajo. Y esperaba
que bastara para suavizar lapérdida de la bicicleta. Pero nosolucionaba el problema de cómo i
a trabajar por la tarde.Me recogí el pelo, crucé al ladosombreado de la calle, e inicié eargo paseo de vuelta a casa. Solohabía recorrido unas cuantamanzanas cuando un vehículoamarillo se detuvo a mi lado. La
ventanilla del copiloto estaba
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bajada. Chet Falconer se llevó lamano al sombrero Stetson y mesaludó con una sonrisa.
—Una mañana calurosa —comentó.
—¿Qué quieres? —dije, fingiend
fastidio, pero la verdad era que nodaba crédito a mi buena suerte. Ao mejor Chet había acabado ya e
el pueblo y podía llevarme a casade Carmina. —¿Has venido andando hasta e
pueblo? Es un buen paseo. —No todos somos uno
holgazanes. A algunos nos gustahacer un poco de ejercicio y el aire
fresco. ¿Y de dónde sale este
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engendro que devora gasolina? —pregunté, señalando el vehículoNunca había visto nada iguaParecía un cruce entre todoterrenoy camión militar.
—Es una International Harveste
Scout de 1977. Ya no las fabrican. —Me arriesgaré a decir qu
gasta... ¿4 litros cada 2
kilómetros? Podrías pensar un pocomás en el medio ambiente compartirlo al menos. Buscar aalgún viajero solitario que necesiteque lo lleven...
Su sonrisa se hizo más amplia. —¿Buscas a alguien que te
leve?
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—Simplemente me preocupa eestado del planeta que vamos adejar a nuestros nietos. —Miré laScout con aire dubitativo para damayor énfasis a mis palabras.
—Venga, sube.
Miré hacia delante, me mordí eabio y procuré que pareciera queno acababa de decidirme.
—Pero hace un día tanestupendo.Chet soltó un bufido.
—Hay treinta y dos grados ahfuera. Sube antes de que cambie dopinión.
Tiré de la portezuela y subí.
—Vale, me has convencido.
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El interior de la Scout de Cheolía a una sencilla mezcla deimpiador de cuero, libros antiguoy césped cortado. No había ningúambientador artificial colgado deespejo retrovisor, y no me llegó
ningún aroma a colonia. Tampocoo esperaba. Chet no era taquisquilloso con su aspecto como
os chicos de Philly. Desde luego noera tan meticuloso como Reed, quese planchaba los tejanos. CuandoReed venía a recogerme, se lenotaba en el pelo la rigidez de ugel de máxima fijación, la ropaacabada de salir de la lavandería,
olía tanto a colonia como la
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perfumería de unos grandealmacenes. Seguramente tardaba amenos una hora en arreglarseDetalles. Siempre me habíagustado su atención a los detallesPero pensándolo ahora, le hacía
parecer un poco... tiquismiquis.Chet apoyó el codo en la
ventanilla abierta y metió la
primera. —¿Directa a casa?Era demasiado pronto para
comer, y no quería volver aún acasa de Carmina. No me apetecíanada tener una nueva bronca. Peroa ver, ¿a quién se le ocurría roba
una bicicleta playera verde de 196
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por lo menos? —¿Sabes de alguna tienda de
bicicletas que esté bien? —pregunté.
—¿Nuevas o de segunda mano? —De segunda mano, po
supuesto. Busco una bici muconcreta. Una playera verde con ucesto colgado del manillar. La
pintura ha de estar desconchada. Ecrucial que tenga arañazos en laestructura. Oh, y el sillín ha de seancho y mullido. ¿Crees queencontraré una así?
Chet emitió un silbido con airepensativo.
—Me parece que no me lo ha
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contado todo. Alcé las manos en el aire. —He perdido la bici de Carmina
Esta mañana he venido al puebloen la bici para una entrevista detrabajo, y me lo han dado, po
cierto —hice una pausa para chocaos cinco con él—, y cuando hesalido a la calle, ya no estaba. Me
a han robado. Primero el Mustang ahora la bici. Tengo mala suerteSeguramente me castigará. No seme ocurre un castigo peor quequedarme en su casa laveinticuatro horas del día.
—Los hermanos Charlton —
musitó Chet para sí.
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—¿Qué? —Jimbo y Billy John Charlton se
han llevado la bici. No te lo tomecomo algo personal, se lo hacen atodo el mundo.
—¿En serio se llaman Jimbo
Billy John? —Estamos en Nebraska. Ahí tenía razón.
—Sé dónde está la bicexactamente —dijo Chet, e hizo ucambio de sentido ilegal y difícil alegar al cruce. Me agarré al asa detecho para no perder el equilibriocuando las ruedas golpearoigeramente el bordillo.
—¿Dónde?
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—El desguace. —¿Roban bicicletas y luego la
levan al desguace? —No tienen nada mejor qu
hacer. Viven en un parque decaravanas cerca de las vías de
tren. El padre es un borracho y notardará mucho en seguir a smujer, que murió de cirrosis
hepática hace unos años. Lohermanos Charlton no estudian, notrabajan y no pagan impuestos. Serumorea que los dos han tenidorelaciones impropias con shermana pequeña, Millie Sue.
—Puaj.
—Son la deshonra del pueblo
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Jimbo y Billy John.Bueno, eso era lo que ocurría
cuando la gente se quedabaestancada en un lugar comohunder Basin. Una vez que se
empezaba con la endogamia, todo
era cuesta abajo. Camellosadrones de bicicletas y pervertidosel completo.
Una alta valla metálica coronadacon alambre de púas circundaba e
desguace de Thunder Basin. Cheaparcó en la parte posterior deamplio recinto para evitar que no
viera el encargado que estaba en la
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entrada. No era probable que nometiéramos en ningún lío pometernos allí, me aseguró Chetpero si entrábamos por la puertaprincipal, tendríamos que pagar pocualquier cosa que nos lleváramos
Yo no pensaba pagar por una bicque para empezar era mía, buenotécnicamente de Carmina.
Chet recorrió el perímetroexterior de la valla, encaminándosedirectamente al lugar donde sehabía cortado el entramadometálico dejando una brechadisimulada.
—Cuando Dusty tenía doce años
os hermanos Charlton se llevaro
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su bici. No han variado su forma deactuar en años.
Nos introdujimos por la brecharecorrimos varias hileras de cocheviejos apilados de tres en tres y deelectrodomésticos antiguos
Pasamos al lado de una montañade neumáticos, ejes y otras piezade coche. También tractores y
maquinaria agrícola desechadohabían acabado allí. Chet giró alegar a cierta hilera y, al final detodo, vi un enorme montículo detierra. En lo alto estaba la bicicletaverde de Carmina.
—¡Es esa! —exclamé, avivand
el paso.
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Me detuve bruscamente al piedel montículo, consternada acomprobar que la tierra tenía unaconsistencia viscosa como el barro que había heno desparramado poencima. Apestaba. Yo era una chica
de ciudad, pero no se necesitabavivir en una granja para saber queaquello era un montón de estiérco
fresco. —Voy a matar a los hermanoCharlton —murmurévengativamente.
Chet me dio una palmada en ehombro.
—El primer paso es el más duro
nena.
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—Supongo que tú no... —dijemirándolo esperanzada.
Chet levantó las palmas de lamanos y retrocedió.
—Ni hablar. Esto es cosa tuya.Di un paso vacilante hacia e
estiércol. Las alpargatas sehundieron en él con facilidadArrugué la nariz y dejé que m
mente se deleitara imaginandonnumerables formas horripilantede desmembrar a Jimbo y a BillJohn Charlton. CuchillosMotosierras. Picahielos. Mis manodesnudas.
Resbalando una y otra vez
conseguí por fin trepar por e
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montículo hasta la bicicletaAposenté los talones con firmezapara no perder pie, y lancé la bicrodando hasta Chet. Las manos mequedaron hechas un asco y tuveque cerrar los ojos y contar hasta
diez para no perder la composturaCuando reabrí los ojos y aventuréuna mirada hacia abajo, me
mortificó descubrir que laalpargatas se habían hundidocompletamente en el estiércol, queme subía por los tobillos desnudos.
No pude evitarlo: solté uchillido.
—Si te hace sentir mejor, las
vacas son vegetarianas —me dijo
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Chet alegremente desde abajo. —¡Lo que me haría sentir mejo
es una ducha!Conteniendo las náuseas que
sentía, troté colina abajo lo márápido que pude sin correr peligro
de caerme. Al llegar abajo, dpuntapiés en el aire para hacesaltar los grumos de estiércol que
se me habían quedado pegados aos talones, y luego respiré hondovarias veces para serenarme. Acabo de unos instantes habíaogrado reprimir las arcadas.
—¿Dónde viven? —preguntédirigiéndome ya a grande
zancadas hacia la parte trasera de
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desguace, donde estaba aparcadaa Scout de Chet—. ¿Dónde puedoencontrar a esos dos hijos de puta?
Chet rehuyó mi preguntaagitando la mano y con un extrañobrillo en los ojos.
—Na, ya se ocupará de ellos ekarma.
—No voy a esperar al karma
Voy a ocuparme de ellos yo mismaahora —insistí, escupiendo cadapalabra.
—Jimbo y Billy Joe son malagente. Yo de ti me iría con la bicialegrándome de que no la hayadejado en algún sitio peor.
Me detuve en seco.
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—Un momento, ¿se llama BillJohn o Billy Joe?
Chet enrojeció levemente. Tosiócon el propósito evidente dedisimular una carcajada.
Lo miré fijamente durante u
rato antes de comprenderlo todo. —Oh, no —exclamé
entrecerrando los ojos—, no me
digas que tú... —Desde luego que sí. —Chesoltó un grito de triunfo y echó acorrer en dirección a la valla.
Agarré la bicicleta de Carminpor el manillar y salí en spersecución, lanzándole una
retahíla de insultos amenazadores
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muy ingeniosos. Cuando llegué a lavalla, estaba sin aliento y notaba esudor que me caía por la espaldaChet estaba al otro ladoobservándome con desconfianzapero con una leve sonrisa burlona.
—Te dije que te la devolvería —me dijo con un gesto de suficiencia
—Ha sido un golpe bajo
Falconer.Chet me apuntó con el dedo. —Empezaba a recuperar la
confianza de Carmina cortándole ecésped, y lo del coche fue un grapaso hacia atrás. ¿Viste cómo memiró cuando descubrió que te había
ayudado a arrancar el Mustang
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Dime que no fue peor que trepapor un montón de estiércol.
—¿Y qué? —dije con uresoplido—, ¿por qué perdiste sconfianza?
—Seguimos hablando de
Carmina, ¿no? —respondió éabriendo los ojos con incredulidad¿Acaso necesita una razón?
Razón tenía.Seguí rumiando mi descontentodurante un rato hasta quefinalmente dejé escapar un suspirode irritación.
—Lo mínimo que puedes hacees llevarme a casa.
Chet sostuvo en alto el trozo de
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valla cortada y me ayudó a pasar labicicleta al otro lado. Luego se laechó al hombro y la llevó hasta laparte de atrás de la Scout. Aún meestaba sacudiendo el polvo cuandoChet se acercó y me abrió la
portezuela. —¿Ahora te pones en pla
caballeroso? —dije, subiendo a
vehículo.Él soltó otro resoplido. —¿Qué clase de venganza habría
sido si te hubiera rescatado? —Después de sentarse tras evolante, se dio la vuelta paramirarme con aire avergonzado.
—¿Seguimos siendo amigos?
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—Solo si me metes en la liga desóftbol. Necesito vida social. ¿Hahablado ya contigo el pastor Lykins
—Pues sí. —¿Y?Chet se pasó el pulgar por la
nariz. —Le he dicho que supongo qu
puedo meterte en mi equipo
endremos un jugador de máspero no le importará a nadie. —Bien. —Me arrellané en e
asiento, satisfecha—. Esperaba queestuviéramos en el mismo equipo.
—¿Ah, sí? —Parecíaagradablemente sorprendido.
—He oído que eres un bue
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parador en corto. No quiero estaen un equipo de perdedoresObviamente.
—De acuerdo. Bueno, has tenidosuerte. Vamos 2 a 0 estatemporada.
Durante el camino de vuelta acasa, Chet sonrió de repente.
—Todavía no me puedo cree
que te creyeras esa historia sobreJimbo y Billy como se llame. —¡Era una buena historia! —
protesté—. ¡Totalmente creíble!Él puso los ojos en blanco.
—¿Todos los pueblos pequeñosde Estados Unidos están llenos de
paletos ignorantes y obsesos de la
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Biblia? —Meneó la cabeza coexpresión lastimera—. No eposible que creas eso. Eso es comosi yo te dijera que todos los deciudad son unos adictos al trabajoque te apuñalan por la espalda
son moralmente corruptos. —Lo de adictos al trabajo
seguramente es cierto. La gente se
va a la ciudad persiguiendo usueño... —Ya sabes a lo que me refiero.Lancé un prolongado suspiro e
hice un mohín. —Vale, admito que estaba
equivocada y tal vez tenía
prejuicios. ¿Contento?
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—No pretendo obligarte a qupienses de una manera o de otraSolo quiero que veas las cosadesde mi perspectiva. He vividosiempre en Thunder Basin. Este emi hogar. Me gusta. Pero no soy
ciego. Se nota que tú lo detestasPues muy bien. Pero preferiría quete reservaras tu opinión sobre e
pueblo, y todos los que vivimos eél, hasta que hayas tenido ocasióde conocernos bien.
Me mordí el labio para reprimiuna sonrisa.
—Ojalá pudieras verte la caraahora. Qué serio te has puesto.
—Esperaba que dijeras sexy
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encantador e increíblementeapuesto.
—Para eso primero tendrías queibrarte del sombrero vaquero.
—Al menos yo no huelo aestiércol —dijo él con una mueca.
—¡Oh! —Eché la cabeza haciaatrás para reír—. ¡No me puedocreer que hayas usado eso! ¡Es de
o más rastrero! Esto es la guerra—Me incliné sobre el asiento y lepasé un dedo manchado por lamejilla—. Una muestra de lo que teespera. No sabes dónde te hametido por meterte con lomayores —añadí, volviendo lo
pulgares hacia mí para señalarme.
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—Perro ladrador poco mordedor —Eso es lo que tú te crees. —Empieza el juego.Nos miramos el uno al otro y no
echamos a reír. —Te llamaré para el partido de
viernes —dijo, cuando me dejó eel sendero de entrada de Carminaquince minutos más tarde. ¿A qué
número te llamo para encontrarte? —Llama a Carmina y preguntapor mí. Aún estoy currándome lo detener móvil propio.
—¿Cuándo me contarás lo denuevo trabajo?
Estaba tan concentrada e
encontrar la bicicleta de Carmina
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que me había olvidadocompletamente de darle lodetalles.
—Soy la nueva camarera deSundown Diner. Seguramente laspropinas serán una mierda, pero a
menos tienen aire acondicionado. —Ten cuidado con los vaqueros
borrachos —dijo Chet con una
sonrisa. —Ya, bueno, me las arreglaré—Sabía que solo intentabaasustarme—. Tengo mi primeturno hoy. Deséame suerte.
—No es necesario. —Sus azuleojos se posaron directamente en lo
míos e inesperadamente sentí una
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cálida sensación y me quedé sialiento—. Te van a adorarDeberíamos celebrarlo el viernedespués del partido. Ir a comer algoo a ver una película. Tú decides.
Aparté la vista y recobré la
compostura. Acababa de cruzar unaínea y no me gustaba cómo mehacía sentir. Chet era un amigo
pero yo quería a Reed. «Y nodebería ser necesario que te lorecordaran», me recriminé a mmisma.
—Carmina ha sido más estrictade lo habitual desde que me llevéel Mustang el sábado por la noche
endré que preguntarle primero —
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dije. Me daba igual lo que pensaraCarmina, y desde luego no pensabahablarle de mis planessimplemente lo decía paracubrirme. No quería comprometetoda la noche del viernes con Che
por si después surgía algún plamejor. Suponiendo que conociera aotras personas en el partido de
sóftbol, tal vez recibiera alguna otrnvitación. Lo que yo quería erealidad, lo que más echaba demenos, era una fiesta de fin desemana. Mucha gente, música atope y pasar un buen rato.
Sobre todo, no creía que fuera
prudente pasar demasiado tiempo
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solas con Chet. Conocía los peligrode una relación a distancia. Cuandoel gato duerme, bailan los ratonesYo no iba a ser una de esas chicasReed y yo habíamos pasadodemasiadas cosas juntos para
tirarlo todo por la borda por un rollode verano.
—Carmina está acostumbrada a
salirse con la suya —dijo Chet—Pero su casa es lo bastante grandepara acoger dos opiniones distintasAl final entrará en razón; solonecesita algo de tiempo. ¿Estábien con ella?
—Sí, de coña. Siempre que no
estemos las dos en casa a la vez.
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—Debe de ser duro tener qumudarse de un sitio a otro sin sabenunca con quién vas a acabar.
—Ajá —musité a modo deevasiva.
—¿Cuánto tiempo estuviste en e
anterior hogar de acogida? —Demasiado —respondí co
vaguedad. No esperaba sentir ciert
remordimiento por tener que mentia Chet. La fiscalía había montadouna tapadera por mi propiaseguridad, y yo lo entendía. PeroChet y yo nos llevábamos bien. Éera lo más parecido que tenía a uamigo. Me sentía ma
aprovechándome de esa amistad
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aunque fuera solo durante everano—. Oye, tengo que irmeDebería echar una cabezada antede empezar el turno esta nocheBueno, eso y también planear mvenganza.
—Dormiré con un ojo abierto.Se me borró la sonrisa de la
cara. Chet solo pretendía se
gracioso, pero mis pensamientovolaron hacia Danny Balando, queestaba ahí fuera buscándome, comprendí que la broma de Chetambién se aplicaba perfectamentea mí.
Había dado en el clavo.
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A las cuatro y media, introdujemi tarjeta en el reloj de fichar
Estaba claro que en el Sundoweran demasiado tacaños paranstalar un sistema informático
Dixie Jo encargó a Inny, otra
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camarera de las que servían a locoches, que me enseñara la cocinay me diera lo que supuse que erasu versión de un cursillo deentrenamiento.
Inny inició resueltamente s
recorrido por la cocina de sueloblanco con andares de patosoltándome la información a grito
por encima del hombro, y yo mequedé mirándola fijamente sipoderlo evitar. Aquí están loscocineros, aquí la máquina de hacehelados, aquí la mezcladora parabatidos, aquí el almacén. Tenía epelo negro y llevaba una melenita
corta y escalada. Sus ojos era
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pequeños y parecían instaladobajo un ceño permanente. Y lobrazos y las piernas eran largos flacos. Los brazos los cruzaba sobreun pecho plano, pero por debajo, lacamiseta de camuflaje ceñía u
vientre redondo y abultado. Innyque apenas aparentaba diecisieteaños, estaba embarazada
Embarazada de verdad.Me miró de arriba abajohaciendo explotar el chicle.
—¿Conoces la diferencia entre ealiño francés y el aliño ranchero?
—Claro. —Esto se va a poner a petar a
as seis. ¿No irá a darte un colapso
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nervioso o algo así, no?Esbocé una sonrisa forzada
porque sabía lo que pretendía InnyIntentaba ponerme en mi sitio, peroa mí no me intimidaba. No mentimidaba nadie en aquel pueblo.
—Tú dime qué tengo que hacey yo lo haré —dije.
Inny me plantó un talonario de
camarera en la mano. —Anota los pedidos, dáselos aos cocineros y luego lleva lacomida a los coches cuando estéista. ¿Necesitas que te lo repita?
Me hice con un delantal queestaba colgado en la hilera de
ganchos que había junto a la
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puertas batientes, me lo puse, meo até alrededor de la cintura y memetí el talonario en el bolsillo dedelante.
—Esta es la puerta para ir aatender a los coches —explicó Inny
conduciéndome a una puerta laterasituada más allá de donde estabaos cocineros. Unos menú
plastificados colgaban a la izquierdade la puerta. En ella había un ojode buey por el que se veía la calleateral—. Quédate aquí y vigila lacalle. Seguro que pronto aparecealgún coche.
Apoyé el hombro en la puerta
con los ojos fijos en la calle. Un pa
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de minutos más tarde, unacamioneta aparcó e hizo sonar labocina.
—La bocina hambrienta, esa etu señal —me gritó Inny al tiempoque colocaba cuatro cuencos de
ensalada en equilibrio sobre sbrazo.
Empujé la puerta para salir a la
calle. Me encontraba a mitad decamino de la camioneta cuando medi cuenta de que no tenía la menodea de cómo recibir a un cliente mucho menos de cómo atenderlePero no estaba de humor parasoportar que Inny se riera de m
neptitud, ni para aceptar un bue
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rapapolvo, así que me eché la colade caballo hacia atrás e improviséun saludo.
—Bienvenido al Sundown DinerSoy Stella y seré su camarera hoy¿En qué puedo servirle?
—Dos de pollo empanado y dode patatas fritas y ensalada de coNada de beber. ¿Lo tienes?
—Lo tengo —dije, garabateandel pedido tan deprisa como podía—Ahora mismo se lo pido.
De vuelta en la cocina, sujeté epedido con una pinza en la ruedade los cocineros, pero antes de quepudiera suspirar de alivio por habe
ogrado atender a mi primer cliente
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sin problemas, oí dos bocinazomás desde la calle.
—Avísame cuando estés a tope—gritó Inny desde el otro lado de lacocina. Salía de una cámarafrigorífica, grande como una
habitación donde se apilaban eestanterías los alimentocongelados en bolsas, botes
cubos de plástico. El aire gélidosalía por la puerta abierta, que ellase apresuró a cerrar. Tuve lasensación de que, si no poníapronto en marcha el aireacondicionado en la cocina, iba atener que inventarme una excusa
para visitar la cámara frigorífica co
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frecuencia. Al llegar a las seis y media
estaba demasiado ocupada parasentirme nerviosa. Todos losaparcamientos de la calle estabaocupados; en cuanto un coche se
ba, otro ocupaba rápidamente sugar. Empezaba a tener la manorígida de tanto garabatear pedido
a toda prisa, y me dolían lohombros de tanto trajinar bandejaentre la cocina y los coches. Lapropina habitual eran dos dólareso que en Filadelfia habría sido uasco, pero no estaba en posición dquejarme. ¿Quién iba a
escucharme? Inny trabajaba a m
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ado, metiéndose metódicamenteas propinas en el bolsillo sin haceningún comentario. Me preguntépara qué estaría ahorrando. Noquería sonar moralista, pero estabasegura de que no tendría ningú
problema en conseguir una ayudadel gobierno para madreadolescentes.
Inny me tiró de la mangacuando iba a salir de nuevo a lacalle.
—Debería avisarte de que esacamioneta que acaba de llegar es lade Trigger McClure.
Eché un vistazo a través de la
puerta, pero estaba demasiado
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ejos para ver por el ojo de buey. —¿Quién es Trigger McClure?Por primera vez en todo el turno
a expresión de Inny se suavizóMeneó la cabeza y me dio unapalmadita compasiva en el hombro
—No dejes que te asuste. Y nodejes que te pisotee.
Empujé la puerta y me encamin
a la camioneta roja aparcada con emorro apuntando al bordillo. El tipoque había al volante aparentaba lamisma edad que Inny y yo. Desdeuego iba al instituto. Basándomeen la advertencia de Inny, esperabaa alguien mayor con diente
torcidos y ojos crueles y vidrioso
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por el alcohol. Uno de los vaqueroborrachos de Chet, tal vez.
Trigger McClure tenía unasonrisa lánguida y pícara quecruzaba sus labios en forma dearco. Sus brillantes cabellos tenía
un tono entre rubio y rojizo, a juegocon sus ardientes ojos azules. Unacuantas pecas salpicaban su pie
echosa. Tuve que sacudir la cabezapara salir del trance. Parecía emodelo de una tienda de artículode deporte. No era de extrañar queInny me hubiera advertido sobre éSeguramente tenía a todas las tíarevoloteando a su alrededor. Era
muy difícil que tanta atención no se
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e subiera a uno a la cabeza.Trigger inclinó su cuerpo
moldeado en el gimnasio fuera dea ventanilla de la camioneta y mehizo una seña de impaciencia.
—Yo soy el siguiente —gritó.
Caminé hacia él y me llegó eolor a sudor masculino. Lo queunido a su camiseta empapada e
sudor y el guante de béisbol quehabía en el asiento junto a él, mendicó que venía directamente deugar.
—¿Dónde está Inny? —quisosaber.
—Dentro. Hoy te serviré yo. —
Aguardé con el lápiz preparado
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sobre el talonario para indicarle queno podía perder el tiempo. Aunqueél no se hubiera dado cuenta, ecoche contiguo al suyo acababa derse dando marcha atrás, y otrohabía ocupado su lugar. En e
asiento de atrás, unos niñopequeños, gemelos, lloriqueaban pataleaban, mientras la madre
daba golpecitos en el volante y meanzaba miradas de impaciencia.Trigger se pasó el pulgar por la
frente. —Escucha... —Fijó la vista en m
camiseta y tuve la clara impresióde que me estaba mirando las teta
—. ¿No llevas chapa con el nombre
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Alcé el talonario. —¿Quieres oír la lista de
bebidas? Tenemos productos Pepsiimonada, té helado...
—Mountain Dew y polloempanado, señorita Sin Nombre —
me dijo con un asomo de coqueteoesbozando una sonrisa seductora.
—Ahora mismo.
—Seguro que te gusta vermesudar para saber tu nombre, ¿eh—Mostró unos dientes tan blancos rectos como teclas de piano. Nosabía por qué, pero había algo en éque me resultaba vagamentefamiliar. Una idea ridícula, puesto
que nunca antes había visto a
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rigger McClure. Sin embargo, nopodía desprenderme de aquellasensación perturbadora y acabésubiendo la guardia.
—Me gusta mi trabajo —dijeadoptando una afable máscara de
cortesía. Si Trigger quería enterarsede mi nombre, tenía múltipleformas de conseguirlo, como entra
en el restaurante, arrinconar a Inny preguntárselo. No era que noquisiera que supiera mi nombreAunque lo pareciera, no era podesconfianza. Simplemente aquellaextraña familiaridad que sentía mehabía dado escalofríos, y hasta que
tuviera tiempo de descubrir de
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dónde venía, el instinto me decíaque guardara las distancias.
—Eres toda una coqueta, ¿eh? —siguió diciendo Trigger, redoblandoel encanto de su sonrisa de buechico.
Coqueta. Siempre habíadetestado esa palabra. Y aunque éno me creyera, no me mostraba
evasiva a propósito. Pero...Cuanto más lo miraba, más sedisparaban las sinapsis de mmemoria. Conocía a aquel tío. Soloque no recordaba de qué.
Quise alejarme para aclararmeas ideas, así que rodeé la
camioneta y me encaminé hacia la
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madre de aspecto cansado con lodos niños gemelos.
—Te pongo nerviosa, ¿eh? —dijorigger a mi espalda—. Conseguiré
tu nombre, monada.Garabateé el pedido de la
madre, atendiendo apenas con lamitad del cerebro, y luego meapresuré a entrar. Iba a volverme
oca tratando de ubicar a TriggeMcClure. Su nombre no me sonabade nada, pero desde luego su carasí. Había cambiado desde la últimavez que la había visto, aunque norecordaba cuándo. Había maduradoun poco, la cara había perdido la
redondez, por eso no lo había
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reconocido al principio, pero ealgún momento de nuestra vidanuestros caminos se habíacruzado. Y no acertaba a imaginacómo. ¿Cuándo podía habeconocido yo a un chico de un pueblo
de Nebraska?Tenía que haber sido mucho
antes de convertirme en Stella
Gordon. Si yo conocía a Trigger, tavez él también me conociera a ma mi auténtico yo y por tanto erauna brecha potencial en mtapadera.
A menos que no se acordara demí. Era una posibilidad. Al fin y a
cabo, a mí me había costado u
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poco recordarlo. No, recordarlo noAún no lo ubicaba. Empezaba adudar de haberlo conocido. Quizáhacía años me había sentado aotro lado del pasillo en el mismoavión, y confundía una simple
mirada al pasar con una relaciómás profunda y prolongada. Si nopodía recordar de qué conocía a
rigger, lo más seguro era quetampoco él me recordara a mí.Sabía que debía decírselo a
Carmina. El marshal ayudante Pricequerría saberlo. Pero si creían quehabía una brecha en mi tapaderaseguramente me sacarían de all
No me había empezado a gusta
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hunder Basin, pero lo que menome apetecía era tener quemudarme a otro pueblo en mitad dea nada. Allí tenía un trabajoEmpezaba a orientarme. Y tenía aChet.
En cuanto pensé en Chet, mepregunté por qué me habría venidosu nombre a la mente. Sí, claro, er
buen tío, pero no podía ser unarazón para quedarme allí. Supuseque me gustaba su divertidamanera de hacerme olvidar que noquería estar allí.
Solo tenía que asegurarme deque nuestra relación no traspasara
cierta línea.
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Después de colgar los nuevopedidos en la rueda de la cocinarecogí una bandeja y me dispuse alevarla fuera.
—¿Se ha metido contigo?Miré por encima del hombro y v
a Inny echando helado de vainillaen un vaso alto para batidos. Locolocó bajo la máquina de batidos
que se encendió con un agudozumbido. —Nada que no pueda maneja
—le grité para hacerme oír emedio del ruido.
—No temas gritarle si se pasacontigo. Dixie Jo no te despedirá
por eso. Lo detesta. Seguramente
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te aumentaría el sueldo. —La comida se está enfriando —
dije, alzando un poco la bandejaque llevaba. Aún no estaba segurasobre Inny. El instinto me decía queno confiara en ella, pero tenía algo
algo que me gustaba, aunque nopodía nombrarlo. O quizá laadmiraba. No me parecía la clase
de chica a la que le daría vergüenzapedirle al novio que se pusiera ucondón, de modo que deduje quedebía de haberse roto mientras lohacían. Su embarazo no era udescuido, sino mala suerte. Porqueaquella chica era dura como e
hormigón. Inny no cedía fácilmente
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gual que yo.Cuando le servía la comida a
una familia de cinco personas queviajaba en un Suburban, Triggehizo sonar la bocina. Se inclinósobre el asiento para gritar a travé
de la ventanilla del copiloto. —¡Eh, Sin Nombre! Quier
cambiar mi pedido. Tacha lo de
pollo empanado. Quiero unahamburguesa con bacón champiñones, poco hecha. Ytráeme también patatas fritas.
Hice una pausa para asegurarmde que podía adoptar una expresióserena antes de acercarme a é
tranquilamente.
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—Como cliente habitual, estosegura de que conoces nuestrapolítica. Me disculpo por lamolestias, pero una vez que epedido ha pasado a la plancha, yano puede cambiarse. —Tras estas
palabras, me dirigí a la puerta agrandes zancadas. No quería darletiempo a discutir conmigo.
No hubo suerte. —¡Eh! —gritó Trigger, cerrandoa portezuela de su camioneta coun fuerte golpe tras bajarse paravenir detrás de mí—. Dile a Innyque saque el culo aquí fuera. No tequiero a ti, la quiero a ella.
—Inny está trabajando en e
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comedor. ¿La quiere a ella? Pidamesa dentro. Sea como sea, si spedido está en la plancha, apuesto a que seguramente ya estácasi hecho, tendrá que pagarlo—«Y si no me das propina, te juro
que haré algo peor que escupir etu comida la próxima vez quevengas», pensé.
Empujé la puerta para entrar ea cocina y dejé que le diera en lanarices.
En la cocina hacía calor. El vapoque desprendían los cacharroempañaba las ventanas. Sopléhacia arriba para apartarme e
flequillo, que parecía pegado a la
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frente. Habría dado cualquier cosapor tener una razón para entrar ea cámara frigorífica, pero Eduardoel cocinero jefe, hizo sonar lacampanilla para avisarme de quetenía listo un pedido. Y tenía que
ser el de Trigger McClureprecisamente.
—¡Ahora mismo voy! —le dije a
Eduardo. Trigger McClure podíacomerse el pedido frío, y ya podíaempezar a tranquilizarse mientraesperaba.
En el baño de mujeres, meaferré al lavabo y parpadeé amirarme en el espejo. Me dolían la
piernas y me moría por una silla
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un taburete para ponerlas en altoSolo habían pasado tres horas demi turno y la idea de meterme en lacama resultaba ya increíblementeapetecible. Abrí el grifo, me echéagua en la cara y me pasé la mano
por la nuca. —Trigger McClure es un capullo
vanidoso que se merece un chorro
de orina en su próximo MountaiDew —murmuré al espejo. La ideadibujó una sonrisa fugaz en miabios. Decidí que la idea era taestupenda que quizá me ayudaría apasar el resto del turno. Exhalé ususpiro, dejando que se aflojara la
tensión de mis hombros. Fue
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entonces cuando oí el ruido de lacisterna del váter.
Inny salió por la puerta deváter. Inmediatamente la tensiónvolvió a atenazarme los hombros se apoderó de mí un temo
enfermizo. —Yo... —empecé, pero ¿qué
podía decir? Lo había oído todo
Aunque yo no pensaba mear jamáen la bebida de nadie, no habíasido muy ambigua al expresar mintenciones.
Inny se acercó para lavarse lamanos. Se ahuecó el pelo siapartar la vista del espejo. Luego
apretó los dientes con la boca
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abierta para comprobar si le habíaquedado algún resto.
—¿Orina? —dijo al fin. —Por favor, no se lo cuentes a
Dixie Jo... —¿Orina? —repitió ella, alzand
a voz—. ¿No se te ha ocurrido nadamejor que eso?
No sabiendo adónde quería
legar con aquello, pasé por alto sprovocación, aunque me habíavenido a la mente unas cuantaopciones más asquerosas. Quizáfuera verdad que el valor no estabareñido con la prudencia.
—La primera vez que Trigger me
agarró el culo en el trabajo —dijo
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Inny—, le puse un grillo muerto ea hamburguesa. ¿Y a ti solo se teocurre pensar en orina? —Meneó lacabeza—. Puede que tuviera razónPuede que te dejes pisotear.
Todavía recelosa, me abstuve de
contestar.Inny se inclinó sobre el lavabo
para aplicarse una nueva capa de
pintalabios. —Acabo de decirte que puse ungrillo muerto en la comida de ucliente, ¿y no tienes nada quedecir?
La observé brevemente a travédel espejo, sin mirarla directamente
a los ojos.
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—Pero ¿qué problema tiene ese—pregunté con cautela.
—¿No es obvio? Tiene la pollapequeña.
Por fin nuestras miradas seencontraron. Muy lentamente
sonreímos las dos. —Juega a béisbol —siguió
diciendo Inny—. Todos los
ojeadores tienen la vista puesta eél. Es lanzador, y zurdo ademásDeberías ver cómo lanza las bolarápidas. A ciento cuarenta y cincokilómetros por hora y con upequeño efecto además. La bolatraza una curva cerrada de
zquierda a derecha justo antes de
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volar por encima del home. —Soltóun silbido de admiración—. ¿Y sbola con cambio de velocidad? Unoveinticinco kilómetros más lentaque su bola rápida, pero con uefecto descendente de derecha a
zquierda. El pueblo entero estáconvencido de que jugará en lagrandes ligas, y con razón. Aunque
no te lo creas —añadió con descaro—, no hay muchas celebridades quenacieran en Thunder Basin, así querigger ha creado bastante revuelo
Por supuesto tanta atención se leha subido a la cabeza, y no le hadejado nada en otros aspectos.
—Parece que sabes mucho sobre
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rigger. —Sé de béisbol —replicó ella
encogiéndose de hombros. —Si va a acabar en las grande
igas, se irá pronto del pueblo. Esodebería darte, darnos, un motivo
para sonreír. —Ya —dijo Inny, pero sin la risa
que yo esperaba. Su tono parecía
ncluso malhumorado. —Ha preguntado por ti. Le hdicho que esta noche tenías turnoen el comedor.
Esperé a que dijera algo máspero ella se secó las manos abandonó el baño sin decir nada.
Reflexionando aún sobre m
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conversación con Inny, extraña perono necesariamente desagradablee di un minuto de ventaja antes desalir yo también. Recogí el pedidode Trigger y salí a la calle. Sabeque Inny estaba de mi parte me dio
a motivación que necesitaba paraenfrentarme de nuevo con él. Lasolidaridad tenía sus cosas buenas.
—Una de pollo empanado —dijentroduciendo la bolsa por laventanilla de la camioneta derigger—, y un Mountain Dew
helado.Él me arrojó la bolsa y estuvo a
punto de derramar la bebida en la
mano que yo tenía tendida.
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—Puedo tomar nota de usegundo pedido de hamburguesa patatas fritas —dije, empezando aperder la calma—, pero como ya heexplicado...
—Dile a Inny que salga aqu
ahora mismo.Necesité de toda mi fuerza de
voluntad para hablar co
tranquilidad. —Por halagadoras que sean tupalabras, no puedo hacerlo. Innestá trabajando. Y yo también. Smiras a tu alrededor, verás que haycinco coches esperando supedidos. —Le pasé el portacuenta
de piel sintética a través de la
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ventanilla—. Aceptamos dinero acontado o tarjeta de crédito. Noaceptamos cheques.
Trigger no aceptó eportacuentas. En su lugar agarró erefresco. Antes de que me diera
cuenta, le había quitado la tapa y econtenido del vaso volaba hacia mí
Solté un grito ahogado y me
pasé las manos por los ojobañados en el refresco helado. —Mierda. Qué desperdicio de
refresco —dijo Trigger arrastrandoas palabras.
Conté hasta diez. Volví a contarLuego me esforcé en habla
tranquilamente y con total frialdad.
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—Me han dicho que eres todo uugador de béisbol. Lanzador, ¿no?Espero que sepas manejar tus bolamejor que la bebida.
El rostro de Trigger enrojeciópero se limitó a agarrarse e
paquete descaradamente. —Ya te gustaría a t
comprobarlo.
Luego puso marcha atrábruscamente y se fue a todapastilla.
No sé cuánto tiempo estuve almirando fijamente la nube de humoque desprendía su tubo de escapesintiendo un nudo cada vez má
grande en la garganta. Apreté lo
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ojos con fuerza, diciéndome a mmisma que me escocían por culpadel refresco. Sentí un horriblecosquilleo en la nariz y me dcuenta de que estaba a punto deecharme a llorar. Yo que me creía
a chica dura de Philly iba a permitique aquel gilipollas me hicieralorar. Lo odié por ello casi tanto
como me odiaba a mí misma.Justo cuando creía que iba aperder los papeles, Inny acudió ami lado.
—Toma —dijo, tendiéndome untrapo—. Para tu información, aún tequeda bastante para pillarme. A m
me lo ha hecho tres veces. Cuatro
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contando el batido de chocolateDios, no había manera dequitármelo del pelo.
Quise reír, pero tenía lagarganta ronca y rasposa.
—Dixie Jo le sacará el dinero de
a comida a sus padres, pero nopuedo prometer que haya propinaLos padres de Trigger son sus
mayores fans. Seguramente él ledirá que eres una amantedespechada y que te has tirado labebida encima para llamar satención. —Inny me miró desoslayo—. Te asombraría sabecuántas chicas de este pueblo so
amantes despechadas de Trigge
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McClure. —Porque es imposible que una
chica lo deteste simplementeporque es un capullo.
—Exactamente. —¿Quieres ir a comer algo
cuando acabemos el turno? —pregunté a Inny, y los ojos se melenaron por fin de lágrimas. Ta
como estaba yendo la nochenecesitaba un poco de compañía. Ya pesar de mi valoración previa, aparecer Inny y yo teníamos algo ecomún.
—Esta noche no. —Bostezó y seacarició el abultado vientre con aire
distraído—. Tendré suerte si no me
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duermo conduciendo de vuelta acasa. El tercer trimestre es unapatada en el culo.
Cuando llegué a casa de
Carmina, la encontré despiertaesperándome. Estaba sentada euna de las butacas de pana de coloazul desvaído de la sala de estarhojeando un libro. Al verme, sequitó las gafas de lectura y las dejócolgando de la cadena que llevaba
al cuello. —¿Qué tal ha ido? —Cansado.
—¿Te duelen las piernas?
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—No mucho. —Te dolerán mañana. Deberías
ponerte medias de descanso. Yo tenía la mano en la
barandilla; señalé hacia arriba coun gesto fatigado de la cabeza.
—Me voy a acostar.Servir comidas a los coches era
un trabajo extenuante. Aunque la
biblioteca no hubiera cerrado ya aacabar mi turno, no estaba segurade que pudiera haber hecho eesfuerzo extra de ir en bicicletahasta allí para ver si Reed me habíadejado algún mensaje. Y eso eradecir mucho, porque prácticamente
vivía esperando ese mensaje.
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—¿Tiene ordenador? —preguntéa Carmina, deteniéndome en menta ascensión por las escaleras.
—Un viejo portátil. Pero estábajo llave —se apresuró a añadirdejando claro que yo no tendría
acceso a él. —Déjeme adivinar. ¿Los
federales dijeron que sería una
tentación demasiado grande paramí? —La gente que te busca podría
rastrear la dirección del ordenadohasta Thunder Basin —señaló ellacon severidad.
—Se llama dirección IP —dije
pero a pesar de mi desdén, sent
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escalofríos por todo el cuerpoHabía usado un ordenador de labiblioteca para ponerme econtacto con Reed. Había sido mucuidadosa, mucho, pero siempreexistía un riesgo. Decirme a m
misma que si Danny Balandohubiera descubierto mi cuentasecreta de e-mail, ya estaría
muerta, no me tranquilizó. Quizásería mejor dejarlo correr duranteun tiempo. Pero eso significaríaesperar aún más para hablar coReed, y yo me moría de ganas deplanear nuestro futuro. Era laesperanza de volver a estar con é
o que me sacaba de la cama po
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as mañanas. —Ha llamado Chet Falconer —
dijo Carmina. —¿Qué quería? —Hablar contigo. —Ahora que ha quedado todo
claro, ¿puedo usar el teléfono, pofavor? —pregunté con desdeñososarcasmo.
—Son las once, StellaDemasiado tarde para llamadas deteléfono. Puedes llamarle mañanapor la mañana.
Me reí por lo bajo, pero no mehacía gracia. Era increíble. Carminano pensaba rendirse, estaba ta
resuelta como siempre a
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mantenerme alejada de Chet. Quizátendría que explicarle que mi madrehabía probado la misma táctica coReed y ya se veía el poco éxito quehabía tenido.
—Una joven educada no llama
por teléfono a las casas después deas nueve de la noche —añadió ella
—No se trata de eso. Le da
gual los buenos modales. Lo quepasa es que no quiere que hablecon él. Admítalo.
Carmina alzó el libro y hundió lanariz en él, dando por concluidanuestra conversación. No iba aescucharme. De modo que así era
como se comportaba cuando la
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cosas amenazaban con no salicomo ella quería.
Bueno, al menos ya sabía cómoba a gastar el dinero de mi primesueldo. Necesitaba un móvil. Denmediato.
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Trabajé la noche siguiente. Erael día libre de Inny y sin su
comentarios sucintos y mordacesobre la vida en la cocina, el turnose me hizo insoportablemente
argo. El Sundown cerraba su
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puertas a las diez, pero la cocina nodaba por concluida su tarea hastacuarenta y cinco minutos despuépor lo menos. Tenían que fregarsesuelos y superficies, la máquina dehelados tenía que limpiarse co
agua caliente, y había que sacar labasura. Como yo era el últimomono, las otras camareras se iba
temprano, dejándome a mí paraacabar la limpieza. A las oncemenos cuarto, asomé la cabeza eel despacho de Dixie Jo paradespedirme.
—Pareces cansada —me dijoobservándome con ojos agudos
penetrantes—. ¿Qué tal lo llevas?
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—Mejor. —Suspiré—. Esta nocheno la he cagado con ningún pedido.
—Me han contado lo de TriggeMcClure.
—Imaginaba que se lo contaríanSe levantó y rodeó el escritorio
para apoyarse en él y mirarme a lacara.
—No soporto a ese crío. Me sube
a tensión hasta aquí... —Señaló eaire por encima de su cabeza. —Ya, Inny me lo dijo.Mis palabras hicieron que
enarcara una ceja. —¿Inny Foxhall? ¿Hablando con
a nueva? ¿Adónde vamos a ir a
parar? —Siguió hablando para
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explicarse—. A Inny le cuesta hacemigas con la gente. Ha levantadounos cuantos muros, como yahabrás imaginado. Imagina que emás fácil mantener el mundo adistancia que exponerse al ridículo.
—¿Por el embarazo? —En parte. Es diferente en u
mundo donde solo vale adaptarse.
El instituto. Ya. —¿De cuánto está? —De siete meses. Sale de
cuentas la segunda semana deagosto.
—Me da pena.Dixie Jo se puso rígida y s
mirada se hizo más fría.
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—No vuelvas a decir eso nuncmás, Stella. Inny es tan dura comoas bisagras de las puertas deInfierno, pero una cosa ladestrozaría: la lástima. ¿Quiereayudarla? No hagas que se sienta
nferior. Trátala como tratarías acualquier otra persona. —Se apoyóde nuevo en el escritorio, tratando
de respirar de nuevo normalmente—. Perdona, no quería ser tan duracontigo, pero Inny es... ¿cómo te loexplico?... Me siento un pocoresponsable de ella. Le iría bien qua trataran con algo de amabilidadEs lo que pretendía decir.
La reprimenda de Dixie Jo me
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conmovió. Y tomé notamentalmente de no volver amencionar el embarazo de Innnunca más. Pero al mismo tiempohizo que me preguntara qué máhabía. Percibía que la preocupación
de Dixie Jo iba más allá deembarazo. ¿Cuál era el resto de lahistoria de Inny?
—Bueno, ¿has sacado la basura—preguntó Dixie Jo, volviendo aadoptar su acostumbrado tonocordial—. ¿La máquina de heladoestá limpia?
—Sí. —Bien. Nos vemos el jueves
Buenas noches, Stella.
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Pedaleando hacia la casa deCarmina, pasé por delante de unatienda iluminada con dos coches eel aparcamiento. The Red Baranunciaba gasolina, cigarrillos sándwiches calientes. En e
Sundown me descontaban lacomidas, pero el olor a cebolla fritay pollo hervido mezclado con el de
sudor durante seis horas seguidabastaba para quitarme el apetitodurante el trabajo. Así que estabamuerta de hambre. Apoyé la biccontra un árbol y hurgué en lobolsillos hasta reunir treinta dólarede propinas. Tenía el azúcar tan
bajo que habría dado todo lo que
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levaba a cambio de una Coca-Colahelada.
Cruzaba el aparcamiento cuandovi a Trigger McClure apoyado en lapared de ladrillo de la tiendaconcentraba la vista en los coche
que pasaban rápidamente por lacarretera. Una camioneta aminoróa velocidad y entró en e
aparcamiento. Trigger se enderezóde inmediato, mirando la camionetaansiosamente.
Un hombre con tejanos rotobajó de la camioneta y se dirigió siprisa a la entrada de The Red Barncomprobando el dinero que llevaba
en la cartera. En ese momento
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rigger se separó de la pared ysaludó al hombre con tonoamistoso.
—¿Cuánto quieres pocomprarme un paquete de seis? —e oí decir con tono relajado—
¿Qué te parece uno de veinte? Y tequedas con el cambio.
El tipo soltó una carcajada
gutural. —¿Por qué no? Recuerdo cuandotenía tu edad. Es una mierda¿verdad?
Trigger le dio una palmada en laespalda y le tendió el billete deveinte.
—Te debo una, tío.
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—Tú haz que nos sintamosorgullosos cuando estés en lagrandes ligas, ¿de acuerdo?
Me retiré hacia las sombras paraobservar cómo se desarrollaba laescena. Unos minutos más tarde, e
hombre salió con dos bolsas. Letendió el paquete de seis a Triggee intercambió con él unas broma
en un tono demasiado bajo paraque yo las oyera, salvo cuandosoltaban una carcajada. Pocodespués el hombre se fue. Triggesubió a su camioneta y se quedóallí. Con las luces apagadas meresultaba imposible ver lo que
estaba haciendo, pero me lo
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maginaba.Mi opinión sobre él no mejoró
pero no quería pensar en él eaquel momento; quería un refrescohelado y sentarme bajo el aireacondicionado con el pelo en alto
para que la brisa artificial mesoplara en la nuca.
Una vez dentro de la tienda
agarré una botella de Coca-Cola dea nevera y repasé los sándwicheque había en el aparador. Mientraselegía, la cajera, una mujer con epelo teñido de rubio y los ojos maperfilados, se quitó el delantal anzó un grito en dirección a la
trastienda.
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—¡Theo!Un chico escuálido, con gafas
acné en la barbilla, asomó lacabeza por la puerta.
—Estoy aquí, mamá. —Salgo quince minutos —dijo
ella, echando mano a los cigarrilloy el mechero que llevaba en ebolsillo de atrás. Encendió u
cigarrillo y le dio una calada antede desaparecer por la puerta deentrada.
—¿En qué puedo servirte? —mepreguntó Theo animadamente couna voz típica de la pubertad.
Deposité mi sándwich (me había
decidido por uno de jamón y queso
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sobre el mostrador y le lancé unamirada cómplice.
—¿Qué edad tienes? —Dieciséis. —Mentiroso.El chico tragó saliva, haciendo
que se le moviera la nuez conerviosismo.
—Catorce. ¿Vas a denunciar a m
madre? Solo trabajo después de lanueve cuando se toma udescanso. Quince minutos aquí allá. No se puede decir que infrinjaa ley. El resto del tiempo lo pasoen la trastienda con mivideojuegos.
—No he oído ningún videojuego
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Theo parecía a punto de mearseencima. Miró hacia abajo y vio quee temblaban las manosRápidamente cruzó los brazos sobreel pecho para ocultar snerviosismo.
—¿Qué hacías en realidad en latrastienda? —pregunté, aunque yame lo imaginaba. Suponiendo que
tuviera ordenador, y que noestuviera jugando, solo se meocurría otra razón por la que uchaval estaría pegado a unapantalla.
Así que me tomócompletamente desprevenida
cuando susurró con aire triste:
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—Cosía. Estaba cosiendo. —Hundió el mentón en el pecho encorvó los hombros comopreparándose para ser ridiculizado.
No hacía ni veinte minutos queDixie Jo me había regañado po
compadecerme de Inny, pero nopodía ver el rostro desesperado deheo y no sentir lástima por él.
—¿Cosiendo? —dije, procurandosonar interesada—. ¿Qué hay demalo en eso?
Theo paseó la vista por latienda, pero incluso después deconfirmar que estábamos solos, mendicó por señas que bajara la voz.
—¿No... no te vas a reír de mí
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—Me miró parpadeando como unechuza, claramente desconcertado
—¿Y qué coses?Su expresión se suavizó
evemente. —Bueno, ahora mismo esto
haciendo una chaqueta sport. Edifícil encontrar una chaqueta bieconfeccionada en Thunder Basin
Estoy usando lana de color azumarino y espero tenerla lista parael otoño... —Se interrumpió, semordió el labio y me miró coseriedad, sopesando si debíarevelarme algo más.
—Me gustaría aprender a
hacerle los bajos a mi ropa. —E
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Philly, mi madre se lo encargabatodo a una modista. Inga selamaba, creo. Pero Theo teníarazón, las cosas eran distintas ehunder Basin. No sabía dónde
podía llevar a arreglar mi mejo
ropa, o si había algún sitio dondelevarla. Y lo que era mámportante, ¿iba a tener ocasión de
ponérmela?—. Quizá tú podríaenseñarme algún día —sugerí, detodas formas.
El rostro de Theo pareciófundirse de felicidad.
—¡Por supuesto! Cuandoquieras. No es nada difícil. Y soy u
gran maestro, en serio. No lo digo
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por fardar, es la verdad. Cuentaconmigo.
Se echó las gafas hacia arribacon un dedo, y sonrió de oreja aoreja. Y luego sus ojos se posarodetrás de mí. Palideció y tragó
saliva. —Oh, no —susurró con vo
ronca.
Antes de que pudierpreguntarle qué ocurría, sonó lapuerta y, al darme la vuelta, vi arigger que entraba pavoneándose
con una lata de cerveza en lamano. Él me vio también, rio por lobajo y me saludó levantando la
ata. O quizá me amenazaba co
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una segunda dosis de líquido en lacara. En cualquier caso, el gesto mepuso de mal humor.
—Theo —dijo Trigger,pronunciando el nombre del chavacon un tono tan insultante que
parecía el remate de un chistegrosero—. Me alegro de verteamigo mío. Me preocupaba que no
trabajaras esta noche. No te hevisto cuando me he asomado antesNo estarías escondiéndote de m¿verdad? ¿Cuántas veces tengo quedecírtelo? Siempre te encuentro.
Theo bajó la vista al sueloenía la barbilla hundida en e
pecho y cuando habló, apenas se le
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oía. —Ya tienes tu cerveza. He visto
cómo te la daba ese hombre. ¿Nopuedes irte ya, por favor?
—¿Irme? Tenemos un tratoheo.
Theo parpadeó con nerviosismomirando la puerta lateral.
—Mi madre volverá en cualquie
momento... —Tu madre es una alcohólica —e interrumpió Trigger—. He visto labotella de Smirnoff que llevaba bajoel brazo. Caerá redonda junto a locontenedores y estará fuera decombate durante horas. Estamo
solos tú y yo. No vendrá tu mam
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querida a salvarte. —Abandonó etono burlón—. Me debes upaquete de cervezas. TráemeloRápido. Voy con retraso por tuculpa.
—Mi madre lleva un inventario
de todo muy meticuloso. Si sigueviniendo cada fin de semana, afinal del mes se dará cuenta de que
faltan cuatro paquetes de MilleHigh Life. —Eres un chaval espabilado —
dijo Trigger—. Soluciónalo. —Alguien tiene que pagar la
cerveza —insistió Theo—. Estárobando de la tienda.
Trigger emitió un suspiro de
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exagerada paciencia y se acercópara dar a Theo un golpecito en epecho con el dedo.
—No robo nada si es undonación. Métetelo en la cabezaAhora ve a por un paquete. O no te
nvitaré a la fiesta. —Ya no me importan las fiestas
Cometí un error. No... no quiero i
—balbuceó Theo—. Deberías irteEn serio deberías irte ya.La sonrisa se borró de la cara de
rigger, que adoptó un tonoamenazador. Se apoyópesadamente en el mostradorhaciendo que Theo retrocediera do
pasos.
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—Voy a darte cinco segundospara que me traigas la cervezaenano con granos. Cinco. Cuatro.
Observé que los labios de Theoempezaban a temblar y gemnteriormente. Maldito sentido de
deber moral. Ya me habíaenfrentado con Trigger la nocheanterior, y aunque no me apetecía
volver a hacerlo, tenía la sensacióde que sabría arreglármelas mejoque Theo, que parecía a punto deecharse a llorar. Trigger habíacausado ya suficientes lágrimadurante el fin de semana. Ademásse me estaba calentando la Coca
Cola. No me había pasado sei
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horas de pie, trajinando bandejade comida, para acabar tomándomeun refresco tibio.
Trigger había dejado su lata decerveza sobre el mostrador, y yo laaparté de mi sándwich y mi Coca
Cola. Lo hice con fuerza suficientepara dejar claro que yo estabaprimero y que no me gustaba nada
que se colara. —¿Cuánto te debo? —pregunté aheo. —Tú otra vez —me dijo Trigger,
y en su boca se dibujó una sonrisafanfarrona—. ¿No tienes nada mejoque hacer que seguirme?
—Yo he llegado antes —me
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imité a decir. —¿Siempre eres ta
quisquillosa? Un cactus, eso es loque eres. —Me pasó un dedo por ebrazo, y yo se lo aparté de umanotazo. Si volvía a tocarme, le
rompía el dedo. —¿Cuánto te debo? —volví a
preguntar a Theo con mayo
firmeza. —Cinco con noventa y siete —respondió él con nerviosismo.
—Aquí tienes diez. ¿Y cuántocuesta un paquete de Miller HigLife?
Theo alzó el mentó
bruscamente y me miró co
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asombro y culpabilidad por igual. —No te preocupes por eso —
musitó—. Yo lo pagaré.Trigger rio entre dientes
haciendo señas a Theo para queguardara silencio.
—No voy a dejar que una chicguapa me pague la cerveza. —Seencaró conmigo—. Pero me
encantaría pagarte un tragoCuando Theo me traiga lacervezas, ¿por qué no te subes a mcamioneta? Esta noche hay unagran fiesta en el lago MaloneyVerás qué bien te lo pasas. Vamosheo, no hagas que esta chica
tenga que acudir en tu rescate.
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—Oh, no me estaba ofreciendo apagar la cerveza —intervine—. Solosentía curiosidad por saber cuántontentabas robar.
—¿Qué? —dijo Triggerfrunciendo el ceño.
—Tienes exactamente cincosegundos para salir de aquí antede que llame a la poli —le dije. No
tenía móvil, pero había visto uteléfono público fuera de la tienday sabía que las llamadas al 911 deemergencias eran gratuitas.
—¿Qué? —repitió él, meneanda cabeza con desconcierto.
—Te lo voy a poner muy clarito
—Señalé la puerta—. Sal por ah
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No vuelvas la vista atrás y novuelvas a entrar aquí.
Él ladeó la cabeza haciendo casoomiso de mis palabras. Bajo lovapores etílicos que nublaban smirada, vi un destello que me
provocó un nudo en el estómago. —¿No nos conocemos de antes?Tragué saliva, pero consegu
mantener un tono sereno. —Sí, de ayer. ¿No te acuerdas?Me arrojaste la bebida a la cara.
—No, antes de eso... —Noconcluyó la frase, pero me miró comayor intensidad, como intentandorecordar un tiempo lejano. Sea
como fuere, no podía permitirle que
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o lograra. —Estás borracho, Trigger. No
ves bien, y desde luego no piensacon claridad. No deberías conducirLlama a un amigo para que venga arecogerte.
—Lo juro, hay algo en ti que... —Fuera —dije, y le di un leve
empujón para recalcar mi
palabras.En su semblante aún se notabaa concentración, pero comprobécon alivio que no oponía resistenciacuando mi empujón lo impulsóhacia la puerta.
—Volveré —dijo a Theo
apuntándole con un dedo
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tembloroso—. Volveré. La próximavez no podrás esconderte detrás detu novia —farfulló con una muecamuy perjudicado ya por el alcohol.
—Cierra las puertas con llave lama a la policía —dije a Theo e
cuanto Trigger salió. —¿Qué? —exclamó é
retrocediendo.
—Si no vas a hacerlo, pásame eteléfono y llamaré yo. —¿Qué... qué vas a decirles? —La verdad. —Trigger me matará si lo
denuncias. Si llamas, empeorarátodo diez veces más. ¡No lo hagas
por favor!
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—No seas tan melodramáticoEstá borracho. No debería conducirAdemás, no puede venir a por tendrá antecedentes por acosarte y
a poli no lo va a permitir.Le arranqué el móvil del bolsillo
de la pechera de la camisa marqué.
Theo apretó los puños bajo la
barbilla. Se estaba poniendo verdepor momentos. Pensé en seguitranquilizándolo, pero no me iba aescuchar. Pronto recobraría lacalma y se daría cuenta de que yotenía razón.
A pesar de lo mucho que me
quejaba de la constante supervisió
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de los alguaciles, si una cosa habíaaprendido de las fuerzas de la leydurante los tres vertiginosos días dconvivencia, era que se podíaconfiar en ellos. Hice la llamada sivacilar.
Diez minutos más tarde, uagente uniformado dio unogolpecitos en el cristal de la puerta
y yo le abrí. El agente me tomódeclaración mientras Theo seretorcía las manos y me lanzabamiradas de honda inquietudCuando mencioné el nombre derigger, el agente enarcó las cejas.
Mantuvo esa expresión de leve
nterés mientras yo terminaba de
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contarle toda la historia. —¿Estás segura de que quiere
continuar? —dijo al fin. Casi sonabacomo si me desaconsejara quedenunciara a Trigger. Pero no podíaser. Seguro que yo le había
nterpretado mal. —Mmm, pues sí. —¿Has visto qué dirección h
tomado? —Ha dicho que iba a una fiestaen el lago Maloney.
—Si se cursa la denuncia y searresta a Trigger y se le acusapodrían citarte para declarar comotestigo ante el tribunal.
Un escalofrío me recorrió la
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espina dorsal. Denunciando arigger, ¿atraería tal vez una
atención de los medios que no meconvenía? Alguien tenía que ponerleen su sitio, pero ¿valía la penaarriesgarme a que me descubriera
por eso? Recordé a Danny Balandomirando fijamente el espejo de docaras en la rueda de
reconocimiento de comisaría. Nopodía verme, pero sabía que estabaallí detrás. Su espeluznante miradano disimulaba sus intenciones corespecto a mí. ¿Se propagaría lanoticia de aquel pequeño pueblo anivel nacional? Decidí que no. E
miedo, frío y persuasivo, intentaba
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hacer que me echara atrás. —No hay problema —le aseguré
al agente. Él no sabía que yoestaba en el programa deprotección de testigos. Solo losabían el sheriff y Carmina.
El agente volvió a enarcar lacejas como diciendo: «Malaelección, señorita.» Me asombraba
que no pareciera complacidoagradecido incluso, de que uno deos ciudadanos de su población seprestara a hacer lo correcto. Ciertoyo tenía razones egoístas paraquerer que le metieran un puro arigger, pero eso el poli no lo sabía
En cualquier caso, tenía la clara
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mpresión de que estaba intentandodisuadirme. Pues ya podía iolvidándose. Trigger era un capulloy si lo arrestaban por conducir ebrioo algo peor, no era culpa mía, sinosuya.
—¿Algo más? —preguntó eagente.
—Sí, gracias por haber sido ta
servicial. —Sonreí al decirlo, peropor suerte no podía leerme epensamiento, que no era taeducado ni mucho menos.
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Era viernes, el sol se habíapuesto, y Chet aparecería e
cualquier momento pararecogerme. ¡Mi primer fin desemana en el pueblo! Nunca
hubiera imaginado que vería el día
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en que me emocionara por upartido de sóftbol. Claro que, abuen hambre no hay pan duro. Lomportante era salir.
Había jugado a sóftbol ePrimaria y conocía los principio
básicos, así que no temía hacer eridículo. Además, Chet me habíadicho que los lanzamientos era
entos. Había que ser realmentetorpe para no darle a una bola detamaño de un pomelo que llegaba aa velocidad de un caracol.
Mientras me preparaba para epartido, es decir, me ponía unacamiseta y me trenzaba el pelo
sentí un inesperado vuelco en e
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estómago. La cruda realidad sepresentó de repente. No podía creeque hubiera tardado tanto tiempoen darme cuenta.
No volvería a jugar abaloncesto. No jugaría en la
universidad.Desde tercero de primaria hasta
el último año de instituto, había
ugado al baloncesto todos loaños. Era mi deporte. Se me dababien. Estando en segundo cursohabía empezado jugando un par departidos con el equipo del institutoy en tercero, ya era fija en equinteto inicial. Había recibido
ofertas para jugar en el Babso
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College y la Penn State, y al finame había decantado por el Babson.
Me senté en el borde la camaAgarré el guante de béisbol quhabía sacado del armario con epermiso de Carmina para tomarlo
prestado. Me aferré a él como sfuera un salvavidas. Estabaparalizada y sentía un dolo
demasiado profundo para verteágrimas. Con la mirada vacía fijaen la pared, acabé asimilando todaa verdad. Antes de que mehubieran llevado a Nebraska paraniciar mi nueva vida, sabíaexactamente cómo iba a ser m
futuro. Un verano de viajes
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diversión con mi mejor amiga, Toryantes de ir a la universidad eotoño. Tory y yo tendríamos queestar en Atlantic City en aquemomento. ¿Sabía ella lo que mehabía ocurrido? ¿Me daba po
muerta? Me sentí egoísta avergonzada por haber tardadotanto en preguntarme cómo había
reaccionado mis amigos ante mdesaparición. Por lo que sabía, lodetectives y los alguaciles nohabían explicado ni iban a explicanada sobre mí. Su trabajo consistíaen hacerme desaparecer. Nodejarían ningún rastro de migas de
pan para que lo siguieran, ni lo
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buenos ni los malos.Teniendo en cuenta todo lo que
había ocurrido después de que memetieran en protección de testigohacía poco más de una semana, nohabía tenido ocasión de lamentar la
pérdida de mi antigua vida. Ntampoco de comprendeplenamente lo distinto, lo
ncreíblemente ajeno que sería mnuevo futuro.Hice un esfuerzo por reprimir e
pánico y los mareos que parecíaquerer adueñarse de mí por turnos¿El sueño de jugar para Babson, deucir su camiseta verde y blanca? A
a basura. Mi beca se había
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desvanecido con mi antiguadentidad. Mi carrera se habíaacabado, jamás jugaría por mmisma, ni por mi equipo, ni por mafición. Y había renunciado a todoeso, ¿para qué? Para meter a
Danny Balando entre rejas. Habíahecho lo correcto y lo había perdidotodo.
El alguacil Price habíamencionado que el gobierno crearíaun nuevo expediente académicopara ayudarme a entrar en launiversidad, pero ¿en quéuniversidad? Con sus trajes y sunsignias, los detectives pretendía
tener todas las respuestas, pero
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¿podían decirme cómo se suponíaque iba a empezar de cero a lodiecisiete años? Sentía el miedoprofundo y aterrador de perderme amí misma, o de volverme invisiblesi aceptaba sin reservas un nuevo
futuro como Stella Gordon. —¡Stella! —me llamó Carmin
desde abajo—. La camioneta de
Chet acaba de llegar.Deseché mis pensamientos respiré hondo para despejarme. Noservía de nada ponerse nostálgicoNo había nada en el pasado paramí, salvo dolor y remordimientosDolía demasiado ahondar en todo
o que había perdido.
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Bajé con piernas temblorosastratando de esbozar una sonrisaMe sentía tensa, crispada, peroseguí probando hasta conseguirloSi Chet intuía siquiera mi congojansistiría en preguntar. Tenía que
aparentar normalidad para evitar snterrogatorio.
«Espabila», me dije.
Las luces estaban encendidas eel exterior, y vi a Chet dirigiéndosea los escalones del porche. Llevabapantalones de nailon hasta larodillas y una camiseta gris raídaque parecía fina como el papel. See ceñía al cuerpo, resaltando lo
hombros y los pectorale
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tonificados. En Philly, los chicos queconocía y que tenían un cuerpocomo el de Chet se pasaban horaen el gimnasio después de claseDado que no había gimnasio ehunder Basin, era lógico pensa
que Chet había moldeado su cuerpoa la antigua usanza: mediante etrabajo físico.
Chet nos vio a través de lapuerta con malla metálica y entrósin llamar.
—Carmina. —Buenas noches, Chet —dijo
ella con tono mesurado—. Trae devuelta a Stella antes de las once
media. —Era una orden, no una
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petición—. Su hora de llegada soas nueve, pero hago una excepciópara los partidos.
—Mañana no tengo que trabaja—dije a Chet—. Puedo dormir hastatarde. Podemos trasnochar todo lo
que queramos. —La hora de llegada son la
once y media —repitió Carmina co
firmeza. —Es la noche del viernes —dijeanzándole una mirada para darle aentender que me estaba tratandocomo a una niña y tenía queparar... inmediatamente—. ¿Y shay una fiesta después del partido?
—Les dices amablemente a tu
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amigos que tú no irás. —¡No tengo amigos! Esa es la
cuestión precisamente. Me tieneencerrada en esta casa. Sabía quese trataba de una adolescentecuando aceptó esto, así que, ¿po
qué no deja de actuar como si yotuviera cinco años?
—De acuerdo —dijo Che
alzando la voz e interponiéndoseentre nosotras—. El partidoempieza dentro de media horaDeberíamos irnos, Stella. —Sevolvió hacia Carmina—. La traeréde vuelta a las once y media.
—Le dejas que se salga con la
suya —dije, boquiabierta.
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l me rodeó los hombros con ubrazo y me dirigió cuidadosamentehacia la puerta.
—¿Tienes guante? Ya sabía que sí. Yo llevaba e
guante en la mano. Simplemente
cambiaba de tema a propósito paradistraerme. Pero hice caso omiso da voz interior que me instaba a
darme la vuelta y dejarle las cosaclaras a Carmina, a presentabatalla tal como ella parecíapretender, me mordí la lengua ydecidí rumiar mi rabia en silencioHabía rechazado la mayor parte deos intentos de mi madre po
educarme adecuadamente, pero e
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este único caso, me sometí a laórdenes de Carmina y decidahorrarle a Chet un bochornonnecesario. Esperaría a queestuviéramos a solas para darle aCarmina mi opinión sobre sus actos
Chet cerró la puerta con mallametálica detrás de nosotros y dejóescapar un audible suspiro.
—Alguien tiene que plantarlecara —argüí, dirigiendo lafrustración reprimida contra él—. Eevidente que a ti te da miedo, peroa mí no. Si hay una fiesta despuédel partido, iremos. ¿Qué es lo peoque puede hacer ella? ¿Echarme de
casa? —Cerré la boca para no deci
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más, pero eso no me impidiópensarlo. «Vamos, que me eche. Aver cuánto tardan Price y suamigos del Departamento deJusticia en presentarse ante spuerta.»
Chet abrió la portezuela de mado, y la cerró sin decir palabracuando subí a la camioneta.
No hablamos durante el trayectohasta el campo de sóftbol, y mepregunto si sería un ardid suyo paradarme tiempo de serenarmeBueno, pues yo no queríaserenarme. Sabía que Chet Carmina habían tenido sus más
sus menos en el pasado, y sabía
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que a ella no le gustaba Chet lomás mínimo, o al menos no queríaverme con él, pero la situación eraridícula. Carmina no podíamantenernos alejados mediantecastigos. No pensaba tolerarlo. Pero
o importante de verdad era queChet debería ponerse de mi parteEso era lo que yo quería e
realidad. Chet tenía muchacualidades, pero su insistencia eser cortés con Carmina no era unade ellas. Eso era lo que más megustaba de Reed, que se poníasiempre de mi parte, aunque paraello tuviera que enfrentarse con m
madre. No le tenía miedo. Claro
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que, la mayoría de las veces queReed venía a casa, mi madreestaba en la cama inconscientepero la cuestión era que Reed meapoyaba. No podía decir lo mismode Chet. Y cuanto más evidente se
hacía, más traicionada me sentíayo.
Chet aparcó y me miró
cautelosamente.Me bajé de la Scout y cerré degolpe la portezuela. Quería queChet comprendiera que estabaenfadada. Quizás así se lo pensaríamejor. Si lo que quería era ganarsemi aprobación, haciéndole la pelota
a Carmina no lo iba a conseguir
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Ella no significaba nada para mPrácticamente era como mi agentede la condicional.
Las luces del estadio bañaban latierra rastrillada del cuadro interioy la densa hierba que lo rodeaba
Se acababan de repasar las líneade falta, y la cola del chiringuitolegaba hasta la acera.
—¿Has jugado alguna vez? —mepreguntó Chet mientras meconducía hasta el banquillo denuestro equipo.
—El wiffle ball cuenta, ¿no?3
Chet me miró sobresaltado. —Esto...
—Relájate. Sí, he jugado. Pero
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hace ya tiempo, así que no espereuna carrera en mi primer bateo.
Chet bajó los escalones queconducían al banquillo y carraspeópara llamar la atención del equipo.
—A ver, todo el mundo, esta es
Stella, la nueva jugadora de la queos había hablado. Stella, este es eequipo. No voy a entretenerme co
presentaciones, ya os presentaréivosotros mismos adecuadamentesalvo para decirle a Stella que vigilecon el tío que lleva la gorra de loBroncos. Se cree un Don Juan.
Todos se echaron a reír,aparentemente porque la broma
tenía algo de cierto.
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—Don Juan no tiene nada quhacer a mi lado —dijo el tío con lagorra de los Broncos en un tono devoz que era como chocolateaterciopelo—. Yo soy el auténtico—Me guiñó un ojo y me lanzó u
beso en el aire. Yo le lancé otro y luego lo miré
con suficiencia, demostrándole que
no iba a arredrarme con nada. Eequipo lo captó perfectamente lovieron las burlas sobre el DoJuan.
Cuando se apagaron las risasme senté al final del banquillo, yme sorprendí al notar que la chica
de al lado olía a perfume. Era ta
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ntenso, que parecía desprenderlopor todos los poros. Le lancé unamirada furtiva y me fijé en quetambién llevaba los labios pintadosEn realidad, iba toda maquilladaMe incliné hacia delante para ve
todo el banquillo y observé al restode las chicas. Una rubia se habíahecho tirabuzones. Otra llevaba
pantalones tejanos cortoadornados con cristales y aros eas orejas. Yo era la única chica quetenía aspecto de ir a jugar a sóftbode verdad.
En otro tiempo, yo era comoellas. Me importaba mi aspecto
sobre todo cuando había chicos de
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por medio. Pero ya no era EstellaGoodwinn. Era Stella Gordon. Habíacambiado ya mis Manolo Blahnipor botas con tacos para sóftbol ahora tendría que sustituir tambiéos cortes de pelo de peluquería
cara por la versión de barbería depueblo. No había visto ninguna otraalternativa en Thunder Basin y
además, recibía una asignaciómensual del gobierno. No queríaque el cártel de Danny Balandorastreara el dinero de mi familiadesde las cuentas del banco y usarel rastro de los documentos paraencontrarme, así que el gobierno se
había incautado de nuestros activo
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y me asignaba un pago mensuaque era tan generoso como cabíaesperar del gobierno. Teniendo encuenta mis restricciones monetariay mi incapacidad para interesarmepor mantener las apariencias como
Stella Gordon, ya no veía el sentidoa intentar seguir la moda o estaguapa. Ya ni siquiera sabía quién
era. —Soy Sydney —dijo la chica deal lado, la que iba empapada eperfume. Tenía la cara dulce ydiáfana de una lechera, y unatrenzas rubias a juego.
—Stella —repliqué, pensando
que aquella conversación era una
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pérdida de tiempo, ya que ella y yono íbamos a ser nunca amigas. Lahabía calado en treinta segundosera del tipo campesino, dulce enocente. Seguramente se casaríanada más acabar el instituto
tendría su primer hijo antes decumplir los veinte. Por supuesto mehabía equivocado con Inny, tenía
que recordarlo. Tal vez descubrieraque también me equivocabarespecto a Sydney. Recordé queChet me había aconsejado darleuna oportunidad al pueblo y a sgente, antes de rechazarlos deplano. Supuse que no me haría
daño seguir su consejo.
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—¿Así que eres amiga de Chet—preguntó Sydney—. He visto qute ha traído él.
—Yo no tengo coche y él vivecerca.
Arrugó la frente, presa de la
confusión. —Él vive en los prados e
Sapphire Skies. No tiene vecinos e
realidad. ¿Dónde vives tú? —Estoy pasando el verano ecasa de Carmina Songster.
—Oh —dijo, abriendo unos ojocomo platos. Por el tono de su vose notaba que había oído hablar demí. No sabía si habría sido Chet o
alguna otra persona—. ¿Solo e
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verano? —preguntó para confirmar. —Ese es el plan —contesté
pensando que era más educado qudecir: Sí, ¡aleluya!
—Hace tiempo que conozco aChet. Cuando era pequeña, estaba
colada por él, pero ahora lo tengosuperadísimo —añadió con unarisita. Luego me examinó co
detenimiento algo excesivomientras aguardaba mi respuesta. —Parece un tío bastante majo. —Oh, sí. —Se frotó las mano
con torpeza en el regazo.Chet, que había estado
repasando el orden de bateo con e
equipo, se puso en cuclillas delante
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de Sydney y de mí. —Stella, tú batearás la tercera
ugarás de exterior derechaSydney, tú batearás la séptima yugarás de exterior central. ¿Oparece bien?
Sydney asintió sonriendoávidamente, no con adoración, aChet. Él no pareció darse cuenta,
e revolvió el pelo igual que si fuerasu hermana pequeña. Cuando sevolvió hacia mí, le lancé unanconfundible mirada de reproche, uego desvié la vista hacia Sydneyque seguía sentada a mi lado sidarse cuenta de nada. Era mu
obvio que intentaba transmitir a
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Chet que no había tratado a Sydneyapropiadamente y que deberíaprestarle otro tipo de atención.
Chet frunció el ceño y meneó lacabeza para indicar que no meentendía. Exasperada, sacudí la
cabeza con más brío en dirección aSydney.
—Mmm, ¿Sydney? —dijo Chet
ndeciso, mirándome para confirmaque estaba actuando correctamente—. ¿Quieres... venir conmigo amontículo del lanzador para tirar lamoneda?
Sonreí de oreja a oreja parandicarle que lo estaba haciendo
bien, pero él volvió a sacudir la
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cabeza con aire desconcertadomirándome como si me hubierasalido antenas.
Chet y Sydney fueron al trotehasta el montículo del lanzadopara tirar la moneda, y luego
regresaron para decirnos quiébatearía primero. Los árbitroocuparon sus puestos en el campo
uno detrás del home, el otro detráde la primera base. Don Juan fue eprimero en batear.
—¿Cómo se llama en realidad—pregunté a Chet, que se habíasentado en el banquillo a mi lado.
—Juan. Sí, lo sé. Irónico.
Juan bateó con fuerza y falló
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Desde donde estaba le oí soltar utaco en español. El árbitro leadvirtió señalándole con un dedo pronunció unas cuantas palabraseveras. El resto de nuestro equipose tapó la boca para disimular la
risas. —Fantasma —murmuró Chet
meneando la cabeza, pero sonreía.
—¿Es tu mejor amigo? —pregunté. —Típica pregunta de chica. —Se
pasó el pulgar por la nariz—. Perosí, supongo que sí. Se sentaba a mado durante las comidas en laguardería y compartía su Twinkie
conmigo. El resto es historia.
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Por segunda vez, miré hacia ebanquillo para examinar al resto deequipo.
—¿Alguien más sobre quiedebas advertirme?
—Sí, el parador en corto. Es duro
en el campo de juego, pero es muysensible. —Me dio un empujoncitoen el muslo con el suyo, y el aire a
nuestro alrededor pareció hacersemás denso y difícil de respirar. Chebromeaba de una manera queresultaba increíblemente cariñosaY sus intenciones eran más qudirectas.
Me eché a reír con ligereza
tratando de relajar el ambiente
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pero sentí el repentino impulso desalir del banquillo y tomar un pocode aire fresco. Chet flirteabaconmigo. Tenía que parar. Mi novioera Reed. Mentalmente tomé notade que debía pasarme por la
biblioteca en la primera ocasión quetuviera, seguramente el lunes antede entrar a trabajar, para
comprobar la cuenta de e-maiSeguro que ya me habría dejado umensaje.
Pero eso no me ayudaría aquellanoche. Necesitaba sacarle a Chede la cabeza toda idea de que yoestaba dispuesta a iniciar una
relación amorosa con él, y tenía
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que ser de inmediato.También tenía que controlarme
a mí misma. Chet estaba siendoalarmantemente directo y yo noestaba acostumbrada. Reed nuncahabía flirteado abiertamente
conmigo; siempre me demostrabasu afecto de manera sutiocándome la mano. Mirándome a
os ojos desde el otro lado de unahabitación. Poniendo mis cancionefavoritas cuando íbamos en scoche. Se mostraba reservado cotodo lo que hacía, incluyendo suemociones, lo que significaba queyo tenía que esforzarme un poco
más para notar su afecto. Chet e
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cambio era franco y claro. Casi mehacía sentir incómoda, como ssaliera a la luz del mediodíadespués de un prolongado períodoen el interior. También tenía epeligro de hacer que mi corazó
ansiara más.Habían eliminado a Juan, que
regresaba abatido al banquillo,
aproveché la oportunidad. —¿No has podido llegar siquiera la primera base? —bromeécuando Juan arrojó su bate al suelodisgustado consigo mismo.
—Cont i go , cariño, recorreríatodas las bases. —Con fluida
elegancia, Juan se metió entre Che
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y yo y me echó un brazo por encimade los hombros—. No te ponganerviosa. Soy un buen maestro.
—Déjalo ya —le dijo Chetechándole del banquillo con uamistoso empujón. Pero me d
cuenta de que Chet se habíasonrojado.
Juan no quiso rendirse, tiró de
mí para que me levantara, apretómi cuerpo contra el suyo y mempulsó a seguirle en un seductobaile latino, tarareando unamelodía en mi oído. Yo le seguí lacorriente, bailando con éagradeciendo que su cómica
estrategia hubiera disipado
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rápidamente el momento lleno designificado que habíamocompartido Chet y yo. Me eché areír.
—Eres bueno, lo reconozco. —Soy un regalo que nunca se
acaba —murmuró Juatentadoramente contra mi mejilla.
—Vale, dejadlo ya, Stella es la
siguiente en batear —nos recordóChet. Me tendió un bate y señaló ehome con la cabeza—. A por ellosSlugger.4
Probé unos cuantos bateos fueradel banquillo para practicamientras la chica que bateaba
antes que yo golpeaba una bola
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que recogió el tercera base. Eárbitro la dio por eliminada, y yoocupé su lugar. Oía a Chet silbandoy aplaudiendo. Era un buen capitáy estaba convirtiéndose en un bueamigo. Me dije a mí misma que
nunca seríamos nada más que esoamigos.
Apoyé bien los pies en la tierra
sostuve el bate en alto. Era un pocargo para mí, pero yo solopretendía llegar hasta la primerabase. Nada de ostentaciones por emomento. La lanzadora se echóhacia atrás para preparar el tiro uego me lanzó una fácil bola alta
Yo bateé con un agresivo
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movimiento. Oí el restallido de labola, arrojé el bate a un lado eché a correr. Había logrado unabola seca y recta entre el paradoen corto y el segunda base, así quelegué a la primera base co
facilidad.Nuestro banquillo estalló e
vítores y yo les hice una reverencia
Chet sonrió de oreja a orejapero yo aparté la miradarápidamente para lanzarle un besoa Juan, que trazaba un círculo en eaire con el dedo, indicandoclaramente que «tenía la carrerahecha».
Chet fue el siguiente en batear
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ogró llegar a segunda basedespués de lanzar una bola mualta al jardín izquierdo. Jugamosiete entradas y ganamos el partidopor 5 a 4, lo que elevó nuestrorécord de temporada a 3-0
Después del partido, amboequipos se encaminaron hacia eaparcamiento. Yo me quedé
mirando con inquietud mientrasuno a uno, todos los jugadores semetían en sus coches y se alejaban¿No iba a invitarme nadie a unafiesta? ¿Ni siquiera Juan? Parecía laclase de tío que no se perdería unay no le importaría que otros se
apuntaran. Sabía que Che
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ntentaría convencerme para quevolviéramos a casa de Carminasobre todo porque eran las oncepasadas, pero eso era lo que menoquería. Si volvía a la hora, la dejabaganar, a lo que me negaba en
redondo.Desanimada, me dirigí al Scou
con Chet, que me abrió la
portezuela, aunque yo habríapreferido que no lo hiciera. El gestome pareció más íntimo que cortésComo si fuera una cita. De repentetemí que intentara acompañarmehasta la puerta de Carmina paraquedarnos a solas en el porche
Fuera como fuese, no podía permiti
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que lo hiciera.Cuando nos acomodamos en lo
asientos, decidí que la mejor tácticsería mantener un tono amistosocomo si fuera uno de sus colegas.
Levanté los pies para apoyarlo
en el salpicadero y sonreí comalicia.
—A Sydney le gustas. —A mitad
de partido, Sydney se habíaanudado el suéter a la altura de lacintura, dejando al descubierto evientre curvilíneo. También habíaaprovechado cualquier momentoibre para susurrarle a Chet al oídoHabía señales que eran universales
vivieras en la ciudad o en el campo
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Chet me miró con pasmo. —¿Qué, Sydney? —Meneó la
cabeza—. Imposible. Tiene novioUn jinete de rodeo de HersheyHace un tiempo que están juntos.
—No te ha quitado el ojo de
encima en toda la noche, ligón. —Son imaginaciones tuyas. —¿Has olido la cantidad de
perfume que llevaba? Al principiocreía que era Juicy Couture, peroahora estoy casi segura de que eraFeromonas para Atraer a CheFalconer.
—Para —dijo él con un gemido. —Tengo razón y lo sabes.
—No sé nada de eso.
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—¿Tienes novia? —le preguntédirectamente.
Él se pasó el pulgar por la nariuna vez más y carraspeó.
—¿Qué? —Ya me has oído.
—¿Qué te hace pensar qutengo novia?
—¿La tienes?
—No —respondió él, algoofendido por el simple hecho detener que preguntárselo—. ¿Poqué?
Con esta última pregunta, laconversación tomaba de pronto ucariz serio y personal, que no me
gustaba. Así que cambié de tema.
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—¿Cuándo me vas a llevar a esacena de celebración.
—Cuando quieras. —Esperaba que dijeras eso —
exclamé, sonriendo triunfalmente con malicia al mismo tiempo—
Quiero ir ahora.Chet suspiró y me lanzó una
mirada de reprobación.
—Le he prometido a Carminque te dejaría en casa a las once media.
—¿Ni siquiera un café? —lerogué, agitando las pestañapersuasivamente.
Él miró el reloj del salpicadero
Las once y veinte.
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—A&W aún está abiertoPedimos desde la camioneta unobatidos de zarzaparrilla con heladode vainilla. Es mi última oferta.
Fruncí el ceño. —Eres duro regateando.
—¿Yo? ¿Bromeas? Mírate aespejo —dijo, señalando la viseraplegada de mi lado—. ¿Aceptas o
no? —Acepto —respondí, pero no sinadoptar un tono mohíno.
Chet condujo a través del pueblohasta el A&W, se detuvo ante laventanilla de servicio, pidió y pagóos dos batidos. Yo no recordaba la
última vez que había tomado u
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batido de zarzaparrilla. Le habíapuesto crema de helado en lugar dehelado de vainilla, pero aun asestaba sorprendentemente buenoNos dirigimos con la camionetahasta un parque cercano y no
quedamos sentados en eaparcamiento desierto con laventanillas bajadas. El aire era
cálido y pegajoso, pero con el fríorefresco en la mano, no memportaba.
—¿Tienes trabajo? —pregunté—Además de cortar el césped.
Chet soltó un bufido. —Lo dices como si cortar e
césped no fuera un trabajo de
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verdad. —No tienes que hablar con nadie
—señalé—. Ni siquiera tienes quducharte ni vestirte bien.
—Solo corto el césped en docasas: la de Carmina y la mía
Durante el día trabajo en el ranchode Milton Swope. Siego el heno, meencargo del mantenimiento de lo
pastos, y cuido del ganado. —Sigue.Chet me miró de soslayo
sopesando si mi interés eraauténtico o solo quería municiópara burlarme después de él.
—El trabajo es duro, pero nada
aburrido. Un día tengo que llevar e
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tractor, al siguiente reparo unacerca, y al otro he de ir en busca deun ternero perdido. Lo mejor es queestoy siempre al aire libre, llueva ohaga sol, en lugar de estaencerrado en una oficina encorvado
sobre un ordenador. —El sol te envejecerá
prematuramente la piel —le advert
con tono práctico.Soltó una sincera carcajada. —Mi madre se ocupó de s
ardín durante la mayor parte de svida adulta. Tenía líneas deexpresión, patas de gallo y arrugaprovocadas por el sol, y era la
mujer más guapa que he conocido
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en mi vida. —Siento lo de tu madre, Chet
Siento lo de tus padres. —Te lo agradezco —dijo Chet
encogiéndose de hombros—. Con etiempo resulta más fácil. Bueno
quizá más fácil no, solo mátolerable. Creo que te ayuda sabeque no se han ido del todo. No creo
en un Dios que haya creadocriaturas solo para dejar que luegodejen de existir. La materia no secrea ni se destruye, solo setransfiere, ¿no? No veo a mipadres y no puedo hablar con ellospero los siento. Están ah
Sabiéndolo, la pérdida es meno
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dolorosa. —Tras una pausa, unaeve sonrisa se dibujó en su boca—Saber que mi madre me vigila, meobliga a pensármelo mejor cada veque siento la tentación de moler aDusty a palos.
—Yo no creo en Dios —afirmétajante—. Si hubiera un Dios, noentiendo por qué habría de deja
que pasen cosas horribles. ¿Un Dioque deja sufrir a las personas, quepermite a las personas comportarsede manera abominable los unos coos otros? Eso no es un Dios, es usádico.
—Conozco a otras personas qu
piensan como tú. Dusty es una de
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ellas. No entiende por qué Diopermitió que mis padres murieranCree que si le importáramos a Dioshabría salvado a nuestros padresEs un punto de vista válido. Yo mehe hecho las mismas preguntas, he
tenido las mismas dudas. Pero lamuerte de mis padres me ha hechomejor persona. Ahora me preocupo
más que antes por Dusty. No creoque Dios se llevara a nuestropadres para obligarme a ser mejohermano. No creo que nos obligue anada... esa es la cuestión. Deja queocurran cosas malas porque no nocontrola. Deja que llevemos nuestra
propia vida y nuestras accione
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tienen consecuencias, buenas malas. El conductor borracho quemató a mis padre tomó una maladecisión. Si Dios hubiera salvado amis padres, la mala decisión de unapersona, conducir borracho, no
habría tenido una consecuencianegativa y natural. Todos tenemosque cometer errores, porque es la
única manera de aprender. —Exhaló un suspiro lentamentepensativo—. Algunas lecciones somás duras que otras.
—Es un punto de vista munoble, pero discrepo —dije—Mucha gente conduce borracha y no
mata a nadie. Si Dios hubiera
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querido de verdad salvar a tupadres, podría haberlo hecho.
—¿Tú deseas que Dios hubiersalvado a tu madre? —preguntóChet amablemente.
La pregunta me pilló po
completo desprevenida. Por unmomento no supe qué contestar. Éestaba desnudando su alma y lo
único que podía ofrecerle yo acambio era una mentiracuidadosamente elaborada. Mmadre no había muerto. Yo notenía nada en común con Chet, yme sentía aún más frívola y falsapor fingir lo contrario. Detestaba
sentirme así. Pero lo que realmente
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me molestaba, lo que más dolíaera saber que Chet creía que yo erauna persona que no era. ¿Así iba aser el resto de mi vida? ¿Mintiendoa la gente y no permitiendo nuncaque se acercaran a mí lo suficiente
para conocer a mi auténtico yoOdiaba a Stella Gordon. La odiabamás de lo que había odiado jamá
a cualquier otra persona.Salvo quizás a mi madre. —No creo en Dios, ¿recuerdas
—me limité a decir, y me apresuréa cambiar de tema—. ¿Conoces aInny Foxhall?
Chet acababa de dar un trago a
su batido. Se secó la boca con e
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dorso de la mano antes decontestar.
—Creo que sí. ¿Baja, morena? —Sí. ¿Sabías que está
embarazada? —No, no lo sabía.
—Vamos. Un pueblo pequeñocomo este. Las noticias vuelan.
—Cierto. Hacia las personas qu
tienen la oreja puesta.Mi mueca le dijo que pecaba dearrogante.
—¿Alguna idea de quién podríaser el padre?
—Inny está en la clase de Dustycreo. A lo mejor él lo sabe.
—¿Conoces a Trigger McClure?
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—Claro. —¿Crees que podría ser e
padre? —No tenía ninguna pruebaque sustentara mis sospechasaparte del abatimiento de Inny asugerir yo que quizá Trigge
abandonaría pronto el pueblo paraugar en las grandes ligas. Buenoeso y que Trigger parecía preferir a
Inny a cualquier otra camarera deSundown. No conseguía sacarme dea cabeza la impresión de que entreellos había algo más que la relaciórutinaria entre cliente y camarera.
—¿Trigger e Inny? —dijo Chefrunciendo el ceño, extrañado—. E
nstinto me dice que no. Pero podría
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equivocarme. —¿Por qué crees que no?Se lo pensó un momento y luego
se encogió de hombros. —Supongo que ella no es s
tipo. Aunque también en eso podría
estar equivocado. —¿Y cuál es su tipo?Me miró con expresió
especulativa. —¿No será que tú...? —¿Si estoy interesada? Puaj. No
Rotundamente no. —Me estremecvisiblemente para recalcar mipalabras. No estaba interesada erigger en absoluto.
Chet pareció relajarse en s
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asiento. —Si los rumores son ciertos, a
rigger le gustan las mujeresmayores.
—¿Cómo de mayores? —Lo bastante para se
experimentadas. —Parecíancómodo con aquel temaoqueteaba las llaves que colgaban
del contacto—. Hubo rumores sobreél y una profesora. Por lo que yo sésolo eran rumores.
—Oh, deja de buscar siempre lobueno en todo el mundo —le dije—A mí me parece muy capaz deenrollarse con una profesora. ¿Qué
ocurrió con ella?
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—La trasladaron a otro institutoen mitad del semestre —admitió éa regañadientes—. Él ya teníadieciocho años cuando ocurrió lasupuesta relación, así que la cosano pasó a mayores.
—¿Te das cuenta? —dijedándomelas de enterada. Luegoañadí con indignación—: Y po
supuesto la culparon a ella. —Iguaque cuando había sido culpa míaque el Mountain Dew de Triggehubiera acabado en mi cara. Aparecer todas las mujeres que secruzaban en el camino de Triggetenían la culpa de todo. Qué curioso
que siempre ocurriera lo mismo.
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—Todo el mundo sabe que tienemuy mal genio. —La voz de Cheera apagada, en parte poncomodidad, pero tambiéexpresaba advertencia—. Y utilizaa violencia física.
—¿Con las chicas? —Con todo el mundo. Puede qu
con aquella profesora. No conozco
os hechos. Pero tú ten muchocuidado con él. —Miró el reloj—Debería llevarte a casa. Carminaestará paseándose frente a lapuerta con una escopeta en lamanos.
Hice un mohín, pero estaba clar
que Chet sabía dominarse
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perfectamente porque, inmune aparecer a mis encantos, me llevó acasa de Carmina y paró en esendero de entrada a las docemenos cuarto en punto. Las lucede la planta baja estaba
encendidas, pero no vi la silueta deCarmina acechando tras lacortinas.
—Gracias por el batido dezarzaparrilla —dije. —De nada.Siguió una pausa especialmente
arga.Los ojos de Chet se encontraro
con los míos y su ardiente mirada
me hizo desear no haber propiciado
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a ocasión para quedarme a solacon él. Estaba oscuro en la cabinade la camioneta, y aunque easiento único me había parecidoespacioso las demás veces quehabía viajado junto a Chet, ahora
parecía todo lo contrario. Cheestaba tan cerca que yo notaba ecalor que desprendía su cuerpo. Oía
su respiración lenta y profundaPuso un brazo sobre el respaldo deasiento con la mano a unocentímetros de mi hombro. Notabasu olor dulce y acre con los sentidoexacerbados, y aunque no metocaba, tuve un momento de
vértigo al pensar que lo haría. Me
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sentía mareada y alterada, con lonervios a flor de piel.
Y entonces recordé a Reed. Srostro me vino a la mente depronto, y la imagen era tan real quparecía que también él podía
verme.Me bajé de la Scou
apresuradamente, saltando cas
con el susto en el cuerpo.Sonreí con toda la naturalidadde que fui capaz, dadas lacircunstancias.
—Será mejor que meta el restodel batido en la nevera antes deque se derrita.
No le miré a la cara. No quería
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ver de nuevo esa mirada ardienteque me obligaba a especular sobreo que quería decir. Ya lo sabía enrealidad, pero no quería seguipensando en ello. Tenía querecordar que no era Stella Gordon
que no vivía en un hogar deacogida y que no tenía futuro ehunder Basin ni con Chet. Era
Estella Goodwinn, y mi novio eraReed Winslow.Subí deprisa los escalones de
porche, pensando que sería mejono encontrarme a Carmina detráde la puerta, dispuesta a pelearseconmigo. No podría soportarlo
Quería sacarme a Chet de la cabeza
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y centrarme en lo que eramportante: mi siguiente visita a labiblioteca. Reed estaba en algunaparte, intentando ponerse econtacto conmigo.
Estaba en el interior de la casa
con la espalda contra la puertacerrada cuando oí a Chet dando lavuelta en el sendero. Me vino a la
mente una imagen de sus ojoazules con una profunda expresióde anhelo. Me gustaba desde emomento en que le había puesto lavista encima, pero nunca lo habíaencontrado tan atractivo comoaquella noche en la cabina de la
camioneta. No quería sentir aquella
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atracción que lo complicaba todoNo sabía qué hacer con ella.
No era la clase de chica que secolaba fácilmente por cualquier tíoLo tenía todo bajo control, joder.
Pero mentiría si dijera que Che
no me alteraba.
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—Esta noche en la iglesia hauna recaudación de fondos, por s
te interesan ese tipo de cosas. —Era la tarde del día siguientesábado, y Carmina estaba de pie
unto al fregadero de la cocina
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hundiendo las manos en el aguaabonosa con que fregaba los restodel asado de los platos de lacomida.
—¿Qué tipo de recaudación? —pregunté, manteniendo a propósito
un tono insulso para no darle lasatisfacción de creer que habíadespertado mi interés cuando no
era cierto. —Para aportar fondos al centrode acogida para mujeres.
—¿Y en qué consiste? ¿Lavacoches? ¿Venden palomitas¿Chocolatinas de preciodesorbitado? —En verano, m
equipo de baloncesto solía monta
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avados de coches los fines desemana cuando necesitábamodinero. Era lo primero que me veníaa la cabeza cuando me hablaban derecaudación de fondos.
—Oh, supongo que tú lo
lamarías feria —dijo ella, usando eantebrazo para apartarse de la caraun mechón de pelo blanco que se
había escapado de la cinta de lacabeza. Habrá lanzamiento deani l l a s , cakewalk,5 concurso depelar mazorcas, y ese juego en eque lanzas dardos a unos globos.
—¿Habrá gente que conozca? —me pregunté en voz alta.
—Creo que sí. El pastor Lykin
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ha pedido a varios jóvenes que leayuden ocupándose de las casetasMuchos de ellos juegan en la ligade sóftbol. —Me miró por encimadel hombro—. Supongo que CheFalconer también estará, si es ah
adonde quieres llegar. —No quiero llegar a ningun
parte —repliqué, y decía la verdad
La idea de volver a ver a Chet tapronto me producía sentimientoencontrados. La noche anteriorantes de acostarme, había logradoapartarlo de mi mente, resuelta aponer fin a todo atisbo desentimiento que pudiera empezar a
despertar en mí. Quería que
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nuestra relación fuera simple. Unasimple relación de amistad. Todohabía ido bien hasta que me habíadespertado en medio de laoscuridad con el cuerpo ardiente sudoroso, y además con agujetas
Sabía que no podía controlar misueños, pero el que acababa detener de Chet, en la parte de atrá
de su camioneta, y de sus manofuertes y muy muy hábiles, meparecía igualmente una traición ami decisión y a Reed.
—No creas que no me di cuentade que anoche te trajo a casadespués de la hora de llegada —
dijo Carmina con el ceño fruncido.
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—No tengo hora de llegada. ¿Yen serio le va a dar un ataque poquince minutos de retraso?
—La recaudación empieza a lasiete —dijo ella, ignorándome—. Leprometí al pastor Lykins que iría
temprano para ayudar con lopreparativos. Estoy segura de queagradecería otro par de manos, s
decides venir. —No me van esas cosas —dijebostezando con ganas para damayor énfasis a mis palabrasaunque era una grosería.
—Tú misma. Y eso fue todo.
Pero cuando dieron las seis y
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media y Carmina daba ya marchaatrás con la camioneta, me dije amí misma: ¿Por qué no? Agarré ebolso y bajé corriendo los escalonedel porche. Me sentí como unadiota persiguiendo la camioneta
hasta que a ella se le ocurrió mirapor el espejo retrovisor. Frenóentonces y yo me subí, con la
respiración jadeante. —¿Qué? —pregunté, todavía siresuello, al ver sus cejas arqueada—. A lo mejor me muero deaburrimiento y se libra de mí parasiempre.
—O a lo mejor te diviertes
todo —dijo ella afablemente.
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una persona sentada a la quententas tirar. El sol brillabantensamente sobre los árbolesachicharrándome el cuerocabelludo. El sudor me corría por laespalda.
Cerré los ojos. Me sentía everano... pero no me sentíarealmente en verano. Justo
entonces debería estar tomando esol en la piscina de Tory. Oayudándola con la lista de invitadopara su próxima fiesta decumpleaños. Cumplía los dieciochoel miércoles siguiente. Me preguntési aún se acordaría de mí. Había
sido mi mejor amiga durante años
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Aunque me creyera muerta, seguroque me tenía presente en supensamientos y mi recuerdo lahacía llorar en momentonesperados.
Noté que me venían ganas de
lorar y me oprimí el puente de lanariz con los dedos. No podíacontinuar así. No podía volver a
pasado una y otra vez. Empezaba acomprender por qué el marshaPrice me había dicho que empezarade nuevo en Thunder Basin. Dolíademasiado tener un pie en epasado. Quería aferrarme a él, perosolo había peligro en Philly para m
o algo peor, la muerte. Fingir que
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seguía siendo una opción de futuroera una fantasía, y ademápeligrosa.
Agarré las botellas de vino deCarmina y se las llevé al pastoLykins, que estaba muy atareado
con la mesa para la rifaponiéndoles etiquetas a las botellaalineadas en pulcras filas.
—Hola, Stella —saludó ésubiéndose las gafas de sol caídasEra uno de esos hombres que notenía cara para gafas de sol; teníaun rostro afable de querubín y lagafas parecían fuera de lugar, comosi se esforzara demasiado. E
cambio, el resto de su atuendo era
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exactamente como cabía esperarDockers, camisa blanca mocasines con arañazos.
Su rostro brillaba por el sudor ytenía círculos húmedos en la camisabajo las axilas. Me estrechó la
mano, pero no me miraba a msino a Carmina.
—¿Carmina te ha enviado par
dármelas? Tendré que buscarla encuanto termine con estas etiquetay darle las gracias.
Di media vuelta para alejarmepensando en echar un vistazo a louegos antes de que empezara laferia, cuando divisé a unas cuanta
chicas de mi edad apiñadas e
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torno a una caseta en la que no mehabía fijado antes. La caseta estabaenvuelta en papel rojo y adornadacon grandes corazones recortadosSobre el mostrador había uradiocasete del que brotaba una
voz femenina cantando coentusiasmo: «This kiss, this kissUnstoppable. This kiss, this kiss!»
—¿Quién canta esa canción? —pregunté a una de las chicas de laperiferia del grupo.
Ella me miró fijamente como sno pudiera hablar en serio.
—Eh... Faith Hill. Es la canción«This Kiss». —Siguió mirándome
como si esperara a que yo cayera
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en la cuenta, pero no la había oídoamás—. ¿Lo pillas? «This Kiss.» Ea caseta de los besos —acabódiciendo con tono impaciente.
Antes de que pudierpreguntarle si hablaba en serio, u
coro de chillidos se alzó entre lachicas que estaban más cerca de lacaseta. Una mujer escribía nombre
en un cartel clavado en un lado dea ventanilla de la caseta. —¡Trigger McClure! —leyó una
de las chicas a voz en cuello cuandoa mujer escribió el nombre y acontinuación le asignó el turno deas siete.
—¡Chet Falconer! —gritó otra
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con tono anhelante.Le di un leve codazo a la chica
de al lado por segunda vez. —Entonces esta caseta es un
caseta de besar de verdad. Cobesos de verdad. —Era más una
manifestación de incredulidad queuna pregunta. ¿Aquello erapolíticamente correcto? A juzgar po
a jarra para los donativos, laglesia había aprobado la idea decomprar, bueno, besos. Habíatantas cosas reprobables en ellaque ni siquiera sabía por dóndeempezar a enumerarlas.
—Eh, sí, claro —dijo la chica—
El tío que haya reunido más dinero
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al final de la noche será coronadocomo Míster Labios Ardientes. Lepondrán tiara y banda y todo. Emuy divertido. Ganará Chet origger. Obviamente. O sea, fíjate
en los demás tíos que se ha
presentado voluntarios —siguiódiciendo, cuando la mujer añadió acartel los dos últimos nombres—
¿Donovan Pippin y TheodoreLeMahieu? —La chica arrugó lanariz con asco.
Justo entonces vi que llegaba laScout amarilla de Chet, y decidí quno podía desaprovechar laoportunidad de tomarle el pelo
Saltando casi, me fui hasta donde
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había aparcado y me reuní con éen la acera.
—¿Caseta de los besos? —dijecon dulce tono, manteniendo eritmo de sus largas y ágilezancadas. Chet tenía un aspecto
cómodo y desenfadado con tejanosbotas manchadas de hierba y unacamiseta azul marino que resaltaba
sus impresionantes ojos azules. —Estás muy enterada de lo quhago —dijo, sonriente.
—Difícil evitarlo. Cuando haescrito tu nombre en la lista, lachicas embelesadas se desmayabay caían redondas al suelo.
—¿Pero tú no?
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—Yo no voy besando a losamigos —bromeé.
Chet soltó un bufido, pero ebrillo juguetón de su mirada seapagó un tanto, y lamenté pensaque había herido sus sentimientos
De todas formas tenía que dejaclaras mis intenciones. No queríadarle falsas esperanzas. Ni tampoco
alentarle para que se comportarade nuevo como la noche anterior ea Scout.
—Además —añadí, esperandoreparar su ego—, una caseta debesos le quita espontaneidad amomento. Estoy en contra po
principio. A ver, ¿hay algo menos
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romántico que pagar por un besoDebería ocurrir cuando el momentosea propicio. No debería ser algoforzado. Es la diferencia entre besaa alguien por primera vez en LaVegas... y París —dije en un
arranque de inspiración. —¿Has estado alguna vez e
París? —dijo con un gruñido, y se
cambió de posición las cajas debotellas de leche de cristal queacarreaba.
Por un instante el corazón se medesbocó en el pecho, pensando quehabía dicho algo que ponía epeligro mi tapadera. Pero no. La
analogía era inofensiva. No hacía
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falta haber ido a París para sabeque era mil veces más románticaque Las Vegas.
Aunque Estella Goodwinn sí quhabía estado en París.
—Ya sabes a qué me refiero —
dije. —¿Por casualidad has visto en
qué turno me han puesto?
—A las ocho. Todos los ojosesto, labios, estarán puestos en t—Metí la mano en el bolso parsacar un tubo de bálsamo labial se lo metí en el bolsillo del pechode la camiseta—. Una buena acciópara un amigo en apuros. Cuando
leves medio turno me lo
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agradecerás.Él sacó el tubo y leyó la
etiqueta. Era cacao con sabor amenta.
—¿En serio? ¿Esto es lo mácerca que voy a estar de tocar tu
abios esta noche? —Meneó lacabeza con aire lastimero y exhalóun suspiro de decepción.
Sonreí. Habíamos vuelto anuestra vieja rutina de bromas queno nos hacían sentir incómodos. Asera como lo quería yo. Me sentíasegura.
—Puedes llamarme Miss LabioVírgenes.
—Al menos pásate por la caseta
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a saludar... y a donar un par dedólares. Las ganancias seemplearán en juguetes para ecentro de acogida de mujeres.
—Solo quieres mi dinero parque te nombren Míster Labio
Ardientes.Esperaba que Chet respondiera
con una ocurrencia de cosecha
propia, pero él se detuvo en secocomo si hubiera topado con umuro. Fijó la mirada en un punto aotro lado del jardín. Enrojeció utanto y se pasó la mano por el pelocasi como si le preocupara que se lehubiera puesto de punta. Y tardó
unos instantes en volver a respira
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normalmente. —¿Chet?Él dio un respingo, como s
hubiera olvidado mi presenciaSonrió, pero su expresión eradistante y malhumorada.
—Sí, perdona. ¿Qué decías?Desvié la vista hacia donde é
antes miraba, pero no supe
discernir el motivo de sdistracción. No creía que se hubierapuesto nervioso por el grupo dechicas que hacían cola frente a lacaseta de los besos. Seguro que yasabía dónde se metía apresentarse voluntario. Y e
cualquier caso, Trigger tenía e
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primer turno. Quizás aquellas chicase habrían ido ya cuando Cheocupara la caseta.
Y entonces la vi. Era unpelirroja con una gorra de loHuskers y una camiseta blanca de
tirantes. Apoyaba una mano en lacadera y la postura resaltaba sutonificados brazos. Resultaba difíc
saber si también tenía buenapiernas porque llevaba una de esafa ldas hippies con vuelo que lelegaba por debajo de las rodillaspero me decantaba por creer quesí. Era pecosa y tenía un envidiableatractivo natural.
—¿Quién es? —pregunté a Chet.
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Pero él ahora me dedicaba todasu atención y me sonreía a mí solo a mí.
—¿Quién es quién? VengaAyúdame a llevar estas botellaadonde se lanzan las anillas.
A las ocho había hecho unronda casi completa de las casetade juegos. El hecho de divertirmeen una feria de iglesia me parecióun claro síntoma de lo necesitada
que estaba de vida social. En ciertosentido era bastante agradablepasearse entre desconocidos, pero
también me hacía añorar mi casa
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Echaba de menos Philly. Echaba demenos la vitalidad, la energía, layuxtaposición entre la familiaridad el anonimato de la vida urbanaambién echaba de menos a Reed
de un modo tan intenso que me
sentía como si hubieran metido a lafuerza mi corazón en una cajaexcesivamente pequeña.
Me pregunté si existiría algunaposibilidad de escabullirme de laferia sin que Carmina se dieracuenta. A pie, el trayecto de ida vuelta hasta la biblioteca melevaría más o menos una hora. Sse daba cuenta de que me había
do, después me cosería a
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preguntas. O peor, a lo mejoaumentaba su vigilancia sobre mí oempezaba a hacer preguntas por epueblo. Al final decidí que seríademasiado arriesgado irme. Pomucho que me costara, tendría que
ser paciente. Si Carmina descubríaa cuenta secreta de e-mail, podíadar por perdido el único modo de
ponerme en contacto con Reed. Al otro lado de la feria, Cherelevaba a Donovan Pippin en lacaseta de los besos. Tal como lehabía prometido, me dirigí hacia alpara donar unos dólares a la dignacausa de coronarlo como Míste
Labios Ardientes. Por el camino me
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encontré con Theo, el chico de lagasolinera Red Barn. Iba con lacabeza gacha, zigzagueandoresueltamente por entre lamultitud, y casi me atropella.
Di un salto hacia atrás.
—¿Dónde está el fuego? —Oh —dijo él, levantando la
cabeza bruscamente—. Hola, Stella
¿Qué haces aquí? —Intentando aparentar que meadapto. ¿Quieres venir conmigo aalguna caseta? A cualquiera menoa la de carreras de patos de gomaYa me han eliminado dos veces.
—Bueno... —empezó a decir
mirando hacia atrás co
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nerviosismo, como si se escondierade alguien—. Me temo que nopuedo. ¿No habrás visto a uhombre mayor con pantalonecortos de rayas y polo amarillo?
—No. ¿Por qué?
—Oh, nada —respondió sin dejade mirar a su alrededor conquietud—. Es mi abuelo. Intento
eh, evitarlo por... ciertas razonesLuego te veo.Lo agarré por el hombro.
—¿Quién es esa chica con gorrde los Huskers que está junto acakewalk?
Theo entornó los ojos tras la
gruesas gafas.
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—Es Lacy Parish. Debe de habevenido a casa a pasar el fin desemana. Estudia en la Universidadde Nebraska.
—Eso está en Lincoln, ¿no? —Antes de ir a Thunder Basin, Lincol
era la única población de Nebraskaque conocía de memoria.
Theo asintió.
—Acabó el instituto el añopasado. He oído decir que esteverano trabaja en Lincoln comocanguro.
Lacy se había graduado emismo año que Chet. En un pueblotan pequeño, tenían que conocerse
Pero la expresión de Chet al verla
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delataba algo más que una simplefamiliaridad. Era el tipo deexpresión que se te queda cuandoalguien te golpea en el pecho y tcuerpo se olvida de cómo respirar.
—¿Qué hay entre ella y Che
Falconer? —Bueno —respondió Theo
después de reflexionar—. Fuero
novios, pero eso se acabó. Sesuponía que él iba a ir a laUniversidad de Omaha, que no estáejos de Lincoln, así que Lacy y éprácticamente estarían juntos, peroentonces los padres de Chemurieron en un accidente de coche
Él se quedó aquí para cuidar de s
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hermano y ella se fue a launiversidad. Pero primero cortó conél. Oí decir que ella no queríaesperarle ni tampoco mantener unarelación a larga distancia. Antes deaccidente de coche, todo el mundo
en el pueblo decía que estabahechos el uno para el otro y queacabarían casándose. La pareja
perfecta que se dice. Pero ahorason más bien como una vieja parejade divorciados. No creo que sehayan cruzado una sola palabradesde que ella se fue a launiversidad.
—Qué historia tan triste —
musité. Al otro lado de la feria
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Chet se asomaba por la ventanillade la caseta de los besos paradeleitar a una niña pequeña corizos a lo Shirley Temple, dándoleun besito en la sonrosada mejilla. Acambio, la niña dejó caer un billete
de dólar en la jarra de los donativoy se fue dando saltos. Era una dulcemagen que me conmovió a m
pesar.Chet volvió la mirada hacia mcomo si hubiera notado que loobservaba. No fueron más que treo cuatro segundos, pero en esemomento pareció una eternidadBajé la mirada a su boca, que tenía
más color a causa de la presió
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repetida de los besos, igual que lapiel se oscurecía al agolparse lasangre por una bofetada. Chet meobservó con una tensión extraña anhelante en la mirada, que mepuso en alerta.
Oh, oh. Tenía que parar.Con un esfuerzo le dediqué una
sonrisa radiante. Luego le lancé u
beso ridículo frunciendo mucho loabios y separándoloruidosamente. Supe que ladistracción había funcionado cuandoél sonrió y me hizo señas con ededo para que me acercara. Emomento de tensión, o lo que
fuera, había pasado.
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—¡Tengo que irme! —exclamóheo, tragando saliva. Luego se
escabulló antes de que pudierahacerle más preguntas.
Tentada por lo que me habíacontado Theo, me fui caminando
tranquilamente hasta donde seugaba al cakewalk. Mientraexaminaba los pasteles, oí a Lac
Parish y a las chicas que seapelotonaban en torno a ella. Degrupo se elevaban murmullos decotilleos, salpicados por ocasionaleestallidos de risas.
—¿Has hablado con él? —preguntó una de las chicas a Lacy.
Lacy fulminó a la chica con la
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mirada como diciéndole: «¿En seriome preguntas eso?»
—Pregunta estúpida —musitó lachica, ruborizándose.
—Antes lo he visto mirándome—explicó Lacy, poniendo los ojos en
blanco—. No podría ser más obvioÉl aún está colado por mí, pero yoo tengo súper superado. O sea, no
puede competir con los tíos de launiversidad, ¿entendéis? Es duropero cierto. Ellos intentan hacealgo con su vida, y él... —vacilóbuscando la palabra con la quecausar mayor efecto—, se dedica acortar el césped.
Un par de chicas soltó una risita
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disimulada.Lacy sonrió, complacida consigo
misma, luego se puso seria antede añadir:
—A ver, me sentí súper culpablecuando sus padres... ya sabéis —
hizo un gesto para indicar que spúblico ya conocía la historia—pero no iba a dejar mi vida e
suspenso por un tío con el que meenrollaba en el instituto. Si él creíaque íbamos en serio, estaba con lachica equivocada. Ahora estohaciendo algo con mi vida. Launiversidad es increíble. Ya loveréis vosotras también. Es u
mundo distinto. Todas las noches
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ocurre algo. Fiestas, bailes, partidode fútbol. —Se echó a reír—. Máfiestas.
—¿Y tienes novio? —preguntóuna chica con un pañuelo rojo quee recogía el pelo. Me recordó a
Rosie la remachadora de locarteles de la Segunda GuerraMundial. Su tono era duro, un poco
desafiante. —Nadie se echa novio en launiversidad. —Lacy se echó el pelohacia atrás con aire displicentepero se regodeaba siendo el centrode atención. Sus ojos verdebrillaban, hablaba con voz fuerte
con autoridad—. Es menos serio
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que en el instituto. No sientes lapresión de pertenecer a nadieodo va de encuentros fortuitos y
de pasárselo bien. Cada fin desemana sales con un tío diferenteNo haces siempre las mismas cosa
aburridas con el mismo tío. Ecompromiso es como para genteque no se entera. Como Chet —
concluyó, torciendo el gesto en unaexpresión perversa. Ya había oído bastante. En un
principio me había parecido queLacy tenía razón al abandonahunder Basin y a Chet. No se le
podía pedir que renunciara a s
futuro por él. Pero después de oírla
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hablar, definitivamente estaba departe de Chet. Lacy no se sentíamal por haber herido susentimientos. Y para colmo lo poníade vuelta y media a sus espaldasmenospreciándolo para darse má
mportancia. Esperaba que Chet nosiguiera enamorado de ella, porquedesde luego no era lo bastante
buena para él.Estaba a punto de alejarmecuando Rosie la remachadora volvióa hablar.
—No estés tan segura de tmisma, Lacy. A lo mejor Chetambién lo ha superado. Debería
preguntárselo a la cara en lugar de
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despellejarlo a sus espaldas. —Los celos no te favorecen
Dawn —le espetó Lacy—. ¿Quién teha preguntado nada, además?
Dawn se encogió de hombros se alejó, pero su leve sonrisa
petulante no se alteró lo mámínimo. Choqué los cinco con ellamentalmente.
—¿Quién saldría con Chet ahora—preguntó Lacy al resto de lachicas—. Sabe que vosotras soiamigas mías. Tendrá que sacar eculo de aquí si quiere ligar.
Ya había oído bastante. Pasé posu lado a grandes zancadas y le
ancé una mirada asesina, pero ella
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estaba demasiado ocupadariéndose de sus bromadespreciativas para darse cuenta.
Me encaminé a la caseta de lobesos y apoyé el codo en laventanilla.
—Me alegro de ver que aún nose te han caído los labios —dije aChet. Eché un vistazo a la jarra de
donativos, que estaba atestada debilletes—. Parece que llevas ladelantera para el título de MísteLabios Ardientes.
El pastor Lykins, que estabacerca, reaccionó al oírme. Despuéde comprobar que no había nadie
más escuchándonos, dijo en vo
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baja, pero emocionada: —Ha recaudado más de cie
dólares. Es el doble de lo que haogrado los dos primeros juntospero no le contéis a nadie que os lohe dicho. No queremos lastima
ningún ego. —Rio entre dientes—Basta con decir que Chet ha sido laestrella del show.
Chet me miró encogiéndose dehombros como diciendo: los hechono mienten, señora.
—Y pensar que intentó todo lohumanamente posible paradesdecirse de ser voluntario cuandoe aseguré que esta sería la caseta
perfecta para él —comentó e
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pastor Lykins.Chet se encogió de nuevo de
hombros, pero esta vez las puntade sus orejas enrojecieron. Era eúnico tío al que conocía que podíamostrarse modesto sin resulta
rritante. Si acaso, le hacía aún máatractivo. Era difícil no apreciar a utío que tenía un lado sensible
vulnerable, aunque él intentaraocultarlo. —Aún no te he visto en la cola
Stella —dijo el pastor Lykins—. Nopuedo opinar sobre los besos deChet, pero por si sirve de algopuedo asegurarte que no he visto a
ninguna clienta insatisfecha.
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Me sentí mortificada al notar qume ardía la cara. ¿Me habíaruborizado? Antes no me habíacostado nada lanzarle un beso aChet por el aire, pero algo habíacambiado y no sabía qué era
Maldición, me había ruborizado! —Oh. Bueno, en realidad... —
dije, toqueteándome el pendiente.
—Stella está guardándose edinero para Theo —intervino Che—. Le ha tocado el último turno todo el mundo sabe que es el peorporque casi todo el mundo se hagastado ya el dinero. Stella queríaasegurarse de Theo tuviera algo e
a jarra.
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Lancé a Chet una mirada depura gratitud. Él la recibió con uevísimo asentimiento de cabeza.
—Bien pensado, Stella —dijo epastor. Miró su reloj—. Parece quese ha acabado tu turno, Chet
Bueno, ¿dónde está Theo...? —Escudriñó la multitud con una manosobre los ojos para protegerse de
sol del ocaso. —¿Quieres beber algo —mepreguntó Chet, saliendo de lacaseta—. Creo que tienen ponchede frutas y limonada en echiringuito.
¿Por qué no? Estaba claro que
necesitaba algo para refrescarme.
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—Gracias por salvarme antes —dije, cuando nos alejábamos depastor Lykins—. No sé qué me hadado.
Chet sonrió con una mueca. —Supongo que si solo hay un
chica en la iglesia que no quierabesarme, podré soportarlo.
Me eché a reír, aliviada al ve
que no iba a insistir en el tema, ehice un esfuerzo por impedir que mexpresión delatara el menor atisbode que podía estar equivocado. Noquería besarle. De verdad que noenía novio, novio formal, y le era
fiel.
En el chiringuito no quedaba ya
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más que unas cuantas tazas deponche y unas galletadesmenuzadas. Me senté en lamesa y mordisqueé un trozo degalleta.
—He oído que Lacy está aquí.
Chet me observó mientras sorbíasu limonada.
—¿Quién te ha hablado de ella?
—Es un pueblo pequeño. Lanoticias vuelan. —Podría decirte que lo he
superado, pero no estoy seguro deque me creyeras. Al parecer nadiese lo cree. Siempre que vuelve acasa, todo el mundo me vigila
atentamente, como si pensara que
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me voy a desmoronar. —¿Te duele verla? —¿Que si me duele? —Negó co
a cabeza—. Pero me retrotrae apasado. Tardo un momento enrecordar que ya no estoy en él.
Le comprendía a la perfecciónCuando me asaltaban los recuerdode aquella noche, me devolvían a
Philly. Por mucho que intentararazonar o apelar al sentido comúnnada me convencía de que noestaba allí; sencillamente tenía queesperar a que pasara. En esocasos, el tiempo se me hacíaeterno.
—Es guapa —señalé.
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l se encogió de hombros coaire evasivo.
—Pero también es un pocobruja. —Levanté la mano antes deque él pudiera protestar—. Solo teo digo.
—Creo que se siente incómodacuando estoy yo. Sabe que algunapersonas la culpan por el modo e
que terminó todo entre nosotrosaunque era inevitable.No le conté que Lacy parecía
absolutamente cómoda tomándolecomo blanco de sus pullas.
—Siempre he querido sepelirroja como ella —dije
melancólicamente.
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Chet me dio un afectuosocodazo.
—A mí me gusta tu pelo tacomo es.
Noté que me observaba, noté laatracción de su mirada. Desprendía
un olor a tierra muy seductor. Unacálida luz dorada se reflejaba esus oscuros cabellos. Se apoyaba
hacia atrás en la mesa, con smano no lejos de la mía. Teníaunas manos asombrosas, fuertesbronceadas y llenas de callos por etrabajo físico. Eran unas manos coun propósito. La clase de manocon las que podía soñar una chica.
Cuando ya no pude evitar má
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su mirada, vi en ella ciertanquietud, y tuve que esforzarmepara no dejar que me afectaraChet estaba destruyendo midefensas. Entre nosotros había unaquímica creciente que no podía
causar más que problemas. Teníaque ponerle fin.
Pero fue Chet quien rompió e
hechizo, no yo.Con la familiaridad de un viejoamigo, partió un trozo de mi galletay se lo metió en la boca.
—Tengo que volver a casa yasegurarme de que Dusty no andahaciendo de las suyas.
Y sin más, se fue.
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Mientras observaba cómo sealejaba en su camioneta, no podíadejar de pensar en él. Deberíahaber imaginado que un chico taatractivo como él no habría pasadodesapercibido entre las chicas, que
habría tenido alguna relacióanterior. Por lo que yo sabía nohabía habido ninguna otra despué
de Lacy y, a pesar de los rumoresque corrían por el pueblo, sabía queChet ya no sentía nada por ella. Averla por la tarde, no se habíamostrado dolido. Se habíasobresaltado, sí. Le había recordadoel pasado, sí. Pero no le había
hecho daño. Y ahí radicaba la
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diferencia.Se me ocurría otra razón por la
que podía haberlo superado, perome sentía incómoda, así que ladeseché.
Decidí demostrar que Chet era
un hombre sincero y me dirigí a lacaseta de los besos en busca deheo.
Lo encontré encorvado en etaburete con la tristeza grabada ecada línea de su rostro. Llevaba unapajarita rosa que hacía juego cosus arreboladas mejillas. Cuandovio que me acercaba, agachó lacabeza y se tapó la cara con la
mano.
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—Hola, Theo —dije alegremente—. ¿Cómo te dejaste convencepara hacer esto?
—Mi abuelo me presentóvoluntario —musitó—. ¿No tendráuna cápsula de cianuro po
casualidad? —Tuve que devolverla cuando
abandoné la KGB, lo siento.
Se secó la frente con un pañuelode bolsillo. —Aún me quedan veinte
minutos de esta tortura. —Al fijarseen la jarra de donativos vacíacolocada sobre el mostrador de laventanilla, la agarró y la dejó a su
pies. —Quiero ayudar al hogar de
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acogida, en serio, pero no asPodría haber donado alguna prendacosida por mí. Una chaqueta dehombre. Podrían haberla subastado
Abrí mi bolso. —Vuelve a poner esa jarra aqu
arriba para que pueda meter mdonativo.
Theo me miró parpadeando
sorprendido. —Pero... tendrías que besarme¿Quieres besarme?
—Si vas a ser tan directo, buenopues sí.
—Pero. Bueno. Ejem. Es que yosoy... soy... —Se aclaró la garganta
y enrojeció aún más.
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—Theo —le dije amablemente. —Es, bueno... es un poco
violento, ¿no? Quiero decir... —Senclinó un poco más hacia mmirándome intensamente, como spudiera transmitir informació
directamente a mi cerebro—¿Entiendes lo que intento decirteStella?
—Theo. Somos amigos. ¿No vasa besarme de una vez? —Eh... —Se rascó la mejilla co
gesto de incomodidad—. Supongoque podría hacerlo...
Me incliné hacia delante. Él senclinó hacia delante.
Cerró los ojos y me rozó la
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mejilla tiernamente con los labios. —Ha sido el beso más bonito
que me han dado en toda mi vida—le confesé con sinceridad—. Ahorvuelve a poner la jarra aquí arribapara que haga mi donativo.
Con sonrisa dulce, casi tímidadevolvió la jarra a su sitio. Dejécaer un puñado de billetes en s
nterior (todo lo que tenía) y vi queheo ponía los ojos como platos. —Stella. ¿Qué haces? N
puedes... —No puedo garantizarte qu
vayas a ser el próximo MísteLabios Ardientes, pero bastará para
superar a Trigger por goleada.
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Theo salió de la caseta y meabrazó con fuerza. Su abrazotambién fue el mejor que mehabían dado en la vida.
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13
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La semana siguiente estaba apunto de fichar al acabar mi turno
cuando Eduardo, el cocinero jefeme detuvo.
—¿Tienes un momento, Stells?
No recordaba el día exacto e
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que Eduardo me había dado eseapodo, pero me había quedado coél y todos los cocineros melamaban Stells, con variacionecomo Stells Bells, Stelly Belly oStellow Mellow, pero no me
mportaba. Era mucho mejor que e«¡Eh, chica nueva!» al que habíatenido que contestar durante m
primera noche de trabajo. —Claro. ¿Qué necesitas? —pregunté.
—Deirdre se ha ido tempranoiene a un niño enfermo. Me ha
pedido que rellene sus servilleteros¿Te importaría ir al almacén y
traerme un paquete de servilletas?
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Deirdre era una camarera atiempo completo con dos hijos en laguardería. Solía trabajar en el turnode día, pero alguna que otra vehacía el turno de noche. Teníaentendido que trabajaba en e
Sundown desde que Dixie Joe habíaabierto sus puertas hacía más dediez años. Me sorprendió que le
hubiera pedido a Eduardo que leayudara con sus servilleteros, eugar de pedírmelo a mí, o a Innyque se había ido un par de minutoantes. Por lo que había podido veros cocineros no ayudaban nunca aas camareras con sus mesas. Y no
había visto nunca a Eduardo y a
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Deirdre pasando el rato juntodurante los descansos, pero eraevidente que algo se me escapabaAl parecer eran amigos, o al menose llevaban bien.
—Claro.
El almacén estaba en el extremoopuesto al que ocupaban lococineros, y se accedía por una
angosta escalera de madera. Yahabía estado en el almacén variaveces, y aunque desprendía el oloa moho del hormigón húmedosiempre estaba fresco y yoagradecía la oportunidad de bajaallí y escapar del calor de la cocina
Encendí la luz en lo alto de la
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escalera y bajé rápidamente lopeldaños de madera. Al llegaabajo, doblé hacia un lado y busquéa tientas la cadena de la bombillapara encenderla. No había ventanaen el almacén, y por la noche
estaba tan negro como cabríaesperar de un agujero en la tierra..
El fuerte golpe que recibí en e
estómago me cortó la respiraciónEl dolor se expandió por todapartes en un aguda sensación deagonía. Deseé tirarme al suelo retorcerme, pero no tuveoportunidad de hacerlo. Unamanos me aplastaron con fuerza
contra el tabique. Temblaron los
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estantes que había sobre mcabeza. Un cálido aliento siseócontra mi mejilla. Mi visión se volvióborrosa.
Aún estaba aturdida por egolpe; no podía respira
normalmente y mucho menogritar, pero él me tapó bruscamentea boca con la mano. Su pie
húmeda apestaba a cuero y a saGuante de béisbol y sudor. Me soltóun rugido en la oreja, y en aqueespacio oscuro como boca de loboel sonido tuvo exactamente eefecto que él pretendía: meestremecí de miedo. Él notó m
estremecimiento y rio por lo bajo.
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Antes de darme cuenta, sentque la mandíbula me ardía dedolor. Un golpe seco en el cuello, ycaí al suelo jadeando. Grité, pero lapuerta se había cerrado tras de my todos los ruidos que pude hace
quedaron amortiguados cuando unabota se clavó en mis costillas. Mequedé sin aliento por segunda vez
me despellejé los codos y lapalmas de las manos contra esuelo. Él volvió a patearme. Y otravez.
Me rodeé la cabeza con lobrazos y metí la barbilla haciadentro, pero no pude protegerme e
resto del cuerpo. Sentí un dolo
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ntenso en la espalda y las piernasCada patada parecía un cuchillo quse me clavaba hasta el huesoragué saliva y finalmente logré
emitir un espeluznante chillido, queresonó en las paredes del almacén
alguien de arriba tuvo que oírlo.Pensando que alguien llegaría
corriendo en cualquier momento
reuní valor suficiente para pataleafrenéticamente intentandodefenderme. Mi pie chocó contraalgo sólido, y él soltó unas cuantapalabrotas de rabia. Su mano surgióde la oscuridad y me golpeó en looídos con fuerza suficiente para
hacer que me zumbara la cabeza.
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—Así es como quiero verte apartir de ahora —me dijo en uronco susurro—. Con la cabezagacha, sin meterte en los asuntode los demás.
Intenté golpearle, lanzando lo
puños contra él violentamente, perél ya se había alejado. Oí loescalones de madera que crujía
bajo su peso. Subía despacio, siprisa. Capté el mensaje. Quería queyo supiera que no huía, que noestaba asustado. Podía entratranquilamente en mi lugar detrabajo y darme una paliza tremetros por debajo del despacho de
mi jefa. Podía encontrarme en
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cualquier parte.Medio desvanecida por el dolor
noté vagamente que sus pieaterrizaban en los peldaños antervalos irregulares. Parecía quecojeaba. ¿Le había golpeado en la
pierna? Sentí una fugaz y sombríasatisfacción, y entonces se abrió lapuerta en lo alto de las escaleras y
arrojó un triángulo de luz en laoscuridad. Entorné los ojos y vi salta silueta de hombros fornidosaliendo por la puerta, antes de quvolviera a engullirme la oscuridad.
Mi cabeza cayó lánguidamenteen el suelo de cemento. Luché po
permanecer consciente. Habría sido
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un bendito alivio desmayarme paraibrarme del dolor, pero Dixie Jocerraría pronto. No se fijaría en mbicicleta, que estaba apoyadacontra un árbol en la parte de atrásSolo vería el aparcamiento vacío
daría por supuesto que todos nohabíamos ido, y se iría también.
Yo me quedaría allí toda la
noche, en aquella horribleoscuridad, con el sabor de msangre en la boca.
Con un gemido, me di la vueltahacia un lado y me incorporéapoyándome en el codo. El doloera tan insoportable que ni siquiera
podía llorar. Respiré con
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nspiraciones cortas y superficialesalarmada por el extraño gorgoteoque parecía brotar de mipulmones. ¿Tenía algo roto?
—Eduardo —logré decir entreresuellos, e hice una mueca al nota
el dolor afilado como un cuchilloque me traspasaba al hablar.
Los brazos se habían librado de
a paliza, y los usé para arrastrarmehacia la escalera a trompicones. Notenía la menor idea de cómo iba aograr subir hasta lo alto. No podíaponerme en pie. Me dolían lacaderas y la espalda y me veníaarcadas. Tragué saliva y ordené a
mi estómago que se controlara. S
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vomitaba, tal vez perdería econocimiento. Nadie me encontraríahasta que abriera el restaurante adía siguiente.
Me sentía débil, en un estado dedelirio. Lo sabía y eso me causaba
un frío terror. Las lágrimaspugnaban por salir. No te atrevas arendirte, Estella. ¿Tendría fuerzas
suficientes para lanzar una lata deazúcar contra la puerta? ¿Lo oiríaalguien? No pensaba quedarme altoda la noche. Él me había dadouna paliza de muerte, pero nopensaba darle la satisfacción desaber que me había dejado all
helada, aterrorizada y sola, durante
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toda la noche.Pasos. Oí pasos. El pomo de la
puerta giró y la luz iluminó laescalera. Eduardo soltó una retahílade palabrotas de sorpresa. Oí comoen una neblina el crujido de la
escaleras cuando él descendiórápidamente por ellas. Se arrodillóa mi lado y posó una mano
temblorosa sobre mi hombro. Vagamente vislumbré sus ojomuy abiertos y su expresión deasombro. Su moreno semblantepalideció. Parecía mareado.
Gritó por encima del hombro. Lechillaba a alguien que llamara a la
policía. Le oí frotarse las mano
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repetidamente sobre los muslossecándose el sudor.
Para un tipo que presumía deduro y que iba cubierto de tatuajeamenazadores de los pies a lacabeza, mi estado le estaba
afectando más a él que a mí, pensédébilmente.
Claro que yo aún no me había
visto en un espejo.
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Durante el trayecto eambulancia hasta el hospital me
dejé llevar por el aturdimientoPermanecí despierta, pero noalerta, simplemente tenía la mente
en otro sitio. Vi destellos de
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mágenes, pero no provocaron lamenor reacción en mí. Notémpasible que los sanitarios senclinaban sobre mí, trabajandorápidamente. A su espalda vi uequipo médico, tubos y monitores
Una vez más, no hubo reacción. Emi estado de parálisis desorientación, oí fragmentos de
órdenes, seguidas de respuestaconcisas.Nada roto. Eso lo oí, y sentía
que una parte de mí, tensa temblorosa, se relajaba. Si no teníanada roto, me pondría bien, ¿noMe dieron algo para el dolor, y
cuando este disminuyó, fue fác
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sumergirme por completo en lanada.
Carmina llegó al hospital pocodespués que yo. Dixie Jo debía dehaberla llamado; no recordabahaberles dicho a los sanitarios co
quién debían ponerse en contactoAún no había memorizado enúmero de teléfono de Carmina
Debería hacerlo, pensé vagamenteAquello no iba a volver a ocurrir, yame ocuparía yo de eso, pero detodas formas sería mejor tener aalguien a quien llamar en caso deemergencia.
Carmina apartó de golpe la
cortina y entró en el cubículo. S
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aspecto era más adusto formidable que nunca. Yo no estabaaún lista para hablar, así que volva cara hacia otro lado. Ellacomprendió el gesto y desvió satención hacia el médico de
guardia. En lugar de sufrir uataque de histeria como le habríaocurrido a mi madre, se mantuvo
serena y sonsacó la informaciócomo una poli experimentada. —¿Cuál es su estado? —Costillas magulladas, leve
cortes, tumefacción. —¿Le ha dado algo para e
dolor?
—Lortab. La enviaremos a casa
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con un frasco de diez tabletas paraas próximas veinticuatro horas una receta. Sentirá dolor durantevarios días.
—Me han dicho que ocurrió en eSundown Diner, durante su turno
¿Le han dicho algo sobre quién laha atacado? —Se me ocurrió queCamina quizá creería que se había
producido una filtración y queDanny Balando estaba detrás de laagresión. Pero no había sido obrade los esbirros de Danny. Yo notenía ninguna duda sobre quién lohabía hecho—. ¿Dónde está eagente encargado de tomarle
declaración? —preguntó Carmina
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presionando de nuevo al médico. —Aún no he visto a nadie de
departamento. Ya no tardarán. ¿Poqué no acerca una silla y se sientaunto a su cama. Enviaré a unaenfermera con un...
—¿Café? No necesito caféNecesito que el malditoDepartamento de Policía envíe a
alguien a tomarle declaraciónQuiero que salgan ahí fuera busquen al individuo o individuoque le han hecho esto.
La ira sorda que detectaba en lavoz de Carmina provocó un extrañocalor en mi pecho. Alivio y gratitud
Ella se hacía cargo de la situación
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me liberaba de ese peso. Poprimera vez desde que habíangresado en el hospital, sentí unacierta paz. Carmina se ocuparía deque me atendieran como es debido
Una segunda figura, una muje
alta y morena, con pantalones blusa de seda, se agachó parapasar por debajo de la barra de la
cortina. —Carmina —dijo. —Grace. —Carmina se levantó
estrechó la mano de la mujer—. Mealegro de que te hayan enviado ati. Lo esperaba.
—Lo siento. Siento mucho lo
ocurrido.
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mundo, el caos y la confusión ya nome parecían tan abrumadores.
—Aun así. —Los ojos de Carminase posaron en la agente Oshiro, a laque dio permiso para proceder couna formal inclinación de cabeza.
—Hola, Stella —dijo la agenteOshiro, con esa voz amable peroseria que adoptan los adultos en la
crisis—. ¿Qué ha ocurrido estanoche? Cuéntamelo todo tal comha sido. Procura no dejar fueraningún detalle.
Le expliqué que Eduardo mehabía pedido que fuera a buscaservilletas al almacén, que m
agresor me esperaba al pie de la
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escaleras, que me había pateado me había golpeado con los puños a mano abierta.
—¿Era un hombre? —Me habló. Me dijo: «Así e
como quiero verte a partir de
ahora. Con la cabeza gacha, simeterte en los asuntos de lodemás.» —Tragué saliva, sin sabe
muy bien si el cosquilleo quenotaba en los dedos era por la ira opor el drama de revivir el suceso evoz alta. Recordaba a la perfecciósu voz ronca y repugnante. Me dabaescalofríos.
—¿Viste su rostro?
—Yo estaba en el suelo
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cubriéndome la cabeza mientras éme pateaba. No me atrevía aevantar la cabeza para mirarlo posi me dejaba inconsciente de unapatada.
—¿Has notado algun
característica especial? ¿Lo quelevaba puesto, quizás un reloj, utatuaje o unos zapatos concretos?
—La luz estaba apagada. Ealmacén está en el sótano y notiene ventanas. Estaba todo negro.
—¿Alguna idea de quién querríahacerte algo así?
Trigger McClure fue el primenombre que me vino a la mente, y
así se lo dije.
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Carmina y la agente Oshiro semiraron. Carmina asintió y yo tuvea sensación de que acababan demantener toda una conversación, que en ella no se descartaba msugerencia de que Trigger estaba
detrás de la agresión. —¿Qué te hace pensar qu
rigger querría hacerte daño? —
preguntó la agente Oshiro. —Me arrojó su bebida poencima la semana pasada en etrabajo. Estaba furioso porque no lecambié el pedido cuando ya estabaen la parrilla. Le dije lo quepensaba y creo que eso tampoco le
gustó.
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Carmina hizo una mueca. —No me lo dijiste —comentó e
tono de desaprobación, y yo mesentí culpable. Me había propuestocontarle a Carmina cuanto menomejor. Pensándolo ahora tal vez
debería haberle contado lo derigger, pero no creía que eso
hubiera impedido la agresión
Jamás hubiera creído que pasaríade lanzarme un refresco aagredirme. Dudaba de que Carminao hubiera visto venir.
—Por lo que parece entrevosotros dos hubo un conflicto —dijo la agente Oshiro, hablando
todavía con aquella voz amable
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comprensiva—. Seguro que teenfadarías bastante cuando te tiróa bebida por encima.
—Es un capullo. —Stella —me amonestó
Carmina.
—¿Qué? Es la verdad. —Meencaré con la agente Oshiro—Después de dejarme empapada, se
marchó sin pagar. Dixie Jo, mi jefatuvo que acudir a sus padres paraque le pagaran el dinero de lacomida. La noche siguiente vi arigger amedrentando a un chava
en la Red Barn. Trigger presionabaal chico para que le diera cerveza
gratis. También era obvio que había
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bebido, así que llamé a la policía..a ustedes. Desde luego no creo quedespués de eso me tenga muchasimpatía.
—¿Crees que se sintió lobastante humillado por esos do
ncidentes como para decidir darteuna paliza y ponerte en tu sitio? —quiso saber la agente Oshiro.
—Creo que Trigger no estáacostumbrado a tratar con chicaque hacen algo más que acariciasu ego o sentirse halagadas por sunsinuaciones.
La agente y Carminantercambiaron otra breve mirada
ambas apretaron los dientes en una
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mueca adusta mostrándoseaparentemente de acuerdo. Aparecer Trigger se había ganadouna reputación que no era solo lade estrella del béisbol.
Me aparté el pelo de la frente
di un respingo al tocarmeaccidentalmente el borde del ojohinchado. Me había puesto un ojo a
a funerala en otra ocasión, juganden una cama elástica. Teníaentonces ocho años y estaba claroque el tiempo había hecho strabajo, porque no recordaba quedoliera tanto. Empezaba a notauna sorda punzada de dolor en ese
ojo.
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Carmina me tendió unacompresa fría, que me coloquésuavemente sobre el ojo hinchado.
—¿Cuánto tiempo ha estadopegándote?
—Un par de minutos. Ha sido
rápido, aunque en ese momento nome lo parecía.
—¿Y luego qué ha pasado? —
preguntó la agente Oshiro. —Se ha ido. No ha echado acorrer. No estaba asustado, eso loha dejado muy claro. Se ha idocaminando tranquilamente. Pero lehe lanzado unas cuantas patadadurante la agresión, y he debido de
darle en la pierna, porque cojeaba
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Le ha hecho ir más despacio.La agente Oshiro anotó m
comentario en su bloc. —¿Cómo sabes que cojeaba? —Lo he oído. Sus andares era
rregulares. Se apoyaba más en un
pierna que en otra. —¿Y después de que se haya ido
cojeando?
—En la cocina hay tres puertasLa que usamos las camareras paraatender a los coches, las puertabatientes que conducen al comedory una puerta trasera que usamopara sacar las bolsas de basura ylevarlas a los contenedores
Supongo que ha salido por ah
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Eduardo estaba en la cocina. Tieneque haber visto algo. La puerta dealmacén se ve fácilmente desde esitio de los cocineros, y debía deestar ahí.
—¿El mismo Eduardo que h
lamado al 911? —preguntó laagente Oshiro, tomando notarápidamente.
—Sí. —Hablaré con él. Mientras tanto¿recuerdas algún otro detalledestacable de la agresión? ¿Hadicho algo más el agresor?
—Se ha reído. —Me estremecnopinadamente al recordar e
timbre feroz de la risa de Trigger—
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Le ha parecido todo muy divertidoCreía que yo me lo merecía.
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Fue agradable despertar en mpequeña cama individual de la
segunda planta de la casa deCarmina. Por primera vezagradecía el chirrido familiar de
colchón y la cálida luz del sol que se
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filtraba a través de las cortinas. Ecuarto olía a algodón recién lavadoy a suelos de madera encerados, el olor era mucho mejor que el aireestéril y reciclado que impregnabatodo el hospital.
Me incorporé en la cama pararealizar un rápido inventario detodos mis dolores. Tenía todo e
cuerpo magullado, con grandemoretones esparcidos por piernastorso y abdomen. El dolor estabaahí, pero por suerte lomedicamentos lo enmascaraban.
Carmina llamó a la puerta asomó la cabeza. Sostenía una
enorme bandeja de cama en la
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manos, así que tuvo que usar lohombros para abrir la puerta entrar.
—He pensado que te apeteceríaalgo de desayuno. ¿Te lo dejo sobrea mesilla de noche?
Algo de desayuno incluíatortitas, huevos, hash browns,bacón, melón troceado y un gra
vaso de zumo de naranja. Carminapreparaba carne y patatas para castodas las comidas, pero aquedesayuno estaba a otro niveNunca le había visto preparar tantacomida de una vez. Y todo para mHacía mucho tiempo que no me
sentía tan bien cuidada. La niña
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que llevaba dentro echaba demenos la época en que mi madrese sentaba en mi cama y me poníaa fría palma de la mano en lafrente caliente por la fiebre. Aúconservaba aquellos recuerdos e
os recovecos de mi memoria. Eraborrosos, pero reales, por lo queresultaba más doloroso aú
recordarlos. Es cierto lo que dicenno te das cuenta, cruelmente, de loque has perdido hasta que ya no lotienes.
—Gracias —dije, quitando eWalkman y las cintas de casete dea mesilla de noche. Empezaba a
encariñarme extrañamente con Van
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Halen, y solía quedarme dormidaescuchando sus grandes éxitos. Lacalidad del audio de la cinta decasete era abominable, pero lamúsica estaba bien. En cualquiecaso era un buen sustituto de mi
bandas preferidas. La vida deEstella en Philly y la de Stella ehunder Basin eran dos entidade
distintas, y no quería que sesolaparan. Estella tenía unagramola interior en la que sonabavoces nuevas y refrescantes una otra vez hasta que la letra segrababa en su corazón. Aabandonar Philly, había metido sus
canciones favoritas en una caja
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uego la había guardado en un luganaccesible. Una parte de mí seguíasoñando con regresar y volver a seella. Recuperaría la caja y dejaríaque la música se elevaraibremente. Pero nunca pasaría de
ser una fantasía, y cada día quepasaba, el sueño se desvanecía upoco más y la realidad se imponía.
Estella se había ido. Stella erami futuro.Carmina depositó la bandeja
uego miró por la ventana. Exhalóun suspiro, como si le diera vueltaen la cabeza a alguna cosa y noestuviera segura de que fuera
prudente hablar de ello.
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—Chet ha pasado por aquí estamañana —admitió finalmente cocierta reticencia. Y con esempenitente tono de desaprobación
—¿Qué le ha dicho? —Que estabas durmiendo y qu
debería volver luego. —¿Se ha enterado de lo que me
ha pasado?
—Sí.Me erguí en la cama. —¿Se lo ha contado... todo? —Cuando no volviste ayer de
trabajo, llamé a Chet para ver ssabía dónde estabas. No lo sabía ye preocupó que yo tampoco lo
supiera. Se ofreció a ayudarme para
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buscarte —explicó Carmina con ususpiro de exasperación—. Vinoaquí y fue entonces cuando Dixie Jolamó por teléfono para decir que tehabían agredido y que estabas eel hospital. Le dije a Chet que se
fuera a casa, pero sospecho quententó verte. No le dejarían entrarporque se habían acabado las hora
de visita. —Meneó la cabeza cogesto exagerado—. Esta mañana htraído flores. Margaritas y girasoledel jardín de su madre. Su madreplantó las margaritas en el jardíde atrás hace años y se haextendido por todas partes como
malas hierbas. Hannah Falcone
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siempre tuvo unas florepreciosas... —Dejó la frase siterminar, con la mirada perdidamás allá de la ventana.
—Me gustaría ir a verlo despuéde desayunar. Iré andando, así que
no te molestaré. —¿Andando? —Carmina se
volvió bruscamente para mirarme
—. ¿En tu estado? —El doctor Simpson dijo qudebería andar, si me sentía confuerzas. Y resulta que sí.
—Sé que estás impaciente pover a Chet, pero no te excedas. Hadicho que se pasaría por aquí má
tarde.
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—Quiero hablar con él ahoraNecesito hablar con alguien. Tengoque quitarme este peso de encimapara dejar de revivirlo.
Cuando Carmina se dio la vueltahacia la ventana, levantando la
barbilla con aire orgullosocomprendí que había herido susentimientos. Algo había ocurrido
en el hospital la noche anteriorParte de la animosidad que yohabía levantado entre nosotras sehabía desmoronado al entraCarmina en el cubículo resuelta aocuparse de mí. Mi opinión sobreella había mejorado y creo que se
había dado cuenta. Pero aunque
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Carmina creyera que ahora todo ibabien entre nosotras yo todavía noestaba preparada para confiar eella, y tendría que aceptarlo.
Me comí las tortitas y dos tirade bacón. Me duché y me vest
Estaba demasiado dolorida paraplancharme el pelo, así que me lorecogí en una simple cola de
caballo, pero incluso eso me dolió yme costó más de lo normaPrescindí del maquillaje y opté pouna ligera pasada de bálsamoabial.
Sonó el timbre de la puertaPensando que Chet me acababa de
ahorrar el trayecto hasta su casa
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me puse las sandalias y abandonéa habitación con paso rígido.
Bajaba las escaleras con cautelacuando Carmina fue a abrir lapuerta. Dejó cerrada la puerta de lamalla metálica, manteniendo as
una barrera entre ella y el agenteuniformado que estaba en eporche.
—Buenos días, Roger. ¿A quédebo este placer? —Su voz eraagradable, pero no del todo sinceraHabía cierta dureza subyacentecierto toque suspicaz.
El agente se llevó la mano a lagorra para saludar.
—He venido por un asunto
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oficial. —¿Asunto? ¿Qué asunto?El agente carraspeó.
—El asunto de la declaración deStella.
—¿Dónde está Grace Oshiro
Ella fue la que tomó declaración aStella. El caso es suyo.
—El jefe me lo ha asignado a m
Yo me ocuparé de él a partir deahora. He pensado que podríamoconversar tranquilamente aquí, eugar de mantener una entrevistaformal en la comisaría.
—¿Entrevista? ¿A santo de qué? —Solo para verificar uno
cuantos hechos.
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—Según yo lo veo, un hecho euna verdad conocida. ¿Qué es loque hay que verificar?
Roger volvió a carraspear. —¿Te importa si paso un
momento?
—En absoluto. Pero primero megustaría saber la naturaleza exactade tu visita. Me empieza a parece
que esta conversación —dijoCarmina, poniendo en esa últimapalabra un énfasis suficiente parahacer que sonara como ueufemismo— quizá sería mejomantenerla en comisaría. Epresencia de nuestro abogado.
Roger rio entre dientes co
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ncomodidad. —Vamos, vamos, Carmina. No
es necesario que me sueltes loperros. Somos amigos tú y yo. Estaes una visita de cortesía. Hepensado que los tres, tú, yo
Stella, podríamos sentarnos revisar la declaración que hizoStella anoche. Siempre en tono
amistoso, por supuesto. —Por supuesto —dijo ella confrialdad.
Roger se rascó la mejillaclaramente incómodo.
—¿Tienes por ahí una jarra deesa limonada dulce con albahaca
que haces?
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—Pues sí. Pero la guardo paramis invitados.
—Vamos, Carmina. No seas así. —¿Y cómo debería ser
¿Ingenua? Sé a lo que has venidoOlvidas que pasé cinco años en e
cuerpo contigo y otros quince con tpadre. Quieres que Stella seretracte de su declaración. No
quieres que presentemos ladenuncia. Venga, admítelo. Es unapatata caliente para edepartamento, arrestar a una jovepromesa del béisbol por agredir auna chica. Ahora dime, ¿el jefeHearst todavía se va de pesca co
el padre de Trigger McClure los
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sábados por la mañana? Ahora queo pienso, ¿no van a cazar faisaneen otoño, y ven el fútbol lodomingos por la noche en casa deefe?
Las mejillas del agente se
colorearon. —Es la palabra de ella contra la
de él. Hemos hablado con Trigger y
nos ha contado su versión de lahistoria. Dice que vertió su refrescoaccidentalmente sobre Stella en eSundown Diner la semana pasada que desde entonces ella se la tieneurada. Que lo sigue a todas partententando pillarlo. Lo siguió al Red
Barn la semana pasada y luego se
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nventó la historia de que lo habíavisto intentando robar cerveza.
Hasta entonces, yo había dejadoque Carmina llevara las riendaspero no pensaba permanececallada ni un segundo más.
—¿Eso ha dicho? —exclaméfuriosa—. ¿Y usted se lo cree? Paraque lo sepa, me tiró el refresco
ntencionadamente después de queyo insistiera en que pagara lacomida que había pedido. ¡Y todo loque le dije al agente en el Red Barera cierto, hasta la última palabra!
La mirada de Carmina se volviómás dura.
—Stella vio a Trigge
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amenazando al chico del Red BarnY el chico corroboró su historiaenemos dos testigos. ¿Cuál es e
problema? —En la declaración que hizo
Stella anoche, le dijo a la agente
Oshiro que estaba segura de querigger era el agresor. Es una
acusación muy grave. —Roger se
echó hacia atrás, irguiéndose. Sabultado vientre tiraba de lobotones de la camisa; parecía upavo real dándose importancia—Ha levantado muchas ampollas antes de seguir con esto, quieroestar completamente seguro de...
—Si fuera cualquier otro, no te
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andarías con rodeos —lenterrumpió Carmina—. Los dosabemos que Trigger es culpableNo es la primera vez que lo acusade pegar a una mujer. ¿Recuerdas aa profesora? Tú la enviaste a otro
nstituto a mitad de curso y ledijiste a Trigger que se portara bienen adelante. Te diré cuál es e
problema. Esta es la primera veque el chico corre el riesgo de teneque rendir cuentas por sus actos, nadie quiere tener que aguantar spataleta. Deberíamos haberlodetenido la primera vez que laprofesora llamó al 911. No somo
distintos de los padres que le dan a
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su hijo pequeño todo lo que quieracon tal de que no les monte unaescena en el supermercado.
El agente parecía más irritado acada momento que pasaba.
—He hablado con Trigger sobre
a agresión. Dice que estaba ecasa cuando ocurrió. Sus padres locorroboran. No tenemos nada que
o sitúe anoche cerca del SundownComo te decía, se trata de lapalabra de ella contra la de él.
Carmina rio entre dientes, peroel efecto resultó amenazador.
—Arrestarlo va a provocar unaescena, Roger, eso te lo aseguro
Sus padres pondrán el grito en e
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cielo. Contratarán abogados. Eseñor McClure presionará a todoos amigos que tiene en edepartamento. Pero es lo correcto yes tu trabajo. Ahora bien. Si se teocurre volver por aquí para decir a
Stella que mienta por ti, o que finjaque ese chico no le hizo nada, opara sugerirle siquiera que lo deje
pasar, me veré obligada a pensaque eres uno de esos torocastrados que tiene Dell Chivalry esus tierras, tan pasivos y patéticoque ni los niños se privan demeterse con ellos cuando pasan poallí.
Tras estas palabras, Carmina
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cerró la puerta. Apoyó la espalda eella y exhaló un suspiro. Tardé unosnstantes en darme cuenta de queestaba temblando. Cuando ella mepilló mirándola fijamente, abrió loojos como diciendo: «Menuda cara
tienen algunas personas, ¿eh?»No supe qué decir. Darle las
gracias parecía una buena forma d
empezar, pero estaba demasiadosorprendida para abrir la boca. Eparte sentía deseos de reírmeadmirativamente por el coraje coque se había enfrentado al agenteOtra parte quería abrazarla. Tal vezncluso derramar lágrimas de
gratitud. Carmina me defendía y me
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apoyaba. No estaba sola.Finalmente, alcé una ceja
nquisitiva. —El que es policía lo es par
siempre, ¿no? —Maldito Roger Perkins —dijo
ella—. Menudo descaro tiene. —Sé que fue Trigger quien me
agredió. No miento para fastidiarle.
—Oh, eso ya lo sé. Igual que séque todo esto va a provocar muchoencono contra nosotras.
Me pregunté si eso era lo querealmente le molestaba, la sombraque la comunidad iba a arrojasobre mí y, por ende, sobre ella. Me
dije a mí misma que Thunder Basi
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era una comunidad pequeña cerrada, y que en ella un puentequemado iba a provocar sin dudauna buena humareda. Peroentonces ella agitó la mano y dijo:
—Soy demasiado vieja par
preocuparme por lo que digan locotillas; que se metan con nosotracuanto quieran. Ya se darán cuenta
de que no es tan fácil acabaconmigo. Algo me dice que contigotampoco.
Le sonreí y ella me sonrió. Scara se suavizó y, por un momentoolvidó que era policía y vi algo eella en lo que antes no me había
fijado. Era amable, cariñosa. Casi...
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Simpática.
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A pesar de los reparos deCarmina, insistí en ir caminando a
casa de Chet. Necesitaba un rato detranquilidad a solas para aclararmeas ideas. También tenía algo que
demostrar. Me había pasado las
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últimas doce horas en un papepasivo, permitiendo que médicos enfermeras me examinaran toquetearan, y que Carmina mearropara en la cama y meadministrara la medicación, y que é
me tratara como si fuera su saco deboxeo. Las doce horas siguienteban a ser muy distintas. Estaba
harta de permanecer inactivadejando que todos a mi alrededomanejaran los hilos. Ya era hora derecobrar el control. Y empezaría pousar los pies para ir adondequisiera.
Llamé al timbre de la puerta de
Chet, y aunque llevaba gafas de so
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oscuras para ocultar mi ojo moradome sentí cohibida, nerviosa. Él yasabía que me habían agredido, perno estaba segura de que Carmina lehubiera proporcionado más que lodetalles imprescindibles. Dudaba d
que Chet supiera lo mal que habíaquedado, y me preocupaba sreacción cuando me viera e
persona llena de moretones.Dusty acudió a abrir la puertaNo lo había visto desde la noche eSundown Diner, cuando noconseguía arrancar el Mustangpero ahora que sabía que era ehermano de Chet, la
comparaciones eran inevitables
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Dusty era casi tan alto como Chetpero más flacucho, como si aún nohubiera acabado de crecer. Tenía emismo pelo ondulado, pero a él lecaía alborotado sobre los ojos y lehacía falta un buen corte. A pesa
de sus similitudes, las facciones deDusty eran más duras y macilentascon la mirada huidiza y taciturna
enía los hombros encorvadoscomo si el peso del mundodescansara sobre ellos.
—¿Sí? —dijo. No parecióreconocerme del Sundown, posuerte. No sabía si Chet le habíahablado de mí, o si le había
contado el motivo por el que estaba
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en el Sundown aquella noche, osea, para espiarle a él. En cualquiecaso, no sería yo quien ayudara aDusty a sumar dos y dos.
—¿Está Chet en casa? —¿Quién quiere saberlo?
—Dile que ha venido Stella.Él se rascó el cogote
mirándome de los pies a la cabeza
No era un examen lascivo, npretendía intimidarmeSimplemente parecía recogenformación. Por un momento penséque acabaría reconociéndomencluso con los cortes y lomoretones.
—¿Cómo ha quedado el otro? —
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preguntó al fin.Cojo, pensé. Definitivamente
cojo. —Dado que me pilló po
sorpresa y en la oscuridad, erealidad no lo sé.
—Si has venido a ajustarle lacuentas, te has equivocado de tíoMi hermano no sabría dar un bue
puñetazo ni que dependiera de ellosu vida. Y jamás le pegaría a unachica.
—Chet no me pegó. Solo quierhablar con él.
—Hablar en cambio —dijo Dustymeneando la cabeza co
desaprobación— sí que se le da
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bien. ¿Sabes esa maestra taagobiante de la serie de CharlieBrown? Bla bla bla. Ese es mhermano. «Haz esto. No hagas esoNo dejes tiradas tus cosasLevántate de una vez. No dejes la
eche fuera de la nevera.» Esperavoy a buscarlo. —Y por «voy abuscarlo» se refería a volver la
cabeza y gritar el nombre de shermano con tanta fuerza que mezumbaron los oídos. Una vecompletado su trabajo, Dusty sesumergió en las profundidades de lacasa.
Instantes después, oí a Che
bajando por la escalera. Cruzó e
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vestíbulo a grandes zancadas, coel pelo goteando y una pizca dechampú pegada aún a una ceja. Nolevaba abrochado el botón superiode los tejanos, y estaba lidiandocon una camiseta con la que
ntentaba cubrirse el torso. Sedetuvo al verme.
Me observó atentamente co
expresión preocupada. Paseó lamirada por los moretones de mcara y capté perfectamente cómoapretaba la mandíbula. Al instantesu semblante se ensombreció por eodio que sentía hacia la personaque me había agredido.
—Stella. —Antes de que yo
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pudiera retroceder o levantar lamanos para impedirlo, me atrajohacia sí y me abrazó con fuerza.
Lancé un leve grito de protesta yél me soltó como si le hubierapasado la corriente.
—¿Te he hecho daño? No me hedado cuenta. Lo siento...
—No me has hecho daño. —
Sonreí para tranquilizarle—. Metienen drogada hasta las cejas. Eque no esperaba un... abrazo.
Se mesó los cabellos sin dejade escudriñarme con los labioapretados en una mueca sombría.
—¿Eso es...? —Me quitó la
gafas de sol con cuidado, y apretó
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aún más la boca al ver mi ojo a lafunerala. Luego soltó unapalabrota, en voz baja y con tonoamenazador. Me pilló por sorpresaporque nunca le había oído decitacos. Nunca le había visto
cabreado de verdad—. ¿Quién tehizo esto?
—Lo están investigando.
—¿Lo viste? —La cara, no. Estabacompletamente a oscuras en ealmacén.
—Carmina me dijo que te atacen el trabajo, dentro derestaurante, donde alguien debería
haber impedido que ocurriese. No
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estabas sola. Había más gente allCocineros, friegaplatos, tu jefa. Noestabas en un callejón desiertoestabas en tu trabajo. —Sus azuleojos lanzaban llamaradas—. Esto ndebería haber ocurrido.
—Lo encontrarán. Y entoncepagará por lo que ha hecho.
—¿Quién estaba contigo? Quier
nombres. Quiero hablar con todos cada uno de los que estaban en erestaurante anoche. Alguien tieneque saber algo.
No podía seguir con aquelloCreía que sí, pero me habíaequivocado. No podía revivir la
noche anterior. Y menos ahora
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cuando todavía era más que posibleque me desmoronara y perdiera pocompleto el dominio de mí mismaYa había hecho mi declaración a laagente Oshiro y no quería discutide nuevo los detalles con Chet. No
era porque no me importara lo queél quería o necesitaba, sino en biede mi propia cordura. Estaba
destrozada y necesitaba serenarmey recobrar la compostura. Queríavolver a sentirme fuerte. No queríarevivir la noche anterior, volver asentirme una víctima desvalidaAdemás, el violento destello quveía en los ojos de Chet me
nquietaba. Venganza, pedía. Che
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quería arreglarlo a su manera. Si yose lo permitía (y aunque no se lopermitiera) iba a tomarse la justiciapor su mano.
Pero aunque yo apreciaba edeseo de Chet de protegerme, e
ncluso me sentía halagada, nopodía permitir que él librara mibatallas. Carmina iba a tirar de
nfluencias para intentar quevolvieran a asignar el caso a laagente Oshiro, y entre las tredemostraríamos la culpabilidad derigger. No habría errores n
meteduras de pata irreflexivas ponuestra parte. No daríamos pie a
que Trigger pudiera escaquearse
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por tecnicismos. No se iría derositas.
—Gracias por las margaritas os girasoles —dije a Chetesperando mitigar su ira—. Sounas flores preciosas. Me animo co
solo mirarlas.Chet exhaló un suspiro, enlazó
as manos en la nuca e inclinó la
cabeza. Echó los hombros haciadelante y hacia atrás. Se notabaque intentaba contener la rabia pomí.
—No quieres hablar de ello —dijo. Su expresión seguía siendodura, pero sus ojos ya no lanzaba
destellos de ira.
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—No. Si te digo la verdad, megustaría ir a dar un largo paseo ecoche sin tener que pensar en ello.
Chet se animó un poco ante ladea de poder hacer algo y tener umodo de desahogarse.
—Lo que quieras. Tú dime dóndequieres ir y yo te llevo.
—Llévame a algún sitio dond
no haya espejos. —Solté una débcarcajada—. Estoy harta de vermeasí. Le he pedido a Carmina quetape el espejo del cuarto de bañoSi no tengo que verme, casi se meolvida lo que ocurrió. También esuna cuestión de vanidad. Detesto
sentirme fea. ¿No te parece
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ncreíble que me preocupe por eso?Los fríos ojos de Chet se
desviaron hacia la ventana. —¿Me lo dirás cuand
encuentren al que te hizo esto?Su expresión delataba que e
fuego no se había extinguido detodo, que seguían ardiendo lorescoldos bajo la superficie, y a
pesar de la insistencia de Dusty eafirmar lo contrario, tuve lasensación de que Chet sabríadefenderse perfectamente con lopuños en una pelea. Y entonces fuecuando vislumbré quién había bajoesa apariencia de chico corriente
encantador. Chet no era
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completamente inofensivo y no ibaa tolerar que nadie me hicieradaño. No se lo diría, y difícilmenteo reconocería yo misma, pero ehecho de que pareciera resuelto aprotegerme y a reparar cualquie
daño que me infligieran hacía queun cálido sentimiento, inesperado enevitable por igual, me recorriera
el cuerpo. No sabía cómo respondea su deseo de protegerme. Era taextraña la idea de que alguien sepreocupara por mí, quenstintivamente la rechazaba.
Tragué saliva. —Gracias —dije en voz baja
tomándole de la mano para
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apretársela.Él miró nuestros dedo
enlazados con una seriedad que mehizo comprender mi error. Solté sumano enseguida.
Me dirigí a la puerta y Che
acudió en mi ayudanmediatamente.
—Ven, apóyate en mí —dijo
rodeándome la cintura con el brazo —Estoy bien, en serio —dijepero era agradable notarlo cerca—Habría negado cualquier asomo deafecto entre nosotros, peroempezaba a notar los efectos de loocurrido la noche anterior, e
miedo, la impotencia y el terror que
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se habían adueñado de mí, y solodeseaba bajar la guardia umomento. Con el brazo de Cherodeándome, me sentía segura.
—¿Qué te parece si damos upaseo alrededor del lago? —sugirió
él—. O el parque. Podemos llevapan para los patos. No se me ocurrenada más relajante que alimentar a
os patos. Y no hay espejos. Inclusoel agua del estanque estádemasiado turbia para vertereflejado.
—¿Podemos pasar primero por labiblioteca? Si voy a estadescansando durante toda una
semana o así, me iría bien tener u
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buen libro para leer. —Había ido acasa de Chet porque deseaba scompañía y porque quería salir dea cama y dejar de compadecermede mí misma, pero mentiría si noreconociera que también tenía otra
ntención oculta. No quería engañaa Chet, pero necesitaba su ayudacon algo de lo que Carmina no
podía enterarse. El sentimiento deculpa que pudiera sentir por usar aChet de aquella manera se disipabaante el simple hecho de quenecesitaba ponerme en contactocon Reed. Llevaba dos semanas ehunder Basin y no sabía nada de
él. A pesar de mis resuelto
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propósitos, solo había vuelto unavez para comprobar la cuenta de email, y no me gustaba darmecuenta de cómo habían cambiadomis prioridades. Tenía que volver acentrarme. Tenía que comproba
que Reed estaba bien. Y teníamoque planear entre los dos cómobamos a reunirnos cuando acabara
el verano.Una vez fuera de la casa, Cheme ayudó a subir a la Scout.
—¿Quieres que ponga el airacondicionado? Creo que aúfunciona —sugirió él, probando lobotones.
—No. —Me sorprendí a m
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misma al rechazar su ofrecimientoPero en el hospital había unatemperatura controladaartificialmente fría, y no queríadarle a mi imaginación ningunaexcusa para recordar aquel lugar
que yo asociaba con dolor, pánico ydebilidad. No volvería a sentirmeasí nunca más.
—¿Cómo está Dusty? —pregunté.Chet hizo una mueca.
—Durmió en su cama anoche. Eun comienzo, ¿no?
—¿Alguna novedad en su plade hacerse rico con Coote
Saggory?
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—Intento impedir cualquienovedad manteniéndolo demasiadoocupado para poder meterse eíos. Le conseguí un trabajoenluciendo piscinas. Vuelve a casarebozado en yeso todas las noches
quejándose de lo duro que es etrabajo, y luego engulle la mitad dea comida que hay en la nevera y s
tira en la cama. Sé que no se va ahurtadillas porque me he puesto edespertador a cuatro horas distintadurante la noche para podevigilarlo. Le he dicho que si pierdeel trabajo, lo echaré de casa. No loharé, pero no se lo digas a é
Intenta estar a buenas conmigo
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porque, hasta que cumpla lodieciocho, soy el administrador deos cuatro mil que mis padres ledejaron en su testamento.
—Entonces puedes impedir qunicie ese negocio desde e
principio; tú controlas el capital. —Puedo intentarlo. —Exhaló u
suspiro de inquietud—. Pero Dusty
es espabilado. Si yo me interpongoen su camino, encontrará otramanera de hacerlo. Ahora mismocruzo los dedos para que no sequede sin piscinas que enlucir, opara que no se harte y lo dejeantes de que acabe el verano
Cuando empiecen las clases, será
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más fácil mantenerlo alejado deCooter.
—Admiro lo mucho que teesfuerzas en cuidar de Dusty —dijeenía un vago recuerdo de mis
padres interesándose vivamente
por mí durante el divorcio. Pero unavez asentada la polvareda, zanjadas cuestiones como la
pensión alimenticia y la custodiaambos encontraron otros interesesA saber, el trabajo y las drogas. Nohabía visitado a mi padre jamádespués de que se fuera de casaHacía más de dos años queestábamos distanciados. Creo que
e consideraba culpable del divorcio
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Lo más triste era que ya ni siquierarecordaba el porqué. Mi madretenía el botiquín lleno de pastillarecetadas por el médico durante ematrimonio, pero había realizadouna fluida transición hacia droga
más duras después del divorcio. Ladrogas se habían convertido en sprincipal, en su única prioridad.
—Algunas veces desearía quemis padres estuvieran aquí —comentó Chet—. Ellos sabrían cómoayudar a Dusty. Estaba muy unido ami madre. A veces creo que spudiera hablar con ella una vemás... —Se interrumpió—. Sé que
es un juego peligroso y no revivo e
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pasado a menudo, pero de vez ecuando...
Dejó la frase sin terminar, peroyo sabía exactamente cómo sesentía. Cuando estaba realmentedeprimida, cuando no podía evita
sentir lástima de mí mismatambién yo jugaba a ese juegoSabía que no podía ganar, pero
algunos días, los más oscuros, latentación de jugar a imaginar upasado distinto era irresistible.
Llegamos a la biblioteca y, antesde aparcar, dije a Chet:
—¿Puedo pedirte un favor? Mapetece mucho una Coca-Cola. Ha
un restaurante Runza al otro lado
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de la calle. ¿Te importaría ir abuscarme una?
—Claro, ahora mismo voyPasaré por la ventanilla con lacamioneta y luego aparcaré y mereuniré contigo en la biblioteca. —
Se detuvo cerca de la puertaprincipal de la biblioteca para queme bajara.
Una vez dentro, fui derecha agrano. Estaba segura de que Reedme habría dejado ya un mensajeComprobé la cuenta y no encontrénada. Pensando que sería un erroractualicé la página, pero nada. Nohabía ningún borrador nuevo.
No tenía sentido. Seguro que
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había ocurrido algo. ¿Por qué, si notardaría tanto Reed en ponerse econtacto conmigo? Por un momentopensé en lo peor, dejando que mmaginación se desbocara. QuizáReed no había logrado llegar a s
nuevo hogar. Quizá Danny Balandoo había encontrado antes.
Respiré hondo para
tranquilizarme. No, estabaexagerando. No cabía duda de quehabía sucedido algo, pero antes demaginar lo peor, necesitaba másnformación. Reed tenía diecinueveaños y vivía por su cuenta. Eraprobable que se hubiera comprado
ya un móvil o un portátil, pero
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quizás había surgido algúobstáculo. Tal vez aún no le habíanlegado sus fondos. Tratándose degobierno, cualquier retraso eranormal. Tenía que seguir siendopaciente un poco más y ver si podía
sonsacar alguna información aCarmina. Dudaba de que ellasupiera algo, pero podía intentarlo.
Acababa de cerrar el navegadocuando vi a Chet acercándose. Coas manos vacías. Debía de habedejado las bebidas en la Scoutenía que obedecer las normas dea biblioteca, cómo no.
—¿Tienes ya algún libro? —
preguntó.
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—He tenido que buscarlo en eordenador. Está por ahí. —Loconduje hasta las estanterías deficción, fingí buscar un libro econcreto y luego saqué uno al azay pasé por el mostrador para
sacarlo en préstamo. —¿Vamos en ascensor? —
preguntó Chet. Al ver que me
quedaba rezagada, me rodeó con ebrazo por debajo de los hombros—Anda ven.
Le dediqué una sonrisa deagradecimiento y dejé que meayudara a llegar al aparcamiento.
Sentada en la Scout, bebí u
argo sorbo de Coca-Cola. Había
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ntentado dejar los refrescos tantaveces como mi madre habíantentado dejar las drogas, perodespués de todo lo que habíapasado, merecía darme el gusto.
Me pregunté si mi madre se
decía lo mismo, y de repente laCoca-Cola me dejó un regustoamargo en la boca.
No. Estaba siendo demasiadodura conmigo misma. Mi madre yo no teníamos nada en común.
—¿Adónde quieres ir ahora? —preguntó Chet.
Me recosté en el desgastadoasiento de piel, que resultó
nesperadamente cómodo.
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—Sorpréndeme.
Atravesamos el parque y nodetuvimos junto al estanque paradar de comer a los patos. A Chet se
e había secado el pelo y un rizo lecaía sobre la frente. Su piel aún olíaa jabón, de cuando mi llegada a scasa le había obligado a interrumpia ducha. Seguramente habíatardado diez segundos en secarse ponerse unos tejanos antes de
bajar corriendo las escaleras. Reedme había hecho esperar a menudoen su habitación mientras se
arreglaba en el cuarto de baño
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contiguo. A pesar de estar muresentido con su padre, el generade cuatro estrellas del ejércitohabía dejado su huella en Reed. Ehijo del general Winslow ibasiempre perfectamente acicalado
se negaba a presentarse en públicode manera informal. Difícilmente seencontraría a alguien más opuesto
a Reed que Chet.Encontramos un bancosombreado a la orilla del aguaChet partió el pan en trozos y meos dio para que se los echara a lopatos que graznabafrenéticamente a nuestros pies. Uno
de ellos me picoteó el dedo gordo
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yo levanté la pierna soltando unarisa aguda.
—Carnívoros —dijo Chetmeneando la cabeza con aire dereproche—. Todos ellos.
Demasiado tarde me di cuenta
de que Chet había echado el brazopor detrás de mí, apoyándolo en ebanco. Era difícil de ignorar. E
corazón me latió más deprisa. Eparte por la irritación, ya que mehabía prometido que no iba a dejaque las cosas llegaran tan lejos, yen parte porque me sentía atraídapor Chet, lo que me produjo ugran desconcierto. Chet despedía
un olor increíble. Y aquello
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hoyuelos suyos. Por no mencionaa curva sinuosa de su boca. Mepregunté cómo sería besarla...
Meneé la cabeza. No podíacontinuar. No iba a engañar a ReedY lo que era aún más importante
no iba a dejar que Chet creyera unamentira. Una mentira que era yomisma. La chica de la que él creía
estar enamorándose no existía. Eraun fraude. Chet era buen tío, ugran tío. No merecía la decepcióque iba a sufrir si se liaba conmigotampoco que le rompiera ecorazón. Mi vida era un completodesastre y, si le besaba, le estaría
dando falsas esperanzas. Le
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apreciaba demasiado para hacerleeso. Lo cierto era que en agosto mería y no volvería a verme nuncamás.
Pero deseaba besarle.Chet pasó un dedo por la venda
que me cubría el corte de la frenteSentí una punzada interior al notasu roce. Un lánguido calor se
extendió por mi cuerpo, y no teníanada que ver con el sol ni con laardiente magia de sus rayos. Teníaque parar aquello cuanto antes. Posi necesitaba aún más motivos, eúltimo tío al que había besadohabía visto cómo su futuro
cambiaba radicalmente después de
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tiempo que lo deseaba y estabaharta de resistirme. Apreté mi bocacontra la de Chet. Siguiendo umpulso instintivo, me desplacédiestramente a su regazo, me sentsobre él a horcajadas y hundí lo
dedos en sus densos y sedosocabellos.
Aferré sus hombros, complacida
con los duros músculos que setensaron cuando me rodeó con lobrazos. Tocarle no hizo más queavivar el fuego de mi deseo. Lobesé ávidamente, con frenesNotaba el cuerpo cálido y vivovibrando con una deliciosa
sensación de deseo. No recordaba
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por qué no lo había hecho antes. Nrecordaba nada que no fuera Chet su cuerpo apretado contra el mío.
Me mordisqueó el labio con lodientes. Saboreé su aliento, cálido dulce. Tenía una mano sobre m
muslo, recorriendo mi piel desnudaodo mi cuerpo se estremecía de
placer.
Oí unas risitas. Aparté la boca de la de Chet parpadeé para mirar el senderoluminado por el sol que habíadetrás del banco. Había allí doniñas pequeñas que nos señalabay se reían tapándose la boca con la
mano. Pusieron los ojos como
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platos cuando me vieron; soltarouna exclamación ahogada echaron a correr. La distracciónbastó para que recobrara esentido.
Me levanté del regazo de Chet
Retrocedí unos pasos. Él alargó unamano para detenerme, pero yo lodetuve alzando una mano. El calo
de la pasión empezaba a disiparsey me sentía avergonzada.Me alisé la ropa. Como s
pudiera fingir que no había ocurridonada. No acabábamos deenrollarnos, no había sentido sumanos sobre mi cuerpo, no me
había dejado llevar por un deseo
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ardiente e incontrolable. —Quiero volver a casa de
Carmina —dije. No podía mirarlo. So hacía, tal vez volvería corriendo sus brazos. El modo en quebesaba...
Cerré los ojos, apretándolos cofuerza. No quería pensar en ello.
—¿Te he hecho daño? —
preguntó Chet, jadeando aúnApoyó las manos en las rodillas encorvó los hombros. Él tambiéntentaba recuperar el dominio de smismo.
¿Daño? No. No era esoAtrapada en el momento, no había
sentido ningún dolor, tan solo una
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sensación electrizante y un gradeseo.
—No puedo hacer esto contigo. —¿Hay otro? —preguntó él co
voz ronca. —Sí.
—¿En Tennessee? —Sí —respondí de nuevo co
tristeza. No quería mentir a Chet n
hacerle daño. No debería haberlebesado. Viendo la congoja reflejadaen su rostro, temí haberlo arruinadtodo. ¿Cómo iba a ponerle remedioNo podía perder su amistad. La ideade soportar todo el verano sin éme abrumó mucho más que la
vergüenza o el sentimiento de
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culpa. —¿Volverás a verlo? —No lo sé —confesé.Chet asintió lentamente, pero no
había aceptación en aquel gestoBajo el dolor de su expresión, v
que sus ojos lanzaban chispas. —¿Vas a renunciar a esta
conmigo por un tío al que, seamo
claros, seguramente no volverás aver nunca más? —Lo siento. —No podía decirle
otra cosa. Si intentaba explicarmetendría que contarle toda la verdadY eso no podía hacerlo.
—Te quiero, Stella —dijo con la
voz aún ronca.
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Stella. Ese nombre lo decía todoChet no me conocía. No sabíasiquiera mi verdadero nombreEstaba allí sentado, frustrado vulnerable, abriendo su corazón auna chica que no existía.
—No quiero lastimarte. Quierser tu amiga. —La voz me temblabaun poco al hablar, y Chet se echó a
reír, pero con una risa amarga. —Supongo que sobre ese puntoestaremos de acuerdo en no estade acuerdo —dijo. Se levantó debanco y se acercó al borde deestanque con las manorígidamente apoyadas en la
caderas. Cuanto más tiempo
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permanecía él con la miradaperdida, más grande se hacía enudo que sentía yo en la garganta.
Me mordí el labio para no llorarEl instinto me decía que memostrara fría e insensible. Quería
sofocar toda emoción. Echaba demenos a Estella, que habíaaprendido a endurecer su corazón
a no querer demasiado por miedo averse decepcionada o, peor aún, asufrir. Así era como me habíaencontrado Reed después dedivorcio, justo en la época en la qumi madre había empezado adrogarse. Fría, distante
desconfiada, cínica. Tenía que
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encontrar la forma de volver a secomo antes. Era el único modo deprotegerme que conocía.
Me sequé los ojos con el dorsode las manos.
—¿Me llevas a casa de Carmina
—dije.Chet no me habló durante e
trayecto de vuelta. No encendió la
radio. Yo sabía que no intentabacastigarme, pero me sentía igual. Esilencio era horrible y sofocante, epeor castigo que podría habermempuesto. Quería que me dijeraalgo, cualquier cosa. Aunque fuerapara quejarse del tiempo. Si me
hubiera hablado, sabría al meno
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que no me odiaba, que seguíasiendo mi amigo.
Chet se detuvo en un semáforoEl sol estaba alto en el cielo y sereflejaba en el capó de la Scout. Yonotaba el sudor en los riñones. La
ondas de calor titilaban sobre easfalto. Aún no eran siquiera ladoce y el termómetro seguía
subiendo.Miré por la ventanilla y vi ecampo de béisbol. Los jugadorecorrían alrededor del jardín. Auzgar por el tono rubicundo de sumejillas y las manchas de sudor deas camisetas, llevaban allí un bue
rato. Debían de sentirse
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completamente cocidos.Más allá, en las jaulas de batear
unos cuantos jugadores practicabacon el bate siguiendo el ritmo deas máquinas lanzadoras depelotas. Solo había un jugado
sentado en el banquillo, observandoa sus compañeros de equipo desdea sombra que proporcionaba e
saliente. Lanzaba una pelota al airemetódicamente, aburrido y con lohombros caídos.
El entrenador hizo sonar ssilbato y el equipo acudió corriendodesde todos los rincones. Eentrenamiento había terminado. E
que calentaba banquillo se levantó
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y sus rojos cabellos brillaron comoel fuego. Se dirigió cojeando aaparcamiento donde tenía scamioneta, apoyando visiblementetodo el peso en la pierna izquierda.
Al parecer Trigger McClure tenía
una lesión en la pierna derecha.
ESTELLA,
SIENTO NO HABERTE ESCRITO ESTO
DOS ÚLTIMOS DÍAS. AQUÍ NOS TIENE
MUY OCUPADOS. H AY UN GRAN LETREROEN LA CAFETERÍA QUE DICE: «VIVE
COME, DUERME Y RESPIRA BÉISBOL.» NOJODAS. CÓMETE UN SÁNDWICH DE CARN
CON QUESO EN LEE POR MÍ, ¿VALE?
Y NADA DE LIGAR CON OTROS TÍO
MIENTRAS YO NO ESTOY AHÍ PAR
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DEFENDER LO QUE ES MÍO.
ES BROMA. BUENO, MÁS O MENOS
NO SÉ QUÉ HARÍA SIN TI.
XR EED
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Esa noche durante la cenaalguien llamó a la puerta. Carmina
dejó el tenedor sobre la mesa dejó escapar un suspiro deexasperación.
—Si Roger Perkins pretende
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volver a husmear por aquí, me voal refugio para animales a por uperro guardián. Si yo no consigomantener a ese hombre alejado demi porche, a lo mejor necesito upitbull.
—Toc toc, ¿hay alguien en casa?—Una voz familiar llegó a través dea puerta de malla metálica, que
Carmina usaba de noche con laesperanza de atraer la brisa haciael interior—. Soy el alguacil adjuntoPrice. He traído a unos conocidos.
Carmina apartó su silla coexpresión impenetrable.
—Estamos aquí, marsha
Entren.
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La seguí hasta el vestíbulodonde entró el alguacil Priceseguido de un hombre fornido atezado, y una mujer con un cascode negros cabellos, espesos rizados. Los detectives Ramos
Cherry, del Departamento de Policíade Filadelfia. Me habían tomadodeclaración en comisaría la noche
que había llamado al 911, la nocheen que me metieron rápidamenteen el programa de protección detestigos.
Detrás de ellos, otro hombre seimpió los pies antes de cruzar eumbral. Era de complexión ágil, co
un rostro de erudito que observaba
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el mundo a través de unas gafametálicas. No recordaba su nombrepero sabía quién era: el fiscal quelevaba el caso de Danny Balando.
—Hola, Stella... ¡Vaya! ¿Qué leha pasado a tu cara? —Price se
había inclinado hacia delante paraestrecharme la mano, pero sedetuvo al verme—. Parece que te
has metido en una pelea. —Priceanzó una inquisitiva mirada denterrogación a Carmina.
—Anoche —explicó ella—Ocurrió anoche. Iba a llamarle.
—Debería haberlo hecho. —Un chico de aquí. Tiene ma
genio. Nos estamos ocupando de é
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—No me gusta ver a mi testigolena de moretones.
—Ya he dicho que nos estamosocupando del asunto —repitióCarmina con firmeza.
—¿Por qué no la llamo mañana
—dijo Price con tono neutro, perera evidente el descontento queexpresaba su rostro—. Ya me
explicará entonces.Carmina asintió, pero se notabasu fastidio y el temor que leproducía esa llamada. Supuse quecomo antigua policía, Carmina teníaa sensación de que se estabacuestionando su capacidad para
cumplir su cometido. Me supo ma
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que la responsabilidad de mi estadorecayera sobre ella, sobre todoporque no era culpa suya eabsoluto. Desde la agresiónCarmina me había cuidado con mádiligencia que mi propia madre.
—Siento lo que te ha ocurridoStella —dijo Price volviéndose haciamí. Nos aseguraremos de que no
vuelva a ocurrir, ¿de acuerdo?Cuando te dije que aquí estarías asalvo, lo decía en serio. —Sexpresión se animó—. Veo que hatomado el sol. Estás morena.
Lo miré, desconcertadaescéptica. ¿A qué venía la charla
nsustancial? ¿A qué había venido
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además? —Me alegro de volver a verte
Stella —dijo la detective Cherry. Susonrisa era simpática, pero amismo tiempo sus ojos loescudriñaban todo ávidamente
evaluándome a mí, a Carmina, y lacasa, o lo que veía de ella.
—¿Qué hacen aquí? —pregunté
a todos en conjunto. ¿Corríapeligro? ¿Se había escapadoDanny?
—Supongo que no ha leído mmensaje —dijo Price a Carmina.
—¿Mensaje? —repitió ella—. Nhe oído el teléfono en todo el día.
—Le envié un mensaje al móv
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especial que le di. Decía quelegaríamos esta noche. Ya sé quees una molestia, pero tiene quelevar el móvil encima en todomomento, en serio.
Carmina se palpó los bolsillo
vacíos con el entrecejo fruncido. —No estoy acostumbrada a
levar móvil. Creo que me lo he
dejado en la mesilla de noche estamañana. —¿Qué hacen aquí? —repet
esta vez dirigiéndome a Pricepuesto que parecía ser el portavodel grupo.
—Seguro que recuerdas a la
detective Cherry y el detective
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Ramos —me dijo—. Y al fiscaadjunto del distrito, CharleMenlove.
El señor Menlove también dio upaso hacia delante paraestrecharme la mano, pero s
apretón fue más firme y mucho máformal. La sonrisa de sus finoabios le daba aspecto de rana.
—¿Dónde está la mujer deServicios Sociales? —preguntépensando que era la única quefaltaba de todos los participanteen aquella horrible noche en lacomisaría.
—No les hemos llamado. Creo
que Carmina puede actuar en s
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nombre —explicó Price.De repente lo comprendí. La
única razón por la que necesitaba aos Servicios Sociales en lacomisaría era porque mi madreestaba demasiado drogada para
ocuparse de mí mientras hablabacon los detectives. Habíadesignado a una mujer a la que
amás había visto antes paraasegurarse de que yo me sentíasegura.
—Se han producido novedadeen el caso —dijo Price—. Lodetectives no han podido obtener ladeclaración de tu madre, pero
aunque decida cooperar, es muy
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probable que la defensa refute stestimonio. Intentarán hacer ver aurado que no es un testigo fiable.
—Porque es drogadicta —dijePrice asintió con tacto.
—Y Reed, bueno, su historia
delictivo lo convierte en un testigodudoso. La gente no confía en lodelincuentes.
—No es un delincuente. Tomóalgunas decisiones equivocadas —argüí—. Sé lo de la acusación deallanamiento de morada. Entró eaquella casa por una apuesta. ¡Lodueños ni siquiera estaban! Y sé lode la acusación de merodeado
nocturno. No me puedo creer que
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eso sea siquiera un delito. ¿Y quépasa si Reed cometió un par deerrores? Eso no cambia lo quesiento por él.
—Porque lo conoces —dijo Price —Sí —exclamé, poniéndome a la
defensiva—. Sé que su padre erasevero y autoritario, y que su formade educarlo, si se puede llamar as
provocó una reacción negativalevando a Reed a rebelarse. Squieren buscar culpables, quizádeberían interrogar al generaWinslow. Pregúntenle cómo trató asu hijo durante los dieciocho añoque Reed se vio obligado a vivi
bajo su techo. Ese hombre es u
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sociópata maltratador.Price hizo una mueca adusta
pero no replicó. —Para un jurado, la apariencia
o es todo. No tienen razones paraconfiar en Reed. Ahora mismo, t
eres nuestra mejor baza¿Recuerdas que te dije que loretrasos favorecen a la defensa
Eso es porque con el tiempo lotestigos olvidan su testimonioNecesitamos asegurarnos de que etuyo es sólido como una roca.
—La detective Cherry y yohemos revisado tu declaración —dijo el detective Ramos—,
tenemos unas cuantas preguntas de
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seguimiento. Queremos comprobaque tu historia no tenga fisuras. Noqueremos que la defensa encuentrealgo que se nos haya pasado poalto.
Las rodillas me flaquearon u
poco, pero hice un esfuerzo pomantener la compostura. Preguntade seguimiento. No tenía más que
repetir mi historia y todo iría bien. —¿Por qué no nos sentamos ena cocina —sugirió Carmina—. Stellapodrá acabar de cenar y a ustedepodré servirles té helado.
—¿Cómo era la relación entre tmadre y Danny Balando? —
preguntó el detective Ramos
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echando hacia atrás los faldones dea chaqueta para aposentar satlética figura en la silla que habíafrente a la mía.
—Ya se lo dije. Él era su camello—contesté, sin dejar que me
ntimidara su corpulencia, como siduda era su intención.
—¿Eso quiere decir que s
relación era estrictamenteprofesional?Le aguanté la mirada si
pestañear, pero mis pensamientosban a mil. Ramos intentabahincarle el diente a algo, pero ¿aqué? ¿Qué sabía?
—Si usted considera qu
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comprar y vender drogas es unarelación profesional, entonces sí.
—Verás, creemos que era algomás que eso. Creemos que Balandotambién era su novio, que teníauna relación romántica.
Parpadeé una venstintivamente, pero mi cara nodejó traslucir nada más.
—¿Eso es lo que dice DannyPorque todos sabemos que sepuede confiar en él. Es un tíoestupendo. Porque no está en lacárcel por asesinato ni nadaparecido, ¿verdad?
—Stella —dijo Carmin
suavemente, cubriendo mi mano
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con la suya—. Solo los hechos. —Creemos que la razón por la
que tu madre se niega a cooperacon nosotros es que intentaproteger a Danny —explicó ladetective Cherry.
—Mi madre es una adictaEstaba inconsciente cuando DannBalando mató a aquel hombre e
nuestra casa. No es que no quieracooperar, es que no sabe nada.Ramos pasó las hojas del blo
que tenía delante. —Cuando le pedimos que no
hablara de aquella noche, dijo —semojó el dedo índice para pasar la
hojas hasta dar con la que buscaba
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—: «Váyanse a la mierda.» No soas palabras de alguien que norecuerda nada. Es lo que diríaalguien que se pone a la defensivaporque oculta algo.
—A lo mejor está harta de que
a frían a preguntas sobre algo queno sabe —le espeté. Por debajo dea mesa, me sequé las manos e
os pantalones cortos que llevaba. —Háblanos de esa noche —musitó la detective Cherry. Susoscuros ojos marrones mostrabaamabilidad, simpatía. Era la típicaestrategia de poli bueno, poli malo—. Repasémosla una vez más.
—¿Otra vez? —pregunté
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exasperada. —Otra vez —dijo Charle
Menlove. Hasta entonces, habíapermanecido con un hombroapoyado en la pared, observándolotodo sin hablar—. Quiero volver a
oírlo. —Era pasada la medianoche —
empecé. Había ensayado esa
palabras hasta aprendérmelas dememoria. Mi historia era sólida—Era muy tarde, o muy prontodepende de cómo se mire.
—¿Qué hora calculas que era? —preguntó la detective Cherramablemente.
Meneé la cabeza para indicarle
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que no lo sabía. —Había salido con unos amigos
Perdí la noción del tiempo. —¿No podrías darnos u
ntervalo de tiempo... entre unahora y otra? —insistió la detective
Cherry. —No. Lo siento. —Está bien —dijo ella
asintiendo—. Sigue. —Aparqué en la calle porque noquería despertar a mi madre.
—Porque te habías saltado lahora de llegada, ¿no es eso? —quiso aclarar el detective Ramos—Estabas preocupada por si tu madre
se enfadaba contigo si la
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despertabas. Querías entrar en casaa hurtadillas. ¿Pero no recuerdas lahora exacta en que volviste a casa¿No mirabas el reloj conerviosismo mientras conducíassudando la gota gorda con cada
segundo que pasaba? —No tenía hora de llegada
—«Mantén la calma», me dije—
Estaba un poco preocupada por si ladespertaba, pero no mucho. Sabíaque seguramente estaríanconsciente. Y tenía razón.
—Con diecisiete años, ¿tepermitían ir y venir a tu antojo? ¿Note parece un poco extraño? —
nsistió él.
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—Ella no me permitía nada —repliqué—. Sencillamente no lepreocupaba lo más mínimo. Cuandoestaba colocada, es decir, casi todoel tiempo, perdía de vista el restodel mundo. No existía nada má
para ella. Yo no existía. Era comosi... fuéramos compañeras de pisoUn techo, dos vidas distintas. No
espero que ustedes lo entiendan. —¿Qué ocurrió cuando entrasteen casa? —preguntó la detectiveCherry.
Cerré los ojos y dejé que mmente rememorara aquella nocheCada vez que lo hacía, esperaba
que la pesadilla se fuera
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difuminando, pero no era asRecordaba el pasado con claridadmeridiana.
Recordaba el chapoteo depavimento mojado por la lluvia bajomis pies cuando me dirigía
sigilosamente hacia la puerta deatrás. Recordaba las casas sumidaen el profundo silencio del sueño
a fría humedad del aire nocturno.Entré. La luz de la cocina no seencendía. Tampoco la del comedor.Caminé a tientas por la casa emedio de la oscuridad.
Cuando pasaba por delante deas puertas de cristal de la
biblioteca, vi a mi madre
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nconsciente en una butaca. Sobrea mesita estaban esparcidas supastillas. Antes de que pudierademostrar el asco que sentía, vi asu espalda algo que llamó matención. Era el cadáver de u
hombre al que habían pegado utiro, estilo ejecución.
Me quedé paralizada, no pude
gritar.De la calle me llegaron unosonidos de refriega.
Me di la vuelta hacia la ventanaUn hombre como un armarioarrastraba a un segundo hombremás delgado hasta un Honda Civi
aparcado en la calle. El hombre a
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que arrastraba llevaba un sacosobre la cabeza. Me resultabavagamente familiar, pero estabademasiado conmocionada paraseguir pensando en ello.
El hombre grande metió al otro
en el maletero del Civic y luego logolpeó con una llave de cruz hastaque dejaron de oírse su
espeluznantes chillidos.Después de cerrar el maleteroel hombre grande volvió la vistahacia nuestra casa. Sus ojos teníaun brillo oscuro y perturbador. Nome vio, pero yo lo vi a él.
Por mucho que lo deseara
amás olvidaría la cara de Dann
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Balando. —¿Tu madre estaba inconsciente
cuando entraste en la biblioteca? —repitió el detective Ramosdevolviéndome bruscamente a lacocina de Carmina.
—Sí. —Y el hombre del suelo, e
hombre al que habían disparado
¿estaba muerto? —No se movía. Había sangre potodas partes —dije con votemblorosa.
—¿Intentó Danny Balando entraen la casa en ese momento?
—Volver a entrar. No. Se fue en
el coche.
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—¿Viste el arma que usó pardisparar al hombre de la biblioteca?
—No. Debió de llevársela. ¿Paraqué iba a dejarla?
—¿A qué hora llamaste a lapolicía?
—Justo después de que Dannyse fuera.
Ramos revisó sus notas.
—Los registros telefónicomuestran que tu llamada se hizo aas tres y veintidós de lamadrugada.
—Creo que es correcto. —Entonces, podemos supone
que llegaste a casa a eso de la
tres y cuarto. ¿Estás de acuerdo?
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—Supongo que sí. —Verás, ahí es donde tenemos
el problema. Tenemos una nuevanformación, y no concuerda con tdeclaración.
¿Información nueva? ¿Que salía
a la luz cuando yo estaba ehunder Basin? La cabeza me daba
vueltas intentando adivinar qué
sabían. Tenía las manos húmedasde sudor. Me removí en la sillaRamos prosiguió.
—Con la esperanza de pillar aDanny Balando abandonando laescena del crimen, hemos revisadohoras y horas de grabacione
obtenidas de las cámaras de
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seguridad de la zona. Cámaras debancos, tiendas y demás. Tenemosa cinta de una cámara exterior ea que se ve tu coche pasando poel cruce de Audubon con la Octavaa la una cincuenta de la
madrugada. Ese cruce está tan soloa unas cuantas manzanas de tcasa. Conducías en dirección a t
casa. Es lógico pensar que debistede llegar a casa a eso de las dos yveinte. Y, sin embargo, no llamasteal 911 hasta una hora más tarde. —Ramos apoyó sus fornidos brazosobre la mesa y me lanzó una duramirada—. Esa cámara exterio
muestra tu coche dirigiéndose hacia
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tu casa a las dos quince, y luegoalejándose de tu casa, a las docuarenta. Pero aún es mádesconcertante que vuelva aaparecer regresando a tu casa a latres y diez. Es mucho conducir
¿Qué estabas haciendo? ¿Adóndefuiste?
Lo miré fijamente. Mi parálisi
solo duró un instante. —Fui a casa de Reed —dije pofin, recuperando la voz—. Al ver ecadáver en mi casa, me entró epánico. No sabía qué hacer. Mmadre estaba inconsciente... nopodía ayudarme. Así que cogí e
coche y me fui a casa de Reed, pero
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no estaba. —¿Fuiste a casa de Reed
Winslow? —Sí. —¿Por qué no lo mencionaste en
tu declaración?
—Yo... —Los ojos me escocíanpor las lágrimas. Quería mirar aCarmina para pedirle ayuda, pero
ella no estaba presente aquellanoche. No podía decirme cómodebía responder—. No queríanvolucrarlo en todo esto. Quería..protegerlo.
—¿No sabías que Reed acababade estar en tu casa cuando fuiste a
buscarlo a la suya? —preguntó la
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detective Cherry.Negué con la cabeza
tajantemente, parpadeando anotar el escozor de las lágrimas eos ojos.
—No, no sabía que Reed estaba
en mi dormitorio esa nocheesperando a que yo volviera a casaNo sabía que iba a oír disparos
que bajaría a ver qué ocurría. Nosabía que se encontraría con laescena de un crimen. —Mi tonosubió una octava—. ¿Sabía que ecamello de mi madre lo sacaría arastras de la casa, lo metería en emaletero de un coche, y lo
golpearía con una llave de cruz para
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hacerle «olvidar» lo que habíavisto? ¡No! ¿Por qué tenemos querepetir esto otra vez? —exclamé—Ya les he contado lo que ocurrió
¿Por qué me obligan a revivirlo? —Será mejor que hagamos u
descanso —dijo Carmina con esavoz suya, tranquila pero inflexibleSu silla rascó el suelo cuando la
echó hacia atrás para levantarse—Detectives, señor Menlove, sé quehan hecho un largo viaje parahablar con Stella, pero ya basta poesta noche. Ya ha tenido bastante.
El detective Ramos se pasó lamano por la cara y la detective
Cherry se recostó en la silla con u
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suspiro de derrota.Fue Charles Menlove, el fisca
quien habló. —Solo una pregunta más, Stella
y nos iremos. ¿Puedes decirnoquién era el hombre de la
biblioteca? El hombre muerto. —Era el antiguo camello de m
madre, el de antes de Dann
Balando. —¿Sabes su nombre pocasualidad?
—Ella lo llamaba eFarmacéutico. Ella y sus amigosLes proporcionaba analgésicoscreo. Con receta.
La mirada de Charles Menlove
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era segura y firme, lo que mendicaba que ya sabía lo que yo leestaba contando.
—¿Y qué supones que estabahaciendo en tu casa esa noche?
—Le había adelantado recetas a
mi madre, y ella le debía muchodinero. Vino a casa para exigir quee pagara. La amenazó, le dio una
paliza, ya vieron los moretones.Él asintió con la cabeza. —¿Y Danny Balando? ¿Dónde
encaja él?Enfurecida, le di mi opinión co
tono desafiante. —Creo que Danny Baland
apareció, vio al Farmacéutico
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agrediendo a su cliente y le disparóClaro que yo no soy la detective. Nsoy yo quien puede encontrasentido a esas pistas tadesconcertantes, o no.
—¿Y fue entonces cuando Reed
bajó? —preguntó Charles Menlovehaciendo caso omiso de mi burla—¿Al oír el disparo?
—Eso es. Reed bajó corriendpara ver qué ocurría, y Danny leatacó, lo llevó a la zona oeste y loarrojó a la cuneta sin preocuparsepor lo que pudiera ocurrir.
—Parece que tienes tu teoríamuy bien pensada. Admito que está
bien desarrollada. Todo explicado
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sin cabos sueltos. Prácticamentenos la has entregado en bandeja deplata.
—Les enviaré la factura pocorreo —dije con fulminantesarcasmo.
Esa noche, yacía en mi camaescuchando el silencio que reinabaen la casa. El aire en la habitacióera cálido y apacible, perotemblaba y me tapé con la sábana
hasta la barbilla. Dieron las doceantes de que me atreviera a abrir laventana. Apoyé la espalda en la
pared y cerré los ojos. Apoyé una
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mano en el alféizar y dejé que labrisa me refrescara la piesudorosa. Respiré profundamentetratando de afianzar mis pies ehunder Basin.
No me había dado cuenta de lo
tensa que estaba hasta que sefueron todos, Price, CharleMenlove y los detectives. A
aparecer ellos, era como shubieran traído a Philly consigo.Los secretos de los que huía
habían acabado por atraparme.Pero los detectives se habían ido
ya y el mundo empezaba aralentizarse. Sentí que los amplio
espacios abiertos que rodeaban la
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granja me envolvían a mí tambiénMis problemas se sumieron en lasombras y la vida volvió a parecesencilla. Sentí un alivio frío y dulce.
Esa noche Thunder Basin noparecía una prisión. Parecía má
bien una puerta abierta al final deun camino largo y dolorosonvitándome a acercarme.
Era mi santuario.ESTELLA,
ÚLTIMO DÍA DEL CAMPAMENTO D
BÉISBOL. POR FIN ME LIBRARÉ DE MCOMPAÑERO DE CUARTO Y PODRÉ VERTE
ESTOY IMPACIENTE. VOY A COGER UTAXI DESDE EL AEROPUERTO Y M
QUEDARÉ CON UN AMIGO EN LA CIUDA
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HASTA QUE LAS COSAS SE CALMEN E
CASA. ESO ES. UNA PELEA MÁS EN L
RESIDENCIA WINSLOW, Y YO N
SIQUIERA ESTABA ALLÍ PARA INICIARLALLAMÉ A MI MADRE ANOCHE Y HABÍ
ESTADO DISCUTIENDO CON MI PADRE. SLO NOTÉ EN LA VOZ. MI PADRE QUIERQUE DÉ UNA FIESTA PARA SUS COLEGADEL EJÉRCITO. PERO CON LFIBROMIALGIA A ELLA LE CUEST
LEVANTARSE DE LA CAMA.
TIEN
DOLORES CONSTANTES. ¿CÓMO SSUPONE QUE VA A PREPARAR UNA FIESTA
AL FINAL, SÉ QUE HARÁ LO QUE É
QUIERE. ME CABREA QUE ELLA NO LPLANTE CARA, PERO TENGO QUE DEJARLO
C O R R E R . HE ESTADO ESPERANDODIECISIETE AÑOS A QUE LE PLANTE CAR
Y MIRA LO QUE HE CONSEGUIDO
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PREOCUPARSE POR LOS DEMÁS ES UN
DEBILIDAD. CUANDO LOS DEMÁS TIMPORTAN, SIEMPRE TIENES ALGO QU
PERDER.
XR EED
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El domingo siguiente, meencontraba mucho mejor..
físicamente. El médico me habíadado el alta, y a pesar de queCarmina insistía en que no me dier
prisa, estaba preparada para volve
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a trabajar en el Sundown. Como etodas las poblaciones pequeñas, lanoticias volaban en Thunder BasinSi había una noticia que yo queríaque llegara rápidamente a oídos derigger era que había vuelto a
trabajo. Me había arrancado algode sangre y piel, pero eso era todoo que iba a conseguir. No pensaba
esconderme en casa de Carminaaterrorizada por él.Pero el Sundown cerraba lo
domingos, por lo que tendría queesperar un día más para ponermemis medias de compresión, la faldade piel sintética y la camiseta de
camuflaje. Me desperté pronto, me
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evanté antes que Carmina y bajé apreparar el café. Luego me duchépara ir a la iglesia. Sí, eso es, a laglesia.
No había visto ni hablado coChet desde nuestro desastroso beso
de hacía una semana, y a pesar dedicho popular, el tiempo no habíacurado mi corazón, al contrario
cada día que pasaba me sentíapeor. Necesitaba saber que todo ibabien entre nosotros. Necesitaba samistad.
Podía fingir que me gustaba soloporque no había nadie más por allpero lo cierto era que Chet tenía
algo especial, difícil de resistir. Era
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abrumadoramente masculino y amismo tiempo increíblementesensible. Una combinaciópeligrosa. Peligrosa, atractiva ytentadora. Me negabatajantemente a comparar a Che
con Reed. No tenía sentido. Era felicon Reed, pero una vocecita en mcabeza me susurraba que era
porque sabía quién saldría ganandoen la comparación y no era quieyo quería.
¿O sí? A pesar de una serie de
tentativas cuidadosamenteplaneadas para tener la
oportunidad de calibrar su
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sentimientos, no había tropezadocon Chet en el pueblo. Tampocohabía tenido el valor suficiente paralamarle por teléfono. Suponía queen la iglesia tendría unaoportunidad inmejorable de
encontrarme con él. Si me sentabao bastante cerca de énevitablemente no
encontraríamos después del servicioy yo tendría una excusa para hablacon él. No me cabía la menor dudade que sería violento. Yo le habíarechazado y seguramente le habíaherido en su orgullo. Chet teníatodo el derecho del mundo a
sentirse dolido. Simplemente yo
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tenía la esperanza...Esperaba lo imposible, que la
cosas volvieran a ser como antesPero me conformaría con pedirleperdón. Y esa era otra razón por laque estaba resuelta a ir a la iglesia
aquella mañana. ¿Qué lugar mejoque la iglesia para expiar laculpas?
Carmina y yo fuimos juntas. Mebajé de su camioneta, me alisé lafalda y me erguí. Al menos habíaque intentarlo.
Cuando nos dirigíamos hacia lapuerta de la iglesia, pasamos podelante del letrero de neón de
ardín, donde se leía: LOS FRUTO
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PROHIBIDOS DAN MUCHA MERMELADA.7
Parecía hecho ex profeso paramí. Nadie sabía que había besado aChet, desde luego Reed no lo sabíani tampoco ninguno de lofeligreses de Thunder Basin, pero
de todas formas miraba a malrededor con nerviosismo sipoderlo evitar, esperando casi ve
grupos de gente cuchicheando señalándome como si fuera unaespecie de Hester Prynne del sigloXXI. Como si fuera asunto suyo.
Carmina pareció ver el letrero amismo tiempo y soltó un gruñido dedesaprobación.
—Las horteradas que hacen lo
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pastores hoy en día para atraer amás gente. Ese letrero es unavulgaridad.
—Deberíamos reordenar laetras y crear un anagrama. Uanagrama guarro. Vamos a ver... —
Me di unos golpecitos en el labiopensativamente—. Si un novioempalmado en un coche frito...
—Oh, calla ya. —Carmina memiró con aire de reproche, pero asus labios asomó una leve sonrisa.
—La cara del pastor Lykins seríadigna de verse —comentétentadoramente.
Carmina puso los ojos en blanco
y exhaló un suspiro de resignación
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como si se lamentara por tener quesoportarme.
Llegamos a lo alto de la escaleray el pastor Lykins nos recibióestrechándonos la manoentusiásticamente. Se inclinó hacia
mí y su apagado tono de voz sehizo más grave.
—Stella, me afligió much
enterarme de lo que te ocurrió lasemana pasada. Espero de corazóque te encuentres mejor. ¿Recibistemis flores?
—Sí, gracias. —De hecho, epastor se había pasado un par deveces por casa de Carmina para ve
cómo estaba, pero yo había tenido
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a suerte los dos días deencontrarme fuera. Una auténticapena, como diría Carmina.
—Me siento muy aliviado encantado de verte en la iglesiaesta mañana —prosiguió—. Espero
que disfrutes con el sermónCarmina, tan encantadora comosiempre.
Carmina le agradeció ecumplido con una brusca inclinacióde cabeza, y me condujo al interiode la iglesia.
Esperé a estar lejos de los oídodel pastor para repetir:
—¿Tan encantadora como
siempre? ¿Hay algo que no me
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haya contado? —No seas absurda. —¡Le estaba tirando los tejos!Carmina se detuvo para mirarme
con severa desaprobación. —¿No se te ha ocurrido nada
más descabellado? —Ahora ya sé qué hace en e
estudio de la Biblia —comenté co
malicia. —Que Dios nos asista —musitóCarmina, sentándose en uno de lobancos vacíos.
Acababa de sentarme a su ladocuando Trigger y sus padresenfilaron el pasillo entre los bancos
rigger llevaba una camisa azu
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marino a cuadros y Dockers. Saspecto era de lo más pulcro, peroyo conocía su sucia verdad. Iba couna muleta y se dirigió cojeando aun banco que estaba dos filas podelante del nuestro. Antes de
sentarse con cuidado, miró haciaatrás y me vio. A cualquier otrapersona, su expresión le habría
parecido impávida, pero yo vi ebrillo burlón y malintencionado desus ojos llenos de rabia. En esemomento, me recordó a DannBalando. Compartían la mismaarrogancia y el mal carácter. Senotaba tan claramente en la mirada
de Trigger como en los ojos
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enfebrecidos de Danny aquellanoche fatídica.
La mujer sentada delante de mse inclinó hacia Trigger para hablacon él.
—¿Qué te ha pasado, Trigger
¿Te has lesionado en unentrenamiento?
Él esbozó una lenta
despreocupada sonrisa. —Sí, señora. Una bola perdidame dio en el tobillo. El médico diceque tengo una fractura del terciodistal del peroné. Mucha palabrejapara decir que tengo un hueso rotoen el tobillo. Pero puedo caminar
solo que con mucho cuidado. Y
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tengo que llevar la muleta otracuatro semanas.
—Qué lástima. ¿Iba a venir averte jugar algún ojeador estasemana?
—Claro, como siempre. Pero no
tema, señora Lamb. Cuando seanza una recta descendente comoo hago yo, no se mueve nadie. Le
doy la oportunidad de quedarsesentados secándose la baba. —Serio y la señora Lamb se unió a él.
Miré de reojo a Carmina, aunque vi que tenía la mirada afrente, sabía que no estabaescuchando serenamente e
preludio de órganos, como
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aparentaba. Al final logré atraer satención e intercambiamos unamirada de complicidad. Me dio unapalmaditas en la rodilla. Yo nosabía qué significaba ese gestoexactamente, pero sentí que se
solidarizaba conmigo. Estaba de mparte.
Chet no vino al servicio. Intenténo mostrarme desanimada cuandoCarmina y yo abandonamos la
capilla tras el sermón. No queríauzgarle si lo había hecho paraevitarme, pero no me parecía s
estilo. Era tan probable que Chet se
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ocultara de mí como que yo meocultara de Trigger. Así que, ¿dóndestaba?
—No he visto a Chet —dije aCarmina, aún a riesgo de despertasus sospechas—. ¿Suele faltar a lo
servicios? —¿Por qué? ¿Ha pasado algo
entre vosotros?
Debería haberme imaginado quea Carmina no se le escapaba una. —Por supuesto que no —
contesté con tono de mofa—. ¿Quée hace pensar que ha ocurridoalgo? —añadí.
—Tu tono de culpabilidad.
Hice un sonido como si me
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hubiera ofendido. —¿Ah, sí? ¿Y de qué so
culpable? —Sigue hablando y lo
averiguaré. Por algo me pasétreinta años puliendo mi
habilidades para el interrogatorio.Siguió una larga pausa.
—Si hubiera ocurrido algo —dije
al fin—, ¿cree que debería ir a verloe intentar arreglar las cosas? —No —respondió, después de
sopesar la pregunta. —A usted no le gusta Chet —
protesté—. ¡Qué me iba a decirPreferiría que no volviera a verlo
Pero dejando los prejuicio
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personales a un lado, ¿qué sería locorrecto?
—No es verdad que no me gusteChet. No pongas palabras en mboca. Creo que para ti ThundeBasin es una simple parada técnica
antes de irte a un sitio mejor. Ycreo que Chet busca algo mápermanente. No me parece correcto
alentar una relación sin esperanzade que levante el vuelo. —Seguramente tiene razón —
dije en voz baja. Carmina tenía unaasombrosa habilidad para descubria verdad en medio de las mentiras
—¿Qué hay del otro chico? —
preguntó. Miraba al frente, pero s
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voz delataba su gran intuición perspicacia—. He leído texpediente. Sé que hay un joven eFiladelfia.
—Reed —musité. No estabasegura de cómo encarar la
preguntas de Carmina, tan directasMe habían ordenado que meatuviera a la historia de m
tapadera en todo momento, inclusocon Carmina. ¿Por qué rompía lareglas?
—¿Quizás esperas que Chet teayude a olvidarlo? —sugirió ella evoz baja.
—No —respond
automáticamente. ¿Ese era e
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concepto que tenía de mí? Yoamás me aprovecharía de Chet deesa manera... ¿no? ¿Lo admitiría sfuera verdad? ¿Por qué tenía queser todo tan confuso?
—Chet tiene sus defectos, per
es una buena persona, decente muy trabajador.
—¿Por qué me cuenta eso?
—Para que me creas cuando tedigo que no me desagrada.Noté que me invadía una
ardiente sensación de culpabilidad. —Cree que le haré daño. —Chet ha tenido un año mu
difícil desde la muerte de su
padres. Iniciar una relación con é
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solo puede acabar en un corazóroto. El suyo, sí, pero el tuyotambién. Tú te irás en agosto ytendrás que despedirte otra vez¿Fue fácil la primera vez? Lo dudoChet estará varado aquí dos año
más, ocupándose de su hermanoNo veo un final feliz, Stella, es laverdad. Creo que os haréis daño
mutuamente. —¿Por qué se preocupa tanto derepente por los sentimientos deChet? —No quería mostrarmebeligerante, simplemente queríasaberlo.
—Tal vez le culpara de cosas
que no dependían de él.
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—No comprendo. —Conocía a su padre. Chet se
parece a él en muchos aspectos. Aveces es difícil recordar que son dopersonas diferentes.
—¿No le gustaba el seño
Falconer? —Oh, no era eso exactamente —
respondió ella, y exhaló un suspiro
leno de aflicción—. Pero murió, asque ya no importa. —Tenía lamirada perdida y llena de congoja.
—¿Cree de verdad que es mejoque termine con él?
—Sí.Me quedé callada. No estaba
segura de poder terminar con Chet
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l era mi único amigo en ThundeBasin. Sin él, el verano se haríadolorosamente interminable. Seacabarían las pullas y las bromatontas. Se acabarían los partidos desóftbol. ¿Qué sentido tendría
continuar jugando? Si tenía quealejarme de Chet, mejor hacerlobien. Echaría de menos su forma de
mirarme con esos cálidos ojoazules, como si estuviéramos soloél y yo, y el resto del mundo sehubiera desvanecido. Echaría demenos sus largas zancadas cuandocaminábamos juntos. Inclusoecharía de menos su estúpido
sombrero vaquero. Pero no quería
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hacerle daño.Por nada del mundo quería
hacerle daño.
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—Stella, ¿puedo hablar contigo¿En privado?
Me estaba atando el delantaalrededor de la cintura cuando DixieJo asomó la cabeza por la puerta de
su despacho y me hizo señas para
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que entrara. Era mi primer día devuelta al trabajo desde la agresióny un vistazo a su preocupadosemblante me dijo exactamente dequé iba a hablarme. Contuve mexasperación. Aunque al parece
nadie me creía, me encontrababien. Después de discutir lo míohabía convencido finalmente a
Carmina para que me dejararegresar al trabajo; tal como lo veíayo, lo peor había pasado yaendría que lograr que Dixie Jo
comprendiera que no tenía nada dequé preocuparse.
—¿Cómo te encuentras? —
preguntó, cerrando la puerta
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cuando entré. —Sé que está preocupada po
mí, pero estoy lista para trabajar—Sonreí de oreja a oreja—. Emejor que quedarme en casa deCarmina contando las moscas de la
fruta en el cuenco de melocotonesse lo aseguro.
—Tengo entendido que e
médico te ha dado el alta paravolver al trabajo —dijo ella. Parecíacomplacida, pero también la notabapoco convencida.
Levanté los brazos y los dejécaer a los lados.
—Estoy como nueva.
—No pasa nada por esta
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asustada, Stella. Es perfectamentenormal querer algo más de tiempoInny y Deirdre están haciendo tuturnos, así que no te preocupes ponosotros. Tómate todo el tiempoque necesites, te lo digo en serio.
—Gracias por el ofrecimientopero estoy bien. De verdad.
—Pues yo no puedo decir lo
mismo —replicó ella con un suspirode inquietud, y en ese momento mefijé en que estaba ojerosa macilenta—. No he dormido bieuna sola noche desde que teagredieron. No dejo depreguntarme a mí misma cómo e
posible que ocurriera algo así. E
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Sundown es un establecimientofamiliar. Y no me refiero solo a losclientes, sino también a loempleados. Cuidamos los unos deos otros. La idea de que alguieentrara aquí y agrediera a uno de
nosotros es... —sacudió la cabezacon expresión de desconcierto—nimaginable. Impensable. Lo
siento, lo siento muchísimo. Abrió los brazos, y aunque yo noestaba acostumbrada a que meabrazaran, dejé que lo hiciera. Noquería que Dixie Jo se sintieraresponsable de lo que me habíahecho Trigger. Ella no podría
haberlo impedido. Las puertas no
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se cerraban con llave porque era dverdad un establecimiento familiaen el que reinaba la confianza. Alnos sentíamos seguros. Y Trigger sehabía aprovechado de ello.
Dixie Jo se separó sin soltarme.
—Deja que una veterana te déun consejo. A veces cuesta más quse cure esto —se señaló la cabeza
con un dedo, justo por encima de laoreja—, que esto. —Con el mismodedo se señaló el corazón—Mírame a los ojos y dime querealmente estás lista para volveaquí.
La miré a los ojos como me
pedía. Necesitaba trabajar. Tenía
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que dejarle muy clarito a Triggeque no iba a acojonarme.
—No querría estar en ningunotra parte.
Aunque aún no parecíaconvencida del todo, me empujó
por los hombros para hacerme girade cara a la puerta.
—Entonces venga, a darle caña.
Trabajé sin descanso durantetodo el turno, llevando las bandejade comida a los coches y dejandouna estela de clientes satisfechosMe embolsé una propina de cincodólares de un entrañable ancianocon tirantes naranja que me dijo
que mi sonrisa era lo mejor de la
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comida. Sonreír me hacía sentibien y lo hacía a menudo. Queríaque llegara a oídos de Trigger queno me había dejado ninguna cicatripermanente, ni por fuera ni podentro. Si esperaba que me
derrumbara, había fracasadoMentalmente dibujé un marcadorStella uno, Trigger cero.
Ya lo creo, hijo de puta. Al finagano yo. Al final del turno, Deirdre se fue
temprano, dejándonos a Inny y amí para cerrar. Deirdre tenía másantigüedad, además de dos hijosasí que no me molestó. Inny y yo
nos encargamos de limpiar y de
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organizar la cocina para el turno dea mañana. Rellenamos los saleroy pimenteros, limpiamos con unabayeta los botes de kétchup, barrimos el suelo. Inny sirvió ehelado que quedaba en la máquina
para hacernos un par de batidos decereza. Salimos a tomarlosentadas en los escalones de la
parte de atrás para no dar pie atener que limpiar de nuevo. —Por el tarado que te puso la
mano encima —dijo Inny, alzandosu batido para brindar—. Que se lepudran las pelotas y se le caigan se las coman los buitres.
—Cuéntame qué tal estás tú —
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dije, entrechocando mi vaso con esuyo. Luego di un largo sorbo con lapajita—. ¿Qué tal está el bebé estanoche?
—Sigue dando patadas.Me pregunté si Inny habría
deseado que el bebé se murieraNadie quería dar a luz a un bebémuerto, pero tampoco nadie quería
quedarse embarazada a lodieciséis. —¿Crees que el padre te
ayudará? —pregunté, esperandoque no me considerara unaentrometida. Tenía que andarmecon ojo, tal como me había indicado
Dixie Joe. Nada de sentir lástima.
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—Sí —respondió Inny—. Mayudará financieramente, eso lo hadejado claro. Se está tomando spapel de sostén de la familia muen serio. Y estará en el parto. —Parecía segura, pero quizá se
mentía a sí misma para que la ideade tener un bebé a los dieciséis nopareciera tan temible.
Sorbimos el batido en silencio. —Creo que sé quién me atacó —dije al cabo de un rato—. Le contéa la policía mis sospechas, pero poo que yo sé, no han arrestado anadie.
Inny me miró con los ojos muy
abiertos.
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—¿Cómo sabes quién fue? Mdijeron que no le viste la cara.
—Cuando me estaba golpeandoe di una patada en la pierna. Unapatada muy fuerte. Le oí subir laescalera del almacén cojeando.
—Así que hay que buscar unapierna herida.
Respiré hondo, esperando que
mis siguientes palabras noarruinaran nuestra amistad. Megustaba Inny y estaba de su partePero también quería proporcionarleuna perspectiva de la que estabamuy necesitada. Aunque para ellotuviera que contarle algo que ella
no quisiera oír.
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—Creo que fue Trigger quien mepegó.
Inny rumió mis palabras. Dejó aun lado su batido, apoyó los brazoen las rodillas y meneó la cabezade lado a lado. Me alivió que no
saltara a defender a Trigger ni megritara por sacar conclusioneprecipitadas.
—Joder. —Trigger es el padre de tu bebé¿verdad? —pregunté con cautela.
Eso sacó a Inny de sensoñación. Arrugó el gesto en unamueca de perplejidad.
—¿Qué? ¿En serio me lo
preguntas? ¿De verdad crees que
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yo animaría voluntariamente a ubruto repugnante como TriggeMcClure a reproducir sus genesC o m o vuelvas a sugerirlo, teromperé el brazo, y la naritambién, para que te enteres.
—Entonces... ¿no es el padre? —No. —Hizo una mueca
enseñando los dientes como u
perro al gruñir—. Creo que voy avomitar. —Pero siempre pide por ti —
nsistí—. Y cuando dije queseguramente se iría del pueblo paraugar en las grandes ligas, parecíadeprimida.
—Era envidia. Créeme, nadie
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desea más que yo que ese monopeludo se vaya del pueblo, pero meparece injusto que un mierda comoél consiga irse tan fácilmente, esoes todo. Debería pudrirse en esteugar. ¿Para qué sirve el karma s
no funciona? —Así que Trigger no es el padre
—pregunté una última vez par
confirmarlo. —Te he dicho que te rompería ebrazo si volvías a preguntármelo —me espetó Innamenazadoramente.
—¿Pues quién es el padre?Su mirada me indicó que no
valía la pena que intentara segui
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fisgando. —Si mis padres descubriera
quién es, lo matarían, pero solo sa familia de él no lo mataraprimero.
—Tú sabes que la curiosidad me
volverá loca —dije.Ella se echó a reír.
—Ese ha sido mi plan maestro
desde el principio, volverte locapara que después de tener el bebéno sea yo la única lunática demanicomio.
Seguimos sorbiendo el batidoEstaba aturdida. Tenía tan claro lode Inny y Trigger... aunque podía
afirmar con toda sinceridad que
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amás me había sentido máaliviada por haberme equivocadoEl futuro de Inny me parecía ahoramucho más brillante. No sabíaquién era el padre, pero no podíaser tan malo como Trigger.
Imaginaba que a estas alturaya nada de lo que dijera ofenderíaa Inny, así que le dije:
—Creo que a lo mejor Eduardoayudó a Trigger. Que le dejó entrary luego me dijo que bajara aalmacén, donde sabía que Triggeme estaría esperando.
—Hace años que conozco aEduardo —protestó ella con tono de
escepticismo—. No es un mal tipo.
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—Justo antes de la agresión, mepidió que fuera a buscar servilletaal almacén.
—¿Y para qué iba a pedirte eso—Inny frunció aún más el entrecejo
—Dijo que Deirdre le había
pedido que llenara sus servilleteros —Yo llené los servilleteros de
Deirdre esa noche. —Inny sacudió
a pajita repetidamente en el batidomientras reflexionaba—. MierdaEduardo me cae bien. ¿Se lo hacontado a Dixie Jo?
—No. Antes quiero estar seguraA mí también me cae bien EduardoNo quiero creer que ayudaría a
rigger a hacerme daño.
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—Eduardo y Trigger no sonamigos, no se mueven en lomismos ambientes. No veo quérazón podrían tener para actuauntos.
—A lo mejor me equivoco. —
Esperaba equivocarme, pero nopodía ignorar ciertos aspectos deaquella noche que no encajaban.
—Solo hay una forma deaveriguarlo. Pregúntaselo aEduardo. Suéltaselo de sopetópara que no tenga tiempo denventar alguna excusa. Es un tíodecente. Enseguida te darás cuentade si estaba metido en el ajo o no.
—Si me equivoco, no volverá a
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Conducía la camioneta deCarmina con Inny de copilotoAunque me había sentido cofuerzas suficientes para ir a trabajaen bici, Carmina había insistido eque me llevara su camioneta. No
parecía muy complacida arecordarle su promesa de queamás conduciría su camioneta
¿Qué podía decir? No iba a dejapasar la oportunidad de incordiar.Inny y yo nos dirigimos a
extremo sur del pueblo, siguiendoel curso del río. Las casaempezaban a escasear. La luna seocultaba tras una nube, dejando la
calles sumidas en la oscuridad
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Cuando enfilamos un camino degrava, las nubes de polvo sealzaron frente a las luces largacomo fantasmas. Mentiría si dijeraque no sentí escalofríos en la nucaEn todo Philly no había un lugar ta
desierto o donde reinara unaoscuridad tan asfixiante. Apreté evolante con fuerza, esperando cas
que alguna criatura de película deterror surgiera de pronto en mediode la carretera. Por fin divisé lauces de una casa más adelante me relajé.
En el pequeño terreno que habíafrente a la casa de estilo Craftsma
había coches y camioneta
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mismo. Sonreí, diciéndome quealgunos tópicos no morían jamás.
Inny y yo nos abrimos pasoentre la muchedumbre. Ella saludóa unas cuantas personas con unanclinación de cabeza. Si
detenerse, agarró un vaso deplástico de la pila que había cercade las cajas de cervezas del centro
del establo, y se dirigió a la espitaAunque tuviera a Inny para conducia la vuelta, en realidad yo no solíabeber. Cuando Reed y yo íbamos defiesta, él se limitaba a pedir unacerveza que le duraba una hora. Aél no le gustaba que el alcohol le
nublara el juicio y a m
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simplemente no me gustaba esabor. Bueno, eso, y que albergabaun miedo terrible a volverme iguaque mi madre, cuya transición a ladrogas duras se debía seguramenteal excesivo consumo de alcoho
durante el proceso de divorcio. Asque seguí el ejemplo de Inny y meserví un vaso de agua.
—Tengo que mear —me dijoella. —Pero si has ido justo antes de
salir del Sundown. —Prueba a quedarte
embarazada y verás. Tengo unbebé de dos kilos sentado encima
de mi vejiga.
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—Demasiada información. —Voy a buscar un árbol para
agacharme detrás. ¿También mevas a decir que es demasiadanformación?
Mientras esperaba a que
regresara, decidí darme una vueltapor el establo. Quizá vería a alguiede mi equipo de sóftbol. No me
hubiera importado pasar el rato coJuan esa noche. Parecía que sabíacómo divertirse.
Me abrí paso entre lamuchedumbre, buscando una carafamiliar, y de repente lo vi allí, justodelante de mí. Él me vio en e
mismo momento exactamente y fijó
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sus azules ojos en mí.Metí las manos en los bolsillo
de atrás y me balanceé sobre lotalones, tratando de pareceperfectamente tranquila, pero erealidad estaba desconcertada
¿Cuántas veces había ensayado loque diría en este momento? Yahora que había llegado, las idea
se me dispersaban. Solo podíapensar en que la camiseta desvaídque llevaba le sentaba demaravilla. Había prescindido desombrero vaquero y el pelo revueltoe caía sobre los ojos de un modomuy sexy. Y entonces recordé que
no debería pensar en su cuerpo n
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en sus ojos. Los amigos nopensaban así de sus amigos.
—Hola —dije, sonriendanimadamente, como haría unacolega—. ¿Me lo parece a mí o meestás evitando? —Reí para indicar a
Chet que bromeaba y que estabadispuesta a ahorrarnos a los dounos instantes de bochorno o de
humillación dándole un tono lo mádesenfadado posible a nuestroprimer encuentro oficial desde ebeso.
—Se te ve mucho mejor —dijo écon expresión educadamenteestoica, pero evitando mirarme
directamente—. Se te está
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curando los cortes y moretones. —Sí, y es un rollo. Me temo qu
pronto voy a perder el derecho a utratamiento especial. Esta noche hevuelto al trabajo y los clientes hahecho cola justo delante de la
puerta, dispuestos a recoger ellomismos las bandejas de mis frágilemanos. Voy a echarlo de menos. —
Bromeaba, pero Chet no se rio. Acontrario que yo, no parecía habealcanzado el punto en que podíabromear sobre la agresión. Y esohizo que sintiera un extraño vuelcoen el estómago.
—Me alegro de saber que te
encuentras mejor.
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—Sí —dije. Detestaba el tonoformal y forzado de nuestraconversación. Conocía el motivopero echaba de menos lo fácil queresultaba antes hablar con él. Quizási seguía hablando podría animarlo
—. ¿Qué haces aquí? —Vigilar a Dusty. Y antes de que
o preguntes, sí, me siento como u
diota. Me gradué el año pasado yaquí estoy, en una fiesta denstituto. —Se puso de puntillapara escudriñar la multitud. Habíaprescindido del sombrero vaqueropero conservaba las botas. Eraextraño, pero cada vez me
gustaban más. Estaban hechas para
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Chet. Duras, resistentes, gastadasNo sabía por qué había tardadotanto en darme cuenta.
—Está muy bien que tepreocupes tanto por él, pero ya noes un niño, y nada de lo que haga
va a impedirle tomar maladecisiones. No podrás hacer otracosa que estar allí para verlo.
De repente me miró sorprendidoy quizás incluso con ira. Fue udestello fugaz que desapareciócuando Chet vio en mi cara que noe estaba juzgando, que solontentaba ayudarle a ver las cosacon claridad.
—¿Y qué me dices de ti? —
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preguntó, más relajado. —¿Que qué hago aquí? Pues me
ha traído Inny. —¿Y dónde está? —Te lo diría, pero es
nformación reservada. ¿Quieres da
un paseo? —sugerí—. ¿Por el ríoNo puedo prometerte que loveamos. ¿Te he comentado lo
negra que es la noche en el campo—Esperé a que Chet sonriera, perno lo hizo. Carraspeé—. Bromaaparte, tengo que decirte unacuantas cosas, sobre todo parapedirte perdón por no haber tenidoen cuenta tus sentimientos el otro
día junto al estanque de los patos.
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Chet me miró con esos ojoclaros que me hacían sentitransparente. No me gustaba ladea de que él viera más en mí deo que yo veía en él. En aquemomento, Chet era completamente
ndescifrable. Era como si hubieraevantado un escudo que loprotegiera de mí, y sentí que se me
encogía el corazón. No quería ser eenemigo. —No creo que sea buena idea
Stella —dijo al fin.Intenté ocultar mi decepción
pero me dolió su rechazo. ¿Tanenfadado estaba que no iba a
dejarme pedirle perdón? No podía
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maginar que Chet estuvieraenfadado conmigo durante el restodel verano. ¿Y si llegaba el final deagosto y tenía que irme sihaberme reconciliado con él? Ladea hizo que me invadiera e
pánico. No podía soportar la idea dque aquella fuera nuestra últimaconversación.
—Escucha —dije con tono deremordimiento—. Lo siento. No sécómo expresar cuánto lo siento. Noquería engañarte. De verdad creíaque éramos solo amigos. El beso no vi venir. Cuando ocurrió yo..bueno, si pudiera retirarlo lo haría.
Su cuerpo se puso rígido
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Acababa de meter la pata. —Por favor, ¿podemos ir a da
un paseo? —pregunté en voz bajacon nerviosismo. Quise tocarle ebrazo, pero él se puso tenso anotar el roce. ¿Qué pasaba
conmigo? No podía pensar cotanto ruido. Había jurado que nopermitiría que Thunder Basi
acabara gustándome, ni tampoconinguno de sus habitantes, perorealmente sentía algo por Chetenía que arreglar las cosas antes
de que perdiera la oportunidad. Meo reprocharía toda la vida si nodespedíamos sin haber hecho la
paces.
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—No puedo perder de vista aDusty.
—Sabes que no aceptaré un nopor respuesta. —Tiré levemente desu manga—. ¿Por favor? —supliquécon desesperación.
Me miró a los ojos. Su expresióera fría y distante.
—No quiero pasear contigo
porque no creo que sea justo paratu novio. Dejé muy claras mintenciones en el banco del parquea semana pasada. Quiero ser algomás que un amigo. No creo quepueda estar contigo sin desearloMe gustas demasiado, Stella, para
mentirte. No sabía que tenía
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novio. De haberlo sabido, no habríaactuado como lo hice. No habríantentado nada. Ojalá pudiera seamigo tuyo, pero no creo quepueda conformarme solo con esoCreo que es mejor que me
mantenga a distancia. —Exhaló ususpiro—. Y te pido que hagas lomismo por mí.
Lo miré fijamente con un nudocreciente en la garganta. Noaquello no estaba ocurriendoDespués de haber vivido variasemanas en Thunder Basin, privadade mi familia y mis amigos, y dehaber encontrado por fin a alguie
que me importaba, lo iba a perder
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Noté que se alejaba de mdefinitivamente y el miedo seapoderó de mí rápidamente. Sentel vértigo de perder el control de mmundo. Me había prometido queamás volvería a sentir la
desesperación de depender dealguien, de necesitar a alguienHabía bajado mis defensas co
Chet sin que me diera cuenta, ahora estaba pagando el precio pomi error. Reed tenía razónpreocuparse por los demás era unadebilidad. Era un lastre. Querer aalguien significaba que tenías algoque perder.
Me sentí consternada al nota
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as lágrimas ardientes que mecorrían por las mejillas.
—Lo entiendo —dijesecándomelas rápidamente—¿Podrías llevar a Inny a su casaengo que irme.
Aturdida, mareada, me abrí pasoentre la multitud. Me pareció oír aChet llamándome, pero no estaba
segura. Me zumbaban los oídocomo si tuviera un enjambre deabejas en la cabeza. Necesitabaaire fresco. Tenía que alejarme deaquel lugar.
Salí del establo a trompicones corrí hacia la camioneta de
Carmina.
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Conseguí dominarme durante etrayecto de vuelta hasta la granjaPero en cuanto cerré la puertaprincipal, mis labios empezaron atemblar y las lágrimas que habíamantenido bajo control cayeron a
raudales. Corrí escaleras arribaantes de que acudiera Carmina. Noquería que me viera así. Me encerr
en mi cuarto y me tiré en la cama.Enterré el rostro en la almohaday lloré desconsoladamente.
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Me eché hacia atrás en la silladejando escapar un suspiro de
frustración. Estaba en la bibliotecay seguía sin haber recibido ningúmensaje de Reed. Algo le había
ocurrido. Ahora estaba segura
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Podía encontrar cien excusas paraustificar su silencio, pero en efondo sabía que algo malo le habíapasado. Empecé a notar eestómago revuelto. Intentésobreponerme, pero no pude. U
criminal implacable buscaba, noperseguía a mi novio (¡todo poculpa de mi madre!), ¿y de repente
mi novio desaparecía? No senecesitaba mucha imaginación pararelacionar los dos hechos y llegar auna aterradora conclusión.
Rompiendo una de mis propiareglas, dejé que mis pensamientovolaran brevemente hacia m
madre. Pensar en ella siempre me
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enfurecía y me agotaba, motivo poel que la había borrado de mmente. Quizá no fuera saludablequizá fuera una fase de negaciónpero me servía para seguiadelante. Podían pasar días, incluso
semanas, sin que pensara en ellaAsí era más feliz. Pero ahora volvíaa pensar en ella aunque sabía que
no podía terminar bien.¿Estaba a salvo?Instintivamente la aparté de mi
pensamientos como si fuera unasustancia tóxica. ¿A quién lemportaba si estaba a salvo? Ellaera la que nos había metido e
aquel lío. Los actos tiene
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consecuencias. ¿Acaso no memartilleaba ella con eso cuando eramás joven? Si ahora estaba epeligro, se lo tenía merecido.
Oía mi respiración agitada e hiceun esfuerzo consciente po
controlarla. Me quedé sentada en lasilla de la biblioteca hasta que mesobrepuse y conseguí dominarme
La seguridad de mi madre no eraasunto mío. ¿Por qué habría depreocuparme por ella, cuandoestaba claro que a ella no lemportaba yo?
Para apartarla de mipensamientos, saqué una de la
cartas de Reed que había llevado
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conmigo. Alisé el papel arrugadoLa visión familiar de su letra sirvióya para consolarme un poco.
ESTELLA,
A VECES SIENTO QUE PUEDO
EXPRESAR MEJOR MIS SENTIMIENTOS EUNA CARTA, CUANDO TENGO TIEMPOPARA PENSAR EN LO QUE QUIERO DECIR
ASÍ QUE, AHÍ VA. PRIMERO, POR FAVORTEN EN CUENTA QUE IBA A MANTENER LBOCA CERRADA (NO QUIERO QUE LO QUTE CUENTO AQUÍ LE RESTE IMPORTANCI
A LO QUE ME CONTASTE SOBRE TMADRE ANOCHE), PERO AL FINAL H
DECIDIDO QUE ES IMPORTANTE QUSEPAS QUE NO ESTÁS SOLA. MI MADR
TAMBIÉN ES UNA ADICTA. Y A SABES QUPADECE UNA ENFERMEDAD LLAMAD
FIBROMIALGIA, PERO ¿SABES QUE ESO
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SIGNIFICA QUE TIENE FATIGA Y FUERTEDOLORES MUSCULARE
CONSTANTEMENTE? SU MÉDICO L
RECETÓ UN NARCÓTICO, EL OXYCONTINPARA ALIVIAR EL DOLOR. SE SUPONE QUHA DE TOMARSE UNA PASTILLA CADDOCE HORAS, PERO YO LA HE VISTOMACHACANDO DOS PASTILLASCONVERTIRLAS EN POLVO Y TOMÁRSELADE UNA VEZ. DE ESA FORMA EMEDICAMENTO LO ABSORBE LA SANGR
INMEDIANTAMENTE Y SE COLOCA. SHIZO ADICTA A ESA DROGA DESDE EPRINCIPIO. LE OCULTA SU ADICCIÓN A
AMIGOS, VECINOS, INCLUSO A S
MÉDICO. MI PADRE LO SABE, PERO FINGQUE NO. LA LLEVA AL MÉDICO TODOS LOMESES PARA QUE LE DÉ UNA NUEVRECETA, PORQUE ES MÁS FÁCIL PONEUNA VENDA SOBRE LA HERIDA QU
ABRIRLA Y LIMPIARLA.
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SÓLO QUERÍA QUE LO SUPIERAS. NOES PARA DARTE PENA, SINO PARA QUSEPAS QUE NO ESTÁS SOLA.
SI NECESITAS HABLAR, LLÁMAME.
XR EED
Veinte minutos más tardeenfilaba el sendero de la granjaCarmina tenía las puertas deestablo abiertas de par en par y seencorvaba sobre una mesa detrabajo con el entrecejo fruncido entensa concentración. Al oír la
camioneta, levantó la vista y mesaludó con la mano.
—¿Qué hace aquí fuera? —
pregunté, acercándome para
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nspeccionar su trabajo. Sobre lamesa había varias latadesperdigadas con pinturas devarios colores, principalmente rojoy marrones, y en el estante habíauna hilera de pequeños tarros de
ceras y tintes vegetales. Entre lamanos tenía un par de botacamperas de vivos colores. Frotaba
as botas con un cepillo de cerdahasta darles un brillo lustroso. —Hoy hace un mes que llegaste
a Thunder Basin —me respondió.Hice el cálculo mental y me
sorprendió descubrir que teníarazón. Durante las dos primera
semanas, había contado
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religiosamente los días que faltabapara mi cumpleaños, peroúltimamente los cálidos díaestivales se confundían unos cootros.
—He decidido que deberíamo
celebrarlo —prosiguió Carmina—Una cena especial para las dos. Ytengo un regalo para ti. —Señaló
as botas con la cabeza—. Si ladetestas, no tienes que llevarlasPero he pensado que a lo mejor tegustaría tener algo más del estilodel campo. Sé que lo de integrarteno es lo tuyo, pero esto es lo quelevan por aquí.
Tomé con cuidado las botas que
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me tendía y pasé la mano por lasuave piel de color chocolate coflores bordadas en color turquesa rosa viejo. Las botas no eranuevas. Las arrugas formabapliegues en la reluciente superficie
Cada uno de esos surcos parecíacontar una historia. Me preguntéqué viajes habrían hecho aquella
botas, lo que habrían visto. —Les cambio el forro a todas —dijo Carmina—, así que no tepreocupes por dónde han estado lopies de su antigua dueña.
—Son preciosas —musité, y lodecía de corazón. Tenían algo digno
y especial que llamaba la atención
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Como un raro tesoro queencuentras en un rincón después depasarte todo el día visitandotiendas de estilo vintage—. ¿Coqué me las pongo?
Carmina se echó a reír
evidentemente complacida. —Póntelas con cualquier cosa
ejanos, vestidos. En el pueblo he
visto a chicas que las llevan inclusocon esos pantalones cortos tejanoque tanto te gustan.
Por un momento, deseé podeenseñarle las botas a Tory. A ella legustaban las cosas de estilovintage. Se entusiasmaría con ellas
me diría lo celosa que se sentía y
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uego insistiría en que Carmina lehiciera un par a ella también.
Así, sin pensar, había cruzadouna línea. El pasado no tenía nadaque hacer en el presente. ¿Por quécontinuaba reviviéndolo? ¿Por qué
tenía que arruinar un momentoperfecto?
—¿Dónde aprendió a hacer esto
—pregunté a Carmina, volviéndomea centrar en ella. —¿Renovar botas, quieres decir
Lo hago desde hace años. Mabuelo, Papa-Dew, me enseñócuando era niña. Era un buezapatero. Nos sentábamos en s
mesa de trabajo y arreglábamos la
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botas de toda la familia. Lecambiábamos las suelas y laustrábamos. Nos ahorrábamotener que comprar botas nuevas.
»Un año, le dije a Papa-Dew quequería botas con flores. Él se rio y
me dijo que las botas y las flores ncombinaban bien. Pero el día deNavidad, bajo el árbol encontré u
par de botas azules adornadas coflores de cuero. —Yo apenas veía a mis abuelos
—dije en voz baja, sin dejar deacariciar la sedosa piel—. Lopadres de mi padre murieron antede que yo naciera. Y mi madre
siempre estaba peleada con lo
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suyos. Decía que estábamos mejosin ellos, que no valía la penamolestarse por ellos. Viven eKnoxville. Nunca he ido a su casa averlos. Tengo entendido que vivenen ocho hectáreas de terreno y que
tienen caballos. Mi madre senegaba a llevarme allí. Solo los vas pocas veces que vinieron a
Philly. Mi madre les obligaba aalojarse en un hotel, así que loveía aún menos. Al cabo de un pade días, mi madre les acusaba dententar controlarla, tenían unagran pelea. Inevitablemente, al díasiguiente, cuando yo preguntaba
por ellos, mi madre me decía que
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es había surgido algo y que habíatenido que volver a Tennesseeantes de tiempo.
—Lo siento, Stella. —Carminpuso una mano sobre mi brazo me miró con tristeza, pero no co
ástima. Para mí fue muymportante que me respetara lobastante como para no
considerarme un caso de caridad.No quería llorar delante deCarmina. No porque no confiara esu sensibilidad, sino porque noconfiaba en mí misma. No queríaser esa pobre niña a la que hacíadaño una y otra vez. Carmina no
era la única que podía convertirme
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en un caso de caridad. Yo misma loharía si no me andaba con ojo.
—Me ducharé y me vestiré para cena —dije.
Su mano seguía posada sobre mbrazo. Creía que me sentiría más y
misma cuando me separara de ellapero me invadió un extraño vacíonterior cuando ella dejó caer la
mano.Me dirigí a la casa con unasensación de soledad y de frío, apesar del sol abrasador de la tarde
Me puse un vestido amarillo
mis botas nuevas para cenar
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Fuimos a Dirk’s Burgers, que erabastante sofisticado para tratarsede Thunder Basin. Se podía pedicualquier cosa con la hamburguesatomate, lechuga y cebolla para lotradicionales; aguacate, brotes de
alfalfa y champiñones para lonaturales; salami frito y ricotta paros que querían un toque de
nspiración italiana. Incluso teníauna hamburguesa que era ucincuenta por ciento de buey picadoy otro cincuenta por ciento debacón picado.
En Philly, desde luego, habríaelegido la natural. Pero sin ánimo
de ofender, en Thunder Basin no
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sabían hacerla. El buey, en cambioera perfecto. Al fin y al caboestábamos en tierra de ganaderosAsí pues, pedí la hamburguesa de50/50.
—Demos un paseo por el río —
propuso Carmina cuandoterminamos de cenar—. A esta horahabrá una buena sombra y estará
muy tranquilo. A unas cuantas manzanas derestaurante, paseamos bajo udosel de álamos que formabadensas arboledas a lo largo de laorilla del agua. Su sombraproporcionaba alivio, unida a la
brisa que llegaba desde el río
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Carmina se puso seria y hundiótorpemente las manos en lobolsillos.
—El alguacil Price ha llamadohoy —dijo escuetamente.
Mi corazón se detuvo al oí
aquellas palabras. Me aferré a lapuntilla que adornaba el vestido, omás bien lo intenté. Sentía u
hormigueo en los dedos. A pesadel calor, sentía una fría humedadAl instante mi mente se dispersó evarias direcciones, ninguna de ellabuena.
—No se me da bien suavizar lamalas noticias, así que
simplemente te lo diré. Reed
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Winslow ha desaparecido. —¿Él ha...? —Meneé la cabeza
El sendero del río pareció encogersy expandirse alternativamente. Miréa Carmina y su cara no dejaba dedesenfocarse. Me froté la frente co
a palma de la mano, intentandoograr que el mundo dejara degirar. Sentía escalofríos, pero
sudaba copiosamente. —Stella. —Noté la mano deCarmina aferrando la mía: era fría firme. Me aferré a ella casnvoluntariamente. Era lo único reaen aquel momento.
—¿Desaparecido?
—Hace dos días. Los alguacile
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trabajan conjuntamente con lapolicía local para encontrarlo.
—¿Danny Balando?Carmina suspiró y asintió
bruscamente. —Ahora mismo, eso es lo que
creen. Reed quebrantó las reglasStella. En su ordenador encontraroe-mails enviados a Filadelfia. Había
nstalado software para desviar sdirección IP, pero no era infalibleConocía las reglas y también loriesgos. Un vecino se dio cuenta deque se había dejado el agua abierten el jardín y dio el aviso. Hastaque nos llegue más información
tenemos que suponer que se lo
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levaron los hombres de Balando. —¿E-mails a Filadelfia? —musité
aturdida. ¿Había tenido ordenadotodo el tiempo y no se había puestoen contacto conmigo?
—Los están analizando.
Me eché a llorar. —Lo torturarán. No lo matará
enseguida. Lo alargarán. Querrá
que sufra. —Lo siento muchísimo, Stella.Carmina no intentó
contradecirme. Entonces era ciertoorturarían a Reed de todos los
modos imaginables. Redoblé mlanto.
—Tienen un equipo especia
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buscando a Reed. Si está ahí fuerao encontrarán. Esos hombres mujeres son los mejores en strabajo.
Si está ahí fuera. Si no estabamuerto.
—Los alguaciles no tienerazones para creer que tú estés epeligro —dijo Carmina—. Ni tú ni t
madre. —¡Y qué van a decir ellos! —leespeté—. No quieren que salgahuyendo y me esconda. No puedepermitirse el lujo de perder otrotestigo. Ojalá no hubiera accedido declarar. Intentaba hacer lo
correcto y fíjese lo que he
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conseguido. —Sollocéamargamente, enterrando el rostroentre las manos—. No he arregladoas cosas. Las he empeorado.
Los odiaba. Los odiaba a todosA Danny Balando. A mi madre po
meterlo en nuestra vida. A loalguaciles por no vigilar de cerca aReed. A Reed por enviar uno
estúpidos e-mails a Philly, pero no amí.Chet tenía razón, era imposible
no imaginar lo que habría ocurridosi uno hubiera hecho las cosas deotro modo. Era lo que estabahaciendo yo en ese momento
deseando que mi vida hubiera
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tomado un rumbo distintodeseando poder decidir mi futuroen lugar de depender del caprichode personas a las que despreciaba.
—No pasa nada por llorar —dijoCarmina. Me rodeó con los brazos
Me frotó la espalda en círculos y meacarició los cabellos. No intentéapartarme. Necesitaba que me
consolara, y me apoyé en ellaSabía que eso me hacía débil, peroestaba sufriendo. Por un momentoquería fingir que sabía lo que sesentía cuando alguien sepreocupaba realmente por ti.
—¿Le informará Price cuand
encuentren a Reed..., cuando
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encuentren su... su...? —Metemblaba la voz y rompí a llorarLágrimas ardientes me cayeron poa cara. Cuando encontraran scadáver. Esas eran las palabras quequería decir, pero no soportaba la
dea de pronunciarlas en voz alta. —Estoy segura de que sí.El cadáver de Reed aparecería
pronto. La banda de Danny Balandono querría ocultar su crimenDejarían el cuerpo donde pudieraencontrarlo. Querrían dar uejemplo con él... y enviarme a mun mensaje de amenaza.
Yo era la siguiente.
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Cuando aparqué la camioneta dCarmina en la parte de atrás de
Sundown, y Eduardo dejó smotocicleta en la plaza contiguamaginé que el destino me enviaba
una señal. Musité unas breve
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palabras de ensayo y luego corrí aalcanzarlo antes de que entrara eel restaurante.
—¡Eduardo! Espera. —Hola, Stells Bells —dijo é
dándose la vuelta. Sus hundido
ojos de color chocolate meexaminaron brevemente—. Ese feoojo a la funerala casi ha
desaparecido. Enseguida estarácomo nueva. —En realidad quería hablar de
eso contigo. La noche que meagredieron, me pediste que bajaraal almacén. Espero equivocarmepero no puedo evitar preguntarme
si no me tenderías una trampa.
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Respiré hondo. «Va por ti, Inny»pensé. No se podía ser más directo
La expresión de Eduardo sevolvió pétrea. Abrió la boca, pero so que buscaba era una mentira, noe salió ninguna. Entonces lo supe
Era tan culpable como si tuviera lamanos manchadas de sangre.
—¿Por qué? —pregunté
tratando de que no me temblara lavoz. Confiaba en Eduardo. Éramoa m i g o s . ¿Cómo había podidohacerme eso y seguir mirándome aa cara?
Movió la cabeza de lado a ladoragó saliva, buscando aún las
palabras. Palideció y se humedeció
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os labios. Toda su apariencia dedureza se desvaneció y vi en suojos un miedo auténtico.
—Yo no lo sabía —afirmó con unhilo de voz—. Tienes que creermeNo tenía la menor idea de que te
haría daño. De lo contrario, nuncae habría ayudado.
—¿Cómo consiguió Trigger que
o hicieras? —¿Trigger? ¿Es él quien creesque lo hizo?
Eso me pilló por sorpresa. —¿No fue Trigger? —No lo sé. —Eduardo volvió a
menear la cabeza—. Mira, la cosa
fue así.
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Procedió a explicarme que habíaencontrado un sobre con ciedólares en efectivo en el asiento dea motocicleta cuando estaba apunto de ir al trabajo. Con el dinerohabía una nota que decía
simplemente: «A las diez cuarentaenvía a Stella al almacén. Sola.»
—No sabía que iba a pegarte, te
o juro —insistió Eduardo—. Penséque sería una broma pesada o algoparecido. Que quizá queríasorprenderte con unas flores. Erealidad no pensé mucho en elloMe guardé el dinero e hice lo quepedía la nota. Si lo hubiera sabido.
ienes que creerme, Stella. Yo
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amás te haría daño. Tú lo sabesMe sentí fatal cuando vi lo que tehabía hecho. No me lo perdonarénunca.
—Y, sin embargo, no dijistenada a la policía.
—¡No quería que me arrestaranPodrían acusarme de ser cómpliceJoder, Stells. No me arruines la vida
por esto, te lo suplico. Tecompensaré, pero júrame que nome denunciarás.
—Le mentiste a la agenteOshiro.
—Solo en lo de la nota y edinero. Todo lo demás era cierto
No vi a nadie saliendo del almacén
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Quizá no quería verlo. —Se pasó lamanos por la cara y el blanco desus ojos se hizo más pronunciado—Quizá tuve un mal presentimiento no le hice caso. No lo sé. Meconvencí a mí mismo de que... No
sé lo que creí. Pero no era quepasaría esto.
—¿Cien dólares no te pareciero
mucho dinero por un simple favor¿No se te pasó por la cabeza quepodría ser un soborno?
—No lo sé, joder. No lo sé. —Tienes que contárselo a la
agente Oshiro. ¿Aún tienes la notaPodría ayudar a implicar a Trigger.
Ahora mismo dicen que es m
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palabra contra la suya. l afirmque estaba en casa cuando meagredieron.
—Tiré la nota. Me gasté edinero. Ojalá no lo hubiera hechoNo se lo dirás a Dixie Jo, ¿verdad
Me dará la patada. —Mereces que te den la patada —Joder, Stells. Tengo que
ganarme la vida. Si pierdo estetrabajo, podría tardar semanas eencontrar otro. Nunca fue mntención hacerte daño. Tengo a mchica en casa, y un niño pequeñoNo me arrojes a los leones.
«Como tú me arrojaste a mí»
pensé.
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—Cuéntale a la agente Oshiro laverdad. Entonces quedaremos epaz.
—¿No hay otra manera? —Estaba sudando y el sudoempezaba a correrle hacia los ojo
abiertos como platos, petrificadopor el miedo.
—No.
Se pasó la manga por la frentepara secarse el sudor. —¿Crees que me arrestarán? —Creo que se alegrarán de qu
hables con ellos. Ya encontraránuna solución. Es a Trigger a quienquieren, no a ti. Tú habla con la
agente Oshiro. —No habían vuelto a
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asignarle el caso a ella, pero quizáaquella información serviría paraque lo hicieran—. Y esta vezcuéntale la verdad sin dejarte nada
—Sí. Vale. Sí. —No voy a decírselo a Dixie Jo.
Eduardo resopló. —Gracias. De verdad, gracias. —
Se encaminó a la puerta y la abrió
para dejarme pasar—. No tengopalabras para decirte cuánto losiento. De verdad que lo sientoStelly Belly.
Yo quería perdonarle, pero noera tan fácil. Había ayudado arigger a humillarme y golpearme
Detestaba pensar en lo que me
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había hecho Trigger. Detestabasentirse débil y vencida. Sin laayuda de Eduardo, Trigger no mehabría golpeado. Así que dije:
—Más te vale.
Desde la agresión, Carminahabía adquirido la costumbre dequedarse levantada esperándomehasta que llegaba a casa detrabajo. Esa noche no fue unaexcepción. Entré y la encontré
haciendo un solitario en la mesitadel café. Últimamente, al llegar acasa, charlábamos un rato, o
veíamos juntas una reposición de
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M*A*S*H antes de irnos a dormir.Me gustaba que me esperara
Me gustaba contarle anécdotas deSundown. Me ayudaba adesconectar antes de acostarme, se notaba que Carmina, que
conocía a buena parte de loclientes del Sundown, disfrutabaenterándose de las noticias de
pueblo mucho antes de que seconvirtieran en chismorreos a lamañana siguiente. No éramos comocompañeras de piso que compartíael espacio y nada más, comoocurría con mi madre y conmigoÉramos algo más.
Pero cuando Carmina se levantó
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al verme aparecer, vi su expresiónseria y supe enseguida que esanoche era distinta, que habíapasado algo.
—¿Qué es? —pregunté, aunquya lo sabía. Habían encontrado e
cadáver de Reed. La tortura habíasido peor de lo que cualquiera denosotros podía imaginar. Sería un
funeral con el féretro cerrado. Yo nopodía asistir por mi propiaseguridad.
—Ha llamado tu madre.Tardé un momento en asimila
sus palabras. Cerré los ojos respiré hondo. No era la noticia que
esperaba. No sabía si era mejor o
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peor. Quería que encontraran ecuerpo de Reed para poder dejar depensar en su sufrimiento. Me sentíaresponsable de su muerte. De nohaberme conocido a mí, tampocohabría conocido a mi madre. Estaría
en Philly. Estaría vivo. —Le he dicho que volverías poc
después de las once, pero no se le
permite realizar llamadapersonales después de las nueveSon normas de la clínica, al parecer
—Si vuelve a llamar, no quierohablar con ella.
—Se siente sola. Te echa demenos. Echa de menos su casa.
—Yo también —repliqué con
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ojos centelleantes—. ¿Se lo hadicho a ella? ¿Le ha recordado queestá en desintoxicación y que yoestoy en Thunder Basin por culpade las estúpidas e insensatadecisiones que ella tomó?
—Volverá a llamar mañana. Lehe dicho que tienes la noche libre.
—No debería haberlo hecho
Además, mañana tengo planes. —Cinco minutos. ¿No puedeconcederle cinco minutos?
—No lo sé —respondairadamente—. ¿Puede elladevolverme mi vida? ¿A mi novio¿A mis amigos? No es mucho pedir
¿no?
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—¿De verdad es tan hondo eagujero que ha cavado que no haesperanza de que pueda salir de él
—Dejó de ser mi madre hacemucho tiempo... por decisiópropia. Prefirió las drogas. Yo la
habría perdonado muchas vecesQuería recuperarla. Necesitaba unamadre. Hasta que lo superé
acepté que no podía competir cosus pastillas. Ahora es demasiadotarde. No quiero tener nada que vecon ella. Ya había estado enrehabilitación antes, ¿no se lo hacontado? Y fracasó todas las vecesEra agotador despedirse de ella
uego ir a buscarla y llevarla a casa
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Y otra vez a empezar. Actúa comosi yo fuera su sostén. Pero, ¿cómova a mantener limpia de drogas asu madre una chica de quincedieciséis, diecisiete años? Yo era laniña. —Noté que mi tono se hacía
más agudo, pero no podía evitarlo—. ¡Era ella la que tenía qucuidarme a mí!
—El perdón es una senda difícde recorrer —convino Carmina—Has de encontrar el equilibrio entreolvidar lo que no tiene importanciay aferrarte a lo que sí la tiene.
—¡No quiero perdonarla! —admití furiosamente—. No quiero
dejar que vuelva a entrar en m
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vida, porque me hará daño otravez. ¡Y otra y otra!
—¿Le has explicado a ella ttemor?
—Ya lo sabe. —Alcé las manosal cielo, frustrada por tener que
mantener aquella conversaciónExistía un motivo por el que nuncapensaba en mi madre y mucho
menos hablaba de ella. Mi madresacaba a la superficie todas laemociones que yo no deseabaRecordarme que aún me aferraba aellas me hacía sentir aún peor. ¿Poqué no podía seguir adelante olvidarlo todo? Era lo único que
quería de verdad. ¿Qué me lo
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mpedía entonces? —Tal vez sí, tal vez no. A veces
tenemos que decir las cosas doveces para que se asimilen. A vecetenemos que seguir diciéndolas unay otra vez.
—No debería ser así. —No, supongo que no. Debería o
no debería, podría o no podría
Sería un juego perfecto para esocasinos de Las Vegas. Las buenapersonas no pueden ganar nuncaLa casa tiene ventaja.
—¿Ha tenido que perdonar aalguien alguna vez? —pregunté—Me refiero a perdonar de verdad
Eso quisiera saber yo.
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Carmina reflexionó sobre mpregunta.
—Soy una persona reservadaStella —empezó diciendo cocautela.
—No me venga con chorradas.
Ella alzó el mentón y exhaló uargo y comedido suspiro.
—Sí.
—¿Cuánto tardó? —Años, supongo. Me resistíaDecidí seguir encolerizada, dejandoque mis heridas se enconaran, eugar de desahogarme y encontraa paz. Pensaba que tenía derechoa estar enfadada. Comprend
demasiado tarde que también tenía
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derecho a arreglar las cosas. Podríahaberlo hecho —dijo con unconfundible tono de congoja en lavoz—. Pero no lo hice.
—Lo siento. De verdad, losiento. Pero perdonar duele. E
como decir que lo que te han hechoestaba bien. Lo que mi madre hizono estuvo bien. ¡Nunca estuvo bien
—No, no lo estuvo. Y sospechque tu madre lo sabe. —La persona a la que perdonó
¿volvió a hacerle daño alguna vez—insistí, aunque ya imaginaba larespuesta.
Su vacilación me lo confirmó.
—Sí —dije—. Le hicieron daño
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otra vez. ¿Cómo puede decirme quedebería perdonar a mi madresabiendo que volverá a hacermesufrir?
—Porque aferrarte a esa amargara que sientes te hará más daño
que los fracasos de tu madre. —Carmina se secó los húmedos ojosen los que brillaba un profundo
sentido remordimiento. Se dio lavuelta, demasiado digna para dejaque la viera llorar.
—No era mi intención molestarla—dije, sintiéndome culpable. Mhabía pasado de la raya. Peor aúnhabía convertido a Carmina en u
ejemplo con el único propósito de
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demostrar que tenía razón. Ellacreía en el poder del perdón; yo noPero debería haber mostrado mdesacuerdo de un modo márespetuoso.
—No estoy molesta —dijo
Carmina con voz débil atormentada—. Nos pasamos lavida huyendo de nuestro pasado
sin darnos cuenta de que estápegado a nosotros, que jamápodremos escapar de él.
Me removí con nerviosismodudando si Carmina querríaquedarse sola. Su voz habíacambiado. Sonaba solitaria
distante. Ni siquiera estaba segura
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de que me hablara a mí. —Debería ir a acostarme —dije. —Tienes razón —replicó
Carmina, tratando de sonar normapero su voz era distante—. Ve, yotambién me acostaré enseguida.
—¿Quiere que le traiga una tazade té?
—Ah, no. Gracias, Stella. Ve. Yo
me voy a quedar aquí un ratoescuchando la radio.Todavía de espaldas a mí, se
agachó para recostarse en el sofámoviéndose con mayor lentitud quede costumbre. Alargó la mano haciaa radio, pero sus dedos se
detuvieron a unos centímetros de
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dial. Todo su cuerpo parecía rígidocomo si se preparara para unanesperada y desagradable ráfagade viento frío.
Pero era verano, y el asfaltorequemado desprendía vapo
mucho después de la puesta de soNo habría alivio ni frescor en el aireesa noche.
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Me despertó un fuerte estrépitoParpadeé en la oscuridad
desorientada. ¿El ruido procedía deabajo? ¿Me lo había imaginado? Ereloj marcaba las dos pasadas.
Danny Balando.
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Aferré las sábanas, paralizadaEmpecé a sudar. Sus hombres mehabían encontrado. Se habíapresentado en la casa de Carminapara matarme.
Aterrorizada, intenté pensar
¿Había algún modo de escaparenía la boca seca. No se me
ocurría ninguno.
Esperé a oír sus pisadas en laescaleras, pero la casa seguíasilenciosa.
Al cabo de unos minutos, emiedo remitió y mi mente sedespejó. Los hombres de DannBalando no estaban allí. Si no, ya
me habrían encontrado.
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Cuando la vi, mi mente pareciósumergirse en una niebla que mempedía asimilar la extraña imagede su cuerpo caído sobre la mesitadel café.
No sabía si realmente era ella, o
si los recuerdos del pasado habíavuelto a adueñarse de mi mente. Va mi madre desplomada en u
sillón orejero de la biblioteca con lapiel azulada y los ojos comocabezas de alfiler. Detrás de ellahabía tejido humano salpicando lapared. Vi a Carmina caída haciadelante con los blancos cabellocubriéndole la cara.
—¡Carmina! —Corrí hacia ella
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Caí de rodillas a su lado. Lazarandeé con fuerza suficiente paradespertarla—. ¿Me oye? —Norespondió y el corazón empezó aatirme desbocado.
Eché su cuerpo hacia atrás en e
sofá. Tenía los ojos cerrados y laboca apretada en una mueca dedolor. Respiraba. Su pecho subía y
bajaba al ritmo de su respiraciósuperficial y errática.El teléfono. ¿Dónde estaba e
teléfono? Lo encontré en su base ea cocina. Al intentar agarrarlotorpemente, se me cayó al suelocon un ruido sordo. Solté una
palabrota y lo intenté otra vez. Co
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dedos temblorosos, marqué el 911. —Emergencias, dígame. —Creo que mi madre de
acogida, Carmina Songster, hasufrido un ataque al corazón —soltéabruptamente—. Quería hablar má
despacio. No ayudaría en nada aCarmina si no podía mantener lacalma el tiempo suficiente para
decirles cómo llegar a su casaenía que hablar con claridad—. Heoído un ruido, he bajado y me la heencontrado desplomada sobre lamesita del café. Está muy pálida no respira con normalidad. Hententado despertarla pero no lo
consigo.
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—¿Cuál es su dirección? —El doce de Sapphire Skies. —El personal de emergencia
legará lo antes posible. —¿Cuánto es eso? —pregunté
con voz cada vez más aguda—. No
sé si está bien. Por favor, ayúdemeNo sé qué hacer!
—Estarán ahí lo más rápido
posible.Colgué e inmediatamente rompa llorar. Cubrí a Carmina con unamanta y la arropé cuidadosamentecon ella. Me negué a pensar en lamuerte. Carmina se pondría bienVendrían los sanitarios y no
levarían al hospital, donde lo
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médicos sabrían cómo ayudarla.Metí la mano en la fría palma de
a mano de Carmina. No hizoningún esfuerzo por apretarme lodedos con los suyos. No sabía nsiquiera si se daba cuenta de que
yo estaba allí.Redoblé mi llanto. Estaba
enferma de preocupación. No tenía
a nadie más. Si ella me dejaba, mequedaría completamente sola. Melevarían lejos de allí, me obligaríaa empezar de nuevo en algún otrougar. Tendría que afrontar misproblemas yo sola, y en aquemomento me parecieron insalvable
y sentí que me ahogaba. ¿Qué haría
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sin Carmina ni Chet? ¿Sin Inny? Mesentía a salvo en Thunder Basin. Mehabía acostumbrado a las sábanaazules descoloridas de mi cama y aas comidas de carne con patatade Carmina. Cuando necesitaba
hablar, ella me escuchaba sinnterrumpirme ni juzgarme. No megnoraba. Conocía a mi auténtico yo
y podía ser yo misma cuandoestaba con ella. Confiaba en ella.Solo la tenía a ella.Los sanitarios llegaron al cabo
de un rato. No estaba en situacióde juzgar cuánto tiempo habíatardado. Cuando oí la ambulancia
que llegaba por la carretera, me
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pareció que había pasado muchotiempo desde que había llamado a911. Pero debieron de ser solo unominutos, porque aún lloraba cuandocorrí a abrirles la puerta.
—Está en el sofá de la sala de
estar. —Señalé frenéticamentehacia donde debían dirigirse.
A partir de ahí, los sanitarios se
hicieron cargo de todo. Con serenaeficiencia, la colocaron sobre unacamilla y la llevaron a laambulancia.
—¿Es alérgica a las aspirinas? —preguntó uno de ellos.
—No lo sé.
—¿Eres de la familia?
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—Yo... sí —espeté sin pensarPero no mentía. Carmina era lo máparecido a una familia que mequedaba.
—¿Cuántos años tienes? —Diecisiete.
—No se permite a los menores ien la ambulancia. Tendrás que ir ahospital por tu cuenta.
—¿No se me permite? ¡Acabo dedecirle que soy de la familia.El sanitario desvió toda s
atención hacia Carmina. Se subió aa parte de atrás de la ambulanciacon ella, y le colocó un manguitoalrededor de la blanda carne de
brazo para tomarle la tensió
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arterial. El otro sanitario cerró lapuertas y la ambulancia saliódisparada en dirección al pueblodejándome allí plantada, mirándolafijamente.
Estaba demasiado aturdida parapensar. En medio de la confusióntraté de prepararme para lo quepudiera ocurrirle a Carmina. Lo quepudiera ocurrirme a mí. No podíadeterminar cuándo exactamente
pero en algún momento habíaempezado a ver a Carmina como auna persona necesaria en mi vida
Una persona que había insistido e
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derribar mis defensas, cuando lomás fácil habría sido rendirse. PeroCarmina no se había rendido.
Le supliqué que no se rindieratampoco ahora.
Me senté en el columpio de
porche para mecerme despacio eel cálido aire nocturno. Oía lonsectos zumbando a mi alrededor
pero solo les prestaba atencióvagamente. Cada vez que intentabvolver a entrar en la casa, larodillas me temblaban taviolentamente que tenía que volvea sentarme. No sabía qué hora erapero la preocupación por Carmina
había absorbido toda mi energía,
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ahora no me sentía solo mareadasino también exhausta. Y me dolíaun poco la cabeza.
Tenía que verla. No estabapreparada para enfrentarme con lopeor, pero nunca me lo perdonaría
si dejaba que se fuera sidespedirme de ella. Había cometidomuchos errores en Thunder Basin
pero ese no sería uno de ellos.Me levanté y entré en la casapor pura fuerza de voluntad. Metemblaba la mano cuando cogí eteléfono. No sabía qué otra cosahacer, así que llamé a Chet. El suyoera el único número de teléfono e
hunder Basin, además del de
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Carmina, que me sabía dememoria.
—¿Sí? —La voz somnolienta deChet sonaba más grave que decostumbre.
—Chet. —Tragué saliva para
aliviar el nudo que tenía en lagarganta—. Carmina está mal. Se lahan llevado al hospital e
ambulancia.La voz grogui de Chet sedespejó de inmediato.
—¿Tú estás bien? —Estoy bien, pero estoy..
preocupada por ella. Estoy tapreocupada por ella... —Oí e
sonido tembloroso y agudo de m
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voz y no lo reconocí. Jamás mehabía sentido tan desamparada, tanecesitada de ayuda—. ¿Podríalevarme al hospital? Necesito estacon ella.
—Ahora mismo voy.
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Me paseaba de un lado a otrodel porche cuando Chet enfiló e
sendero de entrada de la casa deCarmina con la Scout. Dejó el motoen marcha y saltó al suelo para
reunirse conmigo. Llevaba el pelo
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alborotado y la ropa arrugada, peroapenas me fijé; fueron supreocupados ojos azulemirándome directamente a la caraos que me hicieron olvidar nuestrapelea y correr hacia él. No me
detuve a una distancia segura. Leeché los brazos al cuello y enterréel rostro en su camisa. Pensaba que
me había quedado ya sin lágrimaspero noté que aún se mehumedecían los ojos.
—¡Oh, Chet! ¡Estoy tapreocupada por ella!
—Todo va a ir bien —musitó épara tranquilizarme, rodeándome
con sus brazos. Le creí, porque
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tenía que hacerlo. No podíarendirme, por Carmina. Sería fuertepor ella.
—Apenas respiraba. No sabíacómo ayudarla. Si ella... Si ella... —Cerré los ojos con fuerza. No quería
pensarlo. Al menos hasta que notuviera más remedio.
Era la segunda vez que visitabael Centro Médico Regional dehunder Basin desde el inicio de
verano. No se me ocurría un lugamás sombrío, o con menoesperanza.
Pero me aferraba precisamente
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a la esperanza, mientras Chet y yohablábamos con las enfermeras dea recepción de Urgencias. Queríaser fuerte y tomar las riendas, iguaque había hecho Carmina cuandoera yo la que había ingresado en e
hospital. En cambio, estaba allmoqueando y con los ojos rojosmientras Chet cosía a preguntas a
as enfermeras.Carmina había tenido un infartoRespiraba de nuevo normalmentepero su estado era crítico. El tejidocardíaco había resultado dañado, os médicos iban a realizar unaangioplastia coronaria para reduci
ese daño y restaurar el flujo
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sanguíneo al corazón. Tendrían másnformación después de operarla.
Mientras tanto, solo noquedaba esperar.
Me quedé dormida en la sala deespera. Cuando desperté, el somatutino entraba a raudales por laventanas. Tenía la cabeza apoyadaen el hombro de Chet, que hojeabaun ejemplar de Sports IllustratedSe volvió hacia mí cuando notó que
me movía. —La doctora ha salido mientra
dormías.
Me incorporé de inmediato.
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—¿Y no me has despertado? —Solo quería decirnos que la
operación ha ido bien. Hatrasladado a Carmina a la UCIendrá que quedarse ahí unas
cuantas horas para recuperarse de
a anestesia. Pronto podrás verlaLa doctora, creo que es la doctoraZielke, vendrá a buscarnos e
cuanto trasladen a Carmina a unahabitación. Stella... —Esperó a quee mirara—. Le has salvado la vidaLa has encontrado antes de quefuera demasiado tarde.
Sentí un alivio nervioso en eestómago. Carmina estaba bien
Pronto le darían el alta para que
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volviera a casa. Yo cuidaría de ellay conseguiría que se recuperara detodo. Podía quedarme en ThundeBasin tanto tiempo como ella menecesitara.
Aún tenía un lugar al que llama
hogar.Para desayunar, Chet sacó
pretzels y zumo de arándanos rojo
con manzana de las máquinadispensadoras. Volvía con todocuando una doctora salió por ladob l e puerta que había tras lrecepción de Urgencias y se acercó
—Hola, Stella. Soy la doctoraZielke. He realizado la angioplastia
de Carmina y me alegra decirte que
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ha ido todo perfectamente. Esperoque hayas podido dormir un pocoaunque sé que estás muy nerviosaHola de nuevo, Chet —dijosaludándole con una inclinación decabeza.
—¿Cómo está? —pregunté. —Pregunta por ti —respondió la
doctora Zielke con una sonrisa
cordial—. Está un pocodesorientada y muy cansada, perompaciente por hablar contigo.
—¿Cuándo podrá volver a casa? —Mañana. Cuando vengas a
recogerla, te daremos todo tipo denstrucciones para ayudarla en s
recuperación. Le he recetado
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medicamentos para impedir que seformen coágulos, y es mumportante que se los tome tacomo se le indica. Tú puedeayudarla. —Otra sonrisa—. Sepondrá bien, Stella. En una semana
más o menos estará de nuevo epie y volverá a ser la misma desiempre.
—Quiero verla.Me hizo señas para que lasiguiera.
Sentía una nerviosa agitaciócuando crucé la doble puerta en pode la doctora Zielke y la seguí poel pasillo pintado en tonos beige
Chet caminaba a mi lado
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apretándome la mano. Oía el ecode nuestros pasos en el suelo debaldosas, mientras pensaba en québa a decirle a Carmina al verla. Ellase comportaría de un modo formay digno, saludándome no sin cierta
reserva. No le gustaba la algarabíani las exageraciones. No sabía mubien cómo querría que me
comportara yo.La puerta de Carmina estabaabierta. La doctora Zielke noprecedió y entró en la habitación.
—Le he traído algo mejor quas flores y los globos —le dijo aCarmina alegremente.
Rodeé la mampara que dividía la
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habitación y noté que perdíacompletamente el control de mmisma.
Yo no era llorona. EstellaGoodwinn no era una llorona, y noquería que Stella Gordon lo fuera
Pero cuando vi a Carmina en lacama, con los blancos cabelloenmarañados y oscuras ojeras de
agotamiento, no pude dominar mámis emociones. Me acerqué a lacama y me asombré a mí misma aarrojarme sobre ella para abrazarla
—Esta es la cara que echaba demenos —dijo ella, y se le quebró lavoz. Me acarició el pelo y me
estrechó con fuerza contra su pecho
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—. ¡Cómo te he echado de menos! —Me han dicho que podrá
volver a casa mañana —dije covoz ahogada.
—Eso es. Mañana volveré acasa. No más hospital, no má
médicos. Solas tú y yo, Stella, mniña.
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Chet y yo charlamos sobre etiempo durante el trayecto de
vuelta a casa. Charlamos sobreCarmina y Dusty. Él sacó el tema deas Grandes Ligas de Béisbol e hizo
unos comentarios sobre la alta
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calidad de nuestro equipo desóftbol. Durante esos veinteminutos, tocamos todos los temaposibles menos el que me quemaben el pecho.
Oí el crujido de la gravilla bajo
os neumáticos cuandoabandonamos el pueblo y tomamoa larga carretera sin asfaltar que
conducía a la casa de Carmina. Eos campos, el maíz tenía uexuberante color verde, y los tallosque parecían haber brotado de udía para el otro, eran casi tan altocomo Chet, coronados por panojadel color del trigo. El cielo se
extendía sobre nuestras cabeza
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completamente despejado denubes y con un desvaído tono azuPasamos por delante del ganadoque pastaba tras deterioradacercas y de campos de altogirasoles. Era un escenario mu
alejado de las bulliciosas calles dePhilly. Era distinto, pero no peorSimplemente se necesitaba tiempo
para acostumbrarse.Finalmente no pude soportamás la charla insustancial.
—¿Dónde está el rancho deMilton Swope? —pregunté. Dejaríaque Chet decidiera cuándo estabaisto para hablar sobre nosotros
pero necesitaba mantener una
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auténtica conversación. Algún queotro silencio incómodo se podíasoportar. Pero viajar junto a Chetsufriendo por todas las cosas queesperaban a ser dichas, mientras édivagaba sobre el pronóstico de
tiempo, bueno, eso era unaverdadera tortura.
—Al norte del pueblo. En la
dirección de las Sandhills. —¿Qué son las Sandhills? —Son dunas de arena —
respondió él, lanzándome unamirada indescifrable—. ¿Has vistodunas de arena alguna vez?
—En Nebraska, no. —Cerré lo
ojos—. Descríbemelas.
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—Supongo que podría decirseque son colinas ondulantes hechade arena.
—Sé más descriptivo, por favor.Chet suspiró, pero se notaba qu
no era por exasperación. De hecho
se adivinaba una sonrisa. —No soy poeta. —Haz un esfuerzo.
Dejó que siguiera una largapausa antes de empezar a hablacon su voz profunda reconfortante.
—Hace cientos de años, milequizá, la erosión del viento creómontículos de arena. Imagina u
océano de arena... una pradera de
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arena. Sobre los montículos semecen las flores silvestres y lahierba india. Cuando atraviesas laSandhills, puedes conducir durantehoras sin ver ningún otro vehículoe sientes como si fueras la única
persona que queda en el mundoPero no es una sensación de temorporque te envuelve una pacífica
quietud que no encuentras eningún otro lugar. Si aparcas ecoche y te alejas de la carreteraalgo mágico ocurre. El vientoempieza a susurrarte. Tienes queescuchar atentamente, pero te diráque no estás solo. Ves una garza
nmóvil sobre una pata a orillas de
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un lago. Te observa. Siente tantacuriosidad por ti como tú por ellaEres nuevo y extraño, no estáacostumbrada a ver seres humanos
»Caminas un poco más. Lopelícanos flotan perezosamente
sobre lagos centelleantes, y hundea cabeza en el agua en busca dealimento. En primavera, lo
urogallos patean el suelo y dabrincos en el aire para atraer a lahembras. Los rituales de cortejoresultan cómicos al principio, perocuanto más los contemplas, más tempresionan. Son danzacomplejas. Te recuerdan las danzas
tribales de los sioux o los lakotas
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Cuando por fin vuelves al coche, tesientes como si te despidieras deuna tierra por descubrir. No puedesevitar pensar que solo un milagroha impedido que la descubran. Tevas con una imagen en la mente de
cómo debía de ser el mundo hacesiglos, antes de que lo mancillaramanos humanas.
Suspiré con satisfacción. —Eso ha sido muy bonitoQuiero ir allí algún día. —Abrí loojos y miré a Chet—. ¿Me llevarás?
Chet enfiló el sendero deentrada de la casa de Carminaaparcó frente a la casa y apagó e
motor. Me dije a mí misma que no
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debía especular sobre lo que esosignificaba. ¿Me acompañaría hastaa puerta? ¿Entraría conmigo? ¿Pofin estaba listo para hablar? Queríahacerle muchas preguntas, perodeliberadamente guardé silencio
dejé que hiciera las cosas a smanera.
—La otra noche en la fiesta
estaba frustrado cuando dije lo quete dije. Y también decepcionado —admitió—. Pensaba que te gustabapara algo más que como amigo. Emi cabeza había imaginado quepodíamos estar juntos. Llevé lafantasía demasiado lejos y luego
cuando me rechazaste, bueno, la
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caída fue más dura.»Te dije que no confiaba en
poder ser solo amigo tuyo, pero meequivocaba. Si eso es lo quenecesitas, puedo serlo. Seré tamigo mientras tú quieras. Si
ataduras. Nunca pediré nada acambio, ni siquiera lo esperaré¿Quién sabe? —dijo con una sonrisa
evemente irónica—. A lo mejoseremos los primeros en conseguimantener una amistad puramenteplatónica entre chico y chica.
Hice un esfuerzo por sonreírpero se había adueñado de mí unaextraña sensación. Era una mezcla
de decepción y remordimiento
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Sabía que era una frivolidad, que nestaba bien, pero no estaba segurade querer que Chet dejara de sentialgo por mí. Me halagaba. Y luegoestaba el pequeño detalle de laatracción que ejercía sobre m
¿Podíamos ser amigos¿Exclusivamente amigos? Éconfiaba en ser capaz de cumpli
con su parte del trato, pero ahoraque yo me veía forzada a adoptauna postura, no estaba convencidade tener tanta fe en mí misma.
Recordé a Reed.Su recuerdo tuvo el efecto
adecuado. Me despejó la mente
deshizo el embrujo. ¿Pero qué me
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pasaba? ¿Cómo podía pensar eestar con otro tío cuando mi novioestaba en peligro de muerte? Teníaun compromiso con Reed hasta quesupiera con seguridad que habíamuerto. E incluso entonces, quería
lorarle como era debido. Chet teníarazón. Conseguiríamos manteneuna relación platónica.
—Gracias por llevarme ahospital —le dije—. No estaba econdiciones de conducir, y no creoque hubiera podido soportaquedarme a solas en la sala deespera durante horas.
—No hay nada que agradecer
Quería estar ahí contigo.
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Sus palabras hicieron quesintiera mariposas en el estómagoResuelta a no dejarme llevar, dije:
—¿Vendrás conmigo mañana arecoger a Carmina cuando le den ealta?
—Por supuesto. —Te llamaré en cuanto sepa la
hora.
—¿Trabajas esta noche? —preguntó Chet. —Sí. El último turno de la
semana. Salgo hacia las once. —Te esperaré aquí. Me sentiré
mejor sabiendo que has llegadosana y salva. Puedo revisar la casa
también, si quieres. A nadie le
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gusta volver a una casa vacía. —¿Me estás acusando de tenerle
miedo a la oscuridad? —bromeé. Nosolía asustarme, pero desde laagresión de Trigger, me sentíamenos cómoda en lugares oscuros
En casa de Carmina me sentíasegura, pero de todas formas, nome importaría que Chet le diera u
rápido vistazo. —Solo intento que creas que soun caballero —replicó él.
—Primero te quedas toda lanoche conmigo en el hospital, ahora vas a recorrer la casa ebusca de cualquier cosa
sospechosa. Casi eres demasiado
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bueno para ser verdad. —Daré un repaso a la casa y me
ré. No quiero estorbar tus planes. —No tengo —le aseguré—. S
quieres quedarte y tomar un pocode la muy apreciada limonada co
albahaca de Carmina, estupendo. Ypor supuesto disfrutarás de mcompañía. Podría ser peor —dije en
tono burlón. —Seré la envidia del vecindario—respondió él con tonodesenfadado, envolviéndome en etorbellino de su mirada. Tenía unosojos increíbles. De un azul sensuaque hacían resaltar sus oscuro
cabellos. Quería apartar la vista
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pero me vi a mí misma reflejada eaquellos ojos hipnotizadores. Sentque me derretía, que aquellaatracción amenazabapeligrosamente con derrumbar midefensas.
Cuanto más luchaba contra ellamás débil me sentía. En ciertoaspectos, era agotador tratar de
gnorar algo que parecía casi...Inevitable.Decidí que era absurdo
coquetear con la tentación y mebajé de la Scout.
—Deja que te acompañe hastaa puerta —dijo él, bajando tambié
para reunirse conmigo—. No
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nsisto. No me gusta dejar a unachica en el sendero de entradaSerá culpa de mi madre, que meenseñó a acompañar a las chicahasta la puerta.
Viendo que me iba a se
mposible disuadirle, le dejé salirsecon la suya. Pero en cuantolegamos al porche, le di las gracia
rápidamente, abrí la puerta y meapresuré a entrar.Podía hacerlo, podía fingir que
nuestra relación era puramenteplatónica. Podía achacar a mcompromiso con Reed laculpabilidad que sentía, pero la
verdad que atenazaba mi corazó
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era más profunda, y lo sabía. Meestaba enamorando de Chet. Y noba a empezar una relación con ésolo para romperle el corazón eagosto.
Por suerte en el trabajo el ritmofue frenético. En el caos de lacocina, no tenía tiempo para pensaen que más tarde iba a ver a ChetMe dije a mí misma que no teníamportancia que estuviéramos solo
en casa, que éramos amigos, peroncluso yo me daba cuenta de quententaba quitarle importancia a
algo que sí la tenía. Nunca era
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completamente inocente nnofensivo quedarse a solas con utío que estaba superbueno.
Después del trabajo volví a casaen la camioneta de Carmina. Pouna vez, no pasé del límite de
velocidad. Tomé el camino másargo, deteniéndome en todos losemáforos, con un extraño nudo e
el estómago que no me gustabanada. Me podían los nervios. Valeya lo había dicho. Estella GoodwinnStella Gordon, o quien coño fueraaún era capaz de notar mariposaen el estómago por un tío.
La Scout de Chet ya estaba
aparcada en el sendero de entrada
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No era de extrañar que hubieralegado antes, dado que yo habíaoptado por volver a paso detortuga. Detuve la camioneta deCarmina detrás de la suya, peroentonces me di cuenta de que le
estaba bloqueando la salida. Noquería que pensara que era unaargucia para que se quedara a
pasar la noche, así que di marchaatrás y luego aparqué a su ladodejándole sitio de sobra para quese fuera cuando le diera la gana. Ysería pronto, estaba segura. Al fin al cabo, solo había ido a revisar lacasa para que yo me quedara
tranquila.
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Encontré a Chet apoyado en labarandilla del porche con los brazocruzados sobre el pecho en actituddespreocupada. A pesar de que eracasi la medianoche, hacía bochornoLa suave brisa que soplaba no
mitigaba la humedad de la nocheLa luna brillaba en lo altoarrojando una tenue luz amarilla
Los huecos del rostro de Chet sesumían en las sombras, resaltandoojos y pómulo.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó.
—He batido mi récord personade propinas.
—Parece que te has forrado.
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—Al final del turno, Inny y yoformamos hileras con los centavopara ver cuál de las dos tiene lamoneda con la fecha de acuñaciómás antigua. Esta noche ha ganadoella: 1938. Justo antes de la
Segunda Guerra Mundial. Da vértigopensar cuánta gente habrá tocadoesa moneda desde entonces. ¿Qué
tal el rancho? —Me gusta la tradición de locentavos. El rancho ha ido bien. Hetenido que rescatar a un par deterneros de un hoyo lleno de barroComo te dije, nunca se aburre uno.
—Pero qué mono. El caballero
andante que rescata a los terneros
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—He tenido que lavarme el pelotres veces para estar presentableantes de venir. Estaba rebozado enbarro. Y para empeorarlo aún másel sol lo había secado antes de quepudiera lavarme. He tenido que
frotar tan fuerte que debo dehaberme arrancado dos capas depiel por lo menos.
—Creo que te has dejado upoco. —Antes de darme cuenta, lepasé el pulgar por encima de laceja. No tenía barro. Simplementedeseaba tocarlo. Sus cabellos aúestaban húmedos, y olía a limpio a tierra, como la lluvia. Se había
puesto vaqueros y una camisa
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vaquera que llevaba arremangadahasta los codos. Ambas cosas lesentaban de maravilla. Los tejanoacentuaban sus largas piernas y lacamisa era lo bastante ceñida pararesaltar sus músculos. Si a todo ello
se añadían sus pómuloprominentes y sus asombrosos ojoazules, desprendía un atractivo
difícil de resistir. —¿Ah, sí? —dijo él, y se pasó epulgar tímidamente por el mismositio—. No quería venir manchadode barro.
Los mosquitos empezaban aatacarme, así que propuse:
—Entremos. Espero que te haya
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traído el bate de béisbol paraespantar a cualquier monstruo queaceche en las sombras. No creo queCarmina tenga ninguno.
—Sí que tiene. Lo guarda en eparagüero. No me preguntes cómo
o sé. Abrí la puerta, pero no alargué
a mano hacia el interruptor de la
uz del vestíbulo. Notaba a Chemuy cerca, detrás de mí. Meflaqueaban las piernas y me sentíacomo si me fuera a derretir. Estabatodo tan silencioso que oía el ritmoregular de su respiración.
Cerré los ojos y apelé a toda m
fuerza de voluntad para no deja
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que las cosas se precipitaran. Spermitía que Chet entrara conmigodebía prometerme a mí misma queno perdería la cabeza.
—Me gusta el atuendo —dijoChet, y su voz me llegó desde la
sombras—. Cuero y camuflaje. Tepega.
—¿Y por qué?
—Dura. Luchadora. Sexy. —Carraspeó—. No debería habedicho eso. Quería decir que...
Me di la vuelta. —¿Me encuentras guapa? Aún no había encendido la luz
Mis ojos empezaban a adaptarse a
a oscuridad y distinguía ya la figura
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de Chet. Tenía sus hombros fuertesy atléticos justo delante de mEstaba tan cerca que habría podidotocarlo. Podría haberlo agarrado poa camisa para acercar aún mánuestros cuerpos.
—No —respondió Chet con vograve y ronca—. Guapa, no.
Se me cortó la respiración.
—Despampanante —prosiguiócon la misma voz ronca—Fascinante. Lista. Sexy. No he sidocapaz de pensar con claridad desdeque te conocí. No se me ocurre usolo día en que no hayas estado emis pensamientos. Debería pensa
en un centenar de cosas distintas
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pero pienso en ti. Qué estáhaciendo, cuándo volveré a vertequé estás pensando.
—¿Quieres saber qué estopensando? —pregunté en voz baja.
—Sí.
Aquella ardiente sensación qutenía en el estómago sencrementó. Me sentía mareada
Aún podía retroceder, pensé. No erdemasiado tarde. Podía salir aporche y despejar la cabeza.
Pero en ese momento, no queríadespejarme. No quería controlarmeQuería tocar a Chet y quería que éme tocara.
Lo miré a los ojos. Él me miró
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con la misma intensidad. Medeslizaba hacia él. Sentía laatracción del abismo, esa sensaciósalvaje y maravillosa de caerápidamente.
Perdí el dominio de mí misma en
un instante. Chet lo perdió tambiéal mismo tiempo.
Me empujó hacia dentro, cerró la
puerta de una patada y me arrojócontra ella. Su boca ardiente apasionada se cerró sobre mi bocaLe rodeé el cuello con los brazossumergiéndome en un mundo desensaciones. Chet era cálido, sólidoy fuerte. Me aplastaba con su peso
delicioso y real. Había imaginado
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aquel momento. Había soñado coél, pero mi imaginación era upobre sustituto de la realidadParecía que la sangre se mederretía en las venas y me recorríael cuerpo en oleadas palpitante
que hacían que me diera vueltas lacabeza.
Pasó la mano por mi brazo y me
estremecí. Al notar mi reacción, sus brazosque antes apoyaba en la puerta aambos lados de mis hombros, meestrecharon con fuerza contra sí.
Metí los dedos en la cintura desus vaqueros, tratando de
mantener el equilibrio. Las rodilla
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no me respondían. Era presa de udeseo que llegaba en oleadas cadavez más rápidas e intensas. Cuandoas yemas de mis dedos tocaron lasuave piel de sus caderas, bajo lovaqueros, él se estremeció y me
besó con más fuerza.Me alzó en volandas y me llevó
hasta el sofá. Noté los cojines bajo
a espalda, su cuerpo sobre el míoMe besó con mayor intensidad deslizó una mano por mi muslo euna cálida caricia. Su boca eracálida y húmeda. Sentía ganas degritar por las cosas que me hacíaenía la impresión de esta
ardiendo. Me había sumido en u
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torbellino frenético y no teníavoluntad suficiente para recobrar larazón. Me dejé llevar, dejándolaatrás.
Chet se detuvo. Su mirada eraprofunda y llena de significado
cuando la posó en mí. —¿Qué ocurre? —jadeé.Él inclinó la cabeza, apretándola
contra mi cuello para hablarme aoído con voz entrecortada. —No me parece bien hacer esto
en el sofá de Carmina.Dejé escapar un leve gemido.
—Carmina me matará —añadióél.
—Solo si se entera. —Si no
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volvía a besarme en cincosegundos, estaba segura de que memoriría.
—¿No te parece que es comoengañarla? ¿Que es faltarle arespeto? Está en el hospital. Confía
en que yo cuidaré de ti.Finalmente dejé escapar u
gruñido.
—¿Por qué tienes que ser tan..decente? —Quiero hacerlo bien. No quier
volver la vista atrás y deseahaberte tratado mejor.
Recosté de nuevo la cabeza eos cojines, sin saber muy bien s
reír o llorar.
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—Eres el tío más desconcertanteque he conocido. Estoy aquí, estoy dispuesta.
—No hagas eso, Stella —dijo éhundiendo aún más el rostro en mcuello—. Si no me dices que pare
no estoy seguro de ser capaz decontenerme por mí mismo.
Su cuerpo estaba tenso por e
deseo contenido bajo utembloroso control. Le creí. Si yodecía que sí, ya no se detendría.
Suspiré y dejé que mi cuerpo serelajara.
—Me siento como si mehubieran transportado a u
universo paralelo. —Me pasé la
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mano por los cabellos, que sehabían soltado de la cola de caballoen algún momento entre tanto beso—. Es la primera vez que me ocurralgo así. Nunca había conocido a utío que dijera que no. —Lo miré
socarronamente—. ¿Eres virgen?Chet se apartó de mí, soltando
el aire despacio para liberar parte
de la tensión contenida. —Sí. —Ahora sé que estoy en un
universo paralelo. ¿Un tío queadmite ser virgen? Desde luegohemos dejado la Tierra atrás.
—¿Y tú? —me preguntó
mirándome de soslayo.
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No esperaba que me lopreguntara con tanta claridadaunque suponía que era lo justoteniendo en cuenta que yo acababade preguntarle lo mismo.
—No.
—Tu novio. En Tennessee.Tragué saliva. Mis mentiras me
perseguían, pero ahora al meno
tenía que ser sincera. —Ha sido el único. —¿Te trataba bien?Más preguntas que no esperaba
—¿Qué clase de pregunta eesa? Cuando te dejas llevar por lapasión, no piensas en realidad en la
otra persona.
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—Yo estaba pensando en tahora mismo —dijo Chet, bajito—Si hubiera pensado solo en mmismo, no habría parado. No mehabría importado si querías estaconmigo de verdad. Habría tomado
o que deseaba. —Hizo una pausa—. No quiero que digas que sporque me tengas lástima, o
porque estás sola y no hay nadiemás por aquí. —No te he besado por eso esta
noche. —¿No? No creía queestuviera tratando de superar lo deReed ni de librarme de su recuerdoEra verdad que me sentía sola, pero
menos que al llegar a Thunde
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Basin. Chet me atraía. Por esoquería estar con él aquella nochePorque me gustaba. Porque dolíaocultarle tantos secretos. Por unavez, quería contarle algo íntimosobre mí. Al compartir aquella
conexión física con él, parecía quee estuviera dando algo de mí, demi auténtico yo.
—Tengo la impresión de que meocultas algo —dijo Chet—. No séqué es. Pero noto que está ahíbajo la superficie.
Me moría por contárselo todopor aclararlo todo de una vez. Peroera demasiado arriesgado, así que
hice un esfuerzo y me mordí la
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engua. —Aquí hace un calor sofocante
—comenté, recogiéndome el peloen la nuca—. Ojalá Carmina tuvieraaire acondicionado. Fuera hacedemasiado calor para abrir la
ventanas, pero necesito aire frescoHace demasiado calor para pensar.
—Tengo una idea —dijo Chet a
cabo de un rato con un destello deosadía en la mirada—. Si teapuntas.
—Eso suena a desafío. —¿Alguna vez has estado en un
aguna de noche? —Nunca he estado en un
aguna, punto.
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—Aire cálido, agua fría. No euna mala combinación. —Hizo ugesto con las manos, imitando unabalanza—. Pero si prefierequedarte aquí e intentar dormir coeste calor...
—Ahora mismo me cambio.Una vez en mi cuarto, me puse
el traje de baño, una bonita pieza
negra tan elegante como habíapodido encontrar en el Kmart, elegí una toalla descolorida dearmario de la ropa que no creía quea Carmina le molestara que semanchara.
Mientras buscaba las sandalia
en mi armario, pensé en lo que me
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había dicho Chet. Ahora que teníaa mente despejada, intentérecordar mi primera vez con ReedFue un poco brusca, un poco torpeAl terminar, recuerdo que esperabahaberlo hecho bien. De hecho
siempre que nos acostábamosesperaba hacerlo lo bastante biecomo para que Reed no fuera e
busca de otra.Jamás se me había ocurridopensar en mi propio placer.
Y él nunca me habíapreguntado.
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Aún sentía en la piel ehormigueo del agua fría de la
aguna cuando me metí en la camamás tarde. Dejé las luces de abajoencendidas, pero la casa no parecía
más segura. De repente deseé
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haberle pedido a Chet si podíadormir en su casa. En unahabitación de invitados o en el sofádaba igual. No quería estar sola.
Fuera los relámpagos cruzabael cielo, seguidos por el retumba
de los truenos. Se levantó viento ehizo que las ramas de los árbolegolpearan la casa. Unas cuanta
gotas de lluvia salpicaron laventana. Me estremecí y tiré de lasábanas para taparme mejor.
Me pregunté cómo se habríasentido Reed instantes antes deque los hombres de Danny Balandoe tendieran la emboscada. ¿Había
notado una sensación gélida en la
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boca del estómago como la quesentía yo en aquel momento? ¿Sehabía quedado paralizado con cadagolpe y cada crujido de su casaaguzando los sentidos al máximo?
Era imposible no preguntarse
qué le habrían hecho a ReedIntentaba evitar toda especulaciónpero no dejaba de imaginar lo peor
¿Le habían destrozado? Cuandoencontraran su cadáver, ¿loreconocería?
¿Soñaba Danny con hacerme lomismo a mí?
No tenía modo alguno de sabesi estaba más cerca de
encontrarme. Tenía que intenta
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crearme una vida fuera de esemiedo implacable e incesante.
Sabía que Danny soñabaconmigo. Y yo soñaba con él.
Mis sueños me aterrorizaban.
El día siguiente por la tardeChet me ayudó a llevar a Carmina acasa desde el hospital. Cuandodimos la vuelta al alto seto quebordeaba el sendero de entradapuso los ojos como platos por la
sorpresa. —¿Pero qué demonios habéi
hecho vosotros dos?
En su jardín había un pequeño
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grupo reunido, y cuando Chet enfilóel sendero de entrada, se animarotodos y agitaron globos y flores, corrieron a nuestro encuentroencabezados por el pastor Lykinsque indicó a Chet dónde aparca
con unos cuantos movimientos debrazo y una jovial sonrisa.
—No ha sido idea mía —dije
excusándome de cualquieresponsabilidad. Pero en realidadsentía cierto fastidio... y celosDebería haber sido yo quien lemontara una fiesta de bienvenida aCarmina.
—Ni mía —dijo Chet.
Apenas acababa de aparcar
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cuando las portezuelas se abrierodesde fuera, y el pequeño grupoaplaudió y lanzó vítores. Tambiénme fijé en que algunos llevabaguisos, ensaladas y postres en lamanos.
—Bienvenida a casa, Carmina —dijo el pastor Lykins, acercándosepara ofrecer la mano a Carmina
ayudarla a apearse—. Te perdisteel pica-pica del domingo, así quehemos decidido celebrar otro picniaquí mismo, en tu jardín. Esperoque no te importe.
—Claro que no —dijo Carminaruborizada—. Siempre que Stella
haya dejado la casa en condicione
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de recibir visitas, podemos dejar loplatos en la cocina y comer en eardín de atrás. Hay mucha sombraa esta hora. Chet, ¿puedes abrirmea puerta de casa?
La casa de Carmina se llenó desonidos. Voces felices, tintineo decubiertos y platos, risas. Por laventanas abiertas entraban lotrinos de los pájaros. Siguiendo lanstrucciones de Carmina, Che
extendió unas mantas de picnisobre el césped y colocó sillaplegables en un amplio círculo. Lo
platos que habían llevado entre
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todos se depositaron sobre la mesade la cocina, que estabaconvenientemente cerca de lapuerta con malla metálica de laparte de atrás.
Puse un panecillo en mi plato
unto con todo lo necesario parahacerme un sándwich de jamón, uego me dirigí a la nevera e
busca de mostaza. —Supongo que te habráenterado de lo que ha pasado corigger McClure —dijo una muje
que se me acercó por detrás y meacorraló contra la nevera. Senclinaba hacia delante y hablaba
en susurros. Se notaba que había
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estado comiendo de una de labandejas de parrillada; tenía unamancha de salsa en la mejilla.
—No —confesé, intentandmantener un tono neutro, si nondiferente. No era del dominio
público que Trigger me habíaagredido, así que no podía adivinacuánto sabía aquella mujer. Pero la
mera mención del nombre derigger me había puesto de mahumor.
—El Departamento de Policía loha mantenido en secreto —prosiguió la mujer en voz baja, perexcitada—. La verdad es que solo
unos pocos escogidos saben que lo
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detuvieron. Mi hermana etaquígrafa judicial y me dio laprimicia. A Trigger lo arrestaron poo que te hizo. Le acusaron deagresión a secas. No fue coagravantes porque no usó armas n
provocó lesiones físicas graves. Euez le condenó a cinco horas deservicio comunitario, y tiene que i
a clases de control de la ira. ¿Quéme dices a eso? —preguntó con loojos brillantes y anhelantes dechismorreos.
Me sorprendió que lo hubieraarrestado y se les hubiera pasadopor alto contárnoslo a Carmina y a
mí. Yo le había denunciado. Me
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pregunté si habrían aprovechado eataque al corazón de Carmina paraesconderlo todo debajo de laalfombra mientras estábamodespistadas.
—Te hace sentir un poco mejor,
¿verdad, cielo? —insistió la mujeralentándome a hablar.
—Yo diría que han sido
ndulgentes con él. Disculpe. —Mealejé, sin molestarme en inventauna excusa. Agresión siagravantes. ¿Los pies y las manode Trigger no contaban como armamortíferas? ¿Y todos los cortes y lacontusiones no habían sido graves
rigger tenía diecisiete años y
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seguramente su caso lo habíalevado el Tribunal de Menores, asque no me extrañaba que hubieratenido un poco de manga ancha coél, pero ¿cinco horas de serviciocomunitario y clases de control de
a ira? ¿Y la compensación? Yohabría preferido que le obligaran apedirme perdón a la cara. A él le
habría puteado más eso querecoger basura los fines de semanaMe acerqué a la mesa y me serv
un vaso de limonada. Estaba mualterada y casi se me cae la jarraenía que recobrar la compostura
Notaba la mirada de la mujer fija
en mí, analizando cuidadosamente
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mi reacción ante la noticia queacababa de darme. Si mostraba emás mínimo asomo de debilidadlegaría a oídos de Trigger. Habíaganado él, desde luego. Pero suvictoria no sería ni la mitad de
dulce si yo no me mostrabaderrotada.
—Tú debes de ser Stella.
Dejé la jarra en la mesa y alcéa vista. Reconocí a otra mujer quecantaba en la iglesia del coro tenía los brazos más rollizos quehabía visto en mi vida. Los codos noeran más que unos bultitoperdidos entre pliegues colgante
de carne flácida.
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La mujer, que al parecer notenía el menor respeto por eespacio personal, me agarró por lohombros y se inclinó hacia atrápara observarme. Casi hizo que seme derramara la limonada.
—Pero qué guapa eres. Con esoojos tan grandes y de coloavellana, además. Seguro que
tendrás que espantar a los chicocomo a moscones. —Tenía una risafranca y estridente que me crispóos nervios.
—Disculpe, ¿nos conocemos? —dije, zafándome de sus manos.
—Mavis. Llámame Mavis
Carmina y yo somos amigas desde
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siempre. Fuimos juntas al colegio nos graduamos el mismo añoNunca hubiera imaginado queCarmina me sorprendería de estamanera, pero fíjate, esta mujetiene unos cuantos ases en la
manga. ¡Una hija de acogida¿Quién lo iba a decir?
Guardé silencio, esperando que
perdiera el interés y me dejara epaz. —He oído decir que sales co
Chet Falconer —siguió farfullando—Ese chico sí que ha sabido dar uvuelco a su vida. Ojo, yo siempredije que al final Chet acabaría
cambiando para mejor. Nadie me
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creía, pero es que a mí se me dabien calar a las personas. —Se diounos golpecitos en la cabezadándoselas de enterada—. Sé vemás allá de un exterioproblemático. Sé ver un corazón de
oro bajo la máscara de la rebelióadolescente. —Soltó otra de suestrepitosas carcajadas.
Lancé una mirada a la puerta deatrás con impaciencia. —Sí, bueno... —Por supuesto debe de ser muy
duro para Carmina que salgas coel chico de Hannah Falconer. Viejasheridas. —Meneó la cabeza co
conmiseración—. Nunca llegaron a
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curarse, y aquí estás tú ahoravolviéndolas a abrir. No digo quesea culpa tuya, queridaSimplemente las cosas son comoson. Pobrecita, Carmina.
La miré con exasperación.
—¿Disculpe? —Seguro que ya te han hablado
de lo difícil que fue para Carmina la
muerte de Hannah Falconer, lamadre de Chet. Eran muy amigas¿sabes? Amigas desde la infanciaSegún recuerdo, Carmina fue laprimera en interesarse por ThomaFalconer. Recuerdo que los dosfueron juntos a los bailes de
nstituto. Y luego a Hannah tambié
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empezó a gustarle, y durante utiempo la amistad entre Carmina Hannah estuvo en peligro. Al finaCarmina se hizo a un lado y dejóque Hannah se saliera con la suyaCarmina fue dama de honor en la
boda. Tuvo que romperle el corazónver cómo se casaban las dopersonas a las que tanto quería
Aún hoy tengo la impresión de quCarmina debe de pensar que ella slevó la peor parte. No digo que seaasí, porque es una buena mujecristiana, pero cuando mira a Chetque es la viva imagen de su padreme pregunto si no se despertará
antiguos resentimientos y el dolo
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de un amor no correspondido. Perono me hagas caso —añadióhaciendo un gesto displicente—estoy segura de que es mi afición aos chismes la que me hace buscauna historia que reviva viejo
sentimientos. Sé que Carmina Hannah siguieron siendo amigantimas hasta el día en que lo
Falconer murieron. Y Carminaconsidera a Chet responsable de lamuerte de sus padres.
—¿Por qué iba a echarle la culpaa él? —pregunté, irritada con lamujer por contarme esa historia, erritada conmigo misma por hacerle
una pregunta que la animaría a
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seguir contándola. Pero era muchaa información que tenía que digeriy lo había preguntado sin pensar.
—Cuando aquel conductoborracho chocó con Hannah homas, ellos se dirigían a la
comisaría de policía para recoger aChet. Le habían pillado haciendoalguna tontería, y lo tenían en e
calabozo, a ver si se calmaba. Cheera un gamberro que andabasiempre buscando problemas. Si nose hubiera metido en un lío aquellanoche en particular, sus padres nohabrían estado en la carreteraquella noche fatídica. Claro que
esa es solo la mitad de la historia
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El nieto de Carmina, Nathaniel, erael mejor amigo de Chet. Iba en ecoche con los Falconer esa nochecon la intención de darle a su amigouna charla que necesitaba. Muriótambién. De un tirón, Carmina
perdió a su primer amor, a su mejoamiga, y al nieto al que habíacriado desde que nació.
Enmudecí. De modo que por esoCarmina mantenía a Chet adistancia. Viéndolo se despertabadolorosos recuerdos de su nieto¿Tenía un nieto? ¿Había heredadoyo su cuarto? Teniendo a Checerca, era imposible que no
recordara a Nathaniel. A Nathanie
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a Hannah y a Thomas.Deseé que Mavis (¿se llamaba
así?) no me lo hubiera contadoSentí una ardiente sensación queme recorría las venas. Erandignación. Me indignaba que
aquella mujer se entrometiera eos asuntos de los demás. ¿Era esoo que hacían en Thunder Basin
escarbar en el pasado paraarrojárselo luego a la cara unos aotros?
—Se equivoca —le dije, y la vome temblaba un poco por la ira—Carmina no le echa la culpa a ChetEs demasiado buena persona
Comprende que la gente comete
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errores. Y eso fue exactamente loque pasó. Chet cometió un errorUn error que le perseguirá durante
el resto de su vida, porque la gentecomo usted no es capaz de dejarleolvidar el pasado, que es lo que
debe hacer! —Oh, querida —dijo Mavis
tapándose la boca, que había
adquirido la forma de un gruesoóvalo con pintalabios—. Oh, vaya. —¿En serio? ¿Ahora se h
quedado sin palabras? —Apenas has tenido tiempo
para conocer a Carmina —balbució—. Pensaba que poniéndote en
antecedentes arrojaría algo de luz.
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—He tenido tiempo más qusuficiente para calibrar el caráctede Carmina. Es asombroso lo pocoque necesitan decir las personapara que lleguemos a conocerlas.
Se llevó una mano a la garganta
adornada con encaje. Tenía unaexpresión de asombro ofendido.
—¡Pero bueno!
—Ni pero ni nada —dijeenojada.Después de soltar otro gemido
ahogado ante mi grosería, Mavievantó la barbilla y salió al jardícon andares de pato.
Yo me quedé en la cocina
echando chispas en silencio. Estaba
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asqueada. Absurdamente tambiétenía ganas de llorar. Quería ir abuscar a Chet, llevármelo aparte abrazarlo con fuerza. ¿Cómo podíaquedarse en un pueblo que estabatan claramente en contra de él? Yo
de él habría salido corriendo a laprimera oportunidad. ¿Por qué nose había ido él? Entonces recordé e
porqué.Dusty.Chet estaba atrapado allí hasta
que su hermano se graduara. Ypara ser justos con él, la verdad erque nunca le había oído quejarseSe preocupaba por Dusty, a pesa
de que él no le daba más que
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quebraderos de cabeza. Chepermanecía en Thunder Basiporque era lo correcto. Su familiaera más importante para él que lochismorreos de los entrometidos.
Familia. Yo tenía una familia
pero al contrario que Chet, le habíadado la espalda hacía muchotiempo. Mi madre era un desastre
yo no la soportaba. Estaba mejosin ella. Esas eran las palabras queme había dicho a mí misma, pero eejemplo de Chet me hizodetenerme a pensar en mis actocon una mirada más severa.
¿Era una persona horrible
¿Querría Chet seguir conmigo si se
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enterara de la verdad sobre mí sobre mi familia?
Entonces ocurrió algonesperado. Noté un nudo en lagarganta y empezaron a sudarmeas manos. Tenía que llamar a m
madre por muy duro que resultaraAntes de que fuera demasiadotarde. Tenía que tragarme m
orgullo, olvidar la profundasensación de injusticia que medominaba, y arreglar las cosas.
Si algo nos ocurría a alguna deas dos, quería que supiera que noa odiaba. No la había perdonadopero tampoco la odiaba. Era u
comienzo.
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Cuando nadie me miraba, reviséa lista de llamadas en el teléfonode Carmina. No llamaría a mmadre ese día; tenía que pensar eo que iba a decirle y tenía quecomprarme un móvil para hacer la
lamada. No podía permitir queCarmina supiera que la llamaba. Sperdía los estribos con mi madre
no quería que Carmina sufriera unadecepción, o peor aún, que pensaramal de mí.
El único número de la lista delamadas que no tenía el prefijo dehunder Basin era un número 800enía que ser el de la clínica
Garabateé el número en una nota
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adhesiva y me la metí en el bolsilloLa mano me temblaba al hacerlo, agradecí que Carmina no estuvieraallí para verlo.
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Iba de copiloto en la Scout, Chet se negaba a decirme adónde
me llevaba. Hacía unos cuantokilómetros que habíamoabandonado el pueblo
circulábamos a mayor velocidad po
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un amplio tramo de autovía. A loargo de la carretera pasábamopor solitarios buzones y, aescudriñar a lo lejos con ojoentornados, vislumbraba las casas aas que pertenecían, y el reflejo
cegador del sol en el tejado dealuminio de los establos. Tambiénpasamos por delante de molinos
de colinas ondulantes dondepastaba el ganado. El vientoagitaba la hierba de la pradera, quetenía el color del trigo.
Por fin Chet aminoró la marchaabandonó la autovía y atravesó unaalta cerca hecha con postes de
madera que flanqueaban una
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angosta pista de tierra. Detravesaño colgaba un letrero dehierro que me dio una pista sobrenuestro destino: MILTON SWOPE’
RANCH. —¿Me has traído a tu trabajo? —
pregunté, tratando de adivinar dequé iba todo aquello. Por la sonrisade suficiencia que lucía, estaba
claro que tramaba algo—. ¿Esábado? —Parrillada en el trabajo. El jefe
dijo que me trajera a un amigo. Hesacado un nombre al azar de mista y tú has sido la afortunada.
Bajé la ventanilla y saqué la
cabeza para disfrutar de la brisa. E
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aire me revolvió los cabellos y mesecó el sudor del cuello.
—¿Qué es ese olor? —preguntéarrugando la nariz.
—Dinero —respondió Chet couna sonrisa.
—En serio. Apesta. —El ganado también tiene qu
hacer sus necesidades.
—¿Vamos a comer una parrilladacon este agradable aroma en eambiente?
—Para el carro. Aún tenemos unbuen trecho por recorrer. ¿Sabes lacerca de entrada al rancho quehemos dejado atrás? Pues desde
ahí aún quedan ocho kilómetro
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más hasta la casa. Ya no olerás aganado cuando lleguemos allí.
Los ocho kilómetros siguienteme permitieron contemplar algunode los paisajes más bonitos quehabía visto en Nebraska. El terreno
se elevaba en suaves colinacortadas por arroyos estrechos sinuosos, y en el horizonte se
alzaban unos riscos dorados deescasa altura. Cuando llegamos a lacasa, el sendero de entrada yaestaba lleno de coches camionetas. Chet tenía razón, loúnico que se olía ahora era la carneque chisporroteaba en la parrilla.
—Cómete todas la
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hamburguesas y la ensalada depatatas que quieras —me animóChet—, pero te recomiendo queprescindas de las ostras de laRocosas.
—Me gustan las ostras. Nunc
he probado las de agua dulce, peroestoy dispuesta a probarlas.
Se frotó la nariz con el pulgar.
—Puede que para estas ostrano estés tan dispuesta. —Disimulaba una sonrisa, y esa fuemi primera pista.
—¿Qué pasa con ellas? —Las ostras de las Rocosas no
son ostras. Son testículos de
ternero.
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Me quedé mirándolo fijamente. —¿Aún te apetece probar? —
preguntó él sin parar de sonreír.Bajé de la Scout lentamente.
—Creo que voy a vomitar. —Los rancheros tienen qu
castrar a todos los toros, salvo aunos cuantos elegidos que tienegenes superiores. La mayoría de lo
toros son de categoría inferior, y noquieren que se reproduzcan. Si lodejas tal cual, se vuelven malosiran abajo cercas, puertas de
establo, barras de contención, cualquier otro recinto donde loencierres con tal de llegar a una
vaca en celo. No bromeo. Los he
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visto destrozar camionetasdepósitos de agua...
—Eso no significa que tengaque comerte sus... ya sabes qué.
—Quien no malgasta no pasanecesidad —replicó él co
ndiferencia—. Toma, te he traídoun pequeño regalo—. Alargó lamano hacia el asiento de atrás par
agarrar un sombrero vaquero depaja con una fina cinta de colochocolate—. Acércate.
Cuando me incliné haciadelante, me colocó el sombrerosuavemente en su sitio. Nuestramiradas se encontraron y por u
momento sentí que la cabeza me
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daba vueltas. —¿Parezco una nativa? —
pregunté, posando para él. —Súbete a un caballo y nadie
sospechará lo contrario. —Una vez fui a un campamento
de equitación a las afueras deFiladelfia. Mis abuelos mepagaron... —me interrump
bruscamente, horrorizada por laequivocación. No me podía creeque hubiera estado a punto desoltar toda la verdad: que lopadres de mi madre me habíapagado un campamento deequitación el verano antes de que
cumpliera los dieciséis. Había
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estado a punto de hablarle deFiladelfia, de Estella. Rápidamenteenmendé mi historia.
—Mis abuelos me pagaron dosemanas de campamento paraaprender a montar a caballo
Murieron poco después. Luegomurió mi madre y fue entoncecuando acabé en acogida.
—Ojalá no hubieras tenido qupasar por todo eso —dijo él cosolemnidad—. Te importa si tepregunto qué le ocurrió a tu padre?
—Oh, también murió. —Ha habido muchas muertes e
tu familia. Debe de ser duro.
—Sí, bueno, al final lo superas
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Vamos a por hamburguesas yensalada de patata, ¿vale?
Su expresión me dijo que no lehabía engañado, pero, con graalivio por mi parte, lo dejó correrNo insistiría en obtener respuestas
Al menos de momento.
Después de comer, Chet y yonos fuimos a dar un paseo. Detráde la casa había una franja decemento con canastas de
baloncesto en ambos extremosHabía una pelota en el suelo. Chea recogió y la hizo girar hábilmente
sobre un dedo.
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—¿Te apetece hacer unascanastas? —propuso.
Me acerqué al área de tiroibres, pintada con aerosol negro, alcé las manos para que me pasaraa pelota. Él me lanzó suavemente
a pelota en parábola. Tuve quecontenerme para no poner los ojoen blanco. Me enderecé y lancé u
tiro limpio. Ni siquiera tocó el aro.Chet se me quedó mirando coexpresión de asombro.
—Sabes jugar. —Oh, ¿te refieres a esto? —
Haciendo todo un alarde, recibí spase, driblé bajo la canasta, me
mpulsé sobre el pie izquierdo
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clavé un difícil gancho.Su sonrisa de estupefacción se
hizo aún más amplia. —No es por criticar tu capacidad
para el sóftbol, pero juegas mejoal baloncesto. Mucho mejor.
—Antes jugaba —dije. Recibotro pase y realicé un perfecto tiroen suspensión.
—¿En el equipo del instituto? —Sí. —¿Cuántas becas te ofrecieron?Casi perdí la pelota mientra
driblaba. Me recobré rápidamente fijé la vista en la canasta, como sevaluara el mejor lugar desde
donde efectuar el lanzamiento.
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—Ninguna —respondmanteniendo la voz serena.
—No me lo creo. Eres demasiadobuena para que no se dieracuenta.
—No jugué el último curso que..
el último curso —mentí. —¿Por una lesión? —No. Simplemente estaba
ocupada con otras cosas. —¿Y qué otras cosas eran? —preguntó él absurdamente—. Senota que te encanta jugar. Se te veen la cara, en tu lenguaje corporaY eres buena, muy buena. ¿Quhabía que fuera más importante?
—No quiero hablar de eso. —De
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pronto me puse a la defensiva. Yestaba nerviosa. No temía que Chedescubriera la verdad. Ya meencargaría yo de que no ladescubriera. Era solo que...
Estaba cansada de mentirle
Cuanto más hablara sobre aquellomás presionada me sentiría paranventar nuevas excusas. Estaba
más que harta de hacer creer aChet que era Stella Gordon. Unampostora. Un fraude. Una mentiraconstante.
—Lancemos unas canastas y yaestá, ¿vale? —dije con una voz mátensa de lo que pretendía.
—A mí me dieron una beca de
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baloncesto —explicó Chetrecogiendo el rebote para lanzar—Para Creighton.
Me tocaba a mí mirarle coasombro.
—Tienen un programa
mpresionante. Hablé con uojeador de allí cuando estaba esegundo curso. Debes de se
realmente bueno. —Era bueno. No he mantenido laforma. Contaba con esa beca parapagarme la universidad. Iba aestudiar Biología. Quizá primerotrabajaría para la Cruz Rojaadquiriría algo de experiencia de la
vida, y luego volvería para
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graduarme. —No aceptaste la beca po
Dusty. —Lo dije en voz alta amismo tiempo que lo pensaba—uviste que olvidarte de tus planes
por él.
—Ya. —¿Te arrepientes? —No. Pero a veces pienso en e
tío al que le darían la beca cuandoyo la rechacé. —Sonreía, pero ssonrisa parecía algo forzada—Espero que sepa aprovecharla.
—¿Cuáles son tus planes ahora? —Asegurarme de que Dusty
acaba el curso que viene en e
nstituto con un diploma en la
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mano. Luego me apuntaré aFormación Profesional Superior. Ydespués pediré el traslado aLincoln. Acabaré graduándome, soloque tardaré un poco más.
—¿En qué posición jugabas?
—Alero.Me lo había imaginado. Chet era
o bastante alto para jugar de alero
pero no lo bastante corpulento parser pívot. Yo calculaba que debía dpesar unos 90 kilos.
—¿Y tú? —preguntó él. —Base. Siempre quise juga
bajo la canasta, pero erademasiado baja. ¿Listo? —Lancé la
bola hacia el aro y Chet saltó co
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magníficos reflejos y machacó lacanasta. Fue impresionante.
—Buena vertical —dije. —Tú tampoco lo haces mal
Estás en buena forma.Logré hacerme con el rebote
antes que él y le guiñé un ojo. —O sea, ¿que es así como un
chica consigue llamar la atención d
Chet Falconer? ¿Por estar en buenaforma para jugar al baloncesto? —Se me ocurren otros atributo
que podrían tener prioridad en laista. —Alzó la mano para pedir lapelota y se la pasé.
—¿Tales como?
—Tengo debilidad por los ojos
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de color avellana. —Vaya. —El pelo moreno. Que sea
descarada. Que sepa cómoponerme en mi sitio.
Hice el sonido y el gesto de u
átigo restallando. Él se rio. —¿Qué me dices de un uno a
uno?
Me fui con la pelota a la zona detiros libres. Entré a canastadriblando para un tiro bajo el arouego me di la vuelta e intenté uvistoso gancho de izquierda. Antede que pudiera realizar emovimiento completo, él me rodeó
a cintura, me levantó del suelo
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me hizo darme la vuelta. Perdí lapelota, que salió rodando fuera decemento.
—¡Falta! —exclamé, peroriéndome histéricamente, porqueChet usaba la mano libre para
hacerme cosquillas—. ¡Dos... tiros.ibres... para mí! —dije con voahogada.
Chet me dejó en el suelo y meaplastó contra el poste de lacanasta. Yo estaba sin aliento pohaber corrido... y por tenerlo tacerca de mí. Lo miré fijamente coel corazón desbocado.
Deslizó la mano hacia mi cuello
y me atrajo hacia sí. Noté su cálida
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boca rozando la mía. Cerré los ojoy me dejé llevar. La cabeza medaba vueltas y notaba las piernadeliciosamente flojas.
Chet se retiró, tambiéadeante.
—Es difícil resistirse a ti. —¿Cuánto te esfuerzas e
resistirte?
—No mucho. —Volvió abesarme.En ese momento no podía
pensar en nada más que en ChetMe sentía bien con él. Era felizmaravillosamente feliz, y me sentíacompleta.
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En el camino de vuelta a casaChet se detuvo en una cafetería. E
etrero que había sobre el garitodecía que llevaba abierto desde1951, y la desvaída pintura de colo
morado oscuro daba fe de la
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veracidad de la afirmación. Utiovivo con ponis blancos girabaentamente sobre el césped de unode los laterales del local. El tiovivome recordó el tiovivo de ParxLiberty en la Franklin Square de
Philly.Cuando era pequeña, mis padre
me llevaban allí en las tórrida
noches estivales y me dejabamontarme una y otra vez hasta quese quedaban sin monedas. Es cierto que dicen. Nunca sabes lo quetienes hasta que lo pierdes. Antede entrar en el programa deprotección de testigos, de habe
sabido que no regresaría nunca a
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Philly, habría montado una vezmás. No por los viejos tiempos, sinopara disfrutar del recuerdo, paraatesorarlo y que cuando volviera lavista atrás, nos recordara a los trefelices y sonrientes, queriéndono
de verdad.Encontré un reservado dentro de
a cafetería y me senté de espalda
a la ventana para examinar emenú que colgaba sobre las cajaregistradoras. Chet había salidopara ir a retirar dinero del cajeroYo me debatía entre el helado dementa con chocolate y el pastecuando una voz me sobresaltó
como si me hubieran clavado u
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cuchillo en la espalda. —¿Te importa si me siento? —
Sin esperar a que le dijera que erealidad me importaba muchorigger se dejó caer en el asiento
que había frente al mío. Dejó s
gorra de béisbol sobre la mesa y sepasó la mano por los pelirrojocabellos. ¿Qué hay hoy en el menú
¿Ojo a la funerala? ¿Labio partido? —Aléjate de mí.De pronto lanzó el puño hacia m
y luego se detuvo en seco y rioentre dientes cuando me vioencogerme de miedo.
—Qué susceptible.
—Se acabó. Voy a llamar a la
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poli. —No puedes hacer que me
arresten por hablar —dijo érepantigándose en el asiento comopara dejar claro que no pensabarse a ninguna parte.
—Me estás amenazando. —¿Quién, yo? ¿Con esta voz ta
amigable? No lo creo.
—Pediré una orden dealejamiento. —¿Y quién te la va a conceder
¿No te has enterado? Voy a clasede control de la ira. Me hereformado. —Se inclinó haciadelante, cruzando las manos sobre
a mesa. Yo me aferraba a m
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asiento con tanta fuerza que notabaque las manos se me quedaban sisangre.
—Te estoy pidiendo que tevayas —dije con firmeza.
—¿Y qué pasa si no me voy
¿Qué harás entonces? —Te patearé el culo. Esta vez
estoy preparada.
—Vaya, eso sí que ha sido unaamenaza. Verás, he estadohablando con mi abogado y resultaque la agresión es una de esaáreas vagas y confusas de la leyNo tienes que ponerme una manoencima para que te acusen de
agresión. Basta con que me
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real. Te has librado con serviciocomunitario y control de la ira, peroa próxima vez no serán tandulgentes. No podrán. Me da iguaque tu papaíto se vaya de pescacon el presidente de Estado
Unidos, si vuelves a ponerme lamano encima, irás a prisión.
—Es gracioso que digas eso
Verás, cuando venía hacía aquí, medecía: «Soy el dueño de estepueblo, joder. Yo impongo lasreglas, joder. Estoy a punto deponer a Stella en su sitio, joder.» —Su sonrisa de regodeo era algo máque una táctica de intimidación
enía algo, sabía algo. Y yo no
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adivinaba qué era, pero me poníamuy nerviosa.
—¿De qué estás hablando? —Hay algo raro en ti —
respondió él, agitando un dedofrente a mi cara—. Eres arisca
reservada. Te comportas como socultaras algo. ¿Qué escondesStella? Sea lo que sea, será mejo
que lo hayas escondido muy bienporque lo estoy buscando. Aún noo he encontrado, pero lo haré.
Me quedé helada, con un fríoque cayó sobre mí denso como lanieve en invierno. Tenía quecontárselo a Carmina enseguida.
—Estás pescando en un río si
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peces —dije con tono firme y todaa bravuconería de que fui capaz.
—No lo creo. —Estás en mi sitio.Trigger y yo levantamos la vista
al mismo tiempo. Chet estaba de
pie junto al reservado en unapostura relajada, pero nunca lehabía visto una expresión tan dura
reflejada en la cara.Trigger levantó las palmas deas manos.
—No me había dado cuenta deque estaba ocupado.
—Lo está. —Chet hablaba cotono casual, pero en sus palabra
ardía un peligroso fuego—. ¿Te
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mporta? —No. Stella y yo ya hemo
terminado por ahora.Cuando Trigger se deslizó hacia
fuera y se puso en pie, Chet loagarró por la camisa y lo detuvo.
—Tú has terminado, punto¿Queda claro?
—Claro, colega —dijo Trigge
con su lenta sonrisa—. Lo que tdigas. —Recuérdalo. Porque s
descubro que te has acercado aStella, tendremos que volver atener esta conversación. Y no megusta repetirme.
Trigger retrocedió, alisándose la
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camisa y manteniendo la sonrisaque se le había agriado.
—Pasadlo bien.Cuando se fue, Chet ocupó e
asiento vacío y me cogió la mano. —¿Estás bien?
Asentí. —Pareces cabreada, y quizá
también un poco asustada.
Las dos cosas eran ciertaspensé. —¿A qué ha venido eso? —
preguntó él. —Solo era Trigger haciendo de
rigger. —Me ha parecido que era algo
más.
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Pensé en contarle la verdadpero no confiaba en lo que hicieraChet. Si le decía que Trigger era magresor, y que acababa de venir arestregármelo en la cara y antimidarme aún más, Chet iría a
por él. No dudaba de que Cheganaría la pelea, pero, pogratificante que pudiera ser para
mí, me preocupaban laconsecuencias. Chet teníadiecinueve años. Si Trigger ledenunciaba, el caso lo llevarían lotribunales ordinarios. No queríaarriesgarme a que Chet acabaracon antecedentes, o en la cárce
simplemente para halagar mi ego.
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—Trigger se las hizo pasacanutas a Inny en el trabajo lasemana pasada, y yo me enfrenté aél —expliqué—. Solo intentantimidarme. No te preocupes. Se lepasará y lo olvidará, ya verás.
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Después de que Chet me dejaraen casa, fui en busca de Carmina
Estaba sentada en una mecedoraen el porche de atrás, mirando a loejos con expresión pensativa
Sobre la rodilla tenía apoyado u
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he tenido un encontronazo. —¿Oh? —Trigger.Carmina dejó de mecerse
plantó sus rojas botas camperafirmemente en el porche.
—Sigue. —Sabe que guardo algú
secreto. Me ha amenazado co
ndagar para descubrirlo. —Ese chico no tiene dóndndagar —dijo ella con decisión—La fiscalía le notificó al sheriff tlegada al pueblo. Es eprocedimiento estándar para lotestigos protegidos, pero tiene
órdenes estrictas de guarda
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silencio. Conozco al sheriff, es unbuen hombre. Honrado y justo. Noquebrantaría la ley ni te pondría epeligro. De todas formas hablarécon él, pero veo claramente lo quepretende Trigger. Intenta
fastidiarte. ¿Qué le has dicho? —Le he dicho que le patearía e
culo si volvía a amenazarme.
Ella suspiró, enojada, pero mepareció ver una chispa de orgullo esu mirada.
—Así no se comporta unaseñorita.
—Tienes razón. Las amenazashuecas no son propias de señoritas
Debería haberle pateado el culo al
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mismo.Esta vez me dio un apretón en la
mano. —Es lo que querríamos hace
todos. —Carmina, ¿puedo hacerte un
pregunta? Es personal, así que si noquieres contestarla, lo entenderé.
—¿Mmm?
—Mi cuarto, ¿de quién eraAntes de que llegara yo, quierdecir.
El suave crujido de su mecedorase interrumpió unos segundosLuego volvió a empezar, pero ya noera tan pausado ni firme como
antes.
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—De mi nieto. Nathaniel. —Distraídamente dio un sorbo a simonada—. El azul era su colofavorito. Apuesto a que no lo habíaadivinado.
—Seguro que le echas mucho de
menos. —Oh, desde luego. Era u
espíritu libre. Contaba unos chiste
divertidísimos. También era muyisto. Debatía conmigo cualquiecosa. Aunque no creyera en lo queargumentaba, lo defendía con uñay dientes, simplemente por debatirY era temerario. Lo probaba todosiempre que estuviera al cincuenta
por cien seguro de que no le
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mataría. Una vez, volví a casa y loencontré a Chet y a él... —Senterrumpió de repente.
—¿Qué estaban haciendo? —dijeen voz baja, animándola a seguir.
—Estaban en el tejado —dijo
con la voz más grave y teñida depesar—. Dos plantas arriba. Seturnaban para saltar al suelo dando
un salto mortal. Habían acercadouna de esas grandes camaelásticas a la casa y la usaban paraaterrizar en ella. —Se enjugó laágrimas y rio entre dientes—. Casme meo en los pantalones. Y vestíael uniforme.
—Apuesto a que fuiste una gran
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abuela.Su sonrisa desapareció.
—Murió, Stella. Hace un año. —Lo sé. —¿Chet? —No. Por una de las mujeres de
a iglesia. Quería oír la verdad detus labios. ¿Te importa si preguntopor los padres de Nathaniel?
—Por mi hija, quieres decir. —¿Dónde está?La angustia ensombreció s
semblante. —He cometido errores, Stella
No fui una buena madre. Mi hijaabandonó a Nathaniel al nacer. Con
él hice lo correcto, pero a ella le
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fallé. Tenía dieciséis años cuandodio a luz. Estaba enganchada acosas horribles. Drogas, alcohochicos. Yo siempre estabatrabajando. Mi carrera eramportante para mí. Lo má
mportante. Ella se juntó con malacompañías. Yo la castigaba. Lempuse normas, todas las habidas
por haber. Era poli, y una polrealmente buena. Queríaenderezarla. Pero nunca hice loúnico que necesitaba. Nunca laescuché. Nunca estuve ahí paraella. Simplemente no estuve. ¿Tedas cuenta? Esperaba que ella
creciera perfectamente sin mi amor
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No es de extrañar que se fuera. Noes de extrañar que no haya vueltoamás.
Digerí su confesión lentamenteIntentaba reconciliar aquellaversión de una Carmina negligente
con la mujer fuerte y lúcida a la quehabía llegado a querer. Meresultaba difícil creer que Carmina
tuviera algo en común con mmadre. Ausente, fría, egoísta... noeran las palabras que imaginabautilizando para describir a CarminaMe dolió que hubiera una similitudentre ella y mi madre.
Pero estaba siendo tan sincera
conmigo que me resultaba difíc
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echarle en cara sus errores¿Cuántas veces habría perdonado ami madre solo con que me hubieracontado la verdad? Carmina no eraa misma mujer que me estabadescribiendo. Severa, siempre
cumpliendo su deber, sí. Pero nocruel, insensible ni negligente. Acontrario que mi madre, ella había
cambiado. Su pasado y su futuro noeran iguales. —¿Qué fue de tu hija? —
pregunté. —¿Angie? La última vez que la v
estaba dando a luz a un varón. A lamañana siguiente el hospital llamó
para decirme que se había
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esfumado y para preguntarme quéquería hacer con el bebé. No tehaces una idea de cuántas veces hdeseado que volviera. Necesitopedirle perdón y reparar mierrores. Pero sobre todo la necesito
en mi vida. Pero yo nunca estuveahí cuando ella me necesitaba —rumió melancólicamente antes de
dar un sorbo a su limonada. —Lo siento. —Yo también. Todos tenemos
nuestros problemas, ¿verdad?Sonó el teléfono.Carmina hizo ademán de
evantarse de la mecedora, pero yo
me puse en pie de un salto.
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—Ya voy yo. —Intentaba ayudaen todo lo posible en la casa, sobretodo ahora que tenía tan débil ecorazón. No quería que acabaraotra vez en el hospital.
Respondí al teléfono en la
cocina. —Residencia Songster, al habla
Stella.
—¿Estella? ¿Eres tú? ¿De verdaderes tú? ¡Oh, cariño! Echaba demenos oír tu voz.
Me quedé completamente muda —¿Cariño? ¿Estás ahí? Dile algo
a mamá —protestó—. He esperadomucho tiempo para hablar contigo
No puedo esperar un minuto más!
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El pánico me subió por lagarganta. Había decidido llamar ami madre, pero según micondiciones. No lo había planeadoasí. Al pillarme desprevenida, habíaperdido el control de mi
emociones. No la veía desde lanoche del asesinato. La noche queme habían puesto bajo la
protección de los alguaciles y, felizfelizmente me habían separado deella. Casi había logrado olvidarla. Yahora aparecía de nuevoprovocando que meses de ira resentimiento contenidos volvieraa la vida en un instante.
—¿Para qué me llamas? —dije
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recuperando al fin el habla. —¿Para qué crees tú, tonta? —
siguió diciendo ella, con vodulzona y burbujeante como lagaseosa—. ¡Necesito ponerme adía! Además, ¿acaso una madre no
puede llamar a su hijita solo porquesí?
¿Solo porque sí? ¡Y yo me lo iba
a creer! —No puedo hablar. Estoyocupada —dije sin emoción, y en svoz se hizo notar la decepción.
—¿Demasiado ocupada para lamujer que soportó veinticuatrohoras de dolores atroces para
traerte al mundo? Te sacaron con
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fórceps. Lo más doloroso que hesoportado jamás. Me dan vahídosolo de pensarlo.
—Estaba a punto de salir por lapuerta —dije con el mismo tonodesabrido de antes—. Tengo que i
a trabajar. —Oye, espera un momento
Estella. Aún no he terminado. He
lamado por un motivo. Ya, ahora sí que era ella. —¿Qué es esa tontería de qu
vas a testificar contra Danny? Esodetectives de Philly vinieron averme. Al menos una de nosotrafue lo bastante inteligente como
para mandarlos a la mierda. No
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puedes hacerlo, Estella. No te lopermitiré. Es un asunto peligrosoLos hombres que trabajan coDanny, créeme cuando te digo queno hay que tomárselos a bromaSon hombres malos, cariño. Mu
malos. —Y tú dejaste que entraran en
tu vida.
Si mi comentario sacudió sconciencia, se recobró rápidamente —Será mejor para todos que le
digas a ese fiscal con cara de sapodel tribunal federal que le tienemiedo a Danny, y que aprecias laprotección del gobierno, pero que
te importa más tu vida que s
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uicio. —Me protegen porque h
accedido a testificar. Ese fue etrato. Por eso te protegen a ttambién.
—Oh, cariño. No dejes que te
engañen. Es el gobierno de EstadoUnidos, por amor de Dios. No van adejar a una niña de diecisiete año
a merced de un poderoso cárteaunque te niegues a testificar. Yeso es lo que vas a hacer. Niégate—dijo, y esta última palabra teníaun tono casi amenazador.
—¿Me quieres aunque sea upoco?
—Yo... ¿Qué? ¿Qué clase de
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pregunta es esa? Soy tu madre¿Qué crees que estoy haciendoIntento salvarte la vida.
—¿Ha habido algún momentodesde que empezó todo esto eque hayas pensado primero en mí
—pregunté, y me temblaba labarbilla.
—¿Adónde quieres ir a parar
Estella? —preguntó con irritación—Si tienes algo que decir, dilo yaAhora mismo.
—Soy tu hija. Deberíaprotegerme a mí, no a Danny. A éno le importas. ¿No lo entiendesú eras su fuente de ingresos. Te
dejaba creer lo que quisieras sobre
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él porque quería tu dinero. No teamaba —dije, y mi voz se volviómás aguda al pensar en aquellaridícula idea. ¿Cómo era posible queella no se diera cuenta? ¿Cómopodía estar tan ciega
desesperada? —Debería haber imaginado qu
te negarías a escucharme —me
nterrumpió ella, con tono nerviosoe indignado. Pero a su voasomaba, aunque muy levementealgo más humano, ciertavergüenza. Por un momento, penséque podría abrirle los ojos. En efondo, la persona que era antes m
madre seguía luchando po
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sobrevivir y yo me aferré a esaposibilidad—. Nunca me escuchasA mí no me escuchas. Lo hice todopor ti, te di lo mejor que puedecomprarse con dinero...
Me cubrí el rostro con la mano
ragué saliva para librarme delanto que pugnaba por subirme a laboca. Me dolía que falseara de
aquel modo la realidad. ¿Por qué nopodía simplemente confesar suerrores? Quería que me pidieraperdón. ¡Quería que volviera mmadre de antes! Pensé endecírselo, pero mi ira se ibadisipando, dejándome un vacío e
el corazón. Me sentía
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completamente exhausta. —No puedo seguir escuchándote
—dije—. Se acabó. No vuelvas alamarme.
—Escúchame. No testifiquecontra Danny. Por una vez en tu
vida, escucha a tu madre. No es uhombre al que convenga enfadar. Spones un pie en ese tribunal, te
encontrará. Usará todos lorecursos de su organización paraencontrarte y te matará. Conoce agente. A hombres violentos repugnantes...
Hombres a los que ella habíametido en nuestra vida. En mi vida.
Colgué, temblando.
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No dejaría que mi madre mesiguiera hasta allí, hasta mi refugioNo dejaría que me asustara más deo que ya estaba.
Esa noche soñé con DannBalando. Me desperté jadeando con la espalda del pijamaempapada en sudor. Me dije a mmisma que solo era una pesadillaque allí estaba segura, que él nuncame encontraría. Pero ningún
razonamiento logró calmarme lotemblores.
Vi luz bajo la puerta.
—¿Stella? —dijo Carmina
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lamando suavemente a la puerta. —Estoy despierta.Carmina entró.
—Te he oído gritar. —He tenido una pesadilla. —¿Trigger?
—Danny Balando.Frágil aún por el ataque a
corazón, se agachó con cautela
para sentarse en la cama. Me diouna palmada en la rodilla y notéagradecida que tenía los dedofríos.
—¿Has hablado con alguiesobre las pesadillas? Te he oídogritar en más de una ocasión.
—No. Vivo con ellas.
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—¿Quieres hablar conmigo? —¿Qué quieres saber? —le dije
mirándola a los ojos. —La experiencia me dice que a
veces hay que sacar fuera todo lomalo para poder curarse. Duele
pero es mejor que aferrarse aveneno.
Reflexioné sobre lo que me
había dicho. —Podría empezar por eprincipio. Podría hablarte de mmadre.
Carmina hizo un gesto con lamanos para cederme la palabraestaba ahí para escucharme todo e
tiempo que hiciera falta.
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No sé cuánto tiempo estuve alsentada tratando de dar con lapalabras adecuadas. Albergabatanta ira contra mi madre, quedebería haber sido fácdesahogarme. Sentía que esa ira
me desbordaba. Pero al tener laopción de dejarla escapar, parecíaque la había enterrado a mayo
profundidad de lo que creíaCarmina tenía razón. Era un venenoque me emponzoñaba la sangre.
—Antes bebía en eventosociales, o un vaso de vino tintoantes de la cena —empecé a decientamente—. Pero durante e
divorcio, empezó a beber mucho. A
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veces nada más levantarse por lamañana. Creo que bebía paraolvidar lo triste que estaba. No creoque siguiera enamorada de mpadre ni que lamentara haberloperdido. Era algo más persona
Veía el divorcio como un ataquecontra ella, como un fracasopersonal. Mi padre la engañaba y e
divorcio era su forma de decirle queya no era lo bastante joven, lobastante guapa, o lo bastantebuena para él.
—¿Cómo sabes que tu padrtenía una aventura? —preguntóCarmina.
—Aventuras. En plural. Mi madre
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contrató a un detective privadopara que lo siguiera. Le hicierofotos.
—¿Y ella te las enseñó? —Quería hacerle daño. A él no le
avergonzaba admitir su
ndiscreciones delante de mi madrepero ella pensó que se sentiríahumillado si me enteraba yo. —Hice
una pausa al recordar la horriblenoche en que mi madre me habíasacado de la cama después de lamedianoche. Yo ya estabadespierta, sus gritos no me dejabadormir, y ella me llevó hasta mpadre y nos arrojó las fotografías a
os dos, exigiéndole que se
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explicara delante de mí. Pero él noo hizo. Se fue sin mirarme siquieraSalió de casa dando un portazo. Adía siguiente, envió a su ayudante arecoger su ropa y otros objetopersonales.
»Cuando acepté testificar contraDanny Balando para la fiscalía, ellome ofrecieron poner a mi padre e
protección de testigos conmigo. Afin y al cabo, es de la familia. Él senegó. No quería dejar su trabajo en el programa no te permitededicarte al mismo tipo de trabajouna vez que te instalan en otraparte. Le dijeron que yo no podría
volver a ponerme en contacto co
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él, ni en persona, ni por e-mail, nnada. Supongo que le dio igual.
Carmina guio mi cabeza hacia shombro. No dijo nada, pero noté ucambio en su respiración. Era lentay profunda, y se había alterado.
—Mi madre empezó a frecuentaa compañía de una mujer llamadaSandy Broucek justo después de
divorcio. Se quejaba de que loúnicos amigos que tenía los habíaconocido a través de mi padre, que aún se movían en los mismocírculos sociales que él. Queríaromper con ese mundo y haceamigos por sí misma. Los antiguo
eran educados delante de ella, per
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a criticaban agriamente a suespaldas.
»Tomaba medicamentos para ladepresión, y cuando salía con Sandy sus nuevos amigos, volvía a casaoliendo a maría. Luego empezó a
abusar de los medicamentos. Ella Sandy hablaban de un camello aque llamaban el Farmacéutico. No
sé si era farmacéutico de verdadpero empezaron a aparecer frascode OxyContin por la casa, recetadopara otras personas. Ella intentabaocultarlos, pero yo lo sabía. Al cabode un tiempo, dejó de hablar deFarmacéutico y dejé de encontra
frascos recetados. No sé cómo
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conoció a Danny. l se convirtió ensu nuevo camello y le dio heroínaAl principio era realmente felizDespués de pasar la noche con loamigos, los días siguientes reía bromeaba conmigo. Parecía
nteresada en mi vida. Estabadeprimida, pero las drogas loenmascaraban. Creo que ella
pensaba que la convertían en lapersona que quería ser: felizdivertida, relajada. Pero no eranada de eso. Seguía deprimida y ladrogas solo distorsionaban spercepción de sí misma durante utiempo.
—Para ella era más fácil beber y
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tomar drogas que enfrentarse a suproblemas y pedir ayuda —dijoCarmina.
—Tras la felicidad inicial, lascosas se torcieron. Intentéconseguirle ayuda. La llevaba e
coche a la ciudad cada mañanatemprano para hacer cola en laclínicas de metadona. Se suponía
que la metadona la ayudaría adesengancharse de la heroína. Laclínicas se encontraban en lugaresórdidos de la ciudad, y teníamoque esperar fuera, con el frío o ecalor, rodeadas de gente sucia ycon expresión desesperada. A vece
se producían peleas en la cola y yo
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e rogaba a mi madre que nofuéramos, pero ella necesitaba lamedicina para pasar el día.
»La metadona no funcionó, ella recayó en la heroína. Perdiótanto peso que estaba cas
rreconocible. Dejó de comer, deducharse o de salir de casa, salvopara irse de fiesta con Sandy. Se
negaba a salir de la cama a menoque fuera para ir a por más drogasCon el tiempo, su estilo de vida laalejó de mí. No estaba ahí cuandoa necesitaba. Rompía todas lapromesas que hacía. Llegó un puntoen el que yo estaba tan asustada
que llamé a mis abuelos, a su
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padres. Eso empeoró las cosas. Secabreó tanto que no quiso hablaconmigo. Sus padres la metieron erehabilitación, pero en el centro nodijeron que la abstinencia eextremadamente dolorosa y que
seguramente recaería. Así fue. —¿Cuántas veces ha entrado a
rehabilitación?
—Esta es la tercera vez. —En todo el tiempo que trabajécomo policía, solo vi a un puñadode drogadictos que lograradesintoxicarse. Las drogas sacan lopeor de la gente. A veces es difícrecordar que su acción es una
enfermedad. No define a la persona
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que la sufre. Detrás de la adiccióhay una persona real, un sehumano que merece respeto.
Sacudí la cabeza vigorosamente —No le quites s
responsabilidad. Ella eligió esa vida
Me tenía a mí, pero eligió ladrogas. Es una cobarde. No quieroser nunca débil como ella.
—Necesita tu fe, Stella. —Tú piensas que esta vezdebería creer que va a recuperarse—dije, poniéndome rígida¿Carmina no me estabaescuchando? Era el tercer intentode mi madre. Cuanto más tiempo
estaba enganchada a la droga, má
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e costaba desengancharse. Mehabía rendido con ella. Me dolíademasiado para dejar que memportara. Cuando algo temportaba, tenías algo que perder.
—Para creer hay que tener fe
Para tener fe hay que teneesperanza.
—No quiero tener esperanza.
—¿Porque duele?No pude contener más laágrimas. Me temblaba el labio y lagarganta me escocía. Cuandohablé, mis palabras sonaroespesas y frágiles.
—Duele cuando me decepciona
Duele saber que para ella la
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drogas son más importantes queyo.
—Es más fácil ignorarla, deseaque se vaya. Si no existe, no puedehacerte daño.
—Sí —dije con voz estrangulada
—Oh, Stella. Mi dulce Stella. —Me rodeó con los brazos y memeció mientras yo lloraba.
—Antes de que llamara hoy —dije cuando me calmé un tanto—había pensado en llamarla yo. —Mesorbí los mocos y me limpié la naricon la manga—. Pensaba que mesentiría mejor si le decía que ya noa odio y que estoy lista para segui
adelante. No sé si eso me convierte
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en una estúpida o una ingenua. —Eres valiente, Stella. Eso es lo
que eres. —No quiero que piense que so
débil o que he cedido. Quiere que lalame. No quiero darle lo que ella
quiere. —¿Qué hay de lo que quieres tú
¿Por qué no lo miras así?
Reflexioné. Quería ser valienteQuería curarme. Sobre todo queríaque Carmina estuviera orgullosa demí.
—¿Por qué me acogiste? —pregunté—. No me conocías. No medebías nada.
—Bueno —dijo ella—, la
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respuesta corta es que me lopidieron.
—¿Y la larga? —Supongo que deberías sabe
que me designaron para el serviciode U.S. Marshals cuando tenía
treinta y cuatro años. Estaba apunto de irme a Glynco, a Georgiapara el entrenamiento. Iba a dura
diecisiete semanas y Angie, mi hijaba a quedarse con Thomas Hannah Falconer durante mausencia. Unos días antes demarcharme, descubrí que Angieestaba embarazada. Tenía quinceaños y estaba de dos meses
Bueno, me quedé. Cuidé de ella y
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uego cuidé de Nathaniel. Nuncalegué a marshal, pero no meperdieron de vista al parecerporque me llamaron y me dijeroque necesitaban que acogiera a unchica a la que habían metido e
protección de testigos, que lamantuviera a salvo durante everano.
—Sacrificaste tu éxitoprofesional para cuidar de tfamilia, y luego has renunciado a tretiro para acogerme a mí.
—Haces que parezca una buenamujer, Stella, pero lo comprendtodo demasiado tarde. Unos año
tarde —repitió—. Fue la esperanza
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o que me mantuvo a flote duranteas negras semanas después de queAngie huyera. La esperanza depoder cambiar. La esperanza deque algún día llegara aperdonarme.
Aunque me escocían los ojos, laágrimas volvieron a brotar.
—No quiero esperar. Me
aterroriza que mi madre demuestreque me equivoco. Me hadecepcionado demasiadas vecesAquella noche, la noche que entréen protección de testigos, juré quesería la última.
—Háblame de aquella noche
Cuéntame qué fue lo peor. Sácalo
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todo. Cuéntamelo para que puedasuperarlo.
Quería contárselo. Lo deseabamás que cualquier otra cosa¿Librarme del veneno y seguir comi vida? No pensaba en otra cosa
Pero tenía miedo. El miedo y lavergüenza y la culpa se enroscabaa mi alrededor como una serpiente
dispuesta a morderme. Me aterrabaque Carmina ya no me quisiera, sse enteraba de lo que habíaocurrido aquella noche en realidadsi se enteraba de lo que habíahecho yo.
Me daría la espalda. Y me
entregaría a las autoridades.
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Antes de ir a trabajar, medetuve en el Radioshack. Despué
de buscar un poco, encontré umóvil prepago, barato y sencillo.
El cajero escaneó el código de
barras y lanzó un silbido.
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—Te has buscado una auténticaantigualla.
—Mi presupuesto es reducido. —Eso parece. ¿Algo más? —Sí, ¿cuánto me costaría u
Phone con contrato?
—Serían unos setenta dólares ames.
—¿Sería más barato con u
Android? —Más o menos igual.Calculé lo que podía ahorra
aproximadamente con las propinasQuizá sería mejor posponer el móvcon contrato hasta mi cumpleañoscuando me fuera de Thunder Basi
y me instalara en algún sitio de
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manera permanente. ltimamentno había pensado mucho en cómoba a cambiar mi vida después decumplir los dieciocho, pero agostoestaba a la vuelta de la esquinaHabía cumplido la mitad de m
condena en Thunder Basin. Deberíaestar emocionada, pero lo ciertoera que sentía ciertas dudas. A
cabo de cuatro semanaabandonaría Thunder Basin parasiempre, y no se lo había dicho aChet. Tampoco había hablado demis planes con Carmina. Los queríamucho a ambos y no tenía ganas dedespedirme de ellos, pero s
pensaba racionalmente sabía que
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hunder Basin no era mi destinofinal. Quizá fuera el tipo de lugar eel que Stella Gordon podíaasentarse, pero cambiar el nombreno había eliminado a EstellaGoodwinn de mi interior. ¿Podía
sentirme feliz y completa ehunder Basin? ¿O estaba
destinada a cosas más grandes
mejores? Siempre había tenido lafantasía de huir con Reed empezar una nueva vida juntos, detenerlo cerca para que me cuidaraPero esa opción ya no existía, ytampoco estaba segura de que lahubiera elegido de ser aún posible
El verano me había cambiado.
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Quería encontrar mi propiocamino.
En el trabajo andábamos cortode personal. Inny había llamado
para decir que estaba enferma, Dixie Jo estaba al teléfono tratandofrenéticamente de ponerse econtacto con Deirdre para ver spodía ayudar en la hora punta.
—¿Ha habido suerte? —pregunté, asomando la cabeza po
a puerta de su despacho. —No. —Dixie Jo se frotó la
sienes—. Ya es mala suerte que
pase un sábado por la noche.
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—Haré todo lo posible poatender yo sola a los coches.
—Oh, ya lo sé. No es eso lo qume preocupa. Es Inny —admitió—No consigo contactar con ellaLlamó hace horas para decir que
estaba enferma. Dejó el mensajeen el contestador. No es propio deInny. Si se encontrara mal para
venir a trabajar, me lo diría a lacara. Se ofrecería para buscarmeuna sustituta. No se me quita de lacabeza que me evita a propósito¿Y por qué querría hacerlo?
—Sale de cuentas cualquier díade estos —le recordé. En casa tenía
un regalo para llevárselo a Inny e
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cuanto me enterara de que habíado al hospital—. ¿Cree que sehabrá puesto de parto?
—Lo he pensado y he llamado ahospital. No ha ingresado. Noresponde al móvil. ¿Y si está e
alguna carretera solitaria, en laparte de atrás de su cochetratando de dar a luz ella sola?
—¿Haría una cosa así? —Le preocupa no poder pagar lafactura del hospital. —Volvió afrotarse las sienes—. Hace meseque trabaja turnos extra paraahorrar. Sus padres no la apoyanLe han dicho que no quieren sabe
nada de ella si se queda con e
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bebé. Incluso le han amenazadocon no pagar las facturasLegalmente están obligados apagarlas, por supuesto, pero ahoraes una cuestión de orgullo. Inny noaceptará su ayuda. Si teme no
poder pagar el hospital, creo que ecapaz de dar a luz en un campoCualquier cosa antes que pedirle
dinero a sus padres. Debería habeacudido a mí. Le dije que acudieraa mí.
—No lo hará nunca. —En los domeses que había tratado a Innyamás le había visto pedir ayudaIncluso con los tobillos hinchados
el vientre tan abultado que parecía
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haberse tragado un balón de playase negaba a sentarse para tomarseun descanso al final de la noche ydejar que fuera yo la que rellenarasus saleros y pimenteros. Estabadecidida a hacerlo todo ella sola.
—Muchacha estúpida —exclamóDixie Jo. Apartó su silla de uempujón y empezó a pasearse po
a oficina—. Muchacha terca cabezota. —Le cayó una lágrimapor la mejilla—. Necesito estar solaStella. Necesito pensar adónde iríaInny a tener el bebé.
—Puedo ayudarle a buscarlaAhora o después de mi turno
Simplemente dígame qué quiere
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que haga. —Yo también estabapreocupada por Inny, sobre todoahora que conocía mejor ssituación. Si sus padres noaceptaban el bebé, hacía tiempoque Inny debía de haber descartado
a idea de pedirles ayuda. Por muydesesperada que estuviera, lo haríatodo sola, aunque eso la matara.
—Te lo agradezco —dijo DixieJo, y en su semblante se reflejabauna honda pesadumbre—, perotemo que en cualquier casoleguemos demasiado tarde.
Después del trabajo encontré
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una nota bajo el limpiaparabrisade la camioneta de Carmina. Era dChet, y la noticia que me daba nomejoró mi estado de ánimo.
Dusty no se había presentado eel trabajo. Chet había estado
trabajando en el rancho hasta lapuesta de sol, y no había oído emensaje que le había dejado el jef
de Dusty en el móvil hasta mátarde. Peor aún, Dusty se habíaapoderado del dinero que Cheguardaba en casa paraemergencias. Había desaparecidotodo. Chet estaba buscando a shermano y me llamaría a casa de
Carmina en cuanto supiera algo.
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Yo no quería pensar mal deDusty, pero tenía el presentimientode que estaba impaciente poniciar su negocio con Cooteraunque para eso tuviera queengañar a su hermano. Resultaba
difícil no pensar en el paralelismocon mi madre. Había sido solo unavez, pero me había robado dinero
para drogarse. El dinero estaba emi monedero al irme a la cama. Ellase fue de fiesta con Sandy, y a lamañana siguiente el dinero sehabía esfumado. Quizás habríavuelto a robarme, de no habeaprendido yo a ocultar el dinero.
Me había quedado dormida co
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a ventana abierta, invitando amenor asomo de brisa que pudierahaber a entrar en mi cuarto, y eruido sordo de la Scout me despertóal instante. A oscuras, me puseunos pantalones cortos y bajé
corriendo.Chet se bajó de la camioneta
con movimientos pesados, lo
hombros encorvados y los ojoapagados. Me miraba, pero noparecía verme. Se quedó paradoaturdido, parpadeando como si sehubiera perdido. Enseguidacomprendí que era por Dusty. Algohorrible había ocurrido.
—¿Chet? —Deslicé los pie
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dentro de los zuecos de goma deardín de Carmina y bajé corriendoos escalones del porche. El airenocturno era denso y cálido, pero laexpresión de Chet me produjoescalofríos, y deseé haberme
puesto algo encima de los hombro—. Es Dusty, ¿verdad?
Chet se deslizó hacia el suelo
apoyó la cabeza en el lateral de laScout. Su rostro, que siempre mehabía parecido fuerte y confiadoreflejaba extenuación.
—Se lo ha gastadoabsolutamente todo. Sus ahorropara la universidad. El dinero que
ha ganado este verano, nuestro
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fondo para emergencias. Casi cincomil dólares desaparecidos.
—¿Drogas? —pregunté en vobaja.
Él rio con aspereza y su tonoglacial volvió a provocarme
escalofríos. —Ojalá se lo hubiera pulido e
drogas. Drogas que pudiera vender
Drogas que dieran beneficios. Hausado el dinero para contratar auna comadrona. Su novia estáembarazada. Yo ni siquiera sabíaque tenía novia.
Ahora me tocaba a mparpadear. Me quedé con la mirada
perdida y el nombre me vino si
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querer. —Inny. —Se van a quedar con el bebé
¿Me has oído? ¡Se van a quedar coel bebé! —gritó, enfurecido—. Nome digas que debería alegrarme de
que Dusty acepte sresponsabilidad. Por una vez en lavida, no quiero que sea
responsable. Quiero que seaegoísta. Igual que yo ahora. —¿Has intentado hablar con él? —Me ha dicho que no tenía
suficiente dinero para el hospitaasí que han contratado a unacomadrona. Me ha dicho que se
quedarán con el bebé, y en cuanto
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he asimilado sus palabras, heempezado a gritarle para intentahacerle razonar. Le he dicho que sno da el bebé en adopción, leecharé de casa. Me ha colgado. —Chet respiraba entrecortadamente
sus sombríos ojos lanzabalamaradas—. No quiereescucharme, pero sabe que tengo
razón. Si se queda el bebé, todohabrá terminado. No irá jamás a launiversidad. Se quedará aquenluciendo piscinas hasta que laespalda ya no le aguante más, uego se pondrá a trabajar en eferrocarril en North Platte. No e
eso lo que mis padres querían. —S
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mesó los cabellos—. No estohecho para esto. He fracasado. Lehe fallado a todo el mundo. Por esoDusty quería asociarse con CooteSaggory, para mantener a su noviay al bebé. No me di cuenta. No me
enteré de nada. Todo sedesmorona a mi alrededor.
Yo no sabía qué decir. Le cogí la
cara entre las manos y apoyé lafrente en la suya. Mis manos erafirmes, pero notaba que empezabaa derrumbarme. Lo que Chet nohabía dicho, aunque lo sabía tabien como yo, era que si Dusty nopodía mantener a su bebé como
creía, Chet le ayudaría. Ahora
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estaba cabreado y amenazaba coecharle de casa, pero no lo haríaCuando se calmara, aceptaría queera el tutor legal de Dusty y leayudaría... a costa de sus propiosueños y su futuro.
—Oh, Chet —dije, sintiendo quse me partía el corazón por él.
—Sus padres ya la han echado
de casa —dijo con brusquedad—Inny no tiene adónde ir. Solo laaceptarán de vuelta si da al bebéen adopción.
—No lo hará.Sus ojos, llenos de perplejidad
se encontraron con los míos.
—¿Tiene ella la menor idea de lo
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que significa ser madre? Dusty diceque sabe que no será fácil, pero erealidad no tiene la menor idea deo que le espera. No es que no seafácil. Es que será lo más duro con loque se encuentre en toda su vida
No está preparado. Él cree que spero solo es un crío. Aún no havivido su propia vida, ¿cómo va a
ocuparse de la vida de otrapersona?Lo abracé con más fuerza. No
tenía respuestas a sus preguntaspero lo último que necesitaba Cheen aquel momento era sentirsesolo. Al menos podía escucharle
ofrecerle mi compañía.
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—Le he dicho a Dusty que ellano puede vivir con nosotros —explicó Chet con tono lúgubre—. Mehe reído al oír su sugerencia. Le helamado idiota y unas cuantas cosamás. Le he dicho que no se
presentara en casa con ella o con ebebé porque no les dejaría entrar.
»Qué ironía —prosiguió—. Esta
semana en el trabajo estábamocastrando toros y no suelo sequisquilloso, pero esta vez me heparado un momento y he sentidoun poco de pena por ellos, ¿sabesY entonces ha ocurrido esto coDusty y mi primer pensamiento ha
sido: no, la castración no es mala
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en absoluto. Hay que aplicársela aos seres humanos.
Pretendía hacer una broma, peroyo no tenía ganas de reír.
—Voy a dejar que Inny se vengaa vivir a casa, ¿verdad? No sé si e
o correcto o la peor idea que hetenido en mi vida, pero me aterradar mi brazo a torcer y dejar que
ella y el bebé vivan con nosotros. —¿Qué habría hecho tu madre—Mientras esperaba a que mecontestara, me hice la mismapregunta. ¿Qué habría hecho mmadre si Reed me hubiera dejadoembarazada? Daba igual. Yo me
habría fugado con él. No me habría
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quedado en casa el tiemposuficiente para ver su reacciónporque lo cierto era que a ella lehabría sido indiferente. Era culpa deas drogas. Lo despojaban a uno dea capacidad de preocuparse po
cualquier otra cosa que no fueraconseguir más drogas.
—Si no la acepto en casa, Dust
dejará el instituto para buscarse utrabajo a tiempo completo. Tendráque pagar un alquiler, comidafacturas y todo lo demás. Su vida seacabará ahí.
—Seguramente es cierto.Chet volvió a suspirar, pero esta
vez su cuerpo se relajó y supuse
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que eso quería decir que ya teníasu respuesta.
—Aquí me tienes para ayudarteya lo sabes —dije.
Apoyé la mejilla en su hombroÉl me acarició el pelo
distraídamente y dejó escapar otrotriste suspiro.
—¿Qué he hecho para merece
esto? —A Carmina se las hiciste pasacanutas —dije, con una leve sonrisa—. Hay quien lo llamaría karma.
Él se echó hacia atrás paramirarme a los ojos.
—Me refería a ti. ¿Qué he hecho
para merecerte, Stella? He
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cometido errores. La he jodidomuchas veces. Así que, ¿cómo utío como yo puede acabar contigo—Había auténtico asombro en emodo en que me miraba. Si anteme sentía culpable, no era nada
comparado a cómo me sentíaahora.
Cuando apretó mi cabeza contra
su pecho, respiró hondo. Tenía quecontarle que iba a abandonahunder Basin.
No podía posponerlo más.
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Unos días más tarde, estabaarrodillada entre los rosales de
Carmina, absorta en la tareamecánica de arrancar malas hierbamientras reunía el valor suficiente
para llamar a mi madre y decirle
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primero, que iba a testificar, ysegundo, que ya no la odiaba.
Después de colgarle el teléfonodurante nuestra últimaconversación, me había jurado queno volvería a hablar con ella. Pero
era el veneno el que hablabatratando de seguir enraizado en mlenándome de amarga rabia. Tenía
que llamarla. Esta vez yo pondríaas condiciones. Tenía que exorcizaos fantasmas del pasado y seguiadelante.
Nunca había perdonado a nadie(al menos oficialmente, como en uconfesionario con un sacerdote),
no acertaba a dar con el equilibrio
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entre lo que quería que mi madreoyera y lo que quería que sintiera.
No quería que, cuando nuestraconversación acabara, mi madrecreyera que no tenía la culpa denada, que su comportamiento podía
excusarse. Supongo que quería quesupiera que no iba a permitir quevolviera a hacerme daño... pero s
ella quería fustigarse a sí mismapor las malas decisiones que habíatomado, pues adelante.
Carmina no lo aprobaría, perotenía que empezar por algún ladoQuizá más adelante decidiríaperdonar del todo a mi madre
Seguía sin creer en Dios, pero me
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parecía lógico que, si realmenteexistía un gobernante supremo deuniverso, no podía esperar queunas emociones contenidas durantetanto tiempo se olvidaran en unstante. Decidí que el perdó
levaba su tiempo. Era un procesoMejor empezar despacio que noempezar en absoluto.
Oí la Scout acercándose por lacarretera. Me eché hacia atrás y mequité los guantes, justo cuandoChet giraba para enfilar el senderode entrada.
—¿Estás ocupada? —mepreguntó, dejando que el brazo
colgara fuera de la ventanilla
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Llevaba el sombrero vaquero caladosobre los ojos, que lanzabachispas maliciosas.
—Estás de buen humor. —Si aceptas venir conmigo, ser
aún mejor.
—¿Qué tienes pensado? —¿Has ido alguna vez a u
rodeo?
—¿Con vaqueros y payasos?Una sonrisa bailaba en suabios.
—Sí. Y con vaqueros montandtoros y lanzando el lazo, carreras decarromatos y niños montandoovejas.
—No —dije con cautela. Nada de
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o que había dicho Chet parecíahecho para mí, aunque en realidadno había entendido ni la mitad.
—Sube. —Señaló con la cabezael asiento del copiloto—. Estás apunto de recibir una lecció
cultural. —Mira, creo que no sabes lo qu
significa la palabra cultura. ¿Dónde
está Dusty? —pregunté para ganatiempo. —En casa con su novia y e
bebé. Vamos. El tiempo es oro.Inny se había trasladado a vivi
con Dusty y Chet durante el fin desemana. Yo había ido a visitarla y a
darle mi regalo para el bebé (una
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niña a la que habían llamadoBeatrix), pero Inny estaba dormidaMe moría de ganas de hablar coella y ponerla al día sobre loúltimos chismes del Sundown.
—No sé —dije, eludiendo aún la
respuesta. No era que no quisierasalir con Chet, pero... ¿un rodeo¿No criticaban los rodeos lo
activistas de los derechos animalesAdemás, imaginaba un suciocamión de comida donde vendíatestículos de toro fritos al lado dechurros y buñuelos.
—No te lo pienses tanto —dijoél, sonriendo al ver mi expresión
que debía de parecer realmente
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turbada. —Nada de testículos de toros —
respondí al fin—. Es mi últimaoferta.
—Trato hecho. —Y si llueve, buscaremos
refugio. —Negros nubarroneensombrecían el horizonte, aunqueel sol de la tarde brillaba co
fuerza. En el pronóstico del tiempono habían dicho nada de lluviapero nunca se sabía.
—Nada de concurso decamisetas mojadas hoy, deacuerdo.
—Carmina se ha ido a comprar
Deja que me cambie de ropa y le
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escriba una nota.Una vez en mi cuarto, me puse
el vestido amarillo, dejé una notapara Carmina en la cocina, y agarréun par de Coca-Colas heladas de lanevera.
—¿Voy bien vestida para unrodeo? —pregunté a Chet, girandopara que me viera bien. Había
conjuntado el vestido veraniego coas botas que me había regaladoCarmina.
—Pareces una nativa.Le arrojé una de las Coca-Cola
y me subí a la camioneta. —Primero tengo que dejar uno
equipos de rodeo, pero no
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tardaremos mucho —dijo Chetponiendo la marcha atrás—. MiltoSwope me remitió a un vecino quetiene un par de vaqueros que van acompetir esta noche, montandopotros salvajes a pelo y con silla
engo que llevarles el equipo.Treinta minutos más tarde
legamos a la parte posterior de
estadio del rodeo. Camionetas remolques para caballos atestabael camino polvoriento y lleno desurcos que rodeaba el estadioEstábamos en el lado opuesto a lagradas, y desde allí veía queempezaban a llenarse, aunque aú
faltaba media hora para que
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empezara el rodeo. Cuandopasamos por delante de las rampade carga, Chet señaló a una seriede vaqueros que estiraban lapiernas.
—Esos que están calentando so
os que montan potros salvajes apelo. Tienen que atarse laespuelas, hacer sentadillas para
estirar la entrepierna, y posupuesto mascar tabaco, trasegacerveza e insultar a los rivales.
—¿Qué aplastan con loguantes?
—Colofonia. Frotan con ellarápidamente la cuerda con la que
van a montar para que quede
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pegajosa. —Parecen nerviosos. —En parte sí, claro, pero sobre
todo están concentradosImaginando el peor y el mejor deos casos. Soñando con el premio
Están en juego cien mil dólares estanoche.
—Caramba. —Era mucho más de
o que habría imaginado para uevento de pueblo. A continuación pasamos po
delante del chiquero. La cerca eraalta, pero vislumbré una piel negrasobre unos poderosos cuartotraseros y unos afilados cuernos.
—¿Cómo funciona lo de monta
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toros? —pregunté—. Me dijiste queel novio de Sydney monta toros¿Está aquí?
—A lo mejor. Si hay un deportedel rodeo que yo no probaría, es ede montar toros. Demasiado
arriesgado. Cuando era pequeño, va un jinete al que el toro le habíaensartado el muslo, cerca de la
entrepierna. Con eso se mequitaron las ganas enseguida. Peroes emocionante ver cómo lo hacenUn jinete puede obtener de cero acien puntos. Cualquier puntuaciópor encima de setenta y cinco empresionante. El jinete tiene que
permanecer sobre el toro durante
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ocho segundos para obtener algúpunto; si se cae, los puntos sopara el toro. Si el jinete toca etoro, la cuerda o a sí mismo con lamano libre, la mano que siempre see ve en el aire, queda
descalificado. —Siempre había creído que la
mantienen en alto para guardar e
equilibrio. —A los jinetes los juzgan por eestilo y el control, por cómosincronizan sus movimientos con lodel toro, y por cómo se comporta etoro. Si el animal es más agresivode lo normal y se lo hace pasar ma
al jinete, se le dan puntos extra. A
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cabo de ocho segundos, suena unabocina y el jinete puede saltar asuelo.
Había visto películas devaqueros con zahones y camperascontorsionándose y agitándose
como una muñeca de trapo sobreun toro que corcoveaba. Estaba deacuerdo con Chet: no era algo que
quisiera probar.Chet aparcó a cierta distancia deos cajones de salida, y descargó upar de cajas de la parte posteriode la Scout.
—¿Te ayudo? —me ofrecí. —No. Estoy en un momento.
Cuando desapareció, apoyé la
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botas en el salpicadero y observé aos jinetes que se estiraban por eespejo retrovisor. Lamenté nohaberme puesto el sombrerovaquero que me había regaladoChet. Podría haberme hecho una
selfie campestre con el chiquerousto detrás de mí.
Pero como ya no usaba las rede
sociales (el gobierno había cerradomis cuentas), tampoco tenía ningúsitio donde colgar la foto. Y luegoestaba el problema de no tenecámara en el móvil.
Saqué el móvil de prepago debolso y le di vueltas entre la
manos. Aún no sabía qué iba a
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decirle exactamente a mi madre. Yaun cuando tuviera las palabraensayadas, temía olvidarlas ponerme a gritar o, peor aún, alorar.
Llevaba días buscando la
palabras adecuadas, peroempezaba a aceptar que aquellaconversación no era de las que se
ensayaban. Jamás daría con lafrases perfectas. Quizá debíacambiar de enfoque, lanzarmesimplemente y tener fe en que lapalabras brotarían cuando lanecesitara.
Podía llamarla ahora, mientra
esperaba a Chet.
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Con la ayuda de una hondanspiración, marqué el número de laclínica de desintoxicación. Antes deque pudiera reprimir la agitacióque notaba en el estómago, mecontestó la recepcionista.
—Con Savannah Gordon, pofavor —pedí. Carmina me habíadicho que el Departamento de
Justicia le había dado a mi madre emismo apellido que a mí: Gordon. —Un momento. —Después de
una pausa, su voz volvió a la línea—. Lo siento, Savannah Gordon yano está con nosotros.
—¿Cómo?
—Ha solicitado el alta esta
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mañana. —No puede ser. Debe de habe
un error. Vuelva a comprobarlo. —Está aquí, en su historial. Ha
abandonado el programavoluntariamente.
—¿Adónde ha ido? —A los pacientes no se les pide
esa información. ¿Señorita? Tengo
otra llamada. ¿Le importaríaesperar un momento. —Sí, me importaría —le espeté
—. Necesito saber adónde se ha idoSavannah. —Sabía que no meserviría de nada alterarme, peroestaba demasiado sorprendida para
ser cortés. ¿Mi madre había dejado
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solo la rehabilitación, o también eprograma de protección detestigos? Sabía que el programa ervoluntario, y que podía abandonarlocuando quisiera, pero no sería taestúpida como para volver a asumi
su verdadera identidad.¿Sabía la fiscalía lo que había
hecho?
—No es nuestra política hacer useguimiento de los pacientes unavez que abandonan el programa —dijo la recepcionista con tonoenvarado.
—Ya, gracias por su ayuda —dije, y colgué.
Me quedé mirando al vacío
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perpleja. ¿Por qué mi madre habíaabandonado la rehabilitación?
Porque necesitaba drogas. Esaera la razón por la que siempre seba. Y si había vuelto a las drogastambién había vuelto a Philly.
No podía creer que hiciera algotan peligroso. ¿No se había paradoa pensar en los riesgos? Si lo
hombres de Danny la encontrabana matarían. Daba igual que noquisiera cooperar con laautoridades; Danny no lo sabía. Ydesde luego no la amaba. ¿Valía lapena perder la vida por colocarse¿Había dedicado un solo momento
a pensar en cómo podía afectarme
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querría irse de marcha con ella.Me habían advertido que no
debía ponerme en contacto coninguna persona de mi vidaanterior, pero no pensabaquedarme sentada y dejar que m
madre se hiciera matar. Y tampocoba a dejar que me pusiera epeligro a mí.
Deliberadamente puse freno amis pensamientos. Tenía queactuar con inteligencia. La banda deDanny Balando vigilaba quizás aSandy, esperando que tarde otemprano mi madre aparecería. Ealguacil Price me había dicho que
una de las estrategias de Danny (
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del cártel, si este le apoyabaconsistiría en vigilar a nuestrafamilia y los amigos más íntimosesperando pacientemente a queuno de nosotros diera un mal pasoy se pusiera en contacto con ellos
enía que ser muy muy cuidadosaNo podía despertar la más mínimasospecha.
En una ocasión Reed me habíadicho que el mejor modo de evitaque rastrearan tu llamada era usaun teléfono de prepago desechableporque solo podía rastrearse sestaba encendido. Sabía que llamaa Sandy no carecía de riesgos, pero
podía reducir drásticamente la
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posibilidades de que me pillaran sapagaba el móvil y lo tiraba a labasura inmediatamente después deusarlo. Para encontrarme, loesbirros de Danny Balando tendríaque estar escuchando las llamada
de Sandy, tendrían que reconocemi voz, y tendrían que averiguadesde qué teléfono llamaba
Seguiría existiendo un riesgo, perosería mínimo.Hecha un manojo de nervios
lamé a Sandy. Su número estabafresco en mi memoria. En Philly, lasnoches que mi madre no volvía acasa, sabía que debía llamar a
Sandy. Siempre iban juntas. Si no
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habían perdido el conocimiento, poo general una u otra era capaz dendicarme una dirección. Luego metocaba a mí ir en busca de mmadre y llevarla de vuelta a casaCerré los ojos y noté que me
brotaban las lágrimas. Lorecuerdos eran dolorosos.
—¿Sí? —respondió Sandy co
tono malhumorado, pero sobria. —¿Podría hablar con SandyBroucek, por favor? —Adopté unavoz ligeramente más grave, aunqueno temía que me reconociera. Solohabíamos hablado unas cuantaveces y Sandy no frecuentaba
nuestra casa. Me había dado cuenta
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desde el primer momento que yono le interesaba en absoluto.
—¿Quién es? —quiso saber. —Soy Mary Dutton. Tengo a m
cargo varias cuentas a nombre deSavannah Goodwinn y no consigo
contactar con ella. La tiene a ustedanotada como contacto principa¿Estaría usted dispuesta a
proporcionar su información decontacto actualizada? —¿Usted qué es, cobradora de
deudas? Yo no sabía si los auténtico
cobradores de morosos tenían queanunciarse como tales. En cualquie
caso, no tenía por qué regirme po
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sus normas. —Trabajo con Keystone
Financial Services. Se han producidomportantes actualizaciones en lacuentas de Savannah que afectaráa futuras transacciones. Es urgente
que se lo notifique. —¿Y por qué Savannah iba a da
mi número? —exigió saber Sand
con tono aún más irritado. —Parte de mi trabajo consisteen encontrarla, y hasta quedisponga de su número de teléfonoy de su dirección actuales, tengoque seguir llamando a este número
Estas últimas palabra
parecieron darle que pensar. No
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hizo una pausa demasiado largaantes de contestar.
—Vale, está bien. Puedo darle snuevo número. Ha tenido suerteHacía meses que no sabía nada deSavvy, pero me ha llamado esta
mañana. Un momento, aquí está¿Lista?
—Lista. —Intenté sonar tranquila
y no delatar mi impaciencia. —Prefijo dos uno cinco... Anoté el número, lo repetí
uego di por terminada la llamada.La siguiente era más difícil de
hacer. Cuando mi madrecontestara, necesitaría de toda m
fuerza de voluntad para no gritarle
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Estaba furiosa y disgustada, pero squería que cooperara, tendría quemostrarme tranquila. Si mantenía lasangre fría, quizás ella me imitaraQuizá podría razonar con ella persuadirla de que volviera a
rehabilitación.El teléfono sonó y sonó. Cada
nstante que pasaba, notaba que m
ra se desvanecía, sustituida por lapreocupación. ¿Y si le habíaocurrido algo?
Me bajé de la Scout y paseé deun lado a otro delante de lacamioneta. Me cayeron unacuantas gotas de lluvia en lo
brazos, pero por el aspecto de
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cielo, parecía que al final nolovería. Chet estaba tardandomucho. Oía a los locutores derodeo a lo lejos, presentando a loparticipantes en el concurso dearrojar el lazo.
Me senté en el parachoques ehice un esfuerzo por dominar lonervios. No iba a dejarme llevar po
el pánico hasta que tuviera umotivo real. Quizá mi madre estabademasiado colocada para contestaal teléfono. No podía dejarle umensaje, era demasiadoarriesgado. Tendría que volver alamarla...
Me odié a mí misma al notar que
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estaba al borde de las lágrimas. Noloraría por ella. No se lo merecía.
—Al habla Thomas Dickerson. —La voz masculina del otro lado de laínea me sobresaltó.
—Eh, sí, ¿está Savannah? —
pregunté, adoptando la misma vograve de antes.
—¿Quién?
Repetí el nombre de mi madre. —Lo siento, se ha equivocado denúmero.
Comprobé el número. Lo habíamarcado correctamente.
—No conozco a ningunSavannah —añadió él.
No me lo podía creer. Sandy me
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había dado un número falsoDebería haberlo imaginado.
Colgué e inmediatamenteapagué el móvil. Luego lo arrojé aun barril que hacía de papelera.
Volví a subir a la Scout
sintiéndome engañada. Me vino a lacabeza toda una sarta de insultopara Sandy. Tendría que pensar en
otro modo de ponerme en contactocon mi madre. Temía que se meestuviera acabando el tiempo. Nopodría eludir a los hombres deDanny mucho tiempo, sobre todo sestaba colocada, lo que afectaría aa poca capacidad de razonamiento
que le quedara.
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Tenía que contárselo a CarminaDesde luego no podía ocuparme deasunto yo sola. Cuando Chevolviera, le explicaría que me habíasurgido una emergencia y quenecesitaba volver a casa. Carmina
lamaría a Price y ellos enviarían aun equipo en busca de mi madre.
Eso fue lo último que pensé
antes de que alguien abriera laportezuela desde fuera. Yo tenía ehombro apoyado en ella y estuve apunto de caer. Conseguí evitarlopero me encontré cara a cara corigger McClure.
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—¿Qué hay, señorita? —dijo convoz meliflua en la superficie, pero
glacial y sombría en el fondo. Ueve rubor teñía sus mejillas y teníaos ojos ligeramente velados
Llevaba una botella de cerveza
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puntapié en la pierna y le hiceperder el equilibrio.
Un destello de ira asomó a suojos, pero lo dominónmediatamente. Su boca se curvóen una lenta sonrisa.
—Al fin he descubierto de qué terecordaba, por qué me sonabatanto. Las fotos del campamento d
béisbol. Eres la novia. Teníamontones de fotos tuyas. Estádistinta ahora, por eso no tereconocí enseguida.
—¿Qué? —El campamento de béisbo
Hace dos veranos. Era compañero
de litera de tu novio, Reed Winslow
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Sentí que me quedaba sirespiración, igual que si mehubieran dado un puñetazo en eestómago. Miré a Triggeboquiabierta. Noté que enrojecíapor la conmoción y la sorpresa
¿Conocía a Reed? ¿Trigger era ecompañero de cuarto «gilipollasdel que se quejaba Reed? ¿Por eso
me sonaba Trigger la primera vezque lo vi? ¿Porque Reed me habíaenseñando fotos del campamentode béisbol?
Sí.Trigger lo había adivinado antes
que yo.
Recobré la compostura y le lancé
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a mirada más ridícula extravagante de que fui capaz.
—No sé de qué me hablas. —Reed no estaba mal. Como
ugador de béisbol o comocompañero de cuarto. —Se encogió
de hombros—. Pensaba manteneel contacto. Pero no lo hice. ¿Quétal anda el bueno de Reed
¿Vosotros dos todavía...? No, nopuede ser. Últimamente te lomontas con Chet Falconer. —Antesde que pudiera decirle lo queopinaba de sus estúpidas y groseraespeculaciones, añadió como si tacosa—: Los Phillies era el equipo
favorito de Reed, porque él era de
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Filadelfia. Tenía acento, como esosacentos de Nueva York que se oyenen la tele, pero un poco distinto. Ttienes el mismo acento. Estápálida, Stella. ¿Puedo ofrecerte algode beber? —preguntó, fingiendo
preocupación al tiempo que metocaba el hombro como si quisierasostenerme.
Le aparté de un manotazo. —¿Qué hace una chica deFiladelfia en Thunder Basin? ¿Formaparte de tu gran secreto?
Levanté la barbilla. —Estoy en el sistema, idiota. M
envían con padres de acogida. S
soy de Philly, ¿y qué?
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—¿Padres de acogida? —Meneóa cabeza para mostrarse edesacuerdo—. No es así como lorecuerdo yo. Recuerdoperfectamente a Reed diciendo quetu familia tenía dinero. Tu madre
era una de sus mejores clientasenía un vicio muy feo. Sí, estoy
enterado. ¿Seguro que no quiere
beber nada? Da la impresión de quete sentaría bien. ¿No? Supongo quees lógico. Tienes miedo de volvertegual que tu madre, ¿no? Unaborracha y una adicta. Dicen que laadicción se puede heredar; egenética. Pero no nos salgamos po
a tangente. Tú has tenido tanto
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padres de acogida como yo. Amenos, claro está, que tu madresufriera una sobredosis y estirara lapata. Pero entonces tú ahoraestarías viviendo con algún familiarCon esa rica y extensa familia tuya
Así que, ¿qué haces aqurealmente? —me preguntó—. ¿Quéhace una chica rica privilegiada e
mi pequeño rincón del mundo? —¿Qué has dicho de mi madre—Me temblaba la voz, no sabía spor el miedo o la ira.
—Oh. —Puso los ojos en blanc—. ¿No lo sabías? Vaya, ahora mesiento un mierda. No me
correspondía a mí decirte que Reed
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e suministraba OxyContin a tmadre. Era su especialidad. Teníamontado todo un negocio en ecampamento. Se lo vendía a lodemás jugadores. Alardeaba dehaber ganado lo suficiente en e
campamento para recuperar lo quehabía pagado por la matrículaAlardeaba de que estaba ahorrand
para comprarse una casa propiaIba a dejar la casa de sus padrepara vivir con su chica. —Sus ojome lanzaron una mirada penetrante—. Tú.
Mentiras. Trigger no decía másque mentiras. Yo conocía a Reed
Había estado enamorada de é
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durante dos años. En ese tiempono había otra persona en el mundocon quien tuviera una relación mántima. Me habría enterado si éhubiera sido un camello. Le habíaconfesado lo de la adicción de m
madre, y él se había mostrado máque comprensivo. Me habíaapoyado. Me había amado
Imposible que fuera un camelloHabría notado algún indicio.Todas aquellas noches que
volvía y me lo encontraba en casame estaba esperando. Me negué aconsiderar siquiera la posibilidad deque en realidad estuviera allí por m
madre. La noche que Dann
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Balando le había golpeado con unalave de cruz, Reed estaba en mcasa esperándome a mí. No estabaallí para vender OxyContin a mmadre.
Pero era su droga favorita. Junto
con la heroína que le suministrabaDanny.
Un camello para el OxyContin
otro para la heroína.No.Oh, Dios, por favor, no.Sabía que la madre de Reed
tomaba OxyContin para el dolor dea fibromialgia, pero ahora parecíaque, o bien él vendía parte de lo
que le recetaban a su madre, o a
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menos había descubierto lo que eracapaz de hacer la droga viendo a smadre. ¿Cómo podía Reed hacermedaño de esa manera? Los ojos seme llenaron de lágrimas, pero menegué a pestañear por temor a que
se desbordaran.Trigger se inclinó hacia mí
apestando a alcohol y hablando e
susurros. —No te preocupes, cariño. Tusecreto está a salvo conmigo. Dehecho, creo que voy a dejar dehurgar en tu pasado. Tus secretosno despiertan lo más mínimo mnterés. Porque... tú no me ha
dado ningún motivo para hacerte
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una sensación creciente de traicióy humillación. Habían actuado a miespaldas. Reed no era mi aliadoEra el camello de mi madre. ¿Mehabía usado para acercarse a ella¿O le había gustado yo primero, y la
adicción de mi madre había sidouna ventaja adicional, unaoportunidad para lucrarse.
Sonaron truenos y di un bote eel asiento. El mundo se habíavuelto sombrío de repente. Unaráfaga de viento helado entró poas ventanillas abiertas, pero yosentía una ardiente sensación demareo en el estómago. Quería
apartar a Trigger de un empujón y
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echar a correr. Quería correr ycorrer, pero no se podía escapar dea verdad.
Trigger profirió una exclamaciónde sorpresa que llamó mi atención.
Se tambaleó hacia un lado
tratando de mantener el equilibrioChet estaba detrás de él. El vientoazotaba con fuerza sus oscuro
cabellos. Su mirada era dura y fríaLos relámpagos dibujaban econtorno de su cara.
—Vuelve a tocarme y te rompoa mano —gruñó Triggerrguiéndose. Ambos tenían lamisma estatura, pero la severidad
de Chet le daba un aspecto mucho
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más amenazador. —Te dije que te mantuvieras
alejado de ella. —Este es un país libre, puedo
hablar con quien quiera —dijorigger, arrastrando las palabras.
—Cierto —convino Chet y apretócon fuerza la mandíbula—. Pero hayuna diferencia entre hablar
acosar, y me estoy hartando detener que repetírtelo. Teníamos unacuerdo, tú y yo. Stella y tú notendréis ningún trato. No teacercarás más a ella. No la mirarásNi siquiera pensarás en su nombreCuando ella esté en una habitación
tú te esfumarás. En lo que a ella se
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refiere, tú no existes. —No me gustan las amenazas —
dijo Trigger con desprecio.De pronto, Chet dio un puñetazo
a Trigger en la mandíbula. Otrviolento puñetazo en las costillas
rigger aulló de dolor. Trigger lanzóel puño contra Chet, que esquivó egolpe haciéndose a un lado y luego
agarró a Trigger por el brazo y legolpeó en la articulación del codoChet dio por terminado el ataquecon un golpe en la nariz, quederribó a Trigger.
—¿Qué coño te pasa? —gimoteórigger, tratando de ponerse en
pie.
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—Quédate en el suelo —bramóChet—. Si te levantas, te golpearéotra vez.
—Te voy a denunciar —gruñórigger, pero se quedó en cuclillas. —Hazlo. Cuéntale a la policía
que te han pateado el culo. Meencantaría verlo escrito en enforme. Claro que será mejor que
esperes a mañana antes dedenunciarme, cuando estés sobrioporque la poli es un pocoquisquillosa con los menores quebeben. Pero entonces surgirán mápreguntas, como por ejemplo poqué has esperado hasta mañana
Por no mencionar la mala prensa
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Apuesto a que a los ojeadores deas ligas profesionales les encantarun tipo con mal genio, un tipo aque no se puede controlar y con lopuños sueltos.
—¿Más amenazas? —dijo
rigger, escupiendo las palabrascon el rostro tan sombrío como lanubes.
—Solo te ayudo a ver tuopciones. Estas cosas siempre seresuelven de dos modos posibles, opor las buenas, o por las malas. Teliges.
—¿Crees que hay la más mínimaposibilidad de que elija lo más fáci
de que me deje intimidar por ti?
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Chet rio por lo bajo y se frotó lorojos nudillos en los tejanos, comopreparándolos para un segundoasalto.
—Espero que prefieras hacerlopor las malas. No he hecho má
que empezar. —Debes de tener ganas de
morir. Eres un loco hijo de p...
—Loco no, furioso. Tengo másra reprimida de la que puedemaginar. Golpearte me sirve paradesahogarme. Así que, ponme aprueba, Trigger. Levántate y dameo que quiero.
La expresión de Trigger cambió
como si hubiera comprendido que
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Chet no iba de farol. RetrocedióLevantó una mano para indicar aChet que guardara las distanciasCon la otra mano se tocaba lamandíbula, que estaba adquiriendoun tono morado.
—Tu novia no es quien túpiensas —dijo Trigger,señalándome con un dedo acusado
—. La historia de la acogida es untapadera. Tiene madre, una madreyonqui, en Filadelfia. Y ese no es súnico secreto. Estoy buscandoEncontraré más. Hay algo en ellaque da mala espina.
—Cuando acabe contigo, la
gente dirá lo mismo de ti —dijo
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Chet, avanzando hacia él. —¿Estás sordo o qué? —aulló
rigger, alejándose a trompicones—. Te estoy diciendo que tu noviate ha mentido. Nos ha mentido atodos.
—Así que tiene sus secretos. ¿Yqué coño te importa a ti? —saltóChet, defendiéndome, pero se le
notaba dolido por el tono de voz. Ledolía saber que Trigger tenía razónYo le había mentido y, aunqueaparentemente no iba areprochármelo, tampoco lo iba aolvidar. Sus ojos lanzaban chispas—. ¿Por qué Stella te importa
tanto? ¿Por qué no la dejas en paz?
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—De acuerdo, tío, cálmate. Mmantendré alejado de ella.
—Vas a hacer todo lo posiblepara que olvide que existes.
—Sí, sí, eso también. Lo ququieras, tío.
—No tendrá que volver a verte. —Si me ve, no será por mi culpa
—Trigger retrocedió
cautelosamente sin hacemovimientos bruscos—. Ahora mevoy. Pero tú aléjate de mí, ¿meoyes?
En cuanto estuvo a ciertadistancia de Chet, Trigger diomedia vuelta y se alejó cojeando a
toda prisa. Chet y yo no
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resguardamos del vendavaencerrándonos en la Scout. Pero eviento soplaba con fuerzadescomunal. Incluso después desubir las ventanillas, seguíasacudiendo la camioneta.
Chet agitó el puño y flexionó lodedos.
—Hacía tiempo que no golpeaba
a nadie. Había olvidado cuántoduele. —¿Por qué le has golpeado? Ha
sido tan... —No encontraba lapalabras. Había sido tan... impropiode Chet.
—Te agredió en el Sundown
¿verdad? Él fue el agresor —dijo
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Chet en voz baja.Tragué saliva.
—Chet... —No me lo contaste. Lo sabías
pero me lo ocultaste. —Temía que fueras a por él
enía miedo de que te metieras enproblemas. No quería que Triggefuera la causa de una mancha en t
historial. O algo peor. —¿Ah, sí? —Su mirada se volviómás penetrante—. Bueno, pues amí me da miedo que tú te metas eproblemas. Cuando pienso en quete hizo daño, no lo puedo soportarNadie, ni Trigger ni ninguna otra
persona, puede hacerte daño de
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esa forma. Estabas destrozadaStella —dijo, alzando la voz—¿Cómo no me iba a afectar? Cuandoquieres a una persona, cuidas deella. Peleas por ella.
Fruncí el entrecejo.
—No necesito que pelees por mNo soy una niñita enclenque. Sécuidar de mí misma.
Chet ladeó la cabeza paraexaminarme. —Estás enfadada porque le h
golpeado. —No. —Y una mierda que no. —Llévame a casa —pedí con e
rostro vuelto hacia la ventanilla, si
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mirarlo. —¿Ahora me vas a negar la
palabra? —Te he dicho que me lleves a
casa —dije entre dientes. —Dime que estás cabreada. Eso
puedo soportarlo. ¿Pero que no mehables? Llevo un año viviendo solocon mi hermano, Stella. No juego a
rollo pasivo-agresivo. Dime lo quepiensas. No me castigues con esilencio. No me trates como si fuerauna de tus amigas.
—Eres un cabrócondescendiente.
—Dime qué es lo que te molesta
—insistió él, alzando aún más la
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voz.Las lágrimas fluyeron a mis ojos
Quería decirle que me habíaofendido al considerarme débiHacía años que cuidaba de mmisma. Chet no tenía la menor idea
de lo que había tenido que soportani de lo fuerte que era. Pero sobretodo me asustaba pensar que se
estaba enamorando de mí. No iba apermitir que luchara por mí, parauego abandonarle. No era justoEra una cobardía y yo estaba hartade ser una cobarde. Sería más fácabandonarle si no tenía queenfrentarme con el hecho de que
me amaba.
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—Te cabrea que haya peleadopor ti —insistió Chet—. No te gustaa agresividad masculina. Ni laviolencia. ¿Alguien te hizo daño¿Alguien de tu pasado? ¿Es eso?
Me volví hacia él, furiosa.
—Cállate, Chet. Cállate. Al ver mi expresión, Chet se
nterrumpió bruscamente.
—¿Qué pasa? Joder, dímelo. Nopelearé más, si eso es lo quequieres. Solo necesitocomprenderte.
Me mesé los cabellos, tratandode contener los latidos desbocadode mi corazón. Quería decirle la
verdad. Estaba ahí, esperando
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gual que mis lágrimas. Podíacontársela. Sería tan agradablehablarle con sinceridad, tener aalguien con quien compartir mcarga, abrir las compuertas ibrarme al fin de los secretos que
me envenenaban.Pero decirle la verdad no me
proporcionaría más que un alivio
momentáneo; no resolvería miproblemas, de hecho, los agravaríaE involucraría a Chet en unapeligrosa trama con la que no teníanada que ver. Así que, reprimí edolor y me tragué con esfuerzo lapalabras que pugnaba
desesperadamente por brotar.
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Envarado en su asiento, Chet fuel primero en hablar con tononexpresivo.
—Vale. Te llevaré a casa.Encontré a Carmina en la parte
de atrás, echando el pestillo a lo
postigos para proteger de latormenta las ventanas de la casaazotada por hojas y planta
rodadoras que llevaba el viento. —Mal presagio en el aire —gritópor encima del hombro, cuandocorrí a ayudarla—. La tormenta va aser de las fuertes. —Vio entoncemi expresión—. ¿Qué pasa, Stella?
Aunque habría deseado no tene
que decírselo, no veía otra opción
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Entre elegir lo que quería y lo queera más inteligente, solo podíahaber una respuesta. De modo quee conté que Trigger habíadescubierto que procedía deFiladelfia. Luego le dije que m
madre había abandonado larehabilitación. Ella no preguntócómo había conseguido Trigge
desentrañar mi pasado, ni cómohabía averiguado yo el número dea clínica; inmediatamente entró ecasa y llamó al alguacil Price.
El descubrimiento de Trigger erauna amenaza para mi seguridadDe momento era pequeña, pero é
seguiría indagando. Al final quizá
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encontrara algo que supondría upeligro mayor. Ya no estaba seguraen Thunder Basin.
Tenía que marcharme.
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Esa noche escuchaba el clamode la tormenta. Las ráfagas de aire
golpeaban el cristal de la ventana el granizo bombardeaba el tejadoDesde la ventana de mi cuarto
observaba los granos helados que
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cubrían el césped de blanco convertían la carretera en hielo. Laoscuridad era completa y solo la lude los relámpagos permitía ver epaisaje. Reses y caballos habíadesaparecido de los pastos, y la
cebadilla se agitaba como las olaen un mar embravecido.
La furia de la tempestad
reflejaba el sentir de mi propiocorazón. Pensaba en mis secretosatrapados en él, aleteandofrenéticamente como pájarotratando de escapar. Los notabancluso ahora como pesoabrumador, y me preguntaba qué
habría sido de la dura y despiadada
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Estella. Meses atrás había tomadoa decisión de mentir a laautoridades. A los detectives lehabía contado la historia que yoquería que creyeran. Aunque eaquel momento no comprendía
plenamente lo que estabahaciendo, confiaba en mi fortaleza yme había prometido a mí misma
que me llevaría mis secretos a latumba.No sabía que acabaría
matándome.El violento estrépito de la
tormenta me lastimaba los oídoshasta que acabé poniéndome lo
auriculares. Pero aquella noche, la
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trepidante música heavy de lacintas de Nathaniel no consiguiódistraerme.
A la mañana siguiente, el cielo
tenía un luminoso color zafiro. Eardín estaba cubierto de basura ramas, y la carretera estabasalpicada de charcos de barro, peroeran los únicos vestigios de latormenta de la noche anterior. Lospájaros lanzaban alegres trinos y e
rocío que cubría la hierba reflejabaa luz del sol. El aire estabatranquilo y me envolvía los hombro
como un cálido y grueso chal.
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En la cocina encontré una notade Carmina. Decía que había ido apor leche, pero no me engañabaEstaba comprando comida para mviaje. Imaginé que crujientepanecillos de masa fermentada
rosbif, queso y patatas fritasacabarían en una bolsa de papemarrón con mi nombre en ella. E
opinión de Carmina, no valía lapena hacer nada si no era cocomida, sobre todo carne, patatas pan.
El alguacil Price tenía previstolegar al día siguiente por la nochepara llevarme a mi nuevo domicilio
Esta vez había resuelto no
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molestarme con él. No hacía máque su trabajo. El mío era dejar qume mantuviera a salvo. Fin de lahistoria. Nada de malas caras, nada de desear quedarme dondeera imposible que me quedara
Para demostrarlo, me recordé a mmisma que, de todas formasapenas quedaban un par semana
para abandonar Thunder Basin¿Qué más daba adelantar el viajeNo había que darle más vueltas.
Respiré hondo. No quería pensaen el mañana. Me quedaban castreinta y seis horas en ThundeBasin y quería aprovecharlas a
máximo. Sé valiente, cabeza alta
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Esa era mi estrategia. Pero en efondo, tenía miedo de muchacosas. De abandonar aquel lugaque había llegado a querer. Deromperle el corazón a Chet. Desepararme de Carmina. De
enfrentarme con el mundo sin ellodos. No quería ni sabía cómo deciadiós.
Tal vez fuera mejor así. Cuandoel marshal Price viniera a por mí, nohabría tiempo para una despedidaarga y sensiblera. Tendríamos queactuar con rapidez y pulcritudEstaría en el coche a kilómetros dedistancia de Thunder Basin ante
de que empezara a sentir que se
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me partía el corazón. Tendría queenfrentarme a ese dolor yo solacomo siempre.
Salí de la casa y acaricié lapetunias de Carmina, plantadas ebarriles de whisky. Me empapé de
su aroma, grabándolo en lamemoria. Paseé con los piedescalzos sobre la cálida hierba
Noté el calor del sol en la cara escuché los dulces y amistosotrinos de los sabaneros.
Subía descalza por el sendero deentrada, repasando el correo de lamañana, cuando oí un chirrido deneumáticos a mi espalda, en la
carretera.
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El sol se reflejó en el parabrisadel coche cuando este giró hacia esendero. La conductora se bajó contempló la blanca casa detablillas haciendo visera con lamano sobre los ojos. Llevaba u
vestido con estampado de floresimpio y planchado, y sandalias. Susuaves cabellos castaños le caía
sobre los hombros, recién lavados con mucho volumen. No tenía yaaspecto demacrado. Cuando smirada se posó en mí, vi unavehemencia, una animación, queme devolvió de pronto al pasado.
—¿Mamá? —dije, asombrada.
—¡Cielito! —Vino hacia mí con
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andares afectados y los brazoextendidos. Antes de darme cuentame aplastaba contra su pecho—Oh, cariño. ¡Tu mamá te ha echadode menos!
—¿Qué estás haciendo aquí? —
pregunté, zafándome de su abrazo.Ella me pellizcó la mejilla.
—¿Esa es manera de saludar a
tu madre? Deja que te mire. —Meexaminó atentamentesujetándome por los hombros. ¡Encreíble lo morena que estás! Yaveo, yo todo el verano encerradabajo luces fluorescentes, mientratú estabas aquí tomando el sol—
Hizo chasquear la lengua—. No e
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usto.Me limité a mirarla fijamente. S
presencia allí, limpia y sobria, noparecía real.
—Bueno —dijo, sentándose en ecolumpio del porche de Carmina
Cruzó elegantemente las esbeltapiernas—. Háblame de tu verano—Recorrió el jardín con la mirada
una sonrisa de suficiencia—. Measombra que hayas aguantadotanto. ¿Qué hace por aquí la gentepara divertirse?
—¿Cómo me has encontrado?Soltó una carcajada burlona.
—¿A ti qué te parece? Soy t
madre. Los federales tuvieron que
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decirme adónde te habían llevadoExigí saberlo desde el principio¿Creías que iba a dejar que televaran y te escondieran sin mconocimiento?
—Llamé al centro de
rehabilitación. Dijeron que habíapedido el alta. Pensaba...
—¡Sorpresa! —exclamó ella
evantando las manos y agitandoos dedos—. Me fui antes de loprevisto. Menuda aburridaaguafiestas sería si te hubiera dichoq u e venía. Quería darte unasorpresa. Pero bueno, no tepreocupes por mí lo más mínimo
Estoy limpia. Toda mi perspectiva
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ha cambiado. A pesar de lo muchoque detestaba aquel lugar —arrugóa nariz—, soy la primera en admitique era lo que necesitaba. Teníasrazón, cielito mío. Necesitabaayuda. Bueno, pues ya la he tenido
Ahora tenemos la oportunidad deempezar de nuevo. Una segundaoportunidad. Las cosas van a se
distintas esta vez, Estella. —Stella —la corregautomáticamente. Pero ella teníarazón. Las cosas eran diferentesmuy diferentes. ¿Quién era aquellamujer exageradamente afectuosaDos años atrás, mi madre había
emprendido un camino que la había
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conducido directamente al cruceentre estar deprimida y estacolgada. Era difícil recordarlacuando no se mostraba perdidadesinteresada entencionadamente o no, muy fría e
ndiferente conmigo.Ella agitó una mano
despectivamente.
—Para mí eres Estella. Y yo soytu madre. Los federales y sudocumentos no pueden cambiarlo.
—Yo... ¿Qué estás haciendoaquí? —repetí, todavía aturdida.
—¿Quieres dejar depreguntarme eso? Parece que te
moleste que haya venido. Ya no
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tienes que seguir aquí, cielitoOlvidemos este lugar. He venido arecogerte. Seremos tú y yo otravez. Compraremos una casaencontraremos trabajo, echaremonuevas raíces. Bueno, echaremo
de menos Philly, peroencontraremos algún sitio casi iguade bueno. Sé que te encanta
Boston. —Su tono era optimistaleno de esperanza—. Estaremos aun paso de nuestra antigua vidaBueno, no me digas que no te gustacómo suena.
—Boston —repetí. —Eso es, cariño. Nos mudamo
a Boston.
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Atónita, fui incapaz de articulauna respuesta. Antes de quepudiera pensar en una, apareció lacamioneta de Carmina en esendero. Frenó detrás del coche demi madre, que claramente no
esperaba encontrar allí, luegoretrocedió y aparcó al lado. Al verlami primera reacción fue u
nerviosismo generalizado y uextraño hormigueo en el cuerpoque me impelía a apartarme de mmadre, a separarme de ella. Nosabía qué pensar, hasta quecomprendí que me avergonzaba deella. Me incomodaba la idea de
presentársela a Carmina. No sabía
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cómo explicar qué hacía allCarmina no lo tenía previsto. Y noe gustaban las sorpresas.
Carmina saltó fuera de lacamioneta. Sus botas rojaaterrizaron con firmeza en e
sendero. Nos miró a mi madre y amí y su expresión se alteró. Sevolvió vigilante. Supongo que vio e
parecido, porque sus primerapalabras fueron: —Usted debe de ser Savannah. —Eso es. ¿Y usted es...? —Me
pareció que la voz de mi madre erannecesariamente fría y miré aCarmina tratando de expresarle una
disculpa.
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—Carmina Songster. Bienvenidaa Thunder Basin.
—He venido a recoger a StellaNo tardaremos. Stella, cariño, ¿poqué no vas adentro y recoges tucosas?
Miré a Carmina, cuya expresióera indescifrable.
—No sabía que iba a venir hoy a
buscar a Stella —dijo ella. —No sabía que necesitaba spermiso —replicó mi madre, con utono que escondía un matiz sutiResentimiento, quizá.
—¿Permiso? Cielos, no. Al menono de mí. Usted es su tutora legal.
—Soy su madre.
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—Sí, por supuesto. Pero mepregunto —dijo Carminapacientemente—, ¿se lo ha pensadbien todo esto? Si se lleva a Stellade Thunder Basin, tendrá quenotificárselo al Servicio de US
Marshals. Necesitan conocer eparadero de Stella, dado que haaceptado testificar en favor de la
fiscalía. Todo esto se explica en econtrato que firmó cuando entraroen el programa de protección detestigos.
—No tengo por qué decirlenada —replicó mi madrealtivamente—. El programa e
voluntario. Podemos dejarlo cuando
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queramos. Si Estella y yo novamos, no puede decirnos quédebemos hacer.
—¿Haría eso? —preguntóCarmina con tono aún mesurado—¿Pondría a Stella en peligro? Si se
van, tendrán que recuperar santigua identidad. Los US Marshalya no serán responsables de s
seguridad. Sé que quiere recuperasu antigua vida, pero ya no eseguro. No es una opción. Sé queseguir adelante es duro, pero tieneque intentarlo. Necesita pensaprimero en su hija, en lo que ellanecesita.
—Sé cómo mantener a salvo a
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mi hija —dijo mi madreaferrándome por los hombroprotectoramente—. No voy alevarla a Filadelfia, sino a Boston.
—Está cometiendo un error —dijo Carmina sin rodeos.
—Date prisa, Stella —repitió mmadre con mayor firmeza, pero suojos lanzaban chispas al mirar a
Carmina—. Nuestro avión sale amediodía. —¿Has comprado los billetes? —
El pánico parecía cerrarme lagarganta. Realmente mi madrehablaba en serio. ¿Y larehabilitación? Ahora estaba limpia
pero ¿cuánto duraría así? ¿Lograría
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siquiera llegar a Boston sin recaer? —Aún te quedaban una
semanas de rehabilitación —protesté.
—Ya te he dicho que estoyimpia —replicó ella, nerviosa e
rritada. Su encanto sureño se ibadesmoronando, dejando adescubierto a la mujer tensa
siempre a la defensiva que yorecordaba—. Siempre dije que lodejaría cuando estuviera lista. Y lohe dejado. Ahora ve a por tucosas. No tenemos mucho tiempo.
De repente tuve miedo de nopoder despedirme de Chet. De Inn
y de Dixie Jo. No podía irme si
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dejar que supieran lo mucho quesignificaban para mí. ¿Cómo podíaabandonar a Chet sin disculparmepor lo de la víspera, sin arreglar lacosas? No era así como queríarecordarlo: dolido y frustrado por m
rechazo. No era justo para él. Sufríacon solo pensarlo.
—¿Por qué no entran y les hago
el desayuno a las dos? —sugirióCarmina a mi madre—. No puedeviajar con el estómago vacío. ¿Hacomido algo, Stella? —me preguntóantes de que mi madre pudierarechazar la oferta.
Meneé la cabeza para indicarle
que no, agradeciendo la
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oportunidad de ralentizar las cosasodo era demasiado precipitado
¿Cuántas noches habíapermanecido despierta en mpequeño cuarto, contando los díaque faltaban para volver a la Costa
Este y estar rodeada de extraños euna ciudad rebosante de energía oportunidades? Había soñado co
regresar a la vida de Estella. Peroeso era una fantasía. Un deseosecreto que te guardas dentroporque no pertenece al mundo reaNo podía volver atrás y no podíaabandonar el programa deprotección de testigos. Pero
tampoco podía abandonar a m
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madre. —Carmina hace unos desayuno
estupendos —le dije a mi madre—ortitas con huevos y bacón. No
tardaremos nada. —He tomado café por el camino
—me espetó ella con brusquedadpero al ver mi expresión decaídaexhaló un suspiro de impaciencia—
Un par de minutos, Stella. Luegotenemos que irnos.Carmina acompañó a mi madre
al cuarto de baño de la planta bajapara que se refrescara, y yo subí ami cuarto a hacer el equipaje. Unabolsa era todo lo que necesitaba
No había aumentado prácticamente
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mis pertenencias durante el veranoMe di cuenta de que la mayor partede las cosas que llevaría conmigoserían recuerdos atesorados comimo. Sin motivo aparente, los ojose me llenaron de lágrimas.
La puerta se abrió. —Stella —dijo Carmina en vo
baja.
Me sequé los ojos con la manga —Estoy bien. En serio. Estarbien. Todo irá bien —dije, llorandoa moco tendido—. No tardaréengo poco equipaje. No he
adquirido casi nada. —Eché uvistazo a las escasas prendas que
había extendido sobre la cama. M
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vestido amarillo. Las botas que mehabía regalado Carmina. Esombrero de Chet.
—Es curioso —dijo ellasentándose en el borde de la cama—. Justamente estaba pensando e
o mucho que había ganado yoteniéndote aquí conmigo esteverano. Has sido una bendición
Stella. Cada noche me voy a lacama con el corazón un poco máalegre. Le doy gracias a Dios por etiempo que has pasado conmigo.
Incapaz de contenerme, la rodeécon mis brazos.
—Oh, Carmina. ¿Tú quieres qu
me vaya?
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—No quiero que te vayas —respondió, parpadeando, pero no lobastante rápido como para evitaque se le humedecieran los ojos—Oh, Stella, no quiero que te vayas¿No te das cuenta? Y en el fondo
creo que tú tampoco quieres irte. —No quiero tener que cuidar de
mi madre, pero si no lo hago yo
¿quién lo hará? Nunca conseguirásalir adelante sola.Su sonrisa era dulce y triste
Apoyó mi cabeza en su hombro pasó sus cariñosos dedoenvejecidos por mis cabellos.
—Stella, si te vas, no habrá nada
que impida a Danny Balando
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encontrarte a ti y a tu madre —dijocon tono serio y teñido depreocupación—. Por mucho que sediga a sí misma que Boston no eFiladelfia, será como caminar lomás cerca posible del fuego si
quemarse, o eso cree ella. Nopuedes irte en ese coche con ella¿Lo entiendes? Legalmente no
puedo impedirte que te lleveconsigo. Es tu tutora legal y, pomucho que me desagrade, debocumplir la ley. El alguacil Price y yopodemos ayudarte a solicitar laemancipación, pero llevará stiempo. Si te vas con tu madre, e
tiempo correrá en nuestra contra.
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—¿Qué crees tú que deberíahacer?
—Vete a casa de Chet. Sal por lapuerta de atrás. Quédate allí hastaque yo vaya a buscarte. Deja queyo me ocupe de tu madre
Intentaré ayudarla a comprendeque su plan es peligroso.
Tres meses atrás eso era
exactamente lo que habría hechohabría rehuido los problemas eugar de afrontarlos. Habríadeseado que mi madre se fuerahabría fingido que no existía, uego se lo habría echado en cara aella. Huir no me había servido de
nada tres meses atrás, y no
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funcionaría ahora.Por una vez, tenía que se
sincera y demostrarle lo fuerte queera ahora. Necesitaba decirle queno iría con ella a Boston y queesperaba que ella tampoco fuera. S
realmente quería que las cosafuncionasen entre nosotras dosprimero tenía que acabar la
rehabilitación. Ya sabía que nobastaría con eso, pero sería uprimer paso. Una demostración debuena fe.
—No, soy yo quien debedecírselo —expliqué.
—¿Estás segura?
—Sí.
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Carmina me apretó la mano. —¿Quieres que vaya contigo?Negué con la cabeza. Mi madre
se pondría aún más a la defensivasi creía que la idea era de Carmina.
Bajé las escaleras deslizando la
mano por la barandilla gastadanotando el peso de cada pisada. Nosabía cómo iba a reaccionar m
madre. O quizá sí. Y por eso meflaqueaban las rodillas y tenía unudo en el estómago. Manteniendoos nervios a raya y tratando dereforzar una confianza menguanteentré en la sala de estar, donde vi ami madre inclinada sobre el bolso
de Carmina.
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—¿Qué estás haciendo? —balbucí.
Ella dio un respingo. Con un ágmovimiento sacó la mano del bolsoy se la metió en el bolsillo. Cuandose dio la vuelta, su sonrisa era ta
dulce como el azúcar. —Hola, cariño. —¿Qué te has metido en e
bolsillo? —Escucha, cariño, he pensadoque podríamos quedarnos en laciudad esta noche. Hacer deturistas durante el fin de semana uego empezar a buscaapartamento en los barrio
residenciales a la semana si...
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—¿Qué te has metido en ebolsillo? —repetí, acercándome aella a grandes zancadas. Intentéagarrarla, pero ella me apartó lamano dándome un rápidomanotazo.
—No me toques, Estella. No.No me gusta cómo me miras.
—¿Qué has sacado del bolso de
Carmina? —Creía que se me había caídouna horquilla...
—Dinero, ¿es eso lo que le hacogido? —pregunté con tono furioso—. ¿Para poder comprar drogasSabía que no estabas limpia. Habría
sido demasiado fácil. —Debería
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darme un puntapié a mí misma pohaberla creído... no, por querecreerla. Habíamos retrocedido en etiempo. Mi madre volvía a ser unafuente de mentiras. Yo volvía aperder el derecho a respetarme—
Has pedido el alta antes de tiempporque no podías soportar un díamás sin colocarte!
—Calla, Estella —me espetó—No le digas esas cosas a tu propiamadre. Es de mala educación.
—Le has robado a Carmina. —Me temblaba la mandíbula—Después de todo lo que ha hechopor mí. Me acogió cuando nadie
más me quería.
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—Yo te quería, cielo... —empezóa decir ella, alargando las manohacia mí.
Yo levanté las manos paramantenerla a distancia.
—Para. Simplemente... para. —
Cerré los ojos y brotaron laágrimas—. Tienes que irte. Enecesario que te vayas. Vuelve a
rehabilitación o vete a otro sitiome da igual. Pero vete. Y no voy ar contigo.
Me sentía mal. Las piernaapenas me sostenían, pero teníaque guardar la compostura conseguir echarla. Era la única idea
que me martilleaba la cabeza. Me
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apoyé en la pared, tratando decontener las náuseas. No queríarecordar todas las veces que habíavuelto a casa y había encontrado ami madre tirada sobre su propiovómito con la piel azul y los ojo
como cabezas de alfiler. Mepreguntaba entonces si estabamuerta, deseando secretamente
que lo estuviera... —Te necesito, cariño. —Su vozse quebró.
—Para. Vete. Por favor. Vete —e supliqué.
Tenía los ojos llenos deágrimas. Pero en el pasado, en
todas aquellas noches, sus ojo
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estaban secos. Se quedabatumbada en la cama con la miradafija en el techo de su dormitorio, yo le quitaba los zapatos y laarropaba con las mantas, y luego lavelaba toda la noche. ¿Viviría? ¿Qué
sería de mí? Me pasaba horadándole vueltas a esas preguntas.
Había cuidado de ella durante
años. Quería creer que la ayudabaHabía sido necesario ir a ThundeBasin para ver la verdad. No estabaayudando a nadie, y mucho menoa ella. Cuanto más la protegieramás daño haría ella a mápersonas.
—No puedo irme sola —susurró
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con la blanca piel translúcidasalpicada de manchas rosadas. Eese momento parecía una niñapequeña y asustada.
—Si te quedas, se lo diré aCarmina.
—No puedes hacerme esto. —No permitiré que le robes.Mi madre soltó un gemido de
desconcierto. —¿Adónde voy a ir? —Si eres lista, volverás a
rehabilitación.Me fulminó entonces con la
mirada. —No me mires así —dijo—. N
me juzgues. No te atrevas a
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plantarte ahí como una santurronay mirarme con desprecio. No tieneni idea de lo que tuve que sufrirEra el ama de casa perfecta, laanfitriona perfecta de las mejorefiestas. Hacía reír a sus amigos. Le
di una preciosa hija. ¡Lo hice todobien y él me dejó! —exclamó cotono airado, rayano en e
histerismo. Pero enseguida seconvirtió en llanto y desesperació—. No tenía que acabar así. Yotenía sueños. Yo tenía... tenía... —Se cubrió la cara con las manos—No tengo nada. Todo se haesfumado. —Sollozó—. Si t
también me abandonas, ¿qué será
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de mí?La cabeza me estallaba. No
quería que ella tuviera aquel podesobre mí, el de atraerme hacia ellapara luego arrojarme a un lado. Yabsorberme de nuevo. Detestaba
sentirme atrapada en la corrientede sus mareas. Había pasado añoa su merced, siempre con la
sensación de que estaba a punto devolcar. Y entonces me había instalado
en Thunder Basin. La marea habíareculado. El verano había sido uregalo. Una escapada egoísta culpable, pero gratificante. Había
sido una estúpida al creer que
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duraría. Carmina tenía razón. Epasado formaba parte de nosotrosno podíamos escapar de él.
Noté que la marea me lamía lopies, tirando de mí, pero no medejaría arrastrar. Era mi madre
Quería que se curara. En el fondoa quería. Pero también tenía querecordar que ella era la madre y no
al revés. No podía obligarla a hacenada. —Tienes que irte. —Consegu
arrancar las palabras de algún lugarecóndito de mi interior. Unaversión más fuerte de mí era la quehablaba.
—No puedes hacer esto.
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—No puedo seguiprotegiéndote. No puedo mentir. —Quería interrogarla también acercade Reed, pero a la vista de todo lodemás, la relación que existía entreellos parecía insignificante. Lo dejé
correr. Lo que no iba a ignorar eraque no estaba curada de sadicción, que no estaba preparada
para asumir de nuevo su papel demadre responsable.Se volvió hacia la puerta con e
rostro inexpresivo. Cerré los ojos escuché sus pasos vacilantes que sealejaban. Notaba una dolorosaopresión en el pecho. Sentía u
profundo vacío en mi interior que
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era congoja y alivio a la vez.La puerta principal se cerró tra
ella y yo me desplomé en el suelo. Ya no estaba atrapada en su
marea.
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El sol se ponía llevándoseconsigo el calor del día, y mientra
yo me mecía en el columpio deporche, bebiendo un vaso del téhelado de Carmina, el aire nocturno
era casi balsámico cuando me
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susurraba en la piel. El tiempoestaba cambiando, encaminándosehacia el otoño, y el verano seacababa. Igual que mi estancia eaquel tranquilo y hermoso refugioSe acercaba el mañana y dolía
pensarlo. El mañana significabacambio. Significaba la despedida volver a empezar de cero.
Cuando intentaba imaginaadónde me llevaría el alguacil Pricecómo sería mi nuevo cuarto, cuásería mi siguiente trabajo, todo sevolvía borroso. Quería quedarmeallí. No estaba preparada para irmeUna parte de mí, muy pequeña
poco realista, soñaba cómo sería
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quedarse para siempre, convertihunder Basin en mi hogar.
Pero aunque Trigger no hubierapuesto en peligro mi tapadera¿podría llegar a sentirme realizadaallí? ¿O acabaría por aburrirme,
me volvería irritable malhumorada? Pero lo mámportante era si podría echa
raíces en un lugar donde habíamentido a todo el mundo.No, no podía.Debía ser realista. Había llegado
el momento de seguir adelanteAntes de lo planeado, pero ¿y quéAsí era la vida. Y yo podía echarme
a llorar, o podía comportarme como
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una adulta y aceptarlo.Doblé las rodillas hacia el pecho
y absorbí el aroma dulzón de laazucenas de agosto. Una hinchadauna amarilla surcaba el horizontePodría haberse tragado diez luna
de Filadelfia, de tan grande comoera. El canto de los grillos entre loarbustos me arrullaba hasta
hacerme sentir pesada somnolienta.La puerta de malla metálica
chirrió y las botas de Carminasonaron en la tarima de madera.
—Mírate, perezosa como umapache doméstico.
Le sonreí, alzando el vaso.
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—Tu té es realmente buenoOjalá se me hubiera ocurridopedirte que me enseñaras la recetaAhora es demasiado tarde.
Carmina tardó unos instantes econtestar.
—No te quedes dormida aqufuera, o los mosquitos se darán ufestín contigo.
Observé su falda tejana y lablusa almidonada. —¿Adónde vas? —Al estudio de la Biblia. Estaré
de vuelta a las diez. —No hace falta que vuelva
temprano por mí.
—Iré al estudio de la Biblia
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uego volveré directamente a casacomo hago siempre —dijo ella cotono práctico.
—O podrías invitar al pastoLykins a tomar algo por ahí.
Ella entornó los ojos mirándome
con desaprobación.El pastor Lykins no bebe.
—Entonces invítale a venir
tomar un té. —¿Y la teína? No pegaría ojo. Ttampoco deberías beberlo a estahoras.
—Créeme, si el pastor Lykinviene aquí, no será para dormir. Hevisto cómo te mira. Puede que no
beba con esos labios tan puros
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pero apuesto a que los usa para..—imité el sonido de besos.
—Stella —me regañó ella, uego siguió su camino, pero noantes de que viera que se habíaruborizado.
—Solo se vive una vez. Tráeteloa casa y te juro que desapareceréNo os daréis ni cuenta de que esto
aquí. —¿Por qué habría de importarmeque estés aquí?
—Oh, Carmina. —Alcé las manoal cielo—. Eres un caso perdido.
—Buenas noches, Stella. Pórtatebien mientras estoy fuera.
—¡No mientras dependa de mí
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—le grité cuando ella ya se subía aa camioneta.
Ella agitó la mano paradespedirse. Luego vi las lucetraseras de la camioneta enfilandoa carretera entre sacudidas.
Me despatarré en el columpiodel porche, notando que la teíname agitaba la sangre. No estaba de
humor para ver la tele. Me sentíaalterada, incapaz de quedarmequieta. La noche era perfecta. Lunalena. Un mar de estrellas. El calousto que emanaba de la tierra. Unabuena noche para abordar uasunto largo tiempo demorado.
Subí a mi cuarto para ponerme
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el traje de baño y me sujeté el peloen un moño alto. Eché un vistazo aespejo y observé que mi madretenía razón. Tenía la piel del colode la miel oscura, casi del mismotono que mis ojos. Y mis brazos
piernas estaban torneados. Inclusoos músculos de los hombros sehabían definido. Era el resultado de
todo un verano trajinando bandejade comida.Pensé en mi mejor amiga, Tory,
y en todas las horas que habíamopasado escudriñándonos en eespejo. Pose frontal, pose lateralpose mirando por encima de
hombro. Nuestro ideal era u
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cuerpo largo, esbelto e iridiscentecomo un perla. Seguíamos la dietareligiosamente y nunca hacíamodeporte, porque no queríamomuscularnos.
Esa idea provocó una lenta
sonrisa. Realmente entonces notenía ni idea. O quizá mi percepcióhabía cambiado. En cualquier caso
me gustaba la imagen que veíaahora. Me sentía nueva, confiada lena de vida.
No había cogido el pareo de mcasa en Filadelfia, así que me puseunos pantalones cortos tejanodeshilachados y me colgué una
toalla del cuello.
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Luego me dirigí a casa de Chet.Durante casi tres mese
nuestras vidas se habían cruzadogirando ambos frenéticamente unoalrededor del otro como planetaen órbita. ¿Cómo se rompía esa
clase de fuerza gravitacional sihacer daño a nadie? Por la mañanahabía estado a punto de irme co
mi madre. Sin despedidadolorosas, evitando el sufrimientohuyendo. Era más fácil abandonaque ser abandonado.
Sin darme cuenta, me habíavuelto a meter en la piel de Estelladura e impenetrable como una
armadura. ¿Un verano perfecto co
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el tío perfecto? No podía durarNada duraba. Mejor retirarsecuando uno todavía tenía laventaja, y que le dieran al resto demundo.
Pero cuando estaba a punto de
rme con mi madre, no mepreocupaba que Chet no fuera máque un rollo de verano.
Me aterraba que fuera algo másUn instante después meencontraba en el porche de ChetAcudió a abrir la puerta desnudo decintura para arriba y descalzo. Lohúmedos cabellos le caían sobre loojos y olía a jabón y a un café
tardío. Apoyó su musculoso brazo
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en la jamba de la puerta y me miró —Siento lo de anoche —me
disculpé—. Fui injusta contigo anegarme a hablarte. ¿Podemoolvidarlo? ¿Podemos volver a seamigos?
La tensión abandonó sufornidos hombros.
—Nunca hemos dejado de serlo.
Mi sonrisa expresaba alivio eparte, pero también una esperanza —¿Quieres ir a nadar?Sus ojos escudriñaron los míos
como si viera algo en ellos de loque yo misma no era consciente. Sexpresión cambió, se hizo má
perspicaz.
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Me pregunté si notaba laextraña agitación que sentía en mnterior, o si leía los pensamientosque agitaban mi mente. Pensaba eél, en sus fuertes manosujetándome, en su cuerpo
apretado firmemente contra el míoEl sabor de su boca saboreando lamía. Su aliento, cálido e irregular
en mi oído. El apetito insaciableque solo él podía satisfacer.No se molestó siquiera e
cambiarse. Me tomó de la mano echó a andar. Fue entonces cuandosupe que el deseo apremiante queagitaba mi sangre, también agitaba
a suya.
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Me encontraba en eembarcadero de la lagunaobservando a Chet trepando comoun mono por el tronco de un gruesoárbol que se inclinaba sobre eagua. El reflejo de la luna llegaba
hasta la orilla. Traté de ahuyentar amanotazos los mosquitos que mezumbaban en los oídos.
Al llegar a la copa del árboChet alargó las manos hacia lafrondosas ramas para agarrarse auna cuerda. Sin aflojarla, colocó lopies contra el tronco del árboadoptando la postura adecuadapara lazarse en rápel. Dándose
mpulso con fuerza, saltó sobre la
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aguna trazando una elegantecurva. Cuando sus talones seencontraban sobre la parte máprofunda del agua, soltó la cuerda se sumergió, pero no sin proferiprimero una exclamació
entusiasta.Su cabeza volvió a la superficie
sacudió los cabellos igual que u
perro. —El agua está estupenda.Doblé las rodillas y me zambull
Apreté los ojos con fuerza cuando eprimer choque del agua fríaelectrificó mi piel. Después de unacuantas brazadas bajo el agua
emergí para respirar. La laguna era
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profunda y tuve que agitar los piepara mantenerme a flote. Chet seencontraba a medio metro dedistancia, haciendo lo mismo.
Se acercó entonces nadandomuy muy lentamente.
No me moví. Me estremecía deexcitación. Su ávida mirada hacíaque mi cuerpo vibrara sin contro
Noté el tacto seductor de las yemade sus dedos acariciándome eestómago. Fue un roce bajo eagua, incitante y provocador, quedespertó todas mis terminacionenerviosas.
Busqué su mano en las turbia
aguas. Sus manos rodearon m
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cintura, acercándome a él. Su piedesprendía calor en el agua fría. Ucalor que me lamía el cuerpodisolviendo mis miedos, mi angustiay todo el sentimiento de culpa quelevaba como un yugo sobre lo
hombros. Por eso había acudido aChet esa noche. Lo necesitabaNotaba los latidos de su corazón
vivo y apremiante. Él también menecesitaba.Estaba decidido. No abandonaría
hunder Basin sin haber compartidoalgo real con él. Una parte de mque fuera auténtica. No más fingique era alguien que en realidad no
era. Estaba lista para exorcizar e
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pasado y ofrecerle mi auténtico yo.Mis piernas se entrelazaron co
as suyas; sentí sus pies agitando eagua con fuerza. Su rodilla sedeslizó entre mis piernas y mequedé sin respiración.
—No hago pie —dije, moviendos dedos de los pies en la fríanada.
Pero no me hundía bajo el aguame hundía en Chet, flotando etéreamientras me mordisqueaba y mebesuqueaba la gargantaprovocando nuevas oleadaardientes que me quemaban podentro. Aferré sus cabellos y arqueé
a espalda hacia atrás, apoyando
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as rodillas en sus muslos. El aguanos rodeaba por todas partescreando un intenso contraste entrefrío y calor. Chet me sostuvo en altoy su húmeda boca se deslizó por mcuerpo hacia abajo. Me quedé si
aliento cuando su lengua sentrodujo entre mi piel y el elásticodel bañador. Noté que algunas
zonas de mi cuerpo parecíaderretirse y otras se ponían erectasEn medio de aquel éxtasiscomprendí que aquello era eplacer. Un placer ávido, egoísta ymaravilloso.
Topamos con el embarcadero y
noté el duro poste clavado en la
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espalda.Me miró a los ojos con una
expresión que era a la vez unapregunta y una promesa.
Al comprobar que yo no ledetenía, su boca se unió a la mía
No fue un beso suave ni contenidoMe besó con pasión y guio mipiernas con las manos para que se
entrelazaran alrededor de sucaderas. Aquellas manos rudas fuertes me acariciaron los muslos.
—Te deseo. —Su voz grave yáspera avivó aún más mi deseo.
Busqué su sexo. Él me clavó lodientes en el hombro, ahogando u
gemido. Me aplastó contra el poste
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con la expresión ardiente y voraz dsus azules ojos como único aviso deo que estaba a punto de desatarse
Más tarde, subí por la escalerilladel embarcadero y me tumbé sobreas tablas de madera desgastadas
Sentía un delicioso agotamientoChet se tumbó a mi lado y merodeó con el brazo para acercar m
cuerpo, que se amoldó al suyo. Mebesó en el hombro desnudo. —Ojalá pudiéramos quedarno
aquí toda la noche —murmuró. —Carmina se quedará despierta
esperándome.Me lamió la oreja.
—No quiero dejar de abrazarte.
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Sonreí. Lo cierto era que la ideade dormir allí con Chet era perfectay maravillosa. Me encantaba lasensación de tenerlo tan cerca. Meencantaba estar con él.
Hasta que una vocecita me
recordó en susurros que aquellotodavía era una mentira. Le habíaentregado una parte de mí, pero no
e había contado toda la verdadChet se estaba enamorando de unasombra de mí, de alguien que erareal e irreal al mismo tiempoAlguien que se iría al día siguiente.
Cuando volvió a darme un largobeso, comprendí que había llegado
el momento de contárselo.
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—¿Te creíste lo que dijo Triggeayer? ¿Que tengo secretos?
La luna brillaba con intensidadsuficiente para ver mi reflejonadando en sus ojos. Su expresiócambió con mi pregunta; vi en ello
un destello de inquietud, deansiedad.
—Todo el mundo tiene secretos
—dijo, eludiendo en parte lapregunta. —¿A ti te carcomen por dentro
tus secretos? ¿Te impiden dormipor la noche?
Me miró durante un buen rato. —¿Quieres contarme tu
secretos? —preguntó al fin en vo
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baja.Tragué saliva. Tenía que
contárselo a alguien, porque msecreto me estaba destrozandopoco a poco y corría el peligro deque acabara conmigo. Aun así, no
ograba decidirme entre hablar opostergarlo.
—Entonces te contaré yo el mío
—dijo él.Me incorporé. —¿Tu secreto? —¿Tienes frío? —Fue en busc
de las toallas, me echó la mía sobreos hombros y frotó enérgicamenteLuego, mientras se secaba con la
suya, se sentó en el embarcadero
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frente a mí y carraspeó. —El año pasado mis padre
murieron en un accidente de coche—empezó—. Eso ya lo sabes. Loque no sabes es que mi mejoamigo iba en el coche con ellos. —
Soltó una ronca y temblorosacarcajada—. Mi mejor amigoNathaniel, era el nieto de Carmina.
Le abrí la mano, que apretabacon fuerza, y me la llevé a lamejilla.
—No hablo con nadie sobre esanoche —siguió diciendo él—. Sé loque diría la gente, que no debosentirme culpable. No podía sabe
que un coche iba a estrellarse
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contra el coche de las tres personaa las que más quería. Y tendríarazón, yo no lo sabía. Pero noestaba en la cárcel esa noche ponada. Era culpa mía. Había bebidodemasiado y conducía demasiado
deprisa. Me pillaron. No puedoreprocharle a Carmina que mearrestara. Fui yo quien decidió
beberse aquella botella. Cometí uerror que me atormentará hastaque muera. No he vuelto a tomauna sola copa desde aquella nocheNo me apetece, me da asco. Yo medoy asco. —Se pasó las manos poa cara y siguió hablando con una
voz que delataba su angustia—. Fu
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a última noche de Carmina en lapolicía. Pidió el retiro anticipado yteniendo en cuenta que le faltabados meses para jubilarse, se loconcedieron. Sabían que necesitabaun tiempo de luto. Ella es la única
que sabe que yo había bebido. Setomó muchas molestias easegurarse de que no se supiera la
verdad. Sospecho que en partesentía que se lo debía a mis padresNo había podido salvarlos de mpero decidió salvar mi futuro. Medio una segunda oportunidad queyo no merecía. Sí, Stella, mecarcome por dentro. No, no me deja
dormir por las noches. La gente
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cree que soy una víctima. Uhermano altruista que hasacrificado su futuro para criar a shermano. —Meneó la húmedacabeza y el agua que goteaba desus cabellos le rodó por las mejilla
como si fueran lágrimas—. Solo soun tío que intentadesesperadamente reparar su
errores, pero toda una vida dereparación no devolverán la vida na mis padres ni a Nathaniel.
Lo abracé con fuerza, pero nontenté contradecirle ni consolarleÉl no quería que le hiciera sentimejor ni que ahuyentara a su
demonios. Simplemente quería que
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e escuchara e hiciera lo posible pono juzgarle. Lo sabía, porque esoera exactamente lo que quería yotambién.
—No tienes por qué contarmetus secretos, Stella —dijo él—, pero
quería que supieras el mío. Si medetestas por ello, lo comprenderéDios sabe que yo me detesto a m
mismo.Lo miré con el alma acongojadaMe sentía más próxima a Chet quenunca. Teníamos algo en comúnNo Chet y Stella, sino Estella Chet. Ambos guardábamos usecreto vergonzante y destructivo
Y ambos estábamos dispuestos a
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revelarlo, por desagradables quefueran las consecuencias. Mentir nohabía resuelto mis problemas, lohabía empeorado. No podía hablapor Chet, pero mi secreto me habíamatado por dentro. Me sentía fría
triste y vacía, cuando queríasentirme auténtica, esperanzada viva.
—Yo también tengo un secreto—No me detuve a pensar si estabacometiendo un error.
—Stella... —No. No intentes pararme. Sé
que quieres estar seguro de queestoy preparada para hablar, pero
si busco más excusas, guardaré
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este secreto hasta que acabeenvenenándome. Necesito que meescuches. —Se me quebró la voz tuve que respirar hondo paratranquilizarme—. No me llamoStella Gordon. No soy de Knoxville
no vivo con familias de acogidaAntes de venir a Thunder Basinvivía en Filadelfia con mi madre
Mi... mi verdadero nombre eEstella Goodwinn. Fui testigo de ucrimen y ahora estoy en eprograma de protección de testigos
No podía mirarle a la caraemía que me viera con nuevos
ojos, como si no me hubiera visto
nunca antes y los tres mese
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anteriores se hubieran borrado eun instante. Hacía apenas umomento sabía exactamente lo queChet sentía por mí. Ahora ya nopodía estar segura de nada. Salvoquizá de lo que sentía yo por é
enía miedo de perderlo. Esa ideame traspasó con un miedo cervamucho mayor que el se
descubierta por Danny Balando.Noté que sus brazos merodeaban y le oír murmurar.
—Ven aquí.Le dejé que me abrazara
porque no quería sentirme sola. —Estás en el programa de
protección de testigos —repitió co
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voz bastante firme—. Y no telamas Stella. ¿Se me permite hacepreguntas? Porque tengo unacuantas. Si no estás preparadapuedo esperar.
Chet tenía preguntas. En eso no
había caído. Me temblaban lamanos y cerré los puños paracontrolarme. Los abrí otra vez, lo
cerré. —No sé mucho sobre proteccióde testigos, pero supongo que ecrimen no fue uno normal corriente. Sería algo de drogastráfico de personas, armasterrorismo, algo realmente serio
Crimen organizado. Dirigido po
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personas muy peligrosas. Asentí y, aunque Chet intentaba
mantener una expresión normal, asus ojos asomó un miedo gélido.
—La fiscalía me envió a ThundeBasin para ocultarme —dije—
Porque el hombre que me andabuscando, el hombre contra el queacepté testificar, es muy peligroso.
—Ese hombre... está eFiladelfia. —Sí.Sus ojos no se apartaban de lo
míos y la preocupación no habíadesaparecido.
—¿Es de la Mafia?
—De un cártel. Uno de los má
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grandes que controla el tráfico dedrogas en la Costa Este.
—¿Estás a salvo aquí? —Creo que sí. Carmina tambié
o cree. Ella forma parte de mtapadera. Siento haberte mentido
Quería que conocieras a mauténtico yo, pero estaba asustada
Chet negó con la cabeza.
—No digas eso. Ya conozco a tuauténtico yo. No me he pasadotodo el verano con una extrañaPuede que te consideres una graactriz, pero nadie puede manteneuna farsa durante tanto tiempo. Teconozco —repitió, pronunciando la
palabras con seguridad.
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—Me alegro de que pienses as—dije en voz baja—. Pero te hementido en más cosas. Muchamás. —Haciendo acopio de valorvolví a respirar profundamente—. Ecrimen por el que voy a declarar fu
un asesinato. En mi casa. Esa nochlegué a casa tarde, muy tarde, había sangre por todas partes. Le
habían disparado a un hombre... ea cabeza. —Apreté los ojos paradisipar el horripilante recuerdo—Había trozos suyos salpicando lapared. Y la sangre... cubría laparedes —añadí con la respiraciócada vez más agitada.
—Respira —me indicó Chet. M
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tomó las manos y las apretó cosuavidad, trazando círculos sobremis nudillos—. Tranquila. Respirahondo. Ya no estás allí. Estás aquconmigo.
—Al muerto... lo conocía. Era e
primer camello de mi madre. Ella lolamaba el Farmacéutico. Él leentregó un montón de recetas po
adelantado, pero ella no se lapagó. Lo abandonó sin más cuandoDanny Balando entró en su vidaDanny le suministraba heroína fingía estar interesado en ellaseguramente para conseguir que lecomprara más. Ella creía que era
novios. La noche en que e
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Farmacéutico murió, vino a nuestracasa a exigir dinero. Mi madre salióde la habitación con la excusa de ia buscarlo, pero lo que hizo fuelamar por teléfono a Dannyrigger decía la verdad, Chet. M
madre es una adicta. No estámuerta. Se ha pasado el verano erehabilitación.
Hice una pausa, dándole umomento para hablar, pero él memiró en silencio con una nubeoscura y tensa ensombreciendo smirada.
—Mi novio, Reed, tambiéestaba esa noche en casa. Estaba
arriba, durmiendo en mi cama
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esperando a que yo volviera. Oyó edisparo y bajó corriendo. Danny lolevó afuera a rastras y le dio unapaliza para hacerle olvidar lo quehabía visto, para amenazarle y quecallara. Al menos eso creía yo. —Me
apreté los ojos con los dedostratando de evitar que brotaran laágrimas—. Ahora ya no esto
segura. No estoy segura de nadaUna parte de mí cree que quizáReed le vendía OxyContin a mmadre y que Danny lo descubrió. SReed le vendía OxyContin a mmadre, ya no consumiría tantaheroína. ¿Y si Danny dio una paliza
a Reed para marcar su territorio
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Así es como veía Danny a mmadre, como una propiedad suyaElla cree que eran novios, pero noera verdad. Danny es udelincuente. Un criminal peligrosomentiroso y manipulador. Fue lo
peor que le podía ocurrir.Chet me pasó los pulgares po
as mejillas para secármelas.
—Debió de destrozarte ver qutrataban así a tu madre. Y debió deenfurecerte ver que ella lo permitía
—Sabía que Danny Balando erpeligroso, pero cuando llamaron aa policía para informar deasesinato y me llevaron luego a
comisaría, descubrí que llevaba
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años intentando cazarlo. Creían quocupaba un puesto importante en ecártel, pero no disponían depruebas. Nunca habían logradomontar un caso contra él.
—Tú les ayudaste a atraparlo.
Me invadía una nueva oleada devergüenza.
—Cuando volví a casa aquella
noche, la del asesinato, mi madreestaba sentada en una silla a umetro del cadáver deFarmacéutico, con el rostro blancocomo el papel. Se le había corridoel rímel. Estaba temblando. Y teníaun arma en el regazo. El arma
asesina.
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»Me entró el pánico. No teníatiempo para pensar. No queríaperderla, me daba miedo quedarmesola. En cierto modo, por retorcidoque fuera, estaba acostumbrada acuidar de ella, así que
nstintivamente mi primer impulsofue el de protegerla. Cogí el arma volví a mi coche. Conocía el sitio de
una antigua mansión colonial eruinas. Bajando la colina desde laruinas, en lo profundo del bosquesabía que había un antiguo almacépara guardar hielo tallado en laadera de la colina. Una reja dehierro bloqueaba la entrada y la
fachada estaba cubierta de
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hierbajos y enredaderas. No jugabanadie allí, ni siquiera los niñosArrojé el arma a través de lobarrotes de hierro. Nadie laencontraría allí. Luego volví a casay llamé a la policía. Le dije a m
madre que se tomara todas ladrogas que necesitara para perdeel conocimiento. Por primera vez
quería que se colocara. Le dije quecuando despertara, la policía lanterrogaría y ella tendría quedecirles que no sabía nada. Le dijeque yo me ocuparía de todo. Llaméa la policía y cuando llegaron yo..yo...
—Les dijiste que Danny Baland
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había disparado al Farmacéutico. —Mentí a la policía para encubri
a mi madre. Nunca imaginé que nometerían en protección de testigosNo imaginaba que tendría quementirle al fiscal, a los alguacile
que arriesgaban su vida paraprotegerme, y a un pueblo enterocon gente a la que acabaría po
apreciar. He tenido que mentir ymentir, y cada vez me sentía másculpable y avergonzada y atrapadaPensé que la policía arrestaría aDanny y que así desaparecería dea vida de mi madre para siempreNo tuve tiempo para reflexionar
enía que actuar. Danny Balando
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era un hombre horrible. Me parecióusto que fuera a prisión. Meconvencí a mí misma de que hacíao correcto. —Miré a Chet a los ojosdemasiado ensimismada en mdolor para ver qué emocione
delataban sus rasgos—. DannBalando es un hombre terrible, perono cometió ese crimen. Lo hizo m
madre. —Encubriste a tu madre porquera todo cuanto tenías. La querías querías protegerla. Eso es lo quehace el amor, Stella. Nos haceeales, ferozmente leales.
—Le mentí a la policía. Podrían
acusarme de perjurio. Podría ir a
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prisión. Si digo la verdad, desdeuego mi madre irá a prisión. —Lomiré con expresión de impotenciadeseando que me dijera que no ibaa ser así, pero debía ser realistaHabía tenido todo el verano para
darle vueltas al asunto desde todoos puntos de vista. Estabaacorralada en un rincón. No había
ninguna trampilla por la quepudiera ayudar a mi madre aescapar. Mi madre había cometidoun asesinato. Si yo hablaba, tendríaque pagar por su crimen.
Si yo no hablaba, ella seguiríahaciendo daño a los demás
Robaría, mentiría y engañaría
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Cualquier cosa con tal de colocarseY si su adicción empeoraba, muchme temía que sus crímenes sevolverían más peligrosos destructivos. Me veía forzada aelegir entre mi madre
desconocidos a los que quizá noconocería jamás. Pero esodesconocidos eran la hija de
alguien, el novio de alguien, lapersona amada de otra persona.Chet acunó mi rostro entre su
manos y apoyó la frente en la míaNoté su suave y dulce aliento. Sumanos eran firmes y frías, y cuandome echó el pelo detrás de la
orejas, no tuve más remedio que
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mirarlo. —Ojalá pudiera hacer que todo
eso desapareciera, o librarte de ellopara ocuparme yo de todo —dijo—No lo dudaría un instante, spudiera quitarte esta carga de lo
hombros, lo haría. Sufro viéndotesufrir, sobre todo porque yo lo únicoque deseo es hacerte feliz. Amarte.
—¿Cómo puedes amarme? —pregunté entre sollozos—. Soy unamentirosa.
—No —me recriminó él—. Nvuelvas a decir eso—. A principiodel verano, cuando Carmina y tú opeleabais siempre que surgía la
oportunidad, yo me mantenía a
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margen porque sabía queacabaríais solucionándolo. No menecesitabas. Bueno, ahora menecesitas. Me necesitas para decirtea verdad, porque tú estádemasiado involucrada para ver co
claridad. Tu madre tomó unasterribles decisiones. No conozcotodos los detalles, pero he oído lo
suficiente para saber que convirtiótu vida en un infierno. Eso te hamarcado y te ha destrozado la vidaNo voy a decirte lo que pienso deella, porque nadie merece oír esacosas de su propia madre. No memporta lo triste y patética que
fuera su vida. Tú eras s
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responsabilidad. Eras una niña quenecesitaba a su madre. No deberíahaber echado esa carga sobre tuhombros.
—Carmina me ha dicho que laculpa es de su adicción, es una
enfermedad... —¿Ah, sí? —replicó él co
aspereza—. Pues Carmina es mejo
persona que yo. A la mierda con tmadre. No ha sabido cuidar de ti te ha hecho daño. Ella te ha metidoen esta situación y yo no puedosoportar verte sufrir así.
—Dime qué debo hacer, ChetAyúdame, por favor.
—Tú sabes lo que debes hacer.
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Meneé la cabeza con pesar. —Si digo la verdad, la
arrestarán. Irá a prisión. Y yo mequedaré sola. Estarécompletamente sola.
—Oye —dijo él, alzándome e
mentón, y su voz se habíasuavizado—. Me tienes a mí. Tienea Carmina. Aquí en Thunder Basi
hay personas que te quieren. ¿Hemencionado ya que me tienes a míPor si acaso no te ha quedadoclaro, puedes contar conmigo. Nosolo hoy, sino siempre, Stella.
Sentí que me atragantaba coágrimas de culpabilidad. Él estaría
siempre ahí, pero yo me iría al día
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siguiente. ¿Por qué no era capaz dedecírselo?
Porque no quería romperle ecorazón. No. Porque no quería quese me rompiera el mío. Aún seguíabuscando un modo de evitarlo. Me
dije a mí misma que aquella nochea dedicaría solo a exorcizar epasado. El futuro lo afrontaría por la
mañana. Por la mañana tendría evalor suficiente para decírselo. —Siento que tu madre te haya
metido en este horrible lío. Sé quecrees que no puedes hacer locorrecto, pero he sido testigomuchas veces de tu valentía y no
dudo de ti.
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A pesar del cansancio, me pusen pie. Me froté la nuca parantentar aliviar la tensión. Chetambién se levantó y me rodeó cosus brazos desde atrás. Me besósuavemente en la base del cuello,
uego apoyó el mentón en mhombro, con los ojos fijoaparentemente en el mismo punto
de la laguna que yo miraba sin ver. —¿Vuelves a casa? —preguntó. —Tengo que decirle la verdad a
Carmina. Toda. Esta noche. Antesde perder el valor.
Chet sonrió, a pesar de laseriedad del momento.
—Bueno, pues súbete a m
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espalda. Te llevaré a caballito hastacasa.
No parecía correcto sonreír eaquella situación, pero lo hice detodas formas. Chet sabía cómotratarme. Iba a echarle muchísimo
de menos. Me subí a caballito sobresu espalda y él me sujetó por lapiernas y me impulsó hacia arriba
Respiré hondo. Todo saldría bien. Amenos esa noche. Lo creía porquecuando estaba con él, todos mimiedos parecían desvanecerse.
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Chet y yo fuimos paseandotranquilamente hasta casa, con la
ropa mojada goteando. Él se echómi toalla sobre los hombros y metomó de la mano. Después de todo
o que habíamos hecho aquella
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noche, era un poco tontoemocionarse con un gesto tapequeño, pero quería recordar lacosas grandes y las pequeñas pogual.
Cuando pasamos bajo las rama
de los álamos, sus hojas seagitaron y susurraron como viejadamas chismosas al ver a uno
amantes volviendo a hurtadillas aaltas horas de la noche. Antes de ia ver a Chet, me había prometido amí misma que no tendría nada dequé arrepentirme esa noche, había mantenido mi palabra. Queríacompartir algo real y auténtico co
Chet antes de marcharme. Y
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también quería algo real de él. Loquería a él. Solo lo quería a él. Acontemplar sus pómulos delineadopor la luz de la luna, se despertó denuevo un cálido deseo. Nunca habíasentido nada parecido, y e
contraste entre Chet y Reed estabatan claro como si fueran el día y lanoche.
Reed me había atraído porqueme sentía sola y asustada necesitaba a alguien que meayudara a olvidar mis problemas ecasa. Él me había escuchado y mehabía enseñado a ser dura... con sejemplo. A cambio, me había
acostado con él. Pensándolo bien
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me parecía que había sido más unatransacción de negocios que uromance salvaje y vertiginoso. Emiedo y la desesperación no erarazones para amar a alguien. Eamor no necesitaba de razones, me
dije. Era un vínculo profundo, ucompromiso. Era algo que debíadejarte sin respiración, algo que no
debería obligarte nunca a transigir.Cuando llegamos a casa deCarmina, su camioneta no estabaen el sendero.
—¿Qué hora es? —pregunté aChet.
—Casi las diez.
Exhalé un suspiro y asent
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Esperaba que Carmina hubieralegado ya para no tener tiempo deperder el valor, pero no tendría queesperar mucho. Pronto volvería deestudio de la Biblia.
Chet me acompañó hasta la
puerta, luego entrelazó sus manocon las mías.
—¿Quieres que me quede hasta
que vuelva Carmina? —No. Necesito un rato sola parordenar mis ideas.
Me puso una mano en la mejilla —Dile lo que me has dicho a m
Ya lo has hecho una vez. Lo másduro ya ha pasado.
Pensando con lógica, sabía que
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Chet tenía razón. Ojalá mi corazódesbocado pensara igual. Por finhabía llegado el momento. Iba aconfesar toda la verdad y a asumias consecuencias. Me sentíaaliviada y quizás incluso un poco
orgullosa al darme cuenta de queno tenía miedo, solo estabanerviosa e impaciente.
—Volveré mañana. Te llevaré adesayunar —me ofreció Chet. —Estupendo. —Y durante e
desayuno se lo diría. Pero no iba aestropear aquella noche. Sería múltimo acto egoísta y no iba aestropearlo. Semanas, meses o
años más tarde, quería recordarla
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como la noche perfecta con eprimer chico al que había amado.
Chet me apoyó contra la puertay me besó dulcemente.
—Esta noche no voy a dormir. —¿Por lo de antes, en la laguna?
—Porque estoy preocupado poti. Pero bueno, lo que ha pasado ena laguna... eso no lo voy a olvida
en mucho tiempo. Quedará grabadoa fuego en mi memoria. Soy un tíocon suerte.
Me reí a mi pesar. —Lo dices para hacerme sonreír —Me gusta hacerte sonreír. Te
asombrarías si supieras las cosa
que estoy dispuesto a hacer para
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que seas feliz. —Eres increíblemente bueno
conmigo, Chet. —No he hecho más qu
empezar. —Me besó la mano y, unavez más, tuve que reprimir e
sentimiento de culpa. No permitiríaque me robara aquel momento. Mequedé mirando cómo se alejaba
Chet, hasta que la oscuridad loengulló.Me dejé caer en el columpio de
porche y me llevé una mano apecho. Me preguntaba si teníaderecho a ser tan feliz. A ser tamaravillosa y arrebatadoramente
feliz. Decidí que todo el mundo
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tenía derecho a sentirse así amenos una vez en la vida. A teneuna luz a la que aferrarse cuandose cernía la oscuridad. Un rayo defelicidad para proporcionar a unapersona la esperanza de que la lu
volvería a brillar. Al poco rato entré en la casa
busqué a tientas el interruptor de la
uz que se encontraba a unos pasode la puerta. Extasiada aún por ladicha de haber estado con Chet, nome percaté enseguida de que lauces no se encendían.
Cuando por fin me di cuenta, seme erizó el vello de la nuca.
De repente me encontraba de
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vuelta en Philly; era de nocheestaba oscuro. Algo muy malosucedía.
Oí un leve ruido sibilante a mespalda.
Giré en redondo y vi a Trigger
Estaba sentado en la silla que teníaCarmina al pie de la escalerarespiraba entrecortadamente
tenía la barbilla caída sobre epecho. Se aferraba el abdomen y lasangre le chorreaba por entre lodedos.
Levantó la cabeza y su cara secontorsionó en una mueca de dolorSus ojos lanzaban llamaradas de
odio.
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—Debería... haber sido... yoquien... te matara —jadeó.
No le comprendí, pero sabía quemi vida corría peligro. Lo notabavibrando a mi alrededor. Retrocedtrastabillando hacia la puerta
principal, temblando de miedoenía que salir de allí. Chet. Tenía
que alcanzarlo.
Pero una figura oscura yamenazadora apareció de prontocerrándome el paso.
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—Estella, Estella —dijo ehombre. No hablaba con el acento
abierto al que me habíaacostumbrado en Thunder BasinEra un acento de Europa del Este
Uno del centenar de acentos que se
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oían en las calles de Philly.Reculé.
—¿No confías en mí? —preguntócon tono divertido—. ¿Crees quesoy un hombre malo? ¿Por quécrees tú que te perseguiría u
hombre malo? —Su tono se volvióburlón—. Quizás hayas sido unaniña mala. Quizás hayas jodido a
personas que no debías.Se me heló la sangre en lavenas. No. No, no, no.
Tenía que salir de allí. Tenía quehuir. Pero las piernas no merespondían, eran de mantequilla.
—Llamaste a Sandy Broucek —
dijo él, y chasqueó la lengua para
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mostrar su desaprobación—. Tchtch, tch. ¿No te explicaron que nohicieras esas cosas?
Meneé la cabeza concredulidad. Había apagado emóvil inmediatamente. Lo había
hecho todo bien. El esbirro deDanny Balando había dado palos deciego y le había salido bien.
—La tecnología es sofisticada¿sí? Intervine el teléfono de laamiga de tu madre. Rastreé tlamada. Vine al pueblo y enseñé tfoto. Este chico —hizo un gestodespectivo en dirección a Trigger—me trajo hasta ti. Fácil, muy fácil.
—Debería haberte matado... e
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el Sundown —dijo con voz ronca.El hombre se giró y le disparó
Ocurrió muy deprisa. La bala silbóveloz. El cuerpo se desplomó haciaun lado y el silbido paró.
Unos puntos negros nublaron m
visión. Noté que estaba a punto deentrar en estado de shock. Teníaque seguir alerta. Pero el cuerpo de
rigger estaba allí, muerto. Eragual que en Philly. Había muerteen todas partes. Podía olerla, podíaoírla zumbando en mis oídos.
—No voy a testificar contrDanny. —Me temblaba la voz—. Séque no mató a ese hombre, e
hombre al que llaman e
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Farmacéutico. Voy a contarle laverdad al fiscal y dejarán salir aDanny.
—Ah, pero yo no te creo.Retrocedí arrastrando los pie
hacia el interior de la oscura
oscurísima casa de Carmina. Lapersianas estaban bajadas y lacortinas, corridas. Los ojos no
podían adaptarse a tan escasa luz. —Por favor, no haga esto.Él se abalanzó sobre mí. Yo
tenía las llaves de casa en la manoy le rajé la cara con ellas.
Él soltó un sonido de rabiacomo un animal, y se dobló de
dolor.
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Me disparó, pero yo ya habíasalido huyendo por la puerta deatrás.
La luz de la luna iluminaba eardín. No había lugar al que huirMe encontraría fácilmente a campo
abierto. La puerta del establo notenía cerrojo. La casa de Cheestaba demasiado lejos.
Le oí moverse a trompicones poa casa, chocando contra lomuebles. Venía a por mí.
Corrí, presa del pánico. Tropecécon una estructura baja que sematerializó de la nada en medio dea oscuridad. Era el refugio para la
tormentas.
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Descorrí el cerrojo de las puertaque conducían bajo tierra. Levantéuna y luego la otra. Por la aberturasalió un olor a tierra fría y húmedaUna escalera de traviesadescendía hacia la más absoluta
negrura.Me introduje por la abertura
cerré las puertas sin hacer ruido. A
cada paso que daba hacia el fondoba creciendo el frío que me helabapor dentro. Abajo, abajo, abajo. Eel fondo la oscuridad erampenetrable. No veía nada. Perotampoco él.
Encontré a tientas una segunda
puerta y la atravesé. Palpando, d
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con el cerrojo y lo eché. Carminalegaría a casa en cualquiemomento. Solo tenía quepermanecer escondida durante urato. Intenté serenarme y ordenamis caóticos pensamientos
motivados por el pánico. Olía asudor. Mi propio sudor.
Las puertas metálicas de arriba
se abrieron con un crujido. Mesentía mareada por el miedo. Luegooí ruido de pasos, metódicos pesados, que descendían. Cuandose movió el pomo de la puerta, mrespiración se convirtió en jadeoentrecortados.
Con la boca seca por el terror, o
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que la emprendía a golpes con lapuerta. También la pateaba. Oí lamadera astillándose cada vez máfuerte con cada golpe.
Y entonces oí su suaverespiración.
—Estella —llamó en voz bajaSus zapatos rasparon el cemento amoverse él por el interior de
refugio—. ¿Recuerdas la promesadel señor Balando después de queo identificaras para la policía?
¿Cómo iba a olvidarla? Lapalabras de Danny habíatraspasado el espejo de dos carade la comisaría. Su voz enfurecida
aún resonaba en mis oídos. «Te
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mataré. Te encontraré y te mataréNunca estarás a salvo.»
La voz de Danny se elevó poencima de los gritos de los agenteordenando que se lo llevaranIncluso después de que los guardia
o sacaran a rastras del pequeñocuarto que había tras el espejo dedos caras, le oí aullando mi nombre
con sus horribles rugidosanguinarios. —Danny preferiría estar aquí —
dijo el hombre en un escalofriantesusurro—. Pero no importa. Me hadado instrucciones. Sé exactamenteo que tengo que hacerte.
El miedo me recorrió de los pie
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a la cabeza.Un estallido ensordecedor me
retumbó en los oídos.Me tapé la boca con la mano
haciendo un esfuerzo para nogimotear, para no emitir ningún
sonido. Apreté la espalda contra lapared. Las piernas me temblabademasiado para sostenerme. Me
atenazaba una desesperación ciegay frenética. —Quizás empezaré disparando
balas, ¿sí? Aquí y allá. A todapartes. Gritarás cuando te dé. Teencontraré, Estella Goodwinn.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Las lágrimas me corrían por la
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cara. Me rodeé el cuerpofuertemente con los brazosemblaba hasta los huesos. Iba a
encontrarme. Igual que habíaencontrado a Reed. Igual que algúdía encontraría a mi madre.
Danny Balando cumpliría spromesa.
—Baja el arma.
La voz de Chet me sacó de mestado. Levanté la cabeza escudriñé la negra habitación¿Había imaginado su voz?
—Tengo un rifle del veintidósapuntándote —dijo Chet al hombre—. Deja el arma en el suelo
empújala hacia aquí con el pie.
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El hombre rio entre dientes. —No puedo verte. ¿Cómo sé qu
dices la verdad? —No lo sabes. —¿Sabes cómo usar ese rifle
muchacho?
Sonó un estallido desgarradorseguido del ruido de un casquilloque caía al suelo.
—Parece ser que sí sé usarlo —dijo Chet—. El arma en el suelo, a empujas con el pie hacia aqusencillo.
—Vale, vale —dijo el hombre—La estoy dejando en el suelo. —Seoyó el ruido del arma deslizándose
por el suelo.
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—¿Tiene móvil? —le preguntóChet.
—En mi habitación del motel, sí. —Entonces ahí es adond
vamos. Vas a llamar a la gente para que trabajas. Les dirás que ha
matado a Stella, que has terminadoel trabajo. Si quieres salir de aquvivo, que tu historia sea
convincente.El hombre se rio por lo bajo. —¿Y luego qué? ¿Me matarás? E
que me paga se dará cuenta si noregreso a Filadelfia. Enviará a máhombres. No parará hastaencontrarla. Ahora o más adelante
no hay diferencia, ella morirá. Es..
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¿cómo lo decís?, un caso perdidoEstás arriesgando tu vida sinecesidad. Olvídate de la chica sálvate tú. —Soltó un gruñidondiferente—. Lo que haga con ellano es de tu incumbencia.
—Ahí es donde te equivocasPégate a la pared.
El hombre exhaló un suspiro
afligido, como indicando a Chet queestaba cometiendo un grave error. —A la pared —ordenó Chet. —Sí, sí, ya voy. —¿Stella? —dijo Chet—. ¿Está
bien? —Sí —respondí con voz ronca.
—La Scout está en el sendero
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iene la llave en el contacto. Vete acomisaría. No te muevas de alhasta que Carmina vaya a buscarteNo salgas por nadie más.
Me puse en pie y caminé atientas en busca de la puerta. La
ágrimas me rodaron de nuevo poas mejillas, pero esta vez eraágrimas de alivio. Chet me había
encontrado. Viviría. Volvería a verloa él y a Carmina.Siguiendo la pared con una
mano, me moví en medio de laoscuridad. Solo faltaban unos pasomás...
Oí un ruido de pisadas y noté
que unas manos intentaba
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agarrarme. Antes de que pudieraapartarme, él me aferró por ebrazo y tiró con fuerza. Giré y acabécon la espalda contra su pechoNoté su respiración jadeante contraa mejilla. Algo frío y afilado se
clavó en mi garganta. Ahogué unaexclamación de dolor cuando sehundió un poco más.
—Tengo un cuchillo en sugarganta —gruñó el hombre—. Bajael rifle. Ponlo en el suelo con marma. Deslízalos hacia aquí.
—¿Stella? —gritó Chet. —Tres segundos más y le rajo e
cuello —volvió a gruñir el hombre.
Oí a Chet dejando el rifle en e
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suelo. Le siguió el arma dehombre. Rasparon el cementocuando Chet empujó ambas armacon el pie hacia nosotros.
—Al rincón —bramó el hombre—. De rodillas. Agacha la cabeza
Háblame mientras lo haces. Oigo tvoz y sé dónde estás.
—Me estoy moviendo —dijo Che
—. Estoy de rodillas. Con la cabezagacha. —El sonido de su voconfirmaba su ubicación.
—Ahora tú —me ordenó ehombre, empujándome hacia ChetGateé hacia él y me apreté contrasu cuerpo. Busqué a tientas s
mano y se la apreté. Noté el cuerpo
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de Chet firme y cálido, pero aunqueno temblaba, sabía que debía deestar asustado.
Oí al hombre palpando el suelopara apoderarse de las armas.
Chet me estrechó entre su
brazos. Estábamos de rodillasaferrados el uno al otro con fuerza.
—Lo siento. Lo siento mucho —
dije en voz baja entre sollozos.Él me besó en la frente y meapartó el peló húmedo de la caraCerré los ojos e imaginé que podíaver sus oscuros rizos y suchispeantes ojos azules, shermoso rostro cincelado que yo
asociaba con fortaleza, inteligencia
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y ternura. —Chsss, no digas eso —musitó
él—. Ocurra lo que ocurra ahoravamos a pensar el uno en el otroRecordando solo lo bueno. Hastaque todo esto acabe, no
aferraremos a eso. Siamentaciones.
El hombre recogió el rifle. Apreté
a Chet con más fuerza. —Estella primero —ordenó ehombre—. Levántate.
Antes de que pudiera inclusoasimilar su orden, o darme cuentade que todo había llegado a su finde que iba a matarnos, primero a
uno y luego al otro, Chet se puso e
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pie. —Yo iré primero. —¡No! —exclamé, tratando de
ponerme en pie para detenerlo. Noo encontré. Estaba demasiadooscuro—. ¡No, Chet!
Oí al hombre empujando a Chehacia las escaleras. Enseguida notéun golpe en el pecho que me lanzó
de culo sobre el duro hormigón. Seme escapó todo el aire con usonido sibilante. Tuvo que pasar unrato para que el aire volviera aquemarme la garganta.
Escuché, aturdida y horrorizadacómo se cerraban las puerta
metálicas de arriba, separándome
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de Chet. —¡Chet! —chillé. —¡Recuerda lo que te he dicho
—me gritó él a través de lapuertas.
Me arrastré escaleras arriba
golpeé las puertas metálicas. Fuenútil. El cerrojo estaba echado. Nopodía llegar hasta Chet. No podía
evitar lo que iba a ocurrir. Conjuréuna imagen mental de Chet y lareviví una y otra vez.
Me tapé las orejas con lamanos y lloré. No quería oír edisparo. No quería saber cuándomoría. Bajé las escaleras a
trompicones para distanciarme de
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horrible sonido que iba aproducirse.
Aún había cosas que queríadecirle a Chet. Había cosas, cosamportantes, que cambiaban la viday que no habíamos hecho juntos
Me equivocaba con respecto aaquella noche. No era así comotenía que acabar nuestra historia
lena de lamentaciones.El sonido del disparo medesgarró por dentro.
Y lo supe.
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En aquel instante, supe que Chehabía muerto. Me quedé paralizada
Estaba completamente grogui. Derepente vomité el contenido de mestómago.
Me temblaban las extremidade
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de manera incontrolable. Incluso loabios parecían vibrar. No veíanada. La oscuridad era absoluta hacía frío. Olía a rancio, ahumedad, pero yo tenía frío. Un fríoque me llegaba hasta los huesos.
Debería haber llorado. Queríahacerlo, pero no quedaba nadadentro de mí. Seca y vacía, me
senté con la espalda contra lapared, oliendo a vómito.Se había ido. No volvería nunca
Yo lo había matado. No eradramatismo ni una exageraciónEstaba muerto por mi culpa. Porquese había enamorado de mí. Porque
había actuado honorablemente
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ntentando salvarme la vida.Retrocedí en el tiempo
mentalmente, volviendo aprincipio. Si no hubiera ido aquellanoche a la biblioteca para dejar umensaje a Reed en la cuenta de e
mail. Si el motor del Mustang no sehubiera ahogado. Si no hubierapermitido que Chet me ayudara...
No le habría conocido, ni habríapasado los tres mejores meses demi vida con él. Pero él seguiría vivo
Era tan profundo mi dolor, quecasi se me pasó por alto el ruido deunas fuertes pisadas bajando laescaleras. Haces de luz iluminaro
erráticamente la habitació
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subterránea. Todos convergieronsobre mí en rápida sucesión.
—¡Stella! Alcé la cabeza bruscamente a
oír la voz de Carmina. —¿Carmina?
Ella se acercó rápidamente, tiróde mí para ponerme en pie estrecharme entre sus brazos. La
fuerza de su abrazo me dejó sirespiración. —Estás bien. Estás bien —
murmuró con voz temblorosa por ealivio.
Las piernas me fallaron y medejé caer contra ella.
—Apartaos todos. Dejadle sitio
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—Me tocó la frente con la mano—Está fría. Tiene la miradadesenfocada. ¡Que alguien me déuna botella de agua!
Me cayó agua entre los labiosEn cuanto comprendí que era rea
bebí ávidamente. Brotaroentonces las lágrimas y llorédesconsoladamente.
—Chet. Él... él... —Oh, Stella. No. Está vivo. Estáahí fuera. Le está interrogando lapolicía.
—Yo... ¿Cómo? —La miré sincomprender—. He oído el disparo.
Su voz se volvió solemne.
—Yo le he pegado un tiro a
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hombre que intentaba matarosChet me llamó hace un rato paradecirme que le había parecido oíruido de disparos aquí, en casa. Lehe dicho que no se moviera, pero éha venido a por ti. Yo he llamado
enseguida a la policía y he venidohacia aquí.
—El nombre del difunto e
Yevgeniy Polishchuk —anunció unode los agentes uniformadosacercándose para hablar coCarmina—. Estamos comprobandosu identidad en el sistema. Ladirección de su permiso de conducies de Filadelfia, Pennsylvania.
—Tengo que ver a Chet —dije
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odo lo demás podía esperar.En ese momento, Chet se abrió
paso entre los agentes y entró en erefugio. Su mirada escudriñadoradio conmigo y dejó traslucir todo loque sentía. En un segundo me
atraía hacia él. Guio mi cabezacontra su pecho. Noté srespiración entrecortada. Lo agarré
de la camisa con ambas manos. Noquería volver a perderlo. —Estás vivo —dije—. Eres tú de
verdad. —Al oír el disparo pensaba que
estaba muerto —me dijo él al oídocon voz ronca—. No sabía por qué
no sentía dolor. Y entonces he visto
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a sangre. Era su sangre y él estabaen el suelo. Carmina tiene unapuntería increíble.
—Te has ofrecido a ir primero —dije—. Intentabas ganar tiempoesperando que llegara Carmina
me salvara. —No importa. No necesitaba
más tiempo.
—A mí me importa.Chet me besó una vez, dosEnterró el rostro en mis cabellos me abrazó con más fuerza.
—No había elección posible. Posupuesto tenía que ir yo primeroSalgamos de aquí. Necesitas u
sitio donde sentarte y desahogarte.
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—Primero tengo que contarle aCarmina lo que te he contadoantes. Debería habérselo dichohace mucho tiempo. Si lo hubierahecho, no habría pasado nada detodo esto.
—¿Decirme, qué? —preguntóCarmina, volviendo la espalda aagente con el que hablaba.
La luz de las linternas iluminabasus facciones fuertes y resueltasCuando la miré a los ojos, no sentíamiedo. Si acaso, quería ser comoella. Valiente. Quería hacer locorrecto, aunque también fuera lomás difícil.
Miré una vez más a Chet, que
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asintió con la cabeza para darmeánimos. Él creía en mí, y a eso meaferré.
—Vayamos a casa —dije aCarmina.
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A la mañana siguiente, Carminy yo nos columpiábamo
ociosamente en el porche cuandoChet llegó caminando por esendero con ramos de girasoles e
as manos. Llevaba la camisa
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arremangada hasta los codos y coel cuello abierto. El sol del veranohabía bronceado su piel, igual quea mía. Sus cabellos eran oscuros rebeldes, sus ojos, del color decielo a medianoche.
Se llevó una mano al sombreropara saludar cuando nos vioobservándolo, y luego subió lo
escalones del porche ágilmente. —Uno para la dama que mesalvó la vida —dijo, depositando uramo en las manos vacilantes deCarmina—, y otro para mi chica.
—¿Te has enterado de queCarmina ha salido en las noticia
esta mañana? —le pregunté, a
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tiempo que inhalaba la terrosafragancia de las flores amarillas.
—Pues sí —respondió ésentándose en el primer escalón estirando las largas piernas—. Perodime una cosa, Carmina. Cuando
apuntabas a ese hombre con tarma, ¿se te pasó por la cabeza qupodías darme a mí? Estaba mu
oscuro. ¿Y si yo me hubiera movidoen el último segundo? ¿Y si sehubiera movido él? ¿Y si hubieradado un respingo y te hubierafallado la puntería?
—Fallarme a mí la puntería, yqué más —se mofó ella.
Chet se colocó el sombrero
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vaquero sobre el corazón con gestosolemne.
—No es que a mí me hayapasado nunca, claro. Pero yo soyoven. —Sonrió—. Tengo mejovista.
—Quizá debería haberte pegadoun tiro a ti —comentó ella—. Sehabría desinflado ese orgullo que
mantiene tu cabeza a flote. —Stono se hizo más serio—. Podemobromear si queréis, pero me alegrode que ambos estéis a salvo. Mesiento... feliz de que estemountos. No sé vosotros, pero anocheno dormí. No imagino lo que debe
de estar pasando la familia de
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rigger. Se podrá decir lo que sequiera de él, pero ningún padre omadre merece tener que enterrar asu hijo. —Sus ojos se humedecieroy parpadeó para secarlos—. Creoque a sus padres les va a costa
bastante digerir lo que hizo Triggey cómo acabó la vida de ese pobrey estúpido muchacho. Seguramente
a mí también me va a costar utiempo superar lo de anoche. Nosirve para nada imaginar lo quepodría haber pasado, cómo podríahaber acabado todo, pero si no vocon cuidado, no dejo de pensar eello.
Sí, es cierto, pensé. Yo tampoco
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había dormido. Había revivido una otra vez los últimos minutos antede que Carmina matara al sicariode Danny Balando. El terror, emiedo, seguían vivos en mmemoria. Y cuando no imaginaba
otros finales posibles para esoúltimos minutos, pensaba en mmadre. ¿Estaba bien? ¿Volvería a
verla? También había pensado enReed. Pensándolo bien, creo quesiempre había sabido que entrar eel programa de protección detestigos suponía el final de nuestrarelación. No volveríamos a vernoamás. Había querido creer lo
contrario por un mero instinto de
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supervivencia. Necesitabadesesperadamente aferrarme a laesperanza de que mi antigua viday las personas que entonces tantome importaban, no desapareceríapara siempre. Aunque los hombre
de Balando no hubieran encontradoa Reed, él no me estaba buscandoHabía seguido adelante sin pensa
en mí.Igual que yo. —Voy a servirte un vaso de
imonada de albahaca, Chet —dijeponiéndome en pie.
—¿Vosotros dos no tenéis nadamejor que hacer que estar con una
vieja como yo? —dijo Carmina
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agitando las manos para echarno—. Dad un paseo. El día edemasiado bonito para quedarseaquí sin hacer nada. No, Stella, noquiero oír una sola palabra. Tengoel crucigrama del periódico para
entretenerme. Venga, idos ya.Me mordí el labio para reprimi
una sonrisa. Al parecer Carmina
había acabado aceptando que Chey yo estuviéramos juntos. Le habíacostado lo suyo.
—Vale, pero solo si me prometeponer mis flores en un jarrón.
—Como si yo fuera a dejar quas flores de Hannah Falconer se
estropearan —dijo ella con tono de
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exasperación, arrebatándome eramo de las manos y usándolouego para darme en el trasero—Dad un paseo para abrir el apetitoendré la comida lista para cuando
volváis.
Recogí mi sombrero vaquero detaburete de ordeñar que Carminausaba como tope para la puerta,
me lo puse. Luego dejé que Cheme tomara de la mano y me guiarapor el sendero.
—Carmina y yo mantuvimos unarga charla anoche —dijebalanceando nuestros brazos—Estuvimos despiertas buena parte
de la noche. Se lo conté todo. Lo
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detectives que llevan el caso vienepara aquí. Tendré que volver aprestar declaración. Saldrán a la lutodas mis mentiras, pero no tengomiedo. Prefiero afrontar laconsecuencias a seguir viviendo esa
horrible mentira. Carmina dice queas acusaciones por perjurio soextremadamente raras, por lo que
seguramente saldré bien parada eese sentido, y que además mesentía tan culpable que ya me hecastigado yo bastante a mí mismaPodría haber evitado todo esto shubiera contado la verdad desde eprincipio.
—Estabas asustada. Quería
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proteger a tu madre. —Busqué excusas para mi
actos. Me dije a mí misma que nopasaba nada por mentir porqueDanny Balando era un malhechoque debía estar entre rejas. Quizá
sea así, pero no por un crimen queno cometió.
—¿Lo han soltado?
—Sigue detenido, acusado deconspiración. Con la orden deregistro de su arresto, encontraropruebas que lo relacionan con ecártel. No va a salir de la cárcel emucho tiempo.
—¿Les preocupa que envíe a
algún otro a por ti?
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algún día, pero el camino seríaargo y duro—. Es lo único queconoce.
—¿Y qué hay de ti? —preguntóChet, deteniéndose a la sombra deun amplio álamo. Apoyó los brazo
sobre la cerca de madera con airedespreocupado, pero al mirarlobien, vi que apretaba las manos co
fuerza. Las abría y cerraba codedos tensos, esos dedos fuertes seguros—. ¿Volverás a tu antiguavida? —Parecía contener larespiración mientras escudriñabamis ojos con una miradapenetrante.
Sopesé su pregunta
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cuidadosamente. Habían cambiadotantas cosas durante el verano. Yohabía cambiado. Ya nunca volveríaa ser la persona que era antes. Yano era Estella Goodwinn.
—No tengo buenos recuerdos de
allí. Aquella chica asustada desesperada de Filadelfia no soyo. Ya no soy yo. Este es mi hoga
ahora. Aquí es donde pertenezco.Lentamente se disipó la sombrade su mirada y en sus ojos brillóuna chispa de esperanza.
—¿Te quedas?Me apoyé con los codos en la
cerca a su lado y sonreí.
—Verás, hay un tío aquí, un tío
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muy dulce, sexy y sensible, y noestoy dispuesta a dejarlo escapar.
Chet se colocó delante de mí coas piernas a ambos lados de lamías, y apoyó las manos en lacerca, dejándome atrapada entre la
cerca y él. Luego bajó la cabeza me habló con su boca a unocentímetros de la mía.
—Vas a tener que decirle a esetío que estás comprometida. Porqueyo no voy a compartirte.
—¿Debería decírseloamablemente? —musitéacercándome más a él para seguirleel juego. Cuando mi boca rozó s
mandíbula, oí su respiración cálida
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y ronca. —Qué más da. Cuando acabe
contigo, ni siquiera recordarás snombre.
—Mmm, ¿eso es una promesa?Chet me echó hacia atrás la
chaqueta tejana que llevaba sobreos hombros. Aterrizó sobre lodientes de león con un frufrú de
tela. Sus ojos de largas pestañame miraron de arriba abajo siprisa. Noté el calor de su miradapor todo el cuerpo como una cariciafísica que despertó un deseoncontenible.
Si algo había aprendido, era que
Chet siempre cumplía su